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El universo es música
Publicado por Emilio de Gorgot

Todo puede ser convertido en música

Hace algunos años, los medios difundieron una sugestiva pieza musical llamada «el sonido
de Júpiter», producida a partir de las emisiones de radio del planeta gigante, recogidas por
la sonda Voyager. Era, en pocas palabras, música planetaria. Y, ¿saben qué? Suena bien. Es
decir, no es una canción de los Beatles, ni tiene una melodía que pueda usted cantar en la
ducha, pero se escucha con agrado, es interesante. Parece la banda sonora de alguna
película de ciencia ficción:

Lo mismo se ha hecho con otros planetas y astros, aunque esta de Júpiter es una de las que
más me gustan. Pero, ¿es que son capaces los astros de componer música? Obviamente, la
respuesta es no. Las emisiones de Júpiter pueden ser traducidas a lenguaje musical, como
también pueden ser convertidas en líneas sobre una pantalla. Casi cualquier fenómeno
natural que pueda ser expresado mediante números puede ser convertido en música,
siempre que esos números no sean demasiado complejos. También pueden ser convertidas,
cómo no, secuencias como los decimales de pi o la de Fibonacci. Al final del artículo
veremos algunos ejemplos curiosos de esto. El resultado es en ocasiones fascinante, como
escuchar una música venida de ninguna parte. Pero aun así surge otra pregunta: ¿cuál es el
proceso? La música parece algo tan etéreo y emocional que resulta difícil imaginar que una
fría lista de números, el sordo ruido de un planeta o incluso los minúsculos pulsos eléctricos
de una planta puedan producirla. Y sin embargo, pueden.

La música es matemática

A diferencia del lenguaje verbal, el lenguaje musical está sujeto a leyes numéricas rígidas.
En un idioma hablado, cualquier palabra puede ser dicha con diferentes acentos o
pronunciaciones, incluso puede hestar mal heskrita, sin que el mensaje se pierda por el
camino. Sin embargo, esto no sucede con las notas musicales. Usted no puede «pronunciar»
mal una nota musical sin que el mensaje resulte inefectivo. Para que dos notas musicales
formen una melodía comprensible, o para que suenen en armonía cuando son emitidas a la
vez, debe haber una relación matemática precisa entre las respectivas frecuencias de sus
ondas sonoras. Esa relación matemática es cuantificable. Es como una ley.

Es más, usted comprende esa relación aunque no sea consciente de ello. Todos nosotros,
excepto una persona con sordera total, tenemos la experiencia de reconocer al instante si se
cumplen o no las leyes matemáticas que rigen la melodía y la armonía. Obviamente los
músicos profesionales tienen más facilidad y pueden captar disonancias que otras personas
no perciben, pero la verdad es que cualquiera de nosotros reconoce una desafinación severa
en cuanto la oye, ya sea porque hay notas fuera de frecuencia, ya sea porque hay notas que,
incluso estando en sus correctas frecuencias, no deberían sonar juntas. Es algo que
aprendemos a reconocer desde que nuestra madre nos cantaba canciones en la cuna. Cierto
es que la mayoría de nosotros no sabemos expresar esto en términos matemáticos. Aun así,
nuestro cerebro conoce estas relaciones. Esto es lo que nos permite distinguir entre una
canción y el ruido del motor de un camión de dieciocho ejes. Generalmente preferimos la
canción, por eso no hay emisoras dedicadas a emitir los últimos éxitos de ruidos de camión,
salvo que incluyamos en ese grupo algunas emisoras de hardcore techno. Pero bueno,
aunque en sonido hay muchos gustos adquiridos, la música no deja de seguir ciertas reglas
físicas.

Por eso, cuando alguien que no sea sordo dice «es que no tengo oído» o «no sé nada de
música», se equivoca. Claro que sabe algo sobre música. Todo el mundo sabe algo sobre
música. Por ejemplo, vea el siguiente vídeo. No importa cuán desconocedor de las
cuestiones musicales se considere usted, notará de inmediato que algo no va bien. Y si es
usted sordo, bueno, sepa que he pensado en usted. No captará los problemas en la armonía,
pero verá unos cuantos bailecitos hilarantes que son el equivalente coreográfico de una
desafinación.

En este vídeo, los músicos han empezado a interpretar una canción en la misma tonalidad…
todos ellos, excepto el guitarrista. El que un solo instrumento esté tocando la misma
canción en otro tono basta para que todo el conjunto suene desastrosamente mal. En
particular, los gorgoritos de Pitingo, que empiezan a sugerir las purgas en las mazmorras de
la KGB durante un día laborable. A usted, su cerebro le ha dicho: «las relaciones
matemáticas entre las notas no son las correctas».

Pero, ¿en qué tono estamos?

Cualquier formación musical, sea una orquesta sinfónica, un pasacalles o un grupo de pop-
rock (excepto el de Pitingo), necesita que sus instrumentos estén afinados en la misma
tonalidad, para que cuando todos interpreten una misma nota, esta suene con la misma
frecuencia. Esto parece obvio. Pero ¿cómo se ponen de acuerdo los músicos sobre la
frecuencia concreta que deben asignar a una tonalidad? Podríamos pensar que cada
instrumento musical viene de fábrica con la afinación correcta, pero esto no siempre es así.
Es más, muchos instrumentos tienen la simpática costumbre de desafinarse con el uso (o
con el desuso, o con los cambios de temperatura, o con solo mirarlo, o con pensar en él).
Así que se suelen necesitar ser afinados con cierta frecuencia. Esto no se aplica a los
sintetizadores electrónicos, que no se desafinan, claro, aunque tienen su propio punto débil:
no se les puede derramar cerveza encima.

Pero incluso en el caso de que todos los instrumentos viniesen perfectamente afinados de
fábrica, alguien, en alguna parte, tiene que decidir cuál es la frecuencia concreta para una
afinación estandarizada. Como sonido de referencia, pues, se toma una nota concreta,
llamada la4 (según la notación que se utilice, podrá verla escrita como la3, la4, A3 o A4,
aunque no se preocupe, el nombre es lo de menos aquí). Escúchela aquí.
Quizá sea más fácil de entender de este otro modo: visualice el teclado de un piano. Una de
las teclas blancas más cercanas al centro del teclado es el «do central». Pues bien, cinco
teclas blancas a su derecha está el famoso «la4». Usted pulsa esa tecla y ese sonido se usará
para calibrar la afinación de los demás instrumentos. Los músicos son capaces de,
ayudándose exclusivamente del oído, afinar todos sus instrumentos en la misma frecuencia.
Pero alguien tiene que dar la nota de referencia. Aquí es donde resultan útiles los
diapasones y afinadores, que no se desafinan y siempre reproducen una nota con la misma
frecuencia. En la actualidad existen incluso afinadores electrónicos que le dicen en una
pantalla si su instrumento está afinado o no. Es más, cualquier teléfono móvil, con ayuda de
una pequeña aplicación, puede servir para afinar un instrumento. Aunque en tiempos había
otros métodos: una antigua botella de vidrio de cerveza Mahou, de las de un litro, solía
producir un casi perfecto mi cuando era golpeada por una baqueta de batería. ¿Lo mejor?
Que para obtener ese mi no servía la botella llena, así que había que vaciarla antes. Mucho
mejor que cualquier cacharro electrónico.

Ahora bien, ¿quién decide la frecuencia concreta de la nota la4? Porque habrá una manera
concreta en que deba sonar, pensará usted. Pues bien, no la hay. La frecuencia concreta de
la4 es una convención cultural que varía según épocas y estilos musicales. Es verdad que
existe una frecuencia «de fábrica» más habitual, de 440 hercios (quizá alguna vez ha
escuchado usted decir que determinado instrumento está afinado «en 440», o «cuatro
cuarenta»), pero esto no es una norma rígida y de hecho cualquier afinador electrónico le
dará la opción de utilizar otras frecuencias de base. La elección de esta cifra depende de sus
preferencias personales o de las cualidades físicas de los instrumentos que vaya a tocar. Es
verdad que se fabrican muchos instrumentos pensados para sonar mejor cuando la4 está en
440 Hz pero también se producen otros que no. También hay muchos instrumentos antiguos
que suenan mejor en otras frecuencias de afinación, hoy pasadas de moda.

Pero sea cual sea la frecuencia en hercios que usted elija para la4, hay algo que nunca
cambia: la fórmula matemática para obtener, a partir de la4, las frecuencias de todas las
demás notas musicales. Usted puede cambiar la frecuencia de la4, pero no las relaciones
entre los intervalos de todas las demás notas con respecto a ella. Esos intervalos son los que
determinan que la escala musical suene como suena. Por eso los trastes de una guitarra
permanecen fijos en el mástil sin importar qué frecuencia elija usted para su la4. De otro
modo, los trastes deberían desplazarse cada vez que las cuerdas son tensadas o destensadas,
cambiando las reglas numéricas entre notas según la tonalidad. Y fabricar una guitarra
funcional se volvería imposible. En un piano podría hallarse solución, pero también
requeriría un ejercicio de ingeniería digno del CERN.

Piense en el típico «do, re, mi, fa, sol, la, si» que nos hacían cantar en el colegio. Son siete
intervalos entre notas que corresponden a las teclas blancas del piano. Si añadimos las
cinco teclas negras, obtendremos los doce intervalos posibles en una escala musical (los
niños cantan solamente las teclas blancas porque cantar también las negras es muy difícil).
Si en el colegio nos hicieran cantar la escala con todos los intervalos posibles, diríamos
algo como «do, do sostenido, re, re sostenido, mi, fa, fa sostenido, sol, sol sostenido, la, si
bemol, si». El decimotercer intervalo, el siguiente do, pertenecería a la siguiente escala, que
contiene otra vez las mismas notas pero con frecuencias más altas y sonido más agudo.
Estas son las doce notas con las que se compone toda la música occidental… bueno, en
realidad hay excepciones, pero no nos interesan demasiado para este tema, aunque bien
podrían ser tema para otro artículo. Así pues, usted es libre de elegir la frecuencia de la4,
sea 440 Hz, 442 Hz, 435 Hz, como quiera. Pero una vez elegido ese valor, no puede decidir
qué frecuencias tendrán las demás notas. Una ley matemática lo decidirá por usted.

Las notas musicales corresponden pues a ciertos números dependiendo de las relaciones
entre ellas, y de todas con la4. Por lo tanto, casi cualquier cosa que pueda expresarse
mediante números puede ser convertida en música. Pero no sin hacer algunas trampas.

Alexander Scriabin y su segunda esposa, Tatiana Schloezer, en 1909. Ambos tenían una
visión metafísica, casi mágica, de la música. La personalidad mística de Tatiana, que
también tocaba el piano, ayudaba al compositor en su perenne propósito de escapar de lo
mundano. (Imagen; DP)

Haciendo magia con los números

Cuando se publican encuestas electorales se habla mucho de la «cocina». Los datos en


bruto que recogen los encuestadores son procesados según ciertos criterios supuestamente
científicos, para que el resultado se ajuste en lo posible a la realidad. O más bien a lo que
querrá publicar el director del periódico de turno. Pues bien, cuando usted convierte algo no
musical en música, necesitará también de algún trabajo de cocina previo. Porque Júpiter no
flota emitiendo un hilo musical cual ascensor. Si va usted a Júpiter, todo lo que oirá será el
estruendo de sus enormes tormentas. Y si conecta un receptor de radio, tampoco escuchará
músicas, sino unas emisiones caóticas. Pues bien, si convertimos estas emisiones en música
directamente, no sonarían como el vídeo que vimos antes, sino más bien como cuando
usted llama por error a un fax.

Usted quiere convertir el estampado de sus cortinas en música. Puede hacerse. No es que
esto dijese mucho de su sentido de la poesía, pero puede hacerse. Usted decide, por
ejemplo, que la frecuencia cromática de cada estampado de la cortina será traducida a
frecuencia sonora. La combinación de todas esas frecuencias sonoras extraídas de colores
conformará su Sinfonía de las Cortinas. Parece fácil. Consiste en convertir unos números
en otros. ¿El problema? Que las relaciones numéricas entre las frecuencias de los colores
no se corresponderán con las que definen los intervalos entre las notas musicales.
Recordemos que se trata de una cortina. De la mercería de su barrio. Le diría, y creo que no
me equivoco, que es bastante normal que su cortina con estampado de geranios no cumpla
con las leyes matemáticas de la escala musical. Pero aun así, usted quiere componer su
Sinfonía de las Cortinas. Y qué demonios, está en su perfecto derecho. Si Kenny G. puede
hacer música con estampados de flores, ¿por qué usted no?

Así pues, si usted quiere traducir los colores a sonidos y además quiere que suene bonito,
necesita hacer ese trabajo de cocina. Necesita «redondear» las cantidades de las frecuencias
cromáticas para que se ajusten a los intervalos númericos musicales que suenan bien. Para
entender esto, imagine que las frecuencias de las notas musicales son múltiplos de 10 (esto
no es así, pero sirva para el ejemplo). En este caso, las notas musicales que suenan bien
tendrían por ejemplo frecuencias de 10 (do), 20 (re), 30 (mi), y así sucesivamente. Pero las
frecuencias de los colores de su cortina son 38.7, 89, 61.5. Si utiliza esas cifras
directamente, su Sinfonía de las Cortinas sonará desafinada y hará que los gatos de su
barrio crean que finalmente ha estallado la tan esperada revolución antihumana. Antes que
nada, necesitará redondear esas cantidades, por lo que 38.7, 89, 61.5 se convertirán en 40,
90, 60. Así, tendrá usted intervalos musicales válidos, relacionando notas y colores de
manera similar a como hizo el compositor ruso Alexander Scriabin. Finalmente tiene una
pieza musical compuesta a partir de los colores del estampado, que no será una traslación
completamente exacta pero sí lo bastante representativa como para llamarla, con mucho
orgullo, la Sinfonía de las Cortinas. De este modo, puede componer una sinfonía a partir de
cualquier lista de números, desde los resultados la lotería de Navidad al historial de
puntuaciones de Pau Gasol, pasando las cantidades diarias anotadas en las libretas de
Bárcenas. Déjese llevar.

Pero cuando las cifras se presentan en forma de lista, quizá no desee que suenen una a una,
en plan tono de móvil, porque quedaría una melodía demasiado desnuda. Puede enriquecer
el conjunto añadiendo notas de acompañamiento según las bien conocidas leyes de la
armonía. Estas notas de acompañamiento ya no salen de la lista original de números
(aunque podrían), sino que son otro trabajo de cocina cuyo interés musical dependerá de la
habilidad y buen gusto del arreglista en cuestión. Después, le queda decidir qué
instrumentos o qué sonidos sintetizados deben convertir la composición en un sonido físico.
Después de todo este trabajo de cocina, tendrá algo muy parecido a una pieza musical
convencional. Todo lo que necesita hacer es elegir su lista de cifras o su fuente de
frecuencias, transformarlos en notas musicales y hacer un trabajo de cocina razonable para
que el resultado sea interesante.

Si prefiere trabajar sin números, puede utilizar esas distintas fuentes para crear impulsos
eléctricos y dejar que un ordenador cree la música por usted, bajo ciertos criterios
programados de antemano. Ya no hay límites. El universo entero podrá ser música. Ahora
todo depende de su imaginación.

A qué suenan las cosas

Muchos compositores han experimentado con este tipo de cosas. No necesariamente con las
cortinas, pero sí con fuentes de inspiración de lo más extraño. Al principio hablábamos de
Júpiter, y otras músicas astrales optan por sonidos más ambientales, no tan melódicos,
como una representación sonora de las ondas de radio emitidas por nuestro planeta, llamada
«La voz de la Tierra». El proceso es el mismo, aunque se opta por algo menos musical y
más evocador de los efectos sonoros que, sobre todo debido al cine, asociamos al espacio
exterior.

Pasemos a los números como tales. No esperen que distintas piezas musicales se parezcan
entre sí aunque usen la misma secuencia numérica como inspiración. El resultado depende
mucho de cómo decida cada compositor traducir los números a música. Unos los convierten
directamente en notas, otros los usan como patrón rítmico, o como esqueleto de la
estructura general para dividir la pieza en secciones. Hay muchas maneras de hacerlo.
Incluso de manera conceptual o filosófica. En su día hablamos de cómo John Coltrane
usaba el cuatro como número central de su gran obra, A Love Supreme, por motivos
religiosos. Hay otros ejemplos similares. Por supuesto, el número áureo o proporción divina
también puede usarse para hacer música, aunque algunos necesitan hacer un trabajo de
cocina digno de Alberto Chicote, que de tan trabajado le quita todo misterio hasta terminar
pareciendo la banda sonora de Amelie. O bien deciden convertirlo en heavy metal y añadirle
una letra con frases como «geometría demoníaca»… Sí, porque los niños aficionados a la
geometría son los más temidos en cualquier recreo. En cualquier caso, y esto apenas
sorprende, el número áureo produce los mejores resultados cuando lo aplica un compositor
realmente talentoso, como Erik Satie, quien realmente sabe aplicar esas relaciones
numéricas de forma hipnótica. En cuanto a la célebre secuencia de Fibonacci, también ha
sido utilizada varias veces en la música profesional. Béla Bartók abrió el tercer
movimiento de una de sus composiciones con un xilófono que tocaba una nota en una
cadencia inspirada por dicha secuencia. Se trata solamente de los primeros segundos del
movimiento, pero resulta fascinante oírla convertida en música. Y el resto de la pieza
merece mucho la pena. Este tipo de alusiones numéricas han aparecido en obras de muchos
compositores, empezando por Mozart.

Siguiendo con los números, el azar es otra rica fuente de inspiración, y puede obtenerse
mediante medios electrónicos o puramente físicos. John Cage usó el azar numérico para
componer algunas piezas. El resultado, claro, suena bastante caótico, pero aunque de
primeras pueda no producir esa impresión, no se oye exactamente lo mismo que escucharía
si alguien aporrease un piano sin sentido alguno. Aquí el trabajo de cocina es mínimo, pero
lo hay, y el azar no es equivalente de completo caos. Por supuesto, la electrónica
proporciona la capacidad infinita de generar números aleatorios, pero también existen
instrumentos que crean música aleatoria automáticamente, gracias a su mera configuración
mecánica, aunque a veces suenen como C3-PO subiendo las escaleras de su casa en plena
borrachera.

Siguiendo con los números, ¿qué tal convertir los decimales del número pi en una canción?
Los decimales de pi conforman la melodía principal, y añadiendo otras notas para crear
armonías el resultado puede ser muy parecido a una composición convencional. Incluso
demasiado parecido, si se hace con más pericia que originalidad. Aunque el resultado pueda
sonar sorprendente, no requiere más que aplicar ciertas reglas básicas de armonía para
construir acordes en torno a las notas que representan los sucesivos decimales, un poco en
plan Lego. Cualquier músico con una cierta formación puede hacer música audible con
decimales. Lo difícil es conseguir que suene como la de Erik Satie.

Pasemos a algo que no consiste exactamente en números pero se le parece bastante, el


ajedrez. Curioso es el trabajo de este bloguero, que un buen día quiso responder a eso que
todos nos hemos preguntado alguna vez mientras esperamos nuestro turno en la cola del
banco para que nos cobren una comisión por consumir oxígeno: ¿a qué suena una partida
de ajedrez convertida en música? Bien, esta peculiar ocurrencia tiene su respuesta en
conversiones a sonido de partidas de Bobby Fischer o de la famosa «Partida inmortal» que
aparecía en una escena de Blade Runner. De manera más bien poco inesperada, el ajedrez
parece sonar a jazz ambiental propio de café-bar cultureta. Y aunque no sé si el ajedrez
entra en la categoría de idioma, un texto sí, y usted mismo puede componer música a partir
de un texto en esta página. Pero hágalo con precaución. Yo probé tecleando la frase «sigo
esperando a que Scarlett Johansson me invite a una cerveza» y la melodía resultante
sonaba como Björk desangrándose en una cuneta. También hay otras muchas aplicaciones
que traducen imagen a sonido, aunque por lo general de manera bastante mecánica.
Algunas incluso le permiten transformar dibujos hechos por usted en mensajes musicales
aptos para comunicarse con el planeta natal de Christian Bale:

Por supuesto, el camino contrario también es posible. Antes mencionamos a Alexander


Scriabin, quien relacionó música y colores. Pues bien, en la interpretación de alguna de sus
obras en directo se ha jugado con este efecto. Algunos programas informáticos facilitan la
conversión de música en colores, siguiendo las leyes de Scriabin y añadiendo diferentes
formas visuales, y así podemos ver una imponente representación cromática de algunas de
las obras del ruso.

Pasando a terrenos más místicos, se ha utilizado un dispositivo electrónico parecido a un


electrodo para convertir en música los impulsos que emite una planta. Así, tenemos una
planta compositora, mediante un proceso similar al de obtener música de Júpiter. En este
ejemplo, resulta obvio que el trabajo de cocina fue intenso, ya que el dispositivo ha sido
programado para que todo suene muy armónico y bonito, eliminando de antemano no
solamente las notas disonantes, sino todas aquellas que no produzcan armonías propias de
una cajita de música. Aun así, incluso tan retocada por la mano humana, no deja de ser una
música cuyos derechos de autor deberían ser pagados en fertilizante (vamos, como suele
pasar en el negocio musical humano). Todavía más impresionante es una especie de
tocadiscos, o «tocatroncos», que lee los anillos interiores del tronco de un árbol y los
transforma en notas de piano. Es como la biografía del árbol convertida en sonata. Aquí
apenas hay trabajo de cocina y el resultado suena todo lo disonante que puedan suponer,
pero también extrañamente solemne. Yo diría que la composición de este árbol es más
respetable que algunos discos comerciales que circulan por ahí.

Una filosofía parecida a la de la música hecha por plantas puede permitir que cualquier
movimiento produzca música. Puede que unos simples receptores dentro de un acuario le
hagan a usted sentir como la reencarnación del propio Cage. De John Cage, quiero decir,
porque supongo que Nicolas Cage metería directamente la cabeza en el agua mientras
berrea alguna frase incomprensible. Todavía más extremo es un artilugio que permite
producir sonido mediante movimientos del cuerpo. ¿Usan la Wii como instrumento?, se
preguntará usted. No… ¡usando el puente de Brooklyn!

Y para terminar en un registro muy propio de internet… ¿Qué tal música compuesta por
gatos? Bien, no exactamente… pero casi. Unos científicos de la Universidad de Winsonsin
estudiaron las reacciones de muchos gatos ante una amplia selección de piezas de música
convencional, para ver qué tipo de timbres y secuencias de sonidos parecen gustarles más.
Con los resultados obtenidos compusieron una pieza de música convencional, pero
siguiendo los patrones de aquello que los gatos prefieren oír. Esto sin duda puede
considerarse lo más parecido a lo que compondrían de tener oportunidad. No les
sorprenderá saber que los oyentes felinos prefieren fraseos que recuerdan a los maullidos, al
piar de los pájaros o al ronroneo. El resultado es algo menos bailable que Kool & the
Gang, por no decir que es más aburrido que una siesta de Enya, pero a los gatos parece
gustarle un montón.
Lo cierto es que aunque algunos felinos parecen tener vocación musical, no son demasiado
talentosos y solamente saben tocar la misma nota todo el tiempo. Eso sí, actitud no les falta,
como a este Jerry Lee Lewis en versión felina. Aunque el auténtico saber hacer pianístico,
amigos, no está en los gatos, que ya hemos visto que prefieren una música monótona y
poco creativa. El verdadero genio musical del reino animal es el erizo. Vean si no a este
maravilloso ejemplar de erizo compositor, que sobre una base jazz es capaz de crear fraseos
dignos de Thelonious Monk. Esto, amigos, esto es talento en estado puro:

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