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IDENTIDAD Y TRADICIÓN

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ELS FUNDADORS DEL


REGNE DE VALÈNCIA:
IDENTIDADYTRADICION - 02 DE SEPTIEMBRE DE 2011 - 18:06

Repoblament, Antroponímia, i llengua a la


València medieval.

UN ESTUDIO SOBRE LOS ORÍGENES DEL


PUEBLO VALENCIANO A TRAVÉS DE LA
ANTROPONÍMIA DE SUS PRIMEROS
POBLADORES.

Con el título de Els fundadors del Regne de


València, el conocido medievalista y profesor de
la facultad de Historia de la Universitat de
València Enric Guinot, presentó hace ya cuatro
años un excelente trabajo sumamente
interesante para todos los interesados en
conocer las raíces del pueblo valenciano. Un
libro que además de ser de interés para el
investigador foráneo, puede esclarecer muchas
dudas a todo aquel valenciano que realmente
quiera conocer sus orígenes. Orígenes puestos
en duda por una gran parte del actual pueblo
valenciano durante los últimos 30 años, por eso
no deja de extrañar el poco peso que fuera de
los círculos, cultos o académicos ha tenido el
trabajo del que aquí tratamos.

Como bien dice el autor en su introducción,


Valencia es una ciudad donde en plena calle, y
fuera de ambientes académicos, se puede
entablar una discusión sobre el origen del
pueblo valenciano y de ella sacar las
conclusiones sobre el origen de la lengua
valenciana, cosa impensable en cualquier
ciudad castellana, donde no nos imaginamos a
un grupo de meseteños discutiendo si Don
Pelayo era astur, cántabro, visigodo o
mozárabe, y que de esos debates pudiera surgir
una resistencia popular a la gramática y
ortografía de la lengua castellana. Y esto,
aunque parezca cómico o surrealista, es lo que
ha ocurrido entre los valencianos,
concretamente en la ciudad de Valencia y las
comarcas más cercanas a la misma. La
ignorancia sobre el origen de los valencianos y
su lengua era y es tal entre los actuales
ciudadanos de la Comunidad Valenciana, que
tenía que aparecer un trabajo como el de
Guinot para aclarar definitivamente un tema
tan interesante y fundamental como es el del
origen de un pueblo. Trabajo, que todo hay que
decirlo, si bien es totalmente desconocido por la
mayoría de los valencianos, al menos a nivel
académico, cultural e incluso oficial, pensamos
que ha calado lo suficiente para que desde
sectores pretendidamente historicistas y cultos
se deje de decir majaderías sobre nuestros
orígenes.

Enric Guinot, pone en esta verdadera


enciclopedia onomástica valenciana, las bases
del árbol genealógico de nuestro pueblo, y lo
hace como se debe realizar cualquier
investigación genealógica mínimamente
científica, buscando en los documentos,
separando los falsos de los válidos,
demostrando su autenticidad y poniendo con
esos datos los cimientos que dictarán la
continuidad de esa genealogía, en muchos casos
hasta las familias valencianas actuales, que tras
más de siete siglos de historia, mantienen –
mantenemos– los mismos apellidos como
muestra inequívoca de la veracidad de este
árbol genealógico valenciano. Por ello
cualquier valenciano puede conocer el origen
aproximado de su familia, simplemente con
unos pocos datos históricos de su familia
asomándose al segundo tomo de este libro
donde se encuentran recogidos cerca de cinco
mil apellidos de pobladores valencianos de
entre los siglos XIII y XIV extraídos de las listas
de vecinos y pobladores de las ciudades y villas
valencianas, ordenadas por comarcas, con las
fechas correspondientes y el origen geográfico
de los apellidos toponímicos. Se trata de un
sencillo y lógico sistema de investigación
genealógica, el de buscar los orígenes a través
de la toponimia, ya que es costumbre
onomástica europea, la del uso distintivo del
topónimo en la edad media, como seña
personal o de linaje. Es por ello totalmente
normal, pensar, que un poblador con apellido
Solsona proceda, o al menos esté relacionado
con esta población ilerdense, por la misma
razón, sería del todo absurdo pensar que un
poblador en la comarca de la Ribera en el siglo
XIV con apellido Aragonés, Catalá o Navarro,
sea de origen gallego. Guinot en el segundo
tomo ha especificado en cada uno de los
apellidos toponímicos estudiados, junto al
nombre y apellidos de los individuos recogidos
en el documento, la comarca y reino del cual
procede, por ejemplo en la ciudad de Valencia,
Pere Agramunt, notari, (Baix Urgell), o en
Burriana según el Morabatí de 1481, Jaume
Miralles, (Anoia/Pallars). De esta manera, puede
aproximar los orígenes de las familias de estos
pobladores en porcentajes aproximados. Los
resultados, especificados en la tabla-índice de
procedencias del primer tomo, y demostrados
tal como ya hemos dicho en el segundo, nos dan
cifras que ya imaginábamos: a pesar de la
resistencia a reconocerlo por parte de una
mayoría de valencianos,, nuestro pueblo tiene
un origen mayoritariamente catalán,
consecuencia lógica de ello sería el actual uso
de la lengua catalana en su variedad
valenciana por parte de los descendientes de
estos primeros pobladores. El uso de la lengua
castellana por parte de otro sector importante
de entre los primeros pobladores valencianos
se debe a la llegada de otros colonizadores
llegados de Aragón principalmente, aunque
también de Navarra y Castilla.

Esta línea genealógica que une a valencianos


con catalanes,–ya que es prácticamente
imposible que un valenciano no encuentre en
su árbol genealógico apellidos catalanes–, y
que debería ser asumida con naturalidad por
este pueblo, ha sido sin embargo discutida y
negada en los últimos años creando un
importante conflicto divisorio entre los
valencianos que ha llegado a los extremos de
negar nuestra propia lengua o símbolos y
buscar orígenes absurdos tanto para la lengua
como para los valencianos. A esto
evidentemente, no ha ayudado nada cierta
prepotencia catalanista que en numerosas
ocasiones ha negado las especificidades reales
de los valencianos y que ha tratado a este
pueblo poco menos que como colonia, extremos
que si bien minoritarios entre el catalanismo,
han contribuido más si cabe a exacerbar el
anticatalanismo que se gestó durante el pasado
siglo en Valencia. Debido a esto, tras muchos
años de mentiras por parte de los sectores
derechistas y liberales de la ciudad de Valencia,
el valenciano cree honradamente que los
apellidos Ferrer, Camarasa, ...o Girona son
valencianos, ¡sin ninguna conexión con lo
catalán!, que el valenciano-pese a sus más que
coincidencias con el catalán-, es una evolución
lingüística del latín hablado por los mozárabes
valencianos durante la ocupación musulmana,
y que el pueblo valenciano se ha mantenido en
esta tierra desde el principio de los tiempos, al
menos desde los romanos, aunque algunos
avispados valencianistas pretenden hacernos
descender de los edeteanos
ininterrumpidamente, o como algunos
ilustrados del siglo XVIII, de los habitantes de la
fabulosa ciudad de Tyris, que pretendieron
identificar con Valencia cientos de años antes
de la fundación romana de nuestra ciudad. Esta
especie de paranoia local ha hecho además que
se nieguen nuestros propios símbolos, como los
gloriosos cuatro palos de gules en campo de
oro, armas de la casa real de Aragón que hoy en
día representan los colores de millones de
habitantes de Cataluña, Aragón, Baleares,
Rosellón, Languedoc o Sicilia, tierras vinculadas
a la antigua Corona de Aragón. Estas armas
recogidas en las enseñas y escudos medievales
de los catalanes y aragoneses que conquistaron
Valencia, pasaron posteriormente a los escudos
locales y banderas, y han sido y son las señas de
identidad de los valencianos desde entonces. El
problema surgió cuando cierto sector de la
oligarquía urbana valenciana pretendió ver en
cierto margen azulado colocado en la bandera
de la ciudad de Valencia para resaltar la corona
real y el murciélago que mantiene esta ciudad
como elementos heráldicos locales, una señal
de diferenciación con la bandera catalana, y
aun hoy es mantenida como tal, habiendo sido
elegida como enseña oficial de la comunidad
autónoma, ignorando con ello al resto del reino
valenciano que en ningún momento tuvo como
suya la bandera local de la capital, y que
continúa usando, excepción hecha de las
comarcas próximas a la capital, la bandera con
los cuatro palos sin franja azul. Por otra parte el
uso de las cuatro barras a las que en ocasiones
añadieron una absurda estrella roja, por parte
de la extrema izquierda, hicieron que la
sociedad valenciana, mayoritariamente
conservadora se alineara de manera defensiva
en los años setenta en una especie de frente
anticatalán cuyo símbolo principal es la
bandera con la franja azul, bandera hecha suya
por los que se han obstinado en diferenciar de
forma radical lo valenciano de lo catalán.

Por todo ello Guinot analiza en los siete


capítulos del primer tomo esta situación, y los
falsos mitos que sobre el origen de los
valencianos y su lengua han sido fomentados
con notable éxito durante el pasado siglo.
Raíces mozárabes, continuidad musulmana y
colonización occitana son teorías tratadas por
el autor con notable maestría desmontando la
supuesta veracidad de las mismas.
En el caso de los musulmanes, analiza la
destrucción de la sociedad islámica de Xarq al-
Ándalus a partir de 1240, fecha en la cual el
pueblo musulmán valenciano fue sometido,
marginado y arrinconado por los
conquistadores europeos, mientras que en
sucesivas expulsiones el elemento árabe fue
reduciéndose considerablemente,
paralelamente a la llegada masiva de colonos
catalanes y aragoneses para cubrir supuestos
vacíos demográficos. Por otra parte analiza las
pruebas documentadas del uso del árabe por
esta población musulmana valenciana hasta su
definitiva expulsión en 1610. Con la
reducidísima representación morisca que
quedó en nuestras tierras a partir de esta fecha,
y ya con vocación de cristianizarse y diluirse en
la sociedad valenciana, poco pudo influir a
nivel étnico, y por supuesto racial en los
descendientes de esas decenas de miles de
familias colonizadoras llegadas del norte, que
por entonces ya mantenían una fisonomía,
cultura, lengua y símbolos puramente catalano-
aragoneses. Toda la documentación así como
los estudios realizados por los historiadores
especializados como Burns, Ferrer, Barceló,
Torró, Huici...son nombrados por el autor, ya
que demuestran que existió un monolingüismo
evidente entre la población musulmana de
Valencia, hablaban el árabe, lengua
notablemente diferente a la de los nuevos
conquistadores, pensaban en árabe, tenían
costumbres árabes, y sobretodo usaban
nombres y “apellidos” árabes. Es evidente que
los apellidos valencianos que se pueden
consultar en esta obra no tienen ninguna
relación con estos nombres arábigos que
usaron estos pobladores valencianos y que
desaparecieron de nuestras tierras en el siglo
XVII para regresar en los últimos veinte años.

Especialmente interesante es el artículo


dedicado a los mozárabes, no ya tanto por el
interés que suscita el tema en sí, sino más bien
por ser este tema uno de los puntales básicos de
los que defienden tesis contrarias al origen
catalán de la lengua valenciana. Aquí el
profesor Guinot intenta buscar pruebas de la
presencia de mozárabes en Valencia, y para ello
analiza las pruebas aportadas por
historiadores locales como Ubieto o Leopoldo
Peñarroja, que sostienen la tesis de una
importante presencia mozárabe en Valencia,
como origen de la lengua valenciana y de la
base de la población valenciana posterior a los
árabes. Para ello presentan algunos
documentos, como el que nombra a la iglesia
mozárabe valenciana de San Vicente de la
Roqueta, ciertas conjeturas, algunos nombres
documentados en la comunidad mozárabe de
Toledo, el supuesto origen valenciano del
obispo de Jaén, Pedro Pascual, y poco más.
Pocas pruebas para defender una tesis como la
de la continuidad de un pueblo y una lengua.
Guinot, si bien afirma la existencia de notables
comunidades mozárabes en diferentes puntos
de la península, y también la probabilidad de la
existencia de algún reducido grupo mozárabe
en Valencia, basa su contratesis en diferentes
factores, como la escasa vertebración
eclesiástica y la débil cristianización existente
en tierras valencianas en el siglo VIII, que
hicieron posible una rápida arabización de la
población de la zona. Es decir, que la población
hispana adoptó, usos, costumbres, religión y
lengua árabe durante los primeros siglos de
dominación árabe, al igual que había sucedido
con los romanos siglos atrás. Esta población,
étnicamente europea accedió ya arabizada a
muchos puestos de dirección de la sociedad
islámica de Xarq-al-Ándalus, y en muchos casos
se fusionaron con los descendientes de los
conquistadores, de ascendencia siria, bereber o
eslava, dando origen a la población musulmana
valenciana que a lo largo de los siglos consiguió
una fuerte cohesión gracias a los elementos
lingüístico y religioso, que las autoridades
hispánicas no consiguieron debilitar,
finalizando con la conocida expulsión de este
elemento que nunca consiguió integrarse en la
sociedad creada por sus vencedores. Con la
llegada del Cid a Valencia en el 1102,
encontramos cierta población cristiana
castellana –las mesnadas de Rodrigo Díaz–
circunstancial, pero lo que es seguro, es que
tras la salida de estas tropas de la ciudad
valenciana, no queda ni rastro de sectores
cristianos en la zona, por lo que mal pudo
existir en 1238 una comunidad cristiana
mozárabe con lengua propia lo suficientemente
grande y fuerte para imponer esa lengua a las
tropas conquistadoras. Muchos de los
pequeñísimos y escasamente probados
ejemplos de los defensores de las tesis
mozarabistas, en cuanto a palabras y frases
pretendidamente mozárabes, son casos de
traductores del árabe que hablan ciertos
dialectos aragoneses, ya que se trata de
palabras en muchos casos ya desaparecidas y
en plena evolución tanto en la lengua catalana
como en el castellano-aragonés.

Así mismo aborda otros mitos enraizados


también en la opinión pública y por ende en la
mentalidad popular, tales como el supuesto
dualismo catalán-aragonés. Según las tesis
dualistas, al elemento mozárabe-musulmán
valenciano, principal base étnico-lingüística de
este pueblo, cabría añadir la de los invasores
catalanes y aragoneses. Los primeros se
habrían asentado en el litoral, dando a la
lengua y cultura de la zona una fisonomía más
burguesa, liberal y comercial, mientras que en
las tierras de interior habría predominado una
cultura aragonesa más feudal. Estas tesis se
basan principalmente en el Llibre del
Repartiment, documento al que Guinot tacha
acertadamente de incompleto, ya que reflejaría
tan sólo los nombres de ciertos primeros
pobladores a los que se concedió propiedades
en Valencia, pero din ninguna garantía de
continuidad de los mismos, ya que como se ha
demostrado, muchos de estos pobladores
vendieron sus posesiones durante los años
siguientes, y es solo con la documentación
relativa a los pobladores de los cien años
posteriores como realmente se puede
establecer la continuidad genealógica entre
estos primeros pobladores y la población
valenciana actual. Algunos autores como
Cabanes o Ubieto, se basan en el Llibre del
Repartiment para fomentar ese dualismo con
igual peso catalán-aragonés, utilizando
apellidos posteriormente desaparecidos para
aumentar el peso aragonés y occitano, y dando
en muchos casos orígenes erróneos a diversos
linajes. Guinot cita como ejemplos los apellidos
Avinyó y Toló, citados como occitanos, ya que
desde luego, no necesariamente serían
originarios de dichas tierras, al existir en el
Ampurdà y el Pallars Jussà respectivamente
dichos topónimos. Lo cierto es que al estudiar
la documentación de comarcas supuestamente
aragonesas, nos encontramos con sobrados
documentos y testimonios de apellidos
catalanes y el uso de la lengua catalana entre
amplios sectores de la población. Del Alto
Palancia, por ejemplo, zona pretendidamente
aragonesa, y aragonesizada sí, pero por la
fuerte emigración del Bajo Aragón durante los
últimos trescientos años, hemos podido conocer
muchísima documentación escrita en catalán
hasta al menos el siglo XVIII, mientras que
tanto en los apellidos más antiguos como en
diversas manifestaciones culturales, así como
en la influencia que el catalán tiene en el habla
local, podemos constatar cierta presencia de lo
catalán. El autor además cita ejemplos como
Oriola y Elx.

En el capítulo de “Les característiques generals


de la antroponímia catalana i aragonesa (segles
XII a XIV)” , para nosotros uno de los más
importantes de la obra, el profesor Guinot
explica la creación del modelo toponímico del
apellido, que fue utilizado principalmente en
las tierras que van desde el Ebro al Rin a partir
del siglo XI, paralelamente a la desaparición del
tipo de nombre de pila germánico que
imperaba en dichas tierras, muy variado y con
significación propia, tales como Aldario,
Gustemar, Radimiro, Guitart, Agila, Aldegardo,
Wifredo, en beneficio de la onomástica
cristiana impulsada por el calendario
gregoriano mucho más repetitiva. Al empezar a
utilizarse el segundo nombre como medida
diferenciadora de los individuos, se utilizó el
topónimo en un momento de frecuentes
movimientos poblacionales al inscribir como
nuevo poblador a la persona utilizando como
segundo nombre el de su lugar de origen,
mientras que en otros casos se utilizó un
segundo patronímico, oficios o características
personales. Ésta es la razón por la cual la
onomástica y la topoonomástica han utilizado
como método para conocer los orígenes de los
pobladores el segundo nombre toponímico, ya
que si bien en los siglos que van del XI al XIII
entre el pueblo llano no existía la conciencia de
linaje y por tanto en muchos casos no se
transmitía el segundo nombre como apellido, si
que es más que probable que en lo que respecta
al Reino de Valencia, en la segunda mitad del
siglo XIII y durante el XIV, fechas más
importantes en cuanto a los asentamientos,
estos apellidos fueran pasando a sus
descendientes especialmente en los que se
asentaron definitivamente en una zona. Guinot
obvia en este capítulo a las numerosas familias
de la baja nobleza asentadas en el Reino de
Valencia durante el siglo XIV y del que existe un
importante registro heráldico en el Arxiu del
Regne de València, ya que en el caso de estas
familias al existir conciencia de linaje e incluso
documentación genealógica, tendríamos el
origen toponímico prácticamente probado. Por
otra parte Guinot apunta como otro de los
problemas de este sistema de investigación los
posibles errores que nos podamos encontrar
con individuos cuyo segundo nombre ya
convertido en nombre de familia fuera por
ejemplo Bernat de Verdú, pero en realidad
viviera por ejemplo en Barcelona a donde
habría llegado ya con dicho apellido, caso por
otra parte más que probable. Al contrario que
Guinot, nosotros sí pensamos que la identidad
étnica y genética del individuo es importante a
la hora de establecer los orígenes, por lo que
este posible error carecería de importancia, al
quedar claro el origen catalán y europeo de una
familia apellidada Verdú, independientemente
de que residiera en Verdú, Barcelona o
Aquisgrán.
Para establecer las líneas topoonomásticas, en
los fundadores del Reino de Valencia, Guinot ha
tenido que elaborar una lista con no sólo las
actuales poblaciones catalanas o aragonesas,
sino que basándose en la documentación
medieval tuvo que reconstruir cientos de
lugares hoy desaparecidos que dieron nombre
de origen a diferentes familias de pobladores,
además ha tenido que rescatar y comparar
diversas listas de pobladores catalanes y
aragoneses anteriores a la conquista de
Valencia. Con estos datos establece las
diferencias existentes entre ambos modelos
antroponímicos –el catalán y el aragonés–, ya
que si bien en el catalán se utiliza al estilo
centroeuropeo más frecuentemente el modelo
toponímico, o como mucho el del segundo
nombre antroponímico tal cual es usado por el
padre- Arnau Bernat-, en la antroponimia
aragonesa del siglo XI, la utilización del sufijo –
ez, tal como se usaba en Castilla, y como
salvándose las distancias utilizaban los pueblos
nórdicos, añadida al nombre del padre, es
usada como apellido en proporciones que
llegan hasta el 80%, mientras que la tendencia
al uso de apodos, características, oficios o
topónimos empieza a aparecer a lo largo del
siglo XIII. Por otra parte Guinot analiza la
frecuencia en el uso de los nombres propios
como método de diferenciación de los
pobladores aragoneses, delimitando una
separación por los usos de los nombres de
bautismo de la zona de Navarra, Rioja y Aragón
en la que predominan nombres como García,
Sancho, Íñigo, Fortún o Jimeno, mientras que
en la parte catalana se repetirían más a
menudo nombres como Ramón, Guillem,
Bernat o Arnau, al mismo tiempo que otros
como Pere o Joan serían comunes a ambas
zonas. Otra peculiaridad catalana destacada
por Zimmermann es la masiva utilización de
nombres de raíz germánica si bien latinizados,
y que como en Castilla comenzaron a estar en
desuso tras la reforma gregoriana. Esta
influencia germánica, y concretamente visigoda
en la antroponimia y onomástica hispana será
materia para un próximo artículo.

Termina el capítulo Guinot con algunos


comentarios sobre la antroponimia occitana, la
mozárabe y la musulmana. Mientras que en la
occitana es difícil de determinar por los
apellidos la presencia de familias de este origen
debido a las similitudes con los modelos
catalanes, no hay coincidencia entre los
antropónimos árabes y mozárabes con los de
los posteriores pobladores valencianos. La
cuestión occitana podría ser también el tema de
próximos artículos, ya que se trata de un tema
muy interesante determinar la presencia e
influencia occitanas en el origen del Reino de
Valencia.

Y finaliza este estudio haciendo un balance a


través de los diferentes modelos de
antroponimia medieval en las diferentes
comarcas valencianas determinando con los
datos explicados en el capítulo anterior los
orígenes de los repobladores de los siglos XIII y
XIV, con ejemplos de nombres y apellidos, datos
y porcentajes. La conclusión del trabajo es que
a pesar de la no homogeneidad de los
fundadores del pueblo valenciano, existe un
predominio claro, sobretodo a partir del siglo
XIV, del elemento catalán, que en algunas zonas
llegaría hasta el 80%, pero presente también
aunque en minoría en las zonas donde el
elemento aragonés es superior. Este elemento
catalán, convive con una parte de la población
que repartiría sus orígenes principalmente
entre Aragón, Navarra, Occitania y Castilla. Los
datos en cuanto al uso de la lengua en las
diferentes comarcas entre 1240 y 1425 según el
estudio de Guinot serían pues los siguientes:

L’Horta Nord: 69% catalanohablantes

L’Horta Sud: 65% catalanohablantes

Ribera Alta: 60% catalanohablantes

Ribera Baixa: 75% catalanohablantes

La Safor: 68% catalanohablantes

Marina Alta: 70% catalanohablantes

Marina baja: 70% catalanohablantes

La Costera: 60% catalanohablantes

La Vall d’Albaida: 65% catalanohablantes


L’Alcoià: 75% catalanohablantes

El Comptat: 58% catalanohablantes

L’Alacantí: 50% catalanohablantes

Baix Vinalopó: 56% catalanohablantes

Baix Segura: 58% catalanohablantes

Los Serranos: 10% de catalanohablantes

Alto Palancia: 10% catalanohablantes

Els Ports: 77% catalanohablantes

Baix Maestrat: 75% catalanohablantes

Plana baixa: 75% catalanohablantes

Camp de Morvedre: 60% catalanohablantes

Ciutat de València: 80% catalanohablantes.

En definitiva, los conquistadores del Norte,


mayoritariamente catalanes trajeron su modelo
de sociedad, sus apellidos, su cultura y su
lengua, elementos a los que habría que añadir
la influencia de aragoneses, navarros,
castellanos y occitanos, más fuertes incluso que
el elemento catalán en diversas zonas de su
influencia. No obstante, la lengua oficial del
Reino de Valencia y la más comúnmente
hablada será la que usaron los conquistadores
llegados de Cataluña, por lo que científicamente
es conocida como catalana. Su evolución
posterior y las influencias que recibirá a través
de los siglos hacen que se la conozca como
variante valenciana, usada por la mayor parte
de los valencianos.

Quizás lo más importante de las conclusiones


de Guinot, independientemente de si la
denominación debería ser ésta o aquélla, es la
demostración de la europeidad de nuestra
tierra y nuestro pueblo. Los valencianos somos
europeos a través de nuestros orígenes
catalanes, y también por la sangre aragonesa,
castellana y occitana que llevamos. A través de
la historia nuestra catalanidad sin embargo se
ha ido diluyendo con la llegada de grandes
oleadas migratorias de elementos de sangre
hermana llegados principalmente de Castilla y
Aragón, que han hecho que la lengua
valenciana hablada por un 80% de los
habitantes de la capital del Reino en 1425 haya
retrocedido a porcentajes que no pasan de un
modesto 30%. En algunos barrios de esta
ciudad el elemento castellano es mayoritario, y
también durante los últimos años comienza a
ser mayoritario en zonas de la capital el
elemento africano. Y esto también es historia.
La historia es siempre lo que nosotros
queramos que sea. Es por ello, importantísimo
que tengamos al menos claros cuales son
nuestros orígenes como pueblo, para saber en
que dirección queremos ir, y sobretodo para
continuar siendo.
Creemos pues, que una obra de estas
características no debería servir únicamente
para reavivar una polémica que jamás debería
haber existido, sino más bien para unir
posiciones. Aceptar, pues las pruebas que están
en nosotros mismos, nuestro origen europeo.

Éstas son las claves que como pueblo nunca


debemos perder de vista, manteniendo nuestra
Identidad y nuestra europeidad ante amenazas
de desaparición de las mismas. En la época de
la globalización y del caos, la defensa de la
identidad de los pueblos es fundamental para la
consecución de una sociedad sana y natural en
un futuro próximo, y conocer el origen y la
historia de los mismos, es fundamental para
entender y defender esa identidad. En esta obra
de Enric Guinot el lector tiene un buen apoyo
para conocer y entender los orígenes del
pueblo valenciano. Y quien tenga dudas o le
molesten las denominaciones, sencillamente,
donde pone “catalán” o “aragonés”, que ponga
“europeo”.

Enric Monsonís

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Europa es posible.
IDENTIDADYTRADICION - 01 DE SEPTIEMBRE DE 2011 - 15:32

Introducción.

Se dice que la política es el arte de lo posible. La


intención de este artículo, y de ahí su título, es
demostrar a los políticos estrechos de miras y a
quienes piensan que el fin del imperialismo
global es una utopía, que Europa es posible; y
que si Europa renace, el imperialismo global tal
como lo conocemos dejará de existir.

En el presente artículo, no hablaremos de la


Europa que fue, sino que demostraremos que
Europa puede ser la potencia del siglo XXI por
territorio, por población, por mercado, y por
poder económico y militar, que al fin es lo que
cuenta.
Pero iremos aún más lejos. Demostraremos no
sólo que Europa puede ser; sino que Europa
debe ser. Que el futuro de los estados europeos,
es la Europa-Nación o la esclavitud perpetua.

La geoestrategia de los grandes espacios.

La geoestrategia del siglo XX, ha sido la de los


grandes espacios. Las naciones que supieron
prevalecer sobre el resto del mundo, fueron
aquéllas que, poseedoras de grandes territorios,
supieron explotar su enorme potencial.

No es por casualidad que el mundo de la


segunda mitad del siglo XX se organizara en
torno a los EE.UU. y a la U.R.S.S. Ambas
naciones, supieron aprovechar el potencial
humano, económico, industrial y de recursos
que su enorme territorio les proporcionaba.
Más aún, supieron rodearse de países satélites
que agrandaban todavía más su espacio de
poder.

La vieja Europa, mientras tanto, se aferró a sus


nacionalismos chauvinistas, y rechazó la
oportunidad de formar el espacio geopolítico
europeo; error que pagó con la ocupación, el
desmembramiento y la esclavitud.

Un país como los EE.UU. con 9.600 kilómetros


cuadrados y 280 millones de habitantes, puede
desplegar portaaviones como el Nimitz o el
Eisenhower de 332 metros de eslora y 5.500
tripulantes. Un país con 40 millones de
habitantes puede desplegar el Délalo o el
Príncipe de Asturias, de 175 metros este último.
Siguiendo esta regla de proporcionalidad, ¿Qué
podrían los EE.UU. contra una Europa de 700
millones de habitantes?

La unificación de Europa, supondría el


lanzamiento al teatro geopolítico global de una
potencia sin comparación. Los europeos
podemos elegir entre permanecer en la esfera
de los EE.UU. y sucumbir en la marea de la
globalización, o unirnos y detener la locura que
nos conduce a la dictadura global.

Europa sometida desde fuera.

Cuando el Estado Mayor angloamericano se


inclinaba sobre los mapas en 1943 para
preparar la operación Overlord (el
desembarco de Normandía) hablaban de los
planes para “la invasión de Europa” Esta
expresión se usó incluso en la prensa hasta el
fin de la guerra, que efectivamente, acabó con
un ejército de ocupación norteamericano sobre
el territorio Europeo, y un desastre para todas
las naciones del viejo continente –incluidas las
vencedoras−. Los holandeses fueron expulsados
de Indonesia, los franceses de Indochina, los
belgas de África y los ingleses de medio mundo.
El resultado fue que los países europeos, fueron
confinados a sus territorios continentales; lo
que supuso hasta hoy, la total renuncia de
Europa a intervenir en los asuntos del mundo.
Los EE.UU. se reservan el derecho de ingerencia
en los asuntos de otros países. Europa sólo
puede intervenir como “aliado” (léase como
prolongación del brazo americano) allí donde
es requerida. Así de triste está la cosa. Sometida
al imperialismo global, Europa no tiene ya
capacidad de decisión ni siquiera sobre sus
propios asuntos, no podemos hoy, ni soñar en
desarrollar una estrategia Europea de política
exterior acorde con los intereses europeos.

Durante la época de la guerra fría, se justificaba


la presencia militar americana en Europa como
el “escudo americano” que salvaría al
continente de la invasión de las hordas
soviéticas. Hoy que el enemigo rojo ha
desaparecido, el “escudo americano” sigue
pendiente sobre las cabezas de los ciudadanos
europeos, y no hay perspectiva de que esta
circunstancia vaya a cambiar.
Europa basa todo su plan de defensa en la
OTAN, organización perversa desde su
nacimiento. La OTAN no sirve a los intereses
estratégicos europeos sino a los de los EE.UU. y
ello por que fue creada en el momento de
mayor influencia americana en Europa; la
OTAN no es ni ha sido nunca una alianza entre
iguales, sino un plan de defensa
norteamericano que incluye a Europa no como
aliado sino como colonia, como escenario del
virtual conflicto que se hubiera podido
producir durante la guerra fría.

La OTAN es una organización perversa y


antinatural, pues sólo puede convenir a la
Europa sometida; para la Europa libre e
independiente que pretendemos, los Estados
Unidos no son un aliado sino una amenaza, no
se encuentran al lado, sino enfrente de los
intereses reales de los europeos. Europa no
necesita para nada a la OTAN; no somos, no
queremos ser las tropas coloniales de los EE.UU.
La Europa unida, puede desplegar por sí sola,
un ejército sobradamente fuerte en efectivos y
tecnología como para satisfacer sus necesidades
de defensa y más aún.
Europa sometida desde dentro (los
nacionalismos)

Entiéndase bien, no estamos en contra de las


justas reivindicaciones nacionales de los
distintos pueblos de Europa; todo lo contrario,
creemos en una Europa federal, una nación con
muchas patrias. Pero lamentamos que los
partidos y grupos nacionalistas se cierren en
sus afanes independentistas (aguijoneados en
gran medida por los chauvinismos centralistas
de los gobiernos nacionales) y olviden incluir
en sus programas la Europa federal, sin la cual
sus ansias de independencia son sólo simples
utopías.

Si antes hablábamos de la importancia


geoestratégica de los grandes espacios, y
concluíamos que territorios como Francia,
España o Italia no son lo bastante grandes en
extensión y número de habitantes para
mantener una independencia real, ¿qué
diremos de Euskal Herria, Cataluña o Irlanda?

Los nacionalismos sólo tienen futuro en el


marco de una Europa unida, fuerte y federal;
una Europa de las patrias que rechace los
chauvinismos centralistas, pero que mantenga
una cohesión lo bastante sustancial como para
evitar grietas ante los problemas de política
exterior y defensa. Ésta es la Europa que
echamos en falta en los programas de los
partidos nacionalistas; y debemos alertarles
desde aquí que no se conviertan en lacayos del
sistema y agentes globalizadores al fomentar la
atomización de los estados europeos que
alejaría para siempre la posibilidad de una
Europa fuerte y unida que pudiera frenar la
estrategia global.

No pensamos, por supuesto, que los


nacionalistas hayan de renunciar a sus
aspiraciones, sólo que han de adaptarlas al
marco geoestratégico en el que vivimos. ¿O
acaso importa algo que Cataluña o Euskadi, por
ejemplo, sean “independientes” en el marco de
la estrategia global?

Con lo que sí que hay que acabar es con los


nacionalismos cerrados, llenos de rencores y de
envidias. Es triste para un europeo, ver cómo
entre los nacionalistas catalanes o vascos por
ejemplo, se ha generado un rechazo hacia la
cultura castellana, mientras que no apreciamos
el mismo rechazo hacia la americanización o
africanización de sus culturas. Entiéndase, no
sólo hablamos de los “pequeños”
nacionalismos, lo mismo que hemos dicho para
los nacionalismos regionales, se debe aplicar a
los “grandes” países. Es necesario si queremos
construir Europa, pensar en clave europea. Ya
no hay más franceses, españoles, italianos,
suecos o daneses; para hacer Europa, primero
han de hacerse los europeos.
La Europa unida, no se construirá como la
suma de los nacionalismos chauvinistas, pues
de ello sólo resultaría la suma de sus traumas,
envidias, rencores y debilidades. La nueva
Europa se basará en la unión real de los
pueblos de Europa en un destino común y
unitario.

Aunque parezca paradójico, el futuro de los


nacionalismos está ligado al de la unidad de
Europa; por lo menos el de los nacionalismos
sinceros; los otros, como ya hemos dicho, son
sólo agentes de la globalización.

El sistema frente a la unidad de Europa.

Desde siempre, se ha temido a la Europa unida.


Primero Reino Unido y luego los EE.UU, han
centrado su política exterior en impedir que la
unificación de Europa fuera posible. Reino
Unido (o más bien los poderes que desde allí
operan) hizo imposible el imperio español,
luego el francés y más tarde el alemán. El
centro de la estrategia angloamericana es
mantener la división de Europa a toda costa.
El sistema ataca a Europa desde dentro, desde
los mismos gobiernos y partidos que se
disputan, no el poder, sino los puestos en la
administración que les permitan negociar con
los privilegios propios de su cargo. El poder
político de verdad, queda para el sistema. Todos
los partidos, todos los gobiernos de Europa en
mayor o menor medida, son colaboracionistas
con las fuerzas de ocupación.

Ya que no puede detener la marcha hacia la


unificación de Europa, el sistema intenta
sabotearla controlando sus instituciones, a sus
políticos y a sus gobiernos; permite la unidad
económica, pero sólo dentro del sistema liberal-
capitalista. Mantiene una Europa-ilusión, que
sólo puede pretender llegar a ser un reflejo de
los EE.UU. Los políticos colaboracionistas,
mantienen esa Europa-ilusión, y conducen a la
Europa real a caminos sin salida, saboteando
cualquier iniciativa que se aparte de la Europa-
ilusión, aún cuando la única esperanza de
libertad para Europa está fuera del sistema
liberal-capitalista.

Otro frente de la lucha del sistema contra


Europa son los medios de comunicación de
masas. Basta ver los telediarios o leer los
periódicos para comprobar cómo todos los
medios de comunicación mantienen siempre el
mismo punto de vista, sobre todo en lo que a
noticias internacionales se refiere; y casi
siempre, es el punto de vista contrario a los
intereses europeos. Otro tanto se puede decir
del cine. ¿A quién puede servir un medio que
precisa cantidades cada vez mas astronómicas
en sus presupuestos? Cada año salen de
Hollywood, una o dos producciones que dicen
ser “la más cara de la historia del séptimo arte”
y estas superproducciones, suelen también
acaparar la mayor parte de los premios. Este
arte a golpe de talonario, sirve a quien financia
la producción, es decir, a las multinacionales y
a la banca, y obviamente, transmite valores,
que diremos poco recomendables para no
resultar hirientes. Hollywood, es para Europa la
fábrica de pesadillas, el mayor publicista del
American way of life y al mismo tiempo, quien
procura mantener abiertas las viejas heridas de
Europa.

Con los medios de comunicación, el sistema


persigue la muerte de la cultura y los valores
europeos y su sustitución por la “cultura” y los
“valores” globalizados.

La Europa unida.

Hasta ahora hemos presentado un panorama


bastante negro del presente y el futuro de
Europa; pero las cosas no tienen por qué seguir
siendo así. Las cosas pueden cambiar, porque
como decíamos al comienzo del presente
artículo, Europa es posible. Es posible pese a la
incredulidad de los ciudadanos de Europa que
son incapaces de imaginar un futuro común. Es
posible pese a los políticos colaboracionistas y
corruptos que nos dirigen (y así nos va) y por
encima de todo, es posible pese al sistema que
pretende impedir que Europa SEA.

La unidad de Europa no sólo es posible, no sólo


es conveniente, es además indispensable. La
Europa del siglo XXI, será una Europa unida o
esclava. Ya hemos dicho, que el futuro
pertenece a los grandes espacios geopolíticos,
que Europa unida, por territorio, por
capacidad industrial y por población, puede
desbancar a los EE.UU. y a su plan de dictadura
global. Pero para ello, Europa no puede ser un
simple mercado común, ni siquiera una simple
asociación de estados. Europa debe ser Estado,
y debe ser Nación; es decir, ha de tener
estructuras sociales y políticas unitarias, una
voluntad de ser unitaria, una política exterior y
de defensa firme e inequívocamente unitaria, y
además ha de tener conciencia de ser. Un
europeo de Sevilla, ha de sentir como
conciudadano a uno de Munich o de Kiev.

Quizás pequemos de optimistas, pero creemos


que la unidad psicológica de Europa está muy
avanzada; y eso no deja de tener importancia.
Cada vez mas ciudadanos se sienten europeos;
la apertura de fronteras y la entrada en vigor
del Euro, han tenido bastante que ver en
esto[1].

Pero la unión psicológica no basta, hay que


darle forma como ya hemos dicho, con
estructuras y con conciencia. Europa ha de ser
fuerte y unida, pero ha de respetar los
particularismos étnicos. No ha de ser una suma
de países cada cual tirando para sí, ha de ser
una fusión de naciones. La Europa del futuro
no será la de Francia, España o Alemania, será
una Europa de pequeñas regiones con gran
capacidad de autogobierno y construidas en
base a la diversidad étnica de Europa. El
gobierno ha de estar lo más cerca posible de los
ciudadanos; y los particularismos étnicos han
de ser respetados al máximo. De este modo,
ninguno de los países actuales, predominará
sobre los otros, sino que la nueva Europa, será
una fusión natural de todas las etnias
europeas. Los países son creaciones artificiales,
las etnias son las células naturales que
formarán el futuro Estado europeo.

La Europa unida, formará un nuevo polo de


poder en el mundo que romperá el dominio de
los EE.UU. y sus aliados, impidiendo el
desarrollo de la estrategia globalizadora. Por
eso, la Europa del futuro es el gran enemigo de
los EE.UU. y por eso uno de sus objetivos
estratégicos principales es que la unidad real de
Europa no llegue a producirse jamás. Pero no
nos engañemos, no son los EE.UU. y el sistema
los únicos, ni siquiera los principales culpables
de que la unidad de Europa no se lleve a cabo.
La unidad de Europa está en manos de los
europeos, y somos nosotros, en última instancia
los responsables de nuestro destino. A nosotros
nos toca decidir cuál será nuestro futuro y el de
nuestros hijos; de nosotros depende el que
Europa sea libre o esclava.

Redacción Europae.

[1] Por cierto, el Euro, al año de entrar en vigor,


ya superaba al Dólar en valor, y su aceptación
internacional fue tal, que el miedo a que el
petroeuro sustituyera al petrodolar, se baraja
como una de las causas muy posibles de la
actuál crisis militar de Oriente Medio. Prueba
irrefutable de que Europa no sólo es un sueño,
sino que comienza a ser la pesadilla del
sistema.

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Misael Bañuelos.
Médico y pensador
para su pueblo
IDENTIDADYTRADICION - 01 DE SEPTIEMBRE DE 2011 - 15:30

En el Dr. Bañuelos se concentra y converge la


personalidad de un gran erudito español, con la
inteligencia profunda y penetrante de un
escudriñador de su tiempo y de su Patria, de un
sintetizador minucioso y analítico de causas y
efectos, de un investigador de fuentes y
orígenes y de un gran soñador de esperanzas.

Suele suceder que los hombres que destacan


por sus brillantes exposiciones y elocuentes
ensayos científicos y doctrinales, pasen
desapercibidos y duerman sus obras adosadas
en las estanterías compactas de bibliotecas
especializadas. Preguntar a nuestros
contemporáneos por un contemporáneo
reciente y compañero de siglo como el Dr.
Bañuelos García es encontrar, casi con toda
seguridad, una respuesta negativa por la
ignorancia del autor y de la obra. Y sin embargo
como catedrático, como hombre de ciencias,
como paciente y riguroso constatador de los
fenómenos humanos, como escritor e incluso
como buen conversador en las tertulias de los
humeantes y concurridos cafés de Castilla,
como conferenciante sobresalió y destacó
uniendo a su docencia magistral, el empirismo
y la praxis, la teoría y la acción, el ayer y el
mañana.

Nos centraremos en sus obras literarias y de


sociología biológica, no sin dejar de mencionar,
aunque sólo sea como bibliografía, la
vertebración de sus ampliaciones de medicina y
biología general, como su Psicofisiología del
dolor, obra premiada por la Real Academia de
Medicina en 1915; las dos obras aparecidas en
1928 sobre Principios fundamentales del arte
clínico y Patología y Clínica del sistema
neurovegetativo; La cura de reposo en el
tratamiento de la tuberculosis pulmonar de
1931, que por su interés sería traducida al
francés y al italiano; en 1933 aparecía El ritmo
como función del sistema neurovegetativo y
dos años más tarde los tres grandes volúmenes
con un total de 2.900 páginas, su Manual de
Patología Médica, viendo la luz al año siguiente,
en 1936, sus Fundamentos aparentes del
mundo de lo organizado. Abre durante la
guerra de liberación española un paréntesis y
escribe incesantemente publicando durante los
mil días de la contienda seis volúmenes de una
colección que epigraía como Problemas de mi
tiempo y de mi patria y en la que desarrolla
una visión de la sociología desde una óptica
biológica. Son de estas obras las que nos
ocuparemos con mayor detenimiento en los
límites de espacio de una publicación periódica.
En 1940 publica dos obras: Patología y clínica
del sueño y estados afines y una obra curiosa y
rara por la temática y por las conclusiones a las
que llega, y que incluiremos en nuestro escrito
de forma más pormenorizada: Antropología
actual de los españoles. En 1941 constatamos
tres obras: su Pulmonías y bronconeumonías, el
Manual de Terapéutica Clínica en lo que
respecta a temas profesionales de su
especialidad, y Temas y meditaciones breves
con una complicación de escritos y artículos de
gran interés y, finalmente, en 1942 se editan
Personalidad Carácter y Psicología de la
masculinidad, última de sus obras que tenemos
catalogadas y que dedica a “sus enemigos
activos, agresores y calumniadores".

Bastaría la enumeración de su obra escrita que


llena decenas de millares de páginas para
confirmar que estamos ante la presencia de un
genio, de una capacidad cerebral, de un
metódico y estudioso profesor universitario
cuyo legado es ingente y de un valor
inestimable.

El primero de sus libros sobre temas


sociológicos lo dedica a su madre, doña Isabel
García del Campillo y a don Severo Bañuelos
Diez, padre del autor cuyo recuerdo y
enseñanzas animaron la redacción de este
libro, y que fue redactado, según las primeras
líneas del libro bajo la inquietud que, en
numerosos españoles que sienten muy
vivamente el amor a la Patria, han producido
los acontecimientos desarrollados en los
últimos años en España, y lo escribe porque
cree firmemente que la dirección actual y la
trayectoria que la humanidad sigue desde hace
más de un siglo, tiene que ser rectificada
prontamente si se quiere evitar la ruina de la
civilización de los días que vivimos, y hacer
posible, a la vez, el surgimiento de una nueva
cultura y otra civilización más perfecta que la
de hoy. Como biólogo considera que el examen
desde su prisma de los problemas de la vida
humana en sociedad, es indispensable para
juzgar acertadamente el camino más
conveniente de la humanidad actual y futura.

Y es curioso y sintomático que lo primero que le


preocupa son las ventajas e inconvenientes,
desde el punto de vista biológico, que presentan
los sistemas parlamentarios, haciendo entre
otras las siguientes observaciones: la
democracia tiene terribles inconvenientes. Las
ideas democráticas declaran al hombre igual en
derechos, en posibilidades, en deberes, pero no
se cumple igualmente, ni se respeta lo que se
refiere a los deberes. Y con ello surgen a la
larga los grandes inconvenientes que la
democracia encierra en su seno.
Inconvenientes tremendos que pueden dar al
traste con una civilización y una cultura, y que
pueden provocar la regresión hacia etapas ya
recorridas por la Humanidad con triste
experiencia...

Subraya que las leyes biológicas son inflexibles,


y que el hombre hecho de materia viva y la
humanidad hecha de hombres, está sometida a
las mismas leyes que rigen la existencia de los
seres vivos. Y añade: hay una gran realidad
biológica, y es que los hombres no son iguales,
los hombres son diferentes. Las religiones, la
filosofía y la moral proclamarán la igualdad;
pero la Biología, que se basa en la realidad,
afirma que son diferentes, y por ello son
diferentes las culturas de Oriente y Occidente,
las antiguas y las actuales, y lo serán las
venideras.

Enjuicia los partidos políticos anotando que


defienden única y exclusivamente, y luchan
principalmente, por los intereses económicos
de sus adheridos.

Hace una observación constatable al afirmar


que el afán de riqueza conduce a limitar los
nacimientos y a la larga a la desaparición de las
familias que han alcanzado la riqueza por no
haber tenido descendencia. Por ello se ha dicho
que el capitalismo devora a sus propios hijos.
Sigue los dictados de Goethe proclamando que
más útil que saber es pensar, y más importante
que pensar, observar, y así llega a la conclusión
de que pensar vale como pensar por cuenta
propia, y saber equivale a creer que se piensa,
cuando en realidad sólo se hace pensar por
cuenta ajena. El pensamiento original propio es
la expresión elevada de la actividad
contemplativa espiritual del hombre ante el
mundo. Comparte con Penzoldt que “el arte es
la expresión del poder” y saber observar,
meditar y pensar es solamente una preparación
para poder hacer, y la exteriorización del poder
en la creación de obras constituye el arte.

Por eso la cultura la hacen los hombres. Es una


creación del espíritu humano y, por lo tanto
solamente pueden crear cultura aquellos
hombres educados formativamente, que hayan
llegado a adquirir la cantidad suficiente para
poder crear algo que signifique
perfeccionamiento progreso en el camino
ascendente de la humanidad, desmenuzando
los grados de la cultura en grado progresivo en
saber por haber leído, meditar y pensar sobre
lo leído u oído, observar que no es igual que ver
sino ver con atención y estudiando y,
finalmente, adiestrarse en la capacidad para
poder hacer: y aquí poder hacer y poder crear
aparecen como cumbre de toda cultura y como
grado supremo del cultivo del espíritu humano.
Al hombre de hoy no le basta saber, no le basta
pensar ni meditar, necesita crear y ¡Ay del
pueblo que no sea capaz de crear! Los otros, los
que tengan esa capacidad, le absorberán y le
barrerán de la superficie de la tierra: porque la
Naturaleza no permite la existencia de los
incapaces y tarde o temprano, el espíritu del
poder, el espíritu de los pueblos más cultos se
exteriorizará en la conquista del que haya
renunciado a la capacidad del poder, al grado
supremo de la cultura. Bien entendido que el
poder de los pueblos no se mide ahora ni se
midió en los siglos pasados por su cifra de
analfabetos, sino por el número de sus
investigadores.

En la misma línea que Spengler se detiene a


meditar sobre cómo nacen, crecen, decaen y
mueren los pueblos y las nacionalidades,
apreciando que bajo la apariencia de móviles
políticos los pueblos obedecen en realidad a su
evolución, a leyes biológicas y económicas,
siendo la necesidad de subsistir y el impulso de
dominio, lo que obliga a los pueblos y a los
hombres a actuar en la vida como lo hacen.
Escribe que un pueblo, una nación, un imperio
y una cultura o una civilización no son
productos nunca de un acuerdo entre todos los
habitantes que viven en un país, sino que es un
número de individuos, que puestos de acuerdo
sobre ciertos puntos se dan una organización y
nombran un caudillo que acomete la empresa
de dar mayor extensión al pueblo, de realizar
conquistas, de ensanchar las fronteras y de
aumentar la riqueza y el poderío material de
sus habitantes. Para ello captará la voluntad de
otros grupos con el propósito de lograr su
colaboración, los subyugará si preciso fuera, y
aún los exterminará si opusieran resistencia. La
ley del crecer y medrar está impuesta por la
naturaleza de tal modo, que se tiene o no se
tiene la voluntad de ser. Y si se tiene, no hay
otro remedio que vencer cuantos obstáculos se
opongan al desenvolvimiento y poderío del
nuevo pueblo y de la nacionalidad que nace.

La historia sólo es explicable por la necesidad


de subsistir, como idea directora de la actividad
de los pueblos. Pero el grupo dominante en su
fuerza expansiva se disemina y pierde en
densidad. Necesita colaboraciones y las busca
como puede; casi siempre concediendo
derechos a los subyugados, y éstos, en
posiciones favorables, se multiplican
extraordinariamente y asaltan el poder; pero,
incapaces de disciplina surge la demagogia
repetidas veces alternando con la tiranía (la
misma idea la encontramos en Aristóteles). El
fin ha llegado.

Para Bañuelos los sentimientos patrióticos


permiten una selección progresiva cuando son
premiados por las leyes, y una selección militar
progresiva cuando la política del país se orienta
hacia el exterior. Por eso insistía sobre su idea
central de que la eficacia selectiva humana, en
sentido progresivo de una revolución política,
se mide ante todo y sobre todo, por las
facilidades que brinde para la selección de los
mejores teniendo presente el hecho
fundamental de que una nación ofrece en todos
los momentos de su historia, las características
psicológicas del grupo dominante. Y cuando en
el curso de los siglos cambia el grupo que rige
los destinos de un país, cambia también el
carácter y la psicología de la nación, en su
conducta y caracteres psicológicos (Ortega y
Pareto).

Analizando los problemas que aquejan a


España, considera que el más trascendental de
todos es el buscar el medio por el que nuestro
pueblo pueda dar el mayor y mejor contingente
de hombres capaces. No basta únicamente la
enseñanza bien orientada. Tampoco un exacto
cumplimiento del deber de todos los
ciudadanos. Igualmente no constituye el ideal
regenerador de un país, el que se busque la
perfección en la obra de todos los individuos
engranados en la máquina del Estado. Es
preciso que se utilicen todos los hombres en los
puestos en los que puedan dar el mayor
rendimiento. La totalidad de la población de un
país utilizada del mejor y más conveniente de
los modos, es el ideal del Estado.

Busca en el campo las raíces más profundas y


genuinas del pueblo español, de su cultura, de
su civilización, de su arte, de su ciencia y de su
espíritu. Por ello cultivar la aldea, el caserío, la
granja y la pequeña villa, es laborar por
España, considerando a la ciudad un producto
artificioso de cada época.

Señala los principios y leyes que fundamentan


el progreso humano:

1. Ley de perfeccionamiento de toda función.

2. Ley de la diferenciación del trabajo.

3. Ley de la especulación de una función.

4. Ley de supresión de lo inútil e innecesario.


5. Ley del ahorro de tiempo y energía.

6. Ley de la creación de la función nueva.

7. Ley de las subordinaciones a un fin superior.

8. Ley de las defensas.

9. Ley de adaptación a las nuevas necesidades.

10. Ley de las correlaciones, interdependencias


y ayudas mutuas.

11. Ley de la captación de ayudas.

12. Ley de la protección desfigurada.

13. Ley del conocimiento de la realidad.

14. Ley del mantenimiento activo de los


motores psíquicos.
15. Ley de la educación de la acción.

16. Ley del sentido de lo útil.

17. Ley del sentido de lo eficaz.

18. Ley de previsión del porvenir.

19. Ley del aumento de potencias y reservas.

20. Ley de la fe en sí mismo y en las ayudas


divinas.

21. Ley de la vigilancia.

22. Ley de la rectificación.

En uno de sus ensayos del volumen y de su obra


Problemas de mi tiempo y de mi Patria hace
una crítica del hombre político entendiendo
por tal el hombre que ha estudiado, estudia y se
ocupa de resolver, en sentido favorable, los
problemas de su pueblo y de su Patria.
Considera como segunda condición a valorar en
el político su concepción de lo que debe ser la
política. Para Bañuelos este arte consiste en
llevar a un pueblo a un mayor desarrollo y a
facilitarle el camino de su persistencia en la
Historia por venir, dándole a la vez, una vida
más próspera, más fácil y más perfecta, moral y
materialmente. Por el contrario el frecuente
arte de la intriga y del engaño para alcanzar el
poder y servir a sus propios apetitos, sólo puede
conducir a la ruina de las naciones, a la
desmembración de los Estados y al
envilecimiento y aniquilamiento de los pueblos.

J. L. JEREZ RIESCO

Articulo aparecido en la revista Terra Nostra nº


14.

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Bretaña: megalitos y
celtas.
IDENTIDADYTRADICION - 24 DE AGOSTO DE 2011 - 10:51
Para quien lo ve desde lejos, el Mont Sant-
Michel, aparece distante, inaccesible, como el
reflejo de otra realidad superior, que desde
aquí se puede tan sólo intuir. Las mareas hacen
que a veces permanezca aislado, para
posteriormente, cuando el mar se retira, volver
a ofrecernos la posibilidad de penetrar en él,
quizás como reflejo analógico de esa realidad
superior que todos intuimos, pero que nuestras
propias construcciones mentales, nuestras
debilidades, nuestras pasiones –el mar- nos
impidan identificarnos con ella. El hecho que
desde épocas druídicas, éste haya sido un lugar
de culto religioso, cuyas sucesivas
construcciones han culminado en el impactante
aspecto actual, refuerzan el significado especial
del lugar, siendo sin duda un importante punto
mágico.

Pero además de todo esto, el Mont Sant-Michel


marca la frontera histórica entre los ducados de
Bretaña y de Normandía, aunque siempre se ha
considerado más normando que bretón, y hoy
ha quedado administrativamente incluido en
Normandía, los bretones incluso han
versificado esta reivindicación:
«Le Couesnon a fait foile,.

Cy est le Mont en Normandie».

Entrar a Bretaña desde Normandía, supone en


cambio mucho mayor de lo que la corta
distancia que las separa podría hacer pensar, se
deja atrás una región donde las huellas
escandinavas son muy visibles, desde las
construcciones hasta la antropología física de
sus habitantes, para adentrarse en el no menos
fascinante mundo celta de Bretaña, en la que
más allá de cualquier intento de asimilación
por parte del jacobinismo parisiense, la
conciencia de su realidad étnica está muy
presente.

La Bretaña se divide en dos zonas: la Armórica,


conocida por los galos como Armor, que
etimológicamente significa «región cercana al
mar», y la zona interior, Argoat, o región
interior. Otra división más típica, es la de Baja
y Alta Bretaña, siendo la primera donde se
conservan más arraigadas las costumbres
bretonas, y, especialmente, el idioma.
BRETAÑA A TRAVÉS DEL TIEMPO.

La primera realidad con la que nos


encontramos en Bretaña es el Megalitismo, una
de las más tempranas expresiones culturales
europeas, cuya explicación aún es un misterio
para muchos autores, pero que como ha
demostrado Colin Renfrew y el C 14, nace en el
Atlántico norte para desde ahí descender hacia
el sur y penetrar en el Mediterráneo.

Antes de la llegada de los bretones, esta


península recibía el nombre de Armórica, y
estaba habitada por pueblos celtas, que
formaban parte del conjunto galo y que habían
llegado a esta zona entorno al 500 aC. Estos
galos serían, para entendernos, Asterix y sus
amigos, que no son los ascendientes de los
actuales bretones. A pesar de los que nos
cuentan estos divertidos comics, la
romanización llegó con fuerza hasta Armórica,
hay vestigios suficientes que así lo atestiguan.
La romanización supuso el abandono lento
pero progresivo del galo, pues los habitantes
comenzaron a acostumbrase a usar el latín
como lengua oficial pero también cotidiana, de
este latín vulgar es del que nacerá el actual
francés. El hecho de que en Bretaña se hable
hoy una lengua celta se debe a la
«receltización» de la Armórica (después
Bretaña) entre los siglos V y VI por los bretones
venidos desde Gran Bretaña.

Ya hemos dicho que la instalación de los anglos


y sajones en Gran Bretaña llevó a que los
bretones, desposeídos de sus tierras, se
refugiasen en Armónica, hecho que sirve como
marco histórico a las leyendas artúricas. No
sabemos mucho de la acogida que recibieron
estas bandas de inmigrantes entre los años 400
y 600, seguramente se fueron instalando en
gran número en las zonas despobladas del país,
pero donde la población primitiva era
suficientemente densa se produjeron
enfrentamiento, como el que tuvo lugar en el
siglo VI en la zona de los vénetos (tribu gala)
donde el jefe bretón Waroch tuvo que
imponerse a la fuerza, los armoricanos de
Vannes pidieron ayuda a los francos para hacer
frente a esta invasión bretona, pero no lograron
pararla y Waroch extendió sus dominios hasta
lo que hoy conocemos como Bretaña, esta
expansión sólo fue frenada por Carlomagno,
quien para ello instituyó la llamada Marca
Bretona.

Los herederos de Carlomagno dejaron el


dominio de la zona a un jefe bretón, Nominoé,
quien termina por independizarse totalmente,
instaurar la monarquía bretona y extender sus
domino hasta Rennes y Nantes, antes de morir
en 851. Su nieto Salaun extiende las fronteras
de Bretaña hasta la máxima extensión que
nunca han conocido y se afirma en el título de
«Rey de los bretones». Pocos años después
comienzan las incursiones vikingas, que son
derrotados en una primera instancia por Alain
el Grande, quizás el soberano más importante
de la historia bretona, aunque a principios de
siglo X vuelven a conocerse importantes
incursiones vikingas hasta que son derrotados
de nuevo por Alain Barbe-Torte, último rey de
Bretaña muerto en 952, sucediéndole un
periodo de anarquía interna y miseria que
durará hasta el siglo XIV.

De 1341 a 1364 se desarrolla una guerra, que


sumirá a Bretaña en la ruina, por la sucesión
del ducado en la que Carlos de Blois, apoyado
por los franceses es derrotado por Juan de
Montfort, aliado de los ingleses. La casa de
Montfort pasa a dominar Bretaña desde 1364 a
1468 vuelven a levantar el país, siendo éste el
período más floreciente de su historia, los
duques son auténticos soberanos, y sólo rinden
un homenaje teórico a los reyes de Francia.

Ya en 1491, Ana de Bretaña se casa con Carlos


VIII, rey de Francia, permaneciendo como
duquesa de Francia. Carlos VIII muere
accidentalmente, ella se convierte en reina de
Francia, y se vuelve a casar con Luis XII. A su
muerte, su hija Claudia de Francia, heredera
del ducado, Claudia se casa con Francisco I
quien hace la definitiva unión entre Francia y
Bretaña.

Un hecho del que aún hoy están muy orgullosos


los bretones, es que en 1534 Jacques Cartier
descubra las costas de Canadá, dando inicio a
una constante corriente de emigración de
bretones hacia el nuevo territorio, siendo éste,
junto a la emigración normanda, el origen de la
actual población francófona de Québec.

Durante los siglos XVI, XVII y XVIII asistimos a


algunos conatos de guerra de religión, revueltas
populares y actividades corsarias, centradas
estas últimas en la ciudad de Sant Malo.

La Revolución de 1789 es acogida de diferente


forma por los bretones; mientras unos la
apoyan con entusiasmo, otros organizan una
gran revuelta lealista conocida como La
Chouannerie. Pero es con el triunfo definitivo
de la Revolución cuando se inicia el proceso de
uniformización al que tanto se han opuesto el
conjunto de los bretones.
EN LUCHA POR LA IDENTIDAD.

El movimiento bretón fue el más precoz en su


aparición dentro de la escena política francesa,
pues lo hizo antes de 1914. En la Francia
revolucionaria y más tarde en la república
burguesa del XIX, Bretaña se convirtió en uno
de los bastiones de la resistencia
contrarrevolucionaria de la nobleza apoyada
por el clero, potando por una economía agraria
lo más autárquica posible.[1]

Durante la primera mitad del siglo XIX tuvo


lugar un despertar cultural en el que se exaltó
el pasado celta y las tradiciones culturales
propias. La defensa de la fe católica y del
idioma bretón se concebía también como una
barrera infranqueable para el laicismo y el
republicanismo. Ya en tiempos de la III
República la aristocracia agraria bretona
recurrió a la movilización del campesinado
como estrategia de oposición al estado central,
y fue en 1898 cuando se constituyó la Unión
Regionalista Bretona (URB), de la que en 1911
se escindieron dos grupos: la Federación
Regionalista Bretona y el Partido Nacional
Bretón, que fue el primero en definir a Bretaña
como una nación «oprimida como Polonia e
Irlanda».
La Primera Guerra Mundial supuso una
decadencia imparable de la preeminencia
económica de la elite aristocrática agraria,
acentuándose la emigración bretona hacia
otras partes de Francia, especialmente París.
Una nueva generación de estudiantes de
Rennes y Alta Bretaña tomó el relevo en la
dirección del movimiento bretón. En 1918 tres
jóvenes monárquicos influidos por las teorías
de Maurras y el vanguardismo cultural
fundaron el Grupo Regionalista Bretón (GRB) y
empezaron a editar una revista bilingüe en
francés y bretón, Breiz Atao, referente histórico
del nacionalismo bretón. En 1920 Olier Mordrel
y otros dos activistas del GRB fundaron la
Unión de la Juventud Bretona (Unvaniez
Yaonakiz Vreiz), mostrando una mayor
tendencia a la radicalización, siendo
partidarios del vanguardismo cultural y del
laicismo, y a partir de finales de la década de
los veinte, experimentaron una paralela
orientación hacia la derecha radical. El zeitgeist
de la liberación de los pueblos, así como el
influjo de los nacionalistas irlandeses y, en
menor medida, galeses, considerados como
hermanos por los jóvenes bretonnats, tuvo una
gran influencia en este grupo. De hecho la
componente celtista de Breiz Atao buscaba
redefinir el lugar de Bretaña dentro de la
comunidad supranacional de «naciones celtas»,
estrechando relaciones con los nacionalistas
galeses desde 1922. Como objetivo inmediato el
PNB proponía la transformación de Francia en
un Estado federal y su incardinación en un
proceso de unidad a escala europea.

Pero el fracaso electoral actuó de detonante en


las divisiones internas del movimiento, dentro
del que emergerían con claridad una tendencia
de derecha radical e independentista,
encabezada por Mordrel, y otra de izquierda
liberal y federalista, encabezada por Duhamel y
Marchal. El sector de Mordrel, el más
importante, refundó el PNB en 1931 con claros
contenidos fascista y corporativos combinados
con la idealización de los métodos de la acción
directa y el insurreccionalismo de inspiración
en el Sinn Féin irlandés, si bien sólo se
registraron acciones armadas esporádicas e
incruentas por parte del grupo Gwenn ha Du
(Blanco y Negro, en referencia a la bandera
bretona). En el programa Por un partido bretón
de los celtas redivivos publicado por Olier
Mordrel en 1933, el PNB declara su aspiración a
un Estado bretón que excluyese de los puestos
públicos a extranjeros y razas latinas, respetase
la pequeña y mediana propiedad pero
socilaizase la gran propiedad y se fundase en
una vía intermedia entre el capitalismo y el
socialismo, basada en una comunidad nacional
sin clases.

Dentro del PNB, el propio Mordrel encabezaba


una tendencia más radical que editaba la
revista Stur, donde los contenidos
nacionalsocialistas se hicieron explícitos,
combinándose con un racismo pancétlico y
antisemita, en la que proponían una futura
Europa dirigida por los pueblos célticos y
germánicos. El
PNB logró controlar al grupo Gwenn ha Du e
integrar el terrorismo en su estrategia política,
al tiempo que creaba una pequeña milicia
paramilitar. Ya existían algunos contactos con
Alemania a través del Instituto Anhenerbe de la
SS y de los círculos celtólogos de Munich, así
como por vía indirecta de algunos
autonomistas alsacianos, hacia 1939-1939 estas
relaciones se intensificaron, Breiz Atao apoyará
el expansionismo alemán y promoverá una
campaña contra la entrada de Francia en la
guerra contra Alemania.

El PNB rehusó a presentarse a las convocatorias


electorales, prefiriendo actuar como un grupo
de presión que apoyaba a los candidatos de
partidos franceses en la medida en que
juzgaban que apoyaban un programa de
mínimos. En el congreso de Guingamp la
tendencia nacionalsocialista e insurreccionista,
dirigida a la extinción del Estado francés, se
impuso claramente, se organizó una milicia
dirigida por Célestine Lainé que recibió armas
de Alemania a través del IRA. Como resultado
de sus actividades el gobierno francés prohibió
las actividades del partido y varios de sus
líderes, entre ellos Mordrel, tuvieron que huir a
Alemania, donde se relacionaron con
ambientes nacionalistas radicales flamencos e
irlandeses y con diversas instituciones
alemanas.

La invasión de Francia por Alemania en 1940


fue vista por el nacionalismo bretón como la
gran oportunidad para construir su Estado
independiente, algo que contó con el apoyo
total del régimen alemán, y especialmente de la
SS. Incluso se propició una reunión entre los
representantes bretones y Doriot, el líder
fascista francés, en la que éste admitió la
existencia de una nación bretona diferente a la
francesa, y se estableció que en caso de una
victoria final del Eje, Bretaña se independizaría
de Francia. Mordrel volvió a Bretaña y siguió al
frente del PNB, uniendo la causa bretona a la
suerte de Alemania en la guerra, también se
fundaron organizaciones como los Bagadoú
Stourm (Grupos de combate), una organización
paramilitar, cuya bandera está inspirada en los
símbolos bretones y en la bandera alemana de
guerra (como aparece en la ilustración del
texto). E incluso hubo nacionalistas bretones
más radicales que rechazaron la no entrada en
acciones bélicas del PNB y crearon una unidad
bretona dentro de las SS, compuesta por varias
decenas de hombres, y conocida como el
Bretonische Waffenverband der SS, que usó
como bandera, la más antigua de Bretaña, una
cruz negra sobre fondo blanca.
Tras la Segunda Guerra Mundial el estigma del
colaboracionismo afectó a todos los intentos de
refundar el movimiento bretón. Los esfuerzos
de los militantes bretonistas, así como de las
nuevas generaciones, tuvieron que
concentrarse en las actividades culturales, para
pasar en una segunda fase a la formulación de
reivindicaciones socioeconómicas y, finalmente,
articular un nuevo discurso político
nacionalista de componentes diferentes, donde
se haría fuerte el elemento democrático y, a
veces, izquierdista, influido por el momento y
los diversos movimientos de liberación
nacional. Si bien también es cierto que muchos
de los antiguos militantes bretones de
inspiración nacionalsocialista, pasaron a
formar parte de estos grupos izquierdistas, y
que seguían siendo muy permeables a las
influencias que sus antiguos camaradas fieles a
las ideas anteriores ejercían desde diversas
publicaciones, como fue el caso de Mordrel,
quien siguió cantando las excelencias de la
Europa de las etnias propugnada por el III
Reich hasta su muerte, y de la revista La
Bretagne Reéle. Destacable es también el hecho
de que algunos nacionalistas bretones de este
grupo pasarán a formar parte de las
candidaturas del FN de Le Pen en las elecciones
locales.
Como acabamos de decir después del 45
asistimos en un primer momento a la
refundación de grupos culturales. En 1946 fue
lanzada la Asociación de Gaiteros fundada
inicialmente en 1943. A ella siguen círculos
célticos locales y varias revistas y grupos de
defensa del idioma bretón que organizaron
marchas cívicas en defensa de la lengua en los
primeros años sesenta.

Las demandas socioeconómicas empezaron a


formularse a partir de la constitución en 1951
del Comité de Estudios y Vinculación de los
Intereses Bretones que aspiraba a convertirse
en el portavoz de todos los intereses
corporativos, sociales y económicos de Bretaña
y sus «fuerzas vivas».

Fue en 1956 cuando se comenzó a rearticular


políticamente el movimiento bretón. En 1956
varios activistas fundaron el Projet d
´Organisations de la Bretagne con objetivos
regionalistas que al año siguiente se convirtió
en el Movimiento por la Organización de
Bretaña (MOB). Los sectores juveniles y
estudiantiles, centrados en Rennes,
contemplaban con simpatía el proceso de
independencia de Argelia, mientras el ala
conservadora proclamaba la solidaridad de los
bretones con los colonos franceses, esta misma
facción más juvenil se orientaba hacia la
izquierda, posteriormente abandonó la
organización y fundó la Unión Democrática
Bretona (UDB), la principal fuerza nacionalista
de postguerra. Después han surgido grupos más
o menos radicales y particularmente
organizaciones partidarias de la violencia como
el Frente de Liberación de Bretaña (FLB)
fundado en 1966 y autor de numerosos
atentados incruentos, siendo desmantelado
numerosas veces y reorganizado de nuevo. En
1982 surgieron el Partido Republicano Bretón
(Strollad Pobl Breizh) y el Partido por la
Organización de una Bretaña Libre (POBL) de
carácter centrista y europeísta, con débil
implantación electoral, con alguna fuerza
política en las zonas rurales de Finisterre, y que
en los últimos tiempos ha protagonizado varias
campañas de apoyo al independentismo vasco.

Si bien durante los 70 y 80 hubo alguna tímida


colaboración con la izquierda francesa, en
especial con el PSF de Mitterrand, ésta se
terminó en 1982 con la victoria electoral del
socialismo francés, al esperar que cumpliesen
su promesa de regionalización, y por el
contrario, encontrarse con la desagradable
sorpresa de que la trazar la región bretona
dejaron a Nantes –la capital histórica- fuera e
incluida en un fantasmagórico País del Loira.

EL BRETÓN, VESTIGIO CELTA.

Como las lenguas romances, germánicas y


otras, las celtas forman parte de la gran familia
indoeuropea. En el siglo III aC ocupaban dos
tercios del continente europeo, y se hablaban
desde el mar Negro hasta el Atlántico. Sólo
cuatro de estas lenguas han sobrevivido hasta
hoy, en el extremo occidental de Europa. Se
clasifican en dos sub-grupos:

-El galés y el bretón, forman parte del grupo


britónico, al que pertenecía también el córnico.

-El gaélico de Irlanda y el de Escocia,


pertenecen al grupo goidélico, como el manx[2].
Cada una de estas lenguas han tenido una
evolución propia, y su situación varía de un
país a otro:

-En Irlanda, el gaélico es la primera lengua


oficial del la República de Irlanda, el inglés
teóricamente, es sólo la segunda, 1.000.000 de
personas declaran hablarla actualmente, es
decir un tercio de la población. Pero en el
Gaeltacht –las zonas de práctica tradicional de
la lengua- los que la hablan cotidianamente no
son más que unos miles.

-En Escocia, menos de 70.000 personas (1,4% de


la población) hablan hoy en gaélico,
principalmente en las islas Hébridas y al
noroeste de las Highlands.

-El galés, beneficiado por una política dinámica,


es la lengua celta con la situación más
favorable. El número total de hablantes había
disminuido a la mitad en 1911; se estableció en
508.000 personas y hoy está creciendo.
-Otras dos lenguas celtas han desaparecido. En
la isla de Man, el último habitante que tenía el
manx como lengua materna murió en 1974. En
Cornualles, hace más de dos siglos, en 1777,
murió Dolly Pentreath, considerada la última
hablante del córnico. Pero hoy diversas
iniciativas de varias personas están intentado
resucitar estas lenguas.

La zona bretonitzant, es decir donde se habla el


bretón, se extiende al oeste de una línea que va
de Saint- Brieuc a Saint-Nazaire. , y que
comprende Finisterre y el oeste de las costas
armoricanas, del Morbihan y del departamento
del Loira-Atlántico. Esta frontera histórica se ve
corroborada por la toponimia, es la zona con
topónimos bretones: ker, loc, plou, lan, etc.

Hace ya tiempo que los bretonitzants eran los


miembros de las familias rurales, y los
pescadores. En las ciudades, el bretón se
utilizaba por un número importante de
antiguos campesinos y por sus hijos, como
también por los notables que tenían relación
con el mundo rural... o que eran respetuosos
con los derechos del pueblo: políticos, clérigos,
médicos, notarios, comerciantes, etc. Si la
proporción de los niños para los que el bretón
es la lengua materna ha disminuido
fuertemente, esta amenaza ha provocado una
favorable toma de conciencia en amplias y
variadas capas de población. Esta toma de
conciencia ha llevado, sobre todo a la creación
unas escuelas infantiles llamadas, Diwan
(«creixença») en un principio financiadas por
los padres y simpatizantes, que practicaban la
inmersión lingüística. Después de catorce años
de existencia, la organización Diwan es
reconocida y casi totalmente financiada con
fondos públicos. Impulsadas por esta corriente
popular y por las reclamaciones de las
instituciones europeas, el Ministerio de
Educación ha hecho, finalmente, una excepción
al sacrosanto monolingüismo y ha creado,
finalmente, clases infantiles, primarias, e
incluso secundarias, bilingües.

Pero el combate por mantener una lengua


hablada desde hace milenios, no se
circunscribe solamente a la enseñanza. Varias
editoriales difunden revistas y obras en bretón
–el 20 % de las publicadas en Bretaña- así como
varios productores de cine, de radio y músicos
crean en brezhoneg, por su parte hay
televisiones y radios bilingües y el bretón se ha
introducido en la señalización de las carreteras
y en la circulación ciudadana.

El bretón fue implantado en Armórica a partir


del siglo IV por inmigrantes originarios de
Britannia (la Gran Bretaña actual). Presentados
durante mucho tiempo como fugitivos de la
presión anglo-sajona, se trataría en realidad de
una inmigración concertada, según las
recientes investigaciones del profesor L.
Fleuriot basadas en textos y toponimia (Les
origines de la Bretagne, Payot 1980).

El bretón armoricano es una lengua indo-


europea de la rama britónica de las lenguas
celtas, junto al galés y el córnico, antigua
lengua del Cornualles inglés, de nuevo
estudiada y hablada por algunos de sus
habitantes. El galés y el bretón son
relativamente próximos por su sintaxis y una
parte importante del vocabulario, pero la
intercomprensión no es posible sin estudio. Por
el contrario, el córnico es extremadamente
similar al bretón, especialmente a su dialecto
del Tregor.

Para los curiosos, un saludo en bretón: demad d


´an oll! (¡Hola a todos!).

La otra lengua céltica que se habló en la zona


antes de la llegada de los bretones, el celta
continental o galo, desapareció después de una
larga agonía durante la ocupación romana,
aunque sabemos que aún en el siglo V dC
todavía se hablaba.

SÍMBOLOS: TIRISKELLE Y ARMIÑOS.

La bandera bretona, la famosa Gwenn ha du


(blanco y negro) fue designada en 1923 por
Morcan Marchal militante del Breizh Atao
(Bretaña para siempre). Sus cinco bandas
negras representan las cuatro zonas de habla
bretona, bretonnant: Léon, Trégor, Cornuailles,
Vannetais; las blancas las de habla frencesa;
Rennais, Nantais, Dolois, Malouin, Penthièvre; y
los arminos el antiguo ducado de Bretaña. En
general esta bandera intenta sintetizar el
tradicional escudo de armas bretón y la
diversidad de sus regiones, su diseño definitivo
estuvo influido por el modelo griego, referente
obligado para todos los movimientos
nacionalistas de la época.

Históricamente conocemos otros estandartes


bretones. La primera de la que tenemos
noticias es la Kroaz Du (cruz negra sobre fondo
blanco) usada por los cruzados bretones en el
siglo IX, problablemente fue la bandera
nacional hasta 1532. En 1213 el rey de Francia
dio el ducado de Bretaña al capeto Pierre de
Dreux Mauclerc, por razones desconocidas
cambió el anterior escudo bretón por otro con
un fondo blanco y sobre él un campo de
armiños, este fue el definitivo escudo y aún hoy
se conserva parcialmente en la bandera. Se
cuenta que se adoptó porque el un duque
bretón en el siglo X vio cómo un pequeño
armiño se volvió contra un zorro que le
acosaba y, olvidando cualquier temor, atacó al
animal más grande; esto simbolizaba, pensó el
duque, la actitud que debían tener los bretones
ante las constantes amenazas de invasión
vikingas.

Otro símbolo que se puede ver por todos lados


en Bretaña es el triskelle, sus tres brazos
representan según unos, los tres elementos:
tierra, agua y fuego, para otros la perfecta
armonía entre los tres órdenes de la sociedad
tradicional celta: druidas, guerreros y
campesinos. Aunque en realidad su verdadero
significado sea mucho más profundo y remita
al simbolismo polar.
MÚSICA Y MESA.

Melodías mágicas salidas de instrumentos


similares caracterizan toda la música celta:
Bretaña, Cornualles, Escocia, Irlanda, Gales,
Asturias y Galicia pertenecen al mismo mundo
de los bellos sonidos de gaitas, violines y arpas.
En Bretaña después de la Segunda Guerra
Mundial se asiste a una recuperación y
renovación del folklore propio con la creación
de la Bodaged ar Sonérion, asamblea de
músicos que recupera la bagad, la forma
bretona de las bandas de gaiteros escocesas.
Desde los años 70, Alan Stivell, funda escuelas
para los nuevos músicos, en las que, entre otras
cosas, se recupera la antigua arpa bretona, más
recientemente ha sido Dan Ar Braz quien más
ha hecho por el impulso de la música celta en
Bretaña. Heredera de las más antiguas
tradiciones, la música celta conjuga hoy esta
herencia con un importante renovación
interna. Música que está presente todo el año
tanto por la presencia de numerosos grupos
(Alan Stivell, Tri Yann Am Naoned, Gilles
Servat, Clam´s, Denes Prigent) como por las
reuniones anuales de gran importancia en todo
el mundo celta (El Festival de Rennes, el de
Corniuaille, el de Quimper y el intercéltico de
Lorient). Aunque casi más interesantes son los
festivales típicos de cada pueblo, como el que
tuvimos la suerte de ver este verano. A media
noche sin saber bien dónde ir decidimos dar
una vuelta en coche, el destino nos guío hasta la
pequeña localidad de St Pol de Léon (Kastell-
Pol), donde se celebraban las fiestas locales, en
la plaza del pueblo, un grupo tocaba en directo
y la gente salía a bailar cada una de las
canciones, todos sabían perfectamente cómo
hacerlo, y mientras unas canciones se bailaban
formando un gran círculo que iba dando
vueltas sobre sí mismo, en otras se formaban
varios círculos más pequeños, otras una especie
de gran serpiente que avanzaba lentamente por
toda la plaza, y otras en tríos, al fondo del
pueblo había una hoguera de hacía de
insuperable acompañamiento visual. Aunque la
buena gente del pueblo nos animó a participar
en la danza, preferimos no estropear con
nuestra torpeza unos movimientos tan
armoniosos y difíciles de ejecutar. Aunque
como simples espectadores participamos
plenamente de la intensidad del momento.

Como recomendación final aconsejaríamos leer


este artículo saboreando el más famoso de los
paltos bretones, un crêpe –o mejor dos, uno
dulce otro salado- una buena sidra bretona –
más parecida a la asturiana que a la irlandesa-,
y para conciliar el sueños un poco del
tradicional wiskhey local, muy poco conocido
fuera porque no se destina a la exportación,
pero que en su sabor y aroma recoge varios de
los secretos de la mágica Bretaña.

Enrique Ravello

[1] Para una historia completa del nacionalismo


bretón, cfr. X. M. Núñez Seixas, Movimientos
nacionalistas en Europa. Siglo XX., p 187-192 y
274 – 280. Col. Historia Universal
contemporánea nº 26. Ed Síntesis. Madrid 1998.

[2] Sobre el idioma bretón, cfr. Fanch Broudic,


Histoire de la langue bretonne. Rennes 1995.

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