Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El pescador
1
Nota al profe: se que me pediste que lo cambie por “encolericen”, pero lo sostengo solo por las licencias que
me ofrece la poesía. Y por que queda mejor.
1
Carpeta Final - Agustin Ferro
2
Carpeta Final - Agustin Ferro
3
Carpeta Final - Agustin Ferro
Nota 1
No hay sensación más linda que volver a casa en un colectivo casi vacío, cosa rara
siendo las once y diez de la noche de un viernes de primavera. Cuando hay lugar, me gusta
sentarme al fondo, en el anteúltimo asiento, debajo de la fila de cinco, y que está de frente a
la puerta de descenso. Hoy me toca volver en el 24 y pasar por el barrio en el que crecí. No
tengo ganas de repetir las mismas diez canciones que vengo escuchando, así que me
entretengo mirando al resto de los pasajeros: una pareja de adolescentes sentados en los
asientos dobles, en diagonal hacia mí; ella con una remera negra estampada con un pokemón,
y él con una remera de Korn; compartían los auriculares y la pantalla de un celular para
seguir la letra. Atras mio, una madre y su hija durmiendo; la chiquita tenía puesto un
guardapolvo, y la madre llevaba su mochilita colgada en el hombro; se las veía incomodas en
los asientos, pero eso no parecía importarles, habrán tenido un día largo. Por último, un flaco
de unos veintisiete años, de pie frente a la puerta del medio, llamaba por teléfono y todavía
esperaba respuesta: vestía una campera Adidas, short de fútbol y unas zapatillas con un estilo
a las Converse que ya tenían su uso.
Cuando el colectivo dobla en Av. Patricios, decido hacer el resto del recorrido mirando hacia
afuera. La conversación ajena me contamina los pensamientos:
—¿Qué onda amigo? Me costó un huevo encontrar tu número ¡Feliz cumple!
Todavía me queda algún recuerdo de cuando las veredas estaban a un metro de altura
con respecto a la calle, todas desparejas, con escaleras, rampas, barandas; era el patio donde
jugábamos con los pibes.
—Le hablé a Joaco a ver si me pasaba tu número porque perdí el celu la semana
pasada y me contestó recién. ¿Vos qué onda?
A veces veo pasar autos del mismo modelo que el mio. Me alegra saber que no soy el
único boludo con un auto que tiene más de veinticinco años. Aunque cuando los veo en mejor
estado, me deprimo.
—¡Me alegro! Yo bien por suerte. ¿Mañana haces algo? Puede ir una juntada.
El olor del barrio no cambió, aunque sí lo hicieron algunas fachadas de los edificios
que mantenían lindo el lugar. Ahora todo parecía más cuadrado. El tiempo pasó y dejó
arrugas en las caras de los vecinos, a algunos los conocía y me devolvieron la mirada con
extrañeza desde los balcones.
4
Carpeta Final - Agustin Ferro
—Uh, bueno papá, sino otro día arreglamos. Te dejo tranqui que estoy en el bondi
¡Abrazo gigante!—tocó el timbre y se bajó en Parque Lezama.
Las cosas cambiaron acá en el barrio. A algunos capaz les gustará como quedó. Yo
solo extraño lo que alguna vez fué y no volverá a ser.
Nota 2
Eran las seis y cuarto de la tarde cuando me encontraba arriba del 126 y empezó a
llover. Los postes iluminaban la avenida 9 de Julio aunque quedaba luz natural. Cuando el
colectivero dobló en Humberto Primo, dejó subir a una señora que se encontraba un poco
ansiosa. Era flaca, apenas superaba mi estatura, y andaba desabrigada; la lluvia la había
agarrado desprevenida. No había nada raro en ella salvo su constante balbuceo, pero nadie le
prestaba mucha atención, así que decidí ignorarlo subiendo el volumen de mis auriculares al
máximo.
Habré aguantado dos minutos la curiosidad y pausé la canción para escuchar lo que
decía la mujer, solo para darme cuenta que no emitía ningún sonido. Empezó a deambular en
un pequeño espacio delimitado por dos pasajeros; estaban obnubilados mirando el teléfono, o
quizás habían decidido hacer caso omiso de la situación. Estaba por volver a mis asuntos
cuando de a poco empiezo a escuchar la voz de la señora, susurraba frases incomprensibles y
miraba de un lado al otro; yo empezaba a ponerme nervioso. Creo que la señora por fin notó
que no podía sacarle el ojo de encima, y en lo que fue su único momento de lucidez, se
acercó hasta el chofer y le pidió arrepentida que le abriera. Bajó por la puerta de adelante solo
dos paradas después de haber subido, y siguió con la mirada al colectivo mientras se alejaba.
Nota 3
5
Carpeta Final - Agustin Ferro
mujer leyendo El cuento de la criada; el resto de gente se me hacía indistinguible por la falta
de lentes.
En el ambiente se empezaba a formar un aura densa, pero no eran el calor ni la
humedad propios del subte, era más bien “energético”. De reojo, percibía algunas miradas
que se dirigían donde yo estaba, aunque cuando realizaba algún movimiento volvían
rápidamente a su posición; también noté cierto murmullo que se elevaba apenas por encima
del sonido del roce de las vías; al viejo del teléfono se le había deformado la cara por el
fastidio; la mujer con el libro y el flaco con los papeles habían dejado de leer con un gesto de
resignación. En este punto decidí reparar en la situación en la que me encontraba.
Nunca sincronicé los auriculares con mi celular y en el teléfono sonaba Break Stuff de
Limp Bizkit a tope.
Nota 4
Me tendría que haber tomado el subte que va para Juan Manuel de Rosas y tomé el
que va para Leandro Alem, así que viajé más tiempo, pero ese rato lo hice sentado. Es normal
estos errores cuando uno está recién mudado y tiene que dejar de ser un autómata. Compartí
el vagón con una pareja que por lo que escuché, estaban atravesando una situación inversa a
la mía: yo me había mudado porque encontré la oportunidad para hacerlo; a ellos les estaban
quitando la oportunidad de quedarse donde ya estaban. La chica, de pelo rubio oscuro y ojos
cafés, tendría unos treinta años. Por su camisa blanca y pantalón negro, diría que saldría del
trabajo. Insultaba a cierto sector del mercado inmobiliario y a “los ñoquis de mierda”; al
primero por vulnerar todos los derechos del inquilino e intentar ofrecerles un contrato
impagable; a los segundos por su displicencia en hacer cumplir la ley de alquileres. “Estamos
a merced de esta inmobiliaria de mierda” dijo ella con los ojos mojados y apoyando su cabeza
sobre el hombro de él, derrotada. Él rondaba la misma edad, y estaba vestido menos formal:
una remera Nike, un short de jean y zapatillas. Quizás la pasó a buscar por su trabajo y le
comentó el aprieto en el que estaban, pero esto ya es una conjetura.“Vamos a ver si
encontramos un depto con dueño directo. Capaz no sea tan lindo, pero con un tipo al menos
podemos arreglar, con estos mafiosos no”, respondió él no muy convencido, sabiendo que
una oportunidad así tendría que caerles del cielo en menos de un mes; suspiró profundamente
y se apoyó en el respaldo del asiento, repiqueteando los pies con ansiedad. Ella juntó un
poquito de templanza y empezó a buscar milagros en el celular.