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Persistencias de la

memoria y la historia
Homenaje a Darío Betancourt Echeverry
(1952-1999)
Jhon Diego Domínguez Acevedo
Piedad Ortega Valencia
(Editores)

Persistencias de la
memoria y la historia
Homenaje a Darío Betancourt Echeverry
(1952-1999)
Persistencias de la memoria y la historia
Homenaje a Darío Betancourt Echeverry (1952-1999).

Jhon Diego Domínguez Acevedo


Piedad Ortega Valencia
(Editores)

ISBN

Diseño y diagramación
Jhon Diego Domínguez A.

Con el apoyo de
ASPU-UPN - SINTRAUPN -SINTRAUNAL

Portada y pinturas
Daniel Esquivia-Cohen
Macondiana

Impresión y acabados
Impresol Ediciones Ltda
www.impresolediciones.com

Impreso en Colombia, 2017


A las víctimas de la violencia política estatal

Cristina del Pilar Guarín (1959-1985)


Eduardo Loffsner Torres (1955-1986)
Miguel Ángel Quiroga Gaona (1972-1998)
Goldson Granados Delgado (1976-2001)
Lizaida María Ruiz Borja (1987-2012)
Daniel Andrés Garzón (1989-2012)
Oscar Danilo Arcos (1991-2012)
Carlos Alberto Pedraza Salcedo (1981-2015).
Índice
Agradecimietos.........................................................................................13
Prólogo......................................................................................................15
Introducción.............................................................................................19
Parte I. Semblanza.....................................................................................31

Darío Betancourt Echeverry (1952-1999): maestro, historiador y bohemio


Renán Vega Cantor................................................................................35

Entre Clío y Mnemósine. El genio valiente de Darío Betancourt


Ferney Quintero Ramírez y Jhon Diego Domínguez Acevedo...........................45

Análisis sincrónico de un amigo. Homenaje a Darío Betancourt Echeverry


Gonzalo Sánchez Gómez..........................................................................55

Los aportes de Darío Betancourt Echeverry a la comprensión del presente


Daniel Pécaut........................................................................................65

Darío Betancourt, maestro de camino y memoria


Efrén Mesa Montaña...............................................................................71

Violencia extrema y ambigüedad de la guerra en Colombia


Javier Guerrero Barón.............................................................................77

Darío Betancourt Echeverry: Un vallecaucano e historiador de pura cepa


Jorge Orjuela Cubides.............................................................................89

Parte II. Reseñas.....................................................................................99

Matones y cuadrilleros.
Origen y evolución de la violencia en el occidente colombiano 1946-1965
Gonzálo Sánchez Gómez........................................................................103

Contrabandistas, marimberos y mafiosos


Historia social de la mafia colombiana (1965-1992).
Rodrigo Uprimny Yepes.........................................................................109

Mito y realidad en la historia de las violencias colombianas


Efrén Mesa Montaña..............................................................................115
Matones y cuadrilleros: Origen y evolución de la violencia en el occidente
colombiano
Sebastián Gauta Blanco.........................................................................125

La noción de mafia como elemento articulador de la historia presente de


Colombia
Renán Vega Cantor...............................................................................137

Mediadores, Rebuscadores, Traquetos y Narcos


Olga Yanet Acuña Rodríguez..................................................................149

La función social de la enseñanza de la Historia en la Educación Básica


Víctor Manuel Prieto.............................................................................157

La historia local o los cimientos ignorados de la historia nacional


Efrén Mesa Montaña.............................................................................165

Parte III. Construcciones narrativas...................................................175

Darío Betancourt: El terror y la muerte acecha a los sindicatos


Juan Carlos Arango Salazar...................................................................179

En memoria de un hombre de memoria


Arturo Álape.......................................................................................183

El 8 de marzo, día internacional de la mujer.


Entre el mariachi, la capucha y la rosa en la Universidad Pedagógica Nacional
Darío Betancourt Echeverry...................................................................187

Darío Betancourt: Memoria, vigencia de maestro y universidad


Víctor Manuel Rodríguez Murcia............................................................191

Amamantando nostalgias desde una orilla del pensamiento crítico.


Piedad Ortega Valencia.........................................................................197

Lo que dicen las piedras. En memoria de Darío Betancourt Echeverry


Carlos Humberto Cardona Hincapié........................................................209

Memorias de la desaparición forzada


Iván Arturo Torres Aranguren................................................................213

Bibliografía de autor.........................................................................217
Bibliografía general...............................................................................221
Agradecimientos

L a elaboración de este libro ha sido provista por los editores, colabora-


dores y algunos apoyos económicos entregados por parte de las juntas
directivas de los sindicatos de trabajadores de la Universidad Pedagógica
Nacional: ASPU-UPN, SINTRAUNAL y SINTRA-UPN.
Expresamos nuestra gratitud al equipo de trabajo del Centro de Documenta-
ción en Ciencias Sociales (CEDECS), de la Facultad de Humanidades.
Igualmente, a nuestros amigos y cómplices que han contribuido desde distin-
tos lugares con la publicación de la presente obra, que hacen del legado y vida
de Darío memoria viva. Este reconocimiento se lo extendemos especialmente a la
amiga y colega Jeritza Merchán Díaz por su generosidad y amorosidad en tiempos
donde el amor a veces parece no tener sentido.
A Crisanto Gómez Raquira por facilitar la lectura y reconocimiento de su ar-
chivo personal, el cual se constituyó en una tarea por la reconstrucción del pre-
sente homenaje. A Macondiana por la pintura del rostro de Darío y a Daniel
Esquivia-Cohen por compartir sus composiciones artísticas que ambientan la
obra que entregamos.
A los autores que rinden homenaje a la memoria de un hombre de memoria:
Renán Vega Cantor, Ferney Quintero Ramírez, Gonzalo Sánchez Gómez, Da-
niel Pécaut, Efrén Mesa, Javier Guerrero Barón, Jorge Orjuela Cubides, Rodri-
go Uprimny Yepes, Olga Yanet Acuña, Víctor Manuel Prieto, Carlos Humberto
Cardona, Jeritza Merchán Díaz, Víctor Manuel Rodríguez e Iván Arturo Torres.
Así mismo, a Juan Carlos Arango, Ernesto Ojeda Suárez, María Isabel Cortez,
Carolina Salamanca, Boris Arango Clavijo, María Deisy Sandoval y Néstor Sana-
bria por permitirnos reconocer y trabajar sus composiciones literarias.
Nuestro reconocimiento a intelectuales, escritores y activistas cuyo pensa-
miento nos han formado y cuya voz sigue presente en nuestras travesías: Fer-
nando González (1895-1964); Jaime Pardo Leal (1941-1987); Héctor Abad Gómez
(1921-1987); Estanislao Zuleta (1935-1990); Bernardo Jaramillo (1955-1990); León
Benhur Zuleta (1952-1993); Eduardo Umaña Mendoza (1946-1998); Jesús Antonio
Bejarano (1946-1999); Arturo Álape (1938-2006); Orlando Fals Borda (1925-2008);
Iván Ortiz Palacios (1963-2008); Jaime Jaramillo Uribe (1917-2015); Carlos Gaviria
Díaz (1937-2015)… Hay muchas otras deudas intelectuales, que no pueden ser to-
das citadas acá y aparecerán en el transcurso de su lectura. Algunas establecen un
13
Jhon Diego Domínguez - Piedad Ortega Valencia

fuerte vínculo entre generaciones sucesivas e identidades colectivas. Igualmente,


nuestra gratitud para los estudiantes que han estimulado nuestro deseo constante
de comprender mejor el pasado en pos de tratar de descifrar y construir un pre-
sente pleno de porvenir.
Un agradecemiento especial a la familia Betancourt-García con quien el profe-
sor Darío tejió un largo trayecto lleno de amorosidad y fraternidad.
Finalmente, entregamos a nuestros lectores un libro que tiene aliento de espe-
ranza. Aquí están las palabras de sus amigos, allegados, de sus lectores y de sus
estudiantes. Palabras vestidas con gritos de libertad. Acogemos lo que nos dice
John Maxwell Coetzee, escritor sudafricano, “tropiezo con las piedras de las pa-
labras que jamás he oído en otra lengua. Me creo y me regenero en las palabras
que me crean y me regeneran, yo, la que vive entre los desposeídos sin haberse
sostenido a la mirada idéntica del otro, sin haber sostenido tampoco una mirada
idéntica por parte de ningún otro. Mientras tenga la libertad de ser, nada será
imposible”1.

1.
J.M. Coetzee. En medio de ninguna parte. (Barcelona: Mondador, 1977).
14
Prólogo
La memoria individual existe, pero ella se enraíza dentro de los marcos de la
simultaneidad y la contingencia. La rememoración personal se sitúa en un cruce
de relaciones de solidaridades múltiples en las que estamos conectados. Nada se
escapa a la trama sincrónica de la existencia social actual, y es de la combinación
de estos diversos elementos que puede emerger lo que llamaremos recuerdos, que
uno traduce en lenguaje.
Darío Betancourt Echeverry en Memoria individual, memoria colectiva y memoria
histórica. Lo secreto y lo escondido en la narración y el recuerdo.

A cudo a mi recuerdo para traducir en lenguaje la posibilidad de sentido


que me implica no solo a mí, sino a los lectores encontrar al profesor
Darío en esta obra de homenaje. Antes del mes de agosto de 1999, me
acerqué a Darío Betancourt Echeverry a través de algunas lecturas que hice sobre
la Violencia en el Valle, el 9 de abril vivido en las regiones y el abordaje de la his-
toria en tres niveles, recuerdo las temáticas pero no exactamente el título de sus
obras; el conocimiento sobre el profesor redundaba en saber que era de la Pedagó-
gica; que había estudiado un posgrado en historia en la Universidad Nacional de
Colombia; que había trabajado en el CINEP, y como dato anexo, que era guapo.
Fue en el año 1999 que quise encontrarlo, deseaba encontrarlo, intenté encon-
trarlo, ya no me acordaba mucho de lo leído de su autoría es verdad, ahora me
interesaba más su persona, su ser, lo que significaba para la Universidad Pública,
para el gremio, para el país, ya no me interesaba tanto su estatura sino su talla, su
bonitura sino sus rasgos particulares, sus años sino su rango de edad, su pinta sino
los elementos asociados con que fue visto por última vez. No lo encontré a pesar
de las jornadas de búsqueda, a pesar de los pozos de sondeo, a pesar de ir a diver-
sos lugares donde según “informaciones” podría hallarse su cuerpo. No, yo no lo
encontré; más tarde me enteré que por cotejo dental se había identificado, para
ese entonces yo no hacía parte del equipo técnico de identificación especializada.
Debo confesar que me alegré, contradictoriamente, paradójicamente, ambigua-
mente, pero me alegré, pues la desaparición forzada como delito de lesa humanidad
lo primero que cercena es el derecho que tiene la especie humana al rito funerario,

15
Jhon Diego Domínguez - Piedad Ortega Valencia

y a partir de ahí provoca todas las lesiones imaginadas, sentidas e inconcebibles.


Esta obra de homenaje a Darío Betancourt permite, no solo a mí sino a los lectores
constatar el dolor que experimentó la Comunidad Universitaria y la academia al
sufrir su desaparición, pero a la vez a partir de los distintos relatos confirma la
importancia del rito consagrado a su ser-pertenecer a través del cuerpo encontrado.
Con los años en algunos actos de homenaje, conmemoraciones, manifestaciones
me lo topaba una y otra vez. A partir de 2011 ha sido más recurrente el encuentro
cuando paso asiduamente por la Plaza que lleva su nombre, cuando sus antiguos
amigos y colegas se refieren a él, cuando los estudiantes lo mencionan y lo citan,
cuando leo en algunos seminarios el escrito de Arturo Alape dedicado a Darío Be-
tancourt: En memoria de un hombre de memoria; cuando ahora, ahora sí, más conscien-
temente, más responsablemente, he releído dos de sus escritos por interés particular:
El 9 de abril en Cali y en el Valle. Acciones de la muchedumbre y Memoria individual, me-
moria colectiva y memoria histórica. Lo secreto y lo escondido en la narración y el recuerdo.
Esta obra de homenaje me ha permitido hallarlo y vivirlo como padre amoroso,
académico riguroso, profesor comprometido, investigador acucioso, dinamizador
de procesos colectivos, recuperador de memorias orales e historias locales, como
miembro activo de esta comunidad universitaria, como arriesgado impertinente y
quebrantador de normas y costumbres en la palabra, en la investigación y en la en-
señanza, quizá hasta de la risa; atributos de identidad que no se pueden establecer
con calibradores de precisión, ni tablas de medición, ni índices antropométricas, ni
se pueden delinear tampoco con reconstrucciones faciales, porque son condiciones
que sobrepasan lo físico y dimensionan lo humano.
Es verdad, no hallé su cuerpo, pero esta obra ha permitido acercarme a su exis-
tencia, hoy encuentro al profesor Darío Betancourt Echeverry más cercano, más
colega, más contertulio...
Diesiocho autores, incluidos él mismo, valiéndose de la semblanza, la reseña
y la construcción narrativa, acudiendo a las historias producidas y enseñadas, a
la memoria del quehacer del maestro, a las conmemoraciones y homenajes, a los
mitos y realidades, las presencias y ausencias, al recuerdo amistoso, nos aportan
y nos remiten desde sus relatos a distintas versiones de situaciones vividas, com-
partidas, sufridas y construidas con él, y cómo, parafraseando al propio Darío
Betancourt Echeverry: Dichos relatos registran los gestos y las actitudes de lo
cotidiano del ayer... [sus] Memoria[s] individual, colectiva e histórica, [nos per-
miten] buscarlo, encontrarlo y reconstruirlo con sus sueños, virtudes, defectos
y frustraciones en su lucha cotidiana por la existencia —esa que le arrebataron
físicamente— pero con la que se sigue identificando una generación de amigos,
contradictores, cercanos, colegas, conocidos, y, en buena medida una Comunidad
Universitaria de la cual continúa haciendo parte con su memoria viva.

16
Persistencias de la memoria y la historia. Homenaje a Darío Betancourt Echeverry (1952-1999)

Comunidad que 18 años después de haber hecho su rito de despedida, aún si-
gue sintiéndose acéfala de él, porque lo percibe arrebatado forzadamente de sus
pasillos, su plaza, sus aulas, sus clases, su risotada; pero como reacción a su ausen-
cia lo sigue trayendo en su periódico colgante, en sus permanentes evocaciones
académicas, en la consulta de sus investigaciones, pero sobre todo en su decisión
ética de que: a pesar del miedo, seguir investigando y enseñando sobre temas que
quieren ser vetados por la fuerza, no de la razón, sino de la ignominia.
Con la honrosa invitación que me hizo los editores de esta obra para presen-
tarla, de nuevo me ha puesto entre la paradoja, la ambigüedad y la contradicción.
No ha sido menos fácil que la tarea emprendida respecto al profesor en 1999,
pues también ahora debo ser precisa, muy respetuosa, cuidadosa, pues hablar de
la semblanza hecha por sus cercanos de un hombre con sentido y consentido para
la Universidad Pedagógica Nacional implica el esmero de quien es encargado de
tejer en filigrana, cualquier enredo en el hilillo estropea la obra. Cuando se repasa
el recuerdo, se trae a la memoria, se cuentan las historias de quien es víctima de
un delito tan lesivo como del que es víctima Darío Betancourt, pero sobre todo
cuando se presentan las palabras, fue los sentires, los relatos, las añoranzas, los
dolores, las ausencias que él provoca en quienes le rinden homenaje, se accionan
las emociones, esas que nos ponen susceptibles a lo que se dice y lo que se calla, a
lo que se muestra y lo que se esconde, a lo que se recuerda y lo que se olvida, a lo
que se menciona y lo que se silencia.
En un país donde las cartas que pueden escribirse a nuestros muertos, sin duda,
siguen haciendo referencia al desequilibrio social, al asentamiento de mafias, al ci-
nismo político; en un Estado que hoy se pretende memorioso sin asumir que la me-
moria no es un “eslogan” de moda sino un compromiso ético; en una sociedad que
sigue buscando sus desaparecidos y enterrando sus muertos como consecuencia de
las Violencias olvidadas por las historias oficiales; en una cultura en que se encarce-
lan los maestros y se ultiman los profesores recién egresados, los duelos ni siquiera se
han comenzado, los traumas no se han tramitado, los ritos no se han consagrado por
eso la palabra puede lesionar, incomodar, asustar, parecer oportunista, acomodada
o vana… más aún cuando debo cerrar este invitación de hallar en este homenaje al
profesor Darío Betancourt en similitud a las que escribía Arturo Alape cuando aún
estaba desaparecido: “Cuando terminaba de escribir estas líneas escuche la dolorosa
noticia del asesinato de… (Tantas y tantos): también a (los estudiantes, profesores,
comunidades...) se le ha decretado la pena de muerte”2.
Lo que nos pone tristes, nos aturde y nos vuelve muy alterables respecto a lo que
haga el Otro ya sea en forma de homenaje, de denuncia o de acción en resistencia,
por eso es tan complicado escribir de alguien que fue más cercano, más amigo, más
compañero, más conocido, más Darío. Sin embargo, lo hago con muchísimo respeto
y extendiendo la invitación a la lectura de este texto diciendo:
1Arturo Alape. Yo soy un libro en prisión. (Bogotá: Intermedios), 108.
17
Jhon Diego Domínguez - Piedad Ortega Valencia

Querido Darío, estas líneas en tu memoria se [han] escrito con la esperanza de


que todos los días sigas habitando esta tu Universidad, con la seguridad de que
en ella escritos como los aquí recopilados, palabras como las escritas por quienes
han contribuido en este homenaje, recuerdos como los evocados por quienes no
te olvidan, decisiones de responsabilidad de memoria de tu memoria, te recorda-
rán, y lo que es mejor, te seguirán asumiendo vivo.
Este homenaje abre lleno de colorido con un Darío esplendoroso dibujado con
la sensibilidad femenina, esa misma que está presente en toda la obra: retratan-
do sonrisas, participando en salidas de campo y ofreciendo poesía, una poesía
que debe continuar, sin lugar a dudas; la creación estética, la memoria sigue ac-
cionando, no desde la barbarie a la que alude Theodor Adorno —después de
Auschwitz—, sino a pesar del mismo, eso es lo que significa esta obra, el a pesar
de… A esta resistencia nos invita los editores de esta obra, la arista que la abre y
esas musas que cierran como epílogo, pero también esos “recordadores” tuyos que
nutren este libro y esta Universidad que han asumido al recordarte, pese a todo,
ese imperativo ético de responsabilizarse de tu presencia, para seguir llenado
de colores, amigos, compañías y sensibles versos tu existencia que también es la
nuestra, esa que seguimos compartiendo con quienes se han ido, pero siguen pre-
sentes en cada esquina, como tú, con tu pipa, gabardina y tu boina.
Profesor Darío, este escrito no intenta historiar tu vida como historiador, sino reme-
morarte como ser humano, por eso cada uno de los escritos, fotografías, dibujos, poe-
mas, hacen parte de una narrativa que pretende, emocional y subjetivamente contar
y a la vez escuchar distintos testimonios experienciales, sobre tu existencia, y al decir
de Elsa Blair3, en cada uno de ellos tu presencia ha sido convocada sin la intención
de asistir al historiador, como tampoco al literato, no obstante, están colmados de
representaciones, acciones, configuraciones y tramas políticas, que se traducen en una
posición ética innegociables: El no olvidarte.

Jeritza Merchán Díaz


Bogotá D.C., julio de 2017.

2
Elsa Blair. “Los testimonios o las narrativas de la(s) memoria(s)”, Estudios Políticos No. 32, (2008):
83-113.
18
Introducción
Todos hemos de morir, pero la muerte puede tener varios significados.
Darío Betancourt en A la memoria de Ana Ligia Echeverry de Betancourt.

Una de las peculiaridades más notables del temple humano”, dice Lotze, “es, ade-
más del mucho egoísmo particular, la generalizada falta de envidia del presente
respecto del futuro”. Esta reflexión nos lleva a pensar que la imagen de la felici-
dad que tenemos está profundamente teñida por el tiempo en el que ya nos ha
colocado el decurso de nuestra existencia. La felicidad que pudiera despertar
nuestra envidia sólo existe en el aire que hemos respirado, con las personas con
las que hubiéramos podido hablar […] Dicho con otras palabras, en la idea de fe-
licidad late inexorablemente la de redención. Lo mismo ocurre con la idea que la
historia tiene del pasado. El pasado lleva consigo un índice secreto que le remite
a la redención ¿Acaso no flota en el ambiente algo del aire que respiran quienes
nos precedieron? ¿No hay en las voces a las que prestamos oídos un eco de voces
ya acalladas? Si esto es así, entonces existe un misterioso punto de encuentro
entre generaciones pasadas y la nuestra. Hemos sido esperados sobre la tierra. A
nosotros, como a cada generación precedente, nos ha sido dada una débil fuerza
mesiánica sobre la que el pasado tiene derechos. No se puede despachar esta
exigencia a la ligera. Quien profesa el materialismo histórico lo sabe.
Walter Benjamín, en Tesis II. Sobre el concepto de historia.

I. La memoria

D edicarse a comprender los acontecimientos traumáticos que han atrave-


sado a una sociedad, la violencia entre movimientos políticos, el conflicto
armado interno, el surgimiento de grupos paramilitares y su transforma-
ción, el narcotráfico o la desigualdad es una compleja tarea. En tal sentido, preguntar-
se por el presente, es sin duda conocer nuestro pasado, es fijar una mirada sobre él, tal
empresa sólo es posible en tanto su aparición se cruce con nuestra mirada. Se trata de
“salvar” ese pasado y para ello esa imagen fugaz tiene que quedar grabada en la placa
del presente1. Entonces, la memoria es salvación del pasado y del presente: del prime-
ro, gracias a su luz, podemos traer al presente aspectos desconocidos del pasado; y del
segundo, gracias a su presencia, el pasado puede saltar sobre su propia sombra, puede
liberarse de la cadena causal que lo trajo al mundo2.
1 Reyes Mate. Media noche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamín “Sobre el concepto de
historia”. (Madrid: Editorial Trotta, 2006).
2 Reyes Mate. Media noche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamín.
19
Jhon Diego Domínguez - Piedad Ortega Valencia

En suma, es la redención del pasado hecho historia. En palabras de Dante, “se


trata de una imagen única, insustituible, del pasado que se desvanece cada ins-
tante que no es capaz de reconocerse en ella”: una efigie dialéctica. Es decir, hay
una extraña complicidad entre el pasado y el presente: cuando prestamos oídos
a las voces amigas, fijarse en esas voces que representan el eco que enmudeció el
tiempo. Los que nos han precedido dejan su huella anclada a nuestra historia.
Esta especie de presencia de los ausentes, se traduce en una exigencia del pasado: “no
puede despacharse a la ligera”3.
Entonces, ¿importa el presente4, el que habla de un pasado que pudo haber
sido y que se malogró, de un pasado que lo único que tiene de presente es que fue
una posibilidad que de haberse logrado hubiera convertido a éste en impensable5?
En tal sentido, podría afirmarse, que el futuro no debe ser una prolongación
del presente, más bien debe ser una posibilidad. Éste tiene dos manifestaciones
opuestas —siguiendo a Walter Benjamín—; la primera, lo dado, lo que ha llegado
a ser y tenemos frente a cada uno de nosotros; segundo, lo que quiso ser y se malo-
gró. “Lo que tiene en común la historia, el presente dado y la posibilidad, el presente
ausente, es la felicidad que en un caso esta in actu y en el otro in potencia”6. Pero si
llamamos a la posibilidad presente es porque reconocemos a esa historia frustrada
un derecho a ser, a lograrse, a la felicidad, a ser redimida.
El desmesurado término de redención no es más que el derecho a la felicidad
de lo frustrado. La memoria, advierte Benjamín, “se asemeja a los rayos ultravio-
leta capaces de detectar aspectos nunca vistos de la realidad”7, podemos decir
que es un atisbo específico sobre el pasado o, mejor dicho, una construcción del
presente desde el pasado, es la creación del presente con materiales del pasado8.

Lo propio, por tanto, de la mirada de la historia es, en primer lugar, la atención al


pasado ausente del presente y, en segundo lugar, considerar esos fracasos o víctimas
no como datos naturales que están ahí como lo están los ríos o las montañas, sino
como una injusticia, como una frustración violenta de su proyecto de vida. La mira-
da del historiador […] se emparenta con la del alegorista barroco que no considera
3.
Reyes Mate. Media noche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamín.
4.
El tema de la memoria se ha constituido en uno de los más acuciantes en la agenda pública en
las últimas décadas, pautado por un momento histórico en el cual predomina la sensación de un
presente que se escapa de manera vertiginosa y cuyas líneas de continuidad con el pasado y el fu-
turo parecen estar cada vez más desdibujadas. Además, vemos que el presente se caracteriza por
un continuo cambio y hasta donde sabemos, este cambio es necesario. Pero, ¿debería ser siempre
así? ¿No debería haber un tiempo venidero, un futuro que merezca permanecer invariable? ¿No es
posible un tiempo del espíritu moral, de duración y permanencia, al que podríamos o deberíamos
asignarle la eternidad?
5.
Reyes Mate. Media noche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamín.
6.
Reyes Mate. Media noche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamín, 72.
7.
Walter Benjamín. Tesis sobre la historia y otros fragmentos, trad. y presentación de Bolívar Echava-
rría. (México: contrahistorias, 2005), 142.
8.
El concepto de experiencia se transmite, en la perspectiva de Benjamín. Es decir, “el narrador toma
lo que narra de la experiencia; la suya propia o la transmitida. Y la torna a su vez, en experiencia
de aquellos que escuchan su historia”, Walter Benjamín. Tesis sobre la historia y otros fragmentos, 160.
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Persistencias de la memoria y la historia. Homenaje a Darío Betancourt Echeverry (1952-1999)

las ruinas y cadáveres como naturaleza muerta sino como vida frustrada, una pre-
gunta que espera respuesta de quien contemple esa vida frustrada9.

La memoria funciona como el despertar de un sueño, esto significa abandonar


el estado de inconciencia (que es el que caracteriza la vida) y habilitar lo que hay
detrás de ese estado de vida, proyección de deseos, utopías.
“La historia es capaz de leer la parte no escrita del texto de la vida, se ocupa no
del pasado que fue y sigue siendo, sino del pasado que sólo fue y del que ya no hay
rastro”10. En palabras de Darío, nos ubica, en un complejo campo de lo escondido,
de lo secreto en los recuerdos de la memoria (en el tiempo11), para referirse a ese
pasado furtivo, nublado y confuso, al que nos encontramos cuando tratamos de
vivir un recuerdo. Es pues los silencios-olvidos-recuerdos que marcan nuestra
experiencia. “La memoria trae al presente lo que fue esperanza de futuro en el pa-
sado y éste irrumpe en el presente como “instante de peligro”12. Advierte Valencia
que “la simultaneidad entre la anticipación (futuro), la experiencia (presente) y
la memoria (pasado) no es la del tiempo lineal, sino la del tiempo entrelazado
en el “instante eternizado”13. Entonces, se trata de una historia en la cual “nada
de lo que una vez haya acontecido ha de darse por perdido para la historia”, una
historia que es “un marco de tensiones entre lo alcanzado y lo malogrado”, una
historia a la cual “hay que pasarle el cepillo a contrapelo”, en fin, “cuyo lugar no
está constituido por el tiempo homogéneo y vacío, sino por un tiempo pleno, un
tiempo-ahora”14.

II. Trayectoria
Debería hablarse de un autor sin mayor inquisición en su trayectoria personal
que la consignada, a manera de posición, en sus obras. Empero, creemos que se-
parar la razón del corazón, que se sienta y piense a la vez, sin divorciar la cabeza
del cuerpo, ni la emoción de la razón es tarea imposible. De tal suerte, que para
nosotros es un honor presentar, por intermedio de estas líneas algunos apuntes
sobre la vida y legado de la genialidad de un autor.

9.
Walter Benjamín. Tesis sobre la historia y otros fragmentos. (México: Contrahistorias, 2005), 122
10.
Reyes Mate. Media noche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamín, 123-124 y ss.
11.
Jorge Luis Borges nos dice en la majestuosa pieza literaria El jardín de senderos que se bifurcan, sobre
el tiempo que: “El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del
universo tal como lo concebía Ts’ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepa-
sado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red
creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que
se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades.
No existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en otros, yo, no usted;
en otros, los dos”. Jorge Luis Borges. Ficciones. (Madrid: Alianza Editorial, 1998), 116.
12.
Guadalupe Valencia. “Aproximaciones a la pluralidad temporal”. Historia Revista (2012): 173.
13.
Guadalupe Valencia. “Aproximaciones a la pluralidad temporal”. Historia Revista (2012): 174.
14.
Walter Benjamín. Tesis sobre la historia y otros fragmentos.
21
Jhon Diego Domínguez - Piedad Ortega Valencia

En 1952 nace Darío Betancourt Echeverry y es desaparecido en 1999. Tenía 47


años, sin duda un hombre denodado y lúcido, comprometido con la academia, la
universidad pública y la sociedad colombiana. Hoy emprendemos un débito a su
memoria y a su genialidad.
Su apego al Valle del Cauca15 tierra en la que, a pesar de su distancia, mantenía
unos lazos de identidad indelebles, esto lo hace perteneciente a un tiempo y a un
espacio que no puede ser borrado y descalificado; ésta su inspiración para las más
destacadas pesquisas e ilustre producción intelectual.
Su persistencia y profundización en el conocimiento sobre la Violencia, la
historia regional y local, el surgimiento de las mafias, el sicariato, la memoria y la
enseñanza de historia son entre otros el principal legado a la sociedad colombia-
na16. Por esta razón sostenemos que la memoria, como lo sugirió Darío esta “ínti-
mamente ligada al tiempo17, pero concebido éste no como el medio homogéneo
y uniforme donde se desarrollan todos los fenómenos humanos, sino que incluye
espacios de la experiencia”18. De modo que, entramos en direcciones múltiples,
como si los recuerdos se situaran en un punto de señal o de mira, que permite
situarnos en medio de una variación continúa de los marcos sociales y de expe-
riencias colectivas e históricas19. Así, observamos en Darío, múltiples dimensiones
que lo constituyen como un referente de nuestro tiempo, un sujeto capaz de construir
historias locales y analizar las fluctuaciones históricas que han acompañado nuestro
presente-pasado traumático y recuperar memorias olvidadas.
Intérprete de su tiempo20, con referentes de la sociología, la historiografía, la
política y la economía, Darío busca desentrañar las relaciones individuales y colec-
tivas que entablan los hombres al vivir su vida, al considerar que las dependencias
que une a los individuos entre sí, no se limitan a las que pueden tener experiencia
y conciencia, y que las situaciones de interacción y redes de relaciones son todos
los días articuladas a determinaciones lejanas e invisibles, que a la vez las vuelven
posibles y las estructuran. Su invitación es a superar esas falsas oposiciones (entre
relaciones y estructuras, entre situaciones vividas y sistemas de oposiciones) y a
considerar que los sujetos desconocen las potencialidades de lo que son realmente21.
15.
En una carta escrita el 22 de septiembre de 1996 en Francia por el autor de homenaje decía “(…)
me alegro de los avances y progresos de Restrepo y siento muchas ganas de estar en esas tierras tan
calurosas y acogedoras, pues a pesar de los grandes avances culturales y científicos de aquí [Francia],
la gente es muy fría y poco afectuosa”.
16.
Entre las principales obras de referencia sobre el profesor Darío Betancourt ver en la presente
obra: bibliografía de autor.
17.
Es la confabulación del presente con el futuro que sugiere Bloch y la complicidad del presente
con el pasado que propone Benjamín. Es decir, la historia es siempre una construcción en proceso,
un tiempo inacabado que puede ser convertido en tiempo-ahora, pleno de sentido en el camino de
la radical autonomía humana.
18.
Darío Betancourt. Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos. Las organizaciones mafiosas del Valle
del Cauca entre la historia, la memoria y el relato, 1890-1997. (Bogotá: Ediciones Antropos, 1998), 144.
19.
Darío Betancourt. Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos.
20.
Darío Betancourt. Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos, 23.
21.
“En tal sentido, las vivencias cotidianas, las redes de relaciones y las contestaciones de los habi-
tantes de determinada región; es decir, los elementos reales y sentidos de la mediación que atravie-
san con sus variantes (…) los podemos concretar en tres pilares básicos: las conexiones con el mundo
22
Persistencias de la memoria y la historia. Homenaje a Darío Betancourt Echeverry (1952-1999)

En consonancia, Darío, analiza las dinámicas surgidas en distintos periodos de la


historia nacional de organizaciones de tipo mafioso y violento. Su contribución al
estudio de la evolución y mutación del fenómeno surgido con la cocaína, se inició a
partir de la existencia de un continuum de violencias en el país y de la tesis según la
cual “para el desarrollo de las actividades ilegales que culminaron en la conforma-
ción de una mafia en torno a la cocaína, se revivió uno de los actores fundamentales
de los cincuenta el “pájaro”, hoy ejemplarizado en el sicario”22. Interroga la tenden-
cia —en la disciplina social— a soslayar la violencia como fenómeno socio-histórico,
que no sólo existe bajo múltiples formas, mecanismos y manifestaciones, según las
contradicciones de la sociedad en que se produce, sino que la violencia, atraviesa
permanentemente toda la estructura social (formas de sentir, pensar y actuar)23. Por
tal razón, según Darío, la sociedad colombiana no ha encontrado elementos de co-
hesión sino de exclusión, que siempre ha tendido a resolverse mediante la sujeción
o la eliminación del otro.
Además, de observar la transmutación de las prácticas constitutivas de este fe-
nómeno; es decir, prácticas imbricadas en la actuación del Estado colombiano: la
constitución de empresas de fachada para delinquir; el “amarre” a políticos locales
y regionales, empresarios, funcionarios y personalidades para su legitimación; las
relaciones económicas que han permitido su permanencia en el tiempo (Narcotrá-
fico, asesinato, extorción, secuestro, desaparición, genocidio…); y, el “alquiler” del
aparato armado penetrado y manipulado por las fuerzas de seguridad del Estado
que ha contribuido a la degradación del establecimiento (La invención y legaliza-
ción del paramilitarismo). Igualmente, analiza las transformaciones socioeconómi-
cas y espaciales en los marcos de la violencia en regiones específicas del contexto co-
lombiano y las relaciones que pueden establecerse con el surgimiento de las mafias.
Es decir, el surgimiento de economías ilegales marcha paralelamente al desarrollo
capitalista en una permanente relación con la legalidad24.

exterior, el peso delas relaciones familiares y la utilización de la violencia público-privada”. Darío


Betancourt. Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos, 24.
22.
Darío Betancourt y Martha García. Matones, cuadrilleros. Origen y evolución de la violencia en el
occidente colombiano (1946-1960). (Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1991), xix.
23.
Darío Betancourt. “Violencia, educación y Derechos Humanos”. Folios No. 5. (1996).
24.
De allí se observa que Darío, analiza simultáneamente algunos factores asociados a las relaciones
familiares que con el tiempo se desarrollan entre los diferentes grupos, constituyendo con ello un
capital e intereses comunes, aún con diferencias internas. Por ejemplo, el historiador colombiano,
sostiene que “la constitución de la industria, no sólo obra del empuje empresarial, aun teniendo en
cuenta los conflictos suscitados durante el desarrollo capitalista y las marcadas desigualdades que
éste acarrearía consigo, pues a la disponibilidad de capital privado se sumó el apoyo de entidades
oficiales que permitieron la consolidación de la producción de bienes. Así mismo, la penetración
de capital extranjero e sectores claves de la de la economía, reforzaron la expansión de la industria a
la vez que estrechaban aún más los límites entre facciones de clase, dejando a una inmensa mayoría
en las márgenes de la competencia”. Darío Betancourt. Documento inédito, avance de su tesis de
doctorado, titulado “Desarrollo capitalista y marginalidad criminal en el plan del Valle del Cauca:
entre la mediación y la violencia 1950-1975”.
23
Jhon Diego Domínguez - Piedad Ortega Valencia

Indaga retroactivamente, la figura del “sicario” como el lugar del paramilita-


rismo en la contemporaneidad violenta del país25; las implicaciones que han te-
nido al esparcir su manto de la muerte, la desolación y el despojo en distintas re-
giones del país. Esto, trayendo a la memoria las violencias de los años cincuenta:
los asesinatos partidistas y selectivos de los “pájaros”, y las acciones económicas y
de venganza de las cuadrillas bandoleras en Colombia26.
Por otro lado, cuestiona las formas de investigación en historia. Polemiza des-
de el oficio de historiador, la reivindicación de la entrevista y el relato como
fuente histórica “sin negar su papel complejo en tanto documento construido
sobre la acción misma, en lo problemático que se torna el manejo del tiempo y el
espacio, en la complejidad de los tipos de conocimiento y conciencias involucra-
das en tanto elemento narrativo”27. Le otorga a la experiencia un lugar central en
la construcción del relato histórico, de allí la importancia de la verosimilitud en
la investigación historiográfica, advierte Betancourt.
En el campo educativo, especialmente en la enseñanza de la historia, Darío
a la luz del conocimiento histórico, propone desde la perspectiva de Edward P.
Thompson dos categorías insoslayables en su propuesta pedagógica: la experien-
cia vivida y experiencia percibida. Atrayendo la atención para retomar la “hechu-
ra” de una historia total, una historia crítica, considerando la dimensión social,
económica, política y cultural de las efemérides (ir a los espacios donde aconteció
la historia, conocer a quienes viven y forjan la historia) desde el espacio escolar.
Igualmente, sugiere que un componente necesario en la enseñanza de la his-
toria, es la práctica pedagógica o trabajo de campo colectivo e individual28 de los
estudiantes para el reconocimiento socio-histórico de acontecimientos.
25.
Advierte Darío, que “el crecimiento de las defensas civiles, la seguridad privada, el incremento
dela policía y otras formas de seguridad, que se han venido acostumbrando al uso cotidiano de la
fuerza física, desde la simple detención de un ciudadano hasta el uso cada vez más generalizado de
la desaparición y la tortura son procesos que se han dinamizado por el pedido de sectores sociales
que reclaman la aplicación de la indiscriminada de la violencia”. Darío Betancourt. “Violencia,
educación y Derechos Humanos”.
26.
Algunas investigaciones recientes, han recuperado la tesis de Darío para descifrar la génesis y
transformación del fenómeno paramilitar. En la historia reciente de Colombia, se ha experimenta-
do un alto nivel de degradación del fenómeno violento. Por ejemplo, desde no hace muchos años
(2003-2016) se ha pretendido mostrar como admisible, una razón más que paradójica en nuestro
conflicto armado y social, atrás quedaba el paramilitarismo y se mostraba como un asunto de
nuestro vergonzoso pasado. Y como un redoble de tambor se expandió esa denominación simple e
inverosímil: ‘BACRIM’. Tal calificativo colonizó el sentido común de los colombianos, donde fue
inmiscuyéndose de manera sigilosa e insospechada, de suerte que empezó a emplearse sin reparos.
Tal apelativo oficial tuvo por lo menos tres consecuencias palpables: primero, negó cualquier in-
clinación o doctrina política y, por ende, las acciones violentas de carácter socio-político empren-
didas por estos grupos; segundo, se les redujo a bandas delincuenciales cuyos intereses estarían
asociados exclusivamente al narcotráfico y la extorsión; y tercero, rompió cualquier vínculo entre
paramilitares y los “nuevos” criminales, o bandidos emergentes, surgidos tras la descentralización
de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC).
27.
Darío Betancourt. “Violencia, educación y Derechos Humanos”, 25.
28.
Podríamos indicar que la salida de campo o trabajo de campo colectivo, debe ser una práctica
social que permite la comprensión espacio-temporal de un fenómeno. Que partiendo de la realidad
geográfica, histórica y social amplia la proyección de pensamiento holístico.
24
Persistencias de la memoria y la historia. Homenaje a Darío Betancourt Echeverry (1952-1999)

En últimas, invita a realizar el ejercicio historiográfico en la escuela. Para ello, pro-


pone la enseñanza de la historia a tres niveles: historiográfico, programas y crítica a
los textos. Para el primer nivel, el historiográfico: selecciona materiales de investigación
histórica —provenientes del propio campo, sin ningún tipo de recontextualización— y
con el se emprenden actividades pedagógicas para la comprensión de fenómenos es-
pecíficos. Con ello, el estudiante se familiariza con las aproximaciones de los estudios,
los enfoques utilizados, las metodologías abordadas y los procedimientos empleados;
lo que permite un acercamiento complejo a dinámicas sociales. En el segundo nivel, el
programa: asume reflexivamente los contenidos desde orientaciones teóricas. Se valo-
ran las estructuras, los componentes, los enfoques y las metodologías. Esto puede lo-
grarse a partir de la conceptualización (alcanzado en el primer nivel). Posteriormente,
el desafío se centra en analizar desde la práctica lo aprendido; de este modo, se aplica-
rán conceptos y categorías propias de la disciplina cuyo horizonte es acercarse teóri-
camente a los fenómenos estudiados en determinados contextos. El tercer nivel, crítica
a los textos: contrasta —con otros materiales o fuentes— los contenidos, los enfoques,
las perspectivas teóricas, las posturas y se tensionan con las otras versiones del mismo
fenómeno estudiado; propiciando, así la construcción de una conciencia histórica que
interpele acontecimientos-fuentes y diversidad de transcripciones de un hecho. Esto,
se teje con los niveles anteriores, coadyuva a establecer patrones de análisis y establece
criterios de comprensión de fenómenos que obedece a los siguientes factores: nivel de
conceptualización utilizado; tendencia historiográfica, enfoque y teoría; periodización
esgrimida; análisis de nivel reflexivo sobre el fenómeno de referencia y las apuestas
teóricas, pedagógicas y didácticas29.
En la primera edición del libro Enseñanza de la historia a tres niveles. Una propuesta
alternativa señala Darío que “(…) el sentido de la enseñanza de la historia a tres niveles
es favorecer, a partir del programa de historia, el trabajo conjunto profesor-alumno”30
En esta dirección aduce, que la práctica en el aula de clase y en los distintos
ambientes de la experiencia docente-investigador de historia ha permitido dis-
tinguir grados de dificultad que presentan los alumnos en su acercamiento al co-
nocimiento de la historia (conceptualizar, razonar, analizar, sintetizar, manejar
las tesis principales expresadas en cualquier lectura). Por tal razón, y siguiendo a
Hobsbawm, se hace imprescindible, que los jóvenes conozcan su historia porque
el mundo puede hundirse por su desconocimiento.
Además, plantea un reto de formación en el campo de la historia, en el que deja
vetas importantes en el campo de la educación y la enseñanza de la historia31. Se ad-
29.
“Una enseñanza que desconocía la estructura disciplinar (elementos básicos de estructura episte-
mológica y metodológica), generando en los estudiantes enormes dificultades para hallarle sentido
al conocimiento histórico y a las ciencias sociales. Lo anterior culminó en un desaprovechamiento
del potencial formativo de la enseñanza de la historia como forma de pensamiento sobre la realidad
social por las dificultades existentes en su comprensión”. Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a
tres niveles. Una propuesta alternativa. (Bogotá: Cooperativa Editorial Magisterio, 1991), 44.
30.
Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles. Una propuesta alternativa.
31.
Analizar en profundidad la enseñanza de la historia, supone mirar en un enfoque procesual las
25
Jhon Diego Domínguez - Piedad Ortega Valencia

vierte, entonces, que el “trabajo escolar debe revisarse, y no solo en lo que respecta a
la historia, sino para todas las disciplinas. Hace falta inventar otras orientaciones y
nuevas estrategias que se adecúen a los nuevos objetivos”32. Al respecto plantea Darío:

De tal manera, mientras todos los colombianos han vivido y viven inmersos en su
particularidad concreta, únicamente algunos han tenido y tienen la posibilidad de
operar “a nivel del sistema”. La inmensa mayoría no sólo ha permanecido aprisio-
nada en la marginalidad de su cotidianidad social sino que además ha tendido a
creer que por esta razón se hallan fuera de la historia (como parte del juego ideoló-
gico), y también que sus acciones cotidianas no construyen sistema o sociedad (en
cuanto a héroes, caudillos, acciones políticas, aporte empresarial y cultural, etc. se
refiere) y que su protagonismo social y político carece de historicidad o constituye
33.
delito contra la nacionalidad y contra el Estado

La obra de Darío plantea el reto de formar una conciencia histórica, con las
mejores contribuciones de las ciencias sociales. De allí, una historia que desnude la
realidad. En otras palabras los maestros y estudiantes que convivimos en la escuela,
el colegio, la universidad... tenemos una misión urgente por cumplir: encontrarnos
con la sociedad toda, estudiar, entender y problematizar sus dinamicas a fin de rom-
per la falsa neutralidad, la falsa imparcialidad del aula de clase, para de esta manera
confrontar nuestros saberes con la realidad misma, para desmitificar los textos y las
teorías, para reivindicar al lado de la ciencia la “magia”, la “música”, el “sentimiento”
y la “nostalgia”, como profundas fuentes tanto de saber cómo de vida y libertad34.
El compromiso en su labor como educador, socializando sus resultados, explican-
do los métodos y procedimientos empleados en sus ingentes investigaciones; esta-
bleciendo grupos de trabajo, animando al debate público, académico y cuestionan-
do el establecimiento (tanto las dinámicas internas como externas).
En definitiva, como se decía en los meses luctuosos de su desaparición él “cree
profundamente en la juventud y cree entrañablemente en Colombia, escribe sobre
la enseñanza de la historia, sobre los laberintos de las violencias y sobre los que con-
virtieron a Colombia en una enorme cloaca humana, sueña constantemente con una
educación distinta y abriga la esperanza de volver con su familia. Se lo llevaron quie-
nes creen que pueden ocultar su pasado vergonzoso, quienes creen poder impedir el
triunfo de la verdad y quienes no luchan por construir sino transgredir la historia”35.

enfoque que han predominado en este proceso: geocéntrico, hispanista, heroico y semi-patriótico.
Cabe anotar que, con la incorporación de la Nueva Historia en los textos escolares, se replantean
algunos aspectos; sin embargo, muchos se mantuvieron vigentes por varias décadas y con mayor
especificidad lo contemporáneo de la enseñanza de la historia y la geografía (hoy ciencias sociales).
32.
Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles. Una propuesta alternativa, 15.
33.
Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles. Una propuesta alternativa, 24-25.
34.
Darío Betancourt. “Violencia, educación y Derechos Humanos”. Folios No. 5.
35.
Anónimo. (1999). Sin título.
26
Persistencias de la memoria y la historia. Homenaje a Darío Betancourt Echeverry (1952-1999)

III. Homenaje: Lecciones para el presente


La obra de un autor, como Darío tan compleja y dinámica nos ha llevado a
pensar al lado de Galeano ¿Para que escribe uno, sino es para juntar sus pedazos?
Y respondemos “desde que entramos a la escuela o la iglesia la educación nos
descuartiza: nos enseña a divorciar el alma del cuerpo y a la razón del corazón”36
De este modo, estaremos convencidos, que no hay mejor manera de comprender
la sociedad de la que hacemos parte en tanto afecte nuestras vidas, en las singu-
laridades que permite reconstruir acontecimientos del pasado y dotarlos de un
nuevo sentido: la relación con nuestra propia existencia.
El libro Persistencias de la memoria y la historia. Homenaje a Darío Betancourt Eche-
verry (1952-1999), se encuentra organizado en tres secciones que componen el periplo:
Primera, semblanza se presentan diversos textos sobre las amistades, balances,
proyecciones, sentimientos, recuerdos y agenciamientos del legado, vida y obra
de Darío Betancourt. Reconocemos las piezas: “A los quince años de su asesi-
nato (30 de abril de 1999). Darío Betancourt Echeverry (1952-1999): maestro,
historiador y bohemio” de Renán Vega Cantor; “Entre Clío y Mnemósine. El
genio valiente de Darío Betancourt” de Ferney Quintero Ramírez y Jhon Diego
Domínguez; “Análisis sincrónico de un amigo. Homenaje a Darío Betancourt
Echeverry” de Gonzalo Sánchez; “Los aportes de Darío Betancourt Echeverry a la
comprensión del presente” de Daniel Pécaut; “Darío Betancourt, maestro de ca-
mino y memoria” de Efrén Mesa Montaña; “Violencia extrema y ambigüedad de
la guerra en Colombia: A propósito de Darío Betancourt Echeverry y la violen-
cia contra los intelectuales” de Javier Guerrero Barón; y “Darío Betancourt Eche-
verry: Un vallecaucano e historiador de pura cepa” de Jorge Orjuela Cubides.
Segunda, reseñas en esta sección se presentan desde distintas voces y con di-
ferentes miradas los principales componentes acerca de las obras de Darío. En
ella se incluyen pólogos y reseñas, referentes a los condiciones de posibilidad en
las que se construyeron las obras, tocando brevemente los contenidos y las prin-
cipales reflexiones del autor en homenaje. Así como la inventiva, genialidad e
imaginación sociológica e histórica del profesor Darío Betancourt. Se sitúan los
siguientes prólogos: “Matones y cuadrilleros. Origen y evolución de la violencia
en el occidente colombiano (1946-1965)” de Gonzalo Sánchez; “Contrabandistas,
marimberos y mafiosos. Historia social de la mafia colombiana (1965-1992)” de
Rodrigo Uprimny Yepes y “Mito y realidad en la historia de las violencias co-
lombianas” de Efrén Mesa Montaña. Reseñas: “Matones y cuadrilleros: Origen y
evolución de la violencia en el occidente colombiano” de Sebastián Gauta; “La
noción de la mafia como elemento articulador de la historia presente de Colom-
bia” de Renán Vega Cantor; “Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos” de
Olga Yanet Acuña Rodríguez; “La función social de la enseñanza de la Historia
36.
Renán Vega (Comp.). Eduardo Galeano. Colombiano: Palabras sentipensantes sobre un país violento y
mágico. (Bogotá: CEPA Editores y Pensamiento Crítico, 2016).
27
Jhon Diego Domínguez - Piedad Ortega Valencia

en la Educación Básica. En el libro Enseñanza de la Historia a tres niveles del


profesor Darío Betancourt” de Víctor Manuel Prieto; y “La historia local o los
cimientos ignorados de la historia nacional” de Efrén Mesa.
Tercera, construcciones narrativas en la que se presentan algunas composicio-
nes literarias sobre la violencia estructural, las implicaciones de investigar el
conflicto social y armado (sus dinámicas, transformaciones, fluctuaciones…), las
ausencias e incertidumbres en las que habitamos; de los mecanismos de esa pútri-
da patria —recordando a Georg Sebald— en la que se desaparece, se tortura y se
asesina. Se inscriben las siguientes elaboraciones: “En la memoria de un hombre
de memoria” de Arturo Álape; “El 8 de Marzo, día internacional de la mujer. En-
tre el mariachi, la capucha y la rosa en la Universidad Pedagógica Nacional” de
Darío Betancourt Echeverry; “Darío Betancourt: Memoria, vigencia de maestro
y universidad” de Víctor Manuel Rodríguez Murcia; “Amamantando nostalgias
desde una orilla del pensamiento crítico. En homenaje al maestro Darío Betan-
court” de Piedad Ortega Valencia; “Lo que dicen las piedras. En memoria de Da-
río Betancourt Echeverry” de Carlos Humberto Cardona Hincapié; y “Memorias
de la desaparición forzada” de Arturo Torres Aranguren.
Entregamos esta obra en homenaje sobre un magnífico historiador y educa-
dor. A un hombre extraordinario, a un hombre avanzado a su tiempo.
Queda por preguntamos ¿Qué puede hacer hoy el sujeto cuando las raíces se
hunden en una tierra aporreada por la insensatez humana? Aun no hay respues-
ta, pero hacemos nuestra la idea que la palabra la que une la “huella visible con la
cosa invisible, con la cosa ausente, con la cosa deseada o temida, como un frágil
puente improvisado tendido sobre el vacío”37. Así pues, la palabra es tan necesaria
como fundamental en medio del desasosiego y el infortunio.
A nuestros desaparecidos, torturados y asesinados por esta pútrida patria: un
homenaje, una palabra.
Jhon Diego Domínguez y
Piedad Ortega Valencia
Editores.
Bogotá. D.C., julio de 2017.

37.
Italo Calvino. Seis propuestas para el próximo milenio. (Madrid: Siruela, 1985).
28
Parte I
Semblanzas
El Mitlan
Canto y flor

¿En dónde no hay muerte?


¿En dónde está la victoria?
(“El rostro de la muerte en los nahuas”).

Ahora yaces aquí


Delante de todos
En un ataúd que clama
Por tus huesos.

Como claman los estudiantes


Porque alguien
les hace falta
para completar el mapa
de tu cuerpo.

En la última
noche de abril
te desaparecieron
en vísperas de protestas y desfiles.

¡Qué fácil es perderse


por las calles y caminos
cuando se conoce la ruta
trazada por la historia!

Ahora yaces aquí


¡Oh desgarrado!
¿En dónde no hay muerte?
¿En dónde es la victoria?

¿Hasta cuándo
tendremos que tragar
saliva amarga y seca?
¿Hasta cuándo palpitará
nuestro corazón sin sangre?

No me importa
que no estén
todos tus huesos
Ni toda tu piel.

Estás tú, en todos tus gritos


En todas las paredes
Y en todas las miradas.
Para saber que ya no estás
Me basta con sentirte ausente
Me basta con la rabia contenida
De todos los que proclaman tu presencia.

Para creer en tu ausencia Definitiva


Sólo me basta una lágrima
Y un grito desesperado.

¿Dónde y cuándo
las manos asesinas
Dividieron tu cuerpo
Y consolidaron tu huella?

Perdóname hermano mío


Por haberte llorado
Tan poco
Y haberte negado tanto.

Como en aquel 8 de marzo


Ahora aquí están presentes
La canción, el petardo, la flor,
los estudiantes y tú.

El violín y la trompeta
Callaron para que se oiga la guitarra.
La flor, siempre la rosa,
Los estudiantes, siempre la mirada...

También hay presencia


De pasamontañas y metralla
Y muy cerca ya revienta
El dolor de muchos siglos.

Deja que levante


La rosa
Con mi puño firme
Siempre en alto.

Para que cada vez


Que yo lo cierre
Se deslice la sangre tibia
Sobre mi brazo izquierdo.

Purificando el pulso,
Para escribir sobre los muros
“Aquí yace ahora quien
Por siempre amó la vida”.

Ernesto Ojeda Suárez


Bogotá, 8 de septiembre de 1999
Darío Betancourt Echeverry (1952-1999):
maestro, historiador y bohemio1
Renán Vega Cantor2

Es la primera vez que en sus cuarenta y cinco años de vida institucional se atenta
y se calla con el crimen la palabra, el pensamiento y la vida de un docente de
la Universidad Pedagógica Nacional. Nuestra indignación y nuestra protesta
nunca igualarán la magnitud del crimen cometido contra la inteligencia, la aca-
demia y la pedagogía en la persona de Darío Betancourt Echeverry. Nuestra
respuesta, en cambio, si puede estar a la altura de la inteligencia y de la misión
pedagógica que tuvo y que cumplió nuestro compañero.
Editorial Revista Didaskalia, (Asociación de Profesores Universidad Pedagógica
Nacional), No. 12, julio de 2000.

Su vida

E n la ladera oeste de la cordillera occidental que mira al mar, en jurisdicción


del Departamento del Valle del Cauca se levanta la población de Restre-
po. Sus habitantes descienden de los colonizadores antioqueños que desde
finales del siglo XIX ocuparon estos territorios, llevando consigo el cultivo del café,
los frijoles diarios y su acendrado catolicismo. Los habitantes de Restrepo y los pue-
blos cercanos de colonización tardía hablan con acento paisa y mantienen muchas
de las costumbres de los antioqueños: les gusta la música vieja (Olimpo Cárdenas,
Julio Jaramillo, los Trovadores del Cuyo) y los tangos, les apasionan los negocios,
“quieren ser alguien en la vida” y una buena parte de sus hombres mayores aun por-
tan el carriel y se emborrachan con aguardiente, como herencia de sus ancestros que
hace más de un siglo descuajaron selva, sembraron café y fundaron pueblos monta-
ñeros muy lejos de los lugares donde partieron sin rumbo fijo.

1.
Documento publicado en conmemoración de los quince años de la desaparición y posterior asesi-
nato de Darío Betancourt Echeverry (1952-1999).
2.
Profesor de la Universidad Pedagógica Nacional. Historiador. Doctor en Estudios Políticos de
la Universidad de Paris VIII. Hizo parte de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas.
Amigo y colega del profesor Darío Betancourt Echeverry.
35
Renán Vega Cantor

En este pueblo, antioqueño por sus orígenes y costumbres, pero vallecaucano


por su geografía y por las influencias culturales (allí también se escucha y se baila
salsa), nació Darío Betancourt Echeverry el 10 de diciembre de 1952, en plena época
de la Violencia, cuando allí mismo y en los contornos cercanos merodeaban los “Pá-
jaros” que conservatizaban a sangre y fuego a los pueblos liberales. Darío, el menor
de seis hermanos, apenas conoció a su padre pues este falleció cuando aquel sólo
tenía seis años. Por esta circunstancia, su madre, Ligia Echeverry junto con uno de
sus hermanos, tuvo que defenderse para sacar a flote a su numerosa familia.
Darío recibe sus primeras letras en la escuela del pueblo, en la que un tío
suyo era profesor. Posteriormente, su familia se trasladó a Buga y luego a Villa-
vicencio, en donde Darío terminó su bachillerato. A comienzos de la década de
1970, Darío llega a Bogotá e ingresa en el programa de Ciencias Sociales de la
Universidad Pedagógica Nacional (UPN), siendo expulsado en 1973 por su activa
participación en las luchas estudiantiles de la época. Aunque a algunos de los es-
tudiantes expulsados se les concedió una amnistía, Darío se negó a reincorporarse
a la UPN e inmediatamente se matriculó en el programa de Ciencias Sociales
de la Universidad Nacional. En ese tiempo, la Nacional permanecía gran parte
del tiempo cerrada, por disposición de los gobiernos nacionales de turno que la
consideraban como un problema de orden público y era también la época en que
cualquier estudiante inquieto y con sensibilidad social resultaba involucrado en
las luchas estudiantiles, como fue el caso de Darío, que ya tenía una experiencia
previa en la UPN. Hastiado por la interrupción académica, Darío se trasladó a la
Universidad Libre, en donde concluyó sus estudios de Licenciatura en 1979, no
sin antes soportar un prolongado cierre de un año. Su tesis de grado verso sobre
el Movimiento de los Comuneros de 1781, investigación con la que obtuvo una
mención de honor en el concurso organizado por la Universidad Nacional con
motivo del bicentenario de ese acontecimiento histórico.
Luego de graduarse, Darío se desempeñó como funcionario en el HIMAT (Ins-
tituto de Hidrología, Meteorología y Adecuación de Tierras), durante 2 años. En
ese cargo, comprendió que la burocracia no es lo suyo y a la primera oportunidad
docente que se le presentó, renunció a su cargo y se trasladó a la cátedra universita-
ria, asumiendo el curso de Historia de Colombia en la Universidad Santo Tomás.
Desde ese momento, Darío demuestra ser un maestro de verdad —y no un simple
profesor—, ya que la cátedra y las actividades universitarias eran su verdadera pa-
sión; allí se sentía como el pez en el agua, conversaba, discutía, animaba grupos de
estudios, elaboraba propuestas, escribía libros y artículos, compartía tragos y rum-
bas con amigos y colegas. Todo esto era hecho con enjundia y dedicación, porque
para Darío, a diferencia de muchos profesores universitarios de nuestro tiempo, no
eran antagónicas la investigación y la enseñanza, sino que las concebía como acti-
vidades complementarias que se nutrían mutuamente: en las clases socializaba los
apasionantes temas que investigaba y en la investigación incorporaba las críticas,
36
Darío Betancourt Echeverry (1952-1999): maestro, historiador y bohemio

sugerencias y preguntas que escuchaba en clase o en las conversaciones informales


en que cotidianamente resultaba involucrado. Darío era un conversador nato y en-
volvente con su dejo paisa, sus carcajadas espontáneas y su lenguaje franco y colo-
quial. Los alumnos que tuvieron la fortuna de compartir sus enseñanzas quedaban
impresionados por su entrega, sinceridad, franqueza y capacidad crítica.
Como una clara muestra de sus preocupaciones intelectuales, Darío cursó es-
tudios de postgrado de Filosofía Latinoamericana en la Universidad Santo Tomás.
En 1984 inició estudios en la recién creada Maestría en Historia de esta última
universidad, espacio en el que se destacaría por sus polémicas intervenciones, por
sus constantes cuestionamientos y, sobre todo, por hacer públicas dos de sus ob-
sesiones intelectuales: el rescate de la historia regional del Valle del Cauca y el
análisis de los “Pájaros” (los asesinos a sueldo del partido conservador). Esas dos
pasiones se materializaron tanto en su tesis de grado, como en su primera obra
sobre el tema de la Violencia que fue publicada en 1990 con el título de Matones y
Cuadrilleros por la Editorial Tercer Mundo.
La actividad docente de Darío se desplegó en diversos claustros universitarios
de Bogotá, tales como la Universidad Distrital, la Universidad Javeriana, la Uni-
versidad Nacional y, principalmente, en la Universidad Pedagógica Nacional –la
misma en que fue expulsado en 1973–, a la que regresó quince años después y en la
que permaneció hasta el día de su asesinato. Así mismo, se desempeñó como inves-
tigador en el IEPRI de la Universidad Nacional y en el CINEP. Como fruto de esa
actividad escribió su libro “Contrabandistas, marimberos y mafiosos. Historia social de la
mafia colombiana (1965-1992)”. Darío adelantó estudios de Doctorado en París, bajo la
dirección de Daniel Pécaut, entre 1995 y 1997 y, en el momento de su trágica muer-
te, avanzaba en la elaboración de su tesis. A su regreso de París asumió la dirección
del Departamento de Ciencias Sociales de la UPN y desde ese cargo organizó mesas
redondas, debates, foros, charlas, conferencias y un sinnúmero de actividades cul-
turales que reanimaron el bucólico discurrir de una carrera signada por la apatía, la
rutina y el conformismo. La orientación de Darío le dio un nuevo hálito de vida al
Departamento de Ciencias Sociales y durante ese período desfilaron por las aulas
de la institución investigadores de prestigio nacional e internacional.

Su obra
A lo largo de su actividad como estudiante y como profesional, Darío Be-
tancourt fue un infatigable trabajador del intelecto, cuya obra se desplegó en
numerosos terrenos del conocimiento social y en la actividad docente. Escribió
7 libros, artículos, ponencias y ensayos que fueron publicados en revistas de Co-
lombia y de otros países, como Venezuela y Francia. En su obra sobresalen los
estudios sobre la violencia y el Valle del Cauca, cuyas contribuciones esenciales
reseñamos brevemente:
37
Renán Vega Cantor

Los “Pájaros”: historia de los matones conservadores3:


En el contexto de la evolución de la violencia en el Valle del Cauca, cuyos
orígenes se remontan a los conflictos agrarios que sacudieron a esa comarca des-
de finales del siglo XIX —caracterizados por la influencia bipartidista y el peso
de las maquinarias electorales— se estudia por primera vez en la historiografía
colombiana al temible “pájaro”, al matón “aquella fuerza oscura y tenebrosa que
era movilizada para amedrentar, presionar y asesinar, que luego de actuar desapa-
recería bajo el espeso manto de humo tendido por los Directorios Conservadores,
autoridades y funcionarios públicos”. Los pájaros fueron los principales agentes de
la violencia conservadora que pretendía homogenizar políticamente a la región,
expulsando y matando a los liberales. Esas “aves de mal agüero” se desprendieron
de las Guardias Cívicas creadas en los pueblos por los Directorios Conservadores,
actuando al principio en una forma espontánea para convertirse luego en “profe-
sionales” del asesinato —los antecesores de los sicarios de nuestros días— al servi-
cio de los minoritarios godos. Entre esos pájaros profesionalizados sobresalió León
María Lozano, El Cóndor, el más temible de todos y quien dirigió durante casi una
década el aparato de terror que se desplegó en parte del Departamento del Valle,
con el apoyo de los gobiernos conservadores y de la dictadura de Gustavo Rojas
Pinilla.Los “pájaros aficionados” eran de extracción pueblerina y veredal y actua-
ban principalmente a nivel agrario, pero los “pájaros profesionales” emigraron del
campo a la urbe operando en grandes pueblos y ciudades, dando origen al sicario
político urbano. No tenían ningún tipo de base social porque no la necesitaban
para llevar a cabo sus acciones criminales, ya que operaban en pequeños grupos de
tres a cinco hombres. Actuaban a nombre de los ideales conservadores y católicos
para defenderlos contra las “dañinas fuerzas del mal”.
Como respuesta a los crímenes de los pájaros surgieron grupos de bandoleros
liberales después de 1955. Cuando los pájaros perdieron importancia, los conser-
vadores también organizaron cuadrillas de bandoleros, pero con menos influen-
cia y radio de acción que las cuadrillas liberales. En términos económicos las cua-
drillas estuvieron ligadas al café, porque los recolectores y peones reclutados eran
los bandoleros y porque robar café era una importante fuente de financiación.
Además, con las acciones de la cuadrilla se originó la reapropiación de tierras y
se formaron “nuevos ricos”, porque “hubo un reacomodo de clases”, dando como
resultado el ascenso de fracciones de las clases medias, “a la sombra y el estruendo
de las carabinas de los cuadrilleros y de los bandoleros”.

3.
Darío Betancourt y Martha García. Matones y cuadrilleros. Origen y evolución de la violencia en el
occidente colombiano. (Bogotá: Tercer Mundo Editores. 1990).
38
Darío Betancourt Echeverry (1952-1999): maestro, historiador y bohemio

Historia de la mafia de la cocaína4:


El complejo mundo de las drogas en Colombia es analizado a la luz de la cate-
goría Mafia, empleada frecuentemente para el caso italiano y estadounidense. La
noción de mafia alude a la conformación de núcleos familiares que actúan al mar-
gen y contra el Estado, constituyéndose en organizaciones criminales que ama-
san fortunas en actividades ilegales y que por eso usan la violencia contra todos
aquellos que se les oponen. Puede hablarse de la “mafia de la cocaína”, puesto que
alrededor de esta actividad ilegal se ha constituido una poderosa organización
económica, con bases sociales en algunos de sus principales focos, con proyec-
ciones políticas directas en ciertas oportunidades e indirectas por sus indudables
nexos con la clase política tradicional, ligada a la organización de grupos de si-
carios en complicidad con sectores estatales. Según el autor, “la irrupción de las
mafias de las ‘drogas’ en Colombia debe entenderse como un fenómeno histórico
en el largo tiempo, con raíces económicas y sociales profundas que, sumadas a las
características complejas de la estructura estatal y a la estratégica localización del
país en la esquina norte de Sudamérica, facilitaron su desarrollo y consolidación
ante una creciente demanda de esta sustancia desde el interior de las sociedades
norteamericana y europea, a partir de la década del setenta”.
La cocaína se ha extendido por diversas regiones de la geografía nacional y
ha alterado la vida social, política y económica del país. Una historia de larga
duración de formas ilegales de producción y comercialización, que van desde el
contrabando, la explotación de esmeraldas y el tráfico intrafronterizo clandesti-
no, explica la emergencia de la mafia de la cocaína. A esto se asocia la constante
debilidad del Estado colombiano, junto con la corrupción, el clientelismo, el trá-
fico de influencias y el bipartidismo, todo lo cual ha facilitado la irrupción de
actividades ilegales. También influye la existencia de una sociedad con mínimos
niveles de participación y poca organización y una permanente marginalidad
política y económica. En el caso colombiano, la mafia está formada por “aquellos
grupos que, identificados por intereses económicos, sociales y políticos, asumen
una actitud ilegal frente al Estado y frente al ordenamiento jurídico que le sus-
tenta, y que para resolver sus conflictos no recurren a los jueces ni a los entes
estatales sino que, por el contrario, hacen uso de las organizaciones de sicarios
creadas con el propósito de figurar como agentes locales que saben infundir res-
peto y aceptación. Al igual que otras mafias, la colombiana se fue fortaleciendo
alrededor del núcleo familiar (padres, hermanos, tíos, primos, sobrinos, etc.) has-
ta penetrar otros grupos sociales”.
A partir de esta perspectiva, se reconstruye la historia colombiana de los úl-
timos 35 años del siglo XX considerando la forma como la mafia y los fenómenos
asociados a ella se fueron desplegando en la totalidad del tejido social colombia-
no, lo cual tiene un trasfondo histórico concreto en las comarcas, localidades y
regiones del país.
4
Darío Betancourt y Martha García. Contrabandistas, Marimberos y Mafiosos. Historia Social de la
Mafia Colombiana (1965-199). (Bogotá: Tercer Mundo Editores. 1994).
39
Renán Vega Cantor

Rebuscadores y narcos en el Valle del Cauca5:


Los mediadores son los individuos que a lo largo de la historia vallecaucana
establecen nexos entre la política, la economía y la sociedad nacionales con la
región y la localidad, siendo los personajes que expresan la debilidad del Estado
y la consolidación de micropoderes locales. La violencia en el Valle es tan ances-
tral como el mismo proceso de mediación, pues se gestó desde la colonización
antioqueña tardía, pasando por las disputas agrarias, los conflictos políticos bi-
partidistas, adquiriendo un cariz singular con el “empollamiento” de los “pájaros”
y continuando con los sicarios contemporáneos al servicio del narcotráfico.
En las “organizaciones de tipo mafioso del Valle del Cauca”, los narcos son los
mediadores, tanto con el Estado —de cuya fragilidad se alimentan y se aprove-
chan— como con las diversas fracciones de las clases dominantes. Estos “nuevos
mediadores” combinan los patrones ancestrales de comportamiento político y fa-
miliar con los requerimientos de acumulación de capital a partir de los negocios
asociados a un producto “ilegal”. La mediación de los focos mafiosos abarca todos
los aspectos de la vida social, política, económica e incluso cultural, en la medida
en que el enriquecimiento fácil ha penetrado hasta los últimos poros del tejido
social de gran parte de pueblos y localidades de la región valluna, propiciando el
uso de la violencia individual como forma de control territorial y el soborno de
los funcionarios de la administración pública.
El papel de los mediadores en la violencia vallecaucana de las últimas décadas
es complementado con breves relatos de personajes que han servido a los terra-
tenientes, los gamonales, los partidos tradicionales y a los narcos. Un antiguo
“pájaro” relata la continuidad entre la violencia de ayer y la de hoy, cuando con
amargura comenta: “Y pensar que ahora me encuentro aquí, de cuidandero en
una casa de los Urdinola, achacado y enfermo. Hasta hace unos dos años nos re-
uníamos en bares y cafés de La Unión, Zarzal, La Victoria y el Dovio con mucha-
chos (pollos), que trabajaban como sicarios para las mafias, y hacíamos compara-
ciones entre la vida de los ‘pájaros’ y la de los sicarios de ahora… Hay elementos
que se mantienen o son constantes en una y otra violencia. La diferencia es que
ahora hay más plata y mejores armas y carros. Yo pienso que los pájaros éramos
más frenteros que los sicarios de ahora, que no saben bien por qué es que matan;
nosotros teníamos un ideal: defender la supervivencia de los conservadores y para
eso no se nos arrugaba el ánimo”.

5.
Darío Betancourt. Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos. Valle del Cauca, 1890-1997. (Bogotá:
Ediciones Antropos, 1998).
40
Darío Betancourt Echeverry (1952-1999): maestro, historiador y bohemio

Su muerte
El viernes 30 de abril de 1999, Darío Betancourt abandonó por última vez las
instalaciones de la Universidad Pedagógica Nacional a las 7:30 de la noche, despi-
diéndose cordialmente de los funcionarios y amigos con los que departía. Condu-
ciendo su Renault 4, de color rojo, se dirigió hacia su apartamento, ubicado en la
carrera 20 con calle 37, en el Barrio “La Soledad”, donde lo esperaban sus dos hijas,
con las que puntualmente solía cenar todas las noches. En el camino estuvo en un
Bar de Palermo al que asistía con alguna frecuencia, y de allí salió para no volver
jamás. Después de salir de ese lugar, Darío no llegó a su apartamento porque en
el trayecto fue raptado, sacado a la fuerza de la ciudad y luego fue asesinado a dos
horas de Bogotá en la vía que conduce a Tunja. Cuando al día siguiente se supo
que Darío no había ido a su casa se inició su búsqueda, que se prolongó a lo largo
de varios meses, por parte de sus familiares, amigos y colegas. Durante las prime-
ras semanas, cientos de estudiantes y algunos trabajadores y profesores en una
labor casi detectivesca nos dimos a la tarea de seguir, a partir de rumores y supo-
siciones, lo que pensábamos eran las huellas de Darío. Nunca antes en la historia
de la Universidad Pedagógica Nacional, una comunidad de estudiantes se había
movido en una forma tan espontánea y tan solidaria en pos de uno de los suyos.
Una inmensa pancarta de varios metros cubrió durante meses el edificio A de la
Universidad, en la calle 72 y los muros de las paredes de algunos lugares del norte
y el centro de la ciudad se llenaron con grafitis que denunciaban la desaparición
del Profesor Darío Betancourt y que exigían su regreso.
Del seno del mundo académico e intelectual se escucharon las más variadas vo-
ces de solidaridad y aliento, incluso algunas provenientes de Francia, en donde Da-
río estaba matriculado en un Doctorado en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias
Sociales. El 9 de septiembre el Instituto de Medicina Legal, luego de efectuar unos
exámenes de ADN, comprobó que los restos encontrados en un municipio cercano
a Bogotá correspondían a los de Darío Betancourt. La llegada de sus restos a la Uni-
versidad y su posterior entierro fueron acompañados por un multitudinario cortejo
de estudiantes, profesores, amigos y conocidos que lo quisieron acompañar hasta
su última morada. Algunos de sus alumnos, colegas y amigos le escribieron poemas
y textos de solidaridad y admiración, en los que con profundo dolor se expresaba
el impacto anímico de su desaparición y posterior asesinato. Sólo quiero recordar
en esta ocasión el poema titulado Análisis Sincrónico de un Amigo, escrito por Néstor
Sanabria, uno de nuestros discípulos de la década de 1990, que dice así:

Dura la ausencia
Dura de aguanta
Dura de duradera
Falta una estrepitosa carcajada…
41
Renán Vega Cantor

La risa es incompleta
La felicidad aún más distante
En el insondable océano de la incertidumbre
Estar vivo…
Estar muerto…
Lo que importa es haber estado.
La Historia la hacen los hombres,
La Historia la escriben los hombres,
Usted amigo la escribe y la vive,
Usted amigo es un hombre,
“Usted amigo hoy nos falta” …
Para que vuelva la estrepitosa carcajada
Para que la felicidad se acerque
Para hacer más navegable el océano
Para estar vivos o muertos
Para volver a estar presentes
Viviendo, haciendo o escribiendo la historia.

El asesinato de Darío, como lo manifesté en forma emocionada y con la voz


quebrada por el dolor el día en que sus restos entraron a nuestra Alma Mater, fue
un golpe directo contra el pensamiento crítico y contra la libertad de cuestionar e
investigar, porque el compañero ido representaba todos esos valores que han enal-
tecido los espacios democráticos construidos a fuerza de sangre y sacrificios en la
universidad pública. Ese fue el anuncio macabro de que al pensamiento crítico y al
historiador del presente se le había declarado la pena de muerte, en un país donde
la muerte llega diariamente a los sitios más insospechados, incluyendo ahora a los
“lugares del pensamiento” y a todos los sujetos interesados en preservar la memo-
ria colectiva y en impedir que esta sociedad sea amnésica y desmemoriada.

Un recuerdo personal
Conocí a Darío Betancourt en 1984 cuando se inició la primera promoción de
la Maestría en Historia de la Universidad Nacional. Desde ese momento y duran-
te los siguientes 15 años nuestras vidas siguieron un curso más o menos paralelo.
En 1986, por sugerencia suya, ingresé a trabajar a la Universidad Santo Tomás,
donde trabajamos en el programa de Educación a Distancia hasta que fuimos ex-
pulsados, junto con otros 14 profesores, por haber adelantado una reforma en la
orientación de ciertos programas académicos. Compartimos labores docentes en
la Universidad Distrital y en septiembre de 1988 nos presentamos a un concurso
público en historia convocado por la Universidad Pedagógica Nacional. Luego
de superar todas las fases del concurso, quedamos igualados en el primer lugar
42
Darío Betancourt Echeverry (1952-1999): maestro, historiador y bohemio

con un total de 77 puntos sobre 100, destacándose que el jurado académico de ese
concurso estuvo conformado por el lamentado Germán Colmenares y por Ber-
nardo Tovar Zambrano. Por pura coincidencia nos posesionamos el mismo día,
el 8 de febrero de 1989, momento desde el cual, y en forma casi ininterrumpida
compartimos espacios laborales, intelectuales y en algunos momentos personales,
hasta el desgraciado viernes 30 de abril de 1999, cuando vi a Darío por última vez
a eso de la cinco de la tarde en el pasillo del tercer piso del edificio A de la UPN.
Estábamos en vísperas del Primero de Mayo, fecha en la que casi todos los
años nos encontrábamos en las manifestaciones obreras de Bogotá, por lo común
en la plaza de Bolívar. Aunque a Darío le gustaría ir a esa manifestación, que
pensaba iba a ser muy concurrida y beligerante, me manifestó que lo consideraba
poco probable pues debido a la muerte de uno de nuestros colegas de Ciencias
Sociales, como Jefe de Departamento debía estar presente en las exequias que se
realizaban ese mismo sábado primero de mayo. Agregó que pasado mañana, el
domingo dos de mayo, debería partir con los estudiantes de sexto semestre a una
salida de campo a su amado Valle del Cauca, en razón de lo cual nos veríamos una
semana después, luego de regresar del Valle y nos despedimos. Nunca imaginé
que esa sería nuestra última conversación.
A lo largo de quince años, con Darío fuimos construyendo espacios comunes
de trabajo y reflexión. Compartimos la elaboración de varios de nuestros libros y
artículos. Participamos en planes de reforma académica en la UPN. Reformulamos
programas en un ambiente tan conservador y tradicional como el que se respiraba en
esta universidad cuando entramos a trabajar en 1989. Incluso, coincidimos en París
en 1995 y 1996, cuando ambos adelantamos nuestro Doctorado. En pocas palabras,
con Darío fuimos construyendo una estrecha y cordial amistad que, como las buenas
y verdaderas amistades, con el paso del tiempo se convierte en complicidad.
Participamos en incontables actividades comunes, como conferencias, mesas
redondas, simposios, charlas informales y debates en la UPN. En esos espacios
teníamos oportunidad de intercambiar opiniones, puntos de vista sobre distin-
tos tópicos del trabajo, de la situación de la universidad y del país. Desde que él
asumió la Jefatura del Departamento de Ciencias Sociales tuvimos la ocasión de
ampliar nuestros vínculos alrededor de la propuesta que él esbozó para reanimar
la carrera de ciencias sociales. En estos dos fructíferos años -los más dinámicos e
interesantes que he vivido en la Universidad- pusimos en marcha muchos proyec-
tos e ideas, que bajo el liderazgo de Darío se convirtieron en realidad, tal y como
lo atestigua la creación de la Maestría en Enseñanza de la Historia y el impulso
de la modificación del Plan de Estudios de Ciencias Sociales.
Aunque la obra de Darío y la mía hayan seguido caminos diversos, en algunos
momentos nuestros intereses se cruzaron. La primera vez, cuando los dos fuimos
coautores de la Historia de Colombia en fascículos, publicada por la Oveja Negra
en 1985. En este proyecto, dirigido por profesores de la UD, yo sugerí a Darío
43
Renán Vega Cantor

y éste de inmediato fue aceptado por su indudable capacidad investigativa. La


segunda vez fue cuando yo me atreví a tocar uno de los temas en los que Darío
era una indudable autoridad, el de la Violencia, al escribir y publicar Economía y
violencia, para cuya elaboración Darío me proporcionó materiales, sugerencias y
una gran ayuda. La tercera ocasión se presentó con relación a la enseñanza de la
historia, tema en el que coincidieron nuestros intereses, como se puso de presente
con la publicación de sendos libros sobre la cuestión y con la creación de la Maes-
tría en Enseñanza de la Historia de la UPN.
A partir de mi proximidad con Darío en el sitio de trabajo, en los mismos es-
pacios académicos, el trasegar cotidianamente con similares inquietudes docentes
e investigativas me pude forjar una idea aproximada de su personalidad y de sus
inquietudes vitales: amaba profundamente a su tierra natal; era un padre dedicado
por completo a sus dos hijas, María Paula y Catalina; terco y persistente en inda-
gar sobre un problema durante muchos años hasta que lo plasmaba en un libro; un
apasionado por el estudio y comprensión de las diversas formas de violencia que
históricamente se han enquistado en este país; combinaba productivamente do-
cencia e investigación; conversador incansable en noches de bohemia y de tertulia;
en fin, un intelectual comprometido con las causas populares y crítico acérrimo de
los partidos tradicionales en Colombia, en especial del Partido Liberal.
Por todo lo que significó Darío como colega y amigo, hemos sentido su ausen-
cia con nostalgia y dolor. Lo hemos recordado en nuestros pasillos, en nuestros
salones, en la cafetería, en el Centro de Documentación y en todos los lugares que
durante más de 10 años él recorrió y a los que les dio lustre y vida. Nos han hecho
mucha falta su elocuencia, su terquedad, sus comentarios picantes, sus agudas
intervenciones en foros y asambleas, su compañía en las marchas y manifestacio-
nes, las tertulias improvisadas en las que departíamos al calor de un tinto, una
cerveza o un trago. Por todo esto y mucho más lo hemos echado de menos, lo
seguiremos extrañando y mantenemos en nuestra memoria recuerdo de alguien
que no pasó ni anónimo ni desapercibido por la vida y que nos aportó lo mejor de
sí, a nosotros sus compañeros y colegas pero, sobre todo, a varias generaciones de
estudiantes de Ciencias Sociales, que hoy continúan su labor en diversos lugares
del país, luchando como Darío contra la injusticia y la violencia estructural que
nos atormentan a diario.

44
Entre Clío y Mnemósine.
El genio valiente de Darío Betancourt
Ferney Quintero Ramírez1
Jhon Diego Domínguez Acevedo2

D arío Betancourt logró fundir su vida en tres lugares insoslayables. Su


actitud política no se entiende por fuera de su papel de historiador
ni más allá de su oficio de maestro. Un hombre que encontró en el
conocimiento histórico la totalidad, no sólo en el sentido, que defendió y propu-
so una historia que tuviera en cuenta todos los aspectos de la actividad humana,
en especial, una historia económica y social. También constituyó su proyecto
intelectual inmerso en la historia, espacio privilegiado para pensar lo político y
encontrar rutas para la enseñanza. No obstante, vivió en una de las épocas más
violentas de nuestro país, no pudo salir victorioso de ella. Pero, con valentía, se
arriesgó a entender y transformar esos dilemas históricos y sociales que terminó
padeciendo en carne propia.

I.
El director de la tesis de doctorado de Darío en Paris, señaló en una conferen-
cia, realizada en el Centro de Documentación de Ciencias Sociales (CEDECS) a
los tres meses de desaparecido, algunos de los aportes fundamentales de Darío a
la historiografía colombiana. Señaló el autor francés, refiriéndose a la singulari-
dad del trabajo historiográfico de Darío, la importancia del presente en su histo-
ria de larga duración, el carácter político coetáneo con la historia social y las finas
líneas que trazó entre la historia macro de la sociedad colombiana sin descuidar
la historia micro de las veredas y municipios3.
1.
Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional (Colombia). Estudiante
de la Maestría en Educación de la misma universidad. Integrante del grupo de investigación Edu-
cación y Cultura Política
2.
Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional (Colombia). Estudiante
de la Maestría en Historia de la Pontificia Universidad Javeriana. Integrante del grupo de investi-
gación Educación y Cultura Política.
3.
DanielPécaut. “Aportes de Darío Betancourt a la comprensión del presente”. Análisis Político N°
38.(1999): 30-35.
45
Ferney Quintero Ramírez - Jhon Diego Domínguez Acevedo

Cuando se habla de que no hay una historia del presente que no esté enterrada
en una historia de larga duración, reluce una sensación de los tiempos juveniles
en los que Darío se formó como historiador. Es un agradable recuerdo de sus
lecturas asiduas de la escuela de los annales, en su primera generación, Marc Bloch
y Lucien Febvre, donde se planteaban principios necesarios como “hacer una his-
toria retroactiva en la cual los rasgos de hoy dejan ver los rasgos del pasado”. O, la
segunda generación, con Fernand Braudel, quien introdujo las temporalidades en
la historia (larga y corta duración). De esta manera, los fenómenos sociales sólo
se pueden leer a la luz de los procesos históricos de conformación regional y local.
Fue su profundo apego al Valle del Cauca, a su natal Restrepo, manteniendo
unos lazos de identidad extraordinariamente fuertes, que lo llevaron a preocupar-
se por la dimensión regional y local que debe tener la historia. Con una habilidad
inaudita de finura, hila en una sorprendente oscilación las conexiones y caminos
que permiten ir de la historia macro a la particularidades regionales o locales
—micro—. Su constancia y persistencia en profundizar en el conocimiento de la
historia regional y local del Valle de Cauca, a la luz de los diversos procesos de
violencia que ha vivido esta región desde finales del siglo XIX fueron producto y
causa de su experiencia, es decir, la forma como él vivió “La Violencia”:

(…) de esos pueblos del Valle, bajar los caballos con cadáveres, en Restrepo… y otras
poblaciones aledañas, entonces, sencillamente, él comentaba eso, la gente tiene que
mirar donde pasa, tiene que conocer los lugares donde ocurrieron las cosas, no que-
darse no más con el texto, como si eso fuera parte únicamente de la letra escrita, es
decir que se nutra de la experiencia4.

Y en este trasegar adquirió sentido y fuerza la categoría de experiencia, en


la orientación histórica que le da Walter Benjamín, la cual empleó Darío para
fundamentar su oficio, nutriéndose de la historia oral y las experiencias de las
personas que viven la historia y de los lugares donde acontece ésta. Ello permite
comprender su insistente esfuerzo por llevar a sus estudiantes a conocer aquellos
lugares donde aconteció y se forjó la historia de Colombia, salidas pedagógicas,
pilar de su propuesta de enseñanza.
Ese sujeto político innato que fue Darío hizo retumbar un ambiente académico
conservador y dogmático. Logró una síntesis coherente y firme entre las inclina-
ciones políticas y la lucha por las ideas en la escena historiográfica. Como otra
característica indiscutible de su trabajo histórico fue aquella idea tentadora: no hay
una historia política que no sea al mismo tiempo una historia social. Para ilustrar
este aporte, baste con remitirnos a un análisis que planteó en su popular ensayo En-
señanza de la historia a tres niveles (1993), afirma allí que la historiografía tradicional
colombiana tomó dos direcciones: un pasado remoto y heroico, que aísla los hechos
Entrevista realizada a Efrén Mesa Montaña corrector de estilo y asistente de investigación del
4.

último libro publicado por el profesor Darío Betancourt, efectuada el 11 de noviembre de 2010.
46
Entre Clío y Mnemósine. El genio valiente de Darío Betancourt

sociales; y de otro lado, la narración de una historia casi natural de las instituciones
contemporáneas —inmodificables— y que justifica a los gobernantes y la clase do-
minante que siempre ha concurrido en la dirección del estado. Contrastando con
la construcción de una historia del opositor político juzgado como el subversivo.
Aquella historiografía llegó a sancionar los eventos que eran históricos o los que no
lo eran, los que eran políticos y los que tampoco lo eran.
En cierto sentido —aquí sobresale la agudeza de Darío— para la élite, con la
construcción del estado, fue agotada la historia y lo que ha venido después de esta
primera culminación sólo ha sido o podría ser histórico en la medida que le tribute
estabilidad al sistema —lo contrario no sólo sería regresivo sino involutivo—, cons-
truir en el siglo XX un sistema distinto al que rige no sería histórico5. Ansí sobre-
viene el rescate del sujeto social como agente de la historia. Darío se inscribe en
el movimiento de las nuevas corrientes de historiadores que entran a cuestionar
todo el orden historiográfico imperante, mantenido cómodamente por la histo-
ria oficial. Una historia romántica, patriotera, de vencedores y parroquiana que
excluía a la sociedad colombiana, en el sentido que desconocía profundamente
la historia de los subalternos, de las clases populares. Una historia que, alejada
del análisis económico y social, solamente se limitaba a la sociedad política: los
gobernantes, los políticos más lustrosos y la élite.
Con la renovación de la historia en el país, que empieza con obras aisladas6 y
se desarrolla con la llegada de las corrientes historiográficas occidentales, desde
los Annales y la historia “revisionista”, pasando por la historia realizada desde el
marxismo, en su versión teórica y militante, y de la nueva historia que surge a
raíz de la agitación de finales de los sesenta y que termina bebiendo, también, de
los estudios de la subalternidad y de la historiografía marxista británica. Así se
le abre campo a la voz a los de abajo. Pero Darío no se queda en traer los debates
historiográficos para problematizar el ámbito de la historia nacional, sino que, el
objetivo de cuestionar la historia hecha, es que, evidentemente, se constituye en la
misma historia enseñada, la única que les llegó a generaciones de colombianos, vía
textos escolares y la tradicional didáctica de la memorización de datos.
¿Y qué relación hay entre la enseñanza de la historia y la ciudadanía? La
historia que se enseña es determinante en la formación de la ‘conciencia cívica y
democrática’ y a través de ella, decisiva en la configuración social de la ‘consciencia
histórica’. El problema fundamental radica en que por varias generaciones el
grueso de la población ha estado sometida a la enseñanza de la historia en esencia
‘conservadora’, pre-democrática y contraria al fortalecimiento de la sociedad
civil, que no ha posibilitado en el colombiano medio el desenvolvimiento de una
crítica, social y moderna para ‘hacer historia’7. Con su intuición destacada Darío
5.
Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles. Una propuesta alternativa. (Bogotá: Coope-
rativa Editorial Magisterio, 1993).
6.
Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles. Una propuesta alternativa, 27.
7.
Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles. Una propuesta alternativa, 25.
47
Ferney Quintero Ramírez - Jhon Diego Domínguez Acevedo

encontró que el profundo conflicto social que vive el país, ignorado por la histo-
ria tradicional, poco problematizada y casi nunca conducente a una reformula-
ción en el ámbito escolar, implica responsabilidades a la historiografía tradicio-
nal en el carácter intolerante e irracional de las luchas políticas en Colombia y en
la débil constitución de la sociedad civil.
Ello permitió potenciar la idea de la “responsabilidad del historiador”. No
sólo al ocuparse de construir una historia crítica sino también responsable con
los contenidos que circulan en el ámbito escolar, con el objeto que conduzcan a
construir una consciencia crítica. De esta forma, el historiador no puede obviarse
de la realidad ni de su transformación.

II.
Su labor de historiador se enmarca en lo que él denominó la “epopeya de la
violencia”8. Preocupación académica que se viabiliza en la primera promoción de
la Maestría de Historia de la Universidad Nacional:

(…) en el momento en que Darío realizó su producción sobre la violencia, era un


tema que estaba renaciendo. Renació con relación a la maestría en historia de la
Universidad Nacional, porque en la primera promoción de la que yo hice parte,
junto con Darío, estamos hablando del periodo 1984-1986. De esa primera maestría
salió un grupo de tesis sobre la violencia en Colombia. Y ese grupo de tesis fue
tan importante que fue uno de los embriones investigativos del IEPRI [Instituto
de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales], que se creó precisamente en el
momento en que la maestría estaba funcionando9.

En el IEPRI Darío encuentra un escenario institucional, fundamentalmente fi-


nanciero, y un escenario de debate donde, en parejo con su proyecto para la maes-
tría, se embarca en la renovación de los estudios de la violencia. En efecto, parti-
cipó en el programa de análisis de actores, regiones y periodización de la violencia,
con un conjunto de académicos en este campo. Pero Darío no se ocupó de manera
genérica del análisis de la Violencia, él “estudia un aspecto poco tratado, que es el
de la violencia de la derecha, es el caso de los pájaros, conservadores”10. Importante
característica en un hombre con capacidades intelectuales, y sin temores, para des-
entrañar la historia muda de este país, donde se ha omitido deliberadamente el
uso político que ha hecho el estado, representado en su tradicional composición
oligárquica y bipartidista, de la violencia. A manera de ilustración, resumimos uno
de los primeros trabajos que en este campo hace el profesor.
8.
En los textos de Javier Guerrero, Daniel Pécaut Efrén Mesa, Gonzalo Sánchez y Renán Vega Can-
tor, de la presente edición, se podrá encontrar un balance de la producción intelectual del profesor
Darío Betancourt Echeverry
9.
Entrevista realizada al profesor Renán Vega Cantor, efectuada en noviembre de 2010.
10.
Entrevista realizada al profesor Renán Vega Cantor.
48
Entre Clío y Mnemósine. El genio valiente de Darío Betancourt

Entre los años 1946-1949 —dice Darío— “la necesidad del partido conservador
de mantenerse en el poder y la candidatura de Laureano Gómez, precipitaron
una etapa más abiertamente sanguinaria”. Después señala, “una segunda oleada
comprendida entre finales de 1949 y 1955, que recurrió insistentemente a la policía
política y a los grupos de civiles armados, configurándose con claridad el ‘pája-
ro’ como sicario partidista”. Esta fase trae aparejada un aumento de las acciones
de los sicarios conservadores que centralizan sus operaciones en Tuluá, bajo “la
dirección de León María Lozano, ‘el cóndor’, ‘Pájaro profesional urbano’ como
‘Sicario político’ doble del Estado débil y de los poderosos”. Finaliza este periodo
de La Violencia, en el norte del Valle que es el escenario escogido por Darío, hacia
1955-1965 donde se configura la resistencia liberal y otros grupos, manifestada en
las cuadrillas liberales. Hacia los sesenta, tanto las cuadrillas liberales cómo los pá-
jaros, desencadenan en un tipo de “bandolerismo” con ánimo de lucro que refleja
en su accionar los traumas psicológicos, sociales y familiares sufridos por los “hijos
de la violencia de los cincuenta”; sus actuaciones caracterizadas por una marcada
sevicia y atrocidad, reflejan una patología social en donde predomina el desprecio
a lo establecido, al orden, una especie de “lumpen” que a lo largo de este trabajo
se caracteriza como “Bandolerismo”, o mejor, como “Bandidismo”11. Plantea en el
ensayo el profesor la relación entre las primeras estructuras paramilitares, de los
pájaros, creadas por el partido conservador, y los paramilitares que surgen en la
década de los ochentas y los distintos escuadrones de la muerte, gatilleros utiliza-
dos por la mafia, la clave para comprender una conexión entre ambos elementos
generadores de violencia está en la recurrencia del mediador regional, se hace evi-
dente un continuo contexto económico, social y político, que le da vía.
Al extender una mirada de larga duración del proceso de formación de agen-
tes mediadores regionales, hasta llegar a su expresión más reciente con los sicarios
y paramilitares, que hicieron aparición en un escenario en que ya habían actuado
los tristemente célebres “pájaros”, encontró una clave de continuidad histórica.
La tradición y la costumbre —dice Betancourt— sirvieron de base para acoger a
aquellos nuevos actores de la reciente y trágica modernización violenta que ha
vivido el país. Muy bien concluye en este ensayo el autor: “en su proceso de con-
formación y consolidación, entre 1970 y 1985, la mafia se sirvió inicialmente de
la estructura del núcleo familiar, la [aceptación de] violencia ancestral, el rumor,
la mediación y el ascenso social, mecanismos locales de sociales y poder antes
utilizados por los partidos políticos regionales”12.
Esa relación histórica que descubre Darío entre los mecanismos locales de po-
der, y sus fermentos sociales, utilizados por los partidos políticos regionales, y el
escenario en que surge las organizaciones mafiosas: “la mafia vallecaucana usufruc-
11.
Darío Betancourt. Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos. Las organizaciones mafiosas del Valle del
Cauca entre la Historia, la memoria y el relato, 1890-1997. (Bogotá: Antropos, 1997), 91.
12.
Darío Betancourt. Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos. Las organizaciones mafiosas del Valle del
Cauca entre la Historia, la memoria y el relato, 1890-1997, 86.
49
Ferney Quintero Ramírez - Jhon Diego Domínguez Acevedo

tuó viejas redes de clientela y supo hacer alianzas estratégicas con los remanentes
del Estado y con la clase política con tal de garantizarse protección, silencio y
acceso a información definitiva para su seguridad”13, asumidas por la aguda inter-
pretación histórica de Darío, toman forma de denuncia. Aunque su objetivo fun-
damental se orientó en alcanzar trabajos destacados en el campo historiográfico.
Su carácter de historiador sobresalía por la entrañable preocupación por forjar
una visión holística los fenómenos sociales. De tal suerte, que Darío aborda el pro-
blema de las mafias, del narcotráfico y de la violencia de derecha (el paramilitaris-
mo) en una gran propuesta pero clara, sistemática y contundente14. Él fue conscien-
te de los riesgos que implicaba asumir una postura crítica frente a estos fenómenos.
La realidad se le presentó a Darío como un campo de batalla. En la viña de la
historia son bien conocidas las batallas en las que se enfiló debatiendo y propo-
niendo otra historia, que no fuera deudora de la consciencia histórica de los co-
lombianos. Sus ideas estaban adheridas, evidentemente a una visión de sociedad.
Pero que entrañaron, fundamentalmente, una preocupación por una sociedad
madura capaz de regular, contestar, manejar y eliminar los hechos violentos y que
fuera capaz de replantearse su proyecto social15.

III.
Las claves sobre la desaparición y el asesinato infame de Darío tal vez se en-
cuentren explorando la historia de ese país que le tocó vivir. Nadie puede zafarse
de la historia. El triste final de su vida constituye un ejemplo de la captura
criminal del estado por agentes mediadores en las regiones que se procuraron be-
neficios instrumentalizando la violencia y eliminando, a los que valientemente,
se enarbolan como fuerza moral y crítica de una sociedad incivilizada e injusta.
Intentemos construir la imagen de ese país. Mientras el estado social se desmon-
taba con la llegada de las políticas neoliberales, la década de los noventa fue in-
augurada con diversas iniciativas y hasta el 2002 los procesos de paz tuvieron un
escenario tangible, porque con el fracaso de los diálogos del Caguán se cerraría
esta posibilidad por una década.
En los noventa, el fenómeno paramilitar se convirtió en un proyecto nacio-
nal de la ultra-derecha, extendiéndose por todo el territorio nacional, trayendo
aparejado el desplazamiento y despojo de las mejores tierras a las comunidades
campesinas, negras e indígenas. Y el narcotráfico también expresó sus particula-
ridades: se convirtió en una lucha abierta del gobierno contra los distintos carte-
les y sentaron las primeras bases de lo que sería el Plan Colombia. Sobre la creación
13.
Darío Betancourt. Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos. Las organizaciones mafiosas del Valle del
Cauca entre la Historia, la memoria y el relato, 1890-1997, 96.
14.
Darío Betancourt, et al. “Los cinco focos de la mafia colombiana (1968-1988). Elementos para una
historia”. En Revista Folios.(1999).
15.
Darío Betancourt. “Violencia, educación y derechos humanos”. En Revista Folios N° 5, (1996): 31-36.
50
Entre Clío y Mnemósine. El genio valiente de Darío Betancourt

de “autodefensas” suele plantearse como antecedente más remoto el Estatuto de


Seguridad y Defensa de la Democracia, expedido en 1978 durante el gobierno de
Julio César Turbay. Aunque sus antecesores podrían rastrearse por lo menos des-
de 1946, fue Darío Betancourt quien planteó las conexiones entre los antiguos
“pájaros” y los paramilitares que empiezan a surgir a principios de los ochenta.
Sin lugar a dudas, el estatuto de Turbay sirvió de marco legal para la creación de
los paramilitares, bajo la supuesta defensa nacional de la “democracia” se hacía el
llamado a combatir los grupos insurgentes.
A pesar de existir un sustento jurídico que legitimó e incitó a la formación de
grupos paramilitares y muy a pesar también de la citada hipótesis, por la cual: la
mayoría de terratenientes que estaban siendo “extorsionados” por las guerrillas
armaron a los trabajadores de sus haciendas, especialmente en el Magdalena Me-
dio. Darío Betancourt insistió en que fue el interés por la tierra, especialmente
en el occidente colombiano (las fértiles tierras del Valle), donde los propieta-
rios siempre se inclinaron por armarse para defender y acaparar más tierra, una
práctica antiquísima desde las guerras del siglo XIX, la mafia valluna no es la
excepción, tuvo una gran vocación por la posesión de tierra. Ante la debilidad
del estado para resolver los conflictos locales y regionales, emergieron las orga-
nizaciones mafiosas que ocuparon el lugar de los mediadores de otras épocas, su-
pieron también ganarse y aprovechar la legitimidad social. Mientras los colonos
y campesinos que habían sido expropiados y vulnerados en sus derechos deman-
daron la protección de los grupos guerrilleros16. Se ha perdido de vista que las
expresiones de la mafia en los municipios del Valle (Cali, Buga, Tulúa, el norte del
Valle, etc.) surgieron sobre una extensa historia de colonizaciones, luchas agrarias
y violencia. Allí —señaló Betancourt— se puede rastrear la resolución de conflic-
tos por la mediación desde 1900, mediante la creación en distintos períodos de
figuras como “guardias civiles”, “rondas ciudadanas”, “policías cívicas”, “convites”,
“festivales”, y ciertas expresiones de violencia y limpieza social.
Tampoco se ha considerado de manera sistemática —lo que sería un intere-
sante campo de investigación— la evolución de los “pájaros”. Betancourt había
señalado que al haber nacido como “elementos de presión de algunos industriales
azucareros contra el sindicalismo creciente en el plan del valle en los sesenta”, se
transformaron algunos en cuadrillas bandoleras de secuestradores, delincuentes
urbanos. Otros se convirtieron en pequeños empresarios y comerciantes, enri-
quecidos con los robos, la expropiación de tierras y compraventas de cafés, se
dedicaron a los granos, carnicerías y bares.
Pero muchos transitaron hacía el contrabando y las mafias17. Dado que las inves-
tigaciones sobre la violencia reciente se han centrado con mayor ahínco en la década
16.
Darío Betancourt. Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos. Las organizaciones mafiosas del Valle del
Cauca entre la Historia, la memoria y el relato, 1890-1997, 101.
17.
Darío Betancourt. Historia de Restrepo, Valle, de los conflictos agrarios a la fundación de pueblos, el
problema de las historias locales 1885-1990. Mimeo, (Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional, 1995).
51
Ferney Quintero Ramírez - Jhon Diego Domínguez Acevedo

de los noventa, los estudios recaen sobre una mirada de corto plazo sobre estos fe-
nómenos. A finales del decenio, ya era evidente que el actuar paramilitar suplía las
necesidades de “guerra sucia” que tenían ciertos sectores dentro del gobierno, una
rama importante del congreso y otro puñado de terratenientes ávidos de tierras por
todo el país. El precedente en la unificación de estos grupos sería Las Convivir (Coo-
perativas de Vigilancia)18. Una nueva figura de mediación regional. Éstas son creadas
durante el gobierno de César Gaviria en 1994, siendo promovidas y defendidas por
la administración departamental de Álvaro Uribe Vélez en Antioquia (1995-1997).
El paramilitarismo pasó de ser un ejército privado regional a convertirse en
una estructura nacional con nexos muy estrechos con el ejército nacional. En 1997
surgen las AUC a partir de la desarticulación de las Convivir, y en el marco de las
negociaciones de paz del gobierno nacional con las FARC. Ocurrió la coordinación
mediante un comando central unificado de los diferentes grupos paramilitares que
se encontraban diseminados por diferentes regiones del país. Este grupo, que inau-
guró una nueva fase de terror sobre la población civil en todo el territorio nacional,
concentró un gran poder militar, manteniendo fuertes alianzas con la fuerza
pública; económico, con el control que logra sobre el narcotráfico y la financiación
directa de grandes hacendados, empresarios y multinacionales; y político, con la
participación de diferentes personajes en todas las escalas y esferas del poder
político19. Contrasta esta penetración del paramilitarismo en todas las esferas
del Estado, que luego denominarían parapolítica, con los planteamientos que su-
tilmente elaboró Darío para comprender la relación entre las organizaciones de
tipo mafioso y la política en el Valle del Cauca20.
Las AUC se configuraron durante este período (1997-2002) como el principal
instigador de la violencia. Llegaron al punto de cometer una masacre cada dos
días entre los años 1999 y 2000, tiempo en el que perpetraron más de 200 masacres
por año21; instigando al desplazamiento forzado y al despojo en diferentes regiones
del país, el cual aumentó un 20% en 1998 respecto al año previo, lo que ubicó a
Colombia como el país con la tercera mayor población desplazada en el mundo22,
estrategia con la que llegarían a acumular gran cantidad de suelo agrario, superior
al millón de hectáreas23 y controlar gran parte de la producción de la droga en el
país. Para el año 2000, según informes del Ministerio de Defensa: siete bloques de
18.
Ver la OEA. Informe y recomendaciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
sobre las convivir, 1995.
19.
Verdad Abierta. La historia detrás del pacto de Ralito. Recuperado de: http://www.verdadabierta.
com/nunca-mas/2103-la-historia-detras-del-del-pacto-de-ralito (Consultado en abril de 2012).
20.
Darío Betancourt. Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos. Las organizaciones mafiosas del Valle del
Cauca entre la Historia, la memoria y el relato, 1890-1997..., 135
21.
Revista Semana Viaje a las tinieblas. Recuperado de: http://www.semana.com/especiales/viaje-ti-
nieblas/108238-3.aspx (Consultado en abril de 2012).
22.
Sandra Rodríguez. Colombia 1990-2000. De la legalización a la legitimación de la reforma. (Bogotá: Do-
cumento inédito, 2003), 7.
23.
Revista Semana El testamento de Carlos Castaño. Recuperado de: http://www.semana.com/nacion/
testamento-carlos-castano/114334-3.aspx (Consultado en abril de 2012).
52
Entre Clío y Mnemósine. El genio valiente de Darío Betancourt

las AUC operaban en regiones de cultivos de coca y amapola. Naciones Unidas, por
su parte, calculó que la presencia paramilitar llegó a 86 de los 162 municipios donde
se cultivaba coca, ubicando frentes en el Magdalena Medio, Sierra Nevada de Santa
Marta, la región sur de Bolívar, el Valle del Cauca, el norte de Antioquia, la región
de Urabá, Nariño, el noroccidente del Putumayo, el suroccidente de Caquetá, Meta
y Guaviare. Regiones, estas últimas, en disputa con los grupos guerrilleros24.
En este período la violencia política en Colombia rompió todos los récords
en el mundo. La persecución y los crímenes sistemáticos contra una parte espe-
cífica de la población fueron bastante evidente. El aniquilamiento —genocidio—
de un partido político independiente la Unión Patriótica (UP) es uno de los
acontecimientos que ejemplificó la siniestra alianza. El rápido asesinato, entre
la década que va de 1985 a 1995, cerca de 3000 militantes, incluyendo candidatos
presidenciales, alcaldes y parlamentarios. Partido que culminó durante los pri-
meros meses de 1999, año en que le fue retirada su personería jurídica25.
Uno de los efectos del paramilitarismo es la eliminación física del adversario,
la persecución. En categoría de adversario caben cualquier opositor o contra-
dictor político, no solo militantes de grupos guerrilleros y presuntos colabora-
dores, sino que abarcó a grupos de derechos humanos, académicos, profesores,
periodistas, sindicalistas, activistas, entre otros. Si observamos las estadísticas
sobre violaciones a Derechos Humanos contra los educadores en 1994 pode-
mos observar claramente el fuerte ascenso de asesinatos, desplazamiento forza-
do y amenazas. ¿En qué momento se volvió especialmente peligroso el análisis
crítico de la realidad en Colombia, ya que cualquier trabajo o acción de este tipo
convertía a su autor en una víctima en potencia del exterminio sistemático, de
estas agrupaciones y sus “tácticas” y estrategias contrainsurgentes?
Entre los casos emblemáticos, inscritos totalmente en este aparato criminal,
podemos referir el homicidio del periodista y humorista Jaime Garzón en agosto
de 1999 por la acción directa de grupos paramilitares y la fuerza pública26, crimen
confeso por Carlos Castaño, donde se evidencia su alianza con agentes estatales27.
En la Universidad sufrimos los efectos sistemáticos de la violencia política.
Tenemos el recuerdo del profesor Hernán Henao, director del departamento de
Antropología y del Instituto de Estudios Regionales (INER) en la Universidad
de Antioquia, quien fue asesinado el Martes 4 de mayo de 1999, crimen que fue
confirmado como autoría de las AUC, Carlos Castaño declaró en su libro Mi Con-
fesión: ordenó asesinar a Henao porque, según creyó, colaboraba con la guerrilla
24.
Gina Rodríguez. “Élites, conflicto y narcotráfico en Colombia” (Bogotá: Universidad Nacional
de Colombia, 2005), 26.
25.
Gina Rodríguez. “Élites, conflicto y narcotráfico en Colombia”, 7.
26.
Jaime Garzón. Diez años de Impunidad. Recuperado de: http://www.youtube.com/watch?v=xMRT-
zyzvdnU
27.
El Espectador. (2012). Seis excomandantes ‘paras’, a declarar en proceso por asesinato de Jaime Garzón
Recuperado de: http://www.elespectador.com/noticias/judicial/articulo-350876-seis-excomandan-
tes-paras-declarar-proceso-asesinato-de-jaime-gar
53
Ferney Quintero Ramírez - Jhon Diego Domínguez Acevedo

y por escribir un libro contra las autodefensas que fue difundido en Europa28; la
desaparición de Gilberto Agudelo Martínez, presidente de Sindicato de Traba-
jadores y Empleados Universitarios de Colombia (SINTRAUNICOL) es otro de
estos casos: “Gilberto fue desaparecido el 6 de abril del 2000, posteriormente los
paramilitares aceptaron su responsabilidad en este crimen, después de que un in-
formante de las AUC confesara, su cuerpo mutilado fue exhumado”29; además, seis
de los 19 docentes de planta del IEPRI, quienes se vieron obligados a salir del país
bajo la amenaza de ejecución; también cayó en este periodo asesinado un profesor
de la Facultad de Economía en el campus de la Universidad de Antioquia30. Todos
ellos, al igual que Diarío Betancourt, por llevar investigaciones que tenían un ca-
rácter crítico en cuanto al conflicto y sus actores y que además denunciaban a las
AUC, grupos de ultraderecha y sus aliados políticos, o por su activismo en la esfera
sindical. Estas acciones se enmarcan dentro de la categoría de crímenes políticos,
ya que su efecto era —y tristemente sigue siendo— desestimular toda actividad
política dentro de los docentes de todas las esferas y regiones.

28.
Verdad Abierta. Hernán Henao, antropólogo asesinado http://www.verdadabierta.com/nun-
ca-mas/1849-hernan-henao-antropologo-asesinado
29.
Gina Rodríguez. “Élites, conflicto y narcotráfico en Colombia”, 22.
30.
Ana María Bejarano y María Emma Wills. “La ciencia política en Colombia: de vocación a disci-
plina”. En Revista de Ciencia Política, (2005): 111-123.
54
Análisis sincrónico de un amigo1
Homenaje a Darío Betancourt Echeverry2
Gonzalo Sánchez Gómez3

Poema al profesor de la esperanza

(…) En el noticiero, en la radio, en la calle


Estás desaparecido,
En un anonimato de incertidumbre para miles de reos
silenciosos para el mundo,
junto a miles de muertos que caminan desnudos,
junto a nuestro pensamiento y a nuestros miedos.
Ahora te vemos en la nada del recuerdo,
porque tu presente no existe para nosotros, (…)
vida inconclusa
finalizada en puntos suspensivos (…)
arrebatada del escrito y del programa.
No sabemos dónde estás
no sabemos a dónde vas,
estás desaparecido (…)
Muchas mentes, muchas voces,
muchos recuerdos se agolpan y corroen,
queman y entristecen a la Facultad;
a la gran academia de Tu mundo.
Luego se repite la pregunta,
¿dónde está?
para oír nuevamente la respuesta
estás (…) desaparecido.
Como alma vagabunda
con una conciencia dormida, que camina y corre sin saber quién es.
1.
Tomo el título del poema con el mismo título de Néstor Sanabria, miembro de uno de los grupos
de investigación de Darío. Este texto fue escrito con el apoyo de los amigos y alumnos de Darío
Betancourt, especialmente Javier Guerrero, Mario Aguilera, Crisanto Gómez, Renán Vega, Víctor
Manuel Prieto, Absalón Jiménez).
2.
Palabras en homenaje a Darío Betancourt Echeverry en el XI Congreso Colombiano de Historia
el 22 de agosto del 2000 en Bogotá.
3.
Director del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH). Doctor en sociología política de
la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS) de París. Amigo y director de tesis
de maestría de Darío Betancourt Echeverry.
55
Gonzalo Sánchez Gómez

Miles de letras se quedaron suspendidas en el limbo …


miles de palabras silenciadas
se quedaron en la muerte
esperando que no sea la Tuya
porque sólo estás desaparecido

E s difícil hablar de la obra de los muertos que se fueron por causas “natu-
rales”. Es mucho más difícil hablar de la obra de quienes se han ido por la
demencia de los que aún quedan vivos. Es difícil hablar de la obra termina-
da de un autor. Es muy difícil hablar de la obra que no pudo ser. Es difícil hablar de
una obra inconclusa cuando toca temas cercanos a los nuestros. Y es aún más difícil
hablar de la obra inconclusa cuando, como en este caso, ella hace parte de la nuestra,
a tal punto que resulta imposible precisar en qué medida hubiéramos podido estar
en empresas conjuntas, o hasta qué punto sus trabajos futuros hubieran incidido en
los futuros nuestros, los hubiera modificado, complementado o desmentido para
bien del conocimiento de nuestro país y de la disciplina histórica. Algo, con Darío
Betancourt le ha sido arrebatado a los estudios de la violencia, algo con él ha sido
arrebatado al desarrollo y a la enseñanza de la historia. Estas notas son pues una
invitación a continuar la obra de los muertos que aquí evocamos. Al fin y al cabo,
esa es la tarea de los vivos: prolongar la memoria de los que han partido antes. La
memoria y la historia, lo sabemos, son esencialmente selectivas. Olvidan muchas
cosas. No hay que aceptarles pasivamente ese papel... a la memoria y a la historia hay
que pedirle que revivan cosas. Esta será entonces una velada de reminiscencias.
Darío era no sólo un estudioso, era un militante de la historia y un rebelde
nato. Como alumno Darío era al mismo tiempo tremendamente incómodo
y tremendamente estimulante. Espero que no se entienda como expresión de
arrogancia de mi parte si digo que su tesis de maestría sobre “los pájaros y las
cuadrillas en el Valle” era un debate abierto con mis tesis sobre el bandolerismo y
mis periodizaciones de la Violencia. Y presiento que con Daniel Pécaut tenía una
similar relación, de admiración y de insubordinación. Eso era lo que animaba su
sentido de creatividad un afán de ruptura permanente con sus maestros. Y eso
no se traducía en resentimientos o en pérdida de la amistad. Una o dos semanas
antes de su desaparición le había devuelto con comentarios fuertes un traba-
jo que preparaba para una publicación colectiva y temática sobre Colombia, en
los Estados Unidos. Su respuesta como siempre fue: “tranquilo Gonzalo...” yo le
trabajo a eso. No le dieron el tiempo de terminarlo... En el lanzamiento de su
último libro fui particularmente severo en su propio territorio, la Universidad
Pedagógica, a tal punto que alguien distinto a él me reclamó por mi dureza. Darío
escuchó atento y se mostró receptivo... Pero una semana después me buscó y me
dijo... sus críticas me dejaron pensando... y comenzó el debate... fue sacando uno
a uno los argumentos que se le habían quedado atragantados en aquella tarde de
tertulia de la Pedagógica... Mi relación de amistad con él era pues de intercambio
y controversia permanente. “Discrepar, como se dijo esta mañana citando a Flo-
res Galindo, era una buena forma de aproximarnos”.
56
Análisis sincrónico de un amigo. Homenaje a Darío Betancourt Echeverry

Pero entendámonos bien desde el principio. Darío Betancourt no sólo


escribió textos de historia. Fue un educador obsesionado con el quehacer mismo
del historiador, como instrumento liberador, en tres planos:
- La historia como acción política
- La historia como empresa pedagógica
- La historia como tarea crítica
Veamos con más detalle cada uno de estos tres ejes:

La historia como acción política


El oficio de historiador estaba ligado para Darío, ante todo, a un sentido de
compromiso, que se advertía en la escogencia de sus temas y en su esfuerzo de
vinculación del “producto historiográfico” a las luchas populares, preocupación
muy patente desde uno de sus primeros escritos, aquél sobre “Ideología y Revuel-
ta de los Comuneros” ... No es por supuesto la única obra en la cual se percibe
este rasgo. Porque Darío, repito, no era sólo un estudioso, era un militante de la
historia. Hacía parte de una corriente profesionalizada y fortalecida con el diálo-
go interdisciplinario que escribía con una funcionalidad declarada: tratarse de la
Historia colonial, republicana o contemporánea, hacía Historia para el presente.
Nutría de pasado, es decir de memoria, a los actores sociales y políticos de hoy.
Esta vocación política de su trabajo de historiador se hace patente también
en su obra a través de la centralidad del conflicto, el cual explora en todas sus
etapas, modalidades y estructuras organizativas: desde la Colonia hasta hoy y
desde lo local hasta lo nacional, pasando por lo regional, Darío se ocupó de un
campo de la reflexión contemporánea, la violencia, sobre el cual la producción y la
información, masivas, se están volviendo prácticamente incontrolables. Trató en
consecuencia obsesivamente de ponerle orden a uno de los núcleos temáticos que
la investigación histórica de nuestro país tenía abandonado y que en el Prólogo a
su libro Matones y Cuadrilleros llamé los “Contras del proceso social y político”; es
decir, ese mundo de los contra-héroes, al cual pertenecen pájaros, paras, narcos y
traqueteos que él exploró desde las altas cúpulas organizadoras e inspiradoras has-
ta sus intermediarios y ayudantes instrumentalizados... De eso se venía ocupando
desde cuando lo conocí; y a eso se dedicaba todavía bajo la dirección de Daniel Pé-
caut, tratando de escudriñar las regularidades y diferencias con otras experiencias
internacionales. Quizás deba subrayarse que a diferencia de su coterráneo Gustavo
Álvarez Gardeazábal, que trató de hacer tales personajes entendibles, Darío los
exponía a la condena pública y al escarnio poniendo en evidencia sus pequeñeces,
sus mezquindades, sus cobardías, sus depravaciones, sus atrocidades. La suya era
una Historia-Denuncia. Su combate por la historia, si se me permite parodiar el
tema de Lucien Febvre, era: levantar prontuarios. Para Darío la historia no podía
tener complicidades con el pasado... con los silencios interesados.
57
Gonzalo Sánchez Gómez

Queda claro que su empeño por hacer historia no obedecía a un impulso de


repliegue sobre sí mismo, o de huida a un mundo lejano del presente, esa especie
de síntoma de neurosis o de forma de evasión que el gran medievalista Georges
Duby considerara tan inherente al trabajo de historiadores y antropólogos. No.
En Betancourt el pasado sólo tenía sentido en tanto permitiera resignificar el
futuro. La apuesta por la historia era una apuesta por la transformación de la so-
ciedad vigente. Intelectualmente se declaraba heredero de la tradición británica
de historia social. Los autores que más leía y citaba eran Edward P. Thompson,
Eric J. Hobsbawm, el noruego-británico George Rudé, y en su última etapa, por
razón de su tesis en París, los estudiosos de la criminalidad italiana organizada.

La historia como empresa pedagógica


El papel de Darío en el Movimiento Pedagógico, del cual fue un animador
notable, se puede ilustrar brevemente con sus textos, con sus proyectos culturales
y con sus preocupaciones investigativas.
1. Textos como el de Historia de la Edad Media y el de Historia de Colombia en
la época colonial, producidos para el Programa de Educación a Distancia de la
Universidad Santo Tomás, orientado a la Primaria, le permitían responder a una
doble exigencia: por un lado a la de moverse en todos los escalones de la estruc-
tura escolar, desde los más elementales hasta los más complejos; y por otro lado,
la que más valoraba, la posibilidad de llegar al pueblo, rompiendo los elitismos
de la Universidad y la educación presencial. Con un módulo, repetía insistente-
mente, se podía llegar a más gente que con un libro. La Universidad Santo Tomás,
como era previsible, no toleró el experimento y lo despidió, lo mismo que a su
colega Renán Vega. Y sí ustedes quieren agrandar la lista pueden incluirme a mí,
despedido por idénticas razones a fines de 1975, recién regresado de Inglaterra,
no obstante, las libertades expresas que me habían ofrecido y no obstante que
en dicha universidad se celebraba con cierto entusiasmo la “revolución de los
claveles” de Portugal.
2. Así mismo el hecho de ser historiador en una universidad como la Uni-
versidad Pedagógica, a la cual se trasladó luego de su retiro forzoso de la Santo
Tomás, lo compelía a pensar en las relaciones entre la historia que se produce y
la historia que se enseña. Esa era una de sus preocupaciones centrales en los últi-
mos años y estaba en el escenario académico preciso para hacerlo. De aquí salió
su texto La enseñanza de la historia a tres niveles, una reflexión sobre las relaciones
orgánicas, entre la historia que se ha producido (la historiografía); los procesos de
formulación del programa de los cursos que se imparten, y por último la crítica a
los textos que sirven de vehículo a la transmisión del saber historiográfico. Estos
fueron, adicionalmente, insumos para la creación de la Maestría en Enseñanza de
la Historia, tarea en la cual tras su regreso de Francia y como Director del De-
58
Análisis sincrónico de un amigo. Homenaje a Darío Betancourt Echeverry

partamento de Ciencias Sociales fue secundado nuevamente por su colega Renán


Vega. Con el propósito de crear un espacio en donde los estudiantes se acercaran
a las fuentes, se “metieran al barro”, como decía él, dio impulso decisivo a la crea-
ción del Centro de Documentación Germán Colmenares.
3. Como última fase de esta función pedagógica hay que destacar su entu-
siasmo en el diseño del Observatorio sobre Violencia y Convivencia Escolar y en
general sobre el tema de la violencia juvenil. Después de sus incursiones en los
grandes temas de la política, o quizás paralelo a ellos, (como lo señala Pécaut) se
proponía rastrear las manifestaciones de la violencia de núcleos primarios como
la escuela, que él veía a la vez como multiplicador de conflictos pero también
como multiplicador de posibilidades inexploradas.
Otro aspecto que no podemos omitir es, desde luego, el de la peculiar relación
Maestro-Alumno que estableció Darío en la Pedagógica. Sólo quien haya pasado
por la UPN y hablado con los diferentes estamentos universitarios podrá advertir
el impacto que Darío produjo en la vida institucional y cotidiana de ese centro
universitario. Darío quería mantener a los estudiantes de la Universidad en per-
manente actitud de reflexión y de debate: creó grupos de trabajo como el taller de
historia “Rescatemos” y otro que llamó “La Culebra”. Desde esos talleres inducía a
los estudiantes a cumplir una nueva función. Así lo consignó en una entrevista cuya
segunda parte quedó inconclusa. Hay que abogar, decía allí, “por un movimiento
estudiantil cuya función esencial era estudiar, reivindicando la Academia y que
sólo desde la Academia podía servirles a los intereses de las clases subalternas; es
decidir desde el conocimiento claro de la estructura política, de cómo funciona el
Estado; cómo es la dependencia y cómo es el problema del imperialismo... esa es su
contribución al movimiento popular...”4. Defendía ardorosamente la legitimidad de
la protesta y el ejercicio de condena a la injusticia social, más aún, las consideraba
un deber, pero eso no le impedía denunciar como contraproducente y estéril lo
que llamaba el cuasi-espectáculo de los rituales de unos cuantos encapuchados que
atentaban de hecho contra el transeúnte y el ciudadano raso de la 72. Se involucraba
en las asambleas estudiantiles, promovía la organización de los estudiantes y plan-
teaba la necesidad de transformar a la Universidad desde sus bases. Darío era una
figura pública en la Universidad Pedagógica.
Fue generoso con sus alumnos. Cuando estuvo en Francia adelantando su
doctorado con el profesor Pécaut escribía periódicamente cálidas cartas a sus
estudiantes transmitiéndoles su experiencia personal, sus vivencias, sus hallazgos,
sus análisis de lo que veía en Europa. Y para que no quedara duda de su respeto a los
estudiantes le encargó a uno de sus alumnos el prólogo de su último libro. Por qué
tienen que ser siempre los maestros, apuntaba entre irónico y desafiante. También
les exigía: en la elaboración de uno de los periódicos que no se podría llamar mural
4.
La entrevista referida corresponde a un trabajo elaborado por Jaime Muñoz para el proyecto For-
talecimiento de espacios de participación y organización de la División de Bienestar Universitario de la UPN,
copia cedida por el autor al CEDECS. La entrevista fue realizada el 3 de abril de 1999.
59
Gonzalo Sánchez Gómez

sino colgante, puesto que se exhibía pendiendo de una cuerda en los patios centrales
de la Universidad, demandaba que un miembro del grupo de trabajo escribiera
sobre lo local, otro sobre lo nacional y un tercero sobre lo internacional. Esa mirada
múltiple permeaba todas sus reflexiones.
Luchó hasta lograr institucionalizarlo, que se exigiera mayor rigor al trabajo
elaborado por los seminarios de investigación en Historia de Colombia y se
les reconociera como tesis, como requisito de grado, que le permitieran a los
graduandos empaparse de problemas de la realidad nacional. Él mismo dirigía un
buen número de monografías.
Creó espacios informales para compartir la cotidianidad con los alumnos y para
estimular la participación colectiva de los mismos... Sólo él tenía el carisma para
darle continuidad y sustancia a un escenario de vida académica como las “Tertulias”
periódicas de los viernes en el auditorio... Estuve un par de veces allí por invitación
de Darío, dicho sea de paso, para hacer un comentario crítico a su último libro.
Por allí desfilaron investigadores nacionales, pero también cuanto investigador
internacional transitara por Colombia: a instancias suyas hicieron exposiciones sobre
diferentes tópicos Charles Bergquist, Josep Fontana, Joe Broderick, Heraclio Bonilla,
Pierre Raymond... A veces en las tertulias se establecía interlocución directa con
representantes de actores sociales en conflicto, los pescadores, por ejemplo. Y cuando
no había invitados especiales, simplemente se improvisaba un conversatorio sobre
algún problema candente de la realidad nacional.
Los alumnos le retribuyeron con grandeza lo enseñado, lo aprendido, lo
aportado. Tras su desaparición se repartieron por miles en la ciudad y, al decir
de Javier, “escanearon” a Bogotá barrio a barrio, calle a calle, potrero a potrero,
en busca del desaparecido. Pegaron afiches y los distribuyeron incluso por cuanto
pueblo pasaban en sus prácticas de campo. Hicieron lo que llamaron el “Abrazo de
la Universidad” y marcharon a la Defensoría del Pueblo para llamar la atención de
las autoridades sobre su caso. Estamparon graffitis como éste: “Sólo nos falta un ser
y todo está despoblado”. Le escribieron sentidos poemas... Le cantaron. Expresaron
a propósito de eso que vivieron como un despojo brutal, la rabia juvenil que aún
queda contra la barbarie.

La historia como tarea crítica


Darío era un polemista nato, un rebelde; a veces y en el buen sentido intelectual,
era un provocador. Por donde pasaba dejaba huella de su inconformidad con lo he-
cho, con lo escrito, con lo vigente. Ese era su talante. Pero no era un nihilista, porque
al mismo tiempo que deshacía certezas, proponía: otro concepto, otra tesis, otro pro-
yecto... otra salida. El que fue probablemente su último texto y al que le dio el carácter
de “Manifiesto para incitar al debate”, era una invitación, qué digo, una exigencia a
la Universidad Pedagógica para que elaborara un Proyecto Cultural y Político, tema
60
Análisis sincrónico de un amigo. Homenaje a Darío Betancourt Echeverry

que, dicho sea de paso, lo llevó a leer con avidez “Para una crítica de la violencia y
otros ensayos” (1991); “Historias y relatos” (1991) y “Discursos interrumpidos” (1982)
del crítico alemán Walter Benjamín. Le escuché hablar casi con embrujamiento de las
técnicas del relato corto de Benjamín e Ítalo Calvino, sus autores de cabecera en los
últimos días.
Su insatisfacción con lo hecho y lo aprendido lo llevaba, en términos
positivos, a socializar textos, experiencias y saberes. En desarrollo de este tipo
de inquietudes nos había invitado a Javier y a mí a editar un libro que trajera
a Colombia algunos elementos del debate internacional sobre la violencia,
para oxigenar una discusión que todos considerábamos estancada. El libro ya
tenía título, “Para pensar la violencia”; y había sido presentado a consideración
del IEPRI para su publicación. Pero con su ímpetu característico Darío había
decidido publicarlo sin pedirle permiso a ninguno de los autores y editores.
(“Sin permiso”, recordemos, se llamó uno de los movimientos estudiantiles en
que militó por allá en los ochenta). Javier en alarde de inusual cautela se negó a
hacerlo en esos términos y fue fraternalmente marginado del proyecto por Darío.
Yo debía seguir adelante con él... pero no nos dejaron... Otra tarea inconclusa.
Tantas tareas inconclusas... Lo que se quiere destacar aquí es que este espíritu
crítico atravesaba todo su horizonte vital y se proyectaba en todos sus espacios
de acción. Por ello cada vez que un tema se adormezca hará falta un Darío Betancourt
que rompa las inercias.
Metodológicamente, es poco lo que se puede agregar a la caracterización que
Daniel Pécaut5 ha hecho del aporte de la obra de Darío, muy pertinente para un
escenario como este Congreso de Historia. Tres son, según el profesor Pécaut, los
parámetros de la investigación de Darío:
- No hay historia del presente que no esté anclada en la larga duración
- No hay historia política que no sea al mismo tiempo historia social, y
- No hay historia macro sin soporte en la historia micro
Uno podría decir que Darío era un practicante de la recomendación de Lord
Action a sus alumnos: “Estudiad problemas, no períodos”.
Por otro lado, y cambiando de registro, en un país amenazado por la
fragmentación y disolución de las redes sociales, en donde lo local parecería
perder su rostro por la acción combinada de la globalización y la violencia, el
empeño de Darío en mostrar el papel fundamental de la historia en la refundación
de la memoria y de las identidades locales era una tarea subvertora. Recordemos
su Historia de Restrepo Valle: de los conflictos agrarios a la fundación de pueblos que fue
por lo demás Premio Jorge Isaacs de la Gobernación del Valle en 1998. Apartán-
dose en efecto de toda intención de monumentalidad y de historia de bronce, su
afán al escribir con tanto énfasis sobre lo local era llegar a las cosas simples de los
Daniel Pécaut. “Los aportes de Darío Betancourt Echeverry a la comprensión del presente”. Análisis
5.

Político. No. 38. (1999): 30-34.


61
Gonzalo Sánchez Gómez

lugareños, las pequeñas aspiraciones, las pequeñas luchas, las pequeñas-grandes


cosas de la vida cotidiana. Como tarea individual nadie haya hecho en el país tanta
contribución a la historia regional, con tal variedad de épocas y de aspectos, como
la que hizo Darío. Su muerte probablemente no es ajena a esa insistente y denun-
ciadora búsqueda de lo local.
Con el asesinato de Darío se ha atentado pues, contra esa triple y esencial relación de
la historia con la política, con la enseñanza y con la crítica, y más allá, contra el papel de
los intelectuales en la presente coyuntura. No perdamos de vista esto. Las implicaciones
del asesinato de Darío para el ejercicio intelectual especialmente para la investiga-
ción de Historia Presente (pero no sólo de ella) son inequívocas. Quisiera enunciar
al menos algunas de las más evidentes advertencias inherentes a su asesinato:
1. La investigación de la Historia reciente ha sido arrastrada a una perversa
confusión entre el papel del Juez y el papel del Historiador, entre la iniciación de
un proceso de investigación académica y un proceso penal. Es así como muy a me-
nudo cuando se abordan temas de la criminalidad o la rebeldía contemporánea,
la función de comprensión propia del trabajo del Historiador se diluye en la de
acusación propia del mundo jurídico-penal. El riesgo ha existido y hace unos 20
años aún lo percibíamos en el estudio de la Violencia de los años 50 y era lógico
por cuanto rompíamos el pacto de silencio del Frente Nacional. Pero hoy sus di-
mensiones son otras. De la amenaza, el hostigamiento y el extrañamiento se han
pasado al atentado y al asesinato.
2. Con acontecimientos de éstos se han ido modificando los términos mismos
del debate: calificativos que en otro contexto podían aparecer como elementos
propios de la polémica ideológica-política, hoy pueden bordear la connotación
de simples señalamientos. El lenguaje se ha cargado de política y de pólvora.
3. Con el asesinato de Darío, de Chucho Bejarano y de otros intelectuales, así
como con las amenazas a otro buen número de ellos se está llegando, de manera
abierta en unos casos, o suprimida en otros, a una actitud inhibitoria de los for-
jadores de opinión, precisamente cuando más se necesita de su presencia y de su
palabra, especialmente en los temas que constituyen la agenda del momento. El
notable desplazamiento hacia los estudios del período colonial, que como parte
del jurado del concurso de Historia de Ministerio de Cultura, pudimos observar,
y de muy alta calidad por cierto, podría explicarse en parte (y subrayo, sólo en
parte) como efecto de un retiro táctico del presente por parte de historiadores y
científicos sociales en general.
4. Con esta creciente parálisis del pensamiento crítico estamos regresando a
lo que fue colectivamente subvertido por los practicantes de la Nueva Historia,
por allá a partir de los años sesenta. Estamos volviendo, digo, no a una sino a múl-
tiples historias oficiales de los diversos actores del conflicto armado. En la me-
dida en que se trata de una guerra todavía inconclusa, no puede haber en efecto
un relato compartido de la misma. Sólo son admisibles las tomas de posición. La
62
Análisis sincrónico de un amigo. Homenaje a Darío Betancourt Echeverry

guerra comienza de este modo a ampliar su función de estranguladora del pensa-


miento crítico e independiente. Habrá oportunidad de volver sobre estos temas
que generaron, a propósito del asesinato de Darío, el slogan: “Que el pensamiento
deje de ser objetivo militar”.
5. Por último, la catastrófica confluencia de la crisis intelectual por violencia,
y la crisis financiera del sector científico-cultural de estos últimos años están
poniendo al país al borde de una verdadera emergencia cultural. No voy a ahondar
sobre las dimensiones de esta emergencia (migraciones de cerebros, restricciones
de la práctica investigativa, cierre de editoriales, suspensión de especializaciones
en el exterior...) que además empieza a ser abordada por la prensa y los analis-
tas nacionales. Por lo pronto sólo quería destacar cómo hace de falta ante tales
circunstancias gente de ésta cuya ausencia lamentamos hoy.

63
Los aportes de Darío Betancourt Echeverry
a la comprensión del presente1
Daniel Pécaut2

E s la primera vez que vengo a hablar en la Universidad Pedagógica Nacio-


nal. Me hubiera gustado hacerlo en presencia de quien hasta hace poco
era Director del Departamento de Ciencias Sociales, Darío Betancourt
Echeverry, hace más de tres meses secuestrado. Su familia y todos nosotros, sus
amigos, estamos esperando su regreso. Me temo que los que cometieron este acto
bárbaro no sepan quien es Darío Betancourt, un historiador que alcanzó merecido
reconocimiento en Colombia y en el exterior por sus estudios sobre la historia re-
gional del Valle. Por eso todos los que utilizamos su obra y la admiramos, decimos:
¡Esto no puede ser, dejen regresar a Darío! Tengo una razón superior para estar
aquí. Darío estaba matriculado conmigo en París en sus estudios de doctorado.
Durante dos años, él y yo animamos un seminario sobre Colombia. ¿Quién era el
profesor y quién el alumno? Éramos cada uno una cosa y otra sucesivamente. Él fue
mi profesor de la historia del Valle y le debo el conocimiento que sobre ella tengo.
Es más, le debo una mayor comprensión de la historia de este país entre las décadas
de 1920 y de 1960.

De la larga duración a lo micro


Lo mejor que puedo hacer es retomar sus libros, varios escritos con Martha
Luz García, comentando sus aportes y lo que me ayudaron a entender a Colombia.
Empezaré por los que me parecen sus tres aportes. Darío es de los que mostraron
que no hay una historia del presente que no esté enterrada en una historia de larga
duración. Segundo, no hay una historia política que no sea al mismo tiempo una
historia social. Y por último, no hay historia macro de la sociedad que no tenga que
apoyarse sobre una historia micro, de las veredas y los municipios. Miremos pues
cada una de tales contribuciones:
1.
El presente texto es la conferencia presentada por Daniel Pécaut en el homenaje a Darío Betan-
court en la Universidad Pedagógica Nacional de Bogotá en 1999, tres meses después de su desa-
parición forzada. Texto publicado en Análisis Político, N° 38. Instituto de Estudios Políticos y
Relaciones Internacionales (IEPRI), Universidad Nacional de Colombia
2.
Profesor de L'École des Hautes Études en Sciences Sociales, EHESS. Filósofo y escritor. Director
de la tesis doctoral y amigo del profesor Darío Betancourt Echeverry.
65
Daniel Pécaut

1. Darío es un historiador del presente. Lo es, lo sabemos todos, y de los más


sobresalientes. Pero lo es porque sabe en todo momento que no se pueden leer los
fenómenos sociales sino a luz de los procesos históricos de conformación regio-
nal, a lo largo del proceso de su colonización. En sus trabajos aplica el precepto
de Marc Bloch: hacer una historia retroactiva en la cual los rasgos de hoy dejan
ver los rasgos del pasado.
Ahí están siempre a la orden del día las regulaciones precarias, a menudo
violentas, que rigen la vida de las veredas, enraizadas en las regulaciones también
precarias y violentas siempre prevalecientes. Están los gamonales tradicionales y
los recién surgidos disputando el poder, al igual que en el pasado, donde se man-
tuvo una disputa permanente entre las ondas sucesivas de élites. No es que no
haya nada nuevo, en cada momento aparece algo distinto; pero lo nuevo no puede
sino inscribirse en las estructuras construidas con anterioridad.
2. La historia política, si no quiere quedar limitada a una historia superficial
y simplista, tiene que ser una historia social. Existen partidos, jefes, aconteci-
mientos políticos. A menudo la gente cree que tiene una lógica autónoma. Y los
historiadores a veces lo creen, pero Darío sabe que no es así. Detrás de lo público
es preciso buscar cómo se mueven los intereses sociales, o cómo lo público está
siendo instrumentalizado al servicio de unos intereses. Con mayor razón hay que
hacerlo cuando se trata de sociedades de reciente construcción, como sería el
caso de los municipios del norte del Valle en las primeras décadas de este siglo,
resultado de la colonización Antioqueña.
El problema en este caso es fundacional. Se inventa, al mismo tiempo, una
sociedad política y unas estructuras sociales, las dos estrechamente relacionadas.
La mezcla entre las formas políticas y las formas sociales continua hasta hoy día.
Darío es un investigador de lo social y por eso es uno de los maestros de la genui-
na historia política.
3. Lo micro y lo macro no se pueden aislar. En París, Darío alcanzó a leer
autores Italianos como Ginzburg y Giovani Levi. Pero bien hubiera podido pres-
cindir de estas lecturas porque sabía cómo el nivel micro contiene los secretos del
nivel macro. Al nivel micro, las obras de él y Martha García pusieron de relieve,
con gran talento, que las instituciones, las estructuras de poder y las estructuras
cognitivas no son sino el producto de las interacciones entre los actores y entre
unas instituciones fundadas sobre intereses, creencias y coacciones. Lo mismo
vale para el nivel macro, tanto porque lo nacional deriva en Colombia, más que
en otras partes, de las interacciones entre las regiones; como por que la normati-
vidad legal es el derivado precario de las transacciones entre grupos manejando
variados recursos de poder.

66
Los aportes de Darío Betancourt Echeverry a la comprensión del presente

De los mediadores al traslado partidista


Pero ahí no concluyen los aportes sustantivos del trabajo de Darío. Para no
perderme tomaré como punto de partida dos hechos descritos en su obra. Prime-
ro, la función de mediadores desempeñada por quienes consiguen el poder local.
Segundo la manera como el inicial reclutamiento sobre una base partidista, lleva
posteriormente al cambio de afiliación a medida que se producen transformacio-
nes en el poder nacional, de manera especial durante el tiempo de la Violencia.
Los dos hechos ofrecen una llave de comprensión de multitud de fenómenos.
1. La noción de mediadores tiene gran importancia en los análisis de Darío.
Por medio de ellos encontramos de nuevo el vínculo entre lo político y lo social.
La ocupación de baldíos o de tierras con título dudoso es un proceso que supone
mediadores: aquellos que se las arreglan para tener el monopolio de la atribución
de títulos, o al menos su control. Ahí está el caso de Trujillo y el conflicto entre
Leocaldo Salazar, quien vende las tierras que los colonos cultivan, y Ernesto Pe-
draza, quien construye su poder político defendiendo a los otros.
Pero los mediadores son también los que adquieren poder por medio del con-
trol ejercido sobre las relaciones entre la comunidad local y el gobierno depar-
tamental, gracias al mercado de votos que dominan. En la demostración de la
dinámica de intercambio entre el municipio y el departamento, Darío emplea
un razonamiento en términos de estrategia organizacional tal como está siendo
desarrollada por Crozier. Para acumular poder se necesita, primero, inventar una
comunidad mediante la creación de municipios y asegurar su caudal electoral
acudiendo a todas las formas de coacción y de violencia necesarias. Después, con
esos votos, se negocia en posición de fuerza con los dirigentes políticos depar-
tamentales. Allí reside el intercambio entre votos e inversiones y ahí descansa
la fuerza del mediador. Aparece el análisis estratégico: el poder está ligado a la
capacidad de controlar la incertidumbre mediante el manejo antojadizo de los
votos, a fin de obtener el mayor beneficio de las autoridades de otros niveles bajo
la amenaza de apoyo a competidores de otro lugar.
Mediador es también el que impone las normas locales. Ya las primeras juntas
de colonizadores de los años 20, muestra Darío, imponen reglamentos en relación
con los comportamientos de la gente. Los mediadores de las décadas siguientes
también lo hacen, salvo que las normas se vuelven arbitrarias conforme a sus obje-
tivos inmediatos.El mediador es finalmente el que simboliza como se van constru-
yendo mundos sociales, inclusive instituciones locales en nada relacionadas con
reglas jurídicas ni con eslabones del Estado burocrático. La organización de la so-
ciedad local deriva de su dinámica interna y de la aplicación de normas generales
definidas en el Estado central.

67
Daniel Pécaut

Todavía quedan analistas que se preguntan por eso de la “precariedad del Es-
tado”, si a muchos pueblos llegan la electricidad, las carreteras y los puestos de
policía. Esos analistas deben leer a Darío y entender entonces aquella precarie-
dad: el funcionamiento del poder local se basa en prácticas y “reglas de hecho” que
escapan al control del Estado —lo que Darío llama la privatización del espacio
público—, obligando al Estado a transar de forma permanente con el poder local.
Todo un análisis que en su obra cobra cuerpo vía el tema de las mediaciones.
2. Aparece el otro punto, el traslado de parte de la población de un partido
al otro debido a la coacción. Creo que nada puede ilustrar mejor los límites de la
ciudadanía en Colombia. La ciudadanía supone identidades colectivas autogene-
radas a base de elementos comunes en términos de clases, religión, cultura local.
Supone la conciencia de un conjunto de derechos que el Estado debe reconocer.
Supone que, más allá de las desigualdades, se impone la convicción de una similitud
entre las personas, retomando la palabra utilizada por Tocqueville en su comenta-
rio sobre el nuevo “tema generador de las sociedades modernas que es la igualdad”.
Los cambios en las afiliaciones partidistas muestran, en primer lugar, que en el
Norte del Valle no existe la posibilidad de entidades autogeneradas. Las identidades
son en gran parte el resultado de la imposición; quienes no la aceptan corren el ries-
go de perder su tierra y a menudo su vida. Pero el mérito de Darío es también el de
subrayar la dimensión individualista de los colonos, relacionada con la diversidad de
su proyección y sus trayectorias. Así que lo común, lo “comunitario”, no es producto
de su solidaridad sino de las reglas impuestas por los jefes locales. Como lo anota
Gonzalo Sánchez en el prólogo de una de las obras de Darío, el norte del Valle es una
zona bastante rica, gracias al café, en la cual no se dan conflictos agrarios ligados a
múltiples acciones colectivas y a una cultura popular, como aconteció en Sumapaz.
Lo que hay en los municipios cafeteros del Valle es una doble relación estratégica, la
de los individuos que tienen que adaptarse a las imposiciones del poder local, y la del
poder local con el poder de otros niveles. Sería un tema fascinante de investigación
esa población de “conversos políticos” y los efectos sobre sus identidades personales.
En segundo lugar, tales cambios de afiliaciones partidistas significan la impo-
sibilidad de constituir una esfera de derechos relacionados con una percepción de
la justicia. Ni hay forma de armar una conciencia colectiva de tales derechos, ni un
Estado capaz de hacerlos reconocer a nivel local.
En tercer lugar, la referencia a la similitud no puede calificarse como un “he-
cho generador”. No es que los jefes locales sean oligarcas de vieja estirpe manteni-
dos en una visión jerárquica semejante a la del régimen colonial. Lo que distingue
a los jefes de los campesinos es la apropiación del poder político, fuente del poder
social. De allí que el mantenimiento del orden supone siempre acudir a la fuerza,
activa o potencial. Se trata de una realidad opuesta a la microfísica del poder
de Foucault y sus teorías de las disciplinas, pero también a las tesis del proceso
civilizatorio de Elías. Es una realidad fusionada en dinámicas de redes privadas
68
Los aportes de Darío Betancourt Echeverry a la comprensión del presente

de poder que no determinan los impulsos sino que se apoyan sobre ellos, que
no se subordinan a una regulación de conjunto sino que generan fragmentación
como recurso de poder. Los partidos mismos no son instancias unificadoras, sino
el producto de una negociación permanente entre poderes de variados niveles.
Tampoco el mercado constituye una instancia reguladora. Lejos de la autorre-
gulación el mercado, a su turno, está permeado por las relaciones de poder. Sin
institucionalización política estable, sin la idea de mercado regulado, la cons-
trucción de la sociedad no puede ser sino un proceso siempre inacabado donde
las regulaciones precarias y la violencia se entremezclan en todo momento.
Tales son los aportes del historiador Darío Betancourt. No son pocos. Es ne-
cesario subrayar que sirven para descifrar el presente, las luces de sus análisis
sobre el conflicto de hoy son obvias. Quien quiera entender los días actuales debe
seguir las enseñanzas de Darío Betancourt.
En efecto, para ello es fundamental partir de las transformaciones que sa-
cudieron la sociedad. Los recursos económicos aparecidos en los últimos años
trajeron multitud de transformaciones brutales. El surgimiento de nuevas redes
de poder acabó las antiguas redes, sin que hubiera gobiernos con capacidad de
dar sentido a transformaciones tan salvajes. Las redes de poder privado ya están
diseminadas en todo el territorio nacional. Más que nunca, imponen sus reglas a
la población. Y lo hacen de tal manera que no queda otra alternativa que callarse,
adaptarse a los dueños locales, o huir.
La diferencia con el pasado es que ya no es posible hablar de mediadores. Los
protagonistas armados, si se quiere, median hacia adentro imponiendo su con-
cepto de orden a la población. Pero no median hacia afuera, sino que constituyen
soberanías alternativas yuxtapuestas a la soberanía del Estado. Ahí está implicada
una “modernización” por cuanto desplazan a las viejas élites, pero sin alcanzar a
dar sentido a tal proceso. Circula el poder en bruto, sin producir un nuevo ima-
ginario colectivo. Lo tradicional y lo moderno se combinan en todos los aspectos,
políticos, culturales, sociales, sin que se llegue a ingresar realmente la modernidad.
En Colombia no se ha podido inventar una memoria distinta a la de la violen-
cia, ni hacer que la gente alcance a creer que más allá del sufrimiento es posible
una historia nacional con sentido. Lo repito, me hubiera gustado pronunciar esta
charla en presencia de Darío Betancourt. Son muchos los afectados por la vio-
lencia en Colombia. No podemos dejar de pensar en ellos, pero me pasó con el
secuestro de Darío lo mismo que tantos otros han experimentado en Colombia:
la sorpresa, la incredulidad, la indignación. Secuestrando a Darío no solo se se-
cuestra un gran historiador, se secuestró algo del espacio académico, espacio tan
fundamental para ofrecer un futuro al país.

69
Darío Betancourt,
maestro de camino y memoria1
Efrén Mesa Montaña2

¡No dos veces se nace, no dos veces es uno hombre:


sólo una vez pasamos por la tierra!
De un poema náhuatl, anónimo de Chalco

Estoy,
por eso peligro.
¡Todo me empuja!
En la multitud un fósforo presume
del futuro penacho.
Julio Cortázar

P oco antes de que este infortunado incidente ocurriera, Darío comentaba


cómo a su casa habían llegado dos hombres preguntando por él mientras
se hallaba en la universidad. Aun cuando el caso no tenga ninguna liga-
zón con lo que luego pasaría, suscitó, sin embargo, las preocupaciones que eran de
esperarse. Esto condujo a hacer un recuento del panorama en el cual la sociedad
colombiana, con todos nosotros, se halla inmersa.
Comentábamos que nadie actualmente en el país podría ufanarse de vivir sin
desazones. El asedio de la violencia no es sólo físico: está presente con toda su
carga de símbolos aun en las manifestaciones más simples de la vida ciudadana,
pero no precisamente como resultado o como expresión de ese forzado término
de cultura de la violencia que algunos genios de la investigación social han acuñado
1.
Texto leído en la ceremonia de homenaje a la labor docente e investigativa del profesor Darío
Betancourt Echeverry, y lanzamiento del libro El caos planetario, del profesor Renán Vega Cantor,
Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, 18 de junio de 1999.
2.
Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional. Magíster en Historia de
la Universidad Nacional de Colombia. Fue asistente de investigación del profesor Darío Betan-
court, en obras como: Contrabandistas, marimberos y mafiosos. Historia social de la mafia colombiana,
1965.1992, (1994); Historia de Restrepo, Valle. De los conflictos agrarios a la fundación de pueblos. El pro-
blema de las historias locales, 1885-1990 (1995); y Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos. Valle del
Cauca, 1890-1997 (1998).
71
Efrén Mesa Montaña

siguiendo las modas europeas, para enclaustrar y confundir aún más la realidad
social colombiana. No puede definirse la superficie sin conocer el subsuelo sobre
el que descansa. Suponer la desintegración social, esta anomia que carcome despo-
jando a los hombres de todo valor hacia sus otros yo, sus semejantes, como parti-
cularidad cultural de los colombianos, recrudecida por la soledad y la desespera-
ción que conlleva la falta de oportunidades en un mundo cada vez más reducido,
más propiedad de unos pocos, es tanto que ingenuidad histórica, una pretensión
por sostener el orden establecido. No mirar atrás para no ver hacia dónde se va,
parece ser la consigna.
Las raíces de las violencias que a cada instante nos acechan no sólo histórica-
mente han venido reproduciéndose, sino, lo que es todavía peor, en ningún mo-
mento se han intentado mitigar. Todo lo contrario ocurre; se les estimula desde
el silencio, desde la muda aceptación de normalidad, banalización o desfachatez,
sencillamente porque aquí no pasa nada, son nada más que calumnias para despres-
tigiar al país internacionalmente, por influencia de la subversión, como declarara
el entendidísimo Plinio Apuleyo Mendoza a principios de este año, reaccionando,
como debía ser, ante las escalofriantes cifras de homicidios y desplazamientos du-
rante el año pasado, publicadas en un informe de la Americas Human Rights Watchs.
Al mismo tiempo, los técnicos de la paz aducen que es necesario encontrar los
caminos de la reconciliación nacional, calmar las iras, pretender los abrazos, pero
sin desactivar el feroz resorte que ha originado matanzas, usurpación de tierras y,
de ahí, desplazamientos masivos a las ciudades, únicamente en busca de refugio.
La descomposición social, las violencias urbanas o su equivalente, la delincuencia
común, no es más sino su efecto.
A lo largo de este siglo, las soluciones siempre han sido las mismas: a un con-
flicto sucede otro y éste se define como aquél cuya atención inmediata es priorita-
ria, sólo mientras se enreda en el tiempo necesario para archivarse en los estantes
polvorientos del olvido. La amnesia parece ser el único remedio (al lado de otros
igualmente efectivos) del cual los gobiernos han dispuesto a lo largo de la historia
para garantizar el sano desarrollo de la sociedad, sobre todo de aquellas fracciones
cuya maldición consiste en no ser; es decir, no tener, términos hoy en boga y que
usaran los españoles durante la conquista.
Los sucesivos estancamientos en que han caído los reclamos del pueblo colom-
biano por lograr un país más justo, más de todos, obteniendo como respuesta silen-
cio o represión, contradictorias evidencias en un proyecto democrático, no puede
degenerar sino en el caos, en el sálvese quien pueda, la individualidad rampante,
el oportunismo del más fuerte, lo cual se transfiere en todas las modalidades de
violencia que la realidad allá afuera está presta a ofrecer. Somos, en ese sentido, el
resultado agobiante de una impunidad histórica, donde la desmesura de la irreali-
dad, el caos indefinible, las malas noticias, siempre únicas, se han hecho costumbre.
Sin embargo, contrario a ello, la dignidad y la memoria han marchado paralelas,
72
Darío Betancourt, maestro de camino y memoria

con tropiezos y encierros, descubriendo claves, procurando otros caminos. Es desde


allí, justamente, desde esa memoria desempolvada que aún aguarda, desde donde
muy profundamente tenemos como única certeza que todo está por hacerse, por
corregirse, que la historia recobrada recupera sus pies y sus ojos y anda.
“Jamás podremos rescatar del todo lo que olvidamos”, dice Walter Benjamín.
Nuestra historia está hecha de fragmentos, pedacitos que parecen corroborar nues-
tros equívocos y desaciertos, pero es ahí donde está el reto: rescatar la historia,
hacerla palpable, guía y camino en estos tiempos que se auguran insalvables; la
Historia, con mayúscula, no historiecita, como asegura Darío.
Y es que la actividad docente de Darío Betancourt no viene aparejada solamente
con su labor investigativa, sino que se entreteje y muestra la cotidianidad de este
mundo, plantea sus horrores pero igualmente avizora aun lejanos horizontes. La
academia no es ese fortín inexpugnable en el que la información, el discurso bien
aprendido, la recitación puntual, las buenas maneras, salen a relucir, como ansían
y ponen en práctica algunos profesores para no indisponer a sus patrones, así no
sepan de qué hablan, pues el único esfuerzo radica en el ejercicio de la buena me-
moria, ese recordatorio desvinculado de la realidad y presto sólo a proporcionar
aburrimiento. Leer, entonces, no es una necesidad, sino una obligación para salir
“bien” y, por ende, adquirir “cultura general”.
Para Darío, la academia es el lugar de debate, donde se crea y recrea el conoci-
miento, donde los libros son el punto de apoyo para mirar hacia afuera y hacia los
adentros, acicalar la conciencia, dejar la inocencia a un ladito o alejarla para siem-
pre. Nada puede quedarse al margen de la crítica, del análisis, y por ello mismo, de
las propuestas, pues entre la conciencia y la memoria no existe divergencia, sino la
articulación de todas sus voces, en un esfuerzo por alumbrar el camino que cada
uno de nosotros se va abriendo. Así, confrontar la realidad con la apariencia, ese
diluible sofisma que como moda soterradamente hoy se introduce en las aulas de
clase bajo diversos términos, que sirven más para negar la historia que para otor-
garle la dignidad que le corresponde, ha sido una de sus invaluables herramientas,
cuya fuerza sacude y convoca a la reflexión y a una postura decisiva, en la acción o
en la palabra, de quienes asisten a sus clases.
Por ello mismo, lejos de permanecer aislado de la realidad, su experiencia do-
cente e investigativa lo vincula estrechamente con ella. No es una la historia que se
enseña y otra muy ajena aquella que se investiga y, por lo mismo, las relaciones que
existen entre una y otra afloran para explicarnos el presente, para comprenderlo y
hacernos parte de los procesos de cambio, de transformación, para sentar las bases
de un proyecto de futuro, allí donde los sueños de un mundo mejor persisten.
Nada resulta más vulgar y carente de respeto que dejar estas disciplinas guar-
daditas, en nimbos separados, como cosas de museo, tal si el conocimiento, tanto
académico como investigativo, no tuviera nada que ver con el hombre que lo
realiza y con la sociedad donde transcurre su existencia. La actividad profesional
73
Efrén Mesa Montaña

de Darío se ocupa justamente de eso: recobrar la historia con sus múltiples expe-
riencias, aquellas que hacen parte de la cotidianidad de la gente, aun cuando el
tiempo tienda a diluirlas, de manera que la experiencia vivida se transfiera en la
posibilidad de cambio, aun con todas las contradicciones inmersas. Conocer el
pasado significa, entonces, no recaer en los errores y los horrores que sin pausa
han venido a saltos hasta nosotros.
Nadie más consciente que Darío para tener como punto de partida del análi-
sis social el que donde la pobreza de conocimiento, de experiencia aflora, la des-
composición, la iniquidad y la injusticia tienen campo abonado para reproducirse,
estimuladas por la precariedad o la ausencia del Estado. De ahí que el trabajo, la
disciplina, sean fundamentos impostergables de aquél que ha elegido la “carrera” de
maestro. “Untarse de barrito”, como solía decir Darío, abrazar con constancia y sin
perder un hálito de ánimo la labor que uno mismo se encomienda, reafirman y con-
firman sus preocupaciones. Sus trabajos de investigación reflejan permanentemen-
te ese tesón por no hallar divorcio entre el conocimiento teórico y la experiencia.
Uno de los primeros, Historia del Himat, fue realizado siendo funcionario de aquella
entidad; con éste, el pretendido deseo de la docencia era ya evidente, y como tal, su
otra parte, la investigación histórica.
Dos trabajos, Historia de la Edad Media e Historia de Colombia, descubrimiento, con-
quista y colonia, se presentan casi ajenos a su futura producción, pero de hecho se con-
vierten en el campo experimental, de entrada, donde el siglo veinte, teniendo como
eje los años cincuenta, va a ocupar, como sigue ocupando, los últimos quince años.
Desde la publicación de Matones y cuadrilleros, los trabajos que le siguen han
guardado la coherencia que impone el rigor de un trabajo planificado a largo plazo.
Este se convierte en la base para explicar el surgimiento de la mafia en los años
setenta, y su brazo armado el sicariato, a raíz de la degeneración de las cuadrillas
bandoleras y del enriquecimiento delincuencial de comerciantes, contrabandistas,
funcionarios públicos y usurpadores de tierras, y cuyo origen se remonta al trabajo
“Los ‘pájaros’ de ‘El Cóndor’, sicarios de los ricos y del Estado”.
Un trabajo intermedio, que no explica estos procesos, aun cuando se basa en
ellos, es su historia social de la mafia, Contrabandistas, marimberos y mafiosos; éste se
ocupa esencialmente de mostrar que la mafia no aparece espontáneamente, sino
que es el resultado de la fusión de elementos ancestrales con elementos modernos,
dinamizados profundamente por la producción y el comercio, de la marihuana,
primero, y después la cocaína; una organización producto de la confluencia de múl-
tiples fuerzas y tendencias agrupadas en torno a aspiraciones individuales, y cuya
base fue un extenso artículo: “Narcotráfico e historia de la mafia colombiana”, com-
pilado en Violencia en la región andina, publicación del CINEP.
Este trabajo, sin embargo, se convierte en el punto de partida, en la vuelta atrás
para explicar sus orígenes, como tal se dilucidan hoy en el desarrollo de su tesis de
doctorado. Dos trabajos, sin embargo harían parte del engranaje para llegar a esto
74
Darío Betancourt, maestro de camino y memoria

último: Historia de Restrepo, cuyo origen se remonta a una pequeña obra aparecida
en folleto, El grabado calima, y a un artículo, que es prácticamente un esbozo de lo
que sería la obra definitiva, “La colonización antioqueña tardía y la fundación de
pueblos en las cordilleras del Valle del Cauca, 1900-1940”; su preocupación entonces
no es sólo ver los procesos de colonización, asentamiento y fundación de pueblos en
la cordillera Occidental del Valle, incluida su tierra natal, sino confrontar y contra-
decir las historias románticas, las gestas heroicas que sugería la colonización y fun-
dación de pueblos, con la realidad de los conflictos que suscitó la migración forzada
hacia el sur, la desigual tenencia de la tierra y su continuidad hasta nuestros días.
Como complemento, una publicación reciente, Mediadores, rebuscadores, traque-
tos y narcos, historia de la incesante colonización y apropiación de la tierra en los
marcos de un Estado ausente, precario; la mediación o vocería tomada allí por
los fundadores de pueblos para legitimar los derechos de los nuevos pobladores, y
durante los años treinta y cincuenta, el manejo político que se le da a los conflictos
agrarios por parte de terratenientes, jefes políticos locales y jefes de cuadrillas de
matones a sueldo; son éstos los nuevos mediadores, amparados por un poder eco-
nómico disfrazado de político, o a la inversa. En la década de los años setenta, con
la irrupción de la mafia, la mediación criminal entra en escena; los nuevos patrones,
los nuevos voceros, son quienes deciden y actúan; el Estado, como tal, no existe.
Este trabajo desemboca en las matanzas de Trujillo, y plantea el surgimiento del
paramilitarismo como brazo armado de terratenientes y mafiosos con aquiescencia
de los gobiernos locales y del ejército.
Es claro, sin embargo, que sus investigaciones marchan paralelas al ejercicio
de la docencia, pues nada parece ser más idóneo en un maestro de historia que la
práctica investigativa y la enseñanza de su disciplina. Tal propuesta fue formu-
lada en su libro Enseñanza de la historia a tres niveles, donde advierte que el traba-
jo conjunto y crítico profesor alumno favorece el enriquecimiento de los temas
contenidos en los currículos, a partir de las vivencias y el conocimiento teórico
previo del estudiante; por otra parte, el saber, la experiencia y la acertada direc-
ción del maestro, son a su vez elementos posibilitadores de la re-creación de los
programas oficiales, fundamentalmente, a través del acercamiento a la realidad
circundante. Estos trabajos, como otros innumerables aparecidos en compila-
ciones, guardan un hilo conductor común, equiparable a la constancia, que es su
compromiso, de devolver la memoria a estos tiempos donde la razón y el ejercicio
de la inteligencia parecen ser los grandes ausentes.
Puntos de partida que se retoman en uno y otro lugar, que confluyen y se expli-
can mutuamente, porque la historia no se ramifica hasta extraviarse, sino que vuelve
sobre sí para retroalimentarse, lamerse las heridas, como dijera Eduardo Galeano, y
seguir, como tal es la experiencia humana.

75
Efrén Mesa Montaña

Pero sería Darío quien mejor que nadie pudiera comentarnos acerca de su obra.
Su experiencia docente, que es experiencia de vida, no cabe duda que ha influido
en quienes por fortuna ejercemos el mismo oficio, que es más que eso: una vocación.
Darío no está aquí con nosotros, como debiera ser, celebrando una página más de la
memoria, como es este acontecimiento del nuevo libro de Renán. Ya Renán mismo
había dicho el sinsentido que tendría la presentación de este libro sin su presencia.
Pero considerémoslo así: a casi dos meses de ausencia, toda acción o toda excusa es
válida para traer al presente su nombre; toda acción que desencadene esperanzas,
que promueva su búsqueda, que reivindique su lugar en este mundo. De nosotros,
de nadie más depende que las buenas noticias vengan con su presencia.
Es necesario evitar que todo esfuerzo se banalice, se pierda y se olvide; en otras
palabras, que sigamos el juego, aun enraizado, hecho costumbre, de recurrir al olvi-
do como refugio a las exigencias de la conciencia. Ya un personaje literario de por
ahí lo dijo con las palabras precisas: “las cosas dejan de existir si se olvidan”. Este
horror de la memoria no debe ser el nuestro. No tenemos tiempo para ello. Sería
precisamente estar en contra de las premisas que han alimentado el trabajo docente
e investigativo de Darío: brindar los elementos necesarios desde la palabra, que es
acción, para edificar un mundo en el que todos quepamos.
Entre tanto, que este esfuerzo, la nueva obra de Renán, producto de la tenacidad
y la disciplina, que advierte de los estragos y la miseria que siembra a su paso la ex-
pansión capitalista, cáncer del que nadie podrá estar a salvo, sea del mismo modo
motivo de reunión en la que estrechemos lazos de solidaridad y nos reconozcamos
como los habitantes de este tiempo cuyo futuro común es el mismo, para forjar,
entre todos, las esperanzas necesarias, las herramientas indispensables para afrontar
este mundo cada día menos nuestro, cada día más dado al abismo, y el que por ello a
cada instante reclama la imprescindible presencia de la razón, la justicia, la igualdad,
la solidaridad, en la acción o en la palabra, sueños incorregibles que ni el olvido ni la
muerte podrán arrebatarnos.

76
Violencia extrema y ambigüedad
de la guerra en Colombia: A propósito de Darío
Betancourt Echeverry y de la violencia contra los
intelectuales1
Javier Guerrero Barón2

Al que se fue por unas horas


Y nadie sabe en qué silencio entró...
Octavio Paz

T omando como pretexto el primer aniversario del asesinato atroz de


un hombre de academia, Darío Betancourt Echeverry, al que sobrevi-
nieron luego los asesinatos de Hernán Henao y Jesús Antonio Bejara-
no, así como el atentado al que sobrevivió Eduardo Pizarro, hechos que se suman
a numerosas amenazas que han obligado a salir del país a importantes hombres
de la inteligencia colombiana, hemos realizado este ensayo que consta de tres
partes: una sobre el hecho mismo y la obra del historiador Darío Betancourt; la
segunda sobre el problema de la violencia contra el pensamiento y la universidad
y la tercera sobre cómo la violencia colombiana entró en una fase de “violencia
extrema” denominada como “crueldad” por Etienne Balibar y que sobrepasa los
límites de la política.

In memoriam
Cuando nos informaron que Darío Betancourt no llegó a su casa, tuve la certe-
za de que se trataba de un problema profesional, de algo así como un accidente de
trabajo. La obra de Darío Betancourt tiene dos grandes vertientes: la del maestro
1.
Publicado en homenaje a la desaparición y asesinato de Darío Betancourt en el XX Congreso de
Historia y posteriormente publicado como artículo en: Javier Guerrero. “Violencia extrema y am-
bigüedad de la guerra en Colombia: A propósito de Darío Betancourt Echeverry y de la violencia
contra los intelectuales”. Estudios Políticos. No. 16, (2000): 53-165.
2. Profesor de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (UPTC). Sociólogo y Doctor
en Historia de la Universidad Nacional de Colombia. Amigo y compañero del profesor Darío
Betancourt en la primera promoción de la Maestría en Historia de la Universidad Nacional de
Colombia.
77
Javier Guerrero Barón

y pedagogo y la del investigador incansable, analista e interrogador del presente.


El caso Betancourt es el fiel reflejo de las ambigüedades de la guerra colombiana,
a cuyo conocimiento con tanto empeño le dedicó literalmente toda su vida. Nada
se sabe con certeza sobre las causas de este acto brutal. Como nada se sabe con
certeza sobre las entre veinte y treinta mil o más muertes violentas de cada año
desde hace tres lustros. Y esa es solamente una de las caras innombrables. Lo úni-
co que decimos en firme es que dedicó toda su vida a comprender la violencia de
quienes lo asesinaron; a quienes la ejercieron en su cuerpo. La suya es una hipóte-
sis coherente y de larga duración, a la que le dedicó toda su vida. Sus reflexiones
se enraizaban en el tiempo, desde la formación de la hacienda y la colonización
del siglo XIX; pasaba por la oleada agraria de los años veinte, la violencia de los
años treinta, la revolución que, según él, se frustró inicialmente traicionada en la
segunda administración de Alfonso López Pumarejo y ahogada en sangre el 9 de
abril de 1948, y luego en la cacería de los rebeldes “nueve abrileños” por parte de
los “pájaros” del Cóndor; para, posteriormente, con una respuesta desarticulada
y tardía de las resistencias armadas en las “cuadrillas liberales”, entroncar con las
realidades del presente. Una hipótesis que, al desarrollar regionalmente la pro-
puesta del “bandido político”, explica el resurgimiento de la violencia en los años
ochenta extendiendo un puente que congeló en el tiempo la figura del “pájaro”,
quien mutante en el sicario, reapareció matando a los dirigentes agrarios de la
Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC) ya uno que otro líder
sindical en los años setentas, para luego reencarnarse en el paramilitar de los años
ochenta. Ese era el plan de trabajo de su obra.
En este programa de largo aliento, su libro Matones y cuadrilleros. Origen y Evo-
lución en la Violencia en el Occidente Colombiano (1990) era simplemente el primer
eslabón para llegar al surgimiento del narcotráfico, a los carteles del Valle del
Cauca, fenómeno y organizaciones que estudiaba con entusiasmo y dedicación,
cuando alguien decidió, el30 de abril, no dejarlo regresar al seno de su hogar.
Este primer trabajo había sido producto de un intenso debate en un programa
de trabajo dirigido por Gonzalo Sánchez en el Instituto de Estudios Políticos y
Relaciones Internacionales (IEPRI) y denominado “Actores, regiones y periodi-
zación de la violencia”, programa que abrió una nueva frontera de aportes sobre
el que es, sin duda, el gran tema nacional3.
Después de la Universidad Nacional volvimos a encontramos desde 1982 en
Chiquinquirá, en los simposios sobre la violencia en Colombia, con una nueva
generación de investigadores que se lanzó a recoger los temas que la Nueva His-
toria no tocó: la epopeya sin dolientes y sin vencedores, donde sólo hubo derro-
tados, el nudo trágico del siglo: la Violencia.
3.
De él surgieron importantes reflexiones: Guerra y Política de Gonzalo Sánchez; Historia de las FARC
de Eduardo Pizarro; La Insurrección Llanera de Guadalupe Salcedo de Reinaldo Barbosa; Las lecciones
de las Luchas Agrarias del Sumapaz de Elsy Marulanda y Los años del Olvido: Boyacá y los Orígenes de la
Violencia de Javier Guerrero.
78
Violencia extrema y ambigüedad de la guerra en Colombia: A propósito de Darío Betancourt Echeverry

Pero su afán no se quedó en el campo de la investigación. Se sintió orgulloso


de ser parte del movimiento pedagógico que animó al magisterio desde finales
de los años ochenta y aportó comprometido a la formación de maestros y de
historiadores a su paso por las universidades Santo Tomás, Distrital, Pedagógica
Nacional y Pedagógica y Tecnológica de Colombia.
Merecen ser mencionados sus aportes al tema de las mafias, por ejemplo, su po-
nencia en el Tercer Simposio Nacional sobre la Violencia (1990), donde presentó su
sugerente tesis sobre los “Cinco focos de la mafia en Colombia” Esta tesis, que en
su momento se convirtió en el primer intento de regionalización de las mafias, fue
desarrollada en 1992, en una segunda experiencia en el IEPRI en el Programa “Colom-
bia 70-90: Actores y Regiones de la Violencia Actual”4, donde construyó su trabajo
titulado: Contrabandistas, Marimberos y Mafiosos: Historia Social de la Mafia en Colombia.
Este trabajo constituye el primer intento de extrapolación de las categorías
de estudio de las mafias italianas y norteamericanas al caso colombiano. Mien-
tras todos los especialistas hablaban eufemísticamente de “carteles” —la catego-
ría sociológica de “mafia”— aún hoy es utilizada por muy pocos analistas, entre
otros de manera temprana, Luis Carlos Galán desde 1976 en algunos artículos
de la revista Nueva Frontera, tal vez por haber tenido contacto directo con los
académicos al haber sido embajador en Italia, este libro tiene un importante
mérito: aplica a fondo la categoría de “mercados ilegales” y su correspondiente de
“mafias y núcleos mafiosos”. Llamó las cosas por su nombre en un país en el que
el conjunto de la sociedad evadió y evade este debate. En su primer capítulo hace
una reflexión teórica y un estado del arte sobre la cuestión en el ámbito europeo
y norteamericano. Profundiza en las tradiciones de secular ilegalidad de algunas
economías regionales como la “cultura del contrabando” y las guerras de las esme-
raldas, y diferencia claramente los orígenes urbanos y rurales de los actores para
establecer tipologías regionales. Tuvo la influencia del historiador y sociólogo
italiano Umberto Santino, con quien confrontó ideas a raíz de la lectura de sus
artículos “Lantimafia Difficile” y “Por una Storia Sociale della Mafia”. Otras in-
fluencias notorias provienen de la obra intelectual de Pino Arlachi, sobre merca-
dos ilegales, y de teóricos del problema como Martin Short y Frederick Sondem.
En adelante su trabajo dio un giro teórico fundamental. De apoyarse en un
principio únicamente en historiadores marxistas ingleses como E.J. Hobsbawm y
E.P. Thompson —a quienes leyó y admiró profundamente—, tomó distancia de los
antecedentes ligados casi mono-causalmente a la Violencia de los cincuenta y al
problema agrario, y construyó nuevas hipótesis que trataban de comprender el pro-
ceso de modernización violenta que introdujeron en sus zonas de influencia los más
importantes capos del narcotráfico y su impacto en la conformación del Estado.

Esta segunda experiencia tuvo muchos obstáculos y discusiones en su seno: dirigido por Alejandro
4.

Reyes, participaron Eduardo Pizarro, Alfredo Molano, Carlos Miguel Ortíz, William Ramírez y
Javier Guerrero.
79
Javier Guerrero Barón

Sus trabajos posteriores fueron mucho más matizados y apuntaron a una re-
flexión histórica importante para la comprensión del drama que vive Colombia.
La obra quedó trunca cuando intentaba crear un precedente teórico en la re-
flexión sobre los desarrollos contemporáneos de las que siempre vio como “for-
mas de evolución del capitalismo cada vez más funcionales a los Estados y a las
nuevas burguesías globalizadas”, tema de nuestra última conversación, en el que
las violencias juveniles eran el centro de sus perplejidades.
Su obra final tiene que ver con la historia local y regional, hecha —consecuen-
temente con sus planteamientos teóricos— con base en historia oral. De esta etapa
deja la monografía del municipio de Restrepo, su tierra natal, titulada “Mediadores,
Rebuscadores, Traquetos y Narcos: Valle del Cauca, 1890-1997”, libro que sería su tes-
tamento. Esta recopilación de ensayos cortos que era parte antecesora de su tesis
doctoral desarrollada en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París
con Daniel Pécaut, contiene seguramente las claves de su desaparición violenta
el30 de abril de 1999, cuando sus estudiantes y colegas de la Universidad Pedagógi-
ca Nacional, donde era director del Departamento de Ciencias Sociales, se queda-
ron esperándolo para ir a una salida de trabajo de campo en la mencionada región.
Darío Betancourt encarna el compromiso de una generación que creyó en una
nueva forma de entender y de enseñar la Historia. Forma parte de la legión de
hombres y mujeres que, sin proponérselo, constituyen la comisión de la Verdad
contra la ignominia, para que la historia, la dolorosa historia de los errores de la
Colombia amarga, no se siga repitiendo. Seguiremos debatiendo sus ideas, sus
tesis, sus aportes. Y aunque su muerte nos mutila en lo más íntimo de nuestra
capacidad de pensar, siempre supimos los riesgos de pensar y de escribir, pero
transformaremos nuestro miedo y seguiremos haciendo lo de siempre: decir y
escribir lo que pensamos.

Contra el acto de pensar


No nos habíamos repuesto de la tragedia de la desaparición de Darío Betan-
court el 30 de abril de 1999 y de la incertidumbre que sobrevino a este acto atroz,
cuando la Universidad fue nuevamente estremecida por los cañones de la guerra:
en esa misma semana, Hernán Henao, uno de los pensadores del problema regio-
nal, fue asesinado en los predios de la Universidad de Antioquia. Meses después,
nuestro profesor Jesús Antonio Bejarano, fue asesinado en la puerta del salón de
clase. (Junto con Darío, teníamos algún vínculo con ambos: con Henao formamos
parte del engranaje académico de comisiones y relatorías en los simposios sobre
la violencia en Colombia realizados en Chiquinquirá, y del segundo fuimos sus
alumnos en Historia Agraria). De nuestro maestro —quien formó parte del equipo
que diseñó una de las estrategias más audaces para acompañar un programa de
paz: el Plan Nacional de Rehabilitación—, puedo decir que ningún colombiano
80
Violencia extrema y ambigüedad de la guerra en Colombia: A propósito de Darío Betancourt Echeverry

sabía tanto como él sobre negociaciones de paz, desde la experiencia como ne-
gociador del gobierno y desde el sitial privilegiado de observador diplomático
de los procesos centroamericanos. De Hernán me consta la dedicación total a su
universidad y su convencimiento de que en el estudio de las regiones está la clave
del futuro de Colombia como nación. Hoy los tres están envueltos en el manto del
silencio que nos impuso el juego macabro de la ruleta de los fuegos cruzados. Y,
como si fuera poco, en diciembre de 1999, Eduardo Pizarro León-Gómez, director
del IEPRI, salvó milagrosamente su vida en un grave atentado cerca a los predios
de la Universidad Nacional. Entre tanto, numerosos investigadores y profesores de
varias universidades han abandonado el país debido a las amenazas de muerte. Y
aunque no es nada nuevo y es previsible que continúe, se suma inusualmente a lo
que ha venido sucediendo a otros sectores sociales como el de los comunicadores
y los activistas de los derechos humanos.
Sólo actos de profunda ignorancia podrían matar y silenciar mentes tan lú-
cidas, cuando tanto podían aportar a descifrar el laberinto de Colombia. Sólo la
culebra que se muerde la cola y se devora a sí misma puede producir crímenes
contra el pensamiento, como los que sacuden, cada vez con mayor frecuencia, a
la sociedad colombiana.
Esas muertes, amenazas y atentados (que llamaremos indistintamente silen-
cios); las asocio directa e inequívocamente al ejercicio de su profesión de pensa-
dores. En el caso de Darío a su profesión de historiador y al de profesores uni-
versitarios, de excelencia académica y generadores de opinión y de saber, y las
atribuyo, sin duda alguna, a los constructores de vergüenzas innombrables, a los
que renunciaron a construir el futuro y prefieren tergiversar la Historia. De esas
muertes, amenazas y atentados podemos deducir al menos seis lecciones:
La primera lección está relacionada con la responsabilidad del historiador fren-
te al momento actual. La historia, por ejemplo, se convirtió en una forma de juzgar
a los hombres. Cuando nuestra generación se propuso adentrarse en el camino de la
historia inmediata, no se daba cuenta en toda su dimensión de los peligros de esta
propuesta. No quiere decir esto que no debamos hacerla o que nos arrepintamos de
lo hecho, sino simplemente poner de presente que la historia siempre será un desa-
fío a los poderosos, máxime si están vivos. Siempre se ha dicho que la historia de los
vencidos entraña peligros inconmensurables y en Colombia hay una guerra en pro-
ceso donde los intelectuales tienen que demostrar todas sus habilidades para poder
hacer lo suyo sin desatar el peligro. Algo así como el papel de los corresponsales de
guerra, de escribir desde la trinchera la lectura de los acontecimientos del día, siem-
pre jugándosela, en un trabajo cotidiano por la reconstrucción de la verdad. Antes,
los callaban denunciándolos ante los tribunales, como en el caso del historiador
Libardo González (q.e.p.d.), quien tuvo que pasar varios años defendiendo el dere-
cho a su verdad ante los estrados de la justicia. Hoy son simplemente silenciados.

81
Javier Guerrero Barón

La segunda lección tiene que ver con el papel del historiador. Aunque el juicio
es un lugar ineludible, cada vez es más urgente entender y hacer entender que
el papel del historiador no es juzgar. Es reconstruir para comprender; es, como
propone Hobsbawm, “juzgar menos y comprender más”. El juicio es un acto
colectivo, inevitable, pero escapa a los alcances de la historia como disciplina. Y
aunque el historiador hace un juicio indirecto cuando realiza la crítica de fuentes,
a manera de validez de las “pruebas” en un proceso judicial, lo que está haciendo
es reconstruir e interpretar, pero no en forma de “veredicto”. (Sin embargo, en
toda reconstrucción hay interpretación y en ésta hay un juicio implícito cuya
finalidad última no es juzgar sino reconstruir con apego a lo real). Tal vez, si
algún historiador recogiera el relato del hombre máquina o del cerebro que lo
manipula, para transformarse en instrumento de muerte, de tortura, de cruel-
dad extrema, debiera hacerlo para comprender la trama social y política que hay
detrás de cada acto, para comprender por qué Colombia fue capaz de producir
individuos de características tales, con capacidad de repetirlos y hacerlos rutina-
rios. Lo otro es asunto de tribunales yesos difícilmente existen en Colombia; y si
existen, funcionan selectivamente y por ello son parte del colapso de lo legítimo
y de lo creíble. Pero ese es otro problema distinto al de la historia.
La tercera podría tener forma de pregunta: ¿cuál es la responsabilidad de un
intelectual en un país en guerra? ¿Cómo vencer el efecto del terror de estas cargas
de profundidad que han sido arrojadas sobre nuestra capacidad de pensar, sin de-
jar de hacerlo? Es difícil contrarrestar los efectos del miedo y de las autocensuras,
que se suman a las censuras implícitas y explícitas de una sociedad donde el tra-
bajo de las ciencias humanas está desestimado y desestimulado, donde es difícil
publicar y donde existe, como dice Galeano, la “censura estructural”: ediciones de
unos pocos miles de ejemplares que se demoran varios años para su distribución
porque la forma de supervivencia de las mayorías no da ni para comprar ni para
leer. Con razón dice Lyotard: “decirte cállate es matarte”.
La cuarta lección tiene que ver con la anterior: el quehacer de la universidad,
herida de muerte como está, amenazada por todos los flancos: por quienes se
empecinan en convertirla en campo de batalla, donde sólo los poderes armados
acabarán por imponer la lógica de sus “fierros” , la ausencia de razón y la impo-
sición del que sea más eficiente en acallar y en violentar; y por un Estado que,
por otros mecanismos, se empecina en asfixiarla, en achicarla, en callarla (en el
sentido de Lyotard). Unos y otro terminaron por destruir su esencia. Es doloroso
ver como importantes académicos -aliado de muchos ciudadanos de otras con-
diciones- han salido a la incertidumbre de un exilio, también ambiguo: no es el
exilio de la Guerra Civil Española, en el cual, aunque vencidos, los hombres de
la República sabían que su utopía había sido derrotada (con una alta dosis de
complicidad de muchas naciones del mundo. El precio lo pagó la humanidad en
cada uno de los hechos que la repitieron con creces en los miles de holocaustos,
82
Violencia extrema y ambigüedad de la guerra en Colombia: A propósito de Darío Betancourt Echeverry

desde Guernica hasta Hiroshima). No. Somos anónimos, salimos en las sombras
de la noche y la mayoría ni siquiera se atreve a decir por qué se va, tal vez porque
ni ellos mismos saben por qué han tenido que partir. Y afuera debemos cargar con
otra ignominia: simplemente la de ser colombianos en tierra extraña (No es una
queja por la imagen. Todo imaginario es unilateral pero no arbitrario. Alguien
dijo: “La imagen de Colombia es mala, pero la realidad es peor”). Pero deben exis-
tir formas de construir redes que mantengan los vasos comunicantes para que el
pensador pueda seguir cumpliendo su función.
La quinta tiene que ver con el “derecho al Derecho”5: mantener en medio del
conflicto mecanismos que garanticen el derecho. El derecho a reclamarles a quie-
nes optaron por el camino de la guerra (o la violencia) el derecho. El derecho a
disentir o a escribir libros o artículos que se aparten de las historias oficiales de
los comandantes, tanto de las brigadas como de los frentes, o de los capos de las
mafias. Pero también el derecho que tenemos a renunciar a la violencia quienes,
en efecto, ya hemos renunciado y renunciamos todos los días a ella, quienes no
podemos matar, quienes tomamos la decisión de comprometemos con el trabajo
del pensamiento, en la construcción de una sociedad que pueda acceder a la mo-
dernidad negada, a esa especie de madurez de los pueblos, de equidad invisible,
que hace que una determinada patria pueda ser digna, como dignos quienes la ha-
bitan y dignos quienes la construyen. Y el derecho a comprender que ese acceso a
la modernidad está atravesado por la renuncia colectiva, social, política y ética a la
violencia. El derecho de quienes no estamos con el statu quo pero tampoco vemos
una revolución que esté construyendo un orden superior, ni por sus métodos ni
por sus contenidos. El derecho de quienes —como a millones de colombianos—
esta guerra no nos representa.
Ligada a la anterior, está la sexta lección. El derecho a deslindar campos con
quienes tienen corta la memoria: el derecho a hacer una crítica a la violencia de
hoy, sin caer en la razón pragmática de los portavoces de las minorías que protestan
por el desorden de quienes se lanzaron hace cincuenta años por el camino de la
revolución para protestar contra la sin salida violenta de que eran víctimas, y no
protestan contra el orden violento de los gamonales que condujo a los revoluciona-
rios a tomar las armas y que se reproduce hoy en el crecimiento de la pobreza y en
la conservación, a las malas, de un orden a todas luces injusto. Por eso, la renuncia a
la violencia no es incondicional: se da en unas determinadas condiciones históricas
que en Colombia cada vez se aproximan a lo imposible. Colombia no puede ser un
país digno si matan a quienes piensan, por pensar, a quienes luchan contra el olvido
o si se asesina por el delito de enseñar, o si se asesina.
La violencia colombiana ya no construye, traspasó el límite de lo político en-
trando en un vacío ético. (Seguramente los autores de alguno de los crímenes se
Reflexión tomada de Jean Michel Banquer. Conferencia sobre el derecho de las minorías en las
5.

nuevas Constituciones de América Latina, México, CIESAS, abril 14 de 2000.


83
Javier Guerrero Barón

pronunciaron contra estos actos en comunicados públicos, o callaron, lo que es lo


mismo). Son crímenes sin sentido que ni siquiera ayudan a los objetivos de ningún
actor de la guerra. O están inscritos en el dudoso plano de la venganza (¿vengar una
idea?), o del terror colectivo multidireccional. Asesinar a alguien por lo que dice
en un libro o en un artículo es tan perverso como asesinar a un maestro entrando
a su salón de clase. ¿Cuándo entenderemos que la única forma de atacar una idea
es refutándola?

Sobre la violencia extrema


La violencia colombiana ya no construye, traspasó el límite de lo político en-
trando en un vacío ético, es la tesis central. (De por sí la violencia destruye. Nunca
construye. Lo que construye es el proyecto político. Al no haberlo o ser débil, sim-
plemente se destruye sin alternativa. Teóricamente sólo George Sorel, revisando a
Marx, creyó en la función positiva de la violencia: de este revisionismo filosófico
surgió el fascismo) y al traspasar los límites de lo humano por sus formas extremas
de violencia (“extrema violencia” para el caso denominada como “crueldad”) pierde
el sentido y la direccionalidad del acto .Toda violencia, para que construya, tiene
que “simbolizar poder”, simbolizar un orden, simbolizar. Yal traspasar los límites,
cae en el vacío de lo innombrable. Es un grave error no comprender que en Colom-
bia se traspasaron los límites de la violencia que puede fundar, que puede construir.
Hay que decir que la violencia colombiana traspasó los límites de lo humano, que
atravesó, de lejos, la dignidad del cuerpo y entró en lo que Etienne Balíbar6 ha de-
nominado “demencia exterminadora” y ha llegado a la fase de lo que Lacan llama lo
“irrepresentable”, del mundo sombrío de los “innombrables”. Por eso, las muertes se
repiten y no representan (hacia dentro). Simplemente emiten imágenes rutinarias
de cuerpos mutilados (hacia dentro y hacia fuera). Pero no “simbolizan”.
Esta afirmación la podríamos complementar con una evaluación: a partir de la
disyuntiva entre guerra y política7, establecer cuánto queda de política y cuánto de
guerra; establecer si la guerra se ha transformado en formas de violencia que se des-
articulan de sus propósitos políticos, que fragmentan a los actores y desarticulan
sus acciones. El problema de la guerra colombiana es como hacer crecer el polo de
la política, politizando la guerra y, de alguna forma, introduciéndola en el derecho,
en los pactos de consenso, entre otros. Pero la dificultad de una revolución como
la imaginada por los revolucionarios en armas en estos tiempos, es que tal vez —es
una posibilidad, no una afirmación absoluta— la era de los grandes alzamientos
ha terminado, porque han finalizado los tiempos de los poderes absolutos, de las
grandes dictaduras y de las insoportables iniquidades (con sus excepciones). Y esa
Étienne Balibar. Esquisse d’une Tophographie de la Cruauté. Chaire Michael Foucault Teleconferencia
6.

París X- (UNAM, México, Casa de Francia. 2002).


La versión para Colombia de este debate está en el excelente ensayo de Gonzalo Sánchez. Guerra
7.

y Política en la Sociedad Colombiana. (Bogotá: El Ancora, 1991).


84
Violencia extrema y ambigüedad de la guerra en Colombia: A propósito de Darío Betancourt Echeverry

revolución tiene que nadar en contra de la corriente de las experiencias históricas


mundiales, con el derrumbe reciente del “socialismo real”; además, contra la per-
cepción de los colombianos acerca de su régimen político.
Con todo lo que se quiera decir, y de ahí sus ambigüedades, el proceso colom-
biano ha plasmado conquistas de la modernidad en su imperfecto régimen político.
Hoy, en casi todos los países de América Latina, se trata de superar los logros y las
limitaciones de las democracias formales, algunas de ellas, dictaduras perfectas o
con legitimidades imperfectas (pero tal vez -no lo aseguro preferibles a los resul-
tados tangibles hoy de los regímenes que se construyeron con las dos revoluciones
triunfantes: la sandinista y la cubana); lo cual nos encierra en el círculo sofístico
“de que la democracia formal no arregla todo pero no estropea nada y en cambio
las situaciones totalitarias no arreglan nada y se limitan a aplazar el estallido de los
problemas convertidos en metralla, en añicos de problemas más difíciles de solu-
cionar que los problemas originales”8. Pero, cuando en más de un siglo de democra-
cia las insatisfacciones son mayores que las conquistas, las iniquidades se acumulan
y, desesperados con el panorama de pobreza de diez años de euforia neoliberal, por
eso, solamente en apariencia, es más creíble destruir que mantener la tarea pacien-
te y a largo plazo, de construir democracias más democráticas y más incluyentes.
A Eduardo Pizarro le escuché en una ocasión la expresión “contra los males de la
democracia, más democracia”. Es decir, democracia real.
En el centro de este problema está un Estado sin capacidad de representación.
Por ello surgen los que se autodefienden, que saltaron las representaciones para
ejercer una violencia sin mediaciones que, de paso, deslegitima al Estado que dicen
defender; y los que pensando en destruirlo se lanzan por el camino de la guerra,
sin tener en cuenta las identidades de los colombianos y la viabilidad del proyecto
revolucionario. Y allí, en medio de este panorama, están las mafias que estudió Da-
río Betancourt, usufructuarias de los Estados y del desorden tolerado por el mismo
Estado (no solamente en Colombia), cercanas y funcionales a los “nuevos ricos”
o a las que Betancourt llamó “nuevas burguesías globalizadas” con sus estadistas
pragmáticos, quienes en su política ambigua de apoyarse en ellas o atacarlas, según
sus momentáneos intereses, destruyeron la noción misma de lo público. Son las
mismas burguesías que necesitan cada vez “menos Estado y más negocios” , menos
regulación, menos “códigos escritos”, contratos temporales leoninos, derechos “con-
suetudinarios flexibles” y privatización a ultranza; que requieren que la frontera de
lo ilegal se expanda y se confunda con lo legal, para entrar, como en efecto hemos
entrado, en otra nueva fase expansiva de lo que el pensamiento marxista denominó
para otros tiempos “acumulación originaria del capital”, columna sobre la cual se
construyó el mundo moderno y, equidistantemente, fenómeno sobre el cual se erige
el nuevo orden postmoderno.

8.
Manuel Vázquez. Marcos, el Señor de los Espejos. (Madrid: Aguilar, 1999), 15.
85
Javier Guerrero Barón

¿Modernidad sin renuncia a la violencia?


En ese sentido, Colombia es el resultado de un interesante modelo social y
económico, de un régimen político, de una nación que intentó ingresar a la mo-
dernidad sin renunciar a la violencia, es decir, haciendo funcionales” orden y
violencia”, como lúcidamente lo señaló Daniel Pécaut9. Agregaríamos que tan
funcional fue a la democracia colombiana que se confundió con ella misma. Las
formas de la guerra, como en muchas guerras contemporáneas, se fundamentan
en la intolerancia con la “otredad”. Mientras en otras culturas la intolerancia fun-
damental es étnica o religiosa, en Colombia es con el que piensa distinto, o mejor,
con el que opina. Mientras en otras regiones del planeta hay limpiezas étnicas,
en Colombia ha habido, al menos, dos genocidios políticos agenciados desde el
Estado en el corto lapso de medio siglo, problema central que los historiadores
silenciados hemos evadido. El primero se inició en 1946 contra el Gaitanismo.
No solamente aseguraron que Gaitán no llegara a la presidencia, sino que ani-
quilaron a sus seguidores y sus organizaciones, sus ligas campesinas, sus comités
municipales; en buena parte ese es uno de los más fuertes ingredientes de la época
de la Violencia. Este primer genocidio engendró las resistencias armadas que se
prolongan hasta hoy. El segundo, contra el tercer partido de una democracia:
la Unión Patriótica10, sin que paradójicamente se altere ese orden democrático.
Y luego siguieron con todos aquellos que incomodaban al poder. Aniquilaron
la oposición. Pero también pequeños “genocidios” locales: contra todo lo que se
opone al poder de las guerrillas o de los paramilitares (aunque en las noticias
los quieren hacer aparecer como iguales, no son lo mismo ni actúan igual, los
diferencian sus proyectos políticos con sus lógicas militares). Genocidios contra
los indígenas, contra las comunidades campesinas de paz que han proclamado la
neutralidad activa, contra los pastores de “iglesias sospechosas” y contra poten-
ciales enemigos “que no colaboran”. Dirán que así son las guerras. Simplemente el
efecto polarizador de los aparatos armados. Son muchos genocidios sobrepuestos.
Por eso, cada homicidio sin resolver, se suma a esta historia. Desde la masacre
de las Bananeras de 1928, los de antes del asesinato de Jorge Eliecer Gaitán, pasando
por los del nueve de abril, los de los “Directorios”, los de los “pájaros”, los de los ha-
cendados, los de la “cofradía de los encargados de las fincas del Quindío”, los de los
“chulavitas” del laureanismo, los de los ganaderos que reclutaron a los guerrilleros
amnistiados del Llano para perseguir a los no amnistiados en las “guerrillas de paz”,
“los del napalm en la guerra del Sumapaz” en 1956, los de los campos de concen-

Daniel Pécaut. Orden y Violencia. (Bogotá: Siglo XXI-CEREC, 1987).


9.

El proceso complejo que llevó al homicidio de cerca de 2000 cuadros y militantes de este partido
10.

creado por las FARC para el proceso de paz del gobierno de Belisario Betancourt, en el contexto
de una estrategia de “combinar todas las formas de lucha”, es resultado también de nuestra guerra
ambigua, producto del proceso de “privatización de la guerra y su delegación a actores del Nar-
cotráfico. Ver: Ricardo Peñaranda y Javier Guerrero. De las armas a la política. (Santafé de Bogotá:
Tercer Mundo-IEPRI, 1999). Específicamente el ensayo “La sobre-politización del narcotráfico”,
elaborado por el autor de estas notas.
86
Violencia extrema y ambigüedad de la guerra en Colombia: A propósito de Darío Betancourt Echeverry

tración de “Cunday”, hasta llegar a los homicidios de la “doctrina de la seguridad


nacional”, los de los” carteles”, los de los grupos para atacar a los carteles, los de las
guerrillas y contraguerrillas, los de los genocidios políticos, todos ellos en la “demo-
cracia más estable de Sur América” .Todos ellos, muertos por fuera de la historia
mal contada, de una nación sin historia. Pero, así como Hitler o Stalin o Somoza
o cualquier otro sátrapa y su horda de fanáticos creyeron matar toda evidencia,
cincuenta años después son pocos los secretos que lograron esconder bajo su búnke-
res. Y así como hoy la justicia mundial impide que los desaparecidos de Chile o de
Argentina sean en vano, el estudio de la historia le dará sentido a uno entre tantos
actos de crueldad.
Porque, volviendo a Balibar, el círculo de violencia extrema ejercida contra el
cuerpo hace regresar a todos —de manera directa a quienes la ejercen y de ma-
nera indirecta a la sociedad que la tolera —a formas de crueldad fundamentadas
en el goce de la muerte, donde el sujeto-ejecutor pretende trascender el instante
de la muerte misma de su víctima. Y por eso, si una sociedad ya no tiene la capa-
cidad de romper los círculos de victimarios y víctimas, cada vez es más probable,
políticamente, que fuerzas transnacionales se arroguen el derecho de —motu pro-
prio— intervenir esas otras sociedades que han traspasado los límites de la violencia
extrema, por razones humanitarias, algunas veces entre comillas, bien sea desde los
tribunales internacionales para juzgar los delitos contra la humanidad o desde sus
bombarderos con sus guerras preventivas. Este tal vez sea el doble costo que se aña-
da a nuestro papel de víctimas-silentes.
Todos, los magnicidios y los “minicidios” de los N.N y de los desechables, acu-
mulados en el tiempo, pesan hoy en el resultado de la disyuntiva: Colombia un
rincón de “hombres chatarra” donde por dos años se discute si vale la pena inver-
tirle mil trescientos millones de dólares en el negocio más rentable: la Guerra. Si
no los invierten, los dueños del mundo dicen que tendrían que acostumbrarse to-
dos los días, como hasta hoy, a la masacre cotidiana y creciente. Y si los invierten
nos convierten en el laboratorio de las guerras de la posguerra fría (obviamente
sin que acaben las masacres). Por cualquiera de las dos vías, campo de acción de
los nuevos y discutibles humanismos. Pero lo que queda claro es que en el ima-
ginario mundial, Colombia traspasó los límites de la violencia que construye,
que representa, para caer en la violencia “vindicta”, caracterizada por la extrema
crueldad, donde sólo se busca destruir al enemigo al precio que sea (bien sea el
Estado o la organización revolucionaria, no importa que para ello sea necesario
destruir lo que queda de Nación, entendida como la población que se identifica
con un territorio, una historia, una cultura y un destino común).

87
Javier Guerrero Barón

Epílogo
Aunque es poco lo que se puede decir frente a los hechos y frente a la adver-
sidad que siembran, el reto es ser creativos, propositivos, constructivos para no
dejamos asfixiar por sus nubes de terror y poder pensar más allá de la violencia.
Seguir creyendo en los hombres aún después del siglo” del retorno a la barbarie”11
reconstrucción de la nación —si aún no es tarde— sobre la base de negociar los
conflictos y hacerlos negociables, humanizar las violencias humanizables, incluida
la guerra, diseñar estrategias comunitarias para prevenir las violencias previsibles,
sobre la base de construir historias que sirvan de instrumento para comprender la
Historia de Colombia. Es necesaria la imaginación colectiva de una política que no
sea ni “no violenta” (en el sentido de pacifista), [rechazo a la violencia per se], ni
“contra-violenta” (represiva) [o revolucionaria], pero “anti-violenta”12 [en el senti-
do de renuncia a la violencia para acceder a la modernidad en unas determinadas
condiciones], lo cual implica crear las condiciones para que la sociedad colombiana
pueda volver a fundar una nación moderna sobre la base de la renuncia colectiva,
ética, social y política al acto violento para darle un nuevo sentido al conflicto co-
lombiano, revalorizando la palabra y creando ideas, movimientos y hechos políti-
cos que simbolicen y garanticen la posibilidad de revertir el proceso. Si los procesos
se deshacen como se hacen y la violencia le fue quitando el espacio a la política, la
salida es que lo político le quite espacio a lo violento, como dijo alguien parodiando
a Clausewítz13: garantizando “la continuación de la guerra por otros medios”.

11.
La idea es de Eric Hobsbawm Historia del siglo XX. (Barcelona: Crítica, 1996).
12.
Étienne Balibar. Esquisse d’une Tophographie de la Cruauté.
13.
Karl von Clausewitz. De la guerra. (México: Diógenes, 1972)
88
Darío Betancourt Echeverry:
Un vallecaucano e historiador de pura cepa
Jorge Orjuela Cubides1

Con paso firme se pasea hoy la injusticia. Los opresores se disponen a dominar
otros diez mil años más. La violencia garantiza: «Todo seguirá igual» […] ¡Que se
levante aquel que está abatido! ¡Aquel que está perdido, que combata! ¿Quién
podrá contener al que conoce su condición? Pues los vencidos de hoy son los
vencedores de mañana y el jamás se convierte en hoy mismo”.
Bertolt Brecht. Loa de la dialéctica.

D arío Betancourt Echeverry es un lúcido historiador colombiano,


preocupado no sólo por la investigación histórica sino también de
su enseñanza. Interesado tanto en problemáticas remotas como de
aquellas recientes, tan cercanas en el tiempo como para hacer brotar el odio y
las pasiones de los actores estudiados. Una oda a la verdad en medio de un país
que sentencia con muerte. Oriundo del Valle del Cauca, Darío nació en 1952 en
Restrepo, una población ubicada en la cordillera occidental, en pleno apogeo
de la Violencia cuando la policía conservadora estremecía a sangre y fuego a las
poblaciones liberales. La época en la que llegó a la vida era, paradójicamente, una
de las más sanguinarias de la historia de Colombia, aquel periodo marcaría su
esfuerzo académico. Su lucidez como historiador emana de cuatro fundamentos.
En primer lugar, su empeño en develar las posibilidades de la historia regional
para cimentar la noción de nación y como factor esencial para comprender las
problemáticas que aquejan al país. Igualmente, la apuesta por una historia crítica
anclada en las contrariedades acuciantes del presente, distante de los historiado-
res que rehúyen a dar su visión sobre los hombres contemporáneos, ocultándose
en documentos apolillados y almacenados en bibliotecas.
Otro aspecto esencial en su obra es la recuperación del valor de la fuente oral,
algo sustancial si se tiene en cuenta que el ámbito académico ha valorado más la
fuente escrita por considerarla más objetiva, no obstante es prudente al evaluar la
pertinencia de su uso, señalando sus limitaciones y riesgos a la hora de servir como
1.
Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional. Candidato a Magíster
en Historia de la Universidad Nacional de Colombia.
89
Jorge Orjuela Cubides

espejo del pasado.Y finalmente, Darío Betancourt es un académico cuya preocupa-


ción por la enseñanza de la historia lo ubica dentro de aquel minúsculo grupo de in-
vestigadores preocupados por la renovación de los conocimientos impartidos en las
aulas, a veces muy distantes de los avances realizados en el campo de la investigación.
La obra de Darío de Betancourt, segada a muy temprana edad, tiene una va-
lía considerable en su visión analítica puesto que se descentra del protagonismo
guerrillero para explicar los procesos de violencia, introduciéndose, sin dejar de
lado lo anterior, en el fenómeno sicarial, paramilitar y mafioso, esencialmente en
el Valle del Cauca, su tierra natal de la que fue un gran amante. Así mismo, su
agudeza intelectual sobre la violencia en Colombia, aprehendida mediante ob-
servaciones de larga duración, le permite identificar continuidades desde finales
del siglo XIX hasta la época actual. En ese sentido, presentamos aquí algunas de
sus más importantes contribuciones a la comprensión de la violencia colombiana
y, por supuesto, a la enseñanza de la historia.

Matones y cuadrilleros
Hace más de dos décadas, Darío ya nos advertía que no se puede hablar de la
Violencia a secas, por el contrario se hace necesario su estudio bajo la óptica de
las regiones, el Estado, las clases sociales y las étnicas. La región seleccionada para
iniciar tal análisis fue su natal Valle del Cauca, sin aproximaciones regionales
sesgadas del contexto nacional y mundial, ni mucho menos chovinismos locales.
Para ello estudia la oleada de violencia bipartidista de los años treinta y cincuen-
ta, ambas desarrolladas en un cambio de hegemonía. La primera relacionada con
la presión ejercida por los liberales sobre la población conservadora, una vez he-
chos al poder, ligada a pleitos agrarios con el objetivo de hacerse con el control y
manejo electoral. Por tal motivo, en los años cincuenta las bandas de “pájaros”, si-
carios del partido conservador, actuaron en las mismas zonas de violencia liberal
de los años treinta, presionando a los pobladores para que cambiasen de filiación
política, ahora en beneficio conservador.
Producto de esta segunda etapa de violencia iniciada en 1946, cuando Ma-
riano Ospina Pérez ganó las elecciones presidenciales ante la división del Par-
tido Liberal, empiezan a consolidarse las guardias cívicas, pertenecientes a los
directorios conservadores, convertidas en matones para presionar y amedrentar a
poblaciones de mayorías liberales. En el caso del Valle del Cauca estas bandas sur-
gieron y se desarrollaron en la zona montañosa, en donde el colono fue conver-
tido en peón de fincas cafeteras o lecheras, con gran intervención de mediadores
que posibilitaron la manipulación electoral; en contraste al desarrollo capitalista
de la zona plana del Valle.
De tal manera, Darío pone en tela de juicio la visión según la cual en los cin-
cuenta se dio una violencia esencialmente conservadora. Para él, en cambio, la
90
Darío Betancourt Echeverry: Un vallecaucano e historiador de pura cepa

violencia de los cincuenta es la reanudación de aquella iniciada por los liberales,


llevada hasta límites nunca imaginados ni puestos en práctica por éstos, y enca-
bezada por los “pájaros” que conservatizaron el Valle del Cauca, y otras regiones,
a sangre y fuego. Estos matones encontraron un gran respaldo en la clase política
local, en los caciques y gamonales, similar al que recibieron los grupos parami-
litares de los años ochenta, pues con la manipulación de ambos grupos armados
se conseguía ascenso político ante los entes departamentales y nacionales. Así
como los “pájaros” fueron mutando por diferentes fases, primero como grupos
pueblerinos hasta llegar a ser sicarios profesionales sin filiación partidista, los
paramilitares también sufrieron transformaciones, a quienes a partir de sus fines,
estructura y funcionamiento, podemos clasificar bajo tres generaciones, todas,
sin embargo, pueden rastrear su origen en las bandas de “pájaros” de los años cin-
cuenta: la primera generación de paramilitares la situamos entre la promulgación
de la Ley 48 de 1968 (que dotaba de armas a los habitantes de zonas de conflicto)
y 1988 a las puertas de la fundación de las Autodefensas Campesina de Córdoba y
Urabá. Éstos se caracterizaban “por tener un fuerte vínculo con el ejército nacio-
nal y ser un movimiento principalmente reactivo, es decir, que buscaba controlar
territorios para frenar el avance de la guerrilla”2.
La segunda generación tiene lugar entre 1988, con la intromisión de los nar-
cos en el paramilitarismo, los cursos de Yair Klein patrocinados por Rodríguez
Gacha, la fundación de las Autodefensas Unidas de Colombia, y el 2005 con las
‘desmovilizaciones’ de las AUC, bajo el gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Estas
“actúan como un ejército independiente y su objetivo es expansivo, ya que aspira
a alcanzar todo el país” y, a diferencia de la primera generación, aquí existe una
alta simbiosis con grupos narcotraficantes.
La tercera generación de paramilitares podemos periodizarla desde el 2005,
con la aparente desmovilización de las AUC, hasta hoy —2017—, mal llamadas
por el gobierno y los medios de comunicación como Bandas Criminales (Bacrim).
Una prueba de los lazos de continuidad entre los paramilitares y estas bandas son
los datos recolectados por la Revista Semana, según la cual “unos 700 miembros
de la fuerza pública están siendo investigados por presunta complicidad con esos
grupos que, según la Policía, llenaron en 152 municipios los espacios dejados por
las AUC. El Ejército dice que casi 350 de sus miembros están bajo la lupa. La Poli-
cía ha destituido a cerca de 300 y el DAS, 30. La Armada tiene nueve capturados.
Y una docena de fiscales son investigados por esta razón”3.
Esta periodización puede resultar osada, si recordamos que Darío fue desapa-
recido el 30 de abril de 1999 y no pudo analizar entonces la fraudulenta desmo-
vilización de los grupos paramilitares ni el poder político alcanzado por éstos,

Laura Carpineta. “Paramilitares última generación”. Página 12 [Bogotá]. 15 de junio de 2006.


2.

Revista Semana, ¿Neoparamilitares? Recuperado de: http://www.semana.com/nacion/articulo/neo-


3.

paramilitares/240855-3.
91
Jorge Orjuela Cubides

aquellos mismos en quienes pudo encontrar continuidades con las bandas de “pá-
jaros” y tal vez ni imaginó que lograrían cooptar el poder ejecutivo y legislativo
del país. Sin embargo, creemos que no desestimaría nuestra propuesta porque es
un intento de aproximación, al menos cercano, a como él lo haría. Pensando el
pasado como el tiempo para comprender el presente y las posibilidades a futuro.

“Pájaros” y paramilitares: monstruos de estado


Al analizar el surgimiento y consolidación de las bandas de “pájaros”, Darío
pone de presente el sello de clase que tuvo tal origen. “En el pájaro converge, tanto
el sicario partidista de los señores, como el sicario del Establecimiento, dando ori-
gen así a un tipo de violencia paramilitar y cuasi-institucional con el respaldo de los
Directorios Conservadores Municipales, Departamentales, funcionarios públicos y
finqueros”. El mismo origen institucional obtenido cuando se legalizó la seguridad
particular con la Ley 48 de 1968 con el fin de apoyar la lucha contrainsurgente,
cuya vigencia se extendió hasta 1989 cuando fue suspendida en el papel, pues no se
hizo efectivo el desmantelamiento ni la demarcación clara con el Estado. Para que
finalmente César Gaviria, además de introducir las reformas neoliberales en el país,
colocara la última pieza en el engranaje paramilitar, iniciado con la conformación
de los sicarios conservadores: las Cooperativas de Vigilancia y Seguridad Privada.
Otro aspecto análogo entre los “pájaros” de los años cincuenta y los paramili-
tares contemporáneos, hace referencia al efecto en los lugares en que ambas orga-
nizaciones actuaron, allí influyeron más como freno de los avances de la protesta
colectiva, que como estímulo de las mismas, por esta razón aunque operaban bajo
la protección de instituciones del Estado, a diferencia del bandolero de la época
de la Violencia, no se encontraba arraigado en la población, la cual apenas lo
apoyaba y sostenía por la presión que ejercía sobre ella.
Para Darío, los “pájaros” nunca desaparecieron por completo. En los sesentas los
veremos actuando para eliminar a sindicalistas del sector cañero del valle y para
contribuir a los procesos de desarrollo capitalista de los sectores agroindustriales
de la Zona Plana. Y lo más importante, continúa, fue que en los pueblos y veredas
donde surgieron, se han mantenido hasta el presente como fuerza oculta para zan-
jar pleitos, incluso en algunas zonas se integraron al actual sicariato.
Estas observaciones no hacen más que sorprender ante la gran vigencia que
tienen. Parecen premoniciones de un presente lúgubre en el cual estas organiza-
ciones siguen atemorizando a las organizaciones sociales y sirviendo como ins-
trumento de control al servicio de las clases dirigentes —económicas y políticas
tanto regionales como nacionales— del país.
En síntesis, el pájaro se ubica como doble sicario, como matón político a suel-
do que ejerce una violencia selectiva y que desaparece a los “elementos peligrosos”
de la sociedad, entiéndase líderes sociales, campesinos, estudiantes, sindicalistas
92
Darío Betancourt Echeverry: Un vallecaucano e historiador de pura cepa

y profesores con sentido crítico. Ligado a las fuerzas represivas del Estado, cuya
continuidad hoy la constituyen los asesinos a sueldo y los grupos paramilita-
res. Muchos sicarios reclutados en Medellín, en Urabá y en el Magdalena Medio
guardan extraordinarios vínculos con antiguos “pájaros” de poblaciones del Va-
lle, Quindío y Caldas, lugares que presentan características particulares como la
lucha individual por la tierra (a diferencia de Cundinamarca y Tolima en donde
hubo mayor peso del movimiento de masas) y la manipulación electoral por los
partidos tradicionales que permitieron el surgimiento de estas bandas.

Historia de la mafia
La investigación social emprendida por Darío Betancourt no se restringe, des-
de luego, al ámbito puramente regional, de hecho devela sus nexos con el con-
texto nacional e internacional en especial cuando estudia la historia de la mafia
colombiana. Que pudo desenvolverse en gran medida gracias a la mundializa-
ción económica, con unas aduanas y fronteras más flexibles, así como a la crisis
económica y social de las élites regionales que favoreció el ascenso de grupos
criminales enriquecidos con el negocio de la cocaína. Lo anterior fue potenciado
por la debilidad del Estado y su poca presencia regional, dejando en manos de
particulares la solución y mediación de los conflictos, aunque Darío aclara que
tal debilidad es relativa, en el sentido que los dos centros más importantes de la
mafia colombiana, en Antioquia y el Valle, se desarrollaron en dos de las ciudades
más modernas del país.
Betancourt entiende la mafia como aquel crimen organizado que obtiene ga-
nancias y beneficios y pretende alcanzar la inmunidad jurídica mediante la apli-
cación sistemática del terror, la corrupción y el soborno. Como organización que
opera al margen de las instituciones del Estado, tiene a su servicio un sin número
de personas que trabajan en complejas estructuras paralelas al Estado mismo.
Floreciendo como un Estado dentro del Estado.
Con el término mafia además problematiza la utilización de la expresión nar-
cotráfico, utilizada por Reagan quien en 1982 declaró la “guerra contra las dro-
gas” como objetivo esencial para la seguridad nacional de Estados Unidos. Para
Darío la confusión que acarrea el vocablo “narcotráfico” puede sintetizarse de la
siguiente manera: 1) al ser un concepto ambiguo, aparece reuniendo negociacio-
nes comerciales de diversos tipos de drogas (legales e ilegales); 2) equipara coca
y cocaína, y a partir de allí establece una cadena infinita de equivalencias; 3) y
producto de los anteriores, asocia diversos y dispares sectores sociales como indí-
genas, campesinos, colonos, pequeños negociantes, medianos y grandes empresa-
rios, banqueros o industriales de insumos. Legitimando operaciones de represión
y control social contra las poblaciones de los países productores y dejando de
lado a los consumidores blancos de países como Estados Unidos, y a todos aque-
93
Jorge Orjuela Cubides

llos que intervienen de alguna manera en el proceso, es el caso de los fabricantes


de armas, las industrias químicas y la banca (lavando dinero).
Debido a esto, Darío Betancourt observa dos cualidades en la expresión mafia:
en primer lugar, involucra los aspectos sociales, políticos y económicos del fenó-
meno producción, transporte, comercialización y consumo de psicotrópicos. Y de
otra parte, hace oposición a la visión represiva contenida en el término narcotrá-
fico. Con la irrupción de los jefes de las organizaciones mafiosas, los mediadores
tradicionales que en otros tiempos habían cumplido un papel importante en la
construcción de un orden cívico y en el desarrollo de obras de infraestructura, y
que evolucionaron, poco a poco, hacia las filas de los partidos tradicionales con-
duciéndolos a un tipo de mediación clientelista, daban paso ahora a estos media-
dores de nuevo tipo que se han apoyado en sus relaciones de poder con agentes
externos, en el peso de las relaciones familiares y en la utilización de la violencia
para la resolución de conflictos y, sobre todo, por la vía de la seducción económica.
Para estudiar estas organizaciones criminales, Betancourt, establece la diferen-
cia entre las mafias clásicas italianas y la criminalidad colombiana. En el primer
caso, las organizaciones se caracterizan por ser parasitarias, ya que surgen como
mediadoras entre el capital y el trabajo, imponiendo sobrecostos a la producción
y comercialización de bienes y servicios. Opuesto a lo acontecido con las mafias
colombianas que son la expresión de una criminalidad enriquecedora debido a su
desarrollo alrededor de una mercancía altamente rentable, la cual genera riqueza
y circulante monetario penetrando, de esta forma, en toda la estructura social.
Según Darío Betancourt, uno de los grandes errores al tratar de explicar la
crisis colombiana ha sido el creer que la penetración del Estado por las organi-
zaciones de tipo mafioso fue un fenómeno reciente producido desde los espacios
urbanos de la gran política. Desconociendo el proceso de largo tiempo y espe-
cialmente todos los espacios locales y regionales por donde inició su lenta intro-
misión del Estado, la sociedad y la política.Pero sin lugar a duda, el mérito más
significativo de este digno historiador fue el de llamar las cosas por su nombre,
sin titubeos ni rodeos, por ello en sus libros aparecen claramente identificados
los personajes responsables del terror que padece país. Tal obstinación con la
verdad y la investigación crítica le costarían la vida, segada el 30 de abril de 1999,
probablemente por los mismos criminales que él con tanto ahínco investigó.

La enseñanza de la historia
Como maestro, Darío se ocupó además de la investigación también de la en-
señanza de la historia, de acuerdo con él los maestros recurren de forma casi
obligatoria a los libros de textos como herramienta en el proceso de enseñanza
y aprendizaje, sin fomentar una actitud crítica frente a los lugares, las fechas y
los nombres de personajes emblemáticos. Enseñándose una historia meramente
94
Darío Betancourt Echeverry: Un vallecaucano e historiador de pura cepa

descriptiva alrededor de acontecimientos muchas veces lejanos a los intereses y


expectativas del estudiante. Predominando así la sobrevaloración del papel de
los factores heroicos, partidistas y militares, relegando a los hombres del pueblo
quienes fueron los indagados por Darío, quien reconstruyó la historia de los ol-
vidados, de los siempre silenciados. Pues ya se preguntaba el obrero, del poema
de Bertolt Brech, ¿Quién construyó Tebas, la de las siete Puertas? En los libros
aparecen los nombres de los reyes. ¿Arrastraron los reyes los bloques de piedra?
Y Babilonia, destruida tantas veces, ¿quién la volvió siempre a construir? Allí fue
donde siempre estuvo inmiscuido nuestro digno historiador. Quien reivindicó
también, de alguna manera, la oralidad como forma de conocimiento social, al
ser una historia que enfatiza en el pueblo, en la cultura y en la vida cotidiana,
aunque con varias limitantes pues es un una historia que reconstruye atmósfe-
ras, no acontecimientos. Es decir, que quien pretenda a partir de la historia oral
establecer con exactitud sucesos fundamentales está muy equivocado. Dado que
ella evoca la memoria, el recuerdo, el cual es frágil y cambiante de acuerdo al
momento histórico desde el que se narra, el tiempo trascurrido, sus olvidos, sus
silencios o, simplemente, el estado de ánimo del testimoniante.
No obstante este tipo de enseñanza de la historia no es la que identifica Da-
río, al contrario es todavía, en la época de él y aún hoy, aquella “Historia Patria”
de grandes hombres y que intento paliar, en ciertos aspectos, la llamada Nueva
Historia. Las consecuencias derivadas de este tipo de enseñanza basada en acon-
tecimientos aparentemente desconectados han dado como resultado un conoci-
miento anecdótico de sucesos remotos, así como una aproximación memorística y
repetitiva del pasado. Provocando el desinterés completo por el aprendizaje de la
asignatura y sesgando la posibilidad de comprender y relacionar los hechos narra-
dos con la vida cotidiana, para advertir con ello las posibilidades que nos brinda
la historia como herramienta para analizar el pasado y transformar el presente.
En ese sentido, la propuesta de Darío es clara sobre el por qué y cómo enseñar
historia: invitar a nuestros estudiantes a ver el pasado no como una línea fija
trazada en los manuales sino como un camino lleno de obstáculos sobrepasados
por hombres y mujeres del común, que eligieron aquel recorrido en un abanico
de posibilidades y que bien pudieron conducirlos hacia destinos diversos. Inspi-
rando así la creación de un pensamiento crítico. Es una invitación a romper con
la supuesta neutralidad de los historiadores que, como lo escribiría Josep Fonta-
na, no es más que una coartada para justificar el hábito de acomodarse en cada
momento a lo que quiere el orden establecido. Es una invitación a ser autores
originales, rigurosos y rebeldes ante la burocracia, el crimen y la injusticia.

95
Parte II
Reseñas
La hora del recuerdo
Míreme muy bien por si no vuelvo
Ahora que es la hora del recuerdo
Ahora que no es fácil predecir el tiempo
De saber si se puede salir

O si se llega
Digan que llevaba la camisa
La misma de cuando estoy alegre
Y que llevaba puesta la sonrisa
La de recién estreno

Por favor no agoten las pesquisas...


Pregunten una y otra vez
A mi vecina
Si el jardín no olí antes de irme

Si no besé a mi hija al despedirme


Pregunten al señor el de la esquina
Si no esperaba verme
Como siempre en la mañana

Y quizá como rutina


En la última hora de la tarde
Por favor no agoten las pesquisas...
Muestren mi foto por doquiera

En la T.V., en carteles y en la prensa y si tal vez un día


Los agota mi espera y se cansan
No teman dudar de mí
De mi existencia.

Carlos Alberto Cardona Hincapié


Restrepo, junio de 1999.
Prólogo
Matones y cuadrilleros.
Origen y evolución de la violencia en el occi-
dente colombiano 1946-19651
Gonzalo Sánchez Gómez2

T odos sabemos que tanto la producción intelectual como la vida social y


política de Colombia en el decenio de los ochentas estuvieron domina-
da por el tema de la violencia. De la presente y de la pasada. El libro de
Betancourt Echeverry y García Bustos tiene en este contexto un doble interés ya
que no es solo la continuación de las tendencias investigativas precedentes, sino,
además, anuncio de un desplazamiento que responde a cambios identificables en
el proceso real y en la sensibilidad de las capas intelectuales del país.
Se puede observar, en efecto, cómo de la centralidad de la problemática gue-
rrillera a comienzos de los años ochenta se ha pasado hoy al eje sicarios-nar-
cos-paramilitares; del énfasis en los procesos de cualificación se está pasando al
contrapeso de las fuerzas de degradación del conflicto armado; de la curiosidad
por las peripecias del combate se pasará al impacto de la masacre sobre el sub-
continente colectivo. En suma, lo que está comenzando a hacerse patente son
los límites de una idealizada visión de las armas, fenómeno que se manifiesta en
los cuestionamientos de diverso orden a la eficacia o la validez de éstas en las
actuales circunstancias y muy especialmente en el reconocimiento de las fuerzas
contrapuestas como hecho social y como objeto de análisis. Y este cambio de
panorama no deja de tener su impacto sobre las representaciones que el futuro
inmediato vuelva a hacerse sobre la violencia de los años cincuenta y en general
sobre todo el pasado nacional reciente.

1.
El presente texto prologó el libro del profesor Darío Betancourt y Martha García. Matones y cua-
drilleros. Origen y evolución de la violencia en el occidente colombiano 1946-1965. (Bogotá: Tercer Mundo
Editores,1991), 11-17.
2. Director del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH). Doctor en sociología política de
la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS) de París. Amigo y director de tesis
de maestría de Darío Betancourt Echeverry.
103
Gonzalo Sánchez Gómez

El cambio de perspectiva va incluso más lejos. Los matones y cuadrilleros del


occidente en los años cincuenta, estudiados por Betancourt Echeverry y García
Bustos, remitan a una reconsideración del pasado visto ahora ya no como fuente
de inspiración para el provenir sino como barrera infranqueable que está ahí, y
que hay que asumir como tal. No se trata, por su puesto de negar la posibilidad de
otras miradas sino de subrayar la fuerza con que los autores nos revelan dimen-
siones del conflicto sistemáticamente omitidas hasta hoy.
Así, por ejemplo, en la primera parte llaman nuestra atención sobre el hecho de
que a diferencia de otras regiones ya muy conocidas, como Sumapaz, Tequendama
y sur del Tolima, la colonización y la lucha por la tierra del occidente, que sirve
de dato previo al advenimiento de los antihéroes de este libro, no son colectivas,
no organizadas, ni autónomas, sino profundamente individualistas, marcadas por
la dependencia bipartidista y convertidas en recurso coyuntural de movilización
electoral. Tierra estéril para las ideologías contestatarias, el entorno rural del occi-
dente en los años veinte y treinta será, en cambio, campo fértil para los “pájaros”,
caciques y gamonales. Más aun frente a una historiografía que nos ha acostum-
brado a visualizar el conflicto agrario sólo en los espacios abiertos y exteriores al
bipartidismo, resulta incitante la invitación a descubrir la superposición entre la
geografía de la violencia partidista de los años treinta y de las luchas agrarias del
mismo periodo. Por contraste también con la experiencia de ligas campesinas o
sindicatos agrarios de otras regiones en los primeros decenios del siglo, tenemos
aquí un pasado inmediato de “guarias cívicas” al servicio de empresas fanáticas de
homogenización política, encubiertas en declarados propósitos de mantenimiento
del orden público. Ahora bien, con la misma validez con que se ha invocado en el
pasado una línea de continuidad entre las “guardias rojas” del Tequendama en los
años treinta y las autodefensas campesinas y guerrilleras comunistas de los cin-
cuentas y sesentas. Los autores señalan otra que iría de las “guardias cívicas” de las
regiones estudiadas c los protagonistas de este libro, los “pájaros”.
Expresión particular de diversas y reiteradas experiencias de privatización
de ciertas funciones del Estado, los “pájaros” son verdaderos profesionales de la
muerte para quienes la vida es un bien económicamente tasable, al igual que
cualquier objeto disponible en el mercado.
Los “pájaros” —brazo armado del partido de gobierno de la época de la vio-
lencia tema central de la segunda parte de este libro— derivan su capacidad de
acción no sólo del calculado efecto del terror y de apoyo o tolerancia institucio-
nales, que desempeñen ciertamente un papel decisivo, sino también (lo que los
acerca a los bandoleros del periodo) de la complicidad colectiva de sus coparti-
darios, complicidad que no reclamaba justificaciones para expresarse. Dicho en
palabras del Vampiro: “era una misión todos colaboraban sin saber muy bien por
qué”. Y puesto que no se trataba de organizaciones estables sino de asociaciones
operativas para la realización de “trabajitos”, no representaban una carga adicio-
104
Matones y cuadrilleros. Origen y evolución de la violencia en el occidente colombiano 1946-19651

nal para sus vecindarios. De hecho su relación orgánica en más con el partido que
con la comunidad local. Frecuentemente son incluso forasteros en su teatro de
operaciones. Reclutados casi en cualquiera de los oficios de la vida pueblerina y
la administración local, gozaban de una extrema movilidad que les permite cir-
cular no sólo entre los municipios de un departamento, sino muchas veces de un
departamento a otro, lo que por sí mismo sugiere, además, la presencia de una
mínima coordinación desde otras instancias superiores, más estables y de mayor
cobertura geográfica, como los directorios políticos especialmente.
Como lo demuestran los autores de manera contundente, estos matones cons-
tituyen la punta de la lanza de los procesos de conservatización y de reordena-
miento del poder y la propiedad que se inician a partir de 1946 y que se agudiza
con posterioridad al 9 de abril de 1948. Proceso de conservatización ante todo.
Este no se limita a la simple sustitución de unos determinados criterios de go-
bierno por otros. Como lo relatan los autores con lujo de detalle y apoyados en
una gran variedad de fuentes escritas y testimonios orales, dicho proceso está
acompañado de utilización de innumerables recursos y estrategias de violencia
que conviene recordar: fraude sistemático; sospechoso “arrepentimiento político”
de centenares y centenares de ciudadanos a los cuales se obligaba a punta de pis-
tola a hacer renegación pública de su partido; truculentas procesiones y romerías
de la Virgen de Fátima, conocidas en regiones como Antioquia, que camuflan el
transporte de armas y explosivos para el cotidiano mercado de la muerte; delega-
ción del control del “orden público” desde la propia gobernación del departamen-
to del Valle, a policías privados que operaban siguiendo instrucciones directas de
los directores políticos o de los propietarios que contribuían a su financiación;
programada exclusión de los adversarios de las pequeñas burocracias locales, que
dejaban en dificultades de subsistencia y en estado de rebelión latente a jueces,
maestros, policías liberales y a toda la gama de empleados de los servicios pú-
blicos y finalmente, cuando todo esto se relevaba insuficiente para imponer los
designios de homogenización partidista, se apelaba al mecanismo de más bárbara
eficacia, a la simple eliminación física del otro.
El “trabajito” era efectuado por el “pájaro”; que frecuentemente exhibía como
comprobante para el cobro de la tarea cumplida alguna de las extremidades de
la víctima. Se trataba, en suma, de una verdadera administración del terror en la
cual parecía quedar al juego del azar.
Uno no puede dejar de sorprenderse al redescubrir hoy con los autores cómo
no podía haber de parte de estos matones sensación alguna de trasgresión de una
ley o precepto moral cualquiera. Si su creación y razón política habían sido pú-
blicamente anunciadas desde la gobernación del departamento, si tenía la bendi-
ción del clero y si hacían parte integral del partido de gobierno, no se les podía
considerar como sujetos al-margen-de, como fuera-de-la-ley. No. Ellos eran la ley
y por esto no se les capturaba, no se les juzgaba, no se les condenaba. Los traba-
105
Gonzalo Sánchez Gómez

jadores del orden eran los otros, los que debían morir. Con todo, sería erróneo
dejar una imagen de aceptación resignada o de impotencia insuperable frente al
cuadro descrito. Los autores son plenamente conscientes de ello y por eso dedi-
can la tercera parte a los intentos de resistencia. En efecto, en las páginas finales
del libro analizan, clasifican y caracterizan las cuadrillas y bandas de la región,
así como sus diferentes grados de arraigo en la población o de compromiso con
el poder local y regional. Pero la que nos descubren es una resistencia hecha a
pedazos, que surge tardíamente y que hereda sus estructuras no de la guerrillera,
inexistente en la zona, sino del gangsteril de la banda de los “pájaros” que comba-
te. De ahí también la predominancia en las cuadrillas de esta zona, de la relación
económica sobre la relación política que las lleva a temprana descomposición, a
un rápido aislamiento y a una eliminación desde todo punto de vista menos cos-
tosa que la de los bandoleros propiamente políticos de otras regiones.
Finalmente, es posible que se acuse a los autores de llevar demasiado lejos los
paralelismos con fenómenos actuales de violencia contratada, como el sicario.
Pero si miramos de cerca las cosas, tampoco carecen los autores de razones para
sugerir interrogantes en esa dirección.
Es esto, incluso, lo que le agrega palpitante actualidad al texto. Piénsese en
relaciones como las siguientes: el dinero como elemento mediador de las relacio-
nes entre autores intelectuales y ejecutores; la estructura cuasi-empresarial que
hace que los matones de los años cincuenta realicen “trabajitos” para su patrón
así como los de hoy los realizan para la “empresa”, que es el nombre con el cual los
adolescentes de ciertos barrios de Medellín se refieren a las anónimas entidades
financieras del crimen; el ensañamiento contra la administración de la justicia
y su paralización como requisito para la libre reproducción del delio; la religio-
sidad arcaica que cobija desde el más renombrado de los “pájaros”, “El Cóndor”
hasta el último sicario de Medellín que encomienda el éxito de sus acciones mor-
tíferas a la virgen; finalmente, la importancia operativa de la motorización, la
volqueta, el campero ayer, la motocicleta de alto cilindraje hoy, que dan cuenta
del encuadramiento urbano de estas organizaciones, a pesar de su cercano pasado
campesino en ambos casos.
Nótese igualmente cómo se trata de expresiones de violencia asociada no al
atraso sino probablemente a las modalidades mismas de expansión de la econo-
mía en las respectivas regiones: el Valle, epicentro de este estudio, es el departa-
mento de más avanzado desarrollo agrícola en los años cincuenta y Antioquia, en
especial Medellín, es a su vez el polo pionero de la industria colombiana. Difícil
resistirse a las comparaciones.
Vuelvo al punto de partida. Este libro nos descubre un nuevo rostro de la
violencia. Durante el decenio pasado, en efecto, por razones seguramente expli-
cables, se procedió abrumadoramente en el análisis histórico-social del siglo XX
colombiano como si las preguntas por los objetivos, formas organizativas, fuentes
106
Matones y cuadrilleros. Origen y evolución de la violencia en el occidente colombiano 1946-19651

ideológicas, concernieran exclusivamente a los actores que han discurrido por


el carril izquierdo de la historia nacional. Fue necesario rescatarlos del olvido y
ello respondía de algún modo al espíritu de nuestro tiempo. Pero, sin necesidad
de renunciar a ninguna causa, ha llegado también el momento de multiplicar
los actores interrogados y de penetrar al territorio de los que en términos muy
generales podríamos denominar “los contras” del proceso social. Por lo demás, en
función de cualquier proyecto renovador de la sociedad tal vez resulte más eficaz
tener en cuenta al contra que pretender ignorarlo. En conclusión, los autores no
sólo han colmado una importante laguna en los estudios sobre la violencia, sino
que nos invitan con su ejemplo a ensanchar nuestra mirada sobre todas aquellas
que están justamente más distantes de nuestras afinidades.

107
Prólogo
Contrabandistas, marimberos y mafiosos.
Historia social de la mafia colombiana
(1965-1992)1.
Rodrigo Uprimny Yepes2

D urante mucho tiempo los colombianos nos hemos interrogado so-


bre las razones por las cuales el impacto del narcotráfico ha sido tan
intenso y tan violento en nuestro país. En efecto. En otros países,
de condiciones similares, no han florecido mafias de tanto poder arraigo social
como las colombianas. Igualmente en las naciones vecinas, en donde el narcotrá-
fico representa tal vez una mayor porción de la actividad macroeconómica. Tal
fenómeno no ha tenido un efecto tan considerable en términos de violencia y co-
rrupción institucional. Así, según algunos estimativos, en Bolivia la economía de
la coca y los narco-dólares que entran a ese país podrían representar más del 20%
del PIB y emplear casi un 20% de la población económicamente activa, mientras
que en Colombia —incluso según los estimativos más altos— esos ingresos no
han llegado al 10% del PIB y la PEA. Y, sin embargo, el narcotráfico en Bolivia no
es traducido en fenómenos graves de violencia, como sí ha ocurrido en Colombia.
Los colombianos también hemos debatido constantemente, tanto en reunio-
nes académicas como en charlas de café, sobre los elementos que podrían explicar
algunos comportamientos diferenciados de los núcleos mafiosos colombianos y
las respuestas diversas dadas por el Estado a los mismos. ¿Por qué, por ejemplo,
la mayor proclividad de algunos empresarios ilegales antioqueños a los atentados
dinamiteros y a los magnicidios, frente a la discreción relativa de otros núcleos
mafiosos en este aspecto? ¿Por qué la intensidad de la represión estatal contra los
miembros del llamado Cartel de Medellín, en comparación con la reacción más
débil frente a otros núcleos mafiosos?
1.
El presente texto prologó el libro del profesor Darío Betancourt Echeverry, Contrabandistas, ma-
rimberos y mafiosos. Historia social de la mafia colombiana (1965-1992), (Bogotá: Tercer Mundo Editores,
1994), 6-13.
2.
Profesor de la Universidad Nacional de Colombia. Abogado. Doctor en Economía de la Universi-
dad Amiens Francia. Amigo de Darío Betancourt Echeverry.
109
Rodrigo Uprimny Yepes

Creo que el trabajo de Darío Betancourt Echeverry y Martha Luz García con-
tribuye a dar respuesta a interrogantes como los anteriores, así como a otros que
le están asociados. Y para hacerlo emplean una metodología fructífera. Los auto-
res reconstruyen, en general con fuentes documentales, pero también con fuentes
primarias una historia social de las mafias colombianas. En efecto, el núcleo de
este libro, que recoge trabajos procedentes de estos autores, es la presentación de
la historia de los diversos núcleos mafiosos colombianos, sus articulaciones con
tradiciones viejas de contrabando y de ilegalidad, sus comportamientos comunes
y sus estrategias diferenciadas según los contextos sociales, económicos y cultu-
rales en que se desenvuelven.
Ello abarca el estudio de las estrategias de legitimación de esa burguesía
gangsteril que se ha venido construyendo en nuestro país desde los años seten-
ta, sus complejas relaciones con el Estado, las formas de violencia que ejercen y
cómo éstas se retroalimentan con otras violencias más viejas y más nuevas. Para
efectuar esta historia social de las mafias colombianas, los autores recurren a una
metodología de interpretación sociológica e histórica que mucha falta hace a
nuestro país: los estudios comparados.
En efecto, considero que una de las más grandes debilidades de las ciencias so-
ciales en Colombia es que hemos terminado por sobrestimar las particularidades
del país, lo cual se ha traducido en la existencia de pocas interpretaciones de la
dinámica de nuestra nación a través de análisis comparados. Como decía ya hace
varios años el historiador Gonzalo Sánchez, “el desarrollo, singular, colombiano
nos ha hecho realmente fuertes para la historia y débiles, tal vez demasiado débi-
les, para la sociología y el análisis comparado”3.
Por eso creo que uno de los elementos más interesantes de este trabajo es la
tentativa de definir en forma más o menos abstracta algo parecido a tres “tipos
ideales” de mafias, utilizando para ello investigaciones efectuadas en otros países,
en especial en Estados Unidos e Italia. Los autores distinguen entonces entre la ma-
fia arcaica clásica tipo siciliano, la mafia urbana tipo italoamericana y la mafia dis-
creta tipo europeo mediterránea, lo cual les permite posteriormente caracterizar el
comportamiento y la estructura de las mafias que se han desarrollado en Colombia.
Esto, como es obvio, supone una ampliación del sentido del concepto de ma-
fia, que ya había sido efectuada por otros autores. Tal categoría ya nos es reserva-
da a la organización clásica siciliana de hombres de honor, muy ligada al control,
terrateniente de la vida local, y en la cual la circulación social del honor desem-
peña un papel determinante.
Las propias transformaciones de la mafia siciliana —que al ligarse al tráfico de
drogas ha adquirido una mentalidad de tipo empresarial—4, así como la presencia
3.
Gonzalo Sánchez. “Comentario al libro de Daniel Pécaut. Orden y violencia”. Análisis Político, No.
2 (1987), 125.
4.
Para una presentación de este cambio de la mafia siciliana, que pasa de desempeñar un papale de
mediación política a desarrollar funciones de acumulación económica, Ver: Pino Arlacchi, La mafia
110
Contrabandistas, marimberos y mafiosos. Historia social de la mafia colombiana (1965-1992)

de otras organizaciones criminales similares, tanto en Italia—como la Camorra na-


politana o la N’drangheta calabresa— como en otros países, han conferido un senti-
do un sentido más general al concepto de mafia efectuada por Betancourt y García
con el fin de comprender la dinámica de ese tipo de organizaciones en nuestro país.
En ese orden de ideas, creo que el mejor aporte del texto que tiene el lector en
sus manos es que éste logra —a través de la presentación del desenvolvimiento his-
tórico de las mafias colombianas— mostrar las relaciones que pueden existir entre
tres variables que parecen centrales para la comprensión de estos fenómenos: por
una parte, los contextos sociopolíticos y culturales; por otra, los tipos de mercados
ilícitos y a veces lícitos que son copados por las organizaciones mafiosas; finalmen-
te, las formas de estructuración y los comportamientos específicos de estas últimas.
Este análisis de la relación entre estas variables comprende, a mi juicio, al menos
cuatro aspectos igualmente interesantes desarrollados en el libro.
Por una parte, el más obvio, pero no por ello menos importante reside en mos-
trar cómo la presencia de los mercados ilícitos dinámicos —como el de las drogas
hoy prohibidas— dinamiza el surgimiento de organizaciones de tipo mafioso.
En efecto, la ilegalidad de las drogas opera como una barrera que impide una
movilidad libre de capital y permite la creación de rentas extraordinarias, las
cuales pueden ser asimiladas a una especie de impuesto de facto recolectada no
por las instituciones sino por los empresarios de la droga. La prohibición genera
así un conjunto de ilegalidades a partir de los cuales se consolida una criminali-
dad organizada de tipo mafioso. Como dice Michel Foucault:

La existencia de una prohibición legal crea en torno suyo un campo de prácticas


ilegales sobre el cual se llega a ejercer un control y a obtener un provecho ilícito por
el enlace de elementos, ilegalistas ellos también, pero que su organización en delin-
cuencia ha vuelto manejable. La delincuencia es un instrumento para administrar y
explorar los ilegalismos5

Por otra parte, los autores muestran la manera como ciertos contextos socia-
les estimulan la formación de mafias: allí puede uno incluir, por ejemplo, toda la
reflexión que efectúa el libro en torno a la tradición colombiana de ilegalidad y
contrabando, que a veces se remonta a épocas coloniales, y que permitió formar una
nueva cultura de la ilegalidad muy favorable a la eclosión de los fenómenos mafiosos.

imprenditrice, l’etica mafiosa e lo spirito del capitalismo. (Bologna: II Muliano, 1983). Véase igualmente
Franco Ferrarotti, “Riflessioni preliminari sulla mafia come fenomeno sociale”, en Augusto Ballo-
ni, Pietro Bellasi (ed.) La nova criminalitá. (Bologna: QUEB, 1984). Este autor distingue al menos
tres etapas diferenciadas de la evolución de la mafia siciliana: la mafia tradicional, muy ligada al
latifundio y que servía de mediadora entre el poder central y las poblaciones locales; la mafia de la
especulación inmobiliaria; y, finalmente, la mafia de los ochenta, la cual no se limitaba a adminis-
trar los “vicios tradicionales” (juego, prostitución) sino que ésta ligada a mercados muy dinámicos,
en especial a las drogas y las armas.
5.
Michel Foucault. Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión. (Bogotá: Siglo XXI, 1984), 285.
111
Rodrigo Uprimny Yepes

O, igualmente, podríamos referirnos a las anotaciones pertinentes que desa-


rrollan los autores sobre la relación entre las crisis económicas de las elites locales
y la formación de núcleos mafiosos. El tercer término, el libro también analiza la
manera como esos contextos socioculturales influyeron en los tipos de organización
mafiosa y en sus formas de estructuración y comportamiento. Eso explicaría, por
ejemplo, las diferencias de estrategias de mercado y de legitimación social de los
núcleos valluno y antioqueño.
En efecto, la crisis de la industria paisa de los años setenta se tradujo en una
pérdida de hegemonía de las élites locales, lo cual provocó no solo una erosión de
los mecanismos tradicionales de control social sino una reapropiación particular
de elementos de la “cultura paisa” por los jóvenes sin empleo. Las elites antioqueñas
tradicionales abandonaron entonces, en la década del ochenta, la ciudad a su suer-
te, posibilitando así que núcleos mafiosos se legitimaran popularmente mediante la
realización de programas de ayuda social como “Medellín sin tugurios”, organizado
por Pablo Escobar. El impacto social local del narcotráfico fue entonces mayor,
pues la consolidación del tráfico de cocaína coincide con esa grave crisis social y
económica de la industria antioqueña tradicional.
En cambio, en Cali, la penetración del narcotráfico se efectúa en un contexto
local diverso. La crisis económica no es tan intensa y las elites locales logran con-
servar su prestigio; esta burguesía local, lejos de abandonar la ciudad a su suerte,
ha intentado ejercer una especie de “hegemonía filantrópica” —según la acertada
expresión de Álvaro Camacho y Álvaro Guzmán—6, que le permitieron conservar
un cierto sentido socialmente compartido del orden social, mediante la prolife-
ración de fundaciones sociales financiadas por la empresa local y la asunción por
los empresarios de un cierto sentido de la responsabilidad social de la empresa7.
Estas diversidades entre Cali y Medellín han tenido efectos disímiles en dos
aspectos centrales de la estrategia de legitimación de las organizaciones mafio-
sas. Por una parte, en Medellín, la mafia antioqueña se ha sentido con derecho
a disputar la hegemonía local a unas elites tradicionales que han abandonado su
liderazgo; entonces tenderá más a enfrentarse directamente con el poder estatal.
En cambio, en Cali, la mayor solidez y organicidad de la estructura social local
parece haber provocado una estrategia de incorporación discreta por parte de los
empresarios de la droga. Estos tipos de análisis muestran, pues, la importancia de
efectuar una historia de los entronques sociales de la organización mafiosa como
las realizadas por los autores.
6.
Álvaro Guizado y Álvaro Guzmán. Colombia, ciudad y violencia. (Bogotá: Ediciones Foro Nacional,
1990), 80 y ss.
7.
Sin embargo, ese filantropismo no debe ser idealizado. Como lo muestra bien Camacho y Guz-
mán, no se trata de una concepción democrática del orden social sino paternalista y autoritario,
puesto que atenúa ciertas desigualdades sociales, pero para legitimar la preservación de su perma-
nencia. Esa mentalidad cívica y filantrópica también ha servido entonces de soporte ideológico
a numerosas campañas de limpieza social, sin que esto signifique —en manera alguna— que los
actores del filantropismo y la limpieza social sean los mismos.
112
Contrabandistas, marimberos y mafiosos. Historia social de la mafia colombiana (1965-1992)

Un último aspecto de estas relaciones que se tejen entre los entornos socioe-
conómicos, los tipos de mercado y las formas de estructuración de las organiza-
ciones mafiosas lo constituye el del impacto sociopolítico local y nacional de la
presencia de organización mafiosa. Es tal vez el aspecto más conocido del tema,
pues a diario la prensa, nacional y extranjera, insiste en ese tremendo efecto de
las mafias colombianas sobre la económica, la violencia y la corrupción.
Esta influencia de las mafias sobre la violencia colombiana es innegable. Sin
embargo, la lectura del libro muestra que debemos evitar que el narcotráfico se
convierta en el chivo expiatorio que disculpe otras fuentes de violencia, las au-
toridades estatales y la violación de derechos humanos por las autoridades, pues
dos cosas aparecen claras: por una parte, no es posible atribuir al narcotráfico la
responsabilidad de toda la violencia colombiana o la crisis de derechos humanos.
Y, por otra, el impacto violento del narcotráfico en Colombia es inseparable de
la naturaleza misma por del régimen político colombiano.
En efecto, los empresarios de la droga no hicieron sino acentuar en bene-
ficio propio alguno de los rasgos antidemocráticos del régimen colombiano: el
clientelismo y las estructuras patrimoniales del poder político les permitieron
poner considerables parcelas del Estado al servicios de sus intereses privados; las
políticas de contrainsurgencia y la creación oficial de grupos de autodefensa se
articularon armoniosamente con sus proyectos de expansión territorial mediante
la creación de ejércitos privados.
Por eso, parafraseando al novelista Rafael Moreno-Durán, quien en una oca-
sión dijo que en Colombia la política ha sido tan corrupta que ha corrompido
incluso al propio narcotráfico8, podría uno agregar que esa política ha sido tam-
bién tan violenta y tan autoritaria, que ha hecho del narcotráfico colombiano un
fenómeno particularmente violento y autoritario.
Tolo lo anterior me parece que confiere a este libro de Darío Betancourt Eche-
verry y Martha Luz García un triple valor: Por una parte, creo que el libro es inte-
resante y útil para cualquier persona que intente comprender la historia reciente
de nuestro país por la información analítica y las interpretaciones que trae sobre
la evolución social de los núcleos mafiosos colombianos.Por otra, el libro abre las
puestas para hacer reflexiones más teóricas y comparativas tendientes a mostrar
el tipo de relaciones teóricas y comparativas tendientes a mostrar el tipo de rela-
ciones teóricas que pueden ser previsibles entre los contextos socioeconómicos,
los mercados ilícitos y las formas de organización criminal y de acción violenta.
Los autores no avanzan mucho en esta teorización y no tenían por qué hacerlo,
por cuanto su finalidad era efectuar una historia social de las familias colom-
bianas. Pero el libro constituye un material muy rico para autores nacionales y
extranjeros que estén interesados en estos temas.

8.
Rafael Humberto Moreno-Durán. en El Tiempo, Lecturas Dominicales, 13 de enero de 1991.
113
Rodrigo Uprimny Yepes

Finalmente, pero no por ello menos importante, el libro insiste en todo mo-
mento sobre cómo los contextos estructurales afectan los comportamientos de las
organizaciones mafiosas. Esto muestra entonces que, además de las acciones pena-
les y políticas destinadas a enfrentar directamente a las organizaciones mafiosas, es
esencial modificar aquellos entornos sociopolíticos que favorecen su desarrollo y
dinamizan violencias que les están asociadas.

114
Prólogo
Mito y realidad en la historia de las violen-
cias colombianas1
Efrén Mesa Montaña2

El olvido es un elemento clave del sistema,


como de la historia colombiana,
donde es factor de poder.
Jacques Gilard

L a lectura de Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos. Valle del Cauca, 1890-


1997, del profesor Darío Betancourt, invita a realizar una breve reseña sobre
el origen de las violencias y el conflicto colombiano. En efecto. La realidad
social colombiana desborda hoy como nunca los límites de la comprensión y el
entendimiento, y aun cuando el caos hace parte de la vida cotidiana, la indiferencia
aflora como respuesta, como una modorra que no parece ser sino producto de la
costumbre en la que el país se ha habituado o lo han habituado a vivir en eterno
estado de incertidumbre, pero incertidumbre que no duele ni preocupa porque es
precisamente el alimento diario que no sólo ofrecen los medios de comunicación,
sino la realidad inmediata de las ciudades y los campos que habitamos.En tal estado
de cosas, cuando nos referimos a la violencia, nuestra mirada no va más allá de los
años cincuenta o, si acaso, hasta la Guerra de los Mil Días, como conflictos aislados y
sólo en el aspecto de luchas partidistas, ignorando así no sólo las violencias que entre
estos dos periodos y posteriormente se dieron, sino durante todo el siglo XIX, y aún
antes, durante la conquista y la colonia, en una continuidad cuyo hilo conductor sin
ninguna casualidad parece ser el mismo: la detención del poder económico, particu-
larmente sobre la tierra, por unos pocos privilegiados.Cabría bien, entonces, hacer
una breve reflexión sobre lo que ha sido el proyecto educativo en Colombia, particu-
1.
El presente texto prologó el libro del profesor Darío Betancourt. Mediadores, rebuscadores, traque-
tos y narcos. Valle del Cauca, 1890-1997, (Bogotá: Ediciones Antropos, 1998), 9-22.
2.
Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional, candidato a magíster en
Historia, Universidad Nacional de Colombia. Fue asistente de investigación del profesor Darío
Betancourt
115
Efrén Mesa Montaña

larmente aquél que tiene que ver con la enseñanza de la historia en los últimos años.
No cabe duda que, aun cuando sobre el caso han aparecido diversos estudios críticos,
en la enseñanza de la historia ha predominado el relato descriptivo y la narración,
caracterizados por una ideología romántica, tradicionalista y machista, al hacer de
sus “héroes” personajes elegidos para llevar a cabo determinada gesta. Así, la sobre-
valoración de aspectos heroicos, religiosos (cuando tiene que ver la lucha del catoli-
cismo contra las herejías), partidistas y militares, se ha convertido en los elementos
constitutivos de la explicación histórica, cuyos fines se reducen a la reivindicación
de sus protagonistas como seres superiores.
No cabe duda, sin embargo, que los avances de la disciplina histórica y las inno-
vaciones en su enseñanza han modificado y transformado las interpretaciones sobre
la evolución de los pueblos, pero la ruptura con el tradicionalismo, el etnocentrismo
y el racismo no ha sido superada en nuestro país, y los viejos prejuicios son latentes
todavía. De ahí que en la enseñanza de la historia no sólo se le haya restado (e incluso
desconocido) el valor de “los hombres de pueblo”, como actores activos de la historia,
sino lo que es más grave, se hayan ignorado los problemas económicos, sociales y cul-
turales de allí surgidos, dando así por sentado que la historia que se enseña no deja de
ser un ejercicio de “erudición” sin comprensión crítica, donde la memorización de fe-
chas, datos y nombres de personajes, constituye el único mecanismo de “aprehensión”
histórica; con ello, el bagaje histórico de los estudiantes, se traduce en la recitación
de meros acontecimientos, mientras, indudablemente, la clasificación de “asignatu-
ras”, según el “interés y utilidad”, ocupa para éstos el último rango en importancia3.
Del mismo modo, la interdisciplinariedad, tan trajinada hoy día, no es más que una
nueva forma de llamar la atención “para despistar el enemigo”, pues en la práctica la
repetición de datos y de fechas sigue manteniendo la estructura del curso de historia.
Así pues, un buen estudiante de historia es aquel que posee buena memoria,
para repetir juiciosamente fragmentos de información que, sin fundamentación
crítica, lo desconectan aún más de su pasado, su propia realidad y, por ende, de
su devenir inmediato. La introducción de nuevos conceptos en historia, con los
mismos métodos de repetición, la convierten todavía más en una “materia” árida y
aburrida, cuyo menoscabo se acentúa con difíciles interpretaciones sobre su valor
y utilidad en la base de que “el objeto de la historia es un objeto teórico”4; de tal
3.
Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles. (Bogotá: Cooperativa Editorial Magisterio,
1993), 35.
4.
Hermes Tovar. “La historia regional como problema y como programa de la historia nacional”. En
Revista Caribabare Nº 2, (1992), 20. Según esto, siguiendo a Althusser, el autor reduce la realidad a la
teoría; en otras palabras, la teoría, inventa la historia. Ver la critica que al respecto se hace: Edward
P-Thompson. Miseria de la teoría.(Barcelona: Editorial, 1981), 212 y ss. El objeto de estudio debería
pensarse a partir de problemas y no de hechos o acontecimientos; la teoría, pues, debe servir a
plantear el problema, a responderlo con base en las preguntas que se les formule a los datos: Renán
Vega. Historia: conocimiento y enseñanza. La cultura popular y la historia oral en el medio escolar. (Bogotá:
Ediciones Antropos, 1998). Conceptos, ideas e interpretaciones, a veces poco rigurosas, que han
ocupado buena parte de la historiografía colombiana, requieren ser examinados a la luz de los nue-
vos enfoques investigativos en el proyecto de avanzar en el conocimiento de nuestra propia realidad
116
Mito y realidad en la historia de las violencias colombianas

manera, la enseñanza de la historia no deja de ser para el estudiante una asignatura


más de obligada aceptación, la cual, a la larga, como todo lo difícil de digerir,
dejara sólo la sensación de un mal momento que con el paso del tiempo terminará
por diluirse: se enseña historia, entonces, para olvidar. No es raro, pues que la vio-
lencia que ha venido azotando y recrudeciendo cada día la realidad nacional, ape-
nas merezca los booms noticiosos5 y eventualmente espontáneas manifestaciones
de rechazo contra “los violentos”, para pasar pronto a engrosar las indescifrables
estadísticas, reduciendo así, matanzas, desapariciones, torturas, desplazamientos
y amenazas, a simples números, cuyo desentrañamiento se hace rotundamente
intrincado cuando se desconocen sus orígenes. Ese velo tendido sobre los reales
problemas que promueven la violencia, la insertan en la realidad como un caso de
“normalidad” o, a lo sumo, como resultado de los conflictos bipartidistas6.
Pero el caso no se queda ahí. Las políticas de paz de los gobiernos de turno
enredan aún más el panorama cuando las propuestas van encaminadas a “buscar
fórmulas que faciliten el encuentro de las partes (en conflicto) para que ellas co-
miencen las negociaciones procurando así el exitoso desarrollo del proceso de re-
conciliación entre los colombianos”7; es decir, como si la violencia no fuera más que
el enfrentamiento de bandos opuestos, “buenos” y “malos”, que deben, ante todo,
establecer lazos de concordia.
Por otra parte, así como para los medios de comunicación los reportes sobre
la violencia se han convertido en excelentes fuentes para atraer sintonía, para
algunos investigadores, los “focos” violentos, sobre todo, urbanos, constituyen
“auténticos laboratorios para un estudio en vivo de las múltiples violencias”8,
histórica: Efrén Montaña y Jorge Meléndez. “El ‘problema’ indígena y la realidad social colombiana
en los marcos de la historia regional”, prólogo a María Luisa Gómez Ramos, Los indígenas de la sa-
bana de Bogotá, de ayer a hoy. (Bogotá: Ediciones Pensamiento Crítico y Ediciones Antropos, 1998).
5.
Lo que igualmente contribuye a la indiferencia: la violencia como espectáculo. Es esta la mejor
“mercancía” que ofrecen hoy día los medios de comunicación para mantener los ratings de sintonía.
No hay indignación, preocupación o sugerencia de toma de medidas, pues esos “hechos” no son más
que un producto de consumo, y como tal deben ofrecerse.
6.
María Victoria Uribe. “El bipartidismo como encubridor de la sangre”. En Controversia Nº 162
(1990), 16. Según la autora, en la violencia contemporánea, como en la violencia del cincuenta,
ha primado la liquidación mutua de adversarios políticos. Estos planteamientos ya habían sido
tratados en “Matar, rematar, y contramatar”, donde propone un ingrediente más: la intolerancia
religiosa. Véase, Controversia Nº 159-160, CINEP, Bogotá, dic. de 1990. El caso es parecido en Elsa
Blair Trujillo, Las fuerzas militares, una mirada civil. (Bogotá: CINEP, 1993), 53 y ss. Sin embargo, no
deben descartarse los “aportes” a la confusión que hicieron fanáticos como Laureano Gómez: la
“Cruzada santa” contra el liberalismo “ateo y masón”.
7.
Memorias. Primer Foro Nacional convocado por la Comisión de Conciliación Nacional, Hacia
una Política Nacional Permanente de Paz, Bogotá, sep. 11-12 de 1997, p. 4.
8.
Laboratorios, cuya información allí recogida, se procesa para generar “historias”, aislando así la
realidad, como un mundo aparte propuesto por la literatura. Para tal caso, ver: Adolfo Atehortúa
Cruz, et al. Sueños de inclusión, las violencias en Cali, años 80. (Bogotá: CINEP, 1998), 14. Sin desme-
ritar el trabajo, éste, al asumirse más como relato literario, se aleja de los supuestos propósitos:
mostrar la realidad en la que de algún modo nos hallamos inmersos, para hallarle, si esa es la inten-
ción, salidas eficaces de cambio. Un trabajo, que desde la historia oral permite al lector una mayor
dimensión de la realidad es el de, Carlos Alberto Giraldo, et al. Relatos e imágenes, el desplazamiento
en Colombia. (Bogotá: CINEP, 1997). Sin embargo, en muchos, casos el afán de publicar, como es
el de la gran mayoría de periodistas que en Colombia hoy día “han desplazado” a historiadores y
sociólogos para ocupar ellos la categoría de “investigadores sociales” —surgiendo así en las ciencias
117
Efrén Mesa Montaña

lo cual desvirtúa la labor investigativa social al aparejarla con la fábrica, cuyos


productos, debidamente procesados, van directamente al consumidor.
En todo caso, los hilos conductores que han hecho de la violencia una con-
tinuidad, ha llevado a que algunos autores los consideren como expresiones de
rasgos centrales de la cultura nacional. En otras palabras, la cultura colombiana
se identifica por su marcada violencia, y nada más. Sin embargo, algunos ele-
mentos de las violencias, como la monopolización de la tierra durante la colonia
y los conflictos agrarios en el siglo XIX y el XX, pueden tener impacto sobre las
formas recientes de ésta, aun cuando los fenómenos de las últimas décadas hayan
trascendido como brotes de violencia política.
En tal caso, responder a la pregunta de la continuidad de la violencia como
expresión propia de la cultura colombiana, no deja de ser una ingenuidad, por
una simple razón: el ejercicio de la violencia históricamente en nuestro país ha
estado en manos de fracciones de clases pudientes, donde sí podemos hallar una
continuidad, particularmente aquélla que tiene que ver con la tenencia de la tie-
rra. En efecto, durante la conquista, la violencia contra los indígenas se caracteri-
zó por la rapiña española hábilmente disfrazada por la lucha contra las herejías,
donde prevaleció la búsqueda de oro y el exterminio de los infieles. El reparto de
tierras y de indios en encomiendas durante los dos primeros siglos de la colonia,
permitió el control efectivo de la propiedad del español sobre territorio colom-
biano, aun con las restricciones que débilmente y aún sin eficacia procuraron
las instituciones coloniales en defensa de los derechos indígenas. Durante este
periodo, la violencia se ejerció exclusivamente contra aquellos excluidos por las
leyes coloniales respecto a la propiedad: indígenas y mestizos.
En el siglo XIX, las guerras civiles no mostraron otro rostro que el del poder
de los señores, descendientes de encomenderos y linajes, que las organizaron en la
búsqueda de protección de sus propios intereses9, aun cuando las desavenencias
“políticas” y “religiosas” hayan logrado la participación de multitudes enteras de
desheredados, quienes, en la mayoría de los casos, no tuvieron ni idea del por qué
se exterminaban mutuamente.
Desde finales del siglo XIX, hasta la década de 1990, las violencias, aun con sus
diferentes variantes, entre ellas el bipartidismo —aunque éste se haya manifestado
como su expresión más abierta, desfigurando así sus orígenes, sobre todo en la dé-
cada de 1930 y a partir de 1946—, que solapadamente aflora para ocultar las raíces
de los conflictos, han tenido un denominador común: el de la lucha por la tierra.

sociales una nueva clase de especialistas, los “violentólogos”—, han hecho de la violencia “literaria”
una mercancía con expertos en cada uno de sus productos, como la gran cantidad de literatura
aparecida sobre los “secretos” de los narcos. La dignidad humana se pone en entredicho.
9.
Como el poeta Julio Arboleda, hacendado esclavista, que libró varias batallas en defensa del es-
clavismo, sistema de producción que veía como único posible: Fabio Zambrano, “Ocupación del
territorio y conflictos sociales en Colombia”. En Controversia Nº 151-152, y ss (1990), 87.
118
Mito y realidad en la historia de las violencias colombianas

En efecto. Como se aprecia en el libro de Darío Betancourt Echeverry, Me-


diadores, rebuscadores, traquetos y narcos, los desplazados por las guerras civiles de
finales del siglo XIX y los inicios del XX, que colonizaron las laderas orientales
de la cordillera Occidental del departamento del Valle, se enfrentaron desde muy
temprano con los supuestos propietarios de estas tierras, cuyos linderos, incluso,
les eran desconocidos. En la década de 1930, el manejo electoral que se le dio al
conflicto agrario permitió que sólo una minoría de “simpatizantes” del gobierno
en el poder tuviera acceso a la tierra, mediante la colonización, las mejoras y la
posterior titilación de predios, dejando así por fuera a gran número de necesita-
dos, cuyo estigma no era otro que el de pertenecer al bando contrario.
Al mismo tiempo, las “empresas colonizadoras”, a la cabeza de terratenientes,
leguleyos y políticos corruptos, que aseguraban la propiedad de enormes exten-
siones mostrando dudosos títulos o simplemente apropiándose arbitrariamente
de baldíos, hicieron enormes fortunas vendiendo y revendiendo parcelas bajo el
beneplácito de los gobiernos locales y la ausencia no sólo de un Estado precario,
sino ajeno a los problemas del país. Con el cambio de gobierno, a partir de 1946,
se buscó igualmente cambiar de manos la tenencia de la tierra, con la conservati-
zación “a sangre y fuego” de los nacientes pueblos y veredas del Valle.
Los cambios de afiliación política fueron liderados desde oficinas, por polí-
ticos que buscaban el incremento electoral para así garantizar la estabilidad de
sus prebendas y sus propios intereses (como Nicholas Borrero Olano); en esta
escala, seguían los intermediarios (mediadores): alcaldes, terratenientes o faná-
ticos convencidos de su “labor conservatizadora”, como el jefe de “pájaros”, León
María Lozano, a cuyo cargo estaba, en el orden de jerarquías, la organización de
las bandas de exterminio y el señalamiento de pueblos y personas que debían ser
erradicados para dar lugar a los de su conveniencia. La “neutralidad” del Ejercito
en los conflictos “políticos” era ya evidente, al abandonar los pueblos que pronto
tendrían la visita de los “pájaros”. La irrupción de las cuadrillas bandoleras en la
década de 1950, conlleva el germen de la retaliación, hasta su evolución en guerri-
llas en los años sesenta, pero, con todo, durante estos años los conflictos agrarios
no tienen tregua.
Es a partir de 1970, con el ingreso en escena de los mediadores de nuevo tipo,
las mafias, cuyo surgimiento estuvo íntimamente ligado a la crisis económica
de las elites regionales, lo cual facilitó su rápido ascenso social y económico, y
que las contradicciones sociales locales, como el desempleo y las violencias se
agudizaran. La precariedad del Estado, su escasa presencia regional y local, deja-
ron en manos de agentes particulares (terratenientes y gamonales) la solución y
mediación de los conflictos, los cuales, desde principios de siglo en los pueblos
de la cordillera Occidental del Valle, habían estado bajo su control. La mediación
de los conflictos y el control de la población por agentes particulares ante la au-
sencia de Estado, favorecieron el surgimiento y posterior fortalecimiento del si-
119
Efrén Mesa Montaña

cariato y el paramilitarismo, modalidades de dominación y definición del poder,


esta vez ya por las mafias y poderosos terratenientes regionales.
Como es sabido, la posesión de tierras ha sido bien notoria por muchos narco-
traficantes; de ahí que la adquisición de este recurso haya virado hacia zonas de co-
lonización, donde, como en Trujillo, los conflictos agrarios desde los inicios de su
colonización, hacia 1922, se habían manifestado sin pausa. La irrupción de la mafia
en esta región dio como resultado el paulatino desalojo de los colonos, suscitando al
mismo tiempo la presencia guerrillera como “mecanismo de protección campesina”10.
Los nuevos propietarios y terratenientes locales gestaron alianzas con las fuerzas del
Estado en su lucha contra la guerrilla; las víctimas de estos enfrentamientos fueron
humildes campesinos acusados de ser informantes o encubridores de los grupos in-
surgentes11. El genocidio y los desplazamientos a partir de las amenazas y la presencia
de la muerte dejaron bien en claro el interés sobre la tierra por los nuevos propietarios
y organizaciones de grupos paramilitares, amparados en la tradición histórica de una
justicia arbitraria, discriminadora y a favor de los poderosos, de la indiferencia de
la sociedad nacional y la complicidad del poder político regional12. Aun cuando el
Estado asumió la responsabilidad de la matanza, la impunidad y el olvido son hoy la
única respuesta13.
10.
Álvaro Guizado, “Empresarios ilegales y región: la gestación de las elites locales”. Renán Silva.
(ed), Territorios, regiones, sociedades, (Bogotá: CEREC), 212.
11.
Al respecto, ver Adolfo Atehortúa. El poder y la sangre. Las masacres de Trujillo. (Bogotá: CINEP,
1995). Las desapariciones, torturas y homicidios generaron el desplazamiento de 17 de cada cien
habitantes de Trujillo, si se comparan los censos de 1985 y 1993, tiempo en el que la población debió
haber crecido en un 20%: Claudia Julieta Duque, “Trujillo, espiral de impunidad”. En Alternativa,
Nº 4. (1996): 36-38. “Estos métodos europeos de conquista guardan toda consistencia y coherencia
histórica con los empleados por los conquistadores hace quinientos años. Y es que se trata de una
lucha por el control del territorio”: José María Rojas y Elías Sevilla Casas, “El campesinado en la
formación territorial del sur occidente colombiano”, Renán Silva. (ed), Territorios, regiones, socie-
dades, (Bogotá: CEREC), 212.
12.
De acuerdo con los datos publicados por el Comité Permanente por la Defensa de los Derechos
Humanos, durante 1997 se cometieron en Colombia 185 matanzas (de cuatro o más víctimas en el
mismo hecho) con presumibles motivaciones políticas y de “limpieza social”. Los grupos parami-
litares fueron responsables de cometer el 84%; la guerrilla el 14%, y el Ejército el 2%. Los asesinatos
cometidos por paramilitares ascendieron a 1.152; por el Ejército, 54, y por la guerrilla, 316. Al lado
de esto, había, al finalizar 1997, 414 grupos de vigilancia y seguridad privada, Convivir, pese a la
oposición que rotundamente había venido haciendo la Corte Constitucional. En consecuencia, el
desplazamiento masivo afectó a grupos étnicos, comunidades negras e indígenas, causando la des-
trucción del tejido social y de sus formas de organización. Igualmente se vieron afectados grupos
de trabajadores y sectores sociales organizados, como educadores, trabajadores de la palma africana
y del banano, además del sector campesino, que siguió siendo el grupo mayormente afectado. Los
desplazamientos se produjeron en diferentes contextos: de violaciones sistemáticas de derechos
humanos, de desarrollo del conflicto armado interno, de procesos de acumulación violenta de ca-
pital, de procesos acelerados de “compras” de tierras, de efectos de globalización y megaproyectos
de desarrollo, de conflictos sociales, laborales y urbanos. Un total de 206.460 personas fueron des-
plazadas en 1997, teniendo en cuenta sólo los desplazamientos masivos o familiares, sin incluir los
desplazamientos individuales. Ver:: Noche y niebla, panorama de derechos humanos y violencia política
en Colombia, balance 1997, Banco de Datos de Derechos Humanos y Violencia Política, CINEP,
Justicia y Paz, Bogotá, febrero de 1998.
13.
A principios de junio de 1998, se corría el riesgo de que los responsables de la muerte de 107 per-
sonas quedaran en libertad por preclusión del caso. Así mismo, los proyectos que propuso el Estado
para “devolverle la dignidad” a la población, siguen siendo promesa: Claudia Julieta Duque, 36 y ss.
120
Mito y realidad en la historia de las violencias colombianas

Por otra parte, el rápido crecimiento urbano que han tenido las ciudades colom-
bianas en los últimos años, ha sido en su gran mayoría resultado de la presión armada
y la violencia. La migración forzada, cuyo único punto de llegada “seguro” constituyen
las ciudades, ha acelerado la descomposición social y económica en los últimos años.
El “desarrollo” de las ciudades a partir de los desplazamientos no es otra cosa que la
desorganización y la improvisación, la urbanización precaria y sin planificación, la
carencia de servicios públicos básicos, y sin más alternativas de supervivencia que la
“economía informal” o la delincuencia.
Al respecto, en 1987 la Comisiónde Estudios sobrela Violencia admitió que “más
que en las relaciones del ciudadano con el Estado, la delincuencia en Colombia
se enmarca en las relaciones de los ciudadanos entre sí y con la sociedad... Mu-
cho más que la del monte, las violencias que nos están matando son las de la
calle14. Esto se explica en que a comienzos de la década de 1990, alrededor del 85%
de los homicidios cometidos en Colombia no estaban relacionados directamente
con la confrontación guerrilla-Estado, correspondiendo así a la llamada delin-
cuencia común, de carácter urbano, aunque la frecuencia relativa de homicidios
aumenta entre más rural es un municipio como aquellos que afrontan problemas
de colonización; así mismo, desde 1986, el homicidio se convirtió en la segunda
causa de muerte de nuestro país15.
En tal caso, no es de ningún modo ajeno el que la violencia haya marcado defini-
tivamente la imagen y la simbólica de lo colombiano, lo que no quiere decir que se
perfile como uno de sus rasgos expresivos de cultura, por la razón precisa de que sólo
un mínimo de fracciones de clase colombianas históricamente la han venido utili-
zando como un medio16 cuyos fines no son otros que la ampliación y monopolio de
gran propiedad, aun cuando en la mayoría de los casos aparezca velada y se muestre
como manifestación y objeto de las luchas partidistas o la soterrada intolerancia re-
ligiosa, muy a pesar de que estos conflictos suelen ser utilizados como pretexto para
la eliminación de oponentes y el desplazamiento de población. Esto en las zonas
rurales, pues en las grandes ciudades y aun intermedias, las violencias urbanas, cata-
logadas como delincuencia o criminalidad común, son la expresión más abierta de
las desigualdades económicas generadas por las migraciones forzadas de población,
para formar cinturones de miseria; allí, los entrecruces regionales de subculturas se
han constituido en factores de intolerancia, de inaceptación al otro, si se tiene en
cuenta que, desde el Estado, no han existido elementos de cohesión social para gene-
rar una cultura de identidad nacional, basada en el respeto a la diferencia.
14.
Ministerio de Gobierno, Comisión de Estudios sobre la Violencia, Colombia: violencia y demo-
cracia, p. 18, informe presentado al ministerio de gobierno, Universidad Nacional de Colombia,
Bogotá, 1987.
15.
Alejo Vargas. (1997). “Violencia en la vida cotidiana”. Fernán González. (Ed.). Violencia en la región
Andina. El caso Colombia, Bogotá: CINEP – Apep), 154 y ss.
16.
Walter Benjamín. “Para una crítica de la violencia”. En Para una crítica de la violencia y otros ensa-
yos. (Madrid: Tauros, 1991), 23 y ss.
121
Efrén Mesa Montaña

Aun así, podría decirse entonces, que los colombianos, más que generadores de
violencia, se han convertido en actores pasivos que la soportan y la padecen17, cuando
no son sus víctimas, como si ésta, hasta donde alcanza la memoria, hubiera
permanecido haciendo parte de la vida cotidiana. La anomia social, sin embargo,
parece reflejar la precariedad del Estado, cuya tradición democrática es cuestionable
por inexistente18, y más cuando de sus fragmentados poderes en manos de las elites
locales no queda nada que lo sustente, aparte de la disputa por detentarlos.
Por otra parte, un Estado precario, como el colombiano, nunca ha logrado
el monopolio efectivo de la violencia, lo cual conlleva la incapacidad de los gobiernos
para ejercer control sobre las distintas fuerzas de seguridad, mientras que los
terratenientes, las mafias, los paramilitares, las guerrillas y otras agrupaciones,
nunca han desistido de la violencia como medio para la consecución y concreción
de sus objetivos. La carencia de un poder soberano de Estado, en cambio, fa-
cilitó la aceleración de las múltiples expresiones de violencia, tanto del poder
como desde los contrapoderes, al contribuir a borrar los límites entre crimina-
lidad, rebeldía social y violencia política19, y en el mismo sentido, las violencias
colombianas se expresan en la dificultad que subyace en la vida política del país
“para integrar y articular los micropoderes y las microsociedades —en proceso de
formación— en las regiones de colonización, con la sociedad mayor y el Estado”,
dado que estas indirectamente han hecho presencia en estas regiones, “a través de
las jerarquías sociales existentes, articuladas en el bipartidismo”20.
Sin embargo, la experiencia colectiva evoca las violencias de manera frag-
mentada, donde no existen sino relatos separados y sumergidos en la sucesión de
incidentes, pero ajenos en su conjunto a puntos de vista que logren integrarlos
en su globalidad, lo que a su vez la propone como un fenómeno “inexplicable”,
que subyace en la conciencia de los individuos, y que irrevocablemente se expresa
como un rasgo de su cultura. Así mismo, la frecuencia de hechos violentos en la
realidad del país, ha permitido que ésta se interprete como parte del orden de
las cosas, lo cual hace más difícil la percepción de la situación actual y por consi-
guiente a dar sentido a lo que ocurre21.
17.
Un informe del Ministerio de Salud reveló, en 1993, que el 61% de la población colombiana tiene
altas probabilidades de sufrir trastornos mentales a causa de la situación de angustia que genera
a diario la violencia; véase, “Locos de violencia”. Revista Semana, 5 de octubre de 1993, pp. 58-62.
18.
La democracia no funciona porque no existe una tradición cultural, ni la tradición cultural puede
crearse porque no existe una democracia. No puede concebirse a la democracia como al régimen
que resulta de la presencia electoral del pueblo: Antonio García. La democracia en la teoría y en la
práctica. (Bogotá: Cooperativa Colombiana de Editores, 1957), 10
19.
Peter Waldmann. “Diferentes formas de violencia política”. Revista Interamericana de Sociología, Nº
2, (1992). Cabría preguntarse, qué relación han tenido con la violencia algunos miembros de las ins-
tituciones, de la burocracia y aun del Congreso, cuando son en sus regiones no sólo jefes políticos,
sino poderosos terratenientes.
20.
Fernán González. “Reflexiones generales sobre la violencia y la paz en Colombia”. Revista Nóma-
das,Nº 2. (1995), 52.
21.
Daniel Pécaut. “De la violencia banalizada al terror: el caso colombiano”. Controversia, Nº 171.
(1997), 29 y ss.
122
Mito y realidad en la historia de las violencias colombianas

La violencia es entonces un fenómeno anónimo, sin pies ni cabeza, que re-


corre el país sembrando el caos y ajena al control de los hombres, como una
“catástrofe natural” de la que se tiene noticia sin que logre incomodar por mucho
tiempo. La mitificación de la violencia, su aceptación muda de funestidad inex-
plicable, ha traspasado los umbrales de la experiencia y la memoria colectivas,
instalándola en la existencia como una realidad aparte, pero al mismo tiempo
como una costumbre; de ahí que matanzas, desapariciones y desplazamientos, al
hacer parte de la cotidianidad, pasen pronto al olvido, porque apenas se les brin-
da la importancia que les confiere los medios de comunicación, para ser pronto
reemplazados por otros “hechos”.
En todo caso, aun cuando la sociedad colombiana no sólo tiene una experien-
cia vivida de la violencia, sino también percibida, muy a pesar de las barreras que
imponen hoy día los medios de comunicación en su proyecto homogeneizante
de “cultura”, extraviando así todavía más la realidad nacional, ¿qué aspectos se
han vinculado a la memoria y la experiencia desde muy temprano para evitar
el surgimiento de alternativas eficaces de un proyecto de paz? Precisamente lo
contrario. La experiencia y la memoria colectivas rebosan en Colombia de hechos
violentos, vividos o percibidos, pero incongruentemente establecidos como una
normalidad, mientras que un proyecto de paz, basado en la igualdad social y la
posibilidad de una vida digna para la gran mayoría de la población ha estado
completamente ausente. Nuestra pobreza de experiencia22 radica precisamente
allí, y no de manera reciente; la exclusión, la discriminación, las desigualdades
económicas y sociales, fueron prácticamente una política de estado durante la
colonia, con bien guardados privilegios para quienes desde entonces interfirieron
el desenvolvimiento de las instituciones
La precariedad del Estado, pues, tiene que ver con la interferencia y la per-
meación que históricamente han efectuado fracciones de clase económicamente
poderosas para favorecer sus intereses, y su debilidad no sólo se ha manifestado en
su falta de presencia en las regiones en conflicto, sino en su carencia como cohe-
sionador social que contribuya en la identidad de la sociedad con su país; es decir,
en la aplicabilidad de una justicia efectiva, de proyectos sociales que beneficien el
bien común y por ende tiendan a borrar las desigualdades “institucionalmente”
establecidas. Cohesión y regulación social en la práctica, pues no cabe duda que
la gran mayoría de municipios y veredas extraviados en la geografía nacional, han
alcanzado meritorios desarrollos, pero surgidos desde sus comunidades. El Estado,
entonces, ha permanecido ausente.
Así, este trabajo del profesor Darío Betancourt, aun cuando se ocupa de una
parte de la historia social y de la cultura en los marcos de la historia regional, es
una invitación para reflexionar desde la realidad las violencias que desde el siglo
pasado hasta nuestros días, con sus diversas manifestaciones, han sumergido a
22.
Walter Benjamín, W. “Experiencia y pobreza”. Discursos interrumpidos, (Madrid: Tauros, 1982).
123
Efrén Mesa Montaña

la sociedad colombiana. No se trata de un trabajo que pretenda desvertebrar la


historia nacional con el objeto de analizar incipientemente las partes de un todo.
A1 contrario, pretende mostrar a la historia regional como fundamento de la his-
toria nacional, en el ánimo de que el reconocimiento de la sociedad colombiana
en cuanto a su diversidad espacial y temporal y en sus procesos de formación
cultural, podrá ser posible en la medida en que sean analizadas sus partes. Una
propuesta que sin duda alguna ayudará a comprender la complejidad espacial y
social de las regiones colombianas.

124
Matones y cuadrilleros:
Origen y evolución de la violencia en el
occidente colombiano
Reseña del libro Matones y cuadrilleros: Origen y evolución de la evolución de la vio-
lencia en el occidente colombiano del profesor Darío Betancourt.

Sebastián Gauta Blanco1

A determinados investigadores de las ciencias humanas se les ha decretado la


pena de la desaparición forzada, el secuestro y la pena de muerte. Prohibido
pensar en voz baja, prohibido pensar en voz alta, prohibido hablar en el aula uni-
versitaria, prohibido publicar lo investigado. Se ha vuelto peligroso el oficio de
historiar y de interpretar orígenes y desarrollos de mentalidades criminales que
rondan con su poder político y económico la geografía del país. Se busca abrir
una fosa común para quienes bucean en la memoria histórica contemporánea.
Arturo Alape. En meoria de un hombre de memoria.

E n Colombia la labor investigativa e intelectual en temas históricos, polí-


ticos, económicos y en general de las Ciencias Sociales se ha convertido
en una “amenaza” al orden establecido, lo cual ha implicado un constante
cuestionamiento a los poderes políticos y económicos de las diferentes regiones del
país. Lastimosamente, la Universidad Pedagógica Nacional no se ha escapado, debido
a que estudiantes, profesores y trabajadores de dicho claustro universitario han sido
encarcelados, desaparecidos, torturados y asesinados por organismos estatales y pa-
raestatales, con la intención de silenciar el pensamiento disidente.
Ese es el caso del profesor Darío Betancourt, quien el 30 de abril de 1999 fue des-
aparecido y meses después encontrado sin vida, sin explicación alguna. Por tal razón,
surgen una serie de preguntas que intentan explicar, más no justificar dicho asesinato,
algunas de las cuales son ¿En qué consistían las investigaciones que estaba realizan-
do el profesor Darío Betancourt para que fuese acallado? ¿Cuáles eran las temáticas,
actores y lugares de los cuales él investigaba? ¿Cuáles sectores económicos y políticos
regionales él ponía en cuestión? Sin lugar a dudas, son preguntas complejas de asumir,
sin embargo, Darío Betancourt se encargó de estudiar desde una perspectiva histórica
Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional y estudiante de la Maes-
1.

tría en Educación de la misma universidad. Integrante del grupo Educación y Cultura Política.
125
Sebastián Gauta Blanco

diferentes elementos que componen el conflicto social y armado a nivel regional y


nacional, tales como: la Violencia política, la tenencia de la tierra, el bipartidismo, el
origen y desarrollo del paramilitarismo, la incursión del narcotráfico en las diferentes
esferas políticas, económicas, sociales y hasta culturales en el país. En esa medida, con-
viene retomar los importantes aportes que Betancourt realizó para la comprensión y
entendimiento del conflicto en la región del Valle, los cuales se encuentran plasmados
en el libro “Matones y cuadrilleros: origen y evolución de la violencia en el occidente colom-
biano” el cual fue publicado en el año de 1990 con la coautoría de Martha L. García.
Dicho libro, es el resultado del proceso de investigación desarrollado por los
autores durante más de 8 años, en el cual priman una variedad de fuentes his-
tóricas como sumarios, artículos de prensa local y testimonios de personas que
vivieron algunos de los sucesos en cuestión, dichas fuentes son analizadas de ma-
nera exhaustiva para ampliar las comprensiones analíticas y construir puentes de
diálogo y reflexión en torno a las dinámicas del conflicto. Convirtiéndose así, en
el primero de una serie de libros de su autoría enfocados en abordar el conflicto
político en la región del Valle. En esa medida, los autores presentan el capítulo 1
denominado “Gamonales, colonos y la violencia de los años treinta y cincuentas”
en el cual señalan la década del treinta como punto de ruptura y tránsito de la
hegemonía conservadora a la liberal, lo cual trae consigo una oleada de violencia
política en las regiones del país. Sin embargo, dicha violencia es diferenciada
según la región en la cual se desarrolla, por ejemplo, los autores señalan que, en
regiones como Cundinamarca y Tolima, el conflicto agrario estuvo ligado a or-
ganizaciones de carácter comunista o liberal, en donde los colonos actuaron de
manera colectiva; por su parte en el Valle el conflicto agrario estuvo marcado por
disputas partidistas y luchas individualistas de parte de los colonos.
En esa medida, los autores señalan 4 rasgos característicos del conflicto agra-
rio en el Valle, cuya continuidad prevalecerá hasta la década del cincuenta:

1. Dispersión e individualidad;
2. Manejo y control por parte de los partidos tradicionales;
3. El privilegio de la lucha partidista, subordinando la lucha por la tierra;
4. Manipulación electoral del conflicto agrario, incluyendo la presión ar-
mada.

Es importante señalar, la fuerza que los autores le adjudican a la manipula-


ción partidista del conflicto agrario ya sea desde el liberalismo hasta el conser-
vadurismo en el cual gamonales y caciques “amarraron la tierra la voto”, es decir
gamonales y caciques son “agentes políticos, manipuladores de votos y elecciones,
dispensadores de favores, y jueces de pleitos rurales. Cacique y gamonal en las
comarcas, gobernador en las provincias y políticos en la capital, constituyeron el
enlace jerárquico mediante el cual los dos partidos manipularon a amplios secto-
126
Reseña: Matones y cuadrilleros: Origen y evolución de la violencia en el occidente colombiano

res rurales para consolidarse en el poder”2. Resultado de ello, fue la cohesión de


servidores públicos, jueces y policías, los cuales estaban para resolver los proble-
mas de los gamonales y caciques en temas de pleitos de tierras, linderos y baldíos
con colonos u otros propietarios.
Además de ello, en la manipulación partidista del conflicto agrario, la banca-
da del Partido Liberal encabezada por el proyecto reformista de López Pumarejo
insidió en las tensiones políticas y sociales de la región con la legislación de un
conjunto de leyes con las cuales fueron legalizados y adquiridos baldíos y tierras de
deslinde. Sin embargo, estos procesos desencadenaron en toda una oleada de vio-
lencia liberal generalizada a nivel nacional en los años de 1930 y 1931, en solo el Valle
se vieron involucrados más de 20 municipios del centro y norte del departamento.
Razón por la cual Betancourt y García señalan: “tanto el conflicto agrario
como la violencia liberal se localizaron en los municipios de las laderas montaño-
sas, o en los centros de mercadeo y abastecimiento aledaños a éstas; y los pueblos
y veredas con conflictos agrarios fueron los mismos donde hubo manipulación
electoral y donde se presentó violencia y, por último, en estas mismas zonas fue
donde el Partido Liberal obtuvo mayorías en las elecciones de 1931”3. En el análisis
histórico, es importante no perder de vista el centro y norte del Valle debido a
que el proceso de conservatización de los cuarenta y cincuenta fue en donde se
sintió con mayor vehemencia.
En síntesis, en el primer capítulo, los autores destacan la violencia liberal
de los años treinta como propia del proceso de cambio de hegemonía y de con-
solidación de nuevos actores en cargos de poder público regional, en donde las
contradicciones de las nuevas fuerzas sociales hacían sus primeras apariciones.
Generando así, nuevos conflictos y tensiones por la tierra, el poder económico y
los cargos burocráticos.
En el capítulo 2. “Conflictos agrarios y violencia en el Valle 1910-1946” los autores
realizan una caracterización histórica de los conflictos agrarios, identificando los
actores que se encontraban en tensión, anclado a los procesos de ocupación de
la parte plana y montañosa del Valle, debido a que son procesos diferenciados
en términos de unidades de producción, relaciones de trabajo y distintas formas
de ocupación; lo cual desencadena en conflictos políticos, sociales y económicos
diferentes pero no distantes. En esa medida en la “zona plana”, se destaca la tran-
sición de la ‘hacienda tradicional’ propiedad del señor terrateniente de mediados
del siglo XIX al ingenio azucarero tecnificado, cuyo modo de producción es de
corte capitalista en el cual la entrada de capital extranjero es latente, convirtién-
dose en una relación entre hacendados y capitalistas extranjeros. Dichas transfor-
maciones en la forma de producir en la zona plana, dará paso a la transformación
2.
Darío Betancourt Echeverry y Martha García. Matones y cuadrilleros: Origen y evolución de la evo-
lución de la violencia en el occidente colombiano (Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1990), 26.
3.
Darío Betancourt Echeverry y Martha García. Matones y cuadrilleros: Origen y evolución de la evolu-
ción de la violencia en el occidente colombiano, 29-30.
127
Sebastián Gauta Blanco

del uso de suelo pasando de la agricultura del consumo campesino y subsistencia


al monocultivo azucarero tecnificado. Así mismo, el campesinado es despojado
de sus tierras en las zonas planas y obligadas a desplazarse a la montaña y coloni-
zar nuevas tierras. Los autores son enfáticos en señalar que existen 3 razones las
cuales explican la transición de la hacienda al ingenio industrializado:

1. Cambios en la estructura de la posesión y tenencia de la tierra ocasiona-


dos por el avance de las variadas formas de colonato que separaron cada
vez más la fuerza de trabajo de la hacienda;
2. Modificaciones en la relación entre la fuerza de trabajo y los medios
de producción; la creciente demanda de artesanos, de los empleados de
tiendas y comercios, y de peones (personal no dependiente de la hacien-
da), fortaleció el desarrollo de rancheríos y centros urbanos, es decir, de
mercados de fuerza de trabajo;
3. Finalmente, modificación de las relaciones sociales de producción, pues-
to que el impulso de la mediana propiedad permitió la ampliación de la
frontera agrícola, de la que finalmente se beneficiaron las grandes ha-
ciendas mediante la readquisición (recuperación) de tierras.4

Dichas modificaciones de las fuerzas de producción, los correspondientes cam-


bios de la estructura de la posesión y tenencia de la tierra, y las relaciones sociales
de producción condujo a la agudización de los conflictos con colonos, comunidades
afrodescendientes y campesinos, debido a que fueron implementadas diversas ‘estra-
tegias’ de despojo de las tierras planas para el cultivo de caña, algodón y cacao. Los
métodos usados para el despojo s son: compra de predios a bajo costo con presión
psicológica y militar; violencia física a la integridad de las personas y sus predios
(cortes de agua, corrida de linderos, incendios de cultivos y viviendas entre otras).
Por su parte la zona montañosa atravesó procesos de colonización muy parti-
culares, ligados al cultivo de café a manos de antioqueños, tolimenses, caldenses
y caucanos después de terminada la Guerra de los Mil Días; otros colonos que se
independizaron de las haciendas y se constituyeron como pequeños propietarios de
tierras altas, proceso de colonización que condujo a la valorización de los terrenos
de ladera, hasta el punto que los refugiados de la guerra y los nuevos colonos funda-
ron pueblos como Restrepo, Darien, Riofrío y Trujillo. Así mismo, también influ-
yeron guaqueros quienes iban en búsqueda de oro de las sepulturas calimas, quienes
les compraron las mejoras a los colonos y se establecieron como propietarios.
Sin embargo, el proceso de acaparamiento y concentración de las tierras pla-
nas en manos de terratenientes, capitalistas y tenderos implicó la expansión de
la frontera agrícola y la compra (bajo presión) de las tierras recién roturadas en
las zonas montañosas por los colonos y la presión constante por los gamonales
4.
Darío Betancourt Echeverry y Martha García. Matones y cuadrilleros, 37 y 98.
128
Reseña: Matones y cuadrilleros: Origen y evolución de la violencia en el occidente colombiano

y caciques de la región por apropiación de baldíos del Estado. En esa medida,


señalan Betancourt y García: “La complicidad de autoridades de policía, jueces y
peritos, favoreció a los empresarios y hacendados en esos pleitos de tierras (…) Las
influencias políticas, el clientelismo y el gamonalismo fueron utilizadas por los
hacendados y comerciantes para apoderarse de los ‘baldíos’5. Así mismo, la titula-
ción de baldíos en municipios como El Águila, El Cairo, Trujillo, Riofrío, Darién,
Restrepo, Dagua y la Cumbre tuvo gran relevancia desde 1941 proceso que estuvo
acompañado por la expedición del Decreto 1415 de 1940 y por el aumento acelera-
do de vías que conducían al mar.
En el capítulo 3 titulado: Los “pájaros” y la conservatización del Valle. Son retomados
algunos elementos planteados en el primer capítulo entorno al tránsito de la hege-
monía conservadora a la liberal en los años treinta y nuevamente a la conservadora
para los años cuarenta y cincuenta, convirtiéndose en un ciclo de violencia política
permanente. La década del treinta se va a caracterizar por una fuerte acogida de las
ideas liberales en particular las ideas reformistas de López Pumarejo en poblaciones
urbanas y rurales del país y en sectores estudiantiles, obreros y campesinos; también
la acogida de elementos culturales como el distanciamiento a la iglesia.
En tal sentido, el Partido Conservador perdía influencia en regiones estratégicas
en términos electorales, por tal sentido, sectores radicales del partido decidieron
intensificar la presión partidista sobre los sectores agrarios en donde los liberales
insidian. Así mismo, la disputa política por el control de los puestos públicos no se
hizo esperar, en esa medida el Partido Conservador logró importantes cargos bu-
rocráticos en Concejos Municipales, con lo cual entorpeció la gobernabilidad del
Partido Liberal (el cual se encontraba resquebrajado internamente), haciendo uso
de lo que ellos denominaron “resistencia civil”, lo cual consistencia simplemente en
no dejar gobernar al contendor, impidiéndole cuanta propuesta política propusiera.
Sin embargo, es de recordar que la hegemonía liberal se fracturó internamente
para los comicios de 1946 entre la fracción liderada por Eduardo Santos y la otra
por Jorge Eliecer Gaitán. Así las cosas, Mariano Ospina Pérez perteneciente al
Partido Conservador ganó las elecciones, dándole fin a 16 años de gobierno del
Partido Liberal. A pesar del triunfo electoral de Ospina, este no se reflejaba signi-
ficativamente en las bases sociales, razón por la cual desde tendencias más laurea-
nistas, se incita a consolidar cargos públicos en Asambleas y Congreso.
Es importante señalar los 4 ejes de trabajo del partido conservador desarrolla-
dos para cooptar bases sociales y consolidarse en el poder:

1. Manipulación de cargos públicos con miras a reforzar sus bases sociales;


2. Fraude electoral y nombramiento de alcaldes militares;
3. Desarme del campesinado y de la población en general;
4. Presión armada sobre sectores rurales en donde el liberalismo había ma-
5.
Darío Betancourt Echeverry y Martha García. Matones y cuadrilleros, 43.
129
Sebastián Gauta Blanco

nipulado el conflicto agrario desde los años treinta, o en donde podía


incrementarse el electorado conservador mediante la presión de sectores
liberales6.

Por su parte, la estrecha relación del eje 3 y 4 demuestran la intencionalidad


de los conservadores: desarmar las bases liberales y controlarlas por medio de
grupos armados de filiación política del partido. Es significativo, el planteamien-
to realizado por los autores:

(…) mientras los grupos de conservadores armados ejercían labores de policía e


impartían justicia con el apoyo y complacencia de caciques y gamonales locales,
que sumían cada vez más los asuntos que competían al Estado, la dirigencia libe-
ral, enfrascada en sus propias contradicciones, dejaba a su militancia sin ninguna
protección y a la deriva, centrando su lucha en acciones burocráticas, con base
en memoriales de agravios en los que fundaba gran parte de sus esperanzas para
contrarrestar la violencia7

Dicha estrategia, tuvo resultados significativos para el Partido Conservador,


en cuanto logró aumentar significativamente el número del electorado para las
elecciones de 1947, debido a que los pueblos liberales vivieron procesos de con-
versión política, producto de la coerción ejercida por parte de la policía política
del Partico Conservador. En este caso, la politización de la policía viene de vieja
data, debido a que el Partido Liberal desde la década del treinta insidio significa-
tivamente en sus prácticas; con la llegada de los conservadores al poder en 1946,

la policía en el Valle comenzó un proceso de transformación tendiente a conver-


tirse en un cuerpo fiel a las políticas de ese partido. Desde 1947 ya se encontraban
numerosos policías actuando bajo los caprichos del alcalde municipal y de los Di-
rectorios conservadores, que ponían a civiles al servicio de la policía, en los lugares
donde ésta era escasa8.

En relación con ello, es de señalar que los autores son enfáticos en recalcar que
la policía del Valle provenía de Nariño, población que padeció la violencia liberal
de los treinta y quienes tenían posturas conservadoras, religiosas y minifundistas.
Por otro lado, y tras los sucesos del 9 de abril de 1948, el Partido Liberal retoma
la “resistencia civil” en los diferentes municipios del Valle, práctica con anteriori-
dad por los conservadores, la obstrucción a la gobernabilidad de los conservado-
res en concejos municipales implicó la suspensión de funcionarios y de policía, lo
cual potenció la creación de la policía privada por parte del gobernador del Valle

6.
Darío Betancourt Echeverry y Martha García. Matones y cuadrilleros, 64.
7.
Darío Betancourt Echeverry y Martha García. Matones y cuadrilleros, 67-68
8.
Darío Betancourt Echeverry y Martha García. Matones y cuadrilleros, 74.
130
Reseña: Matones y cuadrilleros: Origen y evolución de la violencia en el occidente colombiano

la oficialización de la policía privada y las bandas de ‘pájaros’ en el Valle la hizo el


gobernador Nicolás Borrero Olano, quien convocó a una reunión en su despacho a
los gremios, a los ganaderos y hacendados, para proponerles la creación de un cuerpo
de policía privada. El 28 de octubre de 1949 re reunieron los invitados en la Goberna-
ción del Valle, en donde el gobernador planteó la urgente necesidad de crear un cuer-
po propio de policía [con unas trecientas unidades, pagadas y dotadas con fondos de
propietarios (…) esta policía dependería de una junta que presidiría el gobernador y
que estaría integrada por varios ganaderos y agricultores del departamento9.

Las consecuencias de legalizar la policía privada, fue el aumento los “pája-


ros” dispuestos a cuidar fincas y haciendas. Así mismo, se desencadenó toda una
oleada de violencia en los territorios que eran de mayorías liberales del centro
y norte del Valle. La responsabilidad de los diferentes gremios económicos, y
funcionarios públicos para la creación, desarrollo y consolidación de la policía
privada o de los “pájaros” para conservatizar el Valle a sangre. Algunas de las
acciones armadas fueron la masacre de San Rafael en 1949 y el Ataque a la Casa
Liberal en el mismo año; consigo, se creó una modalidad de violencia armada,
desarrollada principalmente en zonas montañosas del Valle (lugares en los cuales
las contradicciones políticas, económicas y sociales giraron en torno a la tierra).
Con lo cual se destruyeron las bases sociales y electorales del Partido Liberal.
Comunidades que debieron cambiar de filiación política y ser fieles a las direc-
trices conservadoras, consolidado así al partido en el poder. Además de ello, no
solamente fue el elemento político o ideológico conservador el ganador de la
contienda, consigo también se consolidaron las costumbres y valores religiosos.
El capítulo 4, denominado Los “pájaros”: prototipos de la violencia en el occidente
colombiano, realiza un estudio meticuloso entorno a las dinámicas políticas, or-
ganizativas y económicas encarnadas en los “pájaros” y su modus operandi, las
cuales fueron construcciones innatas de la región y sirvieron para ser expandidas
y replicadas en otros departamentos del país.
Vale la pena indicar que Betancourt y García proponen la definición de “pájaro”
como “(…) el calificativo acuñado por la sabiduría popular para designar al indivi-
duo que actuaba de manera escurridiza y veloz; que se nucleaba con otros para hacer
ciertos ‘trabajitos’, se iba ‘volando’, y después se reincorporaba a la vida cotidiana”10
En consecuencia, el origen de los “pájaros” es el resultado de las tensiones polí-
ticas y económicas bipartidistas en el Valle, crisis de legitimidad del Estado y la
predica ideológica y religiosa sectaria entre fuerzas en contención, razones por
las cuales sectores políticos del Partido Conservador, gamonales y caciques deci-
den conformar pequeños grupos operativos de hombres para asesinar a adversa-
rios políticos. Así las cosas:

9.
Darío Betancourt Echeverry y Martha García. Matones y cuadrilleros, 75.
10.
Darío Betancourt Echeverry y Martha García. Matones y cuadrilleros, 105.
131
Sebastián Gauta Blanco

En el ‘pájaro’ converge, tanto el sicario partidista de los señores, como el sicario


político del Establecimiento, dando origen sí a un tipo de violencia paramilitar y
cuasi-institucional con el respaldo de directorios Conservadores Municipales, De-
partamentales, funcionarios públicos, comerciantes y finqueros. Por esto, se trata
de una violencia en la que la masa no participó, por ejemplo, no impulso reivindi-
caciones por la tierra11
Convirtiéndose, los “pájaros” en fuerzas utilizadas para homogenizar pobla-
ciones completas a partir de amenazas y prácticas violentas, con fines electorales
y partidistas, contra todo aquel que estuviese en contra de la institucionalidad, la
religión católica y el Partido Conservador. Hay que destacar algunos elementos
característicos del modus operandi de los “pájaros”, para así comprender la efica-
cia de su accionar. Simpleza organizativa:

1. Pocos individuos que realizaban operaciones concretas, lo cual permitió


la movilidad en el terreno y la contundencia en las acciones, así como
apoyos logísticos de parte de sectores económicos determinados y del
partido conservador; rotación en el terreno debido a que realizaban las
operaciones en los diferentes municipios del Valle y muchos de los cuales
provenían de otras regiones; acomodo al contexto, con lo cual los “pája-
ros” se mimetizaban haciendo uso de vestimenta y costumbres propias
del municipio o pueblo en donde se requería.
2. Respaldo económico de la clase política local, caciques, gamonales y el
clero.
3. Presiones de funcionarios públicos para buscar la excarcelación de aque-
llos “pájaros” que se vieron envueltos en pleitos judiciales o impedir las
órdenes de captura.

Así mismo, lo “pájaros” tenían perfiles laborales y de oficio muy determinados


como: choferes, carniceros, fonderos, cantineros, talabarteros, sastres, lavande-
ros, sacristanes, jornaleros, inspectores de policías y empleados de la alcaldía o el
juzgado municipal. Sin embargo,

(…) como producto de su origen campesino, veredal y pueblerino, al ‘pájaro’ lo


animó una ideología ancestral y rústica con muchos elementos mágico-simbólicos
y de religiosidad popular. Cuando ‘Lamparilla’, famoso ‘pájaro’ del norte del Valle,
se tomó a Bugalagrande en noviembre en noviembre de 1949, colocó sobre la copa
de los sombreros de los liberales arrepentidos gallardetes azules con la imagen de
la Virgen del Carmen, simbolizando con esto la aceptación de la ideología conser-
vadora en su forma religiosa12
Dicho modus operandi, se mantuvo en la región hasta 1956, año en el cual
11.
Darío Betancourt Echeverry y Martha García. Matones y cuadrilleros, 109.
12.
Darío Betancourt Echeverry y Martha García. Matones y cuadrilleros, 120.
132
Reseña: Matones y cuadrilleros: Origen y evolución de la violencia en el occidente colombiano

León María Lozano más conocido como “El Cóndor” y uno de los “gallitos finos”
del Partido Conservador y de las bandadas de sicarios fue asesinado. Después
de la muerte del “Cóndor” el “pájaro” atravesó etapas de descomposición políti-
ca hasta convertirse en un “matón” a sueldo al servicio de su mayor postor, sin
ninguna identidad política, dispuesto a asesinar a campesinos, líderes políticos,
sindicalistas y demás.
Cabe anotar algunos elementos de la personalidad del “Cóndor”, como su
fanatismo religioso y la férrea defensa al Partico Conservador, consagrándose, así
como un militante de la causa y un referente en el Valle. No obstante, Betancourt
y García señalan otros elementos de importancia en León María Lozano, como
sus conexiones burocráticas y de apoyo de parte de Servicio de Inteligencia Co-
lombiano, los dirigentes conservadores departamentales y nacionales, y la ayuda
jurídica de sectores de la policía y el Ejército como el Brigadier General Gustavo
Rojas Pinilla cada vez que “El Cóndor” se encontraba en problemas judiciales.
Así las cosas, para León María Lozano, defender las causas conservadoras y
conservatizar la zona montañosa del Valle era “una cuestión de principios”. Planean-
do las operaciones de boleteo, amenazas y exterminio desde los bares, estancos
y billares de Tuluá. Una vez consolidado el proceso de conservatizavión y ante
el aumento de denuncias por parte de sectores liberales del Valle por medio de
la prensa nacional, sobre la complicidad de las autoridades locales con los pája-
ros.“El gobierno de Rojas Pinilla se vio en la necesidad de presionar la salida de
‘El Condor’ de Tuluá a finales de 1955, además ‘Don Leo’ perdía día tras día su
poder, pues sus lugartenientes de la margen occidental del Cauca no acataban ya
sus órdenes y, por el contrario, chantajeaban y asesinaban a los propios conserva-
dores”13. Convirtiéndose los conservadores en víctimas de su propio invento ante
el acelerado proceso de descomposición política que atravesaban las bandadas de
“pájaros”. El mismo ‘Cóndor’ fue asesinado a raíz de una vendetta el 10 de octubre
de 1956 en una calle de Pereira a manos del hijo del primer liberal que asesinó.
En el último capítulo denominado: “Cuadrillas liberales y algunas manifestacio-
nes del bandolerismo”, los autores abordan el origen y desarrollo de las cuadrillas
liberales en el Valle como respuesta tardía de resistencia militar a las agresiones
cometidas por los “pájaros” conservadores, las cuales provenían de regiones de
mayor dominio liberal como Quindío y Tolima. Los autores retoman la catego-
ría analítica de Gonzalo Sánchez de “Bandolerismo Social” la cual está constituida
como un proceso de transformación política en 4 niveles:

1. Bandolerismo social. Incluiría a todo rebelde que encarnaba formas de protesta contra
lo establecido y que era, a los ojos del campesinado, un perseguido, un defensor de los
intereses del pueblo que contó con el permanente apoyo de la masa.
2. Bandolerismo partidista (liberal o conservador): era aquel bandolero social que se ad-

13.
Darío Betancourt Echeverry y Martha García. Matones y cuadrilleros, 113.
133
Sebastián Gauta Blanco

hería durante un período a los partidos tradicionales, y que posteriormente, en la


medida en que entraba en contradicción con los intereses de éstos, iba perdiendo su
adhesión o ésta se le negaba.
3. Bandolerismo común o bandidismo14: producto del desarrollo mismo de la violencia,
alimentado por las contradicciones y frustraciones (religiosas, psicológicas, familiares,
etc), de los sectores en conflicto, no consolidó adhesión partidista, ni tuvo condicio-
nes para evolucionar a guerrilla.
4. Guerrilla: en ella convergieron, además de sectores campesinos y urbanos, gran nú-
mero de bandoleros partidistas; juntos comenzaron a romper con la ideología libe-
ral-conservadora. Planteando luego la toma del poder15

En esa medida, en el Valle desde la década del cincuenta surgirán nuevos con-
flictos en donde las diferentes estructuras se desarrollaron y evolucionaron o fueron
erradicadas y diezmadas por otros actores armados, ejemplificadas por los autores
según grado de importancia, su tendencia partidista y la zona de desarrollo. Sin em-
bargo, los autores dejan abierta la pregunta respecto a cuáles son las conexiones entre
los pájaros de la última fase de la violencia de los cincuentas, y los gatilleros utilizados
por la mafia y los distintos Escuadrones de la Muerte. Aunque el planteamiento fue
realizado en la década del noventa, no pierde su vigencia en tiempos de pos-acuerdo.
Matones y cuadrilleros: origen y evolución de la violencia en el occidente colombiano
tiene la potencia de ser un libro de avanzada en su tiempo, en cuanto brinda una
explicación solida entorno al origen y desarrollo del conflicto en el occidente
colombiano. Denunciando, la complicidad entre los partidos tradicionales, las
fuerzas militares y el clero por mantener su hegemonía política. Resultado de
ello, es la creación de “los pájaros” sicarios a sueldo quienes estaban al servicio
del partido conservador, gamonales y caciques en búsqueda de tierra y votos. Por
su parte el Partido Liberal apoyó la creación de cuadrillas y autodefensas ante el
acelerado y contundente proceso de conservatización de la región, algunas de las
cuales evolucionaron hasta convertirse en guerrillas y otras en grupos de bandi-
dos sin ninguna intencionalidad política.
Aunque el período de estudio desarrollado por los autores es muy estricto,
deja abierto el debate para realizar conexiones entre esas prácticas de terror de-
sarrolladas por “los pájaros” de los cuarentas y cincuentas, y las retomadas por los
paramilitares desde la década del ochenta, cuyo modus operandi tiene algunos
elementos en común como: el apoyo de políticos locales tradicionales, sectores
económicos como ganaderos, comerciantes y terratenientes, así, como el agravan-
te del narcotráfico para desarrollar la “guerra sucia” contra agrupaciones políticas
como la Unión Patriótica y “A luchar”. En la actual coyuntura que vive el país
14.
Es un accionar patológico, un lumpen-violencia en la “cachaza” social, la cual, en su andar deses-
perado, tortuoso, y contradictorio, produjo gran parte de esa bola de nieve llamada violencia. (…)
sin trasfondo social, partidista o político; su accionar se orienta básicamente al lucro y la venganza,
constituyen formas de reacomodamiento social y económico en una región en donde las clases
medias ascendieron económica, política y socialmente con violencia.
15.
Darío Betancourt Echeverry y Martha García. Matones y cuadrilleros, 154-155.
134
Reseña: Matones y cuadrilleros: Origen y evolución de la violencia en el occidente colombiano

enmarcada en el pos-acuerdo y tras la terminación de la confrontación armada


entre las FARC-EP y el Gobierno Nacional conviene retomar a Darío Betancourt
y sus estudios desde una perspectiva regional sobre el conflicto armado enclave
al narcotráfico y los paramilitares. Debido a que es una fórmula que de manera
acelerada copa los territorios dejados por la insurgencia; resultado de ello es la
coerción a las poblaciones civiles y el asesinato de líderes populares, cuyo modus
operandi es muy parecido al de los “pájaros”: asesinato selectivo con fines políti-
cos a manos de algunos gatilleros para amedrentar a las poblaciones e impedir los
proyectos político-organizativos regionales y nacional. El debate queda abierto.

135
La noción de mafia como elemento
articulador de la historia presente de
Colombia
Reseña del libro Contrabandistas, Marimberos y Mafiosos. Historia Social de la
Mafia Colombiana (1965-1992) del profesor Darío Betancourt.

Renán Vega Cantor1

E n este libro se aborda el complejo mundo de las drogas en Colombia,


que constituye un eje esencial para entender la historia presente de
nuestro país. De entrada presenta la novedad de analizar esa historia
a la luz de la categoría Mafia, empleada frecuentemente para el caso italiano y
norteamericano, pero poco usada para considerar el nuestro. Que yo sepa es el
primer intento, y parece que hasta el momento único, de hacer una historia de
la mafia criolla, lo que es, obviamente, un reto teórico. Para afrontarlo era nece-
sario remitirse al modelo clásico de la mafia, para determinar el alcance de esa
noción y su utilidad para ser empleada en el estudio del fenómeno colombiano.
Para eso Darío Betancourt recurre, en primer lugar, al estudio de la mafia en
su lugar de nacimiento, Sicilia, para luego pasar a Estados Unidos. Se trata de
precisar el sentido y alcance de los conceptos empleados para lo cual se elabora
un primer capítulo teórico titulado “Mafia y Sociedad”. De la múltiple literatura
secundaria consultada para elaborar este apartado, se presenta una descripción
de algunas de las definiciones más conocidas sobre la mafia, a partir de las cuales
se van destacando sus aspectos distintivos. Se resaltan las fases históricas de la
mafia desde su surgimiento en la Italia precapitalista hasta el momento actual,
recalcando que la mafia es a la vez moderna y arcaica, “un fenómeno estructural,
continuo y evolutivo, orgánicamente inserto en el contexto social, con historia y
períodos definibles”2.
Esto supone que la mafia no se puede explicar a partir de la violencia sino
que más bien ésta hace parte y se inscribe dentro de un conjunto de condiciones
sociales, históricas y culturales específicas. Del análisis de la mafia siciliana y de la
1.
Profesor de la Universidad Pedagógica Nacional. Historiador. Doctor en Estudios Políticos de la
Universidad de Paris VIII. Hizo parte de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas.
2.
Darío Betancourt y Martha García. Contrabandistas, Marimberos y Mafiosos. Historia Social De La
Mafia Colombiana (1965-1992). (Bogotá: Tercer Mundo Editores, 1994), 5.
137
Renán Vega Cantor

mafia norteamericana —que surge como resultado de la migración italiana desde


el siglo XIX— se desprenden algunos de los rasgos más importantes que serán
destacados en todo el análisis posterior del caso colombiano: organizaciones fa-
miliares, que funcionan como clanes cerrados, que tienen como finalidad actuar
al margen y contra el Estado por lo cual su base de operaciones es la organización
criminal; su centro de operaciones se basa en actividades ilegales y prohibidas,
que le permiten amasar grandes fortunas (esas actividades cambian en la medida
en que se modifican las circunstancias históricas, por eso la mafia está asociada
indistintamente al juego, a la producción de alcohol, prostitución, drogas, etc.);
por ese carácter de ilegalidad en sus acciones se desarrolla la violencia contra
todos aquellos que se le oponen; la corrupción es la forma predominante de rela-
cionarse con el Estado, por eso están ligados a la mafia los funcionarios, jueces y
burócratas corruptos y dependientes de las gabelas de los mafiosos.
Se destaca que la mafia se modernizó en su traslado a Estados Unidos, sin
que ello signifique que haya abandonado sus prácticas ancestrales y sus tradi-
ciones originales, tales como su carácter cerrado, su funcionamiento como una
hermandad secreta y su apego a la violencia y al soborno. Estos elementos se
“modernizan” en concordancia con el paso de una sociedad agraria y arcaica a
una sociedad urbana y capitalista. Por eso, se puede calificar a la mafia como una
expresión de la “burguesía gansteril” que ha logrado un impresionante poder en
virtud de sus actividades ilegales y criminales. En los últimos años se observa una
diversificación de la mafia, en la medida en que ya no es exclusivamente italiana
sino que han surgido grupos mafiosos en los más diversos lugares del mundo,
aunque los más representativos estén en territorio norteamericano, sobresalien-
do unas mafias étnicas de puertorriqueños, mexicanos, cubanos, afroamericanos,
colombianos, asiáticos, chinos, etc., asociada al tráfico de sicotrópicos, pero prin-
cipalmente de cocaína en el caso de las mafias de origen latino, y de opio en el
caso de las mafias de origen asiático. También se destaca una mafia mediterránea
en Europa, especializada en la producción y tráfico de heroína.
Una mención interesante que se hace en este primer capítulo es aquella que
relaciona la mafia con el capitalismo, cuando se afirma:

Mientras el capitalismo es una ‘mafia’ que produce dentro de la ‘legalidad’, la ma-


fia surgida como capitalismo improductivo (parásito entre la propiedad y el tra-
bajo) bien pronto se transformó, especialmente con la droga, en un capitalismo
productivo ‘ilegal’ que dejaba mayores márgenes de ganancia. De allí que algunos
autores insistan en definir a la mafia como una ‘burguesía gansteril’, pues responde
necesariamente a las determinaciones que el capitalismo le asigna; es decir, sus
intereses históricos se hayan asociados a la defensa del orden y la institucionalidad
particulares, que desde luego se concretan en una ligazón objetiva con los intereses
de la burguesía en su conjunto”3.
3.
Darío Betancourt y Martha García. Contrabandistas, Marimberos y Mafiosos. Historia Social De La
Mafia Colombiana (1965-1992), 31.
138
Reseña: La noción de mafia como elemento articulador de la historia presente de Colombia

Este punto es muy interesante, aunque por desgracia no fue desarrollado por
el autor de manera explícita, ya que para el caso colombiano permitiría com-
prender el carácter gansteril de nuestra burguesía, la que acude a métodos si-
milares a los empleados por la mafia norteamericana para la eliminación de sus
adversarios, a la corrupción de los sindicatos, al asesinato de sindicalistas (de
los 130 sindicalistas asesinados en el mundo en el último año, 89 lo han sido en
Colombia), a su militante anticomunismo y rechazo a todo intento organiza-
tivo independiente de los trabajadores. A partir de esa relación entre mafia y
capitalismo se aclaran los nexos entre legalidad e ilegalidad, ya que la mafia no
solamente es ilegalidad sino que, de múltiples formas, sus tentáculos se legitiman
al juntarse con distintos intereses de la burguesía y de las clases dominantes, que
se notan claramente en la identificación de intereses cuando de la eliminación de
adversarios políticos de izquierda se trata, sobre todo, cuando aquella adquiere
protagonismo político. Por eso no es raro que Estados Unidos haya recurrido a las
actividades criminales, tradicionalmente manejadas por la mafia, para el saboteo
de procesos revolucionarios como ha sucedido en Cuba, Nicaragua, Vietnam y
China, para mencionar solo los ejemplos más conocidos.
Precisamente porque en determinados momentos, principalmente en aquellas
sociedades donde el Estado es débil e inoperante, esa diferenciación entre lo legal
y lo ilegal es muy tenue o ha desaparecido no se pueden considerar como sinóni-
mos a la mafia y al “crimen organizado”, puesto que esto supone aislar a la mafia
del Estado, cuyo aparato (funcionarios, militares, etc.) están entrelazados con las
actividades ilegales. Esto es lo que sucede en Colombia, en donde esa asociación
ha sido más evidente en el caso de la cocaína, razón por la cual cuando se habla de
la Historia de la mafia criolla se está haciendo alusión a la “mafia de la cocaína”,
puesto que alrededor de esta actividad ilegal se ha constituido una poderosa or-
ganización económica, con bases sociales en algunos de sus principales focos, con
proyecciones políticas directas en ciertas oportunidades e indirectas por sus indu-
dables nexos con la clase política tradicional, ligada a la organización de grupos de
sicarios y de paramilitares en complicidad con sectores del ejército, etc4.
Para el estudio de la mafia de la coca en Colombia es pertinente, entonces,
considerar los diversos aspectos históricos, sociales, culturales, económicos y po-
líticos que hacen del fenómeno una realidad compleja. Entre esos aspectos que
Darío esboza como programa de investigación, de los cuales tan sólo logró desa-
rrollar unos cuantos, se destacan los siguientes:
1. los nexos entre actividades legales e ilegales en todos los planos, destacán-
dose lo económico y lo político, es decir, la compenetración entre la acumulación
“normal” de tipo capitalista y las formas mafiosas de acumulación, asociadas a ese
carácter de aparente ilegalidad, así como las formas legitimas de hacer política y
los intentos mafiosos de involucrarse directamente en ella;

Darío Betancourt y Martha García. Contrabandistas, Marimberos y Mafiosos. Historia Social De La


4.

Mafia Colombiana (1965-1992), 35-36.


139
Renán Vega Cantor

2. organización de grupos criminales, de sicarios y de paramilitares, en zonas


y regiones con débil o nula presencia del Estado;
3. consolidación de una base de apoyo a la mafia, sobre todo, en aquellos
lugares donde los principales capos mafiosos han desarrollado actividades econó-
micas, que les han permitido generar cierto nivel de empleo y han “redistribuido”
algo de sus ganancias de manera filantrópica, creando la leyenda del mafioso
caritativo;
4. existencia de amplios sectores sociales ante los cuales está deslegitimado el
régimen, lo que supone que importantes sectores sociales no reconocen al estado
ni a las instancias locales o regionales del poder estatal;
5. entrelazamiento entre diversos tipos de violencia, tanto desde el punto de
vista histórico como actual, lo que permite analizar el fenómeno de la violencia
en un plano estructural de larga duración, que no se puede entender al margen de
la historia específica de las diversas regiones, involucrando identidades locales,
regionales y étnicas y contradicciones sociales, culturales y clasistas.Algunos de
estos aspectos se constituyen en los ejes analíticos del resto del libro que, repito,
por su magnitud no pudieron ser desarrollados plenamente por Darío Betan-
court, aunque si esbozó y analizó ciertos de ellos. Por eso, concluye el autor

La irrupción de las mafias de las ‘drogas’ en Colombia debe entenderse... como un


fenómeno histórico en el largo tiempo, con raíces económicas y sociales profundas
que, sumadas a las características complejas de la estructura estatal y a la estratégi-
ca localización del país en la esquina norte de Sudamérica, facilitaron su desarrollo
y consolidación ante una creciente demanda de esta sustancia desde el interior de
las sociedades norteamericana y europea, a partir de la década del setenta5.

Habiendo precisado los elementos distintivos de la mafia, se analiza el pro-


blema en Colombia a lo largo de los siguientes cuatro capítulos. En el segundo
capítulo, uno de los más importantes de todo el texto, se estudia el surgimiento
de los 5 focos mafiosos del país, ligados a la producción y comercialización de
sustancias sicotrópicas: el núcleo costeño, el núcleo antioqueño, el núcleo vallu-
no, el núcleo central, y el núcleo oriental. Aunque se parte del año de 1965 en el
libro no existe una justificación suficientemente clara de la razón por la cual
se considera esta fecha como iniciación de la historia de la mafia en Colombia,
pues simplemente se indica que en ese momento se presenta un incremento de la
migración colombiana, y principalmente de Antioqueños, a los Estados Unidos.
Más importante para hacer este corte cronológico nos parecen las indicaciones
relativas a la llegada de los “Cuerpos de Paz” a Colombia, a mediados de los años
sesenta, procedentes de los Estados Unidos, que fueron en realidad los que inicia-
ron el consumo de marihuana.

Darío Betancourt y Martha García. Contrabandistas, Marimberos y Mafiosos, 37.


5.

140
Reseña: La noción de mafia como elemento articulador de la historia presente de Colombia

El origen de la mafia en Colombia está directamente ligado a la crisis econó-


mica en la producción de los renglones tradicionales que caracterizaban a cada
una de las regiones del país, tal como la crisis algodonera en la Costa, crisis textil
en Antioquía, crisis azucarera en el Valle, etc. De la misma manera, a raíz de esta
crisis y de la emergencia de los cultivos ilícitos se produce una recomposición de
clase en el plano regional. Desdichadamente, en el libro no hay suficiente profun-
dización sobre estos tópicos.
Se hace un recuento bastante detallado del núcleo costeño, que se desarrolló al-
rededor de la producción de marihuana, resaltando su impacto sobre la sociedad
guajira y mostrando como existe una continuidad histórica entre las actividades
ilegales realizadas allí desde los tiempos de la colonia hasta la época de esplendor
de la producción marimbera en la década de 1970. Este es un hecho importante
ya que permite mostrar, en el caso particular de la Guajira, los vínculos históri-
cos de las economías ilegales en las que se entrecruzan las actividades ilícitas de
diversos grupos familiares, lo que permite la consolidación de una nueva modali-
dad delictiva, como sucedió con la marihuana. Con lujo de detalles se describe la
“bonanza marimbera” y su impacto sobre la sociedad guajira, así como su carácter
artificial y efímero. A nuestro modo de ver, lo más destacado del análisis por las
implicaciones posteriores que tendrá en el caso de la cocaína, es la violencia que
en las principales ciudades de la costa atlántica generó este tipo de actividad ile-
gal y también la formación de organizaciones criminales para desarrollar el ciclo
de producción y comercialización de la “mala hierba”. Estas estructuras de origen
familiar, que acumulan ganancias por el desarrollo de una actividad económica
ilegal, establecerán nexos con el poder político regional, fomentarán la corrup-
ción, como norma implantarán la práctica de resolver todas sus contradicciones
mediante el uso indiscriminado de la violencia, e interiormente se organizarán
en forma jerárquica, sobresaliendo los capos del negocio.
En la época de la bonanza marimbera hacen su aparición a escala regional,
los fenómenos que después se generalizarán en todo el país: organizaciones cri-
minales cerradas, uso de la violencia para eliminar adversarios y contradictores,
aparición de los sicarios (gatilleros) como forma preferida de “arreglar cuentas” y
eliminar a personas incomodas. El uso casi indiscriminado de la violencia “hizo
parte del ascenso de clases, de esa búsqueda de reconocimiento social y cultural”
por parte de sectores hasta ese momento anónimos, que creyeron que “con el de-
rroche de dinero, las compras suntuosas, los escándalos y muertes entraban en la
sociedad capitalista, la cual les había negado hasta ese momento sus más mínimos
derechos, y recibirían la ‘unción’ por parte de las cerradas burguesías locales”6.
Dadas las características del negocio de la marihuana, cuya distribución estaba
controlada por norteamericanos y su ciclo efímero (de sólo 10 años) no se pudo
consolidar una mafia marimbera, ya que los capos no pudieron constituir una or-
Darío Betancourt y Martha García. Contrabandistas, Marimberos y Mafiosos, 66.
5.

141
Renán Vega Cantor

ganización estable y dilapidaron la mayor parte de sus capitales en el derroche y la


ostentación. Por eso cuando los cultivos se trasladaron a Estados Unidos, terminó
la bonanza y se desarticularon los núcleos originales de capos y marimberos.
En cuanto a los otros focos mafiosos se hace una muy somera descripción que tiene
la finalidad de presentar un panorama general del impacto de la cocaína en la sociedad
colombiana, pues este tema como tal será retomado en los capítulos siguientes:
El núcleo antioqueño se estructura a comienzos de la década de 1970, lo cual está
asociado a la gran migración de paisas a Estados Unidos después de 1965, que fa-
cilitó la consolidación de amplias redes de distribución y a los nexos con la pro-
ducción de Marihuana y el contrabando en la zona de Urabá. Además, al negocio
de la cocaína se le transmite el espíritu empresarial paisa y la actividad se vincula
a las características culturales de la región en lo relacionado con el culto al dinero,
la figuración y el “querer ser alguien en la vida”. De esta manera se prefiguraban
algunos de los elementos distintivos del negocio de la cocaína en Antioquia, que
se expresaron en la mezcla de elementos arcaicos y tradicionales —propios de las
características ancestrales y rurales del pueblo paisa, como el uso del carriel, el culto
religioso, el empleo de caballos y sombreros, la veneración a la madre, etc.— con
modernos, tales como música rock, automóviles, etc. La composición social del
núcleo antioqueño ha estado formada por sectores pobres.
El núcleo valluno se constituyó a partir del contrabando por Buenaventura y Pa-
namá. Formado por sectores de la clase media se ha especializada en la introducción
de insumos químicos y en la producción sofisticada de cocaína. Aunque el núcleo
original se configuró en torno a los hermanos Rodríguez, que desde un principio te-
nían nexos con el capital financiero, pues llegaron a ser altos funcionarios de bancos
o propietarios del Banco de los Trabajadores, posteriormente ese núcleo se diversi-
ficó y se atomizó surgiendo otros subnúcleos en varios lugares del Departamento.
El llamado núcleo central está ligado a la acción de Gonzalo Rodríguez Gacha, “El
Mexicano”, que aunque en su expansión estará asociado al núcleo antioqueño, sin
embargo en su origen tiene una historia muy particular entorno a la explotación de
esmeraldas y a la estructura minifundista de Cundinamarca y Boyacá, a la que siem-
pre mantendrá su apego el Mexicano, como se expresó en su afán de comprar tierras.
El núcleo oriental es poco conocido y sobre eso no se dice mayor cosa en el libro.
En la segunda parte de este capítulo se hace una descripción convencional sobre
los aspectos básicos de la producción y comercialización de la cocaína, en la que se
muestran diversos aspectos técnicos en el procesamiento de pasta y de base de coca
y la refinación de la cocaína. Se indican las áreas de cultivo que existen en el país y
las formas de producción (en las que existen desde la indígena hasta la empresarial
moderna). También se detalla el proceso de comercialización de la cocaína, las rutas
existentes, los nexos entre distribución mayorista y al detal, el papel de los produc-
tores de insumos, etc. Aunque esta descripción del proceso interno del negocio de
la cocaína no aporta nada sustancialmente nuevo al estudio del fenómeno si es muy
142
Reseña: La noción de mafia como elemento articulador de la historia presente de Colombia

didáctica lo que permite a cualquier lector una comprensión cabal del proceso en
su conjunto desde la siembre de la coca hasta su consumo en las calles de Estados
Unidos. Por lo demás, esta descripción de todo el proceso tiene como finalidad mos-
trar las condiciones que posibilitan la formación y consolidación de una mafia de la
cocaína, que resulta involucrada en todas esas fases, incluyendo la comercialización
a vasta escala y la constitución de redes locales de distribución tanto en Estados
Unidos como en Europa occidental.
En el capítulo tres se consideran las cuestiones atinentes a los vínculos entre
Estado, Economía e ilegalidad en Colombia, que complementa la visión panorá-
mica suministrada en el segundo capítulo. El objetivo de estos dos capítulos es
indicar, lo que se muestra en un mapa del país, el grado de difusión de las activi-
dades ligadas al procesamiento de cocaína, que abarca las más diversas regiones
de la geografía nacional, así como los más distintos aspectos de la vida social,
política, y económica. Justamente, en esta parte se profundiza en el estudio de
los nexos económicos de la mafia. Para el autor, una historia de larga duración de
formas ilegales de producción y comercialización en la sociedad colombiana, que
van desde el contrabando, la explotación de esmeraldas, el tráfico intrafronteri-
zo clandestino, etc. se constituye en el contexto histórico-cultural que explica la
emergencia de la mafia de la cocaína en nuestro país. A esto se asocia la constante
debilidad del Estado colombiano, junto con la corrupción, el clientelismo y el
tráfico de influencias, el exclusivismo político de los dos partidos tradicionales
que ha facilitado la irrupción y autolegitimación de actividades ilegales. También
influye la existencia de una sociedad civil con mínimos niveles de participación
política y poca organización y una permanente marginalidad política y económi-
ca. La división de las Fuerzas Armadas y su escaso nivel profesional es otro factor
que ha influido en la constitución de la mafia de la cocaína.
Aunque es muy difícil cuantificar la importancia real de la economía ilegal en
general y la de la cocaína en particular, porque sobre la misma no pueden existir
registros precisos en las Cuentas Nacionales, si se supone que su participación en
el Producto Interno Bruto es por lo menos del 5%. Esto indica que su peso en la
economía colombiana es notable, lo que se pone de presente en la diversificación
de inversiones por parte de los focos mafiosos. Así tenemos, que hay una amplia
inversión en tierras y en ganados, por parte del núcleo antioqueño, que llevó a
una especie de contrarreforma Agraria por arriba, que todavía no termina, es
decir, a una redistribución de tierras, de manera voluntaria o forzosa, que es
más clara en algunos departamentos del país (Córdoba, Antioquia, Magdalena
Medio, llanos orientales, Boyacá, Cundinamarca, Casanare, Caquetá, Putumayo,
Tolima, Huila) pero que en lugar de conducir a un reparto democrático de la
propiedad agraria ha conducido a su concentración en las manos de los nuevos
ricos en alianza, en algunos casos, con viejos terratenientes. Se considera muy
rápidamente el efecto del narcotráfico en la pequeña industria y en las activida-
143
Renán Vega Cantor

des comerciales. También es conocida la manera como los dineros provenientes


del tráfico de cocaína se invirtieron en propiedades urbanas, lo cual encareció
la vivienda en el país en los últimos 20 años y sus nexos con el sector financiero,
aunque este sea un aspecto poco conocido.
En la cuarta parte, que es la otra contribución importante del libro, se estu-
dian las “Tres tendencias de la mafia colombiana de la cocaína”, en la que el autor
retoma sus consideraciones teóricas e históricas sobre la mafia internacional, en
especial el caso clásico de Sicilia y la versión modernizante de Estados Unidos y la
variante Europea del Mediterráneo, principalmente la de Marsella. En Colombia,
nos dice el autor, se presenta una compleja mezcla de las dos versiones de mafia.

Por una parte, persisten los de tipo ancestral, cacique, gamonal y clientelista, de
alguna manera ligados al campo y heredados desde el siglo pasado, hecho que per-
mite asemejarla a la vieja mafia siciliana. Por otra, a través del tiempo han venido
desarrollándose núcleos modernos, traumáticos y complejos de carácter urbano,
ligados a ‘urbanización y desarrollo capitalista del campo’, en los que sin lugar a
dudas se encuentran manifestaciones de elementos de la moderna mafia nortea-
mericana. Todos estos factores han sido estimulados por cuatro grandes constantes
históricas: la permanencia del caciquismo, el gamonalismo y el clientelismo, la
gran corrupción a todos los niveles, el contrabando y la existencia de economías
ilegales constantes que, a su vez, son traspasadas y retroalimentadas por las contra-
dicciones de un Estado ‘débil’7.

Teniendo en cuenta estas características, Darío Betancourt entra a precisar


que entiende por Mafia en el caso colombiano. Para él lo son

Aquellos grupos que, identificados por intereses económicos, sociales y políticos,


asumen una actitud ilegal frente al Estado y frente al ordenamiento jurídico que
le sustenta, y que para resolver sus conflictos no recurren a los jueces ni a los entes
estatales sino que, por el contrario, hacen uso de las organizaciones de sicarios
creadas con el propósito de figurar como agentes locales que saben infundir res-
peto y aceptación. Al igual que otras mafias, la colombiana se fue fortaleciendo
alrededor del núcleo familiar (padres, hermanos, tíos, primos, sobrinos, etc.) hasta
penetrar otros grupos sociales”8.

Los sectores populares y de clases medias han sido los componentes sociales
originarios de la mafia colombiana, aunque luego se fueron incrustando en la ór-
bita de los sectores dominantes, tanto agrarios como urbanos. No obstante, esta
similitud en cuanto a su origen social y clasista, así como en los métodos de fun-
cionamiento, la mafia colombiana no ha sido monolítica, ya que en su interior
encontramos tendencias diferentes. Para abordar este aspecto, el autor considera
Darío Betancourt y Martha García. Contrabandistas, Marimberos y Mafiosos, 135-136.
7.

Darío Betancourt y Martha García. Contrabandistas, Marimberos y Mafiosos, 139.


8.

144
Reseña: La noción de mafia como elemento articulador de la historia presente de Colombia

necesario efectuar un recorrido global sobre los aspectos sociales y culturales de


la mafia criolla.
La mafia tiene una indiscutible base social que se ha ido configurando a partir
del uso de los favores y de las dádivas, es el caso de los mafiosos rurales; del uso
indiscriminado de la fuerza, como en el caso del núcleo antioqueño; o de una com-
binación de los dos anteriores, como en el caso del núcleo valluno. Para precisar
sus ideas sobre los tipos de mafia existentes en nuestro país, se toman los ejemplos
particulares de Rodríguez Gacha, “El Mexicano” y de Pablo Escobar, “El patrón”.
El primero, de origen campesino, y ligado al negocio de las esmeraldas en sus
comienzos, representa a una mafia arcaica y rural, ligada a la tierra, cuya base
social estaba formada principalmente por peones y minifundistas, y que desarro-
llo como aparato armado de consolidación y expansión al paramilitarismo. Sus
actuaciones tendieron a reforzar su poder en el campo, mediante la compra de
grandes cantidades de tierra y de ganado.
El segundo, de origen popular urbano, es un mafioso “moderno”, “el gran estra-
tega de la mafia que logró darle una dimensión y proyección internacional como
nunca lo había impreso mafioso alguno”9, cuya base social fundamental se encuen-
tra en los barrios pobres de la ciudad de Medellín, con los que estableció unos ne-
xos a partir de sus regalos y prebendas y a partir de los cuales organizó sus grupos
de sicarios. En los dos casos considerados se observa la manera como se combina
la adscripción voluntaria y la fuerza con respecto a su base social y a sus enemigos,
la legalidad y la ilegalidad con relación a la política y a la economía, siendo uno
de sus talones de Aquiles el hecho de no haberse podido entremezclar a fondo con
la burguesía en las cuestiones económicas y haber intentado —en el caso de Esco-
bar— participar directamente en la brega política al lado de los políticos tradicio-
nales. Y el carácter ambiguo de estos dos personajes, los que mientras intentaban
ascender en el reconocimiento social por parte de las clases dominantes reafir-
maban su origen popular y humilde y se congraciaban con los pobres mediante
regalos y prebendas, se manifiesta también en una doble percepción: la de las
clases dominantes para las que son los causantes de todos los males de la sociedad
colombiana y para los sectores populares ante los que aparecen como auténticos
héroes que le disputaron grandes espacios de poder a “los ricos tradicionales”.
En contraposición a estos dos prototipos de mafiosos, aparece como un sector
mafioso intermedio, más parecido a la variante europea, el caso de los Rodríguez,
quienes lograron mimetizarse económicamente con importantes fracciones de la
burguesía vallecaucana y nacional, sin entrar en conflictos abiertos con los secto-
res políticos tradicionales. Más bien se distingue por sus nexos con las distintas
esferas del poder y de las clases dominantes, sin generar choques ni confrontacio-
nes abiertas. A diferencia de los otros dos, el grado de ostentación y figuración
de los miembros del núcleo mafioso ha sido más mesurado.
Darío Betancourt y Martha García. Contrabandistas, Marimberos y Mafiosos, 197.
9.

145
Renán Vega Cantor

A lo largo del capítulo se hace un recuento de una muy variada serie de aspec-
tos que tienen que ver con mafia, sociedad, cultura y política, indispensables para
entender la historia contemporánea de Colombia. Sin embargo, la mayor parte
de estos aspectos sólo aparecen enumerados y considerados muy rápidamente,
pero eso si existe un inventario de los grandes problemas y de las grandes contra-
dicciones entre mafia y estado entorno a la extradición y las acciones terroristas
que allí se derivaron, así como también lo relativo a la expansión del sicariato y
el paramilitarismo en las dos últimas décadas desde la creación en 1982 del MAS
y la experiencia de Puerto Boyacá. Todas estas cuestiones ameritan ser desarro-
llados y profundizados por otros investigadores, ya que en el libro se presenta un
inventario de todos estos problemas.
En el último capítulo se rastrea la emergencia de un nuevo núcleo mafioso
entorno a la producción y comercialización de amapola. Así como se hizo con la
marihuana y la cocaína, en el caso de la Amapola se hace una descripción deta-
llada de todos los aspectos relacionados con su producción y comercialización,
resaltando las zonas productivas en el mundo y en Colombia y las razones por
las cuales se configura en forma relativamente tardía este nuevo núcleo mafioso.
Es digno de ser destacado que en el momento en que fue escrito este libro, hasta
ahora se estaba empezando a conocer la importancia que estaba asumiendo la
amapola, por lo que el olfato investigativo de Darío Betancourt logró vislumbrar,
con pocas fuentes de información, la importancia que tomaría el negocio de la
amapola. En virtud de este obstáculo para el conocimiento de la cuestión, el au-
tor sólo se puede limitar a esbozar algunas hipótesis:
1. en el negocio de la Amapola no están participando los grandes núcleos ya
consolidados en la cocaína, sino sectores intermedios que han aprovechado la
guerra entre el Estado y los “carteles” para diversificar sus actividades e incursio-
nar en un renglón poco conocido, como es el de la Amapola, con lo que rompen
el monopolio establecido en el negocio de la cocaína;
2. la disolución y desbandada de los carteles ha llevado a que muchos de sus
antiguos socios se dediquen al nuevo negocio de la amapola;
3. la generalización del modelo neoliberal, la quiebra de la economía nacional
y regional y la crisis cafetera, han posibilitado que ciertos capitales se destinen a
nuevas actividades ilícitas;
4. teniendo en cuenta todos estos aspectos se vislumbra que el nuevo ciclo de
la amapola generara tanta, sí no más, violencia que los fenómenos anteriores en
virtud de la dispersión de los férreos poderes de los grandes núcleos mafiosos y la
consolidación de pequeños núcleos ávidos de controlar el nuevo negocio.
Habiendo hecho una presentación global del contenido del libro, es perti-
nente preguntarse ¿cuál es su significado para la historiografía colombiana? A
nuestro modo de ver sus aportes son variados, entre los que cabría destacar:
• El esfuerzo por establecer parámetros de comparación entre distintos
146
Reseña: La noción de mafia como elemento articulador de la historia presente de Colombia

procesos históricos, específicamente en el caso de la mafia. Esto lleva al


autor a ocuparse de revisar bibliografía secundaria básica que permite
caracterizar la mafia desde el punto de vista histórico y teórico, lo cual
es indispensable para adecuar el uso de la categoría mafia al estudio de
las condiciones particulares de Colombia. Este es un intento loable, si
tenemos en cuenta que aún predomina en nuestro medio una visión muy
parroquial de nuestros procesos sociales, sin que establezcan elementos
comparativos que ayudan a enriquecer la comprensión de los fenóme-
nos. En el caso del concepto mafia se resalta, entonces, su utilidad como
instrumento analítico para interpretar la historia contemporánea de
nuestro país, no obstante que en el libro por momentos se note alguna
imprecisión en su uso, aunque finalmente se establezca que la noción es
solamente aplicable al caso de la cocaína.
• La historia social entendida casi como historia total, a la manera de la
escuela marxista inglesa, es el telón de fondo del libro. A partir de esta
perspectiva lo que se busca es estudiar la historia colombiana de los úl-
timos 35 años considerando la forma como la mafia y los fenómenos
asociados a ella se fueron desplegando en la totalidad del tejido social
colombiano, lo cual, desde luego, tiene un trasfondo histórico concreto
en las comarcas, localidades y regiones del país tanto como una creciente
complejidad por los nexos que se establecen entre economía, sociedad,
política y cultura. El intento de escribir esta historia social supone un
gran esfuerzo de síntesis que se observa en el libro –apoyado en fuentes
primarias de tipo periodístico, entrevistas y testimonios y una amplia
literatura secundaria nacional e internacional- en la perspectiva de in-
tegrar el análisis a partir de un eje explicativo: la mafia. Como es de
esperarse, en un primer intento de este tipo no siempre resulta con-
vincente el encadenamiento de los procesos relacionados con la historia
de la mafia, observándose más coherencia explicativa y rigor en unos
aspectos que en otros. Así, por ejemplo, la cultura de la mafia es un tema
clave para entenderla y sin embargo sus consideraciones son muy vagas
y generales, mientras que de temas como los de la marihuana se hace un
relato bastante amplio del fenómeno.
• En el libro se observa, aunque no se use esta denominación, un intento de
escribir una historia del presente. Esto supone el intento de estudiar el
hoy y al ahora en una perspectiva histórica y no sociológica o económica.
Es decir, en plantearse el problema de cómo analizar históricamente el
presente, recurriendo a todas las características teóricas y metodológicas
de la disciplina histórica. Darío Betancourt sin hablar explícitamente de
esa cuestión contribuye en la práctica a la elaboración de esa historia del
presente, partiendo de un problema álgido de nuestro tiempo: el peso
147
Renán Vega Cantor

indudable de la “mafia de la cocaína” en la sociedad colombiana. De esta


situación actual, álgida y sentida por toda la sociedad, se parte de una
manera retrospectiva —como lo exige una historia del presente— en la
reconstrucción global de la génesis y evolución del fenómeno mafioso en
este país hasta llegar a las características del momento actual. El énfasis
está en la actualidad, pues las preguntas se hacen claramente desde el
presente y el “pasado” inmediato se reconstruye con base en este inte-
rrogatorio. Pero el plantear esa historia del presente, la corta duración,
no se puede hacer sin considerar la media y la larga duración, ya que los
fenómenos sociales están ligados en el tiempo y corresponde al histo-
riador encontrar los hilos invisibles que conectan esas temporalidades
diferentes. En este sentido, se puede decir que por momentos Darío Be-
tancourt logra relacionar adecuadamente estas tres duraciones, cuando,
para citar un caso, establece los elementos seculares de ilegalidad en la
economía colombiana que nos remiten hasta la colonia, ilegalidad que
ha pasado por diferentes momentos y que se entronca en la década del
sesenta con la formación de economías ilegales asociadas a la producción
de sustancias psicotrópicas, que son la base de constitución de la mafia.
En fin, en la Historia social de la mafia en Colombia no solamente se presenta
una síntesis de la historia presente sino que, como debe hacerse, se formulan pro-
blemas teóricos y metodológicas de primer orden para todos aquellos interesados
en repensar la conflictiva realidad nacional de cara al próximo siglo, en el que de
seguro, muchos de los fenómenos asociados al complejo mundo de la mafia de
la cocaína seguirán gravitando, para mal o para bien, en el desenvolvimiento de
la sociedad colombiana. Lastimosamente ya no contamos con la presencia física
de Darío para poder confrontar sus tesis y para que él nos ayude a estudiar esa
conflictiva realidad en la que nos toca vivir, si es que nos dejan.

148
Mediadores, Rebuscadores, Traquetos y
Narcos
Reseña de libro Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos. Las organizacio-
nes mafiosas del Valle del Cauca entre la historia, la memoria y el relato, 1890-
1997. de Darío Betancourt.

Olga Yanet Acuña Rodríguez1

E ste libro contiene cuatro ensayos, escritos por Darío Betancourt, du-
rante sus estudios de Doctorado en París, titulados: “Territorio, Me-
diación y Violencia en las poblaciones de la cordillera occidental del
Valle del Cauca. Individualismo, Transacción y control Territorial 1890 -1997”;
“Las Organizaciones de tipo Mafioso del Valle del Cauca. Mediación, Moderniza-
ción Violenta y Criminalidad enriquecedora 1975 – 1997”; “Memoria individual,
Memoria Histórica. Lo secreto y lo escondido en la narración y el recuerdo”;
“Diez relatos cortos: los orígenes, la estructura y las actuaciones de Tipo Mafio-
so”. Dentro de su contenido son notorios los elementos teóricos y metodológicos
interrelacionados, los cuales la dan un gran soporte y cientificidad a los escritos.
Estos ensayos pueden leerse y trabajarse por separado, ya que entre sí contiene
elementos de comprensión y ampliación de conceptos; sin embargo es evidente
que el segundo y tercer capítulo contienen más elementos teóricos.
Según el autor, esta investigación se enmarca en la línea de Historia Social y
de la Cultura, en el marco Regional2; se acude a la Historia Oral como documen-
to histórico para recuperar la memoria colectiva, teniendo en cuenta las bases
teóricas expuestas por: Walter Benjamín, George Samuel, Eduard P. Thompson,
Philippe Aries, Maurice Halbwachs, entre otros.
En el primer capítulo: “Territorio, Mediación y Violencia en la poblaciones de la cor-
dillera occidental del Valle del Cauca. Individualismo, Transacción y control Territorial
1.
Profesora de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Licenciada en Ciencias So-
ciales. Doctora en Historia de América de la Universidad Pablo de Olavide. Estudiante de Darío
Betancourt.
2.
Vista la Región como: “Categoría móvil que se construye se reconstruye a lo largo del tiempo y que
cambia con el mismo, la región es una construcción social y cultural desarrollada por los hombres
al vivir su vida en un espacio y en un momento determinado; se adapta a las tradiciones sociales y
económicas. La región no existe, se hace, se construye” Darío Betancourt. Mediadores, Rebuscadores,
Traquetos y Narcos. Las organizaciones mafiosas del Valle del Cauca entre la historia, la memoria y el relato,
1890-1997. (Bogotá: Ediciones Antropos, 1998), 31.
149
Olga Yanet Acuña Rodríguez

1890-1997”, se analizan las relaciones económicas, sociales y culturales en las que se


configura un orden ciudadano precario desde finales del siglo XIX hasta el decenio
de los noventa del siglo XX; dentro de este gran período, se caracterizan cinco mo-
mentos en los que los mediadores asumen o cambian su papel entre las comunidades
y los terratenientes, entes administrativas gubernamentales locales, departamenta-
les y nacionales. Para una mejor comprensión sobre el tema se estudiaron formas de
colonización y fundación de pueblos, el período de la violencia, el Frente Nacional;
para encontrar elementos que constituyeron el origen de la mafia en Colombia. En
sus inicios la mafia tuvo una relación directa con el Estado3, lo cual le dio bases de
legalidad y legitimidad, respaldados por valores populares.
El origen de la mafia tiene sus raíces en los conflictos sociales del S. XIX, surgi-
miento de pueblos y ciudades intermedias; hecho que permitió que los habitantes
asumieran rasgos característicos propios y diferenciadores. Por lo tanto, la activi-
dad hacendataria se convirtió en amplia presencia de pequeños y medianos pro-
ductores, campesinos sujetos a una economía de subsistencia; frente a un comercio
desarrollado en las grandes ciudades con mercados incipientemente especializados.
Los colonizadores de tierra de las primeras décadas del siglo, debieron enfren-
tarse a propietarios ficticios, a la dominación de la selva y a las luchas por el control
de la tierra; generándose aquí el primer paso de los mediadores4: el terrateniente (la
adquisición de tierras no ocurrió de manera democrática, muchos terratenientes
expandieron sus tierras mediante la usurpación), cuya misión fue la de expandir su
territorio para obtener mayores beneficios políticos, económicos y sociales.
La fundación de pueblos tenía otros fines: Establecer redes de poder y tener
contacto con líderes locales, regionales y nacionales para adquirir beneficios pro-
pios. Para ello: adquirían los terrenos aledaños, posteriormente los fragmentaban
y otorgaban a colonos, pero sin título, es decir para que estos últimos dedicaran
su trabajo en mejoras a las tierras para luego ser absorbidas por el otorgante; esto
generó grandes enfrentamientos entre colonos y terratenientes por el control de
la tierra, sin que los colonos tuvieran resultados a su favor, ya que las autoridades
siempre se inclinaban por el terrateniente puesto que le debían un favor político
o de trabajo. El mediador (terrateniente), además de buscar el enlace entre los po-
bladores y los burócratas, representantes de un partido, eran intermediarios entre
la sociedad y el Estado, buscaban también mantener el control social y sostener
la homogeneidad cultural en las comunidades; hecho que dio como resultados un
3.
Como soporte teórico, el autor acude a la definición de Estado planteada por Elias, que se contrapo-
ne a los expuesto por de Weber un Estado desde arriba, desde lo institucional desde el monopolio de
la fuerza; para Elias es un análisis intensivo de caso, históricamente determinado en donde los indivi-
duos establecen pequeñas redes de interdependencia y en donde ellos mismo son los promotores de la
acción social. Darío Betancourt. Mediadores, Rebuscadores, Traquetos y Narcos,32.
4.
Mediadores: “agentes intermediadores entre las comunidades y los entes gubernamentales sobre
todo a partir de los procesos de globalización de los municipios recién fundados; estos mediadores
emplean el papel de reguladores sociales, recurriendo al uso selectivo de la violencia público-priva-
da para tales propósitos”. Darío Betancourt. Mediadores, Rebuscadores, Traquetos y Narcos, 53.
150
Reseña: Mediadores, Rebuscadores, Traquetos y Narcos

individualismo marcado donde primaban solamente los intereses de un grupo. La


articulación de estrategias en torno a las redes de poder; constituían una forma
de matricular élites y militantes dentro de un partido político5; así, se presenta el
fenómeno de la violencia no como un hecho político, sino como el resultado de
la manipulación de los conflictos agrarios por el grupo político de turno. Según
el autor, “La fragmentación del poder y la precariedad del Estado estaban ocultos
bajo la estructura supuestamente moderna de los partidos tradicionales, que ar-
ticulaban las diversas instancias del poder realmente existente, relacionando los
aparatos del Estado central con las diversas regiones, por medio de los mediado-
res locales, cada vez más indispensables para los jefes políticos regionales”6. Estos
conflictos agrarios tuvieron gran repercusión en los procesos electorales, ya que a
los electores se les hacían promesas de tierras, de cargos públicos, de mejoras de
sus condiciones de vida; elementos aprovechados por los mediadores para servir
de puente entre las élites gubernamentales y el Estado —mediadores políticos—
disponiendo de un gran campo de acciones en cuanto al control social y político
de la población. De esta manera, se aprovechaban de las necesidades de los ha-
bitantes para afianzar sus bases electorales y aunque no es el objetivo del autor
profundizar en estos aspectos, deja planteadas ese tipo de relaciones de orden
social y político que han prevalecido incluso hasta nuestros días.
En este capítulo igualmente se hace una relación sobre la violencia del decenio
de los cincuenta en la que el partido conservador acudió a grupos de bandoleros
denominados pájaros para cumplir su finalidad de coerción y convicción; estra-
tegia retomada por la mafia en la década de los ochenta con el nombre de sicarios
con el fin de imponer un poder: la legitimidad de la violencia en sus diversas
formas, no para un partido, sino para un grupo, las organizaciones mafiosas. De
esta manera Betancourt establece prácticas de violencia en un proceso de larga
duración, que se acondiciona a las relaciones de poder y establece sus propios
mecanismos de control.
Los pájaros eran el resultado de una próspera empresa, en orden jerárquico se
encontraban los planificadores, los mediadores y los pájaros; los primeros actua-
ban desde la oficina, el cargo púbico o el directorio, eran los autores intelectuales;
el papel de los intermediarios era el de estar al frente de las responsabilidades,
ejecutar las órdenes impartidas y reclutar a los pájaros; los pájaros además del
aniquilamiento, seleccionaban a las víctimas. Entonces, la violencia se desarro-
lló desde el control político-burocrático, y el bloque de poder, con intervención
directa de los intermediarios locales, como organizadores del resultado de los en-
5.
A finales de la década de los años 40 el mediador local tradicional de los años veinte, había supe-
rado otra etapa, la de intermediario político, como manipulador electoral, para aparecer lentamen-
te a la sombra de los directorios políticos como jefe político local, en representación y solventación
de los intereses de pobladores y colonos. Darío Betancourt. Mediadores, Rebuscadores, Traquetos y
Narcos, 84.
6.
Darío Betancourt. Mediadores, Rebuscadores, Traquetos y Narcos, 74.
151
Olga Yanet Acuña Rodríguez

frentamientos. ¿Así las cosas, la relación directa entre violentos y líderes políticos
parece una constante y luego nos preguntamos por qué la violencia sigue siendo
uno de los mayores males de la sociedad colombiana?
Durante el Frente Nacional, los mediadores serían reemplazados por elemen-
tos clientelistas7 entre élites y seguidores, peones, aparceros y arrendatarios, quienes
constituyeron el caudal electoral de hacendados y latifundistas. La mediación local
a través de la clientela, conformó un poder político de carácter privado, ya que el
poder real descansaba sobre las élites locales y regionales. En la década de los años
setenta surge otra forma de mediación concentrada en pocas manos, aparece una
forma de poder local8 insertada en la política y que manipula al alcalde, al juez,
al cura, a la policía, al notario, a los profesores de los colegios y hasta al ejército; a
cambio de su complicidad entregan: dinero, bienes y gran cantidad de votos a los
dirigentes regionales y nacionales. Es la acción de los terratenientes y narcotrafi-
cantes, quienes producen una gran acumulación económica, al igual que relaciones
de prestigio, mediación, ampliando ciertas funciones en el medio local. Las mafias
no crearon nada nuevo en las localidades y regiones donde iniciaron un lento, casi
invisible y sostenido proceso de permeación de la estructura económica, social y cul-
tural; ellos, aceleraron, conectaron y deformaron la autoayuda9 y la convivencia del
orden. Muchos de los narcos eran miembros de las élites sociales locales o individuos
que se han enriquecido a través de los negocios ilícitos o de la delincuencia común.
Poco a poco estas organizaciones se fortalecieron y su dinámica se desbordó
de los conflictos por el control de la tierra hasta convertirse en escuadrones de la
muerte, sin desligar la intervención del Estado en los diversos procesos de surgi-
miento de los mediadores; durante la última etapa, las luchas antisubversivas de
las fuerzas del gobierno y los grupos paramilitares privados confluyeron en una
sola fuerza que favoreció las actividades de la mafia.
El capítulo permite apreciar una conexión muy fuerte entre las élites políti-
cas, los intermediarios y los grupos para institucionales, que han alimentado la
ola de violencia en Colombia, el análisis del fenómeno desde una perspectiva de
larga duración plantea un problema de la violencia estructural relacionada con el
conflicto agrario, la política y sus vicios, y sobre todo con la debilidad del Estado,
7.
“La adscripción clientelista a un jefe o grupo político proporciona un medio de identificación con
una realidad que trasciende los límites de las lealtades familiares y locales; los individuos se relacio-
nan con el gobierno a través de mediación de élites locales y regionales federadas en los partidos, y
los hace miembros de una comunidad imaginada, más amplia que las comunidades locales a las que
pertenecen”. Darío Betancourt. Mediadores, Rebuscadores, Traquetos y Narcos, 94.
8.
“la precariedad del Estado y su escasa presencia regional y local dejaron en manos de los agen-
tes particulares locales la solución y mediación de los conflictos, favoreciendo el surgimiento y
posterior fortalecimiento del sicariato y el paramilitarismo, modalidades de definición del poder
como otrora lo hicieron los mediadores con los pájaros”. Darío Betancourt. Mediadores, Rebuscadores,
Traquetos y Narcos, 95.
9.
Entendida como la contradicción entre la unidad estatal y la instancia que se define por sí sola,
donde existe una autoridad incompleta regateada o negociada entre el Estado a los entes que lo re-
presentan y que no logran imponer sus normas y la fuerza generada desde la localidad y refrendadas
por la tradición y la costumbre. Darío Betancourt. Mediadores, Rebuscadores, Traquetos y Narcos, 97.
152
Reseña: Mediadores, Rebuscadores, Traquetos y Narcos

por convertir las instituciones en entes maleables a los intereses de los grupos que
ostentan el poder; el texto plantea reflexiones interesantes que deben servir de
base para el desarrollo de trabajos centrados en lo local, lo regional o con cortes
temporales para ver cambios, dinámicas y contextos particulares.
El segundo capítulo “Las Organizaciones de tipo Mafioso del Valle del Cauca. Media-
ción, Modernización Violenta y Criminalidad enriquecedora 1975-1997”; es un estudio de
las particularidades de las organizaciones mafiosas del Valle del Cauca que surgie-
ron en el decenio de los sesenta con la cocaína y que se caracterizó por la utilización
de empresas de fachada para matricular a políticos, empresarios, funcionarios, en-
tre otros a través de relaciones económicas, alquilando el aparato armado y mani-
pulando las fuerzas de seguridad del Estado10. Estas organizaciones mafiosas desde
que surgen, han sido grandes productoras de riqueza y han logrado controlar las
relaciones económicas de localidades y ciudades a través del dominio de tierras me-
diante el uso selectivo de la violencia y el chantaje económico a partir de empresas
mafiosas controladoras del poder.
A partir del control territorial de la medicación de dinero mediante la matrí-
cula y regulación violenta; los nuevos mediadores penetraron en la sociedad, las
instituciones y los partidos; construyendo un poder incrustado dentro del Estado.
En Colombia las organizaciones de tipo mafioso surgieron con la cocaína; se desa-
rrollaron y consolidaron en torno a su producción y comercialización que desde sus
inicios generó riquezas y un alto crecimiento monetario, sin introducir sobrecostos
económicos en las sociedades en las que se desarrolló y a las que dinamizó con sus
capitales mediante la construcción de obras públicas; puentes, carreteras, parques,
escuelas e instituciones con miras a llegar a un grupo social acaecido por las necesi-
dades. Estas organizaciones tienden a establecer una soberanía y un control similar
al del Estado y a mantener una autonomía con relación a los otros centros legítimos
del poder, económico, político e institucional; poseen un poder militar que ejerce
control de tipo estatal de la justicia y la violencia, sin oponerse al poder legítimo,
sino que se incrustan dentro de él, en conjunta relación con sus agentes.
Dentro del proceso de producción de la droga se identifican 3 etapas: la eco-
nómico-operativa: en esta se concentra un serie de subgrupos que se especializan
en la refinación de cocaína y en el uso de insumos químicos; la político-territorial
relacionada con el embarque, almacenamiento y distribución de la heroína, en
esta fase se requiere de conexiones, sobornos, manejo de rutas, espacios y caletas
quienes están bajo control territorial armado y uso frecuente de la violencia; y
por último la de lavado de dinero, simulando lo legal de lo ilegal.

10.
“La precariedad del Estado Colombiano no solo facilitó el tránsito de dichas organizaciones hacia
la penetración de la economía, la sociedad y las instituciones, sino que se ha desdibujado las fronte-
ras entre criminalidad, rebeldía social y violencia política, fracturando el poder y los controles te-
rritoriales, generando una oleada de violencias, tanto desde el poder como desde los contrapoderes”.
Darío Betancourt. Mediadores, Rebuscadores, Traquetos y Narcos, 107.
153
Olga Yanet Acuña Rodríguez

Las organizaciones mafiosas del Valle utilizan una estrategia particular, la ma-
tricula11, debido a las estrategias criminales y de enriquecimiento, ejercen control
económico, político social y territorial; imponen un sistema normativo particular
para mantener altivos a las personalidades requeridas.
Para ello acuden a la violencia, al miedo, al terror, a la desaparición, para afian-
zar su poder y controlar espacios rurales y urbanos. La actividad violenta de las
mafias se constituye así, en instrumento de acumulación de riqueza, ascenso de
clase social, control territorial y poblacional. La violencia tiene un marcado tras-
fondo territorial, promovido por poderosos terratenientes y mafiosos, se ampara
en la guerra política desplazar o erradicar poblaciones enteras o personajes que
simpaticen con la izquierda, campesinos sospechosos de amparar guerrilleros y de-
más personajes que se promulguen en contra de sus planes y empresas criminales.
La relación de la mafia con los partidos políticos liberal-conservador, ha sido
muy estratégica ya que los grupo mafiosos otorgan votos, dinero y ayudas en es-
pecies a cambio de información sobre operativos, impunidad judicial y leyes que
favorezcan sus actividades; el ejercicio se realiza a través de los poderes locales
y regionales, quienes sirven de mediadores y controlan la clientela electoral a
su servicio —por un favor, o por realizar en la comunidad obras para su benefi-
cio—. El intercambio de favores entre dos poderes relativamente autónomos: los
políticos a nombre de la institución del Estado y los jefes de las organizaciones
mafiosas desde su control territorial, mediante el ejercicio de la violencia y el
condicionamiento social. Es evidente, que los jefes de las organizaciones mafiosas
se apropiaron de la mediación como mecanismos de regulación social para mo-
vilizar instituciones y partidos, hasta consolidar un poder incrustado dentro de
la sociedad y el Estado. El texto es uno de los pioneros en describir la estructura
organizacional de las mafias, las conexiones con la política y con los políticos, así
el papel de Darío Beancourt como historiador del presente fue advertirnos sobre
los cambios en la estructura del Estado, contarnos sobre las nuevas relaciones de
poder y sobre la instrumentalización de las instituciones y sus funcionarios al
servicio de los nuevos ricos.
En el capítulo No. 3 “Memoria individual, Memoria Histórica. Lo secreto y lo escon-
dido en la narración y el recuerdo”, se hace una reflexión teórica sobre la importan-
cia de la memoria para la reconstrucción histórica; los relatos contrastados con
otras fuentes documentales, teniendo en cuenta elementos fundamentales como
el tiempo y el espacio, el conocimiento y la conciencia.
En esta reflexión sobre la memoria cobra importancia la historia Oral, que
Betancourt enmarca dentro de la Historia Popular, Historia que pretende acerca
“Que consiste en inscribir, armar, condicionar o presionar mediante el pago a comerciantes, em-
11.

presarios, funcionarios, autoridades militantes, personalidades, artistas, deportistas y políticos; de


los cuales queda una constancia mediante talonarios, recibos o listas en computador, para com-
prometer y chantajear a los beneficiarios”. Darío Betancourt. Mediadores, Rebuscadores, Traquetos y
Narcos, 115.
154
Reseña: Mediadores, Rebuscadores, Traquetos y Narcos

los límites de la historia a la vida de las personas. A través de los relatos se puede
determinar los gestos y actitudes de personajes, quienes expresan el acontecer co-
tidiano del ayer de una colectividad que vivió el momento con sueños, ilusiones
y frustraciones, y que de ellas guardan numerosos recuerdos que sirven de base
para la reconstrucción histórica desde perspectivas distintas en concordancia con
ese momento que vivieron y que le dieron un significado. Con este texto se dejan
las bases para analizar desde la historia los relatos y las vivencias de las víctimas,
vistos como parte de la memoria individual y de la experiencia vivida.
El capítulo No. 4 “Diez relatos cortos: los orígenes, la estructura y las actuaciones de
Tipo Mafioso”, estos relatos están construidos con base en entrevistas y conversa-
ciones con personas implicadas en las organizaciones mafiosas, ellos son habitan-
tes y pobladores de las localidades y territorios donde las organizaciones mafiosas
se desarrollaron en las décadas de los años ochenta y noventa; por su expresión
y contenido son la evidencia de la complicidad de dirigentes y funcionarios, así
como de la intransigencia e inverosimilidad de jefes mafiosos para obrar en for-
ma violenta frente a campesinos, líderes de izquierda y población en general que
se atrevieron a desafiar o a contradecir sus estrategias criminales y delictivas;
como fue el caso del mismo autor de este texto quien fue víctima de la violencia,
por su valentía en denunciar, a través de la historia, la construcción de nuevos
escenarios violentitos; y por contarnos cómo y porqué emergió un nuevo grupo
de “políticos y empresarios” que construyó una forma particular de legitimidad
y que con la compra de conciencias garantizó su permanencia, a la vez que dejó
las bases para la consolidación de una estructura mafiosa que hoy prácticamente
permea todas las instituciones del Estado. Los 10 relatos: El aprendiz, Nostalgia de
Pájaros, Una Ciudad de Negocios, Un observador, los iniciados, El Despegue, A través de
la Lupa, los buenos negocios, el oficinista, el curandero.
En este libro, se resaltan algunas formas de violencia estructurada: desapa-
riciones forzosas, torturas físicas y psicológicas, atentados, masacres, amenazas;
promovidos por organizaciones mafiosos que se transforman en instituciones
delictivas patrocinadas por líderes políticos por instituciones del Estado que
les dieron un cierto grado de legalidad y legitimidad, y que se insertaron en la
estructura social como prácticas “normales” dela sociedad nacional. Esas organi-
zaciones constituyen una red de poder en las que matriculan a grupos sociales
de todos los rangos: quienes se encuentran en el campo del procesamiento de la
droga, quienes buscan la legalidad o el crimen para el transporte y quienes desde
la oficina dan las instrucciones y hacen contactos, siendo los delegados y las ins-
tituciones del Estado el principal soporte para tal fin.
Uno de los elementos que contribuyó con la formación y expansión de la ma-
fia, fue sin duda, el abandono del gobierno central a los sectores de provincia y
de frontera, donde fácilmente se constituyeron redes de la mafia, con tendencias
expansionistas, quienes participaron activamente en procesos políticos y polici-
155
Olga Yanet Acuña Rodríguez

vos, y contribuyeron con el desarrollo local y regional construyendo obras de in-


fraestructura que beneficiaran a los sectores populares, con el fin de buscar apoyo
en ellos. Darío salió de un marco teórico, metodológico e investigativo expuesto
por la historia social; para centrarse en un tema de violencia que hace parte de la
realidad nacional y se constituye en la cotidianidad como resultado del caos so-
cial, político y económico que ofrece el Estado a la humanidad, donde la justicia
se cobra por sus propias mano sin que la “legalidad” presente otras alternativas.
Hoy rendimos homenaje a un personaje, quien, con su pensamiento, sus ideas,
su forma de expresión y su calidad humana logró dejar grandes enseñanzas en
cada uno de nosotros; pero así mismo, sea este el momento, para rechazar en
forma directa esta serie de atentados contra nuestros científicos sociales quienes
no han hecho otra cosa más que aportar elementos teóricos y metodológicos para
la comprensión de nuestra realidad social.

156
La función social de la enseñanza
de la Historia en la Educación Básica
Reseña del libro Enseñanza de la Historia a tres niveles. Una propuesta alterna-
tva del profesor Darío Betancourt.

Víctor Manuel Prieto1

E l historiador francés Marc Bloch, quien en 1942 se negó a abandonar


su patria ante la invasión del ejército nazi para poder sumarse a la
resistencia donde fue hecho prisionero y ejecutado en 1944, inició su
libro Introducción a la Historia, escrito durante su cautiverio, con la frase: “Papá
explícame para qué sirve la Historia”, pedía hace algunos años a su padre, que era
historiador, un muchachito allegado mío. Quisiera poder decir que este libro es
mi respuesta. Porque no alcanzo a imaginar mayor halago para un escritor que
saber hablar por igual a los doctos y a los escolares”2. Y Marc Ferro en su libro
Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero llama la atención sobre lo
que significa el conocimiento de la Historia escolar para una sociedad. Ferro
dice “No nos engañemos: la imagen que tenemos de otros pueblos, y hasta de no-
sotros mismos, está asociada a la Historia tal como se nos contó cuando éramos
niños. Ella deja su huella en nosotros para toda la existencia”3.
La preocupación de estos dos destacados historiadores por la utilidad de la
Historia para una nación invita a pensar en la importancia de la enseñanza de
la disciplina. Pero la Historia como disciplina científica es demasiado reciente,
pues sí en Europa no lleva sino algo más de un siglo de desarrollo en Colombia la
búsqueda de interpretaciones analíticas del pasado social se han presentado con
mayor retraso aún. Una lectura crítica del pasado se inicia con aportes ofrecidos
por profesores como Jaime Jaramillo Uribe, egresado de la Escuela Normal Supe-
rior y pionero del estudio de la Historia con procedimientos modernos. También
se dieron pasos importantes con trabajos como los de Nieto Arteta, Hernández
Rodríguez, Ospina Vásquez y Lievano Aguirre, quienes recurriendo a teorías eco-
1.
Profesor Universidad Pedagógica Nacional. Licenciado en Ciencias Sociales. Magister en Historia
de la Universidad Nacional de Colombia. Amigo y colega de Darío Betancourt.
2.
Marc Bloch. Introducción a la historia. (Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 1997), 9.
3.
Marc Ferro. (1995). Cómo se cuenta la historia a los niños en el mundo entero (México: Fondo de Cul-
tura Económica, 1995), 9.
157
Víctor Manuel Prieto

nómicas y políticas escribieron historias modernas, pues los estudios anteriores


correspondían a apologías a grandes hombres, que según las inclinaciones ideológi-
cas de cada autor, eran destacados en la vida política y militar de nuestra nación.
Esos trabajos los realizaban academias, políticos, periodistas y literatos aficio-
nados a la Historia y como un deber patriótico y un imaginario de identidad hacía
parte de los planes de estudio en escuelas y colegios. Desde los años sesenta, junto al
marxismo militante, la influencia de la historiografía inglesa, francesa y norteameri-
cana le dieron origen a la aparición de la Nueva Historia, corriente de pensamiento
que a la luz de metodologías modernas entró a cuestionar las versiones apologéticas
del pasado. La Nueva Historia también ha indagado sobre temáticas que han enri-
quecido la comprensión de nuestro pasado social. En ese mismo período también se
presentó un rápido crecimiento de la cobertura educativa sin que las nuevas tenden-
cias de investigación histórica llegaran a las aulas escolares, situación que hizo pensar
al profesor Darío Betancourt en la importancia de pronunciarse sobre la enseñanza
de la Historia que ofrece nuestro sistema educativo.
En su trabajo Enseñanza de la historia a tres niveles: una propuesta alternativa, pu-
blicado en 1995 por la Cooperativa Editorial Magisterio, rechaza tanto las posturas
neoconservadoras del fin de la historia que se agitaban con fuerza entre la opinión
pública en ese momento, como el predominio del relato de la ideología román-
tica propio de la Historia que se difundía en los programas escolares. Por eso en
su trabajo enfatiza la importancia de revisar los contenidos de los programas de
estudio y los métodos de enseñanza de la Historia que se han venido empleando
en Colombia. Señala que la enseñanza no permite que los estudiantes reflexionen
sobre la relación de los acontecimientos estudiados con los procesos de larga du-
ración, pues nuestras escuelas y colegios ofrecen una sola visión del pasado y esa
interpretación no puede ser cuestionada por los estudiantes.
A la pregunta “¿para qué enseñamos historia?, que deberían hacerse los maes-
tros que con el desarrollo de los Planes de Estudio tienen la responsabilidad de
conservar la memoria de los pueblos en los niños y jóvenes en nuestras escuelas,
Darío responde diciendo: “la Historia contribuye a la formación de la conciencia
nacional y por ende a reforzar el grado de civilidad y democracia de una nación”4.
Entendemos esta afirmación como una invitación a pensar en la responsabilidad
que tiene la enseñanza de la disciplina para con la sociedad colombiana en la
actualidad. El autor hace énfasis en que los hechos económicos y políticos que
presentan los programas de estudio de la Historia en Colombia, develando ses-
gos ideológicos en las versiones del pasado que se difunden y que la escuela debe
enseñar a identificar, pues la percepción del pasado que adquieren los estudiantes
van a incidir en la indiferencia y superficialidad de la “opinión pública” ante los
asuntos de interés general o en la disposición para contribuir con la formación de
los futuros ciudadanos de nuestra nación.
Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles, 38.
4.

158
Reseña: La función social de la enseñanza de la Historia en la Educación Básica

Considera que su enseñanza se imparte a través de la narración de aconteci-


mientos en donde impera una ideología que legitima el orden establecido. Darío
comenta que “el grueso de la población ha estado sometida a la enseñanza de una
Historia en esencia “conservadora”, prodemocrático y contraria al fortalecimien-
to de la sociedad civil”5
Por tal motivo los estudiantes no perciben la complejidad del análisis de la di-
námica social, lo que les impide comprender la relatividad de la verdad histórica.
Plantea que la selección y organización de los temas que se incluyen en los Planes
de Estudios de la educación básica está orientada a ofrecer visiones que incul-
can tendencias ideológicas que pasan a integrar la cultura del pueblo, por tanto,
esa enseñanza refuerza convicciones religiosas, posturas ideológicas y sentido de
identidad encaminados a legitimar un orden establecido que no se cuestiona en
el desarrollo de los planes de estudio de Historia.
La diferencia de las versiones que presenta el sistema educativo con las viven-
cias de los estudiantes conduce a que estos asuman su aprendizaje con apatía y la
imagen de su enseñanza es que debe dar cuenta de la memorización de hechos y fe-
chas importantes que pueden ser útiles en los Exámenes de Estado. De acuerdo a lo
anterior, la concepción de Historia que predomina en el hombre común es la de
una narración de acontecimientos que no tienen mayor relación con el presente.
Haciendo referencia a ese asunto Darío recuerda que ”Varios estudiosos de
la historia colombiana han insinuado que se debería investigar con mucha más
profundidad sobre el papel y la responsabilidad que le cabe a la llamada historia
“oficial” o “patria” -cultivada con tanto celo e insistencia por las academias- en la
intolerancia de los colombianos, en la irracionalidad de la lucha política, en los
escasos desarrollos de la sociedad civil y en la violencia que frecuentemente aqueja
al país”6. De acuerdo con lo anterior, Darío Betancourt plantea que la enseñanza de
la Historia, con las interpretaciones que ofrece y los temas que enfatiza y omite,
requiere de la discusión de pedagogos e historiadores sobre su influencia en la men-
talidad colectiva de los ciudadanos, pues asuntos como el de la violencia, que fue su
tema preferido en el campo de la investigación histórica y que lo convirtió en una
víctima más de la violencia que padece nuestro país, es estudiado con indiferencia
mientras que las tragedias de este conflicto desaparecen de la memoria colectiva.
En este trabajo también hace referencia a la polémica que se presentó a finales de
los años 80 en lo que Germán Colmenares llamó “la guerra de los textos” debido a
la publicación de artículos en los principales diarios del país donde la Académica
Colombiana de Historia y dirigentes políticos conservadores censuraban los textos
escolares de Historia escritos por Rodolfo de Roux y Salomón Kalmanovich en los
que ofrecían interpretaciones propias de la Nueva Historia.

Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles, 25.


5.

Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles, 38.


6.

159
Víctor Manuel Prieto

Exponiendo su posición ante esta polémica señala que “La Historia que se
enseña y los textos dirigidos al mismo fin, se han movido entre dos extremos, el
de las versiones “oficiales” (...) que en la mayoría de los casos (...) poseen predeter-
minaciones providenciales o de las fuerzas naturales en los procesos económicos
y sociales y el de las versiones “críticas” de nuestra historia que (...) hacen hinca-
pié en la frialdad, en el cálculo, en la habilidad y en la racionalidad de nuestras
élites para manejar procesos como si ellos fueran fácilmente programables”7. Esa
situación ha conducido a exaltar la apología de los dirigentes y a creer que la
comprensión de la dinámica de los procesos sociales es tan compleja que no es
posible de alcanzar fuera de los centros de investigación y de los círculos acadé-
micos universitarios. Con esas críticas a las versiones escolares de la Historia que
proponen las políticas oficiales y los manuales escolares Darío invita a examinar
los contenidos de los programas de estudio.
En este trabajo también propone una enseñanza de la Historia orientada por
los avances de la disciplina para evitar las visiones políticas que conducen a la in-
tolerancia y al fanatismo. Eso no significa renunciar a la posibilidad de iniciar a los
estudiantes en el análisis crítico de las múltiples situaciones que hacen parte de la
realidad social de nuestro país. Por el contrario, considera que la mirada crítica al
pasado social contribuye con la formación de la conciencia política de los estudian-
tes, condición necesaria para que participen activamente en los asuntos públicos y
en su preparación para intervenir activamente en los destinos de la nación.
En este trabajo Darío también hace referencia a la poca incidencia de los avan-
ces de la investigación en la enseñanza de la Historia. Pues si bien, estos desarro-
llos han permitido incluir en los programas de estudio temáticas que hasta hace
algunos años estaban ausentes en la escuela, los métodos de enseñanza de la mayor
parte de escuelas y colegios de nuestro país han mostrado mayor resistencia a reno-
varse. Por eso argumenta que “la acción educativa en la clase de Historia ha venido
reduciéndose a una operación rutinaria y pasiva mediante el seguimiento “fiel” y
“acrítico” a un texto, exponente de la historiografía oficial (...) o de algunas de las
nuevas tendencias críticas, que (...) se limitan a llenar un programa”8.
Esa circunstancia lleva a que en los niveles de formación primaria y secun-
daria el valor educativo de la disciplina se diluya entre otras influencias, que en
muchas ocasiones lo contradicen, pues tienden a generar fundamentalismos que
hacen pensar que la violencia y la guerra han sido los motores de la Historia.
Esos cuestionamientos a la versión del pasado que transmite la enseñanza esco-
lar deben servir para reflexionar sobre la importancia de modificar las visiones
episódicas y heroicas en las que solamente se destacan las acciones y las obras
de los dirigentes y que dificultan la formación de una conciencia crítica en los
estudiantes. Esa preocupación tiene plena vigencia en la actualidad, pues como
Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles, 39.
7.

Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles, 31.


8.

160
Reseña: La función social de la enseñanza de la Historia en la Educación Básica

Darío anota “las historias críticas surgidas en las dos últimas décadas, opuestas
a las visiones oficiales, son hoy más que nunca —máxime cuando se anuncian
como grandiosos los “triunfos” del neoliberalismo— una necesidad que tiene que
ver con la gran “carencia de historia” de las masas populares desposeídas, y con la
posibilidad de lograr un sentido más social y profundo de unidad nacional que el
que hasta ahora ha construido la historiografía oficial”9.
Además el modelo cronológico euro-céntrico que ofrece el sistema educativo pre-
senta el tiempo histórico siguiendo un desarrollo lineal en el que se exalta el progreso
que ha generado ese desarrollo sin ningún tipo de cuestionamiento. La periodización,
por ejemplo, tiene una marcada influencia positivista cuando tiende a homogenei-
zar la Historia a partir del encadenamiento de hechos para darle explicación a la
dinámica social desde una perspectiva etnocéntrica. En los contenidos se muestra a
Europa como modelo de desarrollo en donde los demás pueblos entran a una Historia
Universal que nace en el Mediterráneo y van evolucionando hasta llegar a los Estados
modernos y a las revoluciones burguesas generando la dinámica social que ha prepa-
rado al mundo para entrar al tercer milenio en la economía de mercado Neoliberal de
manera prácticamente uniforme.
Pero sus planteamientos frente a la enseñanza no abordan solamente aspectos
relacionados con la orientación ideológica que tienen los programas de estudio.
Allí también hace referencia a los métodos que se emplean en la enseñanza de la
Historia. Comenta que los Planes de Estudio se desarrollan buscando la simple
instrucción, actividad que se adelanta a partir de conferencias magistrales o de
la presentación de los temas a cargo de los estudiantes, metodología que resulta
tediosa y aburrida, pues en el mejor de los casos corresponde a la amena charla de
un buen maestro o a la adecuada exposición que algunos jóvenes pueden hacer ante
sus compañeros. Y aunque en algunas ocasiones se programan ejercicios escolares
que incluyen visitas a museos, elaboración de mapas y maquetas y la presentación
de socio-dramas, por su orientación estas actividades buscan facilitar la memoriza-
ción de datos y conducir al voluntarismo y al activismo de los estudiantes.
También comenta que esa orientación no le permite al estudiante comprender
el carácter provisional de la explicación del hecho histórico, dificulta el manejo de
los conceptos que emplea la disciplina y la forma como se construye el conocimien-
to histórico. Además señala cómo esas limitaciones se ven reflejadas en la forma
de evaluar, pues por ofrecer verdades absolutas que el alumno debe memorizar y
repetir al pie de la letra, lo que se valora es el dogmatismo que se promueve con el
exagerado culto que se le rinde a las interpretaciones que ofrecen los textos escola-
res cuando se presentan como verdades incuestionables. Por eso considera que para
iniciar una renovación en la enseñanza de la Historia se debe partir de una mejor
formación en las Facultades de Educación que prepara a los maestros en Ciencias
Sociales, instituciones hacia las cuales va dirigida su propuesta.
Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles, 27.
9.

161
Víctor Manuel Prieto

Darío afirma que “es en las universidades formadoras de maestros en donde tiene
que darse el cambio cualitativo en la enseñanza de la Historia para lograr revolucio-
nar hacia abajo la manera como hasta ahora se ha venido trabajando dicha asignatu-
ra”10. Propone orientar la formación de los maestros hacia el énfasis en la investiga-
ción y hacia la innovación didáctica para que puedan ejercer la libertad de cátedra y
diseñar estrategias de enseñanza-aprendizaje que permitan acercar a los estudiantes
de primaria y secundaria a los desarrollos metodológicos y temáticos alcanzados por
la disciplina. En este sentido es ilustrativa la dedicatoria de su libro, pues además de
sus dos hijas se lo ofrece “A aquellos maestros colombianos, a quienes corresponde la
mayor responsabilidad en la formación de una conciencia social crítica”.
Para alcanzar este objetivo propone que sean formados como docentes-investi-
gadores para que se familiaricen con los métodos de análisis de la disciplina, pero
además con la capacidad para seguir un proceso durante la enseñanza en los niveles
de educación básica primaria y secundaria. Su propuesta también plantea que en la
formación de los maestros se organicen dinámicas de trabajo dentro y fuera del aula,
pues además de estimular la capacidad de observación de la realidad social, permiten
propiciar la discusión de temas y la elaboración de ensayos donde los estudiantes
además de aprender Historia, desarrollan habilidades en el uso de la expresión oral y
escrita, habilidades absolutamente necesarias para el ejercicio de la docencia.
Así la función del profesor dejará de ser la de transmitir información para pasar
a ser la de guía en el trabajo que tienen que realizar los estudiantes. Recomienda
que en la formación de los maestros la enseñanza de la Historia se haga a partir del
estudio de las temáticas en tres niveles. Propone que en un primer nivel se adelante
la consulta de la producción historiográfica por parte de los estudiantes, inicián-
dolos en el estudio de obras especializadas. De este trabajo se podrán seleccionar
temas puntuales para problematizarlos y hacerlos objeto de análisis particulares,
aspecto en el cual se deben tener en cuenta los conocimientos previos que tiene el
estudiante, proceso que corresponde al segundo nivel de su propuesta. Desarrolla-
da adecuadamente adquiere un gran valor pedagógico, pues permite comprender
aspecto como el uso de teorías, conceptos y métodos de investigación así como la
importancia de la interdisciplinaridad en la investigación histórica llegando a un
nivel de comprensión más crítico de nuestro pasado.
También propone que para el tratamiento de los temas que se van a desarrollar
se empleen diferentes recursos, como estudios de caso, documentos de la época que
se esté analizando, objetos encontrados en excavaciones arqueológicas, entrevistas,
fotografías, obras de arte, grabados, cifras estadísticas, películas, caminos, cercas y
edificios. Si el estudiante ha asimilado los métodos desarrollados por los estudiosos
estará en condiciones de problematizar e interrogar esas fuentes para organizarlas
e interpretarlas haciendo uso de los conceptos propios de la disciplina.

Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles, 63.


10.

162
Reseña: La función social de la enseñanza de la Historia en la Educación Básica

Es decir, de esa manera van aprendiendo a dialogar con el pasado empleando


como interlocutores a los vestigios del pasado que estén a nuestro alcance. Y en
un último nivel propone hacer el estudio de cómo se presentan estos temas en los
textos escolares, el manejo conceptual que emplean, la periodización que utilizan
para presentar los hechos históricos y la escuela que siguen los autores en la biblio-
grafía que presentan para explicar la dinámica social, aspectos que deben tener en
cuenta los maestros al preparar los programas de estudio que van a desarrollar y al
seleccionar los manuales que van a emplear para dictar su curso. El fundamento que
sustenta este último nivel corresponde a que en muchas ocasiones el texto escolar
es el único recurso con el que cuenta el profesor para desarrollar un programa de
estudios y el primer contacto que tiene el estudiante con la disciplina.
Finalmente habría que anotar que en este trabajo la preocupación del profe-
sor Darío Betancourt por ofrecer alternativas para la enseñanza de la Historia
busca superar las versiones del pasado, que consciente o inconscientemente, legi-
timan regímenes, ideologías o políticas, pues como lo señaló Ferro

Ya es hora de confrontar hoy todas esas representaciones pues, con el crecimiento


del mundo, con su unificación económica pero con su estallido político, el pasado
de las sociedades es más que nunca uno de los envites de las confrontaciones en-
tre Estados, entre naciones, entre culturas y etnias. Controlar el pasado ayuda a
dominar el presente, a legitimar dominaciones e impugnaciones. Ahora bien, son
las potencias dominantes —Estados, iglesias, partidos políticos o intereses priva-
dos— los que poseen y financian medios de comunicación masiva o mecanismos
de reproducción, libros escolares o tiras cómicas, filmes o emisiones de televisión.
Cada vez más frecuentemente, entregan a todos y cada uno un pasado uniforme.
La revuelta brota entre aquellos para quienes su Historia está prohibida11.

11.
Darío Betancourt. Enseñanza de la historia a tres niveles, 9-10.
163
La historia local o los cimientos ignorados
de la historia nacional1
Reseña de la obra Historia de Restrepo, Valle. De los conflictos agrarios a la
fundación de pueblos. El problema de las historias locales, 1885-1990 del profesor
Darío Betancourt.

Efrén Mesa Montaña2

Parece obvio aclararlo, pero nunca está demás: cuando me refiero a las remotas
voces que desde el pasado nos ayudan a encontrar respuesta a los desafíos del
tiempo presente, no estoy proponiendo la reivindicación de los ritos de sacrifi-
cio que ofrecen corazones humanos a los dioses... En cambio, estoy celebrando
el hecho de que América pueda encontrar, en sus más antiguas fuentes, sus más
jóvenes energías: el pasado dice cosas que interesan al futuro.
Eduardo Galeano. Nosotros decimos no: Crónicas (1963-1988).

N o voy a hacer un comentario a este trabajo, como habitualmente se


hace cuando se trata de presentar una obra historiográfica. Me refe-
riré, en cambio, al entorno en que se construyó, tocando aun breve-
mente sus contenidos para invitar con ello a su lectura. La historia de Restrepo,
Valle, se escribió durante la segunda mitad de 1994 y la primera de 1995. Darío
había venido madurando el proyecto desde un año atrás, pues reconocía que, aun
cuando su labor investigativa se había ocupado de la región del Valle del Cauca,
encontraba profundos vacíos en la conformación económica y social regional, y
era preciso dar cuenta de los procesos que conllevaron el desenvolvimiento de la
sociedad actual, particularmente de la cordillera Occidental del valle, y específi-
camente de su tierra natal, Restrepo.
Si el tema estaba propuesto, convenía entonces la aplicación de una metodo-
logía que se ciñera a los presupuestos de la historia regional y que por ello diera
cabida a los fundamentos teóricos que habían dado origen al proyecto, esto es, que
desde finales del siglo pasado, la acumulación de capitales y el fortalecimiento de
la burguesía comercial en los marcos del libre comercio, a partir de la exportación
1.
Publicado en revista Folios No. 11, Facultad de Humanidades, Departamento de Ciencias Sociales,
Universidad Pedagógica Nacional, Bogotá, segundo semestre, 1999, pp. 113-117.
2.
Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional. Magíster en Historia de
la Universidad Nacional de Colombia. Fue asistente de investigación del profesor Darío Betancourt
165
Efrén Mesa Montaña

cafetera, permitieron la construción de un modelo de Estado centralista y autori-


tario, con imposición del centro sobre la periferia, que ignoró por completo a las
regiones, las fracciones de clase desposeídas, las etnias y, por ende, un proyecto
de identidad nacional. La crisis de este modelo se manifestó con la irrupción de
nuevas fracciones de clase en los marcos del desarrollo de la economía cafetera, la
colonización originada por los desplazamientos de población, resultado de las fra-
tricidas guerras civiles con las que se despidió el siglo XIX y se inauguró el XX, los
enclaves extranjeros y la incipiente manufactura. Los cuarenta años de hegemonía
conservadora apuntalaron un Estado maltrecho, desconectado del país, construi-
do sólo para sostener en el poder una fracción de clase que gobernó en medio de
complejas coaliciones y con escaso consenso. Al caer la hegemonía conservadora, el
diluido modelo de Estado recibió desde sus inicios, con la república liberal, un in-
tento de reforma y consolidación. Sin embargo, de la década del treinta al cincuen-
ta, de los años cincuenta a los sesenta y aún hasta los tiempos actuales, el Estado ha
mantenido constante la combinación de modernización con violencia, violencia y
modernización como medida de control de los conflictos sociales.
Nada más evidencia un Estado débil, diluido, particularmente en las regiones,
por la ausencia de idoneidad y en beneficio de los propios intereses de quienes
por ello lo han construido a medias, ficticiamente. Al lado de esto, el surgimiento
de pueblos y caseríos en la cordillera Occidental del Valle, se dio al margen de la
intervención del Estado como resultado directo de la colonización y los núcleos
de abastecimiento, y encuentro de la población colonizadora, cuya organización y
progresos tuvieron origen en la superación de las necesidades de su propia gente.
Esto propone, precisamente, la indagación por la naturaleza del Estado, el
cual tuvo visos de construcción en el marco de la acumulación de capital, no
propiamente con la manufactura o la producción industrial, sino con un produc-
to exótico, como el café, que no generó una fuerte y temprana clase obrera, sino
trabajadores y colonos que terminaron controlando la producción, pero no la co-
mercialización, siendo al mismo tiempo presas del bipartidismo y la violencia ge-
nerada por éste, y cuya expresión más fiel se encuentra en los conflictos agrarios.
En tal sentido, la violencia, hasta los años cincuenta, con breves intervalos de
aparente calma, está ligada al conflicto agrario, aun cuando parece manifestarse
como resultado de las luchas partidistas. A partir de allí, ésta podría entenderse
como una violencia madre, que articula, direcciona y condiciona las posteriores
violencias, aun incluso hasta la década del noventa, si se entienden como violen-
cias acumuladas en tanto que la una implica y hereda elementos de las anteriores,
tornándose, sin embargo, más complejas y con mayores contradicciones en juego.
En otras palabras, las sucesivas violencias a lo largo del siglo son el resultado de
conflictos no resueltos y que han transcurrido, modificando, fracturando y re-
construyendo localidades, regiones y departamentos, justamente donde el Estado
no ha hecho presencia.
166
Reseña: La historia local o los cimientos ignorados de la historia nacional

Con tales presupuestos, el modo de ver las raíces de un problema necesaria-


mente exige al investigador la preocupación por abordar desde la práctica inter-
disciplinaria el objeto de estudio, tanto en el proceso de investigación como en
el conocimiento de problemas que interesan en la búsqueda de salidas eficaces y
favorables a la realidad nacional.
En tal caso, la historia regional no es sólo una forma de acceder al conoci-
miento de objetos más próximos a la realidad, en este caso la del investigador y
aun la población por la que se interesa el estudio, sino de profundizar las mani-
festaciones de un fenómeno en una determinada zona del país, para contrastar y
ampliar las visiones generales con nuevos enfoques, expresiones y complejidades
que maticen y enriquezcan la comprensión de los conflictos que hoy día sumen en
la incertidumbre nuestra realidad. Así, la historia regional es, en el mejor de los
casos, una parte que ilustra con detalle la totalidad de nuestro drama cotidiano.
La exigencia metodológica radicó en enfrentar los conceptos de región y re-
gionalización y así mismo los fenómenos derivados de su concreción, pues con
ello se daba paso a responder sobre los procesos mayores que tienen que ver con
la participación e identidad nacional; es decir, con problemas de nuestro tiem-
po. En este caso, al estudiar la formación social colombiana, la idea de región se
vincula básicamente a lo que los geógrafos han definido como región natural o
región político administrativa, y en esto una regionalización que simplifica la
complejidad de los espacios internos. Sin embargo, en el caso que compete al
estudio, la primera no coincide con la segunda, aunque las barreras geográficas
aparezcan como condicionantes de las decisiones del Estado.
La principal tarea de la historia regional, como disciplina, dados los requeri-
mientos del estudio, consistió en superar los conceptos de región natural y polí-
tico administrativa, y tratar de ofrecer alternativas mediante la construcción de
espacios geo-históricos como la naturaleza de sus dimensiones socioculturales, lle-
gando así a considerar la región como una categoría móvil, que se construye y re-
construye a lo largo del tiempo y cambia con el mismo; es decir, que se trata de una
construcción social y cultural desarrollada por los hombres en una espacio y tiem-
po determinados, que se reduce o expande según las contradicciones económicas
o sociales y se halla en permanente fricción con los departamentos y la nación.
Dentro de esta perspectiva, se establecen los ritmos de poblamiento, las trans-
formaciones económicas y la configuración de hábitos y costumbres que han ido
abordando las gentes en cuanto a su pertenencia de uno a otro territorio; es
decir, lo que tiene que ver con su identidad. Así, región y regionalización como
conceptos sólo pueden ser definidas en realidades concretas, referidas siempre a
historias locales, provinciales, historias regionales y nacionales.
El propósito de Darío, con esta obra, parte precisamente de estos presupues-
tos. No se trata de un trabajo que pretenda desvertebrar la historia nacional para
analizar incipientemente sus partes, pues considera que la historia regional y en
167
Efrén Mesa Montaña

ésta la historia local, se constituye antes que nada, como fundamento de la historia
nacional en la medida que pone de manifiesto los vacíos en el conocimiento del
conjunto de verdades que arman el rostro de Colombia, y donde la sociedad podrá
ser reconocida en su diversidad espacial y temporal al ser analizadas y sopesadas
sus partes. De ahí que, sin perder de vista que nuestra formación nacional es ante
todo producto de una diversidad desigual y combinada, convenga en que tal diver-
sidad requiere del estudio de sus matices, su identificación y construcción.
El problema de las historias locales, como así subtitula el trabajo, tiende a di-
lucidarse al considerar que fundamentalmente ésta constituye uno de los pilares
básicos de una historia total. Así, la historia local es eslabón o parte de la historia
regional; la historia regional es componente de la historia nacional, y ésta, a su
vez, tiene vinculación con las estructuras internacionales que inyectan dinamis-
mo o marginalidad al municipio o parroquia, objeto de estudio.
Se trata, pues, de una especie de inventario histórico, cuyo conocimiento de sus
marcos geográficos, antropológicos, arqueológicos, económicos, políticos y socia-
les, se presenta como una contribución para salir del laberinto de las violencias que
los cubren. Un desafío que necesariamente aflora en medio de las complejidades de
un país cada vez más agresivo, dominado por clases políticas convencionales, sin
capacidad para gobernar por sí solas el maltrecho mundo construido y abigarrado
de tantas presencias indefinidas. La realidad actual, entonces, invade las concien-
cias invitando a buscar en los entornos inmediatos las raíces de las contradicciones
y la identidad de un país sin proyecciones, pues si la identidad es precisión de un
entorno, desconectado por su silencio del devenir de un país, la región constituye
una fuente fundamental en la búsqueda de autoreconocimiento.
El problema de las historias locales, para Darío, enfrentó igualmente un com-
plejo inconveniente que era necesario resolver. Sobre el municipio de Restrepo
existen unas cuantas monografías que intentan reconstruir la historia, aun cuan-
do su trama se entreteje con la anécdota. De ahí que partiera de la base de que
sin teoría, la fragmentación y trivialización del discurso histórico es una amenaza
inmediata, pues no responde a nada, y considerara que el análisis de rituales y
de la vida cotidiana pueblerina puede ampliar nuestra visión del pasado de una
sociedad, pero sólo si está ligado a preguntas centrales que relacionen estas con-
ductas con el sentido de una vida o una sociedad. De otra manera, se podría per-
der toda perspectiva global, el vínculo de unos problemas con otros y reemplazar
la historia como cuestionamiento del pasado y como pregunta, por una historia
que valora sólo lo aislado y lo independiente y que no puede encontrar otros
motivos diferentes de interés que la pasión por lo llamativo, lo sorprendente, lo
anecdótico, lo pintoresco.
Sin perder de vista estos presupuestos, considera que el desarrollo de una
historia regional tiene como base la fundamentación y conocimiento del pasado
partiendo del presente para construir y dar respuestas a los avatares actuales y
168
Reseña: La historia local o los cimientos ignorados de la historia nacional

al porvenir. Por esto, la necesidad de rescatar la historia local, la historia parro-


quial, en buena parte maltratada y condenada al ostracismo por la ingenuidad de
quienes han creído poseer patrimonio divino de los privilegios temáticos. Esto
implica, como bien en el trabajo de Darío se evidencia, un compromiso con lo
terrígeno, con los mitos, con la ritualidad y la leyenda, para lo cual se vale de
la historia oral, pues ésta se hace indispensable cuando las historias silenciosas,
ocultas y subterráneas vinculadas a las clases analfabetas y a las clases pobres de
los campos, no han dejado registro de su pasividad o sus abruptas irrupciones,
convertidas en reclamos y protestas colectivas.
Bien es claro para el autor que tradiciones, leyendas, visiones y ambientes
monótonos, de paz o de guerra, han sucumbido con la muerte de generaciones de
gentes humildes; de ahí que los relatos orales que incorpora al trabajo y que en
buena parte contribuyen a sustentar el material de archivo que utiliza, se remon-
ten incluso hasta los tiempos en que llegaron los primeros pobladores del actual
Restrepo. No lo invade con esto una actitud sentimental, sino la necesidad de
rescatar la presencia histórica de los diseñadores principales de una de las caras
de nuestra nación, y es que una de las virtudes del trabajo constituye el rescate
de la propia voz, de haber podido construir objetos de saber a partir de allí,
rompiendo con discursos amañados, llegados casi siempre del norte y alabados
por las academias y los medios, encargados de mantener y prolongar aún más la
confusión sobre nuestras propias realidades.
La historia regional y local que Darío nos ofrece, tiene como podrá advertirse,
implicaciones sumamente serias y complejas como para reducirlas a un problema
más de las ciencias sociales, en el sentido en que aborda el estudio de las especifici-
dades de nuestra sociedad, y de hecho conlleva problemas de método que lo acercan
con otras disciplinas, entre ellas, la geografía, la antropología, la arqueología, la
economía, etc. La descripción del entorno, las transformaciones del medio y aun la
degradación ambiental que desde sus inicios se dio con la paulatina ocupación y el
desmonte de bosques para la roturación de tierras y apertura de potreros, ocupan
buena parte del trabajo, y se aventura en la propuesta de soluciones.
Con todo, aunque el estudio establece una limitación que parte desde 1885 has-
ta la década del noventa, va mucho más atrás, remontándose a la época pre-colo-
nial, deteniéndose en el análisis de los modos de vida de las primeras culturas que
poblaron la cordillera Occidental. Para tal evento sus fuentes se basan tanto en cró-
nicas, visitas de tierras y relatos de viajeros. Desde una pormenorizada descripción
de las culturas indígenas que poblaron el actual departamento del Valle, sutilmente
se va interesando en las que ocuparon el territorio en que se halla Restrepo, con-
cluyendo que los asentamientos indígenas correspondieron a los yacos, distribuidos
en las márgenes del río Calima. Uno de estos pueblos o comunidades indígenas,
conocido entonces como Pacara, presumiblemente habitó el área del actual Restre-
po, y estaba liderado por el cacique Bonba, quien hacia 1552 tributaba con sus 146
169
Efrén Mesa Montaña

indios al encomendero Pedro López Patiño.La profusión de cifras respecto al nú-


mero de población y de la diversidad de culturas que ocuparon los valles internos
de la cordillera Occidental en la región de estudio, es enorme, y permite apreciar
los brutales cambios que se dieron con el desenfrenado avance de los sistemas de
explotación española. La ocupación gradual del plan del Valle por los españoles,
los repartos de tierras y de población en encomiendas, fueron diezmando paula-
tinamente las culturas indígenas, hasta dejar desoladas aun las laderas y rincones
de la cordillera Occidental. Este territorio permaneció ajeno a la intervención del
hombre hasta finales del siglo pasado, pues las tierras que brindaron interés de
explotación económica con el desarrollo y consolidación de la hacienda fueron las
que conformaron el valle geográfico del río Cauca, tiempo después, incluso, de que
la hacienda comenzara a declinar.
A finales del siglo XIX los movimientos colonizadores de gran parte de la po-
blación colombiana desplazada por las guerras civiles, empezaron a ocupar gra-
dualmente la cordillera Occidental del Valle. Estos enormes territorios serían el
enclave de los sucesivos conflictos por la ocupación y posesión de la tierra, pues al-
gunas de las haciendas de la margen occidental del río Cauca no sólo extendían sus
límites hasta el pie de monte, sino que se prolongaban hasta el interior, rebasando
incluso las divisorias del agua. Se trataba, sin embargo, de linderos ficticios, pues
las tierras habían permanecido incultas y eran desconocidas por quienes alegaban
su propiedad, y cuyo interés se había despertado por la valorización que pronto las
tierras empezaron a cobrar con la producción cafetera. Los puntos de partida para
la colonización y fundación de pueblos se habían establecido con anterioridad con
el desplazamiento de antioqueños hacia el sur, fundando poblaciones como Mani-
zales, Armenia, Circacia y Montenegro. Estas fundaciones constituyeron el punto
de partida para la posterior colonización del territorio de Restrepo desde 1885 y
Darién, que continuó con Trujillo y otras poblaciones ya bien entrado el siglo XX.
Las migraciones hacia la cordillera occidental del Valle se hacen permanentes
entre 1900 y 1940; esta ola migratoria emprendida por colonos antioqueños, cau-
canos, nariñenses, boyacenses y tolimenses, ha sido definida como colonización
tardía. En el transcurso de este período, la ocupación de la zona montañosa estu-
vo siempre acompañada de conflictos agrarios, los cuales se fueron recrudeciendo
por la escases de tierras y el embate de las empresas parceladoras, como la Burila,
que en la gran mayoría de los casos exhibía títulos de propiedad viciados sobre
las parcelas de los campesinos, para pedirles que desocuparan o compraran la
tierra que con su esfuerzo habían roturado; al amparo de políticos y funcionarios
corruptos, estas empresas se expandieron frustrando las aspiraciones de los colo-
nos, mediante las estafa o el desplazamiento. Al mismo tiempo, la presión sobre
pequeños finqueros y colonos cafeteros por parte de hacendados y terratenientes
de la zona plana, obligaba a muchos de éstos a internarse aún más en busca de
tierras o a resistir. La infinidad de pleitos que durante este período se producen,
170
Reseña: La historia local o los cimientos ignorados de la historia nacional

evidencia la crítica situación de los colonos, y manifiesta al mismo tiempo la


concentración del poder económico y político en manos de los grandes propie-
tarios, comerciantes y tempranos empresarios, ante la ausencia del Estado como
regulador de los conflictos, pues no puede desconocerse que el repentino interés
por los territorios de la cordillera va aparejado con los procesos de desarrollo
agroindustrial del departamento del Valle en la primera década del siglo XX, y
por el auge de los cultivos cafeteros, que valorizaron las tierras.
A la par de esto, las luchas partidistas disfrazaron hábilmente el conflicto
agrario y constituyeron la esencia de las violencias que han azotado la región a lo
largo del siglo. Muy pocos campesinos lograrían, mediante el cambio de filiación
política, como el llamado “recalce”, conservar sus propiedades.Es, en medio del
fragor de los conflictos que surge la población de Restrepo, cuyas tierras perte-
necían a Julio Fernández Medina, un precario hacendado, movido más por el in-
terés de ensanchar sus propiedades que por hacerlas productivas. Este, junto con
Manuel Escobar Torres, dominaban la región; el primero dedicado a la incipiente
producción agrícola con la caña panelera, principalmente, mientras el segundo
daba prioridad a la ganadería. La ola de colonos paulatinamente empezó a ocupar
las tierras de estos hombres que alegaban ser sus propietarios, aun cuando no po-
seían documentos que pudieran corroborarlo, Con el tiempo, ante la indetenible
ocupación de éstas y aun terrenos fuera de sus linderos, no tuvieron más alterna-
tiva que aceptar la lenta e imparable colonización del territorio.
Sin embargo, previendo futuros dividendos, Fernández Medina, quien ya tenía
experiencia como fundador, decidió donar un terreno para la fundación de un
pueblo, justamente aquél que topográficamente ofrecía menos posibilidades de
explotarlo en la agricultura o la ganadería. Tenía, aparte del desprendimiento y
buenos propósitos con los que entregaba a los colonos las parcelas, como inme-
diato interés el que con la ocupación y desarrollo del caserío, sus tierras aledañas
se valorizaran. La propuesta, que había sido acogida por los colonos vecinos, se
matizaría con la creación del corregimiento de La culebrera, sujeto a Viajes, hasta
1924, cuando es erigido en cabecera municipal mediante la presión y la marcha
sobre Cali, hasta lograr su autonomía.
En todo caso, los ambiciosos propósitos de su fundador, Julio Fernández Me-
dina, no llegaron a concretarse, pues los terrenos que se había reservado para su
posterior provecho pasaron pronto a manos de quienes se habían encargado de
administrarlos y de quienes llegaban llamados por las noticias del reparto de par-
celas, y habría de morir en condiciones de extrema pobreza. Suerte igual corrió
Manuel Escobar Torres, pues debió abandonar la región debido a los pleitos y en-
frentamientos que caracterizaron sus relaciones con los colonos, quienes, ante los
reclamos de éste por la invasión de sus terrenos, le exigían la presentación de los
títulos de propiedad.

171
Efrén Mesa Montaña

En este marco de conflictos, resultado de un proceso sostenido de coloniza-


ción dispersa, producto de la ocupación antioqueña, caldense y nariñense, ini-
cialmente, sobre las dudosas posesiones de terratenientes caucanos, el municipio
de Restrepo hinca sus raíces y se encauza salvaguardando el orden, sus costum-
bres, en las cuales aflora una profunda religiosidad que controla todas las vidas
y que al mismo tiempo permite disentirla; un orden conservador que propone,
enraizando prejuicios, mediar las relaciones entre los hombres y es por ello ajeno
a sus acciones, contradicción abierta que muestra el espejo fragmentado de nues-
tra identidad, todavía en construcción, pero de la que poco a poco, con la reunión
de sus partes y su diversidad a toda prueba, se irá fraguando la idea y la concre-
ción de nacionalidad, tantas veces vejada en su proyecto por la fea propensión al
olvido, cabos sueltos, eternos conflictos sin resolver, de los que está saturada la
historia del país, de la cual este libro es un valioso ejemplo.
Sin embargo, como el autor lo confiesa, estos hechos han trascendido como
gestas heroicas, plenas de romanticismo, aquél que suscita la colonización y que
desconoce plenamente la enormidad de sus orígenes, lo que es, para terminar,
una invitación a su lectura, aquella que Darío, con el entusiasmo que siempre lo
caracterizó por dilucidar la enmarañada red que compone nuestra historia, gus-
tosamente hubiera comentado.

172
Parte III
Construcciones narrativas
Los Ausentes
A Darío…

Hay amigos, en el aire


que nos hablan
y nos llaman.
y nos esperan.
tenemos gente, al otro lado
de la frontera,
gente inocente
gente buena
gente que espera
que todo marche
de buena manera
que al fin renazca
el sol y la tierra
que nadie más muera
en primavera

Boris Arango Clavijo


Bogotá, 1999.
Darío Betancourt: El terror y la muerte acecha
a los sindicatos de trabajadores.
Juan Carlos Arango Salazar1

G ratamente hemos recibido la invitación de los editores del texto que


recoge la vida y obra del profesor, amigo y compañero Darío Betan-
court, desaparecido y posteriormente asesinado por las denominadas
“fuerzas oscuras” al servicio del régimen, quienes determinaron como imperiosa
condición su desaparición física, por resultar una persona incómoda para el siste-
ma, dado su compromiso de desvelar la realidad que se esconde tras los intereses
de la clase dominante en la conformación de grupos de justicia privada, que le sir-
vieron para la degradación del conflicto armado y contrarrestar por la vía del te-
rror, el ascenso de una insurgencia que se planteaba como posibilidad de cambio.
Para SINTRAUNAL, es de suma importancia poder hacerse participe de este
proyecto, pues resulta ser, ni más ni menos, que un reconocimiento expreso a los
trabajadores y sus organizaciones sindicales, como parte integral de la comuni-
dad universitaria, ya que por años hemos sido excluidos con argumentos insensa-
tos como el de no ser parte de la comunidad académica, figura perversa que des-
dibuja el carácter universitario de comunidad, conformada por tres estamentos.
Mejor excusa no puede darse para reabrir un viejo debate que fue recurrente
al interior de nuestro sindicato, a propósito de la violencia que hemos tenido
que soportar las organizaciones sindicales en Colombia, que pasa por entender,
cómo la muerte en estos gremios se volvió una cultura y un estilo de vida que ca-
balga sobre amenazas, desapariciones, el exilio y la muerte de miles de dirigentes
sindicales en nuestro país. Nos referimos al embeleco de esquemas de seguridad
y protección para dirigentes sindicales en riesgo, los cuales terminaron siendo
tema de discusiones internas en los sindicatos y hasta de peleas y rupturas por
el uso de carros blindados, escoltas, avanteles y chalecos. Sin embargo, en SIN-
TRAUNAL, el tema del terror y la muerte desatados por las clases dominantes
a través de sus ejércitos privados, se desarrolló con importantes aportes que nos
llevaron a concluir tres cosas:

1.
Presidente Nacional del Sindicato Mixto de Trabajadores de las Universidades Públicas Naciona-
les (SINTRAUNAL).
179
Juan Carlos Arango Salazar

1.Que el tan afamado “fenómeno paramilitar” no es algo que aparece independiente


del Estado y que por el contrario, el paramilitarismo corresponde a una estrategia de
terror generalizado ejercido sobre las masas populares, con el único fin de extermi-
nar la base social de la insurgencia, es decir, “quitarle el agua al pez”.
2.El uso de la desaparición forzada, la masacre, los vejámenes y el crimen es
utilizado como forma de degradación del conflicto, para disolver en el charco de
la violencia indiscriminada, los objetivos e intereses revolucionarios de la insur-
gencia y por esa vía, obligar a la movilización de la sociedad en contra de la guerra.
3.El uso del aniquilamiento selectivo de cuadros e intelectuales de izquierda
o pensamiento abiertamente contrario al régimen, como parte de la estrategia
contrainsurgente, fue utilizado para producir el colapso en líneas de mando y en
la dirigencia de organizaciones sociales, populares y gremiales; todo esto acom-
pañado de un fuerte componente ideológico y propagandístico, generado desde
los grandes medios de comunicación, consistente en elevar el fervor nacional, el
amor a los símbolos patrios y las instituciones del Estado, haciendo un énfasis
importante en el rescate del buen nombre de las fuerzas armadas, con campañas
como “en Colombia los héroes si existen”.
Esta estrategia conocida como guerra de baja intensidad, ideada desde el pen-
tágono y puesta en marcha desde el inicio de la guerra de Vietnam, tuvo su máxi-
ma expresión en Latinoamérica bajo la dictadura de Pinochet en Chile y Videla en
Argentina, donde la desaparición, tortura y muerte de contradictores, fue utiliza-
da como herramienta metódica de pacificación. En Colombia, la desaparición y la
tortura acompañada de consejos verbales de guerra realizados en tribunales mili-
tares, se hizo familiar bajo el gobierno de Julio Cesar Turbay Ayala, quien instauró
el famoso estatuto de seguridad con el cual se desató la más feroz represión en
contra de la oposición, acentuando así la violencia en todo el territorio nacional.
Es decir que la desaparición y posterior muerte del contradictor, se utiliza
como política dirigida a generar terror entre las grandes masas, ya que esta forma
de asesinato genera efectos devastadores, no solo en las familias de las víctimas,
sino en el entorno político y social de quien la padece.
Es pues en este marco en el que queremos referir lo que significó para la co-
munidad universitaria de la Universidad Pedagógica Nacional como para la iz-
quierda y sectores de oposición, la desaparición y posterior homicidio de nuestro
compañero Darío Betancourt, quien se había destacado por sus investigaciones
sobre la violencia en Colombia, el papel de los narcotraficantes y la economía
mafiosa en los poderes locales, y de cómo ésta condición fue penetrando la so-
ciedad hasta sus cimientos, lo que muy seguramente lo convirtió en objetivo y
candidato a la muerte, al desatar la ira y el temor entre narcos, políticos y mili-
tares, que fueron puestos en evidencia con las investigaciones realizadas por el
profesor Betancourt.

180
Darío Betancourt: El terror y la muerte acecha a los sindicatos de trabajadores.

De igual manera, lo importante era afectar y atemorizar la comunidad uni-


versitaria, de investigadores sociales y sectores de oposición, con la desaparición
y muerte del profesor Betancourt, adicionando el mensaje claro de la obligatorie-
dad del silencio y la inmovilidad, so pena de correr la misma suerte del inmolado
profesor y aunque es innegable que este crimen afectó seriamente el entorno
familiar y social del compañero, también es cierto que la comunidad de la UPN
de manera valerosa se volcó a las calles y a las comunidades, a condenar el crimen
y a oponerse a los designios del poder y del terror.
Pero como parte de la estrategia en lo ideológico es la reproducción del dis-
curso del establecimiento entre las grandes masas y contagiar el odio de las clases
dominantes hacia todo lo que suene a revolución o a oposición, se emprende en las
Universidades la implementación de estrategias tendientes a la pacificación de los
campus universitarios y la derechización de sus estudiantes, a quienes en las aulas
se les enseña el desprecio por lo colectivo y el rechazo a todo aquello que suene
“a izquierda” o cambio social, incluyendo por supuesto, borrar de su memoria la
historia y los símbolos de resistencia, así como los nombres de nuestros mártires.
Ejemplo de lo anterior, fue el rechazo del Rector de la UPN Oscar Armando
Ibarra Russi, a la propuesta de nombrar la plazoleta central de la UPN con el
nombre del profesor Darío Betancourt, a pesar de la movilización y las más de
mil firmas recogidas que respaldaban la decisión de la comunidad, amenazando
incluso con la apertura de procesos disciplinarios a miembros de nuestro sindica-
to, por atreverse a rescatar el nombre del profesor Darío, como mártir universita-
rio y ejemplo de estudio, disciplina y dignidad, tal vez por el temor a que su pen-
samiento y vida académica, siguiera siendo legado para las futuras generaciones.
Vale la pena recordar, que como parte de la política hacia las instituciones pú-
blicas universitarias, el gobierno nacional toma por asalto los consejos superiores
universitarios, para imponer su política, negando la democracia universitaria e im-
poniendo rectores y a través de estos agentes gubernamentales, dar curso a reformas
académicas, administrativas y económicas conducentes a la privatización gradual
e incluso al cambio del tipo de estudiante que debe llegar a nuestras universidades.
He ahí la razón por la cual tiene sentido para el régimen la muerte de los
opositores. He ahí la razón por la cual nuestros muertos no son cualquier clase
de muerto. Se necesitan estos muertos para apaciguar, amedrentar e inmovilizar,
para que la política imperial y gubernamental fluya sin mayores contratiempos.
Se necesitan nuestros muertos para impedir que los estudiantes aprendan a pen-
sar y se conformen con lo necesario para defenderse en la vida laboral. Se nece-
sitan nuestros muertos para mantener la armonía de un Estado, que tiene como
base el saqueo, la miseria y la exclusión.
Para el Profesor Darío Betancourt, todo nuestro respeto y nuestro compromi-
so con su pensamiento y su legado.

181
En memoria de un hombre de memoria1
Arturo Álape2

A determinados investigadores de las ciencias humanas se les ha de-


cretado la pena de la desaparición forzada, el secuestro y la pena de
muerte. Prohibido pensar en voz baja, prohibido pensar en voz alta,
prohibido hablar en el aula universitaria, prohibido publicar lo investigado. Se
ha vuelto peligroso el oficio de historiar y de interpretar orígenes y desarrollos de
mentalidades criminales que rondan con su poder político y económico la geo-
grafía del país. Se busca abrir una fosa común para quienes bucean en la memoria
histórica contemporánea. La memoria humana tiene sus misterios que la hacen
aparecer como una imagen inatrapable, con su rostro desdibujado. Rostro con la
sutileza de lo oculto en sus rasgos. Un mundo de sueños envolventes, traicioneros
en sus itinerarios para despistar a sus buscadores. Los sueños son pesadillas, las
pesadillas apacibles son sueños cotidianos. La memoria sufre su propia agonía
como también su propia muerte. Depende del hombre dueño de aquella exis-
tencia. Un día el dueño de la memoria decide decretar el olvido de su memoria,
porque el ser humano sobrevive cuando fabrica el elixir de su desmemoria, para
ocultar supuestos yerros humanos de niñez, juventud y adultez.
La memoria también crea la mudez a su propia semejanza: no quiere abrir el
baúl de sus secretos, decide, porque la memoria lo decide, irse con sus secretos
hasta la sepultura. Cada hombre o mujer preserva como tesoro, la intimidad que
en apariencia asoma como destello en la mirada que expresa. Es el dueño de la
memoria quien en ultimas decide, por fuerza de su voluntad, decretar la sepultu-
ra de sus recuerdos vividos.
Esto debería suceder en un país donde el pensamiento pueda volar libremen-
te, con su memoria y los recuerdos acumulados.

1.
Publicado en El Espectador, Domingo 15 de agosto de 1999.
Escritor, periodista e historiador colombiano. Entre sus principales obras encontramos: Diario de
2.

un guerrillero,1970; Un día de septiembre: testimonio del paro cívico 1977, 1980; El Bogotazo: memorias del
olvido, 1983; La paz, la violencia: testigos de excepción, 1985; Las vidas de Pedro Antonio Marín, Manuel Ma-
rulanda Vélez, Tirofijo, 1989; Tirofijo: los sueños y las montañas 1964-1984, 1994; Ciudad Bolívar: la hoguera
de las ilusiones, 1995; Río de inmensas voces: ...y otras voces, 1997; Manuel Marulanda, Tirofijo : Colombia :
40 años de lucha guerrillera, 2000; Yo soy un libro en prisión, 2002; y La Ciudad Bolívar de los jóvenes, 2006
183
Arturo Álape

Al historiador Darío Betancourt lo desaparecieron, lo secuestraron porque


era un hombre de profunda memoria. En un doble sentido: descifraba y revelaba
emociones de experiencias en la memoria de los otros, mientras desarrollaba y
acumulaba conocimientos en la suya. Trabajaba con la memoria histórica, como
reconstrucción de los datos proporcionados por el presente de la vida social y
proyectada sobre el pasado reinventado. Trabajaba con la memoria colectiva que
decanta al narrar el pasado y remite a experiencias que una comunidad pueda le-
gar a un individuo o grupos de individuos. Trabajaba con la memoria individual,
contrapuesta a la memoria colectiva para llamar al reconocimiento de los recuer-
dos. Darío era un buceador de la memoria que se conserva en los documentos
escritos, un atento escuchador de la memoria oral con todas sus contradicciones
en la revelación de la información narrada.
A Darío lo desparecieron, lo secuestraron para romper en su cerebro el hilo y
el ritmo de la memoria social histórica en sus investigaciones, lo hicieron como
escarmiento social, como una señal de aviso para que no continuara en sus inda-
gaciones históricas. Darío se había metido en las honduras geográficas-humanas,
en los orígenes y continuidad histórica de las diversas violencias que se venían
y vienen desarrollando en el norte del Valle del Cauca. Un relato de uno de los
personajes de sus investigaciones, revela esa continuidad histórica: “Y pensar que
ahora me encuentro aquí de cuidandero en una casa de los Urdinola, achacado y
enfermo... Hasta hace unos dos años nos reuníamos en bares y cafés de La Unión,
Zarzal, La Victoria y El Dovio con muchachos (pollos), que trabajan como sica-
rios para las mafias y hacíamos comparaciones entre la vida de los ‘pájaros’ y la de
los sicarios de ahora. Hay elementos que se mantienen o son constantes, en una y
otra violencia, la diferencia es que ahora hay más plata y mejores armas y carros.
“Yo pienso que los ‘pájaros’ éramos más frenteros que los de ahora, que no saben
bien por qué es que matan, nosotros teníamos un ideal, defender la supervivencia
de los conservadores...”.
¿Por qué Darío Betancourt uno de los escogidos y señalados para la
desaparición forzada y el secuestro? Existe una razón: historiaba, analizaba,
reflexionaba y discutía públicamente sus hallazgos y conclusiones de sus trabajos
sobre una historia reciente, dramática en la suma de tantas muertes en masacres
y en ajusticiamientos individuales.
La mano del paramilitarismo ha penetrado en los recintos universitarios
(Antioquia, Pedagógica Nacional y Nacional de Bogotá).
Surge para acallar las voces críticas y reflexivas sobre nuestro acontecer his-
tórico social.
Cuando se desaparece a un hombre, se quiere borrar de él toda su huella
humana; cuando se secuestra a un hombre que piensa, se quiere amordazar la
libertad de su pensamiento. Los antiguos compañeros de Darío que conforman
la llamada Comunidad Académica (si es que existe) se volvieron autistas ante su
184
En memoria de un hombre de memoria

desaparición y secuestro. Ellos los dueños de la verdad histórica sobre la guerra


y la paz, ellos que tanto pontifican sobre el proceso de paz, enmudecieron de
pronto. ¿Temor, miedo? Es una comunidad académica acobardada.
Darío escribió un hermoso texto sobre la memoria: “Todos tenemos imágenes
y recuerdos abstractos que son difíciles de encuadrar en recuerdos reales o vividos;
muchas veces entramos en un lugar y los objetos, la distribución del espacio,
etcétera., nos produce la sensación de que ya hemos estado allí. Pero hay siempre
una serie de imágenes abstractas (en el tiempo y en el espacio), que difícilmente
corresponden con los recuerdos vividos...”.
Querido Darío, esta líneas en tu memoria, se escribieron con la esperanza de que
un día no lejano, regreses del sitio de tu desaparición forzada o del sitio inhóspita
en que te encuentras secuestrado, para que nos cuentes a tus amigos y alumnos
con tu memoria de hombre memorioso, las sensaciones que sentiste en aquellos
siniestros lugares de cautiverio para tus pensamientos de historiador, sobre un
presente angustioso y lacerante para todos los colombianos. Cuando terminaba
de escribir estas líneas, escuché la dolorosa noticia del asesinato de Jaime Garzón,
también al humorismo político se le ha decretado la pena de muerte.

185
El 8 de marzo, día internacional de la mujer.
Entre el mariachi, la capucha y la rosa en la
Universidad Pedagógica Nacional1
Darío Betancourt Echeverry2

A pesar de lo apacible, monótono, tedioso y pesado que a veces se nos


torna el transcurrir cotidiano en la Universidad Pedagógica, en su en-
torno colectivo, en los espacios de socialización y de esparcimiento,
acontecen ciertos hechos, que no pueden pasar desapercibidos en aras de construir
una memoria colectiva, una memoria histórica que alimente tanto en el presente
como en el futuro una discusión profunda sobre los sucesos individuales y colecti-
vos por los que necesariamente pasan los procesos de construcción de universidad.
En efecto, el soleado lunes ocho de marzo, mientras los estudiantes departían
en la Plaza de la Solidaridad en la UPN y esperaban las actividades que Bienestar
Universitario había programado para dicha conmemoración, por el parqueadero
de la calle 72, a las 12 y 45, se hizo presente un microbús con un grupo de mariachis
vestidos de negro, con charreteras, grandes sombreros y guitarrones; uno de los
integrantes de tan vistoso elenco, se dirigió a la cafetería y buscó a una estudiante
de la universidad, al parecer, su esposa y se encaminó hacía el parqueadero de la
calle 72. Un grupo de estudiantes, que se encontraba en “el aeropuerto”, sorpren-
didos, sólo atinaron en lanzar unos cuantos chiflidos, pero se quedaron un poco
perplejos ante la rara presencia de un mariachi a medio día en la universidad.
En la entrada de la calle 72, en pleno parqueadero y mientas el grupo de “ma-
riachis” afinaba sus instrumentos, el mariachi enamorado, esposo de la estudiante,
leía y hacía entrega de un manifiesto de amor de unas tres cuartillas a su amada;
un nutrido grupo de estudiantes que ya se había agolpado en rededor aplaudía y
festejaba a los enamorados sin vislumbrar todavía su angustia y su tragedia.
1.
Relato a propósito del día de la mujer en marzo de 1999. Un mes antes de su desaparición y poste-
rior asesinato. Reflexiona sobre la violencia común, diaria, cotidiana… en la se inscribe la sociedad
colombiana.
2.
Profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional. Licenciado en Ciencias Sociales y Econó-
micas. Historiador y Candidato a Doctor en Ciencias Sociales de la Escuela de Altos Estudios en
Ciencias Sociales de Paris. Jefe de Departamento de Ciencias Sociales hasta el 30 de abril de 1999
fecha de su desaparición.
187
Darío Betancourt Echeverry

La estudiante “festejada”, en la mitad del redondel espontáneamente formado


rasgó la misiva de amor, desesperada y en gesto de desaprobación se paró en acti-
tud retante con el ceño fruncido y la mirada inyectada frente al enamorado y de-
más integrantes del mariachi que para entonces ya entonaba canciones rancheras.
Al parecer la estudiante no sólo estaba furiosa por los penosos y reiterados
agravios de su marido sino por “el oso” ante sus compañeros y ante la universidad.
El mariachi, moviéndose en otra lógica, en la de los “meros machos”, no entendía
por qué su mujer, no sólo no acepaba su desagravio, sino le disgustaba semejante
acto de amor desesperado; entre otras cosas esta era la actitud que parecía des-
prenderse de comentarios de las estudiantes, que para entonces coreaban a los
mariachis, reían, gritaban y pedían un besito de parte de la estudiante “festejada”.
Mientras tanto, por la calle 73 hizo presencia un grupo de unos 5 o 6 enca-
puchados también vestidos de negro y portando rosas rojas, blancas y amarillas;
realizaron una arenga alusiva al día internacional de la mujer frente a la cafetería
ante un nutrido grupo de estudiantes; después de leer y repartir un manifiesto,
entregar rosas a las compañeras estudiantes presentes y expresar que detrás de la
capucha habían estudiantes cotidianos que amaban y luchaban diariamente, que
tenían necesidades, que tenían corazón y que con este acto homenajeaban a la
mujer luchadora de Colombia.
Salieron hacia la calle 72 a realizar “un tropel”, pero se encontraron con el otro
grupo de estudiantes que rodeaba a los mariachis, y que celebraban sin pensarlo
el día de la mujer, de la mujer real de aquí y de ahora, de la mujer colombiana, de
la misma que sufre, lucha, ríe y se enamora; el grupo de estudiantes que rodeaba
y coreaba a los mariachis, chiflaron a los encapuchados y se opusieron al tropel,
pues este no podía romper tan sublime y espontáneo acto de amor, de tragedia y
de comedia; hasta el punto que uno de los miembros del grupo de encapuchados
al parecer entendió la situación y ordenó la retirada, soltando en pleno patio de la
solidaridad, cerca del edifico 'B' un estruendoso tote, “para no perder el impulso”.
Pero en el grupo de estudiantes y el mariachi enamorado la cosa se compli-
caba, pues entró en escena una tía de la esposa agraviada-desagraviada, quien
tomó a golpes al mariachi, rompiéndole la nariz ante los gritos de aprobación y
reprobación de los estudiantes.
El mariachi enamorado, el representante de los “meros machos” batió retira-
da, sollozando y sangrante, mientras que el grupo de mariachis terminó entonan-
do canciones para los estudiantes.
Entre tanto, en otro espacio de la universidad, el grupo de los encapuchados
vestidos de negro, plegaban sus capuchas y retornaban a la cotidianidad de la
tarde del lunes en la UPN; unos y otros habían celebrado el 8 de marzo, El Día
Internacional de la Mujer: Los primeros, a través de la tragicomedia violenta que
viven día a día muchas parejas colombianas, los segundos como homenaje, como
acto simbólico a la mujer luchadora.
188
El 8 de marzo, día internacional de la mujer. Entre el mariachi, la capucha y la rosa en laUPN

Lástima que, mientras los primero rasgaban su careta (como el payaso que
tiene el alma rota), los segundos hasta para homenajear a la mujer tuvieran que
ponerse una máscara. Es tal la crisis económica, social y cultural que nos asiste, que la
realidad supera la ficción, y los hechos cotidianos suceden tan repetitiva y contundente-
mente, banalizándose y disolviéndose en la bruma del quehacer diario, para terminar,
convirtiéndose en anécdota.

189
Darío Betancourt:
Memoria, vigencia de maestro y
universidad1
Víctor Manuel Rodríguez Murcia2

C onsidero necesario iniciar estas líneas manifestando las emociones


encontradas al leer y escribir sobre Darío, hacer memoria de él en
momentos donde prevalece cierta frivolidad academicista que rinde
culto a la razón instrumental e invisibiliza la alegría, la emotividad y pasión
inherentes a la academia, a nuestra exposición pública frente a los otros y que nos
lleva a seducir, a encantar con la palabra aspecto que tanto nos recalcaba Darío
en sus clases a través de citas acompañadas de risas, madrazos e historias de
vida cargadas de anécdotas. Es por ello que en las presentes líneas deseo hacer un
homenaje al Darío trabajador de la cultura, que en la rigurosidad de la lectura y la
escritura además de exponernos conocimiento histórico, también se preocupó por
la formación del maestro, por su relación con el otro joven, y en ese sentido por la
relación pedagogía-política.
Son estos aspectos en los que las propuestas de Darío tienen pertinencia para
el momento que vive la universidad pública colombiana y en particular nuestra
Universidad Pedagógica hoy. Es así como, esa preocupación por el maestro en
formación se manifiesta en el análisis de las relaciones de poder que se ejercen en el
cotidiano vivir de la universidad, y para ello, Darío era un maestro en permanente
dialogo con el joven estudiante de la universidad. Sus análisis sobre la cotidianidad
universitaria se basaban no desde un escritorio o la mirada —adulta-madura—
aislada de la vida universitaria, si no más bien desde el diálogo permanente con
el estudiante en espacios informales como el pasillo, la cafetería, la asamblea, la
marcha. Unas semanas antes de su desaparición escribía: “A pesar de lo apacible,
monótono, tedioso y pesado que a veces se nos torna el transcurrir cotidiano en la
Universidad Pedagógica, en su entorno colectivo, en los espacios de socialización y
de esparcimiento, acontecen ciertos hechos, que no pueden pasar desapercibidos
1.
El presente documento fue publicado en el periódico Con Voz Pedagógica en el año 2009, como
homenaje al maestro Darío Betancourt Echeverry al conmemorarse una fecha más de su fatal
desaparición.
2.
Licenciado en Ciencias Sociales. Magíster en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional.
191
Víctor Manuel Rodríguez Murcia

en aras de construir una memoria colectiva, una memoria que alimente tanto
en el presente como en el futuro los sucesos individuales y colectivos por los que
necesariamente pasan los procesos de construcción de universidad”3. De esta
manera Darío hace un llamado a constituir otros espacios otras formas de vida
universitaria que logren hacer ruptura de una cotidianidad aparentemente tranquila
e inmovilizante. Darío en este sentido nos invita a sospechar sobre la tranquilidad, a
constituir acontecimientos4, hacer historia viva en la universidad desde la memoria.
Del mismo modo, en buena parte de sus escritos acerca de la Universidad,
Darío manifiesta una preocupación por el maestro, pasando por el análisis de
dos tipos de subjetividades presentes en nuestra universidad, la del maestro en
ejercicio de la UPN y la del joven estudiante, maestro en formación. El primero
de ellos es la función misma del maestro de la UPN frente al acontecer cotidiano,
al respecto vale la pena interrogarnos ¿Qué tipo de acontecimientos académicos
políticos generamos los maestros al interior de la Universidad Pedagógica
Nacional? ¿Cuáles son las rupturas a esa cotidianidad muda inmóvil y pesada que
vivimos en nuestra alma máter? ¿Cuáles son nuestros lugares de diálogo con el otro
maestro, el otro estudiante el otro trabajador? En tanto educadores de educadores
¿Cuál es nuestro compromiso con la realidad de la universidad y del país?
Betancourt señala la urgencia de una reforma curricular para la universidad que
situara a los maestros de cara al país “…faltan docentes empapados de la realidad
nacional, de los procesos culturales, del conocimiento de las distintas etnias, de la
política de descentralización, del reordenamiento territorial, de la política regional y
local, entre otros muchos aspectos5. Es un llamado al compromiso con la situación de
la universidad a constituir otras lógicas que apuesten salidas a la crisis institucional
que vive hoy nuestra universidad colombiana, escuchando, dialogando con nuestros
estudiantes con los trabajadores, pero también poniéndose la cara a la sociedad .
La apuesta de Dario es por asumir de otra manera nuestra práctica profesional,
en tantoopción política transformadora con una comunidad con el joven estu-
diante No pueden perderse de vista las triples jornadas, sin recreos, sin juegos, sin so-
cialización, a las que se sumó un maestro “domesticado” como simple “administrador de
currículo”, en los marcos de la Tecnología Educativa que dejó en manos de los medios ma-
sivos de comunicación el afianzamiento de los valores cívicos y culturales de la juventud,
3.
Darío Betancourt Echeverry Darío. “El 8 de marzo, día internacional de la mujer. Entre el mariachi, la
capucha y la rosa en la Universidad Pedagógica Nacional”. Marzo de 1999
4.
Al respecto quisiera ampliar la noción de acontecimiento siguiendo lo expuesto por Paul Virilio:
“Crear un acontecimiento significa hoy, ante todo, romper el mimetismo, la construcción de
modelos publicitarios, esa propaganda pronto cibernética que es, sin duda, la más importante de las
poluciones; una polución ya no ecológica si no Eetológica y mental que acompaña la globalización
de los comportamientos sociales”. Paul Virilio. Ciudad pánico. El afuera comienza aquí. Buenos Aires:
Zorzal, 2006), 40.
5.
Darío Betancourt Echeverry. “Acreditación y reforma curricular en la universidad pedagógica
nacional. La crisis nacional y la ausencia de un proyecto cultural y político para la juventud”.
Boletín Sociales. Bogotá. Abril de 1999.
192
Darío Betancourt: Memoria, vigencia de maestro y universidad

valores que generalmente han sido reemplazados por las tentaciones del consumismo
extranjerizante e individualista de los tenis, la camiseta, la moto y el enriquecimiento
fácil, todos ellos profundos generadores de violencia6. Como muchos otros maestros de
su época, Darío muestra un notable rechazo a la instrumentalización misma de la
profesión docente, aspecto al que muchos maestros resistieron durante la década
del 80 y parte del noventa en el marco del Movimiento Pedagógico Colombiano.
La reflexión y el debate por el sentido mismo de la profesión docente, se hace
necesaria en la coyuntura actual, cuando ésta se ve seriamente amenazada por
políticas tecnocráticas, que apuntan hacia la llamada desprofesionalización docente.
En este sentido se hace visible las responsabilidades éticas y políticas del maestro
en el marco de los profundos cambios que afronta la escuela y la educación.
El segundo aspecto tiene que ver con la mirada al joven estudiante. En éste
punto Betancourt cita a Walter Benjamín quien desde una propuesta de filosofía
para jóvenes expuesta en la Reforma Escolar: Un Movimiento cultural, plantea la
necesidad de constituir una cultura de la juventud con un carácter participativo
al interior de la universidad, “Sus planteamientos y elaboraciones, encuadrados
dentro de esta corriente reformadora, pretendían ir mucho más allá de lo
estrictamente escolar y académico, apuntando a la constitución de una cultura
de la juventud en la cual participaron otros jóvenes de su generación”7.
Al respecto, bien vale la pena por hacer una reflexión hoy por lo que se
entiende por ser joven y formularnos los siguientes interrogantes: ¿Cuáles
serían los aportes hoy de una cultura de la juventud, apropósito de la actitud
confesional y de señalamiento que se hace a los estudiantes frente a la droga y al
alcohol al interior de las universidades, frente a su sexualidad? En este sentido, la
universidad se pregunta por ¿qué se entiende por ser joven hoy? ¿Cuales son las
prácticas y discurso que los constituyen hoy? ¿Cómo vemos al otro joven? ¿Como
se refleja esto hoy en el cotidiano de la universidad?
Del mismo modo Darío también se preocupa por las diferentes manifestaciones
de violencia puestas en práctica por los jóvenes. Así se refiere a expresiones de
algunos grupos estudiantes a los que el denomino como iluminados: “Estos grupos
de «iluminados», alejados del estudiantado y de los sectores populares que dicen
representar, quizás sin racionalizarlo, no sólo se alejan cada vez más de otros sectores
sociales, sino que realizan su protesta afectando la cotidianidad del ciudadano
raso, sin que medie un comunicado explicativo u otras formas de intercambio de
el por qué de su acción. Quiero aclarar que no descarto las acciones de protesta
en ciertas coyunturas cruciales y no estoy en contra de la protesta y en últimas
de la confrontación callejera del estudiantado y otros sectores sociales; lo que me
parece grave es que el estudiantado no sea capaz de protestar como estamento,
6.
Darío Betancourt Echeverry. “Violencia, Educación y Derechos Humanos”. Revista Folios No 5.
(1996).
7.
Darío Betancourt Echeverry. “Acreditación y reforma curricular en la universidad pedagógica nacional.
la crisis nacional y la ausencia de un proyecto cultural y político para la juventud”.
193
Víctor Manuel Rodríguez Murcia

que no sea capaz de construir movimiento social, que ayude a desencadenar la


protesta, en alianza con otros sectores sociales, para construir organización”.8 Se
evidencia un llamado al ejercicio de la legítima protesta desde la constitución
de un movimiento estudiantil articulado a la movilización social. Al respecto,
y para el caso del movimiento estudiantil de la UPN, esa articulación pasaría
hoy por las luchas de un sector como el magisterio, afectado por políticas de
desprofesionalización puestas a funcionar desde un Estatuto Docente que atenta
contra la dignidad de la vida misma del maestro.
La propuesta de universidad que hace Darío Betancourt y expuesta brevemente
en los apartados anteriores, pasa por la apuesta hacia un Proyecto Cultural y
Político de universidad “… Pero, por sobre todo, nuestra Pedagógica carece de un
Proyecto Cultural y Político, que la fortalezca y dinamice académicamente, que
integre de verdad a todos los estamentos, que rompa la apatía, el tedio y la desidia
que nos ha penetrado a todos, que nos ponga de cara al país real que atraviesa
por la crisis más profunda de los últimos cincuenta años. En síntesis, seguimos
careciendo de un Proyecto Cultural y Político, que nos ponga a todos de frente
al país que está por fuera de los muros de la 72, con sus fracciones y sus etnias,
con sus virtudes y desgracias, que nos dé elementos para sacar a nuestra Nación
del atolladero y el estancamiento al que la han condenado las elites dirigentes y
las clases fundamentales de la sociedad”9. Del mismo modo se pregunta: “¿Dónde
hay en los nuevos currículos, asignaturas o seminarios para todos los estudiantes
y para todos los estamentos, que den cuenta, por ejemplo, de las dificultades
en la Construcción de la Nación Colombiana? ¿De los procesos políticos y de
violencia que hemos padecido, que nos armen para entender y acceder al poder?
¿De los modelos socioeconómicos, por los que hemos recorrido y que de una vez
por todas nos preparen para enfrentar la globalización, la dictadura del capital
y la economía de mercado? ¿De los procesos culturales, sobre la circularidad
y la contestación? ¿De la autogestión, del autogobierno, de los procesos de
degradación ambiental y la injerencia política y económica, etc.?”.
De esta manera, se da cuenta de una universidad con un Proyecto Cultural y
Político de cara al país, una universidad que resiste y propone salidas a las lógicas
de poder neoliberal, y no simplemente una universidad aplicada y sumisa a los
dictámenes de la tecnocracia neoliberal imperante hoy en día. Es un proyecto que
pasa por la construcción de lo público a partir de la constitución de una autentica
democracia interna, institucional en donde puedan expresarse y ser escuchadas las
propuestas de los diferentes miembros de la comunidad universitaria, donde los
órganos colegiados sean auténticos lugares deliberativos y no simples instrumentos
del ejercicio del poder autoritario que hoy se ejerce en nuestra universidad.

Darío Betancourt Echeverry. “Violencia, Criminalidad, Juventud”. Revista Folios, No 8 (1998).


8.

Darío Betancourt Echeverry. “Acreditación y reforma curricular en la universidad pedagógica


9.

nacional. La crisis nacional y la ausencia de un proyecto cultural y político para la juventud”.


194
Darío Betancourt: Memoria, vigencia de maestro y universidad

Quiero finalizar estas líneas, con el carácter emotivo con el que las inicie,
expresando que recordar a Darío a muchos nos evoca no solamente nuestra vida
estudiantil (para quienes tuvimos la fortuna de tomar clase con él), si no que
también nos evoca esa otra forma de ser maestro, de la que él se encargo de
mostrarnos en el cotidiano, un auténtico profesional quien en verdad construyo
pedagogía a partir del constante diálogo con el estudiante, ese maestro que
rompe la rigidez de los moldes institucionales que le impone unas prácticas unos
discursos, para darnos a entender que el lugar de la academia esta más allá de
las cuatros paredes formales del aula de clase. Este es un homenaje, un gesto
de gratitud a ese maestro que recuerdo y me acompaña constantemente en mi
práctica profesional.

195
Amamantando nostalgias desde una orilla del
pensamiento crítico: En homenaje al maestro
Darío Betancourt.
Piedad Ortega Valencia1

¿De quién son estas voces


Que se asoman a la ventana
Rastrando algún reguero de sol?
¿Dónde han quedado tu bufanda, tus lentes, tu sonrisa?
La mañana ya no llama a tu puerta
Las ventanas se han cerrado
Por el frío y el miedo que se respira en las calles.
Todos los días en un ritual cotidiano
El teléfono suena preguntando por….
Qué nombres decir sí ya son tantos:
Darío, Manuel, María
Nombres que han quedado borrados por la niebla.
En el armario
Aún están guardados los adioses
Que no se dicen, pero se sienten
Colmados de ausencias.
En las noches
Voces gastadas de dolor
Invocan los sueños, la alegría, la esperanza
Y entre las manos, un montón de lluvia.
Darío
Acaso mañana será un nuevo día
Donde siempre esperaremos tu regreso
-la mesa permanecerá tendida-
- El aula semi abierta-
Y he pedido a tu sombra
Que te aguarde sigilosa detrás de la puerta.
Qué nombres decir sí ya son tantos.
Dónde ha quedado tu bufanda?
Dónde guardar estas páginas de letras rotas, de ecos,
1.
Profesora Facultad de Educación de la Universidad Pedagógica Nacional.
197
Piedad Ortega Valencia

De nombres desteñidos
Donde la rabia, nuestra espera.
Mañana
Regresaremos con tu sombra
Agazapada detrás de la puerta
Y nuevamente…. Nuevamente
Empezaremos a deletrear tu nombre.

E scribir este texto nos convoca a pensar nuestro lugar de maestros que
trabajamos en espacios universitarios, escolares, comunitarios, en pro-
cesos de movilización social y política. Desde este lugar me pregunto
¿a qué sabe la ausencia del Maestro Darío Betancourt? Intento responder desde
la memoria de sus allegados, sus estudiantes —hoy egresados—, sus colegas que
siguen habitando en la Universidad Pedagógica Nacional, y decir que su ausencia
me sabe:

A temblor de cantos detenidos.


Al resplandor de sus palabras suspendidas.
A la fragancia de una plaza que lleva su nombre entre risas y voces pisoteadas.
Me sabe su ausencia a este montón de nostalgias
húmedas que se guardan en nidos de promesas.
Me sabe, a querencia de contener su legado de maestro de
historia en un ramo de siemprevivas.
Su memoria me sabe a cosecha.

Una cosecha de prácticas y procesos instituyentes que buscan en el pensa-


miento crítico un horizonte epistémico, una construcción de referentes políticos
y éticos y sobre todo opciones de vida en colectivo. Así que la minga, la red, el
aquelarre, la espiral del caracol, los tendederos de la memoria, hacen presencia
en las organizaciones populares, en los colectivos juveniles, en las comunidades
de paz, en los sindicatos, en las juntas de acción comunal, en las expediciones pe-
dagógicas, en las conversa-acciones, en los círculos de la palabra, entre tantas ex-
presiones que hoy se despliegan en Colombia y en América Latina construyendo
tejidos vinculares para juntar corporeidades, territorios, memorias, narrativas,
agendas temáticas, equipajes existenciales y sobre todo juntar nuestros desasosie-
gos y nuestras luchas por el reconocimiento, la afirmación, la protección, la de-
fensa y la reivindicación plena de los derechos humanos. Necesitamos reconocer
derechos pendientes, derechos urgentes e impostergables. Estar, trabajar y soñar
juntos en una búsqueda incesante por un mundo donde quepamos todos, por un
mundo deseable, posible y necesario de justicia, democracia y libertad.

198
Amamantando nostalgias desde una orilla del pensamiento crítico: Homenaje a Darío Betancourt

El contexto actual se caracteriza por el tránsito a un escenario de posacuer-


do , el cual plantea una serie de desafíos éticos, políticos y pedagógicos para la
2

construcción de relaciones basadas en la alteridad y el reconocimiento del otro


como interlocutor válido, en una sociedad caracterizada por la desconfianza, el
miedo y la polarización social, donde el desacuerdo se asume como enemistad
produciendo permanentemente enemigos bajo rostros del extraño, del oposi-
tor, disidente, transgresor; entre otros. Es así, como la construcción de paz en el
posacuerdo es ante todo un vínculo intergeneracional, un proceso de enseñan-
za-aprendizaje continuo, una invitación a la reflexión crítica y auto-crítica, y
sobre todo el agenciamiento de múltiples acciones colectivas de exigibilidades
en todos los planos de la justicia y de la democracia que garanticen los derechos
humanos para amplios grupos poblacionales precarizados en sus condiciones de
vida, excluidos (que significa expulsados y recluidos) y desiguales. Nos pregun-
tamos cómo afrontar, desde los distintos ámbitos, el reto histórico-político y
pedagógico de crear urdimbres sociales respetuosas de los derechos humanos, de
la alteridad, de la diferencia; en el entendido que seguir legando a cada nueva
generación un sofisticado repertorio de tecnologías de deshumanización y una
cifras a varios dígitos de víctimas nos convierte en una sociedad que claudica su
propia humanidad. Joan Carles Mélich en “Lógica de la crueldad” expresa que:

Heredamos una gramática: un modo de ver compartido, una forma de crear y de


crearnos, de establecer fronteras y límites entre lo que vale y lo que no, entre lo
que es digno de ser respetado y lo que no merece nuestra atención, entre lo que es
verdad y lo que no resulta más que una ficción o una mera apariencia. En esta vi-
sión, en este modo heredado de ver el mundo nacido en el propio mundo la moral
domina y, con ella, una lógica de lo que somos, una forma de relacionarnos con los
demás y con nosotros mismos, de integrar y de excluir, de respetar y de exterminar.
En toda moral opera una lógica de la crueldad3.

Los senderos que han transitado las comunidades víctimas de violencia social
y política dan cuenta de los pasos plasmados por el dolor que se ha padecido (y
se continúa) de haber vivido y estar viviendo en contextos de violencia política
y conflicto social armado, y a su vez de las prácticas de resistencia4 que tam-
bién han delineado los campos de enseñanza y la formación política, donde las
2.
En el marco del acuerdo final “para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable
y duradera” con el movimiento insurgente Fuerzas Armadas Revolucionarias FARC-EP. Consultar
el documento en: http://www.elespectador.com/files/pdf_files/597c60eb35c55f02629da71e72e51921.
pdf y el inicio del proceso de paz entre el Estado y el Ejército de liberación Nacional —ELN— con
quienes se tiene ya establecida la hoja de ruta (enero 2017).
3.
Joan Carlos Mélich. Lógica de la crueldad. (Barcelona: Herder, 2014).
4.
Nuestro pleno reconocimiento a la Comunidad de Paz de San José de Apartado, Las Madres de
Soacha, Ruta Pacífica de Mujeres, Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado —MOVICE—,
Organizaciones estudiantiles, prácticas instituyentes de maestros, procesos de movilización social
y educativa.
199
Piedad Ortega Valencia

experiencias transformadoras han permitido que hoy contemos con un acervo de


producciones desde el territorio, las organizaciones sociales, la educación co-
munitaria, la academia, las artes y el quehacer pedagógico que han puesto en diá-
logo las historias vividas, las voces y los silencios de las víctimas, la producción
narrativa de distintas fuentes, los testimonios de múltiples acontecimientos y los
relatos de infinidad de hechos, con el fin de humanizar lo humano y reestablecer
las rupturas marcadas por una sociedad que ha sido constantemente quebrada en
sus afectos, vínculos, identidades, existencias y proyectos colectivos.
Hay un deseo, una esperanza y un futuro que nos merecemos. Hay lucidez y
compromiso en nuestra existencia. Hay opciones, hay vida, hay trayectos, hay
porvenir. Hay un telar de pedagogía(s) sentipensantes5 en situaciones de interlo-
cución y reflexividad para poder hacer y sentirnos con la potencia y la capacidad
de construir las resistencias de esta época. Resistencias que dialogan con las peda-
gogías del oprimido, de la esperanza, de la autonomía y de la indignación. Todas
ellas pedagogías de Paulo Freire que hacen presencia en Colombia y en América
Latina con las bisagras teóricas y políticas que recoge las aportaciones de la teoría
crítica de la Escuela de Francfourt a través de sus representantes más significa-
tivos: Max Horkheimer, Herbert Marcuse, Theodor Adorno, Jurgen Habermas,
Axel Honnet, Walter Benjamin y Hannah Arendt. De igual modo trabaja con
los desarrollos de la teoría crítica expresados en el pensamiento sobre núcleos
fundantes de esta epistemología crítica en la cual se encuentran las siguientes
líneas teóricas: i) la filosofía y la ética de la liberación con Enrique Dussel, ii) la
teología de la liberación con Leonardo Boff, iii) la psicología de la liberación con
Ignacio Martin-Baró; iv) la literatura con José Saramago, v) la educación popular
y la pedagogía crítica con Paulo Freire, Simón Rodríguez, Jose Carlos Mariátegui,
Carlos Cullen vii) la sociología crítica con Camilo Torres, Orlando Fals Borda y
Hugo Zemelman y, viii) desde la música, la poesía, las artes plásticas, los relatos,
la historia y la memoria.
¿Desde estos acumulados y producciones que sigue pasando en nuestro país
que a los educadores populares, a los periodistas, a los profesores, a los artistas,
a los activistas políticos, a los escritores y a toda expresión crítica se le censura6?
Pero, además, lo que es aún más grave, nos preguntamos, ¿por qué los mismos
profesores de las universidades públicas se autocensuran? Y en esta autocensura
desprecian a todo aquel o aquella que intenta agenciar condiciones de posibili-
dad para que el pensamiento crítico tenga un anclaje en las comunidades aca-
démicas y en los procesos de formación, organización y movilización política.
Encontramos que estos profesores universitarios actúan bajo la premisa de lo
“políticamente correcto” desde un andamiaje discursivo que se mueve a modo de “un
Recreación tomada de Orlando Fals Borda.
5.
6.
Censura: Exilio, prohibición, persecución, hostigamiento, proscripción (expulsión y destierro),
indolencia. Es una acción inquisitorial en términos de borramiento simbólico y material de un
“otro, una otra” a quien se le etiqueta como sospechoso y por ello posible de ser eliminado.
200
Amamantando nostalgias desde una orilla del pensamiento crítico: Homenaje a Darío Betancourt

puente colgante” entre posturas neutrales, complacencias ingenuas, ambigüeda-


des y pusilanimidades.
En Argentina, en el año 20137 se difundieron las listas de artistas, intelectua-
les, y periodistas censurados por la junta militar. Las nóminas fueron publicadas
por el Ministerio de Defensa. Son tres actas, de los años 1979, 1980 y 1982, en las
que aparecen personas catalogadas como parte del peligro “marxista” y calificadas
en una escala de uno a cuatro según sus antecedentes ideológicos. Algunos de
estos testimonios, relatan que:

Estar prohibido significó no sólo lo que sufrimos durante esos años de dictadura,
también el miedo, la bronca, el resentimiento que seguimos masticando en los
años posteriores, el no poder pensar en otra cosa durante tanto tiempo. Impre-
siona mucho ver a tantos colegas allí nombrados, pega en la cicatriz que quedó de
una herida que se hizo en otro tiempo. Impresiona lo que nos dura todo este dolor,
repasar tantos amigos que no están, que siguieron su vida como pudieron en el
exilio o que murieron de tristeza. Es un impacto fuerte para mí repasar esta lista.
Y es importante que las nuevas generaciones sepan que hay que cuidar mucho esta
libertad que hoy tenemos (…)
Sabía que estaba en la lista de censura porque lo viví. No poder trabajar, que te
censuren, recibir amenazas y también la imposibilidad de moverte en tu propio
país es algo que uno vivió en aquellos años.

Contamos entonces en nuestras universidades públicas con una élite acadé-


mica de censores quienes desde su especificidad profesional: sociólogos, filóso-
fos, antropólogos, psicólogos, historiadores, pedagogos, sienten vergüenza para
nombrarse como “pensadores críticos”. Sienten que pierden prestigio intelectual
sí utilizan esta rótula. No quieren llevar esta marca, este sello, esta distinción.
Prefieren nombrarse como los estudiosos temáticos o portadores de uno de tantos
autores que circulan en el medio, sobre todo si son producciones internacionales
de consulta y de literatura clásica. Estos censores universitarios, contribuyen a ser
cómplices de una política de censura, bajo el arbitrio de juzgar bajo la sospecha
que tiene en el estado a sus más pródigos representantes de un régimen totalitario.
Ya Hannah Arendt (2006) nos advirtió sobre la existencia de un escenario to-
talitario que tiene asidero hoy en las universidades públicas. Un escenario totali-
tario donde la consigna es “todo es posible” y esta consigna se hace visible en dis-
positivos existentes como: Apertura de procesos disciplinarios bajo la tutela de
testigos ocultos, existencia de mecanismos de control, la pretensión de la moral
bajo la égida de la lealtad en los órdenes del poder, instalación de una burocracia
administrativa para operar procesos académicos, la banalización de los argumen-
tos, en suma la pérdida de la esfera pública y lo que en ella converge, la diserta-
ción, la deliberación, la negociación cultural, el diálogo de saberes, entre tantas
7.
Consultado en: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-233159-2013-11-08.html
201
Piedad Ortega Valencia

posibilidades para la tramitación de conflictos y la negociación de las diferencias.


La universidad como escenario totalitario nombra la extrema precariedad de
la vida misma. La nuda vida en términos de Giorgio Agamben8 lo que significa
asumir la subalternidad como condición de existencia pública.
Desde esta escenografía universitaria, nos permitimos convocar e invocar al
recuerdo del maestro Dario Betancourt y en su memoria recuperar la palabra,
la que sostiene nuestra corporeidad como caracolas para que la música no se
suspenda, no la exilien, no se vuelva escombro. No queremos deletrear más las
letras del MIEDO. Sí, Este miedo nos arrebata vida y esperanza. Se posa en la
cabeza como un espantapájaros, Atrapa nuestros dedos con silicona. Enmudece
nuestra voz con papel de lija. Se mete en nuestros poros como nido de hormigas.
Se hunde en nuestra boca como un grito de bóveda. El miedo es un maldito trapo
sucio y maloliente. Es una flor podrida en tu armario. Es una herida que se mete
dentro, muy adentro. Miedo que se arrastra. Miedo que detiene nuestros vuelos.
En la poesía de Juan Manuel Roca:

La palabra invocada
(…) Tal vez se hizo vieja y delira en un convento,
Tal vez sufra de amnesia
Y olvide las nueve letras de su nombre.
Acaso rasgó el mapa y no conozca el regreso
O beba a cántaros la leche amarga del olvido.
A lo mejor aparezca en un bote cuando nadie la espere,
Cubierta de vendas y usando como remos sus muletas,
La malherida, la sorda, la maltrecha esperanza

El pensamiento crítico, de acuerdo con Carlos Cullen, tiene que enfrentar


en la actualidad, dos grandes tensiones que no lo hacen posible, dos actitudes
presentes hoy en toda interacción y práctica académica. Se refiere el autor a las
actuaciones fundamentalistas y escépticas. Al respecto, nombra que las formas
del fundamentalismo o actitud dogmática consiste en:

No aceptar otro modo de fundamentar las normas y los valores (es decir, la moral
o las morales que tengamos) que no sea el que provenga de la propia creencia o de
los propios sentimientos o de la propia tradición, sin exponerse jamás a una lec-
tura crítica y racional, sin aceptar ningún otro argumento que no sea el propio. El
fundamentalismo no deja que surja la reflexión ética, no deja que emerja la ética.
No es que no tenga moral, los fundamentalistas tienen morales muy fuertes, son
capaces de dar la vida tirando una torre, eso está movido por una moral. Lo que no
están dispuestos es a exponerla críticamente, argumentativa y, de alguna manera,
racionalmente. En ese sentido, el fundamentalismo no deja que surja porque es

8
Giorgio Agamben. Infancia e historia. (Argentina: Adriana Hidalgo Editora, 2011).
202
Amamantando nostalgias desde una orilla del pensamiento crítico: Homenaje a Darío Betancourt

dogmático, porque es excluyente, porque es intolerante y en el límite peligrosa-


mente agresivo. Y hoy, habiendo terminado el siglo XX y comenzando el siglo XXI,
no podemos decir que los fundamentalismos sean una especie extinguida9.

De igual modo, expone que el pensamiento crítico tiene que enfrentar otra
tensión —a modo de preocupación— que no la deja emerger, se refiere al escepti-
cismo. Sobre esta actitud, formula el siguiente cuestionamiento:

¿Qué es el escepticismo? Creer que no hay forma ninguna para fundamentar


principios de normas de la acción correcta y por lo tanto todo está permitido.
Pero en el fondo en el escepticismo todo está permitido porque nada vale. El
escepticismo moral resigna toda posibilidad de distinguir con argumentos lo justo
y lo injusto, lo bueno y lo malo. Yo creo que hoy día el escepticismo suele ser una
forma de reaccionar ante la enorme dispersión de valores que parece ofrecer la
cultura contemporánea, y ante el extendido hábito de ser incoherentes entre lo que
hacemos, lo que decimos y lo que sentimos. El escepticismo opera, por ejemplo,
cuando uno termina convenciéndose de que actuar bien u obrar conforme a las
normas es casi una ingenuidad. Y más radicalmente una imposibilidad.

Estas consideraciones nos remiten a las preguntas orientadoras de esta re-


flexión ¿desde dónde asumimos la construcción de un pensamiento crítico para
las universidades públicas, inscrito en un contexto de violencia política, existen-
cia de múltiples desigualdades y permanencia de procesos y dinámicas de exclu-
sión en todos sus órdenes? ¿Qué se dice, qué se nombra, qué se conversa en las
universidades sobre nuestro país?
Por ello importante recuperar la noción central de “conciencia crítica”, asu-
mida por Freire10 como “representación de las cosas y de los hechos como se dan
en la existencia empírica, en sus correlaciones causales y circunstanciales”. Esta
se caracteriza por la integración con la realidad, por la acción y la comprensión
críticas. La conciencia crítica se opone a la conciencia ingenua, la cual se valora
como un relativismo jerarquizante y neutral, que conlleva a lo irracional, al aco-
modamiento, el ajuste y la adaptación. También se opone a la conciencia mágica,
entendida como una captación acrítica de los hechos, temerosa y a la cual se
adhiere el sujeto con docilidad, fatalismo e impotencia.
Recogiendo este planteamiento de Paulo Freire el pensamiento crítico es enten-
dido como parte de un proyecto ético –político, en el que se construyen relaciones
de alteridad instituida en la responsabilidad y hospitalidad. El pensamiento críti-
co en nuestras universidades requiere para estos tiempos producir la comprensión
del “otro” desde prácticas reflexivas, hermenéuticas y de compromiso.

9.
Carlos Cullen. Entre desarrollo y educación ¿ética donde habitas? [2008]. Consultado en: http://
www.oei.es/historico/noticias/spip.php?article333
10.
Paulo Freire. La educación como práctica de la libertad. (Siglo XXI. Madrid. 1969). 101.
203
Piedad Ortega Valencia

En ese sentido el pensamiento crítico introduce el cuidado formativo del otro,


es una pedagogía de la solicitud, es una pedagogía de la alteridad. La alteridad
se sostiene en una relación que sabe habitar la diferencia, es apertura a mundos
posibles, a una práctica de solidaridad. Por ello el pensamiento crítico tiene
una impronta ética, unas formaciones discursivas, un posicionamiento políti-
co e histórico, unas preocupaciones existenciales, unos métodos de indagación,
una epistemología de construcción teórica. Desde estos lugares de enunciación se
inscribe en un horizonte educativo que asumimos desde el siguiente repertorio:
Una educación que potencia a los sujetos: Toda práctica es una acción intenciona-
da de formación. Por ello, en el marco de un proceso pedagógico se dispone para
ella de unos tiempos (vividos) unos espacios (habitados), unos rituales, una forma
de vida colectiva, un entorno material y unas producciones de reflexividad, de
los cuales emergen cualidades que la hacen singular y específica, pues se trata de
la construcción y actuación pública del maestro en un lugar social. En esa medi-
da, la presencia de los otros es una condición de la práctica pedagógica, en la que
entran en juego no sólo un conjunto de referencias de mundo y de acumulados
culturales por compartir (los maestros lo son siempre de algo, de aquello que pro-
fesan), sino también unos modos de concebir ese mundo, de posicionarse frente
a él, de interrogarlo y de transformarlo.
Una educación que se posiciona en su dimensión ética y política: El pensamiento
crítico en la actualidad Colombiana, es una exigencia ética y política, porque lo
demanda una realidad que no es neutral, lo demanda una realidad que te exige
una opción ética y una opción política y esta opción lleva a problematizar las
prácticas institucionales, las prácticas pedagógicas del maestro, la relación entre
la propuesta educativa, la institución educativa y su contexto, lleva a revisar los
planteamientos que se tienen sobre los sujetos que intervienen en la práctica
educativa. De modo que el pensamiento crítico no puede ser entendida por fuera
de una razón política y de una razón ética.
Una educación que piensa la formación centrada en los contextos: Significa que toda
educación como proceso social se enmarca en un contexto de relaciones entre su-
jetos, saberes, instituciones y prácticas, marcadas por las ideas y paradigmas de la
época y por la manera como los educadores se apropian y empoderan frente a ellas.
De acuerdo con esta característica la exigencia significa leer, reconocer, posicionarse
y actuar frente a nuestro propio contexto social, político, cultural, educativo, cien-
tífico y tecnológico, reconociendo en el sus potencialidades y problematizaciones.
Una educación que se territorializa en el pensamiento crítico: entendiendo el pen-
samiento crítico, en un sentido amplio como la formación en la reflexión argu-
mentada, el análisis y la investigación de la realidad a favor de la autonomía del
ser de los educandos y de la construcción de una sociedad más justa y democrá-
tica. Es también sospechar de lo establecido, del discurso oficial y aprender a
indagar, a no tragar entero, a develar las múltiples formas de manipulación que
204
Amamantando nostalgias desde una orilla del pensamiento crítico: Homenaje a Darío Betancourt

anticipan una condición de sujeto como amarrado a intereses deshumanizantes.


Esta educación liga lo teórico con lo práctico y se compromete en la defensa de
los excluidos, denuncia las múltiples formas de colonización de la vida cotidiana.
Reafirmamos entonces la perspectiva crítica con un énfasis en la lectura y
reconocimiento del contexto en todos sus planos, expresiones y órdenes, que nos
posibilita comprender la realidad, sus problemáticas y desafíos afirmando el sen-
tido de la pregunta, la interrogación constante que nos permita reflexionar sobre:
desde dónde, porque, para qué, con quienes hacemos lo que hacemos, decimos o
pensamos para agenciar transformaciones necesarias y urgentes.
Este repertorio pensado en clave de pensamiento crítico nos exige también
asumir tareas colectivas en torno a:
• La construcción de un posicionamiento crítico que dialogue con la ex-
periencia, la teoría y la práctica en los procesos de formación de sujetos.
• El agenciamiento del vínculo social a partir de nucleamientos colectivos
y comunidades políticas que se tejen desde y con las prácticas institu-
yentes de los jóvenes universitarios.
• El sostenimiento de comunidades académicas y comunitarias desde una
corporeidad que reconoce las diferencias en su esplendor, en sus poten-
cialidades y en su pesadez.
• La decisiva afirmación por la transformación y la emancipación desde
nuestras realidades territorializadas en problemáticas de diverso orden,
que significa y nos demanda articular los fragmentos de procesos socia-
les.
• Acompañar decididamente al movimiento campesino, a los sectores po-
pulares, a los colectivos estudiantiles, a los maestros, por la lucha de los
derechos humanos, por el derecho a la educación y a la paz, que nos per-
mita asumir la aspiración colectiva por la igualdad social y la libertad
política.
• Constitución de subjetividades potentes, transgresoras situadas en unas
condiciones de clase, raza, género, generacionales.
• La configuración de unas epistemologías anclada en un diálogo de sa-
beres.
Desde estas tareas, afirmamos que educamos, porque no hay otra manera
de estar juntos como sociedad, porque nacemos a un mundo pre-existente que
debemos acoger, resignificar, y también transformar. Transmitimos a otros una
herencia cultural y eh ahí la singularidad del acto pedagógico. Pero tal acumulado
no es siempre lo más excelso de la cultura: su arte, su técnica, su conocimiento, su
estética, su ética. También está aquello que nos silencia, que nos atormenta, que
nos duele; aquello que hace parte del acumulado de crueldad que también hemos
construido en tanto humanidad. Retomamos las palabras de Mélich cuando ex-
presa que:
205
Piedad Ortega Valencia

La tarea de educar implica un compromiso con el mundo, con la tradición y con


la historia. Sólo sí decidimos que el mundo que hemos creado y en el que vivimos
todavía merece la pena y que podemos recomponerlo sólo si nos hacemos respon-
sables de él, estamos en condiciones de transmitirlo a las nuevas generaciones. El
que no quiera responsabilizarse del mundo que no eduque11.

Un maestro formado bajo el abrigo de una Pedagogía del acompañamiento,


del recibimiento del otro, de la acogida, del cuidado, de la natalidad, de la me-
moria (íntima, social, colectiva e histórica) , en suma , una pedagogía del vínculo,
sabe que este otro ‘saber’ también le atañe: ‘saber’ sobre nosotros mismos y sobre
lo que nos ha ocurrido. Quizás es esta una deuda pendiente con la historia recien-
te de nuestro país, que tenemos que encarar como única forma de hacerla pasar
por nosotros mismos y asegurar otro porvenir. Es por ello que en los espacios de
vida cotidiana, cultural y académica de las escuelas y universidades, la pedagogía
no aparece como un ejercicio aséptico y neutral que nada tiene que decir frente
al pasado y frente al presente continuo de esa realidad social y conflictiva que
vivimos en el país.
Nos asumimos en clave de pensamiento crítico con nuestras memorias y rela-
tos autobiográficos, con nuestros duelos y anhelos, con el mapa de viajes, con las
trayectorias formativas y organizativas, con apuestas éticas, estéticas y políticas
que se inscriben no sólo en esa voz que habla y escribe, sino también con cuerpo
que recorre un territorio, que actúa en el comprometiéndose junto a los otros.
Decir entonces, que la obra del maestro Darío Betancourt es un legado del
pensamiento crítico. Un pensamiento crítico lúcido, disidente, transgresor, iró-
nico, desobediente, obstinado y comprometido. Pensamiento crítico como un
pensamiento de izquierda.
Quienes nos reconocemos en esta perspectiva, nos asumimos sin vergüenza y
sí, plenos de orgullo y dignidad como maestros, investigadores y activistas po-
líticos. Finalmente acogemos este poema “El infierno verdadero” del Poeta Juan
Gelman12
Entre las 5 y las 7,
cada día,
ves a un compañero caer.
No pueden cambiar lo que pasó.
El compañero cae,
y ni la mueca de dolor se le puede apagar,
ni el nombre,
o rostros,
o sueños,
11
Joan Carlos Mélich. Ética de la compasión. (Barcelona: Herder, 2010), 37-38.
12.Juan Gelman. El infierno verdadero. Recuperado de: http://www.principiamarsupia.com/2014-
/01/15/7-poemasde-juan-gelman/
206
Amamantando nostalgias desde una orilla del pensamiento crítico: Homenaje a Darío Betancourt

con los que el compañero cortaba la tristeza


con su tijera de oro,
separaba,
a la orilla de un hombre,
o una mujer.
Le juntaba todo el sufrimiento
para sentarlo en su corazón
debajito de un árbol
El mundo llora pidiendo comida
Tanto dolor tiene en la boca
Es dolor que necesita porvenir
El compañero cambiaba al mundo
y le ponía pañales de horizonte.
Ahora, lo ves morir,
cada día.
Pensás que así vive.
Que anda arrastrando
un pedazo de cielo
con las sombras del alba,
donde, entre las 5 y las 7,
cada día,
vuelve a caer, tapado de infinito.

207
Lo que dicen las piedras
En memoria de Darío Betancourt Echeverry
Carlos Humberto Cardona Hincapié

Lo local, es pues (…) el lugar de los recuerdos, el recurso de la memoria y la con-


jura del olvido impuesto por el poder central; es decir, el refugio de las memo-
rias colectivas que arman a diario la urdimbre de la vida, completamente ajena
incluso, al desenvolvimiento del Estado.
Darío Betancourt. Historia de Restrepo, Valle: de los conflictos agra-
rios a la fundación de los pueblos. El problema de las historias locales,
1885-1990.

M uy a pesar de nuestro medio, árido de actividad intelectual, y de


vida cultural esporádica, nutrido de bares y discotecas que cada
día ahogan más las voces corrientes con el ruido escandaloso de
sus bafles en la calle, dando otro aspecto al lento trasegar de nuestra cotidiani-
dad rural poco a poco perdida también en medio del ajetreo de autos y motos
contaminantes, amenazantes e invasores; surgen de cuando en cuando, mentes
deslumbrantes y que dejan huella en la historia de nuestro país, como la de Darío
Betancourt Echeverry. Darío nace en Restrepo en 1952 en el seno de una familia
de origen antioqueño. Arrieros y colonos que fueron de montaña en montaña,
tumbando bosque y fundando pueblos. Sus años de niñez y adolescencia fueron
difíciles, enmarcados por la pobreza y por un periodo de violencia que asolaba los
campos colombianos, violencia en su superficie de tinte político entre liberales
y conservadores, pero que como el mismo Darío lo ilustraría en su obra, tenía
como casi todas las que hemos vivido aquí, un claro propósito de “reforma agraria
forzada” y de lucha continua por la tenencia de la tierra.
Seguramente esa inmediación con la cruda realidad de su país lo llevaría a
entender que sólo a través de una formación intelectual apropiada, podría in-
terpretar la época que le había tocado vivir. Después de haber recorrido todo el
ámbito del quehacer académico, optó por un doctorado en ciencias sociales bajo
la dirección del profesor Daniel Pécaut, en la E’cole des Hautes Etudes de Ciencies
Sociales de Paris, en donde a la par escribía la que sería su última obra sobre el
209
Carlos Humberto Cardona Hincapié

origen y evolución de las mafias: Mediadores, rebuscadores, traquetos y narcos;


compendio del desarrollo y evolución de los tipos que han formado y constituyen
el entramado de las mafias colombianas especialmente en el Valle del Cauca y
particularmente en su pueblo de origen, Restrepo, “pueblo de fronteras” como
solía llamarlo, en donde nacen, discurren y permanecen todos los actores de las
violencias que configuran y hacen parte inseparable y tal pareciera, insuperable,
de nuestra historia. Y su pasión era precisamente abordar los temas cotidianos
de la realidad local, y su lugar predilecto para ello era Restrepo. Con una alegría
desbordante dedicó gran parte de su vida y de su obra a investigar cada detalle
del transcurso histórico de este pequeño poblado del centro occidente del Valle,
desde la observación e interpretación de numerosos glifos en rocas milenarias,
que bajo su mirada absorta parecía que estuvieran hablándole, o metido en las
tumbas de remotas tribus que habitaron estos pequeños valles interandinos, aca-
riciando las “vasijas” fitomorfas, zoomorfas o antropomorfas que le mostraban
orgullosos los guaqueros; o desplegando su admiración por esa arquitectura del
bahareque propia de los pueblos de colonización antioqueña, con las altas pare-
des de sus casas, sus zócalos de madera, o las celosías de sus puertas y ventanas.
Y todo ello se lo transmitía a sus estudiantes de forma directa, en el sitio de
ocurrencia, pues había creado dentro de su catedra una excursión especial para
visitar la región Calima y por supuesto el lugar de su querencia: Restrepo. Y
como su deseo de conocer era insaciable, parecía que hasta la propia naturaleza
lo premiara por ello. Lo recuerdo especialmente aquel 11 de julio de 1991 con una
cámara de video filmando el eclipse total de sol, para cuya observación nuestro
pueblo fue un lugar privilegiado, no cabía de gozo narrando aquel hecho, detalle
a detalle, de aquellos casi 7 minutos de penumbra inquietante, pero también de
conmovedora belleza.
Meses antes del aciago día de su desaparición, llevaba consigo su recién publica-
da obra galardonada con el premio Jorge Isaacs, Historia de Restrepo Valle, De los
conflictos agrarios a la fundación de pueblos, El problema de las historias locales,
la cual coincidiendo con su retorno al país, alcanzó a tener el placer de tener en sus
manos. Restrepo obtenía así, aunque sólo fuera como parte pequeña de la dolorosa
historia de nuestro país, la memoria impresa de su acontecer, en un siglo de sucesos
iniciado a finales del XIX, preludio de guerras interminables, como la de los Mil
días, y concluido en 1995, año inscrito en la década de la entronización de la mafia
en el poder, casi en la cúspide del “remolino sangriento” que aún hoy vivimos.
Restrepo aparecía entonces, en la pluma fluida y prolífica de Darío Betan-
court, como el escenario callado, por desconocido, en donde se desarrollaron to-
dos los procesos de la violencia colombiana, emanados de la omnipresente lucha
por la tenencia de la tierra, pero ocultos tras el parapeto legitimador de la lucha
partidista e ideológica. Desde los mediadores que servían, y sirven aún al gamonal
para mantener amedrantados a los habitantes de sus feudos, hasta los narcos que
210
Lo que dicen las piedras. En memoria de Darío Betancourt Echeverry

les entregan recursos económicos a los políticos locales para financiar sus campa-
ñas y hacerse así con una parte del poder.
Por esos días, Darío incursionaba también con entusiasmo en el recurso lite-
rario como elemento aliado para la narración de los sucesos históricos. Sin duda,
era una innovación que llevaría a una nueva visión de las ciencias sociales, puesto
que con ello dejaría planteada de manera contundente la importancia de la his-
toria oral, el relato de primera mano de los protagonistas reales de la historia, tal
y como se había aventurado a hacerlo en Historia de Restrepo y como todo lo
emprendido por él, vio en parte sus frutos en el libro de Mediadores.
Darío nos dejó un legado enorme, un nuevo enfoque de la historia. Quienes
hemos seguido de cerca el desarrollo de su obra, ya no volveremos a ver lo his-
tórico en la forma tradicional, el conocimiento impuesto por el cómodo centra-
lismo, frente a la realidad ignota de la región o la provincia.La historia deberá
ser narrada y construida desde lo local, para que sus actores sientan el arraigo de
su terruño y puedan abanderar sus propias causas, para que conocedores de sus
aciertos, de sus fallas y contradicciones puedan encontrar salidas apropiadas para
sus conflictos, para que dentro de sus límites puedan encajar dentro del rompeca-
bezas que representa una nacionalidad. La fuerza de esas ideas se impone y marca
un hito dentro del ámbito de las ciencias sociales.

211
Memorias de la desaparición forzada1
Iván Arturo Torres Aranguren2

A Darío Betancourt Echeverry.


Desaparecido el 30 de abril de 1999 y posteriormente asesinado.

Q ue tal profe, hace tiempo que no sacábamos un momento para con-


versar. Este 30 de abril, se cumplen quince años del día en que los se-
ñores de la muerte quisieron borrar su vida por completo recurrien-
do a la siniestra y manida práctica de la desaparición forzada. Claro que usted,
experto en terquedades, acostumbrado a lidiar cara a cara con la más variopinta
gama de fantasmas, se nos vino de repente desde el vacío al que pretendieron
confinarlo, y se nos apareció el 9 septiembre de aquel aciago año de 1999, para
recordarles a ellos, para recordarnos a nosotros todos, que no se puede borrar tan
fácilmente la existencia de una vida humana.
Hablar de la desaparición forzada es hablar de la historia no contada del país
de “La Vorágine” y los “Cien años de soledades”. Hace unos meses, al conmemorar
el 66 aniversario del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán a manos de la oligarquía
liberal-conservadora, tuvimos que hacer un gran esfuerzo para que se recordara
que aquel día fueron asesinadas cientos de personas en Bogotá, gentes cuyos cuer-
pos desaparecieron en la bruma de las llamadas fosas comunes, personas humil-
des que fueron arrancadas del seno de sus familias, lapidadas para siempre bajo
gruesas lozas de cemento y borradas por completo de la memoria social; dichos
crímenes, hacen parte de la matanza que como usted bien sabe comenzó entre
1945 y 1946 cobrando la vida de miles de personas, muchas de las cuáles desapa-
recieron sin dejar rastro. Pero qué le voy a hablar yo de eso, si esa es una historia
que usted estudió, conoció y vivió en carne propia.
1.
El 15 de noviembre de 2015 se me hizo una invitación sobre la desaparición forzada y la memoria
de las víctimas. Como ve, maestro Darío, acepté la invitación, pero yo, que también soy aprendiz
en las tan necesarias prácticas de la terquedad, no quise venirme solo y decidí convocarlo a usted
para que juntos, como en los viejos tiempos, conversemos con esta gente que hoy se ha reunido en
esta su casa, su Universidad Pedagógica Nacional.
2.
Cuentero, escritor, tallerista, conferencista y gestor cultural. Licenciado en Educación Física y
Especialista en Pedagogía y Didáctica de la Universidad Pedagógica Nacional. Mágister en Estudios
Políticos de la Universidad Javeriana. Director de la Fundación Cultural Rayuela y del Festival In-
ternacional de Contadores de Historias para Niños y Niñas "Viajando Mundos" en Bogotá.
213
Iván Arturo Torres Aranguren

Le cuento que escarbando en la memoria me dio por recordar a la bacterióloga


Omaira Montoya Henao, detenida por agentes del F-2 de la Policía Nacional en el
aeropuerto de Barranquilla, un 9 de septiembre, 37 años antes del día en que usted
se burló de quienes ordenaron su desaparición, y 5 días antes de aquel momento
memorable en que miles de personas se lanzaron a las calles para protestar contra
el gobierno de Alfonso López Michelsen y escribieron una página inolvidable de
las luchas sociales populares: el Paro Cívico Nacional de 1977. El de Omaira Mon-
toya, es considerado el primer caso de desaparición forzada en el país y no sé si
ello se ajuste a la verdad pues usted sabe mejor que yo que entre 1946 y 1977 miles
de personas fueron asesinadas y desaparecidas en la corriente de muchos de nues-
tros ríos. Lo que sí es cierto, es que desde aquel 9 de septiembre hasta hoy, más de
25.000 colombianos y colombianas han sufrido su misma suerte.
Como usted recordará, en 1978 fue elegido como Presidente de la República Ju-
lio César Turbay Ayala quien, junto con su ministro de defensa, el general Luís Car-
los Camacho Leyva, configuró una política de seguridad cuya columna vertebral
fue el tristemente célebre Estatuto de Seguridad Nacional; dicha política, creada
con el fin de combatir a la insurgencia, se utilizó como arma para contrarrestar el
auge que el movimiento social había evidenciado con la realización del Paro Cívico
Nacional e hizo que la represión, las detenciones arbitrarias, la tortura, la desapari-
ción forzada y la impunidad campearan por doquier. Durante su cuatrienio de go-
bierno, la represión oficial se desclandestinizó y se hizo pública pues la aplicación
de la justicia fue dejada en manos de los jueces y los tribunales militares.
Pero la oscura noche apenas comenzaba. ¿Se acuerda profe que la noche del 31
de diciembre de 1978, un comando del M-19 sustrajo 4.076 armas de uno de los
batallones más importantes del Ejército Nacional? Como justificante de dicha
acción, la gente del EME aseguró que solo buscaba obedecer el mandato presi-
dencial, incluido en el Estatuto de Seguridad Nacional, de armar a la población
civil. Claro que lo que se vino para el país no tiene nombre. Una innumerable
cantidad de viviendas fueron allanadas, cientos de ciudadanos y ciudadanas fue-
ron detenidos y juzgados en Consejos de Guerra, y un sinnúmero de profesores,
estudiantes, artistas, escritores y líderes sociales y comunales fueron objeto de
torturas, ejecuciones sumarias y desapariciones.
Claro que la represión y la impunidad, se convirtieron para el establecimiento
en una suerte de “Espada de Damocles”, pues ellas hicieron germinar la lucha por la
defensa de los derechos humanos. ¿Se acuerda profe que por aquella época se con-
formaron los primeros Comités de Familiares de Presos Políticos? ¿Se acuerda de los
Comités por la Amnistía? ¿Se acuerda de las Madres de los Chales Blancos? Esas mu-
jeres, entre las cuales estaban Clementina Cayón, Margot Pizarro y Virginia San Joan
de Duplat, eran las madres de los presos políticos, mujeres valerosas que desafiaban el
miedo e, inspiradas en el ejemplo de las Madres de la Plaza de Mayo en la Argentina,
asumían con dignidad y valentía la lucha por la dignidad y por la libertad de sus hijos.
214
Memorias de la desaparición forzada

En esos días el agite era total. Como diría el gran Víctor Jara, la cosa se movía
“como el agua en una batea”. ¿Se acuerda usted cual fue la respuesta del gobierno
ante la movilización popular y la lucha por los derechos humanos? Qué le voy a
contar yo que usted no sepa.
En mi opinión, el año 1981 marca un quiebre similar al que produjo el asesina-
to de Jorge Eliécer Gaitán en 1948. La razón es sencilla pero contundente. Recuer-
de profe que tras el secuestro de Martha Nieves Ochoa, la hermana de Jorge Luís,
Fabio y Juan David Ochoa, integrantes del Cartel de Medellín, la mafia, en alian-
za con un sector importante de la Fuerza Pública, miembros de las elites políticas
regionales y la oligarquía terrateniente, dieron origen al MAS, grupo paramilitar
que se encargó de asesinar y desaparecer a un buen número de militantes del
EME en Antioquia, y que se constituyó en la punta de lanza de las Autodefensas
de Puerto Boyacá, socio indiscutible del Cartel de Medellín, brazo armado de las
Fuerzas Militares, y semilla fundante del paramilitarismo en el país.
Luego vino el gobierno de Belisario Betancur y su ministro de defensa, el general
Fernando Landazábal Reyes. A partir de entonces la situación fue más oscura. ¿Se
acuerda usted que nunca como entonces se habló de paz, de diálogo y de amnis-
tía? Si, ya sé lo que significa su sonrisa. Sé que busca que recuerde que mientras
el Presidente de la República amnistiaba a unos 350 presos políticos, el Ejército
Nacional se apoyaba en el paramilitarismo y se mostraba dispuesto a masificar
las desapariciones y las ejecuciones extrajudiciales con el fin de hacer explotar el
proceso de paz. Sé, que quiere que recuerde que mientras Betancur hablaba de paz
se multiplicaban los escuadrones de la muerte y varios cientos de militantes de la
Unión Patriótica caían asesinados en las cuatro esquinas del país. Sé, que no quiere
que pierda de vista que el paramilitarismo se convirtió en una suerte de cáncer que
tras hacer metástasis se extendió al cuerpo roto de Colombia, tal y como lo eviden-
ció el Procurador Carlos Jiménez Gómez en enero de 1983, cuando diera a conocer
un estudio en el que se vinculaba a 163 civiles y 59 militares en servicio activo o en
retiro con el accionar del MAS y su máquina de la muerte. Sé, que quiere que les
recuerde a todos que a partir de entonces se hicieron tristemente célebres los ape-
llidos Álvarez Henao, García Echeverri, Gil Bermúdez, Yanine Díaz, Gil Colorado,
Echandía Sánchez, Velandia Hurtado, y tantos otros más.
Recuerdo que las denuncias del Procurador General de la Nación desataron
la furia en las guarniciones militares y que el ruido de los sables hizo presagiar la
posibilidad de un golpe militar en el país. La respuesta de Belisario Betancur em-
pezó a mostrar su verdadero talante político pues, un mes después de presentado
el informe del Procurador sobre el MAS, el “Presidente de la Paz”, el mismo que
había recibido el Premio Príncipe de Asturias por la calidad humana y su aporte
a la democracia, en alocución transmitida en simultánea por los principales cana-
les de televisión, desmintió los rumores que hablaban de la insubordinación mi-
litar, respaldo la labor “patriótica” que venían adelantando las Fuerzas Armadas
215
Iván Arturo Torres Aranguren

y afirmó que su política de paz tendría entonces “los puños y los dientes que le
faltaban”. La actitud asumida por la el Presidente para calmar a los generales dio
al traste con el proceso de paz y Diálogo Nacional con las guerrillas de las FARC,
el M-19, el EPL y la ADO. Lo que vino fue un recrudecimiento del conflicto ar-
mado y un aumento sin precedentes de las violaciones a los derechos humanos.
Dos hechos evidencian la magnitud de la situación que se vivía entonces y se
convirtieron en admonición de lo que vendría para el país en los siguientes años:
la desaparición de 11 estudiantes de la Universidad Nacional y la Universidad
Distrital en 1982, y el holocausto del Palacio de Justicia en 1985.
Es caso del Colectivo 82 nos recuerda lo ocurrido el pasado día 26 de otro
“septiembre negro” en Ayotzinapa, en el Estado mexicano de Guerrero, cuando un
grupo de estudiantes de la Escuela Normal Raúl Isidro Burgos, quienes trataban
de llegar a Ciudad de México para participar en la conmemoración del 46 ani-
versario de la “Masacre de Tlatelolco”, fueron atacados por la Policía Municipal,
acción que dejó como saldo un total de 6 estudiantes muertos, 17 heridos y 43 des-
aparecidos. De acuerdo con el testimonio de uno de los sicarios, la orden provino
del Alcalde de Iguala José Luis Abarca, y su esposa María de los Ángeles Pineda,
con fuertes vínculos con el narcotraficante Arturo Beltrán Leyva, creador del gru-
po paramilitar “Guerreros Unidos”.
De acuerdo con las investigaciones, la Policía Municipal detuvo de manera
ilegal a los estudiantes y se los entregó a paramilitares al mando de alias “Chucky”
quien se encargó de la matanza. A la fecha, han aparecido 29 cadáveres inhuma-
dos en fosas comunes, a varios les fueron sacados los ojos y les arrancaron la piel
de la cara, los demás cuerpos están totalmente calcinados. Supongo mi profe que
ya se habrá dado cuenta que el caso del Colectivo 82 tiene varios elementos en
común con lo sucedido en Iguala. Aquí, la detención y desaparición de 9 estu-
diantes y 2 personas más, ocurrida entre el 4 de marzo y el 12 de otro septiem-
bre fue ordenada por el narcotraficante José Hader Álvarez y los encargados de
ejecutarla fueron miembros de la DIPOL y el F-2 de la Policía Nacional, bajo la
supervisión del coronel Nacin Yanine Díaz, los mayores Ernesto Condia Garzón
y Jorge Alipio Vanegas Torres, y los capitanes Luis Ángel Perdomo, Jairo Otálo-
ra Durán y Miguel Rodrigo Torrado Badillo. Estos, valiéndose de helicópteros,
carros y agentes oficiales, así como del dinero, carros y sicarios aportados por
la mafia, “cazaron” a las víctimas y se las entregaron a Hader Álvarez, quien las
condujo a una de sus mansiones, ubicada en los cerros orientales al norte de la
ciudad, y los sometió durante varios días a suplicios y torturas para obligarlos a
“confesar” su participación en el secuestro y asesinato de sus hijos Zuleika de 7
años de edad, Yidid, de 6 y Xouix, de 5.
Vale decir que a diferencia de lo sucedido en Iguala, en nuestro país no hubo
detenidos por los crímenes cometidos, que nunca aparecieron los cuerpos de las víc-
timas y que el silencio social en torno al caso fue total. La justicia estableció que 3 de
216
Memorias de la desaparición forzada

las víctimas tenían responsabilidad en el secuestro de los niños y les profirió sendas
condenas póstumas. Para los criminales oficiales la impunidad fue total. Se sabe sí que
luego de la tortura los cuerpos moribundos de los estudiantes fueron llevados a fincas
del capo en los Llanos Orientales, que fueron amarrados a los árboles y abandonados
para que fueran devorados por las fieras y los animales de carroña.
El caso del Palacio de Justicia también deja entrever el vuelo que obtendrían
la criminalidad oficial y la impunidad en Colombia. Recuerde mi profe que el 6
de septiembre de 1985, la Compañía Iván Marino Ospina del M-19, en desarrollo
de la operación “Antonio Nariño por los derechos del hombre”, tomó por asalto
el Palacio de Justicia con el fin de presentar una “demanda armada” ante la Corte
Suprema de Justicia en contra de Belisario Betancur Cuartas, a quien la insurgen-
cia acusaba de haber incumplido los acuerdos suscritos en el marco del proceso
de paz y haber traicionado la voluntad y el anhelo de paz de los colombianos,
promesa y compromiso con el que el político conservador había logrado el favor
popular y había sido investido como Presidente de la República.
Usted sabe que la respuesta del Ejército Nacional fue totalmente desmesurada
y desproporcional. Sabe también, que el Presidente Betancur, no tuvo la estatura
ética, ni el talante humano para detener la masacre, aceptar una salida política
para resolver la situación, e imponer algún tipo de control a la voracidad de una
Fuerza Pública que, supo aprovechar las deficiencias en la estrategia de defensa
del comando guerrillero y, sin importarle en lo más mínimo la vida de los rehe-
nes, convirtió la situación en el pretexto preciso para imponer su voluntad sobre
el poder ejecutivo, aniquilar militarmente a la guerrilla que más lo había desafia-
do hasta ese entonces, y acabar con aquellos incómodos jueces que los acusaban y
los señalaban como violadores de los derechos humanos.
Releyendo toda esta historia, siento profe que el saldo de la Operación Ras-
trillo, nombre con el que la cúpula militar bautizó el operativo que emprendió
para “recuperar” el control del Palacio de Justicia, no podía ser diferente. Al fin
y el cabo, el Ministro de Defensa de entonces, el general Miguel Vega Uribe, era
comandante de la Brigada de Institutos Militares cuando el M-19 había prota-
gonizado el robo de armas del Cantón Norte en Bogotá, y el Comandante del
Ejército, general Rafael Samudio Molina, había sido objeto de un atentado días
atrás por parte del “Comando Héroes del Sur” del mismo grupo insurgente.
Usted conoce bien cuál fue el desenlace de los operativos: La aniquilación de
40 de los 42 integrantes del comando guerrillero, varios de los cuales fueron eje-
cutados extrajudicialmente, cuando se encontraban en estado de indefensión; la
pérdida de la vida de 150 personas (incluidos 13 magistrados de la Corte Suprema
de Justicia y el Consejo de Estado) y la desaparición forzada de la totalidad de
los empleados de la cafetería: Carlos Augusto Rodríguez Vera, Cristina del Pilar
Guarín Cortés, David Suspes Celis, Bernardo Beltrán Hernández, Héctor Jaime
Beltrán, Ana Rosa Castiblanco, Gloria Estela Lizarazu Figueroa, Luz Mary Por-
217
Iván Arturo Torres Aranguren

tilla León, Norma Constanza Esguerra. Gloria Anzola de Lanao y Luz Amparo
Oviedo, y de la guerrillera Irma Franco Pineda, integrante del M-19.
La actuación del Ejército Nacional en los hechos del Palacio de Justicia fue
tan desastrosa que el Procurador Carlos Jiménez Gómez, en su informe sobre lo
sucedido llegó a sostener que el holocausto no era otra cosa que la confirmación
de que “…en Colombia está vigente no una sino dos Constituciones, la que se
vende en las librerías y en las droguerías… para uso del ciudadano común, y otra,
silenciosa y secretamente implantada en el corazón de la sociedad y del Estado…
para uso exclusivo de las Fuerzas Armadas”.
Usted más que nadie sabe que las reclamaciones de justicia por parte de los
sobrevivientes de las graves violaciones a los derechos humanos que se han suce-
dido en el país, al igual que la lucha de sus familiares en contra de la impunidad
y del olvido, ha tenido que librarse en medio de reiterativos señalamientos por
parte de los gobiernos, la hostilidad y la agresión de la Fuerza Pública, el accionar
violento de los grupos paramilitares y también, hay que decirlo, en medio de la
indiferencia y la indolencia de amplios sectores de nuestra sociedad.
La verdad, mi profe, es que a mí este asunto de la desaparición forzada me duele
en lo más profundo de mi ser y de mi corazón. Aún recuerdo que una tarde de 1987,
en una charla que organizaron en el Teatro del Torreón, siendo estudiante de la
Universidad Pedagógica Nacional, escuché a doña Josefina de Joya, presidenta de
ASFADDES y madre de Edilbrando Joya Gómez, uno de los jóvenes desaparecidos
en el caso Colectivo 82, exponiendo el caso de su hijo. Él había desaparecido años
atrás y ella, con lágrimas en los ojos nos decía: “…Yo no sé qué habrá pasado con él, lo
más seguro es que lo hayan asesinado, es probable que me muera sin volver a verlo,
pero aun así lo sigo esperando. Todos los días le pido a Dios que me lo cuide y no
me atrevo ni a tocar sus cosas. Su cuarto aún permanece intacto. Sus cosas están y
seguirán donde él las dejó. Aún guardo la esperanza de abrir un día la puerta y poder
encontrarme de nuevo su con su sonrisa”.
Esta situación, mi querido Darío me ha hecho pensar todos estos años en las cosas
que nos han pasado y que nos siguen pasando en este bendito país en el que nos fue
dado vivir y luchar. Mi reacción ante dicha situación, ha sido dedicar mi vida a trabajar
en el campo de los derechos humanos y la memoria y de las víctimas. Ha sido un traba-
jo arduo, duro, intenso. Durante estos años he visto y he oído de todo. He conocido de
frente el rostro del dolor y el miedo, pero me he encontrado también con gente valiosa,
con luchadoras incansables, con testarudos hermosos, gente que no ha cesado nunca
en su anhelo de entregar a los que vienen un país más digno, más justo y solidario. He
encontrado gente que ha transitado el camino del dolor y ha sabido resistirse a la igno-
minia reinventándose y convirtiéndose en trabajadores incansables de la memoria, la
verdad y la justicia, y me he topado con gente como doña Josefina de Joya, Fabiola La-
linde, Gloria Gómez o Luz Marina Bernal, mujeres que siguen pendientes de la puerta
y que, antes que muertos, prefieren recordar a los suyos con la sonrisa en los labios.
218
Memorias de la desaparición forzada

Déjeme confesarle, que así me pasa a mí cuando pienso en usted, mi profe. Sé, que
los señores de la muerte se ensañaron con su cuerpo, que buscaron destrozarlo y bo-
rrarlo de la faz de la tierra, pero yo prefiero recordarlo vivo, alzando la voz más de lo
debido en las asambleas, compartiendo sus estudios de los pájaros y los cóndores del
Valle, revoloteando al ver una pelada bonita, gozando en medio de una de las rumbas
que vivimos al son de la guitarra de su amigo Germán Plata, o rehuyendo al poeta
cuando lo llamaba a gritos con el mote de “Pajarito”. Creo que esta ha sido mi manera
de burlarme de la muerte: recordarlo vivo, recordarlo humano y no dejar olvidar su
memoria y su obra, cada vez que pongo el ladrillo con su nombre en alguna plaza o en
alguna calle. De seguir hablando esta historia se haría interminable. Entre 1997 y el
2004 los señores de la muerte se llevaron miles de vidas y llenaron los ríos con los
cadáveres de nuestra gente. Masacres como las de Segovia, Tacueyó, la Mejor Esqui-
na, Urabá, La Rochela, El Naya, El Salado, Trujillo, El Tigre, Mapiripán, San Pablo,
Bojayá, Pueblo Bello, Barrancabermeja y tantas más quedarán en nuestra memoria
para recordarnos lo que se vivió en este tiempo y para impedir que olvidemos que
debemos hacer todo lo posible para que ello no vuelva a repetirse ¡Nunca Más!
Quiero despedirme, diciéndole que su ausencia, al igual que la de todos aquellos
y aquellas a quienes el odio y la intolerancia mantienen refundidos entre la noche
y la niebla, nos han hecho y nos seguirán haciendo mucha falta. Quiero aprovechar
la oportunidad para recordar a Orlando García Villamizar, Pedro Pablo Silva, Al-
fredo Rafael y Samuel Humberto San Juan Arévalo, Edgar Helmut García, Rodol-
fo Espitia, Gustavo Campos Guevara, Guillermo Rafael Prado Useche y Edilberto
Joya Gómez, los integrantes del Colectivo 82, y decirles que los seguimos esperando
en clase, decirle a Bernardo, Felipe, Benjamín, Israel, José Ángel, Marcial, Jorge
Antonio, Miguel, Ángel, Emiliano, José Luís y los demás estudiantes de Ayotzina-
pa que sus pupitres y sus puestos en las asambleas siguen aguardando su regreso,
y repetirle a Jader Andrés Palacios, Diego Alberto Tamayo, Víctor Fernando Gó-
mez, Julián Oviedo Monroy, Julio Cesar Mesa, Joaquin Castro Vásquez, Eduardo
González Páez, Jaime Estiven Valencia, Daniel Martínez, Diego Armando Marín,
Alexander Arenas, Jaime Castillo Peña, Fair Leonardo Porras, y demás víctimas de
los llamados Falsos Positivos, que no estamos dispuestos a olvidarlos.
Hoy, quiero dejar este escrito como testimonio, como una manera de decir,
que al igual que lo han hecho sus familiares y amigos, los seguimos esperando
desde el umbral de la puerta y que no cesaremos de repetir una única pregunta y
un único reclamo: ¿Dónde están?
A la memoria de Alirio Pedraza, Luís Fernando Lalinde, Oswaldo Gómez, Carlos Gueva-
ra, Víctor Ayala, Ángel Quintero, Claudia Monsalve, Bertha Martínez, Leonardo Gómez, An-
gélica Carmona, Miguel Ángel Díaz, Antonio Medina, Jaime Bermeo, Jaime Enrique Gómez,
Nidia Erika Bautista, Diego Fernando y Ana María Ochoa, Ricky Nelson García, Jaime Yesid
Peña, Jenny Patricia, Nelsy Milena, Mónica Liliana y María Nelly Galárraga, Carmen Alicia
Mariño, y a los miles de personas sin cuya presencia siempre estaremos incompleto.
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Bibliografía de autor
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