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Italia Bizantina
Roberto Zapata Rodríguez
NOTA PRELIMINAR:
El origen de este trabajo está en las páginas que tuve que dedicar a la
situación de Italia en la biografía de Jorge Maniaces para explicar su aventura
occidental en el contexto apropiado. Después de haber reflejado los
acontecimientos de un momento tan destacado como fue el de la segunda invasión
normanda de 1041 me pareció que sería una continuación lógica explorar el antes
y el después de aquellos sucesos para obtener así una síntesis de la segunda
dominación bizantina en el sur de Italia. Como el periodo ya tratado abarcaba los
hechos del periodo 1030-1043, el objetivo inicial fue realizar dos trabajos por
separado, uno que comenzase con el reinado de Basilio I y cubriese hasta el final
de la gobernación de Basilio Boioannes y un segundo a modo de epílogo que
resumiese los acontecimientos y la rápida decadencia de la dominación bizantina
desde la rebelión de Maniaces en 1043 hasta la toma de Bari en 1071. Finalmente
he optado por presentar el conjunto como un todo y para evitar el salto en la
narración he reutilizado (ligeramente modificados) algunos pasajes y mapas que
en el trabajo de Maniaces cubrían la historia general, lo que me ha permitido
además incluir algunas hermosas ilustraciones del Skylitzés Matritensis a las que
no tuve acceso en diciembre de 2003 cuando esa biografía estaba siendo
redactada. El atento lector de aquel trabajo queda advertido pues del previsible
déjà vu.
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Índice
Introducción
Bibliografía
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Introducción
Cuando en 867 la flota del drongario del plöimon imperial Nicetas Ooryfas
echaba el ancla ante las costas de Ragusa, hoy en día Dubrovnik, Bizancio estaba
preparado de nuevo para reclamar su derecho a decidir en los asuntos de Italia
tras la desaparición del exarcado un siglo atrás. En estos momentos los
territorios controlados por el Imperio se reducían a algunos reductos en la región
de Otranto y muy lejos quedaban ya los días en que en las tierras italianas se
escuchaba con acatamiento la voluntad de Constantinopla. De entre los antiguos
territorios dependientes el ducado de Nápoles había derivado insensiblemente
hacia un estado de autonomía tácita que le llevó a seguir una línea política
independiente alejada ya de la colaboración con Bizancio, como se puso de
manifiesto en 812 cuando el duque Antemio contestó negativamente a la petición
del patricio de Sicilia para que hostigase a los piratas que acababan de saquear
Ischia ese mismo año. La ruptura de lazos de los napolitanos con su antigua
metrópoli se reflejaba también en planos más simbólicos con la ausencia de
consultas con el Imperio a la hora de decidir el relevo de sus líderes o la omisión
del nombre del emperador en las monedas acuñadas por el ducado. Más al norte,
Venecia seguía respondiendo afirmativamente a las solicitudes de Constantinopla
pero ya como una entidad política que seguía su propio camino e intereses.
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Por fin, tras varias campañas infructuosas, las tropas de Luis II hicieron su
entrada en Bari el 2 de febrero de 871. De inmediato el monarca se propuso
extender su ofensiva a la ciudad de Tarento considerando que Apulia no se podría
asegurar en tanto esta plaza continuase en manos musulmanas. Las dificultades
para la empresa eran muchas debido a la fácil comunicación de los tarentinos con
Sicilia. En esos momentos una pequeña escuadra bizantina al mando del patricio
Jorge prestó su colaboración en las tareas del bloqueo, pero a sus escasos
chelandia les resultó imposible establecer un cierre total del puerto. La
desesperada necesidad de una fuerza naval de la que carecía el Imperio franco,
unido a la nueva amenaza que suponía la alianza del Duque Sergio de Nápoles
con los musulmanes, animó a Luis II a proponer a Basilio una alianza en firme
en la que la tierra quedaría para los francos y el mar para los griegos. Como
premio último Sicilia regresaría a las manos de sus antiguos dueños y Luis
ofreció su ayuda para hacer avanzar la empresa bizantina en la isla.
Tan buenos propósitos se vieron frustrados por un nuevo fracaso
diplomático. Peor todavía, la embajada franca que se encontraba en
Constantinopla a principios de 870 se enredó en disputas sobre la cuestión de
Focio y la jurisdicción sobre la iglesia búlgara, dejando a un lado su misión
original. El emperador acusó a los enviados de su mala disposición al tiempo que
rehusó ratificar el título imperial al monarca franco que Focio había prometido
hacer reconocer. La cuestión de fondo que yacía tras este enfrentamiento era la
pretensión de Luis II de considerarse Emperador de los Romanos y no de los
Francos, entrando así en conflicto directo con la posición del soberano de
Constantinopla. Alejados, pues, por sus intereses divergentes ambos se
decidieron a continuar la guerra en Italia contra los musulmanes por separado.
La flota imperial abandonó en esos momentos las costas italianas para actuar
sobre las bases piratas de Creta, persiguiendo a sus enemigos a lo largo de las
costas del Peloponeso hasta dispersarlos. Por su parte Luis tampoco pudo
continuar su campaña sobre el siguien-te objetivo, Tarento. Una conspiración
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sarracenos en Italia.
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oponían mientras que Procopio debió hacer frente al grueso del ejército enemigo
que concentró el ataque por su lado. Incapaz de resistir fue derrotado por
completo ante la pasividad de su colega que rehusó acudir en su ayuda. El
resultado fue una completa derrota y la muerte del comandante en jefe. Asustado
por las posibles consecuencias y deseoso de reparar el desastre Apostypos se
apresuró a reunir las tropas restantes y con ellas emprender de inmediato el
asalto a Tarento que consiguió forzar tras un violento combate. Tras la caída de
la ciudad se envió a la esclavitud a los prisioneros y se estableció una guarnición
bizantina. Nasar, una vez consolidada la posición tomó rumbo a Constantinopla
con la flota imperial mientras que el general superviviente fue llamado a juicio
por su comportamiento durante el combate. Hallado culpable de traición,
Apostypos fue condenado al exilio en Kotiea.
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a los aliados de Bizancio, sobre todo Salerno y Nápoles. Contra ellas se dirigieron
los siguientes movimientos.
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“Es así como nuestro strategos Nicéforo trató a la nación de los lombardos. No solamente
supo someterlos mediante campañas hábilmente dirigidas sino que fue moderado y clemente. Se
mostró justo, benevolente y les concedió la libertad y la exención de impuestos.”
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estaba más que dispuesto a probar la vía bizantina. Los gobernantes del sur de
Italia aceptaban presurosos los títulos otorgados por la corte imperial, imitaban
sus usos y modas y reconocían, aunque con intermitencia, su autoridad como lo
prueba que en estos años en Nápoles las monedas volviesen a a incluir el nombre
del emperador después de más de un siglo, y más llamativo todavía que también
en estos años se introdujesen iguales usos en las monedas acuñadas en Salerno y
Benevento. Estos hechos sin embargo no pueden ocultar la realidad de la posición
bizantina en Italia, que era muy diferente de la existente, por ejemplo, en Asia
Menor. Buena parte del territorio oficialmente administrado por el Imperio en
Italia estaba en realidad fuera del control directo del estratego. La autoridad
bizantina, siguiendo una práctica sancionada por la experiencia de siglos,
dependía de las habilidades diplomáticas de sus oficiales, del trato con las élites
locales, del control de los rivales y también del pago de generosos tributos a los
piratas de Sicilia y Norte de África, y sólo cuando era imprescindible se recurría
al uso de la fuerza. Cuando el emperador León VI elogiaba a Nicéforo Focas por
su trato cuidadoso a los lombardos evitando el pillaje y la toma de esclavos o
renunciando a imponer pesadas contribuciones se reconocía implícitamente que
la autoridad imperial sólo podía ser mantenida en Italia a través de su aceptación
por parte de las poblaciones locales.
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Tras la muerte de Jorge en julio de 894 llegó a Italia como sucesor el patricio
Barsacio, que volvió a establecer su residencia en Bari dejando en Benevento
como delegado al turmarca Teodoro. Fue éste el momento elegido por los
beneventanos para intentar la expulsión de la guarnición bizantina y deshacerse
así de un detestado ocupante. En su ayuda acudió Guido, margrave de Espoleto,
que en agosto de 895 llevó sus tropas ante las murallas de la ciudad. Los intentos
de Teodoro por recibir refuerzos desde Bari fueron inútiles ante la colaboración
de la población local con los atacantes a los que hizo entrar en la ciudad en
secreto y colaboró con entusiasmo en la expulsión de la pequeña guarnición
bizantina que sólo pudo salir sin daño tras el pago de un fuerte rescate. Tras la
victoria Guido retuvo durante dos años el control de Benevento en lugar de
devolver al poder a la antigua dinastía. En los años siguientes la ciudad cambió
de dueño en varias ocasiones hasta que en 899 Atenulfo de Capua, asociado con
su hijo Landulfo, fundó una nueva dinastía que habría de prolongarse hasta
finales del siglo XI.
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La amenaza árabe
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estrecho con todo su ejército y avanzó arrasando todo ante si hasta el valle del
Crati. Su avance fue tan rápido que imposibilitó la llegada a tiempo de los
refuerzos bizantinos desde Constantinopla. Despreciando a los emisarios de las
ciudades que corrían a someterse ante él Ibrahim llegó ante Cosenza a finales de
septiembre. La noticia de esta repentina invasión provocó el terror en toda Italia
meridional acrecentada por las amenazas del caudillo africano de llegar hasta
Roma para destruir “la ciudad de ese ridículo viejo Pedro”. Las ciudades no se
hacían ilusiones sobre la amenaza que se cernía sobre ellas. En Nápoles, por
ejemplo, el cónsul Gregorio, tras consultar con el obispo Esteban y otros
principales decidió destruir el Castellum Luculli, la fortaleza que se erigía en el
cabo Miseno por temor a que los árabes lo utilizaran como base permanente. Toda
la población tomó parte en el proceso de derribo del bastión y de él luego se
trasladaron los restos de San Severino, que allí se custodiaban, para ser
solemnemente transferidos a Nápoles en octubre.
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“Tan pronto como los peregrinos del Norte en ruta hacia Roma atravesaban los Alpes se
encontraban con su camino cerrado por los moros de España que estaban fortificados desde 891 en
Fraxinetum en el sur de Galia. Tras haberse rescatado a sí mismos allá los peregrinos caían luego
en manos de los sarracenos en tierras de Narni, Rieti y Nepi. Ningún peregrino llegaba a Roma
con ofrendas, y esta situación se prolongó durante treinta años. Cualquier traza de gobierno
central en la región había desaparecido y cada villa, cada fortaleza y abadía estaban reducidas a
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encabezó un pequeño ejército que consiguió expulsar a los musulmanes del valle
alto del Anio. Poco después los habitantes de Nepi y Sutri consiguieron otra
victoria cerca del Tíber lo que obligó a las bandas árabes a un repliegue táctico a
través de la llanura del Lacio para fortificarse en el campamento del Garellano,
mientras tras ellas llegaban las tropas de Roma y Espoleto acaudilladas por el
Papa y el margrave Alberico.
Tras solucionar esta cuestión en 915 la liga cristiana se reunió por fin a
orillas del Garellano. La flota bizantina comenzó a entrar en la desembocadura
del río en el mes de junio mientras las tropas terrestres maniobraron para formar
un cerco sobre el campamento fortificado. En la acción estaban presentes todos
los señores principales de la Italia Meridional: el duque Gregorio, Atenulfo de
Capua y Guaimar de Salerno acompañados del conde Berenguer de Friuli y del
margrave de Espoleto que combatían al frente de sus tropas al igual que el Papa.
Al mando de la coalición se situó el estratego Picingli que comenzó a dirigir las
operaciones al pie de la colina principal donde se concentraba la defensa
sarracena. Durante tres meses se bloqueó concienzudamente el recinto hasta que,
acuciados por la necesidad, los asediados se decidieron a intentar la salida en
agosto siguiendo el consejo en secreto de los señores de Nápoles y Gaeta. Tras
incendiar el campamento los árabes intentaron la huida en grupos reducidos a
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través de los montes vecinos por donde fueron perseguidos por los cristianos de
modo que pocos pudieron escapar con vida.
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La organización administrativa
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Años de inestabilidad
Poco tiempo después Eustacio fue sustituido en el cargo por Juan Muzalon
(también llamado en las fuentes Bizalon). El nuevo estratego tomó una decisión
impopular al elevar los impuestos para poder hacer frente al tributo y su
actuación dió lugar a una revuelta en la que pereció asesinado, poco tiempo
después de la llegada al poder de Romano I Lecapeno, posiblemente entre 921 y
922. En su ayuda los sublevados pidieron auxilio a Landulfo de Capua. En abril
de 921 se produjo también la muerte en Ascoli Satriano del estratego de
Longobardia Ursileon durante un enfrentamiento contra los príncipes lombardos
venidos en ayuda de los habitantes de Apulia en rebeldía. Tras hacerse dueños de
Ascoli, Landulfo de Capua y su hermano Atenulfo extendieron su dominio a toda
la región en un acto de declarada rebeldía a la autoridad imperial. Una fuente
alternativa para estos hechos está disponible en las cartas del patriarca Nicolás
Mstikos que en esos años mantuvo una activa correspondencia con diversos
personajes de relevancia en Italia, entre ellos el propio Landulfo. Por ellas se
conoce que los sublevados se apresuraron a enviar cartas a Constantinopla
responsabilizando de los hechos al fallecido estratego y reafirmaban su voluntad
de mantenerse leales a Bizancio a condición de que no se castigase a los culpables
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Parece ser que en este año 925 tuvo lugar el curioso episodio de la detención
de unos embajadores búlgaros y árabes de regreso de África a la altura de las
costas calabresas. El rey Siméon, que en estos momentos se encontraba en guerra
con Bizancio, había iniciado contactos con los fatimíes para establecer una
alianza contra su enemigo común. Los barcos bizantinos que apresaron a los
diplomáticos regresaron con sus valiosos prisioneros a Constantinopla donde
haciendo gala de prudencia Romano Lecapeno ordenó la retención de los búlgaros
y la devolución de los árabes a su hogar con la promesa de la renovación del
tributo regular acordado en 918/19 que volvería a ser pagado por el estratego de
Calabria aunque esta vez reducido a la mitad del montante original, unos 11.000
nomismata en total.
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ciudades de Salerno y Nápoles. Tras volver sobre sus pasos Sabir entró en el
Adriático y superando el promontorio del Gargano entró en Térmoli tras haber
dispersado a unos cuantos navíos bizantinos que intentaron ofrecerle resistencia.
Tras la muerte del Mahdi en 934 las ciudades y villas de Calabria dejaron
de pagar el tributo anual y la revuelta en Sicilia de los habitantes de Agrigento
de 937 a 941 que arrastró a buena parte de la isla distrajo la atención de los
musulmanes que dejaron tranquilas las costas italianas por algunos años. Los
bizantinos, muy interesados en la prolongación de ese conflicto, sostuvieron la
causa de los rebeldes enviándoles entre 937 y 939 barcos cargados de trigo para
asegurar su sustento.
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Bizancio había tenido lugar ese año ya con el cese de las menciones a títulos
bizantinos en las cartas y privilegios otorgados por esos príncipes pero ahora la
rebeldía abierta se tradujo en el recurso a las armas. Las tropas aliadas de ambos
principados atacaron a los bizantinos pero fueron vencidas en un primer
encuentro. En socorro de los coaligados acudió Teobaldo, margrave de Espoleto, y
con su ayuda los aliados consiguieron derrotar a su vez a los imperiales. La
rebelión afirmada con estos apoyos externos se prolongó hasta 934.
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solicitó el envío de una hija del rey para su nieto Romano, el hijo de Constantino
VII y futuro emperador. Hugo se apresuró a contestar atemorizado que sólo tenía
una hija, ilegítima pero muy hermosa. Tras considerar la cuestión Romano
consideró finalmente aceptable a la joven Berta y aprobó el ofrecimiento. En 944
el estratego de Longobardia Pascual acudió a la corte para recoger a la muchacha
que marchó hacia el este acompañada por el antiguo obispo de Parma y un
suntuoso cortejo. A su llegada a Constantinopla Berta fue rebautizada como
Eudocia y en septiembre de ese año contrajo matrimonio con el joven Romano,
aunque la joven princesa no llegó a ver consumado su matrimonio al morir
prematuramente en 949. Si la alianza matrimonial fracasó en último término
tampoco fueron satisfactorias las operaciones militares pues, si bien la flota
bizantina consiguió dispersar a los barcos árabes establecidos en la costa
provenzal, la colonia musulmana resistió todavía medio siglo más antes de ser
eliminada.
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En 947 la guerra civil concluyó por fin en Sicilia y el nuevo emir Al Hassan
se apresuró a reclamar al estratego de Calabria el pago del tributo que desde
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hacía años había sido descuidado. Ante la amenaza de nuevas incursiones los
calabreses pidieron auxilio a Constantinopla que contestó preparando una nueva
expedición a occidente. La flota al mando de Macroioannes transportaba un
ejército a las órdenes del patricio Malaceno y desembarcó en Otranto en 951 para
unir sus fuerzas a las tropas del estratego Pascual. Por su parte Al Hassan,
después de recibir un refuerzo de 7.000 jinetes y 3.500 infantes desde África,
comenzó en julio el asedio de Reggio que al poco se rindió tras la huida de sus
habitantes a las montañas. Remontando hacia el norte atacó la plaza fuerte de
Gerace pero la noticia de la llegada inminente del ejército bizantino obligó al emir
a pactar una tregua con los lugareños a cambio del cobro de un tributo. Tras
arreglar este asunto Al Hassan condujo a su ejército en busca del enemigo. En su
avance barrió la débil resistencia de las avanzadas imperiales y sin oposición
atravesó el Crati y puso sitio a Cassano donde también recibió tributo. Tras
comprobar que el ejército rival no aparecía por ningún lado Al Hassan dio media
vuelta y regresó a Messina.
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una nueva tregua que duraría hasta la época de la desastrosa expedición a Sicilia
ya durante el reinado de Nicéforo Focas pero la paz llegaba tarde para Calabria.
Los testimonios de los contemporáneos hablan de un país despoblado por las
invasiones y arrasado por la depredación que obligó incluso a la marcha de
muchos de los ascetas y monjes moradores de las cavernas que allí estaban
asentados.
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En 813 Abu’l Abbas, hijo de Ibrahim, acordó una nueva tregua de diez años
y un intercambio de prisioneros con el patricio Gregorio. En el tratado también se
examinó la cuestión de la seguridad de los mercaderes griegos y árabes que en
flujo continuo circulaban entre Sicilia y África, pero a pesar de estos acuerdos las
incursiones árabes se reanudaron en la década de 820 con el resultado de logros
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Calabria con el propósito de reunir más tropas pero fue asesinado antes de poder
regresar a la isla.
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tiempo de consultar a Cairuán el ejército escogió como jefe a Mohamed Ibn Abi’l
Gawari. En ese momento, cuando Siracusa parecía al alcance de la mano,
aparecieron ante la costa los barcos de la flota enviada por el emperador en
auxilio de la ciudad. Esta vez el gobierno imperial era consciente del peligro de la
situación y de lo difícil que sería recuperar Siracusa si los árabes llegaban a
apoderarse de ella por lo que se habían reunido todos los medios navales posibles
incluyendo la flota de los Cibyrreotas con su estratego Cratero al frente. Con ellos
llegaban otra vez los venecianos a los que se había recurrido nuevamente tras el
fracaso anterior.
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En el verano de 830 Sicilia fue atacada por una poderosa flota española que
se unió a los refuerzos de África del norte. Se trataba de entre 20.000 y 30.000
hombres transportados por 300 barcos. Los españoles llegaban con la intención de
saquear, sin intención de coordinarse con sus hermanos de fe africanos. Al mando
de Asbag Ibn Wakil entraron en contacto con los árabes de Sicilia que les
propusieron una acción común contra los griegos, lo que fue aceptado por los
españoles a condición de que Asbag fuese nombrado comandante en jefe y que los
sicilianos les proporcionasen caballos, todo lo cual fue aceptado.
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Porque entre tanto los árabes africanos durante el mes de agosto de 830
habían puesto sitio a Palermo. La ciudad luchaba sola porque el emperador
Teófilo no había sido capaz de enviar barcos en socorro de la plaza a causa de las
pérdidas sufridas en los dos últimos años y las luchas que los Cibyrreotas estaban
librando contra los árabes cretenses en el Mediterráneo oriental. Tras un penoso
sitio que se había prolongado durante más de un año Palermo capituló a
principios de septiembre de 831 cuando los víveres se agotaron al igual que la
esperanza de ayuda desde el exterior. Su gobernador, posiblemente el espatario
Simeón, y el obispo Lucas con otros personajes distinguidos y posiblemente los
restos de la guarnición pudieron abandonar la ciudad con sus bienes y regresar a
Constantinopla mientras que el resto de la población, que había quedado
reducida a menos de 3.000 almas, fue considerada como botín de guerra y
enviada a la esclavitud.
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objetivo primordial para los árabes y hacia la cual dirigieron repetidos ataques en
estos años. En 837 se le puso de nuevo sitio y durante el invierno un ataque por
sorpresa a través de un pasaje mal guardado permitió a los musulmanes hacerse
dueños de la ciudad y asediar a los defensores en la ciudadela. Los griegos
iniciaron negociaciones y aceptaron el pago de un enorme tributo a condición de
que los árabes abandonaran la ciudad, cosa que hicieron regresando a Palermo
cargados con un gran botín.
En la primavera del año 838, tras un largo período sin respuesta ante las
acometidas musulmanas en Sicilia, el gobierno de Constantinopla envió su
respuesta a Sicilia con la expedición conducida por el futuro yerno del emperador,
el césar Alejo Mosele. Era éste un armenio que había hecho una rápida y
brillante carrera recibiendo sucesivamente los títulos de patricio, anthypatos y
magistros. Tras ser prometido con María, hija de Teófilo, fue proclamado césar y
como tal considerado como posible sucesor aunque las sospechas que recaían
sobre él y que lo señalaban como alguien que ambicionaba el trono hacen pensar
que Teófilo deseaba probar a Alejo o en cualquier caso alejarlo de Constantinopla.
Tras haber combatido contra los eslavos en Tracia durante 836 fue encargado al
año siguiente de preparar una expedición a occidente con la misión de restablecer
la situación en Sicilia. Tras desembarcar obligó a los árabes a abandonar el sitio
de Cefaledio, una plaza al este de Palermo. En los siguientes meses Mosele
consiguió nuevas victorias aunque no demasiado significativas pero pronto el
ímpetu de la ofensiva se estancó y la llegada de refuerzos árabes dio la vuelta a la
situación. Además Alejo pronto se encontró con dificultades por las intrigas
locales. Fue acusado por algunos sicilianos ante el emperador de parlamentar con
los árabes y de conspirar contra el emperador y la muerte de su prometida
debilitó todavía más su posición. Pronto Teófilo ordenó a Mosele que regresase a
Constantinopla y para ello en 839 se envió con esta misión al arzobispo Teodoro
Critinos como portador de un salvoconducto para Alejo. Mosele aceptó la garantía
y emprendió el regreso a la capital. Cuando el general hizo su entrada en la
capital fue azotado, arrestado y sufrió la confiscación de sus bienes. Teodoro, que
acusó al emperador de haber jurado en falso fue desterrado aunque en breve
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fue derrotado por completo dejando en manos del enemigo bagajes, armas y
caballos en abundancia. Animado por esta victoria Jafaga envió a su hijo
Mohamed a la península y donde saqueó los territorios de Gaeta antes de
regresar a Palermo.
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Siracusa capturada
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se acercaron hasta el puerto pero la flota árabe apostada allí los pudo rechazar
sin esfuerzo. En aquellos momentos las galeras que hubieran debido acudir a
toda vela al socorro de la ciudad estaban siendo empleadas en la capital en el
transporte de materiales para la construcción de la Nea, la nueva iglesia
dedicada al Salvador, a los Archiestrategas y a San Elías. El retraso en disponer
de estos barcos para su envío a occidente fue fundamental para provocar la
pérdida de Siracusa, aunque algunos autores como Vogt achacan el retraso de la
flota a la desidia de su comandante. Otros autores aducen también que la
necesidad de vigilar Chipre, recuperada recientemente, distrajo medios navales
que hubieran podido ser empleados en Sicilia.
Por fin parte de la flota imperial al mando de Adriano fue enviada en auxilio
de Siracusa pero aquel, una vez llegado a Monemvasia se detuvo durante largo
tiempo en su puerto de Hierax a la espera de vientos favorables para cruzar a
Sicilia. La noticia de la caída de la ciudad sorprendió a la flota todavía en aguas
de Grecia.
“Los precios de los alimentos subieron: el celemín de trigo cuando se podía encontrar,
costaba 150 sous de oro, el celemín de harina más de 200; había que pagar un nomisma por dos
onzas de pan; un buey destinado a la carnicería costaba 300 sous de oro y se pagaba de 15 a 20
nomismas por una cabeza de caballo o de asno. No quedaban aves de corral ni aceite ni frutos
secos, tampoco había queso, legumbres o pescado. La gente comenzó a comer hierba, pellejos de
animales, huesos pelados que encontraban en la fuente de Aretusa e incluso, de creer a Teodosio, se
comían los cadáveres de los muertos y de los niños. El hambre, a causa del recurso a tales extremos
para calmarla, provocó una epidemia que hizo morir a los siracusanos a millares.”
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Los desgraciados cautivos tuvieron que esperar siete años a su rescate, que
tuvo lugar durante un intercambio realizado en 885, posiblemente el momento en
el que Teodosio recobró la libertad. Para Bizancio la caída de Siracusa fue un
duro golpe. Incluso el propio León VI escribió dos poemas sobre el tema y el
Patriarca Nicolas el Místico en sus cartas echó toda la culpa a la negligencia de
Adriano. En el plano político este fracaso obligó a Basilio a renunciar a sus planes
para la isla, falto de medios para intervenir decisivamente en Sicilia, y a prestar
su atención preferente a la entrada de sus ejércitos de regreso a la península
italiana en los últimos años de su reinado.
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Tras esta expedición triunfal Abu’l Abbas pudo regresar a Palermo de donde
partió en 902 rumbo a África, en la que se necesitaba su presencia. Hartos del
gobierno cruel de Ibrahim los musulmanes de Túnez pidieron a su señor supremo
en Bagdad Mutadid que pusiera fin a su gobierno. El jalifa ordenó a Ibrahim que
abandonara el mando en favor de su hijo y el destronado emir, tras obedecer a su
señor, anunció su deseo de llevar la yihad a tierras cristianas. En el verano de
902 Ibrahim desembarcó con un ejército en Trapani e hizo su entrada en Palermo
el 8 de julio. De inmediato envió una expedición en dirección a Taormina, la
última plaza fuerte importante en poder de los bizantinos y en la que éstos tenían
en estos momentos concentradas todas sus tropas. Conocemos el nombre de los
jefes militares al mando en Taormina durante el verano de 902, el drongarios ton
plöimon Eustacio, el patricio y estratego de Sicilia Constantino Caramalo y un
comandante de la flota llamado Miguel Caracto.
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una batalla encarnizada en la que la suerte del encuentro estuvo durante mucho
tiempo en duda. Finalmente los árabes de Ibrahim fueron capaces de
sobreponerse de su derrota inicial y consiguieron arrollar a sus enemigos parte de
los cuales consiguieron reembarcarse mientras el resto se acogía al refugio de la
fortaleza a la que pronto se le puso sitio. Las noticias del peligro que acechaba a
Taormina llegaron pronto al emperador pero por fatalidad, al igual que sucediera
durante el reinado de Basilio, la flota que hubiera podido acudir de inmediato en
socorro de la ciudad estaba nuevamente ocupada en la construcción de dos
iglesias en la capital, una en recuerdo de Teófano, la primera mujer del
emperador, y la segunda la de San Lázaro.
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como se refleja en las cartas del Patriarca Nicolás. Los éxitos de Ibrahim
provocaron el pánico en la misma capital, pues se creía que pretendía avanzar
contra la propia Constantinopla. Asustado el emperador reforzó la guarnición y
envió a Sicilia refuerzos insuficientes que fueron de nula utilidad para mejorar la
situación. Los jefes al mando en Taormina consiguieron escapar al cautiverio y
regresar a Constantinopla. A su llegada Miguel Caracto acusó a su colega
Caramalo de traición y éste fue condenado a muerte en un primer momento,
aunque la mediación del Patriarca transformó luego la pena capital en el castigo
de la tonsura. Caracto fue nombrado a continuación estratego de Sicilia.
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Tras la muerte de
Constantino VII la
atención del Imperio se
centró en los asun-tos
asiáticos y sólo en 964,
durante el reina-do de
Nicéforo Focas,
Constantinopla volvió a
intentar desequili-brar la
balanza en Oc-cidente con
una cam-paña dirigida
directa-mente contra
Sicilia, la base principal del enemigo musulmán. En el año anterior el emir de
Sicilia había emprendido la batalla final para someter a las comunidades
cristianas semi independientes de la región montañosa al sur de Messina. El
objetivo era someter definitivamente la región e islamizar a todos sus habitantes.
Taormina, que tras ser arrebatada a Bizancio en 902 había conseguido recuperar
su independencia en 912/13, volvió ahora a ser asediada de nuevo y sólo capituló
el 21 de diciembre de 962 tras un sitio que se prolongó durante siete meses. Para
castigar a los vencidos por su obstinada resistencia se les arrebataron todos sus
bienes y el nombre mismo de la villa fue suprimido para ser denominada a partir
de entonces Muizzia honrando así el nombre del jalifa fatimí. En esos momentos
el último bastión cristiano en la isla era la plaza fuerte de Rametta adonde
muchos habitantes de Messina acudieron para buscar refugio. Esta plaza fuerte
había sido desde la toma de Messina en 843 el refugio habitual de sus ciudadanos
por lo agreste de su emplazamiento y su cercanía a la ciudad. El 23 de agosto de
963 el general Hassan Ibn Ammar puso sitio a la fortaleza con la intención de
acabar cuanto antes con ese núcleo de pertinaz resistencia. Los asediados se
apresuraron a enviar al basileo una petición desesperada de auxilio y esta vez
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Nicéforo estuvo dispuesto a actuar. Tras ordenar el cese del pago del tributo
acordado con los sicilianos ordenó aprestar un poderoso ejército de más de 40.000
hombres entre contingentes armenios, rusos, paulicianos y tracios. Al mando de
la expedición figuraba el drongario del plöimon Nicetas, eunuco y hermano del
patricio, prepósito y vestes Miguel que había servido de intermediario entre
Nicéforo y Teófano a la muerte de Romano II. A su lado, con el rango de
comandante de la caballería, aparecía Manuel Focas, hijo ilegítimo de León, el
rival de Romano Lecapeno en 919, y primo hermano del emperador.
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inadecuados era dar el primer paso hacia el desastre tal y como se corroboró
después.
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salida. La noticia de la llegada del ejército bizantino provocó una gran agitación
entre los árabes, que se apresuraron a poner en estado de defensa las costas y
reunieron refuerzos llegados desde todos los rincones de la isla a los que se
unieron contingentes bereberes enviados a toda prisa desde el norte de África.
Las tropas musulmanas desembarcaron en la isla en los primeros días de octubre
y Hassan envió rápidamente algunos destacamentos a reforzar la posición de
Rametta y se mantuvo con el resto en observación en las cercanías de Palermo.
Entre tanto la flota bizantina se había reagrupado en la punta de Calabria y el 13
de octubre puso rumbo a Messina con el propósito de acudir rápidamente al
auxilio de Rametta que estaba situada a sólo algunos kilómetros de la ciudad. El
ejército empleó nueve días en atravesar el estrecho y desembarcar el cuerpo
expedicionario tras lo cual se procedió a ocupar la propia Messina, posiblemente
sin mucha resistencia, y a ponerla otra vez en buen estado de defensa. Mientras
tanto diversos destacamentos navales empezaron a explorar la costa para
preparar nuevos asaltos. Al norte Termini fue tomada ante los propios ojos de
Hassan que no pudo hacer nada por evitarlo y en el sur Taormina y Leontinos se
rindieron también sin ofrecer combate. La siguiente plaza en caer fue Siracusa
aunque esta vez tuvo que ser tomada al asalto.
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Demona. Al este una garganta muy profunda que se extendía durante varios
kilómetros ofrecía el aspecto de un foso natural de bordes muy arriscados. Tal era
el lugar en el que se produjo el enfrentamiento decisivo entre ambos ejércitos.
Hassan había tenido tiempo para avisar a su hijo Ahmed del desembarco de
las tropas bizantinas aunque éste no pudo llegar a tiempo para impedir a los
imperiales la llegada hasta la llanura de Rametta. En la noche del 24 al 25 de
octubre Manuel atacó. Varios destacamentos de caballería intentaron forzar el
paso simultáneamente por los desfiladeros de Mikos y Demona mientras un
tercero fue enviado hacia el camino que llevaba a Palermo para impedir el paso a
las tropas de Ahmed que desde allí se esperaban inminentemente. El propio
Manuel Focas condujo el grueso de sus tropas divididas en seis banda a toda
marcha por el camino de Spadafora con la intención de llegar cuanto antes a
Rametta.
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“Vosotros que a las órdenes de Nicéforo habéis vencido tantas veces, gritaba a sus soldados,
¡huís hoy ante un puñado de bárbaros africanos! ¿Dónde están los resonantes juramentos que tan
pronto prestasteis a vuestro emperador? ¿Dónde están las proezas que le prometisteis cuando
pasaba revista ante vosotros?”
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mejor presencia. Este botín, de inusitada novedad para los árabes sicilianos fue
destinado a la guardia personal del jalifa de Mahdia en África.
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Éste, sin atreverse a ajusticiarlo allí mismo por respeto al monje, lo colmó de injurias
“maldiciéndole a él y a todas sus pertenencias, comenzando por sus caballos y sus bueyes y
acabando por sus gallinas y su perro.” Maleinos, aterrorizado, no se atrevió a decir nada y se
mantenía sentado ante su señor en razón de su rango de protoespatario. “Miserable, le gritó
Nicéforo, ve a reunirte con tus iguales. Te perdono.” Y luego añadió dirigiéndose a la multitud
“Deberíais hacer pintar el retrato de San Nilo y no dejar jamás de adorarlo y de darle gracias. En
verdad, por la cabeza de nuestro santo soberano Basilio, deberíais esforzaros en rendirle el mayor
honor”.
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hijo Otón y Ana, la hija de Romano II. Una nueva embajada bizantina se
encontró con el emperador en Capua en enero de 968 pero llegaba sin
instrucciones precisas para concluir los acuerdos del compromiso nupcial. Irritado
por la lentitud de las negociaciones Otón se decidió a utilizar la fuerza para
obligar a Nicéforo a aceptar sus condiciones y, tras dirigirse a Benevento, invadió
Apulia en marzo de 968. Un breve alto ante las murallas de Bari le convenció de
la imposibilidad de tomarla con su pequeño ejército y tras esta demostración se
decidió a enviar a Constantinopla una nueva embajada a cargo, otra vez, de
Liutprando con el objetivo de reiniciar las conversaciones interrumpidas. De los
resultados y experiencias vividas el obispo de Cremona nos ha dejado un vivaz
testimonio en su famosa Legatio.
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El ejército germano llegado para vengar la afrenta de Bovino llegó por fin a
Capua. En sus filas marchaban contingentes sajones y suabos al mando de los
condes Gunther y Sigfrido con el auxilio de tropas de Espoleto y su conde Sicon.
Al encontrar la plaza libre de enemigos se dirigieron en primer lugar a saquear
las tierras de Nápoles para castigar su colaboración con el enemigo y tras entrar
en Benevento retomaron Avellino. Una vez reagrupadas emprendieron de nuevo
la marcha, esta vez en dirección al sur.
Entretanto el patricio Eugenio, que parece haber sido muy impopular por
sus exacciones tributarias y su dureza, había sido enviado encadenado a
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Por su parte Tzimisces, una vez concluida la paz con Otón, no volvió a
prestar atención a los asuntos italianos absorbido por las grandes guerras contra
los rusos y las campañas en Asia. A su muerte en enero de 976 los estados
lombardos se veían sometidos a la presión creciente del fortalecido Pandolfo de
Capua que entretanto había conseguido asegurar para su hijo la sucesión en
Salerno mientras que en las costas de Calabria volvían a presentarse la amenaza
de los árabes de Sicilia.
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El gobierno bizantino pasaba en esos años por una situación muy difícil
haciendo frente a la rebelión de Bardas Esclero. El estado de turbulencia de una
auténtica guerra civil hace suponer que no había medios para enviar a Italia y
que las provincias occidentales habrían de contar con sus propios recursos para
hacer frente a las amenazas que sobre ellas se cernían. Por otra parte los
testimonios contemporáneos dejan entrever que las poblaciones locales preferían
defenderse por su propia cuenta tratando de llegar a acuerdos singulares con sus
agresores mediante el pago de un tributo antes que verse arrastradas a una
guerra general. En cualquier caso la amenaza de la guerra no se limitaba a las
tierras de Apulia y Calabria y el acercamiento de los incursores a los señoríos
lombardos provocó la intervención del propio emperador germánico en defensa de
sus vasallos.
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La campaña de Otón II
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Tras haber pasado casi cinco meses en Apulia Otón II condujo su ejército en
dirección a Calabria y tras atravesar el Crati fue en busca del ejército árabe. Las
noticias de la aparición del ejército germano llegaron en mayo a Abul Kassim que
procedió de inmediato a proclamar la yihad y se apresuró a remontar la costa de
Calabria con todas sus tropas para hacer frente al enemigo. Otón mientras tanto,
tras haber dejado en Rossano a Teófano con el obispo Dietrich de Metz y el tesoro
imperial, avanzó hacia el sur y derrotó a la vanguardia árabe en las cercanías de
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El sacrificio de este valeroso grupo permitió que el resto del ejército árabe
pudiera reagruparse y volver a la lucha aunque la noticia de la muerte de su jefe
hizo cundir el desaliento entre las filas y provocó su retirada desordenada bajo los
golpes de los caballeros alemanes. Otón se creyó vencedor de la jornada y
queriendo aprovechar el impulso ordenó a sus agotados hombres que
emprendieran de inmediato la persecución de los fugitivos. El combate había
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“Allí pereció bajo la espada de los infieles la flor de la patria, el ornamento de la rubia
Germania, la juventud tan querida para el emperador, que debió asistir a la masacre del pueblo de
Dios bajo la espada de los sarracenos, la gloria de la cristiandad hollada bajo los pies de los
paganos.”
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Otón y una disputa entre ambos esposos, la única seria durante su matrimonio,
que provocó un distanciamiento durante meses de lo que puede dar muestra
indirecta la evidencia de que hasta el mes de julio del año siguiente el nombre de
la emperatriz no apareció al lado del de su esposo en los diplomas imperiales.
La batalla de Colonna fue un desastre para ambos bandos. Los árabes tras
la pérdida de su jefe tuvieron que regresar a Sicilia pero en Italia y el Imperio lo
único en lo que se reparó fue en la tremenda derrota de Otón y la pérdida de su
ejército. En medio de la enorme conmoción que sacudió toda Alemania estallaron
revueltas en las fronteras del Elba y los propios servidores del emperador
criticaron la ligereza e imprudencia de su aventura italiana mientras que en el
norte de Italia las poblaciones se sublevaron contra los obispos como partidarios
demasiado fieles de la voluntad de su señor y se negaron a obedecer los decretos
imperiales. Para animar a sus partidarios en el mes de junio de 983 Otón convocó
en Verona una gran asamblea en la que los señores de Alemania e Italia
volvieron a proclamarlo rey de Germania e Italia al igual que a su hijo Otón
entonces con tres años de edad. Queriendo borrar el recuerdo de su fracaso Otón
se propuso organizar una nueva expedición en la que sólo pudo reclutar tropas
italianas debido a las muchas pérdidas que sus súbditos alemanes habían sufrido
y a la necesidad de proteger las fronteras en el noreste.
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“Nicéforo, lleno de odio contra vos (Otón I) y contra la Iglesia, acaba de ordenar al patriarca
de Constantinopla que transforme el obispado de Otranto en metropolitano y que no se tolere que
los divinos misterios se celebren en lengua latina en ninguna localidad de Apulia o Calabria. A
partir de ahora sólo se podrá usar la lengua griega. El patriarca Polieucto, en consecuencia, ha
dado la orden al jefe de esta iglesia de Otranto concediéndole pleno poder para consagrar obispos
en las iglesias de Acerenza, Tursi, Gravina, Matera, Tricarico, todas ellas dependientes sin duda
alguna del papa de Roma.”
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(contaratoi o conterati como son llamados en las fuentes) de escaso valor militar.
En su lugar las batallas fueron libradas principalmente con soldados de exóticos
orígenes: rusos, armenios, válacos además de una amplia representación de los
themata orientales.
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La presencia de los
piratas siguió siendo
constante en estos años y
pronto la misma Bari fue
amenazada directamente en
el año 988, cuando los
corsarios llegaron a saquear
los suburbios y llevan
prisioneros a Sicilia a gran
cantidad de campesinos.
Aunque no asediaron
todavía Bari sí se atrevieron
a atacar Tarento en 991,
batiendo el 28 de agosto a
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un ejército de auxilio que había llegado desde Espoleto al mando del conde Atón
para unirse a las milicias locales de Apulia. Es posi-ble que las bandas árabes
mantuviesen algunas bases en las zonas montaño-sas de Basilicata,
particularmente en la región de Pietra-pertosa.
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Años turbulentos
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Tras someter Bari y convertirla de nuevo en sede del gobierno del thema
Basilio Mesardonites emprendió un viaje a Campania para afirmar la soberanía
del basileo en la zona, forzando a los príncipes lombardos a mantener al menos
una apariencia de sumisión a Constantinopla, devolviendo así el prestigio a la
causa imperial y desanimando con ello a los rebeldes de Apulia. En octubre de
1011 se encontró en Salerno con monjes de Montecassino a los que extendió un
diploma confirmando la protección de sus dominios en Apulia. Es posible que el
catepán hubiese emprendido también este viaje para intentar prender al fugitivo
Meles, pero éste consiguió finalmente sustraerse a su vigilancia en la corte de
Pandolfo II de Capua, con lo que el príncipe lombardo afirmó frente a Bizancio su
deseo de mantener una total independencia del Imperio.
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Contoleón Tornicio que, ante la noticia de la invasión, envió por delante a uno de
sus lugartenientes, el excubitor León Paciano. Ese mes de mayo tuvo lugar un
primer encuentro indeciso en Arenula, a orillas del Fortore. Pocas semanas
después el catepán se reunió con su subordinado y juntos se enfrentaron el 22 de
junio en una nueva batalla a los invasores cerca de Civitate. El combate terminó
con una derrota bizantina y la muerte de Paciano, tras lo que los vencedores
pudieron proseguir su marcha hacia el sur. Un tercer enfrentamiento tuvo lugar
a mediados de julio en Vacarizza, cerca de lo que luego sería Troia, con una nueva
victoria de los hombres de Meles. Las sucesivas derrotas del catepán provocaron
su inmediata sustitución ese mismo verano y su regreso a Constantinopla.
Durante este tiempo los normandos y Meles habían avanzado hasta Trani,
ocupando en su camino diversos pueblos y villas. Para entonces ambos bandos
habían reforzado considerablemente sus números, porque si Boioannes contaba
con soldados profesionales a su mando por su parte los normandos de Raúl de
Toeni se habían beneficiado de la llegada incesante de pequeños grupos de
compatriotas atraídos por los sucesos acaecidos durante ese año y medio de
combates. Boioannes contaba por su parte con el poderoso estímulo del oro, del
que había sido bien provisto. Con su ayuda pudo ganar el concurso de las milicias
locales y es posible que probase a corromper a aquellas que militaban bajo el
mando de Meles.
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esfuerzos del emperador Enrique II, llegado a Italia para continuar la empresa de
Meles.
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Enrique, asistido por Raúl de Toeni como consejero, se dirigió hacia el sur
bordeando el litoral adriático hasta llegar a la región de las Marcas, donde recibió
los testimonios de fidelidad de los señores de la región de los Abruzzos. Por su
parte Poppo, el patriarca de Aquilea, a la cabeza de 11.000 soldados se dirigió a la
región del lago Fucino, en el país de los Marsos, punto de reunión con el cuerpo
principal del ejército imperial. Finalmente el arzobispo de Colonia, Peregrino, con
20.000 hombres tomó rumbo directo hacia Roma y Campania, donde debía
detener al abad de Montecassino y al príncipe de Capua y hacerlos juzgar por
traición y rebeldía.
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La expedición a Sicilia
Pero esta situación favorable duró poco. El emir de África envió a su hijo
Abdallah en apoyo de los rebeldes sicilianos. Vencido Akhal tuvo que buscar el
refugio del catepán. Éste, decidido a actuar, reunió sus tropas poco numerosas y
pasó el estrecho para combatir contra el ejército africano en 1037.
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Por fin, a mediados de 1038 y tras dos largos años de preparativos el ejército
de Jorge Maniaces abandonó Reggio y atravesando el estrecho de Faro
desembarcó en Sicilia y avanzó sobre Messina. Ante los muros de la ciudad tuvo
lugar un combate en el que los normandos se cubrieron de gloria y rechazaron
una tumultuosa salida de los defensores. Luego atravesaron las puertas
pisándoles los talones y ganaron la ciudad al primer combate. Este primer éxito,
aunque importante, carecía de gran valor estratégico. En cambio la plaza de
Rametta, escenario de tantos combates en el pasado y que estaba situada al
sudeste de Messina, dominaba la ruta que conducía por el litoral norte a Palermo,
y hacia allí se dirigió de inmediato el ejército.
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De acuerdo con las órdenes recibidas el resto del ejército repasó el estrecho y
fue conducido de nuevo a Calabria y Apulia donde tuvo que enfrentarse a una
nueva amenaza que ponía en grave peligro la seguridad de los themata italianos,
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Parece ser que por la misma época Harald Hardrada también se enemistó
con Maniaces y como consecuencia los escandinavos abandonaron la campaña
italiana. No conocemos las fechas concretas, aunque es bastante probable que la
partida de unos y otros fuese cercana en el tiempo. En cualquier caso en octubre
de 1041 Hardrada y su gente se encontraban ya en Tesalónica luchando contra el
insurgente búlgaro Pedro Delian y el emperador le había recompensado con el
título de manglabites. Seguramente el perdón imperial por el abandono del
puesto de combate fue facilitado por la caída en desgracia de Maniaces que había
sucedido entre tanto.
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Miguel Dociano salió de Bari con las tropas que tenía a su disposición,
auxiliares rusos, contingentes del Opsikion y los Tracesios además de las milicias
locales, sin esperar a que se le unieran el resto de sus fuerzas, todavía en camino
desde la isla. Sicilia quedó desguarnecida con la excepción de Messina, que
también sería abandonada poco después a pesar de los éxitos de Catacalon
Cecaumeno. El ejército imperial era superior al de los normandos, que contaban
con poco más de 2000 o 3000 guerreros tras la llegada de lombardos de Benevento
y de otros capitanes del norte. El choque tuvo lugar cerca de Venosa, el 17 de
marzo de 1041 y los griegos llevaron la peor parte, teniendo que retirarse a la
zona montuosa cercana para proteger su posición.
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Por su parte los victoriosos normandos veían como sus fuerzas aumentaban
día a día por el prestigio ganado tras las dos victorias del año y nuevos
contingentes de los principados lombardos del norte de Italia venían a sumarse a
sus filas. Con ellos estaba también Atenulfo, hijo del príncipe de Benevento
Pandolfo II, al que reconocieron como su jefe en Melfi.
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Maniaces en Italia
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Pronto las relaciones entre ambos se deterioraron y Maniaces, que debió ser un
hombre de genio pronto, amenazó de muerte a Esclero. Éste, amedrentado,
abandonó sus tierras y desde entonces experimentó un odio feroz por su antiguo
vecino. La situación era delicada para Maniaces por cuanto Romano tenía muy
buenas conexiones en la corte, al ser su hermana la amante del emperador. El
momento para la venganza llegó cuando su rival tuvo que ausentarse para
guerrear en Italia. Romano, seguro del apoyo de Monómaco, saqueó las
propiedades de Maniaces y yendo más allá en la ofensa, ultrajó a su mujer.
Cuando el general fue informado de estos penosos acontecimientos experimentó
una cólera indecible, cólera que se convirtió en exasperación al saber que el
emperador, a instancias de su rival, había decidido finalmente destituirlo de su
puesto. En ese momento Maniaces, considerando muy peligroso regresar a
Constantinopla como un simple particular, optó por la única solución que veía a
su alcance, la revuelta.
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sufrió la misma suerte pocos días después. El secreto se había desvelado y tras la
favorable reacción de sus hombres Maniaces se decidió por fin en octubre de 1042
a asumir las insignias imperiales del poder supremo y se hizo proclamar
emperador por sus tropas, decidido a emprender la lucha a vida o muerte por el
poder. Su empresa requería oro y Maniaces lo encontró apropiándose de los
fondos de la embajada, unas fuertes sumas destinadas a comprar la retirada de
los normandos.
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muy poco amistosa hacia el rebelde por el duro trato que había recibido de su
parte, por lo que Maniaces decidió abandonar la ciudad y marchar sobre Otranto
para desde allí dejar Italia.
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Pronto hubo relevos también entre los normandos. En junio de 1044 fallecía
Rainulfo de Aversa y Gaeta, el primer normando que había fundado en Italia un
señorío independiente, sustituido pronto por su sobrino Rainulfo y a fines de 1045
o a principios de 1046 moría prematuramente, para gran consternación de sus
compatriotas, Guillermo Brazo de Hierro, primer conde de Apulia, sucedido no
sin oposición por su hermano Drogón.
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Por esa época un nuevo personaje entra con fuerza en la política de la Italia
Meridional, el nuevo papa León IX, nombrado por el emperador el 12 de febrero
de 1049 tras la muerte de Dámaso II. Peregrino e infatigable reformador
mantuvo una constante lucha por erradicar los abusos que habían llevado a un
grado extremo de corrupción a la Iglesia Latina, entre los que se encontraban las
cuestiones de la simonía y los matrimonios de los sacerdotes y fue el primero de
la serie de papas reformadores que llevarían a la querella de las investiduras.
Cuestión fundamental era para el nuevo pontífice el recuperar el control de los
bienes y los nombramientos eclesiásticos, que desde largo tiempo antes residían
en manos de los señores locales y en general reestablecer la situación, muy
perturbada por las rivalidades entre lombardos y normandos, las guerras
continuas, los saqueos y confiscaciones de iglesias y monasterios.
Una de las cuestiones pendientes a la que León IX tuvo que hacer frente fue
la ocupación por los normandos de territorios incluidos en el patrimonio de San
Pedro. El Papa intentó negociar en diversas ocasiones un arreglo para conseguir
la restitución de las tierras robadas, actuando no sólo como jefe de la Iglesia sino
también como representante del emperador y por ello empeñado en el
restablecimiento del orden y la paz. Ante esos avances los lombardos de
Benevento se afirmaron en su rebeldía ante el poder imperial y rechazaron la
intervención papal, mientras que los normandos acogieron con mansedumbre las
reconvenciones del pontífice sin variar ni un ápice su actitud de fondo. A la vuelta
a Roma del Papa tras su embajada llegaron en oleadas las denuncias de todas
partes acusando las depredaciones de los normandos. Se puede detectar en las
crónicas de la época el odio creciente que el pillaje sistemático estaba produciendo
en todo el sur italiano. León IX recibió en Roma delegaciones que denunciaban a
voz en grito los abusos y saqueos que debían soportar las poblaciones a manos de
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sus nuevos amos. Elocuente testimonio fueron las palabras del abad normando
Jean de Fécamp que al dirigirse al Papa para narrarle el ataque de que había
sido objeto en Toscana le explicó:
“El odio de los italianos contra los normandos ha llegado a tal exasperación que no hay, por
así decirlo, una aldea en Italia que un normando pueda atravesar con seguridad. Incluso aunque
vaya como peregrino se arriesga a ser atacado, despojado y arrojado a prisión.”
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Guiscardo batió en Crotona a las tropas del protoespatario Sicón. Ante el fracaso
de su iniciativa Argyros cambió de estrategia y envió una embajada a León IX
para proponerle una acción conjunta contra los normandos.
El Papa estaba por entonces más que dispuesto a adoptar esa vía de acción,
harto de las tropelías e insubordinaciones de sus peligrosos vecinos. El propósito
de una acción conjunta desde el norte y el sur se vió frustrada por la negativa de
Guaimar V de Salerno a unirse a la alianza. Éste temía un triunfo que resultaría
muy favorable para Bizancio y amenazaría la independencia de su territorio.
León tuvo que esperar a condiciones más favorables.
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del Papa fueron presas del pánico y emprendieron la huida. Los condes
lombardos reunieron a sus tropas y las llevaron al norte de modo que sólo
quedaron para hacer frente a los normandos las tropas alemanas. Éstas
ofrecieron una encarnizada resistencia durante horas hasta sucumbir y ser
masacrados hasta el último hombre. La defensa se derrumbó finalmente y el
Papa, refugiado en Civitate, asistió como espectador al fin de su proyecto. Los
victoriosos normandos se dispusieron al asedio de la ciudad quemando los
arrabales y ya se preparaban para asaltar los muros cuando León IX, presionado
por los aterrorizados ciudadanos, se vio obligado a parlamentar. El pontífice
aceptó entregarse y concluir un acuerdo a condición de que cesase el combate.
Además les otorgó el perdón de la iglesia y la anulación de la excomunión que
pesaba sobre ellos de forma que poco después los ciudadanos de Civitate pudieron
ser testigos de una curiosa escena: el Papa saliendo de la ciudad ornado con sus
vestimentas pontificias y rodeado de clérigos abriéndose paso ante una masa de
guerreros que se postran a sus pies jurando obediencia y fidelidad mientras el
pontífice pronuncia las solemnes fórmulas de la reconciliación.
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resultado fue muy otro: las diferencias y desconfianzas entre ambos bandos
provocaron una ruptura oficial que separó todavía más a ambas partes y dejó
huellas permanentes para el futuro.
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Durante estos años la figura de Roberto Guiscardo, que habría de ser más
adelante el enemigo mortal de Bizancio comenzó a destacarse claramente entre
sus compatriotas. Un golpe de fortuna le había permitido en 1050 acrecentar sus
recursos al contraer matrimonio con la tía de Gerardo de Buonalbergo, un noble
propietario de las cercanías de Benevento. Éste, reconociendo los signos de un
futuro brillante en el hasta entonces jefe de bandoleros, le ofreció en lugar de dote
el concurso de doscientos caballeros para participar en la empresa de Calabria.
Guiscardo, así llamado desde entonces por su nuevo socio, se vió convertido
repentinamente en un caudillo con los recursos suficientes para llevar adelante la
conquista de Calabria. Desde 1048 al menos se habían sucedido las incursiones
normandas en tierras calabresas y consta un enfrentamiento con los bizantinos
en 1052 cerca de Crotona y saqueos en la zona de Gerace. Tras la victoria de
Civitate Roberto se dedicó metódicamente desde su refugio de San Marcos a
hostigar la región de Cosenza, Martorano y Bisignano cobrando tributos,
saqueando e imponiendo su ley en la zona. En 1056 se unió a las tropas de su
hermano para asediar Galípoli y cuando Umfredo agoniza al año siguiente lo
reclama en Melfi para ser tutor de su heredero. A la muerte de su hermano
Roberto asumió el mando supremo como conde de Apulia.
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Mientras tanto Argyros abandonó Italia a finales de 1058 sin haber podido
cumplir su misión. La corte bizantina, ocupada en otras prioridades, se mantuvo
indiferente a la cada vez peor situación en la península y sin embargo en estas
tierras todavía asistieron al último esfuerzo por mantenerlas en la órbita de
Bizancio.
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La última resistencia
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en las tierras italianas porque a finales de ese año desembarcaron nuevas tropas
comandadas por un miriarca, como es llamado en las fuentes y que quizá deba
ser interpretado como un merarca, obedeciendo las órdenes del nuevo emperador
Constantino Ducas. En rápida sucesión los bizantinos reconquistaron Tarento,
Brindisi, Oria y Otranto, a la vez que se internaban en Apulia hasta llegar ante
los muros de Melfi. Ante las desconcertantes noticias Roberto Guiscardo regresó a
toda prisa de Sicilia y acometio a los bizantinos. Tras someter Acerenza obligó a
los imperiales a abandonar el sitio de Melfi. En 1062 volvió a tomar Brindisi y
Oria haciendo prisionero al miriarca bizantino. Ante estos fracasos los bizantinos
se desmoralizaron y adoptaron en adelante una actitud mucho más pasiva,
debido posiblemente también a la falta de medios. Por ello los dos catepanos que
se sucedieron en Bari, Marulés en 1061 y Siriano en 1062 se vieron obligados a
mantenerse a la defensiva.
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Bari 1071
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Este combate fue un durísimo golpe para las esperanzas de los asediados.
Fracasaba así el último intento de ayuda desde el exterior y sin abastecimientos
no podían sostenerse por más tiempo, ya que durante el invierno habían agotado
las provisiones en los almacenes y la moral era ahora muy baja. Las voces que
clamaban por un acuerdo con los sitiadores fueron cada vez más fuertes y dieron
poder al bando de Argyrizo. Cuando en definitiva sus partidarios se hicieron con
el control de una de las torres de la muralla Paterano se decidió por fin a
parlamentar ante el temor de ser traicionado desde dentro y mientras aún estaba
en condiciones de obtener un buen trato. La buena disposición de Guiscardo
facilitó un acuerdo rápido. El 15 de abril de 1071 Roberto y Roger hicieron su
entrada en Bari poniendo fin a treinta años de lucha por el dominio de la Italia
del Sur. Basándose en los acuerdos que se habían establecido a lo largo de los
años con las autoridades de la ciudad se mantuvo en gran medida la
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APÉNDICE:
La estructura poblacional
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La configuración de la ciudad
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de Bari, se encuentra con la oposición del clérigo Romualdo, vecino del judío, que
aduce el derecho de protimesis y accede a vendérsela a éste por el precio de
compra. Al reprocharle Romualdo que haya querido comprar indebidamente una
propiedad que por proximidad le correspondía con más derecho a él Juan le
contestó “que sería mejor que un vecino la hubiese adquirido antes que entrase un
extranjero”. El concepto de estabilidad de la propiedad comunal estaba
firmemente establecido.
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Mucho más numerosas son las alusiones en las fuentes a las abundantes
construcciones religiosas (iglesias públicas y privadas, monasterios y hospicios)
que salpicaban las ciudades y que estaban atendidas por un personal muy
numeroso: sólo en el caso de Bari durante el siglo XI conocemos al menos 23
iglesias, monasterios y capillas dentro del recinto urbano además de la iglesia
episcopal de Santa María. Pero también se encuentran documentados otro tipo de
edificación con funciones eminentemente ciudadanas como son los baños públicos
(balneum, loutron) que en muchos casos eran administrados por las autoridades
monásticas como los conocidos en Reggio o Stilo en Calabria y Melfi o Bari en
Basilicata y Apulia respectivamente.
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La estructura social
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Polignano en 1019. En 1035 había en Trani dos turmarcas llamados Maraldo, tío
y sobrino respectivamente. En 1028 un privilegio firmado en Tarento tuvo como
testigos a Adralestos, hijo del protoespatario Pedro y nieto del protoespatario
Juan, Teofilacto, hijo del turmarca León y nieto del citado Juan, el turmarca
Constantino, hijo del espatarocandidato León y finalmente el turmarca Juan. La
tendencia en cualquier caso es a un aumento de la presencia en la documentación
de nombres bizantinos en detrimento de los lombardos.
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para la salvación de su alma. Un medio para ganarse ese favor era la concesión
de donaciones a iglesias y monasterios como hizo el praipositos Basilio
Pediadites, comandante en Sicilia en 1041, entregando su manto oficial
(skaramangion) a la iglesia de San Nicolás de Calamizzi en Reggio. El admirador
de San Nilo y estratego de Calabria Basilio ofreció al santo 500 nomismata que
había ganado durante la campaña de Creta en 961. Nilo declinó la oferta y le
sugirió que se los ofreciera al obispo. Ejemplos de conductas similares aparecen
con frecuencia en las fuentes.
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La vida no debió ser fácil en la Italia meridional a juzgar por los testimonios
escritos y dejando aparte las rebeliones y estallidos más espectaculares como la
rebelión de Meles hay muchas indicaciones de la violencia política que imperaba.
Tomando sólo como ejemplo las crónicas de la ciudad de Bari, de las que se han
conservado tres redacciones distintas, las entradas para cada año registran
regularmente los asesinatos y luchas entre miembros de la aristocracia local. En
960 Adralestos e Ismael combaten. El mismo Ismael muere en 975. Asesinato del
obispo de Oria a manos del protoespatario Porfirio en 979. Muerte del
protoespatario Sergio por el pueblo de Bari en 987. Quema de las casas del
hikanatos Juan en 1036 y 1047. En 1035 muere el obispo Bizantios en Bari,
conocido por su oposición al partido griego. Su sucesor, el protoespatario
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obstante con una presencia bastante minoritaria. Por su parte los extranjeros y
foráneos son citados con cierta frecuencia en las fuentes aunque no parecen haber
sufrido especiales desventajas con respecto a los naturales de la población. Parece
haber existido una activa movilidad residencial dentro de las regiones
administradas por Bizancio sin que ello haya supuesto un problema especial para
las autoridades ciudadanas. Sin duda también era un factor a favor la presencia
constante de guarniciones imperiales cuyos integrantes llegaban de otras partes
del Imperio y que tendieron a forjar lazos con la población local. Hombres de la
región póntica, eslavos del Peloponeso asentados mayoritariamente en colonias
en la región del Gargano y norte de Calabria y de los que hay numerosos
testimonios en la primera mitad del XI, prisioneros paulicianos y sobre todo
armenios que llegaron en cantidades notables hasta formar comunidades como la
que existió en Celia en la Via Trajana, cerca de Bari. Los recién llegados pronto
emparentaron con los lugareños y en la segunda generación se servían ya del
derecho lombardo para la vida diaria como el resto de la población italiana.
Nombres de raigambre armenia como Kurtikés, Krikorikios (Gregorio) o Meles
(Mleh/Ismael) se hicieron muy familiares en la región de Bari. Tan notoria era su
presencia ya en los primeros tiempos de la presencia bizantina que en un
privilegio emitido por Simbaticio en 892 a favor del monasterio de Montecassino
se prometía proteger al monasterio de las interferencias de oficiales y
funcionarios griegos, armenios y lombardos.
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Las evidencias existentes parecen dar como seguro que la mayor parte de los
cargos en la Italia bizantina eran desempeñados por indígenas a excepción del
puesto de gobernador y un reducido número de altos cargos militares y civiles.
Incluso el puesto de lugarteniente (ek prosopou tou thematos) fue adjudicado a
miembros de la aristocracia local. Los niveles medios de la administración
siguieron estando en manos de la gente que conocía el idioma, pues el latín siguió
siendo el idioma empleado en Apulia incluso durante la dominación bizantina, y
los usos y leyes locales, que siguieron basándose en la tradición legal lombarda.
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