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ENERGÍA HUMANA

(Dario A. Levin)

Con el cielo aún oscuro, Coxlit despertó en su cama, luego de un corto


descanso. Aún no amanecía, ni lo iba a hacer: el sol hacía años que no salía.
La gente del año 2.218 no conocía el sol. Sin un rayo de luz —ni natural ni
artificial— que lo guiara, el hombre se puso de pie y se dirigió a la cocina.
Tomó el calentador eléctrico y miró en su interior. Un poco de agua, suficiente
para un café, pensó. Lo enchufó a la pared y salió. Pasó juntó al televisor, a la
computadora, al microondas, todo sin funcionar. Ni siquiera los miró, les fue
indiferente, como si supiera que esos aparatos dependían de él para poder ser
usados.
Llegó a un cuarto pequeño, ya con sus ojos acostumbrados a la oscuridad.
Tan sólo una bicicleta fija, pero que estaba conectada a un gran dispositivo
negro, el cual estaba enchufado a la pared. El hombre respiró, se desperezó y
se subió al aparato. Pedaleó. Fuerte, rápido, sin detenerse. Pedaleó durante
quince minutos, durante veinte, y recién luego de media hora de pedalear, de
pronto las luces se encendieron. Toda la casa se iluminó: cuartos, cocina,
dormitorio. El televisor comenzó a mostrar imágenes de noticieros. El
microondas mostró su reloj parpadeante. La computadora arrancó y por los
parlantes comenzó a salir música. Sin embargo, Coxlit continuó pedaleando. Lo
hizo tres horas más, sin detenerse. Una vez agotado, y con la tarea cumplida,
se bajó de la bicicleta. Ahora podía ver. Luz al fin, pensó. Y salió del cuarto.
Por el televisor se escuchó a una reportera que decía: “Continúa la tarea para
potabilizar las aguas estancadas. En una labor increíble, las autoridades de
cada país buscan nuevas formas de conseguir agua potable, ya que las
reservas en ríos, lagos, lagunas, y todo tipo de acumulación de agua ha sido
agotada luego del desperdicio y abuso por parte de los hombres durante años.
En otras noticias, hoy se cumplen doscientos años de la creación de la
Bicicloenergía, forma de suministrar energía a través de una bicicleta fija en el
hogar. El agua ha dejado de ser fuente de energía, al igual que el sol debido a
la polución y la contaminación ambiental, y por eso cada ser humano debe
producir la energía que necesite para vivir…”
Coxlit entró a la cocina, encendió el calentador eléctrico, y después de tres
minutos, tenía su agua caliente para el café. Un desayuno prometedor, se dijo
a si mismo, y sonrió. Miró el medidor de energía de su casa: estaba al máximo,
le alcanzaría para el resto del día.
Si años atrás se hubieran preservado los recursos naturales, Coxlit seguiría
usando su bicicleta, pero sólo para hacer gimnasia.
CUATRO ELEMENTOS
(Dario A. Levin)

La nave circular y luminosa descendió sobre la aridez del planeta Tierra.


La atmósfera estaba atestada de humo y dióxido de carbono, irrespirable
para los humanos. El sol había dejado de brillar siglos atrás. Los mares se
habían secado. La vida en la Tierra había desaparecido. Nada de hombres y
mujeres, ni plantas ni animales. Todo se había extinguido. Culpa del ser
humano, por supuesto.
El ser espacial descendió de su nave, y con paso ligero pero cuidadoso se
desplazó, flotando, sobre el suelo. Deambuló largo rato, sin prestar atención a
su alrededor. Seguramente porque nada había para ver, nada había para
recordar.
La desolación reinaba en la Tierra.
El visitante se detuvo de pronto. Era un sitio igual al que había dejado atrás, y
muy parecido al que hubiera encontrado de haber continuado su marcha.
Extendió una de las extremidades que asomaban por su manto color blanco,
desde el centro de su cuerpo. Portaba una especie de pala o elemento para
cavar en la tierra. Pero contrario a lo que parecía, sin el menor esfuerzo, colocó
el aparato sobre el sitio donde estaba, y la tierra comenzó a abrirse, sola.
Como por arte de magia. O por su avanzada tecnología.
Guardó la pala. Del suelo comenzaron a elevarse cuatro recipientes, cuatro
botellas. Pequeñas, transparentes. Cada una con una etiqueta adherida. Una
vez que las tuvo frente a sus ojos, a sus tres ojos, sonrió.
–QY se reporta –dijo sin mover su boca.
Y telepáticamente se comunicaron con él.
–Así es. Los he encontrado. Sí. Los cuatro. Se han conservado a salvo.
Entendido. Emprendo el regreso. Gracias.
Extrajo de su manto una caja de metal, donde guardó las cuatro botellas. Antes
de cerrarlo, las miró y observó cómo dentro de cada una se conservaba el
futuro.
–Fuego, aire, agua y tierra. Los cuatro elementos. Fueron muy precavidos los
seres humanos al haberlos protegido. Como si hubiesen sabido que su raza se
extinguiría, y miles de años después nuestra civilización les daría una segunda
oportunidad, en otro planeta.
Se dio vuelta y regresó a su nave, dejando atrás un planeta desierto.

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