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Sicilia Bizantina - La Amenaza Árabe
Sicilia Bizantina - La Amenaza Árabe
Introducción
Cuando en 867 la flota del drongario del plöimon imperial Nicetas Ooryfas
echaba el ancla ante las costas de Ragusa, hoy en día Dubrovnik, Bizancio
estaba preparado de nuevo para reclamar su derecho a decidir en los asuntos de
Italia tras la desaparición del exarcado un siglo atrás. En estos momentos los
territorios controlados por el Imperio se reducían a algunos reductos en la
región de Otranto y muy lejos quedaban ya los días en que en las tierras
italianas se escuchaba con acatamiento la voluntad de Constantinopla. De entre
los antiguos territorios dependientes el ducado de Nápoles había derivado
insensiblemente hacia un estado de autonomía tácita que le llevó a seguir una
línea política independiente alejada ya de la colaboración con Bizancio, como se
puso de manifiesto en 812 cuando el duque Antemio contestó negativamente a
la petición del patricio de Sicilia para que hostigase a los piratas que acababan
de saquear Ischia ese mismo año. La ruptura de lazos de los napolitanos con su
antigua metrópoli se reflejaba también en planos más simbólicos con la ausencia
de consultas con el Imperio a la hora de decidir el relevo de sus líderes o la
omisión del nombre del emperador en las monedas acuñadas por el ducado.
Más al norte, Venecia seguía respondiendo afirmativamente a las solicitudes de
Constantinopla pero ya como una entidad política que seguía su propio camino
e intereses.
A mediados del siglo IX el principal actor de la política peninsular era Luis II,
rey de Italia desde 844 y emperador de los francos en 850. Luis asumió como
una de las principales tareas de su reinado, obligación heredada de su cargo
como rey de los lombardos, el liderar la lucha contra los piratas árabes que
asolaban sistemáticamente el litoral italiano. Ya en 812 tenemos noticias de
incursiones piráticas en la región pero su presencia se hace mucho más sentida
desde 836 cuando acuden al reclamo del duque Andrés de Nápoles para
protegerse de las agresiones lombardas. Empleados como mercenarios a sueldo
de todos los estados italianos en el sur pero también sirviendo a sus propios
intereses y los de los Aglábidas de Sicilia y norte de África su presencia pasó a
ser una amenaza demasiado clara, especialmente a partir de 839 cuando estalló
la guerra civil en el principado de Benevento entre Radelquis y Sikenulfo que
provocó diez años después la segregación de Salerno sancionada por la famosa
Divisio de 849. Los árabes se mostraron infatigables en sus correrías: en 838
Brindisi fue saqueada y en 840 y 841 Tarento y Bari sufrieron la misma suerte.
En 846 tuvo lugar la famosa incursión aguas arriba del Tíber y el saqueo de los
suburbios de Roma, incluida la basílica de San Pedro que tanta conmoción
provocó en la Cristiandad. Ese mismo año otra fuerza árabe volvió a ocupar
Tarento y la convirtió en un emirato autónomo dedicado al comercio,
fundamentalmente de esclavos, y al pirateo. Al año siguiente Bari sufrió la
misma suerte. La propia Roma fue salvada de nuevo en 849 cuando una flota de
napolitanos unida a barcos de Amalfi y Gaeta derrotó ante Ostia a una armada
árabe. El victorioso Cesario, hijo del duque Sergio de Nápoles, fue honrado
como salvador de Roma por el jubiloso pontífice.
En la década de 850 los recién llegados aprovecharon esas bases y el desorden
político en las tierras italianas para recorrer el país en profundidad saqueando y
sometiendo las poblaciones locales a su voluntad. Los señores lombardos
habitualmente no corrían peligro resguardados en sus ciudades, pero carecían
de los medios para defender su territorio adecuadamente, sin olvidar el hecho
de que casi todos utilizaban los servicios de los mercenarios árabes para
saquear las tierras de sus vecinos. Expulsar a los musulmanes de Italia requería
de una fuerza mayor que sólo podía estar en manos del emperador carolingio.
Desgraciadamente incluso para Luis II la tarea resultó ser mucho más dura de
lo esperada, comenzando por la ciudad de Bari contra la que realizó sucesivas
campañas en 847, 852, 866-67, 869 hasta tomarla finalmente dos años después.
En esos años la mirada de Bizancio volvió a posarse sobre Italia. La pugna
sostenida con el Papado sobre el control religioso de la recién convertida
Bulgaria había demostrado a Constantinopla que valía la pena presionar en
Italia para persuadir al pontífice a inclinarse ante los intereses de
Constantinopla. Por ello cuando a finales de la década la flota griega comenzó a
mostrar su pabellón en aguas del Adriático, posiblemente poco después del
establecimiento del thema naval de Dalmacia, muchas novedades se estaban
gestando en el panorama político de la región.
Las depredaciones de los piratas sarracenos en las costas dálmatas hicieron por
fin inevitable la llamada de socorro a Constantinopla en 867. Una escuadra de
casi 400 chelandia, al decir de los fantasiosos historiadores francos y 140 según
otras fuentes, se apostó frente a la ciudad de Ragusa y forzó la apresurada
huida de los sitiadores que optaron por atravesar el Adriático y dedicarse a
saquear las costas de Apulia en lugar de enfrentarse a los poderosos navíos
imperiales. Pronto los jefes serbios de la región se apresuraron a acogerse a la
protección de la remozada autoridad bizantina, lo cual fue aprovechado por
parte del jefe de la expedición para reafirmar la influencia imperial sobre la
zona. Al año siguiente, mientras Luis II se preparaba para una nueva tentativa
contra Bari, se acordó el envío de apoyo naval bizantino para la empresa,
aunque no está claro si la iniciativa partió del monarca franco o fue una
sugerencia del emperador Basilio. En marcha estaba por aquel entonces el
proyecto de alianza entre los dos Imperios mediante el compromiso entre el
primogénito de Basilio, Constantino, y Ermengarda, la hija de Luis.
Lamentablemente la empresa conjunta y la nonata alianza acabaron
desastrosamente cuando la flota que había arribado ante las costas de Bari con
la misión de ayudar en la campaña y recoger a la joven princesa se encontró con
que Luis había hecho regresar a buena parte de sus tropas y sólo mantenía el
sitio con algunos centenares de hombres. El propio Luis no estaba ya presente,
pues se había retirado a Venosa a conferenciar con su hermano Lotario y no
parecía muy dispuesto ahora a concluir el tratado. Furioso, el drongario Nicetas
se alejó de la ciudad y llevó a la flota al golfo de Corinto no sin haber mostrado
antes su cólera por la conducta de Luis, lo que estuvo a punto de provocar un
enfrentamiento armado con los francos. Posteriormente el monarca intentó
excusar su conducta y arreglar la situación aunque el proyectado matrimonio
finalmente nunca tuvo lugar. La colaboración volvió a establecerse a partir del
año siguiente en un período en el que la flota bizantina se mostró muy activa,
realizando también incursiones contra los piratas eslavos apostados en la
desembocadura del Narenta y contra sus bases en territorio dálmata.
Por fin, tras varias campañas infructuosas, las tropas de Luis II hicieron su
entrada en Bari el 2 de febrero de 871. De inmediato el monarca se propuso
extender su ofensiva a la ciudad de Tarento considerando que Apulia no se
podría asegurar en tanto esta plaza continuase en manos musulmanas. Las
dificultades para la empresa eran muchas debido a la fácil comunicación de los
tarentinos con Sicilia. En esos momentos una pequeña escuadra bizantina al
mando del patricio Jorge prestó su colaboración en las tareas del bloqueo, pero
a sus escasos chelandia les resultó imposible establecer un cierre total del puerto.
La desesperada necesidad de una fuerza naval de la que carecía el Imperio
franco, unido a la nueva amenaza que suponía la alianza del Duque Sergio de
Nápoles con los musulmanes, animó a Luis II a proponer a Basilio una alianza
en firme en la que la tierra quedaría para los francos y el mar para los griegos.
Como premio último Sicilia regresaría a las manos de sus antiguos dueños y
Luis ofreció su ayuda para hacer avanzar la empresa bizantina en la isla.
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Tan buenos propósitos se vieron frustrados por un nuevo fracaso diplomático.
Peor todavía, la embajada franca que se encontraba en Constantinopla a
principios de 870 se enredó en disputas sobre la cuestión de Focio y la
jurisdicción sobre la iglesia búlgara, dejando a un lado su misión original. El
emperador acusó a los enviados de su mala disposición al tiempo que rehusó
ratificar el título imperial al monarca franco que Focio había prometido hacer
reconocer. La cuestión de fondo que yacía tras este enfrentamiento era la
pretensión de Luis II de considerarse Emperador de los Romanos y no de los
Francos, entrando así en conflicto directo con la posición del soberano de
Constantinopla. Alejados, pues, por sus intereses divergentes ambos se
decidieron a continuar la guerra en Italia contra los musulmanes por separado.
La flota imperial abandonó en esos momentos las costas italianas para actuar
sobre las bases piratas de Creta, persiguiendo a sus enemigos a lo largo de las
costas del Peloponeso hasta dispersarlos. Por su parte Luis tampoco pudo
continuar su campaña sobre el siguiente objetivo, Tarento. Una conspiración
urdida por el duque Adelquis de Benevento en agosto de 871 le convirtió en
prisionero de éste durante unos meses. Sólo la promesa de no buscar venganza
sobre los conjurados y no amenazar el territorio de Benevento le permitió
volver a recuperar la libertad. Muy afectado por este suceso no emprendería ya
grandes acciones en Italia y su muerte en 875 marcó el fin de la intervención de
la monarquía carolingia en el sur. Sólo entonces tras la desaparición del
animoso y desafortunado Luis volvieron los barcos de Bizancio a luchar de
nuevo contra los sarracenos en Italia.
El fracaso de los francos fue la señal para la reanudación de una vigorosa
contraofensiva musulmana especialmente desde la colonia radicada en Tarento.
Pronto sus algaradas recorrieron toda la Italia del sur llegando en sus
incursiones a las cercanías de Benevento, mientras que por mar los corsarios
árabes aprovecharon la falta de vigilancia en el Adriático para llegar hasta el
fondo del golfo de Venecia y saquear Comacchio. Para entonces el gobierno
bizantino estaba convencido de que el Adriático y las posesiones imperiales en
Iliria estarían siempre a merced de los piratas en tanto que éstos encontrasen
refugio y apoyo en el litoral italiano, Se hizo pues necesaria la intervención en
tierra firme y la ocasión vino dada muy pronto por la petición de socorro que
los lombardos de Apulia dirigieron al gobernador bizantino de Otranto, que
acababa de recibir las promesas y juramento del príncipe Adelquis II de
Benevento en 873. En obediencia a esos acuerdos se abrieron las puertas de Bari
a las tropas encabezadas por el baiulos Gregorio, primicerio y protospatharios
imperial, que se hizo dueño de la ciudad en nombre de Basilio el 25 de
diciembre de 876 enviando luego a Constantinopla como rehenes a algunos de
los principales ciudadanos junto con el gastaldo encargado de su gobierno hasta
la llegada de las tropas bizantinas.
El rápido asentamiento de las fuerzas imperiales en Bari no fue muy del agrado
de Adelquis, que no esperaba una presencia demasiado visible de los recién
llegados, lo que le llevó a intentar tratar directamente con los musulmanes pero
para entonces ya se había establecido en Bari una fuerte guarnición que
aseguraba el dominio de la ciudad para los bizantinos. Constantinopla ganó así
una posición privilegiada para controlar ambas costas del Adriático y afirmó su
intención de reclamar protagonismo transformando la nueva posesión en la
sede del strategos como una base firme desde la que empezar a desempeñar de
nuevo un papel relevante en la política italiana. Basilio concedió plenos poderes
a su representante para llevar adelante el juego diplomático con los estados
lombardos y las dotes de gobierno y habilidades de Gregorio le permitieron
desempeñar con eficacia las funciones de su cargo hasta 885.
Como representante del emperador Gregorio no tardó en establecer contacto
con los actores relevantes en la escena italiana, particularmente con el papa Juan
VIII, que en estos años buscaba ayuda desesperadamente para hacer frente a la
amenaza de las flotas piratas sarracenas que a finales de 876 volvían a asomarse
a la desembocadura del Tíber. El basileo respondió afirmativamente a la
petición del pontífice y ordenó a Gregorio que enviase algunos barcos hacia el
litoral de Campania. Sabemos que a finales de 879 un pequeño destacamento
naval, al mando del espatario Gregorio, el turmarca Teofilacto y el conde
Diógenes se apostó ante Nápoles y derrotó a los musulmanes. Aliviado, el papa
felicitó calurosamente a sus salvadores pero insistió en que debían llegar hasta
Roma y defenderla por tierra y mar de nuevas amenazas. Al año siguiente los
barcos regresaron y colaboraron en la protección de las tierras de la Santa Sede.
Durante ese periodo las relaciones entre Roma y Constantinopla alcanzaron una
armonía que rara vez se volvió a disfrutar posteriormente.
El éxito de Bari, aunque valioso, no pudo compensar la calamitosa fortuna de
las armas imperiales en otros frentes, particularmente en Sicilia. Mientras la
flota de Nicetas Ooryfas se ocupaba de recorrer las costas griegas en busca de
piratas el litoral siciliano quedaba a merced de los ataques de los musulmanes
de Palermo. Siracusa estaba siendo sometida a un duro asedio en esos
momentos y durante semanas esperó en vano el socorro de una flota que al
mando del navarca Adriano debía llegar en su auxilio. Demorado en las costas
del Peloponeso Adriano conoció la noticia de la toma de la ciudad en mayo de
878 sin tiempo ya para poder prestarle el socorro tan desesperadamente
implorado. La conquista de Siracusa ofreció a los musulmanes una base ideal
para emprender la conquista definitiva de Calabria por lo que, animado con el
reciente triunfo, el emir de África envió de inmediato una flota de 60 galeras de
buen porte hacia el Jónico para saquear las costas griegas.
Escarmentado Basilio por el fracaso en la empresa de Siracusa quiso atajar de
raíz las nuevas incursiones y dirigió contra la flota sarracena al plöimon imperial
al mando del sirio Nasar, que había sustituido entretanto en el cargo a Nicetas
Ooryfas. La flota imperial, compuesta por 45 navíos, consiguió expulsar de las
aguas del Jónico a los incursores, tras sorprender y aniquilar una escuadra
árabe de 16 galeras en el puerto de Metona, y se dirigió después a toda vela
hacia las costas de Sicilia. Las primeras velas de la armada se dejaron ver ante
Nápoles en octubre de 879 y probablemente fue entonces cuando de la flota se
separó el contingente destinado a proteger las costas de Campania a petición
del papa. Tras reagrupar la escuadra Nasar inició su ataque en la costa
septentrional de la isla, al este de Palermo. En Milazzo, en las cercanías de las
islas Lípari, se libró un gran combate que resultó victorioso para los bizantinos,
y tras el encuentro Nasar pudo dedicarse a perseguir el rico tráfico mercantil
organizado entre Sicilia y el continente. De la riqueza del botín obtenido dieron
cuenta los cronistas afirmando que el precio del aceite en Constantinopla cayó
en aquellos días hasta alcanzar valores irrisorios. Animado por el éxito de la
empresa la flota se aprestó a llevar adelante la segunda y más importante fase
de la operación que tenía como objetivo desembarcar en tierra italiana los
primeros ejércitos imperiales que esas costas veían en más de un siglo. Bizancio
regresaba con fuerza a sus antiguos dominios y lo hacía reclamando su derecho
de propiedad.
La amenaza árabe
Con el comienzo del siglo X la amenaza árabe volvió a hacerse omnipresente en
Calabria y Campania. El foco principal del peligro estaba en la colonia
musulmana en el Garellano, establecida alrededor de 880 en un enclave
permanente solidamente protegido en las alturas de la orilla derecha del río y
desde el que salían con regularidad bandas para saquear y pillar las ciudades
lombardas. A la amenaza permanente de los piratas del Garellano se unió desde
900 la amenaza sobre Calabria de los árabes africanos liderados por el emir de
Cairuán Ibrahim Ibn Ahmed. Tras haber consolidado su posición en África
envió a su hijo Abdallah para someter a sus súbditos sicilianos en rebeldía. El
desembarco del ejército africano en Mazara el 1 de agosto de 900 provocó un
aluvión de refugiados que buscaron socorro entre los griegos de Taormina,
todavía en posesión del Imperio, mientras otros optaron por la mayor
seguridad del continente.
Dueño ya de Palermo Abdallah se dirigió contra los cristianos de Taormina y
Catania mientras un ejército se concentraba en Reggio para apoyar a los
cristianos de la isla y entrar en negociaciones con los musulmanes rebeldes. En
901 Abdallah pasó al continente, dispersó las tropas bizantinas que allí estaban
apostadas y sometió Reggio a pillaje. El botín obtenido fue inmenso,
acrecentado por las contribuciones que las ciudades de la región se apresuraron
a ofrecer para ahorrarse la suerte de sus vecinos. Durante este tiempo hizo su
aparición una escuadra bizantina a la altura de Messina pero fue derrotada por
Abdallah que, tras una nueva incursión en Calabria, regresó a Palermo para
poner en orden su administración. Al año siguiente su padre renunció al poder
y reclamó a su hijo a África para que ocupase su puesto. Él antiguo emir
proclamó entonces su voluntad de llevar la guerra santa a sangre y fuego a
Sicilia y ese mismo año puso sitio a Taormina que sucumbió tras una heroica
resistencia. El terror entre la población cristiana ante la crueldad demostrada
por el antiguo emir provocó una oleada de refugiados que afluyó a Calabria,
pero tras ellos llegaba el propio Ibrahim. El 3 de septiembre de 902 el
sanguinario caudillo musulmán atravesó el estrecho con todo su ejército y
avanzó arrasando todo ante si hasta el valle del Crati. Su avance fue tan rápido
que imposibilitó la llegada a tiempo de los refuerzos bizantinos desde
Constantinopla. Despreciando a los emisarios de las ciudades que corrían a
someterse ante él Ibrahim llegó ante Cosenza a finales de septiembre. La noticia
de esta repentina invasión provocó el terror en toda Italia meridional
acrecentada por las amenazas del caudillo africano de llegar hasta Roma para
destruir “la ciudad de ese ridículo viejo Pedro”. Las ciudades no se hacían ilusiones
sobre la amenaza que se cernía sobre ellas. En Nápoles, por ejemplo, el cónsul
Gregorio, tras consultar con el obispo Esteban y otros principales decidió
destruir el Castellum Luculli, la fortaleza que se erigía en el cabo Miseno por
temor a que los árabes lo utilizaran como base permanente. Toda la población
tomó parte en el proceso de derribo del bastión y de él luego se trasladaron los
restos de San Severino, que allí se custodiaban, para ser solemnemente
transferidos a Nápoles en octubre.
Entretanto los habitantes de Cosenza, tras intentar en vano parlamentar con sus
atacantes se prepararon para un asedio largo que comenzó con el asalto del 1 de
octubre que consiguieron rechazar. Pero la muerte repentina de Ibrahim el 23
de ese mismo mes a causa de la disentería puso fin al bloqueo. El
desmoralizado ejército árabe renunció al asedio y el sucesor de Ibrahim, su
nieto, se contentó con cobrar un rescate de guerra y ordenó la retirada, lo que
supuso un respiro para las atormentadas poblaciones de la región.
Tras este episodio no se registraron nuevos ataques en Calabria hasta 914. La
atención musulmana estaba en esos momentos centrada en otras prioridades,
en Sicilia donde la guerra civil había estallado y en África donde los Aglabíes
fueron desplazados en 909 por los Fatimíes, lo que fue aprovechado por los
sicilianos para romper sus lazos con África y pasar a depender directamente de
Bagdad. El ataque de 914 tuvo escasas consecuencias por la disposición del
gobierno bizantino a tratar con los sicilianos que se comprometieron a cesar en
sus agresiones a cambio del pago de una contribución regular.
Pero si la situación en Calabria era más pacífica no ocurría lo mismo en
Campania, donde continuaban los combates contra los árabes del Garellano.
Entre 880 y 915 las bandas de saqueadores recorrieron libremente los valles del
Volturno, el Liri y los afluentes del Tíber partiendo no sólo desde su base
principal sino también desde otros enclaves en Sepino y Boiano. En 903
derrotaron a los cristianos en las orillas del río y dos años más tarde, en 905, se
unieron a sus tradicionales aliados napolitanos para derrotar a las tropas de la
ciudad de Capua. Poco después sin embargo Atenulfo, el señor de Capua,
consiguió atraer a los napolitanos a una liga de la que también formó parte la
ciudad de Amalfi. Los aliados pretendieron construir un puente sobre pontones
para atravesar el río pero los sarracenos, ayudados por la gente de Gaeta, se
arrojaron sobre los aliados y acabaron con buena parte de ellos.
Por esa misma época las bandas musulmanas hicieron de nuevo su aparición en
las cercanías de Roma y ocuparon la región de la Sabina y las villas de Narni y
Nepi. En su avance llegaron a controlar el valle del Tíber al norte de Roma y
tras atravesar el río se adentraron en Tuscia y convirtieron en su base el
monasterio abandonado de Farfa. Los efectos en la región se hicieron notar. Las
crónicas de esos años nos hablan de un panorama desolador. En 905 las villas
aparecían desiertas, las iglesias abandonadas se desmoronaban y en palabras
del monje del Monte Soracto “desde hace treinta años los sarracenos reinan en el
estado romano”. Los peregrinos que se dirigían a Roma experimentaban grandes
dificultades para alcanzar la ciudad y con frecuencia se veían detenidos por
bandas árabes que les obligaban a pagar fuertes cantidades para permitirles
continuar su camino. Tal y como narra Gregorovius:
“Tan pronto como los peregrinos del Norte en ruta hacia Roma atravesaban los Alpes se
encontraban con su camino cerrado por los moros de España que estaban fortificados
desde 891 en Fraxinetum en el sur de Galia. Tras haberse rescatado a sí mismos allá los
peregrinos caían luego en manos de los sarracenos en tierras de Narni, Rieti y Nepi.
Ningún peregrino llegaba a Roma con ofrendas, y esta situación se prolongó durante
treinta años. Cualquier traza de gobierno central en la región había desaparecido y cada
villa, cada fortaleza y abadía estaban reducidas a sus propios recursos.”
Impotentes en su debilidad los señores lombardos sólo pudieron mirar hacia
Oriente en busca de su salvación. Llegaba la hora de acudir de nuevo al basileo
de Constantinopla.
En estos primeros años del siglo el gobierno bizantino, ocupado en otros
frentes, no había prestado mucha atención a los asuntos de Campania, más allá
de la concesión de algunos subsidios a los príncipes de la región. Por ello el
señor de Capua y Benevento, Atenulfo, se decidió por la apelación directa al
basileo enviando en 909 a su hijo Landulfo para solicitar el envío de un ejército
imperial. León acogió favorablemente la embajada y prometió su apoyo a
condición que el príncipe reconociese expresamente su condición de vasallo del
Imperio. Durante estas negociaciones murió Atenulfo y su hijo regresó a Capua
con el permiso del emperador e investido con el título de patricio imperial. Con
él gobernaba su hermano Atenulfo II pero era Landulfo con su nueva dignidad
quien se podía codear en la jerarquía oficial con su par el príncipe de Salerno o
el gobernador del thema. Para resolver el problema que planteaba la colonia
árabe del Garellano era indispensable separar a Nápoles de la alianza con los
sarracenos, lo que se consiguió en 911 tras la firma de un tratado con el duque
Gregorio que tuvo como punto principal la constitución de una alianza ofensiva
entre Nápoles y Capua-Benevento contra los árabes, aunque este acuerdo
demostró tener tan poca vida como el que se firmó en tiempos de Atanasio pues
cuando lleguen las tropas bizantinas poco tiempo después Nápoles y Gaeta
seguirán estando de nuevo en paz con los musulmanes.
La muerte de León VI en 912 y los tiempos de inestabilidad que se sucedieron
retrasaron el envío de las tropas prometidas. Mientras tanto el papa Juan X, en
la sede pontificia desde marzo de 914, buscó el concurso del margrave Alberico
de Espoleto para expulsar a las bandas sarracenas del valle del Tíber. Tras
contactar también con Landulfo y aconsejado por éste envió una embajada a
Constantinopla para pedir como sus antecesores Juan VIII y Esteban V la ayuda
de la corte imperial. En tanto se intensificaban las acciones diplomáticas la
defensa se fue organizando alrededor de Espoleto y Salerno. Un notable de
Rieti encabezó un pequeño ejército que consiguió expulsar a los musulmanes
del valle alto del Anio. Poco después los habitantes de Nepi y Sutri
consiguieron otra victoria cerca del Tíber lo que obligó a las bandas árabes a un
repliegue táctico a través de la llanura del Lacio para fortificarse en el
campamento del Garellano, mientras tras ellas llegaban las tropas de Roma y
Espoleto acaudilladas por el Papa y el margrave Alberico.
Pronto llegaron refuerzos de importancia al campamento cristiano: el nuevo
estratego de Longobardia, Nicolás Picingli, acudió a Campania con las tropas a
su mando reforzadas por destacamentos enviados directamente desde
Constantinopla. En su marcha hizo un alto ante Nápoles para obligar al duque
Gregorio a abandonar la alianza con los árabes. La demostración de fuerza
unida a la seducción del oro y la promesa de un título oficial convencieron al
duque y a su socio el hypatos de Gaeta para reconocer la autoridad bizantina y
romper su alianza con los musulmanes. Por su parte el señor de Gaeta obtuvo la
confirmación de la donación papal de la villa de Fondi que ya le había sido
concedida por Juan VIII en 882.
Tras solucionar esta cuestión en 915 la liga cristiana se reunió por fin a orillas
del Garellano. La flota bizantina comenzó a entrar en la desembocadura del río
en el mes de junio mientras las tropas terrestres maniobraron para formar un
cerco sobre el campamento fortificado. En la acción estaban presentes todos los
señores principales de la Italia Meridional: el duque Gregorio, Atenulfo de
Capua y Guaimar de Salerno acompañados del conde Berenguer de Friuli y del
margrave de Espoleto que combatían al frente de sus tropas al igual que el
Papa. Al mando de la coalición se situó el estratego Picingli que comenzó a
dirigir las operaciones al pie de la colina principal donde se concentraba la
defensa sarracena. Durante tres meses se bloqueó concienzudamente el recinto
hasta que, acuciados por la necesidad, los asediados se decidieron a intentar la
salida en agosto siguiendo el consejo en secreto de los señores de Nápoles y
Gaeta. Tras incendiar el campamento los árabes intentaron la huida en grupos
reducidos a través de los montes vecinos por donde fueron perseguidos por los
cristianos de modo que pocos pudieron escapar con vida.
La victoria del Garellano hizo desaparecer de la península la última colonia
musulmana y liberó la Campania y la Italia central de sus incursiones. El
beneficio para Bizancio fue ver su autoridad reconocida en toda la Italia
meridional desde Gaeta hasta el monte Gargano, con los señores de Nápoles y
Gaeta portando orgullosamente las dignidades conferidas por el emperador. En
recuerdo de la gran victoria el hypatos Juan I hizo construir en la orilla del río
una torre fortificada sobre la tierra en la que ahora Gaeta volvía a señorear.
La organización administrativa
Tras la caída de Taormina en 902 nada quedaba ya del antiguo thema de Sicilia
del que Calabria había sido en tiempos un ducado. Desde el siglo VIII su
estratego tenía a su cargo, además de la propia isla, los ducados de Calabria y
Otranto junto con Nápoles, que desde 755 empezó a desarrollar una política
independiente del Imperio liderada por el duque Esteban, miembro de la
aristocracia militar local y elegido por vez primera por sus conciudadanos en
lugar de serlo por su superior en Sicilia. Estos ducados sufrieron desde
mediados del IX la transformación administrativa que los convirtió en turmas
igualándolos así con la tipología organizativa vigente en el resto del estado
bizantino.
Ahora un estratego pasó a residir en Reggio, prueba quizás de la relación
estrecha que todavía debía existir con las comunidades cristianas que
mantenían un cierto grado de independencia en algunas comarcas al oeste y al
sur de Messina. En la propia Calabria el territorio comprendido por la
demarcación administrativa era mayor que el existente a principios del VIII al
extenderse también al valle del Crati con las villas de Cosenza y Bisignano. Por
contra la tierra de Otranto que antes había formado parte de la región calabresa
pasó a depender del nuevo thema de Longobardia. En esta época se produjeron
algunas actuaciones de repoblación. Basilio I reconstruyó Galipoli y la repobló
con griegos de Heraclea del Ponto. En Calabria se asentaron parte de las tropas
auxiliares armenias que llegaron a Italia con Nicéforo Focas, así como 1.000
esclavos liberados de la viuda Danielis, la famosa terrateniente del Peloponeso.
Otros 3.000 libertos de la misma procedencia fueron enviados a Apulia más
tarde, ya durante el reinado de León VI. En el terreno eclesiástico sin embargo
las circunscripciones fijadas en la época de León VI reprodujeron la antigua
distribución, y así por ejemplo el obispado de Galipoli en la tierra de Otranto
siguió dependiendo de la sede calabresa de Santa Severina. Desde el reinado de
Basilio I la villa de Otranto fue residencia de altos funcionarios bizantinos, pero
fue la ciudad de Bari, tras la ocupación por el baiulos Gregorio la que desde el
principio se constituyó en capital del nuevo thema de Longobardia y residencia
por tanto del gobernador bizantino en la península.
El estratego radicado en Bari estaba encargado de una doble misión militar y
diplomática: como político debía entrar en contacto con los príncipes lombardos
y coordinar su participación en las luchas contra los sarracenos. Y debido a que
Bizancio consideraba que todos los estados de Italia meridional seguían estando
bajo su soberanía el gobernador era el encargado de hacer llegar a los señores
de Benevento, Capua, Salerno, Nápoles, Amalfi y Gaeta los despachos que la
cancillería imperial enviaba significativamente en forma de órdenes (keleusis),
procedimiento administrativo utilizado con los súbditos del Imperio en
contraposición a grammata, las cartas imperiales dirigidas a aliados
independientes. Durante todo el período las relaciones con los pequeños
estados pasaron por fases alternantes de paz y tensión que pueden ser seguidas
e interpretadas fácilmente por el estudio de la datación de la documentación de
la época que utilizaba los años de gobierno del Imperio cuando estaba en
buenas relaciones con Constantinopla o los de la autoridad local en momentos
de desencuentro. De la misma forma en el primer caso eran citados los títulos
otorgados por Bizancio o bien silenciados si las relaciones no eran buenas en el
momento de la redacción del documento.
El estratego debía también intervenir en Campania para influir sobre la política
local en defensa de los intereses del Imperio. Pero también tenía que guerrear
en colaboración con los estrategos de otros themata que acudieron a Italia
sucesivamente enviados por el emperador para afirmar el dominio de Bizancio
en la península. Probablemente el primer gobernador de Longobardia fue
Gregorio, sucedido por Teofilacto en 886 y en el desempeño de su cargo no
deben ser confundidos con hombres como Esteban Majencio o Nicéforo Focas,
militares investidos con poderes extraordinarios para una campaña específica a
cuyo término debían regresar a Constantinopla. Sabemos también del patricio
Jorge, que residía en Tarento hacia 887-888, donde quiso obligar a sus
habitantes a escoger un obispo griego que reconociese la jurisdicción de
Constantinopla, pero no podemos conocer con absoluta certeza si este oficial era
o no gobernador de Longobardia.
El primer oficial que se declara expresamente estratego de Longobardia es
Simbaticio, el conquistador de Siponto y Benevento en 891. Resulta significativo
en estos años que los oficiales al mando lo son también de Cefalonia en las islas
del Jónico, que parecen haber compartido durante unos años al mismo
gobernador posiblemente hasta que las necesidades organizativas en Italia
exigieron de nuevo la división en dos circunscripciones. Por estos mismos años,
perdida prácticamente Sicilia salvo las plazas de Taormina, Aci y Rametta que
cayeron en 902, se fue afirmando en las fuentes la denominación de Calabria
como thema aunque en la nomenclatura oficial el cargo de estratego de Sicilia
siguió apareciendo regularmente. Sólo entre 938 y 956, según Falkenhausen,
puede datarse la creación oficial del thema de Calabria, pues ya en esa última
fecha Mariano Argiro utilizó esa titulación aunque probablemente la
reorganización administrativa llevaba ya algunos años en funcionamiento. En
ocasiones puntuales los themata de Calabria y Longobardia fueron reunidos
temporalmente en un único mando, como fue el caso durante los gobiernos de
Basilio Cladon en 938, de Mariano Argiro en 956 o de Nicéforo Hexacionites en
965, debido posiblemente a la necesidad de reemplazar a un general caído en
combate o reclamado a Constantinopla. En otros casos el motivo fue agrupar
más eficazmente las fuerzas de ambas circunscripciones, pero en cualquier caso
la administración de ambos themata volvió luego a recibir sus gobernadores
independientes.
Aunque en estos años no se advierte una delimitación clara de los límites de la
provincia se pueden distinguir tres zonas reconocibles en la Italia meridional.
En primer lugar la región del litoral del Adriático alrededor de Bari y Siponto,
Tarento y el valle del Crati en donde la autoridad bizantina estaba solidamente
establecida. En segundo lugar las tierras del antiguo condado de Capua,
alrededores de Benevento y Salerno donde los príncipes lombardos seguían
ejerciendo el control. Y en tercer lugar una zona intermedia en la que la
autoridad no estaba claramente definida y se inclinaba sucesivamente a favor
de unos u otros en medio de una lucha sorda de influencias en la que se pueden
apreciar los intentos por parte de la administración bizantina de ir sustituyendo
pacientemente el protectorado vago por un control más directo. Los medios
empleados para atraer a los indecisos incluían el soborno, el otorgamiento de
títulos y dignidades y la promesa de ingresos regulares en metálico por parte de
la administración imperial. La generalización de tales prácticas derivó en
excesos que fueron ya denunciados por León VI en sus obras, en las que se
queja de las malas costumbres adoptadas por los oficiales que permanecían
durante un tiempo prolongado en Italia contagiados, según sus palabras, “por la
avidez de los lombardos y su deseo de lucro”. Una práctica política de estas
características costaba cara y debía ser financiada mediante contribuciones
siempre en alza, pero los gobernadores italianos no recibían ingresos de
Bizancio con regularidad, tal y como nos informa Constantino VII en el Libro de
las Ceremonias, por lo que en muchas ocasiones debía ser el propio thema el que
subviniese a sus necesidades. El peligro de sublevaciones y descontento ante
las cargas económicas impuestas por ello a las poblaciones locales era pues un
peligro real del que se dieron alguna muestra las rebeliones de 887 en Bari y 894
en Benevento. Sin embargo durante los primeros años del siglo X la situación se
mantuvo tranquila y sólo sería a partir de la década de 920 cuando comience a
reproducirse un ciclo constante de revueltas e inestabilidad política en la
región.
Años de inestabilidad
La paz de que gozaba Calabria se interrumpió bruscamente en 917 con la
reanudación de los ataques piráticos, esta vez encabezados por los gobernantes
fatimíes que en ese año habían derribado el emirato independiente de Palermo.
Desde Mahdia se enviaron nuevas expediciones que asolaron las costas
calabresas sin otro objetivo que saquear y tomar prisioneros y descartando
objetivos más ambiciosos a excepción del incidente aislado que fue la toma
temporal de Reggio en 918. La respuesta de las autoridades bizantinas ante la
reanudación de los ataques fue tratar de llegar a un acuerdo económico. El
estratego de Calabria Eustacio, uno de los chambelanes del emperador, ofreció
a los musulmanes el pago de un tributo de veintidós mil piezas de oro,
posiblemente a finales de ese mismo año, lo que puede explicar el cese de las
incursiones en el período siguiente.
Poco tiempo después Eustacio fue sustituido en el cargo por Juan Muzalon
(también llamado en las fuentes Bizalon). El nuevo estratego tomó una decisión
impopular al elevar los impuestos para poder hacer frente al tributo y su
actuación dió lugar a una revuelta en la que pereció asesinado, poco tiempo
después de la llegada al poder de Romano I Lecapeno, posiblemente entre 921 y
922. En su ayuda los sublevados pidieron auxilio a Landulfo de Capua. En abril
de 921 se produjo también la muerte en Ascoli Satriano del estratego de
Longobardia Ursileon durante un enfrentamiento contra los príncipes
lombardos venidos en ayuda de los habitantes de Apulia en rebeldía. Tras
hacerse dueños de Ascoli, Landulfo de Capua y su hermano Atenulfo
extendieron su dominio a toda la región en un acto de declarada rebeldía a la
autoridad imperial. Una fuente alternativa para estos hechos está disponible en
las cartas del patriarca Nicolás Mstikos que en esos años mantuvo una activa
correspondencia con diversos personajes de relevancia en Italia, entre ellos el
propio Landulfo. Por ellas se conoce que los sublevados se apresuraron a enviar
cartas a Constantinopla responsabilizando de los hechos al fallecido estratego y
reafirmaban su voluntad de mantenerse leales a Bizancio a condición de que no
se castigase a los culpables y se nombrase como nuevo gobernante de
Longobardia al propio Landulfo. La corte bizantina respondió con cautela ante
esas propuestas sabedora del peligro que encerraban. Aunque no se conocen los
detalles exactos de las negociaciones se documenta a partir de 925 en los
documentos oficiales de Capua la desaparición de los títulos de patricio y
anthypatos que antes portaba el príncipe, signo inequívoco de la ruptura de
relaciones. Sabemos también que Landulfo se retiró finalmente de Apulia
porque volvió a invadirla pocos años después.
+
En el año 922 se registró en tierras de Campania la aparición de las temidas
bandas húngaras que por esos años saqueaban toda la Europa Central.
Simultáneamente a esta amenaza los piratas árabes volvieron a la actividad en
el mismo año en las costas de Calabria donde ocuparon la villa de Santa Agata.
A partir de 924 le tocó el turno a Apulia donde los piratas eslavos hicieron su
aparición actuando desde sus bases en las islas del Adriático o al servicio de los
jefes árabes. En 925 un ejército árabe llegado de África desembarcó cerca de
Tarento al mando de Abu Ahmed Jaffar Ibn Obeid y avanzó en dirección a Oria.
En esta ciudad rica y populosa, que contaba con una abundante colonia judía,
se había refugiado el estratego de Calabria. Su resistencia duró poco y tras una
breve lucha la ciudad cayó en manos de los atacantes el 1 de julio librando un
enorme botín. El oficial bizantino debió pagar por su libertad un fuerte rescate y
la entrega de un tributo aseguró a la región la paz durante algunos meses. De
estos hechos tenemos cumplidas noticias por las crónicas de un miembro de la
numerosa comunidad judía de Oria, el juez Sabbatai Donnolo, entonces un niño
de 12, hecho prisionero en la villa. Donnolo fue liberado en breve y en su
carrera posterior, famosa por sus conocimientos de medicina y astrología fue
médico personal del gobernador de Calabria Eupraxio, emprendió viajes en
busca de conocimiento que le llevaron hasta Bagdad y mantuvo
correspondencia con importantes personajes de la época como Nilo el Menor,
abad de Grotta-Ferrata.
Parece ser que en este año 925 tuvo lugar el curioso episodio de la detención de
unos embajadores búlgaros y árabes de regreso de África a la altura de las
costas calabresas. El rey Siméon, que en estos momentos se encontraba en
guerra con Bizancio, había iniciado contactos con los fatimíes para establecer
una alianza contra su enemigo común. Los barcos bizantinos que apresaron a
los diplomáticos regresaron con sus valiosos prisioneros a Constantinopla
donde haciendo gala de prudencia Romano Lecapeno ordenó la retención de
los búlgaros y la devolución de los árabes a su hogar con la promesa de la
renovación del tributo regular acordado en 918/19 que volvería a ser pagado
por el estratego de Calabria aunque esta vez reducido a la mitad del montante
original, unos 11.000 nomismata en total.
+
El Mahdi aceptó la ratificación de la tregua que se había firmado en Oria poco
antes aunque la paz demostró ser poco duradera ya que al año siguiente se
produjo un nuevo ataque, esta vez a cargo del emir de Sicilia acompañado por
el jefe eslavo Sabir al mando de una armada de más de cincuenta galeras que
llegaron para asediar Tarento. El 15 de agosto de 928 la ciudad cayó por asalto y
según las fuentes árabes más de 6.000 cristianos perecieron y los supervivientes
fueron deportados como esclavos a África. Ese mismo año otro jefe eslavo,
Miguel Vysevic de Zaclumia, atacó y saqueó Siponto. Por su parte Sabir, tras la
toma de Tarento remontó las costas del Tirreno e impuso cuantiosos rescates a
las ciudades de Salerno y Nápoles. Tras volver sobre sus pasos Sabir entró en el
Adriático y superando el promontorio del Gargano entró en Térmoli tras haber
dispersado a unos cuantos navíos bizantinos que intentaron ofrecerle
resistencia.
Tras la muerte del Mahdi en 934 las ciudades y villas de Calabria dejaron de
pagar el tributo anual y la revuelta en Sicilia de los habitantes de Agrigento de
937 a 941 que arrastró a buena parte de la isla distrajo la atención de los
musulmanes que dejaron tranquilas las costas italianas por algunos años. Los
bizantinos, muy interesados en la prolongación de ese conflicto, sostuvieron la
causa de los rebeldes enviándoles entre 937 y 939 barcos cargados de trigo para
asegurar su sustento.
La delicada situación ante los repetidos ataques musulmanes fue aprovechado a
su vez por los príncipes lombardos para liberarse de un protectorado no
deseado ya. En 926 Landulfo de Capua, esta vez aliado con Guaimar de Salerno,
invadió nuevamente Apulia. La ruptura simbólica con Bizancio había tenido
lugar ese año ya con el cese de las menciones a títulos bizantinos en las cartas y
privilegios otorgados por esos príncipes pero ahora la rebeldía abierta se
tradujo en el recurso a las armas. Las tropas aliadas de ambos principados
atacaron a los bizantinos pero fueron vencidas en un primer encuentro. En
socorro de los coaligados acudió Teobaldo, margrave de Espoleto, y con su
ayuda los aliados consiguieron derrotar a su vez a los imperiales. La rebelión
afirmada con estos apoyos externos se prolongó hasta 934.
Mientras estos acontecimientos tenían lugar el príncipe de Salerno por su parte
había invadido Lucania y el norte de Calabria. Sólo se tienen noticias confusas
de los combates en la región aunque hay registros de un enfrentamiento en
Basentello, entre Acerenza y Venosa, contra las tropas del estratego Anastasio.
Según un testimonio posterior de Liutprando de Cremona Landulfo
permaneció en Apulia durante cinco años antes de ser desalojado por un
contraataque bizantino.
La respuesta de la corte imperial llegó en 934 cuando el patricio Cosmas fue
despachado rumbo a Italia con una pequeña escuadra compuesta por once
chelandia a la que acompañaba un contingente de 415 rusos en siete barcos
largos. Excepcionalmente para esta expedición contamos con cifras precisas que
se nos han conservado en el Libro de las Ceremonias. Los soldados escogidos que
la componían eran sobre todo de caballería: 200 hombres de los themata de los
Tracesios y de Macedonia, y una representación de la guardia imperial
compuesta por 98 scholarioi, 608 neoi scholarioi, 31 soldados de la gran Heteria y
46 de la Heteria media, 71 basilikoi, 35 hombres del Arithmos y un grupo de
federados entre los que aparecían turcos, armenios y jázaros hasta un total de
1.453 soldados. Una fuerza tan pequeña no desembarcaba para combatir sino
para ofrecer una escolta rutilante a su jefe, llegado como embajador en nombre
del emperador para negociar con los príncipes lombardos.
Pronto tuvo lugar una entrevista entre Cosmas y Landulfo en la que el primero,
que había conocido tiempo atrás a su interlocutor, razón por la cual había sido
elegido por el emperador para esta misión, invitó al lombardo a abandonar las
tierras ocupadas y a volver a la gracia de su favor exponiéndole los peligros a
los que se enfrentaba por su rebeldía ante su señor. A pesar de sus esfuerzos la
cuestión quedó indecisa, aunque Landulfo posteriormente accedió a retirarse de
Apulia.
Para convencer con argumentos persuasivos al renuente Landulfo en 935 una
nueva misión llegó de Constantinopla, también formada por once barcos de la
flota imperial, que trasladaba a Italia al protoespatario Epifanio encargado de
transportar los presentes que sellaban la alianza del Imperio con Hugo de
Provenza, rey de Italia desde su coronación en Pavía en 926, contra los señores
lombardos. Epifanio traía un rico cargamento de telas de seda, mantos
finamente bordados, perfumes, incienso y joyas destinados a sus nuevos aliados
entre los que descollaba el margrave de Espoleto, vecino de sus rivales
lombardos y que ahora cambiaba de bando. Una alianza de estas características
era demasiado para Salerno y Capua. Atenulfo en nombre de Capua y
Benevento, y Guaimar y Guaifer, como señores de Salerno aceptaron a
regañadientes firmar la paz y acabar con la revuelta aunque su mala disposición
al entendimiento se puso de manifiesto al año siguiente cuando Atenulfo volvió
a atacar territorio bizantino, esta vez en Siponto pese a la oposición del
estratego Basilio Cladon. Los enfrentamientos se reproducirían años después,
pues hay noticia de un combate en Matera alrededor del año 940 contra el
nuevo estratego de Longobardia, probablemente Teognosto Limnogalacto.
Es en estos años de frecuentes contactos con el rey Hugo cuando la flota
bizantina, aprovechando la paz momentánea con los árabes sicilianos, hizo
aparición con frecuencia en el Mediterráneo occidental dejándose ver por las
costas de Córcega y Cerdeña y persiguiendo a los piratas árabes hasta las costas
francesas. La operación más significativa tuvo lugar en Fraxinetum (actual La
Garde-Freinet, al norte de Saint-Tropez) en la costa provenzal en 941 y a
petición del monarca franco que deseaba la colaboración de los barcos
imperiales provistos de fuego griego para desalojar a los piratas árabes allí
establecidos. Romano Lecapeno contestó afirmativamente a la petición de
ayuda al tiempo que solicitó el envío de una hija del rey para su nieto Romano,
el hijo de Constantino VII y futuro emperador. Hugo se apresuró a contestar
atemorizado que sólo tenía una hija, ilegítima pero muy hermosa. Tras
considerar la cuestión Romano consideró finalmente aceptable a la joven Berta y
aprobó el ofrecimiento. En 944 el estratego de Longobardia Pascual acudió a la
corte para recoger a la muchacha que marchó hacia el este acompañada por el
antiguo obispo de Parma y un suntuoso cortejo. A su llegada a Constantinopla
Berta fue rebautizada como Eudocia y en septiembre de ese año contrajo
matrimonio con el joven Romano, aunque la joven princesa no llegó a ver
consumado su matrimonio al morir prematuramente en 949. Si la alianza
matrimonial fracasó en último término tampoco fueron satisfactorias las
operaciones militares pues, si bien la flota bizantina consiguió dispersar a los
barcos árabes establecidos en la costa provenzal, la colonia musulmana resistió
todavía medio siglo más antes de ser eliminada.
En estos últimos años del reinado de Romano I Bizancio también reestableció
relaciones con Cerdeña, que desde la caída del exarcado de África había
quedado abandonada a sus propios medios al igual que Córcega que
probablemente carecía entonces de cualquier estructura política estable. Por la
sigilografía se conocen los nombres de algunos hypatoi y duques sardos durante
los siglos VII y VIII lo que permite suponer que la estructura administrativa
imperial se mantuvo en cierta medida. Sabemos también que en 935 la isla fue
saqueada por los piratas árabes lo cual nos informa indirectamente de la
ausencia de una administración musulmana en Cerdeña. Precisamente de
mediados del X se conservan referencias en el Libro de las Ceremonias a los
arcontes sardos que, según se explica, recibían órdenes directas (keleusis) del
gobierno de Constantinopla. Han sobrevivido de esta época algunas
inscripciones en varias iglesias en las villas de Villasor y Sulcis datadas entre
930 y 1000, en las que se hace referencia al arconte denominándolo Torquitorio
como portador en un caso del título de protoespatario imperial y en otro de
espatario lo cual ha llevado a Runciman a sugerir que se tratase de un cargo
local más que de un nombre propio.
En enero de 945 comenzó la etapa de gobierno personal de Constantino VII tras
la exitosa conspiración contra su suegro en diciembre anterior. Constantino
quiso mantener el papel de Bizancio como actor principal en los asuntos
italianos e intercambió embajadas con Berenguer, el sucesor de Hugo.
Precisamente en una de ellas en 949 figuró ya Liutprando, el obispo de
Cremona que nos ha dejado un testimonio de su primer viaje a Constantinopla
en su Antapodosis.
Italia meridional gozó de un tiempo de paz en sus relaciones con los sarracenos
de Sicilia y África, todavía ocupados en sus contiendas civiles. A pesar de todo,
las autoridades bizantinas mantuvieron una prudente vigilancia en prevención
de posibles sorpresas especialmente en momentos delicados como la
preparación de la expedición a Creta de 949. En los meses previos la flota
imperial se mostró muy activa en los apostaderos occidentales para supervisar
los movimientos de los árabes de Sicilia y África. En Dirraquio se estacionaron
siete navíos ousiai y en Calabria otros tres para prevenir posibles incursiones en
Grecia y Dalmacia. Tres de estos barcos al mando del ostiario y nipsistiario
Esteban llegaron incluso hasta las costas españolas en sus misiones de vigilancia
mientras que ante África se apostó el protoespatario y asekretis Juan con tres
chelandia y cuatro dromones. Similares precauciones se tomaron en el resto de
las costas del Imperio.
La agitación política en Sicilia redundó en beneficio de Bizancio y no sólo por la
tregua en las incursiones sino también por las oportunidades comerciales que
surgieron entonces al tratar con los sublevados sicilianos que necesitaban
urgentemente grano del continente. El tráfico de trigo en dirección a los
mercados árabes proporcionó enormes ganancias al entonces estratego de
Calabria Crinités Caldos al obtener el grano de los calabreses a muy bajo precio
y revenderlo luego a sus clientes más allá del mar. El escándalo provocado por
estos manejos provocó una investigación imperial que supuso el cese de
Crinités y la pérdida de todos sus bienes.
En 947 la guerra civil concluyó por fin en Sicilia y el nuevo emir Al Hassan se
apresuró a reclamar al estratego de Calabria el pago del tributo que desde hacía
años había sido descuidado. Ante la amenaza de nuevas incursiones los
calabreses pidieron auxilio a Constantinopla que contestó preparando una
nueva expedición a occidente. La flota al mando de Macroioannes transportaba
un ejército a las órdenes del patricio Malaceno y desembarcó en Otranto en 951
para unir sus fuerzas a las tropas del estratego Pascual. Por su parte Al Hassan,
después de recibir un refuerzo de 7.000 jinetes y 3.500 infantes desde África,
comenzó en julio el asedio de Reggio que al poco se rindió tras la huida de sus
habitantes a las montañas. Remontando hacia el norte atacó la plaza fuerte de
Gerace pero la noticia de la llegada inminente del ejército bizantino obligó al
emir a pactar una tregua con los lugareños a cambio del cobro de un tributo.
Tras arreglar este asunto Al Hassan condujo a su ejército en busca del enemigo.
En su avance barrió la débil resistencia de las avanzadas imperiales y sin
oposición atravesó el Crati y puso sitio a Cassano donde también recibió
tributo. Tras comprobar que el ejército rival no aparecía por ningún lado Al
Hassan dio media vuelta y regresó a Messina.
En la primavera de 952 el ejército árabe volvió a atravesar el estrecho y chocó
con el ejército imperial cerca de Gerace el 7 de mayo. En el combate encontró la
muerte Malaceno y Pascual logró escapar a duras penas. Tras la victoria se
reinició el asedio a Gerace interrumpido el año anterior pero de nuevo no llegó
a su término por la llegada en verano del asekretis Juan Pilato venido de
Constantinopla para tratar de la paz. En el acuerdo posterior los bizantinos
debieron aceptar la construcción de una mezquita en Reggio obligándose a
respetar sus actividades y reconociendo el derecho de asilo en ella para los
refugiados musulmanes que pudiera haber en la región. De cualquier modo
esta tregua no detuvo los ataques de los piratas que siguieron azotando la
región y en algunos casos obligando a las poblaciones de algunas villas a huir
hacia el norte en busca de condiciones de subsistencia más seguras.
En estos años el thema de Longobardia había sido atacado repetidas veces por
los húngaros. Hacia 938 habían sometido a tributo al monasterio de
Montecassino y sembrado el terror en la región de Salerno. En 947 volvieron a
hacer su aparición en Apulia llegando en sus incursiones hasta Otranto.
Posiblemente la acción combinada de sus ataques y la miseria provocada en las
poblaciones locales supuso un acicate para la renovación de las contiendas
civiles en la región con el estallido de nuevos conflictos entre las autoridades
bizantinas y la población lombarda. Tenemos noticias de una sangrienta
revuelta en Bari en 946 y entre ese año y 950 Ascoli y Conversano se declararon
en rebeldía y cerraron sus puertas a los funcionarios imperiales. La respuesta
fue la organización de una nueva expedición.
En 955 llegó a la península el anthypatos y patricio Mariano Argiro con tropas
tracias y macedónicas. Su misión, además de vengar la derrota ante los árabes
en Calabria, era la de someter de nuevo a la autoridad imperial a Nápoles, cuyo
duque Juan había establecido una alianza con Capua y Benevento. El patricio,
investido de la autoridad absoluta en Italia como lo atestigua su título de
estratego de Calabria y Longobardia, se dirigió desde Otranto al encuentro de
los napolitanos mientras una flota al mando de Crambeas y Moroleon avanzaba
a lo largo del Tirreno sirviéndole de apoyo. A su paso por Campania Mariano
Argiro entabló contacto con Gisulfo, príncipe de Salerno, que en 956 retomó
nuevamente el título de patricio y una vez ante Nápoles la sometió por la fuerza
imponiendo la renovación de los antiguos juramentos de fidelidad al Imperio.
Tras restablecer la situación en el norte Argiro regresó para enfrentarse a los
árabes. Un nuevo ejército sarraceno al mando de Ammar, un hermano de Al
Hassan, acantonado en Palermo desde el invierno de 956, se preparó para pasar
en la primavera del año siguiente a Calabria pero su acción fue retrasada por las
operaciones del protokarabos Basilio que al mando de una pequeña fuerza naval
destruyó la mezquita de Reggio y hostigó las costas sicilianas llegando a tomar
Termini. En 958 por fin los dos hermanos reunieron sus tropas y se dispusieron
a pasar al continente. Sin embargo no se conoce bien cómo terminó la campaña
pues las fuentes griegas hablan del retorno apresurado de los árabes a Sicilia y
las crónicas musulmanas celebran una victoria sobre Mariano Argyro y el envío
de numerosos prisioneros a Sicilia. Durante su regreso la flota árabe se vio
sorprendida por un temporal en el que perdió la vida Ammar. Pronto se acordó
una nueva tregua que duraría hasta la época de la desastrosa expedición a
Sicilia ya durante el reinado de Nicéforo Focas pero la paz llegaba tarde para
Calabria. Los testimonios de los contemporáneos hablan de un país despoblado
por las invasiones y arrasado por la depredación que obligó incluso a la marcha
de muchos de los ascetas y monjes moradores de las cavernas que allí estaban
asentados.
Tras la llegada de la paz a Italia meridional llegó la hora de que Bizancio
volviese su mirada sobre Sicilia. La isla había sido teatro de continuos combates
desde principios del siglo IX y su control por parte de los árabes condicionó
siempre la vida de las provincias italianas del continente. Con la llegada de un
gobierno decidido a pasar a la ofensiva quizá el Imperio podría recobrar las
posesiones tanto tiempo perdidas y afirmar así su dominio en el Mediterráneo
occidental.
Siracusa capta
Durante los primeros años de la década de 870 la inestabilidad política en la
Sicilia musulmana había impedido la realización de acciones de relieve. Sin
embargo las continuas campañas durante decenios habían reducido las
posesiones bizantinas en Sicilia a Siracusa y Taormina, siendo especialmente
importante la primera por su tamaño, la calidad de sus fortificaciones y su
excelente puerto. Los árabes sicilianos eran conocedores de ello y desde los
primeros años del reinado de Basilio centraron sus ataques en la gran ciudad
portuaria. Las intentonas de 868, 869 y 873 acabaron en fracaso debido a la
carencia de los medios adecuados para tan gran empresa, a la discordia política
interna que trababa cualquier acción de relieve y al escaso apoyo prestado por
los gobernadores aglabíes de África del Norte.
Esta situación cambió con el nombramiento de Ibrahim b. Ahmed como nuevo
soberano africano. Decidido a solucionar definitivamente el problema que
Siracusa planteaba ordenó el envío de la flota africana a la isla para actuar de
común acuerdo con las tropas sicilianas. Las operaciones militares fueron
dirigidas por el nuevo gobernador Ga’far b. Mohamed, que comenzó su
mandato en 877 con una expedición para saquear las cosechas en los
alrededores de Siracusa, Catania, Taormina y Rametta. Tras estos movimientos
preliminares sus tropas avanzaron hasta ocupar los suburbios exteriores de
Siracusa y desde agosto de ese año se estableció el asedio de la ciudad por mar
y tierra. Los defensores estaban bien pertrechados para resistir, pero esta vez
sus atacantes llegaban decididos y preparados para vencer. Entre sus
armamentos destacaban gran número de máquinas de asedio, alguna de las
cuales por su tamaño y terribles efectos destructores causó gran pavor entre los
defensores. Una vez completado el cerco los atacantes comenzaron a
bombardear la ciudad día y noche sin dejar respiro a los siracusanos.
Frente a esta amenaza manifiesta sorprende comprobar que el gobierno
imperial reaccionó de un modo muy ineficaz. Sólo unos cuantos barcos de
guerra se acercaron hasta el puerto pero la flota árabe apostada allí los pudo
rechazar sin esfuerzo. En aquellos momentos las galeras que hubieran debido
acudir a toda vela al socorro de la ciudad estaban siendo empleadas en la
capital en el transporte de materiales para la construcción de la Nea, la nueva
iglesia dedicada al Salvador, a los Archiestrategas y a San Elías. El retraso en
disponer de estos barcos para su envío a occidente fue fundamental para
provocar la pérdida de Siracusa, aunque algunos autores como Vogt achacan el
retraso de la flota a la desidia de su comandante. Otros autores aducen también
que la necesidad de vigilar Chipre, recuperada recientemente, distrajo medios
navales que hubieran podido ser empleados en Sicilia.
Por fin parte de la flota imperial al mando de Adriano fue enviada en auxilio de
Siracusa pero aquel, una vez llegado a Monemvasia se detuvo durante largo
tiempo en su puerto de Hierax a la espera de vientos favorables para cruzar a
Sicilia. La noticia de la caída de la ciudad sorprendió a la flota todavía en aguas
de Grecia.
Mientras tanto en el interior de la ciudad sitiada los efectos del sitio se estaban
haciendo notar en la disminución paulatina de las reservas de víveres. Como
relata Vasiliev siguiendo las noticias transmitidas por el monje Teodosio,
presente en la ciudad en la época del sitio:
“Los precios de los alimentos subieron: el celemín de trigo cuando se podía encontrar,
costaba 150 sous de oro, el celemín de harina más de 200; había que pagar un nomisma
por dos onzas de pan; un buey destinado a la carnicería costaba 300 sous de oro y se
pagaba de 15 a 20 nomismas por una cabeza de caballo o de asno. No quedaban aves de
corral ni aceite ni frutos secos, tampoco había queso, legumbres o pescado. La gente
comenzó a comer hierba, pellejos de animales, huesos pelados que encontraban en la
fuente de Aretusa e incluso, de creer a Teodosio, se comían los cadáveres de los muertos
y de los niños. El hambre, a causa del recurso a tales extremos para calmarla, provocó
una epidemia que hizo morir a los siracusanos a millares.”
Ante tal situación la defensa comenzó a debilitarse. Los árabes, dueños de los
accesos por mar, destruyeron las fortificaciones que defendían la entrada a los
dos puertos de Siracusa, las llamadas braquiolia. En medio de continuos
bombardeos una de las grandes torres en el puerto grande se derrumbó y al
cabo de cinco días buena parte del lienzo de muralla que la rodeaba se vino
abajo provocando una gran brecha en el sistema defensivo. A partir de entonces
los ataques se concentraron en ese punto frente a unos defensores que
combatieron con heroísmo durante veinte días y sus noches en medio de un
campo de batallas sembrado de muertos.
En la mañana del 21 de mayo de 878, en un momento de tranquilidad durante
el cual el patricio y buena parte de la guarnición se había retirado de las
murallas para un breve reposo, los árabes comenzaron un violento bombardeo
con sus máquinas de asedio. En ese instante sólo estaba en la brecha un
pequeño destacamento al mando de un oficial llamado Juan Patriano. Un
impacto afortunado tronzó la escala de madera que comunicaba la zona de la
brecha con la torre derruida y dejó aislados a los defensores. Ante el tumulto el
patricio, que en esos momentos estaba tomando un bocado se levantó
apresuradamente y corrió a toda prisa hacia las murallas pero llegó tarde para
evitar el daño. Los asaltantes habían llegado ya a la brecha y aniquilaron a los
hombres de Patriano, que murió combatiendo allí mismo. Tras eliminar esa
resistencia inicial los árabes se desplegaron en el interior de la ciudad. Un
pequeño grupo de defensores intentó organizar la resistencia creando una
barrera cerca de la iglesia de San Salvador pero pronto fueron aniquilados. Tras
derribar las puertas del edificio los atacantes se precipitaron sobre una multitud
de refugiados que en su interior había y los mataron a todos. El patricio, que se
había encerrado en una torre con 70 soldados, intentó resistir durante algún
tiempo más pero al día siguiente tuvo que rendirse y al cabo de una semana fue
ejecutado. La dignidad con la que se comportó en sus últimos momentos
impresionó incluso al comandante árabe Abu Ishaq, chambelán del emir aglabí.
Los soldados que habían sido hechos capturados con el patricio junto con otros
prisioneros fueron llevados a las afueras para ser muertos a pedradas y a
lanzazos. Uno de los defensores llamado Nicetas de Tarso, que había llegado a
ser muy conocido de los musulmanes durante el sitio por sus insultos al Profeta
fue torturado hasta la muerte con gran crueldad por sus captores.
El propio Teodosio, autor de una carta sobre la toma de Siracusa, sufrió la
suerte del cautiverio. Él mismo nos hace saber en su obra que se encontraba con
el obispo Sofronio en la iglesia en el momento en que se produjo el ataque.
Cuando llegó la noticia de la caída de la ciudad el pánico se apoderó de los
presentes. Mientras los asaltantes saqueaban los barrios cercanos el obispo,
Teodosio y otros dos eclesiásticos se deshicieron de sus ropajes y se refugiaron
en el altar donde se pidieron perdón de sus pecados temiendo llegada su última
hora. Por fin los soldados árabes hicieron su entrada en la iglesia con las
espadas desenvainadas. Uno de ellos se acercó al altar y vio a los religiosos
orando. Reconociendo entre ellos al obispo se abstuvo de atacarles y preguntó
dónde se encontraba la sacristía en la que sabía se guardarían los ornamentos
sagrados de mayor valor. Sin sufrir otro mal que el pillaje de los vasos sagrados
y demás objetos preciosos los cautivos fueron conducidos a través de la ciudad
hasta ser conducidos ante el emir que se había establecido en una iglesia y
fueron luego encerrados en una cámara pequeña y sucia.
La ciudad padeció terriblemente el saqueo tras los nueve meses de sitio. Se
calcula un total de 4.000 muertos en las ejecuciones inmediatamente posteriores
a la conquista además de un enorme botín que pasó a manos de los vencedores.
Sin embargo no todos los defensores sufrieron la triste suerte de su comandante
en jefe. Algunos mardaítas del Peloponeso y otros soldados que estaban en la
ciudad en esos momentos consiguieron escapar y alcanzar las costas griegas
hasta llegar a Monemvasia, donde encontraron a Adriano y le informaron de las
tristes noticias de las que eran portadores. Adriano decidió regresar a
Constantinopla y temeroso de la ira del emperador se refugió en el altar de
Hagia Sofía. Basilio se conformó con enviarlo al exilio.
Los árabes permanecieron en Siracusa durante dos meses tras la victoria. A
finales de julio regresaron con el botín y los prisioneros a Palermo, donde
fueron triunfalmente recibidos por el pueblo.
El monje Teodosio, todavía prisionero, fue llevado ante el gobernador de Sicilia
ante el cual tomó la palabra para defender la religión ortodoxa. Fue conducido a
una lóbrega prisión en la que se hacinaban africanos, tarsiotas, judíos,
lombardos y griegos entre los que se encontraba el obispo de Malta, capturado
unos años antes durante la conquista de la isla.
La flota de socorro tan desesperadamente necesitada hizo su aparición ante el
puerto de Siracusa cuando ya todo había concluido. Los barcos musulmanes se
enfrentaron en combate con ella y les tomaron cuatro galeras cuyas
tripulaciones fueron ejecutadas.
Los desgraciados cautivos tuvieron que esperar siete años a su rescate, que tuvo
lugar durante un intercambio realizado en 885, posiblemente el momento en el
que Teodosio recobró la libertad. Para Bizancio la caída de Siracusa fue un duro
golpe. Incluso el propio León VI escribió dos poemas sobre el tema y el
Patriarca Nicolas el Místico en sus cartas echó toda la culpa a la negligencia de
Adriano. En el plano político este fracaso obligó a Basilio a renunciar a sus
planes para la isla, falto de medios para intervenir decisivamente en Sicilia, y a
prestar su atención preferente a la entrada de sus ejércitos de regreso a la
península italiana en los últimos años de su reinado.
En el mismo año de la caída de Siracusa el gobernador de Sicilia fue asesinado
en Palermo por sus propios servidores. En el verano de 879 su sucesor, Husayn
b. Rabah realizó una expedición contra Taormina, ahora la fortaleza más
importante en poder de los bizantinos en la isla. En los combates que tuvieron
lugar los griegos perdieron a su jefe, un patricio llamado Crisafios.
Tras tomar Siracusa los musulmanes sicilianos comenzaron a realizar
expediciones con Italia meridional y las islas del Jónico como objetivo. En
algunos casos el éxito no acompañó la empresa, como en 880 cuando una flota
de 16 naves que saqueaba el Peloponeso fue sorprendida en Metona por los
barcos de Nasar que, operando en conjunción con el estratego del Peloponeso
Juan de Creta, sorprendieron en un ataque nocturno a sus enemigos y
aniquilaron la flotilla hundiendo algunos barcos y capturando otros, que fueron
entregados como ofrenda a la iglesia del lugar. De allí Nasar zarpó en dirección
a Sicilia y saqueó las costas de Palermo capturando gran número de barcos
mercantes y haciéndose con una gran provisión de aceite. Luego la flota tomó
rumbo a Reggio, donde se preparaba la expedición de Procopio y León
Apostypos. Posiblemente entonces, tras un encuentro afortunado con la flota
árabe en Punta Stilo, se separó de la armada un destacamento con destino a la
desembocadura del Tíber donde se apostó para impedir las acciones de las
bandas piráticas que hostigaban en esos años los territorios de la Santa Sede.
Un nuevo gobernador, al Hasan b. al Abbas, deseoso de borrar el recuerdo de la
derrota del año anterior emprendió en 881 una nueva campaña contra
Taormina y Catania en el transcurso de la cual derrotó al estratego Barsacio. La
situación mejoró ligeramente para Bizancio a finales de ese año y en 882 cuando
consiguieron vencer en dos encuentros, siendo especialmente notable la
segunda victoria en Caltavuturo conducidos por el estratopedarca Musilices.
Este fracaso determinó la caída del gobernador al Abbas y su sustitución por
Mohamed b. al Fadl que reemprendió las incursiones por todo el territorio
griego y fue capaz de rechazar los chelandia que en esos momentos se dedicaban
a saquear la costa norte de la isla. En una nueva batalla los imperiales perdieron
3.000 hombres y vieron reducidas sus posesiones a los territorios en la costa
oriental de la isla, en la llanura comprendida entre los montes Peloritanos y el
Etna. No obstante, la división entre los musulmanes sicilianos, la inestabilidad y
poca duración de sus gobernadores y el frágil equilibrio de las relaciones con
África impidieron en esos años la unificación de todas las fuerzas para aplicar el
golpe definitivo a la debilitada posición de Bizancio en la isla.
Con el comienzo del reinado de León VI la situación en Sicilia fue empeorando.
El nuevo soberano no albergaba esperanzas de una reconquista e intentó desde
el principio conservar lo que quedaba ofreciendo treguas a sus adversarios a la
vista del infortunio de sus armas. En 888 la flota imperial se enfrentó a los
barcos árabes en aguas de Milazzo. La batalla terminó en un auténtico desastre
para los griegos que perdieron más de 10.000 hombres. La mala suerte de las
armas bizantinas provocaba el pánico también en Italia meridional, donde las
tradiciones nos muestran a los ascetas Elías el Joven, Elías el Espeleota y
Arsenio recibiendo premoniciones del desastre y abandonando Italia para
establecerse temporalmente en Patrás por sus problemas con el estratego de
Calabria Nicetas Boterites.
Durante la década de 890 las relaciones entre árabes y bizantinos en Sicilia
fueron pacíficas debido a los enfrentamientos continuos entre sicilianos y
aglabíes de África. La situación cambió cuando el despótico emir Abu Ishaq
Ibrahim (875-902), tras aplastar una rebelión en tierras africanas y deseoso de
acabar con la resistencia a su autoridad en la isla, hizo zarpar en 900 a su hijo
Abu’l Abbas Abdala hacia Sicilia con una gran flota. Abu’l Abbas aplastó con
enorme crueldad la revuelta y tras la caída de Palermo en septiembre de ese año
provocó la huida de millares de ciudadanos con sus familias que buscaron
refugio entre los cristianos de Taormina. Queriendo aprovechar la circunstancia
un patricio fue enviado a la ciudad con un ejército y más tropas se concentraron
en Reggio al tiempo que llegaba a Messina una flota desde Constantinopla. Por
su parte Abu’l Abbas no había permanecido inactivo y tras sojuzgar Palermo,
estando ya avanzado el otoño marchó contra Taormina y Catania que hostigó
sin mayores resultados. Tras preparar una nueva expedición durante el
invierno, el 25 de marzo de 901 envió una flota al mar mientras él mismo
conducía a sus hombres al asedio de la villa de Demona que bombardeó
durante unos días con sus balistas. En esos momentos Abu’l Abbas recibió la
noticia de los grandes preparativos que los bizantinos estaban realizando en
Reggio, por lo que decidió levantar el asedio y dirigirse a Messina desde donde
se embarcó con dirección al punto de concentración del enemigo. Tras una
breve resistencia Reggio cayó el 10 de julio y en la ciudad los vencedores se
entregaron a una auténtica masacre. Tras reunir 15.000 cautivos y un enorme
botín Abu’l Abbas recibió la sumisión de las poblaciones vecinas que pagaron
tributo para no sufrir la misma suerte que Reggio. De regreso a Messina los
árabes tuvieron tiempo de enfrentarse a la flota bizantina y hundirle 30
embarcaciones.
Tras esta expedición triunfal Abu’l Abbas pudo regresar a Palermo de donde
partió en 902 rumbo a África, en la que se necesitaba su presencia. Hartos del
gobierno cruel de Ibrahim los musulmanes de Túnez pidieron a su señor
supremo en Bagdad Mutadid que pusiera fin a su gobierno. El jalifa ordenó a
Ibrahim que abandonara el mando en favor de su hijo y el destronado emir, tras
obedecer a su señor, anunció su deseo de llevar la yihad a tierras cristianas. En el
verano de 902 Ibrahim desembarcó con un ejército en Trapani e hizo su entrada
en Palermo el 8 de julio. De inmediato envió una expedición en dirección a
Taormina, la última plaza fuerte importante en poder de los bizantinos y en la
que éstos tenían en estos momentos concentradas todas sus tropas. Conocemos
el nombre de los jefes militares al mando en Taormina durante el verano de 902,
el drongarios ton plöimon Eustacio, el patricio y estratego de Sicilia Constantino
Caramalo y un comandante de la flota llamado Miguel Caracto.
Los bizantinos no se encerraron tras los muros de Taormina esperando el
ataque del enemigo, sino que salieron a su encuentro con decisión. Tuvo lugar
una batalla encarnizada en la que la suerte del encuentro estuvo durante mucho
tiempo en duda. Finalmente los árabes de Ibrahim fueron capaces de
sobreponerse de su derrota inicial y consiguieron arrollar a sus enemigos parte
de los cuales consiguieron reembarcarse mientras el resto se acogía al refugio de
la fortaleza a la que pronto se le puso sitio. Las noticias del peligro que
acechaba a Taormina llegaron pronto al emperador pero por fatalidad, al igual
que sucediera durante el reinado de Basilio, la flota que hubiera podido acudir
de inmediato en socorro de la ciudad estaba nuevamente ocupada en la
construcción de dos iglesias en la capital, una en recuerdo de Teófano, la
primera mujer del emperador, y la segunda la de San Lázaro.
Privada de auxilio Taormina cayó el 1 de agosto de 902. Los defensores fueron
ejecutados y las mujeres y niños llevados como esclavos. Fiel a su carácter
Ibrahim se comportó con crueldad con los enemigos de la fe y no dudó en
matar al obispo de la ciudad Procopio cuando se negó a abjurar de sus
creencias.
+
Al igual que sucediera en 878 la caída de Taormina fue muy sentida en
Bizancio, donde no faltaron los reproches hacia la negligencia del gobierno tal y
como se refleja en las cartas del Patriarca Nicolás. Los éxitos de Ibrahim
provocaron el pánico en la misma capital, pues se creía que pretendía avanzar
contra la propia Constantinopla. Asustado el emperador reforzó la guarnición y
envió a Sicilia refuerzos insuficientes que fueron de nula utilidad para mejorar
la situación. Los jefes al mando en Taormina consiguieron escapar al cautiverio
y regresar a Constantinopla. A su llegada Miguel Caracto acusó a su colega
Caramalo de traición y éste fue condenado a muerte en un primer momento,
aunque la mediación del Patriarca transformó luego la pena capital en el castigo
de la tonsura. Caracto fue nombrado a continuación estratego de Sicilia.
El infatigable Ibrahim no se contentó con este éxito y de inmediato envió
destacamentos en diversas direcciones para atacar los territorios todavía en
poder de los griegos. Así cayó Demona mientras que Rametta ofrecía pagar
tributo. Los vencedores exigían a las poblaciones locales la rendición sin
condiciones y la conversión al Islam; tras hacer abandonar las plazas a sus
ocupantes se dedicaron a destruir las fortificaciones convirtiéndolas en
inservibles para futuras rebeliones.
+
La expedición a Sicilia de 964
Tras la muerte de Constantino VII la atención del Imperio se centró en los
asuntos asiáticos y sólo en 964, durante el reinado de Nicéforo Focas,
Constantinopla volvió a intentar desequilibrar la balanza en Occidente con una
campaña dirigida directamente contra Sicilia, la base principal del enemigo
musulmán. En el año anterior el emir de Sicilia había emprendido la batalla
final para someter a las comunidades cristianas semi independientes de la
región montañosa al sur de Messina. El objetivo era someter definitivamente la
región e islamizar a todos sus habitantes. Taormina, que tras ser arrebatada a
Bizancio en 902 había conseguido recuperar su independencia en 912/13, volvió
ahora a ser asediada de nuevo y sólo capituló el 21 de diciembre de 962 tras un
sitio que se prolongó durante siete meses. Para castigar a los vencidos por su
obstinada resistencia se les arrebataron todos sus bienes y el nombre mismo de
la villa fue suprimido para ser denominada a partir de entonces Muizzia
honrando así el nombre del jalifa fatimí. En esos momentos el último bastión
cristiano en la isla era la plaza fuerte de Rametta adonde muchos habitantes de
Messina acudieron para buscar refugio. Esta plaza fuerte había sido desde la
toma de Messina en 843 el refugio habitual de sus ciudadanos por lo agreste de
su emplazamiento y su cercanía a la ciudad. El 23 de agosto de 963 el general
Hassan Ibn Ammar puso sitio a la fortaleza con la intención de acabar cuanto
antes con ese núcleo de pertinaz resistencia. Los asediados se apresuraron a
enviar al basileo una petición desesperada de auxilio y esta vez Nicéforo estuvo
dispuesto a actuar. Tras ordenar el cese del pago del tributo acordado con los
sicilianos ordenó aprestar un poderoso ejército de más de 40.000 hombres entre
contingentes armenios, rusos, paulicianos y tracios. Al mando de la expedición
figuraba el drongario del plöimon Nicetas, eunuco y hermano del patricio,
prepósito y vestes Miguel que había servido de intermediario entre Nicéforo y
Teófano a la muerte de Romano II. A su lado, con el rango de comandante de la
caballería, aparecía Manuel Focas, hijo ilegítimo de León, el rival de Romano
Lecapeno en 919, y primo hermano del emperador. Sobre los méritos de Manuel
el parecer de los cronistas bizantinos es dispar pero parece predominar en sus
escritos la idea de que era demasiado joven para la tarea encomendada y su
fogosidad e imprudencia rayana en la temeridad le hacían “más apto para
obedecer que para mandar”. Acompañaba también a la expedición como consejero
religioso otro personaje de alto rango, Nicéforo, que luego habría de ser obispo
de Mileto. En conjunto la impresión que queda es que la elección de los altos
mandos fue muy deficiente aunque se desconocen las razones que impulsaron
al emperador para decidir estos nombramientos. En cualquier caso poner al
mando de una campaña tan importante a hombres inadecuados era dar el
primer paso hacia el desastre tal y como se corroboró después.
+
Los preparativos para una expedición de esta magnitud duraron meses y sólo al
año siguiente estuvo el ejército dispuesto para levar anclas rumbo a occidente.
Las tropas griegas partieron de sus bases a finales del verano de 964 y
desembarcaron en Messina. El espectáculo del ejército en campaña debió ser
abrumador para los contemporáneos: según confesión de testigos
contemporáneos los barcos de transporte eran los mayores que habían salido de
los astilleros del Imperio y estaban acompañados de numerosos navíos dotados
con fuego griego. Los soldados se contaban entre los mejores y más escogidos y
ofrecían una elocuente estampa de los nuevos ejércitos bizantinos preparados
para grandes campañas ofensivas. Acompañaba al ejército un numeroso tren de
máquinas de asedio transportadas en navíos especiales.
+
Las cosas parecieron ir bien al principio de la expedición. En el otoño de 964
Rametta llevaba resistiendo desde hacía más de un año el sitio de las tropas de
Hassan Ibn Ammar. Éste, tras los repetidos fracasos en sus asaltos a la plaza
optó por rendirla por hambre y procedió a rodearla con una poderosa muralla
para impedir cualquier intento de la guarnición de buscar auxilio o intentar una
salida. La noticia de la llegada del ejército bizantino provocó una gran agitación
entre los árabes, que se apresuraron a poner en estado de defensa las costas y
reunieron refuerzos llegados desde todos los rincones de la isla a los que se
unieron contingentes bereberes enviados a toda prisa desde el norte de África.
Las tropas musulmanas desembarcaron en la isla en los primeros días de
octubre y Hassan envió rápidamente algunos destacamentos a reforzar la
posición de Rametta y se mantuvo con el resto en observación en las cercanías
de Palermo. Entre tanto la flota bizantina se había reagrupado en la punta de
Calabria y el 13 de octubre puso rumbo a Messina con el propósito de acudir
rápidamente al auxilio de Rametta que estaba situada a sólo algunos kilómetros
de la ciudad. El ejército empleó nueve días en atravesar el estrecho y
desembarcar el cuerpo expedicionario tras lo cual se procedió a ocupar la
propia Messina, posiblemente sin mucha resistencia, y a ponerla otra vez en
buen estado de defensa. Mientras tanto diversos destacamentos navales
empezaron a explorar la costa para preparar nuevos asaltos. Al norte Termini
fue tomada ante los propios ojos de Hassan que no pudo hacer nada por
evitarlo y en el sur Taormina y Leontinos se rindieron también sin ofrecer
combate. La siguiente plaza en caer fue Siracusa aunque esta vez tuvo que ser
tomada al asalto.
Mientras la flota se desperdigaba atacando simultáneamente diferentes
objetivos Manuel Focas se dirigió de inmediato con el grueso de sus tropas al
socorro de Rametta en lo que parece haber sido una marcha apresurada en la
que no se guardaron las debidas normas de precaución cuando se avanza por
territorio enemigo. Los escuadrones de caballería pesada se abrieron paso entre
los serpenteantes senderos que conducían a Rametta y se vieron obligados a un
largo desvío para contornear el monte Dinamare que se interponía en su ruta.
El camino que se vieron obligados a seguir desembocaba en una llanura
rodeada de montañas en medio de la cual se levantaba un farallón donde estaba
enclavado el reducto de Rametta. Al pie de ésta les esperaba todo el ejército
enemigo. El emplazamiento del lugar semejaba un circo rodeado de elevados
muros que sólo se interrumpían en tres pasajes: al norte el camino de
Spadafora, al sur la ruta que llevaba al kastron de Mikos y a occidente un
sendero hacia la fortaleza de Demona. Al este una garganta muy profunda que
se extendía durante varios kilómetros ofrecía el aspecto de un foso natural de
bordes muy arriscados. Tal era el lugar en el que se produjo el enfrentamiento
decisivo entre ambos ejércitos.
Hassan había tenido tiempo para avisar a su hijo Ahmed del desembarco de las
tropas bizantinas aunque éste no pudo llegar a tiempo para impedir a los
imperiales la llegada hasta la llanura de Rametta. En la noche del 24 al 25 de
octubre Manuel atacó. Varios destacamentos de caballería intentaron forzar el
paso simultáneamente por los desfiladeros de Mikos y Demona mientras un
tercero fue enviado hacia el camino que llevaba a Palermo para impedir el paso
a las tropas de Ahmed que desde allí se esperaban inminentemente. El propio
Manuel Focas condujo el grueso de sus tropas divididas en seis banda a toda
marcha por el camino de Spadafora con la intención de llegar cuanto antes a
Rametta.
Sus enemigos estaban advertidos de lo que estaba pasando. Dos cuerpos de
ejército estaban apostados en los desfiladeros del sur y occidente esperando la
llegada de los bizantinos mientras un tercero se mantenía en guardia en el
campamento preparado para mantener en jaque a la guarnición e impedir
cualquier tentativa de salida por su parte. Hassan mismo, con las tropas que le
quedaban, marchó directamente al encuentro del enemigo y el combate
comenzó así al alba del 25 de octubre.
Seguramente advertidos por los preparativos de los árabes de la llegada del
socorro los asediados intentaron una salida pero débiles por sus padecimientos
no fueron rival para las tropas que se les enfrentaban y debieron ampararse otra
vez detrás de sus murallas. Por su parte los defensores de los desfiladeros de
Mikos y Demona consiguieron rechazar a sus asaltantes que posiblemente
llegaron en pequeño número. Pero donde verdaderamente se ponía en juego el
éxito de la jornada era en Spadafora donde en esos momentos se produjo con
gran violencia el choque del grueso de los ejércitos en un sangriento cuerpo a
cuerpo que provocó enorme número de bajas en ambos bandos. Las tropas
africanas, compuestas casi en su totalidad por infantería sufrió terriblemente el
impacto de las cargas de la caballería bizantina auxiliada en su ataque por las
máquinas de guerra que lanzaban continuamente dardos y piedras desde las
laderas cercanas. Incapaces de resistir comenzaron a ceder terreno y a
desmoronarse en algunos puntos. Ibn Ammar, sabedor de que el combate
estaba llegando a un punto de ruptura y que sería imposible reagrupar a sus
tropas en la llanura donde serían masacradas a placer por la caballería, prefirió
morir combatiendo en su puesto y reuniendo algunos miles de soldados se
lanzó a un ataque desesperado. Para entonces buena parte del ejército
musulmán se batía desordenadamente en retirada en dirección a su
campamento fortificado y muchos soldados bizantinos desembocaban ya en la
llanura preparándose para rodear a los vencidos. Tanta prisa llevó a la
desorganización de las filas griegas y con ello a la perdición del ejército. Ibn
Ammar cargó sobre el centro del ejército imperial y consiguió provocar el
pánico entre los soldados que ya se creían victoriosos. Manuel, seguido de sus
más selectos hombres, acudió a la zona de mayor peligro para intentar
reagrupar a sus soldados mientras les exhortaba a grandes voces para que se
mantuviesen firmes, tal y como lo ha relatado León Diácono:
“Vosotros que a las órdenes de Nicéforo habéis vencido tantas veces, gritaba a sus
soldados, ¡huís hoy ante un puñado de bárbaros africanos! ¿Dónde están los resonantes
juramentos que tan pronto prestasteis a vuestro emperador? ¿Dónde están las proezas
que le prometisteis cuando pasaba revista ante vosotros?”
Sus frenéticas palabras no sirvieron de nada en ese momento de pánico
irracional. Desesperado, optó por cargar sobre los atacantes. Consiguió derribar
al primero que se le echó encima pero pronto fue rodeado por una gran
multitud de africanos. Decenas de lanzas se abatieron sobre Manuel pero
ninguna consiguió horadar su espesa armadura escamada así que sus enemigos
se arrojaron sobre él y e intentaron derribarlo de su montura haciendo inútiles
los esfuerzos de su séquito por protegerle. Un soldado se deslizó bajo su caballo
y lo desjarretó provocando la caída de Manuel al suelo. Alrededor del
desgraciado comandante se produjo entonces un combate salvaje en el que
todos los defensores de Manuel lucharon hasta ser abatidos. Finalmente el
propio general murió acribillado por múltiples heridas. A su lado cayó también
degollado su escudero. En el frenesí del combate los vencedores se apresuraron
a despojar el cadáver y llevar su cabeza como presente a Ibn Ammar.
Al conocerse la noticia de la muerte de su jefe el ejército bizantino emprendió la
huida. Era media tarde y la persecución de los vencidos no acabó hasta la
noche. Para agravar sus males en esa noche terrible una tormenta se abatió
sobre la región dificultando todavía más la marcha en la oscuridad a través de
esos senderos escabrosos y desconocidos lo que dio lugar a más y más pérdidas.
Un escuadrón entero de jinetes acorazados se precipitó a todo galope por el
barranco que se extendía en la zona este de la planicie de Rametta. El
amontonamiento de cuerpos de hombres y animales en la hondonada fue tal
que los últimos fugitivos y sus perseguidores pudieron franquear el paso al
galope sobre los muertos. Los combates desesperados en retaguardia
continuaron durante horas hasta que la fatiga puso fin a la lucha. El balance
para el ejército bizantino fue desolador: más de diez mil muertos, muchos
prisioneros de rango en poder de los vencedores y un enorme botín compuesto
por caballos, bagajes, armas y corazas enriquecieron a los hombres de Ibn
Ammar. Entre los prisioneros estaban doscientos bárbaros, rusos o armenios,
escogidos entre los de mejor presencia. Este botín, de inusitada novedad para
los árabes sicilianos fue destinado a la guardia personal del jalifa de Mahdia en
África.
+
El emir Hassan tuvo poco tiempo para disfrutar de su victoria. El espectáculo
del botín de Rametta llegando a Palermo en ruta hacia África fue demasiado
para su corazón. Cayó enfermo y a comienzos de noviembre fallecía llorado por
todos sus súbditos.
Quedaba por consumar el último acto en Rametta con los desesperados
defensores de la ciudad. Agotadas sus esperanzas resistieron todavía algún
tiempo más, desesperados por el hambre hicieron salir primero a un millar de
ancianos, mujeres, enfermos y niños que, en contra de lo que se esperaban,
encontraron una piadosa recepción a manos de Ibn Ammar que los envió a
Palermo sin causarles daño aunque estrechó el cerco sobre los restantes
defensores. En los primeros días de enero de 965 se lanzó el ataque final. Los
famélicos cristianos se defendieron heroicamente hasta la noche pero al final
terminaron todos por sucumbir. Por orden de Ibn Ammar todos los hombres
fueron muertos y las mujeres reducidas a esclavitud. En el lugar se estableció
una fuerte guarnición y con ello finalizó un asedio que había durado año y
medio.
En el momento en que los ejércitos combatían en Rametta el wali Ahmed se
estaba dirigiendo hacia el lugar a marchas forzadas. En el camino se le
comunicó el desenlace del combate por lo que tuvo lugar un cambio de planes.
Cambiando bruscamente de dirección Ahmed se apresuró a retomar Messina
que ya en esos momentos había sido evacuada por los imperiales, retirados a
Reggio. Desde la ciudad el wali se dedicó a vigilar los movimientos de los
bizantinos para impedir nuevas intentonas sobre la isla.
De este modo terminó la desventurada expedición a Sicilia aunque todavía se
sucedieron algunos combates en los meses siguientes. Los musulmanes
tomaron posesión rapidamente de las plazas que habían perdido, como
Siracusa, Termini y Taormina. Durante bastante tiempo la flota imperial
comandada por Nicetas no se atrevió a salir de Reggio y dio tiempo con ello a
reunir refuerzos navales a Ahmed. Cuando la escuadra largó velas para
regresar a Constantinopla se encontró con toda la flota africana que estaba al
acecho. Tuvo lugar un combate de gran violencia en el que se vió a los marinos
bereberes arrojarse al agua con vasijas de fuego griego para dirigirse a nado
hacia los dromones y chelandia e incendiarlos. En las cubiertas de los barcos
enlazados por grandes garfios se sucedían batallas encarnizadas por el control
de los navíos. Al final la victoria fue para los árabes y resultó un triunfo
completo. Casi todos los navíos bizantinos fueron capturados o incendiados y
se hicieron miles de prisioneros, entre ellos el incapaz Nicetas que fue enviado
cargado de cadenas al Jalifa en Mahdia. Allí permaneció cautivo durante dos
años, tiempo que empleó en copiar las homilías de San Basilio y textos piadosos
de San Gregorio Nacianzeno y San Juan Crisóstomo en un manuscrito que se ha
conservado hasta nuestros días y en el que dejó escrito el testimonio de su
infortunado cautiverio.
Animadas por esta victoria las partidas piratas comenzaron de nuevo a atacar
las costas de Calabria forzando a las poblaciones locales a pagar de nuevo
rescates por sus vidas y propiedades. Sin duda el eco de esta derrota fue muy
grande en toda Italia meridional como lo muestran algunos testimonios
contemporáneos. Cuando el magistros Nicéforo Hexacionites quiso en 965
obligar a los habitantes de Rossano a proveer los medios para equipar nuevos
barcos que reemplazasen a los perdidos el año anterior se encontró ante una
revuelta declarada de la población local que no dudó en quemar los barcos en
puerto y matar a sus capitanes. Sólo la mediación de San Nilo, tal y como se nos
cuenta en su Vida, evitó un sangriento castigo para los amotinados. De la lectura
de su vivaz relato de los hechos se puede deducir, tal y como hizo Amari, que
en realidad Nicéforo no disponía de los medios suficientes para castigar a los
rebeldes tan severamente como hubiese deseado y por ello estuvo más
dispuesto a mostrar benevolencia. En el vivo diálogo mantenido con el
venerado monje el magistros accedió primero a perdonar la vida a los rosanitas y
luego a permitir que el propio Nilo fijase la multa por el asesinato de los
protokaraboi. Su cólera recayó entonces en el recaudador de impuestos de la
zona, Gregorio Maleinos, seguramente responsable en buena parte de la
revuelta por sus exacciones. El aterrorizado recaudador se había escondido para
evitar la ira de su superior y sólo la persuasión de Nilo consiguió llevarlo ante
Nicéforo:
Éste, sin atreverse a ajusticiarlo allí mismo por respeto al monje, lo colmó de injurias
“maldiciéndole a él y a todas sus pertenencias, comenzando por sus caballos y sus
bueyes y acabando por sus gallinas y su perro.” Maleinos, aterrorizado, no se atrevió a
decir nada y se mantenía sentado ante su señor en razón de su rango de protoespatario.
“Miserable, le gritó Nicéforo, ve a reunirte con tus iguales. Te perdono.” Y luego añadió
dirigiéndose a la multitud “Deberíais hacer pintar el retrato de San Nilo y no dejar
jamás de adorarlo y de darle gracias. En verdad, por la cabeza de nuestro santo soberano
Basilio, deberíais esforzaros en rendirle el mayor honor”.
Debilitado por la derrota y absorto en otros frentes en los próximos años el
Imperio debió limitarse a mantener la situación a un coste económico muy alto,
sancionada la paz con el acuerdo firmado en 967 mientras continuaba la guerra
en Asia contra los Hamdánidas de Alepo. Entretanto en occidente acababa de
hacer su aparición un rival que regresaba para disputarle a Bizancio el derecho
a decidir sobre los asuntos de Italia.
Años turbulentos
Aunque Bari había sorteado el peligro todavía siguieron menudeando los
ataques árabes en otras zonas, principalmente en Calabria: en julio de 1006 llegó
a Italia un nuevo catepán llamado Alejo Jifias, muy posiblemente el Alejo
Caronte padre de Ana Dalasena citado por Ana Comneno en su Alexíada, y el 6
de agosto tuvo lugar cerca de Reggio otra gran batalla naval, aunque esta vez
fue la marina de Pisa la que sirvió bien a los intereses de Bizancio. A pesar de
todo el peligro y las incursiones no cesaron inmediatamente pues en 1009 las
bandas musulmanas volvieron a invadir el valle del Crati y ocuparon de nuevo
Cosenza.
A partir de estos momentos la amenaza en las costas se alejó gracias a la
colaboración de las flotas de las ciudades estado del norte. A ello contribuyó
también la recuperación de Dirraquio desde 1005, evento reconocido por la
aristocracia de Apulia como un hecho remarcable al permitir la reapertura del
tráfico y el comercio con Bizancio. Sin embargo las dificultades para las
autoridades bizantinas no se acabaron porque en los primeros años del siglo XI
se asistió a un recrudecimiento de la agitación en las comunidades locales,
presas de continuas luchas intestinas. Fue durante el mandato del nuevo
catepán y anterior estratego de Samos, Juan Curcuas, llegado en mayo de 1008
para reemplazar a Alejo Jifias, fallecido en algún momento entre marzo y agosto
de 1007, cuando estalló una grave revuelta merecedora de ser recogida en la
crónica de Skylitzés, más seria que todas las producidas a lo largo del medio
siglo anterior y que habría de tener repercursiones de gran trascendencia en las
décadas posteriores.
El 9 de mayo de 1009, poco después de la llegada a Bari de Curcuas, se inició en
la ciudad una revuelta encabezada por el adinerado ciudadano Meles o Melo.
Éste, quizá de origen armenio, fue lo suficientemente hábil para arrastrar a los
habitantes a un desafío abierto a la autoridad griega, lo que no era un hecho
nuevo pues con relativa regularidad se habían sucedido en los dominios
bizantinos motines y asonadas en los cuales no es necesario vislumbrar un
deseo de desligarse del destino de Bizancio. Tales revueltas frecuentemente
estallaban por causas e individuos concretos: no contra el Imperio sino contra
un determinado funcionario, por el odio hacia algún magnate (que portaba
títulos y dignidades bizantinos) en una secuencia que se repitió una y otra vez
en las principales villas de Apulia.
Posiblemente también el factor económico debe ser tenido muy en cuenta, al no
estar limitados los catepanes por un monto fijo en la fijación de los impuestos
imperiales, lo que podía llevar a situaciones de abuso y sobrecarga fiscal que
eran muy mal recibidos por las poblaciónes locales, especialmente en momentos
como el invierno de 1009 que fue recordado en las crónicas por su excepcional
crudeza. Tras la eliminación de la amenaza musulmana seguramente las
actividades comerciales en la ciudad de Bari recibieron un nuevo impulso y es
posible que los comerciantes y gentes adineradas de la villa recibieran de muy
mal grado las cargas financieras que el nuevo catepán fijase a su llegada.
Precisamente se nos dice que Meles era el ciudadano más rico de Bari, aquel
que tenía más que perder con el aumento de la carga fiscal y el más interesado
en que la situación no progresase en esa dirección. No es descartable que el
objetivo político de Meles fuese el de crear una estructura política similar a los
ducados de Amalfi o Venecia, ciudades con intereses marítimos como los de
Bari, y quizá lo confirma el hecho de que posteriormente fuese premiado con el
título de Dux Apuliae por el emperador germánico.
La insurrección en Bari se extendió con rapidez a Trani, y pronto se llegó al
combate entre ambos bandos, con una sangrienta lucha en las cercanías de
Bitonto. La milicia barense fue derrotada en el encuentro con las tropas del
catepán, pero pudo conservar el control de la ciudad para los sublevados. Es
posible que por aquella época hubiese otro choque, esta vez en Montepeloso y
que los rebeldes contasen con la ayuda de bandas de sarracenos que
permanecían en la región.
En enero o febrero de 1010 murió también Juan Curcuas y en su sustitución
llegó en marzo el protoespatario Basilio Argiro, llamado Mesardonites,
estratego de Samos acompañado en calidad de lugarteniente por el estratego de
Cefalonia León Tornicio, apodado por su baja estatura Contoleón. Los dos
oficiales pusieron sitio a Bari desde el 11 de abril. Tras un asedio de dos meses
los barenses capitularon permitiendo al catepán la ocupación de la ciudadela en
junio. Mesardonites exigió a los vencidos la entrega de su cabecilla Meles pero
éste huyó en el último momento acompañado por su cuñado Datón. No
tuvieron la misma suerte su mujer Maralda y su hijo Argyros, que fueron
enviados a Constantinopla como rehenes. Décadas después su hijo volvería a
Italia para tener un destacado papel en la escena política, aunque en un
contexto totalmente diferente. Para prevenir la amenaza de futuras revueltas
Mesardonites ordenó la construcción en la cercanía del puerto del Praitorion, de
la residencia fortificada del gobernador en el lugar donde luego a finales del
siglo se erigiría la iglesia de San Nicolás.
Mientras tanto el huido Meles llegó en su escapada hasta Ascoli, que también se
había manifestado a favor de la revuelta, pero los éxitos de Basilio Mesardonites
habían entibiado los entusiasmos revolucionarios de los amotinados y Meles no
se consideró todavía a salvo, por lo que optó por buscar asilo entre los
principados lombardos, primero en Benevento, luego en Salerno que le
denegaron su apoyo y finalmente en Capua, donde estableció su residencia.
Tras someter Bari y convertirla de nuevo en sede del gobierno del thema Basilio
Mesardonites emprendió un viaje a Campania para afirmar la soberanía del
basileo en la zona, forzando a los príncipes lombardos a mantener al menos una
apariencia de sumisión a Constantinopla, devolviendo así el prestigio a la causa
imperial y desanimando con ello a los rebeldes de Apulia. En octubre de 1011 se
encontró en Salerno con monjes de Montecassino a los que extendió un diploma
confirmando la protección de sus dominios en Apulia. Es posible que el catepán
hubiese emprendido también este viaje para intentar prender al fugitivo Meles,
pero éste consiguió finalmente sustraerse a su vigilancia en la corte de Pandolfo
II de Capua, con lo que el príncipe lombardo afirmó frente a Bizancio su deseo
de mantener una total independencia del Imperio.
La expedición a Sicilia
Las consecuencias de la marcha de Boioannes se pusieron de manifiesto muy
pronto en el reinado de Romano III con la vuelta de las incursiones árabes en las
costas italianas, principalmente en Apulia y el norte de Calabria. Los breves
mandatos de los sucesores de Boioannes, Cristóforo Burgaris y Pothos Argiro se
vieron envueltos en continuas luchas contra los piratas a partir de 1029. El
emperador, deseoso de reemprender las grandes empresas de Basilio II, fijó sus
ojos también en la desvalida Italia y envió refuerzos con el protoespatario
Miguel y posteriormente con el nuevo catepán Constantino Opos, llegado en
mayo de 1033. Fueron éstos años de guerra naval en los que las naves del
estratego de Nauplia Nicéforo Caranteno y la flota del chambelán Juan
barrieron los mares y eliminaron la amenaza pirata. Una vez dominado el mar
el emperador pudo negociar en mejores condiciones con los árabes de Sicilia y
su emir Akhal. En agosto de 1035 el diplomático Jorge Probatas firmó la paz en
nombre del basileo, que concedió al emir el título y los honores de magistros. Un
comportamiento tan amistoso por parte del emir sólo pudo estar justificado por
la guerra civil que estalló por aquel entonces en Sicilia y la necesidad que aquél
tenía del apoyo de Bizancio.
Pero esta situación favorable duró poco. El emir de África envió a su hijo
Abdallah en apoyo de los rebeldes sicilianos. Vencido Akhal tuvo que buscar el
refugio del catepán. Éste, decidido a actuar, reunió sus tropas poco numerosas y
pasó el estrecho para combatir contra el ejército africano en 1037.
Por aquel entonces en Constantinopla se había decidido dar un empuje decisivo
a la cuestión siciliana. Consciente el emperador de la debilidad de las fuerzas
locales preparó una flota para asestar un golpe decisivo. Esta armada
transportaba a las mejores tropas del Imperio entre las que destacaban las
fuerzas armenias al mando de Catacalon Cecaumeno, contingentes rusos y los
varegos del luego célebre Harald Hardrada. Y al frente se colocó al hombre del
momento, célebre por sus éxitos en Asia frente a los árabes, Jorge Maniaces. Su
misión como “estratego autokrator de las fuerzas del thema de Longobardia”,
como lo llama Skylitzés, consistía en apoyar al bando opuesto al emir africano.
Rápidamente los árabes entendieron que era mejor llegar a un acuerdo entre
ellos que permitir la entrada de las tropas imperiales en la isla y se prepararon
en secreto para expulsar de la isla a los cristianos. Ante la falta de medios
Constantino Opos tuvo que retirarse al continente, llevándose con él a 15.000
cristianos sicilianos rescatados del cautiverio. El emir Akhal murió asesinado en
la ciudadela de Palermo y Abdallah estableció su autoridad sobre toda la isla.
Acompañado por el almirante Esteban, cuñado del emperador, cuya flota debía
navegar a lo largo de la costa oriental de la isla y estar dispuesta a colaborar con
las necesidades del ejército. Maniaces desembarcó en Italia con sus
combatientes y se apresuró a unir sus tropas con los contingentes que debían
ser proporcionados por los themata italianos. El plan estratégico de la campaña
permitía a Maniaces plena independencia de movimiento sin depender en
modo alguno del catepán de Longobardia. Entretanto acababa de llegar a Bari el
patricio y duque Miguel Spondyles, antiguo gobernador de Antioquía, para
unirse a la expedición. Quizá también entre sus obligaciones estuviese la de
reemplazar a Opos, que desaparece de la narración histórica en estos
momentos, aunque al año siguiente ya encontramos a Nicéforo Dociano como
catepán en activo. En cualquier caso Spondyles fue el encargado de realizar las
levas de las milicias de Apulia y Calabria, una acción que provocó un vivo
resentimiento en las poblaciones italianas. A estas fuerzas se unió un cuerpo de
entre 300 y 500 caballeros normandos de élite proporcionados por Guaimar de
Salerno, al que el emperador Miguel había solicitado ayuda para combatir al
enemigo común. Al frente de estos brillantes guerreros estaban Guillermo
Brazo de Hierro y Drogón, hijos de Tancredo de Hauteville, que acababan de
llegar de Normandía. Guaimar estuvo más que gustoso de poder
desembarazarse de sus turbulentos huéspedes los cuales, ansiosos de botín y
tierras, acudieron prestamente a unirse a Maniaces a Reggio en una aventura
que prometía grandes beneficios.
Junto a ellos se alistó también el lombardo Arduino, un antiguo hombre de
armas de la iglesia de San Ambrosio en Milán, que había acudido con un grupo
de sus compatriotas a sumarse a la aventura italiana sirviendo además de
intérprete gracias a su conocimiento del griego. La falta de oportunidades en su
patria le habían llevado a probar fortuna en otras empresas y su astucia pronto
le permitió convertirse en tácito portavoz de todos los auxiliares latinos y
francos en el ejército. Esa preeminencia le animaría a jugar bazas más
ambiciosas en un momento posterior de la historia.
Por fin, a mediados de 1038 y tras dos largos años de preparativos el ejército de
Jorge Maniaces abandonó Reggio y atravesando el estrecho de Faro desembarcó
en Sicilia y avanzó sobre Messina. Ante los muros de la ciudad tuvo lugar un
combate en el que los normandos se cubrieron de gloria y rechazaron una
tumultuosa salida de los defensores. Luego atravesaron las puertas pisándoles
los talones y ganaron la ciudad al primer combate. Este primer éxito, aunque
importante, carecía de gran valor estratégico. En cambio la plaza de Rametta,
escenario de tantos combates en el pasado y que estaba situada al sudeste de
Messina, dominaba la ruta que conducía por el litoral norte a Palermo, y hacia
allí se dirigió de inmediato el ejército.
El derrotado emir huyó con muchas dificultades y sólo a duras penas consiguió
llegar hasta la costa desde donde se dirigió a Palermo. Mal recibido por la
población local, se vió obligado a abandonar la isla y refugiarse en África. Su
lugar fue ocupado por Hassan Ad Daula, hermano del fallecido Akhal. Fue una
gran victoria que tuvo un gran éxito en toda la isla y que ha dejado para el
recuerdo en Troina el nombre de “Fondaco dei Maniaci” dado a la llanura en la
que tuvo lugar.
La batalla, que tuvo lugar en la primavera o el verano de 1040, proporcionó a
Maniaces el control de la zona oriental de la isla y abrió las puertas de Siracusa
al ejército imperial que hizo en ella una entrada triunfal en medio del
entusiasmo de la población cristiana local. El descubrimiento por esas fechas de
los restos de la vírgen y mártir Santa Lucía en la ciudad contribuyó a un clima
de exaltación general que ponía en boca de todos el nombre del artífice de
tantos éxitos. En la memoria local ha sobrevidido este recuerdo con la
denominación de “castillo de Maniaces” que se le dió a la fortaleza bizantina
que se erige en la ciudad.
Fiel a su temperamento el general no se relajó en el momento de la victoria.
Antes de Troina había encargado al almirante Esteban la tarea de vigilar
cuidadosamente las costas de la isla para impedir la huida del emir en caso de
derrota. Pero la ineptitud de Esteban le hizo incapaz de cumplir con su misión.
Abdallah escapó y sobre el almirante cayó de inmediato la ira implacable de
Maniaces. Haciendo acudir a su presencia al inepto oficial lo cubrió de injurias
y le acusó ante el emperador de traición y cobardía. Tan grande fue su cólera
que llegó a maltratarlo físicamente acusándole de cobarde, afeminado y
“proveedor de los placeres del emperador”. Este acceso de cólera provocaría muy
pronto funestas consecuencias para la carrera del general.
Maniaces en Italia
Miguel IV, el emperador que había enviado a prisión a Maniaces, falleció en
diciembre de 1041. Su sucesor Miguel V y su esposa Zoé, deseosos de enderezar
la suerte de los asuntos occidentales, liberaron al general y lo reenviaron a Italia
con el título de magistros, catepán de Italia y strategos autokrator de los tagmata de
Italia tras hacer llamar de vuelta a Sinodiano. Maniaces desembarcó en Tarento
a finales de abril de 1042 con un nuevo ejército reforzado con contingentes
albaneses, los arvanitai que pasaron luego a constituir uno de los cuerpos
extranjeros permanentes en el ejército imperial. En el momento de su llegada
sólo seguían en poder de Bizancio las plazas de Brindisi, Otranto, Tarento,
Trani y Oria.
Entre tanto sus adversarios no habían permanecido ociosos, habían tenido cinco
meses de desgobierno bizantino para maniobrar y establecer alianzas con las
ciudades de Apulia. Tras haberse malquistado con el principado de Benevento
negociaron con los principales de Bari y propusieron a Argyros reconocerlo
como su señor. Éste, seducido por la propuesta, repitió el comportamiento de
Arduino e hizo entrar de noche a los normandos en la ciudad y allí concluyó un
acuerdo definitivo con ellos recibiendo en febrero de 1042 el título de duque y
príncipe de Italia con los guerreros normandos como vasallos. Éstos seguían el
mismo procedimiento utilizado con éxito en otras ocasiones: imponer su
participación, hacerse temer, reconocer en teoría la soberanía de los antiguos
amos del país para luego desequilibrar la situación en su propio provecho. Es
posible que en lo tocante a Argyros su proyecto fuese llegar a una futura
reconciliación con Bizancio previa aceptación de los hechos consumados y con
la secreta esperanza del catepanato por entonces vacante.
La llegada de Maniaces trastornó todos esos cálculos y dejó a Argyros como un
simple rebelde, tal y como su padre lo había sido en tiempos, por lo que se vio
obligado a vincular su destino más estrechamente a los recién llegados del
norte. Avanzando en su propósito reclamó la ayuda de los normandos de
Aversa y reunió varios miles de soldados que se aprestaron a combatir al
ejército imperial acampado bajos los muros de Tarento. Pero Maniaces rehuyó
el combate y optó por refugiarse tras los muros de la ciudad a la espera de una
oportunidad favorable. Los normandos intentaron en vano provocar a los
bizantinos a un encuentro en campo abierto y se contentaron con saquear la
región de Oria. Tras reconocer la imposibilidad de asediar una plaza poderosa
como Tarento se replegaron pronto hacia el norte en mayo de ese año.
En el litoral adriático Trani, la plaza más importante después de Bari, mantuvo
la fidelidad al emperador y rehusó negociar con Argyros. Su ejemplo fue
imitado por Giovinazzo con peor suerte pues Argyros apostó su ejército ante la
plaza y la tomó el 3 de julio de 1042 después de tres días de sitio sometiéndola a
pillaje y asesinando a los funcionarios bizantinos en ella refugiados. De allí
pasó a Trani, a la que sometió a asedio durante más de un mes hasta que los
acontecimientos de Constantinopla provocaron un vuelco en la situación.
Entretanto Maniaces había salido en junio de Tarento con su ejército barriendo
delante de sí las bandas de normandos que encontraba a su paso. Castigó
cruelmente a los habitantes de Matera acusándoles de trato con el enemigo y
demostró ser tan despiadado como sus enemigos normandos, arrasando los
campos, quemando las cosechas y asesinando a centenares de campesinos.
Desde Matera Maniaces se dirigió hacia el este y sometió a Monopoli al mismo
castigo y a la misma demostración de crueldad y ensañamiento: muchos
ciudadanos fueron ahorcados y otros enterrados vivos, pero las ciudades no le
abrieron sus puertas por ello. Con todos estos hechos Maniaces se ganó una
reputación de tirano abominable en la región y perjudicó muy gravemente la
suerte de la causa bizantina en Italia. Mientras tanto en Constantinopla se
sentaba en el trono un nuevo emperador y la llegada al poder de Constantino
Monómaco en julio supuso malas noticias para la fortuna de Maniaces.
Durante la época de sus mandatos en Asia Menor el general había adquirido
grandes propiedades en el thema de los Anatólicos. Algunas de esas tierras eran
vecinas de las de un poderoso señor, Romano Esclero, nieto del famoso Bardas.
Pronto las relaciones entre ambos se deterioraron y Maniaces, que debió ser un
hombre de genio pronto, amenazó de muerte a Esclero. Éste, amedrentado,
abandonó sus tierras y desde entonces experimentó un odio feroz por su
antiguo vecino. La situación era delicada para Maniaces por cuanto Romano
tenía muy buenas conexiones en la corte, al ser su hermana la amante del
emperador. El momento para la venganza llegó cuando su rival tuvo que
ausentarse para guerrear en Italia. Romano, seguro del apoyo de Monómaco,
saqueó las propiedades de Maniaces y yendo más allá en la ofensa, ultrajó a su
mujer. Cuando el general fue informado de estos penosos acontecimientos
experimentó una cólera indecible, cólera que se convirtió en exasperación al
saber que el emperador, a instancias de su rival, había decidido finalmente
destituirlo de su puesto. En ese momento Maniaces, considerando muy
peligroso regresar a Constantinopla como un simple particular, optó por la
única solución que veía a su alcance, la revuelta.
En esos momentos las noticias llegadas de Constantinopla le decidieron a
rebelarse, sabedor de que la pérdida de favor de la corte y la llamada a la
capital suponían de nuevo la prisión. La llegada al poder de Constantino
Monómaco y el favor que éste propiciaba a su mortal enemigo Romano Esclero
no auguraban más que desgracias para su carrera. Puesto al corriente de todos
los detalles comenzó a incitar en secreto a sus soldados contra Monómaco.
En septiembre de 1042 desembarcó en Otranto una representación del basileo.
El patricio Pardos, el protoespatario Tubaces y el arzobispo Nicolás llegaron
portadores de un crisóbulo dirigido a Maniaces con el que el emperador
pretendía reconciliarse con su exasperado general. Pardos además debía
sucederle en el cargo de catepán. Maniaces, conocedor en secreto del contenido
del documento, al principio les dispensó una favorable acogida pero la torpeza
del enviado muy pronto empeoró las cosas. El comportamiento arrogante de
Pardos fue demasiado para el genio del general que dió órdenes de inmediato a
sus hombres para detener al patricio al que al cabo de pocos días hizo asesinar
en unas caballerizas tras someterlo a muchas vejaciones. El protoespatario
Tubaces sufrió la misma suerte pocos días después. El secreto se había
desvelado y tras la favorable reacción de sus hombres Maniaces se decidió por
fin en octubre de 1042 a asumir las insignias imperiales del poder supremo y se
hizo proclamar emperador por sus tropas, decidido a emprender la lucha a vida
o muerte por el poder. Su empresa requería oro y Maniaces lo encontró
apropiándose de los fondos de la embajada, unas fuertes sumas destinadas a
comprar la retirada de los normandos.
Anteriormente, en julio, otra delegación imperial se había encontrado con
Argyros, que estaba asediando Trani en esas fechas, y le presentaron un
crisóbulo en el que se le comunicaba el perdón del emperador y se le conferían
los títulos de patricio y vestes si demostraba su fidelidad al Imperio y atraía a los
normandos al servicio de Bizancio. Ello suponía aceptar definitivamente la
presencia de éstos en los territorios bizantinos intentando obtener a cambio un
provecho para los intereses del Imperio. Argyros aceptó el trato y obligó a los
normandos a levantar el sitio de Trani, quemó las máquinas de asedio y se
dirigió de nuevo a Bari hacia donde también se encaminaba su rival.
La última resistencia
Tras sellar su alianza con el Papado Roberto Guiscardo emprendió de nuevo las
operaciones en los territorios para él destinados. En 1060 sometió Troia y en la
primavera de ese mismo año recibió el homenaje de las poblaciones de Brindisi
y Tarento al tiempo que sus hombres expulsaban a la guarnición bizantina de
Oria. Pero en estos momentos el principal asunto era el control de Calabria.
Desde 1056 había comenzado a realizar incursiones partiendo de sus posiciones
en el valle del Crati acompañado por su hermano menor Roger. Sus tropas
llegaron hasta la inmediación de Reggio saqueando y obteniendo rehenes,
aunque las principales poblaciones como Crotona, Gerace, Santa Severina,
Rossano o la propia Reggio mantuvieron su independencia.
De vuelta en Apulia Guiscardo encomendó a su hermano Roger la prosecución
de la conquista. Éste se asentó en las cercanías de Vibona, donde luego se
construiría la gran fortaleza de Mileto, y desde allí comenzó sus algaradas. Por
medio de depredaciones y ataques constantes sembró el terror en toda la región
del Aspromonte. Frente a él las autoridades bizantinas estaban divididas. Por
razones desconocidas el estratego de Calabria León Trymbos hizo ejecutar en
1058 a algunos magistrados civiles (scribones) de Crotona y la población
enardecida se rebeló y le obligó a huir. A los males de la guerra se unieron
también los estragos causados por la terrible sequía de la primavera de 1058 y
sus secuelas en forma de hambre y disentería que diezmaron a la población.
Entretanto en el bando normando se produjo un enfriamiento en las relaciones
entre Roberto y Roger. Siendo ambos hombres ambiciosos colisionaron entre sí
a causa del reparto del botín, lo que fue aprovechado por los calabreses para
retomar Nicastro y aniquilar su guarnición normanda. Por fin Roberto y Roger
arreglaron sus diferencias y reemprendieron las operaciones sobre la región.
Reggio, donde habían hallado refugio los altos funcionarios bizantinos que
todavía se mantenían en la zona, era la única ciudad que no se avino a
parlamentar.
En el otoño de 1060, tras someter a Brindisi y Tarento, los normandos pusieron
sitio por fin a Reggio. Tras una encarnizada resistencia la ciudad capituló y los
dos funcionarios bizantinos (probablemente el estratego de Calabria y el krités)
se encerraron en la vecina Scilla con parte de la guarnición bizantina, aunque al
poco tiempo fueron obligados a embarcarse para Constantinopla mientras la
población concluía un tratado con los normandos. Roberto Guiscardo en esa
época residía ya en Reggio, donde se hizo reconocer como duque de Calabria.
En estos momentos los funcionarios bizantinos de alto rango habían sido ya
obligados a abandonar la región, y sólo quedaban los jefes de la aristocracia
local, ellos mismos funcionarios de bajo nivel. Abandonados a su suerte
entraron en tratos con los normandos. Éstos, una vez asegurada su posición,
ofrecieron condiciones aceptables a las poblaciones locales imponiendo un
tributo no más oneroso que el cobrado por las autoridades bizantinas y
permitiendo que se mantuviese la autonomía local, con lo que pudieron
establecer su dominio, al menos de forma aparente. A pesar de todo seguía viva
la llama de la resistencia que aprovechaba cualquier coyuntura favorable para
manifestarse. En el valle del Crati los indígenas se beneficiaron del alejamiento
de los jefes normandos para alzarse en armas, como en Agello, cerca de
Cosenza. Por la misma época diputados de varias ciudades calabresas llegaron
a Amalfi y Roma buscando una alianza contra los nuevos ocupantes.
La reacción normanda ante la resistencia local fue la creación de colonias
militares usando los mismos procedimientos que los bizantinos en Asia.
Trasladaron a poblaciones enteras reduciendo a cenizas sus enclaves, como en
el caso de Policastro que fue destruida y su población transportada a Nicotera.
Con prisioneros sicilianos se pobló Scribla, tras el comienzo de las operaciones
en Sicilia en 1061 luego de la toma de Messina.
El gobierno bizantino no volvió a enviar tropas a Calabria tras los sucesos de
1060, pero ello no supuso el fin de sus esfuerzos por recuperar sus posesiones
en las tierras italianas porque a finales de ese año desembarcaron nuevas tropas
comandadas por un miriarca, como es llamado en las fuentes y que quizá deba
ser interpretado como un merarca, obedeciendo las órdenes del nuevo
emperador Constantino Ducas. En rápida sucesión los bizantinos
reconquistaron Tarento, Brindisi, Oria y Otranto, a la vez que se internaban en
Apulia hasta llegar ante los muros de Melfi. Ante las desconcertantes noticias
Roberto Guiscardo regresó a toda prisa de Sicilia y acometio a los bizantinos.
Tras someter Acerenza obligó a los imperiales a abandonar el sitio de Melfi. En
1062 volvió a tomar Brindisi y Oria haciendo prisionero al miriarca bizantino.
Ante estos fracasos los bizantinos se desmoralizaron y adoptaron en adelante
una actitud mucho más pasiva, debido posiblemente también a la falta de
medios. Por ello los dos catepanos que se sucedieron en Bari, Marulés en 1061 y
Siriano en 1062 se vieron obligados a mantenerse a la defensiva.
Ante el fracaso en las operaciones militares se recurrió la vía diplomática. El
emperador participó muy activamente entre 1061 y 1064 en la lucha por la
sucesión del Papa Nicolás II. La derrota final de su candidato puso bien en claro
la imposibilidad de formar una coalición antinormanda y que la única
posibilidad para detener el avance de Guiscardo era apoyar a las poblaciones
que todavía resistían y sembrar la división entre los caudillos normandos,
celosos del poder de Roberto y descontentos con su primacía.
Bari 1071
Mientras Roberto Guiscardo preparaba en colaboración con Roger un ataque
sobre los musulmanes de Palermo, los barones normandos en Apulia se
dedicaron metódicamente a reconquistar las poblaciones tomadas por los
bizantinos durante su intervención. Un tal Godofredo tomó en 1063 Tarento y
Móttola, y pronto cayeron también Matera y Otranto. En 1064 desembarcó en
Bari el catepán Abulcaré y pudo enviar algunos refuerzos a las ciudades que
aún resistían. En esos momentos Bizancio controlaba todavía parte del litoral,
desde la península de Gargano hasta las cercanías de Brindisi, aunque el
catepán no pudo impedir que las gentes de Bari llegaran a una tregua con
Guiscardo debido a la escasez de sus reservas. A la resistencia se unió el duque
de Dirraquio Pereno, también encargado de la defensa de las costas italianas,
que se puso en contacto con normandos descontentos como Jocelin de Molfetta,
Roberto de Montescaglioso, Roger Touboeuf, Abelardo (hijo de Umfredo de
Hauteville y por tanto sobrino de Guiscardo), y Amigo el hijo de Gautier. Estos
nobles se dirigieron a Dirraquio para parlamentar con el representante del
emperador y allí fueron espléndidamente recibidos. Tras asegurarse sus
servicios se les envió de nuevo a Italia donde entre 1063 y 1064 es probable que
ocuparan las ciudades antes mencionadas en nombre del basileo.
Guiscardo reaccionó con rapidez y volvió para castigar a los rebeldes. Algunos,
como Jocelin, huyeron a Constantinopla y entraron al servicio del Imperio, otros
obtuvieron el perdón y recuperaron el favor del duque de Apulia. Había sido la
de los bizantinos una iniciativa condenada a fracasar ante la falta de tropas para
sostener una acción más decidida que no podía ser ganada sólo a base de
sobornos.
En 1066 el arzobispo de Bari pidió otra vez ayuda a Constantinopla. La
respuesta fue el envío de una flota al mando del duque de Dirraquio Miguel
Mauricas que transportaba contigentes varegos. En 1067 las tropas de Mauricas
consiguieron ocupar Brindisi y Tarento. En la primera se instaló una fuerte
guarnición al mando del experimentado oficial Nicéforo Caranteno que se
mostró muy activo organizando salidas contra las bandas de saqueadores
normandos que se movían libremente por las cercanías.
Así pues a la muerte de Constantino Ducas en mayo de 1067 la situación en
Italia no era peor que en 1060 y los normandos no habían logrado avances
permanentes de importancia desde entonces. La ocupación de Calabria era
inestable y en Apulia, en la zona de Bari, Otranto y Tarento, se concentraba la
resistencia más tenaz, sostenida en todos los casos principalmente por la
población local pues no se detectan en esta época guarniciones bizantinas de
gran importancia numérica.
Consciente de ello Roberto Guiscardo renunció a la conquista de Sicilia y
concentró sus energías en la toma de Brindisi y Bari no dudando en reunir a
todos sus vasallos para intentar un esfuerzo supremo. Fruto de ello fue la caída
de Otranto, en la que de creer lo narrado en el Strategikon de Cecaumenos
estaba acantonada una guarnición de rusos y varegos al mando de uno de los
Malapetzes o Malapezzi, y por fin entabló el asedio de Bari en agosto de 1068.
La noticia llegó a Constantinopla en circunstancias muy delicadas para el
Imperio ante el continuo hostigamiento de los turcos en las fronteras orientales.
En el momento en que Romano II Diógenes comenzaba sus campañas en Asia el
llamamiento desesperado de la población de Bari en demanda de ayuda no
pudo ser atendido inicialmente y la ciudad tuvo que hacer frente en solitario a
los normandos.
Como maniobra previa Guiscardo declaró ante las autoridades locales su deseo
de reclamar el poder que hasta su muerte había detentado Argyros, fallecido
ese mismo año. Al ser rehusado su derecho se convirtió en su pretexto para
iniciar el ataque. Cuando una pequeña fuerza de reconocimiento se adelantó
hasta los muros de la ciudad el intento fue visto con burla por los bariotas,
acostumbrados a incursiones similares durante muchos años. Pero pronto la
llegada del ejército principal mostró a las claras que esta vez el intento iba en
serio y estaba acompañado por el contundente argumento de poderosas
máquinas de asedio y una flota desplegada ante el puerto en una línea contínua
unida por gruesas cadenas de hierro.
Conscientes los asediados de la gravedad de la situación pidieron socorro de
nuevo a Constantinopla. El emperador estaba ocupado en esos momentos en los
preparativos de una nueva campaña contra los turcos, pero el gobierno no
podía ignorar la petición de auxilio de su mayor bastión en Italia. Por ello se
aprestó apresuradamente una flota con armas y provisiones al mando de
Esteban Paterano. La flota llegó a Bari en enero de 1069 y fue interceptada a la
entrada del puerto por los normandos. En el combate que siguió doce barcos
griegos fueron apresados pero el resto consiguió abrirse paso y reforzar con su
cargamento las defensas de la ciudad. Estos refuerzos fueron acogidos con
entusiasmo por la población y les dió ánimos para prolongar una resistencia
que se fue extendiendo durante ese año y el siguiente de 1070 con pocos
avances por una y otra parte. Los combates se sucedieron ante los muros de la
ciudad. Los normandos, en su deseo de asegurar más el cerco, obstruyeron el
puerto con grandes bloques de piedra, un puente y una torre fortificada,
aunque estas obras fueron pronto destruidas por los asediados. El grave
deterioro de la moral que la duración del sitio estaba causando entre los
sitiadores quiso ser superado con una intentona sobre Brindisi, la única otra
plaza restante en poder todavía de Bizancio, pero la expedición fue sorprendida
en una emboscada por los griegos y permitió un breve alivio a los asediados,
aunque finalmente Brindisi acabó cayendo en manos de los normandos.
La perspectiva de otro invierno de asedió decidió a Guiscardo a solicitar la
ayuda de su hermano Roger, que llegó desde Sicilia con una flota. Eso hizo
mejorar la situación, combinado con sus esfuerzos para minar la resistencia
interior mediante el apoyo a la facción local pronormanda.
En Bari la situación había mejorado tras la arribada de una flota mercante con
víveres, pero la discordia estalló finalmente en el interior ante la pugna entre
dos bandos. Uno de ellos, liderado por Argyrizo, uno de los ciudadanos más
ricos de la población y apoyado por el dinero normando, era partidario de
negociar con Guiscardo, mientras que el otro, comandado por Bizantios
Guirdelicos, defendía la resistencia a ultranza. Un intento de asesinato de
Guiscardo fracasó y finalmente Bizantios cayó asesinado por los hombres de
Argyrizo. La crítica situación en la ciudad había provocado una nueva llamada
de auxilio a Constantinopla. Ante el éxito de misiones de aprovisionamiento
anteriores el gobierno bizantino aprestó en Dirraquio una flota de veinte barcos
cargados con alimentos, armas y refuerzos al mando de Jocelin, uno de los
normandos que se había pasado al servicio del emperador tras rebelarse contra
Guiscardo. Su flota atravesó el Adriático sin incidentes y llegó a la vista de Bari
donde le esperaban los ansiosos ciudadanos. Desgraciadamente para su causa
la inusual actividad en el puerto esa noche alertó a los normandos que tuvieron
tiempo de aprestar sus barcos y dirigirlos contra el convoy entrante. En un
confuso combate nocturno los normandos de Roger fueron capaces de
concentrar su ataque en la nave capitana y hacer prisionero al jefe de la
expedición. Los bizantinos perdieron además nueve barcos aunque los
normandos no escaparon sin pérdidas incluido uno de sus navíos que se fue al
fondo con ciento cincuenta caballeros acorazados al volcar por un
desplazamiento brusco de estos a una de las bordas.
Este combate fue un durísimo golpe para las esperanzas de los asediados.
Fracasaba así el último intento de ayuda desde el exterior y sin abastecimientos
no podían sostenerse por más tiempo, ya que durante el invierno habían
agotado las provisiones en los almacenes y la moral era ahora muy baja. Las
voces que clamaban por un acuerdo con los sitiadores fueron cada vez más
fuertes y dieron poder al bando de Argyrizo. Cuando en definitiva sus
partidarios se hicieron con el control de una de las torres de la muralla Paterano
se decidió por fin a parlamentar ante el temor de ser traicionado desde dentro y
mientras aún estaba en condiciones de obtener un buen trato. La buena
disposición de Guiscardo facilitó un acuerdo rápido. El 15 de abril de 1071
Roberto y Roger hicieron su entrada en Bari poniendo fin a treinta años de
lucha por el dominio de la Italia del Sur. Basándose en los acuerdos que se
habían establecido a lo largo de los años con las autoridades de la ciudad se
mantuvo en gran medida la administración local, aunque el beneficiario de la
recaudación de sus impuestos pasó a ser su nuevo señor normando y no
Constantinopla. De acuerdo con la costumbre normanda la comunidad juró
obediencia a su nuevo duque y se vió cargada con nuevas obligaciones
militares, incluidas la de aportar fuerzas navales cuando se requiriese. Los
bariotas mantuvieron la posesión de sus propiedades incluidas aquellas que
habían sido saqueadas por los normandos durante el asedio. En muchos
aspectos el acuerdo se trataba más de un tratado que una pura rendición, pero
la causa de ello no radicaba en la bondad de Guiscardo sino en el
reconocimiento de que llegaba el momento de modificar los métodos y
gobernar un país como un estadista y no como un caudillo de bandoleros.
Los vencidos fueron tratados también con clemencia: se concedió permiso a
Esteban Paterano para regresar a Constantinopla y muchos oficiales bizantinos
fueron liberados tras una breve estancia en prisión. Sólo el rebelde Jocelin tuvo
que pagar con la prisión de por vida el alzamiento ante su antiguo señor.
Guiscardo devolvió a los aristócratas locales las tierras y dominios de los que se
había apoderado y protegió a la ciudad de los abusos a manos de otros señores
normandos. A cambio pidió su ayuda en forma de hombres y barcos para la
empresa de Sicilia, que tendría como fruto la caída de Palermo en enero de 1072
tras cinco meses de sitio. El hecho simbólico es todavía más significativo, pues
con la toma de Bari la autoridad del duque de Apulia tomaba una base
definitiva frente a sus connacionales normandos, le reafirmaba como el señor de
Italia del sur así como el sucesor del basileo en el dominio de las tierras que
durante siglos pertenecieron al Imperio bizantino.
APÉNDICE:
ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN LA ITALIA BIZANTINA
La estructura poblacional
Desde la antiguedad Italia meridional se singularizó por una densidad de
población relativamente alta con una red de núcleos urbanos que superaron las
vicisitudes de las guerras del siglo VI y el asentamiento de lombardos y árabes
de modo que cuando los bizantinos volvieron a establecerse en la región se
encontraron con una tierra en la que el poblamiento seguía siendo
mayoritariamente urbano. La actuación inicial de las autoridades fue remediar
los daños causados por la guerra y promover el asentamiento de nuevos
ciudadanos que pudiese compensar las pérdidas sufridas, pero poco a poco se
inició el proceso de creación de nuevos asentamientos (kastra). Especialistas
como Martin y Noyé distinguen dos oleadas de fundaciones impulsadas por la
administración bizantina. La primera puede situarse a finales del IX y la
segunda en la primera mitad del XI. En el primer caso los esfuerzos de
fortificación se detectan en villas como Nicastro, Montescaglioso, Cosenza,
Santa Ágata, la construcción de la ciudad portuaria de Monopoli y los enclaves
de Giovinazzo y Molfetta, ya activos durante el X. Paralelamente los esfuerzos
de colonización en zonas poco pobladas en estos años hicieron aparecer los
enclaves de Umbriatico, Cerenzia, o Isola Capo Rizzuto.
La configuración de la ciudad
El territorio ciudadano contaba con un sector densamente poblado intra muros
y una zona fuera de las murallas con características más rurales como las que
podemos encontrar ejemplificadas en el caso del chôrion de Boutzanon situado
en la turma de las Salinas, cerca de Reggio y que ha sido estudiado por Guillou.
Los chôria, a la vez comunidades rurales y circunscripciones fiscales basadas en
la responsabilidad colectiva de sus miembros frente a la administración,
pagaban las tasas a la administración en una suma global, como lo registra el
pago de 36 nomismata al catepán Mesardonites en 1016 por parte del pequeño
burgo fortificado de Palagiano. El representante de la comunidad, un calígrafo
llamado Cinamo, recibió del catepán un recibo justificatorio del pago que
Palagiano debería conservar. Los habitantes del chôrion tenían la posibilidad de
asegurar la permanencia de la propiedad de las tierras dentro de la comunidad
ejerciendo el derecho de adquisición preferencial (preempción o protimesis) de
los vecinos en caso de la venta de una propiedad. Cuando en la primera mitad
del XI Juan Casifis compra una tierra con olivares al judío Manasses en Buterito,
cerca de Bari, se encuentra con la oposición del clérigo Romualdo, vecino del
judío, que aduce el derecho de protimesis y accede a vendérsela a éste por el
precio de compra. Al reprocharle Romualdo que haya querido comprar
indebidamente una propiedad que por proximidad le correspondía con más
derecho a él Juan le contestó “que sería mejor que un vecino la hubiese adquirido
antes que entrase un extranjero”. El concepto de estabilidad de la propiedad
comunal estaba firmemente establecido.
La estructura típica de una población presentaba un núcleo habitado rodeado
de pequeñas huertas tras las cuales estaban situados los proasteia, propiedades
de gente acomodada residentes en la ciudad trabajadas por sus siervos allí
instalados y los agridia donde vivían y laboraban los campesinos propietarios.
Las ciudades más desarrolladas presentaron habitualmente un modelo de triple
corona en torno al núcleo habitado a partir del cual se extendían huertos para el
consumo doméstico, tierras arables con viñedos, moreras y árboles frutales y
finalmente zona de pastos y bosque de aprovechamiento comunal. Las
dimensiones del territorio urbano variaban de un caso a otro: en el caso de
Troia con distancias desde el centro urbano que oscilaban entre los 7 y los 22
Km., mientras que en el caso de Tricarico, conocido por un diploma de Gregorio
Tarcaniotes de 1001 o 1002, el área de influencia tenía un radio de 5-7 Km.
La siempre inestable situación política obligó a las ciudades y villas a
protegerse con murallas. Generalmente las ciudades contaban sólo con un
recinto aunque Bari constituye la excepción con una doble muralla en la parte
de tierra aunque la ribera carecía de defensas. También está documentada la
existencia de torres defendiendo las puertas y poternas. Era muy frecuente la
edificación en la parte interna de los muros de defensa, lo que en algunos casos
suponía un peligro para la defensa de la plaza como lo atestigua el testimonio
de Cecaumeno en su Strategikon en relación con la toma de Otranto por los
normandos. El autor recomienda a los comandantes que destruyan todos los
edificios adosados a las murallas para reducir el peligro de un asalto por
traición desde esos puntos débiles. En algunos casos la fortificación tenía lugar
dentro de la propia ciudad al ser erigido un recinto amurallado interior como
en los casos de Tarento, donde Romano I construyó un frourion tras una
revuelta o los diversos ejemplos de praitoria o residencias fortificadas de los
gobernadores imperiales, la más famosa de las cuales fue la construida en Bari
en 1011 por Basilio Mesardonites tras la primera revuelta de Meles. La autoría
se conoce por una inscripción en verso encastrada en un muro de la basílica de
San Nicolás en la que Mesardonites se atribuye el levantamiento de la muralla
con ladrillos “duros como la piedra” y la construcción de una arcada fortificada y
un vestíbulo “para librar de sus temores a los soldados del campamento” así como
una pequeña iglesia dedicada a San Demetrio. Se trataba de un conjunto
residencial amplio que cumplía además las funciones de centro militar, judicial
y fiscal del thema además de servir como morada para el catepán. En el
complejo había viviendas, oficinas, acuartelamientos para las tropas, una
prisión y también tierras de cultivo tanto en el interior como en el exterior. El
cuidado de la salud espiritual de sus moradores quedaba bien cubierta con
cuatro iglesias o capillas dedicadas a San Basilio, Santa Sofía, San Eustracio y
San Demetrio y sobre la que después fue edificada la basílica de San Nicolás. El
conjunto no parece haber sobrevivido más allá de la década de 1080, ya que
sabemos que en 1087 la iglesia de San Eustracio y los otros santuarios fueron
derribados para dejar sitio a la nueva construcción que albergaría los restos de
San Nicolás de Myra. Otro praitorion está documentado en Reggio en su calidad
de capital del thema de Calabria.
Poco se sabe de las construcciones domésticas. Desde el siglo X parece ser que
gran parte de las moradas eran construidas con piedra conviviendo con otras de
madera. Las coberturas eran de teja, tablas o paja. En Calabria en esta época se
data una tipología de vivienda troglodítica excavada en roca con ejemplos como
los de Gerace o Santa Severina en los que se han encontrado moradas con una
estructura muy simple: sala de estar, alcoba y depósitos para el agua y los
alimentos. En las viviendas urbanas era frecuente la existencia de pequeñas
cámaras-almacen abovedadas en el bajo y un primer piso con una estancia
común (triclinum), una o varias cámaras (cubicula) y en ocasiones una galería.
Los edificios solían rematar en una terraza y disponen en ocasiones de patio
privado aunque generalmente varias viviendas se agrupaban en torno a un
patio común y se empleaban escalas de piedra o madera para acceder a las
estancias. En el caso de la Capitanata está documentada además la presencia de
silos en el exterior de las casas.
Las ciudades más antiguas presentaban un desarrollo urbanístico más
avanzado con calles a las que daban las viviendas mientras que en las ciudades
de nueva creación del XI se advierte una organización mucho más cerrada con
casas separadas sólo por muy estrechas callejuelas destinadas a permitir el paso
y evacuar las aguas. La catedral se encuentra en el centro de la población y
desde ella se suceden los círculos cerrados habitacionales. En las poblaciones de
nueva planta anteriores al XI no se advierte un plan urbanístico y los edificios
se amontonan en capas sucesivas mientras que los núcleos urbanos surgidos de
la oleada fundacional de la época de Boioannes se caracterizan por la presencia
de una larga calle longitudinal llamada platea que articulaba el conjunto urbano
como se puede atestiguar en las ruinas de Catanzaro, Troia, Fiorentino u
Oppido mientras que las calles perpendiculares aparecen desiguales, estrechas
e irregularmente repartidas.
Mucho más numerosas son las alusiones en las fuentes a las abundantes
construcciones religiosas (iglesias públicas y privadas, monasterios y hospicios)
que salpicaban las ciudades y que estaban atendidas por un personal muy
numeroso: sólo en el caso de Bari durante el siglo XI conocemos al menos 23
iglesias, monasterios y capillas dentro del recinto urbano además de la iglesia
episcopal de Santa María. Pero también se encuentran documentados otro tipo
de edificación con funciones eminentemente ciudadanas como son los baños
públicos (balneum, loutron) que en muchos casos eran administrados por las
autoridades monásticas como los conocidos en Reggio o Stilo en Calabria y
Melfi o Bari en Basilicata y Apulia respectivamente.
La estructura social
En las fuentes griegas la población italiana aparece dividida estereotipadamente
en tres clases: arcontes, hiereis y laos, esto es magnates, clero regular y secular y
pueblo llano. La aristocracia estaba formada por los señores dueños de
latifundios, frecuentemente ostentando títulos de la escala administrativa
bizantina y ejerciendo en muchos casos funciones oficiales. Junto a ellos estaban
los oficiales bizantinos de alto rango, militares (estrategos, catepanes) y civiles
así como algunos miembros de las familias lombardas de los principados
vecinos. Algunas familias de origen local desempeñaron durante generaciones
cargos de importancia y mantuvieron su preeminencia incluso durante la
dominación normanda como fue el caso de los Maleinos de Stilo (sobre los que
en principio no tenemos fundamento para relacionar con la poderosa familia
homónima y coetánea del Asia Menor). El primer Maleinos calabrés aparece a
mediados del X y es el Gregorio exactor de impuestos mencionado en la Vida
de San Nilo en relación con los motines en Rossano de 965. Otros miembros de
la familia aparecen en las fuentes hasta finales del siglo XII siempre
desempeñando cargos de cierta relevancia. Otro caso es el de los Mesimerios de
Catanzaro entre los que encontramos obispos y monjes en diversos momentos o
los Ankinareses de Rossano, algunos de cuyos miembros como León y Eufemio
detentaron el cargo de turmarca a mediados del XI. Los Malapezzi de Bari,
probablemente uno de los cuales era el Malapetzes mencionado por
Cecaumeno, poseían una torre fortificada cerca de la iglesia de San Nicolás y en
1051 estuvieron implicados en las revueltas que tuvieron lugar en Bari. Uno de
ellos, Nicolás, fue juez bajo Bohemundo así que podemos asegurar que la
familia siguió prosperando bajo los nuevos amos de la ciudad.
En muchos casos el mayor problema para seguir la evolución de una familia es
la ausencia de apellidos, salvo en el caso de Calabria como se ha visto en los
ejemplos anteriormente citados. A pesar de ello es posible seguir hasta cierto
punto la sucesión de padres e hijos en posesión de los mismos cargos: el
topotereta Faraco era hijo de Maraldo, a su vez protoespatario y topotereta de
Polignano en 1019. En 1035 había en Trani dos turmarcas llamados Maraldo, tío
y sobrino respectivamente. En 1028 un privilegio firmado en Tarento tuvo como
testigos a Adralestos, hijo del protoespatario Pedro y nieto del protoespatario
Juan, Teofilacto, hijo del turmarca León y nieto del citado Juan, el turmarca
Constantino, hijo del espatarocandidato León y finalmente el turmarca Juan. La
tendencia en cualquier caso es a un aumento de la presencia en la
documentación de nombres bizantinos en detrimento de los lombardos.
Como norma los altos funcionarios bizantinos al mando de las provincias no
podían ser originarios de las mismas y su mandato, salvo excepciones, no
duraba más allá de tres o cuatro años pero durante éste ejercían el poder
absoluto en la región. Sus idas y venidas eran escrupulosamente registradas en
las crónicas locales, otorgaban privilegios y confiscaban propiedades a los
rebeldes. Significativamente la figura del strategos como personaje hostil o
amistoso con respecto al santo es una constante en las Vidas de monjes santos
compuestas en esta época y que constituyen una preciosa fuente de información
para el período.
Relacionado con el hecho de que el catepanato de Italia desde mediados del X
era uno de los puestos de más alto rango de la administración provincial
bizantina muchos de los altos oficiales al mando durante este período de los
que conocemos el apellido provenían de los primeros niveles de la aristocracia
bizantina: Argyros, Docianos, Curcuas, Cecaumeno, Crinités, Tarcaniotes, Jifias,
etc. mientras que otros pertenecían a un segundo nivel como los Cladon,
Skepides, Amiropulo o eran hombres hechos a sí mismos como el famoso
Maniaces. Sólo en un par de ejemplos, Ursoleón (posiblemente un italiano,
muerto en una sedición en 921) y el duque Argyros a partir de 1051 se puede
testimoniar un origen local para los gobernantes que en cualquier caso no
supuso un mayor apoyo por parte de la población italiana.
La tarea de un gobernador no era sólo defender la provincia contra la amenaza
exterior sino también proteger los intereses del emperador, en ocasiones si era
necesario contra los propios lugareños, y evitar la tentación de adquirir
propiedades para sí aunque conocemos casos que indican lo contrario a través
del arriendo y la práctica de la enfiteusis. Sabemos que el baiulos Gregorio
adquirió monasterios e iglesias de por vida y alquiló por un período de 29 años
las propiedades del monasterio de Montecassino en Apulia aunque devolvió
todo a su marcha en 885. O que la katepanissa Teoctista disfrutaba de una
proasteia dedicada al gusano de seda que era propiedad de una iglesia de
Reggio. Y también conocemos otros modos ilegales de enriquecimiento como el
de Crinités con el comercio de grano con Sicilia. En este caso hubo sanción pero
es muy probable que otros hayan salido impunes.
Otra de las obligaciones del gobernador era la construcción de edificios
públicos. Ya conocemos la actividad fundacional de Basilio Boioannes en
Capitanata o el pretorio edificado por su predecesor Mesardonites en la propia
Bari. Otros oficiales como Constantino Caramalo, uno de los últimos defensores
de Taormina en 902, construyó en sus cercanías la fortaleza de Castro Mola. Por
lo que respecta a construcciones privadas o fundaciones eclesiásticas
probablemente los catepanes y strategoi prefirieron invertir en sus hogares
sabedores de la limitación de su estancia en tierras italianas. Sabemos por
ejemplo que el sucesor de Boioannes, Cristóforo Burgaris, fundó con su mujer e
hijos la iglesia de Panagia de Calceon en Tesalónica, posiblemente su hogar.
Otro caso conocido es el de Eustacio Skepides que está en activo en Italia en
1042 como estratego de Lucania. Eustacio debía ser capadocio ya que se han
encontrado en las cercanías de la villa anatólica de Soganli algunas
construcciones que parecen guardar relación con él. La iglesia de Karabas Kilise
construida en 1060/61 por el protoespatario Miguel Skepides y la de Gök Kilise
con el nombre del protoespatario del crisotriclio, hypatos y estratego Juan
Skepides. Significativamente en ésta última se encuentra una representación de
San Eustacio, prueba posiblemente de la estrecha relación entre ellos.
La condición de foráneo del gobernador impulsó a muchos a mantener
amistosas relaciones con la jerarquía eclesiástica de la provincia y con los
monjes locales famosos por su santidad como medio de establecer un lazo con
las poblaciones locales y ganarse su bendición en sus empresas militares y
también para la salvación de su alma. Un medio para ganarse ese favor era la
concesión de donaciones a iglesias y monasterios como hizo el praipositos Basilio
Pediadites, comandante en Sicilia en 1041, entregando su manto oficial
(skaramangion) a la iglesia de San Nicolás de Calamizzi en Reggio. El admirador
de San Nilo y estratego de Calabria Basilio ofreció al santo 500 nomismata que
había ganado durante la campaña de Creta en 961. Nilo declinó la oferta y le
sugirió que se los ofreciera al obispo. Ejemplos de conductas similares aparecen
con frecuencia en las fuentes.
No hay constancia de que la familia de los gobernadores les acompañase a Italia
durante el periodo de su mandato, pues posiblemente considerasen preferible
la comodidad de su residencia o fuesen retenidos en el hogar familiar por el
emperador como garantía de la lealtad del oficial. En algunos casos se sabe que
los hijos del catepán o estratego acompañaron a su padre como inicio de su
aprendizaje del servicio oficial. Por otra parte resulta significativa la conexión
entre algunas poblaciones y diversos oficiales incluso tiempo después de su
estancia en Italia. El nombre de familia de algunos de ellos aparece con
frecuencia en determinadas ciudades: Argyros es usado reiteradamente en Bari
y Curcuas en Tarento. Hay Tarcaniotes en Monteverde y Malaceno en Gerace,
Crinités en Mercurion e incluso un Jorge Maniaces en el Tarento del siglo XII.
Posiblemente en todos estos casos no se trata de descendientes de estos oficiales
sino de clientes o descendientes de sirvientes liberados.
El pueblo llano (laos) estaba formado por los artesanos y pobladores de la
ciudad, los campesinos y pequeños propietarios. Entre ellos están
documentadas diversas profesiones: médicos, fabricantes de zapatos, tejedores,
panaderos, carniceros, artesanos del cuero, obreros, herreros, bodegueros,
cambistas, etc. aunque no se ha documentado la existencia de asociaciones o
corporaciones.
En las fuentes latinas la terminología usada es maiores/nobiles, mediani y
minores/cunctus populus, derivada de las leyes lombardas según las cuales la
población era dividida en tres clases en función de su capacidad económica
para la guerra. Según esta los maiores et potentes eran aquellos que podían
disponer de caballos, coraza, yelmo y lanza y disfrutaban de los beneficios de al
menos siete propiedades mientras que los mediani poseían caballo, yelmo y
lanza y al menos 40 yugadas de tierra dejando en último lugar a los minores a
los que sólo se les exigía arco y flechas. En los años cuarenta del siglo XI las
milicias urbanas armadas a la ligera (contaratoi o conterati) pasaron a tener un
papel destacado en la política urbana, destacando por su actuación en los
momentos de crisis y revuelta.
En ocasiones el conjunto de la población tomaba parte en ciertos actos jurídicos:
en 992 en Polignano un topotereta de las scholae, un turmarca, el obispo, tres
gastaldos, un juez y otros treinta personajes ofrecieron al monasterio de San
Benito los bienes de un donante en nombre de todo el pueblo. En mayo de 1054
los habitantes de Monopoli garantizaron al abad de San Nicolás que el
monasterio no tendría que hacer frente a ninguna carga achacable a la ciudad.
Por otra parte toda la población participaba en el proceso de elección del abad.
Y en otras ocasiones era la comunidad colectivamente la receptora de algunos
derechos como el nomistron que compartían Troia y Vacarizza por los rebaños
que pacían en los campos comunes. De todas formas en los momentos de
peligro los textos dejan entrever que los notables tenían la potestad de
constituirse en tribunales para decidir las cuestiones colectivas.
La vida no debió ser fácil en la Italia meridional a juzgar por los testimonios
escritos y dejando aparte las rebeliones y estallidos más espectaculares como la
rebelión de Meles hay muchas indicaciones de la violencia política que
imperaba. Tomando sólo como ejemplo las crónicas de la ciudad de Bari, de las
que se han conservado tres redacciones distintas, las entradas para cada año
registran regularmente los asesinatos y luchas entre miembros de la aristocracia
local. En 960 Adralestos e Ismael combaten. El mismo Ismael muere en 975.
Asesinato del obispo de Oria a manos del protoespatario Porfirio en 979.
Muerte del protoespatario Sergio por el pueblo de Bari en 987. Quema de las
casas del hikanatos Juan en 1036 y 1047. En 1035 muere el obispo Bizantios en
Bari, conocido por su oposición al partido griego. Su sucesor, el protoespatario
Romualdo no place al gobierno imperial y de inmediato es enviado al exilio a
Constantinopla en compañía de su hermano obligando a los bariotas a realizar
una nueva elección.
En muchas ocasiones no podemos conocer las causas de tales brotes de
violencia pero sería una equivocación identificarla solamente en términos de
una actitud pro o anti bizantina. Probablemente se trataba de luchas por el
poder local entre las familias más importantes de la ciudad en las que se
buscaba al aliado del momento que en unos casos podía ser la autoridad
bizantina y en otros los señores lombardos o el emperador germánico. En
cualquier caso la fidelidad a cualquier bando era de corta duración y las
alianzas cambiaban rapidamente en función de los intereses del momento. Sería
también un error identificar a los portadores de nombres griegos o de títulos
oficiales como probizantinos y a los lombardos como contrarios ya que los
cargos y funciones de la administración bizantina siguieron largo tiempo en
ejercicio tras el final de la presencia griega en Italia. Muchos aristócratas que
habían servido a Bizancio entraron al servicio de los nuevos señores normandos
como los Maleinos calabreses, que aparecen en las crónicas durante todo el siglo
XII ejerciendo diversos cargos. También las mismas familias que detentaron el
poder en las ciudades con Bizancio siguieron al frente después, incluso
conservando sus dignidades y títulos imperiales y los de sus padres. El caso de
la familia Alferanites es típico: procedentes de un barrio de Bari del que
retuvieron el nombre, Juan tes Alferanas y su hermano el topotereta Bizantios
sirvieron a las órdenes de Basilio Boioannes y estuvieron presentes en la
fundación de Troia en 1019. Años después otros miembros de la familia
siguieron ostentando títulos bizantinos y participando en la vida política de la
ciudad y ya en época normanda un Grimoaldo Alferanites fue capaz de erigir a
Bari en un principado independiente por breve tiempo antes de ser aplastado
por Roger II en 1132.
Al referirse al estudio de otros grupos sociales más desfavorecidos no parece
que los esclavos hayan constituido una parte importante de la población
italiana aunque siguieron existiendo y apareciendo en la documentación
jurídica no obstante con una presencia bastante minoritaria. Por su parte los
extranjeros y foráneos son citados con cierta frecuencia en las fuentes aunque
no parecen haber sufrido especiales desventajas con respecto a los naturales de
la población. Parece haber existido una activa movilidad residencial dentro de
las regiones administradas por Bizancio sin que ello haya supuesto un
problema especial para las autoridades ciudadanas. Sin duda también era un
factor a favor la presencia constante de guarniciones imperiales cuyos
integrantes llegaban de otras partes del Imperio y que tendieron a forjar lazos
con la población local. Hombres de la región póntica, eslavos del Peloponeso
asentados mayoritariamente en colonias en la región del Gargano y norte de
Calabria y de los que hay numerosos testimonios en la primera mitad del XI,
prisioneros paulicianos y sobre todo armenios que llegaron en cantidades
notables hasta formar comunidades como la que existió en Celia en la Via
Trajana, cerca de Bari. Los recién llegados pronto emparentaron con los
lugareños y en la segunda generación se servían ya del derecho lombardo para
la vida diaria como el resto de la población italiana. Nombres de raigambre
armenia como Kurtikés, Krikorikios (Gregorio) o Meles (Mleh/Ismael) se
hicieron muy familiares en la región de Bari. Tan notoria era su presencia ya en
los primeros tiempos de la presencia bizantina que en un privilegio emitido por
Simbaticio en 892 a favor del monasterio de Montecassino se prometía proteger
al monasterio de las interferencias de oficiales y funcionarios griegos, armenios
y lombardos.
Otra comunidad presente en la península fue la hebrea. A finales del IX había
ya importantes enclaves en Apulia y Lucania que están documentadas al menos
desde el siglo V en plazas como Venosa, Lavello o Brindisi. Una de las más
celebres fue la de Oria, famosa por la crónica del Rabí Ajimaz, pero en cualquier
caso encontramos judíos indistintamente en tierras lombardas y bizantinas
donde no encontraban oposición para moverse libremente y adquirir
propiedades a condición de que en éstas no estuviera edificada una iglesia
cristiana. El florecimiento de estas comunidades motivó la creación de barrios
enteros hebreos en ciudades como Bari o Salerno.
Cuando los bizantinos comenzaron su reconquista en el tercer cuarto del IX las
grandes ciudades estaban al mando de gastaldos lombardos enviados desde
Salerno o Benevento con atribuciones civiles y militares. Bajo su mando no es
probable que pudiese subsistir una administración municipal autónoma, como
tampoco lo fue con la administración bizantina que ya con León VI había hecho
promulgar la abolición de aquella y de los privilegios de los bouletai.
Las evidencias existentes parecen dar como seguro que la mayor parte de los
cargos en la Italia bizantina eran desempeñados por indígenas a excepción del
puesto de gobernador y un reducido número de altos cargos militares y civiles.
Incluso el puesto de lugarteniente (ek prosopou tou thematos) fue adjudicado a
miembros de la aristocracia local. Los niveles medios de la administración
siguieron estando en manos de la gente que conocía el idioma, pues el latín
siguió siendo el idioma empleado en Apulia incluso durante la dominación
bizantina, y los usos y leyes locales, que siguieron basándose en la tradición
legal lombarda.
La ciudad poseía terrenos comunales de aprovechamiento compartido y que
podían ser alienados con el consentimiento de todos los ciudadanos,
frecuentemente en forma de dotaciones o donaciones en favor de monasterios o
iglesias en cuyo caso la ciudadanía tenía la opción compartida con los monjes
de elegir al abad. En ocasiones dos o más ciudades acordaban el disfrute
conjunto de prados y bosques en los respectivos territorios comunales sin pago
de tributo (derecho de pasto conocido como nomistron o herbaticum), como fue el
caso del pacto entre Troia y Vacarizza.
La economía de la región estaba basada en la agricultura (trigo candeal y
cebada de invierno) y la tierra era la base de la riqueza individual en forma de
viñedos en el centro y sur de Apulia y cereales en el norte de la provincia.
Parece ser que los olivos no se cultivaban en masa sino como ejemplares
aislados en los campos, jardines y viñedos en el modelo llamado por los
especialistas de coltura promiscua en el que se mezclaban árboles, viñedos y
cereales y la expansión de aquellos no se produjo más que a partir de mediados
del XI, al igual que con el castaño y el nogal, que eran cultivados para obtener
una harina de sustitución. En Calabria, además del vino y la aceituna se cultivó
con intensidad la morera cuyas hojas eran indispensables para la industria de la
seda. La sericultura conoció un gran esplendor en estos años. En 1050 el brebion
o inventario de la metrópolis de Reggio contabilizaba cerca de 24.000 moreras
en la parte sur del thema de Calabria y éstas eran cultivadas por sus hojas, no
por su fruto. La producción reportaba a la metrópolis unos ingresos de 2.085
taria de oro o sus equivalentes 521 nomismata cada año. Los vestidos de seda
eran considerados objetos de lujo y frecuentemente utilizados como moneda de
cambio por su valor en oro. En ocasiones los sueldos, subsidios y tributos eran
pagados directamente en tejidos de seda, práctica seguida también con los
pagos efectuados a extranjeros: a mediados del X los pechenegos fueron
recompensados con tejidos de seda (chareria) y brocados de oro por impedir las
incursiones rusas en el Quersoneso y en 922 se pagó con vestiduras de seda a
los húngaros para que devolviesen a los prisioneros capturados durante sus
correrías por Italia. También la producción de la miel calabresa fue lo
suficientemente importante como para acompañar a la seda en las
exportaciones a Egipto.
No hay evidencia de prácticas ganaderas a gran escala en Italia en esta época,
sólo se documentan bovinos, ovejas y cerdos y siempre en poca cantidad. En el
norte de Apulia sin embargo sí se mencionan rebaños y prácticas trashumantes
pero no tenemos datos sobre su tamaño o a quién pertenecían.
En los primeros años del siglo X se desarrollaron intensos trabajos de
preparación de tierras cultivables (chôraphia) a partir de bosques y landas como
se documenta a partir de los testimonios de las actividades de numerosas
fundaciones monásticas en todo el sur de Italia. Comenzando con un pequeño
núcleo cultivado pronto se fueron desarrollando pequeñas células económicas
que contaban con molinos de agua y salinas como complementos más
habituales. En un periodo de quince años una fundación podía crecer lo
suficiente como para atraer la atención del catastro y la administración imperial
y ser reconocida como chôrion, circunscripción a efectos fiscales, e inscrita en los
correspondientes registros. En ocasiones el favor de las autoridades suponía la
exención de impuestos: en mayo de 1054 el duque Argyros otorgó al higúmeno
Ambrosio para su monasterio de San Nicolás la liberación del pago del mitaton,
angareia, kastroktisia, chreia kai chortasmata (tasas de origen militar), de la
provisión de barcas (kontourai) y de reclutas (kontaratoi) que serían pagadas en
su lugar por los habitantes de Monopoli.
Otra fuente de ingresos era el servicio a la administración bizantina y se
esperaba ver recompensada la fidelidad a la causa imperial en tiempos de
disturbios. El gobierno gratificó generosamente a los súbditos que se
destacaban por su lealtad. El juez Bizantios de Bari, que permaneció fiel al
emperador durante la rebelión de Maniaces fue recompensado por el catepán
Eustacio Palatino en diciembre de 1045 con la villa de Fulianon, cerca de Bari,
cuyos habitantes a partir de entonces debieron pagar tasas e impuestos a su
nuevo señor que además tendría la potestad de poder atraer nuevos pobladores
a sus tierras y a las de una aldea cercana deshabitada. Aún más, Bizantios fue
investido con el poder jurídico sobre su gente con excepción de los cargos
capitales. En otro ejemplo Basilio, un constantinopolitano del barrio de
Krommidou que había servido en Italia durante diez años como lorikatos kai
protomandator epi tou basilikou armamentou, un oficio asignado al arsenal de Bari,
fue recompensado por sus servicios en 1032 con una pequeña vivienda en la
ciudad que pudo vender por 24 nomismata antes de regresar a casa. Otra forma
de concesión imperial fue la entrega de un monasterio en kharistiké. El
emperador o su representante entregaba una fundación imperial a un laico,
habitualmente por tres generaciones, para que lo protegiese y patrocinase
aunque en realidad suponía el total usufructo de la propiedad y de sus rentas.
Tal fue el caso de la concesión por un sigillion fechado en noviembre de 999 de
la administración del monasterio imperial de San Pedro en Tarento con sus
campesinos exkoussatoi (exentos de pagar al fisco), tres barcos y varios viveros
de peces a favor del espatarocandidato Cristóforo Bocomaqués y de su hijo
Teófilo por los servicios del primero en la lucha contra los árabes. La concesión
tendría validez durante la vida de ambos tras lo cual el Estado volvería a
recuperar sus bienes.
Otro medio de incrementar la riqueza individual era la práctica de alquilar
tierra a un interés bajo a instituciones eclesiásticas o monásticas, pero la
obligación de pagar una fuerte suma inicial para establecer el alquiler impidió
el acceso a esta modalidad salvo a una minoría de propietarios adinerados. Hay
indicios de que entre los miembros de la aristocracia local también se practicaba
el comercio. El Anonimus Barensis informa esporádicamente de la actividad de
mercantes y navieros que comerciaban con los territorios orientales del Imperio
y en las crónicas se mencionan regularmente los naufragios de barcos mercantes
señal de un tráfico intenso en la capital de Apulia.
La moneda bizantina volvió a circular en Italia tras la reconquista pero tanta o
mayor presencia tuvo el tari arabe, con el valor de un cuarto de nomisma y
utilizado como moneda divisionaria. La difusión del tari alcanzó también a
ciudades como Nápoles, Salerno o Amalfi donde su uso era habitual e incluso
eran acuñados. Desde principios del siglo XI los solidi fueron relegados a un
papel de moneda de cuenta frente al empleo real de los solidi skiphati y los taria.
El tari continuó en uso durante la época normanda como única moneda real
hasta la reforma de Federico II ya en el siglo XIII.
Al contrario que los funcionarios llegados desde fuera de Italia la aristocracia
local se apresuró a reinvertir sus ganancias en la fundación de iglesias privadas
y monasterios en las que frecuentemente deseaban ser enterrados. Para la
salvación de su alma las nuevas iglesias eran dotadas con generosidad para
poder ofrecer servicios litúrgicos a perpetuidad. En algunos casos se trataba de
instituciones modestas pero en ocasiones estos proyectos encerraban objetivos
más ambiciosos. En 1015 el monje Nikón y su hijo el turmarca Ursoleón
entregaron al abad de San Ananías unas tierras en Oriolo, en el norte de
Calabria. El abad fue requerido para que construyese un castillo para proteger a
la población de la zona de la amenaza árabe. Dentro de las murallas tendría que
erigirse un monasterio en el que Nikón deseaba vivir el resto de sus días. La
carta fundacional fue firmada ocho miembros de la aristocracia local, prueba
del interés despertado por el proyecto entre la población de Oriolo. Siguiendo la
costumbre bizantina era habitual en estos casos que el fundador retuviese la
potestad para controlar la elección del abad y del administrador y en muchos
casos se documentan sustituciones por el descontento ante la gestión de los
encargados para el puesto. Fundaciones de este estilo fueron San Menas,
construida por la familia Ankinareses en Rossano, San León de Catania
fundada en Gerace por el taxiarca León Maurutzico y su mujer o las iglesias de
Todos los Santos o San Pedro en Bari por obra del domestico Teudelmano y el
protoespatario Sergio.
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BIBLIOGRAFÍA
Agradecemos al autor
http://www.imperiobizantino.com/La_reconquista_de_la_Italia_Meridional
(880-886 - 2005-09-24
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http://www.conocereisdeverdad.org/website/index.php?id=4670