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Había una vez un pequeño pueblo enclavado entre montañas.

Sus habitantes eran gente


sencilla, amantes de la naturaleza y las tradiciones. En ese lugar, todos los años se celebraba
una fiesta especial: el Festival de las Estrellas.
La leyenda decía que, durante esa noche, las estrellas caían del cielo y se convertían en
pequeñas luciérnagas que iluminaban el camino de los enamorados. Los jóvenes esperaban
con ansias este evento, pues creían que si encontraban una de esas luciérnagas, su amor sería
eterno.
En el corazón del pueblo vivía Elena, una joven soñadora que anhelaba encontrar su estrella.
Cada año, en la víspera del festival, subía a la colina más alta y miraba al cielo con esperanza.
Pero nunca veía ninguna luciérnaga.
Una noche, mientras Elena observaba las estrellas, escuchó un susurro. Se giró y vio a un
anciano sentado en una roca. Su cabello blanco brillaba bajo la luz de la luna.
“¿Buscas una estrella?”, preguntó el anciano.
Elena asintió. “Sí, quiero encontrar una luciérnaga para que mi amor sea eterno”.
El anciano sonrió. “Las estrellas no caen del cielo, querida. Se ganan con actos de bondad y
sacrificio”.
Elena no entendía. “¿Qué debo hacer?”
El anciano le contó una historia antigua sobre un joven que había ayudado a un pájaro herido.
A cambio, el pájaro le concedió una estrella que brillaba en su corazón. Desde entonces, el
joven siempre tenía buena suerte y encontraba el amor verdadero.
Elena decidió seguir el consejo del anciano. Durante todo el año, ayudó a los demás: plantó
árboles, cuidó a los animales y compartió su comida con los necesitados. Pero aún así, no veía
ninguna luciérnaga.
Llegó la noche del Festival de las Estrellas. Elena subió a la colina y miró al cielo. Esta vez, no
esperaba ver una luciérnaga, sino sentir la paz que le daba ayudar a los demás.
De repente, una luz brillante apareció ante ella. Era una luciérnaga dorada que revoloteaba a su
alrededor. Elena sintió su corazón lleno de alegría y gratitud.
La luciérnaga se posó en su mano y se transformó en una pequeña estrella. Elena la guardó en
su corazón y supo que su amor sería eterno.
Desde entonces, Elena siguió ayudando a los demás, no por ganar más estrellas, sino porque
había descubierto que la verdadera magia estaba en dar sin esperar nada a cambio.
Y así, el Festival de las Estrellas se convirtió en una celebración de la bondad y el amor, donde
todos compartían sus estrellas y sus corazones brillaban como luciérnagas en la noche.

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