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La tierra baldía

T. S. ELIOT

Versión, prólogo y notas de


Hernán Bravo Varela

POESÍA

F O N D O D E C U LT U R A E C O N Ó M I C A
U N I V E R S I DA D D E L C L A U ST RO D E S O R J U A N A

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Primera edición, 2022

Eliot, T. S.
La tierra baldía / T. S. Eliot ; trad., pról. y nota de Hernán Bravo
Varela. — México : fce, Universidad del Claustro de Sor Juana, 2022
63 p. ; 21 × 12 cm — (Colec. Poesía)
Título original: The Waste Land
ISBN 978-607-16-7637-5 (fce)
ISBN 978-607-7853-24-4 (Claustro de Sor Juana)

1. Poesía inglesa 2. Literatura inglesa I. Bravo Varela, Hernán,


tr. II. Ser. III. t.

LC PS3509. L43 Dewey 821 E546t

Distribución mundial

D. R. © 2022, Fondo de Cultura Económica


Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México
www.fondodeculturaeconomica.com
Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com
Tel.: 55-5227-4672

D. R. © 2022, Universidad del Claustro de Sor Juana, A. C.


San Jerónimo 47, colonia Centro, alcaldía Cuauhtémoc, 06080,
Ciudad de México

Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere


el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.

ISBN 978-607-16-7637-5 (FCE)


ISBN 978-607-7853-24-4 (Claustro de Sor Juana)
Impreso en México • Printed in Mexico

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ÍNDICE

Prólogo 9
Nota del traductor 17

I. El entierro de los muertos [23]

II. Una partida de ajedrez [29]

III. El sermón del fuego [35]

IV. La muerte por agua [43]

V. Lo que dijo el trueno [47]

Notas 53

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PRÓLOGO

Nadie, ni en la más recurrente de sus pesadillas, adi-


vinaría con qué puntualidad perfecta y oscura se re-
pite la historia.
Suele decirse que 1922 fue el año de años del
siglo xx literario. Una Europa afantasmada por la pri-
mera Guerra Mundial (1914-1918) vio la publicación
de Ulises, de James Joyce; En busca del tiempo per-
dido, de Marcel Proust, y Elegías de Duino, de Rainer
Maria Rilke. Una América Latina desgarrada y con-
vulsa dio a luz Trilce, del peruano César Vallejo, y
El soldado desconocido, del nicaragüense Salomón de
la Selva, la Paulicea desvariada, del brasileño Mário
de Andrade y el manifiesto estridentista, redactado
por el mexicano Manuel Maples Arce el 31 de diciem-
bre de 1921.
Luego de exactamente un siglo, el mundo vuelve
a oír los tambores globales de una guerra local —esta
vez, en Ucrania—, a lidiar con los estragos sociales,
sanitarios y económicos de una pandemia —la del
covid-19, un virus semejante al de la “gripa españo-
la”— y a escindirse por extremos políticos e ideoló-
gicos —el robustecimiento de la ultraderecha y la
agonía del pensamiento liberal—. Deudos de nuestra
época, sentimos los coletazos de la historia en tiem-
po real y en carne viva. Borís Pasternak advirtió en
El doctor Zhivago: “Nadie hace la historia. La histo-
ria no se ve, como no se ve crecer la hierba”. La his-
toria, sin embargo, se pone en marcha y se hace visible
en la poesía —que cataliza y acelera las metamorfo-
sis de la lengua común— con algo más que fechas
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concretas, datos duros y personajes clave. Verdura de
las eras, la historia crece a la velocidad centrífuga del
verso, aunque termine por adquirir la forma peculiar
que la contiene, por recortarse nítidamente contra
ella. En el caso de T. S. Eliot (San Luis, Misuri, Es-
tados Unidos, 1888-Londres, Reino Unido, 1965), la
historia es el predio abandonado de las civilizacio-
nes, un Edén convertido en deshuesadero. Lejos es-
tán “esas horas / de esplendor en la hierba, de gloria
entre las flores” que anheló William Wordsworth, en
un último intento del romántico por volver a la in-
fancia. Sólo resta preguntarse, con la conformidad
del sobreviviente o la incredulidad del fallecido,

¿Cuáles son las raíces que se aferran, qué ramerío


crece
de estos pétreos cascajos? Hijo de hombre,
no lo puedes decir ni adivinar pues conoces tan sólo
una pila de imágenes quebradas donde golpea el sol
y el árbol muerto ya no da cobijo ni los grillos
consuelo
ni la piedra reseca el sonido del agua.

(“El entierro de los muertos”)

Después de cien millones de víctimas por aque-


lla guerra y aquella pandemia, la tierra lucía fértil úni-
camente en muertos. “¿Ya retoñó el cadáver que hace
un año plantaste / en tu jardín? —formula Eliot, e in-
siste:— ¿Florecerá este año?” En una tierra así de
ubicua y desolada, la hierba crece en las tumbas y de-
vora las lápidas de los cementerios.

*
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La tierra baldía, La tierra yerma, La tierra estéril, La
tierra agostada, El páramo, El erial… Desde su títu-
lo, sin importar cuál traducción se prefiera o se acu-
ñe, The Waste Land —publicado como libro en di-
ciembre de 1922— ofrece un claro ejemplo de lo que
Eliot llama “correlato objetivo”: “un conjunto de
objetos, una situación, una cadena de acontecimien-
tos que sean la fórmula de esa emoción en particular;
de modo que, cuando los hechos externos, que deben
terminar en experiencia sensorial, estén dados, la
emoción sea inmediatamente evocada”. En ninguno
de los 434 versos aparece la expresión que nombra al
conjunto y, sin embargo, en las cinco secciones del
poema resulta malestar y síntoma, atmósfera y esen-
cia, lugar y metáfora. Antes que apelar a la emoción
directa, el correlato hurga en la memoria afectiva que
guardamos de cosas y seres —y, en el caso de la frase
“la tierra baldía”, la que guardamos de ese sitio—;
antes que nombrar el miedo y condicionar nuestra
reacción, Eliot muestra “el miedo en un montón de
polvo”; antes que referirse a la soledad y a la muerte,
el poeta propone ver “los huesos regados en un seco
desván”.
La agonía de Occidente, las convulsiones de la
democracia, los cismas individuales de la fe, la vita-
lidad de los mitos griegos y la inquietud por la filoso-
fía oriental; incluso la literatura entendida como sa-
queo y no como museo, o los trastornos de una
generación anímicamente amputada… Lo anterior y
mucho más comparece en imágenes inapelables: un
invierno que “cubría / la tierra de nieve olvidadiza
[y] criaba / una vida pequeña con tubérculos secos”,
“la sombra de esta roca roja”, “multitudes que cami-
nan en círculos”, “la piedra colorida / en cuya triste
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luz nada un delfín tallado”, “muñones lívidos de
tiempo”, “un callejón de ratas / donde los hombres
muertos extraviaron sus huesos”, “el monte muerto
boca de los dientes con caries incapaz de escupir”,
“murciélagos con caras de niño en luz violeta”, “Frag-
mentos que afiancé contra mis ruinas”. Imágenes
que dicen —o postulan— más que mil palabras gas-
tadas. El “correlato objetivo” demanda que la emo-
ción personal proyecte una imagen concreta. Aunque
baldía, la de Eliot sigue evocando inmediatamente la
promesa de una tierra.

Pero el poema de Eliot no sólo constituye “una pila


de imágenes quebradas”, las esquirlas de una granada
que estalla en los ojos del lector. Por lo variopinto de
sus hablas y tonos —que abarcan el diálogo, la can-
ción popular, la confesión, el rezo, la didascalia y las
citas textuales—, La tierra baldía es una pieza coral
donde las voces de vivos y muertos, de personas y
personajes, se atropellan, se travisten de otros o de
versiones pasadas y futuras de sí mismos.
Ya en “La canción de amor de J. Alfred Pruf-
rock” (1917), Eliot había creado a un señorito inglés
que, a la deriva de su propia vida, admite: “soy de la
comitiva, uno que basta y sobra / para engordar la tra-
ma, arrancar una escena o tal vez dos”. No es casual
que Eliot escogiera el monólogo dramático para Pruf-
rock, una modalidad que tuvo su esplendor en la épo-
ca victoriana con Browning y Tennyson, opuestos a
la pomposa lírica prerrafaelita. Harto de la nostalgia
por los paisajes exteriores e interiores del romanti-
cismo inglés, Eliot rescata el monólogo dramático en
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“La canción de amor…” y lo actualiza en La tierra
baldía; su antena ya no capta a un individuo sino a
un grupo de inadaptados: miembros de la realeza y
profetas caídos en desgracia, médiums y comadres que
charlan sobre el clima o un aborto, mecanógrafas y
empleados que se seducen y olvidan por tedio, ex-
ploradores y marinos sin rumbo… Tal comunidad se
arrebata la palabra e intenta comunicarse desde la an-
gustia, la impotencia y el caos. De ahí las fallas de
origen de sus matices y expresiones, la imposibilidad
de “conectar / nada con nada”. Una ópera en retazos
para un elenco que, al concluir sus respectivas arias,
desaparecerá de escena.
Cuando el poema llegó a manos de Ezra Pound
se titulaba He Do the Police in Different Voices [Imita
a un policía en varias voces]. “Gracias a Dios —ad-
mite Eliot— que [Pound] redujo casi a la mitad un
desastre de cerca de ochocientos versos.” Quienes re-
visen La tierra baldía. Facsímil y transcripción de los
bocetos originales (1971) apreciarán el trabajo impe-
cable e implacable de Il miglior fabbro (“El mejor
hacedor”), su hondísima huella en el texto definitivo.
Pound ayudó a que el talento de Eliot para las imita-
ciones madurase en un don para las caracterizacio-
nes. Como la de Virgilio en la Comedia de Dante, la
voz de Pound es un personaje central del poema de
Eliot —al menos, de la lengua del poema—.

De no ser porque miles de millones temen su exis-


tencia ulterior, el “Infierno” constituiría un ejemplo
de “correlato objetivo”. Ambientado en la escatolo-
gía cristiana, el poema de Dante se atreve a concebir
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los estadios de la vida futura que promueve su reli-
gión. En el poema de Eliot, cada sujeto, cada voz,
sólo puede imaginar su vida presentísima y aislada.
“Eliot ve en la autodestrucción de Europa un paralelo
[e incluso, un correlato objetivo] de su derrumbe per-
sonal”, señala José Emilio Pacheco sobre La tierra
baldía. Si no la habitáramos, ésta constituiría un buen
ejemplo de “infierno”, un correlato más en el que
cada alma, al pensar en la llave de su salvación o li-
bertad, “corrobora una cárcel”. Eliot evoca inmedia-
tamente la emoción de un “derrumbe personal” a
través del derrumbe del poema: una torre de Babel o
un Puente de Londres que, en la célebre ronda infan-
til, is falling down, / falling down, / falling down (“se
está cayendo, cayendo, cayendo”).

… una obra de arte, a la larga, siempre se reconoce


según los valores tradicionales, clásicos, las grandes
convenciones seculares, que cambian tan lento que
no vale la pena hacerse ilusiones de que vamos a pre-
senciar el cambio —apunta César Aira, y remata:—
No importa todo lo revolucionaria o provocadora
que sea la obra: valores de ruptura e innovación
cuentan sólo en el primer momento, en la aparición
de la obra, en la recepción que lleva implícita. Des-
pués, cuando la trabaja el tiempo, vuelven a impo-
nerse, a favor y en contra, los valores tradicionales.

Los lectores contemporáneos de La tierra bal-


día han presenciado ya un cambio en “las grandes
convenciones seculares” que, hace cien años, juzga-
ron el ars combinatoria de Eliot con dureza y estupor.
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Nadie, entonces, hubiera adivinado que el poema se
convertiría en un clásico insumiso, en una lección crí-
tica de rebeldía: una escuela donde el talento indivi-
dual aprende los mecanismos de la tradición —“im-
pulso, energía y organización”, al decir de Pierre
Boulez— para hacerla volar en pedazos. Un talento
individual, en palabras del compositor francés, como
“fusión del artesano y del hechicero”, pero también
del arquitecto y del terrorista.
Los viejos sitios de peregrinación suelen ser la-
boratorios de credos por venir. La tierra baldía se-
guirá atrayendo lectores a condición de que éstos, en
un acto de fe, se deshagan de los dogmas como si
fueran mercaderías y alcen nuevos templos para que
otros los dinamiten.

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NOTA DEL TRADUCTOR

Deseo agradecer a Jorge Esquinca, Daniel Lipara,


Claudia Hernández de Valle-Arizpe, Rafael Molina
Pulgar, Myriam Moscona, Brian Nissen y Ezequiel
Zaidenwerg, sus observaciones y sugerencias;
a Ezra Alcázar, Eduardo Matías Cruz y Gerar-
do Villadelángel, su entusiasmo y anfitrionía;
a Alberto H. Tizcareño: Virgilio, Beatriz y
Pound de estos trabajos.

En esta tierra baldía reposa una parte de las cenizas


de Mario Lavista (1943-2021), Montserrat Pecanins
(1929-2021) y Álvaro Uribe (1953-2022).

Hernán Bravo Varela


Ciudad de México, 22 de marzo de 2022

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Nam Sibyllam quidem Cumis ego ipse
oculis meis vidi in ampulla pendere,
et cum illi pueri dicerent Σίβυλλα
τί θέλεις; respondebat illa: άποθανεῖν
θέλω.

[Y es cierto que yo, con mis propios


ojos, vi en Cumas a una Sibila que col-
gaba en una jaula, y cuando los niños
le decían: “¿Sibila, qué quieres?”, ella
contestaba: “Quiero morir”.
Petronio, Satiricón
Versión de Carmen Codoñer Merino.]

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A Ezra Pound
Il miglior fabbro
[El mejor hacedor]

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I. EL ENTIERRO
DE LOS MUERTOS

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Abril es el más cruel de los meses, cultiva
lilas sobre la tierra muerta, junta
a la memoria y al deseo, revuelve
raíces apagadas con lluvia en primavera.
Nos mantuvo abrigados el invierno, cubría
a la tierra de nieve olvidadiza, criaba
una vida pequeña con tubérculos secos.
El verano, al llegar al Starnbergersee,
nos sorprendió con lluvia; paramos en la columnata
y proseguimos a la luz del sol hasta el Hofgarten,
y tomamos café, y hablamos una hora.
Bin gar keine Russin, stamm’ aus Litauen, echt
deutsch.1
De niños, una vez que nos quedamos con el
archiduque,
mi primo, él me llevó a pasear en trineo
y yo estaba asustada. Marie, me dijo él,
agárrate, Marie. Y fuimos cuesta abajo.
Ahí, entre montes, sí te sientes libre.
Leo la mayor parte de la noche y me voy para el sur
en el invierno.

¿Cuáles son las raíces que se aferran, qué ramerío


crece
de estos pétreos cascajos? Hijo de hombre,
no lo puedes decir ni adivinar, pues conoces tan sólo
una pila de imágenes quebradas donde golpea el sol,

1
Yo no soy ruso; soy de Lituania, puro alemán. [e.]

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y el árbol muerto ya no da cobijo ni los grillos
consuelo,
ni la piedra reseca el sonido del agua. Solamente
hay sombra bajo esta roca roja
(ponte bajo la sombra de esta roca roja),
y yo te mostraré una cosa distinta,
ya sea de tu sombra en la mañana, que a zancadas te
sigue,
o de tu sombra cuando cae la tarde, que se alza y va a
tu encuentro.
Yo te mostraré el miedo en un montón de polvo.

Frisch weht der Wind


Der Heimat zu
Mein Irisch Kind,
Wo weilest du?2

“Me diste por primera vez jacintos hace un año.


Chica de los jacintos, me llamaban”.
—Pero cuando, ya tarde, regresábamos del Jardín de
Jacintos,
llenos tus brazos y húmedo tu pelo, no podía
ni hablar y me fallaron los ojos, yo ni muerto
ni vivo, no sabía nada, mientras
miraba al corazón de la luz, el silencio.
Oed’ und leer das Meer.3

Madame Sosostris, célebre vidente,


tenía un fuerte catarro. Sin embargo,
se le conoce como la más sabia de Europa,
de mañosa baraja. Aquí está, dijo,
su carta: es el Marino Fenicio que se ahogó.
2
El viento rumbo a la patria / sopla fresco. / Mi muchachi-
ta de Irlanda, / no te encuentro. [e.]
3
El mar, desolado y vacío. [e.]

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(Ésas son perlas que sus ojos fueron. ¡Mire!)
Aquí está Belladona, la Dama de las Rocas,
la dama de las situaciones.
Aquí está el hombre de tres bastos, y aquí la Rueda,
y aquí el mercader tuerto, y esta carta
en blanco es una cosa que lleva a sus espaldas
y que me está prohibido ver. No doy
con el Ahorcado. Témale a la muerte por agua.
Veo unas multitudes que caminan en círculo.
Gracias. Si ve a la querida señora Equitone,
dígale que yo misma le llevaré el horóscopo.
Una tiene que andarse con cuidado estos días.

Ciudad Irreal,
bajo la parda niebla de una aurora de invierno
había tal multitud sobre el Puente de Londres, eran
tantos,
nunca hubiera pensado que la muerte había
deshecho a tantos.
Suspiros infrecuentes y breves se exhalaban.
Y la gente clavaba ante sus pies la vista.
Cuesta arriba y bajando por la calle King William,
donde daba las horas Santa María Woolnoth
con un sonido sordo al último tañido de las nueve.
Vi a un conocido allí y a gritos lo detuve: “¡Stetson!
¡Tú que estabas conmigo en los barcos de Milas!
¿Ya retoñó el cadáver que hace un año plantaste
en tu jardín? ¿Florecerá este año?
¿O su lecho la brusca helada echó a perder?
Al Perro, nuestro amigo, aléjalo también,
¡o si no, con sus uñas lo sacará otra vez!
¡Tú! hypocrite lecteur!—mon semblable,—mon frère!”4

4
¡Hipócrita lector! ¡Mi prójimo, mi hermano! [e.]

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II. UNA PARTIDA
DE AJEDREZ

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El Asiento de ella, como un trono bruñido,
brillaba sobre el mármol, donde había un espejo
sujeto por pilares rematados con vides,
entre las que asomaba un Cupido de oro
y otro más escondía los ojos tras su ala,
duplicaba las llamas de los candelabros de siete brazos,
reflejando la luz sobre la mesa mientras
el brillo de las joyas se alzaba hacia su encuentro
desde estuches de raso en rica profusión.
En viales de marfil con vidrios de colores,
sin tapas, acechaban sus perfumes extraños y sintéticos
en ungüentos, en polvos o en líquidos —turbaban,
confundían
y ahogaban en olores al sentido; revueltos por el aire
que refrescaba desde la ventana, ascendían
engrosando la llama extensa de las velas,
arrojándoles humo a los artesonados,
revolviendo el patrón de diseño en el techo.
Grandes leños marinos impregnados de cobre
ardieron verdes y naranjas, ceñidos por la piedra
colorida
en cuya triste luz nada un delfín tallado.
Se exhibía sobre la chimenea,
como si una ventana diese al cuadro bucólico,
a Filomela y su metamorfosis, por el bárbaro rey
rudamente forzada; pero ahí el ruiseñor
cubría todo el desierto con su voz inviolable,
y ella aún exclamaba, y aún persigue el mundo,
“chiú chiú” a oídos indecentes.
Y otros muñones lívidos de tiempo
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se delataban en los muros; formas con la mirada fija
asoman y se inclinan, silenciando la estancia.
Pies arrastrándose por la escalera.
A la luz de la lumbre y del peine, su pelo
se iba esparciendo en puntos encendidos
y brillaba en palabras hasta quedar salvajemente
inmóvil.

“Mis nervios andan mal esta noche. Sí, mal. No te me


vayas.
Pero háblame. ¿Por qué no hablas? Habla.
¿En qué piensas? ¿Qué es lo que piensas? ¿Qué?
Yo nunca sé qué estás pensando. Piensa.”

Que estamos en un callejón de ratas


donde los hombres muertos extraviaron sus huesos.

“¿Qué es ese ruido?”


El viento debajo de la puerta.
“¿Qué es ese ruido ahora? ¿Qué hace el viento?”
Nada pues nada.
“¿No
sabes nada? ¿Ves nada? ¿No recuerdas
nada?”
Lo que recuerdo aún
son esas perlas que sus ojos fueron.
“¿Estás o no estás vivo? ¿No hay nada en tu cabeza?”
Pero
oh oh oh oh ese rag shakespeariano
—tan elegante
tan inteligente.
“¿Y qué haremos ahora? ¿Qué haré yo?
Me saldré como estoy, llevaré por la calle
el pelo al aire, así. ¿Y qué haremos mañana?
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¿Qué haremos para siempre?”
Agua caliente al dar las diez. También,
y si nos llueve, un coche con toldo al dar las cuatro.
Y jugaremos una partida de ajedrez,
apretando sin párpados los ojos y en espera de
alguien a la puerta, tocando.

Cuando dieron licencia al marido de Lil, yo se lo dije,


no me mordí la lengua, yo misma se lo dije,
APÚRENSE YA ES HORA
Albert viene de vuelta, arréglate un poquito.
Va a preguntar qué hiciste con el dinero que te dio
para los dientes. Sí te dio, yo estaba.
Luego que te los quites todos, Lil, te pones unos
buenos,
te juro, dijo él, no aguanto verte así.
Y yo tampoco, dije, piensa en el pobre de Albert,
ha estado en el ejército cuatro años, quiere pasarla bien,
y si tú no lo haces, otras lo harán, le dije.
Conque otras, dijo ella. Algo hay de eso, le dije.
Pues ya sabré a quién darle las gracias, dijo ella, y me
miró a los ojos.
APÚRENSE YA ES HORA
Si no te gusta no hagas nada, dije.
Otras van a agarrar lo que tú no.
Pero si Albert te deja, nunca digas que no te lo advertí.
Te debería dar pena, dije yo, verte tan acabada.
(Y eso que sólo tiene treinta y uno.)
No lo puedo evitar, dijo ella, poniendo su carota,
fueron las píldoras que me tomé para sacármelo, dijo
ella.
(Tiene ya cinco hijos, casi se muere cuando George
nació.)
El boticario dijo que todo estaba bien, pero no soy la
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misma.
A eso le llamo ser idiota, dije.
Y bueno, si ert no te deja sola, ni te apures, le
dije.
¿Y a qué te casas si no quieres hijos?
APÚRENSE YA ES HORA
Y bueno, ese domingo Albert estaba en casa,
hornearon una pierna
y me invitaron a cenar, que para saborearla calientita.
APÚRENSE YA ES HORA
APÚRENSE YA ES HORA
Muy buenas noches, Bill. Muy buenas noches, Lou.
Muy buenas noches, May. Muy buenas noches.
Hasta luego. Muy buenas. Buenas noches.
Muy buenas noches, damas. Muy buenas noches,
bellas damas. Muy buenas, buenas noches.

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III. EL SERMÓN DEL FUEGO

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Está rota la lona sobre el río: ya los últimos dedos de
las hojas
se aferran y se hunden bajo la húmeda ribera. El
viento
cruza la tierra parda sin que lo oigan. Ya se fueron las
ninfas.
Dulce Támesis, fluye suavemente hasta acabar mi
canto.
Ni botellas vacías lleva el río, ni envoltorios de
sándwiches,
ni pañuelos de seda, ni cajas de cartón, ni colillas, ni
otros
testimonios de noches de verano. Ya se fueron las
ninfas.
Sus amigos también, los golfos y herederos de
asesores,
se fueron sin dejar ni dirección.
Junto al Leman yo me senté a llorar…
Dulce Támesis, fluye suavemente hasta acabar mi
canto.
Dulce Támesis, fluye suavemente, pues no hablo
mucho ni alto.
Pero en frío estallido, tras de mí, oigo ahora
un traqueteo de huesos y risitas de una oreja a otra.

Se escabulló una rata por la vegetación,


arrastrando su vientre viscoso en la ribera.
En el mustio canal me encontraba de pesca
una noche de invierno, a espaldas de la planta
de gas, y meditando en la ruina del rey,
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mi hermano, y en la muerte del rey, mi padre, antes.
Desnudos cuerpos blancos en bajas tierras húmedas
y los huesos regados en un seco desván,
únicamente removidos por las patas de las ratas
año con año, pero escucho a mis espaldas
cada tanto los cláxones y coches
que en primavera llevarán a Sweeney con la Sra. Porter.
Cómo brilló la luna cristalina
en la Sra. Porter y en su hija.
Ellas lavan sus pies en agua fría.
Et O ces voix d’enfants, chantant dans la coupole!1

Pío pío pío


chiú chiú chiú chiú chiú chiú
rudamente forzada.
Tereo

Ciudad Irreal,
bajo la parda niebla de un mediodía de invierno
el mercader de Esmirna, don Eugénides,
sin afeitar, con pasas de Corinto en envío
pagado para Londres: al ver mis documentos
en regla, me invitó en francés demótico
a almorzar en el Cannon Street Hotel;
luego, el fin de semana, ya en el Metropole.

A la hora violeta, cuando ojos y espalda


se alzan del escritorio, cuando el motor humano
espera
como un taxi que tiembla al esperar,
yo, Tiresias, aun ciego, temblando entre dos vidas,
viejo con senos arrugados, miro

1
¡Y esas voces de niños que cantan en la cúpula! [e.]

38

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a la hora violeta, del ocaso que anima
la vuelta a casa y trae del mar a los marinos,
cómo la mecanógrafa en su casa, a la hora del té, retira
el desayuno, prende
la estufa y abre latas de comida.
Tendidos con peligro, fuera de la ventana,
se secan sus conjuntos que los últimos rayos del sol
tocan;
sobre el diván y en pila (que de noche es su cama),
pantimedias, pantuflas, sostenes, camisolas.
Yo, Tiresias, el viejo de tetas que se arrugan,
pude prever la escena y el resto lo predije.
Yo también aguardé al huésped previsible.
Él, chico carbuncoso, empleado de un agente
de un pequeño local, llega y echa vistazos
atrevidos, bribón de gran seguridad
como una chistera sobre un rico de Bradford.
El momento es propicio, tal y como él lo estima;
la cena terminó y ella se aburre y cansa,
la intenta provocar con sus caricias
que aunque no se desean, tampoco se rechazan.
Sonrojado y audaz, la asalta de inmediato;
sus manos, que la exploran, no hallarán resistencia;
su vanidad no exige respuesta y, de buen grado,
le da a la indiferencia bienvenida.
(Y yo, Tiresias, todo lo padecí desde antes,
recreado en este mismo diván o en este lecho;
quien bajo un muro en Tebas fue a sentarse
y anduvo entre la peor calaña de los muertos.)
Le otorga un beso último, condescendiente, a ella
y después baja a tientas, y a oscuras, la escalera…

Ella se vuelve y mira un instante al espejo,


y apenas se da cuenta de que se ha ido su amante.
39

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Un pensamiento en ciernes le admite su cerebro:
“Bueno, listo, ya fue. Me alegro de que acabe”.
Cuando se inclina a hacer locuras una dama
y otra vez, a solas, recorre el dormitorio,
se alisa los cabellos con manos automáticas
para luego poner un disco en el gramófono.

“Sobre el agua, esta música pasó a un costado mío”


y por el Strand, por calle Reina Victoria arriba.
Oh ciudad de la City, a veces yo podía,
por los bajos del Támesis, junto a un bar a la orilla,
oír el dulce quejido de una mandolina
y el ruido, desde adentro, de gente que platica;
donde los pescadores cabecean a mediodía en la barra,
y donde Magnus Martyr, en sus muros, resguarda
del blanco y oro jónicos un esplendor sin causa.

El río suda
aceite y alquitrán.
Los lanchones se van a la deriva
con la marea detrás
velas rojas
y anchas por igual
en el mástil pesado, a sotavento, van.
Los lanchones habrán de remojar
flotantes leños
hasta un brazo del Greenwich
y pasando la Isla de los Perros.
Weialala leia
Wallala leialala

Elizabeth y Leicester
van remando
en la popa había un casco
recubierto
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de rojos y dorados
el oleaje violento
rompió en ambos ribazos
el viento del sudoeste
llevó por la corriente
el doblar de campanas
blancas torres
Weialala leia
Wallala leialala

“Árboles polvorientos y tranvías.


Highbury me parió. Richmond y Kew, los barrios,
me arruinaron. En Richmond levanté las rodillas
sobre el lecho de una canoa, recostado.”

“Mis pies están en Moorgate; mi corazón, debajo


de mis pies. Al final
se echó a llorar. Me prometió un ‘gran cambio’.
Yo no le dije nada. ¿Qué iba a reclamar?”

“En la playa de Margate, en la arena.


No puedo conectar
nada con nada.
Manos sucias con uñas que se quiebran.
Mi pueblo humilde pueblo nada más
espera.”
la la

Llegué a Cartago entonces

Ardiendo ardiendo ardiendo ardiendo


Oh Señor Tú me has arrebatado
Oh Señor Tú arrebatado

ardiendo
41

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IV. LA MUERTE POR AGUA

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Fue Flebas el Fenicio quien hace quince días
olvidó cómo graznan las gaviotas, las ondas
submarinas,
la ganancia y la pérdida.
Bajo el mar, la corriente
le recogió los huesos, susurrando. Mientras se
levantaba y se caía,
hizo por su vejez y juventud un recorrido,
entrando en la vorágine.
Seas gentil o judío,
oh tú que timoneas, mirando a barlovento,
ten a Flebas en mente, quien como tú fue alto y
atractivo.

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V. LO QUE DIJO EL TRUENO

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Tras las antorchas, rojas en rostros con sudores
tras los jardines en silencio helado
tras la agonía en pétreas extensiones
los gritos y lamentos
cárcel palacio reverberación
del trueno en primavera sobre montes lejanos
aquel que aún vivía ha muerto ya
quienes aún vivíamos nos estamos muriendo
con escasa paciencia desde entonces

Aquí no hay agua solamente roca


roca y nada de agua y el camino arenoso que se corta
el camino que sube y serpentea entre montes
montes de roca que no tienen agua
con agua pararíamos a beber desde ya
entre rocas no hay modo de parar o pensar
seco el sudor y pies sobre la arena
si sólo hubiese agua entre las rocas
el monte muerto boca de los dientes con caries incapaz
de escupir
no hay manera de estar de pie, acostarnos o sentarnos
aquí
no hay silencio siquiera en estos montes
tan sólo el trueno seco y estéril sin que llueva
no hay soledad siquiera en estos montes
tan sólo adustos rostros rojos que desdeñan y gruñen
a la puerta de casas con la arcilla cuarteada
Si sólo hubiese agua
y no roca
si sólo hubiese roca
49

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y agua también
y agua
un manantial
un pozo entre la roca
si tan sólo el sonido del agua se escuchase
no el canto de cigarras
ni de la hierba seca
tan sólo aquel sonido del agua sobre rocas
ahí donde entre pinos canta el tordo
plaf ploc plaf ploc ploc ploc ploc
el caso es que no hay agua

¿Quién es ese tercero que va contigo siempre?


Cuando hago la cuenta, sólo estamos tú y yo
pero al mirar de frente hacia el blanco camino
siempre hay otra persona caminando a tu lado
que se desliza en túnica marrón y con capucha
desconozco si una mujer o un hombre
—Pero ¿quién es aquel que va contigo?

¿Qué se oye por el aire en su parte más alta


murmullo de lamentación materna?
¿Cuáles son esas hordas que bullen en capuchas
por planicies sin fin y que tropiezan en la tierra
cuarteada,
rodeadas solamente de horizonte y llanura?
¿Cuál es esa ciudad sobre los montes
que en el aire violeta se cuartea y endereza y estalla?
Torres cayendo
Jerusalén Atenas Alejandría
Viena Londres
Irreal

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Una mujer soltó su negra cabellera
y tocó en esas cuerdas música por lo bajo
murciélagos con caras de niño en luz violeta
silbaron, y batieron sus alas y reptaron
por un negruzco muro con la cabeza gacha
y en el aire eran torres tañendo memoriosas
campanas, dando la hora
y voces cuyo canto salía de cisternas y pozos
consumidos.

Por entre aquellos montes, en la fosa podrida


bajo la luna pálida, la hierba está cantando
sobre caídas tumbas, cerca de la capilla
ahí está la capilla vacía, casa del viento.
No tiene una ventana y oscila su portón,
los huesos secos no hacen daño a nadie.
Se irguió sobre una viga sólo un gallo
Qui qui ri quí qui qui ri quí
en un relampagueo. Y una húmeda ráfaga
que desató la lluvia

Ganga se había hundido, y las fláccidas hojas


esperaban la lluvia mientras las nubes negras
Se agrupaban distantes sobre el Himavant.
La jungla se agachó y se encorvó en silencio.
Entonces habló el trueno
DA
Datta: ¿qué hemos dado?
Amigo mío, sangre que el corazón agita
una vejez prudente no se retractará
del arrojo tremendo de rendirse un instante, no podría
por esto y esto sólo, nosotros existimos
lo cual no puede hallarse en nuestros obituarios
ni en recuerdos forrados por la araña benéfica
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ni bajo sellos que el letrado enjuto
rompió en nuestros vacíos dormitorios
DA
Dayadhvam: Oí la llave
que giraba en la puerta una vez y una sola
pensamos en la llave, cada quien en su cárcel
al pensar en la llave, cada quien corrobora una cárcel
sólo al caer la noche, los rumores etéreos
reviven un instante a un roto Coriolano
DA
Damyata: El barco respondía
feliz a aquella mano experta en vela y remo
sereno el mar, habría respondido
feliz tu corazón al invitársele, latiendo en obediencia
a manos opresoras

Yo me senté a pescar
en la costa, con la árida planicie tras de mí
¿Podré al menos dejar mis terrenos en orden?

London Bridge is falling down falling down falling


down1
Poi s’ascose nel foco che gli affina2
Quando fiam uti chelidon3 —oh golondrina
golondrina
Le Prince d’Aquitaine à la tour abolie4
Fragmentos que afiancé contra mis ruinas.
Veréis cómo os obligo. Jerónimo está loco nuevamente.
Datta. Dayadhvam. Damyata.
Shantih shantih shantih

1
El puente de Londres va a caer, va a caer, va a caer. [e.]
2
Después se hundió en el fuego purgativo. [e.]
3
¿Cuándo seré como la golondrina? [e.]
4
Príncipe de Aquitania en la torre abolida. [e.]

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NOTAS*

No sólo el título, sino el plan y buena parte del sim-


bolismo relacionado con el poema fueron sugeridos
por el libro de Jessie L. Weston sobre la historia del
Grial: Del ritual a la leyenda (Macmillan). En verdad
le debo tanto que el libro de Weston esclarecerá las
dificultades del poema mucho mejor que mis notas,
y lo recomiendo (al margen del gran interés del libro
en sí) a cualquiera que piense que tal esclarecimiento
vale la pena. En términos generales, también le estoy
en deuda a otra obra antropológica que ha influido
profundamente a nuestra generación. Me refiero a
La rama dorada [de James George Frazer], de la que
utilicé en especial los volúmenes “Adonis”, “Atis” y
“Osiris”. Cualquiera que conozca estas obras reco-
nocerá de inmediato en el poema ciertas referencias a
rituales de vegetación.

I. El entierro de los muertos


Verso 20. Ezequiel, 2:7.
V. 23. Eclesiastés, 12:5.
V. 31. Tristán e Isolda [de Richard Wagner],
acto i, vv. 5-8.
V. 42. Ibid., acto iii, v. 24.
V. 46. No estoy familiarizado con la composi-
ción exacta de la baraja de tarot, de la que obviamente
* Las citas textuales que hace Eliot en lenguas como el fran-
cés, el italiano y el latín aparecen seguidas de su traducción al español
y entre corchetes, misma marca que anuncia tal o cual añadido de
mi parte. Las versiones cuyo traductor no se consigna —realizadas
directa o indirectamente desde el inglés original— son mías. [T.]

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me alejé por convenir a mis intereses. El Colgado,
figura de la baraja tradicional, sirve a mis objetivos
de dos maneras: ya porque mi mente lo asocia al Dios
Colgado de Frazer, ya porque lo asocio con la figura
embozada en el episodio de los discípulos en Emaús,
en la parte v. El Marino Fenicio y el Mercader apare-
cen más tarde, como también las “multitudes” y la
Muerte por Agua que se cumple en la parte iv. Al
hombre de tres bastos, miembro auténtico del mazo
de cartas, lo asocio de forma muy arbitraria con el
Rey Pescador mismo.
V. 60. Cf. [Charles] Baudelaire [en el poema
“Los siete viejos”]:

Fourmillante cité, cité pleine de rêves


Où le spectre en plein jour raccroche le passant.
[Hormigueante ciudad, ciudad llena de sueños
donde el espectro diurno detiene al caminante.

Versión de Manuel J. Santayana.]

V. 63. Cf. Infierno [de la Comedia de Dante


Alighieri], canto iii, vv. 55-57:

… sì lunga tratta
di gente, ch’i’ non averei credutto
che morte tanta n’avesse disfatta.
[… tan largo séquito
que yo no imaginaba que la muerte
hubiese destruido a tanta gente.

Versión de José María Micó.]

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V. 64. Cf. Infierno [de la Comedia de Dante
Alighieri], canto iv, vv. 25-27:

Quivi, secondo che per ascoltare,


non avea pianto mai che di sospiri
che l’aura etterna facevan tremare…
[Aquí, a juzgar por lo que se escuchaba,
no había más llanto que el de los suspiros
con que se estremecía el aire eterno…

Versión de José María Micó.]

V. 68. Fenómeno que he notado con frecuencia.


V. 74. Cf. la endecha en El diablo blanco, de
[John] Webster.
V. 76. Cf. Baudelaire, “Prefacio” a Las flores
del mal.

II. Una partida de ajedrez


V. 77. Cf. Antonio y Cleopatra [de William Shakes-
peare], acto ii, escena ii, v. 190.
V. 23. Eclesiastés, 12:5.
V. 92. Artesonados. Véase Eneida [de Virgilio],
libro i, v. 726:

dependent lychni laquearibus aureis


incensi, et noctem flammis funalia vincunt.
[De los dorados artesones cuelgan fanales
encendidos. Las teas llameantes señorean las sombras.

Versión de Javier de Echave-Sustaeta.]

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V. 98. Cuadro bucólico. Véase [John] Milton,
Paraíso perdido, libro iv, v. 140.
V. 99. Véase Ovidio, Las metamorfosis, libro vi,
Filomela.
V. 100. Cf. libro iii, parte i, v. 204.
V. 115. Cf. libro iii, parte i, v. 195.
V. 118. Cf. [El caso del abogado del diablo, de
John] Webster: “Is the wind in that door still?” [“¿Se
ha detenido el viento en esa puerta?”]
V. 126. Cf. [Edmund] Spenser, Protalamio, par-
te i, vv. 37 y 48.
V. 138. Cf. la partida de ajedrez en Cuidado
con las mujeres, de [Thomas] Middleton.

III. El sermón del fuego


V. 176. Véase Spenser, Protalamio.
V. 192. Cf. La tempestad [de William Shakes-
peare], acto i, escena segunda.
V. 196. Cf. “A su esquiva amante”, de [An-
drew] Marvell.
V. 197. Cf. [Thomas] Day, El parlamento de las
abejas:

When of the sudden, listening, you shall hear


A noise of horns and hunting, which shall bring
Actaeon to Diana in the spring
Where all shall see her naked skin…
[Escucharás de pronto una estridencia
de trompetas y caza que presenta
juntos a Acteón y a Diana en primavera
donde verán la piel desnuda de ella.]

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V. 199. Desconozco el origen de la balada de la
que se tomaron estos versos; me la hicieron llegar
desde Sídney, Australia.
V. 202. Véase [Paul] Verlaine, “Parsifal”.
V. 210. Las pasas de Corinto se cotizaban a un
precio que incluía “transporte y seguro gratuitos
hasta Londres”. El costo del embarque y demás se
entregaba al comprador luego de pagar el giro a la
vista.
V. 218. Tiresias, aunque simple espectador y no
propiamente “personaje”, es, sin embargo, la figura
más importante del poema porque une a todos los
demás. Así como el mercader tuerto, vendedor de
pasas, se confunde con el Marino Fenicio —y éste no
resulta muy distinto de Fernando, príncipe de Ná-
poles—, así también las mujeres son una sola y am-
bos sexos tienen cabida en Tiresias. Lo que Tiresias
ve, de hecho, es la sustancia del poema. Todo el pasa-
je de Ovidio es de sumo interés antropológico:

… cum Iunone iocos et ‘maior vestra profecto est,


quam quae contingit maribus,’ dixisse, ‘voluptas.’
Illa negat; placuit quae sit sententia docti
quaerere Tiresiae: Venus huic erat utraque nota.
Nam duo magnorum viridi coeuntia silva
corpora serpentum baculi violaverat ictu
deque viro factus (mirabile) femina septem
egerat autumnos; octavo rursus eosdem
vidit et ‘est vestrae si tanta potentia plagae,’
dixit ‘ut auctoris sortem in contraria mutet,
nunc quoque vos feriam!’ Percussis anguibus isdem
forma prior rediit genetivaque venit imago.
Arbiter hic igitur sumptus de lite iocosa
dicta Iovis firmat; gravius Saturnia iusto
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nec pro materia fertur doluisse suique
iudicis aeterna damnavit lumina nocte,
at pater omnipotens (neque enim licet inrita cuiquam
facta dei fecisse deo) pro lumine adempto
scire futura dedit poenamque levavit honore.
[… y con la desocupada Juno agitaba [Júpiter]
remisos juegos, y: “Mayor el vuestro en efecto es,
que el que toca a los varones”, dijo, “el placer”.
Ella lo niega; les pareció bien cuál fuera la sentencia
preguntar
del docto Tiresias: Venus para él era, una y otra,
conocida,
pues de unas grandes serpientes, uniéndose en la verde
espesura, sus dos cuerpos a golpe de su báculo había
violentado,
y, de varón, cosa admirable, hecho hembra, siete
otoños pasó; al octavo de nuevo las mismas
vio y: “Es si tanta la potencia de vuestra llaga”,
dijo, “que de su autor la suerte en lo contrario mude:
ahora también os heriré”. Golpeadas las culebras
mismas,
su forma anterior regresa y nativa vuelve su imagen.
El árbitro este, pues, tomado sobre la lid jocosa,
las palabras de Júpiter afirma; más gravemente la
Saturnia de lo justo,
y no en razón de la materia, cuéntase que se dolió,
y de su juez con una eterna noche dañó las luces.
Mas el padre omnipotente —puesto que no es lícito
vanos a ningún
dios los hechos hacer de un dios—, por la luz
arrebatada,
saber el futuro le dio y un castigo alivió con un
honor.
Versión de Ana Pérez Vega.]

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V. 221. Esto parecerá menos exacto que los ver-
sos de Safo, pero yo tenía en mente al estibador o al
pescador de lancha, que vuelve al caer la noche.
V. 253. Véase [Oliver] Goldsmith, la canción en
El vicario de Wakefield.
V. 257. Véase La tempestad, mismo caso.
V. 264. El interior de [la parroquia de] San
Magno Mártir es, desde mi punto de vista, de los más
bellos de [el arquitecto Christopher] Wren.
V. 266. Aquí comienza la canción de las (tres)
hijas del Támesis. Del verso 292 al 306 incluso, hablan
alternadamente. Ver El ocaso de los dioses [de Wag-
ner], acto iii, primera escena: “Las Hijas del Rin”.
V. 279. Véase [James Anthony] Froude, Eliza-
beth, vol. 1, cap. 4, carta de [Álvaro] De [la] Quadra
a Felipe [V] de España:

Por la tarde seguíamos los juegos náuticos desde una


barcaza. [La Reina] se encontraba a solas con Lord
Robert, y yo en la popa, cuando empezaron a hablar
disparates; tanto así que Lord Robert, aprovechan-
do mi presencia, dijo al fin que no había razón para
no estar casados si la Reina consentía en ello.

V. 293. Cf. Purgatorio [de Alighieri], v. 133:

“ricorditi di me, che son la Pia;


Siena mi fe’, disfecemi Maremma”.
[“acuérdate de mí; me llamo Pía;
me hizo Siena y Marema me deshizo”.

Versión de José María Micó.]

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V. 307. Véase Confesiones de san Agustín:

Llegué a Cartago. Por todas partes crepitaba, como


en una sartén, ese hervidero de amor impuro.
[Versión de Pedro Antonio Urbina.]

V. 308. El texto completo de “El Sermón del


Fuego” de Buda, que corresponde en importancia al
Sermón de la Montaña [de Cristo] y del cual fueron
tomadas estas palabras, se encuentra en Budismo en
traducción, del finado Henry Clarke Warren (Colec-
ción Oriental de Harvard).
V. 309. Nuevamente de las Confesiones de san
Agustín. El acercamiento de ambos representantes
del ascetismo oriental y occidental, a modo de culmi-
nación de esta parte del poema, no es una casualidad.

V. Lo que dijo el trueno


En su primera parte se tocan tres temas: el viaje a
Emaús, el acceso a la Capilla Peligrosa y la actual de-
cadencia de Europa Occidental.
V. 357. Se trata del Turdus aonalaschkae palla-
sii, el tordo eremita que escuché en la provincia de
Quebec. [Frank M.] Chapman (en Manual de aves
del este de América del Norte) dice que “se halla a
sus anchas en bosques y matorrales apartados… Su
canto no se distingue por su variedad o volumen pero,
en cuanto a la pureza y dulzura del tono, a su exqui-
sita modulación, resulta inigualable”. Su “canción
del agua que gotea” tiene justa fama.
V. 360. Las siguientes líneas fueron inspiradas
por el relato de una de las expediciones a la Antártida
(no recuerdo cuál, pero creo que de Shackleton). En
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ella se cuenta cómo el grupo de exploradores, al límite
de sus fuerzas, alucinaba constantemente que había
un miembro más de los que podían contarse.
Vv. 367-377. Cf. Hermann Hesse, Vislumbre
en el caos:

Schon ist halb Europa, schon ist zumindest der hal-


be Osten Europas auf dem Wege zum Chaos, fährt
betrunken im heiligem Wahn am Abgrund entlang
und singt dazu, singt betrunken und hymnisch wie
Dmitri Karamasoff sang. Ueber diese Lieder lacht
der Bürger beleidigt, der Heilige und Seher hört sie
mit Tränen.
[Ya la mitad de Europa, al menos la de Europa
Oriental, se dirige al caos. En un estado de intoxi-
cada ilusión, se tambalea hacia el abismo y canta, bo-
rracha, un himno como Dimitri Karamázov. El ofen-
dido ciudadano se ríe de esta canción; el santo y el
vidente la oyen con lágrimas.]

V. 402. “Datta, dayadhvam, damyata” (Da,


compadece, controla). La fábula del sentido del
Trueno se halla en el Bṛhádāraṇyaka Upaniṣad [o
gran Upanishad del bosque], capítulo v, primera par-
te. Una traducción de ella [al alemán] se encuentra en
Sesenta Upanishads del Veda, de [Paul] Deussen.
V. 407. Cf. Webster, El diablo blanco, acto v,
escena sexta:

… they’ll remarry
Ere the worm pierce your winding-sheet, ere the
spider
Make a thin curtain for your epitaphs.
[… volverán a casarse
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antes de que el gusano horade sus mortajas y la araña
cubra sus epitafios con sus telas.]

V. 411. Cf. Infierno, canto xxxiii, v. 46 [y 47]:

… e io senti’ chiavar l’uscio di sotto


a l’orribile torre…
[… después oí con claro martilleo
clavar la puerta de la horrible torre…

Versión de José María Micó.]

Véase también [Francis Herbert] Bradley, Apa-


riencia y realidad:

Mis sensaciones externas no son, para mí, menos


privadas que mis pensamientos o sentimientos. En
cualquier caso, mi experiencia ocurre dentro de mi
propio círculo, un círculo cerrado al exterior. Y, aun-
que todos sus elementos se parecen entre sí, cada es-
fera es opaca respecto de las otras que la rodean…
En resumen, considerado como una existencia que
sucede en el alma, el mundo entero es algo particular
para cada quien y algo privado para cada alma.

V. 424. Véase Weston, Del ritual a la leyenda;


capítulo sobre el Rey Pescador.
V. 427. Véase Purgatorio, canto xxvi, v. 148:

[“]Ara vos prec, per aquella valor


que vos guida al som de l’escalina,
sovenha vos a temps de ma dolor!”
Poi s’ascose nel foco che gli affina.
[“Ara vos prec, per aquella valor
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que vos guida al som de l’escalina,
sovenha vos a temps de ma dolor!”**
Después se hundió en el fuego purgativo.

Versión de José María Micó.]

V. 428. Véase Pervigilium Veneris [La vigilia de


Venus]. Cf. Filomela en la segunda y tercera partes.
V. 429. Véase Gérard de Nerval, soneto “El des-
dichado”.
V. 431. Véase La tragedia española, de [Tho-
mas] Kyd.
V. 433. Shantih. Tal y como se repite aquí, con-
clusión formal de un Upanishad. “La Paz que excede
el entendimiento” es una débil traducción de lo que
entraña esta palabra.

** “Os ruego ahora, por aquel valor / que os lleva a lo más


alto de la escala: / acordaos de hacer dulce el dolor.” [e.]

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La tierra baldía, de Thomas Stearns Eliot,
se terminó de imprimir y encuadernar en noviembre de 2022 en
Impresora y Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. (iepsa),
Calz. San Lorenzo, 244; 09830 Ciudad de México.
En su composición, elaborada en el Departamento de
Integración Digital del fce por Yolanda Morales Galván,
se utilizaron tipos Stempel Garamond. La edición,
al cuidado de Carlos Roberto Ramírez Fuentes y
Hernán Bravo Varela, consta de 3 500 ejemplares.

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