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El Miedo
No podremos ser libres en tanto el Miedo anide en nuestro ser. El miedo puede
llegar a ser muy poderoso porque es fruto de nuestros instintos: es un reflejo de
nuestro afán de supervivencia y abarca mente, cuerpo y espíritu. Es preciso
desterrarlo para que no se convierta en una rémora que impida o estorbe a
nuestro Camino.
El miedo es instintivo, pero la sensación del miedo se nos enseña a sentir desde
niños. El miedo es el primer condicionante impuesto y aprendido, para acceder al
mundo de los adultos. El adulto siente miedo, vive con miedo. El niño no: es ajeno
a ésta sensación negativa. Sólo en caso de un peligro inminente, real y próximo, el
niño siente miedo. Al niño se le enseña a sentir temor a Dios. Y me pregunto:
¿cómo podemos sentir miedo del Amor Absoluto? Es la máxima contradicción en
la que han caído las religiones: si Dios nos ama, luego entonces no podemos
sentir miedo de Él.
En ello se basan las religiones institucionalizadas para ejercer el control sobre los
hombres: el Paraíso y el Infierno. Sólo los oficiantes religiosos son tan astutos
para amenazarnos con el miedo de perder nuestra alma, algo tan imposible como
irracional. Porque nos pueden amenazar con desprendernos de los bienes
materiales y en ello se sustentan nuestros miedos. El miedo se basa en lo material
porque el espíritu y la mente nadie nos los puede arrebatar, salvo el Uno. Lo
material puede perderse o ser arrebatado. El miedo descansa entonces en el
apego material.
Los dioses y las religiones nacieron del miedo. Se nutrieron de éste principio.
Aunque se han revestido con el ropaje del misterio, del ritual, de la fe, todos ellos
no son sino vestimentas del miedo. El hombre en sus albores, era incapaz
racionalmente de explicarse los fenómenos naturales del planeta, de su universo.
Entonces nació el miedo y con él, las religiones.
Otro de los alicientes para efectuar la conversión de los indígenas fue la misma
naturaleza del cristianismo. De este modo, y dicho sea de paso, el discurso
cristiano implica el proselitismo religioso, lo que es lo mismo, convencer a los
creyentes de otros cultos de que la única verdad aceptada es la que se en-
cuentra en la Biblia, documento fuente de verdad irrefutable y escrito bajo
la inspiración de dios. Así, la cristianización tuvo por objetivo el cambio en
la cultura espiritual de los indígenas, y propugnaba por la implantación de un
completo ideario en las men-tes de los indígenas y la supresión de las
formas re-ligiosas que habían desarrollado durante siglos y que les permitía
entender su relación con el mundo, era un discurso de realidad subjetiva
desarrollado como parte de su cosmovisión. La empresa cristianizado-ra
1
Un acercamiento a la conquista puede verse en Elliott (1990) y Todorov (1987).
adoptaba una forma destructora de los antiguos credos y una renovación
mental de las creencias religiosas, lo cual no era nada sencillo. Se
buscaba, en otras palabras, un desarraigo de unas culturas re-ligiosas colectivas
y su reemplazo por un discurso al igual de realidad subjetiva, pero que tenía un
ánimo unificador y de imposición absoluta. Además, tenía una legitimación y
coerción institucional dual y cuyos máximos representantes en la tierra eran el
rey y el papa. Otra característica propia del discurso cristiano era el miedo
como elemento natural dentro de su modo de entender el mundo ¿cómo
hacer que los creyentes vivieran una vida en función del más allá? El miedo
tiene entonces un protagonismo esencial, era el modo en que la iglesia
fundamentaba su pa-pel mediador para evitar una condena eterna en otra
creación discursiva de dicha institución: el infierno.5Ese era el contexto de la
empresa, y en esta medida, se quiere contextualizar el discurso de evangelización
y las formas en que el miedo sirvió para que operara la conversión. En materia de
espacio, se desea observar el caso específico del territorio muisca y la forma
como se aplicó ese discurso
Los temores han explotado al hombre porque el hombre ha explotado sus temores
para su propio provecho. Muchos de los miedos han sido fabricados por la
desbordada imaginación del hombre. Conceptos tales como los fantasmas, las
brujas, los monstruos, son irreales: carecen de sustento tangible y han derivado en
o bras literarias fantásticas o al menos, en representaciones simbólicas. Aun así,
hay quien cree en ellos.
No es posible vivir la vida con miedo. Una vida con miedo no es vida. Es una vida
pletórica de desasosiego, de angustia, de desesperación. Sería como vegetar,
como transformarse en una estatua. Al vivir siempre con miedo, no habría paz
interior, se extinguiría el Yo. Nos convertiríamos en lo que tememos y el miedo, al
asumir el control y el dominio total del espíritu, sería el Yo. El miedo se volvería en
nosotros.
El miedo tuvo que operar primero en la esfera individual como forma de inculcar
las ideas cristianas, que eran ajenas y desconocidas para la mayoría de los
indígenas. Por otro lado, el miedo podía verse con mayor nitidez en el ámbito
social mediante mecanismos de coerción social, de penas y castigos en lo que
Foucault denominaría la medicina social.
Ser libre del miedo no debe de ser una aspiración, sino una realidad. La lucha
contra el miedo o contra nuestros miedos se lleva a cabo con esfuerzo, porque el
miedo es una emoción tan intensa, que requiere de todo nuestro poder interior
para dominarlo, para vencerlo, para desterrarlo.
Como acto reflejo el miedo siempre estará presente en nosotros para recordarnos
nuestras raíces animales, para recordarnos que el instinto pervive en nosotros y
que debemos de dominarlo para acceder a nuestro propio crecimiento espiritual.
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Humberto Suárez Gómez:. Vº Bº: John Jorge Sierra Guarín