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Jaques Heers.

Historia de la Edad Media.


(pag: 312-313-314)

La descomposición del Imperio y la caída de Bizancio.

La dinastía de los Paleólogos reguló durante dos siglos el destino del Imperio. Para muchos
historiadores, éste no fue más que un largo período de decadencia, marcado por las guerras
civiles, problemas de todo tipo y grandes fracasos: un camino que llevaba inevitablemente al
hundimiento final de 1453.

El malestar social se agravó cuando los mercaderes extranjeros, venecianos y pisanos,


absorbieron, con miras a sus propios mercados del mar Negro, el rico comercio de Asia. En la
misma Constantinopla, dominaban el negocio del almacenamiento y tránsito de mercancías.
Las ciudades se empobrecieron, perdieron sus lejanos mercados y sus industrias empezaron a
declinar. Según el testimonio de los viajeros, entre 1410 y 1440, los monumentos de la capital se
transformaron en un montón de ruinas y la hierba crecía en las calles. La pérdida de los ingresos
que antiguamente aportaban las aduanas, debía compensarse con importantes sobrecargas
fiscales.
Los grandes propietarios extendieron sus dominios, y sometieron a los pequeños campesinos a
una condición miserable. Como consecuencia, estallaron en todo el país protestas espontáneas y
duras guerras sociales.
Los turcos en 1453, sitiaron Constantinopla: la ciudad cayó en sus manos el 29 de mayo de 1453;
durante el último asalto, el emperador Constantino IX fue asesinado bajo las murallas de su
propia capital.

Robert Fossier.
La Edad Media III
(cap 6)

A lo largo del siglo XV, los otomanos ponen punto final a la existencia del Estado bizantino, tarea
en la que son secundados por los venecianos y los genoveses; también ellos extienden y
consolidan su autoridad en la Europa balcánica., y más adelante en las orillas del mar Negro.

La desaparición de los griegos, perturbadora para el mundo de las ideas y dolorosa también para
la cristiandad, es, sin lugar a dudas, el acontecimiento más importante del siglo XV oriental.
Solo la ocupación de Bizancio proporcionará a los otomanos el centro y la legitimidad sin los que
su esfuerzo quedará incompleto.

Durante la crisis dinástica a la que el Estado otomano hubo de hacer frente tras la muerte de
Bayaceto en el exilio, así como durante el gobierno de Mohamed I (1413-1421), Bizancio
experimento por segunda vez una relativa paz y pudo emprender un último esfuerzo de
recuperación. Se establecieron nuevas relaciones entre el imperio y el decrepito Estado otomano
que permitieron al primero recuperar Tasalónica y algunas regiones costeras del mar Egeo
septentrional, del mar Negro occidental, así como librarse del tributo anual pagado a los
otomanos.
Pero donde Manuel II puso mayor empeño fue en la consolidación de la posición del despotado
de Morea que, en 1383-1384 había pasado de la familia de los Cantacucenos a la de los
Paleólogos.
Esbozo de un renacimiento que no pudo alcanzar su madurez, al ser brutalmente interrumpido
por la conquista otomana.
Manuel II se convirtió dos veces en déspota de Morea y, durante su segundo período (1415-
1416), recuperando las antiguas costumbres, resucitadas por Justiniano I, hizo erigir la larga
muralla de Hexamilion, entre el golfo Salónica y el de Corinto, destinada a establecer una sólida
barrera contra los ataques turcos por tierra. Los gastos y la mano de obra necesarios para esta
importante construcción, en la que participó gran parte de la población, provocaron un negativo
sobresalto entre algunos señores locales que trataron incluso, aunque sin éxito, de demoler la
muralla. Entre los inconvenientes a los que dio lugar se sitúa la emigración hacia las colonias
venecianas del Peloponeso de numerosos campesinos griegos y albaneses y, por tanto, de una
mano de obra importante, para evitar el pago de los impuestos correspondientes a la
construcción.
Manuel II tenía plena conciencia de la precariedad de la paz con los otomanos, razón por la cual
no abandonó la búsqueda de una ayuda de occidente, en una coyuntura ciertamente
desfavorable para Bizancio: Venecia y Hungría se hallaban en pie de guerra, y el papado estaba
muy preocupado por las dificultades internas de la Iglesia latina.

No se podía contar más tiempo con el apoyo italiano. Sin duda, los intereses de las repúblicas
mercantiles en lo que quedaba del imperio no eran desdeñables; pero todo el interior de las
tierras era turco y había que tener cuidado con los sultanes como, por otra parte, estos últimos lo
tenían respecto a los mercaderes occidentales. Desde la cuarta cruzada, los venecianos
implantaron sistemáticamente bases en la vía marítima que unía Venecia con Constantinopla,
Zara, Corfú, Cefalonia, Creta, islas del Egeo, Salónica y Patras; al estar igualmente en posesión
de Constantinopla y de la salida al mar Negro, al haber arrojado a los genoveses hacia el Asia
Menor, pudieron poner en pie un verdadero imperio, al que se dio el nombre de Romania
veneciana.
Esta situación se modifica un poco cuando los turcos empiezan a mostrarse más amenazantes y
más exigentes, ocupan Bosnia, Albania, Salónica, hacen del Peloponeso un tributario y controlan
la casi totalidad de las costas occidentales y meridionales del mar Negro: entonces los
venecianos intentan, si no volver a dar una vida activa al Estado bizantino, al menos impedir que
sucumba.
La lectura de los documentos venecianos permite comprobar que su ayuda a los últimos
emperadores de Bizancio fue limitada, incluso en el momento del sitio de Constantinopla: la
Romania veneciana representaba un elemento mucho más importante como para sacrificarla a
una causa irremediablemente perdida.
Aunque un contingente genovés acudiera en ayuda de los griegos en el momento del sitio de
Constantinopla, y combatiera valientemente, los genoveses fueron los primeros en reconocer la
supremacía el sultán.
Es cierto que, en el contexto de la primera mitad del siglo XV, Bizancio solo podía contar con sí
misma.

Juan VIII (1425-1448) reinó de hecho sobre la ciudad-Estado en que se había convertido
Constantinopla y su región adyacente, mientras que sus hermanos se repartían los restos del
imperio, sobre los que gobernaban como déspotas autónomos: Constantino en Mesembria y
Anquilaos, en tanto que Teodoro II quedó solo a la cabeza del despotado de Morea hasta 1427,
momento que compartió el poder con Constantino y Tomás Paleólogo. Al igual que su padre,
Juan VIII prestó una particular atención a la única fuerza viva del imperio declinante; el
Peloponeso, donde el poder bizantino logró restablecerse en casi toda la isla, a excepción de las
posesiones venecianas (Modón, Corón, Nauplia y Argos) y Patras, que se encontraba bajo la
autoridad del arzobispo latino.

Unión de las iglesias- sumisión de la Iglesia de Constantinopla a Roma…

Por otra parte, las condiciones de vida en la capital iban siendo cada vez más precarias. Los
viajeros occidentales de esta época hablan de la imagen de una ciudad sobre la que se cernían
el abandono y la desesperación. Varias iglesias y palacios caían en ruinas; la ciudad parecía
invadida por pobres y desvalidos, y un nuevo ataque de peste, en 1435, contribuyó un poco más
a diezmar los efectivos demográficos. En estas circunstancias, Juan VIII (que se había rendido ya
a Occidente en calidad de coemperador), consiguió, en noviembre de 1437, según parece, a
causa de emprendida unión, viajar a Italia, que vería por última vez a un emperador bizantino
pisar su suelo.
Pero la unión no fue celebrada hasta julio de 1439, ante el papa Eugenio IV, por el cardenal
Cesarini, que lo hizo en latín, y por Besarión, que lo hizo en griego, tras largos y minuciosos
debates.

Constantinopla no parecía ser ya más que un islote en el desierto turco, cuya arena acabaría
tarde o temprano por engullirla.
Los contactos entre Constantinopla y el Occidente eran cada vez más escasos tras la catástrofe
de Varma. Murad II había invadido Morea una vez más, destruyendo a base de artillería las
fortificaciones de Hexamilion.

Tras la muerte de Juan VIII, Constantino XI llegó a Constantinopla el 12 de marzo de 1449, tras
haber sido coronado en Mistra en enero del mismo año. El hombre que se convertiría en el último
emperador de Bizancio estuvo a la altura de las circunstancias y supo dar a las últimas horas de
este imperio milenario la exaltación que le faltó hacia el final de su vida. Constantino emprendió
en seguida desesperadas gestiones con las potencias occidentales para salvar Constantinopla,
haciendo hincapié en el peligro que representaría se caída para todo el mundo cristiano. Roma,
Venecia, Génova, Ragusa, Hungría, Francia, el emperador germánico y el rey de Aragón y
Nápoles desestimaron la demanda. Por el contrario, este último, Alfonso V, desvió por su cuenta,
en vista a sus proyectos de creación de un nuevo imperio latino de Constantinopla, que él
encabezaría, algunas sumas proporcionadas por el papa para la defensa de la ciudad. (NO fue
posible su plan).
Las ciudades marítimas italianas anunciaban ya el futuro: los venecianos se veían practicando el
comercio en los mercados de Andrinópolis, dadas las amistosas relaciones que mantenían con el
sultán; por otra parte, los genoveses de Gálata y de Quíos tenían cuidado de que la caída del
imperio no perjudicara sus actividades comerciales en el mar Egeo y el mar Negro.

En cuanto al último patriarca de Constantinopla libre, Gregorio III, se había refugiado en Roma,
pero el gran ausente de esta misa romana fue el pueblo de Constantinopla que estaba dispuesto
a perderlo todo excepto su fe ortodoxa; ésta, reforzada e incluso exacerbada ante el inminente fin,
constituía su único punto de apoyo en la agonía suprema.

El nuevo sultán, Mohamed II, el Conquistador (1451-1481), estaba completamente decidido a


acabar con Constantinopla, cuyo incomparable emplazamiento estratégico le era necesario para
realizar la unión de las dos partes de su Estado y tomar posesión de una nueva capital, bien
asentada en las orillas de los dos continentes.
Constantino protestó varias veces antes de resignarse y de expresarse así en un mensaje
enviado, según el historiador contemporáneo Dukas, a Mohamed: “Ya que has optado por la
guerra y no puedo persuadirte con juramentos ni con palabras halagüeñas, haz lo que quieras; en
cuanto a mí, me refugio en Dios y si está en su voluntad darte también esta ciudad, ¿quién podrá
oponerse?... Yo, desde este momento, he cerrado las puertas de la ciudad y protegeré a sus
habitantes en la medida de lo posible; tú ejerces tu poder oprimiendo pero llegará el día en que el
Buen Juez dicte a ambos, a mí y a ti, la justa sentencia.”

Abandonado por todos, Constantino pudo al menos reforzar el abastecimiento de la ciudad y


proceder a las reparaciones necesarias en las murallas antes de que comenzara el bloqueo.

Situación estratégica de la ciudad: la cadena que cerraba el Cuerno de Oro de tal manera que
impedía el acceso al puerto a la flota extranjera, y la gran muralla terrestre de Constantinopla de
cuatro milla de largo, que delimitaba la cuidad a partir de la Pronpótide hasta el extremo norte del
Cuerno de Oro y que nunca había sido atravesada por la fuerza. No obstante la mayor ventaja
estaba en manos del adversario: el ejército turco estaba equipado con armas fruto de la nueva
tecnología bélica que acababa de nacer y sería aplicada por primera vez a semejante escala.
(Probablemente se ha exagerado la eficacia del cañón real.)
El poder de descarga de la artillería turca fue mucho más que el que una construcción del siglo V
podía soportar.
Pues los defensores solo disponían de flechas, lanzas y catapultas, en tanto que los pocos
cañones pequeños que tenían carecían de proyectiles. Los tiempos habían cambiado y Bizancio
se encontraba con un siglo de retraso.

Después llegó el momento en que la ciudad fue bloqueada por tierra y por mar.

Mohamed, por su parte, a fin de impedir que los hermanos de Constantino acudieran en su
ayuda, había enviado ya las tropas de Tesalia para invadir el Peloponeso, que fue devastado
hasta Mesenia.

En el interior de la ciudad, el espíritu de resistencia y la exaltación que inspiraba la toma de


conciencia, durante mucho tiempo rechazada, de la evidente proximidad del fin, se habían
apoderado de los defensores y del pueblo, con el emperador Constantino y los altos dignatarios
del imperio a su cabeza.

El sitio se intensificó a partir del 7 de abril de 1453, una vez que el grueso de los efectivos se
hubo encaminado a Andrinópolis y apostado ante las murallas terrestres de la capital. Un primer
ataque acompañado de disparos de artillería fue rechazado, mientras que algunos navíos
genoveses cargados de hombres y de provisiones lograron hacer ceder el bloqueo entrar en el
Cuerno de Oro. Esta acción decidió a Mohamed a construir con la ayuda de ingenieros italianos y
muchos hombres una vía terrestre (diokos) de alrededor de 12 km, para unir el Bósforo con el
Cuerno de Oro, sobre la que hizo después remolcar unos 70 navíos que se apostaron en el
Cuerno de Oro (21y22 de abril).
El historiador contemporáneo Kritobulos describió el estupor y la desesperación experimentados
por los habitantes de la ciudad al ver los barcos que se deslizaban por las pendientes de la colina
de Pera “como si navegaran por el mar, con sus tripulaciones, sus mástiles y el resto del equipo.”
Las muralla estaban ya muy dañadas e incluso había muertos a causa del miedo provocado por
el bombardeo del que los constantinopolitanos fueron los primeros en Europa en padecer sus
efectos. El 18 de mayo, una torre móvil de madera (helépolis) fue levantada por encima de las
murallas, pero los defensores consiguieron quemarla. El 23 de mayo una embajada de Mohamed,
enviada para obtener la rendición de la ciudad, partió con esta respuesta del emperador, de un
alto significado moral, que indicaba claramente el espíritu de resistencia manifestado en la hora
del supremo sacrificio: “el hecho de darte la ciudad no me compete a mí ni a ninguno de sus
habitantes; pues todos vamos a morir por una decisión común, por nuestra propia voluntad, y no
escatimaremos nuestras vidas”
Los últimos preparativos en el campo turco tuvieron lugar los días 27 y 28 de mayo, al mismo
tiempo que en la ciudad, toda la población, griegos y latinos, se reunían en la Iglesia de Santa
Sofía para asistir a la última misa. La mañana del 29 de mayo, el ataque general se puso en
marcha en tres etapas, a la tercera la violencia alcanzo su máxima cota.
Constantino trató con muchas dificultades de contenerlos, pero una cincuentena de turcos habían
podido entrar en la ciudad forzando la pequeña puerta de
Kerkoporta y abrirse paso, a continuación, hacia las otras. El resultado fue un combate a muerte,
especialmente violento cerca de la puerta de San Romano, donde se vio a Constantino por
última vez. Se había quitado sus insignias imperiales y murió como un simple soldado ante una
de las puertas de la ciudad de la que fue emperador. La resistencia se quebrantó y el estandarte
otomano izado sobre las murallas anunció la caída de Constantinopla. El sultán hizo por la noche
su entrada solemne en la ciudad, y una vez expresado su deseo de conservar solamente intactas
para él las murallas y las casas. La ciudad fue saqueada a lo largo de tres días.

El historiador Kritobulos reconoció que el ejército turco “hizo evacuar y devastó toda la ciudad, la
destruyó como por obra del fuego y la dejó absolutamente negra, hasta el punto de que era difícil
creer qe antaño hubiera habido allí habitantes, riquezas, prosperidad urbana o cualquier tipo de
mobiliario doméstico y de magnificencia.”
Solamente un número reducido de habitantes se pudo salvar en navíos venecianos.

El historiador polaco contemporáneo Juan Dlugosz acaba así su descripción del sitio y la caída
de la ciudad: “La ruina de Constantinopla, tan funesta como previsible, constituyó una gran
victoria para los turcos, pero también el final de Grecia y la deshonra de los latinos. Por ella, la fe
católica fue atacada, la religión confundida, el nombre de Cristo insultado y envilecido. De los dos
ojos de la cristiandad, uno quedó ciego; de sus dos manos, una fue cortada. Con las bibliotecas
quemadas y libros destruidos, la doctrina y la ciencia de los griegos, sin las que nadie se podría
considerar sabio, se desvaneció.”

Frank Maier.
Bizancio.
(cap 7 parte 5)

Batalla de Ankara – muerte de Bayaceto – llega Solimán (hijo de Bayaceto) 1402 – tratados
(Juan VII, genoveses, venecianos…) – bizantinos recuperaron Salónica y una parte del mar
Negro - a cambio Solimán juró hacerse vasallo del Emperador. A cambio debía ser reconocido
dueño de los dominios otomanos en Rumelia (Balcanes), con capital en Adrianópolis. Los
bizantinos habían pasado de ser súbditos de los turcos a ser sus señores. Este acuerdo fue
ratificado por Manuel II, excepto en un punto, Juan VII debía abandonar Constantinopla y reinar
en Salónica, allí permaneció hasta su muerte en 1408. Solimán fue el primero de los hijos de
Bayaceto en reclamar los territorios otomanos en Europa, antes afectados en la batalla de
Ankara. Pero no fue el único pretendiente al trono. El primer encuentro tuvo lugar entre Solimán y
su hermano Muza. En 1410 Solimán fue derrotado y muerto en Adrianópolis. Muza estaba
decidido a castigar a los cristianos que habían ayudado a su rival. Denunció el acurdo de 1403,
atacó Salónica y reanudó el asedio de Constantinopla. Pero la ciudad se hallaba ahora bien
preparada para un sitio y podía defenderse por mar: además Manuel II llamó a Mohamed,
hermano e Muza, que estaba en Asia Menor, proporcionándole transporte y hospitalidad. En junio
de 1413 sirviéndose de Constantinopla como base, Mohamed derrotó a Muza cerca de Sofía, y
de esta manera, por eliminación Mohamed se convirtió en sultán del Imperio otomano reunido de
nuevo. Ello le fue posible gracias a los bizantinos y él les estaba muy agradecido. Todos los
privilegios otorgados por Solimán les fueron devuelto y durante su tiempo como sultán les fueron
respetados. Mohamed empleó la mayor parte de su tiempo en restablecer la situación en Asia, lo
que dejó libres a los bizantinos para disfrutar y explotar su último respiro.
(libro: morea capital mistra- renacimiento-helenismo-griegos-Esparta-filosofía.)
Pero Constantinopla no podía esperar sobrevivir siempre con tan escazas garantías, pues
Mohamed estaba llevando a cabo una constante labor de reconstrucción del Imperio otomano en
Asia.
En 1421 Manuel II contaba con 71 años y le confió la mayor parte de sus poderes a su hijo Juan
VIII. Al poco tiempo murió Mohamed. Su hijo Murad II le sucedió como sultán y fue reconocido
como tal por Manuel. Pero cierto sector bizantino en el cual estaba Juan VIII creía conveniente
promover disensiones entre los turcos reconociendo como sultán a Mustafá. Esto no duró mucho
ya que Murad II le venció y se vengó de los bizantinos, que habían respaldado el complot. En
junio de 1422 puso sitio a Constantinopla. Ya como sultán de Europa y Asia, era el último eslabón
que le faltaba para completar la cadena de su imperio.
La defensa fue tenaz y en septiembre Murad tuvo que retirarse por problemas en Asia. En febrero
de 1424 se firmó un tratado que significo la paz, pero los emperadores tenían que pagar tributo al
Sultán. Pero esto no significo que la paz se extendiese a otros territorios, el sultán invadió
Albania, sitio Salónica y entraron en Grecia, luego pasaron a Morea.
Salónica, en marzo de 1430 Murad II en persona dirigió el asalto final que quebró sus defensas,
los venecianos que habían allí se fueron y la segunda ciudad del Imperio bizantino cayó en
manos de los turcos definitivamente.
El 21 de junio de 1425 murió Manuel II, quedando Juan VIII como Emperador único.
Unión de las iglesias orientales y occidentales para una nueva cruzada que ayudara a Bizancio
frente a los turcos. Al pueblo bizantino esto no le gustaba en lo más mínimo. El someterse a
Roma. (la cruzada era la última alternativa que le quedaba a Juan VIII).
El papa Eugenio IV accedió a convocar un concilio en Italia e invito al Emperador a asistir junto
con sus obispos. Juan VIII dejo a su hermano Constantino IX a cargo del gobierno. 1437.
En 1439 se celebro la unión de las iglesias (Florencia). El emperador regresó a Constantinopla
confiado en que la recompensa sería la organización de una cruzada.
Esto dividió a la sociedad bizantina en un momento en que la unidad era más que necesaria.
En 1440 el papa Eugenio predico la esperada cruzada. Fue organizada por Ladislao III de
Hungría, se le unieron Jorge Brankovic de Servia y Juan Hunyadi de Transilvania. La
cruzada avanzo por el Danubio, entrando a Bulgaria, allí se le unieron refuerzos al mando del
legado papal (cargo militar) cardenal Cesarini. Era un ejército impresionante y Murad II prefirió
esperar.
En 1444 se firmo una tregua de 10 años, pero muchos jefes no estaban de acuerdo y el cardenal
insistía en seguir la cruzada. En septiembre el ejército continuó su marcha en dirección al mar
Negro. Murad II condujo su ejército rápidamente al norte del Danubio. El 10 de noviembre de
1444, la cruzada sufrió una aplastante derrota en Varna, Ladislao y Cesarini murieron, solo
Hunyadi logro escapar.
La cruzada de Varna fue el último esfuerzo conjunto de la Cristiandad occidental para liberar a
Constantinopla. Murad durante varios años erigió su venganza por l cruzada, conquistando
diversos territorios.
En febrero de 1451 a la muerte de Murad II su hijo Mohamed II heredó el Imperio, al que solo le
faltaba para estar completo, Constantinopla. sigue Fossier…

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