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Checo

Andrea Mejía

Mi mamá, mis dos hermanas y yo caminába-


mos bordeando el cráter de un volcán. Mi pa-
dre debía estar cerca, pero yo lo había perdido
de vista. Una lengua de niebla subía desde la
explanada y ocultaba la falda de la montaña.
Solo dejaba descubierto el filo delgado al borde
del cráter por el que apenas podíamos andar.
Mi mamá agarraba a mis dos hermanas de la
mano por miedo a que se las llevara el viento,
a que rodaran por uno de los dos costados del
Juliana Domínguez. Detalle Las tres mujeres. 2020
despeñadero donde las rocas sueltas parecían
también dispuestas a rodar, aunque las rocas
se quedaban quietas, como incrustadas en la la niebla nos estuviera persiguiendo y fuera a
arena verdosa. Mis hermanas tenían en cambio tragarnos con su extensión informe.
una manera muy distinta de mantenerse atadas
al paisaje, se movían dando pasos pequeños De pronto empezó a llover. Una lluvia oblicua
para resistir la embestida del viento. Hacia el y gruesa rayaba el aire y nos golpeaba la cara. 13
cráter la tierra bajaba ondulante con tonos rojos Los pensamientos subían entre la niebla desde
y amarillos; en su centro se formaba un valle el centro del cráter y luego, al alcanzar cierta al-
de ceniza cercado por regiones cuarteadas de tura y antes de tocar siquiera la mente, volvían a
grava de distintos colores. Más arriba del vol- perderse, desintegrados por la lluvia. Nuestras
cán, sobre el cielo, se erguían peñascos altos y cabezas estaban llenas de niebla, roca y polvo.
erosionados que la niebla no alcanzaba a cubrir. La arena verdosa se fue convirtiendo en un fan-
go espeso que se adhería a nuestras botas. Nin-
Ni mis hermanas ni yo estábamos vestidas guna de mis hermanas decía nada y yo tampoco
para un viento y una niebla de esas magnitu- me quejaba. Todo se cubrió por completo, pero
des. Sobre nuestras sudaderas cada una lle- era imposible perderse, solo había que seguir el
vaba un saco tejido de lana que nos quedaba filo que se abría cortando en dos la niebla.
pequeño, botas de caucho de colores brillan-
tes, plateadas las mías, azul metálico las de Seguí caminando. Cuando dejó de llover me di
ellas. El viento envolvía la cara de mi herma- vuelta y vi que me había adelantado en nues-
na con mechones de pelo que su balaca no al- tra caminata circular, me había alejado mucho
canzaba a retener; yo tenía una cola de caballo de mi mamá y de mis hermanas. Una ráfaga
ya casi deshecha. Ningún tipo de vegetación de viento desgarró de pronto la niebla y ellas
crecía sobre las rocas. El cráter se cubría por aparecieron muy lejos, del otro lado del crá-
momentos, pero la niebla blanca pronto volvía ter, tres figuras muy pequeñas tomadas de la
a desplazarse y dejaba al descubierto la oque- mano, perdidas en una naturaleza azotada por
dad gris y vacía. No me daba vértigo mirar el viento. No podía ver a mi papá por ningún
hacia el centro del cráter, pero en cambio mi- lado. Tuve miedo de seguir caminando sola y
rar hacia atrás me parecía aterrador, como si me senté a esperar que me alcanzaran mis her-

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manas, pero ellas parecían moverse cada vez Una mancha marrón en el pecho le hacía juego
más despacio, sin avanzar, rodeando colum- con el color de las patas, que estaban cubiertas
nas de niebla. de la misma arena verdosa por la que habíamos
caminado y que se veía sobre el azul brillante
Después de haberle dado la vuelta al cráter de las botas de mis hermanas. La punta de su
volvimos al punto del que habíamos partido, rabo era blanca y un anillo negro rodeaba el ho-
una cabaña pequeña hecha de tablas de made- cico, sobre el que crecían bigotes gruesos como
ra con un porche en el que un hombre vestido alambres que despedían un fulgor tenue en me-
con un uniforme azul de guardia leía un pe- dio de la niebla. Su cuerpo flaco estaba tibio y el
riódico. Estaba sentado en un banco, recosta- frío que yo había acumulado a lo largo de la ca-
do contra una de las paredes de la cabaña con minata por el borde del cráter se envolvió en el
las piernas estiradas y cruzadas. A un lado del calor del perro. Checo abrió los ojos y me miró.
banco había una mesa con un termo rojo cerra-
do y una taza de plástico vacía con el asa re- —Papá, ¿podemos adoptar a Checo? —pre-
torcida en una espiral formada probablemente gunté.
por una exposición al calor que la hubiera de-
rretido. Bajo la mesa se apilaba un arrume de Pero mi papá miraba en la dirección que debía-
leños. Cerca de la cabaña un aviso en madera mos tomar para bajar hasta el pie del volcán,
con letras amarillas y clavado en la tierra decía donde un terraplén servía de estacionamien-
CRÁTER PRINCIPAL. Bajo las letras una fle- to improvisado para los carros de los escasos
cha señalaba la dirección de la que veníamos. visitantes. Su mirada se hundía en el paisaje
La flecha parecía señalar un lugar vacío donde como si tratara de arrancarle algún secreto.
14 todo lo que entraba se perdía en la niebla.
Cuando empezamos a caminar cuesta abajo,
Un perro pequeño dormitaba en el porche de el cachorro nos siguió a lo largo de un trecho.
la cabaña. Me senté a acariciarlo. Sin abrir los Se adelantaba unos pasos batiendo la cola y
ojos, el perrito sacudió suavemente sus orejas. se detenía para esperarnos mientras mordía
Lo arrastré hacia mí tirando de sus patas de- alguna roca que encontraba en el camino. La
lanteras sin que él opusiera ninguna resisten- niebla se había disipado del todo y la cola de
cia y lo subí a mis piernas. Checo se recortaba sobre el negro profundo
del volcán. De repente y sin decirnos nada, mi
—Vamos a bajar ya —le dijo mi padre al guardia. padre golpeó el suelo para ahuyentar a Checo,
que dio media vuelta y se alejó en dirección al
El hombre no respondió y se limitó a inclinar cráter. Mientras se alejaba noté que una pela-
la cabeza. dura en carne viva surcaba una de sus patas
traseras. El golpe de mi padre sobre la tierra
—¿Cómo se llama el perrito? —pregunté. había levantado una nube de polvo gris que
tardó un tiempo en volver a asentarse.
—Checo —me dijo.
Andrea Mejía (Bogotá). Escritora y doctora
—Checo —repitió tomándole el hocico y acer- en Filosofía. Autora del libro de cuentos La
cándolo a mi cara. naturaleza seguía propagándose en la oscuridad
(Tusquets, 2018), de donde extraemos este
El pelaje del perro tenía algo de la hostilidad cuento, y de la novela La carretera será un
del lugar, de su negrura desértica, pero tam- final terrible (Tusquets, 2020). Es columnista
del diario Criterio.
bién tenía una suavidad ausente en el paisaje.

Diciembre | 2021

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