Está en la página 1de 22

103

Teoría del Apego

La búsqueda de proximidad con los adultos ha sido identificada por numerosos


autores dentro de la psicología del desarrollo y en otras disciplinas como uno de
los comportamientos que garantiza la supervivencia de las crías. El acercamiento
de los hijos a la madre y el mantenimiento de un contacto visual y físico con ella
aseguran su cuidado y protección y favorecen el establecimiento de un vínculo
afectivo especial entre la madre y las crías. Además de garantizar la superviven-
cia, las relaciones que se establecen entre los niños y sus cuidadores son funda-
mentales para el funcionamiento social y la adaptación a los diferentes contextos
en los que ellos se desenvuelven.
¿Cuáles son los efectos de separaciones frecuentes o prolongadas entre el
niño y sus cuidadores? ¿Tienen estas separaciones implicaciones significativas
en el desarrollo social y emocional de los niños? Éstas fueron algunas de las
preguntas que dieron lugar a los planteamientos iniciales de lo que hoy se co-
noce como la Teoría del Apego. Las observaciones sistemáticas realizadas por
Bowlby, Robertson y Ainsworth de niños hospitalizados por períodos prolonga-
dos y los cambios comportamentales que dichos niños presentaban durante su
permanencia en la institución hospitalaria llamaron la atención de estos investi-
gadores, quienes encontraron que, en condiciones de separación de sus madres
por un período significativo, niños pequeños manifestaban diferentes reaccio-
nes, como comportamientos de protesta, desesperación, ansiedad y desapego
(Marvin y Britner, 1999). A estas observaciones se sumaron, por una parte, las
descripciones de Spitz (1965; Spitz y Wolf, 1946) del llamado síndrome de hos-
pitalismo y las implicaciones del estado de depresión desarrollado en los niños
que experimentaban largas hospitalizaciones, y por otra, los hallazgos de las
investigaciones etológicas que descartaron la hipótesis del impulso secundario.
Los anteriores hallazgos llevaron a Bowlby y colegas a plantear el afecto como
una necesidad básica para los individuos y a enfatizar la importancia de los
vínculos afectivos tempranos para la adaptación y ajuste en las diferentes etapas
del ciclo vital. En palabras de Thompson (1999), “una relación cálida y continua
con el cuidador promueve la salud psicológica y el bienestar a lo largo de la vida
de una manera acorde con los requerimientos adaptativos de la especie huma-
na” (p. 265). El cambio en la concepción de las necesidades fundamentales de
los individuos y del papel del afecto en el desarrollo de los niños marcó un hito
importante en la psicología del desarrollo y, en particular, en el estudio del de-
sarrollo social y emocional durante los primeros años de vida.
104

Definición y conceptos básicos del apego

Los presupuestos iniciales de la teoría del apego sedujeron a diversos investiga-


dores que estudiaban el desarrollo social y emocional y sus implicaciones en la
vida de los individuos. En sus inicios, la preocupación se centró en definir aquello
que se denominaba relación de apego y en diseñar estrategias que permitieran
aproximarse a su medición. De acuerdo con Bowlby (1969, 1982), el apego con-
siste en un vínculo afectivo entre el cuidador y el niño, que se desarrolla gracias a
las interacciones repetidas entre ellos; este vínculo involucra diferentes sistemas
comportamentales que se activan en situaciones de estrés, peligro o enfermedad.
Ainsworth (1991), por su parte, define el apego como:

Un vínculo afectivo especial y duradero en el cual la figura de apego (adulto significa-


tivo) es importante como individuo único, inintercambiable con otro. En este vínculo
afectivo hay una necesidad de mantener cercanía con esa figura (representa cuidado,
protección, seguridad para explorar el ambiente). El contacto y reunión con esta figura
produce confianza y felicidad; la separación genera ansiedad y tristeza. (p. 38)

La meta de las conductas de apego es mantener proximidad con el cuidador,


con el fin de garantizar su afecto y cuidado en situaciones cotidianas, y asegurar
su protección en situaciones amenazantes. La concepción del apego involucra,
adicionalmente, tres conceptos importantes que se definieron en los trabajos ini-
ciales de Bowlby y Ainsworth. Estos conceptos son base segura, modelo interno
de trabajo y figuras de apego (Bowlby, 1980).
El concepto de base segura hace referencia al papel que cumple el cuidador
una vez se ha establecido una relación de apego con el niño. Hacia el final del primer
año el niño usa al cuidador como una base para explorar el ambiente, a la que regresa
continuamente para buscar seguridad y protección (Sroufe, 1995). Este concepto es
crucial en la teoría del apego, ya que refleja la búsqueda de un balance entre dos
características esenciales en la interacción cotidiana del niño con su cuidador, como
son la búsqueda de contacto y proximidad y la exploración del ambiente (Posada
y cols., 1995). Esto se observa particularmente en situaciones no familiares en las
cuales el niño mantiene contacto visual o físico con la madre mientras explora los
objetos, los lugares o las personas. La presencia cercana de la madre le proporciona
al niño seguridad y le garantiza protección en casos de peligro.
El concepto de modelo interno de trabajo fue propuesto por Bowlby (1980,
1988) para referirse a las representaciones mentales (expectativas y creencias)
que se desarrollan en los niños como resultado de interacciones continuas entre
ellos y sus cuidadores, en el proceso de establecimiento de la relación de apego.
De la manera como el cuidador perciba y responda a las necesidades del niño y
105

de las cualidades de su interacción cotidiana, el niño aprenderá un modelo de


relaciones que está compuesto de representaciones sobre sí mismo, sobre los otros
y sobre las relaciones. Estas representaciones le permitirán al niño evaluar el
comportamiento del cuidador en futuras situaciones y guiarán las expectativas
del niño en interacciones futuras con otros (López, Meléndez, Sauer, Berger y
Wyssmann, 1998; Thompson, 1999).

El sistema del apego se manifiesta a través de diversos comportamientos


que realizan los niños en las situaciones cotidianas de relación con otros. Sin
embargo, estos comportamientos no se presentan en todo tipo de interacciones
sociales ni se dirigen hacia cualquier persona. Las conductas de apego son diri-
gidas diferencialmente hacia personas especiales del contexto inmediato de los
niños con quienes ellos interactúan en forma regular y quienes tienen a cargo su
cuidado y protección. Bowlby denominó a estas personas figuras de apego; estas
figuras pueden ser principales (aquellas que asumen regularmente el cuidado y
protección de las crías y son responsables de la satisfacción de sus necesidades
primordiales) o subsidiarias (aquellas que asumen el cuidado de los niños tempo-
ralmente, en ausencia de las figuras principales) (Bowlby, 1969).

En las etapas iniciales de desarrollo de la teoría del apego, en muchas de


las investigaciones se habló exclusivamente de figuras principales de apego y se
asumió que la madre era quien representaba este rol dentro de la familia; esto llevó
a los investigadores a seleccionar solamente a madres para conformar las muestras
en la mayoría de los estudios de apego (Blehar, Lieberman y Ainsworth, 1977;
Grossmann, Fremmer-Bombik, Rudolph y Grossmann, 1988). La negligencia en
la consideración de otros miembros de la familia en los estudios obedeció, en
parte, a la marcada influencia psicoanalítica de la época que enfatizaba en la
relación madre-hijo como fundamento del desarrollo psicológico de los niños;
a esto se suma la concepción igualmente dominante de la división de los roles
dentro de la familia, según la cual el padre se constituye exclusivamente en un
proveedor de recursos y la madre en la persona a cargo de las tareas de la casa
y del cuidado de los hijos. La omisión del padre y otros miembros de la familia
dentro de la categoría de posibles figuras de apego fue señalada por autores como
Lamb, Clarke-Stewart y Parke a finales de los años 70 y principios de los 80
(Lamb, 1975, 1978; Clarke-Stewart, 1978). A partir de entonces se incrementó
el interés por estudiar el rol del padre en el desarrollo de los niños; numerosos
estudios se centraron en la identificación de los estilos de apego entre padres e
hijos, en la evaluación de las características de los padres asociadas a cada uno de
estos estilos de apego y en la comparación de los patrones de relación que el niño
establece con la madre y con el padre (ver Fox, Kimmerly y Schafer, 1991, para
106

un metaanálisis sobre los principales estudios de apego con madres y con padres
del momento).
El papel de diferentes cuidadores como figuras de apego principales o sub-
sidiarias ha sido evaluado recientemente en estudios realizados en diferentes cul-
turas. Por ejemplo, True (citado por Van Ijzendoorn y Sagi, 1999) encontró que en
muchas familias de la comunidad Dogi de Mali, en África Oriental, las abuelas
asumen todos los cuidados de los primeros nietos durante el día porque se identi-
fican como las figuras de apego principales, mientras que las madres se encargan
solamente del cuidado durante las noches. Miembros de la familia como las abue-
las y los hermanos mayores se constituyen en figuras significativas para los niños
en algunos contextos socioculturales de Estados Unidos (familias afroamerica-
nas) y países de Latinoamérica. Por ejemplo, Carrillo, Maldonado, Saldarriaga,
Vega y Díaz (2004) evaluaron el rol de las abuelas como figuras de apego subsi-
diarias, en un estudio sobre patrones de apego en familias de tres generaciones en
Colombia. Los resultados de este estudio indicaron que en contextos en los cuales
conviven abuelas, madres adolescentes e hijos pequeños, la relación que estable-
cen las madres con sus hijos se caracteriza por niveles adecuados de seguridad.
Los puntajes de seguridad en la interacción madre-hijo obtenidos en el Q-sort de
Apego fueron más altos para el caso de las madres que para el de las abuelas. Esto
indica que las madres, en esta muestra, ejercieron el rol como figuras principales
de apego para los niños, mientras que las abuelas se constituyeron en figuras de
apego subsidiarias.
El papel de las figuras de apego (principales o subsidiarias) ha sido evaluado
en otras poblaciones en riesgo, como los niños víctimas de violencia y maltrato
familiar. Por ejemplo, Amar y Berdugo de Gómez (2006) evaluaron un conjunto
de dimensiones relacionadas con el apego en una muestra de niños en edad escolar
maltratados, y encontraron que en estas circunstancias los niños buscan seguridad
y protección en figuras alternativas, como familiares cercanos, vecinos, y en los
pares, y tienden a establecer lazos afectivos cercanos con ellos, caracterizados por
confianza e intimidad emocional con dichas figuras.

Ontogenia del apego

El desarrollo del apego es un proceso complejo que tiene lugar durante los pri-
meros años e involucra características del niño, del cuidador y del contexto. Los
teóricos del apego han identificado dos características en el comportamiento del
cuidador que son necesarias para que se establezca una relación de apego. La pri-
mera hace referencia a la manera como éste percibe e interpreta las necesidades
107

del niño (sensibilidad ) y la segunda se centra en el tipo y la calidad de la respues-


ta que emite frente a dicha necesidad (Ainsworth, Blehar, Waters y Wall, 1978).
El sistema de retroalimentación permanente que se genera en las secuencias de
interacción entre la díada bebé-cuidador se constituye en la base de lo que será su
relación de apego. Estudios que han evaluado el papel de la sensibilidad mater-
na en el establecimiento de las relaciones de apego han encontrado asociaciones
significativas entre niveles altos de sensibilidad y establecimiento de relaciones
de apego seguro durante la infancia (Bell y Ainsworth, 1972; Belsky y Isabella,
1988; De Wolff y Van Ijzendoorn, 1997).
Otro de los factores que influyen en el establecimiento de las relaciones de
apego son las características del niño. La adquisición de la permanencia del objeto,
uno de los logros cognitivos planteados por Piaget, y que tiene lugar durante el pri-
mer año, está estrechamente ligada a la ansiedad que experimenta el niño cuando se
separa del cuidador. El reconocer que la madre sigue existiendo, aun cuando no está
presente, significa para el niño que no cuenta en ese momento con su protección y,
por tanto, está en peligro; este riesgo le produce miedo y ansiedad.
Diversos autores señalan la influencia de ciertas características del niño en
los patrones de interacción que se establecen con sus cuidadores dentro del con-
texto familiar; dentro de estas características se ha dado un énfasis significativo al
temperamento y se ha evaluado su asociación con comportamientos particulares
de los padres y con los estilos de interacción entre padres e hijos. Hallazgos de di-
ferentes investigaciones muestran asociaciones modestas entre rasgos de tempe-
ramento y tipos de apego; la fuerza y la dirección de estas asociaciones dependen
de los rasgos particulares que se evalúen dentro de la variable de temperamento
(llanto, excitabilidad, atención, etc.) (ver Vaughn y Bost, 1999, para un extenso
análisis de estudios que evaluaron la asociación entre temperamento y apego).
El tiempo que se requiere para el establecimiento de patrones de apego con
los cuidadores es mayor en la especie humana. El nivel de desarrollo de los niños
en el momento del nacimiento es menor que el de las crías en otras especies; esto
hace que se extiendan la inversión y el cuidado parental y que los patrones de
desarrollo de algunas conductas sean más lentos (Bjorklund, Yunger y Pellegrini,
2002). Estudios con animales brindan elementos importantes que favorecen la
comprensión de los principios y mecanismos que explican las relaciones tempranas
en los humanos; a pesar de esto, los análisis comparativos dentro de la psicología
del desarrollo y dentro del área del desarrollo social son aún escasos (Carrillo y
Gutiérrez, 2000).
El proceso a través del cual se desarrolla el apego en los humanos tiene
lugar durante los dos primeros años de vida y depende de la interacción constante
108

entre el niño y su cuidador. Bowlby (1969) identificó cuatro fases principales


en el desarrollo del apego. La primera tiene lugar en los dos primeros meses de
vida del niño y se denomina de orientación y señales sin discriminación de la
figura de apego; la segunda fase, de orientación y señales dirigidas hacia una o
más figuras discriminadas, tiene lugar entre el tercer y sexto mes; en la tercera
fase, que ocurre entre los siete y los 12 meses, los niños muestran conductas de
mantenimiento de proximidad con esas figuras a través de contactos visuales o
verbales y de la locomoción. Los niños utilizan a las figuras como base segura
para explorar y conocer el ambiente y empiezan a mostrar señales de ansiedad y
alarma en situaciones no familiares y frente a personas extrañas. Finalmente, entre
los 12 y los 18 meses tiene lugar la cuarta fase, la cual se centra en la formación de
una sociedad entre el niño y la figura de apego, que Bowlby denominó de metas
corregidas; esto significa que en esta etapa el niño ya ha formado una relación con
el cuidador, tiene la capacidad de “inferir” sus planes para permanecer con él y se
adapta más fácilmente a las separaciones.
Sroufe (1995) coincide con la identificación de estas etapas iniciales en el
desarrollo del apego; sin embargo, va más allá de la infancia en la descripción del
proceso ontogenético e identifica cuatro etapas adicionales entre la infancia y la
adolescencia. De acuerdo con este autor, a los 18 meses la meta dentro del proceso
de desarrollo social son la individuación y la adquisición de autonomía; en este
proceso es fundamental el rol de los cuidadores como proveedores de apoyo, pero
también de normas claras respecto al comportamiento deseable y no deseable. El
inicio de las relaciones con pares, la identificación de sí mismo y de los roles de
género son algunas de las tareas propias de la etapa comprendida entre los 3 y los
5 años. En la etapa escolar (comprendida entre los 6 y los 11 años) se presenta la
consolidación del autoconcepto y de diferentes procesos afectivos que determinan
la competencia social del niño en los grupos, el mantenimiento de las relaciones con
pares y el establecimiento de las relaciones de amistad. Finalmente, en la etapa de la
adolescencia la tarea esencial se centra en la búsqueda de identidad; tiene lugar un
cambio en la jerarquía de las figuras de apego, en el que se enfatiza la importancia
de las relaciones con pares y se abre la posibilidad a las relaciones de pareja; los
adolescentes adquieren el rol de figuras de apego de sus pares. La función de los
cuidadores se centra en proveer a los adolescentes oportunidades para la exploración
y el ejercicio de la autonomía, con un adecuado cuidado, protección y monitoreo.

¿Qué hemos aprendido sobre las relaciones afectivas en la infancia?

Los avances conceptuales y teóricos en el área del desarrollo social y emocional


en las primeras etapas de la vida han estado acompañados de un cuerpo amplio
109

de estudios empíricos que los sustentan. Desde los orígenes de la teoría del apego,
los investigadores han utilizado diferentes metodologías y diseños de investiga-
ción para abordar los problemas esenciales alrededor de la formación, manteni-
miento e implicaciones de las relaciones afectivas tempranas. La investigación
sobre los vínculos afectivos en las etapas iniciales de la vida ha girado alrededor
de tres preguntas fundamentales. La primera de ellas se centra en la identifica-
ción de diferencias individuales en la calidad de las relaciones de apego que los
niños establecen con sus cuidadores y en las implicaciones que estas relaciones
tienen para el desarrollo de los niños; la segunda evalúa la posibilidad de esta-
blecer relaciones de apego con múltiples cuidadores y los criterios que permiten
la identificación de estas figuras como primarias o subsidiarias; finalmente, la
tercera pregunta indaga sobre la estabilidad de los patrones de apego que se for-
man en los primeros años y la continuidad de dichos patrones en etapas siguientes
del desarrollo. A continuación se presentarán investigaciones relevantes que dan
cuenta de avances en el área del desarrollo social y emocional, y en particular,
de la formación e implicaciones de los vínculos afectivos tempranos, con base en
cada una de estas preguntas.

Diferencias individuales en los patrones de apego tempranos

Desde el momento de su nacimiento los niños establecen relaciones con las per-
sonas que se encuentran en su contexto inmediato. El proceso de formación de un
tipo particular de relación entre un niño y sus cuidadores está influenciado por
numerosos factores, dentro de los que se encuentran rasgos típicos del cuidador,
rasgos específicos del niño y condiciones singulares del contexto en el que se
desarrolla dicha relación. ¿Cuáles son las características de las relaciones que los
niños establecen con sus cuidadores? ¿Existen diferentes tipos de relaciones de
apego entre los niños y sus cuidadores? ¿Tienen las separaciones frecuentes de
la madre algún efecto en los niños? ¿Se presentan los mismos tipos de relación
en diferentes poblaciones o grupos de niños? La búsqueda de respuestas a estos
cuestionamientos llevó a diferentes teóricos del apego a explorar el campo de las
relaciones afectivas durante los primeros años de vida y a idear metodologías
para aproximarse a una caracterización de dichas relaciones en distintos grupos
de familias.
Una de las estrategias que dio lugar a los primeros cuestionamientos alrededor
de las relaciones afectivas y de su importancia en el desarrollo de los niños fue la
observación naturalista. Las observaciones iniciales de Bowlby y colaboradores
de los niños hospitalizados permitieron identificar los primeros indicios de los
efectos que separaciones prolongadas y frecuentes de la madres producían en
110

los niños. Los estudios iniciales de Mary Ainsworth en Uganda, guiados por la
inquietud de si existen o no diferentes tipos de relaciones afectivas entre niños
y sus madres, arrojaron como resultado la primera tipología de las relaciones
de apego. Basada en extensas y sistemáticas observaciones en ambiente natural
de interacciones entre madres e hijos en una población de Uganda, Ainsworth
identificó tres patrones de apego en los niños: los niños con apego seguro se
mostraban interesados en explorar el ambiente cuando la madre estaba presente,
parecían contentos la mayor parte del tiempo y su frecuencia de llanto era baja; los
niños con apego inseguro mostraban baja exploración y lloraban frecuentemente,
y los niños aún no apegados manifestaban un comportamiento neutro, sin señales
de atención especial hacia la madre (Bretherton, 1994).
Estudios posteriores realizados en Estados Unidos en los que se utilizaron
tanto la observación naturalista como la Situación Extraña condujeron a la cla-
sificación de los tres tipos principales de apego que se encuentra actualmente en
la literatura de las relaciones afectivas en la infancia y que han dado lugar a tipo-
logías similares en otras etapas del desarrollo. La Situación Extraña (Ainsworth,
Blehar, Waters y Wall, 1978) es un procedimiento de laboratorio que consiste en
exponer al niño y al cuidador a una serie de 8 episodios de 3 minutos cada uno,
que ocurren en un ambiente desconocido para ellos, con el propósito de registrar
las conductas de apego que se activan a través de situaciones de interacción, se-
paraciones y reuniones entre el niño y su cuidador (ver la tabla 1). Los tres tipos
de apego descritos por Ainsworth en la situación extraña fueron los siguientes:
Apego Seguro (o apego tipo B) es aquel en el que el niño utiliza al cuidador como
base segura para explorar el ambiente (por ejemplo, establece contactos visuales,
verbales o físicos mientras explora); muestra ansiedad ante la separaciones del
cuidador (por ejemplo, llora, se aproxima a la puerta, lo llama); muestra claras
señales de bienvenida en las reuniones con el cuidador (por ejemplo, se dirige
a él, levanta los brazos para indicar que desea ser alzado, se calma fácilmente y
muestra señales de afecto); una vez calmado, regresa a la exploración. El Apego
Inseguro Evitativo (o apego tipo A) se caracteriza porque el niño explora inme-
diatamente el ambiente no familiar, no muestra comportamientos que indiquen
que utiliza al cuidador como base segura; muestra poca ansiedad ante la salida
del cuidador y mantiene su nivel de exploración; en las reuniones evita el contacto
con el cuidador y continúa interesado en los juguetes. En el tipo de Apego Insegu-
ro Ambivalente o Resistente (o apego tipo C) el niño muestra señales de estrés a lo
largo de la situación. El niño no muestra interés en explorar, permanece sentado
en el lugar inicial o quiere estar cerca del cuidador. En los episodios de separa-
ción muestra altos niveles de estrés (por ejemplo, llora intensamente, llama al
cuidador o grita); durante las reuniones puede buscar el contacto con el cuidador
111

y mostrar señales de querer ser alzado y consolado, pero una vez lo alzan mues-
tra comportamientos de rabia hacia el cuidador y deseos de separarse de él. Un
cuarto tipo de Apego, denominado Desorganizado/Desorientado (o apego tipo D),
fue identificado posteriormente por Main y Solomon (1986). Este tipo de apego
surgió de dificultades observadas en la clasificación de los patrones de relación,
particularmente en poblaciones en riesgo (por ejemplo, madres con característi-
cas psicopatológicas o condiciones de maltrato del niño en la familia). El apego
desorganizado se caracteriza porque el niño presenta comportamientos contra-
dictorios y desorganizados que reflejan características de los otros tres tipos de
apego; el niño se puede mostrar atemorizado o aprensivo; muestra confusión res-
pecto a su comportamiento con el cuidador (por ejemplo, intenciones marcadas
de búsqueda de proximidad y evitación), y las secuencias de su conducta pueden
ser incompletas o interrumpidas abruptamente (Thompson, 2006).

Tabla 1. Descripción de la Situación Extraña

Episodio Descripción del evento Variable observada


El experimentador conduce a la madre
1
al salón
La madre se sienta mientras el niño Uso de la madre como base
2
explora el ambiente y los juguetes segura
Reacción ante un adulto des-
3 Entra la persona extraña
conocido
Primera salida de la madre: la madre
4 sale del salón, el niño se queda con el Ansiedad ante la separación
extraño
Primera reunión con la madre: regresa Reacción ante la llegada de la
5
la madre, sale el extraño madre
Segunda salida de la madre; el niño se
6 Ansiedad ante la separación
queda solo en el salón
Entra el extraño y le ofrece consuelo (si Permite ser calmado por el
7
lo requiere) extraño

Segunda reunión con la madre: regresa


Reacción ante la llegada de la
8 la madre, sale el extraño; le ofrece
madre
consuelo, interactúa con el niño

Nota: adaptada de Ainsworth, Blehar, Waters y Wall (1978).


112

La identificación de los estilos de apego usando la situación extraña en dife-


rentes estudios realizados en Estados Unidos indicó un patrón de distribución si-
milar caracterizado por una mayor presencia del estilo de apego seguro en mues-
tras de familias blancas de estrato socioeconómico medio. Aproximadamente
el 65% de las familias estudiadas correspondían al tipo de apego seguro; el
porcentaje restante de las muestras se dividía en 20% de apego evitativo y
15% de apego ambivalente (Ainsworth, Blehar, Waters y Wall, 1978).
Los resultados de las observaciones del comportamiento de las madres
en los estudios iniciales sobre los patrones de apego mostraron diferencias en
los estilos de relación, en términos de las características esenciales del cui-
dador definidas por Ainsworth; así, en el patrón de apego seguro las madres
mostraban alta sensibilidad, responsividad y aceptación y una clara accesibi-
lidad frente al niño, mientras que las madres con estilos de apego inseguro
evidenciaban menos sensibilidad, más rechazo, y se mostraban menos accesi-
bles frente a los niños (Solomon y George, 1999).
La identificación de variables predictoras de los estilos de apego llamó
la atención de numerosos investigadores. Hallazgos de diversos estudios indi-
caron una asociación significativa entre el comportamiento del cuidador en la
situación de interacción con el niño, en particular, responder en forma inme-
diata a las necesidades del bebé, exhibir manifestaciones positivas de afecto,
expresar satisfacción en el cuidado del niño y el estilo de apego seguro (Bates,
Maslin y Frankel, 1985; Isabella, Belsky y Von Eye, 1989; Sroufe, 1985). Wolf
y Van Ijzendoorn (1997) llevaron a cabo un metaanálisis, cuyo propósito fue
evaluar los antecedentes parentales del apego infantil, en particular, el papel
de la sensitividad materna en el establecimiento de las relaciones de apego
seguro. Estos autores incluyeron en su análisis 66 estudios realizados con
poblaciones no-clínicas que evaluaban estas variables a través de la situación
extraña y de medidas observacionales de sensibilidad. Los resultados de este
estudio confirmaron una asociación moderada entre la sensitividad materna
y el apego seguro; adicionalmente, los autores señalaron que la sensibilidad
materna no se constituye en la única característica parental que predice el
apego seguro. Otras variables, como sincronía en la interacción con el niño,
apoyo emocional que se provee al niño y actitud positiva, cumplen un papel
igualmente importante en la predicción del apego seguro en la infancia.
En su mayoría, los estudios sobre las relaciones de apego que se encuen-
tran en la literatura durante los años 70 y 80 del siglo XX comparten una serie
de características: se centran en figuras de apego principales, y dentro de éstas,
principalmente en la madre; incluyen muestras de familias pertenecientes a un
estrato socioeconómico medio y son realizados primordialmente en el contexto
113

norteamericano. Esto llevó a numerosos investigadores a plantearse cuestio-


namientos importantes sobre la universalidad de los tipos de apego, así como
sobre la validez de las estrategias de medición del mismo bajo circunstancias
sociales cambiantes y en condiciones socioculturales diferentes.
Por ejemplo, Raikes y Thompson (2004) evaluaron la sensibilidad ma-
terna y su relación con la seguridad en el apego, en una muestra de familias
de estrato socioeconómico bajo, y encontraron que la sensibilidad y respon-
sividad maternas actúan como mediadores en la relación entre los riesgos
socioeconómicos asociados con las circunstancias de pobreza y la seguridad
en el apego; adicionalmente, estos autores mostraron que riesgos emocionales
que se presentan en estas familias, como violencia doméstica y consumo de
alcohol o drogas, tienen un efecto directo sobre la seguridad en el apego que
se establece entre las madres y sus hijos. Hallazgos similares han sido repor-
tados por Vondra, Shaw, Swearingen, Cohen y Owens (2001) y Van Ijzendo-
orn y Sagi (1999).
Estudios transculturales cuyo propósito principal fue la identificación de los
patrones de apego característicos en familias de otros países mostraron pa-
trones diferentes de distribución de los tres estilos básicos identificados por
Ainsworth y cols., en 1978. Por ejemplo, McFarley (1990) llevó a cabo uno de
los primeros estudios sobre apego en Colombia, cuyos objetivos fueron, por
una parte, identificar los patrones de apego presentes en una muestra de fa-
milias bogotanas, y por otra, realizar una comparación de estos patrones con
aquellos encontrados en los estudios norteamericanos y en investigaciones
realizadas en Alemania, Japón e Israel. La muestra en el estudio de McFarley
estuvo conformada por 40 familias de estrato socioeconómico medio, con un
solo hijo menor de un año y residentes en la ciudad de Bogotá. La metodo-
logía incluyó observaciones naturalistas de la interacción madre-hijo en el
hogar y el procedimiento de laboratorio de la situación extraña, cuando los
niños tuvieron entre 12 y 15 meses de edad. Los resultados indicaron aso-
ciaciones significativas entre los comportamientos de sensibilidad materna
observados durante la visita a la casa y en la situación extraña. Estos hallaz-
gos fueron consistentes con los reportados por Ainsworth y cols. (1978) y por
Grossmann, Grossmann, Spangler, Suess y Unzer (1985). En términos de los
estilos de apego, los resultados mostraron ciertas diferencias en los porcentajes
obtenidos en cada uno de los tipos de apego en las distintas muestras. La tabla 2
incluye la comparación de la distribución de los estilos de apego para Colombia y
los otros países (McFarley, 1990).
114

Tabla 2. Porcentaje de los diferentes patrones de apego en cuatro culturas

Estados
Colombia Alemania Israel
Unidos

Apego Seguro 51,2 64,8 56,6 64,4


29,3
Apego Inseguro Evitativo 21,11 35,3 6,7
28,8
Apego Inseguro Ambivalente 19,5 14,0 8,1

Fuente: tomado de McFarley (1990).

Los estudios culturales del apego arrojaron evidencia que apoya la hipótesis
de la universalidad de las relaciones de apego con los cuidadores primarios. A
pesar de las diferencias particulares en la distribución de los estilos de apego en
las muestras de los diferentes países y en algunas de las conductas de apego ma-
nifestadas por los niños, se encontró que el patrón de apego seguro es la clasifi-
cación que se encuentra con mayor frecuencia en las investigaciones (Thompson,
2006).
La etapa inicial del desarrollo de la teoría del apego se concentró en la ope-
racionalización del constructo, en la identificación de diferentes variables de la
predictores del mismo (tanto de los cuidadores como del niño) y en la evaluación
de los estilos de apego desarrollados durante los dos primeros años de vida. Los
cambios en el desarrollo motor, cognitivo y emocional de los niños que tienen
lugar en la etapa preescolar, así como los hallazgos encontrados en los estudios
culturales, impusieron nuevos retos en la valoración del apego. Los investigadores
se enfrentan, por una parte, a nuevas preguntas sobre las características asociadas
a los diferentes tipos de apego, las implicaciones de las relaciones de apego tem-
pranas y las posibles trayectorias de los diferentes estilos de apego de la infancia a
otras etapas en el desarrollo y en diferentes contextos socioculturales. Surge, por
otra parte, una necesidad de utilizar nuevas metodologías en el abordaje de estos
problemas y de diseñar nuevas estrategias de medición de las relaciones afectivas
más allá de la infancia. Algunos investigadores optan por métodos de investiga-
ción longitudinales para abordar aquellos problemas relacionados con la conti-
nuidad e implicaciones de los estilos de apego en el desarrollo posterior de los
niños (NICHD, 2006; Sroufe, Egeland, Carlson y Collins, 2005). Otros autores se
centraron en el diseño de nuevas estrategias de medición de los estilos de apego o
de características asociadas a los mismos. Por ejemplo, Cassidy y Marvin (1992)
propusieron una adaptación de la situación extraña, para evaluar las relaciones de
apego en niños de edad preescolar; esta estrategia se desarrolla en el laboratorio
y se basa en el modelo categórico de las tipologías del apego propuesto por Ain-
sworth. Otros autores propusieron instrumentos basados en observaciones de tipo
115

naturalista de las interacciones madre-niño; uno de estos fue el Q-sort de Apego,


propuesto por Waters y Dean (1985), el cual se basa en un modelo dimensional
(no categórico) que evalúa el nivel de seguridad y dependencia presente en la re-
lación de apego. Fraley y Spieker (2003) sugirieron estas categorías (categóricos
vs. dimensionales) para evaluar los instrumentos usados en la medición del apego;
en su análisis de las diferentes medidas que se han usado en la literatura, estos
autores recomiendan un uso combinado de modelos categóricos y dimensionales,
para lograr una óptima aproximación al fenómeno.
El uso de los nuevos instrumentos de medición se difundió ampliamente
entre los investigadores interesados en la evaluación de las relaciones afectivas
cercanas durante la niñez, tanto en Estados Unidos como en otros países. Por
ejemplo, recientemente, en Colombia se han llevado a cabo varios estudios que
han utilizado el Q-sort de Apego propuesto por Waters y Dean (1985), para
evaluar relaciones de apego en familias que presentan condiciones de riesgo.
Carrillo, Maldonado, Saldarriga, Vega y Díaz (2004) utilizaron este instrumento
para evaluar la seguridad en el apego, en una muestra de madres adolescentes
de estrato socioeconómico medio y sus niños. El puntaje promedio de seguridad
obtenido por las madres de esta muestra fue de 0,40 (en un rango entre -1,0 y
+1,0). Estos resultados son consistentes con los puntajes obtenidos por Posada,
Jacobs, Carbonell, Alzate, Bustamante y Arenas (1999) en un grupo de familias
bogotanas de estrato socioeconómico bajo. Igualmente, Ortiz, Borré, Carrillo y
Gutiérrez (2006) llevaron a cabo un estudio en el que compararon la sensibilidad
materna y el nivel de seguridad en las relaciones de apego de dos grupos de
familias colombianas de estrato socioeconómico bajo: un grupo conformado por
madres de bebés prematuros que participaron en el Programa Canguro35 y otro
grupo conformado por madres de bebés a término. Cada grupo se dividió a su vez
en dos subgrupos, dependiendo de la edad de las madres (madres adolescentes y
madres adultas).
El nivel de seguridad en la relación de apego de las madres y los niños
pertenecientes a los cuatro grupos mencionados se evaluó a través del Q-sort
de Apego; adicionalmente, se examinó la sensibilidad materna. Los resultados
mostraron puntajes más altos en sensibilidad materna y en el nivel de seguridad en
la relación de apego en los grupos de madres de bebés prematuros que participaron
en el Programa Canguro.

35 El Programa Canguro fue diseñado en el Hospital Materno Infantil (Bogotá, Colombia) en 1978

la población de niños prematuros.


116

Figuras subsidiarias o alternativas de cuidado


¿Los niños dirigen sus conductas de apego hacia más de una persona? Si esto es así,
¿el apego hacia diferentes personas se desarrolla simultáneamente o el apego hacia
una precede el apego hacia la otra? ¿Puede una mujer, diferente de la madre del niño,
cumplir adecuadamente el rol de figura de apego? (Bowlby, 1969, p. 304)

Éstas son algunas de las preguntas que Bowlby se planteó en el desarrollo de


la teoría del apego y que formaron parte central de su análisis de los cuidadores o
personas cercanas con quienes los niños establecen las relaciones de apego.
En la mayoría de los trabajos iniciales que se llevaron a cabo sobre las
relaciones de apego y que contribuyeron a la consolidación de esta teoría, los
autores se refieren solamente a las relaciones entre las madres y sus hijos, lo
que presupone que es la madre quien se constituye en la figura de apego para el
niño. Este hecho se desprende de diferentes concepciones sobre las relaciones
dentro de la familia que imperaban en los años 60 y 70 del siglo XX y que en-
fatizaban una clara división de los roles entre padres y madres dentro de la fa-
milia; el padre era considerado exclusivamente como el proveedor de recursos,
mientras que a las madres se les atribuía el rol de cuidadores del hogar y de los
hijos. Si bien es cierto que durante los primeros meses de vida la madre tiene un
rol protagónico en la supervivencia y en el cuidado del bebé, esto no significa
que otros integrantes de la familia no puedan actuar como figuras de apego. Los
planteamientos originales de Bowlby y Ainsworth reconocen explícitamente
dos tipos de figuras con quienes los niños pueden establecer relaciones de ape-
go: las figuras principales y las figuras subsidiarias. Las figuras principales de
apego son las personas más importantes afectivamente en la vida de los niños
y son responsables de su cuidado y protección en forma más permanente. Las
figuras subsidiarias o alternativas de apego (como las ha denominado Howes,
1999) asumen el cuidado y protección de los niños en ausencia de los padres,
y de manera temporal. Con frecuencia, las figuras principales de apego son los
padres y los hermanos; otros familiares, como los abuelos o tíos, o personas
fuera de la familia, como maestros o amigos, pueden asumir el rol de figuras
subsidiarias.
¿Existen criterios para identificar a una persona como figura de apego de
un niño?
Howes (1999) define tres criterios particulares que permiten identificar una
figura de apego diferente de la madre. Estos criterios son: “1) proveer cuidado
físico y emocional; 2) continuidad o consistencia en la vida del niño; y 3) inversión
emocional en el niño”.
117

Los estudios sobre las relaciones de apego con personas diferentes de la


madre han recibido una atención limitada en la literatura. A partir de los cuestio-
namientos de autores como Lamb y Parke, a principios de los años 80, se incluye
al padre dentro de las investigaciones y se empieza a considerar como una posible
figura de apego principal (Lamb, 1978; Parke, 1981). La presencia de otras figuras
de apego diferentes de la madre ha sido documentada desde los trabajos iniciales
de Ainsworth en Uganda. En las familias que participaron en este estudio, las
madres representaban a las figuras de apego principales, y dentro de las figuras
de apego subsidiarias más comunes se encontraban los padres y los hermanos.
Resultados similares fueron reportados por Schaffer y Emerson (1964) con fami-
lias suecas.
Investigaciones que han evaluado el papel del padre como figura de apego
han encontrado patrones similares en los estilos de apego que forma el niño con la
madre y con el padre; sin embargo, en situaciones de interacción, cuando los dos
padres están presentes, el niño muestra una clara preferencia por la madre (Eas-
terbrooks y Goldberg, 1987; Lamb, 1977). Hallazgos de estudios recientes con
madres y padres muestran asociaciones significativas entre la historia de apego
de los padres y el estilo de apego que éstos establecen con sus hijos (Steel, Steel
y Fonagy, 1995).
El papel de los hermanos como figuras de apego ha sido menos estudiado.
Stewart (1983) y Stewart y Marvin (1984) llevaron a cabo dos de los estudios pio-
neros en el tema del papel de los hermanos en las relaciones afectivas de los niños.
Estos autores analizaron situaciones de interacción entre hermanos y encontraron
que, en ausencia de las madres, los hermanos mayores brindan afecto, proveen
cuidado y protección y consuelan a sus hermanos menores. Otros autores han
encontrado que el rol de los hermanos es determinante cuando la familia enfrenta
procesos de duelo por la muerte de uno de los padres; bajo estas circunstancias,
los hermanos mayores asumen responsabilidades de cuidado hacia los hermanos
menores y muestran conductas de apoyo y ayuda hacia los miembros de la familia
(Ainsworth y Eichberg, 1991).
En ciertos contextos socioculturales los abuelos cumplen un papel prepon-
derante en el desarrollo social y afectivo de los niños, y pueden constituirse en
figuras de apego principales o secundarias; éste es el caso de algunos países de
Latinoamérica, Asia y África. Sin embargo, las investigaciones sobre las relacio-
nes abuelo-nieto son escasas. En la última década se ha visto un incremento en
los estudios sobre relaciones afectivas con abuelos, ligados a la problemática de las ma-
dres adolescentes. Diferentes autores reportan que un porcentaje alto de las madres
adolescentes permanece en la casa de sus padres durante un período prolongado
después del nacimiento del bebé y que dicha convivencia representa una fuente de
118

apoyo importante para las madres adolescentes (Coley y Chase-Lansdale, 1998;


Hogan, Hao y Parish, 1990). Estudios que han abordado esta problemática se han
ligado a aspectos relacionados con los efectos de las condiciones de convivencia
entre madres y abuelas, a los efectos que el rol de figura de apego de las abuelas
tiene sobre el desarrollo del niño y sobre la relación con sus hijas, y a las impli-
caciones en la salud y calidad de vida de las abuelas que tiene el hecho de ejercer
el rol de cuidador. Hallazgos de investigaciones han mostrado asociaciones posi-
tivas y significativas entre los patrones de apego abuelas-madres adolescentes y
aquellos que las madres establecen con sus hijos (Benoit y Parker, 1994).
Carrillo y cols. (2004) llevaron a cabo un estudio en el que evaluaron ca-
racterísticas de las relaciones de apego en una muestra de familias de tres gene-
raciones (en las que conviven abuela, madre e hijo) de estrato socioeconómico
medio en Colombia. El objetivo de este estudio fue evaluar el nivel de seguridad
en las relaciones de apego que forma el niño con su madre y abuela, y examinar la
asociación entre los patrones de apego que establece la madre adolescente con la
abuela y con su hijo. Los resultados de este estudio indicaron niveles adecuados
de seguridad en las relaciones madre adolescente-hijo (0,42, rango posible de -1,0
a +1,0) y abuela-nieto (0,37). Adicionalmente, se encontró que el tipo de apego
que predominó en la relación entre la madre y la abuela fue apego seguro (53%),
seguido del apego evitativo (26%) y el tipo de apego ambivalente (6%); el resto no
fue clasificado (14%). Sin embargo, no se encontraron asociaciones significativas
entre las características de la relación de apego entre la madre y la abuela y el
nivel de seguridad de la relación entre madre e hijo. Los hallazgos de este estudio
son congruentes con postulados de autores que sugirieron que el apoyo emocional
que recibe la madre adolescente de la abuela bajo condiciones de corresidencia
favorece el desarrollo de relaciones adecuadas y de patrones de apego seguro
(Spieker y Bensley, 1977).
Finalmente, las figuras de apego subsidiarias o alternativas incluyen no so-
lamente personas de la familia diferentes de los padres, sino también personas
con quienes el niño establece relaciones fuera del contexto familiar. El ingreso
de los niños al medio escolar representa un espectro amplio de posibilidades de
interacción social para el niño y de establecimiento de relaciones nuevas con pa-
res y maestros. Los estudios sobre el papel del maestro como figura alternativa
de cuidado surgen del interrogante sobre la continuidad en los patrones de apego
de la infancia a la niñez y del contexto familiar al escolar. Numerosos estudios
reportan asociaciones significativas entre la calidad de la relación madre-hijo y
la calidad de las relaciones que el niño establece con el maestro. Algunos autores
reportan consistencia entre los patrones de apego desarrollados en la familia, par-
ticularmente con la madre, y aquellos que se establecen con el maestro (Hamilton
119

y Howes, 1992; Howes, Matheson y Hamilton, 1994; Pianta, Nimetz y Bennet,


1997). Pianta (1999) y Pianta y Stuhlman (2004) resaltan el papel de los maestros
en el proceso de socialización de los niños fuera de la familia. El tipo de relación
que se establece entre el niño y el maestro y las características particulares de
dicha relación tienen una influencia determinante en el desempeño del niño y en
su ajuste psicológico y social dentro de la escuela.
En ciertos contextos socioculturales el papel de las figuras subsidiarias o
alternativas de apego es fundamental en el desarrollo de los niños. Por ejemplo,
en países latinoamericanos, las abuelas forman parte esencial de la vida familiar
y, en particular, del cuidado y la crianza de los niños en la infancia. El incremento
en las interacciones de los niños con figuras subsidiarias o alternativas de apego
se ha visto influenciado por cambios sociales y culturales que han tenido lugar
en las últimas décadas. El acceso cada vez mayor de la mujer a niveles superiores
de educación, el incremento en su participación en las diferentes instancias del
campo laboral, cambios en los roles del padre en la familia y en su nivel de invo-
lucramiento en la crianza de los hijos, y el ingreso cada vez más temprano de los
niños al contexto escolar, son sólo algunos de los factores que han contribuido a
dicho incremento. Estos hechos dan cuenta de una necesidad de ampliar la inves-
tigación sobre el papel de las figuras subsidiarias en la dinámica familiar y sus
implicaciones para el desarrollo social y afectivo durante la niñez.

Continuidad en las relaciones afectivas y competencia social

El desarrollo de los presupuestos esenciales de la teoría del apego dio lugar a


diversas hipótesis, que guiaron las reflexiones teóricas y las investigaciones em-
píricas alrededor del tema de las implicaciones del apego en el desarrollo social
de los niños, en particular, en los años preescolares y escolares. Dos de las hipó-
tesis que se destacan y originan un amplio cuerpo de literatura en el área son las
siguientes: la calidad de la relación de apego que se establece entre un niño y el
cuidador en los primeros años de su desarrollo se asocia a las características del
cuidado previo y a los comportamientos del cuidador. La segunda hipótesis seña-
la una conexión entre la calidad del apego niño-cuidador y las relaciones sociales
posteriores del niño con otros y en contextos distintos a la familia (Sroufe, 1995).
Las características del desarrollo social más allá de los dos años, el ingreso al
contexto escolar y el inicio de las relaciones con pares enfrentaron a los teóricos
del apego con una serie de preguntas alrededor de la continuidad y estabilidad de
los patrones de apego tempranos. Thompson, Braun, Grossmann, Gunnar et al.
(2005) sintetizan algunas de ellas así: ¿Existe continuidad entre los patrones de
apego que el niño establece en los primeros años en el contexto familiar y aque-
120

llos que se formarán en otros contextos sociales? ¿Cuáles son las consecuencias
del apego seguro en la vida social de los niños? ¿Las relaciones de apego seguras
garantizan un adecuado funcionamiento social (competencia social, autorregula-
ción emocional, autoconcepto positivo) durante toda la vida, y los patrones inse-
guros, problemas de adaptación y de comportamiento?

Investigadores interesados en el estudio de las relaciones con pares y la


adaptación al contexto escolar se centraron en la evaluación de lo que se denominó
conexiones familia-pares. Dentro de esta línea, algunos autores definieron unas
rutas de conexión directa (que involucraban acciones explícitas por parte de los
padres encaminadas a enseñar, monitorear o facilitar el contacto de los niños con
los pares) y otras de conexión indirecta (que implicaban influencias de aspectos
característicos de las relaciones entre los miembros de la familia, en las relaciones
del niño con sus pares); las relaciones de apego tempranas se ubicaron dentro de
estas últimas (Ladd, 1992, 2005).

De acuerdo con esta ruta indirecta de influencia, niños que establecen pa-
trones de apego seguro con sus cuidadores aprenden una serie de habilidades y
conductas prosociales que transfieren a las relaciones con otros; adicionalmente,
a través del establecimiento de una relación segura, el niño internaliza un modelo
de relación positivo que incluye creencias y expectativas sobre sí mismo y sobre
los otros, las cuales facilitarán el desarrollo de relaciones sociales adecuadas con
pares. Por el contrario, patrones de apego inseguro durante la infancia se asocian
a dificultades en las relaciones con otros y a problemas de comportamiento que
obstaculizan la adaptación social de los niños en contextos distintos a la fami-
lia. Investigaciones que evalúan los mecanismos de conexión entre las relaciones
familiares y de pares han mostrado que niños con relaciones de apego seguras
presentan mayores niveles de competencia social, expresiones positivas de afec-
to, mayores niveles de popularidad y aceptación dentro de su grupo de pares y
bajos índices de problemas de comportamiento en situaciones escolares (Bost,
Vaughn, Washington, Cielinski y Bradbard, 1998; Demulder, Denham, Schmidt
y Mitchell, 2000; Sroufe, Egeland, Carlson y Collins, 2005). Patrones de apego
inseguro con los padres se han asociado con comportamientos hostiles con los
pares, problemas de comportamientos internalizantes y externalizantes y bajos
niveles de popularidad en el grupo (Lyons-Ruth, Alpern y Repacholi, 1993; Mc-
Cartney, Owen, Booth, Clarke-Stewart y Vandell, 2004; Steel, Steel, Croft y Fo-
nagy, 1999). Estudios recientes han encontrado influencias diferenciales de los
estilos de apego establecidos con cada uno de los padres en el desarrollo social de
los niños (Lamb, 2004), índices más altos de asociación entre patrones de apego
seguro y relaciones más cercanas (por ejemplo, de amistad), que entre este patrón
121

y relaciones con pares (Schneider, Atkinson y Tardif, 2001), y evidencia de conti-


nuidad en los estilos de apego de la infancia a la adultez (Sroufe y cols., 2005).
Esto último es el resultado de un estudio longitudinal en el que se evaluaron
características de las relaciones de apego, variables predictoras de las mismas e
implicaciones de los patrones de apego tempranos de la infancia a la adultez, en
una muestra de 180 niños norteamericanos de estrato socioeconómico bajo. El
estudio partió de la evaluación de los tipos de apego en los niños participantes, a
través de la Situación Extraña; se utilizaron numerosas medidas para evaluar las
diferentes variables de personalidad y de ajuste social y psicológico a lo largo de
los años. Hallazgos de este estudio ofrecen evidencia contundente de la asociación
entre patrones de apego seguro y variables de personalidad y adaptación social,
como autoestima, afecto positivo, competencia social, dependencia, problemas de
comportamiento y diferentes índices de psicopatología.

Conclusiones

Las relaciones afectivas han mostrado ser esenciales para la supervivencia de los
seres humanos. La perspectiva evolutiva ofrece evidencia importante que enfatiza
el papel de los vínculos afectivos tempranos en la vida de los organismos de dife-
rentes especies. De acuerdo con Bowlby, una de las funciones de las relaciones de
apego es la búsqueda de proximidad y contacto con el cuidador, lo cual asegura
la protección de la cría; el contacto cercano con este cuidador garantiza seguridad
para la exploración del ambiente. La perspectiva ecológica, por otra parte, señala
la importancia de elementos de los contextos inmediatos y lejanos al individuo
y de las diferentes figuras con quienes el individuo interactúa, en la formación y
mantenimiento de relaciones afectivas.
Numerosos autores han enfatizado la importancia de las relaciones afectivas
tempranas en el desarrollo de los individuos. Igualmente, existe amplia evidencia
en la literatura que ha mostrado asociaciones significativas entre patrones de
apego seguros y una adecuada adaptación social y psicológica y entre patrones
inseguros y problemas de comportamiento y ajuste escolar.
El área de estudio de las relaciones afectivas ha mostrado grandes avances
desde los primeros escritos de John Bowlby. Se han desarrollado múltiples estrate-
gias de investigación; taxonomías de los estilos de relaciones afectivas tempranas;
se han descubierto fenómenos básicos y se han explorado variables fisiológicas,
evolutivas, sociales y culturales, que permiten visualizar un proceso integrativo
del área. Existe un cuerpo amplio de investigadores reconocidos dentro de la psi-
cología del desarrollo que continúan impulsando la investigación alrededor de las
122

relaciones afectivas tempranas y de sus implicaciones para el desarrollo de los


individuos. Sin embargo, este interés no se queda en la psicología. En las últimas
décadas se ha incrementado la inquietud de analizar fenómenos asociados con la
formación, mantenimiento y consecuencias de las relaciones afectivas tempranas
desde otras perspectivas y áreas de trabajo. El abordaje interdisciplinario e inter-
nacional de los problemas y preguntas de investigación alrededor de este tema,
que promueva una visión comprehensiva e integradora de los fenómenos, se hace
cada vez más perentorio. The Dahlem Workshops que se realizan en Alemania
son un ejemplo de esta tendencia. El propósito de estos grupos de trabajo es “pro-
mover un intercambio internacional e interdisciplinario de ideas e información
científica que estimule la cooperación internacional en la investigación y desarro-
lle y ponga a prueba nuevos modelos alrededor de las preguntas fundamentales
sobre un tema particular” (Carter y cols, 2005, p. viii). Uno de los temas abordado
recientemente en este grupo de trabajo fue el apego y los vínculos afectivos tem-
pranos. El primer reporte publicado como resultado de estas discusiones refleja,
por una parte, el estado del arte en la investigación sobre este tema y, por otra,
las preguntas fundamentales que los investigadores identificaron en el estudio del
apego. Estas preguntas son: 1. ¿Cuáles son los procesos biológicos (neurológicos,
moleculares, endocrinos) y los procesos comportamentales asociados con el ape-
go y con los vínculos afectivos? 2. ¿Cuáles son las características de las relaciones
de apego tempranos y sus consecuencias para las relaciones futuras? 3. ¿Cuáles
son los orígenes de los vínculos de apego más allá de la infancia? y 4. ¿Cuáles son
las implicaciones adaptativas y desadaptativas de las relaciones de apego tempra-
nas y cuáles las alternativas de intervención?
Otras preguntas de carácter más específico que se pueden identificar y que
reflejan problemas de investigación importantes en nuestro contexto sociocultural
surgen de temáticas poco estudiadas o de vacíos metodológicos encontrados en la
literatura sobre relaciones afectivas tempranas. Una de las temáticas se centra en
el estudio de las figuras alternativas de cuidado o figuras subsidiarias de apego.
Los estudios alrededor de estas figuras son escasos. ¿Cuál es el rol que ejercen
figuras como los hermanos, abuelos y demás personas que asumen, cada vez con
más frecuencia, el cuidado de los niños en ausencia de los padres? ¿Cuáles son las
características de los vínculos afectivos que establecen los niños con dichas figuras
y cuáles son las implicaciones de estas relaciones en el desarrollo psicológico de
los niños? Además de personas pertenecientes al ámbito familiar, los maestros
se han identificado como figuras de gran importancia en el desarrollo social,
intelectual y académico de los niños. Diversos investigadores se han concentrado
en el estudio de las relaciones afectivas en el contexto escolar y han evaluado estas
preguntas de investigación en las relaciones del niño con sus maestros (Pianta,
123

1999; Pianta y Stuhlman , 2004; Frediksen y Rhodes, 2004). ¿Se constituyen los
maestros en figuras de apego subsidiarias? ¿Existe una relación entre los patrones
de apego de los niños con sus padres y el vínculo afectivo que establecen con
sus maestros? ¿Cómo perciben los maestros las relaciones con sus estudiantes y
cuáles son los efectos de las relaciones maestro-niño en el ajuste social y en el
desempeño académico de los estudiantes? Éstas son sólo algunas de las preguntas
que surgen de esta literatura y que han sido identificadas por los autores como
fundamentales dentro del análisis de las relaciones familiares fuera del contexto
familiar.
Una limitación importante que se ha evidenciado en la literatura y que
conduce a cuestionamientos de orden metodológico en la investigación en el área
de las relaciones afectivas tempranas se centra en los instrumentos de medición
utilizados en la evaluación del apego. Existen diversos instrumentos que se han
desarrollado desde los orígenes de la teoría para evaluar los estilos de apego en
la infancia (Ainsworth y cols., 1978; Main y Solomon,1986; Bretherton, Ridge y
Cassidy, 1990); dimensiones particulares de las relaciones de apego entre el niño
y el cuidador durante la infancia, como son la sensibilidad materna, intrusividad
y hostilidad maternas, niveles de seguridad en la relación (Waters y Dean, 1985;
Egeland y cols., 1990; Erickson, Sroufe y Egeland, 1985; Biringer, Robinson
y Emde, 1993; Condon, 1993, y Condon y Corkindale, 1998), y percepción de
características particulares, como niveles de confianza, comunicación y alineación
de la relación tanto con padres como con pares en preadolescentes y adolescentes
Cook, Greenberg, y Kusche, 1995; Armsden y Greenberg, 1987). Aunque muchos
de los instrumentos que se encuentran en la literatura han sido desarrollados en el
contexto norteamericano, existen esfuerzos importantes de investigadores de otras
regiones por adaptar y validar algunos de estos instrumentos y por diseñar nuevas
estrategias de medición de las relaciones de apego. Ejemplos de este interés los
encontramos en los trabajos de Díaz, Vargas y Rivera, 2003, en México; Scopesi,
Viterbori, Sponza y Zucchinetti, 2004, en Italia; Pardo, Pineda, Carrillo y Castro,
2006, y Camargo, Mejía, Herrera y Carrillo, 2007, en Colombia. Un mayor
desarrollo de instrumentos de medición y evaluación de las relaciones afectivas,
en general, y durante los años escolares, en particular, es imprescindible.
Las aproximación evolutiva al estudio de las relaciones afectivas ha arro-
jado datos importantes sobre procesos y mecanismos que explican el estableci-
miento y mantenimiento de vínculos afectivos con los cuidadores, así como el
papel de la protección, el cuidado y el afecto en el desarrollo de las crías. Sin
embargo, algunas preguntas evolutivas continúan sin respuesta. Por ejemplo,
¿cómo afecta el sistema social particular de algunas especies el establecimiento
de relaciones de apego entre la madre y la cría? ¿La transferencia del estilo de
124

interacción afectiva se presenta de manera similar en diferentes especies? (Ca-


rrillo y Gutiérrez, 2000).
La importancia de las relaciones afectivas tempranas es innegable, así como
son incuestionables sus implicaciones en el desarrollo social y psicológico de
los niños. El camino en el establecimiento de las relaciones afectivas es largo y
complejo. Los avances en la investigación en esta área han permitido profundizar
en la comprensión de los fenómenos y mecanismos básicos asociados con el
desarrollo de relaciones afectivas adecuadas e inadecuadas. Identificar nuevas
variables, sugerir y evaluar conexiones complejas entre las mismas en nuevos
contextos y diseñar estrategias metodológicas sofisticadas que amplíen la
comprensión de estos patrones de interacción contribuirán al desarrollo de esta
área y servirán de insumos para la investigación de problemas en otras áreas
básicas y aplicadas dentro de la psicología.

También podría gustarte