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José se le designó trabajar para Faraón como mayordomo del palacio, los recursos.

Dios puso gracia en


este hombre, y el era temeroso. Aun cuando nadie lo veía, José prefirió ser obediente y fiel al Señor, en
medio de las tentaciones en las que fue sometido. José demostró ser un trabajador diligente y
responsable en todas las tareas que se le asignaron, tanto en la casa de Potifar como en la cárcel donde
fue encarcelado injustamente. Su actitud laboriosa y su integridad le valieron el favor de Dios y
eventualmente lo llevaron a ser nombrado gobernador de Egipto.

En el calabozo, José siguió honrando al Señor, servía y permanecía integro. Aun cuando estaba en las
mazmorras del palacio. Este hombre siguió dando testimonio de la obediencia, la paciencia. No fue fácil.
Nunca renegó de Dios. Siempre esperó.

Cuando Dios se glorifica, y lo hace llamar delante de Faraón, siempre manifestó que en el no estaba el
revelar las cosas. Sino en Dios. Que, en los momentos de los ascenso y honra, tengamos siempre a Dios
por delante. Sin olvidarnos de Él. José fácilmente pudo haber dicho, que todo era por su propio merito,
lo cual traería orgullo y soberbia. Pero Dios estaba trabajando en él. Recordemos al José que hablaba
con sus hermanos, era diferente, era orgullos, creído, soberbio. Etc. Aquí ya había sido transformado.

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