En la aldea, bajo el sol dorado, vive un alma singular,
un tonto bueno y listo, un ser que sorprende al hablar.
Con gestos sencillos y risa franca, ilumina cada d�a, con su coraz�n generoso y mente ingeniosa, rebosa alegr�a.
Sus palabras son como cuentos, tejidos con astucia y bondad,
pues aunque su aspecto sea simple, su sabidur�a es inmortalidad. En cada intercambio, sus reflexiones son como perlas brillantes, un testimonio de que la verdadera grandeza surge de los instantes.
En su mundo, la l�gica se entrelaza con la fantas�a,
y la raz�n danza con la emoci�n en perfecta armon�a. Su perspectiva inocente desvela verdades profundas, y sus decisiones, aunque pintorescas, son siempre fecundas.
300 palabras apenas alcanzan para describir su encanto,
un ser que despierta admiraci�n, respeto y espanto. Tonto bueno y listo, con su coraz�n de oro y mente avispada, encarna la esencia misma de la vida, una lecci�n bien narrada.
En sus ojos, la luz del entendimiento brilla con claridad,
y en su sonrisa, se esconde el universo, la eternidad. Su ingenuidad es su fortaleza, su virtud m�s preciada, una gu�a en un mundo donde la sabidur�a es a menudo olvidada.
Que su camino est� siempre adornado con flores y estrellas,
que la brisa le susurre secretos y las aves cuenten huellas. Porque en su aparente tontura reside la m�s pura esencia, un recordatorio de que la vida es un regalo lleno de presencia.