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TRATADO DE

SER
UN HUMANO

Juan Zuluaga
I

El significado de estas palabras

Antes de comenzar es fundamental que comprendamos la importancia de la semántica (el


significado de las palabras) en toda enseñanza transmitida en conceptos.

La semántica de cada uno de nosotros es la base de nuestro entendimiento, principalmente


porque empleamos un lenguaje para relacionarnos con los demás y con nosotros mismos, a
través de nuestras conversaciones, nuestro diálogo mental y nuestras conclusiones
internas. El significado que le damos a ciertos conceptos tiene un efecto de tipo cadena en
el mapa mental que nos hacemos de la vida.
Culturas, sociedades y naciones comparten la misma semántica frente a ciertos conceptos,
pero siguen habiendo muchos conceptos que resultan cada vez más ambiguos, más
relativos a la interpretación de cada mentalidad, incluso dentro de una misma cultura,
sociedad o nación, debido en gran parte a la globalización y al acceso que tiene cada uno
de nosotros a esa red de información gigante que conecta a todo el planeta, y que a su vez
mezcla significados colectivos.
Si menciono la palabra Dios, esta se filtrará en cada percepción según el significado que
cada uno le atribuya. Unos podrán tomarlo como el arquetipo judeo-cristiano del padre
severo, celoso y premiador. Otros, en cambio, podemos interpretar el concepto como una
esencia universal de naturaleza impersonal. Sin embargo, al concebir un concepto de una
manera diferente, no necesariamente se excluye el entendimiento de que es solo cuestión
de significado. Es decir que no tomamos nuestros significados personales como la verdad
absoluta, porque somos conscientes de la relatividad y susceptibilidad de los conceptos.

“Dios” es uno de los conceptos más ambiguos porque hace referencia a algo abstracto.
Entre más abstracto sea un concepto más ambiguo resulta y por consiguiente más complejo
y problemático.
Otros conceptos abstractos como: Amor, Consciencia, Alma, Ego, Mente, Ser, Vida,
Verdad… También suelen ser relativos según el ángulo desde donde se observen
(semántica), a diferencia de conceptos concretos, que son más fáciles de definir para todos
los entendimientos y lenguajes del mundo: Escalera, Pared, Edificio, Piedra, Mesa, etc…
Entre más materialmente consistente sea lo nombrado, menor abstracción.

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Podemos ver como hay conceptos con un grado de abstracción alta, media, y baja. A mayor
abstracción, mayor ambigüedad. A menor abstracción, menor complejidad conceptual.

¿De qué nos sirve tener en cuenta lo anterior?

A medida que nos conocemos a nosotros mismos nos veremos obligados a emplear
conceptos con un mayor grado de abstracción. De lo contrario nos limitaríamos en un
materialismo intrascendente. Nos definiríamos a nosotros mismos como simples fenómenos
físicos concretos. Pero en el fondo intuimos ser algo más que solo materia.
El autoconocimiento va desde lo físico y concreto, hasta aspectos más sutiles, etéricos y
trascendentes.
Confío en que el lector no rechazará la información plasmada aquí solo por no encajar con
su propia semántica, y si es así, le sugiero que antes de tirar a la basura el texto, se abra a
la posibilidad de encontrarle una coherencia independiente de los conceptos que se
emplean.

II

Autoconocimiento

¿Qué es el autoconocimiento?

El autoconocimiento se puede definir como la consciencia de uno mismo. Aunque el término


también se puede entender de manera literal: conocimiento de uno mismo. Cabe resaltar
que hay una diferencia entre estas 2 maneras de definirlo. Consciencia y conocimiento
pueden no ser lo mismo. El conocimiento tiende a hacer referencia a un aspecto netamente
mental, como quien finaliza una carrera universitaria y tiene un conocimiento únicamente
teórico. A medida que el egresado haga su práctica, sus teorías se consolidarán lo
suficiente como para pasar al plano experiencial y tener una utilidad eficaz. Para entonces
el conocimiento teórico se habría transformado en conocimiento empírico.

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El autoconocimiento teórico no es suficiente, aunque pueda orientar. Hace falta un
conocimiento empírico, nacido de la pura experiencia de entrar en contacto con lo que
somos. Luego de que el conocimiento haya cumplido su función inicial (orientar), pasa a un
segundo plano y lo siguiente es vivir la experiencia directa de ser. Después de vivir la
experiencia directa, entonces se puede crear un conocimiento empírico que sirve para
orientarnos de nuevo y orientar a otros seres, pero siempre fundamentado en la experiencia
presente, viva.
Este es el orden:

1. Entramos en contacto con el autoconocimiento desde la teoría.


2. Nos orientamos con el conocimiento recibido y pasamos a la práctica.
3. Experimentamos directamente el estado de ser.
4. Gestamos un conocimiento empírico.

Aunque tengas un libro de miles de páginas que diga todo sobre ti, no sería suficiente.
Tienes que encontrarte con ello de manera viva. El autoconocimiento es hijo de la
auto-consciencia.

Tipos de autoconocimiento:

El autoconocimiento se puede dividir en dos:


El autoconocimiento personal y el autoconocimiento trans-personal.

El autoconocimiento personal hace referencia a conocernos como personas. Mientras que


el autoconocimiento trans-personal hace referencia a conocernos como algo que somos
pero que no depende de la persona.

La palabra persona proviene del latín ‘máscara de actor’, ‘personaje teatral’.


Es el yo individual: Un constructo psicológico-corporal, relativo al contexto: la educación, la
cultura, la sociedad y la genética. Es relativo a la personalidad: carácter, preferencias,
inclinaciones. Y relativo a la forma física: contextura, color, etc…
La persona siempre desempeña un rol en función de algo más. Es una parte individual que
depende de puntos de referencia externos para existir. Es un yo dependiente, inconstante,
mortal y relativo.
En cambio, el autoconocimiento trans-personal sugiere que lo que somos va más allá de la
persona. Hay una esencia que trasciende la individualidad del cuerpo-mente. Es el Ser que
es unidad total. No hay división, ni dualidad, ni ego, excepto como una ilusión causada por
nuestra percepción sujeta al cuerpo-mente.

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Dentro del autoconocimiento personal podemos encontrar casi todas las ciencias que se
dedican a estudiar al ser humano como individuo: la biología, la anatomía, la psicología
tradicional, etc. Y dentro del autoconocimiento trans-personal encontramos el misticismo de
las diferentes religiones, aunque no depende de estar sujeto a ningún credo ni dogma;
puede ser totalmente laico.

Cabe mencionar que el intento de las diversas ciencias por entender lo que somos ha
resultado ser muy práctico y eficaz, pero no ha resultado ser verdaderamente revelador o
transformador en el sentido más profundo; el ser humano quizá continúa igual de infeliz que
en épocas donde la ciencia no había avanzado hasta el punto contemporáneo.
También cabe mencionar el intento en vano de las múltiples religiones, que pretenden
acercarnos a esa esencia divina que nombran de muchas maneras, pero cuyo efecto
colectivo no suele pasar de un dogmatismo que tampoco transforma ni revela. Tanto la
ciencia como la religión han quedado en un plano que sigue sin penetrar el corazón del ser
humano; se han quedado en el nivel mental, un nivel superficial en cuanto a una verdadera
transformación en la consciencia.
Aún así, hemos de rescatar la practicidad de la ciencia y el misticismo de la religión.
La ciencia es pura cuando permite la objetividad y la neutralidad. Pero pierde sus atributos
más humildes cuando se establece en un paradigma científico materialista cuya creencia
base es que la realidad fundamental es la materia, excluyendo la posibilidad de una
dimensión que trascienda lo material. Esta es la “ciencia” que se cierra frente a la
posibilidad de que seamos algo más que materia y sus resultados. Esta ciencia afirma que
la consciencia es solo un producto de un orden cerebral. También afirma que no existen las
sincronicidades excepto como meras casualidades. Que el universo en sí es inerte, carente
de vida/consciencia por sí mismo. Este es un tipo de ciencia que se basa solo en las
conclusiones que puede sacar a partir de lo que se capta con la percepción sensorial
común; todo lo que pueda sobrepasar la razón es negado hasta no encajar dentro de su
propio paradigma racional.
Por otro lado, la religión es pura cuando conserva su sentido holístico e integral con las
demás religiones. Es pura cuando invita a abrirse a la posibilidad de que exista una esencia
universal que supera nuestro entendimiento, y que a su vez, seamos esa esencia. Pero
pierde sus atributos más humildes al cerrarse frente a otras religiones al considerarse la
verdad absoluta. En ese caso pierde su esencia y pasa a ser solo un conjunto de creencias
arraigadas en mitos, escrituras e instituciones corruptas. Pierde su pureza cuando su
creencia base es que estamos separados de esa esencia (Dios) y tenemos que ganarnos
su amor a través de adoptar ideas y comportamientos específicos, hasta el punto de que si
no cumplimos tales exigencias, el Dios nos castigará por toda la eternidad. Esta religiosidad
corrompida está basada e infundada en el miedo y contradice su propio lema: “Dios es
amor”.
El legado valioso que nos ha dejado la religión es el misticismo (o quizá haya sido al revés:
el misticismo dejó como legado la religión), cuya propuesta es que somos uno con Dios, uno

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con el amor universal, con la esencia suprema. Pero que en nuestro estado de
inconsciencia olvidamos ese hecho y nos sumimos en una ignorancia profunda acerca de lo
que verdaderamente somos.
El cristianismo se vuelve lúcido con el misticismo cristiano. El islam se vuelve lúcido con su
rama mística: el Sufismo. El Judaísmo se vuelve iluminador con su rama mística: El Kábala.
El budismo se vuelve más lúcido con su rama considerada más mística: El Zen. Pero el
misticismo no depende de estar ligado a una religión… Es la mística laica, que sin importar
el credo de la persona, logra su cometido: despertar la conciencia a una realidad más
profunda que la realidad figurada por el pequeño sentido de ser (ego).
En estos casos la religión se usa como un camino semántico para facilitar un entendimiento
trascendental que oriente hacia un estado interno de lucidez profunda. O si no se usa
ninguna orientación religiosa, se alcanza dicho estado a través de otros medios, como
meditaciones profundas, momentos cúmbres, experiencias cercanas a la muerte, o
experiencias con enteógenos (psicodélicos).
La mística, la cual llamaremos espiritualidad (independiente a una religión), afirma lo
contrario al paradigma científico materialista. La espiritualidad propone que el universo en sí
es un Ser viviente; que la consciencia es la base de la realidad, y las formas físicas son una
proyección de ésta. La espiritualidad propone que todo está intrínsecamente conectado en
el universo, creándose así una gran red de consciencia que une a todos los seres, planetas,
estrellas y galaxias en una sola Esencia, a la que se le ha llamado de muchas maneras:
Dios, Gran Espíritu, Brahman, Tao, Logos, etc… y que aquellos seres que alcancemos la
consciencia de tal vastedad nos encontraremos en un paraíso interior al conocernos a
nosotros mismos en nuestra más profunda naturaleza.

Podemos decir que existen 3 planos de existencia: el plano físico, el plano mental, y el
plano espiritual.

El plano físico es donde se encuentran todos los objetos y las cosas materiales. Todo
cuanto se pueda palpar con las manos y ver con los ojos, la materia en todos sus estados:
sólido, líquido y gaseoso. Allí reside el cuerpo material.
El plano mental es el mundo de las ideas y de los conceptos. Es el lugar de los
pensamientos. Allí reside el “yo” psicológico. En este plano no solo está la mente de cada
ser humano como individuo, sino que también está la mente de todos los seres humanos en
conjunto, creando una mente colectiva que interconecta los pensamientos, las ideas y las
creencias de una comunidad, una nación y del mundo entero (el internet es una
exteriorización de esto).
En el plano espiritual se encuentra el Ser esencial. Se le llama espiritual porque hace
referencia a algo que trasciende la mente-materia. Otra manera adecuada de llamarle a
este plano es el plano de la consciencia, debido a que la consciencia misma trasciende los
otros dos planos, que desde este punto podrían ser considerados inferiores. (A la

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coSCiencia que hacemos referencia no es al término que normalmente se acuña al
conocimiento moral sobre algo; a esa conCiencia que no nos deja dormir cuando hicimos
algo indebido. No. A lo que nos referimos con la palabra Consciencia es a la cualidad
testiga, a la fuente de la atención; normalmente se escribe con SC, a diferencia de la
conciencia escrita sin la S, que hace referencia a lo que está “correcto o incorrecto”).

Cabe mencionar que aún hay un enorme debate científico sobre este tema… ¿Es la
consciencia la realidad fundamental o es la materia? Los científicos más ortodoxos se
esfuerzan por encontrar la fuente de la consciencia en la materia, en alguna parte del
cerebro, y aunque logran encontrar relaciones entre el cerebro y la percepción del sujeto en
cuestión, no logran encontrar la consciencia en algo externo a ellos mismos, excepto como
mera actividad cerebral. Se olvidan de que es su propia consciencia la que es consciente de
esos descubrimientos. Cometen el error de descartar al observador en cuestión, ignorando
que la consciencia es justo la cualidad que experimenta y atestigua todos los fenómenos, y
que ésta se puede experimentar a ella misma desde el punto en el que reside: su interior, la
propia experiencia viva de ser consciente. Entonces, lo científicos más ortodoxos y
materialistas buscan sin éxito la consciencia fuera de ellos mismos, a diferencia de los
místicos, meditadores, yoguis y sabios espirituales, que la buscan dentro de sí,
sumergiéndose y fusionándose con ella, para luego expresar que la Consciencia, en sí
impersonal, es lo que somos en esencia y que ésta no depende de la mentalidad y la
percepción temporal que experimenta al ser un humano, y que, al morir la estructura del
cuerpo y de la mente, la cualidad testiga continúa siendo, en su dimensión original: la
dimensión de la no-forma o del vacío, eterna e infinita por naturaleza. La razón por la cual
no nos acordamos mentalmente de esa, nuestra fuente y naturaleza más profunda, es
debido a que estamos identificados con la mente, y desde esa identificación buscamos en
vano memorizar una dimensión en la que no hay formas mentales que puedan servir de
puntos de referencia para luego ser memorizadas; no es posible. La opción que nos queda
es sumergirnos nosotros mismos en la fuente de la atención, la consciencia, en vez de tratar
de intelectualizar sin exito una experiencia con la cual hemos perdido contacto, o
descartarla simplemente por no poder figurar el infinito desde una mentalidad finita, limitada.
Es por ello que los guías y maestros meditativos nos dicen una y otra vez, a lo largo de la
historia que la profunda experiencia meditativa no se alcanza con meros entretenimientos
filosóficos, ni dando vueltas en la mente. Es un estado trans-conceptual (supera los
conceptos), un estado de ser inefable. Solo experimentando conscientemente la disolución
de las estructuras del yo mental se entra en esta dimensión interior y se obtiene un recuerdo
no-mental ni memorial, sino un sobrecogedor sentido de familiaridad acompañado de la
certeza de estar en casa.

El autoconocimiento personal se centra en conocernos en los dos primeros niveles. El


autoconocimiento trans-personal apunta a ver lo que hay más allá de los fenómenos físicos
y psicológicos, hasta llegar a la esencia que les permite ser.

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Lo que somos como personas es solo un fragmento diminuto de lo que somos en totalidad.
Nuestra esencia impersonal es infinitamente más grande que nuestra identidad personal.
Una es una gota, la otra es el océano. Cuando la gota entra en contacto con el océano, se
disuelve su individualidad y se funde con algo más grande. Pero la gota no tiene que
esperar a fusionarse físicamente con el océano para recordar su naturaleza oceánica;
puede saberse océano antes de morir como gota. Eso es a lo que apunta el
autoconocimiento trans-personal, a que, aún con una individualidad física-mental marcada,
alcancemos la consciencia de unidad y nos fundamos en la comprensión de ser Uno.
Esta experiencia de unificación es la experiencia de unidad consciente, que difiere de la
unificación inconsciente. La diferencia radica en que en la unificación inconsciente te
pierdes en los demás, o pierdes el criterio propio frente a lo que consideran las masas.
Pierdes la individualidad bajo una prostitución colectiva. Es un sometimiento a las incercias
grupales. Mientras que a lo que verdaderamente hace referencia la consciencia de unidad
es a una integración esencial entre todos los seres. Es la comprensión de que más allá de
nuestra individualidad, somos; compartimos la cualidad de Ser, siendo la cualidad más
íntima y esencial respecto a nuestra identidad. Es verte en el otro hasta el punto de
comprender que no hay un otro excepto como una idea. Tú eres el Ser, y él es el Ser. A este
estado de consciencia unificada le hemos llamado Amor (Es por ello que al acto de
unificación más profundo entre 2 seres, donde ambos se hacen uno, le hemos nombrado
“hacer el amor”). El Amor es otro nombre para la Consciencia de unidad. Así como Dios es
el principio unificador, y Dios es amor, entonces quien está en Dios está en amor y quien
está en amor, está en Dios.

Los planos físicos y mentales se pueden denominar como los planos de la forma. En el
primero se encuentran las formas físicas (objetos), en el segundo se encuentran las formas
mentales (pensamientos).
En cambio, en el tercer plano no hay forma, por lo que se puede nombrar como el plano de
la no-forma; un plano donde solo la consciencia es, totalmente independiente de la forma.

A diferencia del tercer plano, los dos primeros son dependientes; dependen de que haya
una consciencia que les de existencia; una consciencia que los observe, que los capte sutil
o intensamente.
Aquello a lo que se le llama “el inconsciente” es el estado más tímido de la conciencia,
donde ésta aún no adquiere la agudeza para reconocer lo que opera dentro de ella misma.
Debido a esta falta de agudeza la consciencia pierde su sentido de ser y se enreda con los
planos de la forma, identificándose con la mente y con el cuerpo. Entonces aparece un yo
mental reforzado por la forma física. Este enredo es el ego.

El ego es un sentido de identidad basado en la mentalidad donde no hay distinción entre lo


que se es y la mente. La consciencia pierde la consciencia sobre ella misma y se confunde
a sí misma con los fenómenos psicológicos y físicos, sometiéndose a las constantes

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fluctuaciones de la mente y la materia. Los fenómenos psicológicos y físicos (pensamientos
y objetos) responden a la misma naturaleza: nacer y morir. Los objetos tienen una forma
definida durante un tiempo, pero con el paso de los segundos, minutos, horas, días,
semanas, meses, años, décadas, siglos y milenios, ningún objeto sigue siendo el mismo, se
ha transformado por completo en otra cosa. El objeto que alguna vez nació, ha muerto y ha
nacido como algo nuevo. Exactamente lo mismo sucede con los pensamientos, los cuales
nacen y mueren a velocidades aún más aceleradas que los objetos físicos. El pensamiento
que tenías hace 1 hora no es el mismo que el que tenías hace 50 minutos. Y si llegara a
parecer idéntico, si observas bien la próxima vez, notarás que tienen variaciones, a cada
instante.
Los objetos nacen y mueren, y los pensamientos nacen y mueren.
Los objetos aparecen y desaparecen. Los pensamientos aparecen y desaparecen. ¿Por
qué? Porque tanto los objetos como los pensamientos se encuentran en la dimensión de la
forma, y las formas cambian todo el tiempo.
A diferencia de las formas físicas, los pensamientos son formas mentales. Los objetos
físicos están compuestos de un tipo de energía llamada materia, en cambio, los
pensamientos están compuestos de una energía más sútil, más abstracta y etérea, pero
continúan siendo formas; objetos mentales. Esto lo podemos comprobar con el simple acto
de pensar. Cuando pensamos sólo podemos pensar en formas. Es imposible pensar en algo
sin forma, en algo que no sea algo. No se puede pensar en nada, porque pensar implica
figurar, implica forma. Y si se da el caso de creer estar pensando en nada, esa “nada” se
habrá vuelto “algo” en la mente, entonces habrá dejado de ser nada, continuaría siendo un
pensamiento. No podemos pensar en nada porque el acto de pensar implica figurar, y toda
figura es forma. Lo que sí podemos es no-pensar.
La diferencia entre pensar en nada y no-pensar radica en que el primero continúa pensando
en algo a lo cual llama “nada”, y el segundo es el cese del pensamiento, el detenimiento de
todo intento de figurar, entender o proyectar algo en la mente. Este es el estado meditativo,
una revelación del silencio y profunda conexión interior, donde continúa estando presente la
consciencia que atestigua, pero sin estar enredada en la mente, es decir, dejando de derivar
su sentido de ser en lo que piensa. En este caso, el ego cesa y la consciencia despierta a
su verdadera naturaleza.
En las sabidurías meditativas de oriente llaman a esta experiencia de no-mente, flujo,
conexión y unidad: Satori en el budismo, Samadhi en el hinduismo y Wu Wei en el Taoísmo.
En otras religiones y ramas místicas más occidentales también existen términos para esta
ausencia de mente egoica, aunque cabe resaltar que las sabidurías orientales destacan por
un énfasis más directo a estos estados de consciencia superiores. En el islamismo místico
(sufismo) se le llama Fanna. Y en el Cristianismo místico, se le llama Unión Mística o
simplemente Iluminación Espiritual.
Es importante aclarar que estos estados referenciados por la esencia de las religiones, no
son exclusivos de ellas. Hoy en día podemos interpretar los estados de consciencia
superiores a través de una semántica más moderna. La neurociencia explica los efectos de

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la meditación en el cerebro. La física cuántica no-materialista explica acontecimientos
trascendentes. La psicología trans-personal plasma de manera lógica el llamado despertar
de la consciencia. Como tal, la esencia de la experiencia espiritual se puede entender en
términos simples como la facultad madura de no envolverse en los pensamientos, de no
ausentarse ni abstraerse en el diálogo mental, en cambio, mantenerse presente, atendiendo
lo que pasa afuera (acontecimientos) y lo que pasa adentro (pensamientos, emociones y
sensaciones) con ecuanimidad.

¿Qué es la ecuanimidad?

La ecuanimidad tiene múltiples significados, pero en el sentido más profundo, hace


referencia a un estado de la consciencia donde lo que se percibe es atestiguado sin
reaccionar.
Las reacciones que nos sacan de la ecuanimidad consisten en dos tipos: Las reacciones de
avidez (deseo) y las reacciones de aversión (rechazo). Cada vez que percibimos algo y
reaccionamos con avidez o aversión, estamos perdiendo la ecuanimidad, perdemos el
centro, no importa si el hecho es “tangible” o si es una posibilidad imaginada, si se
reacciona a cualquiera de ambas, se pierde el centro (la consciencia de ser). Pero
normalmente suceden más cosas en la mente de las que realmente suceden en el exterior.
Las posibilidades que se recrean en la mente superan en número la única posibilidad
realmente concreta, la cual es justo lo que sucede en el presente, el acontecimiento de este
instante. Por consiguiente, has de tener una atención muy aguda sobre todo hacia lo que
sucede en la mente, porque es allí donde tienen lugar la mayor cantidad de reacciones
compulsivas. Es crucial que te des cuenta de la manera en la que reaccionas a los
pensamientos; algunos pensamientos te van a resultar desagradables, entonces vas a ser
susceptible a generar aversión hacia estos. Y algunos pensamientos te van a resultar
agradables, entonces vas a ser susceptible a generar avidez hacia estos. En este último
caso, suele haber una gran confusión entre los llamados “pensamientos positivos” y los
pensamientos de deseo que absorben la energía vital de quien se enreda en ellos. Muchas
personas confunden ambas cosas, porque asocian el placer como algo positivo, y los
pensamientos de avidez les dan placer en un comienzo. Pero después dejan un sentido de
desasosiego que se encubre con más “pensamientos positivos”, obligándoles a estar
pensando constantemente, lo cual nunca permite que estén verdaderamente en paz.
Mientras que los pensamientos de aversión son directamente negativos, los pensamientos
de avidez son indirectamente negativos, se disfrazan.

¿Entonces, es malo el deseo?

En las sociedades modernas, sobre todo en el mundo occidental, el deseo es adorado y


considerado el impulsor de la vida y el indicador de la felicidad. Esto se debe a que el

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estado constante de deseo en el ser humano ayuda a que se perpetúe el sistema capitalista
y el consumista. A mayor deseo, mayor consumo, y al consumo contribuir directamente al
mercado, y el mercado alimentar al capital, entonces el deseo es la primera fuerza que
alimenta al sistema entero, y a su vez, el sistema promueve el deseo con la ilusión de
felicidad de su propaganda. Es un círculo retroalimentativo.
Lo problemático es que la gran mayoría de deseos que tienen las personas son
compulsivos, superficiales y tomados prestados de los estándares que propone el mismo
sistema. Además, el estado de deseo constante es una expresión de un estado de
insatisfacción interior, de una sensación interna e inconsciente de estar incompleto, de no
ser ni tener suficiente, de siempre estar necesitando algo que no está presente. En las
sociedades orientales comprenden mejor la gravedad de este asunto: En el Budismo y en el
Hinduismo, por ejemplo, hacen especial énfasis en el peligro de los deseos de la mente, los
cuales suelen prometer la salvación en un momento próximo (cuando se haga, tenga o sea
esto o aquello, o cuando pase cierto suceso, etc.) La esencia de sus tradiciones es más
consciente de que la mayor parte de los deseos de la mente no apuntan a una plenitud
duradera, sino a una satisfacción momentánea que deja más insatisfacción de la que había
antes; un placer efímero que luego se compensa con su contrario: el dolor.
Lo anterior es algo que todos podemos corroborar, pero se requiere atención aguda y
honestidad con nosotros mismos para poder verlo. En los momentos de mayor plenitud que
has experimentado ¿qué tan protagónico era estar deseando en el mismo momento? Si lo
observas con detenimiento notarás que cuando te encuentras en un estado de plenitud
deseas mucho menos –o nada–. En cambio, cuando te sientes infeliz, el deseo es más
protagónico, comienzas a pensar en lo bien que hubieran podido ser las cosas si fueran
diferentes, te enfocas en lo que le falta a la situación, lo que le falta al momento, lo que le
falta a la vida. La gratitud se enfoca más en lo que es que en lo que falta, mientras que la
ingratitud se enfoca siempre en lo que falta. Y dado que la plenitud y la gratitud están
relacionadas, y la ingratitud y la infelicidad también, entonces quién está pleno y
agradecido, desea menos.

El deseo es uno de los mayores obstáculos para la paz interior. La segunda noble verdad de
Buda fue clara diciendo que la causa del sufrimiento es el deseo. Mientras que a este lado
del mundo el deseo es considerado el regente por derecho del ser humano, al otro lado del
mundo es considerado la raíz del sufrimiento. Pero, ¿cómo podríamos funcionar en el
mundo actual negando el deseo personal?
La paradoja es que no podemos negar o huir del deseo, pues este mismo acto estaría
impulsado por otro deseo disfrazado: El deseo de dejar de desear; el deseo de iluminarse,
de liberarse de la mente, de trascender el deseo… es otro deseo más. Entonces, nuestra
tarea es armonizar nuestra relación con el deseo, no pelearnos con él, ni demonizarlo o
juzgarlo cuando aparezca. Es observarlo con ecuanimidad, y ver por nosotros mismos como
el deseo aparece y desaparece. Si nos mantenemos en esta observación el deseo no nos
arrastra, y una voluntad mucho más poderosa que el deseo personal emerge; una fuerza

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interior que supera la preferencia, la comodidad y el placer momentáneo. Es aquí cuando
nos alineamos con un propósito mucho mayor que los volubles y frágiles deseos del ego.
Luego de esto puede que el deseo siga jugando un papel en nuestra vida, pero ya no tendrá
un papel primario, no será nuestro soberano; aparecerá en forma de apetencias, las cuales
podremos efectuar por decisión propia y no por inercia compulsiva. Nunca creeríamos que
cuando consigamos lo que deseamos tendremos más paz interior de la que tenemos en el
presente. Nunca pondríamos nuestra salvación en el cumplimiento de ningún deseo. Y
nunca renunciaremos a la sobriedad de este instante por la gula de envolverse en
escenarios ficticios que nos dan placer, pero que nos ausentan, nos abducen toda nuestra
atención, nuestra presencia.
Podemos diferenciar cuando un deseo es avidez (exceso), cuando el deseo “nos saca” de
nuestro estado de presencia serena, cuando nos hipnotiza al tomar la forma de un
pensamiento. No vale la pena renunciar a la presencia por una ilusión mental; es un mal
negocio.
En las historias religiosas, en los mitos de los héroes, en las películas arquetípicas, y en las
crónicas más representativas del ser humano, el héroe, el salvador, el protagonista o el
iluminado, alcanza la cúspide de su virtud cuando ha trascendido la tentación de parte de
alguna figura villana. Para que algo sea tentador ha de prometer un placer que sea apto de
deseo. Entonces Jesús supera la tentación del Diablo en el desierto cuando le ofrece
riquezas y poder. Buda supera la tentación de Mara, el rey de los demonios, cuando le
ofrece a sus tres sensuales hijas. Ulises tuvo que superar las tentaciones de las sirenas en
su aventura heroica, al igual que su esposa, Penélope que superó las tentaciones de los
numerosos pretendientes que la asediaban en ausencia de su esposo. A la mujer maravilla
se le presentan oportunidades para usar su poder en beneficio propio, pero supera esta
tentación y continúa usando sus habilidades para el bien común. Harry Potter tuvo que
superar innumerables tentaciones, como su sed de venganza y la posibilidad de emplear
magia oscura. Todas las tentaciones anteriores ofrecían algún tipo de placer, por ello son
aptas para causar deseo. El deseo es siempre hacia algún tipo de placer, ya sea concreto o
abstracto. Sin la promesa de placer no hay deseo, y sin deseo no hay tentación.

La máxima virtud es la presencia consciente, la cual en sí misma es un acto de comulgación


con la verdad; un enraizamiento firme en lo que Es, el origen de la lucidez, la visión cabal y
la claridad mental. El deseo que socava la virtud es la avidez.
Podemos concluir que el deseo en sí mismo no es contraproducente, siempre y cuando no
se haya transformado en avidez; siempre que se mantenga vigilado, observado,
concientizado.

Más allá de la dualidad, hay unidad.

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Si observamos lo suficiente, nos daremos cuenta de que casi todos los seres humanos
saltamos constantemente de una polaridad a otra, entre la aversión y la avidez, entre el
dolor y el placer, entre el miedo y el deseo, entre el deseo y el rechazo. Estamos ‘atrapados’
en una dualidad psicológica que nos impide experimentar la unidad de fondo; la unidad del
centro interior, del ser incorporado. Este es precisamente el desafío del ser humano; vivir en
un mundo marcado por dualidades, y a la vez tener presente el orden unificador dentro de sí
mismo, donde no hay contradicción, sino paradojas perfectamente coexistentes. La física
cuántica es una ciencia emergente que admite la simultaneidad de dos posibilidades
aparentemente contrarias. Abraza lo que es visto como imposible desde la razón
convencional. ¿Es la luz una onda o una partícula? Es ambas a la vez, algo que desde la
física clásica se consideraría imposible, pero que aún así es. La luz es partícula u onda
dependiendo del punto desde el cual se observe.
Tú eres una persona y a la vez no. Eres definido y limitado y a la vez eres lo infinito e
ilimitado. Eres lo impermanente, cambiante y perecedero, pero a la vez eres lo eterno,
permanente e inmortal. Eres una variable, y a la vez eres una constante. Eres todo y al
mismo tiempo eres nada… Dependiendo del punto desde el cual te observes. En la
superficie de tu persona eres algo que contrasta con lo que eres en la profundidad de tu ser.
Ambos tú existen, pero frente al hecho de que uno de ellos es ‘hay veces’ y el otro es
siempre, entonces la constante triunfa en cuanto a señalar tu verdadera esencia. La esencia
es unidad en su estado fundamental, pero también contiene dualidad en un estado
no-fundamental. Es decir que la unidad (la realidad esencial) tiene la capacidad de crear
una realidad ilusoria dualista, así como un proyector es capaz de plasmar imágenes
insustanciales en un telón; son meras proyecciones, nacientes de algo que no sería una
proyección. La verdad es la fuente, y la ilusión es solo eso, una ilusión. Es como si la
realidad humana tridimensional (percepción) fuera un holograma; un tejido de ondas y
partículas que se filtran por nuestros sentidos, creando la percepción. El sonido sólo existe
si hay alguien que escucha, de lo contrario es solo vibración inaudible. El color sólo existe si
hay alguien que lo observe, de lo contrario es solo frecuencia invisible. Ha de haber un
perceptor para que la percepción tenga lugar, y, a la vez, ha de haber una percepción para
que haya un perceptor. De lo contrario, ¿cómo podría haber un perceptor que no perciba
nada? No tendría ese título si no cumpliera la función del mismo. El perceptor y lo percibido
son interdependientes, y juntos crean un tercer componente: la percepción. Tanto el
perceptor, lo percibido, y la percepción, son 3 manifestaciones de una sola cosa: la realidad
última de ser, en la cual no existe dualidad alguna. El perceptor y el objeto percibido se
fusionan en una experiencia unificada; consciencia. Paradójicamente, cuando se alcanza
esa consciencia unificada, se descubre que ninguna de esas 3 manifestaciones existen por
su cuenta, de hecho, no existen de manera fundamental, sino de manera proyectiva e
ilusoria. Aquello que prevalece es la consciencia.
No hemos de confundirnos; el perceptor no es, en sí, la consciencia (aunque hace parte de
ella de manera temporal e ilusoria), por la simple razón de que la consciencia es consciente
del perceptor, lo abarca, lo trasciende. El perceptor es dependiente de la percepción. En

13
cambio, la consciencia no depende de la percepción, no depende de los sentidos que
traducen la vibración y frecuencia en sonidos y colores. Tanto el perceptor como la
consciencia indican una identidad. Pero el perceptor indica un sujeto relativo, y la
Consciencia, indica una identidad absoluta.
Normalmente no somos conscientes de la unidad de fondo. Vemos todo y a todos de
manera fragmentada. Pensamos que nosotros somos desde la piel hacia adentro; tu piel me
separa de ti y mi piel te separa de mí. Vemos la piel como una frontera, en vez de verla
como un puente. De igual manera vemos las ideas; mis ideas tienen lugar en mi mente y tus
ideas tienen lugar en tu mente. Y si tus ideas no son compatibles con las mías, se
convierten en un abismo que nos divide, y en muchos casos, que nos enemista. Esta
creencia arraigada de separatividad es el origen de todos los conflictos humanos, desde los
más pequeños, como una discusión familiar, hasta los más grandes, como una guerra
mundial.

Pero, si la consciencia es una unidad donde no hay separación, ¿cómo puede haber una
diferencia entre ella misma y sus partes?

Es justo ahí donde aplica la paradoja. El lenguaje es limitado porque niega esto y afirma
aquello; no puede integrar todo en una unidad. Al decir que la consciencia es lo absoluto, se
niega la posibilidad de que no sea lo absoluto. Y si a la consciencia se le niega la posibilidad
de la imposibilidad, entonces dejaría de ser absoluta. Si algo es omnipotente, tendría que
ser capaz de no ser capaz, de lo contrario, no sería absolutamente capaz; no sería
omnipotente.
Ninguna enseñanza conceptual es completa porque los conceptos no cuentan con la
cualidad de la completitud; todos los conceptos tienen sus antónimos y sus relatividades. Y
aún así, hemos de usar el lenguaje con la intención de señalar algo que va más allá del
lenguaje, aunque tarde o temprano nos encontremos cara a cara con la paradoja
conceptual, lo que da la impresión de estar dando vueltas en lo mismo. La conclusión
siempre es la misma: no hay conclusión.

Eres y no eres la mente.

¿Qué es la mente? Es una palabra que se usa para describir al conjunto de pensamientos.
La mente es una manera de nombrar los pensamientos y percepciones. La mente no es un
punto local en el que ocurren los pensamientos (esa es la consciencia), la mente es los
pensamientos. Aunque es solo una cuestión de semántica. Puedes seguir entendiendo la
mente como la locación donde aparecen los pensamientos y percepciones, aunque este
entendimiento podría causar confusión dentro de la semántica de este y otros textos de
autoconocimiento.

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Tú eres y a la vez no eres tu mente. La fuente de los pensamientos es el campo donde
ocurren. El espacio en el que nacen los pensamientos es la vastedad de la consciencia. Los
pensamientos son una pequeña fracción de su fuente, un aspecto diminuto y temporal de la
consciencia. La consciencia es los pensamientos, pero en un nivel infinitamente menor. Hay
pensamientos que se ‘distancian’ de su fuente, hasta el punto en el ‘se pierden de vista’,
este es el caso de la mayoría de pensamientos que tenemos en el día a día. Llegamos a
esta existencia con una mente bastante alejada de su fuente; una mente que ha perdido
contacto con su fuente, una mente inconsciente.
Es como si sacáramos agua del mar con un vaso y nos lo llevaramos lejos. Tanto el mar
como lo que llevamos en el vaso son lo mismo: agua. Pero el agua del vaso puede olvidar
su naturaleza oceánica e identificarse con la forma que le da la estructura del vaso. En ese
caso viviría todo el proceso de pre-unificación creyendo que está aislada y dividida del todo,
con una sensación de fondo de desolación y ausencia. O puede mantener la consciencia
profunda de la vastedad de su fuente, a la que tarde o temprano regresará. Aunque
reguemos el agua del vaso en una roca, la evaporación y la lluvia la retornará al océano. Si
mantiene la consciencia de su fuente, vivirá todo el proceso de retorno de manera
armoniosa. Incluso si la evaporación la hace subirse a una nube, no se considerará superior
a nadie. Y al volverse nuevamente gotera y caer, no lamentará su descenso; vivirá la muerte
de su individualidad desde la apertura a unificarse nuevamente con su fuente. El agua en el
vaso es equivalente a ti en la estructura de tu mente. Por ello se dice que somos
pensamientos en la mente de Dios.
¿Es el océano el agua que hay en el vaso? Sí en su cualidad como agua. No en su cualidad
absoluta. La mente es consciencia en su cualidad de ser temporal, pero no en su cualidad
de ser eterna. Los pensamientos están sujetos al tiempo, mueren. En cambio, telón de
fondo permanece.
Eres la mente, pero solo en un 1%, y no eres la mente en un 99%. ¿Es correcto decir que el
cielo está nublado cuando está totalmente azul, a excepción de una pequeña nube
pasajera? Lo más correcto es afirmar que está despejado. Así mismo, lo más correcto es
afirmar que tú no eres tu mente. La mente es un aspecto ínfimo en la totalidad de tu Ser.

La mente es el tiempo.

De hecho, los pensamientos son el tiempo. Si no piensas, no hay pasado ni futuro, sólo un
eterno momento presente. El tiempo está en la mente. Cuando no hay pensamientos no hay
tiempo. Los pensamientos crean el tiempo. Eckhart Tolle le llama a este fenómeno el tiempo
psicológico. La presencia implica vivir en la eternidad porque el momento presente es
eterno; siempre es. Todo lo que hiciste, todo lo que haces, y todo lo que harás, lo hiciste, lo
haces y lo harás en el presente. No puedes hacer algo en un momento que no sea el Ahora.
El Ahora es el cobijo de la existencia.

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La mente crea una proyección holográfica en la que se recrean o se construyen ciertos
escenarios, a eso le llamamos tiempo. Pero sin esos escenarios imaginarios, ¿dónde está el
tiempo? Si nos asomamos solo veremos el presente en su continuo fluir de formas. Puede
ser que los escenarios cambien, y que lleguen y se vayan personas y objetos, pero siempre
que te hagas la pregunta “¿en qué momento estoy?” La respuesta siempre será la misma:
en este momento. Entonces, siempre estás en el presente; el Ahora sostiene tu existencia.
Cada acto, cada pensamiento y cada acontecimiento, es un dibujo temporal en el lienzo
eterno del momento que es. “El telón de fondo permanece”.
Si el momento presente comparte la cualidad de eternidad con la Consciencia y el Ser,
entonces son diferentes nombres para lo mismo. El momento presente es el Ser en su
esencia. El momento presente no es un lugar donde existe el Ser. El Ser es el espacio que
abarca. El Ser es el presente, el fondo sin forma donde son dibujadas y desdibujadas todas
las formas.

¿Desde dónde piensas? Piensas desde el presente. Los pensamientos nacen del momento
presente; el presente es su fuente. Los pensamientos que se divorcian del momento
presente son aquellos que están en conflicto con su fuente; son pensamientos que se
resisten a su raíz; La ola le declara la guerra al mar. Son pensamientos que sostienen la
creencia de que se es algo en específico, un “yo” aislado de su fuente inmediata. Los
pensamientos de juicio, de enemistad, de ansiedad y de angustia, son una de sus
manifestaciones. La mecánica de esta mente divorciada de su fuente es la repetición
acelerada y la dispersión. Pensamiento tras pensamiento, sin descanso, sin espaciados
entre cada uno. Es un tumulto psicológico de pensamientos que van en diferentes
direcciones; su naturaleza es la duda y su hija, la inseguridad.
La consciencia (el espacio donde aparecen y desaparecen los pensamientos) se podría
entender como un lago cuya naturaleza es la quietud. Y los pensamientos pueden
entenderse como piedras que caen en el lago. Cada vez que una piedra cae al lago se
forma una onda. Si cae una piedra a la vez, en intervalos espaciados, las ondas que se
formarán serán nítidas, claras, definidas. En cambio, si varias piedras caen a la vez, y le
siguen más piedras en un intervalo corto, entonces las ondas que produce el impacto se
chocarán entre sí, haciendo que la nitidez de la onda de cada pensamiento se pierda en el
choque con otras ondas, hasta el punto donde no se tenga certeza de cual onda fue
producida por cual piedra. Este es el equivalente a la mente de casi todos los seres
humanos: una mente inquieta y caótica, de pensamientos contrariados y dispersos.
La buena noticia es que, a pesar de la turbulencia de la superficie del lago-consciencia,
perturbada por pensamientos-piedra, el fondo del lago permanece en quietud. La
profundidad de la consciencia mantiene su naturaleza serena y despejada. Entonces, lo que
hemos de hacer no es esperar a que la superficie de nuestra consciencia deje de ser
perturbada por los constantes impactos de los pensamientos (esa espera no acabaría
nunca), sino ir a lo profundo de la consciencia misma y encontrar la quietud en el fondo. Ese
contacto con la profundidad nos revelará lo que pasa en la superficie.

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Cuando observamos detenidamente estos pensamientos revoloteantes, descubrimos que
cada pensamiento contiene un yo. El núcleo de los pensamientos es una identidad. El
pensamiento puede parecer apuntar hacia otra cosa que no seas ‘tú’, pero si lo observas
bien, hasta esos pensamientos aparecen en relación a ‘ti’. Cuando piensas en tu trabajo, lo
estas pensando desde un yo en relación a ese trabajo, con su respectiva percepción,
opinión y residuo emocionales. El pensamiento sobre mamá contiene en su núcleo un yo
prefabricado que ve a mamá de la manera en la que la piensa. Si se descubre a la identidad
psicológica detrás, disfrazada de las infinitas formas mentales, entonces se da un paso
hacia la profunda comprensión de la naturaleza de cada onda que impacta en la periferia de
la consciencia: un yo psicológico.
Todos podemos sentir al yo psicológico si prestamos la suficiente atención. Es más fácil
sentirlo desde su carga emocional. Las emociones suelen ser más fáciles de captar que los
pensamientos, debido a que los pensamientos operan en un nivel más sutil y acelerado.
Retomando el ejemplo anterior, los pensamientos son las piedras que impactan en el lago, y
las emociones son las ondas. Las piedras llegan e impactan rápidamente en el lago, pero
dejan un residuo de energía que perdura un poco más, las ondas. Así mismo, los
pensamientos llegan a una velocidad más acelerada, ocasionando un impacto que deja tras
de sí una estela emocional. Cuando te pones a pensar mucho en un escenario que
aborreces, la emoción de malestar no tarda en llegar. Pero también aplica a cuando te
pones a pensar excesivamente en un escenario que deseas, aparece la ansiedad.
La clave no está en pensar ‘cosas bonitas’, sino en dejar de pensar, ahí es donde se
encuentra la verdadera belleza de una mente en paz.
No pensar no quiere decir impulsividad, de hecho, la impulsividad es la cristalización
física-emocional de una mente atumulada.
No-mente implica no-tiempo psicológico, el cual es el enganche en escenarios hipotéticos.
Es decir que no pensar es un estado de intensa presencia y lucidez; ver las cosas tal como
son, sin pensamientos interpuestos, sin velos ni lentes distorsionantes. Es ser conscientes
desde la quietud y la simpleza de ser, sin enredarse en las complicaciones y abstracciones
de la mente. Es vivir en el presente más que en cualquier escenario imaginario. Y si el
presente es eterno porque siempre es, entonces vivir desde la no-mente es vivir en la
eternidad.

¿Pueden haber pensamientos que no estén divorciados de su fuente?

Sí los hay, aunque son realmente muy pocos si los comparamos con el número de
pensamientos que sostienen al yo psicológico que mencionamos.
Los pensamientos que no contienen ningún ánimo de definir lo que somos, son
pensamientos desapegados; alineados con su fuente. No pretenden encerrar la identidad
esencial en sí mismos, así como es absurdo que el vaso intente encerrar todo el océano en

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él. Los pensamientos desapegados son pensamientos creativos que nacen de la paz y no
dejan la más mínima tensión como residuo. Suelen ser prudentes en el sentido en el que no
aparecen desde el tumulto ni la reactividad. Son pensamientos que no pretenden prometer
la plenitud en un escenario imaginario, es decir que son pensamientos alineados con la
esencia del momento presente; no se resisten a lo que es, nunca juzgan. Contienen dentro
de sí la semilla de la inocencia y la humildad, y aún así se sienten poderosos; empoderan
desde un punto más profundo que las conclusiones de la mente común.
Los pensamientos desapegados, y alineados con su fuente, parecen emerger del corazón
más que de la cabeza.

Los mecanismos del ego.

El ego no es lo que tradicionalmente entendemos cuando vemos a una persona soberbia.


Tampoco es algún tipo de seguridad en uno mismo, al menos no dentro de la semántica de
este texto. Tampoco estamos entendiendo al ego en los conceptos psicológicos
tradicionales. Aquí entendemos al ego como una ilusión de ser, un pseudo sentido de
identidad compuesto por apego a formas mentales. Es ese yo que habita en el núcleo de
casi todos los pensamientos. El apego es el combustible del ego. Sin apego no hay ego.

apEGO

A lo único que nos podemos apegar es a las formas mentales, a nada más. Comúnmente
pensamos que nos apegamos a los objetos físicos o a las personas, pero no es así
realmente. A lo que nos apegamos es a las ideas que tenemos de los objetos físicos y a las
ideas que tenemos de las demás personas. El apego es un factor netamente mental. Luego
de percibir una persona o un objeto, te fabricas una idea sobre esa persona y ese objeto;
los idealizas, y es a esa idea a la que te apegas. No estás apegado a esa persona, sino a la
idea que tienes de esa persona. No estás apegado a ese objeto material, estás apegado a
la idea que tienes de ese objeto. Lo que sucede es que confundes tus ideas con los objetos
y las personas. Piensas que esa persona es la idea que tienes de ella. Y piensas que ese
objeto es la idea que tienes del objeto. Por ello te decepcionas cuando ni el objeto ni la
persona vuelven a encajar en la idea que tenías de ellos: “No eras quien pensaba que eras”.
“No era lo que imaginé”... Exactamente, nunca es lo que te imaginas. Lo que te imaginas es
una idea, un constructo mental, en cambio, lo que es es lo que es, más allá de tus ideas.
Tenemos que comprender que la idea es un concepto subjetivo, y que el concepto no es la
cosa. Tú no puedes tomar agua con el concepto ‘vaso’. Puedes tomar agua con el vaso,
pero no con las ideas que tienes de él. La funcionalidad es diferente. Tú tienes un concepto
de las personas a tu alrededor, pero ninguna de esas personas es tus concepciones. Por

18
ello, el concepto que se tiene sobre alguien o algo varía de individuo a individuo, porque las
ideas dependen del idealista, más que de la realidad en sí.
Hay ciertas ideas que se acoplan de una manera funcional a la realidad, como entender a
un par de manzanas con el número ‘2’ y operarlas matemáticamente, en estos casos se
abre un puente que conecta a ambos aspectos en de una manera operativa. Sin embargo,
el concepto ‘2’, sigue sin ser las manzanas como tal.
Puedes dar por hecho de que la mayoría de puentes que has construido entre tus ideas y
las personas y objetos que te rodean no son puentes operativos, y si llegan a serlo, son
puentes colgantes que penden de un hilo; basta con que cambies (o te cambien) las ideas
que tienes de ese objeto o esa persona para que el puente se desmorone por completo. Es
por ello que aún después de que un objeto se disuelva, o un ‘ser querido’ muera, continúas
sufriendo por la pérdida. Si tu apego fuera inherente a la existencia de ese objeto y esa
persona, entonces tu apego se disolvería al instante con la muerte del objeto o persona. El
objeto o el ser querido ya no están, pero tus ideas sobre ellos siguen estando. No les haces
el duelo a ellos, sino a tus propias ideas en proceso de disipación.
El apego nunca es hacia lo que te rodea. El apego es hacia tus ideas y conceptos. Y ¿qué
es una idea y un concepto sino un pensamiento? Entonces tu apego es hacia tus
pensamientos. El combustible del ego es más pensamientos.

Sólo piensas pensamientos. Suena obvio, pero no somos conscientes de ello. Así como
comes comida, piensas pensamientos. Todo lo que piensas son pensamientos. Entonces no
piensas objetos. No piensas personas. Piensas pensamientos. Decirle a alguien “pienso en
ti” o creer que se piensa en ‘alguien’ es confundir a esa persona con un pensamiento que se
tiene sobre ella. Confundes el concepto con el sujeto.
Creemos que las demás personas son los pensamientos que tenemos de ellas. Tomamos
nuestras ideas sobre los demás como lo que los demás son. En esta confusión idealizamos
a todos, independiente si es una idealización agradable o desagradable. Vivimos en nuestro
propio mundo de ideas porque creemos que nuestros pensamientos son la verdad, y
confundimos lo que pensamos de alguien como la verdad de lo que ese ‘alguien’ es. Esta
también es la causa de todas las desilusiones en los vínculos entre seres humanos. Puesto
que mis ideas de lo que creo que eres son una ilusión, el día en que esa ilusión no encaje
con una nueva percepción de ti, me desilusiono. El problema nunca fuiste tú, sino el apego
a mis propias concepciones, a mi propia ilusión.

El ego necesita de concepciones para subsistir. Necesita de conceptos de los cuales


aferrarse e identificarse, pueden ser conceptos directamente vinculados con el lenguaje o
conceptos más abstractos y difíciles de definir lingüísticamente. De cualquier manera,
siempre es un concepto/idea a la cual se le atribuye la verdad; una creencia. Un
pensamiento al cual se le otorga “verdad”, es una creencia. Así mismo una creencia es la
atribución de la verdad a una idea/concepto/pensamiento. Al no poderse encerrar en

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ninguna forma mental, la verdad nunca puede reducirse a una creencia. Todas las
creencias, en esencia, están erradas. Ninguna creencia es verdad.

El ser humano, en su intento de fortalecer conceptos y creencias opta por realizar rituales.
Las personas necesitan rituales para consolidar e intensificar conceptos, tal como sucede
en el matrimonio, en los recibimientos presidenciales,en las graduaciones académicas, en
los cultos religiosos y demás ceremonias. Los novios necesitan (o creen necesitar) un
evento en el cual hayan testigos y ciertos actos para consolidar el concepto emergente de
estar casados. Todos los presentes otorgan verdad a esa idea, y la creencia de estar
casados se vuelve una creencia colectiva, una “realidad”.
En el Tao Te King, uno de los libros de sabiduría ancestral más sobresaliente de la historia
(en el cual se le llama Tao a la esencia del universo), se escribió que “El rito es sólo
apariencia de fidelidad y el origen de todo desorden. El conocimiento es sólo flor del Tao y
origen de la necedad. Así el hombre grande observa lo profundo y no lo superficial.”.
No quiere decir que los rituales y ceremonias estén mal o que no se deban hacer, pero sí
hay un llamado a ser conscientes de la profundidad del acto; ver más allá de la
consolidación superficial de un concepto inventado. Reconocer la fragilidad de cualquier
idea emergente, aún cuando ésta parezca fortalecida debido a la atribución de la verdad por
parte de ciertas acciones, o ciertas personas. La creencia no es la verdad, por más rituales
y ceremonias que se hagan para consolidarla, continúa siendo solo un concepto. El
matrimonio se derrumba con sólo firmar un papel. Lo mismo sucede con los países, el
dinero y muchas otras ideas colectivas. No existen objetivamente, sino como una
subjetividad colectiva. Son imaginaciones compartidas; un acuerdo intelectual. Si un
vendedor y un comprador se ponen de acuerdo con darle más valor a un billete con la cara
de Gabriel García Márquez que a otro con la cara de Débora Arango, entonces así “es”,
aunque ambos trozos de papel tengan los mismos costos de producción. El valor del billete
no es intrínseco. Es una interpretación en común respaldada en los efectos de la
interpretación de otros individuos.
Los países y territorios funcionan exactamente igual; una idea compartida. No hay países en
sí, excepto como líneas imaginarias trazadas en un mapa sustentadas en “ideas nacionales”
que forjan una “identidad nacional”. Los países, el dinero, y acuerdos tales como el
matrimonio, existen solo en nuestras mentes. Son y no son hechos. Son hechos en la
dimensión mental, pero no son hechos universales. Y al ser hechos solo en el pensamiento,
son altamente frágiles, quizá sea por ello que se defienda y “cuide” con tanta insistencia las
ideas nacionales, el matrimonio, y el prestigio, porque en el fondo sabemos lo relativo y
frágil que es todo ello. Un solo pensamiento propio o ajeno puede amenazar el constructo
mental entero. Y si nuestra identidad está sustentada en dicho constructo, entonces nos
sentiremos fácilmente amenazados.

Detrás de casi todos tus conceptos mentales, se encuentra una entidad psicológica (ego).
Aunque parezca que piensas en algo ajeno a ti, no es así, es una proyección del pensador

20
en un pensamiento. Por ello el ego, el apego y los pensamientos componen un sistema
retroalimentativo que actúa como una cárcel para quien no hace consciente dicho sistema.
Los sabios antiguos han visto a este sistema como la base de la ignorancia que conduce a
una vida poco virtuosa, Karma (Hinduismo y Budismo), y vida en pecado (Cristianismo).

*Me gustaría hacer una anotación aquí antes de continuar: Recordemos que las alusiones
religiosas que hacemos en este texto no son con el fin de adjuntarnos a su funcionamiento
tradicional, que juzga y penaliza severamente las “impurezas humanas”. No. Los
complementos religiosos empleados son con el fin de extraer la esencia y sabiduría de las
religiones, y unificar los entendimientos profundos de las ramas filosófico-espirituales a lo
largo de la historia. Además aquellos filósofos y sabios que suelen sentar las bases
conceptuales de las religiones pocas veces tienen que ver con la manera en la que la
religión es implementada, por dirigentes e instituciones que pretenden representarlas en un
intento que suele resultar contraproducente.
La base filosófica pura de todas las religiones es la paz, el amor y una vida consagrada a
las leyes profundas que rigen al universo. Es una lectura de las leyes de la naturaleza
aplicadas a la mente, y una sugerencia a alinear nuestra mente con esas leyes superiores.*

En el fondo intuimos que hay una forma correcta de actuar y pensar, que poco tiene que ver
con lo establecido en las sociedades actuales. Pero también sabemos que debe haber una
energía o intención detrás de todas las formas de actuar y sentir, y es aquella energía más
allá de la forma la que verdaderamente importa. Podemos saludar cordialmente a todos a
nuestro alrededor, por “educación”. Pero si lo hacemos desde un aspecto poco auténtico, o
con una motivación oculta, la forma es permeada por la misma cualidad que la impulsa y
pierde su valor. La cualidad impulsora de las acciones y pensamientos es más importante y
fundamental que las acciones y los pensamientos en sí. Teniendo muy en cuenta lo anterior,
podemos continuar profundizando sobre un tema que se abre ante nosotros: Aunque la
forma (de actuar y pensar) no necesariamente refleja la intención correcta, solemos
observar unas tendencias de conducta y pensamiento que son preferidas por la intención
correcta. Las religiones y filosofías de la historia sugieren un comportamiento que nos
ayuda a convertirnos en un ecosistema apto para que la intención correcta pueda llegar más
fácilmente a nosotros sin ‘contaminarse’. Desde los mandamientos bíblicos, el Síla (o cinco
preceptos) del Budismo, hasta los fundamentos conductuales de la filosofía griega del
Estoicismo, sugieren llevar una vida de virtud, que nos fortalece y prepara interiormente.
Ciertas obras actúan como encauzamientos que permiten que el río de la intención correcta
fluya con mayor facilidad.
Podemos obrar de ciertas maneras que nos acercan a una comprensión más profunda de la
vida, pero siempre teniendo en cuenta la importancia mayor del río de la correcta intención,
que trasciende lo que hacemos. En un pasaje de la biblia se recalca que no somos salvos
por obras, sino por el don de Dios, para que nadie se crea mejor por obrar “correctamente”

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(​​Efeso 2:8-9: porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues
es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.).

Está claro que el “actuar correctamente” es una ambigüedad y tiene muchos matices. Pero
en nuestra inteligencia intuitiva tales cosas como matar, robar, mentir, violar, etc… sabemos
que son acciones que no tienden a estar alineadas directamente con una intención correcta
o una pureza fiable.
La comprensión de que la vida es espontánea; de que la verdad no se puede reducir ni
encerrar en un sistema de conducta, no nos quita la visión frente a la tendencia de acciones
dirigidas por una intención pura o una intención contaminada. Lo cierto es que cada
decisión ha de ser impulsada por una intención o una voluntad, y el grado de pureza de
cualquier acción está determinada por la consciencia, la cual tiene sus tendencias. Si la
consciencia está en presencia consciente, sus acciones nacerán desde un flujo armonioso
que tenderán a manifestar gentileza, compasión, generosidad y empatía. En cambio, si la
consciencia no está en un estado de consciencia de sí misma, si está ausente, enredada en
la mente y nublada por pensamientos reactivos, la tendencia de sus acciones serán hacia la
apatía, negligencia, violencia y cerrazón.
Pero la percepción de las virtudes y desvirtudes mencionadas anteriormente están sujetas a
una ambigüedad por parte del perceptor. El perceptor puede pensar que alguien gentil es
quien todo el tiempo sonríe y ayuda a los demás, pero esa percepción sobre la gentileza es
una creencia que poco tiene que ver con la gentileza real. Al igual que la empatía no
necesariamente significa condescendencia, ni la generosidad implica darlo todo a los
pobres, así mismo hemos de evaluar las creencias que tenemos sobre las virtudes, y
procurar identificarlas más allá del sesgo moral y educativo que las “entiende”, pero no las
vive ni experimenta, es decir, que no las entiende realmente.
El lector debe estar muy presente y vigilante en su concepción sobre las virtudes, de lo
contrario, caerá en el error de considerar virtuoso a alguien solo porque lo complace. Tal y
como solemos considerar a una persona “buena gente” cuando nos hace un favor (o
varios), y tachar de “mala gente” a quien nos pone un límite y nos dice que no. El ego
caprichoso está cegado por su propio egoísmo y suele juzgar a quienes no contribuyen a
sus caprichos y considerar “buena gente”, “amable", “simpático”, a quienes lo satisfacen.

Ya estando dentro del tema de las virtudes (uno de los temas más repletos de
ambigüedades), el lector debe leer con el corazón más que con la cabeza, pues el
entendimiento intelectual no basta para recibir el chispazo de una cualidad amorosa que no
se puede encerrar en un mero concepto.
Una virtud es una cualidad luminosa; uno de los rostros del amor. Cada virtud es una
manifestación de la energía del amor. La luz de la consciencia es el amor prístino, y dicha
luz puede manifestarse como serenidad, humildad, ecuanimidad, desapego material,
valentía, sobriedad, pureza sexual y proactividad… Más allá de sus ambiguedades. Todo
ello como representación del amor y la paz del Ser.

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La manera más eficaz de entender las cosas es mirando sus opuestos. Así como no
sabríamos qué es el calor si solo sintiéramos calor inalterable toda nuestra vida. Hace falta
sentir su ausencia, el frío, para completar el entendimiento sobre lo que es el calor.
Aprendemos por contraste, y el factor diferencial requiere experimentar la presencia y la
ausencia de cualquier cosa. La presencia de una es la ausencia de otra. Sin embargo hay
una que está presente, mientras que la otra es la falta de esa presencia. Puesto que la
temperatura está determinada por el calor, el frío es solo su ausencia. Sucede lo mismo con
la luz y la oscuridad. Nombramos oscuridad a la ausencia de una presencia radiante que
llamamos Luz. Tú no dices “a esta habitación le falta oscuridad”, en cambio sí dices “a esta
habitación le falta luz”. Podrías decir que la luz de esta habitación es muy intensa y que hay
que disminuirla, pero no dices “incrementa la oscuridad”, porque lo único que puedes hacer
es disminuir la luz. La oscuridad es simplemente la falta de la luz. Tanto la luz como el calor
son presencia, y tanto la oscuridad como el frío son ausencia. Por ello pondremos como
ejemplo la luz y la oscuridad para explicar la virtud y la desvirtud, no porque la oscuridad
sea mala en sí, sino por la semejanza de su mecánica aplicada al caso.
La oscuridad no tiene existencia por sí misma, excepto como la falta de una presencia. Así
como la ignorancia es la ausencia de sabiduría. Pero la sabiduría no es ausencia de
ignorancia, porque la sabiduría es aquello que contiene la cualidad de completar o añadir;
es algo presente. En cambio, la ignorancia es la ausencia porque su cualidad es la falta de
completitud; no hay presencia en ello.

¿Qué es la oscuridad? Es la ausencia de luz. Entonces existen cualidades desvirtuosas


(sombras) que responden a la ausencia de una virtud (luz), así como la ira es una respuesta
a la ausencia de serenidad; la soberbia es una respuesta a la ausencia de humildad, la
cobardía es una respuesta a la ausencia de valentía, la gula es una respuesta a la ausencia
de sobriedad, la lujuria es una respuesta a la ausencia de pureza sexual, la pereza es una
respuesta a la ausencia de proactividad.
A falta de una virtud queda una desvirtud. La manera más eficaz para saber cual es la
cualidad luminosa que has de avivar en ti, es observar si actúas desde su ausencia, su
desvirtud. Casi todos los seres humanos tenemos todas las desvirtudes, puesto que es raro
encontrar a alguien que porte una virtud plenamente realizada. Aún así el grado y magnitud
de las desvirtudes varían de persona en persona.
Si un ser se da cuenta de que está intentando llenar su vacío interno a través de placeres
instantáneos: comida (casi siempre carbohidratos y azúcares), entretenimiento multimedia
excitante, largos ratos consumiendo reels rápidos, y cualquier forma de recibir un shot de
dopamina, entonces es una señal de que hay una ausencia de sobriedad, es decir, gula. La
gula es la compulsión de llenar una sensación de vacío interior (a través de recompensas
‘agradables’ inmediatas) que por supuesto, nunca se llena, aunque parezca hacerlo por
breves lapsos mientras el placer cubre y distrae del vacío. En este caso hay un llamado a la

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sobriedad, a la moderación, a un ayuno, no solo de comida, sino de contenido estimulante,
pues el ayuno es el mejor método para familiarizarse con el vacío y dejar de huir de él.
Los seres que padezcan de gula han de aprender a sentir el aburrimiento sin distraerse, sin
llenarlo con palabras, con imaginaciones, con llamadas telefónicas o con cualquier
entretenimiento. La palabra ‘aburrimiento’ viene del latín ab (sin) - horrere (horror), lo que
puede entenderse como horror al vacío, u horror a la nada. El goloso debe aprender a estar
plenamente en la nada (ausencia de contenido), y encontrar allí una plenitud que trasciende
a sus efímeros placeres. Para entonces, la gula se transforma en su potencial: el disfrute.
Vivimos en un mundo sobreestimulado. Tenemos acceso a un montón de placeres a sólo un
clic, a una App, o un pedido a domicilio de distancia, y si no nos basta con eso, nos
embarcamos en pensar un montón de imaginaciones ‘agradables’, para continuar la racha
de pseudo-bienestar, teniendo como cómplice a nada menos que al sistema en el que
estamos inmersos, que promueve una ilusión de felicidad en su filosofía consumista de
satisfacciones fugaces. Por ello, la sobriedad está muy ausente en casi todos los seres
humanos. Pero, como mencionamos atrás, la intensidad de su ausencia varía de persona
en persona. Hay quienes padecen otras desvirtudes con mayor predominancia que la gula,
aún cuando ésta opere en un papel secundario. Es decir que puede que la gula esté de
tercero en el rango de desvirtudes de una persona, siendo, por ejemplo, la soberbia la que
se encuentra de segundo, y la cobardía la que se encuentre en primer lugar, como la
desvirtud mayor. En este caso, la persona conservaría muchos de sus hábitos golosos, pero
tendría otros hábitos más frecuentes en relación a la soberbia y, en mayor medida, a la
cobardía. Las personas tienen diferentes grados de cualidades sombrías, y verlas es el
primer paso para saber cuáles zonas internas necesitan ser iluminadas.

Reconocer nuestras desvirtudes es el primer paso para comenzar a avivar la virtud


correspondiente. Si veo que en mí hay soberbia, entonces he de avivar su luz
correspondiente; la humildad. Si veo que en mí hay ira, entonces he de avivar su luz
correspondiente; la serenidad. Si veo que en mí hay avaricia, entonces he de avivar su luz
correspondiente; el desapego material… En cada desvirtud hay una virtud en potencia, esa
es la luz correspondiente.
Hay cientos, o miles de sombras (desvirtudes), pero todas las sombras tienen una raíz en
común; la falta de luz… La ‘falta’ de una presencia/consciencia plenamente establecida en
el momento presente, atenta y ecuánime ante su mundo interior. Sin embargo, antes de
llegar a la raíz común de todas las sombras, existen aspectos sombríos que actúan como
base para el despliegue de sombras menores. Es decir que hay manifestaciones principales
de desvirtudes-madre, de las que se desprenden otras desvirtudes-hijo. En la teología
cristiana se habla de 7 pecados capitales. Resulta ser una propuesta muy útil y práctica
para identificar las desvirtudes base: Ira, soberbia, envidia, avaricia, gula, lujuria, pereza.
Así pues, podemos descubrir cuál de estas 7 sombras es la predominante en nosotros en el
presente, y de esa manera tener una idea de la cualidad luminosa que más necesitamos.

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El origen de la palabra ‘pecado’ viene del griego ‘fallo de la meta, no dar en el blanco’.
Como si un arquero no atinara en el objetivo al lanzar su flecha. Entonces aquí el concepto
‘pecado’ es visto como errar en el blanco llamado Plenitud. Un pecado, más allá de su
connotación religiosa, es una acción o pensamiento desalineado de la plenitud de ser, de la
paz interior. Podemos verlo como patologías que parecen sacarnos de nuestro centro y
nublar la consciencia conduciendo a una inercia psicológica autodestructiva. Todos tenemos
esas 7 desvirtudes, pero, como lo mencionamos antes, la intensidad de cada una de ellas
varía de persona en persona.
Ya hablamos antes de la gula y su luz correspondiente: sobriedad. A continuación hablaré
de las demás desvirtudes denominadas “pecados capitales” y sus luces correspondientes,
para que en su lectura nos ilustren su predominancia en nosotros mismos:

La ira es ausencia de serenidad. Es un estado de reactividad física y mental ante


situaciones que se salen de control. Se manifiesta con irritabilidad, impulsividad, frustración
y juicios compulsivos; intolerancia, perfeccionismo y un intento excesivo de controlar lo que
pasa (incluyendo personas). Puede ser una ira reprimida o puede ser una ira manifiesta. Si
es reprimida se disimulará hasta un punto, pero no tarda mucho en encontrar vías de
escape a través de un movimiento facial brusco, un incremento súbito en el tono de voz, un
estallido colérico o una tensión en la mirada, en la mandíbula y en varias partes del cuerpo;
es un volcán que puede erupcionar en cualquier momento. En algunos casos, la ira está tan
reprimida que bloquea su flujo hacia afuera y estalla desde adentro; implosiona. Hay
quienes tienen una ira más manifiesta, expresando irritabilidad constantemente. Sin
embargo, en la mayoría de los casos, la ira está reprimida. Al ser el pecado capital más
invasivo y penetrante de todos, se suele ocultar en casi todos los entornos sociales,
laborales y familiares.
En casi todas las sociedades el enojo está mal visto. Cuando vemos a un niño enojado le
reprendemos o le decimos que se calme, pero el niño muchas veces entiende –y le
hacemos entender– el “calmarse” como un “reprimirse”, aguantando, tragando y
acumulando ira por temor a recibir un regaño de sus padres o profesores al expresarla. En
vez de invitar al niño a canalizar su ira, dándole flujo a través de un deporte o un ejercicio de
liberación, lo contenemos en una conducta aparentemente pacífica, cuando en su interior
arde una ira que se manifestará doblemente más adelante. Casi todos los niños crecen
demonizando su propia rabia, reprimiendo más y más hasta llegar a la adultez con una
frustración latente, acto seguido se ponen la máscara de “buena persona” que disimula aún
más su ira de fondo, para encajar mejor en una sociedad aparentemente feliz y pacífica.
Hay una gran diferencia entre canalizar y darle flujo a la ira que fomentarla. Dos patos que
se pelean se separan y agitan sus alas para liberar la tensión acumulada. Después se
vuelven a encontrar pacíficamente, ya libres de dicha tensión. En cambio, el ser humano
continúa viviendo en el conflicto horas, días, meses y años después, acumulando más y
más tensión, alimentando más la ira. El factor que alimenta la ira es netamente mental. Al
igual que todos los demás pecados capitales, la ira es sólo una manifestación de un factor

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mental que opera en el fondo: una obsesión con tener el control. Por ello la ira no es mala
en sí, pues sólo es un efecto de una causa más profunda: el enganche en pensamientos de
agresión, violencia y conflicto.
Se le debe dar flujo a la ira, ya que esta empeora si se represa adentro. La manera en la
que la ira debe fluir no debe ser proyectiva, es decir, que se descargue en alguien más.
Pues detrás de la ira proyectada en otra persona se encuentra la adjudicación de la ira
hacia esa causa externa en forma de otra persona. Es decir que se culpa a la otra persona
por estar sintiendo dicha ira, y se arremete contra ella. Casi todos los actos de violencia son
causados por una ira proyectada en otra persona, donde el ser que padece de la ira cree
inconscientemente que otra persona es la culpable de su estado y que debe descargarse
con ella para dejar de sentir tal irritación, sin notar que la ira en sí es efecto de sus propios
pensamientos.
La ira es una energía a la que hay que darle movimiento, pero nunca de manera proyectiva
hacia alguien o algo más. Al igual que las sensaciones de los demás pecados capitales, a la
ira hay que sentirla directamente, procurando no reaccionar, es decir, sin expresarla
compulsivamente, y a la vez sin reprimirla. Es un punto medio donde se acepta la sensación
de la ira en el propio cuerpo-mente, dejando que fluya a través del cuerpo, sin que tome
posesión del mismo, y observando detenidamente los pensamientos que brotan en tal
estado de ánimo. Es un estado de autoinvestigación de la propia lava que ebulle desde
adentro, respirando el olor de la rabia emergente sin que esta se apodere de un
pensamiento para justificarse a sí misma en una razón o causa externa.
Cuando se comprende que la causa de la ira son los propios pensamientos que interpretan
la realidad de manera hostil, entonces la ira pierde su alimento de justificaciones externas.
El intento de controlar lo que sucede disminuye, y con él la frustración. Entonces se aprende
a aceptar lo que es, y comienza a hacerse presente la luz: la serenidad. Para entonces, la
energía de fuego de la ira se transforma en su potencial: determinación.

La soberbia es la ausencia de humildad. Su mecanismo es la relativización de valores entre


persona y persona. Es la creencia de que alguien vale más que los demás y que alguien
vale menos que los demás, lo cual también aplica para sí mismo. Básicamente es una
distorsión del valor intrínseco de ser. Se confunde el valor del Ser con el valor de la
persona, lo cual no es lo mismo realmente.
En la persona sí aplican los valores relativos dependiendo del contexto. Un ingeniero es
más valioso en una obra de construcción que un comediante. Un comediante es más
valioso en un stand up comedy que en un ingeniero. El valor del personaje depende de la
adecuación en la película en la que actúa. Pero esto no es aplicable al valor esencial de los
seres. El ingeniero y el comediante valen por igual en términos esenciales, más allá de sus
personajes y de sus roles, más allá del reconocimiento público, lo que ganen
monetariamente, lo talentosos que sean… El valor intrínseco de ser no tiene relatividades,
pues es la cualidad de valía misma que no tiene contrastes ni diferenciaciones.

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En términos relativos, eres menos valioso y más valioso que otras personas. Pero en
términos absolutos –o en ausencia de términos–, eres el Ser mismo. No hay fragmentación
en ello.
Quienes no son conscientes de su valor intrínseco de ser (casi todos los seres humanos),
siempre pondrán el valor de alguien en función de las ideas que tengan de lo que es
valioso, las cuales son relativas y dependientes de las interpretaciones personales.
Cada que alguien te parece superior a ti es porque interpretas ciertas características suyas
como más valiosas que las tuyas. Y si llegas a pensar que esas características definen su
ser, entonces te verás disminuido y minimizado en su presencia, porque pensarás que su
ser es más valioso que el ser que eres; te definirías a ti mismo como inferior. Este
mecanismo opera tan rápidamente que no lo alcanzas a ver. Es cuestión de segundos que
tu mente se reacomode en presencia de alguien que defines como “superior” y actúes
conforme esas interpretaciones, modificando tu tono de voz, tu postura corporal, tu mirada y
casi toda tu conducta. Opera inconscientemente y tiene la velocidad de un rayo que no lo
ves venir, para cuando te das cuenta (si es que sucede), estás desempeñando un papel
inconsciente frente a quienes consideras superiores e inferiores.
El mecanismo de la soberbia opera tanto hacia arriba como hacia abajo, es decir, que te
hace sentir tanto superior como inferior. La soberbia no es un constante sentido de
superioridad, sino un estado fluctuante entre superioridad e inferioridad.
Supongamos que te sientes superior a alguien por tener un mejor carro, entonces para
cuando llegue alguien que tenga un carro aún mejor que el tuyo, inconscientemente lo
considerarás superior. El mecanismo de la soberbia opera a la inversa, y su cancha es la
creencia en los valores relativos esenciales, la cual es efecto de la confusión entre el valor
del Ser y el valor de la persona.
La luz que ilumina la soberbia es la humildad, pero cabe aclarar que es la auténtica
humildad, debido a que es uno de los conceptos virtuosos más malinterpretados. La
humildad no es condescendencia, ni modestia. La auténtica humildad es la plena
consciencia del valor unificado. Es la comprensión de que tú no vales más que yo en
términos absolutos. Es una visión integral entre todos los seres; valemos lo mismo, pues
somos lo mismo: el Ser. La rama más saludable de un árbol no se considera mejor que la
rama más débil del mismo árbol, pues ella es consciente de que ambas son el árbol y que la
ramificación es un fenómeno secundario, solo después de la prístina unidad; la fuente de
ambas ramas.
La humildad no es agachar la cabeza, y tampoco es mostrar escasez. La humildad es rica y
abundante en sí misma, porque se comparte sin pretensión de sobrevaloración ni
subestimación. Para entonces, la soberbia se transforma en su potencial: la confianza en
uno mismo.

La envidia es ausencia del sentido de unicidad consciente. El terreno en el cual prolifera la


envidia es la comparación. Sin comparación no hay envidia. La envidia se asemeja a la
soberbia debido a que ambas patologías tienen como mecanismo la percepción divisoria

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entre “yo” y el “otro”. Sin embargo, la envidia no apunta a una superioridad e inferioridad
directa, sino a un deseo de lo que el “otro” tiene, sin importar si es considerado superior o
inferior, a diferencia de la soberbia. Es la creencia inconsciente de que lo que me falta es lo
que los demás ya han alcanzado. Por consiguiente siempre ven a los demás más felices y
realizados que a sí mismos, lo cual responde a una percepción distorsionada de la conducta
de los demás. Es por ello que la envidia suele llevar a la tristeza, la melancolía, el
distanciamiento y el victimismo.
La envidia también opera a la inversa, es decir que no solo desea lo que el otro tiene, sino
que también desea que los demás deseen lo que se tiene. A la envidia le gusta sentirse
envidiada; le gusta sentirse especial. Es un mecanismo que lleva a cierta obsesión por la
singularidad y los factores diferenciales entre las personas.
Mientras que la soberbia es un pecado que suele empujar a relacionarse con los demás, la
envidia, por el contrario, suele conducir al aislamiento físico o al ensimismamiento
emocional.
Su luz correspondiente es un sentido de unicidad consciente, que hace referencia a
comprender la cualidad única de cada rama del árbol. Deja de percibir a los demás desde el
sentido de carencia propio. Deja de compararse, y por ello deja de sentirse especial. Para
entonces, la envidia se transforma en su potencial: admiración.

La avaricia es la ausencia de desapego material. Es una confusión entre Ser y tener; la


creencia de que las posesiones añaden valor a la propia identidad, por consiguiente, entre
más se tenga, más se vale. Ello lleva a una compulsión de acumular pertenencias y
reternerlas mentalmente, sin darse cuenta de que todo lo que es material tiene por
naturaleza fluir; ir y venir. Quienes padecen de la avaricia sienten un fuerte vacío cada vez
que pierden alguna posesión. Pagar cuentas, y los gastos inesperados, producen una sutil
decepción. Es como una pequeña muerte.
Si el yo está sustentado en lo que se tiene, frecuentemente se verá amenazado cuando no
tenga, o simplemente cuando imagine la posibilidad de no tener. El sentido de identidad
estaría sujeto a una variable, normalmente suele ser el factor económico, por consiguiente
quienes padecen de avaricia como su patología principal, han de preguntarse seriamente:
¿Quién soy sin todo lo que tengo? ¿Qué queda si todas mis pertenencias se esfuman? En
el mejor de los casos descubre que detrás de la variable del tener se encuentra una
constante de Ser, y en dicho descubrimiento puede comenzar a desprender su identidad de
lo que posee, o, mejor dicho, de lo que se piensa que posee.
El concepto de pertenencia, aunque útil y práctico a nivel social, es una idea, no un hecho.
Podemos relacionarnos con la idea de ‘tener’ desde la consciencia de lo que es: una idea, y
sin embargo continuar usándola para definir lo que es ‘mío’ y lo que es ‘tuyo’. La diferencia
radica en que no se ligan las pertenencias a lo que se es, de lo contrario, si perdieras todo
lo que tienes, también perderías tu esencia, pero eso no es así.
El concepto de propiedad revela su absurdo cuando hablamos de la tierra como
pertenencia. Pensamos que un terreno o un lote es nuestro porque lo acordamos con otros

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humanos y nos inventamos un registro en papel con la ‘propiedad’ a nuestro nombre. Pero
todo ello es una idea, no un hecho. La tierra no es de nadie, no tiene dueño. Es un acuerdo
a una idea imaginada; un “hecho” personal, pero no un hecho universal.
El mapamundi muestra los países, delimitados por líneas imaginarias que los humanos
mismos decidieron poner. Algunas líneas siguen la forma de ríos y montañas, pero otras
líneas fueron trazadas con regla (como es el caso de los países africanos que fueron
repartidos entre sí por los colonos europeos), como si la tierra fuera una torta gigante y la
partiéramos en pedazos precisamente definidos que muestran dónde comienza un país y
donde termina el otro; donde comienzan mis tierras y dónde comienzan las tuyas. Todo lo
anterior puede ser útil para administrarnos como sociedades, pero el olvido de la naturaleza
de dichos inventos nos conduce a tomar por realidad absoluta una idea que vive solo en
nuestras mentes. Una garza pasa sin problema la frontera entre México y Estados Unidos,
no se le pide documentos ni permisos especiales, pues esta norma aplica sólo entre
humanos, porque es una invención humana.
La avaricia tiende a tener más reforzado el concepto de propiedad (material) que el resto de
pecados capitales, y se trasciende sólo a través de la desidentificación con lo que se piensa
que se tiene y el establecimiento en lo que se es, antes de tener. Eres, luego tienes. Para
ello se observan detenidamente todos los pensamientos con respecto a lo que se tiene (la
mayoría involuntarios), y se detecta el sentido de identidad en ellos, el yo oculto detrás. Si
se logra observar tal sentido de identidad en los pensamientos referentes a las posesiones,
y se sostiene dicha observación, entonces comenzará un desprendimiento consciente,
debido a que el apego perderá su alimento: la identificación inconsciente con las ideas de
posesión.
Cuando hay obsesión por el tener, se olvida lo que le precede; se olvida el origen: el Ser.
Puede ser que hayas notado que estés relativamente tranquilo antes de tener algo, y luego
ese algo se daña, y luego estás intranquilo porque se dañó, olvidando que antes de tenerlo
estabas tranquilo. Allí se evidencia lo contraproducente que puede ser una idea de
pertenencia no-observada, obsesiva. Tu plenitud comienza a depender de una idea
sustentada en algo variable, entonces tu plenitud también será variable. Si este patrón se
rompe, entonces la avaricia se transformará en su potencial: generosidad.

La gula, como vimos anteriormente, es la ausencia de sobriedad. Un padecimiento en el


que se pretende llenar un sentido de vacío con estímulos placenteros, con recompensas
instantáneas. Es una patología que incita a la dispersión y a la hiperactividad. La ansiedad
está muy presente en este pecado capital, así como la dificultad para concentrarse. Su Luz
es el establecimiento consciente en la simpleza; practicar la moderación y la templanza, y
todo aquello que permita una reconciliación con el vacío (ausencia de estímulos); el silencio
y la quietud. Permitir aburrirte es crucial; entrar en esa incómoda sensación con
determinación y total intención de descubrir lo que hay en el fondo.

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La lujuria es la ausencia de pureza sexual. La pureza sexual no significa la represión del
deseo sexual, ni mucho menos un puritanismo de la edad media. La pureza sexual es la
consciencia del valor y la verdadera utilidad de un tipo de energía tremendamente
poderosa, la energía de la creación; creatividad y pasión. Es la energía sexual.
En muchas tradiciones y sabidurías se habla de la importancia de canalizar correctamente
la energía sexual, en vez de desfogarla compulsivamente en el placer efímero de los
encuentros sexuales superficiales, sin profundidad, sin plena consciencia del proceso entero
de la intimidad ni de la conexión mutua. La lujuria es la compulsión psicológica por desfogar
esa energía, sin hacerla consciente mientras está incorporada. Esta desvirtud busca drenar
la vitalidad de la energía sexual a través de pensamientos vehementes de deseo de
contacto sexual. Si la consciencia se engancha en tales escenarios imaginarios, no tardará
en buscar encuentros casuales que sirvan para desfogarse, o en masturbarse
compulsivamente, pero esto, a su vez, alimenta una adicción a intercambiar la propia
vitalidad por una efímera sensación placentera que deja tras de sí un sentido de vacío
mayor. Es un pésimo negocio.
La manera para aprender a darle flujo consciente a la energía sexual es canalizando su
poder en algo que no contenga un interés superficial de por medio, sino en algo que
contenga un propósito y una profundidad mayor al placer momentáneo. Puede ser una
causa o un propósito trascendente, un proyecto creativo, o la encarnación de la sensualidad
a través de una emanación de erotismo consciente a través de la danza, la pasión poética y
cualquier manifestación artística que requiera creatividad e inspiración emocional. De esto
se trata la pureza sexual, de que tal poderosa energía, impulsora de la unión corporal y el
arte, no se encuentre contaminada por la inercia del desfogue. La madurez sexual implica
contener esa energía con el propósito de conocer su funcionamiento y sus frutos. No es lo
mismo que reprimirla. Mientras que la represión sexual implica una negación, la contención
consciente implica un reconocimiento y una apertura hacia ella.
La energía sexual opera de manera diferente en los hombres y en las mujeres. El hombre,
al tender más a la polaridad masculina, matiza la energía sexual de una manera más
penetrante, propulsora, determinante y ejecutiva. En cambio, la energía sexual matizada
desde la polaridad femenina es más sensual, invitativa, fluida y suave. El punto científico de
todo esto se encuentra en las diferencias cerebrales de las partes encargadas de la
sexualidad entre hombres y mujeres, donde se aprecian 2 tendencias polares, que en
funcionamiento mutuo componen un balance; la danza entre el masculino y el femenino,
entre Shiva y Shakti.
Así pues, el hombre y la mujer tienen diferentes desafíos sexuales. El hombre tiene que
lidiar más directamente con la lujuria, debido a su tendencia instintiva de maximizar
copulaciones. Y la mujer ha de lidiar más con una contracción sexual que la lleva a reprimir
su expresión sensual por miedo a ser considerada demasiado provocadora. Ambos, mujer y
hombre, lidian con 2 extremos de la polaridad sexual.
Está claro que, en cuanto a hombre y mujer, lo anterior tiene sus matices, pues depende de
la energía polar desde la que se muevan ciertos hombres y ciertas mujeres. Hay mujeres

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con una energía más masculina, y hay hombres con una energía más femenina. Pero sí hay
una tendencia de género hacia uno de los lados de la polaridad. El hombre tiende al
masculino y la mujer tiende al femenino. Es un dinamismo complementario que, más allá de
las concepciones socio-culturales, resulta evidente, natural y anhelado en el corazón del ser
humano.
Si la lujuria llega a ser trascendida por una comprensión superior de la energía sexual,
entonces se transformará en su potencial: pasión vital.

La pereza es la ausencia de proactividad. Se dice que Belfegor (el demonio regente de la


pereza), tienta a las personas a través de la procrastinación y la comodidad excesiva. Esto
puede ser visto como el mecanismo de esta patología: la creencia de que las cosas mejores
están en un momento siguiente que llegará solito, sin disposición ni acción de nuestra parte,
mientras estamos en nuestra zona cómoda. La zona cómoda no necesariamente es una
zona donde no haya incomodidad como tal. Más bien se refiere a una zona en la que nos
hemos establecido, independiente si es placentera o no. Es una zona/conducta en la que,
por hábitos y costumbres, repetimos las mismas acciones/pensamientos, lo cual, a su vez,
hace que se vuelvan cada vez más fáciles de repetir. Se perpetúa una manera de actuar y
pensar que se va arraigando cada vez más.
Hay unos hábitos que están tallados en arena; son fáciles de borrar por cualquier oleaje o
ventisca. Hay otros hábitos que están tallados en madera; no son tan fáciles de desdibujar.
Y existen hábitos tallados en piedra; costumbres fuertemente arraigadas en la mente. En la
medida en la que las costumbres estén arraigadas, en esa medida será el grado de
establecimiento de la zona cómoda y su dificultad para superarla. Pero la “dificultad” aquí es
ambigua: Si parte de tu zona cómoda consiste en ver las cosas como “difíciles”, o que
impliquen mucho esfuerzo, entonces tu dificultad radicará en dejar de ver las cosas como
“difíciles”; la ruptura de tu zona cómoda implicaría encontrar una manera menos esforzada
de vivir. Si una concepción insana de esfuerzo está parasitando la mente, entonces el
esfuerzo por eliminar el esfuerzo solo lo alimentará más. Debe abordarse desde una
disposición totalmente diferente: un estado de rendición o profunda aceptación, de lo
contrario no habría ruptura auténtica del patrón basado en el esfuerzo. Hay que diferenciar
la aceptación y rendición profunda de la resignación. Mientras que la aceptación y la
rendición hacen referencia a comulgar con la realidad (reconocer y asumir lo que es sin
generar resistencia, oposición ni conflicto interior), la resignación, en cambio, es un
mecanismo de defensa para justificar la propia pasividad e ineptitud; el alimento de la
pereza.
Quien padece esta patología ha de cuestionar directamente su motivación, pues la pereza
no necesariamente surge por falta de acción, sino también por falta de sentido o propósito
en lo que se hace. Puede que tu desánimo en ciertas áreas sea una señal de que tus
quehaceres y tú dejaron de estar en sintonía; que tus labores ya no estén alineadas con tus
convicciones más profundas, con tu sentido de acción auténtico. O por el contrario puede
que sí, que lo que haces resuene contigo, que te apasione y te expanda el corazón, pero

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que aún así la pereza sigue estando. En ese caso sí es cuestión de cultivar una
determinación sostenida, concentración y disciplina; repetición perseverante.
La pereza es la ausencia de proactividad, pero la proactividad no es hacer demasiado. Es
más cuestión de calidad que de cantidad. No importa si haces mucho y terminas drenado,
descentrado y enfermo. No se trata de obsesionarnos con la productividad. La productividad
auténtica es aquella que abarca sobre todo la propia paz y plenitud. Si un tipo de
“productividad” sacrifica la paz, entonces no es una productividad integral; su vitalidad se
verá agotada pronto al no estar siendo nutrida por la vital fuente de la paz del Ser. Quizá
este tipo de productividad limitada abarque ciertas áreas eficientemente, pero excluye otras
áreas vitales; no es una productividad indivisa, sino fragmentada. Si descuidas tu cuerpo, tu
presencia, tu serenidad, los detalles que te rodean y tus amados, mientras estás ocupado
haciendo “cosas más importantes”, habrías perdido la integralidad de la acción consciente, y
tus acciones pasarían a ser parte de la inercia e hiperactividad que componen el continuo
afán del mundo, y perderías el potencial de la pereza: la tranquilidad.

Para que un pecado tiente, o resulte atractivo de “vivir”, debe resultar placentero de alguna
forma, de lo contrario no sería atractivo de ‘cometer’. Todos los pecados capitales que
mencionamos anteriormente causan placer de alguna forma. La ira te da cierto
empoderamiento que resulta adictivo. La Soberbia te da un sentido de superioridad que te
da placer. La envidia te da un placer indirecto proveniente de un sentido de especialidad, y a
su vez, provee un placer directo de sentirse envidiado. La avaricia te da el placer de un
sentido de pertenencia que te hace creer más valioso. La gula es el más directo en cuanto
al placer, pues recurre a muchas fuentes de agrados inmediatos. La lujuria te da
directamente un placer sexual. Y la pereza genera el placer de la zona de confort; la
postergación y la evitabilidad de la incomodidad.
Si un ser anhela liberarse de uno de estos padecimientos debe descubrir el placer detrás
que lo perpetúa, de lo contrario solo verá una cara de la moneda, mientras ignora la que lo
mantiene sujeto. Debe descubrir e identificar el ‘gusto’ detrás de su patología; el placer
detrás del dolor y el dolor detrás del placer. Solo entonces podrá reconocer los momentos
en los que él mismo alimenta su propia insanidad, cegado por el placer momentáneo de
pecar.

Toda búsqueda es la búsqueda de plenitud.

Decimos que los pecados son un fallo en el blanco llamado Plenitud, debido a que lo que
buscamos todos los seres humanos es sentirnos plenos y pecar hace que erremos en dicho
objetivo.

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Toda búsqueda humana es un intento de encontrar plenitud, sea que la busquemos en el
sitio preciso o no. Lo que buscamos es sentirnos bien. Realmente no buscamos lo que
creemos desear –como cierto objeto o cierto acontecimiento–, lo que realmente buscamos
es el sentir (sensación-emoción) que nos daría ese objeto o ese acontecimiento. El objeto y
el acontecimiento son simples medios para evocar un fin: un sentir agradable. Si antes de
conseguir lo que deseas supieras que eso no te generaría el sentir agradable que esperas
al conseguirlo, la búsqueda perdería su sentido, y probablemente dejarías de buscarlo. Si
estuvieras sediento y supieras que el líquido que tanto buscas no te saciará la sed, es
probable que dejes de buscarlo inmediatamente. Buscas, en primer lugar, saciar tu sed, y el
líquido es –o no–, el medio. Tal es el caso con tu mente. Tu mente está sedienta de plenitud.
Pero te inventas un montón de medios (deseos), con significados personales, sobre los
cuales pones la posibilidad de plenitud. Tal es el empeño en esos medios que te olvidas del
fin mismo, de la búsqueda original. Olvidas que lo que verdaderamente anhelas es la plena
realización, y te enredas en deseos efímeros que te llevan a búsquedas superficiales.
Confundes los medios con el fin y comienzas a pensar que la plenitud está en los medios
que tú mismo te inventas o que ya estaban inventados por alguien más. Esos medios
pueden darte placer, pero no plenitud, pues el placer que te dan suele estar ligado a los
significados que tú mismo les atribuyes, los cuales son relativos e inestables.
Si para mí no significa mucho ganar un Nobel, entonces no me sobre exaltaré si me lo gano.
Pero tampoco me deprimiré si no me lo gano. Es el significado personal el que le da
gravedad al acontecimiento. El hecho en sí es neutral; se presta para que hagas con él lo
que quieras en tu mente. Si decides dotarlo de importancia personal, cualquier resultado
será personal; te hará feliz y te hará infeliz, depende de su cumplimiento.

A la perpetuación de la búsqueda de medios para “ser feliz” se le ha llamado “ir por nuestros
sueños”. El punto oculto en esta propuesta radica en que la mayoría de “sueños” que tienen
los seres humanos no son auténticos, no nacen directamente de lo profundo de su ser.
¿Cómo iremos a saber qué es lo que verdaderamente anhelamos sin antes conocernos a
nosotros mismos? ¿No es el autoconocimiento la llave que revela lo que verdaderamente
anhelamos? Sin un autoconocimiento fortalecido puedes dar por hecho de que casi todos
–o todos– tus sueños son prestados, prefabricados por tu entorno, por las tendencias
colectivas y por las creencias conjuntas de estándares de plenitud. Lo revelador es que,
habiendo cientos de personas que han alcanzado muchos de los medios colectivos para ser
felices, aún así continúan sintiendo un desasosiego en el fondo, una ausencia de paz, lo
típico de “lo tengo todo pero no tengo nada”. Somos medianamente conscientes de las
innumerables personas de éxito que eventualmente salen a la luz diciendo que no son
realmente felices, que tienen problemas de depresión y ansiedad crónica. Pero no somos
del todo conscientes de dicha revelación. No somos conscientes de que es un mensaje para
la humanidad entera diciendo que los medios que buscan no necesariamente los llevarán al
fin que verdaderamente anhelan. Sin embargo, continuamos en esos caminos, aún cuando
hayan quienes ya cruzaron esa senda antes de nosotros y se devolvieran diciéndonos que

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no hay ningún tesoro significativo al final, y que tal vez deberíamos buscar –o dejar de
buscar–, en otra parte. Lo cierto también es que el ser humano es lo bastante curioso como
para negarse a ver por sí mismo lo que hay al final. Se adentra en esa búsqueda de esos
medios establecidos colectivamente y no para hasta encontrar el fin en dichos medios.
Muchas personas deben lograr el éxito profesional/social, para darse cuenta de que la paz y
la plenitud no radican allí. Puede que tú seas una de ellas y nadie es quién para detener tu
búsqueda; has de verlo por ti mismo. La trampa de esta búsqueda es que, una vez
alcanzados los medios, se generan más y más medios que prometen la realización. La
búsqueda nunca cesa. Nos volvemos adictos a buscar. Y cuando parece agotarse la
búsqueda, nos creamos otra búsqueda nueva, otra espera, otra expectativa de que algo
mejor vendrá en el momento siguiente. Pero nuestro grado de paz interior sigue estando en
el mismo punto de antes, incluso puede verse reducido en comparación con el principio. Es
común notar como muchos ascensos laborales soñados desembocan en una vida más
estresada y afanada. Puede ser que antes de conseguir subir ese peldaño económico
comieras más lento, disfrutando cada sabor. Ahora comes más rápido porque te va a coger
la tarde, apenas notando los sabores de la comida que te prepara tu empleada doméstica.
Quizá comas aceleradamente mientras ves el computador y el celular, mientras estás en
una reunión virtual. ¿Es esto concentración? No, es abducción.
El problema no es el ascenso ni asumir una mayor responsabilidad laboral/social. El punto
crítico es que no se había asumido una responsabilidad más esencial desde antes: La
responsabilidad sobre el propio bienestar integral, sobre la propia presencia. No se estaba
lo suficientemente fortalecido internamente como para asumir algo más, y a la llegada de
una nueva responsabilidad el foco se desplaza aún más hacia afuera, desviando la atención
sobre las tensiones que se van acumulando dentro. Eventualmente la tensión interna se
incrementa y comienza a manifestarse como un dolor físico. Acto seguido nos tomamos un
analgésico para bloquear la sensación de dolor y continuar en el mismo círculo vicioso. La
tensión continúa estando en el fondo, y la raíz del dolor prevalece, pero ahora no percibimos
lo que el cuerpo manifiesta, porque preferimos no sentir el dolor que descubrir su causa, la
cual apunta a la manera en la que vivimos; nuestra responsabilidad más preciada.

prESENCIA

Asumir la responsabilidad de la propia presencia implica mantenerse consciente de la


emanación del cuerpo (sensaciones y emociones), del flujo de los pensamientos y de la
consciencia que los observa. Es mantener el interior atendido mientras que se funciona en
el exterior. No volcar toda la atención fuera de sí. Siempre mantener una parte de la
atención dentro, notando lo que surge y se despierta con la presencia de ciertas personas y
ciertos acontecimientos, sin juzgar lo que sea que aparezca dentro, sin reaccionar. Es
despertar al testigo silencioso que vive en nuestro interior –y que somos–. En este gesto
sostenido de atestiguar con ecuanimidad, aparece un enraizamiento poderoso en el

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momento presente, debido a que solo se puede atestiguar desde el presente. Y si dicha
cualidad testiga prevalece, el testigo eventualmente comienza a atestiguarse a sí mismo. La
consciencia se realiza al ser consciente de sí misma. Se atiende a la atención. Se observa
al observador. Toda la energía trasladada hacia afuera retorna a su fuente, en un proceso
de retroalimentación ilimitado. En este punto se revela una verdad que los sabios
meditativos han compartido: no hay tal cosa como “afuera”. El mundo externo no existe por
sí mismo; es producto y parte de nuestro mundo interior. Es decir que el mundo exterior es
solo una parte de lo que somos. No estamos en el mundo. El mundo está en nosotros.
Lo que llamamos “el mundo” no es otra cosa que el conjunto de percepciones,
pensamientos y sensaciones, y todo ello está cobijado por una consciencia que lo nota. La
consciencia no está en el mundo. El mundo está en el campo de la consciencia. Cuando la
consciencia observa el mundo, ve una parte de sí misma. Las percepciones, pensamientos
y sensaciones, dejan de existir como fenómenos independientes y ajenos. Se descubre su
fuente. Como si descubrieramos que la imagen de la película del cine no existe por sí
misma, nace del proyector. La Consciencia proyecta esta película a la que llamamos
“mundo”.
La causa del malestar es el enredo en la película y la creencia de que es real. El intento en
vano de cambiar las imágenes proyectadas, en vez de ir a su fuente.
Cuando estás teniendo una pesadilla, es inútil lidiar con el monstruo cuando aún no sabes
que es irreal. Si piensas que es real, lo estás alimentando; le das existencia, le das lugar, le
das vida. Basta con despertar para que se acabe tal tortura. Pero la mayoría de veces nos
quedamos peleando con el monstruo desde su mismo nivel, perpetuando su aparente
existencia y reforzando la ilusión.
Es por ello que los iluminados no se toman del todo en serio el sufrimiento. Lo suelen
abordar con humor y jovialidad; comprenden que es solo un lente empañado que
distorsiona lo que es. Quienes tienen el lente desempañado no sufren. El sufrimiento es
fruto de la distorsión. El sufrimiento es hijo de lo falso. La plenitud es hija de la verdad. Para
dejar de sufrir hay que abandonar lo falso y abrazar lo verdadero, pues la libertad y la
verdad van de la mano. Es por ello que Jesús dijo: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os
hará libres.”. La libertad es realizar la verdad. No es pelear contra lo falso porque lo falso, al
no ser verdad, no existe. Solo el Ser es, y todo aquello que no es el Ser, simplemente no-es.

La presencia sostenida es la manera en la que se purifica el lente de la distorsión. Es la


manera en la que el Ser se mantiene conscientemente incorporado y se evitan fugas
drenantes… Permanecer aquí y ahora. Sin importar lo que pase, mi casa es el presente. No
vivo en el futuro ni en el pasado, no vivo de ficciones, y, sin embargo, disfruto la ficción, la
función del cine, la película de la vida humana; se goza, pero se reconoce su naturaleza
pasajera, su naturaleza ilusoria. El apego no tiene sentido.
El apEGO es al Ego, lo que la prESENCIA es a la Esencia. El verbo del ego es el apego y
el verbo de la esencia es la presencia. Vivir enredado en las formas –mentales y físicas–, es

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vivir desde el ego. Vivir plenamente presente, atendiendo la espontaneidad de la vida,
aceptando incondicionalmente lo que es, es vivir en la esencia misma de la vida.

La presencia puede entenderse como una estancia en un lugar determinado –Estar


presente en la oficina, estar presente en la casa, estar presente en el restaurante, etc. –.
También puede entenderse como una estancia en determinados sucesos –Estar presente
en la reunión, estar presente en el baile, estar presente en la graduación, etc. —. Y también
puede entenderse como la estancia en un punto específico del tiempo –Estar presente
mañana, estar presente el 10 de Marzo, estuvo presente hace 20 años, etc. —. La
presencia indica una estancia.
Entonces, la presencia implica un Ser presente, y a la vez, un estar, es tanto un sustantivo
como un verbo. Además es también un adjetivo, una cualidad, porque aunque se mencione
una estancia en cierto lugar, suceso o tiempo, el entendimiento no se completa hasta que se
haga énfasis en la presencia consciente. Es decir, que aunque el solo hecho de tú estar ya
implica una presencia, a la vez puedes estar ausente (absorto en tu mente). No es una
estancia completa, sino parcial. Es por ello que decir: estar-presente no necesariamente es
una redundancia, sino un énfasis en la cualidad de la presencia.
La presencia engloba entidad, acción y cualidad. Estar presente plenamente es abarcar en
la consciencia todo el despliegue de la existencia: Ser consciente de lo que soy, mientras
soy consciente de lo que hago, mientras soy consciente de que soy consciente –entidad,
acción y cualidad–. Esto es una presencia íntegra, una presencia plena.
Aunque para la mentalidad humana esto puede resultar extremadamente complejo, debido
a su entendimiento fraccional, y se pregunta “¡¿Y como atiendo todo eso a la vez?!”, la
presencia plena se realiza en un solo simple gesto: dándole atención a lo que es. Lo que es
contiene el despliegue completo de entidad, acción y cualidad. Entonces solo hace falta
establecerse firmemente en lo que es para realizar la plenitud de la presencia. Es la
aceptación total a lo que es. El final definitivo del conflicto interior; la paz interior. Permitir
que todo sea como es dentro de uno mismo, sin generar la más mínima resistencia ni
adversidad en la mente. Puedes no aceptar cosas o sucesos externos, pero si esa
no-aceptación externa se traslada hacia adentro, generando conflicto interior, entonces no
te aceptas a ti mismo; te enemistas con tu propio mundo interior, y en esa enemistad
contigo mismo comienzas a proyectar enemigos externos. La resistencia interior es la
causante de las guerras y conflictos exteriores.
Es decir que no tienes que aceptar todo lo que pasa en el mundo, pero si hay una
apropiación de lo que sucede desde el conflicto interior, entonces, por más que luches por
cambiar eso afuera, eres parte del problema. Si tus pensamientos nacen desde la
no-aceptación, si son pensamientos hijos de la adversidad y el conflicto, pensamientos que
te generan tensiones y ansiedades, entonces habrá una tortura interior que no sabrás
desligarla de los sucesos externos, y que, de hecho, responsabilizarás lo externo de tu
propia agonía generada por nada más que tu propia mentalidad. Si pierdes la paz desde

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adentro, nunca podrás darla afuera. Solo podemos dar lo que tenemos. Si no hay paz
dentro de ti, sino conflicto y adversidad, ¿qué podrías dar sino lo que hay?

Lo paradójico de esto es que una vez que se acepta el mundo interior tal como es; una vez
que se es ecuánime y no se reacciona a ningún pensamiento o emoción, entonces,
progresivamente se comienza a dejar de reaccionar al mundo exterior. La aceptación
interior se convierte en aceptación exterior. No es que se comience a estar de acuerdo o a
promover todo lo que sucede en el mundo, pero ya no se juzga como algo que no debería
de estar pasando. Se acepta lo que es. Esto tampoco implica una inmovilidad ante lo que
pasa en el mundo. Se pueden seguir en campañas y movimientos que apuntan a un
cambio, pero sería debido a que quienes ahora intentan transformar lo que sucede se han
transformado a sí mismos antes; han realizado la paz interior y ahora anhelan compartirla.

Quienes realizan la paz interior comienzan a ver el mundo exterior como parte de sí
mismos. La percepción dividida entre el afuera y el adentro comienza a difuminarse. La
aceptación pacífica interior se extiende al exterior, unificándolo en una sola consciencia de
lo que es. Es por ello que muchos sabios y maestros meditativos han dicho que lo que
nosotros llamamos “el mundo”, está adentro, no afuera. La percepción purificada hace ver al
mundo como parte de lo que somos. Mientras que la percepción nublada nos hace ver a
nosotros como parte del mundo. La diferencia es abismal. Desde la convencional
percepción contaminada por la división, el mundo es un gran lugar establecido en el que
nosotros aparecemos y desaparecemos diminutamente. Mientras que desde la visión
iluminada, el mundo es un fenómeno efímero que aparece y desaparece dentro de la
consciencia; el mundo aparece y desaparece dentro de nosotros. El necio se ve en el
mundo. El sabio ve al mundo dentro de sí mismo.
Lo anterior tiene una explicación sorprendentemente racional, a la cual hicimos alusión más
atrás en el texto, cuando mencionamos la naturaleza de la percepción. Y es que, si lo
observamos objetivamente, todo lo que llamamos “mundo” es solo nuestra percepción. Sólo
percibimos percepciones. Cada objeto y cada persona, percibida, es percepción. Todo lo
que se pueda nombrar en el mundo, incluyendo el mundo, es percepción. El mundo es
percepción. Entonces el sabio ve la percepción en el punto en el que nace, dentro de sí
mismo. El sabio ve al mundo nacer de sí mismo. El sabio se ve como la fuente de todo lo
que existe. Y si todo lo que existe depende de su fuente, entonces la existencia tiene una
naturaleza relativa y parcial. Solo la fuente es verdad. Solo la fuente existe. Sólo él existe. El
mundo es una ilusión.
Tanto lo interno como lo externo (percepción), responden a una existencia fenomenológica,
ilusoria, ¿quién querría resistirse y generar conflicto sobre una base ilusoria? Solo aquel
que confunde la ilusión con la verdad, aquel que tiene una percepción nublada.
La percepción nublada es la falta de presencia plena.

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La falta de la presencia es el estado de ser desintegrado: la ausencia; un estado de
abducción e identificación con los pensamientos que lleva a la inhibición de la atención. No
hay peor monstruo imaginario que el yo que se fortalece cada vez que estamos ausentes,
absortos en nuestras mentes.
El sentido de ser se fragmenta en múltiples entidades psicológicas. Un montón de yoes
aparecen, uno para cada persona, lugar y contexto que se presenta. Tu madre te despierta
un yo. Tus amigos te despiertan otro yo. Tu jefe te despierta a otro yo. Tienes un repertorio
de yoes que salen constante y compulsivamente, sin que te des cuenta. De hecho, no es
que tú los tengas a ellos. Ellos te tienen a ti. Eres gobernado por las entidades psicológicas
que tomas por ti mismo. Puede ser que al leer esto una parte de ti lo niegue y diga “¡Yo
siempre soy yo mismo!”, pero es precisamente eso a lo que apunta la compulsión y la
inercia de esos yoes, a una falta de consciencia de ellos. Aparecen tan rápido que te
identificas inmediatamente con ellos. Crees ser la voz en tu cabeza, y pasas a defenderla,
justificarla, imponerla, decorarla, disimularla… Y esa voz parece tener diferentes
representaciones. A veces parece que hay un alegato interior entre 2 o más voces. Una dice
una cosa y la otra dice lo contrario. Es una dicotomía interior donde parece que se quieren
dos cosas a la vez. La voz en la cabeza muta constantemente, y cada una de esas
mutaciones es un yo que repercute en la conducta; el tono de voz, la actitud, etc.
Quizá notes que cada persona o suceso te despierta una línea de conversación en tu
cabeza. La identificación con esas líneas de conversación son las entidades psicológicas
que hacen que te comportes de una u otra manera con personas diferentes sin ser
consciente de tu verdadero Ser. Es la perdición en la inercia en cada uno de los yoes. Por lo
tanto, la actuación de alguien dominado por un yo-mental, huele a falsedad. Se puede
percibir una ausencia de paz en el fondo; pretenciosidad, inquietud, dependencia,
defensividad. Normalmente notamos esa falsedad en las demás personas, pero
rápidamente dejamos de verla porque entramos en ese mismo juego de máscaras y
antifaces. Cuando todos son falsos, nadie se da cuenta de la falsedad de nadie, porque es
el común denominador, es lo “normal”. Solo hay juicios entre máscaras. Máscaras
compitiendo entre sí; personajes bien montados que no se dan cuenta de los actores detrás
del drama. Esta es la ausencia.

La ausencia implica una identificación con los pensamientos. Suelen ser diálogos internos
repletos de drama, conflicto y escenarios adversos. Si la identificación con estos
pensamientos es lo suficientemente intensa, aparece el miedo y sus derivados: el rencor,
los celos, la angustia, la división en bandos, etc.
El apego implica un miedo. Si quieres saber a qué estás apegado observa qué tienes miedo
de perder.
En las reuniones convencionales, donde todos asisten enmascarados, el miedo es un
protagonista recurrente en medio de las conversaciones. Las conversaciones suelen traer
temas trágicos como accidentes, catástrofes, asesinatos, posibles crisis venideras, etc. Pero
no vienen con el fin de informar inocentemente, sino que parecería haber un gusto oculto

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detrás de dichas conversaciones; un morbo que se alimenta con los temas que aceleran el
corazón y ponen la piel de gallina. Los medios de comunicación saben muy bien que lo que
más vende es el amarillismo y aquello que infunde miedo y escándalo.
En las reuniones enmascaradas –de seres que no son conscientes de la esencia detrás del
personaje–, hay una inercia grupal que absorbe la serenidad, la pausa y la escucha
auténtica. Todo parece acelerarse en las reuniones sociales, habiendo una ansiedad de
fondo que se disimula con gesticulaciones, ruido, comida, alcohol y música a todo volumen.
Apenas nadie nota el drama desde afuera, porque casi siempre todos están inmersos en él,
o abatidos en el ensimismamiento. Pero si uno solo llega a quitarse la máscara y comienza
a salirse de la inercia grupal, inmediatamente comenzaría a destacar. Los demás
comenzarían a notar su poca reactividad y comenzarían a sentirse incómodos en su
presencia. Pues si todos están enmascarados, no hay problema, pero si uno solo se quita la
máscara, hará notar la falsedad del resto, por contraste. Es probable que quien se quite la
máscara saliéndose de la inercia y compulsividad grupal, comience a ser objeto de burla o
rechazo, o que simplemente lo hagan a un lado. Cuando aquellos con gesticulaciones y
conductas forzadas y ansiosas se encuentran con la mirada serena de alguien ecuánime,
presente y verdaderamente receptivo, se sienten amenazados. Sienten amenazada la
perpetuación de sus personajes. Pues la presencia plena arrasa con la ausencia de
plenitud, para sí mismo y para todos. Y si hay seres apegados a la ausencia de plenitud,
entonces verán la presencia plena como una amenaza.
La presencia erradica el miedo, debido a que el miedo es mayoritariamente mental, sujeto al
tiempo psicológico –que crea una identidad basada en la historia personal (pasado)–. Y al
erradicarse el miedo, aparece el amor cuya naturaleza es la sabia confianza.

Todas las técnicas y métodos espirituales tienen como función avivar la presencia; hacer al
practicante más consciente de su Ser y su estar.
Las prácticas del Yoga, del Tai-Chi, del Tantra, y todas las demás prácticas trascendentes
tienen como esencia el desenredo de la mente; el centramiento de la energía y la
acentuación de la atención en el momento presente. Si la práctica no conduce a un estado
de plena presencia, está siendo inútil.
La presencia plena es entendida en occidente como Mindfulness, y ya hay toda una amplia
investigación científica sobre los sus beneficios en el bienestar del ser humano. Pero no
solo se reduce a beneficiar la calidad de vida del practicante, sino que aumenta la
profundidad de su sentido de ser, manifestando una mayor conexión con la naturaleza, las
demás personas y la vida misma. Es por ello que el practicante de mindfulness suele
comenzar a tomar una orientación mística; comienza a intuir ser algo más que su
mentalidad y su cuerpo físico.
¿Cómo un gesto tan simple como vivir en el momento presente conscientemente puede ser
la causa de un sentido espiritual? Es debido a que la esencia de la espiritualidad es simple:
vivir conscientemente; trascender los padecimientos del alma, las enfermedades colectivas.

39
III

Las 4 enfermedades colectivas.

Existen padecimientos que no se necesitan diagnosticar psiquiátricamente para notarse en


casi todas las personas. Nos consideramos muy cuerdos, pero a ojos de un ser iluminado,
estamos locos. ¿Qué ser en su plena cordura se afligiría una y otra vez con sus propios
pensamientos? ¿Qué ser totalmente cuerdo se complicaría tanto la existencia con sus
propios dramas mentales? ¿Qué ser cuerdo se envenenaría a sí mismo con el rencor o el
orgullo? Todos tenemos locura en alguna medida. Todos podemos ser fácilmente
diagnosticados de muchas maneras si la vara no estuviera tan baja. Sobre todo, podemos
ser diagnosticados con 4 de las principales enfermedades mentales que azotan al ser
humano:
1. Ansiedad: Si no eres capaz de quedarte sentado sin hacer nada con tu cuerpo ni
con tu mente, porque inmediatamente aparece un desespero, entonces tienes
ansiedad. En mayor o menor medida, todos sentimos ansiedad y reaccionamos
desesperadamente haciendo o pensando cualquier cosa para intentar llenar el vacío.
2. Estrés severo: El afán de la rutina, sumado al esfuerzo de intentar controlar lo que
pasa y a la presión autoimpuesta, nos hace vivir en periodos de tensión prolongados
que desembocan en una sensación de fatiga y un desgaste constante.
3. Déficit de atención: Si no somos capaces de darle atención a nuestra respiración
por 5 minutos consecutivos, ¿esto no sería un déficit de atención? La dispersión
reina en la mente del ser humano, y la concentración hacia lo sutil es deficiente.
4. Depresión: En el fondo sentimos un desasosiego y un sinsentido que notamos cada
que miramos hacia adentro y nos sensibilizamos lo suficiente. La mayoría de la
gente guarda una tristeza profunda que encubre con un rostro sonriente o con
placeres externos.

Quizá estas 4 enfermedades colectivas sean el producto de una quinta enfermedad


adicional:
5. Alzheimer: Porque olvidamos quienes somos. Olvidamos nuestra naturaleza
esencial. Olvidamos nuestra inocencia prístina. Olvidamos el gozo injustificado.
Olvidamos la valía intrínseca de Ser. Olvidamos el regalo de la vida presente.
Olvidamos nuestra fuente. Nos olvidamos de nuestro hogar.

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Las enfermedades en general se han asociado a desórdenes energéticos o espirituales a lo
largo de la historia. Los chamanes y curanderos de las antiguas tribus, sabían esto, y por
ello, procuraban inducir a los enfermos en estados de consciencia alterados con la ayuda de
plantas o prácticas meditativas profundas, para sanar la enfermedad desde la raíz. Sin
embargo, con el auge de las industrias farmacológicas se cree que la enfermedad física es
independiente a los estados no-físicos (psicológicos-emocionales). Es por esto que la
medicina moderna convencional apunta a curar solo la disfunción física, sin darle la
importancia necesaria a la disfunción no-física, la cual suele ser la principal causa. Es como
intentar sanar el síntoma de la enfermedad, pero no aquello que la origina. Se emplean un
montón de medicamentos, tratamientos farmacológicos y drogas psiquiátricas para curar las
enfermedades, pero el factor determinante se encuentra en un nivel más profundo, dentro
del mundo interior de quien lo padece.
Miles de testimonios abundan de personas de todo el mundo sobre los padecimientos
físicos y psicológicos que desaparecieron frente a algún tipo de ‘corrección’ de sus
creencias, una especie de ordenamiento en su manera de entender las cosas y su visión del
mundo; desde tumores hasta problemas psiquiátricos graves, totalmente sanados. Desde
alergias hasta enfermedades autoinmunes. Desde una simple gripe hasta un cáncer con
metástasis. Incluso, en algunos casos, regeneraciones celulares óseas inexplicables que
desconciertan a los médicos tradicionales cuyos labios tiemblan al pronunciar la palabra
“milagro”.
Terapias de hipnósis, constelaciones familiares profundas, ingestas de plantas chamánicas
psicodélicas, o simplemente derribar una creencia, son causa de una respuesta corporal en
coherencia a esa nueva manera de habitar-se. Las investigaciones científicas han llegado a
aceptar que hasta un 70% de las enfermedades tienen relación con factores mentales y
emocionales, pero es solo cuestión de tiempo de que, a medida que las evidencias avancen
y la cerrazón de la medicina tradicional y la ciencia materialista se disuelva, se pueda llegar
a aceptar que todas o casi todas las enfermedades son producidas por una mentalidad que
alberga creencias inconscientes que entorpecen el el flujo de energía vital en el cuerpo que
mantiene activo el sorprendente potencial del sistema inmunológico. El fenómeno del
placebo nos muestra claramente esta posibilidad, la determinante injerencia de la mente
sobre el cuerpo.
Así como se ha comprobado que alguien se puede literalmente emborrachar tomando
vodka sin alcohol (sin saberlo), o alguien se puede enfermar pensando que comió algo que
estaba caducado (cuando realmente no lo estaba), así también se evidencia, en pruebas y
experimentos, que alguien puede llegar a mostrar síntomas de mejora sobre alguna
enfermedad al tomar una píldora inocua pensando que era una medicina potente. Los
pensamientos/creencias de un tipo u otro transportan emociones que tienen un efecto
visible en la materia. Tal como se ha demostrado en múltiples experimentos con moléculas
de agua que son expuestas a intenciones positivas de amor y bienestar de seres humanos,
cambian y se modifican, formándose cristales hermosos en su estructura.

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Éstas son sólo algunas pruebas evidentes del poder que el mundo invisible interior del ser
humano tiene sobre el mundo exterior y físico, no solo sobre su propio cuerpo, sino sobre el
ambiente que lo rodea, sobre el mundo.

En lo personal, algunas veces siento que intentar demostrar que lo que comúnmente
llamamos “mundo energético”, es de hecho la causa de todo lo que conocemos como
“mundo real” (materia), es como intentar hacer consciente a alguien de su propia nariz. Es
algo tan evidente, tan tangible y experiencial que se nos escapa, tal como pasa con su
propia nariz, la cual está siempre en su rango de visión, pero la obvia y deja de ser
consciente de ella. Basta con que desvié levemente su atención de lo que está más lejos,
para darse cuenta de que está allí, tan cerca como sus propios ojos.

En el país donde nací se tiene una creencia muy común sobre el frío, una creencia que por
lo que veo, también se encuentra en otros países, quizá no con la misma preponderancia.
Se piensa que el frío enferma. Por otro lado, me sorprende el auge de las terapias de
inmersión en hielo que han sido una potente alternativa a la medicina farmacológica
corriente. El frío puede enfermar… o puede sanar. Lo que determina el cumplimiento de una
de las dos opciones es la disposición interna que se tiene frente al frío la cual responde en
gran parte a la creencia sobre él. Es exactamente lo mismo que sucede con casi todo lo que
creemos que enferma (o cura). La creencia tiene una gran influencia.

Entiendo el poder de las creencias, pero hay cosas que, por más que se crea en lo
contrario, siguen siendo tal como son, como por ejemplo la gravedad, aunque crea que no
existe, me sigue afectando. O por más que crea que el fuego no me quema, lo continuará
haciendo.

Así es, las creencias cumplen un papel importante en el mundo físico, afectan nuestro
cuerpo y más allá de él, sin embargo, es cierto que no constituyen un factor total en la
afectación de lo que Es, de hecho, no constituyen nada frente a lo que Es; no lo afectan, ni
modifican, ni alteran. Lo que Es es intocable, independiente de todas las creencias que se
puedan tener. Como lo expusimos anteriormente, ninguna creencia es la verdad, debido a
que ninguna idea ni pensamiento puede encerrar la verdad. Y aunque el cuerpo responde a
los movimientos mentales, ninguno de sus movimientos es absoluto.
La creencia tiene una afectación en lo aparente, en aquello en lo que el hinduismo se
conoce como Maya, la ilusión, pero no afecta aquello que Es; lo absoluto.
Todo lo que se mueve, cambia, y todo lo que cambia es efímero. Nada efímero puede ser lo
absoluto, puesto que lo absoluto ha de ser eterno, una constante, no una variable. Lo
absoluto está más allá del movimiento. Nuestra concepción del movimiento depende por
completo del mundo sensorial conocido, el mundo de la tridimensionalidad:
altura-anchura-profundidad. Puesto que todo en el mundo sensorial está en movimiento

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(atómicamente), los sabios e iluminados suelen equiparar lo absoluto más con la quietud
que con el movimiento, para diferenciar lo absoluto de este mundo relativo. Hacen esta
disociación a través del énfasis de lo ‘contrario’ a todo aquello que parece ser una constante
en el mundo sensorial: la “nada”, o el vacío.
La nada no se puede percibir con los sentidos, puesto que estos son activados
necesariamente por un estímulo; el sentido del gusto es activado por el sabor. El sentido de
la escucha es activado por el sonido. El sentido del olfato es activado por el olor, etc. Sin
embargo, de cierta manera, podemos “percibir” la nada con los sentidos, aunque es más
correcto decir “ser conscientes”, debido a que no es posible percibir sensorialmente la
ausencia porque la percepción implica un ‘algo’ percibido. Al ser conscientes de la Nada o
del Vacío, no se activa ningún sentido como tal, quedando solo la consciencia
extrasensorial. Entonces se es sobre todo consciente del silencio sobre los sonidos, del
espacio sobre los objetos, de la quietud sobre el movimiento, de la ausencia de sabores,
olores y sensaciones físicas, no obstante, esta consciencia extrasensorial potencia e
intensifica los sentidos, volviéndolos más agudos.
En sí, lo absoluto va más allá de estas dualidades –nada-algo–, pero la disociación a través
del énfasis de lo contrario a lo conocido –algo–, sirve para tener un atisbo de que lo
absoluto va más allá de este mundo; es independiente del mundo conocido, lo trasciende.

Hemos de hacer una diferenciación entre lo que llamamos “el mundo” y lo que es. Si el
mundo es o no, es una posibilidad que hemos desafiado a lo largo de todo el texto. Es clave
cuestionarnos esto… Mira por tus propios medios si el mundo es realmente algo objetivo, o
si es una subjetividad compartida.
Normalmente pensamos que el mundo es la realidad, y siendo así, la realidad no
necesariamente es la Verdad; la “realidad” no es real. El mundo es una realidad parcial. La
realidad absoluta (lo que es), va más allá de este mundo.

Aquello que sí recibe una total influencia de parte de las creencias es el mundo, porque de
hecho el mundo en sí es una creencia. El mundo es un constructo psicológico-sensorial. Si
creemos lo suficientemente fuerte en algo, podemos comenzar a percibirlo con los sentidos.
A esto se le llama delirio, y todas las personas tienen delirios, los fomentan, los comparten,
los extienden, los imponen, se pelean por ellos, los ocultan, los muestran, los establecen
como “verdades”, los enseñan a sus hijos, los ponen en canciones, crean mitos a partir de
ellos; culturas, religiones, leyendas y doctrinas… La civilización misma puede ser un delirio
y sus manifestaciones más extremas son lo que conocemos como: racismo, nacionalismo,
machismo, y una lista larga de “ismos”. Si crees lo suficiente en algo, alucinarás; lo verás,
olerás, escucharás y sentirás.
Se ha demostrado que si alguien tiene ‘fuertes’ complejos sociales, los proyectará en sus
interacciones con los demás; verá signos de hostilidad donde no los hay, oirá palabras que
nunca se dijeron, y todo su sistema perceptual responderá a sus creencias/complejos,
reforzando su creencia. ¿Qué complejos tienes tú frente a todo? Podemos segmentar ese

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“todo” en 3 áreas de la experiencia de vida humana que más adelante observaremos: El
dinero, las relaciones interpersonales y la soledad.
Las creencias requieren alimento para su supervivencia. Las creencias más arraigadas son
aquellas a las que se le ha dado más alimento. Las creencias menos arraigadas son
conjuntos de pensamientos que apenas comienzan a coagularse. En la medida en que los
pensamientos se coagulen más y más, la creencia se arraiga más y más. Cuando muchos
pensamientos se han coagulado, formando una creencia arraigada, es cuando el enorme
coágulo, comienza a actuar como una entidad, puesto que ha tomado una forma psíquica lo
suficientemente compleja y reforzada; se ha energizado lo suficiente como para tener “vida
propia”... Entonces, reclamará alimento. Buscará motivos para sustentar su existencia; a
través de los sentidos y los pensamientos, inventando razones que la validen/alimenten. Si
alguien tiene una creencia arraigada de no ser amado, entonces, los actos más simples de
los demás pueden volverse rectificaciones de su creencia. Un simple comentario de alguien
puede corroborar que nadie lo ama, que no es digno de amor. El mismo comentario en el
mismo contexto puede no ser interpretado de la misma manera por otra persona que no
tenga esa creencia –al menos no tan arraigada–. Pero, frente al mismo estímulo, quien
tenga esa creencia, sentirá con fuerza la herida de rechazo, que no es más que una
creencia arraigada que ha recibido su alimento: el dolor, que hace parecer real lo que en sí
es imaginario, un delirio.
Esa herida/creencia, puede ser despertada por un comentario ‘no buscado’, o puede estar
despierta desde antes, y comenzar una búsqueda de lo que la refuerza, una especie de
masoquismo emocional. En cualquiera de los 2 casos, el dolor causado por una creencia es
potencial alimento para la misma creencia que sigue generando el dolor. Es un ciclo
retroalimentativo de dolor. Mi maestro le ha llamado a este fenómeno Cuerpo Del Dolor. La
necesidad de drama; de conflicto, de enemigos y bandos, de divisiones, injusticias e
indignación es todo causado por el Cuerpo Del Dolor en su búsqueda de alimento. Es como
un parásito que comenzó siendo un pensamiento, que posteriormente se coaguló con más
pensamientos de su misma vibra, hasta convertirse en una creencia arraigada que
comienza a tomar suficiente peso emocional como para distorsionar los sentidos y buscar
alimento a través de lo que percibe-alucina, creando un mundo entero que corrobora su
“veracidad” y prolonga su existencia.
Todo el sufrimiento es causado por el delirio. Toda la desdicha del ser humano es efecto de
creencias arraigadas. El sufrimiento es una desarmonía psicológica. No es real. Aunque los
sentidos respondan con dolor, y el mundo entero se mueva desde ese dolor, es solo una
distorsión de lo que es, una ilusión.

Entiendo que cada persona experimenta su propio mundo, pero ¿no hay un mundo en
común para todos?

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En un sentido práctico podemos afirmar que todos estamos en el mismo mundo y terminar
la discusión, pero eso no es del todo cierto. Es más correcto afirmar que el mundo está en
nosotros, pero aún más correcto afirmar que no hay un “nosotros”, en plural, sino un solo
Ser, un fundamento esencial que contiene al universo entero. “El mundo está en el Ser”. El
Ser, Uno, está soñando que es muchos; su sueño es el fraccionamiento de la unidad. al
despertar, ya no hay fracciones. Solo el Uno.
Aún así, hemos de reconocer el sentido práctico de hablar sobre este aparente mundo que
compartimos: Fenómenos como la gravedad, la luz, la temperatura y demás, nos afectan a
todos, creyentes y no creyentes. Aunque cada persona proyecte su propio mundo, y cada
ser proyecte su propia persona, hay unas bases del juego; las leyes naturales manifiestas
que operan con o sin nuestro consentimiento, con o sin nuestra modificación e
interpretación. Todo lo que pueda decir nombrando una de esas leyes puede ser incluso
sujeto a la ambigüedad. Incluso algo tan aparentemente universal y fácil de evidenciar cómo
la gravedad, puede ser interpretada y vista desde diversos ángulos. Pero no vamos a
profundizar mucho en esta relatividad, puesto que pasaremos a hablar desde el sentido
práctico del mundo que compartimos: sobre las principales realidades colectivas que
debemos de observar todos, sin excepción.
Visto desde la linealidad temporal, la vida humana parece ser una especie de
entrenamiento, o una universidad. En la medida en que se vive en consciencia, se va
refinando una comprensión, vamos aprendiendo cada vez más. Aprendemos a no cometer
los mismos actos que en algún momento vimos que no eran provechosos; nos volvemos
más y más sabios. También fortalecemos la ecuanimidad y la paz interior. Aprendizajes y
fortalecimientos, tal como en una universidad o un campo de entrenamiento. Esto es solo
cierto visto desde la linealidad temporal, la cual es una perspectiva parcial, puesto que visto
desde una visión atemporal e integrada en el absoluto, ya todo es lo que es, por lo tanto, no
se refina una comprensión en el tiempo, ni tampoco se fortalece nada con el pasar de los
años. Por el contrario, se conoce esa cualidad de comprensión que ya está completa y
realizada, así como se entra en contacto con esa fortaleza inamovible que no hace falta
construir, debido a que se encuentra aquí y ahora.
Miguel Ángel, el famoso escultor, recibió una pregunta luego de crear una de las esculturas
más icónicas y preciosas de la humanidad, el David… “¿Cómo pudiste haber creado una
escultura tan impresionante a partir de un simple bloque de mármol?” Miguel Ángel le
respondió que el David ya estaba en el bloque de mármol desde el principio; solo tuvo que
quitar el exceso de marmol para liberar la figura que estaba dentro.
La lucidez de la respuesta de Miguel Ángel expone la esencia perfecta ya realizada, dentro
de aquello que aún parece burdo y rudimentario. La esencia del diamante ya se encuentra
en el carbón. Desde esta visión, decir que el carbón se convierte en diamante es limitarlo a
su forma y condición actual. En cambio, decir que el carbón es el diamante es ver más allá
de su condición y forma, penetrar su apariencia y ver su esencia. Por su puesto que ver las
cosas de esta manera no implica un desconocimiento sobre la practicidad de verlo desde la
linealidad temporal. No vamos a ir a una joyería pretendiendo vender 1 kilo de carbón

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diciendo que son diamantes en esencia. Nada de esto, la comprensión de la profundidad de
las cosas conserva el entendimiento de su funcionamiento en un nivel más superficial. La
verdadera comprensión profunda mantiene enraizado a aquel que la realiza; no llegará
tarde a la reunión presidencial con la excusa de que el tiempo lineal es solo una percepción
y que realmente no existe el tiempo absoluto excepto como el eterno momento presente. Se
comprende que el mundo tiene un funcionamiento particular –aparente–, solo que no se
crea una identidad sustentada en dichas apariencias. El factor determinante de la
comprensión de lo parcial y lo absoluto es la identificación. Si se crea una identificación con
lo aparente, serás solo un efecto, víctima de lo transitorio. Si se crea una identificación con
lo esencial, serás siempre una causa, fuente y creador de la realidad, por lo tanto, asumirías
tu propia creación; te harías responsable de todo lo que te pasa, nunca culparías a nada ni
a nadie por ello. No te quejarías puesto que comprendes que todo es perfectamente
correspondiente. Maravillosamente, esta comprensión te empodera de maneras
inimaginables, pues además de conservar la energía que antes gastabas en culpar,
quejarte, juzgar y reclamar, también hace que el foco esté en ti mismo, en lo que tu puedes
mejorar, en aquello que visiblemente está a tu alcance de modificación. Si antes esperabas
que los demás hicieran o dejaran de hacer algo para poder sentirte tranquilo, ahora no lo
esperas y te ocupas en encontrar la manera en la que puedas estar tranquilo independiente
de lo que los demás hagan o dejen de hacer. Hay una mayor independencia del contexto,
una menor afectación/perturbación. Es precisamente esta visión y comprensión lo que
marca la diferencia entre un sabio y un necio. El sabio no espera que el mundo cambie para
sentirse pleno. Él comprende que la “plenitud” que depende de las circunstancias no es
verdadera plenitud. El necio, en cambio, siempre está esperando o intentando que las
circunstancias se acomoden para poder sentirse tranquilo, y al no conseguirlo
duraderamente, está siempre esperando e intentando, está remando en un bote atado al
muelle, siempre insatisfecho, sin avanzar verdaderamente.

IV

La triada vital: Las 3 asignaturas pendientes del ser humano.

La mayoría de los seres humanos creen que la vida es difícil. Puede ser que tú seas uno de
quienes tienen esa creencia. Pregúntate… ¿Para ti, la vida es difícil?

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Para haber respondido que es difícil, primero has tenido que dar por hecho que sabes qué
es la vida, y es esta creencia de “saber lo que es” la que hace que la percibas de manera
difícil.
Lo más probable es que no tengas idea de qué es la vida en sí, y en tu ignorancia atribuyes
la vida a una idea que confundes por ella.
¿Qué es la vida? Si piensas que es un entramado de acontecimientos que construyen una
historia personal, entonces con seguridad la vida te parecerá difícil. ¿Y si la vida es solo
este momento? Esta respiración. Este presente, simple de vivir cuando la historia personal
que da vueltas en la cabeza se detiene.
¿Responderías lo mismo al darte cuenta de que la vida es Justo ahora, era Justo ahora y
continuará siendo justo ahora? Con tu atención hacia la simplicidad del instante, ¿crees que
continuarías respondiendo que es difícil? Sin el drama psicológico de tu historia personal,
¿es difícil? Mírate en este momento, atiendete ahora mismo, y dime… ¿la vida está siendo
difícil en este instante? ¿Fuera de tu mente es difícil? Para definir si es fácil o difícil, tienes
que pensar, si no piensas, la vida simplemente es lo que es.
Quizá llegues a notar que sin las complicaciones de la mente, la vida no es lo que
normalmente llamamos “mi vida”. Lo que llamas así está casi siempre enajenado de este
momento. Tú llamas “mi vida” a la combinación de sucesos pasados interpretados desde tu
perspectiva personal. En ese caso, si la compulsión de cargar con pesos imaginarios se
termina, entonces la dificultad también.
La dificultad implica necesariamente un intento. Algo es difícil porque no se consigue o logra
fácilmente. Entonces, si todo el tiempo estás intentando conseguir algo de la vida, todo el
tiempo te parecerá un esfuerzo; casi siempre difícil.
El intento de conseguir algo de la vida implica un interés, y el interés implica deseo. ¿Qué
sucedería si esta cadena se rompiera? ¿Y si dejamos de intentar, de controlar todo el
tiempo, de esforzarnos por conseguir algo de la vida, de desear constantemente algo que
no está? ¿La vida seguiría siendo difícil? No, se alivianaría, fluiría más sin la interposición
de la mente, sin su constante resistencia.
Pregúntate: ¿Es difícil sentir lo que siento? No hay dificultad en ello porque si lo sientes, es
porque sucede, naturalmente. La dificultad aparece cuando la pregunta cambia a: ¿Es difícil
dejar de sentir lo que siento? En este caso hay un intento de modificar, y es allí donde
aparece la dificultad. Sin intento de modificación no hay dificultad. La vida te parecerá difícil
si piensas que se trata de controlar/modificar lo que sientes constantemente.

Entiendo que, aunque la dificultad de la vida no sea un hecho absoluto, sino una relatividad
de lo que se intenta, hay 3 componentes presentes en la experiencia de vida de todos los
seres humanos que casi siempre representan fuertes retos. Son los 3 factores por los
cuales la gente cree que sufre más y, al mismo tiempo, los 3 factores por los cuales más la
gente cree que es feliz. Entonces, el ser humano se ha empeñado en conquistar estos
aspectos de la experiencia de vida. Casi todas las canciones, películas, y demás obras de
arte, enfatizan en al menos uno de estos 3 aspectos. Casi todos los libros están dirigidos a

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estos 3 aspectos, ya sea para aprender a dominarlos, juzgarlos contextualmente, contar una
historia, o para dedicarles un poema: El dinero, las relaciones y la soledad.
En general, son aspectos con los cuales lidiamos todos los días. Son los deseos de los 3
estornudos (“salud, dinero y amor”). Todos los días implican dinero de una u otra forma.
Todos los días nos relacionamos con personas. Todos los días experimentamos momentos
de soledad.
Para muchos, estos 3 aspectos de la vida representan los mayores karmas, las mayores
afectaciones. En estos 3 aspectos se encuentran la mayor cantidad de miedos e
inseguridades, así como la mayor cantidad de ‘seguridad’, comodidad y sentido de éxito.
Desmenuzamos estos aspectos vitales y veremos que significan a profundidad.

Dinero

La mayoría de sociedades del mundo moderno se mueven bajo un sistema económico


llamado Capitalismo. Es decir, que todo gira en torno al capital. Aunque algunos países
puedan ser denominados como socialistas o comunistas, lo cierto es que también parecen
girar en torno al capital, tanto internamente como en su comercio internacional.
El hecho de que todo el funcionamiento social esté en pro de un símbolo de valor
denominado Capital, es algo que está tan instalado en la vida cotidiana que pocas veces lo
cuestionamos, ni tan siquiera lo vemos. Todos los carros que vemos moviéndose en las
calles, todos las oficinas en los miles de edificios de una ciudad, cada rugido de un motor,
cada estruendo común del metal de la industria sonando en las calles, las personas que se
acercan a ti en un semáforo intentando venderte dulces, las propagandas y comerciales de
televisión, las vallas en los postes del barrio… giran en torno al capital. Casi todos los
movimientos que una persona corriente hace en el día están dirigidos a aumentar directa o
indirectamente el sistema, a aumentar el capital con sus horas de trabajo, y a seguirlo
alimentando con sus horas de ocio y descanso. Las grandes empresas se alimentan de él,
se construyen edificaciones enormes gracias a él, todo en pro de ‘incrementar el beneficio’,
‘aumentar las ganancias’... El sistema económico puede ser fácilmente equiparado con el
sistema religioso. Para el capitalismo el dinero es Dios, todo gira en torno a él y es él quien
determina el grado de viabilidad de las cosas. Ambas, la religión y el capitalismo creen en la
existencia de algo invisible, la religión lo nombra de muchas maneras –deidades–, mientras
que el capitalismo lo nombra ‘dinero’, el cual es también invisible, pues lo que valida el
dinero no es el material de su elaboración; el papel o el metal son solo medios que
transportan una idea de valor encapsulada en billetes y monedas. El dinero es una idea,
puesto que si se decide que unos billetes con ciertos números seriales son inválidos, estos
pierden su función dentro del sistema; se les remueve la idea de valor que contenían.
Si la religión tiene sus creyentes y seguidores, el dinero también tiene sus creyentes y
seguidores. Si la religión tiene sus sacerdotes, el capitalismo tiene sus banqueros. Si la
religión tiene sus educadores y misioneros, el capitalismo tiene sus economistas docentes y

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representantes de venta directa. El dinero es la religión con más adeptos en el mundo,
incluso hasta las demás religiones le rinden homenaje, recurriendo a él para izar sus
templos de oro y perpetuar sus credos.
Si Dios es el capital, quienes más tienen dinero son quienes más cerca están de la
‘divinidad’, es por ello que las personas con mucho dinero son endiosadas dentro del
sistema capitalista. El dinero es percibido como causa de libertad, entonces quien alcanza
la libertad financiera alcanza el reino de Dios.

Todos los días lo cargas en la cartera o en el bolsillo, y es una de las 3 mejores


herramientas de autoconocimiento que existen, junto con las relaciones y la soledad.
Todas las emociones y pensamientos que te despierta la simple palabra “plata”, y todo lo
que implica en tu vida: ganancias, pérdidas, respeto, responsabilidad, éxito, poder,
merecimiento, sueños… Todo ello es puro autoconocimiento en potencia.
Cada vez que pagas las cuentas, los impuestos, una multa, ¿qué sensaciones aparecen?
Cada que te llega el salario, ¿qué sientes? Cada que hay una ganancia o una pérdida
súbita, cada que pierdes un objeto comprado con mucho dinero, cada que se suben los
precios o que hay una buena oferta… Todo ello repercute en el mundo interior de maneras
sorprendentemente constantes; todos o casi todos los días te exploras a ti mismo a través
de ese símbolo de valor colectivo. Puedes amarlo u odiarlo, puedes demonizarlo u
obsesionarte con él –o ambas a la vez–, el dinero continuará siendo un gran espejo que
reflejará los complejos más profundos de tu mente. Sugiero que hagas del dinero una
herramienta para concientizar la mente, ese es su verdadero valor.

¿El dinero es abundancia?

No necesariamente. El dinero suele ser una representación externa del valor que generas
en las personas. Las personas te dan dinero porque les aportas algo que consideran
valioso, ya sea un producto o un servicio que les resulte útil. Si te inventas un aparato
tecnológico que sea de utilidad para muchas personas, entonces recibirás una recompensa
por ello. Si generas mucho ‘valor’, te responderán dándote mucho ‘valor’. El dinero es una
representación del mérito. Aún así hay una ambigüedad en esto, puesto que no aplica para
quienes heredan fortunas o ganan loterías (al menos no aparentemente). Pero además, la
mayor ambigüedad está en la concepción misma del valor.
Se puede ser millonario siendo narcotraficante, o vendiendo armas a bandas criminales, o
inventando misiles de destrucción masiva, o participando en corrupción política, o de
muchas maneras más consideradas inmorales… en estos casos ¿hay mérito? ¿Se ha
generado un valor auténtico? Si la respuesta fuera un ‘sí’, el valor generado ha sido a costa
de mucho; el precio a pagar ha sido muy alto, tal vez más alto que el precio recibido.
La ambigüedad de la concepción de valor no termina ahí, sino que se extiende más allá,
tomando matices menos extremos que los mencionados. ¿Hay mérito en hacerse rico bajo

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el intento vehemente de crear necesidades inexistentes a través de propagandas
estereotípicas? ¿Hay mérito en hacer dinero destruyendo el planeta y perpetuando el
sufrimiento de otros seres vivos? ¿Hay mérito en hacer dinero a costa de aprovechar
situaciones de extrema vulnerabilidad sobreexplotando y dando pagos precarios a
trabajadores extranjeros? Es un tema de debate que no intentaremos concluir en este texto.
Abro las preguntas para que, en el mejor de los casos, veamos que el dinero en sí no tiene
porqué venir de un mérito integral, de medios virtuosos y conscientes. Y si el dinero puede
llegar a través de fuentes no-virtuosas, entonces el dinero no es necesariamente un
sinónimo de abundancia. Si el dinero se hace de maneras ciegamente maquiavélicas (el fin
justifica los medios), entonces el resultado será solo una pantalla de riqueza, pero el sentido
de carencia interior continuará. Los medios para conseguir dinero –y cualquier cosa– deben
portar la cualidad que se pretende alcanzar, de lo contrario, el camino trazado será un dolor
que se perpetuará en la meta final.
El dinero también es un símbolo de poder y accesibilidad. Si tienes dinero tienes poder:
puedes comprar un refresco, puedes alquilar un carro, puedes viajar alrededor del mundo,
puedes contratar personas y construir una casa en el mar, puedes financiar un fabricante de
cohetes y enviar un retrato tuyo a orbitar la tierra. Puedes desde cosas pequeñas, hasta
cosas grandes. Si tienes dinero puedes hacer esto o aquello, si no tienes dinero, no. El
dinero es poder (un tipo de poder), un poder material. El dinero también es un símbolo de
accesibilidad. Si tienes dinero tienes acceso a ciertos lugares y a ciertas sociedades. Tienes
acceso a ciertas zonas y a ciertos “beneficios”. El dinero te da accesos dentro de la realidad
colectiva regida por la misma idea de valor-dinero.
Ya que el dinero es un símbolo de poder y accesibilidad, quién tiene dinero inevitablemente
se expresará a sí mismo en él. Puesto que ya no hay tantos límites dentro del marco
material, se moverá en el mundo ‘como quiera’. Es por ello que el dinero tiende a
potencializar lo que son las personas… “Dale poder a un hombre y lo conoceréis en
verdad”. Así como si le das acceso/permiso a alguien, verás manifiesta su voluntad.

La abundancia es una de las cualidades de la vida, del Ser, de la esencia universal. Desde
siempre el ser humano se ha sentido atraído por la abundancia, puesto que esta es una de
las caras de Dios. La abundancia, el amor, la belleza y la verdad, van de la mano, son
esencialmente sinónimos. Nos atrae la abundancia porque nos recuerda nuestra verdadera
naturaleza; la riqueza intrínseca de ser. Lo cierto es que hay una gran diferencia entre la
abundancia y lo que aparenta ser abundante, “no todo lo que brilla es oro”. Entre otras
cosas, el dinero y el oro, no son la abundancia, como vimos anteriormente, pero pueden
llegar a ser una expresión, representación o símbolo de ella.
¿En qué radica la diferencia entre ser o no ser abundante? En un sentido profundo de
vastedad, de infinitud, de confianza. Un ser es abundante si es plenamente consciente de
su naturaleza, puesto que la naturaleza del Ser es la abundancia. Un ser es abundante si
trasciende el miedo a la escasez; a no-tener, a perder, a que no le alcance, a no ser
suficiente. Un ser es abundante cuando realiza el hecho de que el presente se provee a sí

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mismo con lo necesario, de que aquí no falta nada puesto que la vida no está incompleta.
Es consciente de que la fuente de abundancia se encuentra no en los objetos ni situaciones
percibidas, sino en la consciencia que les da existencia, en sí mismo. Es decir que se ve
como la fuente misma de abundancia, en vez de proyectarla en algo fuera de sí. ¿Qué
papel juega el dinero aquí? Veremos 4 maneras de tener –o no– dinero y en cuales de ellas
se encuentra un verdadero sentido de abundancia, por su puesto teniendo en cuenta que
hay matices. Se dividen en dos principales: Por reflejo y por contraste…

Por reflejo:

- Alguien que se siente rico y abundante en su interior, y decide proyectar


conscientemente esa abundancia interna en símbolos externos como el dinero.

- Alguien que se siente escaso y carente en su interior, y proyecta esa escasez y


carencia en su exterior como pobreza y recursos materiales limitados.

Por contraste:

- Alguien que se siente rico y abundante en su interior, y decide conscientemente no


tener dinero.

- Alguien que se siente escaso y carente en su interior, pero en compensación tiene


dinero o lujos en su exterior.

Tener o no tener dinero por reflejo significa proyectar directamente un estado de abundancia
o escasez en el mundo exterior: si tengo mucho adentro, tengo mucho afuera. Si tengo poco
adentro, tengo poco afuera. Mientras tanto, tener o no tener dinero en el exterior desde el
efecto contraste es una proyección indirecta: si tengo mucho adentro, no necesariamente
tengo que tener mucho afuera. Si tengo poco adentro, aún así puedo tener mucho afuera
como compensación.
Puesto que la abundancia radica en un sentido profundo de ser, la manifestación externa de
ésta en símbolos es una elección, un efecto voluntario. Desde este estado se puede decidir
conscientemente si tener una mansión con carros lujosos, ropas de seda y tecnologías a la
vanguardia, y, sin embargo todo esto no afectaría ese sentido profundo de abundancia, aún
si lo pierde todo, en su interior continuaría sintiéndose vasto y completo. Son seres que
tienen una capacidad económica alta, pero su seguridad en ellos mismos no depende de
esta economía ni de sus derivados. Son seres que, aunque tienen mucho, no tienen miedo
de perderlo porque comprenden que la riqueza viene del interior; viven sus pertenencias
desde el desapego. Para ellos, hacer dinero es fuente de gozo y disfrute. Generalmente

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hacen lo que les apasiona y se sustentan con ello. No trabajan por el dinero como motivo
principal, sino que el dinero pareciera trabajar para ellos.
Desde el estado de abundancia interna también se puede decidir no tener dinero, o limitar
sus posesiones al mínimo. Este es el caso de muchos maestros iluminados a lo largo de la
historia que han decidido vivir en austeridad y modestia. Ellos, teniendo la capacidad de ser
millonarios a través de diferentes medios como las ventas de sus escritos, su influencia
social, los ofrecimientos de la prensa, etc… deciden no tener lo justo. Puede ser que no les
interese, o que consideren su abnegación como parte de su sadhana (práctica espiritual),
en cualquier caso, pudiendo expresar sus tesoros internos en tesoros externos corrientes,
simplemente no lo hacen.
Como casi todos, posiblemente pienses que prefieras tener dinero por reflejo que no tener
por voluntad consciente, pero la cuestión va más allá de tu preferencia personal actual, la
cual puede estar cegada por tu poca realización de tu abundancia interna. Es posible que, al
comprenderte como la fuente misma de abundancia, simplemente pierdas el interés que
tenías por muchas cosas materiales o experiencias a las que pudieras haber accedido
teniendo dinero. Es posible que muchos de tus deseos actuales estén dirigidos por el
sentido de escasez interior, y que al éste diluirse, también se diluyen los deseos que
emergían de allí, quedando una moderación y una sencillez natural. En cualquier caso,
teniendo o no teniendo, si te sientes abundante desde adentro, independiente de las
circunstancias, estarás pleno.
Por otro lado, si no se tiene ese sentido de abundancia interno y se proyecta ese sentido de
escasez directamente en el exterior en situaciones precarias, limitaciones provisionales,
restricciones asfixiantes, es un gran oportunidad para echarle un vistazo al mundo interior y
revisar qué es lo que sucede en cuestiones tales como el merecimiento, la gratitud y la
confianza en sí mismo… Todo estos, rasgos intrínsecos de una vida en abundancia. Es una
bendición el reflejo directo de la escasez en el mundo exterior, porque para muchos seres
es más evidente su escasez interna cuando esta se proyecta directamente en su
experiencia de vida. En cambio, las riquezas externas sin un estado de abundancia interno
suelen mantener en la ilusión de lo aparente a aquel que es tan pobre que lo único que
tiene es dinero; sus riquezas continúan dándole las dosis de placer necesarias para evadir
su mundo interior a través de distracciones lujosas y el prestigio social, es por esta razón
que Jesús dijo… “Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico
entre en el reino de Dios”, no lo dijo por ser rico per se, sino porque quien tiene demasiado
corre el riesgo de edulcorar sus aspectos vitales a tal magnitud, que no se da cuenta de que
a pesar de que tiene un montón, se siente profundamente falto en su interior, pues si el
sentido de escasez interior comienza a hacerse notar, rápidamente recurre a sus recursos
socio-materiales para camuflar el vacío.
Con esto no quiero decir que en definitiva sea más difícil para un ‘rico’ realizar su verdadera
abundancia que para un ‘pobre’. Aunque tradicionalmente la religión lo haya creído así y le
haya hecho una apología a la pobreza, yo no estoy de acuerdo. Ambas condiciones tienen
sus desafíos, y el grado de imposibilidad de reconocer la naturaleza abundante de ser

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dependerá no de la condición o el contexto, sino de su madurez espiritual.
La pobreza exterior desde el reflejo directo de escasez interior también tiene sus desafíos,
los cuales apuntan más a una especie de refugio/resignación de inferioridad. Si quien tiene
mucho tiende a edulcorarse con su sentido de superioridad, quien tiene poco lo hace a la
inversa. El ego se puede solidificar en igual intensidad sin importar su estrato. La creencia
de “ser humilde” suele venir de una creencia de no merecimiento y de un miedo a la
exposición y exponenciación que acompañan el hecho de tener dinero.

Al fin y al cabo, el dinero, al igual que todo lo que existe, es energía. Sobre todo una energía
mental. De hecho, un sorprendente porcentaje del dinero en el mundo, no está en los
billetes, sino en computadoras. La mayor parte del dinero en el mundo es digital; ‘existe’
únicamente en la virtualidad. El dinero del mundo, el capital, está almacenado en los discos
duros de aparatos tecnológicos, tal y como, en realidad, el dinero está almacenado en el
disco duro (la mente) del aparato biológico humano, en la virtualidad de la mente.
El dinero es una energía mental compartida, es por ello que la inteligencia se suele asociar
con la riqueza (innovación, habilidades, etc.). Al igual que los trabajos mejor pagados no
son los trabajos físicos duros, sino aquellos que comprenden el ingenio humano.
Si el dinero es una energía mental, entonces aquello que podría estar entorpeciendo su flujo
o su manifestación, ha de ser una energía de su misma dimensión, una energía también
mental; una creencia que lo estanca, o ciertos pensamientos repelentes. Así como una
piedra estanca el agua, que se encuentra en su misma dimensión física, así mismo las
creencias estancan aquello que se encuentra en la dimensión mental. Y reconociendo la
supremacía de la mente sobre la materia, este estancamiento mental no tardará en
proyectarse en el mundo material.
El principio científico que dicta que la energía fluye por el camino que menos ofrece
resistencia es aplicable en este caso. El dinero, como energía, no fluye armoniosamente si
en su camino se encuentra con pensamientos-piedra que bloquean su movimiento. Estas
piedras son creencias no-armoniosas con respecto al dinero, las cuales a su vez provienen
de una poca consciencia de la abundancia auténtica. Las creencias cargadas de obsesión y
miedo son las más comunes en relación al dinero; ambas entorpecen su flujo armonioso. No
significa que a las personas que están obsesionadas y/o tengan miedo del dinero no les
llegue, significa que su paso por ellos no será armonioso. El paso armonioso del dinero por
los seres humanos se da desde el desapego, es decir, desde la consciencia de su
naturaleza dinámica. El dinero pasa por los seres conscientes no desde la retención
excesiva, ni desde el derroche hedonista, sino desde una comprensión del mismo como una
herramienta que extiende la voluntad de servir sabiamente, como buen representante de la
abundancia desde la que nace y a la que retorna.

Es crucial tener una relación consciente con el dinero, de lo contrario, será un obstáculo
hacia la realización de la abundancia esencial, en vez de ser una herramienta para
conocernos a nosotros mismos e ir descubriendo la auténtica riqueza de ser. Hemos de

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concientizar las creencias en torno a esta asignatura humana pendiente. Pero antes de
intentar encontrar las creencias de escasez con el ánimo de manifestar más dinero en tu
vida, revisa si lo estás haciendo desde el desespero, la ansiedad y la avidez naciente de la
misma escasez, desde un estado de necesidad o de proyección de felicidad futura
sustentada en lo que se tiene, pues si es desde allí que estás intentando materializar, no se
tendrá éxito en absoluto. Si tus pensamientos de ‘abundancia’ te ausentan del momento
presente, no atraerás abundancia, sino más ausencia, más escasez. Y si se llega a ‘atraer
dinero’ desde ese punto, el sentido de escasez interior continuará aunque hayas logrado
tener mucho. Es necesario ir a la raíz del asunto: disolver la creencia de la abundancia
como algo fuera de uno mismo. La abundancia es inherente al Ser, no al tener.
Puesto que el momento presente es el hogar del Ser, la dimensión esencial, entonces el
momento presente se funde con la abundancia. El momento presente es la abundancia.
Quien está realmente presente, quien mantiene su atención en la simpleza de lo que es
aquí y ahora, es quien realiza su abundancia. Nadie puede ser realmente abundante desde
un estado de ausencia y enajenación del presente. Nadie que esté envuelto constantemente
en las rumiaciones de su mente es realmente abundante. Su experiencia de vida se verá
opacada por el diálogo mental; su mente eclipsará su gratitud y su apreciación a la vida.
Estará tiranizado por el arquetipo de la opulencia perpetuamente insatisfecha o del mendigo
que no aprecia el inconmensurable valor de estar vivo por estar fijado en unas cuantas
monedas.

Usa el dinero para conocerte. Úsalo como un revelador de tus inseguridades y temores e
iluminarlos en ese mismo instante que se revelen. Libérate de ellos sin dudarlo. Permanece
atento cada que haces un pago grande sobre algo y siente la sensación que deja tener que
desprenderse de cierta cantidad de dinero. No te resistas si se te daña algo y no tienes otra
opción que pagar su reparación. Desprendete con confianza de él y no ocupes tu mente en
arrepentimientos o en pensamientos ansiosos de futuros escasos, aunque se te dañe para
siempre. Recuerda que todo pasa.
Curiosamente, un Ser que vive en la abundancia no suele tener fijado el dinero en su
mente. No es su prioridad puesto que su foco está puesto en el verdadero valor universal
detrás de todo símbolo y toda forma.
Coge un billete y ponlo en frente tuya mientras te sientas en quietud con la espalda recta.
Míralo fijamente, sin pensar en nada. No le añadas ninguna interpretación ni ningún tipo de
pensamiento. Solo obsérvalo tal cual. No lo nombres ni etiquetes. En el mejor de los casos
verás el billete sin la carga psicológica que lo hace ser “dinero”. Y cuando esto pase,
estarás a las puertas de descubrir la relatividad de su significado, lo que te permitirá
comenzar a atisbar la verdadera abundancia que lo trasciende. Pero si la mente comienza a
pensar, a interpretar, a estar agitada, entonces no podrás ver con claridad. Si esto pasa,
dedícate solo a sentir lo que emerge al tener en frente el billete. Capta toda sensación,
emoción y pensamiento, sin reaccionar. Te estás descubriendo en frente de un símbolo al
cual le has dado mucha importancia. Te estás conociendo a ti mismo cuando eso que

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llamas “dinero” está de por medio. Sostén esa consciencia que se da cuenta de lo que
emerge, y todo lo que aparecerá, también desaparecerá sin resistencia. Quedará el vacío,
quedará la nada; o quizá el lienzo en blanco donde las posibilidades que se puedan dibujar
en él son infinitas. Es el punto 0 desde el cual puedes reescribir la manera de ver el dinero.
Puesto que serás consciente, elegirás una visión desapegada de él, y entonces, la
abundancia vendrá.

Relaciones

De los 3 aspectos que estamos observando, las relaciones son el aspecto directo que más
suele perturbar a las personas. Es quizá la principal razón por la que las personas entran a
terapia o a un proceso de transformación. Conflictos familiares, divorcios, tensiones con
compañeros de trabajo, ‘infidelidades’, etc… Las relaciones es lo primero que conocemos al
nacer, incluso antes que el dinero y que la soledad; antes de entender los símbolos de valor
sociales y antes de permanecer deliberadamente a solas en silencio.
Todo comienza con la relación con mamá. Un vínculo intrauterino, dependiente en todos o
casi todos los aspectos físicos. Necesitamos de su calor, de su alimento, de su protección…
Al nacer, no nos recibe directamente un billete, ni una habitación totalmente vacía. Nos
recibe “otro”. Pongo este concepto entre comillas porque, como observaremos más
adelante, todas las relaciones que podamos llegar a tener a lo largo de nuestra experiencia
de vida no son otra cosa que la relación con nosotros mismos.

¿Está diciendo entonces que el aspecto de las relaciones se resume en el aspecto de la


soledad?

Sí y no. Vista la soledad cómo algo netamente circunstancial –el hecho literal de estar solo
físicamente, sin otros cuerpos presentes—, entonces no abarca necesariamente la esencia
de las relaciones. Pero vista la soledad desde la perspectiva más amplia –la relación con el
vacío, el silencio, la quietud—, entonces todos los aspectos se resumen en el aspecto de la
soledad. Si no se puede estar bien con uno mismo, con el propio silencio y la propia
presencia virgen, no se puede estar bien con los demás ni con ningún símbolo de valor,
aunque aparente ser de otra manera. Las relaciones y el dinero se convertirán en un escape
del propio vacío; un intento de maquillar la sensación de desolación y ausencia.
Cada uno de los 3 aspectos que estamos observando tienen una perspectiva amplia y una
perspectiva más limitada, circunstancial. La perspectiva amplia de cada uno de los aspectos
abarca los demás, mientras que la perspectiva limitada, aunque esté conectada con los
demás, no los abarca necesariamente, sino que los complementa. En este nos movemos
entre una perspectiva y otra, encontrándonos en el punto medio entre la esencia de cada
aspecto y las meras circunstancias.

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La perspectiva amplia del aspecto del dinero es la abundancia, la cual también es la esencia
de las relaciones y la soledad. La perspectiva más amplia del aspecto de las relaciones es
el amor, el cual es la esencia del aspecto de la soledad y del dinero. La perspectiva amplia
de la soledad es la sabiduría, la reconciliación con el vacío, lo cual es la esencia de los otros
dos aspectos. Hablamos de abundancia, amor y sabiduría, las 3 cualidades principales del
Ser, cuya observación por partes ayuda al entendimiento.
El amor es abundante. La sabiduría es amorosa. La abundancia es sabia.

Las relaciones son el aspecto que comúnmente recibe más importancia, más aún que el
dinero. “Es mejor tener amigos que plata”, dicen por ahí, y de hecho el romance, la familia y
los amigos, se dan incluso en la pobreza, o en contextos donde el dinero es inexistente
como tal, como en las tribus arcaicas o las comunidades autosostenibles que funcionan con
trueques y con otros sistemas extra-monetarios.

Este aspecto abarca desde amistades hasta enemistades. Integra tanto el amigo como el
enemigo. Abarca todo los demás pronombres además del “Yo”; tú, él, ella, ustedes,
nosotros, ellos… El lenguaje mismo, la comunicación, implica a alguien más, desde el seno
familiar, hasta las grandes sociedades interconectadas. Este aspecto abarca directamente
la colaboración en equipo, las sociedades empresariales y todo lo que tiene relación con
otras personas (mucho). Es posible que seas parte de más del 90% de la población que no
ha participado directamente en el cultivo y el procesamiento de la comida que comes. Los
alimentos puestos en el plato, el plato mismo, la mesa en la que el plato está, las baldosas
en las que está la mesa, y un largo etcétera, fueron fabricadas por otras personas, que a su
vez viven con utensilios fabricados por otras personas. Puede que estés leyendo esto desde
un papel producido por alguien más, o desde un aparato tecnológico en cuya producción
tuviste poco o nada que ver. El hecho mismo de vivir en una ciudad implica el
desenvolvimiento constante en un entorno hecho a la medida para las ‘necesidades’
humanas; todo el ambiente modificado por otros y para otros, desde las calles, edificios,
parques, alcantarillados, y demás. Esto puede parecer obvio, y desde algunas perspectivas
puede sonar innecesario mencionarlo porque es algo tan presente que expresarlo no revela
nada nuevo. Sin embargo, es justo por ese factor, de dar por sentado, que no nos
permitimos contemplar el entramado artificial en el que estamos acostumbrados a vivir, la
mayor parte en automático, sin parar y mirar alrededor, a observar el mundo
milimétricamente calculado en el que vivimos, un mundo hecho con regla; edificaciones
cúbicas, líneas rectas y preferiblemente simétrico. Un mundo ‘perfectamente ordenado’, que
lucha constantemente contra la entropía y el caos de la naturaleza.

Las relaciones humanas son quizá el método de autoconocimiento más intenso. Una
enorme cantidad de complejos; deseos y repudios se encuentran allí. El deseo inmenso de

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ser ‘alguien’ siempre es en relación a los demás, y es quizá el deseo más persistente en las
mentalidades corrientes que no han descubierto aún que lo que verdaderamente anhelan es
estar en paz. Ser ‘alguien’ es consolidar la propia existencia, es decirle al mundo ¡yo existo!
Por supuesto que aquí también hay ambigüedades y relatividades, pues nadie (casi),
quisiera tener fama por haber hecho algo horrible. El deseo de ser ‘alguien’ –el deseo de
fama–, suele venir desde un intento de proyectar lo mejor, no lo peor, de uno mismo. Sea lo
que signifique ‘mejor’ o ‘peor’ para quien lo desea. Se desea resaltar, destacar
positivamente; ser admirado, ser deseado, ser amado, ser especial, ser respetado… Ser
importante. El término VIP (Very Important People), que en español significa “persona muy
importantes”, es codiciado por la mayoría. el hecho de tener privilegios te hace alguien
privilegiado, por lo tanto quienes estén contigo tendrán el privilegio de estar con alguien
privilegiado, entonces serán privilegiados también. Querrán estar contigo para adherirse a tu
identidad VIP, porque en el fondo ellos también desean ser VIP. Esto también es aplicable a
la inversa, de parte de ti hacia los demás. Aunque lo niegues, es probable de que seas
parte del inmenso porcentaje de seres humanos que inconscientemente intentan sustentar
su valor en la percepción ajena. El reconocimiento de los demás te hace “existir”. Te gusta
ser a través de los demás. Esta es la razón por la que en casi todas las interacciones
humanas se puede percibir una pretensión subyacente, lo que se traduce en un intento de
imponer la propia identidad o de intentar vender una imagen de sí mismo, pues el mayor
miedo del ego relacional es que la imagen idealizada de sí mismo no coincida con la imagen
que la gran mayoría tiene de él. Eso le mostraría la relatividad de su existencia, haría
tambalear su sentido de ser, puesto que nadie más lo compartiría. Nadie le creería, y se le
consideraría alguien falso. Es una puñalada al sentido de ser que se ha creído
perfectamente auténtico.
¿Qué tan real es la imagen idealizada que tienes de ti mismo? ¿Cuántas percepciones
ajenas necesitas para validarla?
La imagen idealizada que tienes de ti mismo no es real, aunque la valide todo el mundo. Es
solo una imagen, una sombra de lo que eres, pero ninguna imagen de la verdad es la
verdad. Así como ninguna foto tuya eres tú. Ni la más sofisticada simulación de inteligencia
artificial de tu imagen y personalidad... Ni siquiera tu personalidad encasilla lo que eres
detrás de todo. Pero esto es algo que hemos de descubrir por nuestra cuenta.

“El prójimo”… Es un concepto que engloba un significado más profundo sobre los demás
que la neta multiplicidad de seres humanos. Entran aquí factores sensibles de la
coexistencia: Bondad, compasión, gentileza, empatía… pero el aspecto más importante que
entra en juego es el amor, que como vimos anteriormente es mucho más de lo que
pensamos. Es un estado de consciencia, el cual rozan conceptos tales como ‘amor propio’,
‘amor incondicional’, ‘amor universal’, ‘amor divino’.

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¿Por qué el amor entra tan predominantemente en el aspecto de las relaciones cuando
antes lo habíamos entendido como algo impersonal?

En sí, el Amor entra en los otros dos aspectos vitales con la misma importancia. El
aprendizaje de fondo con el dinero, el cual va de la mano con la concepción de la
abundancia, apunta a una representación del flujo infinito del amor. Y la intimidad en la
soledad –el silencio y la presencia virgen–, son un puente para realizar la paz interior, que
esencialmente es lo mismo que el “amor propio", el amor universal independiente de la
existencia de otros seres humanos. Sin embargo, mencionamos más notoriamente el amor
en el aspecto de las relaciones debido a la intención de aclarar y desmitificar la concepción
común del amor, la cual suele estar intrínsecamente asociada al romance interpersonal y a
la selectividad emocional, con lo estereotípico que esto implica.
El amor es más que un apego o una preferencia interpersonal. Es más que un vínculo polar
romántico. Es más que una simple emoción direccionada hacia otra persona. El amor es un
estado de consciencia. Es una fuente que mana a través de ti y llena el aire. Es algo que los
demás seres pueden respirar en tu presencia; un brillo naciente del fondo de tu Ser.
El amor no es personal. No es un sentimiento que diriges a ciertas personas exclusivas,
mientras que a otras no. No, eso no es amor. Si tú amas, amas todo, puesto que el amor no
excluye ni tiene preferitismos. Si piensas que amas a unos, pero no a otros, estás
confundiendo el amor con la selectividad emocional. Pero el amor es más que una simple
emoción.

El amor todo lo abarca. Todo lo integra. Todo lo cobija. El amor se da a todos por igual. Y si
tú permites que él se de a ti, entonces humildemente tienes que ceder a su generosidad
incondicional.
No amas porque te guste esto o aquello. Amas porque no tienes otra opción, excepto
conflictos ilusorios y dramas románticos que no existen de verdad, sino en las ficciones de
una mentalidad inmadura incapaz de amar expansivamente.

En el silencio de la consciencia es donde el amor se revela en su pureza. Mientras que en el


caos de la mente el amor se confunde con un sinfín de complejos emocionales.
Sin consciencia de la quietud interior, el "amor" es solo ruido. No es amor. Es por esto que
el amor también resalta en el aspecto de la soledad y en la práctica meditativa.
El amor no tiene porqué agitar tanto la mente como lo hace la condición de enamoramiento
corriente, la cual no necesariamente nace de la consciencia profunda de unidad esencial
entre todos los seres, del amor auténtico.

El prójimo, es, al fin y al cabo, un espejo. Puesto que todos compartimos –somos–, el
fundamento de ser, en términos absolutos todos somos uno. Por consiguiente, cada que
nos encontramos con “otro”, nos encontramos con nosotros mismos. Desde el yo-personal
una parte de lo que somos como personas se revela a través del prójimo. Desde el

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Yo-transpersonal, no hay prójimo, excepto como una ramificación del mismo árbol, un río de
la misma fuente oceánica; una expresión temporal del Ser absoluto y eterno.

Al estar identificados con ser una persona (una estructura psico-física), participamos y
creamos un juego de egos. Las sociedades corrientes son una fiesta de disfraces cuyos
participantes olvidan que no son el disfraz. Algunos juegan a la oficinita todos los días, pero
eso tiene un peso importante en su sentido de ser, y optan por tomarse tan enserio su papel
teatral que cuando éste se ve amenazado por cualquier factor externo, como una posible
despedida, el disfraz se comienza a rasgar y aparece el miedo a morir. Otros juegan a ser
constructores, otros a ser ingenieros, otros a ser soldados, o a ser deportistas… ¡Hay tantos
papeles y roles dentro de este gran juego, dentro de esta gran obra de teatro en la que
todos somos actores!
Todos actuamos desde roles que se sustentan en creencias de identidad ilusorias, esta es
la trama del mundo, que puede ser práctica y divertida, pero bajo la seriedad de la
identificación con ello se vuelve pesada, tormentosa y fuente de división y conflicto. No eres
nada que se pueda definir: ni abogada, ni artista, ni ingeniero, ni madre, ni socio, ni nada.
Todos los adjetivos son abstracciones, que, por más que simbolicen arquetipos, no pueden
encerrar el fundamento en ninguna forma conceptual relativa. Ni siquiera el “hecho” de ser
“madre”, pues el significado de este adjetivo varía en la percepción general. Hay quienes
dicen que ser madre no es solo dar a luz a un hijo, sino proveerlo de cuidado adecuado.
¿Pero a qué nos referimos con el concepto “cuidado” o “adecuado”? Se abre otra
ambigüedad. Hay quienes dicen que una vez se da a luz a un hijo, se es madre toda la vida,
pero ¿y si el hijo muere? ¿Seguiría siendo madre? Si no, entonces su título depende de la
prevalencia del cuerpo del hijo, si su cuerpo muere, entonces también muere el título de
“madre”. ¿Y qué tal si su cuerpo no muere, pero el hijo tiene una muerte cerebral, de tal
modo que su estructura física prevalezca, pero su personalidad psicológica no? ¿Seguiría
siendo madre de un cuerpo, pero no de una mente? ¿Sería madre de solo uno de los dos
aspectos que componen a una persona? En cambio, si la respuesta es que aún si el hijo, en
cuerpo y/o mente muere, ella seguiría siendo madre hasta morir, entonces se estarían
refiriendo a cualidades que ella tiene y que no puede perder, excepto en el momento de su
muerte, en el momento en el que su estructura psico-física muera. Siendo este el caso,
podríamos afirmar que las cualidades que la hacen madre se encuentran en alguno de los
dos aspectos que componen su persona, o en ambos. Si es en el cuerpo, entonces ¿en qué
parte de el cuerpo estarían tales cualidades que la definen como madre? Si está en alguna
parte de el cuerpo (órganos, músculos, fluidos y huesos), ¿en qué extremidad o parte del
tronco y cabeza se encontraría? ¿Qué pasaría si perdiera tal extremidad? ¿O si perdiera
todo su cuerpo logrando rescatar su cerebro, donde se encuentra la mayor parte de su
personalidad psicológica? No es descabellado el ejemplo, pues al ritmo de la tecnología
actual, no estamos del todo lejos de reemplazar casi todo el cuerpo con partes sintéticas.
¿Estaría en alguna parte de su cerebro, entonces? ¿Y si perdiera esa parte o el cerebro
entero? ¿Dejaría de ser madre? Quizá, entonces, lo que la haría ser madre no se encuentre

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en su cuerpo, sino en su estructura psicológica independiente de la materia. Pero su
estructura psicológica es neuroplástica, puede reconfigurarse, modificarse, transformarse.
Se pueden arrancar de raíz ideas arraigadas del inconsciente que definen y crean una
identidad mental. Por consiguiente, las cualidades de ser madre no dependen tampoco de
la prevalencia de su personalidad psicológica, pues esta puede mutar y redefinirse. Así
pues, por más difícil que sea aceptarlo, la idea de ser madre, al igual que todas las
definiciones y adjetivos, está sujeta a una profunda ambigüedad y relatividad, cuyo sustento
personal es inestable.
Sin embargo, todos sentimos el amor de mamá. Nos inspira y revitaliza el calor maternal…
¿Es esto una contradicción? No, es una simple paradoja: Tú sentías lo que sentías cuando
mamá te abrazaba y te cuidaba; sentías su calor desde el comienzo de la formación de las
células que compondrían tu cuerpo. Sentías su respiración mientras estaba en tu cuna, y
sus dulces cantos serán tus primeras alabanzas. Sin embargo, en el momento en el que
nombras y etiquetas tales cosas, y las pones en un sentido de ser psicológico-conceptual,
las pierdes, te confundes, y la hermosa palabra “mamá” pasa a ser apropiada por el ego
que quizá usará tal concepto para justificar sus quejas, sus reclamos, su sentido de
abandono por sus hijos, su sufrimiento. El ego se infiltra a la perfección en el mundo
lingüístico de adjetivos y conceptos. El lenguaje, siendo una maravillosa herramienta, pasa
a ser el mecanismo favorito del ego para reforzarse.

¿Quiere decir que estas cualidades de ser madre son inexistentes puesto que no se
encuentra consistentemente ni en la estructura física ni psicológica?

La única alternativa que tenemos a la relatividad frente a la cualidad de ser madre es no


sustentarla en algo inestable, como la persona. Es decir, disociar la maternidad del aspecto
personal y verla como una energía universal-impersonal. Con “universal” no me refiero al
universo perceptual, sino a la esencia infinita e inefable que es el fundamento de todo.
Ser madre, entonces, no es algo personal. Pues todo lo que es personal es volátil per sé. La
alternativa que tenemos es la eternidad. La cualidad maternal es, entonces, una energía
atemporal que los seres canalizan. Pero no hay apropiación de ella. No hay tal cosa como
“yo soy madre”, porque el yo-personal en el que se sustenta el adjetivo es ilusorio. Una
cualidad eterna no puede sustentarse en algo relativo.
Las criaturas canalizan la maternidad, pero no se apropian de ella. Así como una cebra
puede maternar una cría de caballo o una gallina puede instintivamente darle calor a
cachorros de gatos desprotegidos. Es una fuerza que atraviesa a los seres cuando la
situación lo amerita. Podemos pensar que es mero “instinto”, pero quienes hemos sentido la
nutrición y el abrigo maternal de la madre tierra y la provisión vital del padre sol, sabemos
que más que instintos viscerales, son fuerzas universales, que podemos encarnar, y que
colorean nuestra estructura mental y física. Pero el ego es el que toma esa coloración, la
encierra en un concepto y dice “mía”, “me define”, volviéndolo personal y opacando su plena

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radiancia desapegada. Todo lo que se dice o se piensa, es una verdad parcial, es decir, no
es la verdad. Si alguien dice “yo soy madre”, pero no está encarnando la esencia maternal,
no es más que un concepto vacío.

¿Qué tiene que ver esto con las relaciones? Todo, pues el lenguaje ha sido el principal
método de vinculación interpersonal. Es por esta razón que gran parte del ego se sustenta
en la existencia de “otros”, su combustible es la comparación, el sentido de división entre
seres.
El lenguaje, al ser una expresión de la individualidad –a través de las palabras, de símbolos,
o gestos–, es totalmente susceptible a concebirse como “mío” o “ajeno”, además de las
creencias personales en las que se sustenta cada concepto que a su vez conforma la
estructura mental de la persona.

¿Entonces si no hubiera lenguaje no existiría el ego interpersonal?

Sin lenguaje el ego encontraría otra manera de diferenciarse de los demás. Los individuos
se comportan de formas “diferentes”. Los individuos se expresan de formas “diferentes”. Y
en la medida en la que yo crea que soy esa diferencia, se creará un sentido de especialidad
que el ego fácilmente puede usar para aislarse del prójimo, de las demás criaturas, del
planeta, del universo entero. La piel se convierte en una frontera; de tu piel hacia adentro
estás tú. De tu piel hacia afuera, está todo lo demás. Eres tú y el universo entero. Te
conviertes en una entidad enajenada, y en un fuerte instinto psicológico de supervivencia
comienza a dominar tu vida, no solo para proteger la piel, el cuerpo, sino, y sobre todo, para
proteger la personalidad psicológica en la que se cree que están todas las cualidades que te
definen. El problema no es la diferencia en sí, sino la identificación con ella, que crea un
estado paranoico, en el que en el fondo hay una predisposición defensiva frente a
comentarios y actitudes de las demás personas. Pues ellos tienen el poder de amenazar
esa frágil identidad mental usando conceptos y concepciones contrarias.

Siendo ese el caso, ¿no sería una solución efectiva reforzar la identidad tanto que no pueda
ser amenaza por estímulos de otras personas?

No es una opción y nunca lo será, a menos que se quiera alimentar el sufrimiento causado
por un ego más pesado. La identidad psicológica ha de ser disuelta en la consciencia, de lo
contrario subordinará inconscientemente el resto de la mente. Si no lo atisbas ahora, es
porque necesitas experimentar más directamente los efectos de la identificación con la
mente y del pseudo sentido de ser que nace de allí. En el mejor de los casos, llegues a vivir
la revelación de que el ego implica necesariamente sufrimiento. El ego es la causa del
sufrimiento.

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En las relaciones humanas, el ego es el único causante de la enemistad, de la violencia
deliberada, del racismo, de la homofobia, de la xenofobia, y de toda condición dualista
disarmónica. Un ego solidificado puede que le “inspire” a muchas personas seguridad o
autoconfianza, pero detrás de todo ello se encuentra un miedo a la vulnerabilidad; a que le
hagan daño, lo rechacen o abandonen, y detrás de este miedo, por su puesto, se encuentra
una entidad que puede morir.
El ego reforzado deliberadamente puede generar una sensación de protección a quien lo
porta. Pero esa protección no es hacia algo real, sino hacia una ilusión.

Pero si algo o alguien amenaza mi vida, ¿no sería necesario el ego para defenderme del
peligro?

Su vida no puede ser amenazada. El que puede ser amenazado es su cuerpo. Sin
embargo, si algo llega a amenazar su cuerpo, usted no necesita del ego para actuar y salir
del peligro o defenderse. Usted puede defender algo sin necesidad de estar identificado con
ello, así como por voluntad decide detener a un niño que está por cruzar una autopista
transitada. Es el mismo gesto, pero volcado hacia usted. Puede tener el anhelo de preservar
y cuidar su cuerpo sin necesidad de estar apegado a él y pensar que lo define. Así como
puede usted cuidar de su carro, mantenerlo limpio y en mantenimiento, pero al mismo
tiempo si se incendia no sufrir por ello. Usted simplemente estaba cumpliendo con su
naturaleza cuidadora y organizada, pero sin generar negatividad potencial. Si no disfruta el
proceso de cuidar de su carro, claro que el hecho de que éste se dañe le resultará tortuoso,
porque usted estaba sacrificando su presencia por un resultado efímero. Imagínese un
estado de consciencia tal en el que usted trabaje desapegadamente, puede tener objetivos
y metas, pero su trabajo desapegado será la principal fuente de su gozo, en vez de serlo
una posibilidad imaginada que puede no pasar o que si pasa, pasa, rápidamente, o al
menos sus efectos efervescentes en usted.
Es igual con su cuerpo, usted lo cuida no para no morir, sino para vivir en la consciencia de
cuidado que de por sí es fuente de dicha y vitalidad, independiente de si vive menos años
de lo esperado. Recuerde, en estos aspectos vitales, no es cantidad, sino calidad.
No hace falta un ego para que usted puede regar las plantas de su casa y procurar que
reciban suficiente cantidad de luz solar. No hace falta ego para que usted elimine los
parásitos que se puedan posar en sus hojas. Eso mismo, pero hacia usted, no necesita de
la identificación con las formas físicas (cuerpos) ni con las formas mentales (ideas, creencia,
pensamientos, etc.), ni de la sensación de ser “alguien” que se deriva de allí.

Si nos permitimos un espacio de profunda observación hacia las mecánicas de la mente


–meditación–, tarde o temprano terminamos descubriendo que todas o casi todas las
reacciones defensivas de nuestra parte no protegen nada más que una entidad mental que

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no existe en verdad. El conflicto interpersonal es una lucha entre ilusiones que buscan
sobrevivir a través de tener la razón, aplastar al contrincante, imponerse… o de formas más
pasivas como la manipulación disimulada, el victimismo y la condescendencia por miedo al
conflicto. El ego activo suele ser más evidente que el ego pasivo, que se suele camuflar
eficientemente en una actitud aparentemente menos hostil. Pero ambos funcionan desde la
ilusión de la división esencial, es decir, desde la ausencia de amor.

Es raro encontrar relaciones humanas cuya base sea el amor. Normalmente, los vínculos
humanos se sustentan en un repertorio de miedos: miedo al abandono, miedo al rechazo,
miedo a la agresión… que deriva en celos, sentido de posesión, competitividad tóxica,
complots de división, intentos de llenar un vacío, adicción a la dispersión, temor a la
soledad, etc.

En las relaciones humanas se manifiesta lo peor y lo mejor de la humanidad. Puesto que


nuestra sabiduría en general es precaria, la ignorancia se cuela tremendamente en los
vínculos “afectivos”.
También existen relaciones impersonales. Nos podemos relacionar con la luna, con el sol,
con nuestra casa, con nuestro cuerpo, incluso la relación con el dinero y con la soledad
también son un relacionamiento. Pero este aspecto vital se revela en su esplendor cuando
hay 2 o más seres humanos de por medio.
Lo más probable es que no te comportes igual cuando estás solo y cuando estás
acompañado de otras personas, y evidentemente ese comportamiento cambiaría si esas
personas son de un tipo u otro, o si se ha llevado una línea conductual por años. La
cantidad de pasado que haya en una relación suele condicionar la interacción. Las
memorias acumuladas en nuestros vínculos más antiguos crean patrones conductuales
difíciles de romper, como lo es en el caso de la relación con la madre, con el padre y con los
hermanos. Pocas veces la toxicidad intrafamiliar es superada por la toxicidad de otros
vínculos, exceptuando el vínculo con la pareja. Múltiples traumas se desarrollan en el seno
familiar, y el dolor de toda una generación se propaga y multiplica entre los miembros de la
familia. Es extremadamente común que en medio de una terapia o proceso de introspección
emerjan complejos relacionados con los padres, que a su vez se trasladan de maneras
directas e indirectas a la relación con la pareja, los hijos, los amigos y compañeros de
trabajo. Todo lo que no se ilumina en el vínculo con mamá y papá se refleja en los demás
vínculos, puesto que el vínculo con los padres es el primero en nuestra experiencia de vida.
Es donde aprendimos a relacionarnos por primera vez, por lo tanto, repercute en las demás
relaciones.
Esto lo observaremos más adelante con más detalle: La tremenda importancia que tiene el
vínculo con los padres para con los demás vínculos que anhelemos establecer en nuestra
vida…

La cantidad de pasado en una relación suele solidificar una imagen mental difícil de borrar.

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Es decir que, si tienes una relación de muchos años con alguien, es probable que esa
persona crea saber muy bien quien eres y te tenga en un concepto definido. Sin embargo,
puede ser que acabes de conocer a una persona, y s concepto de ti comience de manera
contrastante al concepto de la persona que conoces hace años. Se comienzan a construir
dos conceptos diferentes de “lo que eres”. Podríamos decir que la persona que te conoce
hace más tiempo te conoce mejor. Pero también podríamos decir que la persona que te
acaba de conocer te conoce mejor, puesto que tiene una versión más actualizada de lo que
representas, sin tanto sesgo por memorias que pueden no aplicar en el presente. En
cualquier caso, ninguno de los conceptos que se tengan de ti eres tú, sin embargo, hay una
vigencia personal, una manera de ser actualizada de ‘ti mismo’; gustos, hábitos,
convicciones, etc… El reconocimiento de la vigencia personal puede estar ensombrecido
por el pasado. Entre más pasado acumulado haya en un vínculo, más pesada es su
interacción. Esto no significa necesariamente que la relación con personas que conozcamos
hace años sean necesariamente tóxicas y densas, pues pues la acumulación del pasado no
depende del tiempo, sino del hecho de acumularlo. Puedes tener un amigo íntimo desde la
infancia, y el vínculo con él puede estar tan purificado que cada vez que te encuentres con
él, se tenga una visión fresca por ambas partes; ambos estando plenamente en el momento
presente, sin un velo de memorias añejas de por medio que entorpezca la viveza de la
vigencia personal, y sobre todo, de la radiancia trans-personal; de la plena consciencia de
que mi amigo no es su cuerpo ni su mente. Mi amigo no es su ego. Mi amigo es un misterio
que cada que lo descubro, me encuentro con él, sin poderlo atrapar bajo ningún concepto.
Sin decir “yo sé quién es mi amigo”. Porque si ni siquiera sé quién soy yo, ¿cómo voy a
saber quien es alguien más? Y si llego a saber quien soy y quien es mi amigo, no podré
nunca fijar esa esencia de ser en mi mente, en ninguna idea ni concepción, de lo contrario,
estaría acumulando pasado y el vínculo con mi amigo sería eclipsado por mi ignorancia.

Cuando llevamos mucho tiempo siendo de la misma manera con alguien, romper esa línea
de interacción resulta más retador. Si todos los días le sonríes al vigilante de tu edificio, y un
día no estás de humor, o descubres que tu sonrisa era forzada, y pasas de largo o lo
saludas más neutralmente, el portero probablemente pensará que es algo personal.
Pensará que estás enojado con él, que algo le molestó. Pocas veces considerará que quizá
hayas tenido un mal día en el trabajo o que hayas acabado de recibir una noticia. El primer
pensamiento es “yo”... ¿Qué hice mal? ¿Qué le habrá molestado? Eso puede haberte
pasado en algún momento con tu jefe, o con cualquier otra persona que actúe
repentinamente diferente.
Si siempre estás sonriente y amable, ¿qué pasa el día que no quieras sonreír ni te apetezca
ser tan cordial? Lo más probable es que aún sin que te apetezca lo sigues haciendo
forzadamente, porque en el fondo sabes lo que implica romper una línea relacional con
alguien. Implica incomodidad. Entonces, lo más probable es que hayan muchos vínculos
que sostengamos desde la línea relacional del pasado, y que aunque anhelemos actuar
diferente, evitemos la incomodidad de no reírnos si no nos da risa, de no hablar si no

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queremos hablar, de no sonreir si no queremos sonreír… Es un paso gigante a la
autenticidad, lo cual resulta más eficiente para el bienestar de todos que la prolongación de
una conducta artificial solo porque así ha sido siempre.
Es posible que ya sepas qué temas se hablan con cierta persona y cuáles temas no se
hablan con otra persona… Qué conductas encajan mejor con cierto vínculo y con otro no. Y
eso lleva a que seas uno con unas personas y otro con otras. Es por ello que, muchas
veces cuando se juntan ciertos vínculos, como los amigos y la pareja, o los amigos y los
padres, o los padres y la pareja, el comportamiento cambie radicalmente y una o las dos
partes queden extrañadas por tu cambio inesperado de conducta y hasta de pensamiento.
Es posible que tenga unas convicciones para unas personas y que se moldeen según el
contexto. ¿Es esto una falsedad? Puede ser que sí, o simplemente puede ser una
flexibilidad en la conducta. Todo dependerá de qué tan consciente se es del propio cambio
de actitud, todo de voz, postura corporal, y todos los demás elementos diferenciales
propios. Si no se es consciente de lo que se comienza a modificar adentro, no se será
consciente de lo que se modificará afuera. Este es el automatismo relacional que comienza
desde la mente y el cuerpo reacciona. Una vez establecida la mecánica de mente-reacción,
el comportamiento diferencial se activará tan rápido que será aún más difícil de verlo, de
notar lo camaleónico que se puede llegar a ser en las relaciones.
Aunque el cambio de comportamiento originalmente comienza desde la mente para luego
pasar al cuerpo, también se puede concientizar el cuerpo para facilitar la conciencia de la
mente. Es decir que, si en una interacción ves que estás empezando a acumular tensiones,
puedes notar qué partes del cuerpo están apretadas y estreñidas e intentar relajarlas
lentamente. Observa tus hombros, tus puños, tu mandíbula, tu entrecejo y tu vientre… ¿Hay
tensión allí? concientiza esas zonas en presencia de la otra persona y relájalas, verás como
la interacción cambia cuando suavizas tu mirada, cuando abres un poco tu pecho, cuando
respiras expansivamente desde el vientre, cuando bajas tus hombros y desaprietas tus
labios. Puede ser que en ciertos casos cierta tensión sea parte natural de la interacción,
pero si notas que es excesiva y que te causa un agobio subyacente, es porque necesitas
soltarte más, lo cual es el inicio de la autenticidad relacional.
La inercia de la línea conductual con el peso de memorias pasadas, siempre está llena de
tensión emocional y física; se percibe un esfuerzo entre líneas en la interacción, una
interrupción del silencio compulsiva y una poca intimidad y vulnerabilidad auténtica. Las
relaciones basadas en esta interacción suelen ser superficiales, predecibles, monótonas y
dispersas, pero también adictivas, pues ‘llenan’ el vacío de la soledad con el ruido
ensordecedor de los estímulos sociales artificiales.
Romper con una línea de conducta pasada en cualquier vínculo es morir a la vieja idea de ti
que los demás han construido. Es probable que en el caso de que los demás no reciban
positivamente tu transformación emergente te achantes y des un paso para atrás por temor
a no seguir siendo bien recibido por más personas. Entonces vuelves a tus
comportamientos, pensamientos e inclinaciones antiguas en un esfuerzo por continuar

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encajando. Pero esto resultará más y más frustrante porque en el fondo sentirás que te
estás traicionando a ti mismo.
Pero si tomas la decisión de continuar dándole paso a tu proceso de transformación
emergente, muy probablemente vivirás una disolución de viejas amistades, y en algunos
casos de miembros de familia. Te quedarás un tiempo en soledad, pero casi con seguridad
esa soledad no durará mucho porque si continúas honrando tu proceso de transformación,
llegarán más personas cuya percepción de tu persona esté vigente. Los vínculos que
nacerán de esta versión más fresca de ti, serán más profundos y auténticos, siempre y
cuando no se acumule un pasado en la relación que se aferre a la nueva manera de ser.
Pues nuestras estaciones internas están cambiando todo el tiempo. A veces transitamos un
invierno interior: Un estado contractivo; soledad, aislamiento, reposo… Otras veces
transitamos una primavera interior: Un estado de florecimiento; de resurgir, renacer, el
comienzo de una nueva expansión… Otras veces transitamos un verano interior; un estado
de plena expansión; de radiancia, cúspide, logros y éxitos notables… Otras veces
transitamos un otoño interior: Un estado de desprendimiento; desapego, soltar, dejar ir, el
comienzo de la contracción.
Y así sucesivamente, tal como la naturaleza vive estaciones, así también nosotros, puesto
que somos la naturaleza misma y estamos en constante cambio, al menos en la dimensión
de los fenómenos que experimentamos, ya que muy en lo profundo, hay una esencia que no
cambia. Pero de ello ya hemos hablado y hablaremos más adelante. En este caso nos
referimos a lo que sí puede cambiar y que lo hace todo el tiempo: nuestro estado interior
mental-emocional-físico.
Hay quienes nos conocen en pleno verano, pero se extrañan o decepcionan de nosotros
cuando nos ven en invierno. Hay a quienes conocemos en otoño, y nos sorprendemos
después al ver su esplendor veraniego. Podríamos decir que cada que conocemos a una
persona la conocemos en una de estas 4 estaciones. No necesariamente es lineal, pero el
proceso natural suele seguir una secuencia de expansión y contracción, con los matices
entre ambos movimientos.
La expansión y contracción hacen parte de la ley de la naturaleza, y no excluye a nadie, por
más consciente que sea. Los grandes maestros iluminados también pasan por períodos
contractivos, la diferencia es la manera en la que los viven, desde la aceptación, la rendición,
y la entrega. En cambio, la mayoría de seres humanos vivimos los estados contractivos de
maneras inmaduras; quejas, reproches, renegación, resistencia, conflicto, etc. El movimiento
natural es el mismo, pero la manera de vivirlo, de fluir con él, es relativa al nivel de
consciencia del ser que lo transite.

Relación con los padres

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Como expresamos más atrás, la calidad del vínculo con los padres es causa de la calidad
del vínculo con todos los demás seres humanos. No es casualidad que el primer
mandamiento judeo-cristiano con promesa sea honrar a padre y madre, “para que tus días
se alarguen en la tierra”. Otras tradiciones espirituales también enfatizan en la importancia
del respeto y la veneración hacia los padres. Asimismo, las terapias modernas, como las
constelaciones familiares, resaltan la importancia de situarse armoniosamente en la
estructura familiar.
Honrar a los padres no significa necesariamente obedecerles ni cumplir sus caprichos. De
hecho, más que una conducta específica es un sentir profundo de reverencia. Aquel que está
plenamente consciente siente reverencia por todo lo que le rodea, pues comprende que
cada cosa, animal y persona, porta una divinidad interior –la cualidad de ser–. Aún así, la
reverencia hacia los padres humanos es una disposición de humildad más evidente, donde
naturalmente se les da un lugar interior de respeto y gratitud.
El respeto es uno de los conceptos más ambiguos. Las “faltas de respeto” pueden no serlo
realmente. Lo importante, más que entender qué es el respeto, es sentirlo en el corazón.
Mirar con ojos de amor a papá y a mamá. Sentir compasión hacia ellos cuando veamos su
ignorancia, sin juicios. Comprender que la crianza que nos brindaron fue necesaria y
perfecta para nuestro proceso evolutivo. Escucharlos mucho, pues la energía maternal y
paternal que pueden estar encarnando, hay veces nos dan luz para el camino a través de la
intuición maternal y la dirección paternal. Es posicionarse en un lugar de amor incondicional,
tal y como lo debemos hacer con todos los seres, pero abrazando el tinte paternal de ese
amor incondicional.
No estar en desorden en el seno familiar quiere decir no pretender ser el padre de mi padre
ni la madre de mi madre. Ni el padre de mi madre ni la madre de mi padre. Muy en lo
profundo sabemos a qué nos referimos cuando decimos esto. El equilibrio entre cuidar y
dejarnos cuidar cumple un papel importante en este orden. No es el mismo cuidado el que
un padre le da a su hijo infante dependiente, al cuidado que un hijo le da a su padre anciano
dependiente. La cualidad de cuidado puede ser la misma, pero la dinámica no es igual –al
menos no en el orden armonioso–, no sólo por la diferencia en la condición física entre el
niño y el anciano, sino en el sentir interior que hace que la manifestación del cuidado sea
emocionalmente distinta.

Nuestros padres humanos suelen ser la encarnación personal de la energía paternal y


maternal universal, y más allá de ellos se encuentra el padre sol y la madre tierra. Casi todas
las tradiciones espirituales antiguas representan al sol y al cielo como figuras masculinas,
asociándose comúnmente al padre. Y a la tierra como una figura femenina, casi siempre
como la madre. Aunque nuestro padre pudo haber cumplido un rol más femenino, y nuestra
madre un rol más másculino, la tendencia universal prevalece.

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Como encarnaciones de la energía paternal universal, la calidad del vínculo con nuestros
padres refleja nuestro vínculo con la provisión celestial y la nutrición terrenal. No es de
extrañarse que la falta de armonía en la relación con nuestra madre se refleje en la
destrucción hacia la tierra y sus criaturas y en el deterioro de la calidad orgánica de las
cosechas. O la falta de armonía en la relación con nuestro padre se refleje en la
contaminación de los cielos, en el miedo común a la radiación del sol y en el bloqueo
artificial hacia sus sagrados rayos.
Es necesaria una reconciliación con nuestros padres. Pues aunque en muchos casos la
relación con ellos parezca estar “bien” en la superficie, por dentro se mueven un montón de
resentimientos, rencores y resistencias que terminan por asfixiar el vínculo, volviéndolo
dependiente y tóxico, o distante e indiferente.
No creo que sea posible estar en un estado disfuncional con respecto a los padres y en
simultáneo tener vínculos funcionales con la pareja y los hijos. Aquello que no se ilumina en
el seno familiar original se traslada al segundo seno familiar, e incluso al ambiente social y
laboral.
Puede ser que tu madre o tu padre no te acepten, y te reprochen, juzguen y critiquen todo el
tiempo, pero si tú estás en un estado de amor hacia ellos, así no lo recibas de regreso, estás
cumpliendo tu función armoniosa, iluminando el vínculo. Puede ser que decidas estar cerca
o lejos de tus padres, no importa, siempre y cuando en tu corazón no hayan rastros de
ausencias de perdón, aceptación y comprensión con respecto a ellos.
El perdón es esencial. No hay otra opción excepto seguir viviendo en un pasado denso y
tormentoso. El perdón significa liberarse del pasado y abrazar la perfección del presente. El
perdón es la consciencia de que todo cuanto sucede es adecuado, justo y necesario, por
más difícil que le sea a la mente entenderlo. El perdón erradica la envoltura en la ficción
víctima-victimario, por lo tanto, libera del yugo de la culpa proyectada hacia uno mismo y a
los demás. Todo lo que sucede es necesario porque es lo que es.
Sin perdón no hay liberación del pasado, y sin tal libertad no hay vínculos sanos. Y puesto
que en el vínculo con los padres es donde suele haber más pasado acumulado, entonces es
donde es más necesario el perdón que en cualquier otro vínculo.
Ver a los padres desde la frescura del presente, sin el entramado de traumas ni pendientes,
es el primer paso para ver la energía universal que potencialmente encarnan, y reconocer
esa energía dentro de ellos, es honrarlos.

Desde cierta óptica, la mayoría de los traumas se desarrollan cuando somos niños. Pero
desde una óptica más amplia, los traumas tenemos son mucho más antiguos que estos
cuerpos que habitamos. Cuando un cuerpo muere, lo hace para siempre. Pero, ¿qué hay con
toda la energía mental que circundaba el cuerpo? Se recicla, tal y como las hojas de los
árboles se convierten en tierra cuando caen al suelo, y de la misma tierra crecen más
árboles, en un movimiento circular de renacimiento. Alguien se tiene que hacer cargo de la

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energía mental que queda aún cuando el cuerpo no está. Hay quienes dicen desde hace
milenios que quien se hace cargo de esa energía es la misma alma que no pudo
trascenderla, entonces encarna en otro cuerpo para poder trascenderla en el mismo nivel
que la dejó inconclusa. Una y otra vez, hasta que la totalidad de la energía mental se haya
purificado y no quede rastro alguno de traumas. Hasta que el alma se haya liberado e
iluminado por completo y rompa con el ciclo de renacimiento y reencarnación.
El concepto de “Trauma” es una adaptación moderna de algo que se había descubierto
desde hace milenios. Los budistas le llaman Samskaras, complejos mentales arraigados
que traemos de otras vidas y que no son exclusivos a este cuerpo.
No importa mucho en cuál de las 2 ópticas se crea, o si en las 2. Pero la segunda, que suele
ser más problemática de aceptar, cobra sentido cuando se comprueba que a pesar de tener
una educación excelente y una familia relativamente equilibrada, tarde o temprano el niño
manifestará una patología intensa o sutil, un trauma o una disfunción mental en forma de
algún tipo de complejo psicológico que no permite que sea totalmente feliz o esté
plenamente en paz interior. La explicación budista para éste fenómeno suele satisfacer más;
nuestros traumas/samskaras, no son exclusivos al tiempo de este cuerpo ni a la mera
mentalidad ligada a él. Son residuos de energía antiguos que prevalecen hasta ser
iluminados por completo.
Muchos de esos traumas son dolores transgeneracionales, que encuentran una vía fácil de
propagación a través de la crianza y la permeabilidad filial, y es aquí donde entra en juego la
relación con los padres. Puesto que no hemos concientizado por completo muchos de
nuestros complejos psicológicos, puede ser que inconscientemente culpemos a nuestros
padres por el “daño que nos hicieron”, o por ser como somos. Desde cierta perspectiva sí
hubo una influencia a través de la crianza; una transmisión de creencias, condicionamientos,
paradigmas y sesgos. Pero esta perspectiva sólo es válida desde la visión netamente
circunstancial, desde la división donde todo está separado, donde cada cosa y persona es
víctima y efecto de sus circunstancias. Pero visto desde una visión más profunda y
fundamental, nosotros, como cualidad de consciencia, creamos cada cosa que vivimos en
nuestra experiencia de vida, desde los 0 años. El bebé manifiesta su entorno. No es víctima
de él. El bebé, como consciencia, crea su realidad desde principio a fin, sin nada que se le
escape. El bebé es correspondiente con lo que le sucede; con sus padres, su crianza, y toda
la fenomenología de su vida. Esto es algo difícil de asimilar cuando entran en juego temas
sensibles como abusos, agresiones y demás. Pero no se ha de tomar como una
culpabilización hacia los bebés por ser agredidos, sino como una correspondencia con su
proceso evolutivo. Es la comprensión de que no hay nada fuera de lugar, ni nada que suceda
fuera de la correspondencia energética del camino de cada alma. Identificando al bebé
como su cuerpo, claro que es víctima de lo que le sucede. Pero el bebé no es su cuerpo,
dentro de él habita una esencia creadora que moldea su experiencia de vida acorde a lo que
necesita experimentar para trascender sus complejos, sus traumas, sus samskaras.

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Es por ello que ni tus padres ni nadie tiene la culpa de tus complejos arraigados. Nadie ha
creado los obstáculos que tienes para estar plenamente en paz, más que tú mismo, de
maneras inconscientes que urgen ser traídas a la consciencia para ser iluminadas,
trascendidas y superadas, dejando tras la superación una mayor sabiduría, una mayor
comprensión de la ley de la naturaleza correspondiente que todo lo abarca.

Hazte responsable de tus traumas de la infancia, de lo contrario nunca podrás vivir en


perdón hacia tus padres. Subyacentemente continuará habiendo una culpabilización, un
victimismo. Asume tus traumas, creencias y complejos, y sus efectos circunstanciales,
como tu propia responsabilidad y creación como cualidad de consciencia. Y ten en cuenta
que esta responsabilidad propia también abarca a los demás, no los excluye bajo la
justificación de que “puedo hacerte lo que me dé la gana porque al final tú eres responsable
de lo que creas en el exterior. Eres responsable de que yo te agreda”. No. Esto es
precisamente un efecto de no comprender la correspondencia perfecta. Ser consciente de
que eres responsable de tus propios tramas y que los demás también son responsables de
los suyos, no te llevará nunca a la apatía. Todo lo contrario. Esta comprensión te llevará a la
auténtica empatía.
Al hacerte responsable de tus dolores internos, se abre la posibilidad de sentirlos
directamente, en vez de proyectarlos fuera a través de la culpabilización. Sin la
responsabilidad de lo que siento dentro, no puedo sentir el dolor de manera directa ni
asumirlo, sino que lo sentiré de maneras periféricas y superficiales, lo cual nunca lleva a una
comprensión real del origen y la raíz del dolor, lo que a su vez hace que lo rechacemos y lo
proyectemos en alguien o algo más. Por el contrario, si sentimos el dolor de manera directa,
asumiendolo como nuestra responsabilidad, entonces lograremos comprender su origen.
Conectarás tanto con tu dolor que descubrirás la importancia de la empatía, la compasión y
la benevolencia hacia otros seres, porque al final no hay “otros”. Tú dolor es mi dolor. Mi
dolor es tu dolor. Compartimos el dolor base de la ignorancia, del olvido de lo que realmente
somos. Aunque pueda tener diferentes caras, nombres y matices, el dolor primigenio, es el
mismo. Somos responsables del dolor del mundo, porque el mundo habita en nosotros.
Porque nosotros creamos este mundo. Tú creas el mundo en el que vives. O, mejor dicho, tú
creas el mundo que vive en ti.

Una fuerza amorosa nos penetra cuando asumimos la responsabilidad de lo que sentimos, y
nuestra disposición hacia los demás es de una mayor apertura, de un recibimiento más
amplio, más gentil, más compasivo, más empático.
Responsabilizarte de tu sentir no te hará un individualista, por el contrario, te hará
comprender el verdadero valor de la comunidad.

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Ni tu padre ni tu madre tienen la culpa de nada de lo que hoy vives. Entonces la opción más
lógica es el perdón, la liberación del pasado y la honra hacia sus presencias.
Usa la relación con tus padres como una de las herramientas de autoconocimiento más
directas e importantes. Conócete a través de todo lo que se despierta en presencia de ellos,
o cuando los recuerdas.
Siéntate, respira unas cuantas veces e imagina la forma de tu madre. Tal como se viste,
como se expresa, como camina, su tono de voz, la manera en la que se dirige hacia ti, y
todos los detalles que puedas captar de su manifestación en tu vida. Comienza a sentir
directamente todo lo que emerge cuando visualizas eso, sin interpretar, sin juzgar nada de lo
que aparece o desaparece. Solo sintiendo y sintiendo. Pasados unos minutos, abre los ojos
y escribe de seguido todo lo que sientes, y todo lo que sentiste cuando sostenías su imagen
en tu mente. Haz lo mismo con la imagen de tu padre y escríbelo.
Luego de tener las emociones que afloraron plasmadas en el papel, leelo y siente cada cosa
sin reaccionar. Usa las emociones que aparezcan, tanto agradables como desagradables,
para concientizar e iluminar el vínculo con ellos. Y descubrirás, tarde o temprano, que el
vínculo que tienes con ellos no es en realidad con ellos, sino con partes de ti mismo que no
has reconocido, que no has podido aceptar dentro de ti. El vínculo era con una imagen que
confundías con lo que ellos son. El vínculo era imaginario. Te vinculabas con ciertos
pensamientos e ideas que identificabas como “papá” y “mamá”. Descubrirás que el vínculo
auténtico es puro amor, pura conexión, pura unidad; eres padre, madre e hijo de ti mismo.

Relación con la pareja

La relación con la pareja es el sub-aspecto más dinámico, más abarcativo, más integral y
más constante. Es un espejo que refleja directa e indirectamente todo los demás aspectos
de nuestra experiencia de vida. Es la compañía más íntima, por lo tanto, suele ser la que más
penetra nuestra estructura psico-física.
Hablamos del amor romántico. Al tipo de amor que más se le da importancia. Las películas
más vistas suelen contener el tinte del romance. Las canciones más escuchadas suelen
hacer referencia a alguna historia de romance; decepción, seducción, despecho, cortejo,
sexualidad, enamoramiento, pasión, dependencia emocional… Gran cantidad de poemas
existentes están inspirados en alguien más, en una figura amada.
La pulsión del ser humano por emparejarse es tremendamente fuerte. La biología tradicional
lo explica diciendo que, como todo organismo vivo, nuestra misión es reproducirnos, y para
ello, por supuesto se requiere un emparejamiento de un tipo u otro. Sin embargo, la visión de
emparejamiento por mero instinto o pulsión de apareamiento es muy limitada. Hay algo más
profundo que la mecánica básica de supervivencia: Dos componentes se unen para ‘traer
vida al mundo’; hombre y mujer. Dos fuerzas complementarias son necesarias para la

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extensión de la especie. Hablamos del masculino y el femenino. Incluso, no necesariamente
se unen para procrear. Hay un magnetismo que opera aún sin el deseo de tener hijos. Un
deseo que retumba en las fibras del cuerpo y de la mente. Un impulso que nos invita a
vincularnos. La curiosidad del sabor de esos labios. Del tacto de esa piel. Del tono
susurrante de su voz al oído, en la cama, en la cocina, en el momento inesperado y oportuno
para despertar la chispa vital de la pasión, la intimidad y el compromiso.
Hablamos de algo más que mera biología o química, aunque estas son abarcadas por eso.
Las tradiciones y sabidurías antiguas le han llamado de muchas maneras: la polaridad
universal, el yin y el yang, el sagrado masculino y el sagrado femenino.
Tal y como vimos anteriormente, hay elementos y atributos universales que se asocian con
un aspecto masculino, y otros que se asocian con un aspecto femenino. El sol, lo eléctrico,
la fuerza penetrante, el calor, la cualidad activa, se asocia con la energía masculina. Mientras
que la tierra, lo magnético, la recepción, el frío, la cualidad pasiva, se asocia con la energía
femenina. Ciertamente hay matices, pero ciertamente hay tendencias que componen una
polaridad evidente: día y noche, fuego y agua, dar y recibir, dirigir y ceder, lo duro y lo blando,
lo rígido y lo flexible.
En el acto de unión entre el hombre y la mujer se aprecia evidentemente que hay una
penetración de parte del hombre y una recepción de parte de la mujer. El hombre da su
semilla a la mujer. La mujer la recibe, la gesta y luego da a luz. Tal cual lo hace el cielo que
riega la tierra con lluvia, humedeciéndola, para que geste una semilla y luego de frutos. La
danza entre el femenino y el masculino no es exclusiva a los seres humanos; es una
mecánica universal que se puede observar desde los aspectos más pequeños, hasta el
sistema solar y más allá.
Esto no significa que porque un hombre penetre a una mujer en el acto sexual sea
necesariamente un hombre masculino. Ni que una mujer que sea penetrada sea
necesariamente una mujer femenina. La cualidad masculina-femenina no es
necesariamente cuestión de género. Aunque hay una tendencia común (que incluso se
evidencia en las diferencias cerebrales entre el hombre y la mujer), el hombre puede tener
más despierto un estado femenino, y la mujer puede tener más despierto un estado
masculino, con las cualidades y atributos que ello implica. La dominancia, la determinación,
la estructuralidad, la unidireccionalidad y el raciocinio, son cualidades atribuibles a la
energía masculina. Mientras que la sumisión, la volatilidad, la flexibilidad, la
multidireccionalidad y la emocionalidad son cualidades atribuibles al femenino.
Un hombre puede ser menos determinado, más cambiante y emocional, más receptivo,
sensible y condescendiente. Sería, dentro del marco de la polaridad, considerado un hombre
femenino. Y una mujer puede ser más estructurada, dominante, racional y determinada, y
sería, dentro del marco de la polaridad, considerada una mujer masculina.
Hay un amplio debate en si el orden natural de la polaridad predominante debe ser
hombre=masculino y mujer=femenina. Es un debate que no intentaremos resolver en este

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texto. Sin embargo, abriré la invitación de poder conectar con lo que anhelamos
profundamente desde nuestra esencia sexual-polar; como mujeres o hombres. Quizá
muchas mujeres descubran que en lo profundo desean ser sostenidas, relajarse, entregarse
y fluir con la dirección de un masculino íntegro y sabio, y estar dispuestas a recibirlo, a
rendirse en plena confianza, a sentir la sensualidad recorriendo sus venas invitando al
masculino a entrar, a penetrar no solo su cuerpo, sino su mente, su alma, en el éxtasis de la
soltura en arrobamiento. Asimismo, quizá muchos hombres descubran que en lo profundo
desean sostener, proveer, dar dirección, liderar y transmitir confianza, seguridad y
protección.
En el caso de las parejas homosexuales, puede verse una tendencia de una de las dos
partes a participar como una de ambas polaridades predominantemente. La danza entre el
masculino y el femenino no escatima en género, y también trasciende las relaciones de
pareja, abarcando todo tipo de relacionamiento, desde una pequeña interacción con un
desconocido hasta las largas relaciones de toda la vida.

La energía masculina y la energía femenina actúan como cualidades que pueden estar en
luz o en sombra, es decir que el ego –el falso sentido de ser–, puede permear ambas
cualidades y ensombrecerlas.
El masculino en sombra es una aptitud violenta, intensa, brusca, cerrada, tozuda, defensiva,
hiperactiva, beligerante, soberbia, orgullosa, hiperracional, acorazada, “invulnerable”,
controladora.
El femenino en sombra es una aptitud hiper condescendiente, aletargada, perezosa, dispersa
emocionalmente, super volátil, hipersensible, dramática, dependiente, subyugada, sumisa,
melancólica, manipuladora.
*El control y la manipulación se diferencian en que el control se hace desde un punto más
mental, más medido y racional. En cambio, la manipulación se hace desde un lugar más
emocional.*

De alguna manera, el ego encontró la energía masculina más viable para imponerse en el
mundo. Es por esta razón que el ego masculino es tan evidente en la mayoría de sociedades
cuyo funcionamiento es un patriarcado marcado y un enaltecimiento hacia las formas e
intereses masculinos: el poder, el trabajo y la independencia.
Las cualidades masculinas, tanto en sombra como en luz, se valoran y acreditan más debido
al relegamiento que hemos ejercido con respecto al femenino interior, el cual erróneamente
consideramos débil, unútil y poco práctico. Manifestaciones más emocionales como el arte,
la empatía, la compasión, la sensibilidad y la intuición son subestimadas y puestas en
segundo plano, por debajo de aptitudes más remarcables en la sociedad
jerárquica-capitalista y consumista. La sutileza del femenino es eclipsada por el rugido de

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los motores despampanantes. Y la suavidad de carácter se pisotea en las ciudades más
grandes y aceleradas, considerándose excesivamente blandas.

Hoy, es común ver parejas con exceso de energía masculina. La agitación, la inquietud, el
afán y la impaciencia son manifestaciones de la energía masculina desbordada, ya sea por
exceso o por incapacidad de contenerla maduramente. Es común que en las parejas se vea
cierta competencia de poder y una gran dificultad para ceder por ambas partes. Esto
ocasiona un conflicto cuyo motor es propio de una energía masculina egoica. Sin embargo,
estas relaciones resguardan un potencial grande a la hora de conseguir lo que se quiere, de
ímpetu colaborativo, de lograr metas definidas y de cooperar directamente hacia una causa
mayor.

También podemos llegar a ver parejas con exceso de energía femenina, aunque no son tan
comunes. Parejas que pueden aparentar vivir pacíficamente, pero esconden un miedo al
conflicto enorme que camuflan con largas horas de sueño, entretenimiento y comida. Son
relaciones carentes de determinación y dirección. No se orientan a sí mismos, sino que
ambos se mueven de aquí para allá, sin cuestionar la corriente, sin criterio. A la vez, estas
relaciones tienen un gran potencial intuitivo, un sentido artístico desarrollado y una
capacidad de empatía y compasión que puede llevarlos a comprender fácilmente sus
emociones mutuas.

Es muy común ver parejas donde uno de los dos –hombre y mujer–, es quien manifiesta una
energía polar más predominante que el otro. Si la madurez espiritual de la relación es
precaria, entonces el masculino se impondrá severamente sobre el femenino, la intentará
controlar, no la escuchará y la subordinará a sus intereses egoístas. Es probable que el
hombre comience a cosificar a la mujer debido al desconocimiento de su naturaleza
sensible y trans-material. O que la “mujer empoderada” comience a controlar a un hombre
complaciente y agradador, a un “chico bueno y sonriente”. Estas son las relaciones
machistas. También ocurre que la energía femenina egoica se deslizará por debajo del
dominio masculino, intentando manipular discretamente a la otra parte, ya sea a través de la
victimización, la queja, o cualquier tipo de drama emocional que alimenta la densidad del
cuerpo del dolor.
Sin embargo, si la madurez espiritual de la relación es alta, entonces el masculino sano y el
femenino sano experimentarán una danza, considerada la más divina, elevada y profunda de
todas las danzas. Shiva y Shakti. El Yin y el Yang. El equilibrio universal cuyo fruto es la vida.
Hay quienes dicen que este sentido de elevación llega a su cúspide cuando necesariamente
el hombre representa predominantemente el masculino, sin ignorar su parte femenina
interior. Y donde la mujer representa necesariamente el femenino, sin ignorar su parte
masculina interior. Hay Yang en el Yin, y Yin en el Yang. Esta afirmación ha de pasarse por el

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cuerpo y con total honestidad, pues se llega a un punto más complejo cuando sobre la mesa
están los casos de las parejas del mismo género.
Sí, sentirse conectado con alguien es importante. Pero hay aspectos a tener en cuenta
dentro del marco de la polaridad sexual, sobre todo en relaciones a largo plazo. Cada uno de
nosotros continuará viendo, directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, la
necesaria danza que ha de haber entre ambos aspectos universales, cuyo ritmo y compás
ha de ser armonioso para la prolongación de un vínculo sano y maduro espiritualmente, de
lo contrario, una opción nada descabellada es terminar la relación antes de que la
desarmonía del vínculo forzado genere más y más toxicidad. O permanecer en la relación,
pero asumiendo tu decisión e ir viendo meticulosamente el movimiento polar dentro de ti,
hasta descubrir qué es lo que verdaderamente necesitas desde tu polaridad sexual natural, y
poder tomar una decisión más certera: si irte de la relación debido a la
incomplementareidad, o continuar en ella desde la plena observación hacia tu mundo
interior.

¿No es el masculino y el feminino una dualidad que contradice el principio de unidad absoluta
que mencionaste en el principio del texto?

Desde cierta óptica, sí es una dualidad. Pero desde una visión elevada, el masculino y el
femenino –la polaridad universal–, no están peleados con la unidad ni la contradicen. Quizá
la ponen en un punto paradójico. Pero tal y como el Yin y el Yang es una sola figura que
contiene ambos aspectos, asimismo la unidad fundamental es una sola, que contiene a la
polaridad sin dividirse en esencia. O como el planeta tierra, que tiene 2 polos, pero que
continúa siendo una unidad esférica. O como tu mismo cuerpo, que aunque es simétrico,
continúa siendo uno.
La polaridad no está en conflicto con la unidad.

Compatibilidad y complementariedad

Aunque la compatibilidad y la complementariedad pueden ser entendidas desde la visión de


la polaridad universal. La diferencia de términos puede ayudar a entender fácilmente el
porqué ciertas relaciones de pareja, amigos, sociedades o de familia, son fructíferas,
mientras que otras no.
Hace un tiempo estaba con una mujer que me complementaba. Ella tenía la tierra que me
faltaba: lo concreto, el orden, la estructura, la practicidad. Y yo tenía la parte etérica que le
faltaba: el silencio, la meditación, la tranquilidad… Sin embargo, no éramos compatibles. No
había afinidad mental entre ambos. Compartíamos visiones diferentes, y a veces parecía

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que hablábamos 2 idiomas distintos. Eventualmente terminamos la relación. Al poco tiempo
apareció una mujer con quien encontré una gran compatibilidad. Pero no éramos
complementarios. Hablábamos el mismo idioma; nos entendíamos perfectamente, y
compartíamos la misma visión de la vida. Pero algo faltaba; un complemento entre sus
virtudes y las mías, una nutrición de perspectivas y atributos. Algo que encontraba en la
primera relación.

La compatibilidad y la complementariedad son igualmente importantes, sobre todo en cierto


tipo de relaciones. Es casi regla el hecho de que nuestros amigos sean compatibles con
nosotros, de lo contrario, no elegiríamos estar con ellos a menudo, a menos que sea desde
un esfuerzo de encajar. Solemos elegir deliberadamente a las personas por compatibilidad.
Y hay veces la vida se encarga de elegirnos a ciertas personas por complementariedad. Las
relaciones que llegan por complementariedad son significativamente transformadoras
debido a que nos muestran aquello que nos falta por integrar o reconocer dentro de
nosotros mismos, o sencillamente porque nos complementa polarmente.
La complementariedad encaja más directamente con la visión polar-sexual que la
compatibilidad. Puedes ser una mujer muy femenina y encontrar a un hombre muy
masculino, y sentir que son tremendamente complementarios, pero aún así, sentir que no
comparten la misma visión; sentir que no es compatible contigo. Por debajo de la relación
continuará existiendo una fuerza magnética que te lleva a pensar en él, a extrañarlo y a
quererlo de vuelta, pero también hay una fuerza interna que te lleva a pensar en lo
incompatibles que son en sus maneras de pensar y de vivir. Y quizá tengas claro de que esa
diferencia de maneras de vivir y pensar no te complementan. Simplemente no las eliges, no
resuenas con ellas ni te inspiran. Es entonces cuando descubres que no hay compatibilidad,
a pesar de que añores su complemento polar en ti. A pesar que lo desees con todas tus
fuerzas y que cada que lo veas te embriaguez de pasión.

Parte de la maestría relacional es no solo elegir a nuestros amigos por compatibilidad, sino
aprender a elegir conscientemente a amigos que nos sean complementarios.
La complementariedad suele pasar más desapercibida y sutil que la compatibilidad. Es
evidente cuando alguien que acabamos de conocer nos resulta compatible o incompatible
(aunque la primera impresión no siempre es determinante). Pero no es tan fácil de ver
cuando alguien nos complementa. Para reconocer la complementariedad en otra persona
normalmente se requiere más que una interacción fugaz. Hay quienes son lo
suficientemente sensibles para percibir un complemento en alguien casi inmediatamente
después de haberlo conocido. Pero generalmente la complementariedad opera en un nivel
más profundo e inconsciente que la compatibilidad.
Es quizá por esto que, luego de terminar la relación con la segunda mujer, con quien
encontraba compatibilidad, busqué nuevamente a la primera, arrastrado por las fuerzas

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profundas que buscan lo que les falta para completarse. Por supuesto que no doy gala ni
ejemplo de ello, pues la búsqueda inconsciente de “lo que me falta”, comúnmente proviene
de un sentido de carencia emocional que se está intentando llenar vanamente con algo
externo.
Al volver con la primera mujer, otra vez encontré el deseado complemento. Pero la
incompatibilidad continuaba operando en el fondo, haciendo que la relación de pareja no
fuera sostenible. Ahora, en un periodo de mi vida de voluntaria soledad relacional-romántica,
me doy cuenta de que tanto la complementariedad como la compatibilidad son aspectos
fundamentales en todas las relaciones de pareja, mas no necesariamente son
fundamentales en todas las demás relaciones humanas, al menos no en la medida
necesaria que lleva a una pareja romántica al encuentro y a la unión con lo divino a través de
la conexión mutua.

La compatibilidad trae consigo afinidad mental; conversaciones fluidas, entendimiento


mutuo, visión compartida, metas y objetivos en común, semejanza en gustos, intereses
parecidos, ideas en común, semántica semejante.
Y la complementariedad trae consigo: admiración, pasión, enriquecimiento de la percepción,
creatividad, dinamismo, atracción visceral, curiosidad, profundidad emocional.

2 mejores amigos podrían ser muy compatibles, pero poco complementarios. Sin embargo
su relación podría ser sostenible durante toda la vida. Ambos pueden acordar en reunirse un
par de veces al mes, compartir, intercambiar ideas y opiniones, divertirsen y pasarla bien, y
continuar cada uno de manera independiente en los demás aspectos de sus experiencias de
vida. Pudo no haber mucho complemento en su encuentro, pero no es tan necesario como
la compatibilidad en la amistad. Siendo el caso de que haya, además de compatibilidad,
complementariedad, entonces sería una relación increíble que los llevaría a ambos a otro
nivel de conexión. Aún así, en el aspecto de la amistad corriente, no se necesita tanta
complementariedad como en los vínculos de pareja. Pues aunque llegues a tener mucha
compatibilidad con tu pareja, si no sientes que te complementa, te aburrirás del vínculo
eventualmente; el deseo sexual disminuirá y te encontrarás mirando a otras personas con
frecuencia.

Cuando encontramos a alguien con quienes formamos un complemento, hay una delgada
línea entre caer en la admiración y la envidia, entre el deseo y el rechazo. Como
mencionamos anteriormente, no solemos darnos cuenta de manera rápida cuando alguien
nos complementa al conocerlo. Sin embargo la parte más intuitiva y profunda de nosotros lo
reconoce, y comienzan a aparecer una serie de sensaciones, pensamientos y emociones
que muchas veces no asimilamos y reaccionamos con atracción desenfrenada o con
repulsión irracional, o con ambas a la vez. ¿Te ha pasado que te gusta alguien y no sabes

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por qué y que de hecho no es para nada tu tipo, y que una parte de ti te reclama e intenta
zarandear extrañada de esa inexplicable atracción que sientes?
Está también el caso de los famosos, las estrellas del cine, los cantantes, y los
conferencistas. Normalmente se paran en un escenario, o en frente de cámaras y comienzan
a expresarse, a ‘brillar’ en la tarima, o en una canción, o en una película. Sentimos una fuerte
admiración hacia ellos, y esta admiración casi siempre viene de la complementariedad:
A veces vivimos la mayor parte del tiempo contraídos, apenados o intimidados, o
sencillamente con un temor a nuestro propio brillo. Le tenemos miedo a nuestra propia
grandeza. Y al ver a alguien en frente resplandeciente, en expresión expansiva brillante,
sentimos inconscientemente que eso nos falta. El deseo aparece, pero fácilmente se puede
convertir en envidia. Esta es la razón de porqué las personas pueden llegar a sentir fuertes
oleadas de deseo sexual hacia un conferencista radiante, o hacia un cantante en concierto.
O también un rechazo ilógico, aunque se esté de acuerdo con lo que dice o le guste su
expresión. El deseo sexual muchas veces aparece en respuesta de un posible complemento;
se desea entrar ahí o se desea que eso entre en uno. Y la envidia muchas veces aparece
desde la negación de que otra persona pueda tener algo que nos falta (por eso la envidia y la
soberbia suelen ir de la mano).
Luego de que 2 artistas o conferencistas resplandecientes se juntan, en pleno estado de
expresión expansiva, entonces ya no se complementan más, al menos no en el aspecto de
“dar fuego a alguien cuya llama está apagada”. Ahora son compatibles, ya que ambos
aprendieron a ‘brillar’ por sí mismos. En cambio, quienes continúen con la llama ‘apagada’ en
su interior, se sentirán tremendamente atraídos hacia el fuego externo que creen que los
puede encender, porque inconscientemente creen que les falta, entonces se puede generar
un deseo de complementariedad de parte de los admiradores al artista o expositor que brilla
radiante en el escenario. Son personas deseadas por muchos, porque muchos creen que
escasean de tal brillo, y que con ese brillo adentro, o dentro de ese brillo, por fin estarían
completos.

El aspecto de las relaciones tiene muchas aristas, y es muy extenso. Vimos que la relación
con los padres y con las parejas cumplen un papel fundamental en este aspecto vital, y que
entre cada vínculo se encuentra un extenso mundo de energías, aptitudes, complementos y
compatibilidades. Sin embargo, aunque parezca muy complejo, las relaciones se pueden
abordar desde una simpleza asombrosa a la hora de iluminar cualquier vínculo, sea con los
padres, los hijos, los amigos, los socios o las parejas. La simpleza de las relaciones
elevadas, es decir, relaciones que no estén movidas por una toxicidad predominante, ni por
un juego de ego de dualidades malsanas, es la simple práctica de la presencia. Digo ‘simple’,
porque es solo un gesto el que hay que aprender a “ejercer”, y es la voluntad de permanecer
en el momento presente, en vez de ser arrastrado por el diálogo mental o los pensamientos

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absorbentes. Si se logra estar totalmente presente en cualquier relación, con eso bastaría
para que el vínculo comience a iluminarse. Puede ser que pienses que es trabajo de todos,
pero realmente es solo tú trabajo. Si iluminas el vínculo a la luz de tu presencia consciente,
eventualmente se estimulará el ‘otro lado’, de lo contrario, el vínculo se rompería
naturalmente. Tal y como sucede con los círculos sociales de los seres que comienzan a
elevar su vibración con su presencia sostenida. La mayoría de esos círculos se diluyen
porque no encuentran compatibilidad ni resonancia. Muchas personas se sienten
incómodas en presencia de alguien totalmente presente. Se intimidan al ver en sus ojos una
expresión naturalmente atenta, centrada y honesta, al punto de excluirlo poco a poco para
continuar con la fiesta de dispersión sustentada en la ausencia colectiva, en un estado de
poca atención plena arrastrado por estímulos y las reacciones inconscientes y automáticas
derivadas. La transparencia asusta a quienes aún continúan con la máscara puesta. Pues si
un miembro del grupo se quita la máscara, hará notar la máscara del resto. Mientras que si
todos permanecen con máscaras, puede que nadie se entere de lo que está pasando porque
no hay ningún otro punto de referencia presente.
Estar plenamente presente, atento al cuerpo, a los pensamientos que aparecen y
desaparecen y a las emociones que son captadas de manera ecuánime, es el verdadero
antídoto para cualquier vínculo. Si un ser ha aprendido el arte de estar aquí y ahora,
purificando su mente, entonces sus vínculos tarde o temprano se verán permeados de esa
misma pureza, y los que no soporten tal pureza, naturalmente serán distanciados por la vida
misma; pura resonancia.
El dicho que dice que somos el promedio de las 5 personas más cercanas, no está tan
descabellado. Tiene una parte importante de veracidad, pues tu círculo social y tus
interacciones deliberadas más frecuentes reflejan tu frecuencia, manifestada en temas de
conservación, respeto por la palabra, el silencio sereno y la presencia de los miembros del
círculo, la franqueza, la profundidad y vulnerabilidad de la interacción y el nivel de
automatismo/falsedad de cada reunión.

Simplemente estar plenamente presente en presencia de los demás. Esa es la simpleza


detrás de toda la complejidad que emerge cuando observamos con detenimiento el aspecto
de las relaciones, y el comienzo de la visión inter-personal pura; ver al otro, realmente, en vez
de verlo con un velo de pensamientos, juicios, interpretaciones y pasado acumulado de por
medio. La presencia erradica todo eso, y abre la puerta a la visión no-dual entre tú y los
demás, donde ya no hay pensamientos, creencias ni opiniones que separen. Entonces se
vive una experiencia de unidad en presencia mutua, y es allí donde aparece el amor.

Soledad

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La soledad es la relación directa con el vacío, el silencio y la intimidad con uno mismo.
La soledad no es solo no estar acompañado por otros cuerpos, sino un estado de comunión
con la energía virgen que emanas. La soledad, más que un contexto externo, es un estado
interior. No porque estés aislado significa que estés en un auténtico estado de soledad,
puede ser que llenes el vacío con un montón de estímulos que eviten que sientas tu propia
emanación vital. Parte del estado de soledad es la quietud, la reconciliación con la
no-acción, con la contemplación sostenida y la meditación.

Normalmente se asocia la soledad con algo negativo y penoso. La frase “me siento solo”,
suele interpretarse tortuosamente. Es raro ver a alguien cenar solo en un restaurante
romántico. También es raro ver a alguien ir al cine solo. Hay muchas actividades que son
perfectamente disfrutables sin la compañía de los demás, pero por mera inercia social
evitamos exponer nuestra intimidad autoinducida. Los demás pueden pensar que estamos
aislados, que nadie nos quiere, y que el cúmulo de rechazos sociales nos obliga a vivir en
desolación. Pero la soledad por elección es una virtud en gran cantidad de casos. Además,
si se aprende a estar plenamente en paz con uno mismo y a valorar la propia presencia,
naturalmente se es más selectivo con quienes se comparten largas estancias.

El aspecto de la soledad es el aspecto en el cual se dirige directamente la atención hacia


uno mismo. “Uno mismo”, como hemos visto a lo largo del texto, puede significar muchas
cosas. Pero simplifiquémoslo entendiéndolo como el propio cuerpo, la propia mente y la
propia presencia. Entonces en este aspecto entran temas tales como el autocuidado; la
alimentación y gran parte de los hábitos en solitario.

Al igual que los demás aspectos, la soledad armoniosa es crucial para una integralidad sana
en los aspectos de vida. Sin Soledad armoniosa, el intento de llenar el vacío será vehemente
y no habrá una completa armonía en las relaciones ni en el dinero.
La soledad, vivida conscientemente, es un templo de intimidad y autoconocimiento directo.
Es cierto que a través del dinero y las relaciones también nos descubrimos. Pero nada hace
más directo ese descubrimiento que aquello que emerge en ausencia de estímulos externos.
Un filósofo, físico y matemático, hace varios cientos de años atrás, expresó muy bien la
importancia de la soledad armoniosa: “Todas las desgracias del hombre se derivan del
hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación.” - Blaise
Pascal.
Podría parecer exagerado que todas las desgracias de la humanidad procedan de la
incapacidad de estar sentados solos en una habitación sin hacer nada. Pero es allí donde
comienza todo. Si no somos capaces de estar en armonía con nosotros mismos, no
seremos capaces de estar en armonía con los demás ni con el mundo y sus sistemas. Si no

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podemos estar tranquilos y en paz en nuestra propia presencia, no podremos estarlo en
presencia de alguien más ni con dinero.
Para muchos, la pandemia de Covid fue una clara muestra de su incapacidad de estar en el
vacío de la propia compañía. Muchas personas cayeron en depresión y en desesperaciones
intensas. No estaban entrenadas para sentirse a sí mismas, ni para encontrar gozo en la
atmósfera que naturalmente nace de la soledad.

Como seres gregarios, desde siempre, nuestra salud psicológica está ligada a la comunidad
–al menos la psique de quienes no han trascendido la ilusión de la compañía–. La
dependencia y la adicción a los estímulos de la manada forman parte de nuestra biología,
adaptada por millones de años. El ser humano en general nunca estuvo realmente solo. La
supervivencia dependía del trabajo en grupo, de la tribu. Ser excluido o relegado de la tribu
significaba la muerte, pues probablemente era cazado por depredadores, moriría por
inanición o a manos de otras tribus.
En nuestra mente está arraigada fuertemente un sentido grupal. Sin embargo, hay seres
que han trascendido la mecánica base de la biología, de muchas maneras. Hay quienes
superan los límites físicos y quienes superan los instintos básicos, sorprendiendo al mundo
científico. El dominio de los propios instintos de alguna manera desafía las fuerzas
biológicas que, en el caso de las demás criaturas, dirigen casi por completo sus vidas. El
ser humano se está elevando por encima de sus instintos, dejando de reaccionar a ellos por
inercia. Aquel que domina sus instintos sexuales es considerado virtuoso, por ejemplo.
Aquel que domina sus instintos territoriales, celosos y violentos, también es considerado
alguien virtuoso. El dominio sobre los instintos juega un papel importante en la virtud
general de un ser humano. Asimismo, existe la posibilidad de dominar los instintos
relacionados con la dependencia al grupo y a sus estímulos. Cabe aclarar que la palabra
“dominio”, desde esta semántica, significa ‘poder sobre’, es decir que dominar un instinto es
la existencia de una voluntad superior más allá de la fuerza instintiva. Pero aquí debemos
de tener cuidado. La represión de los instintos es un tipo de dominio, pero no es virtuosa. El
dominio correcto sobre los instintos no debe ser una lucha contra ellos, una resistencia a
sentirlos o una negación de los mismos. Eso es represión, y causa más daños que la
“virtud” conseguida. El dominio virtuoso sobre los instintos comienza con una plena
aceptación de ellos, y es más parecido a una danza íntegra que a una subyugación. En vez
de luchar contra los instintos, generando tensiones, represamientos, culpas y estancamiento
de la energía instintiva, se hace de otra manera más sabia y armoniosa. Se asumen los
instintos que emergen, se aceptan y simplemente no se reacciona a ellos. Se perciben con
ecuanimidad y acto seguido, se les da movimiento si se amerita. Si es un instinto sexual
muy fuerte, puede dársele movimiento a través de prácticas que faciliten el
reconocimiento/danza de esa energía, en vez de desfogarla en lo más inmediato. Por
ejemplo, si está emergiendo un fuerte instinto sexual, se puede usar esa energía para nutrir
un proyecto creativo, de esa manera la energía no se estanca, se danza con ella. Si por el
contrario, el instinto sexual aparece e inmediatamente reaccionamos buscando algo o

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alguien para desfogarlo, como tener sexo o masturbarnos, puede ser que aún estemos
atrapados en las corrientes arcaicas biológicas que vemos en los animales. Aceptar esa
energía instintiva, sentirla de manera ecuánime y darle un flujo necesario, es dominarla, o si
queremos llamarle de otra manera, entonces es danzar con ella, integrarla en una voluntad
más trascendente y superior que la simple permeabilidad instintiva.

Existen pocos seres humanos que realmente han integrado y dominado sus instintos
gregarios de manera virtuosa. Algunos de estos maestros eligen periodos de soledad
prolongados que no traen consigo apatía o asocialidad, sino que, al contrario, al regresar a
sus comunidades, vuelven más radiantes, compasivos y empáticos. Son seres con un grado
de comprensión muy profunda. Seres que han aprendido a habitar el silencio de la
Consciencia con tal integridad y apertura, que sienten una paz regocijante que hace
palidecer a los estímulos placenteros de las interacciones humanas. Estos seres se han
reconciliado tanto con el vacío que podrían pasar toda la vida en solitario, sin sentirse solos.
Este es el caso de varios maestros místicos modernos que aprovechan la soledad para la
introspección y la contemplación, pero quizá se te hagan más familiares los maestros más
clásicos como Jesús, en sus 40 días y 40 noches solo en el desierto –la palabra “soledad”
viene del latín “solitudo” que significa desierto–, O cómo Buda, que se retiró a la soledad del
bosque para alcanzar la iluminación. O Lao Tse, que dejó la civilización montado en un
búfalo en solitario, para escribir así el Tao Te King. Ramana Maharshi, San Juan De La
Cruz, Thich Nhat Hanh, entre otros maestros, han visto el valor del retiro en solitario y la
presencia virgen que manda de allí, aunque no desconociendo sus desafíos; el precio a
pagar por el salto evolutivo de trascender el instinto social. Son pioneros en recodificar el
ADN hacia un estado biológico menos dependiente y menos afectado por los estímulos
sociales.

Sin embargo, un ser humano “corriente”, alguien que no haya tenido una familiarización
suficiente con su mundo interior, ni una reconciliación con el vacío significativa, sentirá un
periodo de soledad prolongado como una embestida que puede desquiciarlo.
Probablemente, si súbitamente intentas aislarte durante meses, comiences a ver brotes de
locura y desesperación extrema. Es cierto que si logras traspasar esa locura, recoges frutos
de incalculable valor, te reconcilias con el vacío. Pero para evitar cualquier posibilidad no
deseada, es mejor entrenarse antes, comenzando desde habitar conscientemente la casa,
en total presencia frente a las acciones más pequeñas como tender la cama o lavar los
platos. O en acciones aún más pequeñas, como la atención a los micro gestos; el
movimiento de la mano y su trayecto al dirigirse a coger un vaso, los parpadeos y el
movimiento ocular, y la consciencia sobre las sensaciones más sutiles, como el roce de la
ropa sobre tu piel o la humedad de tu boca.
Hacer algo como el fin mismo de la acción es poderoso para esa reconciliación con la
soledad, con la presencia virgen. Por ejemplo, si estás en el sofá y te pones de pie, darle

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toda la importancia al gesto de ponerte de pie, percibir el proceso completo, los
movimientos musculares necesarios y las sensaciones que desaparecen y aparecen con el
cambio de postura. Luego, si te diriges a algún lugar dentro de la casa después de ponerte
de pie, prestarle toda la atención a cada paso que das y al desplazamiento fluido de tu
cuerpo, como si ese desplazamiento y esos pasos fueran el fin mismo de la acción, en vez
de que el fin de la acción sea pasar del punto A al punto B. Es vivir plenamente los procesos.
Esa atención minuciosa es amiga del silencio y la quietud, lo que a su vez enriquece el
habitar la presencia virgen que permite la reconciliación con el vacío.

La soledad vivida conscientemente es la preciada intimidad contigo mismo. Es posible que


te comportes diferentes en presencia de alguien que te gusta, cuando invitas al amado a la
casa o cuando vas a la suya. Tus movimientos y tus gestos son más armoniosos, más
sensuales e incitadores, quizás. La manera en la que te bañas, cambia, al igual que cambia
la forma en la que te levantas de la cama.
La plena intimidad contigo mismo se manifiesta como si estuvieras en presencia del amado,
aún cuando estés en soledad. Es parecido a como si un ojo amoroso te estuviera
observando, y tú le estés dando un sobrio espectáculo con cada pequeño gesto. Como si
fueras tu propio amante. Como si te quisieras conquistar a ti mismo; seducirte, admirarte
con cada acción. Ésta, en sí, es la muerte del automatismo y de la acción compulsiva, lo que
a su vez estimula la presencia plena y apertura a la profundización en una intimidad que no
depende de nadie más; una feliz intimidad en solitario.
Prepararte algo de comer como si se lo estuvieras preparando a un invitado de honor,
posiblemente con una serena música instrumental de fondo… Ordenar y limpiar tu casa,
consentirte con comida deliciosa y saludable, esparcirte algún aceite aromático por tu
cuerpo con total consciencia de las sensaciones. Despertarte y darte un abrazo, quizá un
beso en tus brazos… Sí, estamos hablando de amor propio.

El aspecto de soledad es aquel que apunta más directamente al amor propio que los demás
aspectos. Es por este motivo, y por la reconciliación directa con el vacío, que muchos lo
consideran el aspecto más importante de todos. Podría ser la base de los demás aspectos.
Pero no hace falta ponerlo en una posición privilegiada comparándolo con los otros
aspectos. Basta con que reconozcamos su importancia independiente.
Todo aquello que desaparece de nuestra experiencia de vida y deja un vacío, nos conecta
inmediatamente con este aspecto. Es decir, que cuando el estímulo de las relaciones y el
dinero cesa, entonces se regresa a la soledad. Cuando alguien se va de tu vida y sientes ese
vacío, es ahí. Cuando hay una pérdida de dinero y sientes ese vacío o incertidumbre, es ahí.
De alguna manera, siempre se regresa a este aspecto, porque representa directamente la
ausencia de estímulos externos. Toda la fiesta, con su música alta, sus conversaciones

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estimulantes, su comida, sus invitados, llegas un punto inevitable en el que se acaba y tú
regresas a tu casa en soledad. Vuelve otra vez la atmósfera de tu presencia virgen.

¿Qué pasa entonces si después de la fiesta no regreso a casa sola, sino que lo hago con mi
esposo? ¿Dónde estaría este aspecto allí donde casi siempre hay un estímulo por parte de mi
pareja con la cual vivo?

Una relación de pareja saludable debe respetar la soledad del otro. Debe comprender su
necesidad intrínseca de silencio, de retiro e introspección. Si en una relación no hay
consciencia de la importancia del espacio de intimidad autoinducida, seguramente es una
relación basada en el sobreestímulo, en la adicción hacia éste y en la dependencia
saturadora.
Si vives con alguien, seguramente hayas sentido que sería positivo tomarte un espacio para
respirar y esclarecer tu interior, aparte de tu pareja. No necesariamente las cosas deben ir
mal con él/ella, pero sientes que algo en ti clama por recordar lo que se siente estar
plenamente sólo. Quizás ese mismo espacio pueda favorecer la relación en general, al llegar
recargados. Si un ser comprende la inmensa riqueza de los períodos en soledad, entonces
es un honor ser elegido por ese ser para estar en pareja, pues significa que la compañía que
se brinda iguala o supera en riqueza a la preciada soledad. Ser elegido desde ese punto es
un privilegio de quienes están con alguien no desde el intento de llenar un vacío o un
aburrimiento emocional, sino desde la auténtica decisión de compartir y de caminar juntos,
pero no revueltos.

La soledad también puede compartirse. Podemos acompañarnos a estar solos. Vivir en


conjunto la plena intimidad autoinducida; ser conscientes de la presencia virgen, mientras se
está con alguien que también es consciente de la suya. Este es un punto que logran alcanzar
las relaciones en proceso de iluminación; poder estar solos estando juntos, sin necesitar de
una distancia física para vivir atentamente la propia emanación de vitalidad independiente a
los estímulos relacionales.
Sin embargo, para la gran mayoría de casos, hace falta la distancia física para recordar con
más facilidad la importancia de este aspecto, al menos cada cierto tiempo.

No es de gratis que los monjes en las diferentes tradiciones espirituales, se retiren en


periodos de soledad para encontrar una verdad profunda que el ruido y el estímulo de una
vida corriente puede eclipsar. Pero también es cierto que depender del aislamiento para
poder conectar con esa verdad es contraproducente. En soledad y en compañía, hemos de
despertar la maestría de comulgar con la verdad interior independiente del contexto. Y si

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alguien que está en soledad llega a creer que ya ha avivado esa maestría por completo, le
sugiero que vaya y pase una semana con sus padres. Puede ser que el estímulo de las
relaciones vuelva a despertarle aquello que en presencia de ‘otros’ no ha iluminado.
También, si alguien que suele estar acompañado llega a creer que ya despertó la maestría
completamente, le sugiero que pase una semana en una casa en la montaña, en solitario.
Puede ser que la ausencia de estímulos externos revelen las densidades que se deslizaban
entre el ruido, la cháchara y la cotidianidad.

La soledad es la relación con el vacío, y el vacío se siente de diversas maneras. El ayuno es


entrar en contacto con ese vacío, por ejemplo. Cuando el estómago está vacío
prolongadamente, diversas cosas comienzan a suceder. Puede que aparezca una ansiedad
que se disimulaba con la comida, o un malhumor que se apaciguaba al tener el estómago
lleno. Y si antes no habíamos reconocido esa ansiedad o ese malhumor, el ayuno es una
práctica perfecta para reconocer eso dentro de nosotros mismos. Con el reconocimiento de
las emociones/sensaciones emergentes, llega la sabiduría, la cual impide que seamos
arrastrados por fuerzas que operan desde las sombras.
Puedes comenzar con un ayuno intermitente de 15-16 horas cada día, un par de días a la
semana. No es solo dejar de comer, es una práctica de autoconocimiento tan profunda que
casi todas las tradiciones trascendentales la han abrazado dentro de sus métodos
meditativos. El ayuno no es solo para el cuerpo, sino para la mente. Cuando el estómago
está siempre lleno, se dificulta percibir lo llena que puede llegar a estar la mente. Cuando el
estómago está vacío conscientemente, suele haber mayor claridad mental. La liviandad del
cuerpo facilita la lucidez de la mente.
Ciertamente hay que informarse antes de practicar el ayuno. Tener presente que aquello que
no se come durante las horas de ayuno, debe ser reemplazado equivalentemente en las
horas de comida.

El ayuno no ha de ser solo de alimentos, sino también de dopamina, de placeres inmediatos.


Un verdadero ayuno es volver a lo simple. Y esto, para una mente apegada a la complejidad,
le puede resultar muy frustrante. Pero es precisamente esa frustración la que hay que sentir
directamente; notar los pensamientos que desprende y las tensiones corporales que la
respaldan. Sentir todo ello de manera directa hasta poder traspasarlo. La frustración es solo
la incapacidad de aceptar-fluir-confiar.
El ayuno de comida y de dopamina en general se puede complementar con lapsos de
quietud contemplativa. Sé que todo esto parece una incitación a la vida monástica, y en
parte lo es. Todos nosotros tenemos dentro un espíritu devocional, independiente de
nuestras personalidades, tendencias o preferencias. Esa actitud devota interior hay que
honrarla, pues es madre de la gratitud.

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No sugiero que todos nos volvamos monjes, pero sí que tomemos sus aptitudes y
cualidades y las integremos en nuestra experiencia de vida. No necesariamente para
dedicarnos a ello a tiempo completo, pero sí para reconocer el valor de la necesaria pausa
en el común ajetreo del ser humano, o, mejor dicho, del hacedor humano –le damos tan
poca importancia al Ser y tanta importancia al Hacer, que parecemos hacedores humanos,
en vez de seres humanos–.

La devoción practicada en solitario tiene un gran poder transformador. Agradecer por la


comida haciendo una pausa antes de comenzar. Saludar al sol con un gesto sentido. Honrar
el agua que nos baña. Celebrar la vida al despertar cada mañana… Todo esto, practicado en
comunidad es hermoso. Pero cuando se practica en solitario toma un grado característico
de intimidad. En conjunto podemos realizar un montón de rituales, pero son muy
susceptibles a servir de decoro para un personaje “espiritual”. En cambio, cuando se hace en
soledad, estás tú contigo mismo, sin nadie a quien aparentar nada, y eso te concentra más
la atención en ti, lo que puede ayudar a la autenticidad de la devoción. Solo hay que estar
muy vigilantes ante cualquier intento de la mente por colarse en estos gestos devocionales,
haciéndolos artificiales, automáticos o alimentando pensamientos subyacentes sobre lo
increíblemente espiritual y devoto que se es al hacer estas cosas. Atención a que la práctica
sea totalmente sentida y presente, y para ello sirve estar muy anclados al cuerpo
concientizando las diversas sensaciones que aparecen y desaparecen. Tal y como dice mi
maestro Eckhart Tolle: “la sensación te llevará más cerca de la verdad de quien eres que el
pensamiento.”.

De alguna manera esa devoción en soledad hace que desaparezca el sentimiento de estar
solo. La devoción hacia la vida y sus manifestaciones despierta una compañía. Estás con
Dios. Y, aunque Dios y tú son la misma esencia, paradójicamente te relacionas con algo
superior a ti, con una fuente de infinita gracia y belleza que colma tu vida desde adentro.
Sientes gratitud por la luz que inunda tu cuarto a través de tu ventana y por el aire que
respiras. Y comienzas a comprender que la dicha siempre está disponible en el momento
presente, que solo debemos sintonizarnos con ella. Es como una emisión de radio que está
en todo el espacio, y que solo escuchamos su melodía cuando sintonizamos con su
frecuencia. “El reino de Dios está entre vosotros.”, dijo Jesús, haciendo referencia a que la
paz, la dicha y la verdad se encuentran aquí y ahora. Pero normalmente no lo sentimos
porque no estamos plenamente aquí, presentes, sintonizados con la armonía de la vida.

Después de leer los consejos y subtemas que desprende cada uno de los 3 aspectos vitales,
me doy cuenta de que los que mencionas en cada uno de ellos es aplicable en los demás y
viceversa. ¿A qué se debe esto?

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Sí, y se debe a que los 3 aspectos están profundamente conectados. En últimas, como
mencionamos al principio, son un solo aspecto: la experiencia de vida humana. Y tomando
consejos tales como el hacer cada cosa con el fin mismo de la acción, esto se puede aplicar
a la perfección al aspecto del dinero, trabajando enfocándose más en lo que se hace en el
presente y en el valor que se está generando en vez de enfocarse más en resultados
hipotéticos futuros. También podría aplicarse a las relaciones, a acciones en conjunto
específicas como hacer el amor; hacerlo fin esperar a llegar al orgasmo o a la eyaculación,
sin afán, viviendo el proceso como el fin mismo. La concepción del camino como el destino
que deriva en la acción consciente y desapegada al resultado es aplicable a todos los
aspectos vitales, así como otros subtemas que tratamos en cada aspecto, son aplicables al
resto. La triada vital es un único tejido, por eso lo que le sirve a un punto del tejido, muy
probablemente le servirá a los demás. Hago énfasis en ciertos subtemas porque considero
que influyen directamente en el aspecto en cuestión, aunque también puede influir
directamente en los otros dos. Lo importante es su influencia en al menos uno de ellos,
independiente del orden, pues si influye positivamente en uno, seguramente influirá en los
demás.

Manifestación

Estos 3 aspectos vitales son aquellos que más conciernen el deseo de manifestación de la
mayoría de personas. El deseo de manifestación del ideal de cuerpo saludable concierne al
aspecto de la soledad/relación con uno mismo. El deseo de manifestación de la pareja o la
familia ideal concierne al aspecto de las relaciones. El deseo de manifestación de éxito y
prosperidad concierne al aspecto del dinero. Estos son los deseos más preponderantes del
ser humano. Se piensa que cuando se logre tener la pareja ideal, el dinero ideal y la salud
ideal, se alcanzará la plenitud, pero no queda más que en eso, un ideal. Lo ‘ideal’ no
necesariamente es lo alineado con lo esencial, de hecho, muchas veces está distante de
serlo. Al igual que ser abundante no necesariamente significa tener mucho dinero, tener un
cuerpo sano y unas relaciones placenteras, no garantizan una profunda plenitud. El deseo
desde lo ‘ideal’ suele estar sesgado por una creencia errónea del “deber ser”. Muchas
personas intentan materializar sus deseos, sin indagar el núcleo del deseo.

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El deseo de manifestación en cualquiera de los aspectos vitales, está interconectado con
los otros 2 aspectos. Por ejemplo, aunque el deseo del cuerpo saludable concierne
directamente a la individualidad, también suele conllevar un deseo de encajar en ciertas
relaciones sociales o mejor rendimiento laboral. O el deseo de manifestar el éxito y la
prosperidad también puede conllevar el deseo de una salud individual fortalecida o un
mayor respeto por parte de ciertas relaciones con los demás. El deseo del fortalecimiento
de un aspecto, abarca los efectos positivos en los otros 2 aspectos. En el fondo intuimos
que la plenitud es un estado integral, y no se desea otra cosa con alcanzar esos deseos que
sentirnos plenos, aunque no se apunte al blanco y se ‘peque’, en el intento.

¿Por qué no son cumplidos nuestros deseos más profundos aún cuando en el fondo sean el
noble deseo universal de plenitud y armonía interior?

Tú eres el universo, por lo tanto tus anhelos y el anhelo del universo son los mismos, no hay
división entre lo que quiera la vida para mí y lo que quiero yo para mi vida puesto que soy
vida, la vida y yo somos uno. Por ello, no hay error en lo que te pasa, y lo que
aparentemente no salió como querías es realmente porque así lo anhelabas en el fondo, por
más difícil que sea aceptarlo, es justo lo que necesitas para evolucionar. Esta es una de las
propuestas más difíciles de entender para la mentalidad corriente… “¿Cómo puedo anhelar
que me pasen cosas tan atroces?” “¿Cómo puedo desear que me vaya tan mal?”

Para entender esto hemos de hacer una aclaración: Hay una gran diferencia entre la
preferencia personal y tus anhelos profundos –los anhelos de la vida–, La preferencia
personal es limitada y casi siempre apunta a una satisfacción efímera, casi siempre
depende de que el ego se sienta más cómodo a causa de situaciones que lo hagan sentir
más especial, más deseado, más admirado, más ‘seguro’ o más en control. En otras
palabras, la preferencia personal es casi siempre un capricho o una falsa necesidad. Los
publicistas saben bien que una de las mejores estrategias para vender es crear la
necesidad en el cliente, una necesidad que casi nunca estaba antes. Así mismo, las
‘necesidades’ que compulsivamente crea la mente no son auténticamente necesarias, pero
si se cree lo contrario, entonces se creará una especie de infelicidad o desdicha en el
presente, cuyo antídoto es conseguir lo que ‘necesito’.
La preferencia personal está limitada a las creencias individuales, las cuales reciben una
influencia enorme de parte de la sociedad en la que se encuentran estos individuos, sea
una sociedad sabia o no, como lo vimos anteriormente. La preferencia personal es
susceptible a contener apego y avidez, dependiendo del grado de pureza o densidad de la
persona. Hay casos donde la preferencia personal está alineada con el anhelo profundo, es
decir, el anhelo de la vida, lo cual se manifiesta en una circunstancia o un evento en
específico que coincide con lo que se ‘quería’. Pero sea cual sea la forma que tome el

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momento presente, es correspondiente con el anhelo de la vida, independiente si pasa
como se quería o si pasa sin quererlo.
Esto es difícil de comprender cuando se ponen encima de la mesa situaciones atroces.
¿Cómo es posible que una violación haya sido un anhelo de la vida? ¿Cómo es posible que
un bombardeo masivo a civiles sea acreditado por la vida misma? La vida en esencia es la
ley de la naturaleza, el universo. Quienes comulgamos con esta ley nos damos cuenta de
que es intrínsecamente benévola, tiene un funcionamiento perfecto que siempre tiende al
equilibrio pacífico. Desde cierta mirada parece que la vida tiene un flujo, quienes no se
alineen con su flujo se enemistan con la ley, dejan de encarnarla, de representarla, por lo
tanto, se desconectan de su propia benevolencia y crean un infierno en la tierra. A la vez,
quienes se enemistan con la ley, siguen siendo, en términos esenciales, la ley. No pueden
dividirse de ella, siguen siendo el universo experimentándose a sí mismo en formas
humanas, aunque tengan un alzheimer del putas y lo olviden. Estos seres olvidadizos,
siguen siendo, por naturaleza, creadores, aunque su creación nazca ahora de una
distorsión, continúan manifestando lo que tienen dentro. La pregunta es, ¿ésto también lo
quiso la vida? ¿El alzheimer de estos seres y sus horribles efectos fueron también
anhelados por la vida? La respuesta puede ser tanto sí como no. Pero más que dar una
explicación relativa al punto de vista desde el cual se intente responder a tales preguntas,
invito al lector a profundizar en la perfección del ciclo evolutivo, la cual parte desde la
necedad hasta la sabiduría, siendo la necedad y sus efectos algo “necesario” para aprender
y volverse sabio. No justifico los actos atroces, pero entiendo que son una manifestación de
algo que opera en el interior de aquellos que los cometen, y sin esa manifestación,
probablemente se nos haría más difícil ver la gran disfunción que hay en la humanidad. Los
actos atroces nos inspiran a abrir los ojos, nos sacuden y nos revuelcan. Tal revolcón puede
ser aprovechado para ser más conscientes de sus orígenes interiores –comenzando por
nosotros mismos–, como también puede incitar a más división, odio, resentimiento y
venganza, y si fuera así, ningún odio o resentimiento fue creado en el momento del acto,
sino que fue despertado por dicho estímulo externo. Aunque la mentalidad corriente siga
intentando justificar su basura, la reacción tóxica y prolongada es solo una muestra de lo
que había dentro de esa persona resentida antes del acto atroz, del cual ahora se alimenta
justificándose en él. En cualquier caso, los actos que emergen de la baja consciencia, no
son manifestaciones concernientes a uno o pocos individuos, sino que suelen ser muestras
del estado general de la humanidad, de la densidad y enfermedad colectiva. Dichos actos,
entonces, pueden servir como llamados de atención y como una fuerte incitación para
quienes sienten el dolor de la humanidad de manera impersonal, sin juicios ni culpas, y así
avivar la compasión y fortalecer su intención de cultivar un estado de paz interior que ayude
a sostener la energía amorosa del planeta. Lo mejor que podemos hacer frente a cualquier
atrocidad es permitirnos ser fuentes de amor. Las soluciones prácticas sirven, pero sin una
transformación en la presencia y en la energía que mana de allí, cualquier ‘solución’ será
superficial y poco duradera.

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Para muchos seres, los actos que podrían ser catalogados como “horribles” o “tragedias”,
han resultado ser una bendición para su transformación y comprensión profunda. La
maldición es una bendición en potencia.

La visión de ver todo lo que sucede como el anhelo mismo de la vida, puede resultar
problemática, pero nos sirve para comprender las perfectas leyes universales de
causa-efecto, y nos invita a comulgar con la vida directamente, como si fuera una madre
que nos provee de lo necesario para alimentar nuestra sabiduría. “Nada se le escapa a Dios
de sus manos”. “Todo es perfecto”. Son afirmaciones que invitan a ver el aprendizaje
profundo detrás de cada situación, por más desagradable que sea. No es casual que la
mayoría de historias inspiradoras tengan un punto de crisis, una “noche oscura del alma”,
donde el abatimiento se transformó en gozo, donde tocar fondo fue absolutamente
necesario para reconocer partes profundas del Ser que solo hubieran podido ser
descubiertas gracias al destrozo total del ego, supremamente doloroso, pero totalmente
necesario.

La calidad de la manifestación depende del estado desde el cual se manifiesta, es por eso
que se hace natural y nunca forzada. Sin un ser cuyo interior esté plagado de desconfianza,
angustia, ansiedad y temor intenta manifestar lo que sea, aunque lo logre –su preferencia
coincida con el anhelo de la vida–, esa manifestación traerá consigo la misma energía
desde la cual se manifestó. Ese ser ha de transformar primero su estado interior antes de
alimentar vehementemente un deseo de algo externo de manifestación.
Desde esta visión, el misterio de la vida hay veces nos da lo que ‘queremos’, solo para que
veamos que allí tampoco estaba la respuesta a la insatisfacción desde la cual lo llegamos a
pedir o a desear.
En cambio, si un ser se encuentra en un estado interior de paz, no tendrá que hacer ningún
esfuerzo por permear su realidad exterior de esa misma paz, y la calidad de sus
manifestaciones será correspondiente a su emanación energética. Pero si en algún
momento la vida, a través de él, anhela manifestar algo, probablemente practique una
técnica muy orgánica descrita por Jesús: “Por eso les digo que todo lo que pidan en oración,
crean que ya lo han recibido, y lo obtendrán.”. Esto es fé, convicción, certeza. Este es el
poder de la atemporalidad frente a lo deseado, es decir, de no interponer el tiempo entre
uno mismo y aquello que se anhela. De sentirlo aquí y ahora, como si ya se estuviera
dando. ¿Cómo te quieres sentir frente a lo que pretendes conseguir? Siéntete así ahora
mismo. Puede que pienses que no es tan fácil, pero tienes acceso a un empoderamiento
siempre presente. ¿Necesitas razones o circunstancias para validar tu empoderamiento?
Entonces mira a tu alrededor y aprecia la belleza que seguramente te rodea. Mira hacia
arriba y contempla el cielo. Observa el agua que corre por tus manos. Contempla el juego
de luces en tu percepción, en el reflejo de los objetos. Mira tu cuerpo y aprecia su textura,
los detalles de tus manos. Sal a caminar a un sitio natural y abraza árboles, acuéstate en el
césped, mira los ríos y las montañas. Si te encuentras una flor, obsérvala por varios

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minutos, sin ver a otro lugar, sin nombrarla ni ponerle etiquetas voluntariamente; vuelve a
esa inocencia dotada de júbilo por el simple hecho de ser.
Si necesitas justificaciones o razones para validar un sentir de bienestar, de abundancia, de
belleza… entonces abre los ojos y mira la magnificencia que te rodea. Estoy seguro que sea
cual sea el lugar en el que te encuentras, hay belleza allí, escondida o expuesta, o ambas,
esperando a ser apreciada por la misma consciencia que permite que eso sea.
Si necesitas razones, hay por montones, pero quizá algún día descubras que lo cierto es
que no necesitas razones para sentirte pleno. Porque en el mundo ‘infinito’ del
razonamiento, hay tantas razones para estar bien como para estar mal. Razonar no es el
antídoto al malestar. Pero puedes razonar en positivo, si así lo decides, quizá pronostique
una mejora en algún sentido.

Puedes razonar o imaginar, de tal manera que esos pensamientos te hagan sentir como te
gustaría sentirte cuando supuestamente alcances eso que deseas. Luego, encuentra la
manera de apuntar directamente al sentir y aprende a permanecer ahí. Casi con total
seguridad, atraerás lo que deseas, si no es que tus deseos se transforman antes, a algo
más significativo.

La manifestación y la llamada “Ley De Atracción” van de la mano. Pero lo que comúnmente


conocemos por la segunda, es una mecánica muy limitada e ineficiente. La mecánica
conocida por "ley de atracción”, no hace un importante y necesario énfasis en la presencia.
Se comenta que con pensar mucho en lo que quieres, atraerás la vida de tus sueños. Pero
no es del todo cierto. El pensamiento, en la auténtica manifestación, cumple un papel
importante, pero no es primordial. El pensamiento es sólo un componente de 3: Adicional
está el sentir, y principalmente la presencia. Cuando el pensamiento se alinea con el sentir,
dentro de un marco de presencia plena, es ahí donde la manifestación consciente ocurre.
Por más que se piense en lo que se quiere, si el sentir es contrario, no hay un alineamiento.
Si se piensa en tener mucho dinero, pero se piensa desde el sentir de escasez e
insuficiencia, entonces no se atraerá verdadera abundancia. Y si te enredas en esos
pensamientos, estando totalmente identificado con el torrente de la mente, te desconectas
del momento presente. La desconexión del momento presente es la desconexión con la
abundancia. La abundancia no puede estar en otro momento ni en otro lugar excepto el
único momento y lugar que existen: el presente. Por lo tanto, si tus pensamientos de
“abundancia” te desconectan del presente, no atraerás abundancia, sino escasez.
Llegado el caso de que tu pensamiento y tu sentimiento estén alineados, y, por ejemplo se
piense en tener mucho dinero o éxito, y las imágenes agradables coincidan con las
sensaciones agradables, pero no se está plenamente presente, sino que se está enredado
en los pensamientos y las emociones sin un sentido de centramiento ni de observación
ecuánime y desapegada, entonces ocurrirá algo similar al caso anterior; no se atraerá
verdadera abundancia.

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El marco siempre ha de ser la presencia. Si sientes que en tus futuros intentos de
manifestación hay una desconexión subyacente de la lucidez y presencia, entonces es
mejor que primero atiendas el momento en su simpleza, antes de forzar a la mente a
generar más avidez y desconexión.
Nuestro foco ha de estar siempre en la simpleza del momento, desde ahí, intuitivamente
sabremos cómo manifestar desde la consciencia plena. La presencia es el punto de partida,
y el punto final.

La manifestación consciente es un gran misterio para la mente humana, concierne a nuestro


poder interior ilimitado, a la naturaleza creadora que nos habita, a la consciencia arquitecta
de la realidad. Pero sigue siendo un misterio, porque los deseos del ego se confunden con
los anhelos profundos.
Esto está plasmado en numerosos cuentos, mitos, caricaturas, series y películas, donde a
alguien se le aparece algún ser mágico o algún objeto que tiene la capacidad de hacer
realidad todos sus deseos. En casi todos los casos, sus deseos terminan con más
insatisfacción, o dejándolo en el mismo limbo donde se encontraba antes de tener tal
capacidad. ¿Qué pasaría si pudieras cumplir todos tus deseos? ¿Creés que serías más feliz
o el aburrimiento y el sinsentido no tardaría en llegar? Hazte la pregunta con total
honestidad… ¿Qué te haría diferente a ti del resto de personas que han ganado la lotería y
que en su mayoría vuelven eventualmente a sus niveles de insatisfacción inicial?

Sea lo que sea que manifiestes, consciente o inconscientemente, te enseñará a modo de


reflejo o contraste que la plenitud es un estado de consciencia armonioso.

VI

No hay contradicción, hay paradoja

A lo largo de este texto puede que hayas notado ideas y conceptos que aparentemente se
contradicen. Y si es así, felicito tu perspicacia. El significado sobre cada concepto y sobre el
tema que pretenden explicar es relativo, como vimos al principio de todo el texto
–semántica–, y depende del nivel desde el cual conversemos y del punto de vista desde el
cual observamos cada tema. En este texto, fue inevitable observar los aspectos en cuestión
desde diversos niveles, lo cual hace que en algunos casos parezca que la dicción no es
totalmente coherente.

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La dicción es la manera de decir algo, y la contradicción es una manera que es contraria a
la manera anterior. Pero para definir tal cosa como “contraria” se requiere un juicio de algún
tipo. ¿Cómo diferenciar lo contradictorio de lo paradójico? Lo contradictorio es aquello que
es lógicamente imposible, mientras que lo paradójico es ‘verdadero’, pero desafía nuestro
entendimiento. ¿En qué momento se determina cuando algo es imposible de cuando solo
está desafiando nuestro entendimiento? Es complejo determinar el punto exacto, y la
mayoría de veces que se determina algo como falso se hace de manera apresurada. Pues,
si para definir algo como falso tenemos que valernos de nuestra percepción, la cual implica
una relatividad innata, entonces lo que vemos como contradictorio podría ser una paradoja
no-entendida.

Cada uno de tus significados se sustenta en otros significados. Puedes hacer la prueba
practicando la autoindagación. Pregúntate: ¿Qué significa esto para mí? La/s respuesta/s
traerán consigo más conceptos que resguardan aún más significados. Y si indagas lo
suficientemente profundo, te encontrarás con que toda la estructura de tu mente está
compuesta de significados superpuestos. Y si logras indagar aún más profundo, penetrando
todos los significados que entretejen tu entendimiento, llegarías a un punto cero, donde no
hay significado. Entonces te encuentras con la virginidad de la consciencia, con un lienzo en
blanco, con las páginas vacías de un libro sin conceptos ni significados. Ese punto cero
abre la puerta de la comprensión de que todos los significados son invenciones. En este
punto, la estructura de la mente se disuelve. Sin significados no hay estructura mental. Sin
conceptos no hay antónimos ni sinónimos, ni definiciones, ni contradicciones. La
contradicción es solo una pared naranja en un edificio conceptual titulado “solo paredes
blancas”. La contradicción es sólo una evidencia de que la estructura mental puede tener
“contras”, es decir que es relativa, ambigua y propensa a desmoronarse.

Una línea vertical con una línea más pequeña que atraviese su parte superior, puede ser
una “T”, y tener una pronunciación oral, y crear todo un discurso basado en su significado y
pronunciación, escribir libros donde se emplee miles de veces y usarla, inclusive, para
nombrar a alguien. Pero también puede ser solo una línea vertical con otra línea
atravesándola en su parte superior, sin que signifique nada, sin pronunciación, sin
significado. Si desconoces el significado lingüístico de la “T”, ya sea porque naciste en
China o porque no eres humano, entonces para ti serían solo esas dos líneas
entrecruzadas.
El ser humano vive en un mundo de significados. El mundo en sí es un significado. Casi
todos viven tan envueltos en esos significados que ni siquiera se dan cuenta de que los
tienen o de su relatividad. Son esclavos de sus significados. el mundo conceptual pasó de
ser sólo útil, a tener una sobre-utilidad y a convertirse en la cárcel de la mayoría.

Siempre hemos de tener en cuenta que lo que pensamos es correcto solo desde una
perspectiva; siempre tener presente que si nos movemos de perspectiva, lo correcto puede

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significar otra cosa, especialmente en el mundo conceptual, cimentado en significados. Es
por esto que la verdad está más allá de los conceptos “bien” y “mal”. Porque lo bueno y lo
malo también dependen del significado, de un montón de variables perceptuales. Lo bueno
aquí es malo allá y lo malo aquí es bueno allá.

Si este texto te ha resultado contradictorio en algunos fragmentos, es quizá porque hay que
ver una paradoja allí donde encuentras una aparente contradicción, entendiendo que si digo
que la luz es onda, es porque la estoy viendo la luz desde un radar. Y si digo que la luz es
partícula es porque estoy viendo la luz desde otro artefacto que capta partículas en vez de
ondas. Y si digo que la luz es tanto onda como partícula, es porque estoy desde ambos
dispositivos. En otras palabras, decir que el sol sale es un dicho que solo es cierto desde la
perspectiva que ofrece la superficie de la tierra, porque desde una perspectiva más
“amplia”, el sol nunca sale ni nunca se esconde. Hay veces el texto te pide leer desde la
superficie de la tierra, y otras veces te pide que te eleves lo necesario como para ver todo
desde una perspectiva más ‘amplia’. Esta es precisamente la habilidad de un ser humano
sabio: ser capaz de ver desde el microscopio y desde el telescopio, sin cerrarse a ninguna
de las dos perspectivas, invalidando o anulando la otra, aún cuando una de las dos anule la
otra. Es decir, no rechazar el rechazo, ni juzgar el juicio. Hay veces miramos el bosque,
otras veces el árbol, y otras veces ninguno. A veces retornamos al punto cero, desde donde
todo es tan incorrecto como correcto. Desde donde cualquier concepto puede ser cualquier
cosa. Hay veces hacemos borrón y apreciamos el lienzo en blanco, virgen y puro, para
luego dibujar en él nuevamente y jugar con significados, creando un mapa mental que haga
un recorrido lógico por varios trazos aparentemente opuestos, y así entender la pintura
completa, para luego borrar de nuevo y comenzar de cero. Danzamos entre la creación y la
destrucción, entre la consistencia de los cimientos y la ilusoriedad de los mismos. Entre lo
útil de las estructuras y el reconocimiento de su relatividad. Nos movemos entre la
importancia de las cosas y la nula importancia de nada. Entre lo pequeño y lo grande. Entre
lo mediano y la ausencia de tamaño… Nos movemos, danzamos, del telescopio al
microscopio. Del microscopio al caleidoscopio, o a cerrar los ojos. Todo es lo que es por el
observador que lo hace ser. Nada tiene una existencia independiente.

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