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Italia Bizantina

Historia De La Segunda Dominación Bizantina


en

Italia Meridional y Sicilia


(867-1071)

por Roberto Zapata Rodríguez


Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

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Roberto Zapata Rodríguez

NOTA PRELIMINAR:

El origen de este trabajo está en las páginas que tuve que dedicar a la
situación de Italia en la biografía de Jorge Maniaces para explicar su aventura
occidental en el contexto apropiado. Después de haber reflejado los
acontecimientos de un momento tan destacado como fue el de la segunda invasión
normanda de 1041 me pareció que sería una continuación lógica explorar el antes
y el después de aquellos sucesos para obtener así una síntesis de la segunda
dominación bizantina en el sur de Italia. Como el periodo ya tratado abarcaba los
hechos del periodo 1030-1043, el objetivo inicial fue realizar dos trabajos por
separado, uno que comenzase con el reinado de Basilio I y cubriese hasta el final
de la gobernación de Basilio Boioannes y un segundo a modo de epílogo que
resumiese los acontecimientos y la rápida decadencia de la dominación bizantina
desde la rebelión de Maniaces en 1043 hasta la toma de Bari en 1071. Finalmente
he optado por presentar el conjunto como un todo y para evitar el salto en la
narración he reutilizado (ligeramente modificados) algunos pasajes y mapas que
en el trabajo de Maniaces cubrían la historia general, lo que me ha permitido
además incluir algunas hermosas ilustraciones del Skylitzés Matritensis a las que
no tuve acceso en diciembre de 2003 cuando esa biografía estaba siendo
redactada. El atento lector de aquel trabajo queda advertido pues del previsible
déjà vu.

En segundo lugar un apunte referido a la transcripción de los nombres


propios. He experimentado dudas con los correspondientes a los personajes
lombardos, habida cuenta de la escasa presencia de éstos en textos en castellano
que pudiesen servir de referencia. ¿Es preferible Landulfo o Landolfo? ¿Pandolfo
o Pandulfo? ¿Ariquis, Arichis, Aricis, Arequis? Sinceramente en muchos casos es
difícil optar por una de las opciones ya que todas ellas parecen aceptables, así que
he intentado ser consistente en el uso confiando en la bondad de mi elección.
Asimismo respecto a los nombres griegos también he intentado, en la medida de
mis escasos conocimientos, realizar una transcripción siguiendo las sabias
recomendaciones de Eva Latorre Broto, mi guía para estas ocasiones. Mi más

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sincero agradecimiento para Eva y desde este momento reclamo, estoica y


enteramente para mi persona, la autoría y responsabilidad de cualquier
despropósito en el trabajo que a continuación se desarrolla.

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Índice

Introducción

Italia bizantina: 867-983


· La reconquista de la Italia Meridional (880-886)
· El asentamiento de la dominación bizantina
· La amenaza árabe
· La organización administrativa
· Años de inestabilidad

La lucha por Sicilia


· Siracusa capturada
· La expedición a Sicilia de 964

El regreso del Imperio Germánico


· La campaña de Otón II
· Reformas administrativas: la instauración del catepanato

Italia bizantina: 983-1030


· Años turbulentos
· La aparición de los normandos
· La primera invasión normanda
· La época del catepán Basilio Boioannes

Italia bizantina: 1030-1043


· La expedición a Sicilia
· La segunda invasión normanda
· Maniaces en Italia

El fin de la Italia bizantina: 1043-1071


· Las actividades del príncipe de Salerno
· El gobierno de Argyros y la batalla de Civitate
· La última resistencia
· Bari 1071

Apéndice: Economía y Sociedad en la Italia bizantina


· La estructura poblacional
· La configuración de la ciudad
· La estructura social

Bibliografía

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Introducción
Cuando en 867 la flota del drongario del plöimon imperial Nicetas Ooryfas
echaba el ancla ante las costas de Ragusa, hoy en día Dubrovnik, Bizancio estaba
preparado de nuevo para reclamar su derecho a decidir en los asuntos de Italia
tras la desaparición del exarcado un siglo atrás. En estos momentos los
territorios controlados por el Imperio se reducían a algunos reductos en la región
de Otranto y muy lejos quedaban ya los días en que en las tierras italianas se
escuchaba con acatamiento la voluntad de Constantinopla. De entre los antiguos
territorios dependientes el ducado de Nápoles había derivado insensiblemente
hacia un estado de autonomía tácita que le llevó a seguir una línea política
independiente alejada ya de la colaboración con Bizancio, como se puso de
manifiesto en 812 cuando el duque Antemio contestó negativamente a la petición
del patricio de Sicilia para que hostigase a los piratas que acababan de saquear
Ischia ese mismo año. La ruptura de lazos de los napolitanos con su antigua
metrópoli se reflejaba también en planos más simbólicos con la ausencia de
consultas con el Imperio a la hora de decidir el relevo de sus líderes o la omisión
del nombre del emperador en las monedas acuñadas por el ducado. Más al norte,
Venecia seguía respondiendo afirmativamente a las solicitudes de Constantinopla
pero ya como una entidad política que seguía su propio camino e intereses.

A mediados del siglo IX el principal actor de la política peninsular era Luis


II, rey de Italia desde 844 y emperador de los francos en 850. Luis asumió como
una de las principales tareas de su reinado, obligación heredada de su cargo como
rey de los lombardos, el liderar la lucha contra los piratas árabes que asolaban
sistemáticamente el litoral italiano. Ya en 812 tenemos noticias de incursiones
piráticas en la región pero su presencia se hace mucho más sentida desde 836
cuando acuden al reclamo del duque Andrés de Nápoles para protegerse de las
agresiones lombardas. Empleados como mercenarios a sueldo de todos los estados
italianos en el sur pero también sirviendo a sus propios intereses y los de los
Aglábidas de Sicilia y norte de África su presencia pasó a ser una amenaza
demasiado clara, especialmente a partir de 839 cuando estalló la guerra civil en

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el principado de Benevento entre Radelquis y Sikenulfo que provocó diez años


después la segregación de Salerno sancionada por la famosa Divisio de 849. Los
árabes se mostraron infatigables en sus correrías: en 838 Brindisi fue saqueada y
en 840 y 841 Tarento y Bari sufrieron la misma suerte. En 846 tuvo lugar la
famosa incursión aguas arriba del Tíber y el saqueo de los suburbios de Roma,
incluida la basílica de San Pedro que tanta conmoción provocó en la Cristiandad.
Ese mismo año otra fuerza árabe volvió a ocupar Tarento y la convirtió en un
emirato autónomo dedicado al comercio, fundamentalmente de esclavos, y al
pirateo. Al año siguiente Bari sufrió la misma suerte. La propia Roma fue
salvada de nuevo en 849 cuando una flota de napolitanos unida a barcos de
Amalfi y Gaeta derrotó ante Ostia a una armada árabe. El victorioso Cesario, hijo
del duque Sergio de Nápoles, fue honrado como salvador de Roma por el jubiloso
pontífice.

En la década de 850 los recién llegados aprovecharon esas bases y el


desorden político en las tierras italianas para recorrer el país en profundidad
saqueando y sometiendo las poblaciones locales a su voluntad. Los señores
lombardos habitualmente no corrían peligro resguardados en sus ciudades, pero
carecían de los medios para defender su territorio adecuadamente, sin olvidar el
hecho de que casi todos utilizaban los servicios de los mercenarios árabes para
saquear las tierras de sus vecinos. Expulsar a los musulmanes de Italia requería
de una fuerza mayor que sólo podía estar en manos del emperador carolingio.
Desgraciadamente incluso para Luis II la tarea resultó ser mucho más dura de lo
esperada, comenzando por la ciudad de Bari contra la que realizó sucesivas
campañas en 847, 852, 866-67, 869 hasta tomarla finalmente dos años después.

En esos años la mirada de Bizancio volvió a posarse sobre Italia. La pugna


sostenida con el Papado sobre el control religioso de la recién convertida Bulgaria
había demostrado a Constantinopla que valía la pena presionar en Italia para
persuadir al pontífice a inclinarse ante los intereses de Constantinopla. Por ello
cuando a finales de la década la flota griega comenzó a mostrar su pabellón en
aguas del Adriático, posiblemente poco después del establecimiento del thema

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naval de Dalmacia, muchas novedades se estaban gestando en el panorama


político de la región.

Las depredaciones de los piratas sarracenos en las costas dálmatas hicieron


por fin inevitable la llamada de socorro a Constantinopla en 867. Una escuadra
de casi 400 chelandia, al decir de los fantasiosos historiadores francos y 140
según otras fuentes, se apostó frente a la ciudad de Ragusa y forzó la apresurada
huida de los sitiadores que optaron por atravesar el Adriático y dedicarse a
saquear las costas de Apulia en lugar de enfrentarse a los poderosos navíos
imperiales. Pronto los jefes serbios de la región se apresuraron a acogerse a la
protección de la remozada autoridad bizantina, lo cual fue aprovechado por parte
del jefe de la expedición para reafirmar la influencia imperial sobre la zona. Al
año siguiente, mientras Luis II se preparaba para una nueva tentativa contra
Bari, se acordó el envío de apoyo naval bizantino para la empresa, aunque no
está claro si la iniciativa partió del monarca franco o fue una sugerencia del
emperador Basilio. En marcha estaba por aquel entonces el proyecto de alianza
entre los dos Imperios mediante el compromiso entre el primogénito de Basilio,
Constantino, y Ermengarda, la hija de Luis. Lamentablemente la empresa
conjunta y la nonata alianza acabaron desastrosamente cuando la flota que había
arribado ante las costas de Bari con la misión de ayudar en la campaña y recoger
a la joven princesa se encontró con que Luis había hecho regresar a buena parte
de sus tropas y sólo mantenía el sitio con algunos centenares de hombres. El
propio Luis no estaba ya presente, pues se había retirado a Venosa a conferenciar
con su hermano Lotario y no parecía muy dispuesto ahora a concluir el tratado.
Furioso, el drongario Nicetas se alejó de la ciudad y llevó a la flota al golfo de
Corinto no sin haber mostrado antes su cólera por la conducta de Luis, lo que
estuvo a punto de provocar un enfrentamiento armado con los francos.
Posteriormente el monarca intentó excusar su conducta y arreglar la situación
aunque el proyectado matrimonio finalmente nunca tuvo lugar. La colaboración
volvió a establecerse a partir del año siguiente en un período en el que la flota
bizantina se mostró muy activa, realizando también incursiones contra los

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piratas eslavos apostados en la desembocadura del Narenta y contra sus bases en


territorio dálmata.

Por fin, tras varias campañas infructuosas, las tropas de Luis II hicieron su
entrada en Bari el 2 de febrero de 871. De inmediato el monarca se propuso
extender su ofensiva a la ciudad de Tarento considerando que Apulia no se podría
asegurar en tanto esta plaza continuase en manos musulmanas. Las dificultades
para la empresa eran muchas debido a la fácil comunicación de los tarentinos con
Sicilia. En esos momentos una pequeña escuadra bizantina al mando del patricio
Jorge prestó su colaboración en las tareas del bloqueo, pero a sus escasos
chelandia les resultó imposible establecer un cierre total del puerto. La
desesperada necesidad de una fuerza naval de la que carecía el Imperio franco,
unido a la nueva amenaza que suponía la alianza del Duque Sergio de Nápoles
con los musulmanes, animó a Luis II a proponer a Basilio una alianza en firme
en la que la tierra quedaría para los francos y el mar para los griegos. Como
premio último Sicilia regresaría a las manos de sus antiguos dueños y Luis
ofreció su ayuda para hacer avanzar la empresa bizantina en la isla.
Tan buenos propósitos se vieron frustrados por un nuevo fracaso
diplomático. Peor todavía, la embajada franca que se encontraba en
Constantinopla a principios de 870 se enredó en disputas sobre la cuestión de
Focio y la jurisdicción sobre la iglesia búlgara, dejando a un lado su misión
original. El emperador acusó a los enviados de su mala disposición al tiempo que
rehusó ratificar el título imperial al monarca franco que Focio había prometido
hacer reconocer. La cuestión de fondo que yacía tras este enfrentamiento era la
pretensión de Luis II de considerarse Emperador de los Romanos y no de los
Francos, entrando así en conflicto directo con la posición del soberano de
Constantinopla. Alejados, pues, por sus intereses divergentes ambos se
decidieron a continuar la guerra en Italia contra los musulmanes por separado.
La flota imperial abandonó en esos momentos las costas italianas para actuar
sobre las bases piratas de Creta, persiguiendo a sus enemigos a lo largo de las
costas del Peloponeso hasta dispersarlos. Por su parte Luis tampoco pudo
continuar su campaña sobre el siguien-te objetivo, Tarento. Una conspiración

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urdida por el duque Adelquis de Benevento en agosto de 871 le convirtió en


prisionero de éste durante unos meses. Sólo la promesa de no buscar venganza
sobre los conjurados y no amenazar el territorio de Benevento le permitió volver a
recuperar la libertad. Muy afectado por este suceso no emprendería ya grandes
acciones en Italia y su muerte en 875 marcó el fin de la intervención de la
monarquía carolingia en el sur. Sólo entonces tras la desaparición del animoso y
desafortunado Luis volvieron los barcos de Bizancio a luchar de nuevo contra los

sarracenos en Italia.

El fracaso de los francos fue la señal para la reanudación de una vigorosa


contraofensiva musulmana especialmente desde la colonia radicada en Tarento.
Pronto sus algaradas recorrieron toda la Italia del sur llegando en sus
incursiones a las cercanías de Benevento, mientras que por mar los corsarios
árabes aprovecharon la falta de vigilancia en el Adriático para llegar hasta el
fondo del golfo de Venecia y saquear Comacchio. Para entonces el gobierno
bizantino estaba convencido de que el Adriático y las posesiones imperiales en
Iliria estarían siempre a merced de los piratas en tanto que éstos encontrasen
refugio y apoyo en el litoral italiano, Se hizo pues necesaria la intervención en
tierra firme y la ocasión vino dada muy pronto por la petición de socorro que los
lombardos de Apulia dirigieron al gobernador bizantino de Otranto, que acababa

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de recibir las promesas y juramento del príncipe Adelquis II de Benevento en


873. En obediencia a esos acuerdos se abrieron las puertas de Bari a las tropas
encabezadas por el baiulos Gregorio, primicerio y protospatharios imperial, que
se hizo dueño de la ciudad en nombre de Basilio el 25 de diciembre de 876
enviando luego a Constantinopla como rehenes a algunos de los principales
ciudadanos junto con el gastaldo encargado de su gobierno hasta la llegada de las
tropas bizantinas.

El rápido asentamiento de las fuerzas imperiales en Bari no fue muy del


agrado de Adelquis, que no esperaba una presencia demasiado visible de los
recién llegados, lo que le llevó a intentar tratar directamente con los musulmanes
pero para entonces ya se había establecido en Bari una fuerte guarnición que
aseguraba el dominio de la ciudad para los bizantinos. Constantinopla ganó así
una posición privilegiada para controlar ambas costas del Adriático y afirmó su
intención de reclamar protagonismo transformando la nueva posesión en la sede
del strategos como una base firme desde la que empezar a desempeñar de nuevo
un papel relevante en la política italiana. Basilio concedió plenos poderes a su
representante para llevar adelante el juego diplomático con los estados lombardos
y las dotes de gobierno y habilidades de Gregorio le permitieron desempeñar con
eficacia las funciones de su cargo hasta 885.

Como representante del emperador Gregorio no tardó en establecer contacto


con los actores relevantes en la escena italiana, particularmente con el papa Juan
VIII, que en estos años buscaba ayuda desesperadamente para hacer frente a la
amenaza de las flotas piratas sarracenas que a finales de 876 volvían a asomarse
a la desembocadura del Tíber. El basileo respondió afirmativamente a la petición
del pontífice y ordenó a Gregorio que enviase algunos barcos hacia el litoral de
Campania. Sabemos que a finales de 879 un pequeño destacamento naval, al
mando del espatario Gregorio, el turmarca Teofilacto y el conde Diógenes se
apostó ante Nápoles y derrotó a los musulmanes. Aliviado, el papa felicitó
calurosamente a sus salvadores pero insistió en que debían llegar hasta Roma y
defenderla por tierra y mar de nuevas amenazas. Al año siguiente los barcos

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regresaron y colaboraron en la protección de las tierras de la Santa Sede.


Durante ese periodo las relaciones entre Roma y Constantinopla alcanzaron una
armonía que rara vez se volvió a disfrutar posteriormente.

El éxito de Bari, aunque valioso, no pudo compensar la calamitosa fortuna


de las armas imperiales en otros frentes, particularmente en Sicilia. Mientras la
flota de Nicetas Ooryfas se ocupaba de recorrer las costas griegas en busca de
piratas el litoral siciliano quedaba a merced de los ataques de los musulmanes de
Palermo. Siracusa estaba siendo sometida a un duro asedio en esos momentos y
durante semanas esperó en vano el socorro de una flota que al mando del navarca
Adriano debía llegar en su auxilio. Demorado en las costas del Peloponeso
Adriano conoció la noticia de la toma de la ciudad en mayo de 878 sin tiempo ya
para poder prestarle el socorro tan desesperadamente implorado. La conquista de
Siracusa ofreció a los musulmanes una base ideal para emprender la conquista
definitiva de Calabria por lo que, animado con el reciente triunfo, el emir de
África envió de inmediato una flota de 60 galeras de buen porte hacia el Jónico
para saquear las costas griegas.

Escarmentado Basilio por el fracaso en la empresa de Siracusa quiso atajar


de raíz las nuevas incursiones y dirigió contra la flota sarracena al plöimon
imperial al mando del sirio Nasar, que había sustituido entretanto en el cargo a
Nicetas Ooryfas. La flota imperial, compuesta por 45 navíos, consiguió expulsar
de las aguas del Jónico a los incursores, tras sorprender y aniquilar una escuadra
árabe de 16 galeras en el puerto de Metona, y se dirigió después a toda vela hacia
las costas de Sicilia. Las primeras velas de la armada se dejaron ver ante Nápoles
en octubre de 879 y probablemente fue entonces cuando de la flota se separó el
contingente destinado a proteger las costas de Campania a petición del papa.
Tras reagrupar la escuadra Nasar inició su ataque en la costa septentrional de la
isla, al este de Palermo. En Milazzo, en las cercanías de las islas Lípari, se libró
un gran combate que resultó victorioso para los bizantinos, y tras el encuentro
Nasar pudo dedicarse a perseguir el rico tráfico mercantil organizado entre
Sicilia y el continente. De la riqueza del botín obtenido dieron cuenta los

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cronistas afirmando que el precio del aceite en Constantinopla cayó en aquellos


días hasta alcanzar valores irrisorios. Animado por el éxito de la empresa la flota
se aprestó a llevar adelante la segunda y más importante fase de la operación que
tenía como objetivo desembarcar en tierra italiana los primeros ejércitos
imperiales que esas costas veían en más de un siglo. Bizancio regresaba con
fuerza a sus antiguos dominios y lo hacía reclamando su derecho de propiedad.

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Italia bizantina: 867-983

La reconquista de la Italia Meridional (880-886)

Tras dejar algunos navíos en los puertos sicilianos de Términi y Cefalú,


Nasar dirigió la flota hacia Calabria y allí en 880, se produjo el desembarco del
ejército bizantino. A partir de entonces no se trataría sólo de operaciones navales
sino de la combinación de fuerzas por mar y tierra para reestablecer el dominio
de Bizancio en la Italia del Sur. Los objetivos para la campaña estaban centrados
en conseguir el dominio de Calabria para luego forzar la expulsión de los
musulmanes de Tarento y unir esos territorios con la región de Bari ya
controlada previamente. Los medios a disposición eran particularmente
poderosos: los contingentes de los themata de Occidente (Sicilia, Cefalonia,
Dirraquio y Peloponeso) apoyados por destacamentos de serbios y croatas todos
ellos al mando del protovestiarios Procopio. Además formaban parte también de
la expedición las tropas de Tracia y Macedonia al mando de su estratego León
Apostypos. Aunque no conocemos las cifras exactas sin duda se trataba de un
ejército imponente, particularmente en un escenario en el que Bizancio se había
movido siempre con gran parquedad de medios.

El ejército imperial empezó a remontar la costa oriental de Calabria


flanqueado en su marcha por la flota. Ésta mantuvo un combate victorioso con
barcos sarracenos, posiblemente en las cercanías de Punta Stilo y les obligó a
refugiarse en Palermo. Sin más contratiempos y recibiendo la sumisión de todas
las plazas que encontraban en su marcha el ejército llegó a la llanura del Crati y
se apostó ante Tarento donde les esperaban sus enemigos. Según parece Procopio
detentaba el mando supremo durante la campaña, pero Apostypos era casi su
igual en rango y de ahí se derivaron disputas entre ambos oficiales que tuvieron
funestas consecuencias. Cuando las tropas formaron para el combate cada
general estaba situado en una de las alas del despliegue. León Apostypos, que
combatía en el ala derecha, se impuso fácilmente a las escasas tropas que se le

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oponían mientras que Procopio debió hacer frente al grueso del ejército enemigo
que concentró el ataque por su lado. Incapaz de resistir fue derrotado por
completo ante la pasividad de su colega que rehusó acudir en su ayuda. El
resultado fue una completa derrota y la muerte del comandante en jefe. Asustado
por las posibles consecuencias y deseoso de reparar el desastre Apostypos se
apresuró a reunir las tropas restantes y con ellas emprender de inmediato el
asalto a Tarento que consiguió forzar tras un violento combate. Tras la caída de
la ciudad se envió a la esclavitud a los prisioneros y se estableció una guarnición
bizantina. Nasar, una vez consolidada la posición tomó rumbo a Constantinopla
con la flota imperial mientras que el general superviviente fue llamado a juicio
por su comportamiento durante el combate. Hallado culpable de traición,
Apostypos fue condenado al exilio en Kotiea.

A finales de 880 la dominación bizantina estaba firmemente establecida en


la región del golfo de Tarento aunque quedaban todavía muchas plazas en
Calabria en poder de los sarracenos, que desde villas como Santa Severina o
Amantea podían todavía amenazar los territorios recién conquistados o presionar

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a los aliados de Bizancio, sobre todo Salerno y Nápoles. Contra ellas se dirigieron
los siguientes movimientos.

La muerte de Juan VIII en diciembre de 882 coincidió con una reactivación


de la lucha en Calabria contra los musulmanes. En 882 o 883, tras el regreso de
León Apostypos, el emperador envió a Italia un nuevo ejército, esta vez al mando
del estratego capadocio Esteban Majencio, en el que los contingentes asiáticos,
anatólicos y de Carsiano, hacen por primera vez su aparición en las fuentes.
Majencio comenzó su actividad en tierras italianas poniendo sitio a Amantea sin
lograr ningún resultado y luego fue derrotado lamentablemente ante Santa
Severina. Ante su manifiesta incapacidad Majencio fue prontamente reclamado
de vuelta y en su lugar llegó, hacia 885, Nicéforo Focas el Mayor, el primer
miembro destacado de esta familia que a partir del reinado de Basilio pasó a
ocupar un puesto de primer rango entre la aristocracia bizantina.

El talento y las dotes de Nicéforo tuvieron gran parte en la consolidación de


las posiciones bizantinas en Italia al conseguir en un año la expulsión de los
sarracenos de Calabria y Apulia. El nuevo estratego traía consigo refuerzos de los
themata asiáticos, armenios especialmente, y contaba además con la ayuda de
auxiliares entre los que descollaban los antiguos paulicianos cuyo jefe,
Diaconitzes, había sido en tiempos lugarteniente del famoso Crisoquiro.

Nicéforo dividió a sus tropas en varios cuerpos asignándoles distintos


objetivos. Mientras que él establecía el asedio de Santa Severina un
destacamento atravesó Calabria para poner sitio a Amantea. Esta plaza no tardó
en sucumbir, al igual que la villa de Tropea, y con ellas los dos bastiones
principales en poder de los árabes en el occidente calabrés. Pronto fue el turno
también para la propia Santa Severina y con su conquista a mediados de 886
toda Calabria quedó en manos de los bizantinos. Los vencedores se apresuraron a
establecer guarniciones en las villas conquistadas tras deportar a Sicilia a la
población musulmana, de acuerdo con los tratados de rendición.

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El siguiente objetivo del general bizantino fue asegurar la comunicación del


territorio recién conquistado con Tarento y Bari, por lo que se hizo necesario
avanzar a lo largo del valle del Crati y obtener la sumisión de los señores
lombardos en la franja comprendida entre Cosenza y Brindisi para incorporarlos
a la órbita del Imperio. En estas regiones alejadas de Salerno y Benevento la
autoridad señorial era muy débil y la ausencia de socorro ante las incursiones
musulmanas facilitó sin duda la decisión de aceptar la protección de las tropas
del basileo. Quedó entonces a la habilidad del estratego el convertir esa
dominación en un establecimiento firme de la autoridad bizantina, un proceso
que no era posible conseguir solamente por la fuerza sino que debía contar con la
aquiescencia de las poblaciones locales y sus señores. Aunque faltan los detalles
parece ser que precisamente en esa tarea sobresalió Nicéforo Focas, que fue
considerado por León VI en su obra Taktika como un ejemplo de cómo un general
debe organizar un país conquistado. Entre sus méritos expresos destacó el haber
impedido a sus soldados en el reembarque en Brindisi llevar cautivos a un gran
número de naturales del país. Recomienda el monarca en su obra que al tomar
una ciudad se debe actuar con benevolencia y no asfixiar a sus habitantes con
onerosas contribuciones ni aterrorizarlos con castigos y sigue...

“Es así como nuestro strategos Nicéforo trató a la nación de los lombardos. No solamente
supo someterlos mediante campañas hábilmente dirigidas sino que fue moderado y clemente. Se
mostró justo, benevolente y les concedió la libertad y la exención de impuestos.”

Tras las campañas de Nicéforo Focas el territorio controlado por Bizancio se


extendía hasta Oria y Matera, donde en estos momentos residía ya una
guarnición y están atestiguados diversos funcionarios bizantinos. Como señal
inequívoca de la extensión de la influencia imperial se crearon entonces
obispados griegos en Cosenza, Bisignano y poco después en Cassano, lo que da a
entender que en estos años toda la región desde el valle del Crati hasta Tarento
obedecía ya a Constantinopla, así como el tramo inferior del valle del Bradano y
del Sinni, aunque no se sabe nada con certeza para los territorios al norte y oeste
de Bari.

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El asentamiento de la dominación bizantina

Más allá del territorio controlado directamente por la administración


imperial se extendían los principados sobre los que Bizancio deseaba ejercer su
influencia y protección aprovechando el estado de perpetua discordia que reinaba
entre ellos. A la muerte de Basilio I en 886 el más importante era el de Salerno
cuyo príncipe Guaimar solicitó la ayuda bizantina frente a las agresiones de la
colonia musulmana de Agropoli. La respuesta del nuevo monarca León VI fue el
envío de oro y trigo y el asentamiento en Salerno de una pequeña guarnición
imperial que se mantuvo allí durante unos años. A cambio Guaimar debió
reconocer la soberanía bizantina y para ello él mismo se trasladó a
Constantinopla a finales de 886 donde recibió una calurosa acogida por parte de
los emperadores León y Alejandro y fue por ellos honrado con el título de patricio.

El ejemplo de Salerno decidió al duque-obispo Atanasio II de Nápoles a


imitar su ejemplo pidiendo el envío también de auxiliares para luchar contra los
sarracenos. Se le enviaron trescientos soldados al mando de un oficial llamado
Casano pero Atanasio se desdijo de sus aparentes propósitos y mostró sus
verdaderas intenciones: los soldados imperiales constituían un precioso refuerzo
y serían de gran utilidad en su guerra contra los señores de Capua. Pronto
Casano fue reclamado y en su lugar llegó a Nápoles otro oficial, el kandidatos
Juan, con más refuerzos. Atanasio continuó su guerra particular contra Capua,
en el transcurso de la cual Juan consiguió liberar al antiguo conde Pandenulfo. A
lo largo del año 887 continuaron las hostilidades entre los napolitanos y sus
rivales con el paradójico espectáculo para los soldados bizantinos de ver combatir
auxiliares sarracenos en ambos bandos.

Pronto Bizancio intentó extender su protectorado también sobre Benevento.


Su antiguo príncipe Gaideris, depuesto en 881, consiguió escapar y buscar refugio
en Bari. Se le envió a Constantinopla desde donde regresó revestido con la
dignidad de protoespatario para gobernar en nombre del emperador la villa de
Oria, al sur de Apulia, donde ejercía ya en 885 cuando se le encuentra junto al

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estratego Gregorio firmando como testigo un privilegio en favor de la abadía de


Montecassino. Su sucesor en Benevento, Agión, se enfrentó en esos años a
revueltas internas lo que fue aprovechado por el gobernador bizantino para
apoderarse de algunas villas que hasta entonces reconocían la soberanía de
Benevento. Ese oficial era Teofilacto, posiblemente el sucesor inmediato de
Gregorio, que al comienzo del año 887 penetró en Campania con un pequeño
ejército para combatir contra los sarracenos acantonados en el río Garellano.
Tras ser obligado a retirarse por éstos regresó tomando la ruta de Nápoles
aprovechando el camino de vuelta para entrar por la fuerza en algunas villas
lombardas. Esta tentativa dio lugar a un levantamiento general en Apulia
impulsado por Benevento, apercibida de la muerte reciente del emperador Basilio
y considerando que éste era el momento más adecuado para intentar recuperar el
territorio perdido. Agión avanzó con sus hombres hasta Bari y consiguió expulsar
de la ciudad a la guarnición imperial, que sin duda debía ser muy débil en esos
momentos. Mientras el estratego maniobraba para intentar recuperar Bari su
aliado napolitano Atanasio, siempre con sus auxiliares bizantinos al lado, atacó
Benevento por el oeste, lo que obligó a Agión a regresar a su principado dejando
que los lombardos de Apulia se defendiesen por si mismos de sus señores
bizantinos.

En 888 León VI reconoció que las fuerzas bizantinas en Italia eran


demasiado débiles para poder inclinar decisivamente la situación en su favor, y
que el análisis de la situación demostraba que era necesario el envío de nuevas
tropas. El encargado de conducirlas fue un alto cargo, el patricio y epi tes trapezés
Constantino que según las crónicas tenía a su mando “todas las tropas de
Occidente”. Por su parte Agión había tomado a su servicio un cuerpo de auxiliares
sarracenos y con su ayuda ofreció batalla a los recién llegados bajo los muros de
Bari. El resultado fue una derrota total para los imperiales, cuyo jefe a duras
penas consiguió salvar la vida. Tal derrota causó honda impresión en
Constantinopla y los esfuerzos prosiguieron aunque esta vez intentando evitar
una batalla campal. En lugar del combate abierto los bizantinos optaron por
obligar a Agión a encerrarse en Bari donde fue bloqueado. Abandonado por sus

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sarracenos, el príncipe de Benevento intentó en vano pedir auxilio al duque de


Espoleto y al conde de Capua Atenolfo. Éste último, que debía a Agión su dominio
en Capua, cambió de alianzas y en lugar de ayudar a su benefactor se ofreció a
Constantino para establecer un acuerdo con la esperanza de obtener un título
imperial que le igualase a su rival de Salerno. Abandonado por todos, Agión optó
por negociar con Constantino y en 888 Bari volvió a poder de Bizancio mientras el
príncipe de Salerno regresaba sano y salvo a su tierra.

En esos momentos Bizancio era ya el principal poder en Italia meridional


ante el que los principados lombardos se inclinaban, aunque debe recordarse en
todo momento la fragilidad de las alianzas en la inestable política italiana. Los
señores lombardos apoyaban en cada momento a aquel que pudiera beneficiarles
más y no vacilaron nunca en cambiar de bando sin el menor escrúpulo cuando la
ocasión lo aconsejaba. Esa había sido siempre la situación y los hechos
demostrarían que tales prácticas seguirían siendo aplicadas en las décadas
venideras.

La posición de Bizancio en la península había vuelto a ser tan fuerte como a


principios del VIII y en consecuencia se beneficiaba de una actitud más
complaciente por parte del papado, que en estos años intentaba afirmar su
independencia respecto a los designios de los sucesores de Luis II y por ello

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

estaba más que dispuesto a probar la vía bizantina. Los gobernantes del sur de
Italia aceptaban presurosos los títulos otorgados por la corte imperial, imitaban
sus usos y modas y reconocían, aunque con intermitencia, su autoridad como lo
prueba que en estos años en Nápoles las monedas volviesen a a incluir el nombre
del emperador después de más de un siglo, y más llamativo todavía que también
en estos años se introdujesen iguales usos en las monedas acuñadas en Salerno y
Benevento. Estos hechos sin embargo no pueden ocultar la realidad de la posición
bizantina en Italia, que era muy diferente de la existente, por ejemplo, en Asia
Menor. Buena parte del territorio oficialmente administrado por el Imperio en
Italia estaba en realidad fuera del control directo del estratego. La autoridad
bizantina, siguiendo una práctica sancionada por la experiencia de siglos,
dependía de las habilidades diplomáticas de sus oficiales, del trato con las élites
locales, del control de los rivales y también del pago de generosos tributos a los
piratas de Sicilia y Norte de África, y sólo cuando era imprescindible se recurría
al uso de la fuerza. Cuando el emperador León VI elogiaba a Nicéforo Focas por
su trato cuidadoso a los lombardos evitando el pillaje y la toma de esclavos o
renunciando a imponer pesadas contribuciones se reconocía implícitamente que
la autoridad imperial sólo podía ser mantenida en Italia a través de su aceptación
por parte de las poblaciones locales.

Mientras se desarrollaban así los asuntos italianos la protección de la recién


conquistada Calabria exigía continua vigilancia. Hacia 888-889 los árabes
sicilianos intentaron un nuevo ataque, esta vez en la región de Reggio. Una flota
bizantina atravesó el estrecho de Messina pero fue derrotada por completo cerca
de Milazzo. La noticia del desastre provocó el pánico en la región impulsando a
los habitantes de las villas a abandonar sus hogares y buscar refugio en el
interior. La situación mejoró poco después cuando el drongario Miguel hizo
prisionero al jefe de la flota árabe y volvió a controlar el paso del estrecho. En los
años siguientes las discordias internas en Sicilia permitieron que Calabria
experimentara un breve respiro.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Tras recuperar Bari Constantino y buena parte de sus tropas se embarcaron


de vuelta a Constantinopla. El nuevo gobernante Simbaticio era probablemente
de origen armenio y en su titulatura se proclamaba “protoespatario imperial,
estratego de Macedonia, Tracia, Cefalonia y de Longobardia”, lo que constituye en
el caso de ésta última la primera mención documentada de un thema con esa
denominación. Simbaticio disponía al comienzo de su mandato de más tropas que
sus antecesores por lo que se dispuso, para evitar el riesgo de una nueva revuelta,
a someter directamente a la autoridad imperial a los lombardos de Benevento en
donde entretanto Urso, todavía un niño, había sucedido a su padre Agión tras la
muerte prematura de éste. El 18 de agosto de 891 Simbaticio llegó con su ejército
ante los muros de Benevento y encontró una decidida resistencia por parte de la
población local. Un asedio de tres meses obligó finalmente a los beneventanos a
capitular el 18 de octubre. El estratego Simbaticio de inmediato transfirió la
gobernación de la provincia desde su sede en Bari hasta la nueva posesión y fijó
allí su residencia convirtiéndola en la nueva capital de los territorios imperiales
en Italia. Debido al hecho de que la denominación bizantina para el principado de
Benevento era Longobardia, término opuesto a Gran Longobardia que designaba
al desaparecido reino lombardo, muy posiblemente cabe deducir que el thema de
Longobardia fue constituido en ese preciso momento tras la conquista de
Benevento en octubre de 891 y mantenido su denominación mucho después de
que el principado abandonase la órbita de influencia del gobierno bizantino en
Italia. Desde la nueva capital Simbaticio empezó a despachar la administración
ordinaria, como lo muestran unos privilegios de confirmación de bienes en favor
de Montecassino fechados en junio de 892. En ese mismo mes las tropas
bizantinas ocuparon Siponto, al pie del Gargano.

En agosto de 892 Simbaticio fue relevado en el mando y sustituido por el


patricio Jorge, protoespatario imperial, estratego de Cefalonia y de Longobardia
al que ya en estas fechas vemos confirmando privilegios a los monjes de San
Vicente de Volturno.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

El nuevo estratego deseaba hacer con Capua y Salerno lo mismo que su


predecesor había realizado con Benevento. Bajo el pretexto de combatir a los
musulmanes del Garellano comenzó el asedio de Capua que se demostró
infructuoso. Al no conseguir ningún resultado realizó una intentona por sorpresa
sobre Salerno que consiguió cerrar sus puertas a las tropas bizantinas
obligándolas a batirse en retirada sin obtener ningún resultado.

Tras la muerte de Jorge en julio de 894 llegó a Italia como sucesor el patricio
Barsacio, que volvió a establecer su residencia en Bari dejando en Benevento
como delegado al turmarca Teodoro. Fue éste el momento elegido por los
beneventanos para intentar la expulsión de la guarnición bizantina y deshacerse
así de un detestado ocupante. En su ayuda acudió Guido, margrave de Espoleto,
que en agosto de 895 llevó sus tropas ante las murallas de la ciudad. Los intentos
de Teodoro por recibir refuerzos desde Bari fueron inútiles ante la colaboración
de la población local con los atacantes a los que hizo entrar en la ciudad en
secreto y colaboró con entusiasmo en la expulsión de la pequeña guarnición
bizantina que sólo pudo salir sin daño tras el pago de un fuerte rescate. Tras la
victoria Guido retuvo durante dos años el control de Benevento en lugar de
devolver al poder a la antigua dinastía. En los años siguientes la ciudad cambió
de dueño en varias ocasiones hasta que en 899 Atenulfo de Capua, asociado con
su hijo Landulfo, fundó una nueva dinastía que habría de prolongarse hasta
finales del siglo XI.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

La amenaza árabe

Con el comienzo del siglo X la amenaza árabe volvió a hacerse omnipresente


en Calabria y Campania. El foco principal del peligro estaba en la colonia
musulmana en el Garellano, establecida alrededor de 880 en un enclave
permanente solidamente protegido en las alturas de la orilla derecha del río y
desde el que salían con regularidad bandas para saquear y pillar las ciudades
lombardas. A la amenaza permanente de los piratas del Garellano se unió desde
900 la amenaza sobre Calabria de los árabes africanos liderados por el emir de
Cairuán Ibrahim Ibn Ahmed. Tras haber consolidado su posición en África envió
a su hijo Abdallah para someter a sus súbditos sicilianos en rebeldía. El
desembarco del ejército africano en Mazara el 1 de agosto de 900 provocó un
aluvión de refugiados que buscaron socorro entre los griegos de Taormina,
todavía en posesión del Imperio, mientras otros optaron por la mayor seguridad
del continente.

Dueño ya de Palermo Abdallah se dirigió contra los cristianos de Taormina y


Catania mientras un ejército se concentraba en Reggio para apoyar a los
cristianos de la isla y entrar en negociaciones con los musulmanes rebeldes. En
901 Abdallah pasó al continente, dispersó las tropas bizantinas que allí estaban
apostadas y sometió Reggio a pillaje. El botín obtenido fue inmenso, acrecentado
por las contribuciones que las ciudades de la región se apresuraron a ofrecer para
ahorrarse la suerte de sus vecinos. Durante este tiempo hizo su aparición una
escuadra bizantina a la altura de Messina pero fue derrotada por Abdallah que,
tras una nueva incursión en Calabria, regresó a Palermo para poner en orden su
administración. Al año siguiente su padre renunció al poder y reclamó a su hijo a
África para que ocupase su puesto. Él antiguo emir proclamó entonces su
voluntad de llevar la guerra santa a sangre y fuego a Sicilia y ese mismo año
puso sitio a Taormina que sucumbió tras una heroica resistencia. El terror entre
la población cristiana ante la crueldad demostrada por el antiguo emir provocó
una oleada de refugiados que afluyó a Calabria, pero tras ellos llegaba el propio
Ibrahim. El 3 de septiembre de 902 el sanguinario caudillo musulmán atravesó el

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

estrecho con todo su ejército y avanzó arrasando todo ante si hasta el valle del
Crati. Su avance fue tan rápido que imposibilitó la llegada a tiempo de los
refuerzos bizantinos desde Constantinopla. Despreciando a los emisarios de las
ciudades que corrían a someterse ante él Ibrahim llegó ante Cosenza a finales de
septiembre. La noticia de esta repentina invasión provocó el terror en toda Italia
meridional acrecentada por las amenazas del caudillo africano de llegar hasta
Roma para destruir “la ciudad de ese ridículo viejo Pedro”. Las ciudades no se
hacían ilusiones sobre la amenaza que se cernía sobre ellas. En Nápoles, por
ejemplo, el cónsul Gregorio, tras consultar con el obispo Esteban y otros
principales decidió destruir el Castellum Luculli, la fortaleza que se erigía en el
cabo Miseno por temor a que los árabes lo utilizaran como base permanente. Toda
la población tomó parte en el proceso de derribo del bastión y de él luego se
trasladaron los restos de San Severino, que allí se custodiaban, para ser
solemnemente transferidos a Nápoles en octubre.

Entretanto los habitantes de Cosenza, tras intentar en vano parlamentar


con sus atacantes se prepararon para un asedio largo que comenzó con el asalto
del 1 de octubre que consiguieron rechazar. Pero la muerte repentina de Ibrahim
el 23 de ese mismo mes a causa de la disentería puso fin al bloqueo. El
desmoralizado ejército árabe renunció al asedio y el sucesor de Ibrahim, su nieto,
se contentó con cobrar un rescate de guerra y ordenó la retirada, lo que supuso un
respiro para las atormentadas poblaciones de la región.

Tras este episodio no se registraron nuevos ataques en Calabria hasta 914.


La atención musulmana estaba en esos momentos centrada en otras prioridades,
en Sicilia donde la guerra civil había estallado y en África donde los Aglabíes
fueron desplazados en 909 por los Fatimíes, lo que fue aprovechado por los
sicilianos para romper sus lazos con África y pasar a depender directamente de
Bagdad. El ataque de 914 tuvo escasas consecuencias por la disposición del
gobierno bizantino a tratar con los sicilianos que se comprometieron a cesar en
sus agresiones a cambio del pago de una contribución regular.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Pero si la situación en Calabria era más pacífica no ocurría lo mismo en


Campania, donde continuaban los combates contra los árabes del Garellano.
Entre 880 y 915 las bandas de saqueadores recorrieron libremente los valles del
Volturno, el Liri y los afluentes del Tíber partiendo no sólo desde su base
principal sino también desde otros enclaves en Sepino y Boiano. En 903
derrotaron a los cristianos en las orillas del río y dos años más tarde, en 905, se
unieron a sus tradicionales aliados napolitanos para derrotar a las tropas de la
ciudad de Capua. Poco después sin embargo Atenulfo, el señor de Capua,
consiguió atraer a los napolitanos a una liga de la que también formó parte la
ciudad de Amalfi. Los aliados pretendieron construir un puente sobre pontones
para atravesar el río pero los sarracenos, ayudados por la gente de Gaeta, se
arrojaron sobre los aliados y acabaron con buena parte de ellos.

Por esa misma época las bandas musulmanas hicieron de nuevo su


aparición en las cercanías de Roma y ocuparon la región de la Sabina y las villas
de Narni y Nepi. En su avance llegaron a controlar el valle del Tíber al norte de
Roma y tras atravesar el río se adentraron en Tuscia y convirtieron en su base el
monasterio abandonado de Farfa. Los efectos en la región se hicieron notar. Las
crónicas de esos años nos hablan de un panorama desolador. En 905 las villas
aparecían desiertas, las iglesias abandonadas se desmoronaban y en palabras del
monje del Monte Soracto “desde hace treinta años los sarracenos reinan en el
estado romano”. Los peregrinos que se dirigían a Roma experimentaban grandes
dificultades para alcanzar la ciudad y con frecuencia se veían detenidos por
bandas árabes que les obligaban a pagar fuertes cantidades para permitirles
continuar su camino. Tal y como narra Gregorovius:

“Tan pronto como los peregrinos del Norte en ruta hacia Roma atravesaban los Alpes se
encontraban con su camino cerrado por los moros de España que estaban fortificados desde 891 en
Fraxinetum en el sur de Galia. Tras haberse rescatado a sí mismos allá los peregrinos caían luego
en manos de los sarracenos en tierras de Narni, Rieti y Nepi. Ningún peregrino llegaba a Roma
con ofrendas, y esta situación se prolongó durante treinta años. Cualquier traza de gobierno
central en la región había desaparecido y cada villa, cada fortaleza y abadía estaban reducidas a

sus propios recursos.”

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Impotentes en su debilidad los señores lombardos sólo pudieron mirar hacia


Oriente en busca de su salvación. Llegaba la hora de acudir de nuevo al basileo
de Constantinopla.

En estos primeros años del siglo el gobierno bizantino, ocupado en otros


frentes, no había prestado mucha atención a los asuntos de Campania, más allá
de la concesión de algunos subsidios a los príncipes de la región. Por ello el señor
de Capua y Benevento, Atenulfo, se decidió por la apelación directa al basileo
enviando en 909 a su hijo Landulfo para solicitar el envío de un ejército imperial.
León acogió favorablemente la embajada y prometió su apoyo a condición que el
príncipe reconociese expresamente su condición de vasallo del Imperio. Durante
estas negociaciones murió Atenulfo y su hijo regresó a Capua con el permiso del
emperador e investido con el título de patricio imperial. Con él gobernaba su
hermano Atenulfo II pero era Landulfo con su nueva dignidad quien se podía
codear en la jerarquía oficial con su par el príncipe de Salerno o el gobernador del
thema. Para resolver el problema que planteaba la colonia árabe del Garellano
era indispensable separar a Nápoles de la alianza con los sarracenos, lo que se
consiguió en 911 tras la firma de un tratado con el duque Gregorio que tuvo como
punto principal la constitución de una alianza ofensiva entre Nápoles y Capua-
Benevento contra los árabes, aunque este acuerdo demostró tener tan poca vida
como el que se firmó en tiempos de Atanasio pues cuando lleguen las tropas
bizantinas poco tiempo después Nápoles y Gaeta seguirán estando de nuevo en
paz con los musulmanes.

La muerte de León VI en 912 y los tiempos de inestabilidad que se


sucedieron retrasaron el envío de las tropas prometidas. Mientras tanto el papa
Juan X, en la sede pontificia desde marzo de 914, buscó el concurso del margrave
Alberico de Espoleto para expulsar a las bandas sarracenas del valle del Tíber.
Tras contactar también con Landulfo y aconsejado por éste envió una embajada a
Constantinopla para pedir como sus antecesores Juan VIII y Esteban V la ayuda
de la corte imperial. En tanto se intensificaban las acciones diplomáticas la
defensa se fue organizando alrededor de Espoleto y Salerno. Un notable de Rieti

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Italia Bizantina
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encabezó un pequeño ejército que consiguió expulsar a los musulmanes del valle
alto del Anio. Poco después los habitantes de Nepi y Sutri consiguieron otra
victoria cerca del Tíber lo que obligó a las bandas árabes a un repliegue táctico a
través de la llanura del Lacio para fortificarse en el campamento del Garellano,
mientras tras ellas llegaban las tropas de Roma y Espoleto acaudilladas por el
Papa y el margrave Alberico.

Pronto llegaron refuerzos de importancia al campamento cristiano: el nuevo


estratego de Longobardia, Nicolás Picingli, acudió a Campania con las tropas a su
mando reforzadas por destacamentos enviados directamente desde
Constantinopla. En su marcha hizo un alto ante Nápoles para obligar al duque
Gregorio a abandonar la alianza con los árabes. La demostración de fuerza unida
a la seducción del oro y la promesa de un título oficial convencieron al duque y a
su socio el hypatos de Gaeta para reconocer la autoridad bizantina y romper su
alianza con los musulmanes. Por su parte el señor de Gaeta obtuvo la
confirmación de la donación papal de la villa de Fondi que ya le había sido
concedida por Juan VIII en 882.

Tras solucionar esta cuestión en 915 la liga cristiana se reunió por fin a
orillas del Garellano. La flota bizantina comenzó a entrar en la desembocadura
del río en el mes de junio mientras las tropas terrestres maniobraron para formar
un cerco sobre el campamento fortificado. En la acción estaban presentes todos
los señores principales de la Italia Meridional: el duque Gregorio, Atenulfo de
Capua y Guaimar de Salerno acompañados del conde Berenguer de Friuli y del
margrave de Espoleto que combatían al frente de sus tropas al igual que el Papa.
Al mando de la coalición se situó el estratego Picingli que comenzó a dirigir las
operaciones al pie de la colina principal donde se concentraba la defensa
sarracena. Durante tres meses se bloqueó concienzudamente el recinto hasta que,
acuciados por la necesidad, los asediados se decidieron a intentar la salida en
agosto siguiendo el consejo en secreto de los señores de Nápoles y Gaeta. Tras
incendiar el campamento los árabes intentaron la huida en grupos reducidos a

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Italia Bizantina
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través de los montes vecinos por donde fueron perseguidos por los cristianos de
modo que pocos pudieron escapar con vida.

La victoria del Garellano hizo desaparecer de la península la última colonia


musulmana y liberó la Campania y la Italia central de sus incursiones. El
beneficio para Bizancio fue ver su autoridad reconocida en toda la Italia
meridional desde Gaeta hasta el monte Gargano, con los señores de Nápoles y
Gaeta portando orgullosamente las dignidades conferidas por el emperador. En
recuerdo de la gran victoria el hypatos Juan I hizo construir en la orilla del río
una torre fortificada sobre la tierra en la que ahora Gaeta volvía a señorear.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

La organización administrativa

Tras la caída de Taormina en 902 nada quedaba ya del antiguo thema de


Sicilia del que Calabria había sido en tiempos un ducado. Desde el siglo VIII su
estratego tenía a su cargo, además de la propia isla, los ducados de Calabria y
Otranto junto con Nápoles, que desde 755 empezó a desarrollar una política
independiente del Imperio liderada por el duque Esteban, miembro de la
aristocracia militar local y elegido por vez primera por sus conciudadanos en
lugar de serlo por su superior en Sicilia. Estos ducados sufrieron desde mediados
del IX la transformación administrativa que los convirtió en turmas igualándolos
así con la tipología organizativa vigente en el resto del estado bizantino.

Ahora un estratego pasó a residir en Reggio, prueba quizás de la relación


estrecha que todavía debía existir con las comunidades cristianas que mantenían
un cierto grado de independencia en algunas comarcas al oeste y al sur de
Messina. En la propia Calabria el territorio comprendido por la demarcación
administrativa era mayor que el existente a principios del VIII al extenderse
también al valle del Crati con las villas de Cosenza y Bisignano. Por contra la
tierra de Otranto que antes había formado parte de la región calabresa pasó a
depender del nuevo thema de Longobardia. En esta época se produjeron algunas
actuaciones de repoblación. Basilio I reconstruyó Galipoli y la repobló con griegos
de Heraclea del Ponto. En Calabria se asentaron parte de las tropas auxiliares
armenias que llegaron a Italia con Nicéforo Focas, así como 1.000 esclavos
liberados de la viuda Danielis, la famosa terrateniente del Peloponeso. Otros
3.000 libertos de la misma procedencia fueron enviados a Apulia más tarde, ya
durante el reinado de León VI. En el terreno eclesiástico sin embargo las
circunscripciones fijadas en la época de León VI reprodujeron la antigua
distribución, y así por ejemplo el obispado de Galipoli en la tierra de Otranto
siguió dependiendo de la sede calabresa de Santa Severina. Desde el reinado de
Basilio I la villa de Otranto fue residencia de altos funcionarios bizantinos, pero
fue la ciudad de Bari, tras la ocupación por el baiulos Gregorio la que desde el

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

principio se constituyó en capital del nuevo thema de Longobardia y residencia


por tanto del gobernador bizantino en la península.

El estratego radicado en Bari estaba encargado de una doble misión militar


y diplomática: como político debía entrar en contacto con los príncipes lombardos
y coordinar su participación en las luchas contra los sarracenos. Y debido a que
Bizancio consideraba que todos los estados de Italia meridional seguían estando
bajo su soberanía el gobernador era el encargado de hacer llegar a los señores de
Benevento, Capua, Salerno, Nápoles, Amalfi y Gaeta los despachos que la
cancillería imperial enviaba significativamente en forma de órdenes (keleusis),
procedimiento administrativo utilizado con los súbditos del Imperio en
contraposición a grammata, las cartas imperiales dirigidas a aliados
independientes. Durante todo el período las relaciones con los pequeños estados
pasaron por fases alternantes de paz y tensión que pueden ser seguidas e
interpretadas fácilmente por el estudio de la datación de la documentación de la
época que utilizaba los años de gobierno del Imperio cuando estaba en buenas
relaciones con Constantinopla o los de la autoridad local en momentos de
desencuentro. De la misma forma en el primer caso eran citados los títulos
otorgados por Bizancio o bien silenciados si las relaciones no eran buenas en el
momento de la redacción del documento.

El estratego debía también intervenir en Campania para influir sobre la


política local en defensa de los intereses del Imperio. Pero también tenía que
guerrear en colaboración con los estrategos de otros themata que acudieron a
Italia sucesivamente enviados por el emperador para afirmar el dominio de
Bizancio en la península. Probablemente el primer gobernador de Longobardia
fue Gregorio, sucedido por Teofilacto en 886 y en el desempeño de su cargo no
deben ser confundidos con hombres como Esteban Majencio o Nicéforo Focas,
militares investidos con poderes extraordinarios para una campaña específica a
cuyo término debían regresar a Constantinopla. Sabemos también del patricio
Jorge, que residía en Tarento hacia 887-888, donde quiso obligar a sus habitantes
a escoger un obispo griego que reconociese la jurisdicción de Constantinopla, pero

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

no podemos conocer con absoluta certeza si este oficial era o no gobernador de


Longobardia.

El primer oficial que se declara expresamente estratego de Longobardia es


Simbaticio, el conquistador de Siponto y Benevento en 891. Resulta significativo
en estos años que los oficiales al mando lo son también de Cefalonia en las islas
del Jónico, que parecen haber compartido durante unos años al mismo
gobernador posiblemente hasta que las necesidades organizativas en Italia
exigieron de nuevo la división en dos circunscripciones. Por estos mismos años,
perdida prácticamente Sicilia salvo las plazas de Taormina, Aci y Rametta que
cayeron en 902, se fue afirmando en las fuentes la denominación de Calabria
como thema aunque en la nomenclatura oficial el cargo de estratego de Sicilia
siguió apareciendo regularmente. Sólo entre 938 y 956, según Falkenhausen,
puede datarse la creación oficial del thema de Calabria, pues ya en esa última
fecha Mariano Argiro utilizó esa titulación aunque probablemente la
reorganización administrativa llevaba ya algunos años en funcionamiento. En
ocasiones puntuales los themata de Calabria y Longobardia fueron reunidos
temporalmente en un único mando, como fue el caso durante los gobiernos de
Basilio Cladon en 938, de Mariano Argiro en 956 o de Nicéforo Hexacionites en
965, debido posiblemente a la necesidad de reemplazar a un general caído en
combate o reclamado a Constantinopla. En otros casos el motivo fue agrupar más
eficazmente las fuerzas de ambas circunscripciones, pero en cualquier caso la
administración de ambos themata volvió luego a recibir sus gobernadores
independientes.

Aunque en estos años no se advierte una delimitación clara de los límites de


la provincia se pueden distinguir tres zonas reconocibles en la Italia meridional.
En primer lugar la región del litoral del Adriático alrededor de Bari y Siponto,
Tarento y el valle del Crati en donde la autoridad bizantina estaba solidamente
establecida. En segundo lugar las tierras del antiguo condado de Capua,
alrededores de Benevento y Salerno donde los príncipes lombardos seguían
ejerciendo el control. Y en tercer lugar una zona intermedia en la que la

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Italia Bizantina
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autoridad no estaba claramente definida y se inclinaba sucesivamente a favor de


unos u otros en medio de una lucha sorda de influencias en la que se pueden
apreciar los intentos por parte de la administración bizantina de ir sustituyendo
pacientemente el protectorado vago por un control más directo. Los medios
empleados para atraer a los indecisos incluían el soborno, el otorgamiento de
títulos y dignidades y la promesa de ingresos regulares en metálico por parte de
la administración imperial. La generalización de tales prácticas derivó en excesos
que fueron ya denunciados por León VI en sus obras, en las que se queja de las
malas costumbres adoptadas por los oficiales que permanecían durante un
tiempo prolongado en Italia contagiados, según sus palabras, “por la avidez de los
lombardos y su deseo de lucro”. Una práctica política de estas características
costaba cara y debía ser financiada mediante contribuciones siempre en alza,
pero los gobernadores italianos no recibían ingresos de Bizancio con regularidad,
tal y como nos informa Constantino VII en el Libro de las Ceremonias, por lo que
en muchas ocasiones debía ser el propio thema el que subviniese a sus
necesidades. El peligro de sublevaciones y descontento ante las cargas
económicas impuestas por ello a las poblaciones locales era pues un peligro real
del que se dieron alguna muestra las rebeliones de 887 en Bari y 894 en
Benevento. Sin embargo durante los primeros años del siglo X la situación se
mantuvo tranquila y sólo sería a partir de la década de 920 cuando comience a
reproducirse un ciclo constante de revueltas e inestabilidad política en la región.

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Italia Bizantina
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Años de inestabilidad

La paz de que gozaba Calabria se interrumpió bruscamente en 917 con la


reanudación de los ataques piráticos, esta vez encabezados por los gobernantes
fatimíes que en ese año habían derribado el emirato independiente de Palermo.
Desde Mahdia se enviaron nuevas expediciones que asolaron las costas
calabresas sin otro objetivo que saquear y tomar prisioneros y descartando
objetivos más ambiciosos a excepción del incidente aislado que fue la toma
temporal de Reggio en 918. La respuesta de las autoridades bizantinas ante la
reanudación de los ataques fue tratar de llegar a un acuerdo económico. El
estratego de Calabria Eustacio, uno de los chambelanes del emperador, ofreció a
los musulmanes el pago de un tributo de veintidós mil piezas de oro,
posiblemente a finales de ese mismo año, lo que puede explicar el cese de las
incursiones en el período siguiente.

Poco tiempo después Eustacio fue sustituido en el cargo por Juan Muzalon
(también llamado en las fuentes Bizalon). El nuevo estratego tomó una decisión
impopular al elevar los impuestos para poder hacer frente al tributo y su
actuación dió lugar a una revuelta en la que pereció asesinado, poco tiempo
después de la llegada al poder de Romano I Lecapeno, posiblemente entre 921 y
922. En su ayuda los sublevados pidieron auxilio a Landulfo de Capua. En abril
de 921 se produjo también la muerte en Ascoli Satriano del estratego de
Longobardia Ursileon durante un enfrentamiento contra los príncipes lombardos
venidos en ayuda de los habitantes de Apulia en rebeldía. Tras hacerse dueños de
Ascoli, Landulfo de Capua y su hermano Atenulfo extendieron su dominio a toda
la región en un acto de declarada rebeldía a la autoridad imperial. Una fuente
alternativa para estos hechos está disponible en las cartas del patriarca Nicolás
Mstikos que en esos años mantuvo una activa correspondencia con diversos
personajes de relevancia en Italia, entre ellos el propio Landulfo. Por ellas se
conoce que los sublevados se apresuraron a enviar cartas a Constantinopla
responsabilizando de los hechos al fallecido estratego y reafirmaban su voluntad
de mantenerse leales a Bizancio a condición de que no se castigase a los culpables

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

y se nombrase como nuevo gobernante de Longobardia al propio Landulfo. La


corte bizantina respondió con cautela ante esas propuestas sabedora del peligro
que encerraban. Aunque no se conocen los detalles exactos de las negociaciones se
documenta a partir de 925 en los documentos oficiales de Capua la desaparición
de los títulos de patricio y anthypatos que antes portaba el príncipe, signo
inequívoco de la ruptura de relaciones. Sabemos también que Landulfo se retiró
finalmente de Apulia porque volvió a invadirla pocos años después.

En el año 922 se registró en tierras de Campania la aparición de las temidas


bandas húngaras que por esos años saqueaban toda la Europa Central.
Simultáneamente a esta amenaza los piratas árabes volvieron a la actividad en el
mismo año en las costas de Calabria donde ocuparon la villa de Santa Agata. A
partir de 924 le tocó el turno a Apulia donde los piratas eslavos hicieron su
aparición actuando desde sus bases en las islas del Adriático o al servicio de los
jefes árabes. En 925 un ejército árabe llegado de África desembarcó cerca de
Tarento al mando de Abu Ahmed Jaffar Ibn Obeid y avanzó en dirección a Oria.
En esta ciudad rica y populosa, que contaba con una abundante colonia judía, se
había refugiado el estratego de Calabria. Su resistencia duró poco y tras una

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Italia Bizantina
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breve lucha la ciudad cayó en manos de los atacantes el 1 de julio librando un


enorme botín. El oficial bizantino debió pagar por su libertad un fuerte rescate y
la entrega de un tributo aseguró a la región la paz durante algunos meses. De
estos hechos tenemos cumplidas noticias por las crónicas de un miembro de la
numerosa comunidad judía de Oria, el juez Sabbatai Donnolo, entonces un niño
de 12, hecho prisionero en la villa. Donnolo fue liberado en breve y en su carrera
posterior, famosa por sus conocimientos de medicina y astrología fue médico
personal del gobernador de Calabria Eupraxio, emprendió viajes en busca de
conocimiento que le llevaron hasta Bagdad y mantuvo correspondencia con
importantes personajes de la época como Nilo el Menor, abad de Grotta-Ferrata.

Parece ser que en este año 925 tuvo lugar el curioso episodio de la detención
de unos embajadores búlgaros y árabes de regreso de África a la altura de las
costas calabresas. El rey Siméon, que en estos momentos se encontraba en guerra
con Bizancio, había iniciado contactos con los fatimíes para establecer una
alianza contra su enemigo común. Los barcos bizantinos que apresaron a los
diplomáticos regresaron con sus valiosos prisioneros a Constantinopla donde
haciendo gala de prudencia Romano Lecapeno ordenó la retención de los búlgaros
y la devolución de los árabes a su hogar con la promesa de la renovación del
tributo regular acordado en 918/19 que volvería a ser pagado por el estratego de
Calabria aunque esta vez reducido a la mitad del montante original, unos 11.000
nomismata en total.

El Mahdi aceptó la ratificación de la tregua que se había firmado en Oria


poco antes aunque la paz demostró ser poco duradera ya que al año siguiente se
produjo un nuevo ataque, esta vez a cargo del emir de Sicilia acompañado por el
jefe eslavo Sabir al mando de una armada de más de cincuenta galeras que
llegaron para asediar Tarento. El 15 de agosto de 928 la ciudad cayó por asalto y
según las fuentes árabes más de 6.000 cristianos perecieron y los supervivientes
fueron deportados como esclavos a África. Ese mismo año otro jefe eslavo, Miguel
Vysevic de Zaclumia, atacó y saqueó Siponto. Por su parte Sabir, tras la toma de
Tarento remontó las costas del Tirreno e impuso cuantiosos rescates a las

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

ciudades de Salerno y Nápoles. Tras volver sobre sus pasos Sabir entró en el
Adriático y superando el promontorio del Gargano entró en Térmoli tras haber
dispersado a unos cuantos navíos bizantinos que intentaron ofrecerle resistencia.

Tras la muerte del Mahdi en 934 las ciudades y villas de Calabria dejaron
de pagar el tributo anual y la revuelta en Sicilia de los habitantes de Agrigento
de 937 a 941 que arrastró a buena parte de la isla distrajo la atención de los
musulmanes que dejaron tranquilas las costas italianas por algunos años. Los
bizantinos, muy interesados en la prolongación de ese conflicto, sostuvieron la
causa de los rebeldes enviándoles entre 937 y 939 barcos cargados de trigo para
asegurar su sustento.

La delicada situación ante los repetidos ataques musulmanes fue


aprovechado a su vez por los príncipes lombardos para liberarse de un
protectorado no deseado ya. En 926 Landulfo de Capua, esta vez aliado con
Guaimar de Salerno, invadió nuevamente Apulia. La ruptura simbólica con

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Bizancio había tenido lugar ese año ya con el cese de las menciones a títulos
bizantinos en las cartas y privilegios otorgados por esos príncipes pero ahora la
rebeldía abierta se tradujo en el recurso a las armas. Las tropas aliadas de ambos
principados atacaron a los bizantinos pero fueron vencidas en un primer
encuentro. En socorro de los coaligados acudió Teobaldo, margrave de Espoleto, y
con su ayuda los aliados consiguieron derrotar a su vez a los imperiales. La
rebelión afirmada con estos apoyos externos se prolongó hasta 934.

Mientras estos acontecimientos tenían lugar el príncipe de Salerno por su


parte había invadido Lucania y el norte de Calabria. Sólo se tienen noticias
confusas de los combates en la región aunque hay registros de un enfrentamiento
en Basentello, entre Acerenza y Venosa, contra las tropas del estratego
Anastasio. Según un testimonio posterior de Liutprando de Cremona Landulfo
permaneció en Apulia durante cinco años antes de ser desalojado por un
contraataque bizantino.

La respuesta de la corte imperial llegó en 934 cuando el patricio Cosmas fue


despachado rumbo a Italia con una pequeña escuadra compuesta por once
chelandia a la que acompañaba un contingente de 415 rusos en siete barcos
largos. Excepcionalmente para esta expedición contamos con cifras precisas que
se nos han conservado en el Libro de las Ceremonias. Los soldados escogidos que
la componían eran sobre todo de caballería: 200 hombres de los themata de los
Tracesios y de Macedonia, y una representación de la guardia imperial
compuesta por 98 scholarioi, 608 neoi scholarioi, 31 soldados de la gran Heteria y
46 de la Heteria media, 71 basilikoi, 35 hombres del Arithmos y un grupo de
federados entre los que aparecían turcos, armenios y jázaros hasta un total de
1.453 soldados. Una fuerza tan pequeña no desembarcaba para combatir sino
para ofrecer una escolta rutilante a su jefe, llegado como embajador en nombre
del emperador para negociar con los príncipes lombardos.

Pronto tuvo lugar una entrevista entre Cosmas y Landulfo en la que el


primero, que había conocido tiempo atrás a su interlocutor, razón por la cual
había sido elegido por el emperador para esta misión, invitó al lombardo a

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

abandonar las tierras ocupadas y a volver a la gracia de su favor exponiéndole los


peligros a los que se enfrentaba por su rebeldía ante su señor. A pesar de sus
esfuerzos la cuestión quedó indecisa, aunque Landulfo posteriormente accedió a
retirarse de Apulia.

Para convencer con argumentos persuasivos al renuente Landulfo en 935


una nueva misión llegó de Constantinopla, también formada por once barcos de
la flota imperial, que trasladaba a Italia al protoespatario Epifanio encargado de
transportar los presentes que sellaban la alianza del Imperio con Hugo de
Provenza, rey de Italia desde su coronación en Pavía en 926, contra los señores
lombardos. Epifanio traía un rico cargamento de telas de seda, mantos finamente
bordados, perfumes, incienso y joyas destinados a sus nuevos aliados entre los
que descollaba el margrave de Espoleto, vecino de sus rivales lombardos y que
ahora cambiaba de bando. Una alianza de estas características era demasiado
para Salerno y Capua. Atenulfo en nombre de Capua y Benevento, y Guaimar y
Guaifer, como señores de Salerno aceptaron a regañadientes firmar la paz y
acabar con la revuelta aunque su mala disposición al entendimiento se puso de
manifiesto al año siguiente cuando Atenulfo volvió a atacar territorio bizantino,
esta vez en Siponto pese a la oposición del estratego Basilio Cladon. Los
enfrentamientos se reproducirían años después, pues hay noticia de un combate
en Matera alrededor del año 940 contra el nuevo estratego de Longobardia,
probablemente Teognosto Limnogalacto.

Es en estos años de frecuentes contactos con el rey Hugo cuando la flota


bizantina, aprovechando la paz momentánea con los árabes sicilianos, hizo
aparición con frecuencia en el Mediterráneo occidental dejándose ver por las
costas de Córcega y Cerdeña y persiguiendo a los piratas árabes hasta las costas
francesas. La operación más significativa tuvo lugar en Fraxinetum (actual La
Garde-Freinet, al norte de Saint-Tropez) en la costa provenzal en 941 y a
petición del monarca franco que deseaba la colaboración de los barcos imperiales
provistos de fuego griego para desalojar a los piratas árabes allí establecidos.
Romano Lecapeno contestó afirmativamente a la petición de ayuda al tiempo que

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Italia Bizantina
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solicitó el envío de una hija del rey para su nieto Romano, el hijo de Constantino
VII y futuro emperador. Hugo se apresuró a contestar atemorizado que sólo tenía
una hija, ilegítima pero muy hermosa. Tras considerar la cuestión Romano
consideró finalmente aceptable a la joven Berta y aprobó el ofrecimiento. En 944
el estratego de Longobardia Pascual acudió a la corte para recoger a la muchacha
que marchó hacia el este acompañada por el antiguo obispo de Parma y un
suntuoso cortejo. A su llegada a Constantinopla Berta fue rebautizada como
Eudocia y en septiembre de ese año contrajo matrimonio con el joven Romano,
aunque la joven princesa no llegó a ver consumado su matrimonio al morir
prematuramente en 949. Si la alianza matrimonial fracasó en último término
tampoco fueron satisfactorias las operaciones militares pues, si bien la flota
bizantina consiguió dispersar a los barcos árabes establecidos en la costa
provenzal, la colonia musulmana resistió todavía medio siglo más antes de ser
eliminada.

En estos últimos años del reinado de Romano I Bizancio también


reestableció relaciones con Cerdeña, que desde la caída del exarcado de África
había quedado abandonada a sus propios medios al igual que Córcega que
probablemente carecía entonces de cualquier estructura política estable. Por la
sigilografía se conocen los nombres de algunos hypatoi y duques sardos durante
los siglos VII y VIII lo que permite suponer que la estructura administrativa
imperial se mantuvo en cierta medida. Sabemos también que en 935 la isla fue
saqueada por los piratas árabes lo cual nos informa indirectamente de la
ausencia de una administración musulmana en Cerdeña. Precisamente de
mediados del X se conservan referencias en el Libro de las Ceremonias a los
arcontes sardos que, según se explica, recibían órdenes directas (keleusis) del
gobierno de Constantinopla. Han sobrevivido de esta época algunas inscripciones
en varias iglesias en las villas de Villasor y Sulcis datadas entre 930 y 1000, en
las que se hace referencia al arconte denominándolo Torquitorio como portador
en un caso del título de protoespatario imperial y en otro de espatario lo cual ha
llevado a Runciman a sugerir que se tratase de un cargo local más que de un
nombre propio.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

En enero de 945 comenzó la etapa de gobierno personal de Constantino VII


tras la exitosa conspiración contra su suegro en diciembre anterior. Constantino
quiso mantener el papel de Bizancio como actor principal en los asuntos italianos
e intercambió embajadas con Berenguer, el sucesor de Hugo. Precisamente en
una de ellas en 949 figuró ya Liutprando, el obispo de Cremona que nos ha dejado
un testimonio de su primer viaje a Constantinopla en su Antapodosis.

Italia meridional gozó de un tiempo de paz en sus relaciones con los


sarracenos de Sicilia y África, todavía ocupados en sus contiendas civiles. A pesar
de todo, las autoridades bizantinas mantuvieron una prudente vigilancia en
prevención de posibles sorpresas especialmente en momentos delicados como la
preparación de la expedición a Creta de 949. En los meses previos la flota
imperial se mostró muy activa en los apostaderos occidentales para supervisar los
movimientos de los árabes de Sicilia y África. En Dirraquio se estacionaron siete
navíos ousiai y en Calabria otros tres para prevenir posibles incursiones en
Grecia y Dalmacia. Tres de estos barcos al mando del ostiario y nipsistiario
Esteban llegaron incluso hasta las costas españolas en sus misiones de vigilancia
mientras que ante África se apostó el protoespatario y asekretis Juan con tres
chelandia y cuatro dromones. Similares precauciones se tomaron en el resto de
las costas del Imperio.

La agitación política en Sicilia redundó en beneficio de Bizancio y no sólo por


la tregua en las incursiones sino también por las oportunidades comerciales que
surgieron entonces al tratar con los sublevados sicilianos que necesitaban
urgentemente grano del continente. El tráfico de trigo en dirección a los mercados
árabes proporcionó enormes ganancias al entonces estratego de Calabria Crinités
Caldos al obtener el grano de los calabreses a muy bajo precio y revenderlo luego
a sus clientes más allá del mar. El escándalo provocado por estos manejos provocó
una investigación imperial que supuso el cese de Crinités y la pérdida de todos
sus bienes.

En 947 la guerra civil concluyó por fin en Sicilia y el nuevo emir Al Hassan
se apresuró a reclamar al estratego de Calabria el pago del tributo que desde

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Italia Bizantina
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hacía años había sido descuidado. Ante la amenaza de nuevas incursiones los
calabreses pidieron auxilio a Constantinopla que contestó preparando una nueva
expedición a occidente. La flota al mando de Macroioannes transportaba un
ejército a las órdenes del patricio Malaceno y desembarcó en Otranto en 951 para
unir sus fuerzas a las tropas del estratego Pascual. Por su parte Al Hassan,
después de recibir un refuerzo de 7.000 jinetes y 3.500 infantes desde África,
comenzó en julio el asedio de Reggio que al poco se rindió tras la huida de sus
habitantes a las montañas. Remontando hacia el norte atacó la plaza fuerte de
Gerace pero la noticia de la llegada inminente del ejército bizantino obligó al emir
a pactar una tregua con los lugareños a cambio del cobro de un tributo. Tras
arreglar este asunto Al Hassan condujo a su ejército en busca del enemigo. En su
avance barrió la débil resistencia de las avanzadas imperiales y sin oposición
atravesó el Crati y puso sitio a Cassano donde también recibió tributo. Tras
comprobar que el ejército rival no aparecía por ningún lado Al Hassan dio media
vuelta y regresó a Messina.

En la primavera de 952 el ejército árabe volvió a atravesar el estrecho y


chocó con el ejército imperial cerca de Gerace el 7 de mayo. En el combate
encontró la muerte Malaceno y Pascual logró escapar a duras penas. Tras la
victoria se reinició el asedio a Gerace interrumpido el año anterior pero de nuevo
no llegó a su término por la llegada en verano del asekretis Juan Pilato venido de
Constantinopla para tratar de la paz. En el acuerdo posterior los bizantinos
debieron aceptar la construcción de una mezquita en Reggio obligándose a
respetar sus actividades y reconociendo el derecho de asilo en ella para los
refugiados musulmanes que pudiera haber en la región. De cualquier modo esta
tregua no detuvo los ataques de los piratas que siguieron azotando la región y en
algunos casos obligando a las poblaciones de algunas villas a huir hacia el norte
en busca de condiciones de subsistencia más seguras.

En estos años el thema de Longobardia había sido atacado repetidas veces


por los húngaros. Hacia 938 habían sometido a tributo al monasterio de
Montecassino y sembrado el terror en la región de Salerno. En 947 volvieron a

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Italia Bizantina
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hacer su aparición en Apulia llegando en sus incursiones hasta Otranto.


Posiblemente la acción combinada de sus ataques y la miseria provocada en las
poblaciones locales supuso un acicate para la renovación de las contiendas civiles
en la región con el estallido de nuevos conflictos entre las autoridades bizantinas
y la población lombarda. Tenemos noticias de una sangrienta revuelta en Bari en
946 y entre ese año y 950 Ascoli y Conversano se declararon en rebeldía y
cerraron sus puertas a los funcionarios imperiales. La respuesta fue la
organización de una nueva expedición.

En 955 llegó a la península el anthypatos y patricio Mariano Argiro con


tropas tracias y macedónicas. Su misión, además de vengar la derrota ante los
árabes en Calabria, era la de someter de nuevo a la autoridad imperial a Nápoles,
cuyo duque Juan había establecido una alianza con Capua y Benevento. El
patricio, investido de la autoridad absoluta en Italia como lo atestigua su título
de estratego de Calabria y Longobardia, se dirigió desde Otranto al encuentro de
los napolitanos mientras una flota al mando de Crambeas y Moroleon avanzaba a
lo largo del Tirreno sirviéndole de apoyo. A su paso por Campania Mariano
Argiro entabló contacto con Gisulfo, príncipe de Salerno, que en 956 retomó
nuevamente el título de patricio y una vez ante Nápoles la sometió por la fuerza
imponiendo la renovación de los antiguos juramentos de fidelidad al Imperio.
Tras restablecer la situación en el norte Argiro regresó para enfrentarse a los
árabes. Un nuevo ejército sarraceno al mando de Ammar, un hermano de Al
Hassan, acantonado en Palermo desde el invierno de 956, se preparó para pasar
en la primavera del año siguiente a Calabria pero su acción fue retrasada por las
operaciones del protokarabos Basilio que al mando de una pequeña fuerza naval
destruyó la mezquita de Reggio y hostigó las costas sicilianas llegando a tomar
Termini. En 958 por fin los dos hermanos reunieron sus tropas y se dispusieron a
pasar al continente. Sin embargo no se conoce bien cómo terminó la campaña
pues las fuentes griegas hablan del retorno apresurado de los árabes a Sicilia y
las crónicas musulmanas celebran una victoria sobre Mariano Argyro y el envío
de numerosos prisioneros a Sicilia. Durante su regreso la flota árabe se vio
sorprendida por un temporal en el que perdió la vida Ammar. Pronto se acordó

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Italia Bizantina
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una nueva tregua que duraría hasta la época de la desastrosa expedición a Sicilia
ya durante el reinado de Nicéforo Focas pero la paz llegaba tarde para Calabria.
Los testimonios de los contemporáneos hablan de un país despoblado por las
invasiones y arrasado por la depredación que obligó incluso a la marcha de
muchos de los ascetas y monjes moradores de las cavernas que allí estaban
asentados.

Tras la llegada de la paz a Italia meridional llegó la hora de que Bizancio


volviese su mirada sobre Sicilia. La isla había sido teatro de continuos combates
desde principios del siglo IX y su control por parte de los árabes condicionó
siempre la vida de las provincias italianas del continente. Con la llegada de un
gobierno decidido a pasar a la ofensiva quizá el Imperio podría recobrar las
posesiones tanto tiempo perdidas y afirmar así su dominio en el Mediterráneo
occidental.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

La lucha por Sicilia


Aunque los árabes comenzaron la conquista de Sicilia durante el reinado de
Miguel II su presencia se había hecho notar desde mucho antes y ya a mediados
del siglo VII las costas sicilianas vieron aparecer los primeros barcos
musulmanes. En 652 una flotilla proveniente de Siria al mando de Moawya Ibn
Hodaig fue la primera en explorar las posibilidades que la gran isla ofrecía. La
expedición fue un simple tanteo y tras enfrentarse a las tropas del exarca
Olimpio se retiraron sin ser molestadas. Una nueva expedición llegó esta vez
desde Alejandría en 669 con casi 200 barcos, aprovechando la confusión tras el
asesinato de Constante II en Siracusa el año anterior. Tras saquear el país y
obtener un rico botín regresó a su base nuevamente sin tropiezos. La buena
fortuna de las empresas realizadas movió a los gobernantes en Egipto a preparar
una base adecuada para sostener nuevas campañas y en 700 la isla de Cossyra
(Pantelaria) a 60 millas de Sicilia se convirtió en la cabeza de puente de la
ofensiva sobre la isla. Durante la primera mitad del siglo VIII los ataques fueron
constantes, aunque hacia mediados de siglo se alcanzó una situación de tregua.
En 805 el gobernador de África Ibrahim Ibn al Aglab acordó con el patricio de
Sicilia Constantino una tregua de diez años, aunque la inestabilidad política en
África del Norte, con los Idrisíes tomando el poder en Túnez y Tripolitania y los
Omeyas españoles saqueando las islas de Córcega y Cerdeña convirtieron la
tregua en ineficaz. Afortunadamente para los intereses bizantinos omeyas,
idrisíes y aglabíes estaban demasiado ocupados luchando entre sí para formar un
frente común.

En 813 Abu’l Abbas, hijo de Ibrahim, acordó una nueva tregua de diez años
y un intercambio de prisioneros con el patricio Gregorio. En el tratado también se
examinó la cuestión de la seguridad de los mercaderes griegos y árabes que en
flujo continuo circulaban entre Sicilia y África, pero a pesar de estos acuerdos las
incursiones árabes se reanudaron en la década de 820 con el resultado de logros

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Italia Bizantina
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territoriales permanentes. En opinión de Treadgold la defensa de Sicilia en estos


años estaba a cargo de un destacamento no superior a 1000 soldados apoyados
por una fuerza de similar porte en Calabria. Las fuerzas navales del thema
debían ser también de tamaño modesto, posiblemente una decena de barcos.

El desencadenante último de la invasión de la isla en 827 fue la disputa


entre el estratego de Sicilia Constantino Sudes y el turmarca Eufemio. Éste
último, al mando de los destacamentos de la flota apostados en la isla, se había
rebelado en 826 contra el gobierno imperial. Eufemio se había destacado poco
antes al realizar exitosas incursiones en la costa africana en el transcurso de las
cuales había logrado apresar varios mercantes y apoderarse de un cuantioso
botín y numerosos prisioneros. En esos momentos Constantino Sudes recibió
órdenes de Constantinopla para detener a Eufemio y someterlo a juicio (las
fuentes griegas explican esa orden repentina aludiendo a una trama novelesca
según la cual Eufemio había raptado dos o tres años antes a una monja y la había
forzado a casarse con él. Las quejas de sus familiares ante el emperador llevaron
a una investigación a cargo del patricio de Sicilia que supondría para Eufemio, en
caso de confirmarse su culpabilidad, la pérdida de su nariz. Conocedor del
peligro, Eufemio expuso la causa ante sus hombres y la flota, que le apoyaba, se
declaró por su causa. En opinión de Vasiliev las causas deben verse más bien en
el aprovechamiento por parte de Eufemio de la revuelta de Tomás el Eslavo y el
ataque musulmán a Creta que favorecieron sus propios proyectos, sin duda
meditados desde tiempo atrás).

Cuando el turmarca tuvo noticias de lo que se preparaba contra él se decidió


a tomar la iniciativa atacando Siracusa. Tras conocer la toma de la ciudad
Constantino Sudes se dirigió a su encuentro pero fue vencido y tuvo que
refugiarse en Catania. Acosado por su rival intentó huir pero pronto fue hecho
prisionero y muerto. Tras su victoria Eufemio se proclamó emperador a finales de
826 y empezó a organizar el gobierno de la isla apoyándose en sus partidarios.
Confió el control de la región occidental a uno de sus oficiales llamado Platón, el
Palata de las fuentes árabes, seguramente con la esperanza de que pudiese

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Italia Bizantina
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atraer a la causa a su primo hermano Miguel, que era gobernador de Palermo en


esos momentos. Pero los cálculos de Eufemio se demostraron erróneos cuando
Platón se mostró más que dispuesto a cambiar de bando y formar de nuevo bajo
la insignia imperial y no dudó en reunir un ejército para enfrentarse a su antiguo
comandante. En el combate que siguió Eufemio fue derrotado y fue expulsado de
Siracusa desde la que tuvo que reembarcarse con lo que le quedaba de sus tropas
y zarpó hacia África. En su desesperación pidió auxilio al emir de Kairuán
Zidayat Ala prometiendo reconocer su soberanía y compartir con él las rentas de
la isla. Tras consultar con su corte el emir se decidió por enviar una expedición al
mando del qadi Abu Abdala Asad Ibn al Furat Ibn Sinan. La flota comprendía
entre 70 y 100 barcos y transportaba a 1000 infantes y 700 caballos sin contar
con las fuerzas de Eufemio. Ambas armadas se reunieron en la bahía de Susa el
14 de junio de 827 y al cabo de tres días alcanzaron el punto más cercano de
Sicilia, la villa de Mazara, donde Eufemio tenía partidarios, evitando pasar junto
a Lilibeo que se encontraba bien fortificada. Los destacamentos de vigilancia en
la zona opusieron una débil resistencia y las tropas de Asad pudieron capturar a
los soldados con facilidad aunque éstos fueron liberados en breve cuando
prudentemente se declararon partidarios de Eufemio. En cualquier caso Asad
desconfiaba de sus aliados y le pidió a Eufemio que él y sus hombres se
mantuvieran al margen de los combates que iban a tener lugar, no sin antes
haber recomendado a su aliado que utilizase algún distintivo en su vestimenta
para evitar ser confundido otra vez con las tropas imperiales.

Entretanto Platón seguía ejerciendo el mando en la isla y a la espera de


refuerzos que no acababan de llegar se decidió por reunir todas las tropas
posibles y marchar al encuentro de los invasores. Llegado a mediados de julio a
la llanura de Balata (en opinión de Amari a la salida de Mazara en dirección a
Marsala) allí se trabó de inmediato una reñida batalla de la que salieron
vencedores finalmente las tropas de Asad. Según los árabes los bizantinos
huyeron en dirección a la plaza de Enna y dejaron el camino libre a la
penetración de los invasores en el interior de la isla. Por su parte Platón pasó a

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Italia Bizantina
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Calabria con el propósito de reunir más tropas pero fue asesinado antes de poder
regresar a la isla.

Asad no perdió tiempo en reemprender la marcha. Tras dejar custodiada


Mazara partió en dirección a Siracusa siguiendo la costa sur de la isla. En su
camino pasó por Licata y poco después salieron a su encuentro embajadores
griegos con la promesa de un tributo y la petición de que detuviese su avance.
Asad consintió en detenerse durante unos días por su necesidad de reagrupar sus
tropas aún a sabiendas de que la tregua era aprovechada por sus enemigos para
fortificar Siracusa, reunir víveres y poner a salvo bienes y tesoros. En breve los
siracusanos se negaron a pagar el resto del tributo acordado alentados en secreto
por Eufemio que les animaba a ofrecer resistencia a unos árabes más poderosos
de lo conveniente para sus propósitos. Ante estas circunstancias Asad optó por
reemprender la marcha y tras saquear el país llegó ante los muros de Siracusa y
la bloqueó por mar y tierra a la espera de refuerzos de África. La falta de víveres
en el campamento árabe provocó un amago de motín que fue sofocado
autoritariamente por Asad. Entretanto ambos bandos estaban recibiendo
refuerzos. De África llegaron contingentes nuevos que se vieron aumentados con
la aparición de los futuros conquistadores españoles de Creta. Por su parte el
emperador consiguió convencer al Dogo veneciano Justiniano Partecipazio para
que acudiera en auxilio de la ciudad con sus barcos de guerra. Pronto tuvo lugar
un nuevo enfrentamiento ante los muros de Siracusa en el que el uso de un foso
por parte de los árabes provocó un gran revés para las tropas bizantinas
conducidas por el comandante de la guarnición de Palermo. Tras esa victoria el
cerco a Siracusa se hizo más estrecho a finales de 827 y las condiciones de los
asediados más penosas hasta el punto de iniciar conversaciones con los árabes
que fueron rechazadas por éstos ante la esperanza de un rico botín no limitado
por ninguna capitulación pactada. Finalmente los siracusanos se vieron
favorecidos por un golpe de fortuna en el momento de mayor peligro. La falta de
alimentos entre los árabes apostados ante los muros de Siracusa afectó
gravemente la moral musulmana y facilitó un brote epidémico en el campamento
que terminó por cobrarse la vida de Asad a comienzos del verano de 828. Sin

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

tiempo de consultar a Cairuán el ejército escogió como jefe a Mohamed Ibn Abi’l
Gawari. En ese momento, cuando Siracusa parecía al alcance de la mano,
aparecieron ante la costa los barcos de la flota enviada por el emperador en
auxilio de la ciudad. Esta vez el gobierno imperial era consciente del peligro de la
situación y de lo difícil que sería recuperar Siracusa si los árabes llegaban a
apoderarse de ella por lo que se habían reunido todos los medios navales posibles
incluyendo la flota de los Cibyrreotas con su estratego Cratero al frente. Con ellos
llegaban otra vez los venecianos a los que se había recurrido nuevamente tras el
fracaso anterior.

Habiéndose convertido de asediantes en asediados, debilitados por el


hambre y la enfermedad y a la vista de una flota mucho mayor que la suya el
ejército árabe sólo pensó en regresar a África por lo que procedieron de inmediato
a embarcarse e intentaron salir por la estrecha bocana de la bahía. La flota
imperial maniobró para cerrar el paso y atrapó a sus adversarios dentro. Ante la
imposibilidad de poder forzar el paso a mar abierto los árabes optaron por
quemar sus embarcaciones e internarse en la isla.

El ejército musulmán se dirigió hacia el noroeste guiado por Eufemio y en su


camino tomó la localidad de Mineo, a un día de marcha de Siracusa. Otro
destacamento se apoderó de Agrigento, en la costa meridional. Mientras tanto la
gran flota imperial había tenido que zarpar de nuevo ante la acuciante necesidad
de hacer frente al ataque de Abu Hafs en Creta con lo que Sicilia volvió a quedar
abandonada a sus propios medios. Mientras tanto los árabes seguían
progresando. Tras dejar guarnición en Mineo siguieron ruta hasta llegar a la
gran fortaleza natural de Enna (la futura Castrogiovanni). Las negociaciones
fueron confiadas a Eufemio al que los lugareños prometieron someterse si alejaba
a los árabes de su tierra. Cuando el antiguo turmarca acudió con algunos de sus
hombres al lugar convenido para la entrevista la delegación de la ciudad
repentinamente se arrojó sobre él y lo acuchilló hasta la muerte. Seguramente los
árabes no lamentaron mucho la muerte de su aliado pero este acto presagiaba un
restablecimiento de la confianza de la población en la pronta llegada de refuerzos.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

A comienzos de la primavera de 829 el emperador envió al patricio Teodoto,


que posiblemente había sido anteriormente estratego de Sicilia y conocía por
tanto la región, con parte de la flota imperial ya que los Cibyrreotas estaban
fuera de combate por un tiempo tras su derrota en Creta en el otoño anterior.
Tras desembarcar, Teodoto condujo a sus tropas directamente contra los árabes,
que todavía estaban en los alrededores de Enna. Los bizantinos atacaron pero
fueron derrotados por sus rivales y padecieron muchas bajas además de la
captura de 90 oficiales de alto rango. Tras su derrota Teodoto tuvo que refugiarse
en la fortaleza pero su habilidad le permitió a partir de entonces conducir una
inteligente táctica de acoso a los asediantes que le reportó buenos resultados.
Tras emboscar a una partida y derrotarla los hombres de Teodoto fueron capaces
al día siguiente de vencer al ejército árabe que se había apostado ante la ciudad
para vengar las pérdidas de la jornada anterior. Tras causar muchas bajas a sus
enemigos los bizantinos pudieron rechazarlos hasta su campamento y asediarlo.
Desprovistos de víveres para resistir por mucho tiempo los africanos intentaron
un ataque nocturno pero sólo consiguieron ser destrozados por los imperiales que
aguardaban el asalto. Los árabes, que ya habían perdido a su jefe Abi’l Gawari
durante el sitio, se decidieron finalmente por abandonar el campamento y
refugiarse en Mineo mientras la guarnición de Agrigento, incapaz de sostenerse,
desmanteló la posición y se retiró a Mazara. Así en el otoño de 829 los árabes sólo
retenían en su poder dos localidades en Sicilia y su amenaza parecía estar
conjurada. Sin embargo ese mismo año falleció el emperador Miguel II y con el
reinado de su hijo Teófilo volvió a empeorar la situación para Bizancio en la isla.

En el verano de 830 Sicilia fue atacada por una poderosa flota española que
se unió a los refuerzos de África del norte. Se trataba de entre 20.000 y 30.000
hombres transportados por 300 barcos. Los españoles llegaban con la intención de
saquear, sin intención de coordinarse con sus hermanos de fe africanos. Al mando
de Asbag Ibn Wakil entraron en contacto con los árabes de Sicilia que les
propusieron una acción común contra los griegos, lo que fue aceptado por los
españoles a condición de que Asbag fuese nombrado comandante en jefe y que los
sicilianos les proporcionasen caballos, todo lo cual fue aceptado.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

El primer movimiento de los recién llegados fue acudir en socorro de Mineo,


que seguía siendo asediada por Teodoto. Enfrentados a una fuerza muy superior
los bizantinos tuvieron que retirarse a Enna en agosto de 830 mientras Asbag y
sus hombres entraban en Mineo en medio del regocijo de los asediados. Tras
destruir la plaza el jefe árabe llevó todas sus tropas al asedio de otra ciudad en el
este, probablemente Caloniana (actual Caltanisetta). Pero al igual que sucediera
en Enna y en Siracusa otra epidemia en el campamento volvió a causar la muerte
del comandante en jefe, y aunque los hombres de Asbag fueron capaces de tomar
la ciudad en el otoño de ese año decidieron finalmente la retirada. Era la ocasión
que estaba esperando Teodoto. En una serie de combates de retaguardia provocó
tan gran número de bajas entre los árabes en retirada que forzó a los hispanos
supervivientes a reembarcar en sus navíos en Mazara y desde allí tomar rumbo
en dirección a la península. Desgraciadamente en estos combates también
Teodoto cayó muerto con lo que en enero de 831 ambos bandos se encontraron sin
jefes y Sicilia libre de árabes con la excepción del norte, donde seguían los
combates.

Porque entre tanto los árabes africanos durante el mes de agosto de 830
habían puesto sitio a Palermo. La ciudad luchaba sola porque el emperador
Teófilo no había sido capaz de enviar barcos en socorro de la plaza a causa de las
pérdidas sufridas en los dos últimos años y las luchas que los Cibyrreotas estaban
librando contra los árabes cretenses en el Mediterráneo oriental. Tras un penoso
sitio que se había prolongado durante más de un año Palermo capituló a
principios de septiembre de 831 cuando los víveres se agotaron al igual que la
esperanza de ayuda desde el exterior. Su gobernador, posiblemente el espatario
Simeón, y el obispo Lucas con otros personajes distinguidos y posiblemente los
restos de la guarnición pudieron abandonar la ciudad con sus bienes y regresar a
Constantinopla mientras que el resto de la población, que había quedado
reducida a menos de 3.000 almas, fue considerada como botín de guerra y
enviada a la esclavitud.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Palermo fue la primera ciudad importante en Sicilia conquistada por los


árabes y proporcionó una base sólida para la expansión por el interior. El emir
africano envió en marzo de 832 un nuevo gobernador a la isla aunque las
discordias políticas entre árabes africanos y españoles que siguieron en los dos
años siguientes permitieron un cierto respiro para Bizancio mientras unos
reafirmaban sus conquistas y otros se preparaban para dar una respuesta, pues
en este espacio de tiempo los combates se redujeron al área de Enna donde estaba
agrupada la mayor parte de las fuerzas griegas en la isla.

Al comienzo de 834 Abu Fihr, el nuevo gobernador de la parte musulmana


de la isla, salió en expedición hacia Enna y tras derrotar a los bizantinos les
obligó a refugiarse en la fortaleza. En el curso de un año volvió a vencer en otros
dos encuentros campales. Tras regresar a Palermo el gobernador envió
destacamentos en todas direcciones para saquear y hostigar al enemigo. La
buena fortuna de Abu Fihr se detuvo aquí pues en ese mismo año 835 fue
asesinado durante una revuelta por algunos de sus propios hombres que
buscaron refugio entre los bizantinos. Su sucesor inmediato, Ibn Ya’qub, volvió a
derrotar ante Siracusa y Enna a los imperiales y dejó su cargo en septiembre
ante la llegada de Abu’l Aglab, primo del propio Ziyadat Ala. La llegada del nuevo
gobernador coincidió con la aparición en aguas sicilianas de una nueva flota
arribada desde Constantinopla. Los navíos griegos se enfrentaron a los barcos del
recién llegado hundiendo o capturando muchos antes de que los restantes se
pudieran poner a salvo en Palermo el 12 de septiembre. Abu’l Aglab sin embargo
contaba con medios para contestar este ataque e hizo zarpar a todos los navíos de
puerto para enfrentarse a la flota imperial. En el combate naval que siguió los
árabes lograron derrotar decisivamente a los griegos y tomaron varias presas.
Para vengar la derrota anterior el gobernador ordenó que se decapitara de
inmediato a todos los prisioneros. Tras restablecer la fortuna de sus armas Abu’l
Aglab ordenó un ataque por mar a la isla de Pantelaria y otro terrestre sobre
Taormina, donde sus hombres tomaron prisioneros, quemaron cosechas y se
apropiaron de un cuantioso botín. En adelante el gobernador se mostró muy
activo especialmente contra la fortaleza de Enna que se había convertido en un

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

objetivo primordial para los árabes y hacia la cual dirigieron repetidos ataques en
estos años. En 837 se le puso de nuevo sitio y durante el invierno un ataque por
sorpresa a través de un pasaje mal guardado permitió a los musulmanes hacerse
dueños de la ciudad y asediar a los defensores en la ciudadela. Los griegos
iniciaron negociaciones y aceptaron el pago de un enorme tributo a condición de
que los árabes abandonaran la ciudad, cosa que hicieron regresando a Palermo
cargados con un gran botín.

En la primavera del año 838, tras un largo período sin respuesta ante las
acometidas musulmanas en Sicilia, el gobierno de Constantinopla envió su
respuesta a Sicilia con la expedición conducida por el futuro yerno del emperador,
el césar Alejo Mosele. Era éste un armenio que había hecho una rápida y
brillante carrera recibiendo sucesivamente los títulos de patricio, anthypatos y
magistros. Tras ser prometido con María, hija de Teófilo, fue proclamado césar y
como tal considerado como posible sucesor aunque las sospechas que recaían
sobre él y que lo señalaban como alguien que ambicionaba el trono hacen pensar
que Teófilo deseaba probar a Alejo o en cualquier caso alejarlo de Constantinopla.
Tras haber combatido contra los eslavos en Tracia durante 836 fue encargado al
año siguiente de preparar una expedición a occidente con la misión de restablecer
la situación en Sicilia. Tras desembarcar obligó a los árabes a abandonar el sitio
de Cefaledio, una plaza al este de Palermo. En los siguientes meses Mosele
consiguió nuevas victorias aunque no demasiado significativas pero pronto el
ímpetu de la ofensiva se estancó y la llegada de refuerzos árabes dio la vuelta a la
situación. Además Alejo pronto se encontró con dificultades por las intrigas
locales. Fue acusado por algunos sicilianos ante el emperador de parlamentar con
los árabes y de conspirar contra el emperador y la muerte de su prometida
debilitó todavía más su posición. Pronto Teófilo ordenó a Mosele que regresase a
Constantinopla y para ello en 839 se envió con esta misión al arzobispo Teodoro
Critinos como portador de un salvoconducto para Alejo. Mosele aceptó la garantía
y emprendió el regreso a la capital. Cuando el general hizo su entrada en la
capital fue azotado, arrestado y sufrió la confiscación de sus bienes. Teodoro, que
acusó al emperador de haber jurado en falso fue desterrado aunque en breve

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

ambos fueron rehabilitados en su posición gracias a la mediación del patriarca


Juan el Gramático. El césar empleó su recién recuperada fortuna en construir un
monasterio donde se retiró a vivir el resto de su vida.

Simultaneamente a sus operaciones contra Enna los árabes habían puesto


sitio a la fortaleza de Cefalú en la costa norte a 48 millas al este de Palermo. En
la primavera de 838 mientras se alargaba el asedio llegaron refuerzos navales
desde Constantinopla que obligaron a los árabes a abandonar el sitio. La muerte
en esas mismas fechas de Ziyadat Ala tuvo como resultado una pausa en la
ofensiva árabe en la isla pero en los últimos años del reinado de Teófilo la
situación empeoró rápidamente para Bizancio. En 840 cayeron sucesivamente
Platani, Caltabellotta, Corleone y Gerace entre otras. A la muerte de Teófilo a
principios de 842 la parte occidental de la isla estaba ya en poder de los árabes. A
finales de ese mismo año o comienzo de 843 se inició el ataque al extremo este con
el asedio de Messina. En estas operaciones los árabes se vieron auxiliados por sus
aliados napolitanos. Atacada por mar y tierra la ciudad tuvo que capitular y pasó
a poder de los musulmanes. El avance continuó por la costa en dirección sudeste
y en el año 845 le tocó el turno a la fortaleza de Modica. En ese año, tras la paz en
Asia con los árabes orientales, la emperatriz Teodora pudo enviar algunos
refuerzos a Sicilia. Estas tropas, provenientes del thema de Carsiano trabaron
combate en las cercanías de la villa sureña de Butera pero fueron batidas por
Abu’l Aglab y sufrieron la pérdida, al decir de las crónicas árabes, de más de
10.000 hombres. Animados por este éxito los árabes sicilianos continuaron su
avance y en 846/847 le llegó el turno a la fortaleza de Leontinos, entre Catania y
Siracusa. Los reveses para las armas imperiales se sucedieron en los años
siguientes. En 849 los bizantinos intentaron una operación por sorpresa en la
bahía de Mondello, a 8 millas de Palermo. Con la ayuda de10 chelandia se inició
un desembarco pero las tropas se desorientaron y debieron regresar a los barcos.
En el camino de regreso una tormenta sorprendió a la escuadrilla y hundió siete
barcos. En 850 un nuevo ataque sobre Enna llevó a su saqueo y quema. Y en 852
y 853 le tocó el turno al sudeste con la devastación de los alrededores de Catania,

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Siracusa, Noto y Ragusa. Ante la fortaleza de Butera los árabes consiguieron la


devolución de 6.000 prisioneros de guerra que fueron conducidos a Palermo.

En los años siguientes se repitieron metódicamente los ataques y


devastaciones anuales sobre el territorio controlado por los griegos. Tras un par
de encuentros navales con victorias alternas en el invierno de 859 cayó por fin la
fortaleza de Enna, donde hasta entonces se encontraba la residencia del
gobernador imperial en la isla. Ayudados por un prisionero 2.000 jinetes
conducidos por el gobernador Al Aglab, sucesor de Abu’l Aglab en 851, penetraron
en la fortaleza por sorpresa y tomaron la ciudad el 23 de enero.

La caída de Enna obligó al emperador Miguel III a enviar de inmediato


refuerzos a la isla. Una gran flota de 300 chelandia al mando del patricio
Constantino Contomités llegó a Sicilia en otoño de ese año. En la gran batalla
naval que se trabó ante Siracusa los bizantinos fueron derrotados con la pérdida
de más de cien naves, pero a pesar de la derrota la noticia de la llegada de
refuerzos animó a muchas poblaciones de la isla que habían capitulado ante los
musulmanes a tomar las armas de nuevo. Tal fue el caso de Sutera, Avola,
Platani, Caltabellotta y Calttavuturo en el sudoeste de la isla. Pero la reacción de
Al Aglab fue rápida y tras batir a una parte del ejército expedicionario en Cefalú
obligó a éstos a reembarcarse en Siracusa, lo que permitió tiempo para la
fortificación de la preciada posición de Enna.

En la década de 860 la ofensiva árabe se centró en la región de Siracusa, la


plaza más importante todavía en poder de los bizantinos. En febrero o marzo de
864 cayó Noto, que fue perdida y recuperada otra vez dos años más tarde. En 867
el gobernador Jafaga Ibn Sufyan se puso en marcha otra vez contra Siracusa y
Catania en unos momentos en los que las bandas árabes recorrían sin oposición
toda Sicilia.

La llegada al trono de Basilio I intensificó la intervención bizantina en Italia


y tras las actividades de la flota en el Adriático un destacamento apareció en
aguas sicilianas en 868. Tras desembarcar se enfrentó a las tropas de Jafaga y

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

fue derrotado por completo dejando en manos del enemigo bagajes, armas y
caballos en abundancia. Animado por esta victoria Jafaga envió a su hijo
Mohamed a la península y donde saqueó los territorios de Gaeta antes de
regresar a Palermo.

A comienzos de 869 Jafaga realizó la primera tentativa seria para


apoderarse de Taormina que terminó en fracaso ante la descoordinación de los
atacantes que ya habían logrado apoderarse a traición de una de las puertas.
Pocos meses después sus tropas fueron derrotadas por los bizantinos cerca de
Siracusa. Deseoso de vengar el revés el propio Jafaga condujo a sus tropas para
asediar la ciudad pero en junio inició su regreso a Palermo. Fue su última
empresa pues en el camino de vuelta fue asesinado por un bereber de su ejército,
posiblemente sobornado por los bizantinos que deseaban a toda costa eliminar a
un enemigo temible por su actividad.

Durante el breve gobierno de su hijo Mohamed (muerto el 27 de mayo de


871 por sus eunucos) Malta fue conquistada con lo que todas las islas cercanas a
Sicilia pasaron a control musulmán. Pantelaria había sido tomada ya alrededor
de 700. Las Égadas pasaron a sus manos en los primeros años de la conquista y
en 836 una flota había saqueado ya las Lipari, donde se guardaban los venerados
restos de San Bartolomé, lo que llevó al gobernador de Benevento a ordenar a los
amalfitanos que enviasen navíos a las islas para recoger las reliquias y
transportarlas a Benevento. Malta, una posición estratégica de primer orden, fue
tomada en 869 por un destacamento naval a las órdenes de Ahmed ben Omar.
Los bizantinos corrieron al rescate y pusieron sitio a la guarnición musulmana
pero un ejército enviado desde Sicilia sorprendió a los imperiales el 29 de agosto
de 870 y aseguró el dominio de la isla.

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Roberto Zapata Rodríguez

Siracusa capturada

Durante los primeros años de la década de 870 la inestabilidad política en la


Sicilia musulmana había impedido la realización de acciones de relieve. Sin
embargo las continuas campañas durante decenios habían reducido las
posesiones bizantinas en Sicilia a Siracusa y Taormina, siendo especialmente
importante la primera por su tamaño, la calidad de sus fortificaciones y su
excelente puerto. Los árabes sicilianos eran conocedores de ello y desde los
primeros años del reinado de Basilio centraron sus ataques en la gran ciudad
portuaria. Las intentonas de 868, 869 y 873 acabaron en fracaso debido a la
carencia de los medios adecuados para tan gran empresa, a la discordia política
interna que trababa cualquier acción de relieve y al escaso apoyo prestado por los
gobernadores aglabíes de África del Norte.

Esta situación cambió con el nombramiento de Ibrahim b. Ahmed como


nuevo soberano africano. Decidido a solucionar definitivamente el problema que
Siracusa planteaba ordenó el envío de la flota africana a la isla para actuar de
común acuerdo con las tropas sicilianas. Las operaciones militares fueron
dirigidas por el nuevo gobernador Ga’far b. Mohamed, que comenzó su mandato
en 877 con una expedición para saquear las cosechas en los alrededores de
Siracusa, Catania, Taormina y Rametta. Tras estos movimientos preliminares
sus tropas avanzaron hasta ocupar los suburbios exteriores de Siracusa y desde
agosto de ese año se estableció el asedio de la ciudad por mar y tierra. Los
defensores estaban bien pertrechados para resistir, pero esta vez sus atacantes
llegaban decididos y preparados para vencer. Entre sus armamentos destacaban
gran número de máquinas de asedio, alguna de las cuales por su tamaño y
terribles efectos destructores causó gran pavor entre los defensores. Una vez
completado el cerco los atacantes comenzaron a bombardear la ciudad día y noche
sin dejar respiro a los siracusanos.

Frente a esta amenaza manifiesta sorprende comprobar que el gobierno


imperial reaccionó de un modo muy ineficaz. Sólo unos cuantos barcos de guerra

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Italia Bizantina
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se acercaron hasta el puerto pero la flota árabe apostada allí los pudo rechazar
sin esfuerzo. En aquellos momentos las galeras que hubieran debido acudir a
toda vela al socorro de la ciudad estaban siendo empleadas en la capital en el
transporte de materiales para la construcción de la Nea, la nueva iglesia
dedicada al Salvador, a los Archiestrategas y a San Elías. El retraso en disponer
de estos barcos para su envío a occidente fue fundamental para provocar la
pérdida de Siracusa, aunque algunos autores como Vogt achacan el retraso de la
flota a la desidia de su comandante. Otros autores aducen también que la
necesidad de vigilar Chipre, recuperada recientemente, distrajo medios navales
que hubieran podido ser empleados en Sicilia.

Por fin parte de la flota imperial al mando de Adriano fue enviada en auxilio
de Siracusa pero aquel, una vez llegado a Monemvasia se detuvo durante largo
tiempo en su puerto de Hierax a la espera de vientos favorables para cruzar a
Sicilia. La noticia de la caída de la ciudad sorprendió a la flota todavía en aguas
de Grecia.

Mientras tanto en el interior de la ciudad sitiada los efectos del sitio se


estaban haciendo notar en la disminución paulatina de las reservas de víveres.
Como relata Vasiliev siguiendo las noticias transmitidas por el monje Teodosio,
presente en la ciudad en la época del sitio:

“Los precios de los alimentos subieron: el celemín de trigo cuando se podía encontrar,
costaba 150 sous de oro, el celemín de harina más de 200; había que pagar un nomisma por dos
onzas de pan; un buey destinado a la carnicería costaba 300 sous de oro y se pagaba de 15 a 20
nomismas por una cabeza de caballo o de asno. No quedaban aves de corral ni aceite ni frutos
secos, tampoco había queso, legumbres o pescado. La gente comenzó a comer hierba, pellejos de
animales, huesos pelados que encontraban en la fuente de Aretusa e incluso, de creer a Teodosio, se
comían los cadáveres de los muertos y de los niños. El hambre, a causa del recurso a tales extremos
para calmarla, provocó una epidemia que hizo morir a los siracusanos a millares.”

Ante tal situación la defensa comenzó a debilitarse. Los árabes, dueños de


los accesos por mar, destruyeron las fortificaciones que defendían la entrada a los
dos puertos de Siracusa, las llamadas braquiolia. En medio de continuos

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Italia Bizantina
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bombardeos una de las grandes torres en el puerto grande se derrumbó y al cabo


de cinco días buena parte del lienzo de muralla que la rodeaba se vino abajo
provocando una gran brecha en el sistema defensivo. A partir de entonces los
ataques se concentraron en ese punto frente a unos defensores que combatieron
con heroísmo durante veinte días y sus noches en medio de un campo de batallas
sembrado de muertos.

En la mañana del 21 de mayo de 878, en un momento de tranquilidad


durante el cual el patricio y buena parte de la guarnición se había retirado de las
murallas para un breve reposo, los árabes comenzaron un violento bombardeo con
sus máquinas de asedio. En ese instante sólo estaba en la brecha un pequeño
destacamento al mando de un oficial llamado Juan Patriano. Un impacto
afortunado tronzó la escala de madera que comunicaba la zona de la brecha con
la torre derruida y dejó aislados a los defensores. Ante el tumulto el patricio, que
en esos momentos estaba tomando un bocado se levantó apresuradamente y
corrió a toda prisa hacia las murallas pero llegó tarde para evitar el daño. Los
asaltantes habían llegado ya a la brecha y aniquilaron a los hombres de Patriano,
que murió combatiendo allí mismo. Tras eliminar esa resistencia inicial los
árabes se desplegaron en el interior de la ciudad. Un pequeño grupo de
defensores intentó organizar la resistencia creando una barrera cerca de la
iglesia de San Salvador pero pronto fueron aniquilados. Tras derribar las puertas
del edificio los atacantes se precipitaron sobre una multitud de refugiados que en
su interior había y los mataron a todos. El patricio, que se había encerrado en
una torre con 70 soldados, intentó resistir durante algún tiempo más pero al día
siguiente tuvo que rendirse y al cabo de una semana fue ejecutado. La dignidad
con la que se comportó en sus últimos momentos impresionó incluso al
comandante árabe Abu Ishaq, chambelán del emir aglabí. Los soldados que
habían sido hechos capturados con el patricio junto con otros prisioneros fueron
llevados a las afueras para ser muertos a pedradas y a lanzazos. Uno de los
defensores llamado Nicetas de Tarso, que había llegado a ser muy conocido de los
musulmanes durante el sitio por sus insultos al Profeta fue torturado hasta la
muerte con gran crueldad por sus captores.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

El propio Teodosio, autor de una carta sobre la toma de Siracusa, sufrió la


suerte del cautiverio. Él mismo nos hace saber en su obra que se encontraba con
el obispo Sofronio en la iglesia en el momento en que se produjo el ataque.
Cuando llegó la noticia de la caída de la ciudad el pánico se apoderó de los
presentes. Mientras los asaltantes saqueaban los barrios cercanos el obispo,
Teodosio y otros dos eclesiásticos se deshicieron de sus ropajes y se refugiaron en
el altar donde se pidieron perdón de sus pecados temiendo llegada su última
hora. Por fin los soldados árabes hicieron su entrada en la iglesia con las espadas
desenvainadas. Uno de ellos se acercó al altar y vio a los religiosos orando.
Reconociendo entre ellos al obispo se abstuvo de atacarles y preguntó dónde se
encontraba la sacristía en la que sabía se guardarían los ornamentos sagrados de
mayor valor. Sin sufrir otro mal que el pillaje de los vasos sagrados y demás
objetos preciosos los cautivos fueron conducidos a través de la ciudad hasta ser
conducidos ante el emir que se había establecido en una iglesia y fueron luego
encerrados en una cámara pequeña y sucia.

La ciudad padeció terriblemente el saqueo tras los nueve meses de sitio. Se


calcula un total de 4.000 muertos en las ejecuciones inmediatamente posteriores
a la conquista además de un enorme botín que pasó a manos de los vencedores.
Sin embargo no todos los defensores sufrieron la triste suerte de su comandante
en jefe. Algunos mardaítas del Peloponeso y otros soldados que estaban en la
ciudad en esos momentos consiguieron escapar y alcanzar las costas griegas
hasta llegar a Monemvasia, donde encontraron a Adriano y le informaron de las
tristes noticias de las que eran portadores. Adriano decidió regresar a
Constantinopla y temeroso de la ira del emperador se refugió en el altar de Hagia
Sofía. Basilio se conformó con enviarlo al exilio.

Los árabes permanecieron en Siracusa durante dos meses tras la victoria. A


finales de julio regresaron con el botín y los prisioneros a Palermo, donde fueron
triunfalmente recibidos por el pueblo.

El monje Teodosio, todavía prisionero, fue llevado ante el gobernador de


Sicilia ante el cual tomó la palabra para defender la religión ortodoxa. Fue

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

conducido a una lóbrega prisión en la que se hacinaban africanos, tarsiotas,


judíos, lombardos y griegos entre los que se encontraba el obispo de Malta,
capturado unos años antes durante la conquista de la isla.

La flota de socorro tan desesperadamente necesitada hizo su aparición ante


el puerto de Siracusa cuando ya todo había concluido. Los barcos musulmanes se
enfrentaron en combate con ella y les tomaron cuatro galeras cuyas tripulaciones
fueron ejecutadas.

Los desgraciados cautivos tuvieron que esperar siete años a su rescate, que
tuvo lugar durante un intercambio realizado en 885, posiblemente el momento en
el que Teodosio recobró la libertad. Para Bizancio la caída de Siracusa fue un
duro golpe. Incluso el propio León VI escribió dos poemas sobre el tema y el
Patriarca Nicolas el Místico en sus cartas echó toda la culpa a la negligencia de
Adriano. En el plano político este fracaso obligó a Basilio a renunciar a sus planes
para la isla, falto de medios para intervenir decisivamente en Sicilia, y a prestar
su atención preferente a la entrada de sus ejércitos de regreso a la península
italiana en los últimos años de su reinado.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

En el mismo año de la caída de Siracusa el gobernador de Sicilia fue


asesinado en Palermo por sus propios servidores. En el verano de 879 su sucesor,
Husayn b. Rabah realizó una expedición contra Taormina, ahora la fortaleza más
importante en poder de los bizantinos en la isla. En los combates que tuvieron
lugar los griegos perdieron a su jefe, un patricio llamado Crisafios.

Tras tomar Siracusa los musulmanes sicilianos comenzaron a realizar


expediciones con Italia meridional y las islas del Jónico como objetivo. En algunos
casos el éxito no acompañó la empresa, como en 880 cuando una flota de 16 naves
que saqueaba el Peloponeso fue sorprendida en Metona por los barcos de Nasar
que, operando en conjunción con el estratego del Peloponeso Juan de Creta,
sorprendieron en un ataque nocturno a sus enemigos y aniquilaron la flotilla
hundiendo algunos barcos y capturando otros, que fueron entregados como
ofrenda a la iglesia del lugar. De allí Nasar zarpó en dirección a Sicilia y saqueó
las costas de Palermo capturando gran número de barcos mercantes y haciéndose
con una gran provisión de aceite. Luego la flota tomó rumbo a Reggio, donde se
preparaba la expedición de Procopio y León Apostypos. Posiblemente entonces,
tras un encuentro afortunado con la flota árabe en Punta Stilo, se separó de la
armada un destacamento con destino a la desembocadura del Tíber donde se
apostó para impedir las acciones de las bandas piráticas que hostigaban en esos
años los territorios de la Santa Sede.

Un nuevo gobernador, al Hasan bin al Abbas, deseoso de borrar el recuerdo


de la derrota del año anterior emprendió en 881 una nueva campaña contra
Taormina y Catania en el transcurso de la cual derrotó al estratego Barsacio. La
situación mejoró ligeramente para Bizancio a finales de ese año y en 882 cuando
consiguieron vencer en dos encuentros, siendo especialmente notable la segunda
victoria en Caltavuturo conducidos por el estratopedarca Musilices. Este fracaso
determinó la caída del gobernador al Abbas y su sustitución por Mohamed bin al
Fadl que reemprendió las incursiones por todo el territorio griego y fue capaz de
rechazar los chelandia que en esos momentos se dedicaban a saquear la costa
norte de la isla. En una nueva batalla los imperiales perdieron 3.000 hombres y

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

vieron reducidas sus posesiones a los territorios en la costa oriental de la isla, en


la llanura comprendida entre los montes Peloritanos y el Etna. No obstante, la
división entre los musulmanes sicilianos, la inestabilidad y poca duración de sus
gobernadores y el frágil equilibrio de las relaciones con África impidieron en esos
años la unificación de todas las fuerzas para aplicar el golpe definitivo a la
debilitada posición de Bizancio en la isla.

Con el comienzo del reinado de León VI la situación en Sicilia fue


empeorando. El nuevo soberano no albergaba esperanzas de una reconquista e
intentó desde el principio conservar lo que quedaba ofreciendo treguas a sus
adversarios a la vista del infortunio de sus armas. En 888 la flota imperial se
enfrentó a los barcos árabes en aguas de Milazzo. La batalla terminó en un
auténtico desastre para los griegos que perdieron más de 10.000 hombres. La
mala suerte de las armas bizantinas provocaba el pánico también en Italia
meridional, donde las tradiciones nos muestran a los ascetas Elías el Joven, Elías
el Espeleota y Arsenio recibiendo premoniciones del desastre y abandonando
Italia para establecerse temporalmente en Patrás por sus problemas con el
estratego de Calabria Nicetas Boterites.

Durante la década de 890 las relaciones entre árabes y bizantinos en Sicilia


fueron pacíficas debido a los enfrentamientos continuos entre sicilianos y aglabíes
de África. La situación cambió cuando el despótico emir Abu Ishaq Ibrahim (875-
902), tras aplastar una rebelión en tierras africanas y deseoso de acabar con la
resistencia a su autoridad en la isla, hizo zarpar en 900 a su hijo Abu’l Abbas
Abdala hacia Sicilia con una gran flota. Abu’l Abbas aplastó con enorme crueldad
la revuelta y tras la caída de Palermo en septiembre de ese año provocó la huida
de millares de ciudadanos con sus familias que buscaron refugio entre los
cristianos de Taormina. Queriendo aprovechar la circunstancia un patricio fue
enviado a la ciudad con un ejército y más tropas se concentraron en Reggio al
tiempo que llegaba a Messina una flota desde Constantinopla. Por su parte Abu’l
Abbas no había permanecido inactivo y tras sojuzgar Palermo, estando ya
avanzado el otoño marchó contra Taormina y Catania que hostigó sin mayores

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

resultados. Tras preparar una nueva expedición durante el invierno, el 25 de


marzo de 901 envió una flota al mar mientras él mismo conducía a sus hombres
al asedio de la villa de Demona que bombardeó durante unos días con sus
balistas. En esos momentos Abu’l Abbas recibió la noticia de los grandes
preparativos que los bizantinos estaban realizando en Reggio, por lo que decidió
levantar el asedio y dirigirse a Messina desde donde se embarcó con dirección al
punto de concentración del enemigo. Tras una breve resistencia Reggio cayó el 10
de julio y en la ciudad los vencedores se entregaron a una auténtica masacre.
Tras reunir 15.000 cautivos y un enorme botín Abu’l Abbas recibió la sumisión de
las poblaciones vecinas que pagaron tributo para no sufrir la misma suerte que
Reggio. De regreso a Messina los árabes tuvieron tiempo de enfrentarse a la flota
bizantina y hundirle 30 embarcaciones.

Tras esta expedición triunfal Abu’l Abbas pudo regresar a Palermo de donde
partió en 902 rumbo a África, en la que se necesitaba su presencia. Hartos del
gobierno cruel de Ibrahim los musulmanes de Túnez pidieron a su señor supremo
en Bagdad Mutadid que pusiera fin a su gobierno. El jalifa ordenó a Ibrahim que
abandonara el mando en favor de su hijo y el destronado emir, tras obedecer a su
señor, anunció su deseo de llevar la yihad a tierras cristianas. En el verano de
902 Ibrahim desembarcó con un ejército en Trapani e hizo su entrada en Palermo
el 8 de julio. De inmediato envió una expedición en dirección a Taormina, la
última plaza fuerte importante en poder de los bizantinos y en la que éstos tenían
en estos momentos concentradas todas sus tropas. Conocemos el nombre de los
jefes militares al mando en Taormina durante el verano de 902, el drongarios ton
plöimon Eustacio, el patricio y estratego de Sicilia Constantino Caramalo y un
comandante de la flota llamado Miguel Caracto.

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Italia Bizantina
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Los bizantinos no se encerraron tras los muros de Taormina esperando el


ataque del enemigo, sino que salieron a su encuentro con decisión. Tuvo lugar

una batalla encarnizada en la que la suerte del encuentro estuvo durante mucho
tiempo en duda. Finalmente los árabes de Ibrahim fueron capaces de
sobreponerse de su derrota inicial y consiguieron arrollar a sus enemigos parte de
los cuales consiguieron reembarcarse mientras el resto se acogía al refugio de la
fortaleza a la que pronto se le puso sitio. Las noticias del peligro que acechaba a
Taormina llegaron pronto al emperador pero por fatalidad, al igual que sucediera
durante el reinado de Basilio, la flota que hubiera podido acudir de inmediato en
socorro de la ciudad estaba nuevamente ocupada en la construcción de dos
iglesias en la capital, una en recuerdo de Teófano, la primera mujer del
emperador, y la segunda la de San Lázaro.

Privada de auxilio Taormina cayó el 1 de agosto de 902. Los defensores


fueron ejecutados y las mujeres y niños llevados como esclavos. Fiel a su carácter
Ibrahim se comportó con crueldad con los enemigos de la fe y no dudó en matar al
obispo de la ciudad Procopio cuando se negó a abjurar de sus creencias.

Al igual que sucediera en 878 la caída de Taormina fue muy sentida en


Bizancio, donde no faltaron los reproches hacia la negligencia del gobierno tal y

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

como se refleja en las cartas del Patriarca Nicolás. Los éxitos de Ibrahim
provocaron el pánico en la misma capital, pues se creía que pretendía avanzar
contra la propia Constantinopla. Asustado el emperador reforzó la guarnición y
envió a Sicilia refuerzos insuficientes que fueron de nula utilidad para mejorar la
situación. Los jefes al mando en Taormina consiguieron escapar al cautiverio y
regresar a Constantinopla. A su llegada Miguel Caracto acusó a su colega
Caramalo de traición y éste fue condenado a muerte en un primer momento,
aunque la mediación del Patriarca transformó luego la pena capital en el castigo
de la tonsura. Caracto fue nombrado a continuación estratego de Sicilia.

El infatigable Ibrahim no se contentó con este éxito y de inmediato envió


destacamentos en diversas direcciones para atacar los territorios todavía en
poder de los griegos. Así cayó Demona mientras que Rametta ofrecía pagar
tributo. Los vencedores exigían a las poblaciones locales la rendición sin
condiciones y la conversión al Islam; tras hacer abandonar las plazas a sus
ocupantes se dedicaron a destruir las fortificaciones convirtiéndolas en
inservibles para futuras rebeliones.

66
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

La expedición a Sicilia de 964

Tras la muerte de
Constantino VII la
atención del Imperio se
centró en los asun-tos
asiáticos y sólo en 964,
durante el reina-do de
Nicéforo Focas,
Constantinopla volvió a
intentar desequili-brar la
balanza en Oc-cidente con
una cam-paña dirigida
directa-mente contra
Sicilia, la base principal del enemigo musulmán. En el año anterior el emir de
Sicilia había emprendido la batalla final para someter a las comunidades
cristianas semi independientes de la región montañosa al sur de Messina. El
objetivo era someter definitivamente la región e islamizar a todos sus habitantes.
Taormina, que tras ser arrebatada a Bizancio en 902 había conseguido recuperar
su independencia en 912/13, volvió ahora a ser asediada de nuevo y sólo capituló
el 21 de diciembre de 962 tras un sitio que se prolongó durante siete meses. Para
castigar a los vencidos por su obstinada resistencia se les arrebataron todos sus
bienes y el nombre mismo de la villa fue suprimido para ser denominada a partir
de entonces Muizzia honrando así el nombre del jalifa fatimí. En esos momentos
el último bastión cristiano en la isla era la plaza fuerte de Rametta adonde
muchos habitantes de Messina acudieron para buscar refugio. Esta plaza fuerte
había sido desde la toma de Messina en 843 el refugio habitual de sus ciudadanos
por lo agreste de su emplazamiento y su cercanía a la ciudad. El 23 de agosto de
963 el general Hassan Ibn Ammar puso sitio a la fortaleza con la intención de
acabar cuanto antes con ese núcleo de pertinaz resistencia. Los asediados se
apresuraron a enviar al basileo una petición desesperada de auxilio y esta vez

67
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Nicéforo estuvo dispuesto a actuar. Tras ordenar el cese del pago del tributo
acordado con los sicilianos ordenó aprestar un poderoso ejército de más de 40.000
hombres entre contingentes armenios, rusos, paulicianos y tracios. Al mando de
la expedición figuraba el drongario del plöimon Nicetas, eunuco y hermano del
patricio, prepósito y vestes Miguel que había servido de intermediario entre
Nicéforo y Teófano a la muerte de Romano II. A su lado, con el rango de
comandante de la caballería, aparecía Manuel Focas, hijo ilegítimo de León, el
rival de Romano Lecapeno en 919, y primo hermano del emperador.

Sobre los méritos de Manuel el parecer de los cronistas bizantinos es dispar


pero parece predominar en sus escritos la idea de que era demasiado joven para
la tarea encomendada y su fogosidad e imprudencia rayana en la temeridad le
hacían “más apto para obedecer que para mandar”. Acompañaba también a la
expedición como consejero religioso otro personaje de alto rango, Nicéforo, que
luego habría de ser obispo de Mileto. En conjunto la impresión que queda es que
la elección de los altos mandos fue muy deficiente aunque se desconocen las
razones que impulsaron al emperador para decidir estos nombramientos. En
cualquier caso poner al mando de una campaña tan importante a hombres

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

inadecuados era dar el primer paso hacia el desastre tal y como se corroboró
después.

Los preparativos para una expedición de esta magnitud duraron meses y


sólo al año siguiente estuvo el ejército dispuesto para levar anclas rumbo a
occidente. Las tropas griegas partieron de sus bases a finales del verano de 964 y
desembarcaron en Messina. El espectáculo del ejército en campaña debió ser
abrumador para los contemporáneos: según confesión de testigos contemporáneos
los barcos de transporte eran los mayores que habían salido de los astilleros del
Imperio y estaban acompañados de numerosos navíos dotados con fuego griego.
Los soldados se contaban entre los mejores y más escogidos y ofrecían una
elocuente estampa de los nuevos ejércitos bizantinos preparados para grandes
campañas ofensivas. Acompañaba al ejército un numeroso tren de máquinas de
asedio transportadas en navíos especiales.

Las cosas parecieron ir bien al principio de la expedición. En el otoño de 964


Rametta llevaba resistiendo desde hacía más de un año el sitio de las tropas de
Hassan Ibn Ammar. Éste, tras los repetidos fracasos en sus asaltos a la plaza
optó por rendirla por hambre y procedió a rodearla con una poderosa muralla
para impedir cualquier intento de la guarnición de buscar auxilio o intentar una

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

salida. La noticia de la llegada del ejército bizantino provocó una gran agitación
entre los árabes, que se apresuraron a poner en estado de defensa las costas y
reunieron refuerzos llegados desde todos los rincones de la isla a los que se
unieron contingentes bereberes enviados a toda prisa desde el norte de África.
Las tropas musulmanas desembarcaron en la isla en los primeros días de octubre
y Hassan envió rápidamente algunos destacamentos a reforzar la posición de
Rametta y se mantuvo con el resto en observación en las cercanías de Palermo.
Entre tanto la flota bizantina se había reagrupado en la punta de Calabria y el 13
de octubre puso rumbo a Messina con el propósito de acudir rápidamente al
auxilio de Rametta que estaba situada a sólo algunos kilómetros de la ciudad. El
ejército empleó nueve días en atravesar el estrecho y desembarcar el cuerpo
expedicionario tras lo cual se procedió a ocupar la propia Messina, posiblemente
sin mucha resistencia, y a ponerla otra vez en buen estado de defensa. Mientras
tanto diversos destacamentos navales empezaron a explorar la costa para
preparar nuevos asaltos. Al norte Termini fue tomada ante los propios ojos de
Hassan que no pudo hacer nada por evitarlo y en el sur Taormina y Leontinos se
rindieron también sin ofrecer combate. La siguiente plaza en caer fue Siracusa
aunque esta vez tuvo que ser tomada al asalto.

Mientras la flota se desperdigaba atacando simultáneamente diferentes


objetivos Manuel Focas se dirigió de inmediato con el grueso de sus tropas al
socorro de Rametta en lo que parece haber sido una marcha apresurada en la que
no se guardaron las debidas normas de precaución cuando se avanza por
territorio enemigo. Los escuadrones de caballería pesada se abrieron paso entre
los serpenteantes senderos que conducían a Rametta y se vieron obligados a un
largo desvío para contornear el monte Dinamare que se interponía en su ruta. El
camino que se vieron obligados a seguir desembocaba en una llanura rodeada de
montañas en medio de la cual se levantaba un farallón donde estaba enclavado el
reducto de Rametta. Al pie de ésta les esperaba todo el ejército enemigo. El
emplazamiento del lugar semejaba un circo rodeado de elevados muros que sólo
se interrumpían en tres pasajes: al norte el camino de Spadafora, al sur la ruta
que llevaba al kastron de Mikos y a occidente un sendero hacia la fortaleza de

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Demona. Al este una garganta muy profunda que se extendía durante varios
kilómetros ofrecía el aspecto de un foso natural de bordes muy arriscados. Tal era
el lugar en el que se produjo el enfrentamiento decisivo entre ambos ejércitos.

Hassan había tenido tiempo para avisar a su hijo Ahmed del desembarco de
las tropas bizantinas aunque éste no pudo llegar a tiempo para impedir a los
imperiales la llegada hasta la llanura de Rametta. En la noche del 24 al 25 de
octubre Manuel atacó. Varios destacamentos de caballería intentaron forzar el
paso simultáneamente por los desfiladeros de Mikos y Demona mientras un
tercero fue enviado hacia el camino que llevaba a Palermo para impedir el paso a
las tropas de Ahmed que desde allí se esperaban inminentemente. El propio
Manuel Focas condujo el grueso de sus tropas divididas en seis banda a toda
marcha por el camino de Spadafora con la intención de llegar cuanto antes a
Rametta.

Sus enemigos estaban advertidos de lo que estaba pasando. Dos cuerpos de


ejército estaban apostados en los desfiladeros del sur y occidente esperando la
llegada de los bizantinos mientras un tercero se mantenía en guardia en el
campamento preparado para mantener en jaque a la guarnición e impedir
cualquier tentativa de salida por su parte. Hassan mismo, con las tropas que le
quedaban, marchó directamente al encuentro del enemigo y el combate comenzó
así al alba del 25 de octubre.

Seguramente advertidos por los preparativos de los árabes de la llegada del


socorro los asediados intentaron una salida pero débiles por sus padecimientos no
fueron rival para las tropas que se les enfrentaban y debieron ampararse otra vez
detrás de sus murallas. Por su parte los defensores de los desfiladeros de Mikos y
Demona consiguieron rechazar a sus asaltantes que posiblemente llegaron en
pequeño número. Pero donde verdaderamente se ponía en juego el éxito de la
jornada era en Spadafora donde en esos momentos se produjo con gran violencia
el choque del grueso de los ejércitos en un sangriento cuerpo a cuerpo que provocó
enorme número de bajas en ambos bandos. Las tropas africanas, compuestas casi
en su totalidad por infantería sufrió terriblemente el impacto de las cargas de la

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

caballería bizantina auxiliada en su ataque por las máquinas de guerra que


lanzaban continuamente dardos y piedras desde las laderas cercanas. Incapaces
de resistir comenzaron a ceder terreno y a desmoronarse en algunos puntos. Ibn
Ammar, sabedor de que el combate estaba llegando a un punto de ruptura y que
sería imposible reagrupar a sus tropas en la llanura donde serían masacradas a
placer por la caballería, prefirió morir combatiendo en su puesto y reuniendo
algunos miles de soldados se lanzó a un ataque desesperado. Para entonces
buena parte del ejército musulmán se batía desordenadamente en retirada en
dirección a su campamento fortificado y muchos soldados bizantinos
desembocaban ya en la llanura preparándose para rodear a los vencidos. Tanta
prisa llevó a la desorganización de las filas griegas y con ello a la perdición del
ejército. Ibn Ammar cargó sobre el centro del ejército imperial y consiguió
provocar el pánico entre los soldados que ya se creían victoriosos. Manuel,
seguido de sus más selectos hombres, acudió a la zona de mayor peligro para
intentar reagrupar a sus soldados mientras les exhortaba a grandes voces para
que se mantuviesen firmes, tal y como lo ha relatado León Diácono:

“Vosotros que a las órdenes de Nicéforo habéis vencido tantas veces, gritaba a sus soldados,
¡huís hoy ante un puñado de bárbaros africanos! ¿Dónde están los resonantes juramentos que tan
pronto prestasteis a vuestro emperador? ¿Dónde están las proezas que le prometisteis cuando
pasaba revista ante vosotros?”

Sus frenéticas palabras no sirvieron de nada en ese momento de pánico


irracional. Desesperado, optó por cargar sobre los atacantes. Consiguió derribar
al primero que se le echó encima pero pronto fue rodeado por una gran multitud
de africanos. Decenas de lanzas se abatieron sobre Manuel pero ninguna
consiguió horadar su espesa armadura escamada así que sus enemigos se
arrojaron sobre él y e intentaron derribarlo de su montura haciendo inútiles los
esfuerzos de su séquito por protegerle. Un soldado se deslizó bajo su caballo y lo
desjarretó provocando la caída de Manuel al suelo. Alrededor del desgraciado
comandante se produjo entonces un combate salvaje en el que todos los
defensores de Manuel lucharon hasta ser abatidos. Finalmente el propio general
murió acribillado por múltiples heridas. A su lado cayó también degollado su

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

escudero. En el frenesí del combate los vencedores se apresuraron a despojar el


cadáver y llevar su cabeza como presente a Ibn Ammar.

Al conocerse la noticia de la muerte de su jefe el ejército bizantino


emprendió la huida. Era media tarde y la persecución de los vencidos no acabó
hasta la noche. Para agravar sus males en esa noche terrible una tormenta se
abatió sobre la región dificultando todavía más la marcha en la oscuridad a
través de esos senderos escabrosos y desconocidos lo que dio lugar a más y más

pérdidas. Un escuadrón entero de jinetes acorazados se precipitó a todo galope


por el barranco que se extendía en la zona este de la planicie de Rametta. El
amontonamiento de cuerpos de hombres y animales en la hondonada fue tal que
los últimos fugitivos y sus perseguidores pudieron franquear el paso al galope
sobre los muertos. Los combates desesperados en retaguardia continuaron
durante horas hasta que la fatiga puso fin a la lucha. El balance para el ejército
bizantino fue desolador: más de diez mil muertos, muchos prisioneros de rango en
poder de los vencedores y un enorme botín compuesto por caballos, bagajes,
armas y corazas enriquecieron a los hombres de Ibn Ammar. Entre los
prisioneros estaban doscientos bárbaros, rusos o armenios, escogidos entre los de

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

mejor presencia. Este botín, de inusitada novedad para los árabes sicilianos fue
destinado a la guardia personal del jalifa de Mahdia en África.

El emir Hassan tuvo poco tiempo para disfrutar de su victoria. El


espectáculo del botín de Rametta llegando a Palermo en ruta hacia África fue
demasiado para su corazón. Cayó enfermo y a comienzos de noviembre fallecía
llorado por todos sus súbditos.

Quedaba por consumar el último acto en Rametta con los desesperados


defensores de la ciudad. Agotadas sus esperanzas resistieron todavía algún
tiempo más, desesperados por el hambre hicieron salir primero a un millar de
ancianos, mujeres, enfermos y niños que, en contra de lo que se esperaban,
encontraron una piadosa recepción a manos de Ibn Ammar que los envió a
Palermo sin causarles daño aunque estrechó el cerco sobre los restantes
defensores. En los primeros días de enero de 965 se lanzó el ataque final. Los
famélicos cristianos se defendieron heroicamente hasta la noche pero al final
terminaron todos por sucumbir. Por orden de Ibn Ammar todos los hombres
fueron muertos y las mujeres reducidas a esclavitud. En el lugar se estableció
una fuerte guarnición y con ello finalizó un asedio que había durado año y medio.

En el momento en que los ejércitos combatían en Rametta el wali Ahmed se


estaba dirigiendo hacia el lugar a marchas forzadas. En el camino se le comunicó
el desenlace del combate por lo que tuvo lugar un cambio de planes. Cambiando
bruscamente de dirección Ahmed se apresuró a retomar Messina que ya en esos
momentos había sido evacuada por los imperiales, retirados a Reggio. Desde la
ciudad el wali se dedicó a vigilar los movimientos de los bizantinos para impedir
nuevas intentonas sobre la isla.

De este modo terminó la desventurada expedición a Sicilia aunque todavía


se sucedieron algunos combates en los meses siguientes. Los musulmanes
tomaron posesión rapidamente de las plazas que habían perdido, como Siracusa,
Termini y Taormina. Durante bastante tiempo la flota imperial comandada por
Nicetas no se atrevió a salir de Reggio y dio tiempo con ello a reunir refuerzos

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

navales a Ahmed. Cuando la escuadra largó velas para regresar a Constantinopla


se encontró con toda la flota africana que estaba al acecho. Tuvo lugar un
combate de gran violencia en el que se vió a los marinos bereberes arrojarse al
agua con vasijas de fuego griego para dirigirse a nado hacia los dromones y
chelandia e incendiarlos. En las cubiertas de los barcos enlazados por grandes
garfios se sucedían batallas encarnizadas por el control de los navíos. Al final la
victoria fue para los árabes y resultó un triunfo completo. Casi todos los navíos
bizantinos fueron capturados o incendiados y se hicieron miles de prisioneros,
entre ellos el incapaz Nicetas que fue enviado cargado de cadenas al Jalifa en
Mahdia. Allí permaneció cautivo durante dos años, tiempo que empleó en copiar
las homilías de San Basilio y textos piadosos de San Gregorio Nacianzeno y San
Juan Crisóstomo en un manuscrito que se ha conservado hasta nuestros días y en
el que dejó escrito el testimonio de su infortunado cautiverio.

Animadas por esta victoria las partidas piratas comenzaron de nuevo a


atacar las costas de Calabria forzando a las poblaciones locales a pagar de nuevo
rescates por sus vidas y propiedades. Sin duda el eco de esta derrota fue muy
grande en toda Italia meridional como lo muestran algunos testimonios
contemporáneos. Cuando el magistros Nicéforo Hexacionites quiso en 965 obligar
a los habitantes de Rossano a proveer los medios para equipar nuevos barcos que
reemplazasen a los perdidos el año anterior se encontró ante una revuelta
declarada de la población local que no dudó en quemar los barcos en puerto y
matar a sus capitanes. Sólo la mediación de San Nilo, tal y como se nos cuenta en
su Vida, evitó un sangriento castigo para los amotinados. De la lectura de su
vivaz relato de los hechos se puede deducir, tal y como hizo Amari, que en
realidad Nicéforo no disponía de los medios suficientes para castigar a los
rebeldes tan severamente como hubiese deseado y por ello estuvo más dispuesto a
mostrar benevolencia. En el vivo diálogo mantenido con el venerado monje el
magistros accedió primero a perdonar la vida a los rosanitas y luego a permitir
que el propio Nilo fijase la multa por el asesinato de los protokaraboi. Su cólera
recayó entonces en el recaudador de impuestos de la zona, Gregorio Maleinos,
seguramente responsable en buena parte de la revuelta por sus exacciones. El

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

aterrorizado recaudador se había escondido para evitar la ira de su superior y


sólo la persuasión de Nilo consiguió llevarlo ante Nicéforo:

Éste, sin atreverse a ajusticiarlo allí mismo por respeto al monje, lo colmó de injurias
“maldiciéndole a él y a todas sus pertenencias, comenzando por sus caballos y sus bueyes y
acabando por sus gallinas y su perro.” Maleinos, aterrorizado, no se atrevió a decir nada y se
mantenía sentado ante su señor en razón de su rango de protoespatario. “Miserable, le gritó
Nicéforo, ve a reunirte con tus iguales. Te perdono.” Y luego añadió dirigiéndose a la multitud
“Deberíais hacer pintar el retrato de San Nilo y no dejar jamás de adorarlo y de darle gracias. En
verdad, por la cabeza de nuestro santo soberano Basilio, deberíais esforzaros en rendirle el mayor
honor”.

Debilitado por la derrota y absorto en otros frentes en los próximos años el


Imperio debió limitarse a mantener la situación a un coste económico muy alto,
sancionada la paz con el acuerdo firmado en 967 mientras continuaba la guerra
en Asia contra los Hamdánidas de Alepo. Entretanto en occidente acababa de
hacer su aparición un rival que regresaba para disputarle a Bizancio el derecho a
decidir sobre los asuntos de Italia.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

El regreso del Imperio germánico


El 2 de febrero de 962 el rey de Germania Otón I recibió en Roma la corona
imperial de manos del papa Juan XII. El nuevo emperador confirmó las
donaciones y promesas que ya en 817 había realizado Luis el Piadoso, en
particular el señorío sobre las tierras de Fondi y Gaeta. A cambio el pontífice se
comprometió a no oponerse a los derechos imperiales sobre Roma. Sin embargo la
conciencia de haberse encontrado con un amo en lugar de un protector hizo que el
papa, representante de la indómita aristocracia romana, rompiese el acuerdo con
Otón nada más abandonar éste la capital, llamando en su lugar a su teórico
vasallo Adalberto, el hijo de Berenguer de Ivrea. Pronto el emperador volvió sobre
sus pasos, puso en fuga a Adalberto y Juan XII haciendo elegir en su lugar a
León VIII y forzando a los romanos a jurar que no procederían a ninguna elección
pontificia sin la aprobación del emperador. El depuesto pontífice volvió sobre sus
pasos para expulsar a su rival y consiguió mantenerse en el poder hasta su
muerte en mayo de 964. Otón debió recurrir nuevamente a la fuerza para volver a
imponer en Roma a su criatura León y tras la muerte de éste en marzo de 965 a
su sucesor Juan XIII. Una nueva revuelta de la población romana provocó
finalmente una violenta represión por parte de las tropas germanas a finales de
966 y facilitó el gobierno pacífico de Juan XIII hasta su muerte en septiembre de
972. Tras asegurar su dominio de Roma Otón I se consideró preparado para
retomar los viejos proyectos de conquista de Luis II un siglo atrás y hacer
realidad el regnum italicum, lo que suponía el dominio de toda la península y en
consecuencia el enfrentamiento con Bizancio.

En abril de 967 los embajadores de Nicéforo Focas se encontraron en Rávena


por primera vez con el emperador Otón. De aquella reunión no se conocen con
certeza los contenidos pero probablemente tuvo como objeto conocer las
intenciones y los objetivos del emperador germánico especialmente con respecto a
las posesiones bizantinas en Italia. Ese mismo año Otón envió una embajada en
respuesta a Constantinopla con la proposición de un enlace matrimonial entre su

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

hijo Otón y Ana, la hija de Romano II. Una nueva embajada bizantina se
encontró con el emperador en Capua en enero de 968 pero llegaba sin
instrucciones precisas para concluir los acuerdos del compromiso nupcial. Irritado
por la lentitud de las negociaciones Otón se decidió a utilizar la fuerza para
obligar a Nicéforo a aceptar sus condiciones y, tras dirigirse a Benevento, invadió
Apulia en marzo de 968. Un breve alto ante las murallas de Bari le convenció de
la imposibilidad de tomarla con su pequeño ejército y tras esta demostración se
decidió a enviar a Constantinopla una nueva embajada a cargo, otra vez, de
Liutprando con el objetivo de reiniciar las conversaciones interrumpidas. De los
resultados y experiencias vividas el obispo de Cremona nos ha dejado un vivaz
testimonio en su famosa Legatio.

En las conversaciones mantenidas con el embajador, Nicéforo puso en claro


las quejas ante el proceder de Otón: Roma debía ser abandonada y su autonomía
reconocida. Apulia había sido invadida y los príncipes de Capua y Benevento
habían cometido traición alentados por el monarca germánico por lo que Bizancio
estaba dispuesto a recurrir a las armas para defender sus derechos tradicionales.

Mientras las negociaciones se sucedían en Constantinopla Otón I,


desconocedor de lo que allí estaba sucediendo, decidió recurrir a la fuerza de
nuevo y en octubre de ese año 968 tomó de nuevo el camino del sur. Aunque no se
nos han conservado los detalles se sabe que en noviembre Otón estaba ya en
Apulia, donde dedicó los meses siguientes a pillar y saquear la región mientras
las guarniciones bizantinas, inferiores en número, se refugiaban tras las
murallas de las ciudades costeras. En la primavera de 969 el ejército germano
llegó hasta Calabria deteniéndose ante Cassano, que le opuso resistencia en el
mes de abril. Abandonando el sitio Otón regresó a Apulia para establecer un
nuevo asedio, esta vez a Bovino, y el 1 de mayo a Ascoli, pero sus asuntos en el
norte le hicieron regresar a Rávena tras dejar al mando a su fiel aliado de Capua
el príncipe Pandolfo I Cabeza de Hierro que mantuvo el asedio al frente de parte
de sus tropas. Éste, que poco antes había sido premiado por su fidelidad a la
causa imperial con los títulos de margrave de Camerino y duque de Espoleto,

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

continuó el sitio de la villa de Bovino y aunque afortunado al derrotar a la


guarnición bizantina en una primera salida de ésta tuvo menos suerte en un
segundo enfrentamiento al ser derribado de su caballo y caer prisionero. Sus
tropas, derrotadas por completo, escaparon en dirección a Benevento haciendo
volver sobre sus pasos al gastaldo Lando que con un pequeño ejército de apoyo
enviado por Gisulfo de Salerno acudía en auxilio de Cabeza de Hierro. El
estratego Eugenio envió a su prisionero a Constantinopla, donde por orden del
emperador fue cargado de cadenas y encarcelado, y procedió luego a invadir el
principado lombardo. Las tropas imperiales llegaron hasta las inmediaciones de
Avellino, donde la asustada población entregó a su gastaldo Sikenulfo como
rehén. De allí los bizantinos tomaron el camino a Capua y asediaron la plaza
durante cuarenta días mientras saqueaban concienzudamente los alrededores.
En la empresa tuvieron el apoyo del oportunista duque Marino de Nápoles, que
quiso con este gesto testimoniar la fidelidad de su ciudad a la causa del basileo.
Tras recoger un enorme botín y hacer multitud de prisioneros los sitiadores
levantaron el asedio de Capua ante la noticia de la llegada de un ejército de
socorro. En el camino de vuelta Eugenio se detuvo en Salerno donde, típica
muestra de la flexibilidad de las relaciones políticas de la época, fue
principescamente recibido por parte de Gisulfo. Eugenio concluyó su expedición
por tierras lombardas atravesando tranquilamente el territorio de Benevento sin
oposición ante los atemorizados ciudadanos encerrados tras sus murallas.

El ejército germano llegado para vengar la afrenta de Bovino llegó por fin a
Capua. En sus filas marchaban contingentes sajones y suabos al mando de los
condes Gunther y Sigfrido con el auxilio de tropas de Espoleto y su conde Sicon.
Al encontrar la plaza libre de enemigos se dirigieron en primer lugar a saquear
las tierras de Nápoles para castigar su colaboración con el enemigo y tras entrar
en Benevento retomaron Avellino. Una vez reagrupadas emprendieron de nuevo
la marcha, esta vez en dirección al sur.

Entretanto el patricio Eugenio, que parece haber sido muy impopular por
sus exacciones tributarias y su dureza, había sido enviado encadenado a

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Constantinopla y su lugar ocupado por el patricio Miguel Abidelas, a cuyo lado


aparecía Romualdo, hermano de Pandolfo, exiliado largo tiempo ha en
Constantinopla y que ahora llegaba dispuesto a buscar su oportunidad.

El choque entre ambos ejércitos no se hizo esperar y pronto tuvo lugar un


encarnizado combate bajo los muros de Ascoli. Los bizantinos fueron derrotados
por completo y perdieron la ciudad, que fue ocupada por el conde Conon. Por su
parte Sicon atacó a las tropas auxiliares que estaban comandadas por Romualdo
e hizo prisionero a éste. Abidelas consiguió huir con los restos de su ejército,
abandonando Apulia a los saqueos de los vencedores que se dedicaron en los
siguientes meses a cobrar cuantiosos tributos de las ciudades de la región.

En la primavera de 970 Otón I llegó a Campania para proseguir con las


operaciones militares. Tras un nuevo ataque a las tierras de Nápoles se reunió
con sus hombres que en esos momentos estaban ocupados con el sitio de Bovino
que seguía ofreciendo una resistencia tenaz. Posiblemente en estos momentos se
conoció en el campamento germano la noticia del asesinato del emperador
Nicéforo y la llegada al poder de Juan I Tzimisces. El cambio de gobierno en
Constantinopla tuvo efectos significativos en Italia donde se hubiera podido
esperar razonablemente una continuación de los combates de haber vivido
Nicéforo, pero su sucesor tenía otras preocupaciones distintas, entre ellas la de
reafirmar su todavía insegura posición en la capital, para seguir a la ofensiva en
las tierras de occidente. Deseoso de llegar a un acuerdo con Otón, Tzimisces le
envió una embajada que llevaba de vuelta a su hogar al irreductible Pandolfo,
que se había ofrecido a sí mismo como intermediario para llegar a un acuerdo
entre las dos cortes. Posiblemente el astuto lombardo fue capaz de aprovechar en
su favor la deficiente información sobre los asuntos italianos de Tzimisces
representándole un peligro en la actuación de Otón mayor del que correspondía a
la realidad y convenciéndole de que sólo él, que tan buenas relaciones mantenía
con el soberano germánico, estaba capacitado para mediar de la forma más
conveniente para los intereses de Bizancio.

80
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Una vez convencido el basileo Pandolfo fue conducido, todavía como


prisionero, hasta Bari donde fue puesto al cuidado del estratego Abidelas con el
que convivió durante un tiempo como rehén. Cuando Otón tuvo noticia de la
llegada de su fiel aliado se apresuró a escribir a Miguel Abidelas para mostrar su
buena disposición a negociar a condición de que su antiguo vasallo fuese puesto
en libertad. Abidelas aceptó y Pandolfo fue conducido hasta el campamento de
Otón bajo los muros de Bovino que todavía en esas fechas (verano de 970) no
había sido reducida. Otón decidió entonces levantar sus reales y abandonar
Apulia en dirección al norte, en una decisión en la que seguramente contaban a
partes iguales su compromiso con las autoridades bizantinas y la posibilidad de
retirarse decorosamente de una guerra infructuosa que se alargaba sin
resultados. En cualquier caso ambos bandos deseaban ahora retomar las
negociaciones en el punto en el que estaban en Capua en 967 cuando se habían
visto interrumpidas. Otón era sabedor gracias a Pandolfo de la buena disposición
del nuevo emperador a la conclusión del acuerdo matrimonial del que se había
hablado años atrás, una buena disposición en la que no pequeña parte debía
tener la amenaza de Sviatoslav de Kiev en los Balcanes y los intentos de los
fatimíes en la frontera oriental. Pronto una nueva embajada puso rumbo a la
capital del Bósforo para tratar el tema. Encabezada por el arzobisbo Gero de
Colonia y compuesta por otros altos dignatarios eclesiásticos y seculares tenía
como objetivo cerrar el trato con Tzimisces. Esta vez los legados no se
encontraron con la fría recepción que sufriera Liutprando tres años atrás y
recibidos en medio de grandes honores pudieron sellar en noviembre de 971 el
acuerdo que envió a Teófano Esclerina, la sobrina por matrimonio del nuevo
emperador, como prometida del joven heredero Otón II de vuelta con la
embajada. No se trataba de la porfirogénita que la corte germánica deseaba pero
en cualquier caso no se vió decepcionada. La princesa imperial desembarcó con
una brillante escolta en Italia y fue recibida en Benevento por el obispo Thierry
de Metz en nombre del emperador en un acto que dejó gran impresión entre los
contemporáneos por el lujo y la pompa desplegada por la delegación bizantina. El
matrimonio entre los dos jóvenes se celebró finalmente en Roma el 14 de abril de

81
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

972 y la princesa recibió como dote extensos dominios en Alemania y Flandes


además de Istria y el condado de Pescara en Italia.

El enlace selló la paz entre ambos Imperios, aunque desconocemos si hubo


realmente un tratado formal que lo ratificara. Otón volvió a pasar los Alpes en
agosto tras una estancia en Italia de más de cinco años y recibió en
Quedlimburgo en marzo de 973 durante las festividades pascuales una nueva
embajada bizantina como muestra de las buenas relaciones de ambos estados.
Pocos días después, en la noche del 6 al 7 de mayo, el emperador falleció dejando
a su hijo un Imperio próspero y en paz que gozaba de su momento de mayor
prestigio.

Por su parte Tzimisces, una vez concluida la paz con Otón, no volvió a
prestar atención a los asuntos italianos absorbido por las grandes guerras contra
los rusos y las campañas en Asia. A su muerte en enero de 976 los estados
lombardos se veían sometidos a la presión creciente del fortalecido Pandolfo de
Capua que entretanto había conseguido asegurar para su hijo la sucesión en
Salerno mientras que en las costas de Calabria volvían a presentarse la amenaza
de los árabes de Sicilia.

Tras el desastre de la expedición de 964 la paz había reinado entre fatimíes


y bizantinos pero las victorias de Juan Tzimisces en Siria y la toma de Egipto por
parte de aquellos en 971 llevó a un enfrentamiento directo en tierras del Líbano
cuando los fatimíes expulsaron las guarniciones imperiales de Beirut y Trípoli en
974/75. Los árabes sicilianos no se habían mostrado conformes con la política de
paz con Bizancio y desde el momento en que el estado de opinión de El Cairo se
decidió por la guerra el emir Abul Kassim se apresuró a reanudar los ataques
contra sus vecinos al otro lado del estrecho. Tomando como pretexto una
incursión bizantina contra Messina a principios de 976, en la que posiblemente
tomaron parte también algunas naves pisanas, el emir reunió a sus tropas y
recuperó la ciudad en el mes de mayo. Luego pasó al continente y avanzó hacia el
norte por el valle del Crati hasta Cosenza de dónde sólo se retiró tras haber
cobrado un tributo de sus habitantes.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

También en Apulia se hizo visible la amenaza sarracena, en una región que


no había visto piratas en sus costas desde los ataques de 929. Ahora varias
partidas comenzaron de nuevo a realizar incursiones adentrándose
profundamente en el territorio. El jefe de una de ellas, un tal Ismael, fue muerto
poco después cerca de Bitonto por las tropas conducidas por el protoespatario
Zacarías pero otras siguieron adelante a través del valle del Bradano hasta
atacar Gravina al mismo tiempo en que una nueva flota árabe aparecía en las
costas conducida por el hermano del emir de Sicilia. Pronto Tarento, Bovino y
Oria sufrieron ataques con los habitantes de ésta última abandonando la ciudad
en llamas presas del pánico. El propio Abul Kassim condujo las operaciones que
le llevaron a Otranto en 977 tras haber conquistado poco antes la villa fortificada
de Santa Ágata, cerca de Reggio. En los años siguientes todo el litoral sur
experimentó el azote de las continuas incursiones de los piratas que se
enfrentaban a una resistencia débil y desorganizada.

El gobierno bizantino pasaba en esos años por una situación muy difícil
haciendo frente a la rebelión de Bardas Esclero. El estado de turbulencia de una
auténtica guerra civil hace suponer que no había medios para enviar a Italia y
que las provincias occidentales habrían de contar con sus propios recursos para
hacer frente a las amenazas que sobre ellas se cernían. Por otra parte los
testimonios contemporáneos dejan entrever que las poblaciones locales preferían
defenderse por su propia cuenta tratando de llegar a acuerdos singulares con sus
agresores mediante el pago de un tributo antes que verse arrastradas a una
guerra general. En cualquier caso la amenaza de la guerra no se limitaba a las
tierras de Apulia y Calabria y el acercamiento de los incursores a los señoríos
lombardos provocó la intervención del propio emperador germánico en defensa de
sus vasallos.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

La campaña de Otón II

En enero de 981 Otón II hizo su entrada en Roma. Había franqueado los


Alpes en diciembre anterior para acudir a la ciudad santa con el objetivo de
reafirmar la autoridad imperial siempre expuesta a los cambios de humor de la
levantisca aristocracia romana y apoyar a su devoto pontífice Benito VII
reafirmándolo en la sede papal. A su llegada Otón recibió los preocupantes
informes de la situación en el sur. El emperador, que tenía entonces sólo
veintiséis años de edad pero una amplia experiencia de muchas campañas en las
fronteras del norte, se decidió por actuar de inmediato con el doble objetivo de
expulsar a los árabes y aprovechar la debilidad de los bizantinos, que en estos
momentos además se tenían que enfrentar a nuevas insurrecciones locales, para
apoderarse de las tierras que ya había reivindicado su padre años atrás. La paz
existente entre ambos Imperios en esos momentos obligaba a utilizar como
excusa la amenaza árabe para justificar la intrusión germana en las posesiones
bizantinas. Las autoridades en Bari no fueron engañadas con estas pretensiones
y desde el primer momento advirtieron el grave peligro que se estaba gestando
por lo que de inmediato enviaron embajadores para solicitar de Otón la renuncia
a su empresa. Sabemos que el patricio Romano delegó en el monje Sabas la
misión de influir en el emperador y arreglar un acuerdo con él.

La expedición de Otón II coincidió en el tiempo con la insurrección de


algunas villas en Apulia, pues sabemos que en 981 Trani, Ascoli y Bari se habían
declarado en rebelión. Tras abandonar el territorio controlado por sus vasallos
lombardos el emperador llegó a Lucera en septiembre de 981 pero la noticia de
graves disturbios en Salerno le obligó a dar la vuelta. En marzo de ese año había
muerto su gran aliado Pandolfo I y los salernitanos habían aprovechado el
alejamiento de los soldados germánicos para expulsar a su segundo hijo Pandolfo
llamando en su lugar al duque de Amalfi Manson III. El 4 de noviembre Otón
llegó a Nápoles, donde fue bien recibido por el patricio Sergio III, celoso sin duda
de las ventajas que el golpe había proporcionado a su rival amalfitano. A
principios de diciembre el emperador llegó ante los muros de Salerno decidido a

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

tomarla por la fuerza pero la resistencia de la ciudad le obligó a llegar a un


acuerdo con Manson, que retuvo el control de la villa para sí y para su hijo Juan I
a cambio de que ambos reconociesen su soberanía. El ejemplo de Salerno fue
pronto imitado por los ciudadanos de Benevento que expulsaron al hijo mayor de
Pandolfo I, Landulfo IV, y proclamaron a su primo Pandolfo II. En esos
momentos sólo Capua mostraba su adhesión a la causa imperial pero Otón
renunció a perder más tiempo en la resolución de las interminables querellas de
los estados lombardos y se decidió a reemprender la invasión de Apulia con un
brillante ejército en el que figuraban los arzobispos de Colonia y Mayence y los
obispos de Cambrai y Verdún. Además estaban presentes contingentes suabos y
bávaros encabezados por Otón, el sobrino del emperador, el obispo de Augsburgo,
el abad de Fulda y una multitud de señores llegados de toda Alemania en un
significativo precedente de lo que serían las cruzadas un siglo después. La
emperatriz Teófano acompañaba a su marido en la expedición.

El ejército germano inició su marcha desde Salerno el 6 de enero de 982 y


penetró en territorio bizantino haciendo alto ante Matera el 25 del mismo mes.
Desde allí se trasladó en marzo a las cercanías de Tarento. No se conocen con
seguridad los detalles de esta fase de la campaña pero parece bastante probable
que el emperador no haya sido capaz de penetrar en las ciudades asediadas y
aunque sabemos que prestó ayuda a las poblaciones en rebelión conocemos
también que ésta logró sostenerse por poco tiempo tras la derrota de Otón en
Colonna pues sabemos que el nuevo catepán Caloquiro Delfinas volvió a
recuperarlas durante ese mismo año 982.

Tras haber pasado casi cinco meses en Apulia Otón II condujo su ejército en
dirección a Calabria y tras atravesar el Crati fue en busca del ejército árabe. Las
noticias de la aparición del ejército germano llegaron en mayo a Abul Kassim que
procedió de inmediato a proclamar la yihad y se apresuró a remontar la costa de
Calabria con todas sus tropas para hacer frente al enemigo. Otón mientras tanto,
tras haber dejado en Rossano a Teófano con el obispo Dietrich de Metz y el tesoro
imperial, avanzó hacia el sur y derrotó a la vanguardia árabe en las cercanías de

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Crotona obligándoles a replegarse. Pocos días antes, posiblemente en el puerto de


Tarento, había entrado en conversaciones con los protokaraboi de dos grandes
chelandia armados con fuego griego que allí habían recalado. Otón carecía de
medios navales de reconocimiento y convenció a aquellos para que zarpasen en
busca de noticias del enemigo. Pronto los marinos le informaron de que el ejército
musulmán se retiraba a toda prisa, lo que produjo en el joven monarca el deseo
de partir de inmediato con sus tropas más escogidas en persecución de los
fugitivos. Dejando atrás toda la impedimenta las tropas avanzaron a marchas
forzadas hasta alcanzar en la mañana del 13 de julio a las avanzadillas del
ejército de Abul Kassim. Viéndolos de lejos y desconocedor de las tácticas de su
rival Otón creyó enfrentarse a tropas muy escasas y dio de inmediato la orden de
ataque. Lo que parecía una escaramuza en la playa cercana al Cabo Colonna se
convirtió pronto en una batalla generalizada debido a un conocimiento muy
deficiente de las posiciones que ocupaba su enemigo. Creyendo tener enfrente
sólo a una pequeña parte del ejército árabe Otón se lanzó al ataque al frente de
sus tropas. Abul Kassim detuvo la marcha para revolverse y hacer frente a la
masa de atacantes y dispuso a sus hombres para formar una barrera al borde del
mar. En un clima de febril exaltación religiosa muchos guerreros germánicos
hicieron sus testamentos en frente de sus camaradas antes de lanzarse a la
carga. Tras ello partieron al encuentro del enemigo. En un terrible choque cuerpo
a cuerpo ambos bandos se batieron con igual fiereza hasta que una carga por el
centro logró romper la línea árabe y llegar hasta los estandartes del emir. Una
cruenta pugna tuvo lugar alrededor de las insignias que finalizó con la muerte de
todos los árabes que allí combatían, entre los que se encontraba el propio Abul
Kassim, derribado por un golpe mortal en la cabeza.

El sacrificio de este valeroso grupo permitió que el resto del ejército árabe
pudiera reagruparse y volver a la lucha aunque la noticia de la muerte de su jefe
hizo cundir el desaliento entre las filas y provocó su retirada desordenada bajo los
golpes de los caballeros alemanes. Otón se creyó vencedor de la jornada y
queriendo aprovechar el impulso ordenó a sus agotados hombres que
emprendieran de inmediato la persecución de los fugitivos. El combate había

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

tenido lugar en medio del calor sofocante de mediados de julio, en condiciones


muy duras para hombres pesadamente acorazados y poco acostumbrados a
soportar ese clima ardiente. A pesar de ello el ejército cristiano se lanzó a la
persecución a través de caminos difíciles bordeados por el mar a su izquierda y
escarpadas montañas a su derecha en un terreno salpicado de torrentes y muy
propicio para las emboscadas. Era la ocasión que esperaban sus enemigos, muy
acostumbrados a ese tipo de guerra y ardiendo en deseos de venganza. Agrupados
en las alturas observaron como los cristianos se desorganizaban en su apresurada
persecución y se prepararon para dar el contragolpe decisivo esperando el
momento propicio.

Este llegó cuando divisaron al propio Otón que se había adelantado


imprudentemente con algunos caballeros en persecución de un grupo de jinetes
que huían por la orilla. De repente surgieron árabes por todas partes que se
abalanzaron desde las alturas con fieros rugidos y el ejército germano se vió
asaltado súbitamente por tres lados y obligado a combatir de espaldas a la costa.
El combate se convirtió muy pronto en una carnicería en la que los cristianos
debieron elegir morir por la espada o arrojarse al mar. Esta lucha sin piedad duró
hasta la noche, momento en el que muchos murieron sin saberlo a manos de sus
camaradas en medio de la terrible confusión. La lista de los magnates y señores
principales caídos era escalofriante. En la batalla perecieron Ricardo, el portador
de la lanza del emperador, el conde Otón, jefe de los guerreros francos, los
margraves Bertoldo y Gunther de Misnia, los condes Tietmar, Bezelin, Gebard,
Ezelin, Burcardo, Dedi, Conrado, Irmfrido, Arnoldo e innumerables guerreros y
caballeros menores. Por su parte la iglesia perdió al obispo Enrique de Augsburgo
y al abad Werner de Fulda entre otros muchos de los que, como dijo el cronista
Tietmar de Merseburgo “sólo Dios sabe el nombre”. Otro contemporáneo se
lamentaba amargamente:

“Allí pereció bajo la espada de los infieles la flor de la patria, el ornamento de la rubia
Germania, la juventud tan querida para el emperador, que debió asistir a la masacre del pueblo de
Dios bajo la espada de los sarracenos, la gloria de la cristiandad hollada bajo los pies de los
paganos.”

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

También los señores lombardos tuvieron que lamentar sensibles pérdidas


por su alianza con el emperador pues en la batalla cayeron Landulfo, príncipe de
Capua, hijo mayor de Pandolfo I y otro hijo de éste, Atenulfo además de sus
sobrinos Ingulfo, Vadiperto, Guido de Sessa y el marqués Trasamundo de Tuscia.

Los supervivientes no encontraron alivio a sus sufrimientos tras la batalla.


El tórrido calor y la sed hicieron perecer a muchos de los agotados fugitivos y
muchos más fueron hechos prisioneros para ser llevados atados y desnudos a la
venta como esclavos en los mercados de Palermo, Mahdia y Cairo.

Entre los supervivientes se encontraba el propio emperador que pudo


escapar milagrosamente con vida. Rodeado de enemigos consiguió romper el cerco
y huir seguido por su sobrino Otón, el duque de Baviera. Mientras cabalgaba a
rienda suelta por la costa divisó a poca distancia dos embarcaciones. Se trataba
de los dos chelandia con cuyos capitanes había estado en contacto pocos días
antes. En ese momento su agotado caballo se detuvo negándose a seguir adelante.
Un judío de nombre Calónimo que le seguía desmontó y le ofreció su montura a la
que Otón subió de un salto para seguir cabalgando hacia el mar. Lanzándo su
caballo en medio de las olas pidió a gritos a la tripulación del navío más cercano
que le salvasen de los perseguidores que ya se acercaban pero el navío se alejó sin
detenerse. Desesperado, Otón regresó a la costa y descubrió que sus
perseguidores, ignorantes de su identidad, se habían alejado en busca de otras
víctimas. A su regreso a la orilla sólo encontró a Calónimo, que no le había
querido abandonar mientras que el duque de Baviera había continuado la huida.
A lo lejos los dos hombres divisaron otro grupo de jinetes árabes que se dirigía
hacia ellos. Desesperado Otón se lanzó de nuevo al mar intentando alcanzar otro
barco que se veía a lo lejos. Entretanto sus perseguidores habían llegado hasta la
orilla y mataron de inmediato al fiel judío pero no se atrevieron a seguir al
caballo de Otón, que nadaba con fuerza en dirección a la embarcación haciéndole
signos para que se detuviesen. El capitán, al ver al jinete que intentaba escapar
de una muerte segura, se compadeció y dió órdenes de recoger al agotado
caballero. Una vez a salvo la mayor preocupación de Otón fue la de ser

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

descubierto y llevado a Constantinopla de modo que intentó ocultar su identidad


pero fue reconocido por un oficial de origen eslavo llamado Xolunta que en otro
tiempo había servido a sus órdenes. Compadecido el hombre le hizo en secreto
señales para que no revelase su nombre y convenció al capitán de que el jinete
era un noble germano por el que podría obtener un gran rescate, pero que sería
necesario dirigirse a Rossano para cobrarlo, pues allí estaba depositado el tesoro
imperial. El capitán consintió en ello y al día siguiente la embarcación fondeó en
el puerto para entrar en tratos sobre la liberación del cautivo. Xolunta pudo
descender a tierra con el pretexto de negociar el rescate y así enviar un aviso a
Teófano y al obispo de Metz. Muy pronto ambos acudieron angustiados al muelle
para negociar acompañados de una larga hilera de bestias de carga que
transportaban el tesoro imperial. Al ver esto el protocarabos ordenó echar el
ancla para iniciar las negociaciones mientras el obispo salía en una lancha con
algunos oficiales en dirección al chelandion. Los bizantinos, confiados, dejaron
subir a bordo al obispo Dietrich que, bajo algún pretexto, consiguió que Otón
cambiase su cota de mallas por una vestimenta más ligera. En un momento de
descuido el emperador se arrojó por la borda y empezó a nadar en dirección a la
costa. Un marinero intentó detenerlo pero fue muerto por Liuppo, uno de los
hombres del séquito del obispo. Los griegos, repuestos de la sorpresa, intentaron
iniciar la persecución pero los caballeros germanos empuñaron sus espadas y les
hicieron retroceder. Simultáneamente numerosas embarcaciones salieron de la
orilla cargadas de guerreros en defensa de su príncipe. Por fin Otón pudo
alcanzar la orilla y fue puesto a salvo por sus hombres en medio de la desbordada
alegría de todos. Fiel a su compromiso comunicó al barco bizantino que estaba
dispuesto a recompensar magnificamente sus servicios, pero el capitán no se fió
de la palabra de su antiguo prisionero e hizo vela de inmediato para alejarse de
Rossano.

Tras alcanzar la playa Otón se dirigió de inmediato a reencontrarse con


Teófano. Aquí los cronistas sitúan un episodio singular: en medio de la alegría del
encuentro y alterada por las angustias padecidas la emperatriz hizo comentarios
desdeñosos sobre la valía de los ejércitos germanos, lo que provocó el furor de

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Otón y una disputa entre ambos esposos, la única seria durante su matrimonio,
que provocó un distanciamiento durante meses de lo que puede dar muestra
indirecta la evidencia de que hasta el mes de julio del año siguiente el nombre de
la emperatriz no apareció al lado del de su esposo en los diplomas imperiales.

De inmediato Otón abandonó Rossano y se dirigió a Cassano adonde llegó


antes de acabar el mes de julio. Desde allí atravesando las montañas del
Mercurion pasó a tierras de Salerno el 2 de agosto y el 18 de ese mes hacía su
entrada en la propia capital. Desde allí Otón marchó a Capua, la única capital
lombarda en la que tenía partidarios fieles, donde invistió como nuevo príncipe a
Landenulfo, cuarto hijo de Pandolfo I, y se preparó para regresar a Roma y
rehacer su ejército.

La batalla de Colonna fue un desastre para ambos bandos. Los árabes tras
la pérdida de su jefe tuvieron que regresar a Sicilia pero en Italia y el Imperio lo
único en lo que se reparó fue en la tremenda derrota de Otón y la pérdida de su
ejército. En medio de la enorme conmoción que sacudió toda Alemania estallaron
revueltas en las fronteras del Elba y los propios servidores del emperador
criticaron la ligereza e imprudencia de su aventura italiana mientras que en el
norte de Italia las poblaciones se sublevaron contra los obispos como partidarios
demasiado fieles de la voluntad de su señor y se negaron a obedecer los decretos
imperiales. Para animar a sus partidarios en el mes de junio de 983 Otón convocó
en Verona una gran asamblea en la que los señores de Alemania e Italia
volvieron a proclamarlo rey de Germania e Italia al igual que a su hijo Otón
entonces con tres años de edad. Queriendo borrar el recuerdo de su fracaso Otón
se propuso organizar una nueva expedición en la que sólo pudo reclutar tropas
italianas debido a las muchas pérdidas que sus súbditos alemanes habían sufrido
y a la necesidad de proteger las fronteras en el noreste.

En septiembre Otón II llegó a la región de Larino en Benevento preparado


para iniciar la nueva campaña pero la noticia de la muerte del Papa Benito VII y
el temor a una revuelta en Roma hicieron dar marcha atrás al emperador. En la
ciudad santa Otón se aseguró de que su canciller, el obispo Pedro de Pavía, fuese

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

proclamado como Juan XV. Poco después el emperador cayó enfermo de


disentería y falleció el 7 de diciembre de 983 a los veintiocho años de edad. Su
cuerpo fue enterrado en San Pedro cerca del sepulcro de los Apóstoles. Con la
muerte de Otón se puso fin a una época de intervenciones germánicas en Italia.
Harán falta más de cuarenta años para volver a ver a un emperador alemán
interviniendo con su ejército en tierras de Apulia.

Mientras tanto en Sicilia los árabes, debilitados por la pérdida de su


carismático jefe, no reemprendieron sus incursiones hasta 986 por lo que las
autoridades bizantinas, espectadores pasivos de los últimos acontecimientos,
terminaron obteniendo un provecho por el debilitamiento de todos sus rivales,
también incluso en el caso de los lombardos, que habían perdido a los príncipes de
Capua y Benevento en la jornada de Colonna y que en estos momentos no
estaban en disposición de ofrecer una oposición decidida a los avances bizantinos.
Los últimos rebeldes en Apulia se sometieron a Caloquiro Delfinas y los obispos
latinos, que habían defendido la causa del Imperio, fueron recompensados por el
catepán con importantes privilegios.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Reformas administrativas: La instauración del


catepanato

El primer texto que hace mención de un katepâno de Italia es un diploma


fechado en la primavera de 970 a favor de la iglesia y monasterio de San Pedro de
Tarento por el anthypatos y patricio Miguel en el que se hace mención a su
antecesor en el cargo el catepán Miguel Abidelas. Por esta misma época fue
redactado el Taktikon llamado del Escorial en el que se cita al catepán de Italia
(término intercambiable con Longobardia en la nomenclatura oficial) en el puesto
número 20, tras el catepán de Mesopotamia y el duque de Tesalónica, mientras
que los strategoi de Sicilia, Longobardia y Calabria ocupan en la citada lista de
dignidades los puestos del 60 al 62. La última referencia oficial conocida anterior
a esa fecha es la de Mariano Argiro en 956, momento en el que se sigue utilizando
todavía la denominación de “estratego de Calabria y Longobardia” por lo que es
en este período cuando cabe situar la reforma, muy posiblemente durante el
reinado de Nicéforo Focas.

A partir de este momento y hasta el final de la dominación bizantina en


Italia el catepán sustituye al antiguo estratego de Longobardia en su gobierno de
Bari. Posiblemente es razonable conectar este cambio administrativo a una
reforma que se proponía mejorar la defensa de las posesiones bizantinas en
Italia.

Hasta entonces los territorios administrados por Bizancio se dividían en dos


provincias: Longobardia y Calabria, gobernadas cada una por un estratego
independiente. Aunque ambos tenían a su cargo funciones diplomáticas y
militares el ámbito de acción era distinto. Para el primero correspondía la
relación con los príncipes lombardos, regular sus intercambios diplomáticos con
Constantinopla y hacer valer la autoridad imperial en la medida de sus
posibilidades. Para el segundo quedaba el trato con el emirato de Sicilia
regulando sus incursiones en tierra firme mediante el pago de una contribución
regular.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

También en la población de ambos themata había profundas diferencias,


especialmente el predominio cultural y religioso de lo griego en Calabria frente a
la mayoría latina y lombarda en Apulia, cuyos obispos eran ordenados desde
Roma. Diferentes medios y diferentes políticas provocaron durante toda la
primera mitad del siglo X que la mala coordinación y dispersión de fuerzas
hicieran fracasar todos los intentos para establecer una paz duradera en Italia
meridional. La primera reacción ante estas deficiencias organizativas se
atestiguan desde 950 cuando el patricio Malaceno, al mando del ejército de
socorro, llega investido con la autoridad suprema y los strategoi locales deben
unir como subordinados sus fuerzas a las suyas pero sólo se trata de una medida
excepcional y provisional. Pocos años más tarde Mariano Argiro es nombrado
también estratego de Longobardia y Calabria pero posiblemente tras la paz los
dos themata volvieron a ser gobernados por sus respectivos oficiales.

Hacia 965 Nicéforo Focas envió a Bari para gobernar simultáneamente


Longobardia y Calabria al magistros Nicéforo Hexacionites en una decisión
recibida con expectación en Italia pues, como nos cuenta el biógrafo de la Vida de
San Nilo, nunca se había visto en esas tierras un funcionario de tan alta
dignidad. Es en estos momentos cuando se sitúa el episodio de la quema de
barcos en Rossano provocada por el deseo del nuevo gobernador de mejorar el
estado de la defensa marítima de Calabria. En esos días apenas algunos pocos
barcos patrullaban a lo largo de las costas de modo que en caso de necesidad se
hacía necesario recurrir a la flota imperial o a la de los themata marítimos.
Parece claro que en esta época en Constantinopla se veía claramente la necesidad
de reformar la administración italiana estableciendo una unión más estrecha
entre ambos territorios. Por aquellos años aparece en Rossano un alto funcionario
civil, Eupraxio, que es llamado “juez imperial de Italia y de Calabria” al tiempo
que en el terreno religioso se busca la unificación del clero intentando asegurar
también en Apulia la supremacía del rito griego. Fue éste un período de
recuperación que asistió a la reconstrucción de Tarento, posiblemente en 967/968,
hasta entonces abandonada tras su destrucción en 928 a manos de los árabes. La
ciudad fue por completo reconstruida a partir de los restos de la antigua villa y

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

emplazada ahora en la cima de la acrópolis. La nueva población, reclutada entre


las poblaciones vecinas pero contando también con colonos griegos, fue servida
por un acueducto de cerca de 40 Km. que abastecía a la ciudad con las aguas de
Vallenza. Pronto Tarento recuperó su posición de antaño hasta consolidarse como
la segunda ciudad de Calabria y se convirtió en sede de un obispado dependiente
del metropolitano de Reggio. Parece datable también de este período o en todo
caso de principios del XI la fundación de Catanzaro y de la cercana fortaleza de
Rocca Niceforo (actualmente Rocca-Falluca). Paralelamente a estos esfuerzos
reconstructores el emperador, de acuerdo con el patriarca Polieucto, dictó órdenes
para acelerar la helenización de las provincias italianas en el plano religioso
impidiendo la práctica de las ceremonias de rito latino en las tierras sometidas a
la autoridad de Bizancio. Tal y como Liutprando hace notar en su Legatio:

“Nicéforo, lleno de odio contra vos (Otón I) y contra la Iglesia, acaba de ordenar al patriarca
de Constantinopla que transforme el obispado de Otranto en metropolitano y que no se tolere que
los divinos misterios se celebren en lengua latina en ninguna localidad de Apulia o Calabria. A
partir de ahora sólo se podrá usar la lengua griega. El patriarca Polieucto, en consecuencia, ha
dado la orden al jefe de esta iglesia de Otranto concediéndole pleno poder para consagrar obispos
en las iglesias de Acerenza, Tursi, Gravina, Matera, Tricarico, todas ellas dependientes sin duda
alguna del papa de Roma.”

Seguramente la creación del título de catepán de Italia debe remontarse


también al reinado de Nicéforo Focas, pues en el diploma de 970 se hace alusión a
una donación anterior de otro catepán. No obstante el título no supone que la
autoridad del nuevo oficial se extendiera por igual en ambas regiones ya que en
la titulatura el término “Italia” no se aplica nunca a Calabria y este thema
mantuvo siempre su individualidad aunque parece que progresivamente se fue
convirtiendo en subordinado del de Italia. Finalmente el uso del término
katepâno para el oficial al mando en Italia se explica por la constatacion de que
en el siglo X el gobierno imperial tendía a llamar así a los oficiales al mando en
regiones fronterizas (de Baja Media, de Iberia, de Dirraquio, etc.) o a cargo de
tropas auxiliares (como los Mardaítas o los eslavos de Opsikion). La propia Italia
era una región fronteriza en la que el oficial al mando debía tener unas

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

atribuciones y una autonomía superiores a la de un estratego normal. El oficial al


mando ejercía una autoridad incontestada sólo sujeta por el poder central
mediante la breve duración de los cargos y la posibilidad siempre presente de una
investigación al término de los mismos para decidir sobre las posibles faltas y
abusos de poder cometidos durante el mandato.

Las especiales circunstancias que caracterizaban las provincias italianas


exigieron siempre de la praxis administrativa bizantina una particular
flexibilidad. El gobierno de un territorio con una población mayoritariamente de
lengua latina, que dependía en lo eclesiástico de Roma y no del Patriarca y que en
el plano jurídico seguía utilizando el derecho lombardo implicaba la concesión de
una amplia autonomía y el reconocimiento de las limitaciones del gobierno
imperial para imponer su voluntad. Una voluntad que conoció altibajos muy
señalados a la hora de ser aplicada a unos súbditos en ocasiones muy reacios a
aceptar las imposiciones que llegaban del otro lado del Adriático.

A la cabeza de la estructura administrativa de los themata de Sicilia-


Calabria y Longobardia, al menos hasta el final del reinado de Nicéforo Focas, se
situaba un estratego con atribuciones civiles y militares. Cuando se instituyó el
catepanato, alrededor de 969, el thema de Calabria mantuvo su independencia
bajo su propio gobernador. La norma administrativa bizantina impedía
habitualmente los mandatos de larga duración y durante este período un oficial
no permanecía en su puesto habitualmente más de cuatro años. El rango de los
gobernadores en la primera época era normalmente de protoespatario o patricio.
Con la llegada de los catepanes el rango de los oficiales seleccionados fue
habitualmente el de patricio y sólo en épocas críticas como en la década de 1040
fueron nombrados para el cargo magistros o duques. La nueva organización no
trajo sin embargo novedades en cuanto a las competencias del gobernador de
Italia pues en todos los casos se ve a los catepanes atender, además de sus tareas
militares, asuntos judiciales, confirmando privilegios a instituciones religiosas y
a particulares, decidiendo en cuestiones administrativas, etc.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Cuando las circunstancias lo requerían el estratego o catepán delegaba en


un representante denominado ek prosopou, aunque el oficial subordinado que
más frecuentemente aparece en las fuentes es el turmarca. Habitualmente un
thema estaba dividido en varias turmas, cada una con un turmarca a su frente.
En Italia este sistema fue aplicándose a medida que se comenzaron a
reconquistar tierras a finales del IX. Cuando el estratego Barsacio regresó en 895
a Bari tras su estancia en Benevento dejó en la ciudad al turmarca Teodoro al
mando. Los turmarcas eran nombrados directamente por el emperador y tenían
mando directo sobre un contingente de tropas aunque su importancia se devaluó
ya en la primera mitad del siglo X, cuando Constantino Porfirogénito, hablando
de los preparativos para la expedición a Creta de 949, distingue dos tipos de
turmarcas con diferente nivel de retribución y ya en los años 70 el cargo había
descendido tanto en la jerarquía que no es citado en el Taktikon de El Escorial.

En el caso italiano abundan las referencias a los turmarcas asociadas a


actividades de tipo judicial y realizadas por indígenas, aunque no es descartable
que éstos siguiesen desempeñando funciones de tipo militar. Las turmas estaban
a su vez divididas en druggoi y éstos a su vez en banda o topoteresiai aunque
hasta el momento no han podido ser identificadas y delimitadas con seguridad en
Italia.

Subordinado al turmarca aparecían los oficiales de gradio medio: el merarca,


y tras él el komes tes kortes, componente del estado mayor (proeleusis) del
gobernador de la provincia, detentando habitualmente el rango de espatario o
espatarocandidato. El kartoularios tou thematos era el responsable del catastro
provincial, dependiente por un lado del estratego pero también relacionado con la
oficina del Logoteta del Stratiotikon. Otro miembro del séquito del gobernador
era el domestikos tou thematos que junto a kometes de los banda, centarcas,
protocentarcas, un proximos y protocancelarios son mencionados en las fuente
asumiendo diversas funciones administrativas y judiciales.

Más definidos en sus competencias eran otros dos funcionarios que


trabajaban a las órdenes del estratego: el protonotarios tou thematos, a cargo de

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

la administración financiera y el krités, dikastés o praitor tou thematos, que


ejercía la función de juez supremo de la provincia. Ambos, al igual que el
cartulario, respondían ante el gobernador y la administración central, en este
caso del Sakellion. Los jueces solían ser profesionales de la carrera notarial,
frecuentemente con el rango de asekretis, y dependían del protoasekretis de
Constantinopla hasta la creación durante el reinado de Constantino IX
Monómaco de la oficina epi ton criseon.

Se reconocen también en las fuentes los cargos de taxiarca, oficial al mando


de una fuerza de 1.000 soldados y que desde fines del X aparecen en Italia
ocupados en cuestiones de ámbito civil y topotereta, éste último muy
posiblemente vinculado al mando de pequeñas guarniciones y no exento de
funciones extramilitares. En todos los casos, a la vista de la documentación
conservada, las funciones y competencias de los distintos oficiales de la
administración bizantina parecen menos rígidas de lo que se pudiera pensar y
más adaptada por ello a las necesidades del momento.

El sistema defensivo de los themata italianos se basaba en la autonomía


militar de cada circunscripción y sólo en momentos de crisis o en caso de
expediciones se emplearon tropas llegadas de otras regiones. La base económica
del ejército era la strateia, carga no necesariamente militar que desde finales del
X fue progresivamente convertida en dinero. En pocas ocasiones el poseedor de
un stratiotikon ktema coincidía con un soldado en ejercicio, aunque era
responsable de los gastos derivados de la adquisición y mantenimiento del
armamento ante el fisco, lo que explica la circunstancia de que frecuentemente
encontremos a clérigos en posesión de stratiotika ktemata y por tanto sujetos al
pago de la strateia. Las necesidades acuciantes de defensa de las provincias
italianas sobrepasaron en mucho la capacidad de las milicias locales y exigieron
la presencia casi constante de tropas llegadas desde otras partes del Imperio. La
progresiva profesionalización del ejército bizantino desde mediados del siglo X
disminuyó todavía más la importancia de los reclutas italianos a los que
encontramos a lo largo del siglo XI enrolados como milicia de infantería ligera

97
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

(contaratoi o conterati como son llamados en las fuentes) de escaso valor militar.
En su lugar las batallas fueron libradas principalmente con soldados de exóticos
orígenes: rusos, armenios, válacos además de una amplia representación de los
themata orientales.

Entre los oficiales documentados en las fuentes encontramos abundantes


referencias a miembros de las scholae, excubitores y manglabitas y también, a
partir de 1040 hay alusiones a los pantheotai, miembros de un cuerpo de la
guardia palatina constantinopolitana, desempeñando funciones de carácter
judicial.

En el ámbito judicial el derecho lombardo siguió siendo utilizado entre la


población latina de Apulia. Los iudices de cada población se hacían cargo de los
procesos jurídicos en su área de actuación y en muchos casos se alternaban en las
funciones los krités y los gastaldi. Éstos últimos, originariamente los funcionarios
provinciales lombardos de rango más elevado, habían sufrido una pérdida de
importancia a lo largo del siglo IX incluso en los principados de Benevento y
Salerno y aparecieron desde entonces aplicados a funciones administrativas de
rango subalterno como la realización de contratos de donación, adquisición y
permuta de tierras o divisiones de herencia. En cualquier caso no parece que
haya habido especiales problemas en su integración en el sistema administrativo
bizantino, bajo el cual siguieron activos sin mayores problemas. Esa flexibilidad
de la administración imperial se trasladó también a la práctica utilizada en
algunas comunidades cercanas al santuario del Monte Gargano con población de
mayoría eslava y en la que la administración de los asuntos judiciales quedó
también a cargo de los zupan locales.

La autoridad superior a los jueces y gastaldos era el turmarca de la ciudad,


muy frecuentemente de origen lombardo. En caso de no disponer de uno los
asuntos eran dirigidos a la instancia superior, bien fuese el krités tou thematos, el
ek prosopou o el estratego o catepán mismos si era necesario o si ocurría que
llegasen a la población durante un viaje de inspección.

98
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

En los asuntos portuarios el parathalassites tenía la jurisdicción suprema,


decidiendo sobre todas las cuestiones que afectaban a la marina mercante desde
su sede en el puerto de Bari. Este cargo siguió en vigencia durante la época
normanda.

La administración financiera en la Italia bizantina en principio no difería de


los procedimientos observados en otras partes del Imperio. Los estrategos y
catepanes podían otorgar exenciones a iglesias y monasterios imitando el ejemplo
de la corte imperial. Los funcionarios fiscales eran también los mismos: el
protonotario, encargado provincial del Sakellion, el cartulario, que formaba parte
del Logothesion tou stratiotikou, y los kommerkiarioi, funcionarios de la aduana
que dependían del Logothesion tou genikou. También aparecen en las fuentes los
administradores de los bienes imperiales, curatores y episkeptitai, que en
ocasiones parecen haber dependido de la autoridad del catepán y no del gobierno
central. En un primer momento, cuando el control sobre las tierras
reconquistadas no era firme todavía el gobierno bizantino optó por mantener el
sistema tributario tradicional en el país, tal y como se ve en los privilegios del año
892 en los que los monasterios de Montecassino y San Vicente de Volturno son
exentos de todos los impuestos (datio), tributos, derechos de puente y puerta
(portaticum) y de amarre (ripaticum). En fechas posteriores el único impuesto
documentado es el kommerkion recaudado por los funcionarios correspondientes
asentados en Bari. Curiosamente los ciudadanos de Bari estaban obligados a
pagar el kommerkion de nuevo en Abidos en caso de dirigirse a Constantinopla y
en el tratado firmado con Venecia en 992 se prohibía a sus marinos transportar
en sus naves mercancías o comerciantes amalfitanos, judíos y barenses so pena
de perder todo el cargamento. A pesar de ello el tráfico con la capital parece haber
sido floreciente a lo largo del siglo XI a juzgar por las numerosas referencias a
naufragios de naves mercantes en esa ruta.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Italia bizantina 983-1030

El hostigamiento de los piratas musulmanes

Tras la fallida empresa de Otón II y la derrota de Colonna las tropas


bizantinas pudieron ir recuperando paulatinamente las villas de Apulia que
habían sido ocupadas por los alemanes durante su campaña. Así sabemos que ya
en diciembre de 982 el patricio Delfinas había recuperado Ascoli Satriano tras
haber entrado en Bari en junio anterior y que en el año 983 los documentos
jurídicos de Lucera volvieron a ser datados con los años del reinado de los
emperadores Basilio y Constantino. El 11 de junio de 984 los hermanos Teofilacto
y Sergio, sin duda ciudadanos prominentes y cabeza del partido probizantino,
hicieron entrega de Bari tras haber expulsado a la guarnición alemana, siendo
ambos recompensados con el título de protoespatario. Posiblemente en estos
momentos la administración bizantina de los dos themata se organizó más
sólidamente bajo la autoridad de un único jefe militar, el catepán, con residencia
en Bari. Si bien el primero atestiguado en las fuentes es Miguel Abidelas, citado
ya en un acta de 970 es a partir de estos momentos cuando se regulariza su
situación.

La atención de los bizantinos en Italia se volvió sobre la amenaza


musulmana cada vez más presionante frente a unas defensas reducidas a la
condición de milicias locales, e imposibilitadas de recibir refuerzos desde
Constantinopla en una época de revueltas, guerras civiles y enfrentamientos con
los búlgaros. Los gobernantes de los años finales del X y comienzos del XI, de los
que conocemos a Caloquiro Delfinas (¿980?-984), Romano (984-988), Juan
Amirópulo (989-?), Gregorio Tarcaniotes (998-1006) y Alejo Jifias (1006-1008)
seguramente tuvieron muy pocos medios con los que enfrentarse a la amenaza
que llegaba desde las costas. Por ello los piratas y corsarios sarracenos
multiplicaron sus algaradas en esos años finales del siglo X, saqueando,
obteniendo rescates de las poblaciones y atreviéndose incluso a ocupar en firme

100
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

diversas localidades. En 986 cayó la ciudad de Gerace y al año siguiente fueron


destruidas las murallas de Cosenza.

Los musulmanes parecen haber aprovechado unos años de revueltas y


agitaciones especialmente acentuadas pues se nos da cuenta en 986 de la muerte
en Bari del protoespatario Sergio a manos de sus conciudadanos. Este Sergio
había sido uno de los protagonistas de la recuperación de Bari dos años atrás. Al
año siguiente fue el turno de un tal Andraliscos o Adralestos, muerto por el krités
Nicolás, jefe de otra revuelta. Esta asonada en Bari debió tener bastante
importancia pues no se documenta el final de la misma hasta 989, ya con Juan
Amirópulo al mando, que hizo ejecutar a los cabecillas entre los que se
encontraban Porfirio, el krités Nicolás y el hikanates León. Y a pesar de todo la
paz no llegó a la capital pues al año siguiente se registraron nuevas muertes de
funcionarios imperiales, esta vez los excubitores Pedro y Bubalés. Posiblemente
tengamos que ver detrás de toda esta inestabilidad cuestiones de tipo fiscal y
exacciones monetarias muy mal recibidas por parte de la comunidad ciudadana
de la capital.

La presencia de los
piratas siguió siendo
constante en estos años y
pronto la misma Bari fue
amenazada directamente en
el año 988, cuando los
corsarios llegaron a saquear
los suburbios y llevan
prisioneros a Sicilia a gran
cantidad de campesinos.
Aunque no asediaron
todavía Bari sí se atrevieron
a atacar Tarento en 991,
batiendo el 28 de agosto a

101
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

un ejército de auxilio que había llegado desde Espoleto al mando del conde Atón
para unirse a las milicias locales de Apulia. Es posi-ble que las bandas árabes
mantuviesen algunas bases en las zonas montaño-sas de Basilicata,
particularmente en la región de Pietra-pertosa.

En 994 los corsarios se apoderaron de Matera tras un largo asedio de cuatro


meses. En ocasiones los invasores contaban con la colaboración local. Sabemos
que en 997 un tal Esmaragdo, un lombardo que había sido exiliado de su ciudad
natal de Bari, asesinó en compañía de su hermano Pedro a un alto funcionario
bizantino de Oria, el excubitor Teodoro, posiblemente al mando de la guarnición
local. La sublevación se mantuvo durante todo un año y en octubre de 998
Esmaragdo entró en contacto con un jefe musulmán, el caid Abu Said y le
prometió facilitarle la entrada en Bari valiéndose de sus contactos en la ciudad.
En el último momento, ya ante los muros de la ciudad, Abu Said sospechó una
celada y se retiró apresuradamente. Seguramente otros casos similares tuvieron
lugar pues conocemos que en 999 el protoespatario y catepán de Italia Gregorio
Tarcaniotes recompensó a un oficial en Tarento por los servicios prestados en la
lucha contra los piratas, alabando su fidelidad hacia el basileo “cuando tantos
otros hacían causa común con el enemigo”. Las fuentes de la época son unánimes
al testimoniar los grandes padecimientos de la población ante los ataques
repetidos y la miseria que asoló por estos años toda la Italia meridional.

Tarcaniotes, miembro de una familia que habría de destacarse a lo largo del


siglo siguiente, parece haber sido un soldado enérgico que se aplicó pronto a
dominar las distintas revueltas. En 999 recuperó Gravina de manos de unos
rebeldes lombardos guiados por un tal Teofilacto. Al año siguiente le tocó el turno
finalmente a Esmaragdo. De Tarcaniotes se conservan varios sigillia en el
monasterio de Montecassino en los que se hace donación de propiedades a
diversas instituciones religiosas y también a particulares que, como el otorgado al
espatarocandidato Cristóforo Bocomaqués en noviembre de 999, se habían
distinguido “en recompensa por su valerosa y patriótica actitud al servicio de los
santos emperadores en la lucha contra los miserables agarenos”.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Venecia y Bizancio compartían el objetivo común de proteger las costas del


Adriático y el tráfico marítimo contra los eslavos, croatas y árabes. Para la
primera ésto significaba un acceso libre al Mediterráneo y para Bizancio la
garantía de comunicaciones despejadas entre la capital y las provincias
italianas. En marzo de 992 los emperadores Basilio II y Constantino VIII
llegaron a un acuerdo con Venecia que nos ha sido transmitido por la traducción
latina del crisóbulo original. De acuerdo con este tratado el emperador
garantizaba privilegios aduaneros a los barcos venecianos en los puestos de
Constantinopla y Ábydos mientras que el dogo Pedro II Orseolo prometía
asistencia naval siempre que el emperador necesitase enviar tropas al sur de
Italia. En los siguientes años el acuerdo funcionó a satisfacción de ambas partes:
Venecia sin duda contó con la colaboración bizantina durante su exitosa
expedición a Dalmacia en 1000/1001 que le reportó la toma de Zara, Curzola y
Lagosta. Y la ayuda veneciana fue fundamental para Bizancio tras la captura de
Dirraquio por los búlgaros en la década de los noventa, pues la toma de ese
importante enclave supuso la interrupción de las comunicaciones directas entre
Bizancio y las provincias italianas. Esas cláusulas del tratado tuvieron que
hacerse efectivas muy pronto a raíz de un recrudecimiento de los ataques piratas
a partir de 1002 cuando la propia Bari fue tomada como objetivo y presa. Un
numeroso ejército al mando del caid Safi asedió la ciudad por tierra y mar desde
finales de mayo hasta el 20 de septiembre. Sólo la llegada de la flota veneciana el
6 de septiembre, al mando del propio Dogo Pedro II Orseolo pudo avituallar a la
población presa ya de la hambruna. Tras aportar el auxilio los navíos venecianos
se hicieron a la mar para enfrentarse a la flota sitiadora, mientras las tropas de
Tarcaniotes realizaban una salida por sorpresa. Los combates en tierra y mar
duraron tres días y tuvieron gran intensidad, e incluso el propio catepán estuvo a
punto de caer prisionero en manos de los lombardos rebeldes que combatían junto
a los sarracenos. Por fin los sitiadores se dieron por vencidos en la noche del
tercer día y aprovecharon la oscuridad para retirarse. Bari se vió libre entonces
de la amenaza y Basilio II recompensó al Dogo con el matrimonio de María
Argyrina con su hijo Juan en el año 1004.

103
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

En estos años también se hablaba de renovar alianzas matrimoniales con la


corte germánica mediante el proyecto de enlace entre una princesa porfirogénita
y el joven Otón III. Cuando el embajador de éste último, el arzobispo de Piacenza
Juan Filagatos, griego de Rossano, antiguo tutor y canciller de Otón y fiel
colaborador de Teófano, regresó a Roma de su misión en 997 se vió envuelto en
medio de circunstancias poco claras en una conspiración contra el papa Gregorio
V, primo del emperador. Apoyado por los romanos, especialmente por la poderosa
familia de los Crescencios, asumió la tiara pontificia con el nombre de Juan XVI,
posiblemente incitado por las maquinaciones del embajador bizantino León,
metropolitano de Synada. Como dice Falkenhausen, es significativo de la
influencia bizantina en Italia en estos años que la elección de un papa griego
fuese preferible a la de un sajón para los romanos. En cualquier caso a finales del
siglo X vivían en Roma y su entorno un buen número de clérigos y monjes
griegos, algunos de ellos de gran predicamento y autoridad espiritual entre los
romanos y la corte imperial como el obispo de Damasco Sergio, Sabas el joven,
Nilo de Rossano y Gregorio de Cassano. Cuando en 998 el emperador cruzó los
Alpes para reestablecer su autoridad en Roma los rebeldes, incluido Juan, fueron
cruelmente castigados pero las relaciones entre ambos Imperios no se vieron
dañadas por este episodio y las negociaciones siguieron adelante. Sólo la muerte
repentina de Otón el 23 o 24 de enero de 1002 puso fin al proyecto cuando ya el
embajador imperial el obispo Arnulfo de Milán acompañado por la novia
bizantina había desembarcado en Bari. La desdichada princesa tuvo que regresar
a su patria con todos sus acompañantes.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Años turbulentos

Aunque Bari había sorteado el peligro todavía siguieron menudeando los


ataques árabes en otras zonas, principalmente en Calabria: en julio de 1006 llegó
a Italia un nuevo catepán llamado Alejo Jifias, muy posiblemente el Alejo
Caronte padre de Ana Dalasena citado por Ana Comneno en su Alexíada, y el 6
de agosto tuvo lugar cerca de Reggio otra gran batalla naval, aunque esta vez fue
la marina de Pisa la que sirvió bien a los intereses de Bizancio. A pesar de todo el
peligro y las incursiones no cesaron inmediatamente pues en 1009 las bandas
musulmanas volvieron a invadir el valle del Crati y ocuparon de nuevo Cosenza.

A partir de estos momentos la amenaza en las costas se alejó gracias a la


colaboración de las flotas de las ciudades estado del norte. A ello contribuyó
también la recuperación de Dirraquio desde 1005, evento reconocido por la
aristocracia de Apulia como un hecho remarcable al permitir la reapertura del
tráfico y el comercio con Bizancio. Sin embargo las dificultades para las
autoridades bizantinas no se acabaron porque en los primeros años del siglo XI se
asistió a un recrudecimiento de la agitación en las comunidades locales, presas de
continuas luchas intestinas. Fue durante el mandato del nuevo catepán y
anterior estratego de Samos, Juan Curcuas, llegado en mayo de 1008 para
reemplazar a Alejo Jifias, fallecido en algún momento entre marzo y agosto de
1007, cuando estalló una grave revuelta merecedora de ser recogida en la crónica
de Skylitzés, más seria que todas las producidas a lo largo del medio siglo
anterior y que habría de tener repercursiones de gran trascendencia en las
décadas posteriores.

El 9 de mayo de 1009, poco después de la llegada a Bari de Curcuas, se


inició en la ciudad una revuelta encabezada por el adinerado ciudadano Meles o
Melo. Éste, quizá de origen armenio, fue lo suficientemente hábil para arrastrar a
los habitantes a un desafío abierto a la autoridad griega, lo que no era un hecho
nuevo pues con relativa regularidad se habían sucedido en los dominios
bizantinos motines y asonadas en los cuales no es necesario vislumbrar un deseo

105
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

de desligarse del destino de Bizancio. Tales revueltas frecuentemente estallaban


por causas e individuos concretos: no contra el Imperio sino contra un
determinado funcionario, por el odio hacia algún magnate (que portaba títulos y
dignidades bizantinos) en una secuencia que se repitió una y otra vez en las
principales villas de Apulia.

Posiblemente también el factor económico debe ser tenido muy en cuenta, al


no estar limitados los catepanes por un monto fijo en la fijación de los impuestos
imperiales, lo que podía llevar a situaciones de abuso y sobrecarga fiscal que eran
muy mal recibidos por las poblaciónes locales, especialmente en momentos como
el invierno de 1009 que fue recordado en las crónicas por su excepcional crudeza.
Tras la eliminación de la amenaza musulmana seguramente las actividades
comerciales en la ciudad de Bari recibieron un nuevo impulso y es posible que los
comerciantes y gentes adineradas de la villa recibieran de muy mal grado las
cargas financieras que el nuevo catepán fijase a su llegada. Precisamente se nos
dice que Meles era el ciudadano más rico de Bari, aquel que tenía más que perder
con el aumento de la carga fiscal y el más interesado en que la situación no
progresase en esa dirección. No es descartable que el objetivo político de Meles
fuese el de crear una estructura política similar a los ducados de Amalfi o
Venecia, ciudades con intereses marítimos como los de Bari, y quizá lo confirma
el hecho de que posteriormente fuese premiado con el título de Dux Apuliae por el
emperador germánico.

La insurrección en Bari se extendió con rapidez a Trani, y pronto se llegó al


combate entre ambos bandos, con una sangrienta lucha en las cercanías de
Bitonto. La milicia barense fue derrotada en el encuentro con las tropas del
catepán, pero pudo conservar el control de la ciudad para los sublevados. Es
posible que por aquella época hubiese otro choque, esta vez en Montepeloso y que
los rebeldes contasen con la ayuda de bandas de sarracenos que permanecían en
la región.

En enero o febrero de 1010 murió también Juan Curcuas y en su sustitución


llegó en marzo el protoespatario Basilio Argiro, llamado Mesardonites, estratego

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

de Samos acompañado en calidad de lugarteniente por el estratego de Cefalonia


León Tornicio, apodado por su baja estatura Contoleón. Los dos oficiales pusieron
sitio a Bari desde el 11 de abril. Tras un asedio de dos meses los barenses
capitularon permitiendo al catepán la ocupación de la ciudadela en junio.
Mesardonites exigió a los vencidos la entrega de su cabecilla Meles pero éste huyó
en el último momento acompañado por su cuñado Datón. No tuvieron la misma
suerte su mujer Maralda y su hijo Argyros, que fueron enviados a Constantinopla
como rehenes. Décadas después su hijo volvería a Italia para tener un destacado
papel en la escena política, aunque en un contexto totalmente diferente. Para
prevenir la amenaza de futuras revueltas Mesardonites ordenó la construcción en
la cercanía del puerto del Praitorion, de la residencia fortificada del gobernador
en el lugar donde luego a finales del siglo se erigiría la iglesia de San Nicolás.

Mientras tanto el huido Meles llegó en su escapada hasta Ascoli, que


también se había manifestado a favor de la revuelta, pero los éxitos de Basilio
Mesardonites habían entibiado los entusiasmos revolucionarios de los
amotinados y Meles no se consideró todavía a salvo, por lo que optó por buscar
asilo entre los principados lombardos, primero en Benevento, luego en Salerno
que le denegaron su apoyo y finalmente en Capua, donde estableció su residencia.

Tras someter Bari y convertirla de nuevo en sede del gobierno del thema
Basilio Mesardonites emprendió un viaje a Campania para afirmar la soberanía
del basileo en la zona, forzando a los príncipes lombardos a mantener al menos
una apariencia de sumisión a Constantinopla, devolviendo así el prestigio a la
causa imperial y desanimando con ello a los rebeldes de Apulia. En octubre de
1011 se encontró en Salerno con monjes de Montecassino a los que extendió un
diploma confirmando la protección de sus dominios en Apulia. Es posible que el
catepán hubiese emprendido también este viaje para intentar prender al fugitivo
Meles, pero éste consiguió finalmente sustraerse a su vigilancia en la corte de
Pandolfo II de Capua, con lo que el príncipe lombardo afirmó frente a Bizancio su
deseo de mantener una total independencia del Imperio.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

La Aparición de los Normandos

Según la tradición conservada en Montecassino durante su estancia en


Capua Meles trabó conocimiento con un cierto número de normandos que allí
prestaban sus servicios como mercenarios. Conocedor de sus virtudes militares y
sabedor de sus ansias de aventura y riquezas les propuso llevar contra los
bizantinos una nueva tentativa. Por el contrario, de acuerdo con la tradición
transmitida por la obra de Guillermo de Apulia, se fija el primer contacto entre
Meles y los normandos hacia el final de 1011, en un encuentro con peregrinos
que, de vuelta de Jerusalén, se detuvieron en el santuario de San Miguel de
Monte Gargano. Ante ellos se presentó un lombardo exiliado, vestido a la moda
bizantina, que dijo llamarse Meles. El hombre les narró su historia y sus
desventuras y, viendo en ellos a hombres belicosos dispuestos a arriesgar todo en
busca de fortuna, les expuso el atractivo de la empresa por la facilidad con que los
griegos podrían ser derrotados y el inmenso botín del que se podrían adueñar en
un país dispuesto a ser dominado por aquel que tuviese la audacia de reclamar su
señorío.

Ante este prometedor panorama los normandos prometieron a Meles


regresar con muchos más compatriotas para intentar la conquista de Apulia. De
vuelta en su Normandía natal esparcieron la noticia y pronto encontraron
multitud de compatriotas dispuestos a escuchar con agrado. La Normandía de
principios del XI estaba sobrepoblada de hombres sin posibilidades de labrarse
un futuro en los estrechos límites del ducado y, separados de su pasado vikingo
sólo por dos generaciones, conservaban el arrojo y la energía para lanzarse a
cualquier empresa que les pudiera proporcionar tierras, honores y riquezas.

Según la tradición los primeros normandos que acudieron a Capua a


ponerse al servicio de Meles habían tenido que huir de Normandía para escapar
al castigo del duque Ricardo II. Uno de ellos, Gisleberto Buatère, había sido
acusado del asesinato de un vasallo del duque, Guillermo Repostel, y llegó pronto
a un acuerdo con otros caballeros en malas relaciones también con el duque:

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Rainulfo, Aseligrín, Osmudo, Lofuldo, todos ellos hermanos de Gisleberto, así


como Gosman, Rufino, Stigand y Raúl de Toeni junto con sus respectivos hombres
de armas y servidores. Raúl de Toeni parece haber sido el lider de los exiliados.
El porqué de la elección de Italia como destino está en otra tradición que nos
cuenta que, alrededor del año 1000, cuarenta peregrinos normandos se
detuvieron en Salerno de vuelta de un viaje a Jerusalén. La ciudad estaba
entonces asediada por los musulmanes y el príncipe Guaimar, muy apurado,
solicitó la ayuda de los recién llegados. Las habilidades militares de los
peregrinos contribuyeron decisivamente a la liberación de la ciudad y el
agradecido príncipe, tras recompensarles espléndidamente, les rogó que
difundieran al regreso a su hogar su petición para que otros compatriotas
acudiesen a alistarse como auxiliares a su servicio. No contento con esto Guaimar
envió directamente una embajada a Normandía y sus mensajes y las impresiones
de los peregrinos tuvieron gran acogida entre unos caballeros ávidos de riqueza y
asfixiados por la escasez de oportunidades que les esperaba en su tierra natal. El
tentador panorama de un país rico y la perspectiva de la guerra contra los infieles
sedujo facilmente a sus destinatarios y fueron los asesinos de Guillermo Repostel
los primeros que acudieron a la llamada desde Italia.

En 1015 o 1016 Gisleberto y sus compañeros llegaron a Capua tras haberse


detenido en Roma. Durante su estancia en la ciudad el Papa Benito VIII les había
animado a entrar al servicio de los príncipes lombardos, seguramente deseoso de
librarse de unos huéspedes potencialmente incómodos y considerándolos un arma
para contrarrestar la influencia bizantina en la zona. Es posible que sea entonces
cuando haya que situar históricamente la amenaza sarracena sobre Salerno, que
la tradición sitúa quizá erróneamente unos años antes. Tras desaparecer el
peligro los mercenarios se encontraron ociosos y sin empleo, por lo que éste pudo
ser el momento en que de acuerdo con Meles se dirigieron hacia Apulia. A la
pequeña banda de normandos se unieron contingentes lombardos reclutados aquí
y allá por Meles, haciendo llamamientos a todos los descontentos y capitanes de
fortuna hasta formar un ejército bastante numeroso con el que poder enfrentarse
a las tropas del emperador.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

La primera invasión normanda

La irrupción de Meles y sus normandos en Apulia tuvo lugar en mayo de


1017 y de inmediato los saqueos a los que se entregaron los recién llegados
llenaron de terror a los habitantes de las comarcas septentrionales de Apulia. La
actitud desdeñosa de los normandos por una población a la que consideraban
reblandecida y acomodada les sustrajo desde el primer momento el apoyo
popular. Aunque la rebelión volvió a surgir en alguna ciudad, como Trani, la
mayor parte de las villas fueron tomadas a la fuerza y no se produjo ningún tipo
de movimiento en contra de la dominación bizantina. La población asistió
espantada, pero inactiva, a las evoluciones de esta guerra.

En estos momentos al frente del catepanato ya no se encontraba Basilio


Mesardonites, trasladado a finales del año anterior al Epiro y posteriormente al
Vaspurakán. Su lugar había sido ocupado en mayo de 1017 por su antiguo
segundo de vuelta de nuevo en Italia, el estratego de Cefalonia y protoespatario

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Contoleón Tornicio que, ante la noticia de la invasión, envió por delante a uno de
sus lugartenientes, el excubitor León Paciano. Ese mes de mayo tuvo lugar un
primer encuentro indeciso en Arenula, a orillas del Fortore. Pocas semanas
después el catepán se reunió con su subordinado y juntos se enfrentaron el 22 de
junio en una nueva batalla a los invasores cerca de Civitate. El combate terminó
con una derrota bizantina y la muerte de Paciano, tras lo que los vencedores
pudieron proseguir su marcha hacia el sur. Un tercer enfrentamiento tuvo lugar
a mediados de julio en Vacarizza, cerca de lo que luego sería Troia, con una nueva
victoria de los hombres de Meles. Las sucesivas derrotas del catepán provocaron
su inmediata sustitución ese mismo verano y su regreso a Constantinopla.

En su sustitución llegó un personaje que ocuparía un lugar central en la


escena política de la Italia Meridional durante el próximo decenio y que llevaría a
la Italia Bizantina a su período de mayor esplendor. Se trataba del nuevo
catepán, el protoespatario Basilio Boioannes, quizá de origen búlgaro, llegado en
diciembre de 1017 en compañía del patricio Balantés y de un ejército considerable
en el que destacaban los auxiliares rusos.

Durante este tiempo los normandos y Meles habían avanzado hasta Trani,
ocupando en su camino diversos pueblos y villas. Para entonces ambos bandos
habían reforzado considerablemente sus números, porque si Boioannes contaba
con soldados profesionales a su mando por su parte los normandos de Raúl de
Toeni se habían beneficiado de la llegada incesante de pequeños grupos de
compatriotas atraídos por los sucesos acaecidos durante ese año y medio de
combates. Boioannes contaba por su parte con el poderoso estímulo del oro, del
que había sido bien provisto. Con su ayuda pudo ganar el concurso de las milicias
locales y es posible que probase a corromper a aquellas que militaban bajo el
mando de Meles.

En cualquier caso los imperiales se tomaron su tiempo para realizar sus


preparativos. El gran retraso pudo haber sido debido a la necesidad de hacer
frente a las diversas sublevaciones que se produjeron a raíz de las derrotas del
año 1017. Intensos combates se produjeron en la región de Trani donde el

111
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

protoespatario Juanicio y el lombardo Romualdo se mantuvieron en rebeldía


contra la autoridad imperial. Finalmente las tropas del topoteretes Ligorio
derrotaron a los rebeldes en un enfrentamiento que le costó la vida a Juanicio. Su
colega Romualdo fue hecho prisionero y deportado a Constantinopla. Sabemos
también que en junio de 1021 Falcón, turmarca y episkeptites de Trani, ejecutó en
nombre del catepán las sanciones aplicadas a la población por su rebeldía, que
afectaron especialmente al ciudadano Maraldo, cuyos bienes fueron adjudicados
al abad Atenulfo de Montecassino.

Otra de las preocupaciones para Boioannes fue tratar de recuperar el apoyo


de los principados lombardos que se habían mantenido neutrales ante la revuelta
de Meles. Desde febrero de 1018 confirmó los bienes pertenecientes al monasterio
de Montecassino y por estas fechas también logró un acuerdo con Pandolfo IV de
Capua, el primero de los señores lombardos que se reconcilió con el gobierno
bizantino.

Tras estos movimientos diplomáticos llegó el momento de las armas. En el


mes de octubre de ese año tuvo lugar la última y decisiva batalla. Tras unos días
en los que los ejércitos enfrentados maniobraron para situarse en la situación
más ventajosa finalmente el catepán atrajo a los normandos a campo abierto a
orillas del Ofanto, cerca de la villa de Cannas. En octubre de 1018 tuvo lugar un
choque sangriento en el que finalmente los bizantinos llevaron la mejor parte. El
ejército de Meles fue completamente derrotado y los normandos que combatían en
primera linea sufrieron particularmente con sólo diez supervivientes entre los
doscientos cincuenta que iniciaron el combate. Todas las ganancias de la
campaña se perdieron en un día. Los fugitivos emprendieron la huida a toda
velocidad en dirección a Benevento. Los normandos que sobrevivieron a la batalla
se dispersaron: unos entraron al servicio de los príncipes lombardos Pandolfo de
Capua y Guaimar de Salerno, otros huyeron a Montecassino, otros finalmente se
unieron al cuñado de Meles, Datón, al que el Papa Benedicto había puesto al
mando de una fortaleza en la desembocadura del Garellano.

112
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Meles, acompañado por Raúl de Toeni, se decidió pronto a abandonar Italia


y acudió a la corte del emperador Enrique II donde intentó con todas sus fuerzas
convencerlo para que emprendiese una expedición contra los bizantinos. Llegó a
Bamberg a comienzos de 1020, y allí Enrique le concedió el título de duque de
Apulia afirmando con ello las pretensiones del Imperio Germánico sobre la
región. Pero Meles pudo gozar poco tiempo de su recompensa pues falleció poco
después de su llegada, el 23 de abril de 1020 y fue enterrado en la catedral de la
ciudad. El emperador y sus sucesores se preocuparon siempre de que su tumba,
la de un fiel vasallo del Imperio, fuese debidamente honrada.

Así fracasó la primera intentona normanda sobre los territorios bizantinos


en una empresa en la que demostraron su crueldad y rapacidad sobre unas
poblaciones que no demostraron tanto odio hacia sus señores bizantinos como
para querer sustituirlos por unos amos todavía más implacables. El triunfo de
Cannas permitiría un respiro de veinte años hasta que una nueva oleada
normanda se extendiese sobre la Italia del Sur. Mientras tanto tuvo lugar el
florecimiento de la dominación bizantina bajo el gobierno de Basilio Boioannes.

113
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

La Época del Catepán Basilio Boioannes

La victoria de Cannas y la huida de Meles renovaron el prestigio y la


influencia de Bizancio en las tierras de la Italia meridional. En pocos meses la
autoridad del basileo se vio restablecida y la paz llegó a las comunidades de
Apulia. Los bienes de los rebeldes fueron distribuidos entre los grandes
propietarios o las abadías latinas, a las que se quería ganar para la causa
bizantina, entre las que fue especialmente beneficiada la de Montecassino, que
recibió numerosas propiedades producto de las confiscaciones realizadas en la
región de Trani.

La preocupación principal del nuevo gobernador imperial fue asegurar por


todos los medios la protección de la frontera en el norte de Apulia, de forma que
de inmediato se procedió a la construcción de numerosas fortalezas en la llanura
que se extiende entre el río Fortore y el Ofanto con el objetivo de presentar una
barrera a las incursiones lombardas y germánicas que tenían esta región como
vía habitual de penetración en las posesiones bizantinas. Esta nueva Marca
aislaba la región del principado de Benevento, protegía Siponto y separaba la
zona de peregrinación del Gargano del contacto de extranjeros. De hecho, en los
primeros años tras la victoria sobre Meles las guarniciones bizantinas de la zona
impidieron la entrada en la región a todos los foráneos, incluidos los peregrinos,
de modo que todos aquellos que buscaban embarcarse rumbo a Jerusalén
tomando la ruta habitual desde el puerto de Bari tuvieron que cambiar su
itinerario.

Entre las villas y localidades reconstruidas o edificadas de nuevo en esta


época la más famosa fue la de Troia, erigida sobre las ruinas de la antigua Ecana,
que se convirtió en el puesto bizantino de mayor importancia en la ruta de
Benevento a Siponto. La posición estratégica de la fortaleza, que dominaba desde
una colina la llanura circundante y controlaba la antigua Via Trajana en la ruta
hacia Siponto, era tan clara que contra ella se dirigieron en 1022 todos los

114
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

esfuerzos del emperador Enrique II, llegado a Italia para continuar la empresa de
Meles.

Conocemos algunos detalles del proceso de población de Troia, que empezó


en los primeros meses de 1019, por diplomas que se han conservado, entre ellos la
carta fundacional datada en junio de ese año. Se sabe que su población, ruda y
belicosa, fue reclutada primordialmente entre lombardos y normandos del vecino
condado de Ariano que, tras la victoria de Cannas, ofrecieron al catepán sus
servicios y prefirieron la protección del basileo al dominio del señor de Benevento.

Además de Troia otras villas fueron reconstruidas con el mismo objetivo en


la región, entre las que destacaron Dragonara, Montecorvino, Fiorentino y
Civitate. Todas las obras fueron rematadas a lo largo del año 1019. En estas
tierras famosas por su abundante producción de cereales está atestiguado en esta
época el aumento de las actividades agrícolas tras un largo período de abandono.
La preocupación de los gobernantes imperiales por la revitalización de la frontera
quedó documentada en las abundantes donaciones y privilegios otorgados a las
villas, obispados y monasterios del norte del catepanato tanto por Boioannes
como por sus inmediatos sucesores Burgaris, Pothos Argyros o Constantino Opos.
La reorganización de la región se completó con la creación de un arzobispado en
Siponto independiente de Benevento y nuevos obispados en las fundaciones de
Troya y Dragonara. De esta forma el norte de Apulia fue adquiriendo una
identidad propia a lo largo del siglo XI hasta el punto de empezar a ser
denominada en adelante como Capitanata, una deformación de la expresión “el
país del catepán”.

115
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Mientras tanto en la zona sur la amenaza sarracena seguía existiendo,


aunque ya no con la gravedad del decenio anterior. Entre 1010 y 1015 se registra
la actividad de algunas bandas en los alrededores de Bari y la persistencia del
peligro se ve confirmada por documentos que nos hablan del abandono por parte
de un alto funcionario bizantino de su residencia en Polignano para instalarse en
la plaza más segura de Conversano. A partir de 1015 los graves disturbios en
Sicilia redujeron todavía más las actividades corsarias y sólo en 1020 en
Bisignano y en junio de 1023 se conocen las actividades de un jefe musulmán que
en esta última fecha avanza sobre Bari, pero que pronto dirige sus actividades
hacia Palagiano, al noroeste de Tarento. Como respuesta a estas incursiones
Boioannes construyó en esta época las fortalezas de Móttola y Melfi, pero aunque
se mantuvo la presencia árabe en la zona de Otranto en estos años con los jefes
Rayca y Ja’far la amenaza no parece haber sido especialmente preocupante,
aunque se sabe de combates con éstos últimos cerca de Bari en 1029, tras la
marcha de Boioannes, cuando se produjo un recrudecimiento de la actividad
corsaria en las costas italianas.

116
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Las actividades de Basilio Boioannes también se extendieron al campo


diplomático, en el que se esforzó por reactivar la defensa de los intereses
bizantinos más allá de las fronteras del thema de Italia. Pronto entabló
conversaciones con Pandolfo de Capua y su hermano Atenolfo, abad de
Montecassino. Ambos, interesados en hacerse perdonar sus anteriores desvíos, se
esforzaron en mostrar su solicitud ante el emperador, llegando el primero a
enviar las llaves de oro de la ciudad en reconocimiento de la soberanía del
emperador sobre su principado. El catepán puso a prueba la nueva fidelidad de
Pandolfo y le exigió paso libre por su territorio para conducir sus tropas en busca
de Datón, el cuñado de Meles. Pandolfo cedió a la solicitud y Boioannes condujo a
sus tropas hasta las orillas del Garellano, donde se erigía la torre que gobernaba
aquél. Tras un asedio de dos días el rebelde se rindió y fue conducido a Bari. La
guarnición normanda se libró de represalias pasando al servicio del abad de
Montecassino pero el desgraciado Datón fue condenado como rebelde a sufrir el
castigo de los parricidas por la traición a su soberano y se le lanzó al mar metido
en un saco de cuero el 15 de junio de 1021.

La actividad de Boioannes en la zona permitió restablecer la autoridad de


Basilio II desde Troia hasta los límites con los Estados Pontificios, lo cual fue
visto de inmediato como una amenaza para los intereses del Imperio Germánico
en la zona por el temor a que Roma y el Papado volviese a caer bajo la influencia
del poder de Constantinopla.

Tanto Enrique II como Benedicto VIII consideraron que no podían


permanecer impasibles ante esa nueva amenaza. El emperador, que se
encontraba en tierras renanas, ordenó de inmediato la organización de una
expedición al sur tan pronto como le llegaron noticias de los acontecimientos en
Campania. A mediados de noviembre de 1021 el emperador estaba ya en
Augsburgo, punto de reunión de los contigentes suabios, bávaros y loreneses.
Puesto en marcha con rapidez, atravesó el paso del Brennero y llegó a Rávena a
finales de diciembre. El emperador llevaba consigo un poderoso ejército de 60.000
hombres dividido en tres cuerpos. El más fuerte, que conducía personalmente

117
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Enrique, asistido por Raúl de Toeni como consejero, se dirigió hacia el sur
bordeando el litoral adriático hasta llegar a la región de las Marcas, donde recibió
los testimonios de fidelidad de los señores de la región de los Abruzzos. Por su
parte Poppo, el patriarca de Aquilea, a la cabeza de 11.000 soldados se dirigió a la
región del lago Fucino, en el país de los Marsos, punto de reunión con el cuerpo
principal del ejército imperial. Finalmente el arzobispo de Colonia, Peregrino, con
20.000 hombres tomó rumbo directo hacia Roma y Campania, donde debía
detener al abad de Montecassino y al príncipe de Capua y hacerlos juzgar por
traición y rebeldía.

En su marcha hacia el sur Enrique II se dirigió hacia Benevento, esperando


con ello obtener la sumisión de los lombardos y atemorizar a los habitantes de
Troia. Tras tomar contacto con las tropas del arzobispo de Aquilea y recibir la
sumisión de numerosos condes lombardos atravesó el Volturno y remontó el
Calore hasta Benevento donde fue recibido y asistió a diversos procesos judiciales
en los que favoreció a abadías rivales de la de Montecassino.

Por su parte el arzobispo de Colonia llegó a su destino demasiado tarde


como para sorprender al abad Atenolfo, que abandonó la abadía el 15 de marzo y
buscó refugio en Otranto. Pertrechado con parte del tesoro de la abadía y mucha
documentación intentó pasar a Constantinopla, pero pereció pocos días después
en un naufragio, el 30 de marzo de 1022. Su perseguidor, tras tener noticia de la
fuga se encaminó al siguiente objetivo y procedió en breve a poner sitio a la
ciudad de Capua.

Tras poner en regla los asuntos en Benevento el emperador entró en


territorio bizantino hacia el 15 de marzo y de inmediato se dirigió hacia Troia con
la intención de asediarla y asestar un duro golpe al prestigio de las autoridades
bizantinas con la toma del símbolo de su poder renovado. Durante el asedio el
arzobispo de Colonia se le unió trayendo como prisionero al intrigante Pandolfo
IV de Capua. Enrique se contentó esta vez con enviarlo a Alemania cargado de
cadenas y nombrando a otro Pandolfo, primo del primero, para ocupar su puesto
en la ciudad.

118
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Los soldados alemanes saquearon los alrededores de Troia durante tres


meses a lo largo de 1022 intentando rendir por hambre a la guarnición, pero ésta
con gran heroismo resistió todos los ataques y se mantuvo firme, protegidos por
la altura de sus muros y lo escarpado de su posición. Les animaba además la
esperanza de la pronta llegada del ejército del catepán, que en esos momentos
estaba apostado tras la línea del Ofanto. Los atacantes intentaron forzar la
fortaleza mediante el uso de máquinas de asedio, pero sus intentos se vieron
frustrados al ser éstas incendiadas por los defensores. El abrasador calor del
verano y la disentería hicieron presa entre las filas germánicas y Enrique II se
vió obligado a ordenar la retirada del ejército hacia Campania sin haber podido
lograr su objetivo. Es posible que antes de su marcha llegase a algún tipo de
armisticio o sumisión simbólica de los habitantes para evitar el desprestigio de
las armas imperiales, pero no se llegó a producir una ocupación o toma real de la
fortaleza. Conocemos la existencia dos años después de un diploma de Basilio
Boioannes fechado en enero de 1024 en el que se elogia la gran resistencia de los
troianos y se les conceden privilegios y recompensas “para recompensarles por la
bravura de la que han dado muestra durante el asedio de su ciudad y su
inviolable fidelidad a nuestros soberanos de Constantinopla”, por lo que podemos
deducir que la empresa fracasó finalmente. Tras la marcha de los imperiales el 6
de junio de 1022 la ciudad abrió de inmediato sus puertas al catepán y reclamó su
recompensa. Como premio Boioannes les otorgó la exención de impuestos y les
autorizó a comerciar en todo el thema sin ser gravados con las tasas habituales. A
partir de entonces toda su contribución a las arcas públicas debería ser un tributo
anual de 100 sous skyphati (una variante del sous tradicional que se
caracterizaba por su forma cóncava).

A pesar de la intervención germánica Bizancio siguió inmiscuyéndose


durante los años siguientes en la política de Campania. Tras la muerte de
Enrique II en 1024 Pandolfo IV se las arregló para obtener de su sucesor Conrado
el permiso para volver a Italia. Una vez llegado intentó de inmediato reunir un
ejército para arrebatarle Capua a su sucesor Pandolfo de Teano y a las bandas
lombardas y algunos normandos que acudieron a la llamada se unió pronto el

119
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

socorro del catepán que se aprestó a participar en la empresa con tropas


reclutadas en Apulia. En esa época ya se encontraba entre los normandos al
servicio de Guaimar de Salerno Rainulfo Dregnot, el normando que lograría en
1030 obtener el primer feudo en Italia con el señorío de Aversa.

El asedio demostró ser duro y fatigoso, extendiéndose durante más de un


año y medio. Por fin en mayo de 1026 Pandolfo IV logró entrar en Capua e hizo
prisionero a su rival que entregó a Boioannes que a su vez se lo remitió al duque
Sergio de Nápoles. Con estas actuaciones Bizancio volvía a ser la potencia
dominante el sur de Italia reduciendo a la nada los efectos de la pasada
expedición imperial.

La muerte en julio de 1024 del emperador Enrique II se vió seguida de cerca


por la del Papa Benedicto VIII por lo que el juego de intrigas para ganar la
sucesión comenzó nuevamente. Esta vez Bizancio pudo intervenir en una
favorable posición aprovechándose de su renovada influencia en la política
regional. El hermano del difunto pontífice se hizo elegir con el nombre de Juan
XIX y poco tiempo después de su elección recibió a los embajadores del basileo y
del patriarca que le entregaron magníficos presentes. La noticia de estos
encuentros provocó una viva alarma en Occidente y aunque el Papa intentó
tranquilizar a los obispos de Francia y Alemania afirmando que nada se había
tratado es bastante probable que Boioannes obtuviese en esa ocasión el
reconocimiento como metropolitano del nuevo arzobispo de Bari Bizantios. En la
bula que sancionaba la concesion figuraban las doce sedes sufragáneas de Bari y
el resultado era la creación de una provincia eclesiástica autónoma que se
extendía hasta Siponto y Lucera por el norte, hasta Monopoli al sur y por el este
alcanzaba hasta las regiones de Benevento y Salerno. Con ello Boioannes
completó su labor de restauración dando a la iglesia de Apulia una organización
más regular y sin duda más dócil para reforzar la influencia del clero griego en la
región.

La actividad del enérgico catepán no se limitó a la península italiana, sino


que también tuvo su extensión al otro lado del Adriático, donde participó en

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

diversas campañas para restablecer la autoridad imperial en la zona, todavía no


asegurada por completo. Hacia 1024 desembarcó con una milicia reclutada en
Bari al norte de Dirraquio y tras las operaciones allí realizadas envió como
rehenes a Constantinopla a la mujer y a un hijo del príncipe croata Kresimir III.
Se sabe también que por estas fechas diversos zupanes eslavos procedentes de
Iliria atravesaron el mar para establecerse con sus hombres en la región al pie
del Gargano.

La última empresa importante del gobierno de Basilio Boioannes fue la


invasión frustrada en Sicilia, planteada como preámbulo a la operación en gran
escala que habría de encabezar el propio Basilio II. Para ello comenzó primero
por reconstruir las fortificaciones de Reggio tras lo cual zarpó a mediados de 1025
en dirección a Messina con una flota que transportaba poderosos contingentes del
ejército imperial. Tras tomar al asalto la ciudad, y cuando ya se preparaban los
alojamientos para los varegos de cara a las inminentes operaciones llegó la
noticia a finales de diciembre de la muerte del emperador. Boioannes fue
reclamado de nuevo al continente y las operaciones quedaron a cargo del
chambelán Orestes cuya incompetencia hizo pronto fracasar el proyecto. La
muerte repentina del emperador condenó a un olvido momentáneo una empresa
que sin embargo sería pronto sería retomada unos años más tarde.

El gobierno de Boioannes en Italia estaba siendo anormalmente largo para


la costumbre bizantina y el relevo llegó finalmente en septiembre de 1028, poco
antes de la muerte de Constantino VIII, siendo sustituido por su lugarteniente
Cristóforo Burgaris. Habían sido diez años llenos de éxitos y de acertada
administración que llevaron a la Italia bizantina a conocer su época más próspera
que no habría de ser vivida de nuevo durante el resto de la permanencia de la
administración bizantina en las tierras de Italia del sur.

121
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Italia bizantina 1030-1043

La expedición a Sicilia

Las consecuencias de la marcha de Boioannes se pusieron de manifiesto


muy pronto en el reinado de Romano III con la vuelta de las incursiones árabes
en las costas italianas, principalmente en Apulia y el norte de Calabria. Los
breves mandatos de los sucesores de Boioannes, Cristóforo Burgaris y Pothos
Argiro se vieron envueltos en continuas luchas contra los piratas a partir de
1029. El emperador, deseoso de reemprender las grandes empresas de Basilio II,
fijó sus ojos también en la desvalida Italia y envió refuerzos con el protoespatario
Miguel y posteriormente con el nuevo catepán Constantino Opos, llegado en mayo
de 1033. Fueron éstos años de guerra naval en los que las naves del estratego de
Nauplia Nicéforo Caranteno y la flota del chambelán Juan barrieron los mares y
eliminaron la amenaza pirata. Una vez dominado el mar el emperador pudo
negociar en mejores condiciones con los árabes de Sicilia y su emir Akhal. En
agosto de 1035 el diplomático Jorge Probatas firmó la paz en nombre del basileo,
que concedió al emir el título y los honores de magistros. Un comportamiento tan
amistoso por parte del emir sólo pudo estar justificado por la guerra civil que
estalló por aquel entonces en Sicilia y la necesidad que aquél tenía del apoyo de
Bizancio.

Pero esta situación favorable duró poco. El emir de África envió a su hijo
Abdallah en apoyo de los rebeldes sicilianos. Vencido Akhal tuvo que buscar el
refugio del catepán. Éste, decidido a actuar, reunió sus tropas poco numerosas y
pasó el estrecho para combatir contra el ejército africano en 1037.

Por aquel entonces en Constantinopla se había decidido dar un empuje


decisivo a la cuestión siciliana. Consciente el emperador de la debilidad de las
fuerzas locales preparó una flota para asestar un golpe decisivo. Esta armada
transportaba a las mejores tropas del Imperio entre las que destacaban las

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

fuerzas armenias al mando de Catacalon Cecaumeno, contingentes rusos y los


varegos del luego célebre Harald Hardrada. Y al frente se colocó al hombre del
momento, célebre por sus éxitos en Asia frente a los árabes, Jorge Maniaces. Su
misión como “estratego autokrator de las fuerzas del thema de Longobardia”,
como lo llama Skylitzés, consistía en apoyar al bando opuesto al emir africano.
Rápidamente los árabes entendieron que era mejor llegar a un acuerdo entre
ellos que permitir la entrada de las tropas imperiales en la isla y se prepararon
en secreto para expulsar de la isla a los cristianos. Ante la falta de medios
Constantino Opos tuvo que retirarse al continente, llevándose con él a 15.000
cristianos sicilianos rescatados del cautiverio. El emir Akhal murió asesinado en
la ciudadela de Palermo y Abdallah estableció su autoridad sobre toda la isla.

Acompañado por el almirante Esteban, cuñado del emperador, cuya flota


debía navegar a lo largo de la costa oriental de la isla y estar dispuesta a
colaborar con las necesidades del ejército. Maniaces desembarcó en Italia con sus
combatientes y se apresuró a unir sus tropas con los contingentes que debían ser
proporcionados por los themata italianos. El plan estratégico de la campaña
permitía a Maniaces plena independencia de movimiento sin depender en modo
alguno del catepán de Longobardia. Entretanto acababa de llegar a Bari el
patricio y duque Miguel Spondyles, antiguo gobernador de Antioquía, para unirse
a la expedición. Quizá también entre sus obligaciones estuviese la de reemplazar
a Opos, que desaparece de la narración histórica en estos momentos, aunque al
año siguiente ya encontramos a Nicéforo Dociano como catepán en activo. En
cualquier caso Spondyles fue el encargado de realizar las levas de las milicias de
Apulia y Calabria, una acción que provocó un vivo resentimiento en las
poblaciones italianas. A estas fuerzas se unió un cuerpo de entre 300 y 500
caballeros normandos de élite proporcionados por Guaimar de Salerno, al que el
emperador Miguel había solicitado ayuda para combatir al enemigo común. Al
frente de estos brillantes guerreros estaban Guillermo Brazo de Hierro y Drogón,
hijos de Tancredo de Hauteville, que acababan de llegar de Normandía. Guaimar
estuvo más que gustoso de poder desembarazarse de sus turbulentos huéspedes

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

los cuales, ansiosos de botín y tierras, acudieron prestamente a unirse a


Maniaces a Reggio en una aventura que prometía grandes beneficios.

Junto a ellos se alistó también el lombardo Arduino, un antiguo hombre de


armas de la iglesia de San Ambrosio en Milán, que había acudido con un grupo de
sus compatriotas a sumarse a la aventura italiana sirviendo además de
intérprete gracias a su conocimiento del griego. La falta de oportunidades en su
patria le habían llevado a probar fortuna en otras empresas y su astucia pronto le
permitió convertirse en tácito portavoz de todos los auxiliares latinos y francos en
el ejército. Esa preeminencia le animaría a jugar bazas más ambiciosas en un
momento posterior de la historia.

Por fin, a mediados de 1038 y tras dos largos años de preparativos el ejército
de Jorge Maniaces abandonó Reggio y atravesando el estrecho de Faro
desembarcó en Sicilia y avanzó sobre Messina. Ante los muros de la ciudad tuvo
lugar un combate en el que los normandos se cubrieron de gloria y rechazaron
una tumultuosa salida de los defensores. Luego atravesaron las puertas
pisándoles los talones y ganaron la ciudad al primer combate. Este primer éxito,
aunque importante, carecía de gran valor estratégico. En cambio la plaza de
Rametta, escenario de tantos combates en el pasado y que estaba situada al
sudeste de Messina, dominaba la ruta que conducía por el litoral norte a Palermo,
y hacia allí se dirigió de inmediato el ejército.

La llegada del cuerpo expedicionario bizantino puso fin a las discordias


internas de los musulmanes sicilianos que acordaron unir esfuerzos para hacer
frente a la invasión. Cerca de Rametta salieron al paso de las tropas imperiales
con una fuerza estimada en 50.000 hombres. La batalla que tuvo lugar de
inmediato fue encarnizada y tras una dura pugna finalmente los bizantinos
lograron imponerse. Este éxito abrió las puertas de Sicilia al ejército de Maniaces
que pudo así proseguir su marcha bordeando la costa oeste. A finales de 1038
habían sido conquistadas ya trece poblaciones pero estos éxitos no lograban
ocultar la dificultad de la campaña por la naturaleza agreste de las tierras
sicilianas. Sólo tras muchos padecimientos pudo llegar el ejército ante los muros

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

de Siracusa en el comienzo de 1040. De inmediato se puso sitio a la ciudad y los


imperiales se vieron envueltos en continuas escaramuzas y choques en las
frecuentes salidas que intentaban los defensores. En estos enfrentamientos
destacó especialmente Guillermo Brazo de Hierro, que alcanzó fama por matar en
combate singular a un caid que había sembrado el terror entre los sitiadores por
sus proezas en la lucha. Las poderosas defensas de Siracusa provocaron que el
sitio se prolongase dando tiempo al emir Abdallah para reunir fuerzas llegadas
de toda Sicilia y de África y agruparlas en la región montañosa de la isla. A la
cabeza de más de 60.000 soldados intentó un movimiento audaz atacando por
retaguardia al ejército acampado ante Siracusa. Ante esta maniobra Maniaces se
vió obligado a levantar el sitio y retroceder con su ejército para hacer frente a la
nueva amenaza. Avanzando por las laderas occidentales del Etna el ejército
imperial hizo alto en la llanura de Troina, al noroeste del volcán, en una localidad
donde tiempo después se construiría un castillo que llevó el nombre del general
bizantino.

En Troina le estaba esperando Abdallah con todo su ejército atrincherado en


un campamento fortificado. Los árabes habían tenido tiempo para preparar
cuidadosamente su posición y sembraron la llanura circundante con abrojos

125
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

metálicos para estorbar el ataque de la caballería imperial. Lamentablemente


para sus intereses no tuvieron en cuenta la costumbre bizantina de herrar sus
cabalgaduras, lo que convirtió en inútil esta estrategia. Con el enemigo a la vista
Maniaces dispuso sus tropas según la acostumbrada formación en tres cuerpos
que deberían entrar sucesivamente en combate. Cuando se entabló el combate
cuerpo a cuerpo la fortuna acompañó a los bizantinos al descargar una fuerte
tormenta que levantó grandes nubes de polvo que cegaron a los árabes.
Desorganizadas las filas el ejército de Abdallah fue incapaz de resistir el ímpetu
incontenible de la primera carga de caballería pesada. Pronto la batalla se
convirtió en una masacre en la que perecieron a millares los soldados
musulmanes y en la que nuevamente los normandos encontraron ocasión para
sobresalir por la fuerza de su brazo.

El derrotado emir huyó con muchas dificultades y sólo a duras penas


consiguió llegar hasta la costa desde donde se dirigió a Palermo. Mal recibido por
la población local, se vió obligado a abandonar la isla y refugiarse en África. Su
lugar fue ocupado por Hassan Ad Daula, hermano del fallecido Akhal. Fue una
gran victoria que tuvo un gran éxito en toda la isla y que ha dejado para el
recuerdo en Troina el nombre de “Fondaco dei Maniaci” dado a la llanura en la
que tuvo lugar.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

La batalla, que tuvo lugar en la primavera o el verano de 1040, proporcionó


a Maniaces el control de la zona oriental de la isla y abrió las puertas de Siracusa
al ejército imperial que hizo en ella una entrada triunfal en medio del entusiasmo
de la población cristiana local. El descubrimiento por esas fechas de los restos de
la vírgen y mártir Santa Lucía en la ciudad contribuyó a un clima de exaltación
general que ponía en boca de todos el nombre del artífice de tantos éxitos. En la
memoria local ha sobrevidido este recuerdo con la denominación de “castillo de
Maniaces” que se le dió a la fortaleza bizantina que se erige en la ciudad.

Fiel a su temperamento el general no se relajó en el momento de la victoria.


Antes de Troina había encargado al almirante Esteban la tarea de vigilar
cuidadosamente las costas de la isla para impedir la huida del emir en caso de
derrota. Pero la ineptitud de Esteban le hizo incapaz de cumplir con su misión.
Abdallah escapó y sobre el almirante cayó de inmediato la ira implacable de
Maniaces. Haciendo acudir a su presencia al inepto oficial lo cubrió de injurias y
le acusó ante el emperador de traición y cobardía. Tan grande fue su cólera que
llegó a maltratarlo físicamente acusándole de cobarde, afeminado y “proveedor de
los placeres del emperador”. Este acceso de cólera provocaría muy pronto funestas
consecuencias para la carrera del general.

127
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Tras la toma de Siracusa Maniaces comenzó de inmediato los trabajos de


reparación y consolidación de las murallas de la ciudad para ponerla en el mejor
estado posible de defensa. El siguiente paso, tras la victoria de Troina, era la
ocupación del interior de la isla, pero todos los planes tuvieron que suspenderse
cuando mensajeros llegados de Constantinopla ordenaron Imperiosamente al
general que abandonara el mando y regresara a la capital.

El ofendido Esteban, enfurecido por el humillante tratamiento a que había


sido sometido por el general en jefe, había aprovechado su influyente posición en
la corte para denunciar a Maniaces ante el todopoderoso Juan el Orfanotrofo,
hermano del emperador, acusándole de traición y de aspirar a la púrpura. Juan
no dudó en reclamar la vuelta de Maniaces ordenando que se le trajera
encadenado junto con su camarada de armas Basilio Teodorocano.

Con Maniaces languideciendo en prisión el mando en Sicilia recayó en el


incapaz Esteban ayudado por el praipositos Basilio Pediadites y Miguel Dociano.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

La segunda invasión normanda

Por desgracia los sucesores de Maniaces eran muy inferiores en talento y su


desgraciada dirección provocó un rápido empeoramiento de la suerte de las armas
bizantinas. Maniaces había desarrollado una meticulosa actividad de
construcción de kastra en cada una de las plazas conquistadas con vistas a
preparar puntos de apoyo sólido para futuras operaciones en la isla e impedir
simultáneamente sublevaciones de las poblaciones musulmanas locales. Tras la
marcha del general esas fortificaciones fueron abandonadas por negligencia e
imprevisión y en pocos meses las plazas en las que habían sido edificadas fueron
recuperadas una tras otra por sus antiguos dueños. En mayo de 1041 sólo
quedaba Messina en manos del ejército imperial, y ésta gracias a la enérgica
actuación del protoespatario Catacalon Cecaumeno, estratego del thema de los
Armeníacos, que hace aquí su primera aparición en las crónicas. El 10 de mayo
Cecaumeno obtuvo una brillante victoria sobre las fuerzas que asediaban la
ciudad. Después de mantenerse oculto tras los muros por un espacio de tres días
realizó una salida repentina con todas sus tropas, 300 jinetes y 500 infantes. El
éxito fue total y los árabes, tomados por sorpresa, fueron aplastados. Su jefe
encontró la muerte a manos de Cecaumeno y sus bienes pillados. Los
supervivientes huyeron a toda prisa hacia Palermo, permitiendo un respiro
momentáneo para Messina.

Desgraciadamente hacía meses ya que el resto de la isla había caído de


nuevo en manos de los musulmanes. Muy pronto los generales al mando fueron
reclamados a la península ante el estallido de la revuelta de los contaratoi y la
declaración de guerra de los normandos. Ambos sucesos exigieron de las
autoridades bizantinas en Italia toda su atención dejando los asuntos sicilianos
abandonados a la espera de tiempos mejores.

De acuerdo con las órdenes recibidas el resto del ejército repasó el estrecho y
fue conducido de nuevo a Calabria y Apulia donde tuvo que enfrentarse a una
nueva amenaza que ponía en grave peligro la seguridad de los themata italianos,

129
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

la invasión de los normandos de Campania. Una gran masa de refugiados


cristianos acompañó a las tropas en su regreso a Calabria, temerosos de la
venganza árabe.

Los orígenes del enfrentamiento, aunque obedecen a causas más profundas


que tienen que ver con la complicada estructura política de la región, se
desencadenaron a raíz de la campaña siciliana. Durante las operaciones militares
se puso de manifiesto la falta de entendimiento entre los auxiliares normandos y
los generales imperiales. Los normandos, representados por sus jefes Guillermo
Brazo de Hierro y Drogon, se quejaron airadamente ante Maniaces al considerar
que la parte del botín que se les había concedido no premiaba suficientemente sus
méritos en los ataques a Messina y Siracusa. Junto a ellos se alineó Arduino, que
esperaba guardar para sí un hermoso caballo que había ganado en Troina
después de haber matado a su jinete. Pero Maniaces, sin que conozcamos el
motivo, le ordenó que devolviese el animal. Arduino se negó por tres veces a
cumplir la orden y desoyó todos los avisos que se le transmitieron hasta que,
agotada la paciencia, Maniaces decidió aplicar un castigo ejemplar por
desobediencia que sirviese de lección al resto de sus subordinados y ordenó que se
le despojara de sus vestimentas y lo azotaran con varas desnudo en medio del
campamento.

Arduino, después del humillante castigo, disimuló su resentimiento y a


partir de entonces sólo tuvo en su pensamiento el proyecto de regresar al
continente. Por su parte los normandos, indignados por el maltrato de que se
había hecho objeto a su camarada y por la mezquindad del botín que les había
tocado en suerte, tachaban de avariciosos a los bizantinos y atribuían a mala fe
su comportamiento, con lo que también desearon regresar al otro lado del
estrecho. Arduino logro sobornar al secretario de Maniaces para que expidiese un
permiso de retorno para sí mismo y para los normandos, con lo que pudieron
llegar a la costa italiana sin contratiempos. Los normandos, a partir de entonces
enemigos irreconciliables de Bizancio, regresaron a Aversa y Salerno.

130
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Parece ser que por la misma época Harald Hardrada también se enemistó
con Maniaces y como consecuencia los escandinavos abandonaron la campaña
italiana. No conocemos las fechas concretas, aunque es bastante probable que la
partida de unos y otros fuese cercana en el tiempo. En cualquier caso en octubre
de 1041 Hardrada y su gente se encontraban ya en Tesalónica luchando contra el
insurgente búlgaro Pedro Delian y el emperador le había recompensado con el
título de manglabites. Seguramente el perdón imperial por el abandono del
puesto de combate fue facilitado por la caída en desgracia de Maniaces que había
sucedido entre tanto.

También había mucha agitación entre las poblaciones italianas. El


descontento contra las autoridades bizantinas, la ausencia de las tropas
empeñadas en la campaña siciliana y las levas forzosas produjeron sublevaciones
ya desde mediados de 1038, poco después de la entrada del ejército en Sicilia.
Toda Apulia estaba muy agitada y en Bari se produjeron revueltas en ese año con
el resultado de la muerte de varios oficiales y ciudadanos griegos. Estas
movilizaciones ciudadanas tuvieron su origen en las levas de milicias locales
(contaratoi o conterati) con destino a la campaña siciliana y posiblemente a un
alza de los impuestos para costear las operaciones. Con la misión de arreglar los
asuntos italianos llegó a Bari el catepán Nicéforo Dociano en febrero de 1039. El
nuevo gobernador traía órdenes expresas de acabar con los tumultos y lo
consiguió por algún tiempo, aunque a los pocos meses la reanudación de las levas
forzosas produjo nuevas revueltas populares y con ellas el derramamiento de
sangre de varios funcionarios imperiales. La ocasión llegó durante la gira de
Dociano por la zona norte del thema con la misión de reclutar más tropas
auxiliares para la guerra. Los contaratoi se negaron a ser alistados y se
sublevaron contra los oficiales bizantinos llegando a matar a algunos. El primero
de ellos el propio catepán Nicéforo, muerto en Ascoli en enero de 1040. El 5 de
mayo le llegó el turno al krités Miguel Coirosfactes, asesinado por contaratoi
amotinados en el kastron de Móttola y en el mismo día otro oficial, Romano, fue
muerto en Matera.

131
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Los rebeldes intentaron aprovechar la debilidad de las guarniciones


bizantinas para ocupar las grandes ciudades del litoral y señalaron Bari como su
objetivo principal. En el camino se les unió Argyros, hijo de aquel Meles que se
había rebelado contra el Imperio en 1009/1010 y nuevamente en 1017. Había
regresado en 1029 procedente de Constantinopla donde se había educado y
ocupaba ahora un lugar entre los prohombres de Bari, y guiados por él se
dispusieron a entrar por la fuerza en la capital del thema. Sin embargo pronto
surgieron disputas entre los sublevados, las milicias se dispersaron y el 7 de
mayo Argyros se reconcilió de nuevo con las autoridades bizantinas tras derrotar
a los contaratoi y apresar a sus jefes. Era un éxito importante, pero en el resto de
los territorios la situación empeoraba.

Para sustituir al fallecido catepán llegó en el otoño de 1040 su pariente el


protoespatario Miguel Dociano. Éste intentó en Bari restablecer la situación
mediante detenciones y ajusticiamientos, pero la situación general se había
deteriorado a causa de las sublevaciones populares en Apulia por los abusos de su
antecesor en el cargo y los problemas con los mercenarios normandos. El
lombardo Arduino, que hasta entonces se había mantenido en un discreto
segundo plano, se decidió a un audaz movimiento para perjudicar los intereses de
Bizancio. Su motivo principal era la venganza, por la humillación sufrida tiempo
atrás a manos de Maniaces. Ganándose el favor del nuevo catepán con atenciones
y demostraciones de celo, consiguió que éste lo nombrara candidatos y lo enviara
a Apulia para asumir el mando de algunas plazas entre las que destacaba la
ciudad fronteriza de Melfi, llave de la entrada a Apulia. Desde allí Arduino
empezó a desarrollar sus planes de venganza incitando a la población a
sublevarse contra la tiranía de los griegos. La ocasión era favorable, pues buena
parte de las tropas bizantinas se encontraban todavía en Sicilia y muchas
ciudades en Apulia se habían alzado en armas.

Esta situación en el continente fue la que provocó el regreso desde Sicilia de


buena parte de las tropas allí destinadas, y para finales de 1040 Miguel Dociano
hizo de nuevo su entrada en Bari. Decidido a castigar el comportamiento de la

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

población local comenzó a actuar en Ascoli, lugar donde había perecido su


predecesor en el cargo. Poco después le tocó el turno a la cercana población de
Bitonto, donde se ensañó con los representantes de la nobleza del lugar. Desde
allí se dirigió de nuevo a Bari para aguardar la llegada de los refuerzos de
Constantinopla antes de emprender nuevas acciones.

Tras el paréntesis invernal Dociano salió en campaña a comienzos de la


primavera de 1041 para enfrentarse a los invasores normandos que por entonces,
con la ayuda de Arduino, acababan de ocupar Melfi, en el valle del Ofanto. Esta
población fronteriza, en la que Arduino residía con el cargo de topoteretes, se hizo
eco de la llamada a la insurrección que había partido de Ascoli y que se expandió
por el descontento de las poblaciones locales. Arduino se esforzó en animar a ricos
y humildes a tomar las armas para luchar contra la opresión militar y fiscal de
los funcionarios bizantinos. En marzo de 1041, pretextando dirigirse a Roma en
peregrinaje, estableció contacto con los Hauteville en Aversa y les animó a
emprender una nueva campaña en Apulia contra sus antiguos aliados
tentándoles con la visión de un fabuloso botín y la esperanza de una resistencia
escasa al estar el ejército imperial ocupado en Sicilia.

Los normandos, todavía pocos en número pero creciendo día a día,


estuvieron más que dispuestos a intentar la empresa. Buscaron la alianza de
algunos señores locales, tomaron el título de condes y procedieron a repartirse de
antemano las tierras que pensaban conquistar, con la promesa de ceder a
Arduino la mitad de todo lo que consiguiesen. De las tierras de Benevento
partieron 300 caballeros de fortuna que fueron introducidos de noche en la ciudad
de Melfi. Los recién llegados se encontraron con una gélida bienvenida por parte
de la población local, que percibía el peligro de su presencia y a duras penas
consiguió Arduino apaciguar los ánimos y evitar que intentasen expulsarlos de la
ciudad. Al calmarse los ánimos los normandos fueron aceptados a regañadientes
y éstos contaron al fin con una sólida base de operaciones desde la que intentar
nuevas conquistas. Por el contrario, en las vecinas Venosa, Lavello y en la propia
Ascoli los alarmados ciudadanos se apresuraron a pedir ayuda al catepán para

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

expulsar a esos bárbaros invasores. Sin duda el recuerdo de la primera invasión


normanda de Apulia en 1017 y de sus desmanes estaba muy vivo en la memoria
colectiva.

Miguel Dociano salió de Bari con las tropas que tenía a su disposición,
auxiliares rusos, contingentes del Opsikion y los Tracesios además de las milicias
locales, sin esperar a que se le unieran el resto de sus fuerzas, todavía en camino
desde la isla. Sicilia quedó desguarnecida con la excepción de Messina, que
también sería abandonada poco después a pesar de los éxitos de Catacalon
Cecaumeno. El ejército imperial era superior al de los normandos, que contaban
con poco más de 2000 o 3000 guerreros tras la llegada de lombardos de Benevento
y de otros capitanes del norte. El choque tuvo lugar cerca de Venosa, el 17 de
marzo de 1041 y los griegos llevaron la peor parte, teniendo que retirarse a la
zona montuosa cercana para proteger su posición.

134
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Los normandos aprovecharon la ocasión para saquear la comarca de Venosa,


Ascoli y Lavello convirtiendo Melfi en su base de operaciones y centro de recogida
del botín. Ante una situación que empeoraba más la población local volvió a pedir
socorro a Dociano. Éste se preparó para un nuevo encuentro tras recibir refuerzos
y avanzó con un ejército que incluía soldados de los themata asiáticos, auxiliares
de Pisidia y Licaonia, rusos y milicias locales de Calabria y Capitanata. El 4 de
mayo, en Montemaggiore (Cannas) se produjo el segundo enfrentamiento. Fue
una lucha confusa y cruenta en la que de nuevo los imperiales llevaron la peor
parte. Dociano fue derribado de su caballo pero consiguió huir, no así muchos de
sus soldados que murieron ahogados en las aguas del río Ofanto, víctimas de una
súbita crecida. Entre los muertos se contaban además los obispos de Troia y de
Acerenza.

Este desastre debilitó gravemente al ejército imperial y obligó al catepán a


volver a Bari y solicitar nuevos refuerzos, lo que supuso la retirada de Messina de
los últimos contingentes allí emplazados y con ello la pérdida de todas las

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

conquistas de los años anteriores. Cuando la noticia de estas derrotas llegó a


Constantinopla el emperador ordenó la destitución del valeroso pero infortunado
Dociano y su sustitución por el hijo de Boioannes, el antiguo catepán que venciera
a Meles. El nuevo gobernador, llamado Exaugustos por los cronistas locales, llegó
con tropas rusas de refuerzo que se vinieron a sumar a las tropas sicilianas de
Maniaces, soldados del thema de Macedonia, paulicianos y reclutas locales.

Por su parte los victoriosos normandos veían como sus fuerzas aumentaban
día a día por el prestigio ganado tras las dos victorias del año y nuevos
contingentes de los principados lombardos del norte de Italia venían a sumarse a
sus filas. Con ellos estaba también Atenulfo, hijo del príncipe de Benevento
Pandolfo II, al que reconocieron como su jefe en Melfi.

El nuevo catepán no esperó mucho a probar fortuna con las armas. El 3 de


septiembre tuvo lugar la tercera batalla, esta vez en Montepeloso, después de un
frustrado intento de los imperiales por sorprender a Melfi. Tras un enconado
combate en el que los bizantinos estuvieron a punto de imponerse la batalla se
decidió por la intervención en el último momento del conde normando Gautier.
Boioannes fue hecho prisionero y conducido a Benevento desde donde fue liberado
poco después tras el pago de un fuerte rescate.

Animados por estas victorias la voluntad de los normandos de consolidar sus


conquistas fue imparable. Aunque en un primer momento, antes de la batalla de
Venosa habían prometido fidelidad al emperador con la condición de retener las
tierras que poseían entonces, ahora fue imposible contener su ambición. En el
otoño de 1041 los normandos dominaban ya la zona de Melfi y la región oeste de
Apulia hasta las cercanías de Matera. Bizancio no controlaba ya más que el
litoral, salvo en Capitanata y la tierra de Otranto. Incluso las grandes ciudades
costeras comenzaron entonces a tratar individualmente con los invasores
arreglando acuerdos concretos con la esperanza de preservar sus territorios. Bari,
Giovinazzo y Monopoli aceptaron pagar tributo, como en su momento habían
hecho con los árabes. Por esa época llegó a la zona un funcionario bizantino,
Sinodiano, para tratar con las ciudades que habían parlamentado con los

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

normandos pero falto de recursos renunció a la acción y se encerró en Tarento.


Como él otros oficiales se vieron obligados a guarecerse tras los muros de las
ciudades que todavía mantenían fidelidad al Imperio, dejando el territorio libre
para las correrías de los invasores. En breve sólo quedaron en manos de Bizancio
cuatro plazas en Italia: Brindisi, Otranto, Tarento y Bari. Ante esta situación de
deterioro Constantinopla se vió obligada a llamar de nuevo al único hombre capaz
de hacer frente a la situación. Llegaba de nuevo la hora de Jorge Maniaces.

137
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Maniaces en Italia

Miguel IV, el emperador que había enviado a prisión a Maniaces, falleció en


diciembre de 1041. Su sucesor Miguel V y su esposa Zoé, deseosos de enderezar la
suerte de los asuntos occidentales, liberaron al general y lo reenviaron a Italia
con el título de magistros, catepán de Italia y strategos autokrator de los tagmata
de Italia tras hacer llamar de vuelta a Sinodiano. Maniaces desembarcó en
Tarento a finales de abril de 1042 con un nuevo ejército reforzado con
contingentes albaneses, los arvanitai que pasaron luego a constituir uno de los
cuerpos extranjeros permanentes en el ejército imperial. En el momento de su
llegada sólo seguían en poder de Bizancio las plazas de Brindisi, Otranto,
Tarento, Trani y Oria.

Entre tanto sus adversarios no habían permanecido ociosos, habían tenido


cinco meses de desgobierno bizantino para maniobrar y establecer alianzas con
las ciudades de Apulia. Tras haberse malquistado con el principado de Benevento
negociaron con los principales de Bari y propusieron a Argyros reconocerlo como
su señor. Éste, seducido por la propuesta, repitió el comportamiento de Arduino e
hizo entrar de noche a los normandos en la ciudad y allí concluyó un acuerdo
definitivo con ellos recibiendo en febrero de 1042 el título de duque y príncipe de
Italia con los guerreros normandos como vasallos. Éstos seguían el mismo
procedimiento utilizado con éxito en otras ocasiones: imponer su participación,
hacerse temer, reconocer en teoría la soberanía de los antiguos amos del país
para luego desequilibrar la situación en su propio provecho. Es posible que en lo
tocante a Argyros su proyecto fuese llegar a una futura reconciliación con
Bizancio previa aceptación de los hechos consumados y con la secreta esperanza
del catepanato por entonces vacante.

La llegada de Maniaces trastornó todos esos cálculos y dejó a Argyros como


un simple rebelde, tal y como su padre lo había sido en tiempos, por lo que se vio
obligado a vincular su destino más estrechamente a los recién llegados del norte.
Avanzando en su propósito reclamó la ayuda de los normandos de Aversa y

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

reunió varios miles de soldados que se aprestaron a combatir al ejército imperial


acampado bajos los muros de Tarento. Pero Maniaces rehuyó el combate y optó
por refugiarse tras los muros de la ciudad a la espera de una oportunidad
favorable. Los normandos intentaron en vano provocar a los bizantinos a un
encuentro en campo abierto y se contentaron con saquear la región de Oria. Tras
reconocer la imposibilidad de asediar una plaza poderosa como Tarento se
replegaron pronto hacia el norte en mayo de ese año.

En el litoral adriático Trani, la plaza más importante después de Bari,


mantuvo la fidelidad al emperador y rehusó negociar con Argyros. Su ejemplo fue
imitado por Giovinazzo con peor suerte pues Argyros apostó su ejército ante la
plaza y la tomó el 3 de julio de 1042 después de tres días de sitio sometiéndola a
pillaje y asesinando a los funcionarios bizantinos en ella refugiados. De allí pasó
a Trani, a la que sometió a asedio durante más de un mes hasta que los
acontecimientos de Constantinopla provocaron un vuelco en la situación.

Entretanto Maniaces había salido en junio de Tarento con su ejército


barriendo delante de sí las bandas de normandos que encontraba a su paso.
Castigó cruelmente a los habitantes de Matera acusándoles de trato con el
enemigo y demostró ser tan despiadado como sus enemigos normandos,
arrasando los campos, quemando las cosechas y asesinando a centenares de
campesinos. Desde Matera Maniaces se dirigió hacia el este y sometió a Monopoli
al mismo castigo y a la misma demostración de crueldad y ensañamiento: muchos
ciudadanos fueron ahorcados y otros enterrados vivos, pero las ciudades no le
abrieron sus puertas por ello. Con todos estos hechos Maniaces se ganó una
reputación de tirano abominable en la región y perjudicó muy gravemente la
suerte de la causa bizantina en Italia. Mientras tanto en Constantinopla se
sentaba en el trono un nuevo emperador y la llegada al poder de Constantino
Monómaco en julio supuso malas noticias para la fortuna de Maniaces.

Durante la época de sus mandatos en Asia Menor el general había adquirido


grandes propiedades en el thema de los Anatólicos. Algunas de esas tierras eran
vecinas de las de un poderoso señor, Romano Esclero, nieto del famoso Bardas.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Pronto las relaciones entre ambos se deterioraron y Maniaces, que debió ser un
hombre de genio pronto, amenazó de muerte a Esclero. Éste, amedrentado,
abandonó sus tierras y desde entonces experimentó un odio feroz por su antiguo
vecino. La situación era delicada para Maniaces por cuanto Romano tenía muy
buenas conexiones en la corte, al ser su hermana la amante del emperador. El
momento para la venganza llegó cuando su rival tuvo que ausentarse para
guerrear en Italia. Romano, seguro del apoyo de Monómaco, saqueó las
propiedades de Maniaces y yendo más allá en la ofensa, ultrajó a su mujer.
Cuando el general fue informado de estos penosos acontecimientos experimentó
una cólera indecible, cólera que se convirtió en exasperación al saber que el
emperador, a instancias de su rival, había decidido finalmente destituirlo de su
puesto. En ese momento Maniaces, considerando muy peligroso regresar a
Constantinopla como un simple particular, optó por la única solución que veía a
su alcance, la revuelta.

En esos momentos las noticias llegadas de Constantinopla le decidieron a


rebelarse, sabedor de que la pérdida de favor de la corte y la llamada a la capital
suponían de nuevo la prisión. La llegada al poder de Constantino Monómaco y el
favor que éste propiciaba a su mortal enemigo Romano Esclero no auguraban
más que desgracias para su carrera. Puesto al corriente de todos los detalles
comenzó a incitar en secreto a sus soldados contra Monómaco.

En septiembre de 1042 desembarcó en Otranto una representación del


basileo. El patricio Pardos, el protoespatario Tubaces y el arzobispo Nicolás
llegaron portadores de un crisóbulo dirigido a Maniaces con el que el emperador
pretendía reconciliarse con su exasperado general. Pardos además debía
sucederle en el cargo de catepán. Maniaces, conocedor en secreto del contenido
del documento, al principio les dispensó una favorable acogida pero la torpeza del
enviado muy pronto empeoró las cosas. El comportamiento arrogante de Pardos
fue demasiado para el genio del general que dió órdenes de inmediato a sus
hombres para detener al patricio al que al cabo de pocos días hizo asesinar en
unas caballerizas tras someterlo a muchas vejaciones. El protoespatario Tubaces

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

sufrió la misma suerte pocos días después. El secreto se había desvelado y tras la
favorable reacción de sus hombres Maniaces se decidió por fin en octubre de 1042
a asumir las insignias imperiales del poder supremo y se hizo proclamar
emperador por sus tropas, decidido a emprender la lucha a vida o muerte por el
poder. Su empresa requería oro y Maniaces lo encontró apropiándose de los
fondos de la embajada, unas fuertes sumas destinadas a comprar la retirada de
los normandos.

Anteriormente, en julio, otra delegación imperial se había encontrado con


Argyros, que estaba asediando Trani en esas fechas, y le presentaron un crisóbulo
en el que se le comunicaba el perdón del emperador y se le conferían los títulos de
patricio y vestes si demostraba su fidelidad al Imperio y atraía a los normandos al
servicio de Bizancio. Ello suponía aceptar definitivamente la presencia de éstos
en los territorios bizantinos intentando obtener a cambio un provecho para los
intereses del Imperio. Argyros aceptó el trato y obligó a los normandos a levantar
el sitio de Trani, quemó las máquinas de asedio y se dirigió de nuevo a Bari hacia
donde también se encaminaba su rival.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Maniaces después del asunto de la embajada partió a marchas forzadas


desde Otranto con parte de su ejército. Pretendía presentarse en Bari y utilizar el
oro recién ganado para comprar el favor de los magnates de la capital y atraerlos
a su causa. Pero la brutalidad que había demostrado en el trato con la población
local lo había vuelto odioso e impopular, y los magnates decidieron mantenerse
fieles a Argyros y a Bizancio. Tras ser incapaz de llegar a un acuerdo con su rival
Maniaces se volvió hacia los normandos, pero éstos, con el recuerdo fresco de sus
difíciles relaciones en Sicilia rehusaron también y sólo un pequeño número se
unió a su ejército. Ante este fracaso Maniaces decidió no perder más tiempo en
Italia y llevar su ejército al otro lado del Adriático para intentar su suerte hacia
el corazón del Imperio, allí donde se jugarían todas las bazas. Por ello tras ser
rechazado de Bari se replegó sobre Tarento que se había convertido en la base de
operaciones de su ejército y preparó el embarque de sus tropas hacia Grecia. Los
normandos saqueaban la región y la población local mostraba una disposición

142
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

muy poco amistosa hacia el rebelde por el duro trato que había recibido de su
parte, por lo que Maniaces decidió abandonar la ciudad y marchar sobre Otranto
para desde allí dejar Italia.

En estos momentos, en febrero de 1043 había llegado a Bari Basilio


Teodorocano el antiguo compañero de armas de Maniaces y nuevo catepán de
Italia. Argyros con las milicias locales de Bari y contingentes normandos rodeó
Otranto mientras que una flota bizantina mandada por Teodorocano bloqueó el
puerto. Pero siendo un hombre de recursos Maniaces encontró la forma de
apoderarse de unos barcos, forzó su salida de puerto en ese mismo mes y puso
proa rumbo a Dirraquio.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

El fin de la Italia bizantina: 1043-


1071
Tras la marcha de Maniaces los oficiales bizantinos recibieron una mejor
acogida en tierras italianas, pero la situación no mejoró por la falta de medios
para oponerse a los normandos y recobrar los territorios perdidos desde 1041.
Bizancio controlaba todavía en 1043 Calabria, Tarento y la tierra de Otranto,
pero en Apulia sólo las ciudades costeras reconocían fidelidad al basileo. En el
interior sólo algunas villas aisladas como Troia (hasta 1048) o Lucera (hasta
1060) se sustrajeron al dominio normando. En estos años aparece documentado el
problemático thema de Lucania, conocido sólo por un documento datado en
noviembre de 1042 por el que su estratego Eustacio Skepides dicta una sentencia
en favor del abad del monasterio de San Nicolás en el valle del Lao. Constituido
alrededor de Cassano en opinión de Falkenhausen o de Tursi para Guillou y
agrupando en opinión de este último autor los territorios de Latinianon,
Merkurion y Lagonegro, este thema debió ser organizado posiblemente a partir
de 1035 tras la alianza con el emirato siciliano y tuvo corta vida pues no aparece
registrado en la titulación del duque Argyros a su llegada a Italia en 1051.

En enero de 1043 los barones normandos mantuvieron una reunión en Melfi


para decidir el reparto de sus futuras conquistas, aunque por el momento se
centraron en tomar posesión de las primeras plazas conquistadas en los valles del
Ofanto y el Bradano que abrían paso desde Melfi hacia el resto de la provincia
bizantina. Tras conceder a Rainulfo de Aversa la villa de Siponto con el simbólico
santuario de San Miguel de Gargano, los barones procedieron al reparto: los
barones procedieron al reparto: Guillermo Brazo de Hierro reclamó para sí la
villa de Ascoli Satriano; Drogón, Venosa; Arnolín, Lavello; Hugo Touboeuf,
Monópoli; Rodolfo, Cannas; Gautier, Civitate; Pedro, la ciudad de Trani; Rodolfo,
el hijo de Bebena, se quedó con Sant'Arcangelo; Tristán, Montepeloso; Hervé,
Frigento; Asclitin, Acerenza y Rainfredo, Minervino. Melfi, el origen de la fortuna

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

normanda, fue considerada como capital del condado de Apulia y se convirtió en


una posesión común para los doce jefes. Los historiadores afirman que Arduino se
quedó con la mitad del territorio aunque lo cierto es que poco tiempo después su
nombre desaparece de los registros históricos.

Tras el reparto el príncipe Guaimar de Salerno, en su calidad de señor de los


barones normandos, condujo a estos contra Argyros, que había regresado a Bari
tras su cambio de bando. El sitio de la ciudad se prolongó durante cinco días pero
Bari era demasiado poderosa como para rendirse ante un enemigo poco
preparado, de modo que tras saquear los alrededores los normandos regresaron a
Melfi. Es posible que por entonces supiesen ya de la inminente llegada de la flota
de refuerzo al mando de Basilio Teodorocano que llegó en febrero para combatir
al rebelde Maniaces.

Pronto hubo relevos también entre los normandos. En junio de 1044 fallecía
Rainulfo de Aversa y Gaeta, el primer normando que había fundado en Italia un
señorío independiente, sustituido pronto por su sobrino Rainulfo y a fines de 1045
o a principios de 1046 moría prematuramente, para gran consternación de sus
compatriotas, Guillermo Brazo de Hierro, primer conde de Apulia, sucedido no
sin oposición por su hermano Drogón.

El patricio y vestes Argyros, cuya posición e influencia podían colisionar con


el nuevo catepán Basilio Teodorocano, fue rápidamente llamado a Constantinopla
por el emperador y el propio Teodorocano no permaneció tampoco mucho tiempo
en su puesto, ya que pronto fue nombrado a finales de 1045 en su lugar un nuevo
oficial llamado Eustacio Palatino que, en un esfuerzo por recabar apoyos, reclamó
la vuelta a Bari de todos aquellos que se habían exilado. Mientras todos estos
cambios tenían lugar la lucha continuaba en las tierras de Apulia y Calabria. El
flamante catepán intentó mostrar energía en su desempeño pero fue prontamente
derrotado a las afueras de Tarento, el 8 de mayo de 1046, circunstancia que fue
aprovechada por los normandos para tomar poco después la villa de Lecce. Parece
ser que en estos momentos los notables de la ciudad de Bari, sin conocimiento de
los oficiales bizantinos, entraron en tratos con el conde Umfredo, hermano de

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Guillermo Brazo de Hierro y de Drogón y llegado recientemente a Italia e


hicieron prisionero al derrotado catepán, que había buscado refugio en Bari tras
su derrota en el sur. Por aquel entonces los inestables normandos se habían
dividido en dos partidos: uno reconocía el señorío de Umfredo y Drogón y el otro a
Pedro, el hijo de Amigo, que por aquel entonces estaba ocupado en el sitio de
Trani.

El derrotado y prisionero Eustacio fue relevado de su cargo a finales de 1046


y en su lugar llegó a la península el patricio y vestes Juan Rafael, comandante de
la guardia varega que desembarcó en Bari a la cabeza de un destacamento
escogido. La llegada de estos contingentes fue muy mal recibida por los lugareños
y Rafael tuvo que abrirse paso a la fuerza hasta el Pretorio, la residencia del
gobernador en la ciudad. Lo inestable de la situación le decidió a ordenar la
retirada al día siguiente y entablar negociaciones con las autoridades locales para
conseguir la liberación de su antecesor en el cargo. El acuerdo al que llegó con los
bariotas implicó el reconocimiento del estado de cosas en la ciudad, lo que venía a
significar su independencia de facto y su desligamiento de la autoridad bizantina.
Además la tensa relación con la población obligó al catepán a trasladar sus
mercenarios a la base más segura de Otranto.

A mediados de 1046 hizo su aparición en la escena italiana otro hijo de


Tancredo de Altavilla, el mayor de los habidos en su segundo matrimonio,
Roberto el que luego sería llamado Guiscardo, y que habría de seguir una carrera
que eclipsaría los logros de sus hermanos mayores. Intentando emular la gloria y
la fortuna de sus predecesores abandonó Normandía en compañía de cinco
caballeros y treinta infantes. Una vez en Italia, tras ser muy mal recibido por
sus hermanastros, sirvió durante un tiempo bajo las órdenes de Pandolfo de
Capua en su enfrentamiento con Guaimar de Salerno. Tras enfrentarse a su
señor por no atenerse a las promesas realizadas se dirigió hacia Calabria a
instancias de Drogón al que solicitó tierras y dinero. Éste le ofreció el puesto de
Scribla primeramente antes de ocupar en 1050 una primera posición fortificada
en la zona norte del valle del Crati, posiblemente San Marcos, desde la que se

146
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

dedicó a saquear y pillar la región llevando la existencia de un bandido en una


frontera que por aquella época trazaba una línea desde Amantea en un arco
hasta el sur de Cosenza y Rossano.

Los normandos siguieron adelante con la ofensiva en todos los frentes,


avanzando sobre Lucania y Capitanata mientras quedaba a cargo de Roberto de
Altavilla comenzar los combates en Calabria. Troia cayó en 1048. En el mismo
año Umfredo pudo derrotar a los bizantinos en Tricarico, cerca de Potenza, en
unos momentos en los que Constantinopla tenía su atención puesta en los
asuntos internos enfrentada a graves rebeliones e imposibilitada para enviar
refuerzos en cantidad suficiente para producir un cambio decisivo en la
situación.

La estancia de Argyros en Constantinopla duró varios años, durante los


cuales gozó del favor imperial y tuvo ocasión de distinguirse en la defensa de los
intereses del basileo, tal y como ocurrió durante la sublevación de León Tornicio
en 1047. Finalmente fue devuelto a Italia en marzo de 1051 con el título de
magistros vestes y duque de Italia, Calabria, Sicilia y Paflagonia con el encargo de
gobernar los territorios imperiales en la península, hecho inusitado el de confiar
tan alto cargo a un griego italiano, en realidad al hijo de un lombardo, un latino
que ni siquiera profesaba la ortodoxia (se sabe de hecho que mantuvo diferencias
con el patriarca Miguel Cerulario que lo consideraba extranjero y herético). Sin
duda la pésima situación de los asuntos italianos convenció al gobierno imperial
de que Argyros era por su pasado la persona adecuada para intentar enderezar
la fortuna de Bizancio en la península apoyándose más en la diplomacia y la
habilidad que por la fuerza de las armas. Un factor añadido que impedía el
recurso a la fuerza era la constatación de la mala situación en la costa oriental
del Adriático, pues las revueltas búlgaras habían reducido a la nada las
ganancias territoriales de los tiempos de Basilio II. El thema de Nicópolis se
había perdido y las comunicaciones terrestres entre Macedonia y Tesalia con las
ciudades costeras se habían interrumpido, lo que dificultaba el envío de nuevas
tropas con destino a Italia.

147
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Las actividades del príncipe de Salerno

Guaimar, el príncipe de Salerno, soberano de los normandos de Apulia tras


recibir el título de duque de Apulia y Calabria espoleó a sus súbditos para que se
adentrasen profundamente en los territorios del basileo. Muy lejos quedaban ya
los lazos que habían unido Salerno al Imperio. Una intentona directa sobre Bari
fracasó, por lo que Guaimar, acompañado por Guillermo Brazo de Hierro, se
decidió por explorar la senda de Calabria, aunque parece ser que por entonces no
avanzó mucho más allá del valle del Crati. Pronto otros problemas distrajeron al
príncipe y le obligaron a fijar su atención en Aversa y a los normandos allí
establecidos. Éstos, encabezados por su jefe Rainulfo, demostraron ser unos
vasallos incómodos y turbulentos y pronto desafiaron la autoridad de su señor
natural. Cuando a la muerte del señor de Aversa Guaimar intentó imponer un
noble de otra familia de inmediato estalló una guerra que terminó con la derrota
del protegido del príncipe de Salerno. Éste, con muchos esfuerzos, intentó en
estos años mantener bajo control las actividades en la región comprendida entre
los Estados Pontificios y los territorios bizantinos de Calabria y Apulia. Para ello
mantuvo embajadas regulares con el emperador germánico Enrique III
asegurándole su fidelidad y postulándose como su principal vasallo en la región.
El emperador, que acababa de ser coronado en 1046, aprovechó su viaje a Roma
para retomar el papel de Otón I y dictar sus condiciones en la organización de la
Iglesia con la deposición de tres papas y la elevación al solio pontificio del obispo
de Bamberg con el nombre de Clemente II. A continuación, como mandaba la
tradición, descendió en enero de 1047 a Campania con su ejército para imponer
su arbitrio como señor de la Cristiandad. En febrero recibió en Capua la sumisión
de los condes de Apulia y Aversa, Drogón y Rainulfo II, a los que nombró vasallos
directos del Imperio al tiempo que les concedía la investidura imperial para todas
las tierras que conquistasen, de modo que ambos ascendieron al mismo rango que
el disfrutado hasta entonces por los antiguos príncipes lombardos. Sólo
Benevento, dominada por Pandolfo IV, se resistió a la voluntad del emperador,
por lo que éste, obligado a abandonar Italia en abril reclamado por otros asuntos,

148
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

dejó a cargo de sus nuevos vasallos normandos el castigo del rebelde. La


ratificación imperial a su posición convirtió a los normandos en más inexorables
en su explotación del país, sometiendo a sus exacciones a lombardos e italo-
bizantinos por igual.

Por esa época un nuevo personaje entra con fuerza en la política de la Italia
Meridional, el nuevo papa León IX, nombrado por el emperador el 12 de febrero
de 1049 tras la muerte de Dámaso II. Peregrino e infatigable reformador
mantuvo una constante lucha por erradicar los abusos que habían llevado a un
grado extremo de corrupción a la Iglesia Latina, entre los que se encontraban las
cuestiones de la simonía y los matrimonios de los sacerdotes y fue el primero de
la serie de papas reformadores que llevarían a la querella de las investiduras.
Cuestión fundamental era para el nuevo pontífice el recuperar el control de los
bienes y los nombramientos eclesiásticos, que desde largo tiempo antes residían
en manos de los señores locales y en general reestablecer la situación, muy
perturbada por las rivalidades entre lombardos y normandos, las guerras
continuas, los saqueos y confiscaciones de iglesias y monasterios.

Una de las cuestiones pendientes a la que León IX tuvo que hacer frente fue
la ocupación por los normandos de territorios incluidos en el patrimonio de San
Pedro. El Papa intentó negociar en diversas ocasiones un arreglo para conseguir
la restitución de las tierras robadas, actuando no sólo como jefe de la Iglesia sino
también como representante del emperador y por ello empeñado en el
restablecimiento del orden y la paz. Ante esos avances los lombardos de
Benevento se afirmaron en su rebeldía ante el poder imperial y rechazaron la
intervención papal, mientras que los normandos acogieron con mansedumbre las
reconvenciones del pontífice sin variar ni un ápice su actitud de fondo. A la vuelta
a Roma del Papa tras su embajada llegaron en oleadas las denuncias de todas
partes acusando las depredaciones de los normandos. Se puede detectar en las
crónicas de la época el odio creciente que el pillaje sistemático estaba produciendo
en todo el sur italiano. León IX recibió en Roma delegaciones que denunciaban a
voz en grito los abusos y saqueos que debían soportar las poblaciones a manos de

149
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

sus nuevos amos. Elocuente testimonio fueron las palabras del abad normando
Jean de Fécamp que al dirigirse al Papa para narrarle el ataque de que había
sido objeto en Toscana le explicó:

“El odio de los italianos contra los normandos ha llegado a tal exasperación que no hay, por
así decirlo, una aldea en Italia que un normando pueda atravesar con seguridad. Incluso aunque
vaya como peregrino se arriesga a ser atacado, despojado y arrojado a prisión.”

Esta situación produjo finalmente un cambio en la actitud del Papa que,


tras comprobar el fracaso de su intervención personal e indignado por la mala fe
normanda, empezó a considerar a éstos como el peor enemigo de la Iglesia. A
comienzos de 1051 los beneventanos comenzaron una aproximación a la Santa
Sede lo que permitió a León IX, tras una serie de negociaciones, asumir la
soberanía en el principado de Benevento y detraerlo de la esfera imperial a
cambio de concesiones en Alemania. En julio, tras una entrevista con el príncipe
de Salerno y Drogón para encomendarles la protección del nuevo territorio
pontificio de las depredaciones de los pequeños señores normandos, el conde de
Apulia fue asesinado en Montoglio por uno de sus hombres de armas. La muerte
de Drogón dio la señal a una insurrección general en Apulia contra los
normandos y la situación de gran inestabilidad convenció definitivamente al
Papa para formar una alianza ofensiva contra los normandos y expulsarlos
definitivamente de los territorios del principado de Benevento. Desde finales de
1051 o principios de 1052 León inició contactos secretos con las autoridades
bizantinas con vistas a establecer una alianza contra el enemigo común.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

El gobierno de Argyros y la batalla de Civitate

Argyros desembarcó por fin en Otranto en marzo de 1051 con el título de


magistros, vestes y duque de Italia y de Calabria con plenos poderes. Sus
instrucciones eran claras: con los medios económicos de los que había sido
provisto debería corromper a los normandos e invitarlos a atravesar el mar para
combatir en Asia como mercenarios. No parece que su llegada fuese acompañada
del refuerzo de tropas para asegurar su posición. En caso de no obtener éxito en
sus gestiones debería intentar al menos sembrar la división entre los jefes
normandos azuzando unos contra otros.

Desde Otranto Argyros se dirigió a Bari donde en un primer momento se le


negó la entrada a la ciudad por parte de los señores locales Adralestos, Romualdo
y Pedro, partidarios de los normandos. Pocas semanas después el oro empezó a
mover voluntades y una asonada en abril consiguió derribar al gobierno y abrir
las puertas al duque de Italia. Sólo Adralestos logró huir y refugiarse junto a
Umfredo, el sucesor de Drogón, mientras que su mujer e hijos junto con sus
hermanos fueron enviados cargados de cadenas a Constantinopla. Por la misma
época las luchas por el poder arreciaron también en Tarento donde tenemos
noticias de la lucha entre los partidarios de Bizancio liderados por un tal Genesio,
administrador de las propiedades de la catedral, frente a los rebeldes dirigidos
por Basilio Crisoqueinos, los hermanos Eustacio y León Catananges y varios
clérigos de iglesias latinas y ortodoxas.

Argyros, una vez asegurada su posición en Bari, emprendió de inmediato


conversaciones con los normandos. Éstos demostraron pronto su poca voluntad de
acuerdo al preferir las ganancias en las tierras italianas a la aventura en la
lejana Asia. Una dificultad añadida en las conversaciones fue la anarquía que la
muerte de Drogón había traído a las filas normandas. En su intento por
aprovechar la ocasión Argyros sacó su ejército al campo de batalla en 1052, pero
fue derrotado primero cerca de Tarento y luego ante Siponto a manos de Umfredo
y Pedro, el hijo de Amigo. Las cosas no fueron mejor en Calabria, donde Roberto

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Guiscardo batió en Crotona a las tropas del protoespatario Sicón. Ante el fracaso
de su iniciativa Argyros cambió de estrategia y envió una embajada a León IX
para proponerle una acción conjunta contra los normandos.

El Papa estaba por entonces más que dispuesto a adoptar esa vía de acción,
harto de las tropelías e insubordinaciones de sus peligrosos vecinos. El propósito
de una acción conjunta desde el norte y el sur se vió frustrada por la negativa de
Guaimar V de Salerno a unirse a la alianza. Éste temía un triunfo que resultaría
muy favorable para Bizancio y amenazaría la independencia de su territorio.
León tuvo que esperar a condiciones más favorables.

En agosto de 1052 una revolución, en la que posiblemente estuviese


implicada la mano de Bizancio, estalló en Salerno provocando la muerte de
Guaimar V. Su sobrino Gisulfo consiguió recuperar el poder con ayuda de los
normandos de Aversa, pero la situación del principado quedó muy debilitada por
la pérdida del control de las villas marítimas de Amalfi y Sorrento que
recuperaron su autonomía. Los cambios en Salerno reforzaron la influencia
normanda sobre el principado, por lo que el Papa tuvo que recurrir a aliados
todavía más poderosos, y esos se podían encontrar en el Imperio. Se imponía el
concurso de tropas numerosas y bien disciplinadas y se estimó como
indispensable la colaboración de Enrique III, por la poca confianza de León IX en
las tropas locales. A finales de 1052 el Papa pasó a Baviera donde se encontró con
el emperador y le hizo efectiva su petición de ayuda. En la corte imperial estaba
vivo el recuerdo de anteriores e infructuosas expediciones italianas, de forma que
a duras penas León consiguió el concurso de contigentes de loreneses, suabos y
franconios. La airada intervención ante el emperador del obispo Gebhardt
protestando por la indefensión de Baviera al ser despojada de esas tropas tuvo
como resultado que finalmente el Papa sólo pudo regresar con un pequeño grupo
de setecientos suabos mandados por Trasemundo, Atón, Garnier y Alberto y
reclutados a cuenta del pontífice.

En febrero de 1053 el ejército pontificio llegó a la llanura lombarda y el día


21 el Papa estaba ya en Mantua. Tras pasar por Roma y Montecassino llegó

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

finalmente a Benevento. Su objetivo no era enfrentarse con los normandos de


inmediato, sino reunirse con Argyros, que se encontraba en las cercanías de
Siponto. Para evitar un encuentro precoz con el enemigo Léon efectuó un rodeo
hacia el norte hasta atravesar la llanura que se extiende al norte del Gargano.
Durante el camino se le unieron numerosos contigentes italianos entre los que
destacaban las tropas del duque de Gaeta Atenulfo, Lando conde de Aquino, y
soldados del país de los Marsos, Ancona, Espoleto, Sabina y Fermo. Tras
atravesar el río Fortore en junio el ejército pontificio acampó en la orilla derecha,
cerca de Civitate. El 17 de junio de 1053, inopinadamente, se toparon allí con el
ejército normando que les esperaba, recién llegado tras batir a las tropas de
Argyros.

Frente a una clara amenaza para su supervivencia los normandos, olvidadas


por un momento sus diferencias, habían acudido masivamente de todas partes a
reagruparse bajo el mando de Umfredo, y de Ricardo de Aversa. Junto a ellos
formaban los normandos de Calabria al mando de Roberto Guiscardo además de
muchos otros pequeños señores. La decisión inmediata en el campo normando fue
impedir la unión de los ejércitos de sus rivales por lo que se apresuraron a
dirigirse al norte de Apulia pretendiendo impedir el paso del ejército papal y
evitar que alcanzase Siponto, donde se habían situado los hombres de Argyros.
Éste tras un breve combate huyó por mar desde el puerto de Viesti. Ahora sólo
quedaban en pie dos contendientes.

Enfrentados los dos ejércitos en la llanura, León IX envió parlamentarios


para conocer las intenciones de los normandos y pedirles que se sometieran.
Éstos le contestaron que estaban dispuestos a hacerlo y devolver todas las tierras
que ocupaban, pero que no podían consentir que se hubiese aliado con su enemigo
Argyros. Tras los parlamentos ambos ejércitos se tantearon durante unos días,
pero la falta de víveres en el campamento normando decidió a éstos a pasar a la
acción sin más retrasos. El combate se inició el viernes 18 de junio. En un primer
momento la lucha fue desfavorable para los normandos, pero la situación cambió
al recibir refuerzos. En medio del furioso ataque normando las tropas italianas

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

del Papa fueron presas del pánico y emprendieron la huida. Los condes
lombardos reunieron a sus tropas y las llevaron al norte de modo que sólo
quedaron para hacer frente a los normandos las tropas alemanas. Éstas
ofrecieron una encarnizada resistencia durante horas hasta sucumbir y ser
masacrados hasta el último hombre. La defensa se derrumbó finalmente y el
Papa, refugiado en Civitate, asistió como espectador al fin de su proyecto. Los
victoriosos normandos se dispusieron al asedio de la ciudad quemando los
arrabales y ya se preparaban para asaltar los muros cuando León IX, presionado
por los aterrorizados ciudadanos, se vio obligado a parlamentar. El pontífice
aceptó entregarse y concluir un acuerdo a condición de que cesase el combate.
Además les otorgó el perdón de la iglesia y la anulación de la excomunión que
pesaba sobre ellos de forma que poco después los ciudadanos de Civitate pudieron
ser testigos de una curiosa escena: el Papa saliendo de la ciudad ornado con sus
vestimentas pontificias y rodeado de clérigos abriéndose paso ante una masa de
guerreros que se postran a sus pies jurando obediencia y fidelidad mientras el
pontífice pronuncia las solemnes fórmulas de la reconciliación.

El 23 de junio de 1053 el Papa regresó a Benevento escoltado por Umfredo.


Allí permaneció durante seis meses vigilado por los normandos que lo
mantuvieron incomunicado, aunque oficialmente guardando todas las
consideraciones hacia su persona. Esa condición de rehén era evidentemente la
más favorable para sus intereses.

Durante la larga estancia del Papa en su forzada residencia de Benevento


(junio de 1053-marzo de 1054) León entabló contacto con Constantino Monómaco
y Miguel Cerulario mediante una legación encabezada por el cardenal Humberto,
el canciller Federico de Lorena y el arzobisbo de Amalfi Laurencio. Motivos
políticos y religiosos animaron la embajada pues a la cuestión de la alianza
contra los normandos se sumaba la delicada cuestión de las diferencias religiosas
entre las iglesias latina y oriental tan alteradas ya desde la época de Focio. La
pretensión del Papa era conseguir la retractación del patriarca y el
reconocimiento de la supremacía romana, aunque es bien conocido como el

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

resultado fue muy otro: las diferencias y desconfianzas entre ambos bandos
provocaron una ruptura oficial que separó todavía más a ambas partes y dejó
huellas permanentes para el futuro.

Los primeros sorprendidos por el desenlace de la jornada de Civitate fueron


los propios normandos, que no esperaban alcanzar un éxito tan rotundo.
Rodeados por un entorno muy hostil y en perpetua división interna por su escasa
disposición a reconocer un señor común se contentaron en los tiempos posteriores
con consolidar sus ganancias y no aprovecharon la inacción de sus adversarios
para emprender grandes aventuras sino que optaron por una lenta progresión en
su avance. Los pequeños barones se instalaron en la zona del litoral al noroeste
del Gargano en la región de Lesina, Ripalta y Vieti, mientras Umfredo regresó a
Melfi y se ocupó de castigar a los asesinos de su hermano reafirmando su
autoridad en la región de Melfi y Venosa. Troia, que tras una primera sumisión
en 1048 había recobrado su independencia, volvió otra vez a pagar tributo y las
grandes ciudades litorales de Apulia como Bari, Trani y quizá Otranto
reconocieron la autoridad del conde normando so pena de verse hostigadas por
continuas algaradas. Probablemente esta dominación permitía, como de
costumbre en la tradición italiana medieval, una amplia autonomía en las
ciudades que mantuvieron sus magistrados locales, frecuentemente titulados con
dignidades bizantinas.

Si en la Apulia bizantina los normandos no encontraban una resistencia


organizada no fue así el caso en la región de Benevento que, a la muerte de León
IX (19 de abril de 1054) volvió a manos de la antigua dinastía lombarda, por lo
que la atención normanda volvió de nuevo hacia el sur, que prometía presas más
apetitosas. Las operaciones se reanudaron en 1054, cuando se documenta la
conquista de Conversano, cerca de Bari, aunque a medida que los invasores se
aproximaban al golfo de Tarento la resistencia fue volviéndose más encarnizada.
Se sabe que el protoespatario Sicón fue muerto en combate ante los muros de
Matera y que en Oria tuvo lugar un enfrentamiento con los bizantinos en 1055.
Tras superar esa oposición los normandos pudieron adentrarse en la tierra

155
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

otrantina y conseguir triunfos significativos. Lecce y Nardo fueron tomadas por el


conde Gaufredo. Pronto fue el turno de Otranto mientras Galípoli era asediada.
Las siguientes plazas en caer Castro, Minervino y Catanzaro. Una nueva derrota
bizantina en 1056 cerca de Tarento dejó el campo libre para el saqueo por parte
de los vencedores. Fueron años duros para la región acosada también por una
feroz hambruna que llevó la desolación a esas tierras.

Durante estos años la figura de Roberto Guiscardo, que habría de ser más
adelante el enemigo mortal de Bizancio comenzó a destacarse claramente entre
sus compatriotas. Un golpe de fortuna le había permitido en 1050 acrecentar sus
recursos al contraer matrimonio con la tía de Gerardo de Buonalbergo, un noble
propietario de las cercanías de Benevento. Éste, reconociendo los signos de un
futuro brillante en el hasta entonces jefe de bandoleros, le ofreció en lugar de dote
el concurso de doscientos caballeros para participar en la empresa de Calabria.
Guiscardo, así llamado desde entonces por su nuevo socio, se vió convertido
repentinamente en un caudillo con los recursos suficientes para llevar adelante la
conquista de Calabria. Desde 1048 al menos se habían sucedido las incursiones
normandas en tierras calabresas y consta un enfrentamiento con los bizantinos
en 1052 cerca de Crotona y saqueos en la zona de Gerace. Tras la victoria de
Civitate Roberto se dedicó metódicamente desde su refugio de San Marcos a
hostigar la región de Cosenza, Martorano y Bisignano cobrando tributos,
saqueando e imponiendo su ley en la zona. En 1056 se unió a las tropas de su
hermano para asediar Galípoli y cuando Umfredo agoniza al año siguiente lo
reclama en Melfi para ser tutor de su heredero. A la muerte de su hermano
Roberto asumió el mando supremo como conde de Apulia.

Frente a estos avances la resistencia en la región bizantina había quedado a


cargo sólo de las milicias locales. Argyros solicitó en vano ayuda de
Constantinopla para hacer frente a la amenaza normanda, pero el Imperio tenía
que hacer frente en esos años a amenazas internas y externas que le impidieron
considerar el desvío de fuerzas a las lejanas posesiones italianas. Los únicos
medios disponibles eran el oro y la diplomacia para intentar detener a los

156
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

normandos. Argyros probó también la opción imperial y en mayo de 1054 sus


enviados llegaron a la corte de Enrique III donde fue bien acogido, sin duda por el
recuerdo de su padre Meles que tan estrechos vínculos había mantenido con la
corte germánica. En los dos años siguientes se sucedieron una serie de
movimientos diplomáticos con vistas a emprender una acción contra los señores
normandos, pero la muerte del emperador germánico en agosto de 1056 dio al
traste con todos los proyectos. El Papa Víctor II, que había pretendido el apoyo
imperial para recuperar Benevento y dominar a los normandos, se dio entonces
por vencido y buscó el acuerdo con éstos. Su repentina muerte en 1057 y su
sustitución por Esteban IX, el antiguo canciller Federico de Lorena, permitió
durante unos meses mantener el proyecto de una nueva embajada a
Constantinopla pero la pronta muerte del nuevo Papa en febrero del siguiente
año supuso la cancelación definitiva de la alianza con Bizancio y un giro en la
estrategia de la Santa Sede, que abandonó entonces la alianza con ambos
Imperios y se aprestó a entenderse con los ocupantes normandos. Éstos ofrecieron
rapidamente su ayuda al nuevo pontífice Nicolás II para imponerse a sus
adversarios en Roma. La reconciliación final tuvo lugar en agosto de 1059, en el
concilio de Melfi. Allí Ricardo de Aversa y Roberto Guiscardo juraron fidelidad a
la Iglesia Romana. Además éste último concluyó una alianza con el papado que le
dejó las manos libres en toda la Italia Meridional, olvidados ya los derechos de la
corona germánica y de Bizancio. Roberto fue entonces reconocido por primera vez
como duque de Apulia y Calabria y abiertamente manifestó su derecho a las
posesiones bizantinas.

Mientras tanto Argyros abandonó Italia a finales de 1058 sin haber podido
cumplir su misión. La corte bizantina, ocupada en otras prioridades, se mantuvo
indiferente a la cada vez peor situación en la península y sin embargo en estas
tierras todavía asistieron al último esfuerzo por mantenerlas en la órbita de
Bizancio.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

La última resistencia

Tras sellar su alianza con el Papado Roberto Guiscardo emprendió de nuevo


las operaciones en los territorios para él destinados. En 1060 sometió Troia y en
la primavera de ese mismo año recibió el homenaje de las poblaciones de Brindisi
y Tarento al tiempo que sus hombres expulsaban a la guarnición bizantina de
Oria. Pero en estos momentos el principal asunto era el control de Calabria.
Desde 1056 había comenzado a realizar incursiones partiendo de sus posiciones
en el valle del Crati acompañado por su hermano menor Roger. Sus tropas
llegaron hasta la inmediación de Reggio saqueando y obteniendo rehenes, aunque
las principales poblaciones como Crotona, Gerace, Santa Severina, Rossano o la
propia Reggio mantuvieron su independencia.

De vuelta en Apulia Guiscardo encomendó a su hermano Roger la


prosecución de la conquista. Éste se asentó en las cercanías de Vibona, donde
luego se construiría la gran fortaleza de Mileto, y desde allí comenzó sus
algaradas. Por medio de depredaciones y ataques constantes sembró el terror en
toda la región del Aspromonte. Frente a él las autoridades bizantinas estaban
divididas. Por razones desconocidas el estratego de Calabria León Trymbos hizo
ejecutar en 1058 a algunos magistrados civiles (scribones) de Crotona y la
población enardecida se rebeló y le obligó a huir. A los males de la guerra se
unieron también los estragos causados por la terrible sequía de la primavera de
1058 y sus secuelas en forma de hambre y disentería que diezmaron a la
población.

Entretanto en el bando normando se produjo un enfriamiento en las


relaciones entre Roberto y Roger. Siendo ambos hombres ambiciosos colisionaron
entre sí a causa del reparto del botín, lo que fue aprovechado por los calabreses
para retomar Nicastro y aniquilar su guarnición normanda. Por fin Roberto y
Roger arreglaron sus diferencias y reemprendieron las operaciones sobre la
región. Reggio, donde habían hallado refugio los altos funcionarios bizantinos que

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

todavía se mantenían en la zona, era la única ciudad que no se avino a


parlamentar.

En el otoño de 1060, tras someter a Brindisi y Tarento, los normandos


pusieron sitio por fin a Reggio. Tras una encarnizada resistencia la ciudad
capituló y los dos funcionarios bizantinos (probablemente el estratego de Calabria
y el krités) se encerraron en la vecina Scilla con parte de la guarnición bizantina,
aunque al poco tiempo fueron obligados a embarcarse para Constantinopla
mientras la población concluía un tratado con los normandos. Roberto Guiscardo
en esa época residía ya en Reggio, donde se hizo reconocer como duque de
Calabria. En estos momentos los funcionarios bizantinos de alto rango habían
sido ya obligados a abandonar la región, y sólo quedaban los jefes de la
aristocracia local, ellos mismos funcionarios de bajo nivel. Abandonados a su
suerte entraron en tratos con los normandos. Éstos, una vez asegurada su
posición, ofrecieron condiciones aceptables a las poblaciones locales imponiendo
un tributo no más oneroso que el cobrado por las autoridades bizantinas y
permitiendo que se mantuviese la autonomía local, con lo que pudieron establecer
su dominio, al menos de forma aparente. A pesar de todo seguía viva la llama de
la resistencia que aprovechaba cualquier coyuntura favorable para manifestarse.
En el valle del Crati los indígenas se beneficiaron del alejamiento de los jefes
normandos para alzarse en armas, como en Agello, cerca de Cosenza. Por la
misma época diputados de varias ciudades calabresas llegaron a Amalfi y Roma
buscando una alianza contra los nuevos ocupantes.

La reacción normanda ante la resistencia local fue la creación de colonias


militares usando los mismos procedimientos que los bizantinos en Asia.
Trasladaron a poblaciones enteras reduciendo a cenizas sus enclaves, como en el
caso de Policastro que fue destruida y su población transportada a Nicotera. Con
prisioneros sicilianos se pobló Scribla, tras el comienzo de las operaciones en
Sicilia en 1061 luego de la toma de Messina.

El gobierno bizantino no volvió a enviar tropas a Calabria tras los sucesos


de 1060, pero ello no supuso el fin de sus esfuerzos por recuperar sus posesiones

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

en las tierras italianas porque a finales de ese año desembarcaron nuevas tropas
comandadas por un miriarca, como es llamado en las fuentes y que quizá deba
ser interpretado como un merarca, obedeciendo las órdenes del nuevo emperador
Constantino Ducas. En rápida sucesión los bizantinos reconquistaron Tarento,
Brindisi, Oria y Otranto, a la vez que se internaban en Apulia hasta llegar ante
los muros de Melfi. Ante las desconcertantes noticias Roberto Guiscardo regresó a
toda prisa de Sicilia y acometio a los bizantinos. Tras someter Acerenza obligó a
los imperiales a abandonar el sitio de Melfi. En 1062 volvió a tomar Brindisi y
Oria haciendo prisionero al miriarca bizantino. Ante estos fracasos los bizantinos
se desmoralizaron y adoptaron en adelante una actitud mucho más pasiva,
debido posiblemente también a la falta de medios. Por ello los dos catepanos que
se sucedieron en Bari, Marulés en 1061 y Siriano en 1062 se vieron obligados a
mantenerse a la defensiva.

Ante el fracaso en las operaciones militares se recurrió la vía diplomática. El


emperador participó muy activamente entre 1061 y 1064 en la lucha por la
sucesión del Papa Nicolás II. La derrota final de su candidato puso bien en claro
la imposibilidad de formar una coalición antinormanda y que la única posibilidad
para detener el avance de Guiscardo era apoyar a las poblaciones que todavía
resistían y sembrar la división entre los caudillos normandos, celosos del poder de
Roberto y descontentos con su primacía.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Bari 1071

Mientras Roberto Guiscardo preparaba en colaboración con Roger un ataque


sobre los musulmanes de Palermo, los barones normandos en Apulia se dedicaron
metódicamente a reconquistar las poblaciones tomadas por los bizantinos
durante su intervención. Un tal Godofredo tomó en 1063 Tarento y Móttola, y
pronto cayeron también Matera y Otranto. En 1064 desembarcó en Bari el
catepán Abulcaré y pudo enviar algunos refuerzos a las ciudades que aún
resistían. En esos momentos Bizancio controlaba todavía parte del litoral, desde
la península de Gargano hasta las cercanías de Brindisi, aunque el catepán no
pudo impedir que las gentes de Bari llegaran a una tregua con Guiscardo debido
a la escasez de sus reservas. A la resistencia se unió el duque de Dirraquio
Pereno, también encargado de la defensa de las costas italianas, que se puso en
contacto con normandos descontentos como Jocelin de Molfetta, Roberto de
Montescaglioso, Roger Touboeuf, Abelardo (hijo de Umfredo de Hauteville y por
tanto sobrino de Guiscardo), y Amigo el hijo de Gautier. Estos nobles se
dirigieron a Dirraquio para parlamentar con el representante del emperador y
allí fueron espléndidamente recibidos. Tras asegurarse sus servicios se les envió
de nuevo a Italia donde entre 1063 y 1064 es probable que ocuparan las ciudades
antes mencionadas en nombre del basileo.

Guiscardo reaccionó con rapidez y volvió para castigar a los rebeldes.


Algunos, como Jocelin, huyeron a Constantinopla y entraron al servicio del
Imperio, otros obtuvieron el perdón y recuperaron el favor del duque de Apulia.
Había sido la de los bizantinos una iniciativa condenada a fracasar ante la falta
de tropas para sostener una acción más decidida que no podía ser ganada sólo a
base de sobornos.

En 1066 el arzobispo de Bari pidió otra vez ayuda a Constantinopla. La


respuesta fue el envío de una flota al mando del duque de Dirraquio Miguel
Mauricas que transportaba contigentes varegos. En 1067 las tropas de Mauricas
consiguieron ocupar Brindisi y Tarento. En la primera se instaló una fuerte

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

guarnición al mando del experimentado oficial Nicéforo Caranteno que se mostró


muy activo organizando salidas contra las bandas de saqueadores normandos que
se movían libremente por las cercanías.

Así pues a la muerte de Constantino Ducas en mayo de 1067 la situación en


Italia no era peor que en 1060 y los normandos no habían logrado avances
permanentes de importancia desde entonces. La ocupación de Calabria era
inestable y en Apulia, en la zona de Bari, Otranto y Tarento, se concentraba la
resistencia más tenaz, sostenida en todos los casos principalmente por la
población local pues no se detectan en esta época guarniciones bizantinas de gran
importancia numérica.

Consciente de ello Roberto Guiscardo renunció a la conquista de Sicilia y


concentró sus energías en la toma de Brindisi y Bari no dudando en reunir a
todos sus vasallos para intentar un esfuerzo supremo. Fruto de ello fue la caída
de Otranto, en la que de creer lo narrado en el Strategikon de Cecaumenos estaba
acantonada una guarnición de rusos y varegos al mando de uno de los Malapetzes
o Malapezzi, y por fin entabló el asedio de Bari en agosto de 1068.

La noticia llegó a Constantinopla en circunstancias muy delicadas para el


Imperio ante el continuo hostigamiento de los turcos en las fronteras orientales.
En el momento en que Romano II Diógenes comenzaba sus campañas en Asia el
llamamiento desesperado de la población de Bari en demanda de ayuda no pudo
ser atendido inicialmente y la ciudad tuvo que hacer frente en solitario a los
normandos.

Como maniobra previa Guiscardo declaró ante las autoridades locales su


deseo de reclamar el poder que hasta su muerte había detentado Argyros,
fallecido ese mismo año. Al ser rehusado su derecho se convirtió en su pretexto
para iniciar el ataque. Cuando una pequeña fuerza de reconocimiento se adelantó
hasta los muros de la ciudad el intento fue visto con burla por los bariotas,
acostumbrados a incursiones similares durante muchos años. Pero pronto la
llegada del ejército principal mostró a las claras que esta vez el intento iba en

162
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

serio y estaba acompañado por el contundente argumento de poderosas máquinas


de asedio y una flota desplegada ante el puerto en una línea contínua unida por
gruesas cadenas de hierro.

Conscientes los asediados de la gravedad de la situación pidieron socorro de


nuevo a Constantinopla. El emperador estaba ocupado en esos momentos en los
preparativos de una nueva campaña contra los turcos, pero el gobierno no podía
ignorar la petición de auxilio de su mayor bastión en Italia. Por ello se aprestó
apresuradamente una flota con armas y provisiones al mando de Esteban
Paterano. La flota llegó a Bari en enero de 1069 y fue interceptada a la entrada
del puerto por los normandos. En el combate que siguió doce barcos griegos
fueron apresados pero el resto consiguió abrirse paso y reforzar con su
cargamento las defensas de la ciudad. Estos refuerzos fueron acogidos con
entusiasmo por la población y les dió ánimos para prolongar una resistencia que
se fue extendiendo durante ese año y el siguiente de 1070 con pocos avances por
una y otra parte. Los combates se sucedieron ante los muros de la ciudad. Los
normandos, en su deseo de asegurar más el cerco, obstruyeron el puerto con
grandes bloques de piedra, un puente y una torre fortificada, aunque estas obras
fueron pronto destruidas por los asediados. El grave deterioro de la moral que la
duración del sitio estaba causando entre los sitiadores quiso ser superado con una
intentona sobre Brindisi, la única otra plaza restante en poder todavía de
Bizancio, pero la expedición fue sorprendida en una emboscada por los griegos y
permitió un breve alivio a los asediados, aunque finalmente Brindisi acabó
cayendo en manos de los normandos.

La perspectiva de otro invierno de asedió decidió a Guiscardo a solicitar la


ayuda de su hermano Roger, que llegó desde Sicilia con una flota. Eso hizo
mejorar la situación, combinado con sus esfuerzos para minar la resistencia
interior mediante el apoyo a la facción local pronormanda.

En Bari la situación había mejorado tras la arribada de una flota mercante


con víveres, pero la discordia estalló finalmente en el interior ante la pugna entre
dos bandos. Uno de ellos, liderado por Argyrizo, uno de los ciudadanos más ricos

163
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

de la población y apoyado por el dinero normando, era partidario de negociar con


Guiscardo, mientras que el otro, comandado por Bizantios Guirdelicos, defendía
la resistencia a ultranza. Un intento de asesinato de Guiscardo fracasó y
finalmente Bizantios cayó asesinado por los hombres de Argyrizo. La crítica
situación en la ciudad había provocado una nueva llamada de auxilio a
Constantinopla. Ante el éxito de misiones de aprovisionamiento anteriores el
gobierno bizantino aprestó en Dirraquio una flota de veinte barcos cargados con
alimentos, armas y refuerzos al mando de Jocelin, uno de los normandos que se
había pasado al servicio del emperador tras rebelarse contra Guiscardo. Su flota
atravesó el Adriático sin incidentes y llegó a la vista de Bari donde le esperaban
los ansiosos ciudadanos. Desgraciadamente para su causa la inusual actividad en
el puerto esa noche alertó a los normandos que tuvieron tiempo de aprestar sus
barcos y dirigirlos contra el convoy entrante. En un confuso combate nocturno los
normandos de Roger fueron capaces de concentrar su ataque en la nave capitana
y hacer prisionero al jefe de la expedición. Los bizantinos perdieron además
nueve barcos aunque los normandos no escaparon sin pérdidas incluido uno de
sus navíos que se fue al fondo con ciento cincuenta caballeros acorazados al volcar
por un desplazamiento brusco de estos a una de las bordas.

Este combate fue un durísimo golpe para las esperanzas de los asediados.
Fracasaba así el último intento de ayuda desde el exterior y sin abastecimientos
no podían sostenerse por más tiempo, ya que durante el invierno habían agotado
las provisiones en los almacenes y la moral era ahora muy baja. Las voces que
clamaban por un acuerdo con los sitiadores fueron cada vez más fuertes y dieron
poder al bando de Argyrizo. Cuando en definitiva sus partidarios se hicieron con
el control de una de las torres de la muralla Paterano se decidió por fin a
parlamentar ante el temor de ser traicionado desde dentro y mientras aún estaba
en condiciones de obtener un buen trato. La buena disposición de Guiscardo
facilitó un acuerdo rápido. El 15 de abril de 1071 Roberto y Roger hicieron su
entrada en Bari poniendo fin a treinta años de lucha por el dominio de la Italia
del Sur. Basándose en los acuerdos que se habían establecido a lo largo de los
años con las autoridades de la ciudad se mantuvo en gran medida la

164
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

administración local, aunque el beneficiario de la recaudación de sus impuestos


pasó a ser su nuevo señor normando y no Constantinopla. De acuerdo con la
costumbre normanda la comunidad juró obediencia a su nuevo duque y se vió
cargada con nuevas obligaciones militares, incluidas la de aportar fuerzas
navales cuando se requiriese. Los bariotas mantuvieron la posesión de sus
propiedades incluidas aquellas que habían sido saqueadas por los normandos
durante el asedio. En muchos aspectos el acuerdo se trataba más de un tratado
que una pura rendición, pero la causa de ello no radicaba en la bondad de
Guiscardo sino en el reconocimiento de que llegaba el momento de modificar los
métodos y gobernar un país como un estadista y no como un caudillo de
bandoleros.

Los vencidos fueron tratados también con clemencia: se concedió permiso a


Esteban Paterano para regresar a Constantinopla y muchos oficiales bizantinos
fueron liberados tras una breve estancia en prisión. Sólo el rebelde Jocelin tuvo
que pagar con la prisión de por vida el alzamiento ante su antiguo señor.
Guiscardo devolvió a los aristócratas locales las tierras y dominios de los que se
había apoderado y protegió a la ciudad de los abusos a manos de otros señores
normandos. A cambio pidió su ayuda en forma de hombres y barcos para la
empresa de Sicilia, que tendría como fruto la caída de Palermo en enero de 1072
tras cinco meses de sitio. El hecho simbólico es todavía más significativo, pues
con la toma de Bari la autoridad del duque de Apulia tomaba una base definitiva
frente a sus connacionales normandos, le reafirmaba como el señor de Italia del
sur así como el sucesor del basileo en el dominio de las tierras que durante siglos
pertenecieron al Imperio bizantino.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

APÉNDICE:

ECONOMÍA Y SOCIEDAD EN LA ITALIA BIZANTINA

La estructura poblacional

Desde la antiguedad Italia meridional se singularizó por una densidad de


población relativamente alta con una red de núcleos urbanos que superaron las
vicisitudes de las guerras del siglo VI y el asentamiento de lombardos y árabes de
modo que cuando los bizantinos volvieron a establecerse en la región se
encontraron con una tierra en la que el poblamiento seguía siendo
mayoritariament
e urbano. La
actuación inicial
de las
autoridades fue
remediar los
daños causados
por la guerra y
promover el
asentamiento de
nuevos
ciudadanos que
pudiese
compensar las
pérdidas
sufridas, pero poco a poco se inició el proceso de creación de nuevos
asentamientos (kas-tra). Especialistas como Martin y No-yé distinguen dos
oleadas de funda-ciones impulsadas por la administra-ción bizantina. La primera
puede situ-arse a finales del IX y la segunda en la primera mitad del XI. En el
primer caso los esfuerzos de fortificación se detectan en villas como Nicastro,
Montescaglioso, Cosenza, Santa Ágata, la construcción de la ciudad portuaria de

166
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Monopoli y los en-claves de Giovinazzo y Molfetta, ya activos durante el X.


Paralelamente los esfuerzos de colonización en zonas poco pobladas en estos años
hicieron aparecer los enclaves de Umbriatico, Cerenzia, o Isola Capo Rizzuto.

El segundo esfuerzo fundacional tuvo un marcado carácter defensivo como


se puede deducir de la cuidadosa elección de los lugares de ubicación de los
nuevos enclaves, en su mayor parte kastra cuyos nuevos habitantes estaban
sometidos a la tasa de kastroktisia. Las alturas, el control de las rutas terrestres
o la desembocadura de los ríos se constituyeron en los factores fundamentales a
la hora de decidir dónde se erigiría el nuevo emplazamiento. Los ejemplos mejor
conocidos de estos procesos de fundación son los de Catanzaro y Troia de los que
ha sobrevivido documentación detallada. En el caso de Catanzaro, en Calabria,
las autoridades imperiales reunieron a las poblaciones del entorno y las
asentaron en un recinto amurallado en el que fue construida una iglesia y un
edificio administrativo (praitorion). Posiblemente el periodo más fecundo fue
durante el gobierno de Basilio Boioannes, que estableció en la Capitanata varios
asentamientos fortificados como defensa de las fronteras norteñas ante
lombardos, germanos y normandos. En estos años aparecieron nuevos núcleos de
población en Melfi, Civitate, Dragonara, Castel Fiorentino, Montecorvino,
Tertiveri, Biccari y Rapolla aunque es el proceso de fundación de Troia sobre el
que estamos mejor informados ya que conocemos el documento jurídico que lo
regló, un eggraphon fechado en junio de 1019. Por él sabemos que fueron
instalados en la nueva ciudad lombardos venidos del vecino condado de Ariano
Irpino que se habían pasado al bando imperial y en cuya presencia fueron
demarcados los límites del territorio por parte de funcionarios imperiales al
tiempo que se reglaba el herbaticum para los foráneos. Poco después, en 1023, le
llegó el turno a Móttola, erigida sobre una colina que dominaba el paso de la Via
Apia por la región para vigilar las actividades de los saqueadores árabes que
habían vuelto a hacer sentir su presencia en esas tierras. Por esa misma época la
antigua ciudad calabresa de Santa Ágata fue refundada en un lugar fortificado de
las proximidades y rebautizada muy adecuadamente con el nombre de Oppido.
Otros enclaves aparecen en las fuentes denominados como kastellia, pequeños

167
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

recintos amurallados para cobijar a la población circundante de los ataques


árabes como es el caso de Battifarano, Noepoli o Turri en la Basilicata
meridional.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

La configuración de la ciudad

El territorio ciudadano contaba con un sector densamente poblado intra


muros y una zona fuera de las murallas con características más rurales como las

que podemos encontrar ejemplificadas en el caso del chôrion de Boutzanon


situado en la turma de las Salinas, cerca de Reggio y que ha sido estudiado por
Guillou. Los chôria, a la vez comunidades rurales y circunscripciones fiscales
basadas en la responsabilidad colectiva de sus miembros frente a la
administración, pagaban las tasas a la administración en una suma global, como
lo registra el pago de 36 nomismata al catepán Mesardonites en 1016 por parte
del pequeño burgo fortificado de Palagiano. El representante de la comunidad, un
calígrafo llamado Cinamo, recibió del catepán un recibo justificatorio del pago
que Palagiano debería conservar. Los habitantes del chôrion tenían la posibilidad
de asegurar la permanencia de la propiedad de las tierras dentro de la comunidad
ejerciendo el derecho de adquisición preferencial (preempción o protimesis) de los
vecinos en caso de la venta de una propiedad. Cuando en la primera mitad del XI
Juan Casifis compra una tierra con olivares al judío Manasses en Buterito, cerca

169
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

de Bari, se encuentra con la oposición del clérigo Romualdo, vecino del judío, que
aduce el derecho de protimesis y accede a vendérsela a éste por el precio de
compra. Al reprocharle Romualdo que haya querido comprar indebidamente una
propiedad que por proximidad le correspondía con más derecho a él Juan le
contestó “que sería mejor que un vecino la hubiese adquirido antes que entrase un
extranjero”. El concepto de estabilidad de la propiedad comunal estaba
firmemente establecido.

La estructura típica de una población presentaba un núcleo habitado


rodeado de pequeñas huertas tras las cuales estaban situados los proasteia,
propiedades de gente acomodada residentes en la ciudad trabajadas por sus
siervos allí instalados y los agridia donde vivían y laboraban los campesinos
propietarios. Las ciudades más desarrolladas presentaron habitualmente un
modelo de triple corona en torno al núcleo habitado a partir del cual se extendían
huertos para el consumo doméstico, tierras arables con viñedos, moreras y
árboles frutales y finalmente zona de pastos y bosque de aprovechamiento
comunal. Las dimensiones del territorio urbano variaban de un caso a otro: en el
caso de Troia con distancias desde el centro urbano que oscilaban entre los 7 y los
22 Km., mientras que en el caso de Tricarico, conocido por un diploma de
Gregorio Tarcaniotes de 1001 o 1002, el área de influencia tenía un radio de 5-7
Km.

La siempre inestable situación política obligó a las ciudades y villas a


protegerse con murallas. Generalmente las ciudades contaban sólo con un recinto
aunque Bari constituye la excepción con una doble muralla en la parte de tierra
aunque la ribera carecía de defensas. También está documentada la existencia de
torres defendiendo las puertas y poternas. Era muy frecuente la edificación en la
parte interna de los muros de defensa, lo que en algunos casos suponía un peligro
para la defensa de la plaza como lo atestigua el testimonio de Cecaumeno en su
Strategikon en relación con la toma de Otranto por los normandos. El autor
recomienda a los comandantes que destruyan todos los edificios adosados a las
murallas para reducir el peligro de un asalto por traición desde esos puntos

170
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

débiles. En algunos casos la fortificación tenía lugar dentro de la propia ciudad al


ser erigido un recinto amurallado interior como en los casos de Tarento, donde
Romano I construyó un frourion tras una revuelta o los diversos ejemplos de
praitoria o residencias fortificadas de los gobernadores imperiales, la más famosa
de las cuales fue la construida en Bari en 1011 por Basilio Mesardonites tras la
primera revuelta de Meles. La autoría se conoce por una inscripción en verso
encastrada en un muro de la basílica de San Nicolás en la que Mesardonites se
atribuye el levantamiento de la muralla con ladrillos “duros como la piedra” y la
construcción de una arcada fortificada y un vestíbulo “para librar de sus temores
a los soldados del campamento” así como una pequeña iglesia dedicada a San
Demetrio. Se trataba de un conjunto residencial amplio que cumplía además las
funciones de centro militar, judicial y fiscal del thema además de servir como
morada para el catepán. En el complejo había viviendas, oficinas,
acuartelamientos para las tropas, una prisión y también tierras de cultivo tanto
en el interior como en el exterior. El cuidado de la salud espiritual de sus
moradores quedaba bien cubierta con cuatro iglesias o capillas dedicadas a San
Basilio, Santa Sofía, San Eustracio y San Demetrio y sobre la que después fue
edificada la basílica de San Nicolás. El conjunto no parece haber sobrevivido más
allá de la década de 1080, ya que sabemos que en 1087 la iglesia de San Eustracio
y los otros santuarios fueron derribados para dejar sitio a la nueva construcción
que albergaría los restos de San Nicolás de Myra. Otro praitorion está
documentado en Reggio en su calidad de capital del thema de Calabria.

Poco se sabe de las construcciones domésticas. Desde el siglo X parece ser


que gran parte de las moradas eran construidas con piedra conviviendo con otras
de madera. Las coberturas eran de teja, tablas o paja. En Calabria en esta época
se data una tipología de vivienda troglodítica excavada en roca con ejemplos como
los de Gerace o Santa Severina en los que se han encontrado moradas con una
estructura muy simple: sala de estar, alcoba y depósitos para el agua y los
alimentos. En las viviendas urbanas era frecuente la existencia de pequeñas
cámaras-almacen abovedadas en el bajo y un primer piso con una estancia común
(triclinum), una o varias cámaras (cubicula) y en ocasiones una galería. Los

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

edificios solían rematar en una terraza y disponen en ocasiones de patio privado


aunque generalmente varias viviendas se agrupaban en torno a un patio común y
se empleaban escalas de piedra o madera para acceder a las estancias. En el caso
de la Capitanata está documentada además la presencia de silos en el exterior de
las casas.

Las ciudades más antiguas presentaban un desarrollo urbanístico más


avanzado con calles a las que daban las viviendas mientras que en las ciudades
de nueva creación del XI se advierte una organización mucho más cerrada con
casas separadas sólo por muy estrechas callejuelas destinadas a permitir el paso
y evacuar las aguas. La catedral se encuentra en el centro de la población y
desde ella se suceden los círculos cerrados habitacionales. En las poblaciones de
nueva planta anteriores al XI no se advierte un plan urbanístico y los edificios se
amontonan en capas sucesivas mientras que los núcleos urbanos surgidos de la
oleada fundacional de la época de Boioannes se caracterizan por la presencia de
una larga calle longitudinal llamada platea que articulaba el conjunto urbano
como se puede atestiguar en las ruinas de Catanzaro, Troia, Fiorentino u Oppido
mientras que las calles perpendiculares aparecen desiguales, estrechas e
irregularmente repartidas.

Mucho más numerosas son las alusiones en las fuentes a las abundantes
construcciones religiosas (iglesias públicas y privadas, monasterios y hospicios)
que salpicaban las ciudades y que estaban atendidas por un personal muy
numeroso: sólo en el caso de Bari durante el siglo XI conocemos al menos 23
iglesias, monasterios y capillas dentro del recinto urbano además de la iglesia
episcopal de Santa María. Pero también se encuentran documentados otro tipo de
edificación con funciones eminentemente ciudadanas como son los baños públicos
(balneum, loutron) que en muchos casos eran administrados por las autoridades
monásticas como los conocidos en Reggio o Stilo en Calabria y Melfi o Bari en
Basilicata y Apulia respectivamente.

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

La estructura social

En las fuentes griegas la población italiana aparece dividida


estereotipadamente en tres clases: arcontes, hiereis y laos, esto es magnates, clero
regular y secular y pueblo llano. La aristocracia estaba formada por los señores
dueños de latifundios, frecuentemente ostentando títulos de la escala
administrativa bizantina y ejerciendo en muchos casos funciones oficiales. Junto
a ellos estaban los oficiales bizantinos de alto rango, militares (estrategos,
catepanes) y civiles así como algunos miembros de las familias lombardas de los
principados vecinos. Algunas familias de origen local desempeñaron durante
generaciones cargos de importancia y mantuvieron su preeminencia incluso
durante la dominación normanda como fue el caso de los Maleinos de Stilo (sobre
los que en principio no tenemos fundamento para relacionar con la poderosa
familia homónima y coetánea del Asia Menor). El primer Maleinos calabrés
aparece a mediados del X y es el Gregorio exactor de impuestos mencionado en la
Vida de San Nilo en relación con los motines en Rossano de 965. Otros miembros
de la familia aparecen en las fuentes hasta finales del siglo XII siempre
desempeñando cargos de cierta relevancia. Otro caso es el de los Mesimerios de
Catanzaro entre los que encontramos obispos y monjes en diversos momentos o
los Ankinareses de Rossano, algunos de cuyos miembros como León y Eufemio
detentaron el cargo de turmarca a mediados del XI. Los Malapezzi de Bari,
probablemente uno de los cuales era el Malapetzes mencionado por Cecaumeno,
poseían una torre fortificada cerca de la iglesia de San Nicolás y en 1051
estuvieron implicados en las revueltas que tuvieron lugar en Bari. Uno de ellos,
Nicolás, fue juez bajo Bohemundo así que podemos asegurar que la familia siguió
prosperando bajo los nuevos amos de la ciudad.

En muchos casos el mayor problema para seguir la evolución de una familia


es la ausencia de apellidos, salvo en el caso de Calabria como se ha visto en los
ejemplos anteriormente citados. A pesar de ello es posible seguir hasta cierto
punto la sucesión de padres e hijos en posesión de los mismos cargos: el
topotereta Faraco era hijo de Maraldo, a su vez protoespatario y topotereta de

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Polignano en 1019. En 1035 había en Trani dos turmarcas llamados Maraldo, tío
y sobrino respectivamente. En 1028 un privilegio firmado en Tarento tuvo como
testigos a Adralestos, hijo del protoespatario Pedro y nieto del protoespatario
Juan, Teofilacto, hijo del turmarca León y nieto del citado Juan, el turmarca
Constantino, hijo del espatarocandidato León y finalmente el turmarca Juan. La
tendencia en cualquier caso es a un aumento de la presencia en la documentación
de nombres bizantinos en detrimento de los lombardos.

Como norma los altos funcionarios bizantinos al mando de las provincias no


podían ser originarios de las mismas y su mandato, salvo excepciones, no duraba
más allá de tres o cuatro años pero durante éste ejercían el poder absoluto en la
región. Sus idas y venidas eran escrupulosamente registradas en las crónicas
locales, otorgaban privilegios y confiscaban propiedades a los rebeldes.
Significativamente la figura del strategos como personaje hostil o amistoso con
respecto al santo es una constante en las Vidas de monjes santos compuestas en
esta época y que constituyen una preciosa fuente de información para el período.

Relacionado con el hecho de que el catepanato de Italia desde mediados del


X era uno de los puestos de más alto rango de la administración provincial
bizantina muchos de los altos oficiales al mando durante este período de los que
conocemos el apellido provenían de los primeros niveles de la aristocracia
bizantina: Argyros, Docianos, Curcuas, Cecaumeno, Crinités, Tarcaniotes, Jifias,
etc. mientras que otros pertenecían a un segundo nivel como los Cladon,
Skepides, Amiropulo o eran hombres hechos a sí mismos como el famoso
Maniaces. Sólo en un par de ejemplos, Ursoleón (posiblemente un italiano,
muerto en una sedición en 921) y el duque Argyros a partir de 1051 se puede
testimoniar un origen local para los gobernantes que en cualquier caso no supuso
un mayor apoyo por parte de la población italiana.

La tarea de un gobernador no era sólo defender la provincia contra la


amenaza exterior sino también proteger los intereses del emperador, en ocasiones
si era necesario contra los propios lugareños, y evitar la tentación de adquirir
propiedades para sí aunque conocemos casos que indican lo contrario a través del

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

arriendo y la práctica de la enfiteusis. Sabemos que el baiulos Gregorio adquirió


monasterios e iglesias de por vida y alquiló por un período de 29 años las
propiedades del monasterio de Montecassino en Apulia aunque devolvió todo a su
marcha en 885. O que la katepanissa Teoctista disfrutaba de una proasteia
dedicada al gusano de seda que era propiedad de una iglesia de Reggio. Y
también conocemos otros modos ilegales de enriquecimiento como el de Crinités
con el comercio de grano con Sicilia. En este caso hubo sanción pero es muy
probable que otros hayan salido impunes.

Otra de las obligaciones del gobernador era la construcción de edificios


públicos. Ya conocemos la actividad fundacional de Basilio Boioannes en
Capitanata o el pretorio edificado por su predecesor Mesardonites en la propia
Bari. Otros oficiales como Constantino Caramalo, uno de los últimos defensores
de Taormina en 902, construyó en sus cercanías la fortaleza de Castro Mola. Por
lo que respecta a construcciones privadas o fundaciones eclesiásticas
probablemente los catepanes y strategoi prefirieron invertir en sus hogares
sabedores de la limitación de su estancia en tierras italianas. Sabemos por
ejemplo que el sucesor de Boioannes, Cristóforo Burgaris, fundó con su mujer e
hijos la iglesia de Panagia de Calceon en Tesalónica, posiblemente su hogar. Otro
caso conocido es el de Eustacio Skepides que está en activo en Italia en 1042 como
estratego de Lucania. Eustacio debía ser capadocio ya que se han encontrado en
las cercanías de la villa anatólica de Soganli algunas construcciones que parecen
guardar relación con él. La iglesia de Karabas Kilise construida en 1060/61 por el
protoespatario Miguel Skepides y la de Gök Kilise con el nombre del
protoespatario del crisotriclio, hypatos y estratego Juan Skepides.
Significativamente en ésta última se encuentra una representación de San
Eustacio, prueba posiblemente de la estrecha relación entre ellos.

La condición de foráneo del gobernador impulsó a muchos a mantener


amistosas relaciones con la jerarquía eclesiástica de la provincia y con los monjes
locales famosos por su santidad como medio de establecer un lazo con las
poblaciones locales y ganarse su bendición en sus empresas militares y también

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

para la salvación de su alma. Un medio para ganarse ese favor era la concesión
de donaciones a iglesias y monasterios como hizo el praipositos Basilio
Pediadites, comandante en Sicilia en 1041, entregando su manto oficial
(skaramangion) a la iglesia de San Nicolás de Calamizzi en Reggio. El admirador
de San Nilo y estratego de Calabria Basilio ofreció al santo 500 nomismata que
había ganado durante la campaña de Creta en 961. Nilo declinó la oferta y le
sugirió que se los ofreciera al obispo. Ejemplos de conductas similares aparecen
con frecuencia en las fuentes.

No hay constancia de que la familia de los gobernadores les acompañase a


Italia durante el periodo de su mandato, pues posiblemente considerasen
preferible la comodidad de su residencia o fuesen retenidos en el hogar familiar
por el emperador como garantía de la lealtad del oficial. En algunos casos se sabe
que los hijos del catepán o estratego acompañaron a su padre como inicio de su
aprendizaje del servicio oficial. Por otra parte resulta significativa la conexión
entre algunas poblaciones y diversos oficiales incluso tiempo después de su
estancia en Italia. El nombre de familia de algunos de ellos aparece con
frecuencia en determinadas ciudades: Argyros es usado reiteradamente en Bari y
Curcuas en Tarento. Hay Tarcaniotes en Monteverde y Malaceno en Gerace,
Crinités en Mercurion e incluso un Jorge Maniaces en el Tarento del siglo XII.
Posiblemente en todos estos casos no se trata de descendientes de estos oficiales
sino de clientes o descendientes de sirvientes liberados.

El pueblo llano (laos) estaba formado por los artesanos y pobladores de la


ciudad, los campesinos y pequeños propietarios. Entre ellos están documentadas
diversas profesiones: médicos, fabricantes de zapatos, tejedores, panaderos,
carniceros, artesanos del cuero, obreros, herreros, bodegueros, cambistas, etc.
aunque no se ha documentado la existencia de asociaciones o corporaciones.

En las fuentes latinas la terminología usada es maiores/nobiles, mediani y


minores/cunctus populus, derivada de las leyes lombardas según las cuales la
población era dividida en tres clases en función de su capacidad económica para
la guerra. Según esta los maiores et potentes eran aquellos que podían disponer

176
Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

de caballos, coraza, yelmo y lanza y disfrutaban de los beneficios de al menos


siete propiedades mientras que los mediani poseían caballo, yelmo y lanza y al
menos 40 yugadas de tierra dejando en último lugar a los minores a los que sólo
se les exigía arco y flechas. En los años cuarenta del siglo XI las milicias urbanas
armadas a la ligera (contaratoi o conterati) pasaron a tener un papel destacado en
la política urbana, destacando por su actuación en los momentos de crisis y
revuelta.

En ocasiones el conjunto de la población tomaba parte en ciertos actos


jurídicos: en 992 en Polignano un topotereta de las scholae, un turmarca, el
obispo, tres gastaldos, un juez y otros treinta personajes ofrecieron al monasterio
de San Benito los bienes de un donante en nombre de todo el pueblo. En mayo de
1054 los habitantes de Monopoli garantizaron al abad de San Nicolás que el
monasterio no tendría que hacer frente a ninguna carga achacable a la ciudad.
Por otra parte toda la población participaba en el proceso de elección del abad. Y
en otras ocasiones era la comunidad colectivamente la receptora de algunos
derechos como el nomistron que compartían Troia y Vacarizza por los rebaños
que pacían en los campos comunes. De todas formas en los momentos de peligro
los textos dejan entrever que los notables tenían la potestad de constituirse en
tribunales para decidir las cuestiones colectivas.

La vida no debió ser fácil en la Italia meridional a juzgar por los testimonios
escritos y dejando aparte las rebeliones y estallidos más espectaculares como la
rebelión de Meles hay muchas indicaciones de la violencia política que imperaba.
Tomando sólo como ejemplo las crónicas de la ciudad de Bari, de las que se han
conservado tres redacciones distintas, las entradas para cada año registran
regularmente los asesinatos y luchas entre miembros de la aristocracia local. En
960 Adralestos e Ismael combaten. El mismo Ismael muere en 975. Asesinato del
obispo de Oria a manos del protoespatario Porfirio en 979. Muerte del
protoespatario Sergio por el pueblo de Bari en 987. Quema de las casas del
hikanatos Juan en 1036 y 1047. En 1035 muere el obispo Bizantios en Bari,
conocido por su oposición al partido griego. Su sucesor, el protoespatario

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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez

Romualdo no place al gobierno imperial y de inmediato es enviado al exilio a


Constantinopla en compañía de su hermano obligando a los bariotas a realizar
una nueva elección.

En muchas ocasiones no podemos conocer las causas de tales brotes de


violencia pero sería una equivocación identificarla solamente en términos de una
actitud pro o anti bizantina. Probablemente se trataba de luchas por el poder
local entre las familias más importantes de la ciudad en las que se buscaba al
aliado del momento que en unos casos podía ser la autoridad bizantina y en otros
los señores lombardos o el emperador germánico. En cualquier caso la fidelidad a
cualquier bando era de corta duración y las alianzas cambiaban rapidamente en
función de los intereses del momento. Sería también un error identificar a los
portadores de nombres griegos o de títulos oficiales como probizantinos y a los
lombardos como contrarios ya que los cargos y funciones de la administración
bizantina siguieron largo tiempo en ejercicio tras el final de la presencia griega
en Italia. Muchos aristócratas que habían servido a Bizancio entraron al servicio
de los nuevos señores normandos como los Maleinos calabreses, que aparecen en
las crónicas durante todo el siglo XII ejerciendo diversos cargos. También las
mismas familias que detentaron el poder en las ciudades con Bizancio siguieron
al frente después, incluso conservando sus dignidades y títulos imperiales y los de
sus padres. El caso de la familia Alferanites es típico: procedentes de un barrio de
Bari del que retuvieron el nombre, Juan tes Alferanas y su hermano el topotereta
Bizantios sirvieron a las órdenes de Basilio Boioannes y estuvieron presentes en
la fundación de Troia en 1019. Años después otros miembros de la familia
siguieron ostentando títulos bizantinos y participando en la vida política de la
ciudad y ya en época normanda un Grimoaldo Alferanites fue capaz de erigir a
Bari en un principado independiente por breve tiempo antes de ser aplastado por
Roger II en 1132.

Al referirse al estudio de otros grupos sociales más desfavorecidos no parece


que los esclavos hayan constituido una parte importante de la población italiana
aunque siguieron existiendo y apareciendo en la documentación jurídica no

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obstante con una presencia bastante minoritaria. Por su parte los extranjeros y
foráneos son citados con cierta frecuencia en las fuentes aunque no parecen haber
sufrido especiales desventajas con respecto a los naturales de la población. Parece
haber existido una activa movilidad residencial dentro de las regiones
administradas por Bizancio sin que ello haya supuesto un problema especial para
las autoridades ciudadanas. Sin duda también era un factor a favor la presencia
constante de guarniciones imperiales cuyos integrantes llegaban de otras partes
del Imperio y que tendieron a forjar lazos con la población local. Hombres de la
región póntica, eslavos del Peloponeso asentados mayoritariamente en colonias
en la región del Gargano y norte de Calabria y de los que hay numerosos
testimonios en la primera mitad del XI, prisioneros paulicianos y sobre todo
armenios que llegaron en cantidades notables hasta formar comunidades como la
que existió en Celia en la Via Trajana, cerca de Bari. Los recién llegados pronto
emparentaron con los lugareños y en la segunda generación se servían ya del
derecho lombardo para la vida diaria como el resto de la población italiana.
Nombres de raigambre armenia como Kurtikés, Krikorikios (Gregorio) o Meles
(Mleh/Ismael) se hicieron muy familiares en la región de Bari. Tan notoria era su
presencia ya en los primeros tiempos de la presencia bizantina que en un
privilegio emitido por Simbaticio en 892 a favor del monasterio de Montecassino
se prometía proteger al monasterio de las interferencias de oficiales y
funcionarios griegos, armenios y lombardos.

Otra comunidad presente en la península fue la hebrea. A finales del IX


había ya importantes enclaves en Apulia y Lucania que están documentadas al
menos desde el siglo V en plazas como Venosa, Lavello o Brindisi. Una de las más
celebres fue la de Oria, famosa por la crónica del Rabí Ajimaz, pero en cualquier
caso encontramos judíos indistintamente en tierras lombardas y bizantinas donde
no encontraban oposición para moverse libremente y adquirir propiedades a
condición de que en éstas no estuviera edificada una iglesia cristiana. El
florecimiento de estas comunidades motivó la creación de barrios enteros hebreos
en ciudades como Bari o Salerno.

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Cuando los bizantinos comenzaron su reconquista en el tercer cuarto del IX


las grandes ciudades estaban al mando de gastaldos lombardos enviados desde
Salerno o Benevento con atribuciones civiles y militares. Bajo su mando no es
probable que pudiese subsistir una administración municipal autónoma, como
tampoco lo fue con la administración bizantina que ya con León VI había hecho
promulgar la abolición de aquella y de los privilegios de los bouletai.

Las evidencias existentes parecen dar como seguro que la mayor parte de los
cargos en la Italia bizantina eran desempeñados por indígenas a excepción del
puesto de gobernador y un reducido número de altos cargos militares y civiles.
Incluso el puesto de lugarteniente (ek prosopou tou thematos) fue adjudicado a
miembros de la aristocracia local. Los niveles medios de la administración
siguieron estando en manos de la gente que conocía el idioma, pues el latín siguió
siendo el idioma empleado en Apulia incluso durante la dominación bizantina, y
los usos y leyes locales, que siguieron basándose en la tradición legal lombarda.

La ciudad poseía terrenos comunales de aprovechamiento compartido y que


podían ser alienados con el consentimiento de todos los ciudadanos,
frecuentemente en forma de dotaciones o donaciones en favor de monasterios o
iglesias en cuyo caso la ciudadanía tenía la opción compartida con los monjes de
elegir al abad. En ocasiones dos o más ciudades acordaban el disfrute conjunto de
prados y bosques en los respectivos territorios comunales sin pago de tributo
(derecho de pasto conocido como nomistron o herbaticum), como fue el caso del
pacto entre Troia y Vacarizza.

La economía de la región estaba basada en la agricultura (trigo candeal y


cebada de invierno) y la tierra era la base de la riqueza individual en forma de
viñedos en el centro y sur de Apulia y cereales en el norte de la provincia. Parece
ser que los olivos no se cultivaban en masa sino como ejemplares aislados en los
campos, jardines y viñedos en el modelo llamado por los especialistas de coltura
promiscua en el que se mezclaban árboles, viñedos y cereales y la expansión de
aquellos no se produjo más que a partir de mediados del XI, al igual que con el
castaño y el nogal, que eran cultivados para obtener una harina de sustitución.

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En Calabria, además del vino y la aceituna se cultivó con intensidad la morera


cuyas hojas eran indispensables para la industria de la seda. La sericultura
conoció un gran esplendor en estos años. En 1050 el brebion o inventario de la
metrópolis de Reggio contabilizaba cerca de 24.000 moreras en la parte sur del
thema de Calabria y éstas eran cultivadas por sus hojas, no por su fruto. La
producción reportaba a la metrópolis unos ingresos de 2.085 taria de oro o sus
equivalentes 521 nomismata cada año. Los vestidos de seda eran considerados
objetos de lujo y frecuentemente utilizados como moneda de cambio por su valor
en oro. En ocasiones los sueldos, subsidios y tributos eran pagados directamente
en tejidos de seda, práctica seguida también con los pagos efectuados a
extranjeros: a mediados del X los pechenegos fueron recompensados con tejidos
de seda (chareria) y brocados de oro por impedir las incursiones rusas en el
Quersoneso y en 922 se pagó con vestiduras de seda a los húngaros para que
devolviesen a los prisioneros capturados durante sus correrías por Italia.
También la producción de la miel calabresa fue lo suficientemente importante
como para acompañar a la seda en las exportaciones a Egipto.

No hay evidencia de prácticas ganaderas a gran escala en Italia en esta


época, sólo se documentan bovinos, ovejas y cerdos y siempre en poca cantidad.
En el norte de Apulia sin embargo sí se mencionan rebaños y prácticas
trashumantes pero no tenemos datos sobre su tamaño o a quién pertenecían.

En los primeros años del siglo X se desarrollaron intensos trabajos de


preparación de tierras cultivables (chôraphia) a partir de bosques y landas como
se documenta a partir de los testimonios de las actividades de numerosas
fundaciones monásticas en todo el sur de Italia. Comenzando con un pequeño
núcleo cultivado pronto se fueron desarrollando pequeñas células económicas que
contaban con molinos de agua y salinas como complementos más habituales. En
un periodo de quince años una fundación podía crecer lo suficiente como para
atraer la atención del catastro y la administración imperial y ser reconocida como
chôrion, circunscripción a efectos fiscales, e inscrita en los correspondientes
registros. En ocasiones el favor de las autoridades suponía la exención de

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impuestos: en mayo de 1054 el duque Argyros otorgó al higúmeno Ambrosio para


su monasterio de San Nicolás la liberación del pago del mitaton, angareia,
kastroktisia, chreia kai chortasmata (tasas de origen militar), de la provisión de
barcas (kontourai) y de reclutas (kontaratoi) que serían pagadas en su lugar por
los habitantes de Monopoli.

Otra fuente de ingresos era el servicio a la administración bizantina y se


esperaba ver recompensada la fidelidad a la causa imperial en tiempos de
disturbios. El gobierno gratificó generosamente a los súbditos que se destacaban
por su lealtad. El juez Bizantios de Bari, que permaneció fiel al emperador
durante la rebelión de Maniaces fue recompensado por el catepán Eustacio
Palatino en diciembre de 1045 con la villa de Fulianon, cerca de Bari, cuyos
habitantes a partir de entonces debieron pagar tasas e impuestos a su nuevo
señor que además tendría la potestad de poder atraer nuevos pobladores a sus
tierras y a las de una aldea cercana deshabitada. Aún más, Bizantios fue
investido con el poder jurídico sobre su gente con excepción de los cargos
capitales. En otro ejemplo Basilio, un constantinopolitano del barrio de
Krommidou que había servido en Italia durante diez años como lorikatos kai
protomandator epi tou basilikou armamentou, un oficio asignado al arsenal de
Bari, fue recompensado por sus servicios en 1032 con una pequeña vivienda en la
ciudad que pudo vender por 24 nomismata antes de regresar a casa. Otra forma
de concesión imperial fue la entrega de un monasterio en kharistiké. El
emperador o su representante entregaba una fundación imperial a un laico,
habitualmente por tres generaciones, para que lo protegiese y patrocinase
aunque en realidad suponía el total usufructo de la propiedad y de sus rentas. Tal
fue el caso de la concesión por un sigillion fechado en noviembre de 999 de la
administración del monasterio imperial de San Pedro en Tarento con sus
campesinos exkoussatoi (exentos de pagar al fisco), tres barcos y varios viveros de
peces a favor del espatarocandidato Cristóforo Bocomaqués y de su hijo Teófilo
por los servicios del primero en la lucha contra los árabes. La concesión tendría
validez durante la vida de ambos tras lo cual el Estado volvería a recuperar sus
bienes.

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Otro medio de incrementar la riqueza individual era la práctica de alquilar


tierra a un interés bajo a instituciones eclesiásticas o monásticas, pero la
obligación de pagar una fuerte suma inicial para establecer el alquiler impidió el
acceso a esta modalidad salvo a una minoría de propietarios adinerados. Hay
indicios de que entre los miembros de la aristocracia local también se practicaba
el comercio. El Anonimus Barensis informa esporádicamente de la actividad de
mercantes y navieros que comerciaban con los territorios orientales del Imperio y
en las crónicas se mencionan regularmente los naufragios de barcos mercantes
señal de un tráfico intenso en la capital de Apulia.

La moneda bizantina volvió a circular en Italia tras la reconquista pero


tanta o mayor presencia tuvo el tari arabe, con el valor de un cuarto de nomisma
y utilizado como moneda divisionaria. La difusión del tari alcanzó también a
ciudades como Nápoles, Salerno o Amalfi donde su uso era habitual e incluso
eran acuñados. Desde principios del siglo XI los solidi fueron relegados a un
papel de moneda de cuenta frente al empleo real de los solidi skiphati y los taria.
El tari continuó en uso durante la época normanda como única moneda real hasta
la reforma de Federico II ya en el siglo XIII.

Al contrario que los funcionarios llegados desde fuera de Italia la


aristocracia local se apresuró a reinvertir sus ganancias en la fundación de
iglesias privadas y monasterios en las que frecuentemente deseaban ser
enterrados. Para la salvación de su alma las nuevas iglesias eran dotadas con
generosidad para poder ofrecer servicios litúrgicos a perpetuidad. En algunos
casos se trataba de instituciones modestas pero en ocasiones estos proyectos
encerraban objetivos más ambiciosos. En 1015 el monje Nikón y su hijo el
turmarca Ursoleón entregaron al abad de San Ananías unas tierras en Oriolo, en
el norte de Calabria. El abad fue requerido para que construyese un castillo para
proteger a la población de la zona de la amenaza árabe. Dentro de las murallas
tendría que erigirse un monasterio en el que Nikón deseaba vivir el resto de sus
días. La carta fundacional fue firmada ocho miembros de la aristocracia local,
prueba del interés despertado por el proyecto entre la población de Oriolo.

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Siguiendo la costumbre bizantina era habitual en estos casos que el fundador


retuviese la potestad para controlar la elección del abad y del administrador y en
muchos casos se documentan sustituciones por el descontento ante la gestión de
los encargados para el puesto. Fundaciones de este estilo fueron San Menas,
construida por la familia Ankinareses en Rossano, San León de Catania fundada
en Gerace por el taxiarca León Maurutzico y su mujer o las iglesias de Todos los
Santos o San Pedro en Bari por obra del domestico Teudelmano y el
protoespatario Sergio.

Roberto Zapata Rodríguez

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