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)
Literatura peruana hoy
Crisis y creación
©DuDQtPÖGaDDa
Editores: Karl Kohut y Hans-Joachim König
Frankfurt/Main • Madrid
1998
Secretaria de redacción: Dr. Sonja M. Steckbauer
Composición tipográfica: Jutta Spreng
A manera de prólogo 9
Introducción
Karl Kohut: Literatura peruana hoy: crisis y creación 11
Documentación 309
Indice onomástico 325
En memoria de
Antonio Cornejo Polar
(1936-1997)
A manera de prólogo
Karl Kohut
1
Cito según el artículo-reseña de Svarzman 1997. El coloquio "Writing Today in Perú:
A Colloquium" tuvo lugar en Nueva York en la Americas Society, el 14 de noviembre de
1997; las actas se publicarán en la revista Latín American Literature and Arts. Tal como
señala Ortega, el coloquio reunió sobre todo a autores peruanos que viven en los Estados
Unidos (Mariela Dreyfus, Isaac Goldemberg, Gregorio Martínez, José Mazzotti, Julio Ortega
y José Miguel Oviedo), y a cuatro radicados en el Perú (Fernando Ampuero, Eduardo
Chirinos, Pablo Guevara y Carmen Ollé).
2
En lo que sigue, las páginas indicadas sin especificación particular remiten a los
artículos del presente volumen.
12
3
Un complemento a las historias de la literatura y, al mismo tiempo, un instrumento de
trabajo de primer rango, lo constituye la bibliografía que Foster publicara en 1982.
4
Los volúmenes están repartidos de la siguiente manera por géneros: I Narradores, II
Poetas, III Dramaturgos, IV Poetas mujeres. En 1993, Forgues publicó otro libro de
entrevistas a políticos e intelectuales. Como indica el título, las preguntas van más hacia los
temas de política y sociedad que hacia los literarios.
13
5
Esta constatación de Cornejo Polar (27) coincide con observaciones similares en los
artículos de Gutiérrez (53) y Morales Saravia (124).
15
6
D e la vasta bibliografía sobre la literatura indigenista en general y la obra de Arguedas
en particular, me limito a señalar algunas publicaciones recientes que han tenido una amplia
recepción, a veces controvertida: Cornejo Polar 1997 [1973] y 1993, Lienhard 1990 y Vargas
Llosa 1996.
16
Entre las muy contadas excepciones habría que señalar a Laura Riesco y a la ya
mencionada Carmen Ollé.
La otra particularidad es que la novela histórica, género cuya importancia en
el campo latinoamericano sería ocioso acentuar aquí, no ha llegado a cobrar la
misma importancia que en otros países. Sin embargo, llama la atención que entre
las novelas más notables de los últimos años se encuentren algunas de índole
histórica: así La violencia del tiempo, de Miguel Gutiérrez, Crónica de músicos
y diablos, de Gregorio Martínez, y hasta cierto punto País de Jauja, de Edgardo
Rivera Martínez, sin hablar de La guerra del fin del mundo, de Mario Vargas
Llosa.
Un rasgo particular de la literatura peruana actual en el contexto latino-
americano es, como lo escribe José Miguel Oviedo, "la abundancia y persistencia
de la poesía" (155), poesía que tiene como punto de referencia la preciosa
tradición de Vallejo, Westphalen, Sologuren, Eielson, Belli, Heraud y Varela.
También los poetas comparten la tendencia transhumante de los narradores, como
lo atestiguan las biografías de Vallejo, Sologuren, Eielson y Cisneros, si bien
es cierto, como observa el mismo autor (156), que los poetas más recientes han
permanecido más en el país que los narradores.
Oviedo explica esta diferencia entre novelistas y poetas aduciendo la situación
económica del país, a la cual pudo la poesía adaptarse mejor, encontrando
espacios propios para sobrevivir. En cierto sentido, la poesía habría conquistado
para sí temas y campos que tradicionalmente pertenecen a la novela,
publicándose así "poemas narrativos, poemas-fábulas, poemas-ensayos antro-
pológicos, etc." (157). Marco Martos señala el mismo fenómeno desde otro
ángulo: "Los poetas en sus vidas están en los intersticios del sistema. Su poesía
no puede evitar, incluso en los más cerebrales, expresar la sombría vida de los
peruanos de estos días" (177). Las opciones elegidas por los poetas varían entre
dos polos opuestos: desde la sustitución del acto privado de escribir por el acto
público de tomar las armas, como dice Marco Martos refiriéndose a Heraud
(171), hasta el "proceso de desrealización y transfiguración" que José Miguel
Oviedo constata en la poesía de Sologuren (161). Entre los dos extremos se
situaría el grupo Hora Zero de los años 1970-1973 cuyos miembros quisieron
conquistar, como campo de la poesía, la vida cotidiana de los peruanos. En este
sentido, este grupo puede considerarse, en poesía, un fenómeno paralelo al grupo
Narración en la narrativa, siendo tal vez la poesía de Enrique Verástegui la
mayor expresión de este vuelco hacia la realidad de enconces.
Sin embargo, no está ausente la evocación del pasado, lo que atestiguan
Antonio Cisneros con "Comentarios reales", de 1964, y Blanca Varela con
"Crónica", de 1993. Habría que compaginar estas obras con las novelas
históricas mencionadas antes para determinar la visión del pasado por los autores
presentes.
Si bien es cierto que es una banalidad decir que la poesía es más subjetiva
que la narrativa, también es cierto que la poesía peruana actual se caracteriza
por este empeño de definir el lugar de la vida personal dentro de la crisis que
17
se vive. De este modo, la política penetra por todos lados los mundos poéticos
construidos por sus autores, lo que vale sobre todo para el mundo poético
masculino. Es curioso notar que en los tres ensayos dedicados a la poesía escritos
en este volumen por autores masculinos, son muy escasas las referencias a la
poesía escrita por mujeres. ¿Estaríamos ante un caso paralelo al que relata
Miguel Gutiérrez sobre los comienzos del grupo Narración, cuando se considera-
ron a las mujeres "como integrantes de segunda categoría"? (49). Tal vez, la
explicación para dicha actitud se encuentre en otro fenómeno, al que se refiere
Susana Reisz cuando escribe que "sea cual fuere la explicación más plausible,
lo cierto es que la poesía femenina de hoy en el Perú [...] no parece interesada
en reflejar la compleja dinámica social" (230). Según los ensayos ya menciona-
dos sobre la poesía femenina, ésta giraría más que la masculina alrededor de la
propia persona y de los nexos que contrae con el "otro" amado. Carmen Ollé
habla de la mujer sado-masoquista que "construye un cerco alrededor de la
pareja" (194) y en otro lugar señala el deseo como "tema recurrente" que es "una
cápsula en la que se encuentra cautiva" (193). Para Susana Reisz, Carmen Ollé
y Giovanna Pollarolo representan dos formas de lucha "contra los estereotipos
androcéntricos": la lucha de esta última sería más suave y desde dentro, la de
aquélla, más provocativa y desde afuera (219).
De este modo, los mundos poéticos masculino y femenino serían dos mundos
que se tocan y que a veces se sobreponen, pero que nunca se confunden. Sin
embargo, tanto la poesía masculina como la femenina constituyen dos respuestas
auténticas a la situación del país, y para ambas vale lo que formula Marco
Marios: "El Perú, castigado por la naturaleza, por los apetitos de los poderosos,
por la desigual distribución de la riqueza, ha tenido en este siglo XX un rincón
privilegiado que es la poesía" (178).
Una novedad en el panorama literario peruano lo constituye un fenómeno que
Martin Lienhard llama "la irrupción, sin duda modesta todavía, de la poesía
quechua en el terreno de la literatura escrita" (291)7. Este fenómeno me parece
significativo en varios sentidos. Primero, porque implica que se empieza a borrar
la oposición tradicional entre lo que suele llamarse, en la jerga actual, literatura
escrita hegemónica en español, y literatura oral subordinada en quechua.
Segundo, porque se borra también la oposición entre el mundo rural andino y
el mundo urbano costeño, proceso ya mencionado antes, dado que, como señala
Lienhard, se trata de una "práctica urbana", dirigida a lectores urbanos o/y
migrantes. Valdrá la pena observar con atención los futuros avatares de este
proceso que todavía se encuentra en sus comienzos.
Unas pocas palabras sobre el teatro y el cine que, estando sin duda siempre
relacionados con la literatura, evolucionan por caminos particulares. En el teatro,
llama la atención la ausencia, después de la muerte de Salazar Bondy, del teatro
7
Lienhard había estudiado este fenómeno con anterioridad al final de su libro La voz y
su huella, de 1990 (355-362).
18
de autor. Es cierto que Vargas Llosa ha escrito algunas piezas, pero el centro
de su creación sigue siendo la narrativa. El mayor aporte peruano al desarrollo
teatral, pues, lo han dado los diferentes grupos teatrales que se definen por la
creación colectiva. Kati Róttger explica las dos líneas opuestas del Nuevo teatro
y Tercer teatro que han determinado la vida teatral de los últimos años.
A pesar de que el Perú no pertenece a los grandes países de cine latino-
americanos, cabe señalar algunos fenómenos que confieren importancia a su cine
no sólo en el contexto nacional, sino también continental. En la llamada Escuela
de Cuzco, colaboraron los cineastas con escritores, poetas y pintores, dedicán-
dose a llevar a imágenes el mundo indígena, con lo que se aproximaron a la
narrativa indigenista. De modo similar a la narrativa, también en el cine se opone
al cine andino el cine nucleado en Lima. Giovanna Pollarolo destaca la labor de
Francisco Lombardi como director, cuya producción cinematográfica sobresale
por sus adaptaciones de obras literarias.
El volumen se cierra con artículos dedicados a la difícil convivencia entre las
diferentes culturas. Como escribe William Rowe, es "el respeto por la diversidad
cultural" el problema de fondo (278). Su ensayo es una reflexión sobre las
diferentes culturas que conviven en el Perú y en él opone, de modo particular,
el discurso occidental (Vargas Llosa) a la utopía andina, "ya que [esta última]
parecería ofrecer la forma más coherente de proponer una modernidad alternati-
va" (280). Rowe discute el concepto de "ciudadanía étnica" que parece ofrecer
un camino para reunir las diferentes etnias en una sola nación, pero que, sin
embargo, conlleva varias dificultades que problematizan su uso, recuérdese sino
la violencia que devastara al país en la década de los ochenta (28 ls.).
Lienhard se concentra en su artículo en el mundo andino y su expresión
literaria, mientras que Forgues se dedica a la minoría negra, partiendo de la
novelística de Gregorio Martínez. Desafortunadamente, otras culturas que forman
parte del arco iris peruano no están representadas en este volumen: la cultura
judía, evocada en la narrativa de Isaac Goldemberg, la china con Siu Kam Wen,
la japonesa con una parte de la obra de Fernando Iwasaki, para limitarme a un
solo autor por caso.
Un problema central de la aproximación étnica a la multiculturalidad del Perú
es el problema del mestizaje, señalado por Jorge Díaz Herrera, y el de la
migración, que aparece en prácticamente todas las contribuciones. Ni el mundo
andino ni el costeño son puros, étnica y culturalmente — como tampoco lo es
el tantas veces conjurado discurso occidental que oculta en sí mismo una gran
diversidad de discursos particulares.
Esta diversidad — Cornejo Polar prefiere el término "heterogeneidad" (1993,
13)8 — constituye, sin duda alguna, un problema en la formación de una nación;
8
Este término debe comprenderse en el contexto de las discusiones posmodernas donde
constituye uno de los puntos centrales.
19
Bibliografía
Arroyo, Carlos (ed.). 1992. Hombres de Letras. Historia y crítica literaria en
el Perú. Lima: Ediciones MemoriAngosta (Serie Crítica Literaria).
Chirinos, Eduardo (ed.). 1992. Infame Turba. Poesía en la Universidad
Católica. 1917-1992. Presentación, selección y notas de E. C. "De la Soledad
Confusa", prólogo de Luis Jaime Cisneros. Lima: Fondo Editorial de la
Pontificia Universidad Católica del Perú.
Cornejo Polar, Antonio. 21997 [1973]. Los Universos Narrativos de José María
Arguedas. Lima: Editorial Horizonte.
—. 1993. Escribir en el aire. Ensayo sobre la heterogeneidad socio-cultural en
las literaturas andinas. Lima: Editorial Horizonte.
—; Luis Fernando Vidal (eds.). 1984. Nuevo Cuento Peruano (Antología). Lima:
mosca azul editores.
Forgues, Roland. 1988-1991. Palabra viva. I. Narradores; II. Poetas; III.
Dramaturgos; IV. Las Poetas se desnudan. Lima: Librería Studium Ediciones
(I-III); Editorial El Quijote (IV).
9
Habría que discutir en este contexto los libros de Cornejo Polar y Vargas Llosa sobre
la utopía andina. Si bien el libro de aquél data de 1973, la edición de 1997 contiene un
apéndice en el cual actualiza su pensamiento.
20
NARRATIVA I
CRISIS Y EXPERIENCIA DEL CAOS
(TRADICIONES, GRUPOS, COMPROMISOS)
Profecía y experiencia del caos:
la narrativa peruana de las últimas décadas
Imagino que nadie lo duda: el Perú vive la más incisiva y englobante crisis de
su historia republicana, y supongo que muy pocos consideran que el descalabro
comenzó en los 80 cuando la violencia lo hizo trágicamente obvio. Me parece
evidente que es una historia que viene de lejos, pero ciertamente no pretendo
ni rastrear el oprobioso linaje de esta desdichada época ni explicar su
entreverada, enloquecida y sangrienta faz. Apenas intento ofrecer una imagen
muy parcial y fragmentada de este tiempo convulso (convulso hasta en sus
erráticas y difusas esperanzas) a través del siempre desplazado, oscilante y
ambiguo discurso literario, enmarcado — en este caso — dentro de los límites
de la narrativa.
I
Este año (1994) se cumple el 25 aniversario del suicidio de José María
Arguedas. En uno de sus estremecedores textos finales dijo:
Quizá conmigo empieza a cerrarse un ciclo y a abrirse otro en el
Perú y lo que él representa: se cierra el de la calandria consola-
dora, del azote, del arrieraje, del odio impotente, de los fúnebres
'alzamientos', del temor a Dios y del predominio de ese Dios y sus
protegidos, sus fabricantes; se abre el de la luz y de la fuerza libe-
radora invencible del hombre de Vietnam, el de la calandria de
fuego, el del dios liberador, Aquel que se reintegra. Vallejo era el
principio y el fin (Arguedas 1990, 245s.).
Sin duda, el segmento profético de la cita, en el que se articulan y solapan las
pulsiones del deseo y los atributos del mito, resultó drásticamente escarnecido
por la realidad; en cambio, la razón última del suicidio, que fue tanto una
trágica opción existencial como un oscuro pero legítimo ritual de redención
colectiva, quedó como ominosa recusación de una época atroz. Para Arguedas,
como se sabe, se trataba de una malformación y oscurecimiento del mundo tan
radical que terminaba por hacerlo ininteligible, innombrable e insufrible. Al
romperse el "vínculo (que une al hombre) con todas las cosas", el sujeto pierde
la energía que le permite ejercer los atributos más íntimos, poderosos y sutiles
del lenguaje. Esa energía es la "chispa" o la "candelita" a la que se refiere con
nostalgia, como a un bien perdido, en el Ultimo Diario.
Aludo a El zorro de arriba y el zorro de abajo (1969) porque sospecho que
es una de las más audaces, turbadoras, intensas e innovadoras propuestas de la
literatura peruana de todos los tiempos, tal vez sólo comparable — en sus
24
II
Obviamente no trato de enlistar los nombres y títulos, ni siquiera las tendencias
que configurarían esa nueva narrativa; prefiero (y soy consciente de la
arbitrariedad de mis omisiones) hilvanar algo desordenadamente, unas pocas e
hipotéticas reflexiones sobre aquellos espacios discursivos donde creo percibir
las tensiones y conflictos de mayor relieve.
Por lo pronto, quisiera recordar dos novelas que, poco antes del 70,
intentaron revelar la insensatez y corrupción de un orden social que destrozaba
al sujeto que caía en él como en un voraz remolino sin tregua y sin escape; en
ambas, con obvias diferencias con respecto a la última de Arguedas, se
establece una tensa dinámica que desplaza constantemente el asunto de la
defectividad de la sociedad, unifórmente condenada, a las carencias de una élite
25
brevedad, tal vez sea Enunciación (1979), de Edgardo Rivera Martínez, sea la
tematización más esclarecedora de la extremada conflictividad de un lenguaje
que ha perdido la inocencia y está acosado por la inminencia del silencio,
aunque — a la par — sea capaz de expresar las tramas que por quebradizas u
oscuras parecen indecibles.
Quiero sugerir, entonces, que un primer nivel de análisis de la última
narrativa peruana bien pudiera situarse en la rispida y perturbada relación del
sujeto y su discurso — que sin duda remite al vínculo decisorio con el mundo
— que delatan algunos textos de muy diferente signo. Así se formularía un
espacio problemático que pone en cuestión la materia misma de la literatura e
inquiere, no sólo sobre la eficiencia y legitimidad del lenguaje en sí mismo,
sino también, acerca de sus articulaciones con el emisor y con su universo
referencial. En términos generales se tendría una visión escéptica y
desilusionada que deriva hacia el mutismo, la concisión ascética, casi
defensiva, o la enunciación que autoreflexiona bajo la inquietante sospecha de
que la lengua podría traicionar al sujeto, a sus estrategias de representación y
— tal vez — traicionarse a sí misma. En algún punto podrían descubrirse
ciertas convergencias con lo que se llamó la "novela de lenguaje", dentro de la
que cabrían ciertos textos excepcionales de González Viaña o Belevan, por
ejemplo, pero en el caso que me ocupa lo que queda detrás es precisamente lo
contrario: no la celebración de un lenguaje que se dice a sí mismo y que asume
el rol protagónico del ejercicio literario, a su vez pensado en términos
autoreferenciales, sino, más bien, el desengaño ante una lengua rota,
entorpecida y poco confiable. Casi como si se tratara de escribir contra el
lenguaje. Un caso aparte, porque ni asume este conflicto ni pretende
autoreferirse, sería el de la caudalosa prosa de Alfredo Bryce con su alegre,
irónica (y nostálgica) reivindicación del puro arte de contar.
III
Habría que mencionar ahora, en aparente contraste con lo anterior, otro texto:
Conversación en La Catedral (1969), de Mario Vargas Llosa. Como varias de
las novelas mencionadas, insiste en las mutilantes limitaciones y en la erosiva
corrupción de la sociedad nacional, de nuevo observada desde la perspectiva de
un personaje intelectual condenado a la mediocridad de un periodismo ramplón,
pero sitúa en primera línea — no porque se le rastrée específicamente sino
porque su formulación es impactante — lo que pudiera ser uno de los
diagnósticos más agrios de la nación. La pregunta "¿en qué momento se había
jodido el Perú?" da por descontado que el país ya está sumergido en esa
condición, que detrás de ella hay una historia y por consiguiente una o muchas
causas y — por el sentido global de la novela — que no hay manera de
clausurar tan aciago signo: "no hay solución", se lee desde la primera página.
Eso, sintomáticamente, sólo puede expresarse con una "mala palabra", la única
que realmente le corresponde, tal vez en tangencial pero esclarecedor diálogo
27
IV
La revelación y crítica de la realidad del país ha sido y sigue siendo una tenaz
obsesión de la narrativa peruana desde, por lo menos, el siglo pasado. Como es
evidente, tales funciones implican, a veces de manera soterrada o tangencial, la
construcción de una imagen y de un proyecto de nación.
28
entre arcaísmo y modernidad, oposición que cobija a muchas otras, todas las
que refluyen, en su conjunto, sobre un modo de imaginar la nación (y su
futuro) y también, como es obvio, sobre una determinada manera de concebir
y practicar la literatura. Tal vez todo esto no sea más que la desdichada acumu-
lación de malas lecturas — de textos y de historias — pero sin duda se trata de
un profundo replanteamiento de las bases mismas del debate, ahora situado —
creo que artificialmente — en una falaz disyuntiva: a la larga, en efecto, ni
existe una sola modernidad ni las sociedades y culturas de raíz nativa son
"primitivas". Lo asombroso es que en nombre de esa modernidad algo
abstracta, que por cierto se proclama democrática y liberal, se propicie la
desaparición de formas muy concretas de existencia colectiva. Mucho más
moderna es — utopía y todo — la muy conocida imagen arguediana:
V
Hay que reconocer que la gozosa celebración de la espléndida pluralidad de la
sociedad y cultura del Perú es un sesgo del pensamiento de Arguedas que no
prevalece en sus obras, inclusive en otros fragmentos de El zorro de arriba y
el zorro de abajo, que es de donde he extraído la cita anterior. Con frecuencia,
pero no siempre, Arguedas se interna más bien en la azarosa problemática del
mestizaje y en ocasiones también celebra — como apuntaba Angel Rama — la
"gesta del mestizo". Es éste un asunto que no sólo no ha perdido importancia
sino que — bajo distintas formas — preside la construcción de varias de las
más importantes novelas peruanas de los últimos años, aunque entre ellas — no
es necesario decirlo — haya más diferencias que semejanzas.
Relaciono primero dos, tal vez incomparables: Crónica de músicos y diablos
(1991) de Gregorio Martínez y País de Jauja (1993) de Edgardo Rivera
Martínez; y lo hago porque una y otra, cada cual a su sazón y manera, afirman
la plenitud que contendrían, en un país ancestralmente desgarrado, las
imprevisibles hibridaciones de razas, conciencias, culturas e historia diversas;
y porque — pero tal vez esto sea apenas una sutileza — ambas insisten en el
recurso a la música, a la armonía que conjuga — sin forzarlas — múltiples y
discordantes voces, con lo que repiten, seguramente sin intención, la devoción
arguediana por esa "materia" — la música — que es la que constituye el orden
vivo del universo cuando adquiere su verdadero sentido y su auténtica
condición de gozosa maravilla.
En los "Guzmanes", protagonistas de la primera novela mencionada, han
desembocado tres tradiciones étnicas: la hispánica, la indígena y la africana
("estirpes trasconejeadas por la existencia", en palabras del narrador), y de
alguna manera cada una de ellas ha enriquecido y fortalecido a las otras. La
prolífica fecundidad, la exaltación de la sensualidad y del cuerpo, la
31
VI
Dije hace un momento que sólo excepcionalmente la narrativa peruana estaba
dando cuenta de la violencia que corroe y destruye al país; pensaba sobre todo
en algunos cuentos de Luis Nieto Degregori o de Dante Castro y en Historia de
Mayta. Obviamente los ritmos de la historia no son los de la literatura, y a
veces la estremecida densidad de aquéllos exige la producción de un nuevo
lenguaje, cuya fábrica puede ser lenta y difícil, pero también es posible que un
asunto que interpela tan agudamente a los peruanos tenga en otros géneros —
o simplemente fuera de la literatura — sus propias configuraciones simbólicas.
De hecho, para mencionar un caso similar, la narrativa de la migración es
harto más escueta que la copiosa producción de canciones criollas y andinas
sobre el tema. Habría que añadir, claro, que los relatos orales, reconfigurados
o no según los usos del "testimonio", ofrecen una impresionante masa
discursiva que queda aún por estudiar.
De cualquier manera, si la violencia política está escasamente tematizada, la
insufrible defectividad social, la inopia y la parálisis política, la corrupción
invasora y depredante, el caos inasible y desbordado, es decir, todo lo que la
hace posible y todo lo que ella misma produce está minuciosamente referido,
casi hasta la obsesión, en un ejercicio de ficción que no pierde sus múltiples
anclajes en la realidad. Quienes la lean más tarde seguramente encontrarán
señales que no vimos: sin duda anunciaban la desdicha, pero tal vez — con
34
Bibliografía
Arguedas, José María. 1990 [1969], El zorro de arriba y el zorro de abajo.
Edición crítica de Eve-Marie Fell. Madrid: Archivos.
Vargas Llosa, Mario. 1992 [1990]. El nacimiento del Perú. En: Hispania 75,
4, 805-811.
Novela y utopía
Alonso Cueto
siguen luchando. El sesgo utópico de Cien años de soledad está remarcado por
los nombres del personaje que fundan Macondo: José Arcadio Buendía. Hacia
el final, sin embargo, la búsqueda de la utopía se ve frustrada por la convicción
a la que llega Melquíades, la de una soledad colectiva.
En todas estas novelas, el viaje de sus protagonistas es un intento por
recuperar una arcadia, una utopía perdida. Todas están fundadas en búsquedas
de un absoluto que identifican con una zona geográfica: la selva venezolana,
París, Cómala, Macondo, el Cusco de Los ríos profundos. Sin embargo, todas
terminaron por hacerse la misma pregunta: la utopía, la salvación, el fin, ¿es
acaso posible?
Sin embargo, este panorama iba a cambiar.
En el Perú, con la aparición de algunos novelistas urbanos, esta literatura
utópica llega a su fin. En los años cincuenta, dos autores, Julio Ramón Ribeyro
y Enrique Congrains Martín, escriben libros con protagonistas que dejan de
buscar paraísos, que no están seguros de la existencia de una arcadia. Son
personajes que terminan por convencerse de que la utopía no es posible, que no
tienen sentido la búsqueda ni, por lo tanto, la salvación. Este proceso llena en
los años sesenta a novelas que describen una realidad donde no tiene lugar la
utopía. Es el caso de La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa.
La superposición dramática es esencial a La ciudad y los perros, cuyo
escenario — el Colegio Militar Leoncio Prado — reproduce a un nivel micro-
cósmico la sociedad peruana y, con ello, sus conflictos de clases sociales y
razas.
Aunque Vargas Llosa comparte el tema del conflicto cultural con Arguedas,
su universo sin embargo no está signado por la utopía.
Para los cadetes del Colegio Militar Leoncio Prado, el mundo no está
dividido en relación a un modelo utópico. Vargas Llosa, a diferencia de Ar-
guedas, no está influido por una visión ideal de ninguna cultura particular. La
ciudad en la novela de Vargas Llosa es el punto de encuentro y de disolución
de los mundos culturales, su pulverización. Es el espacio de Dionisio y no de
Apolo. La indentidad individual busca su propia realización a espaldas del
sistema social e institucional, con reglas y códigos particulares.
La búsqueda de la identidad entre dos mundos que había iniciado Garcilaso
de la Vega y que en cierto modo había repetido Arguedas, no tiene ya sentido
para Vargas Llosa. Sus personajes no se plantean la vida como un espacio en
el cual preservar su identidad cultural. Buscan sobrevivir con sus anhelos
privados. La ciudad, el punto de encuentro de los habitantes de todo el Perú, es
en La ciudad y los perros el fin de esa aspiración de integración que utopías
clásicas como la renacentista de Garcilaso o la marxista de Arguedas formula-
ron.
La pregunta que se hace Santiago en Conversación en la Catedral — ¿en
qué momento se había jodido el Perú? — es la negación de la tradición utópica.
Supone un mundo cultural esencialmente contaminado, incapacitado, "jodido",
sin esperanza. Escritores como Ribeyro y Bryce pertenecen a esta corriente
38
El Perú es un país que se halla en crisis. Sin embargo, ¿podría afirmarse que
la literatura peruana logra o pretende reflejar esta situación de crisis? ¿Cuáles
son las búsquedas, preocupaciones e intereses de los narradores peruanos de los
últimos años? Estos son algunos de los interrogantes que intentaré despejar con
el presente trabajo.
Antes de abordar la realidad de nuestro tiempo me gustaría echar un vistazo
rápido al pasado. Como bien dice Miguel Gutiérrez en su prólogo a Tierra de
Caléndula de Gregorio Martínez, "el surgimiento y desarrollo de una forma
artística no se debe a razones estéticas o puramente inmanentes, sino a com-
plejas razones histórico-sociales" (Gutiérrez 1975, 11).
A continuación voy a citar un fragmento de una novela que alude a la
problemática nacional:
Estaba escribiendo una novela situada en la época del general Ma-
nuel Apolinario Odría (1948-1956), y en mi mes de vacaciones
limeñas iba, un par de mañanas cada semana, a la hemeroteca de la
Biblioteca Nacional, a hojear las revistas y periódicos de esos años,
e incluso, con algo de masoquismo, a leer algunos de los discursos
que los asesores (todos abogados, a juzgar por la retórica forense)
le hacían decir al dictador. Al salir de la Biblioteca Nacional, a eso
del mediodía, bajaba a pie por la avenida Abancay, que comenzaba
a convertirse en un enorme mercado de vendedores ambulantes. En
sus veredas, una apretada muchedumbre de hombres y mujeres,
muchos de ellos con ponchos y polleras serranas, vendían, sobre
mantas extendidas en el suelo, sobre periódicos o en quioscos
improvisados con cajas, latas y toldos, todas las baratijas imagina-
bles, desde alfileres y horquillas hasta vestidos y temos, y, por
supuesto, toda clase de comidas preparadas en el sitio, en pequeños
braseros. Era uno de los lugares de Lima que más había cambiado,
esa avenida Abancay, ahora atestada y andina, en la que no era
raro, entre el fortísimo olor a fritura y condimentos, oir hablar
quechua. No se parecía nada a la ancha, severa avenida de ofici-
nistas y alguno que otro mendigo por la que, diez años atrás, cuan-
do era cachimbo universitario, solía caminar en dirección a la
misma Biblioteca Nacional. Allí, en esas cuadras, se podía ver,
tocar, concentrado, el problema de las migraciones campesinas
hacia la capital, que en ese decenio duplicaron la población de
Lima e hicieron brotar, sobre los cerros, los arenales, los mulada-
40
lo que en verdad era: una dictadura militar, con todo el autoritarismo, censura
y restricciones de libertad que ésta implica. Y, por cierto, a la crisis política es
preciso añadir la debacle económica a la que me he referido antes, lo cual
originó una auténtica depresión no sólo económica sino moral, una sensación
insobornable de miseria y desesperanza que llevó a nuestro país a sumergirse
en un pozo sin fondo.
Retomando el tema de esta ponencia, señalaré que no pretendo desdeñar la
riqueza del cuento hoy en día en el Perú. Ocurre simplemente que noto, en los
últimos años, un creciente interés por la novela. Este es un hecho importante en
un medio como el peruano en donde el mercado editorial se ha reducido consi-
derablemente y en el cual los lectores de las novelas solían preferir obras de
autores extranjeros. De cualquier manera, los narradores peruanos han aprendi-
do a crear en medio del caos y, curiosamente, se han empeñado en llevar a
cabo proyectos novelísticos pese a los pocos alicientes de un mercado estrecho
y los escasos editores dispuestos a invertir y arriesgarse con obras de mayor
aliento (lo cual resulta comprensible en un país en donde los costos de im-
presión e impuestos convierten al libro en un artículo de lujo).
Como anoté anteriormente, una de las opciones es la tentación libresca. En
esa línea, tenemos una vertiente que podríamos definir como policial. Una de
las novelas rescatables de los últimos años es Secretos inútiles (1991) de Mirko
Lauer. Quizá resultaría un tanto fácil encasillarla dentro del género policial. El
estilo que Lauer despliega revela a un buen lector de las llamadas novelas de
non-fiction, una vertiente en la que escritores norteamericanos como Truman
Capote y Norman Mailer han obtenido sendos logros. No obstante, cabe hacer
aquí una precisión: a diferencia de aquella vertiente y pese a que Lauer apela
al recurso de introducirse como personaje en el relato, los hechos contados son
ficticios. En todo caso, la forma empleada para narrar — diálogos precedidos
por los nombres de los interlocutores como si fueran parlamentos teatrales
aunque sin acotaciones del narrador — es similar al recurso técnico usado por
Capote en su notable libro Música para camaleones.
Con unas pocas pinceladas, se traza una imagen de la época del presidente
Leguía, la vida en las haciendas de la costa peruana, la confrontación entre los
personajes ingleses y los coolies, los fumadores de opio de la Lima de entre
guerras, el corrosivo poder de la maledicencia de sus habitantes, el esplendor
y deterioro de un puerto como Cerro Azul. Se consigue así dar cuenta del
espíritu de decadencia social que, en lo individual, tiene su epígono en el
transvestismo del protagonista.
Otro novelista, Fernando Ampuero, ha incursionado en la novela negra. La
marea del centro de Lima, ese infierno urbano en donde se refleja la situación
del país, se impone en su novela Caramelo verde (1992). Ambientada en la era
de Alán García, con su crisis inflacionaria que origina que centenares de
desocupados se lancen a las calles como cambistas de dólares, esta obra narrati-
va tiene la virtud de dar una imagen muy vivida de la descomposición socio-
política sin recargar las tintas. Se vale de una historia de amor para desvelar
43
opinión, Rivera Martínez ha logrado una novela lírica, con un aliento poético
que impregna una serie de situaciones realistas. Más allá del registro de los
actos cotidianos y banales que rigen la vida de los personajes, se nota un
énfasis por rastrear el ser interior, un afán introspectivo que le imprime un aura
proustiana, un deseo de recuperación de un período ideal.
Otro caso destacado es el de la última novela de Jorge Díaz Herrera, ¿Por
qué morimos tanto? (1992), cuya historia ubicada en un medio rural desafía
todo lo que se ha hecho en esa vertiente en el Perú. Aparentemente realista,
también tiene vinculaciones con el realismo mágico. Su estructura poco conven-
cional y el mundo intemporal que recrea, hacen de esta obra un producto
atípico que escapa de toda clasificación. Se puede notar tanto la imprenta de
Faulkner y Rulfo, sin que ello implique perder una identidad, un estilo peculiar,
claramente diferenciable del que caracteriza a otros narradores peruanos.
La violencia del tiempo (1991) de Miguel Gutiérrez es una novela muy
ambiciosa. En sus tres tomos se entrecruzan diversas historias relacionadas con
los Villar, un linaje mestizo que nos remite a los tiempos de la conquista y
cuyas peripecias discurren a través de varias generaciones. Sin duda, es una
obra única en circunstancias en las que la novela total ha dejado de ser una
meta para los escritores latinoamericanos. Es posible que no refleje de manera
directa la situación actual del Perú, pero el examen del pasado permite hacerse
una idea de la marea trágica que ha ido arrinconando al pueblo peruano a lo
largo de su historia. Gutiérrez es un escritor con bríos inusitados, que vuelve
a la carga después de más de tres lustros de silencio. Su devoción a la literatura
es similar a la entrega política que durante muchos años guió a un militante que
prefirió, finalmente, entregarse de nuevo a la utopía de la ficción. Su más
reciente novela, Babel, el paraíso (1993), revela la amplitud de su registro así
como la apertura de sus intereses.
En los últimos años han aparecido dos novelas que atacan frontalmente el
problema de la urbe. Abelardo Sánchez León se propone hacer una radiografía
de la sociedad peruana en Por la puerta falsa (1991). Tal como ocurre con su
poesía — Sánchez León es uno de los mejores representantes de la generación
del '70 —, su sequedad y dureza revelan una conciencia lúcida y terrible que
pelea por darle vuelta a la realidad y mostrarnos sus forros. En ese sentido, su
novela encierra una mirada aguda y penetrante, contaminada de amargura, pero
que se arriesga a explicar el deterioro de nuestra sociedad. No sólo rastrea las
raíces de la conmoción, sino que quiere hacernos comprender por qué se fue
hundiendo un país cuya estructura social ya estaba resquebrajada y que terminó
sucumbiendo bajo el imperio del terror y la miseria. No obstante, debo señalar
que la mirada del sociólogo prevalece demasiado sobre la del fabulador. La
visión del autor es muy lúcida y racional, lo cual tiende a socavar el efecto
emocional del relato novelesco.
La otra novela urbana es Al final de la calle (1993) de Oscar Malea, la cual
se ampara en dos ejes narrativos. El primero es el mundo de la "collera",
aunque diferente al que pintaron en su momento escritores como Oswaldo
45
Bibliografía
Ampuero, Fernando. 1992. Caramelo verde. Lima: Jaime Campodónico/Editor.
Bellatín, Mario. 1992. Efecto invernadero. Lima: Jaime Campodónico/Editor.
—. 1993. Canon perpetuo. Lima: Jaime Campodónico/Editor.
Cueto, Alonso. 1993. Deseo de noche. Lima: Editorial Apoyo.
Díaz Herrera, Jorge. 1992. ¿Por qué morimos tanto? Lima: Salgado Editores.
Gutiérrez, Miguel. 1975. Prólogo. En: Gregorio Martínez. Tierra de caléndula.
Lima: Editorial Milla Batres, 11-24.
—. 1991. La violencia del tiempo. Lima: Editorial Milla Batres, 3 tomos.
—. 1993. Babel, el paraíso. Lima: Editorial Colmillo Blanco.
Lauer, Mirko. 1991. Secretos inútiles. Lima: Hueso Húmero Ediciones.
Malea, Oscar. 1993. Al final de la calle. Lima: Ediciones El Santo Oficio.
Rivera Martínez, Edgardo. 1993. País de Jauja. Lima: La Voz Ediciones.
Sánchez León, Abelardo. 1991. Por la puerta falsa. Lima: Ediciones Noviem-
bre Trece.
Vargas Llosa, Mario. 1969. Conversación en La Catedral. Barcelona: Seix
Barral.
—. 1977. La tía Julia y el escribidor. Barcelona: Seix Barral.
—. 1984. Historia de Mayta. Barcelona: Seix Barral.
—. 1993. Lituma en los Andes. Barcelona: Seix Barral.
Sobre el Grupo Narración
Miguel Gutiérrez Correa
I Pequeña crónica
La iniciativa de editar una revista dedicada de manera exclusiva a la narrativa
y al debate ideológico correspondió al narrador Oswaldo Reynoso y tuvo como
centro de reunión el bar Palermo, bar un tanto legendario por haber sido por
los años 50 el principal lugar de confluencia de los integrantes de la denomina-
da Generación del 50. Reynoso nos hizo la propuesta a Eleodoro Vargas
Vicuña, el mayor de todos nosotros, a Antonio Gálvez Ronceros, coetáneo de
Reynoso, y a mí, el más joven de este núcleo inicial. La convocatoria contó
con nuestra aceptación inmediata. La revista se llamaría Agua en homenaje al
primer libro de relatos de José María Arguedas e implicaba ya una voluntad de
inserción en una tradición literaria que hacía del mundo popular peruano el
objeto de su labor creativa. Por diversas razones, esta propuesta inicial (el
propio Arguedas intentó persuadirnos de la inconveniencia de que el nombre de
la revista aludiera a la obra de un narrador que se hallaba en plena producción)
no prosperó, pero la idea estaba sembrada y dos años después, en 1965, se
reactualizó el proyecto. Del núcleo inicial faltaba Gálvez Ronceros; en cambio
se había incorporado Vilma Aguilar Fajardo, que desde entonces habría de
desempeñar un rol importante por su sorprendente capacidad de trabajo y
persistencia. Después de no pocas deliberaciones decidimos llamar Narración
a la revista, nombre si se quiere neutro y opaco pero que definía con precisión
los alcances y límites de nuestra actividad creativa.
II Los contextos
En los primeros años de la década de los 60 la suerte y destino de la Revolu-
ción Cubana y las guerras de liberación contra el colonialismo en diversas
partes del mundo habían puesto en primer plano en los círculos intelectuales de
Europa occidental y América Latina el tema del compromiso del escritor, del
cual se venía ocupando Jean-Paul Sartre desde la inmediata segunda postguerra.
Acontecimientos como la polémica y ruptura del PCUS (Partido Comunista de
la Unión Soviética) y el PCCh (Partido Comunista Chino), la escisión del
movimiento comunista internacional, el inicio de la Revolución Cultural en la
China Popular y la divulgación de las obras de Mao Tsetung determinaron que
el mencionado debate adquiriese hondas resonancias políticas.
Dentro o ligados a la polémica sobre el compromiso social (que en las
posiciones más radicales demandaba la renuncia a la condición de artista o
intelectual para convertirse en guerrillero y cuyo paradigma lo constituyó el
48
V Opciones ideológicas
Creo que el problema central que nos llevó a pasar de la actividad creativa
individual a la formación de un grupo fue el siguiente: ¿Cómo intervenir en el
proceso social o, para decirlo en términos ahora inusitados, en la lucha de
clases del Perú y el mundo, sin renunciar a nuestra condición de narradores, de
creadores de ficciones? Y asimismo este otro: ¿Cómo conferir a la noción un
tanto abstracta del "compromiso social" un carácter de clase que lo diferenciara
de posiciones anárquicas o de la noción puesta entonces en boga por los nove-
listas del boom latinoamericano, según la cual el escritor, por naturaleza, era un
ser rebelde y como tal un francotirador?
Nuestra opción general, lo he sostenido antes, fue una apuesta por el socia-
lismo, lo que nos impuso la necesidad de estudiar, de forma más o menos siste-
mática, el marxismo en sus diferentes vertientes. Así, por ejemplo, en el primer
número, en la sección "Divulgación y debate" se publicaron por primera vez,
52
zonas andinas, este contacto no hubiera sido posible sin el trabajo de las compa-
ñeras del grupo que dominaban el quechua.
Las crónicas — y de esto éramos perfectamente conscientes — no eran
literatura, eran documentos cuyo valor debía residir en su veracidad y objetivi-
dad clasista. Sin embargo, aspirábamos a que se leyeran como relatos inte-
resantes en sí mismos por su estructura, variedad de recursos técnicos tomados
de la tradición narrativa y del cine y por el trabajo con las diversas formas del
lenguaje popular, cuidando al mismo tiempo de no abusar de las complicaciones
formales que resultasen un obstáculo para la comprensión por parte de un
público constituido en su mayor porcentaje por obreros, campesinos y masas
pobres de las ciudades y las zonas rurales para quienes estaban principalmente
dirigidas. No sé si esto lo logramos de manera cabal, pero ciertas experiencias
que tuvimos entre organizaciones de masas nos permitieron pensar que nuestro
trabajo no había sido en vano.
La crítica que aún se negaba a aceptar la existencia del GN — las pocas
menciones en diarios y revistas, siempre irónicas, aparecían de manera anónima
— empezó a cambiar de actitud con la publicación del tercer número de la
revista y consideró a las crónicas como un aporte en la historia de la narrativa
peruana contemporánea. Y lo que es más importante, las crónicas de Narración
ejercieron un considerable influjo en los medios de comunicación y en las
ciencias sociales. Entre 1975 y comienzos de los años 80 se publicaron diversos
informes de movimientos sociales redactados según el modelo propuesto por
nosotros.
IX La creación narrativa
La crítica adversa al GN le hizo un cargo que fue justo y pertinente hasta poco
antes de promediar la década de los 70. Con verdad se sostuvo que las posicio-
nes teóricas que defendía no estaban a la altura de sus creaciones y, más bien
con prejuicio, se añadía que las posiciones ideológicas asumidas habían destrui-
55
tica que era posible un trabajo colectivo sin menoscabo de la propia personali-
dad, lo cual rompía con aquella tradición narcisista de raigambre romántica que
consideraba a los escritores como seres eminentemente solitarios y marginales;
4) el haber reintroducido en nuestra narrativa el género de las crónicas; y 5) el
haber mostrado que las convicciones ideológicas, políticas y la perspectiva de
clase no necesariamente son un impedimento para la producción de textos con
un decoroso nivel artístico.
II
NARRATIVA II
EXILIOS Y RETORNOS
(MARIO VARGAS LLOSA Y ALFREDO BRYCE ECHENIQUE)
Erotismo y humor en Vargas Llosa y Bryce Echenique
(Elogio de la madrastra y Tantas veces Pedro)
1
"J'appellerai désormais le grotesque comique absolu, comme antithèse au comique
ordinaire, que j'appellerai comique significatif. Le comique significatif est un langage plus
clair, plus facile à comprendre pour le vulgaire, et surtout plus facile à analyser, son élément
62
étant visiblement double: l'art et l'idée morale; mais le comique absolu, se rapprochant
beaucoup plus de la nature, se présente sous une espèce une, et qui veut être saisie par
intuition. Il n'y a qu'une vérification du grotesque, c'est le rire, et le rire subit; en face du
comique significatif, il n'est pas défendu de rire après coup; cela n'arguë pas contre sa
valeur; c'est une question de rapidité d'analyse" (Baudelaire 1962, 254).
2
Sigo mi propia lectura de Bataille que difiere de aquella a la cual vamos a volver más
adelante, propuesta por Michel Foucault (véase nota 5).
63
No extraña, por eso, que sólo una minoría de los escritores latinoamericanos,
al parecer, hayan sido fieles lectores de Bataille3. Nada más alejado del hondo
sentido trágico que exhalan las descripciones de Bataille que el erotismo triunfal
y hasta jubilante que se encuentra en Cien años de soledad de García Márquez
o en Paradiso de Lezama Lima. También los dos autores que voy a presentar
ahora siguen esta línea: Tantas veces Pedro (1987) de Bryce Echenique y
Elogio de la madrastra (1988) de Vargas Llosa — dos novelas aparecidas con
sólo un año de diferencia — tratan el tema erótico. Lo tratan ampliamente, con
tal prolijidad que se nos promete, en la contraportada de la Madrastra, una
"audaz incursión" en un género hasta ahora todavía excluido del canon de la
"buena" literatura, "la novela erótica". Lo tratan, sin embargo, con desenvoltu-
ra, con humor. Llama la atención el fenómeno que se nos presenta, hasta ahora,
en términos de lo que, en filosofía, se llama, "aporía". Según ésta, los términos
se excluyen mutuamente: el humor al erotismo y el erotismo al humor, si bien
es cierto — según Bataille — que "l'extrême licence liée à la plaisanterie
s'accompagne d'un refus de prendre au sérieux [...] la vérité de l'érotisme"
(ibid.).
Ahora bien, la única manera de escapar de la aporía consiste en cuestionar
los términos mismos que la constituyen. Pues bien: ¿quién nos asegura al fin y
al cabo que el "verdadero" erotismo siempre y en todas sus facetas excluye al
humor? ¿No es posible pensar que la verdad se encuentra justamente de los dos
lados? ¿No sería posible, tal vez, concebir una forma de humor que al mismo
tiempo se presentara como transgresión? ¿No sería posible, pregunto, que el
humor verdadero, "lo cómico absoluto" en el sentido de Baudelaire, fuera uno
de los posibles actos de transgresión inherente a lo que Bataille ha llamado la
"expérience intérieure" del erotismo (1957, 35ss.)? El verdadero erotismo,
podríamos decir entonces, parafraseando a Pascal4, sería aquel que se burla del
erotismo5.
3
Entre ellos, sin embargo, se encuentra Julio Cortázar. El Gran Cronopio, cuando de
amor se trata, súbitamente se vuelve ceremonioso. Aconsejo, al respecto, releer las
respectivas páginas en 62. Modelo para armar y Libro de Manuel.
4
"La vraie éloquence se moque de l'éloquence, la vraie morale se moque de la morale
[...] Se moquer de la philosophie, c'est vraiment philosopher" (Pascal 1974, 75).
5
Es cierto, por otra parte, que la risa — desde el punto de vista filosófico — sí que tiene
un lugar privilegiado en las reflexiones de Bataille. En un texto interesantísimo titulado
"Préface à la transgression", Michel Foucault ha tratado de circunscribir el lugar histórico
de las reflexiones de George Bataille acerca del "erotismo". Estableciendo un puente con sus
propias investigaciones, Foucault llega a la conclusión de que la experiencia del erotismo —
en cuyo centro Bataille ha colocado la "transgresión" — corresponde a una experiencia
situada históricamente más allá de aquella marcada por la "formación discursiva del sujeto".
La experiencia del erotismo supone, pues, la "muerte del sujeto", es decir, la experiencia
fundamental del sujeto de su propia finitud, de su incapacidad, por ende, de seguir
representando la totalidad, es decir, lo que tradicionalmente se llama Dios. La "muerte del
64
Según esta hipótesis, lo que hay que examinar, pues, sería un doble
movimiento transgresivo, una transgresión en dos pasos, por decirlo así: la
transgresión erótica propiamente dicha, por un lado, y la transgresión cómica
por el otro; con la salvedad, sin embargo, que la primera siempre aparezca
acompañada de la segunda. En el caso contrario, sin embargo, cuando en el
mismo texto lo erótico humorístico está alternando con lo erótico serio, hay
peligro de caer en la mera "plaisanterie" mencionada por Bataille o que lo
cómico sólo sirva para expresar "l'idée de supériorité" (Baudelaire 1962, 248
y 254) a la que ciertos teóricos han tratado de reducir la significación de la
risa. Cuando prevalece la idea de la superioridad, salimos del terreno de lo
"cómico absoluto" y entramos más bien, en el de lo "cómico significativo" —
para citar los conceptos de Baudelaire —, propio al gesto retórico de la ironía.
El paso puede observarse — esa es la hipótesis que voy a desarrollar a
continuación — al comparar las novelas de Vargas Llosa y de Bryce Echenique.
II Elogio de la madrastra
No cabe duda de que la concepción de las categorías "interdit" y "trans-
gression" en la teoría de Bataille, es transhistórica; el modo de su mani-
festación, sin embargo, no puede ser sino histórico (cf. 1957, 58). Las muy
diversas reacciones suscitadas por Elogio de la madrastra son un signo
elocuente de esta variabilidad. La razón de estas variables hay que buscarla no
sujeto" — en la perspectiva de Foucault —, por eso, no es sino otra expresión para hablar de
la "muerte de Dios". Lo que le interesa a Foucault, sin embargo, es el "discurso" de la
sexualidad, lo que la sexualidad nos dice históricamente: "Ce qu'à partir de la sexualité peut
dire un langage s'il est rigoureux, ce n'est pas le secret naturel de l'homme, ce n'est pas sa
calme vérité anthropologique, c'est qu'il est sans Dieu; la parole que nous avons donnée à
la sexualité est contemporaine par le temps et la structure de celle par laquelle nous nous
sommes annoncés à nous-mêmes que Dieu était mort" (Foucault 1966, 752).
Es aquí donde surge, en el centro mismo de la experiencia erótica, la risa: "Mais que
veut dire tuer Dieu s'il n'existe pas, tuer Dieu gui n'existe pas? [subrayado por Foucault]
Peut-être à la fois tuer Dieu parce qu'il n'existe pas et pour qu'il n'existe pas: et c'est le rire
[subrayado mío], [...] La mort de Dieu ne nous restitue pas à un monde limité et positif, mais
à un monde qui se dénoue dans l'expérience de la limite, se fait et se défait dans l'excès qui
la transgresse" (ibid., 753s.).
Nos enfrentamos, pues, a dos problemas. Una cosa es la deducción filosófica del humor
y de la transgresión. Véase, al respecto, también el artículo de Bataille (1956) "Hegel, la
mort et le sacrifice", donde expresa que ya "el mito [cristiano] de la muerte de Dios" debe
ser concebido esencialmente en tanto que "comedia" (ibíd., 25). Otra cosa es, sin embargo,
el problema de su realización estética. Referiéndose justamente a este problema, Helga Finter,
a propósito de un análisis de las "estrategias de la risa" en Le bleu du ciel, subraya la
multiplicidad de las formas históricas de una "representación de lo heterogéneo" (1992, 28).
He aquí también la problemática del presente trabajo, donde observaremos que tanto la
categoría de la transgresión como la del humor no se presentan sino como variables
históricas.
65
6
Véase, al respecto, el epílogo de este trabajo.
68
En las novelas realistas, las cosas tampoco ocurren así, podemos añadir. Por
eso, al final de la Madrastra, quedan evacuados tanto el humor como el
erotismo. A quien le parezca exagerada la afirmación, tiene que comparar el
primero de los comentarios con el último. Si bien el primero — Candaules, rey
de Lidia, muestra su mujer al primer ministro Giges — no es erótico, tiene por
lo menos la ventaja de ser un buen ejemplo, si eso no fuera una contradicción
en sí de escritura pornográfica; por otra parte, el último — un comentario de la
famosa Anunciación de Fra Angélico — se pierde en lo anodino de una
cotidianidad completa: la Virgen Inmaculada — eje de un misticismo
transgresivo milenario desde la patrística hasta Georges Bataille — se ve
transformada en la heroína de un melodrama de pequeña burguesía.
labios porque era mentira y ella esta vez no le volvería a dar jamás
otra cita en el bar del «Ritz», Sophie (BE, 244).
La última frase no es la última del libro, ni siquiera la última del protagonista.
Sin el epílogo que sigue, el final del capítulo cuarto que hemos citado equival-
dría solamente a un sarcasmo: Pedro, el protagonista de la experiencia erótica,
se ha trasformado definitivamente en la víctima de aquélla a la que adora. To-
davía es capaz de reconocer que todo ha sido "mentira".
Es igualmente capaz de reconocer que la continuidad no existe. Es por eso
que va a morir. La que sobrevive — Sophie la adorada — aparece, por ende,
como la que detenta el poder, la que posee el discurso, es decir, la "mentira"
o la fantasía. La "verdad", es cierto, se encuentra del lado de Pedro, es decir,
del lado de la víctima. Pero se trata de una verdad a la que le falta la Gracia —
jesuíticamente hablando — "eficaz". Simplemente, se muere. Desde el punto de
vista de la víctima, pues, no hay más allá. No hay un más allá de la mentira —
claro está —, pero tampoco hay un más allá de la verdad...
Yo no sé qué tipo de "más allá" habrá. Bryce Echenique tampoco pretende
saberlo. Es cierto, sin embargo, que hay un más allá del sarcasmo que
acabamos de comentar. Consiste en que la misma víctima también asume la
"mentira", es decir la "fantasía". Pues bien, el epílogo no sólo refiere que la
víctima sobrevivió; no sólo refiere que Pedro, por primera vez en su vida, ha
escrito un cuento que no va a romper, sino que además — y más allá de todo
eso — vuelve al tema erótico, es decir que hace resurgir a la misma Sophie, la
asesina. Es con ese toque de humor "absoluto" que se acaba la novela. Ese
humor es transgresivo en la medida en que no acepta la violencia, es decir las
consecuencias, en última instancia, letales1 de la experiencia del erotismo. Es
ese tono, creo yo, el que da al último párrafo de la novela su gracia y su
ligereza:
De pronto, Sophie cruzó los brazos sobre el pecho como si fuera a
exclamar ¡Dios mío!, pero en cambio soltó la carcajada al ver que
su perro le arrancaba los papeles que Pedro llevaba en la mano. La
risa que le dio, la prisa que no tenía, el acento tan divertido del
7
Dejo al lector decidir en qué medida esta conclusión corresponde a la "definición" del
concepto de transgresión propuesta por Foucault: "La transgression [...] prend, au coeur de
la limite, la mesure démesurée de la distance qui s'ouvre en celle-ci et dessine le trait
fulgurant qui la fait être. Rien n'est négatif dans la transgression. Elle affirme l'être limité,
elle affirme cet illimité dans lequel elle bondit en l'ouvrant pour la première fois à
l'existence. Mais on peut dire que cette affirmation n'a rien de positif: nul contenu ne peut
la lier, puisque, par définition, aucune limite ne peut la retenir. Peut-être n'est-elle rien
d'autre que l'affirmation du partage. Encore faudrait-il alléger ce mot de tout ce qui peut
rappeler le geste de la coupure, ou l'établissement d'une séparation ou la mesure d'un écart,
et lui laisser seulement ce qui en lui peut désigner l'être de la différence" (1966, 756s;
subrayado mío).
71
Epílogo
La discusión suscitada por la puesta en escena del texto que precede me
extrañó, no tanto por su intensidad, sino por los puntos que se discutieron. No
se discutió el análisis de Tantas veces Pedro. Tampoco se discutió la
legitimidad de hablar sobre dos novelas latinoamericanas partiendo de un
discurso tan intrínsecamente europeo como el de Georges Bataille. Lo que sí se
discutió, en cambio, fue mi análisis del Elogio de la madrastra. Pronto se
formaron dos grupos: los que le reprochaban a Vargas Llosa el haber tomado
demasiado a la ligera el problema de la sexualidad al comportarse en su
Madrastra, según ellos, como un niño grande incapaz de transmitirle al lector
la esencia de la sexualidad... La otra fracción, en cambio, me reprochó a mí el
haber tomado demasiado a la ligera al mismo don Mario porque, según ellos,
no todo en la Madrastra era sátira social, no todo, pues, pertenecía a la
categoría de lo "cómico significativo". Así, por ejemplo, el pequeño Alfonsito
era — ¿verdad? — "un gran perverso; eso es lo importante..." Si mi
interlocutora de Eichstätt (Carmen Ollé) tenía razón, me dije más tarde, mi
interpretación de la Madrastra, si no era simplemente equivocada, por lo menos
era limitada en la medida justamente en que yo había subestimado la carga
transgresiva de un texto, al cual, conforme a las reacciones de mis
interlocutores, sí que debía aplicársele la categoría de "texto erótico".
Dos conclusiones son imprescindibles. La una: la "carga transgresiva" de la
Madrastra es el resultado de todo un conjunto de estrategias literarias
específicas. En otro lugar he demostrado8 que se trata de las mismas estrategias,
en parte por lo menos, de las que el autor se sirve en la obra precedente. Por
eso, no es necesario insistir en ellas. La otra: de hecho, con la Madrastra,
estamos frente a un caso de "transgresión", porque no cabe duda de que el
autor ha conseguido dar la palabra a la sexualidad, en el sentido mismo que se
atribuye al término en la cita que nos sirve de epígrafe. La prueba se presenta
en la discusión a la que me refiero: es transgresivo el lenguaje de la sexualidad
no sólo porque tiende a derogar las leyes de un lenguaje regido por la "lógica",
sino porque es portador de un existir humano, cuya forma es la experiencia
rigurosa de la finitud.
8
Véase Walter Bruno Berg: "Elogio de la madrastra: Humor, Erotik und Polyphonie bei
Mario Vargas Llosa" (publicación prevista para 1998).
72
Bibliografia
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de Philosophie (Neuchâtel) 5, 21-43.
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Finter, Helga. 1992. Heterologie und Repräsentation: Strategien des Lachens.
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31.
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Suhrkamp (Bibliothek Suhrkamp, 379), 62-92.
Vargas Llosa, Mario. 1988. Elogio de la madrastra. Buenos Aires: Emecé
Editores, [citado como VLL]
La ventriloquia y el otro
en El hablador de Vargas Llosa
Mark I. Millington
relación a los que son intrusos en su territorio y cultura: los dos existen en un
estado de subalternidad efectiva o potencial.
La palabra "subalternidad" describe su posición con respecto a otros grupos
o fuerzas dentro del Perú. Y la novela contiene un debate acerca de esta
posición y la ética de su asimilación paulatina a la vida nacional. En este debate
las voces provienen del narrador y de Saúl Zuratas. El narrador considera que
los machiguengas son primitivos y que su cultura no puede mantenerse ajena al
contacto con la poderosa y expansionista cultura capitalista del Perú. Cree que
el proceso de su asimilación a la economía de mercado es inevitable y deseable,
y califica su propio punto de vista de pragmático. En cambio, Zuratas denuncia
vehementemente la asimilación de los machiguengas. Declara que los
misioneros están tratando de destruir la lengua y la cultura machiguengas como
formas vivientes y que es evidente que el grupo ha elaborado una vida en
perfecta armonía con su ambiente. Zuratas reitera constantemente el contraste
entre las costumbres machiguengas y la destrucción ambiental producida por la
cultura occidental, e insiste en la necesidad de mantener su absoluta separación
para preservar su integridad y cultura. El narrador califica esta perspectiva de
idealista y nada práctica. Pero a pesar de la crítica del narrador sobre la
opinión de Zuratas y la insistencia sobre la "moderación" y el pragmatismo de
la suya, las dos posiciones en el debate se definen claramente. Sin embargo, ya
es evidente que los que se articulan son los puntos de vista de los que no son
machiguengas: éstos no hablan en este debate, y esto tiende a confirmar la
opinión de Spivak.
Para entender la manera en que se elabora este debate es necesario consi-
derar quiénes son los participantes. Primero se analizará la posición de Zuratas,
y al final del ensayo la del narrador. La identidad de Zuratas está determinada
por dos factores, el físico y el cultural/religioso. Aparece desfigurado por su
melena roja y caótica y una marca de nacimiento roja oscura en la mitad
derecha de la cara. Su otredad se subraya diariamente en la reacción hostil de
los limeños que lo tratan como si fuese un monstruo. Su hibridismo físico
(medio desfigurado, medio normal), se complementa con sus raíces en una
familia judía de Lima. Siente que sus antecedentes judíos lo marginalizan en la
sociedad limeña, predominantemente católica, a pesar de que sus raíces blancas
le presten cierto privilegio en términos raciales. En efecto, está claro que la
caracterización de Zuratas como marginado tiene algo de excesivo, un exceso
que corresponde al extraño proceso por el que pasa en la selva.
La marginalización del judío Zuratas por parte de los limeños le permite al
narrador sacar unas conclusiones bastante obvias acerca de las razones de su
profunda dedicación al estudio de los machiguengas y de su identificación con
ellos; los dos viven al margen del poder y en un estado de diàspora: los judíos
sin raíces y errantes; los machiguengas nómadas y constantemente "andando."
Pero si bien, por una parte, los judíos pertenecen en cierto sentido al mundo de
Lima, la verdad es que, por otra parte, los machiguengas tampoco se encuen-
tran en un estado de otredad absoluta. La existencia de estudios etnográficos
75
fotos sacadas por un italiano en la selva amazónica. Las fotos representan a los
machiguengas y desencadenan una serie irreprimible de asociaciones y
pensamientos: es decir, lo Otro interrumpe violentamente su asimilación
tranquila a Florencia. A continuación, el período que pasa allí se divide entre
la lectura de los grandes escritores italianos y la recuperación de sus ideas
acerca de Zuratas y los machiguengas. Esta combinación de preocupaciones
resume la posición del narrador: puede ser que esté en Europa en un sentido,
pero también está en América Latina en otro; puede ser que conozca
profundamente el arte europeo pero también forma parte de la invasión de
Florencia por los turistas, forasteros por antonomasia; puede ser que haya
visitado a los machiguengas en la selva, pero es con los misioneros con quienes
se comunica más fácilmente. Cuando está en Florencia representa una parte
muy particular del Tercer Mundo en el Primer Mundo; cuando está en la selva
es una parte del Primer Mundo en el Tercer Mundo. El narrador y Zuratas
ocupan posiciones igualmente complejas y culturalmente híbridas, y a este
respecto sería apropiado replantear la cuestión de Spivak, ¿puede hablar el
subalterno? Si la novela parece contestar a esta pregunta con una negativa — en
este contexto los machiguengas no pueden hablar —, la pregunta que tiene que
dirigirse al narrador es: ¿quién o qué habla cuando habla él? La respuesta,
como hemos visto, es una multiplicidad de fuerzas e intereses. A estas alturas
del siglo veinte, hay pocas posiciones culturales puras: poca continuidad
cultural no problemática, pero también pocas rupturas absolutas. Al encontrarse
las culturas, éstas se redefinen en procesos complejos en los que el poder del
habla es decisivo, pero raras veces distribuido igualmente.
Bibliografía
Spivak, Gayatri C. 1988. Can the Subaltern Speak? En: Cary Nelson y Law-
rence Grossberg (eds.). Marxism and the Interpretation of Culture. London:
MacMillan, 271-313.
Vargas Llosa, Mario. 1987. El hablador. Barcelona: Seix Barral.
"Peruanos en el extranjero":
el exilio en Permiso para vivir de Alfredo Bryce Echenique
Sonia V. Rose
1
Se trata de una diàspora particular, motivada por cambios políticos, y que cuenta con
un importante núcleo de personas pertenecientes a un nivel cultural y económico superior,
y caracterizada por los siguientes rasgos: a) invierte la tendencia de inmigración europea
hacia América; b) siendo muchos de los exiliados hijos o nietos de inmigrantes europeos, el
exilio puede tomar, en ellos, un cariz de viaje de retorno; c) no se trata de un salto fronterizo
sino de viajes transcontinentales.
2
En nuestro siglo, los exilios latinoamericanos se insertan en una larga serie (ruso,
alemán, español, entre otros), cuya importancia literaria ha dado lugar a una rama
especializada de la investigación. En cuanto al exilio literario, es de particular importancia
la investigación centrada en París como lugar de exilio. Cf. nuestra bibliografía.
82
3
Todas las citas en lo que resta del apartado provienen, salvo indicación contraria, de
Hueso húmero (1981). Colocamos en paréntesis el número de la revista y de página.
4
A pesar de esta afirmación, es sabido que Durand, profesor en la Universidad de
Berkeley, pasaba el verano académico norteamericano en Lima, donde falleció.
83
viajen a menudo al extranjero, a veces por largos períodos, pero sin llegar a
instalarse allí. Son los escritores que Sánchez León (1987) ha denominado "aller-
retour".
5
Todas las citas de Bryce del presente apartado pertenecen, salvo indicación contraria,
a esta obra.
6
La acción se centra en Francia, España, Puerto Rico, Estados Unidos, el Perú y Cuba,
donde transcurre un tercio del libro.
7
Del sentimiento de no estar del todo, en Cortázar 1984 [1967], I, 32-38; la cita está en
37. La polémica entre Cortázar y Arguedas sigue siendo el episodio más conocido y tal vez
más importante de esta problemática. Cf. la edición abreviada de 1969.
85
III El yo y su circunstancia
Permiso para vivir, a pesar de rechazar las pautas de la autobiografía o de las
memorias tradicionales y de inscribirse en la tradición de anti-memorias cuyo
prototipo es la de Malraux8, no escapa a la postura discursiva propia del género
autoreflexivo: un ego-hic-nunc desde el cual el yo se repliega y narra hechos del
pasado. Aunque en el caso de la obra de Bryce, el "aquí y ahora" de la narración
y el "allá y entonces" de la acción no dan a la obra una estructura bipolar
rigurosa, sí crean, en los capítulos referidos al Perú, un juego de vaivén entre
este "aquí" de la escritura y aquel "allá" referencial.
El número de capítulos dedicados al Perú (de forma total o parcial) es escaso,
lo que hace la selección más relevante9. Si los reordenamos cronológicamente,
observamos que estos capítulos forman una unidad y que tanto las anécdotas y
las situaciones narradas, como las reflexiones independientes o en torno a ellas,
son etapas en el camino de formación del yo y: a) contribuyen a construir la
persona narrativa; b) reflexionan sobre la relación entre el individuo y su
sociedad.
Las Antimémoires de Malraux (en las cuales se inspira explícitamente Bryce)
se nutren de la conciencia que tiene el autor de la relación (aunque ésta sea
fragmentaria y trunca), entre los acontecimientos de su vida y un proceso
8
Malraux explica el título de sus memorias con las palabras: "J'appelle ce livre
Antimémoires, parce qu'il répond à une question que les Mémoires ne posent pas, et ne
répond pas à celles qu'ils posent; et aussi parce qu'on y trouve, souvent liée au tragique, une
présence irréfutable et glissante comme celle du chat qui passe dans l'ombre: celle du farfelu
dont j'ai sans le savoir ressuscité le nom" (1972, 23). Mientras que existe una larga
bibliografía sobre la autobiografía en general, escasean investigaciones sobre el género en la
literatura latinoamericana. Cf. Molloy 1991; para el Perú, Castillo 1994.
9
D e los 71 capítulos de la obra, 18 se refieren de modo directo al Perú. Dentro de éstos,
13 pertenecen a la época anterior al exilio (infancia, adolecencia, juventud) y cinco a la época
posterior.
89
10
Compárese la actitud de Bryce con la de Malraux: "Que répond donc ma vie à ces
dieux qui se couchent et ces villes qui se lèvent, à ce fracas d'action qui vient battre le
paquebot comme s'il était le bruit éternel de la mer, à tant d'espoirs vains et d'amis tués?"
(1972, 12)
" No estamos de acuerdo con Castillo en su hipótesis central, a saber, que dicho desen-
cuentro es una particularidad del peruano o del hispanoamericano, cuya raíz se hallaría en
la situación colonial.
12
Ante la acusación perpetua de ser un aristócrata, Bryce no deja de justificarse en más
de una oportunidad, aunque risueñamente: "sólo tengo de niño bien y de oligarca podrido en
sentido literal y en sentido de dinero, cosas ambas que se me han atribuido, un ligero toque
de todo aquello" (21), acentuando en más de una oportunidad el hecho de que siempre ha
tenido que trabajar para vivir.
90
13
Si éste fue '"por antonomasia, el afrancesado hispanoamericano del siglo XVII' [sic]",
dice, citando a Estuardo Nuñez, él es "un desafrancesado peruano del siglo X X . M e
afrancesó mi madre en el Perú y me latinoamericanizó Francia a partir de los veinticinco años
de edad"; si éste tuvo, en el Madrid de Carlos III, inquietudes de nuevo rico, él se volvió un
nuevo pobre.
91
El lamento que, utilizando paródicamente el motivo del ubi sunt, enumera los
símbolos del criollismo, es más un llanto ante lo irrecuperable que la nostalgia
del exiliado por la patria que existe y que, eventualmente, recuperará. La
expresión del deseo de retorno se vuelve angustiante cuando esa "patria" ha
dejado de existir. El yo es consciente de pertenecer a una especie en vías de
extinción14, la ciudad que era su espejo ya no lo es, y ello hace el retorno
imposible:
Yo represento a esa Lima que olía a Yardley mejor que la Comuni-
dad Europea y por donde hoy circulan suicidamente unos informales
microbuses que vienen de barrios que no conozco y van hacia
barrios que ya jamás conoceré. Y así es, mi querido Inca Garcilaso,
el serrucho de la historia no huele a Yardley sino que huele como
mierda. Pero esto es lo que se llama la peruanización del Perú (23)' 5 .
Hay dos motivos que corren paralelos: el de la decadencia de la familia ("cuántos
retornos imaginarios a la ciudad natal [...] cuando visito y visitaba lo ya casi
nada que queda de la casa de invierno en la deteriorada Chosica" (200); el de
la decadencia de la ciudad cuya faz ha sido transformada, ciertamente por los
inmigrantes (los "nuevos limeños"), pero también por su propia clase, poseída
por un capitalismo dentro de cuyos valores (o falta de valores) el yo no creció
y con los cuales no se identifica.
Bryce pone en evidencia la dolorosa fragmentación de la sociedad peruana
y la quiebra que existe entre el proyecto de nación heredado y la realidad
nacional. Uno de los capítulos iniciales ("Primeros contactos con el pueblo")
narra una estadía del joven Bryce en la hacienda de sus tíos, "El Cortijo".
Estando en ella, es protegido y se hace amigo de un arriero, se enamora de la
hija de unos japoneses que manejan el tambo de la hacienda y sufre una caída
del caballo, luego de la cual se arrastra entre los campesinos procurando no ser
visto: "Alcé la vista y nos miramos con la más cruel indiferencia. Hasta creí ver
odio en esos ojos que me vieron seguir" (64). El capítulo es la primera etapa en
ese camino de aprendizaje que recorre el personaje en los capítulos consagrados
al Perú y que es uno de los hilos más significativos de las Antimemorias: el
despertar del niño a emociones universales, pero también su percepción de un
mundo — extraño, incomprensible y amenazante — más allá de las paredes del
"huerto cerrado" donde está creciendo: "Aun me veo sentado en la enorme mesa
14
"mis amigos limeños de siempre me quieren siempre tanto: 'Llegó el quedado...' Yo
represento el pasado para esos entrañables seres que son el pasado" (23).
15
Es curioso que Castillo afirme que "no son suyos la razón, el imaginario y la historia
oligárquicos" y que "ningún reclamo 'reaccionario' puede encontrarse en estas líneas ni en
toda la obra. Es simplemente su 'yo afectivo' otra vez confrontado a un orden que no siente
como suyo" (1994, 43).
92
del comedor y recuerdo [...] nadie se dio cuenta de que en tan poco tiempo había
conocido la amistad, el amor, y el odio" (66).
Si en la temprana adolecencia toma conciencia de una separación social y
étnica entre él y "los otros", su "diferencia" dentro de su propia clase social se
hace evidente más tempranamente. De niño, sus compañeros de colegio lo
interrumpen cuando narra historias, para pedirle pruebas de lo que cuenta:
Cuánta pena sentía yo entonces, qué enorme vacío interior, qué falta
de inteligencia y sensibilidad a mi alrededor. Sentía que, mediante
un feroz empujón, me habían obligado a descender de un lugar
privilegiado, a caer de narices en el inmenso territorio de la banali-
dad y el lugar común [...]. Ignoraban, además, [...] que la literatura
corrige las incomodidades de la realidad (78).
Este sentimiento de distancia entre él y sus congéneres y de quiebra se intensifi-
cará durante la adolecencia y, al ser percibido como un problema específico de
Lima en general y del medio de dónde él proviene, hace concebir el viaje a
Europa como la posibilidad de realización de su destino personal que el medio
le niega:
Deseaba tanto embarcarme un día rumbo a París y olvidar aquel
mundo al que parecía condenado de nacimiento y en el cual mis
mejores amigos se perfilaban ya como grandes hombres de negocios,
terratenientes, abogados, ingenieros y qué se yo. Todos habíamos
nacido con un porvenir brillante bajo el brazo, qué duda cabe, y yo
mismo llegaba a maldecirme al notar, cada día más, que nunca
lograría encajar bien en los mecanismos del dinero y el poder (149).
La ambigüedad lo acompañará siempre, su deseo de pertenecer y su imposibili-
dad de hacerlo. Cuando sus amigos Dibós y Massa lo visitan en París, anota:
Contemplo al Gordo Massa, gozo con él, veo nuevamente el mundo
que fue mío, o sea el duro, y el que nunca ya volverá a ser mío, o
sea el entrañable. [...] Vuelvo a pensar en mi cuento y en lo duro
que he sido con el personaje llamado el Gordo, con su mundo, con
sus valores (34).
La voz narrativa ironiza a veces sobre un sentimiento de cohesión nacional que
sólo parece revelarse en el extranjero. Una vez, de regreso a su casa en París,
lo abordan unos peruanos que dicen ser amigos de unos amigos suyos. Bryce
termina con ellos en un restaurante, "ejerciendo el agotador y cursi deber del
compatrioterismo" (159). Estos encuentros, ampliamente desarrollados en una
serie de sus novelas, se resumen en una frase del cuento "Dos indios", en el cual
el narrador conoce a Manolo "por la misma razón por la que todos los peruanos
se conocen en el extranjero: porque son peruanos" (8).
La reflexión se centra en ciertos caracteres nacionales: la melancolía ("Claro
que, como todos los peruanos, tengo algo de Vallejo empozado en el alma" (14);
93
la dificultad de comprometerse con una causa ("los peruanos hemos sido siempre
totalmente incapaces de ser argentinos hasta la muerte" (15); "Y héme aquí
quedado, ni tan radical ni tan radicado, sino en la eterna posición ecléctica que
adoptamos siempre los peruanos" (19); un cierto sentimiento trágico de la vida
("Me he detenido en este esfuerzo de desdramatización por lo dramáticos que
solemos ser los peruanos" (15); los rastros, en el imaginario nacional, de la
situación colonial (somos incapaces, dice Bryce, retomando la frase de Héctor
Velarde, de "establecer diferencia alguna entre un clásico desnudo griego y un
miserable calato peruano" (15).
El exilio en Bryce parece llevar a la toma de conciencia (metafísica) de que
el hombre no posee un lugar en este mundo, y de que sus (patéticos) intentos
por "pertenecer" están condenados al fracaso. De su alejamiento, que no es
táctico, sino inevitable, no puede regresar, y de allí la nostalgia, elemento
constitutivo de esta obra sin posibilidad de regreso. Es en la amistad y el amor
que encuentra una tregua, pero es sólo en la creación literaria que hallará un
"lugar" a partir del cual recrear su identidad. Bryce narra y escribe desde una
posición ex-céntrica, y es desde allí que estudia la comedia humana.
A pesar de que, cuantitativamente, son pocas, es sobre todo en las referencias
al pasado peruano que surge el desgarramiento de ese exilio voluntario y ese
querer volver sin poder hacerlo, tal vez porque no se trata de una vuelta
geográfica sino temporal, a un pasado que en realidad nunca fue, pero que de
ningún modo puede ser repetido, salvo a través de la escritura.
94
Bibliografía
Bryce Echenique, Alfredo. 1988. Cuentos completos (1964-1974). Madrid:
Alianza.
—. 1993. Permiso para vivir (Antimemorias). Barcelona: Anagrama.
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Oscar Ugarteche (comp.). Lo moderno en el Perú de los ochenta. Número
especial de Márgenes VII, 12, 37-54.
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Américas 57 (nov.-dic.), 136-138.
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francesa: 1980. Amérique Latine: exil et littérature. En: Jacques Leenhardt
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—. 1984 [1967]. La vuelta al día en ochenta mundos. Madrid: Siglo XXI de
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Cymermann, Claude. 1993. La literatura hispanoamericana y el exilio. En:
Revista iberoamericana LIX, 164-165, 523-551.
Echeverría, José. 1980. Exil de la conscience et conscience de l'exil. En:
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Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú.
Forgues, Roland. 1987. Bajo el puente Mirabeau corre el Rímac. Grenoble:
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Grinberg, León; Rebeca Grinberg. 1984. Psicoanálisis de la migración y del
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Kohut, Karl. 1983. Escribir en París. Frankfurt: Vervuert; Barcelona: Hogar
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Lauer, Mirko. 1983. Los exilios interiores: una introducción a Martín Adán.
Lima: Hueso húmero editores.
Malraux, André. 1972. Antimémoires. Nouvelle édition revue et augmentée.
Paris: Gallimard (folio 23).
95
NARRATIVA III
VIOLENCIA Y PAISAJE URBANO
(CRONWELL JARA Y MIGUEL GUTIERREZ)
Mitos de los sectores emergentes
en la narrativa peruana actual
James Higgins
En el Perú, las últimas décadas han visto un proceso de apertura social que ha
ido derribando las jerarquías tradicionales. Donde se nota más claramente este
proceso es en el campo de la educación, cuya expansión ha permitido que los
sectores populares accedan a la universidad. Gracias a este acceso a la
educación y a la cultura, han surgido escritores de origen popular que han roto
el monopolio que la clase media había ejercido sobre la literatura. El ejemplo
más dramático se da en la poesía con el grupo Hora Zero, que viene a ser la
expresión literaria de los emergentes sectores populares de provincias que
reclaman una voz y un lugar en la sociedad nacional. Pero el mismo fenómeno
se nota también en la narrativa. Este trabajo se centra en dos autores —
Cronwell Jara y Miguel Gutiérrez — y examina una tendencia que he detectado
en la narrativa peruana actual. La premisa de la cual parto es que todo grupo
social necesita una mitología para forjar un concepto positivo de sí y para
legitimar su derecho al espacio que pretende ocupar. Así, en el Perú
contemporáneo, escritores pertenecientes a las capas emergentes crean sus
propios mitos para convalidar el derecho de los suyos al espacio que se están
abriendo en la sociedad nacional. Las dos novelas de las cuales voy a hablar
refieren experiencias diferentes, ya que La violencia del tiempo de Gutiérrez
tiene como protagonista a un individuo que ha dejado atrás el mundo humilde
donde se crió, mientras que Patíbulo para un caballo de Jara es la historia de
una comunidad de inmigrantes. No obstante, ambos textos recurren a la misma
estrategia mitificante.
Como Cien años de soledad, La violencia del tiempo (1991) es una historia
de familia que abarca varias generaciones, pero mientras que los Buendía
constituyen la élite de Macondo, los Villar, como peones y yanaconas,
pertenecen a las masas rurales. Miguel Villar, el fundador de la línea, es un
soldado español que en vísperas de la Independencia deserta del ejército realista
y se refugia en el campo piurano, donde vive como bandido, asediando a las
comunidades indígenas de la región. Monta casa en el pueblo de Congará con
una muchacha india, Sacramento Chira, para luego abandonarla a ella y a sus
tres hijos. Su hijo Cruz venera una imagen idealizada del padre ausente,
desprecia a la madre india y vive resentido de que la pobreza le obligue a
labrar la tierra como un indio en vez de ocupar su debido lugar entre los
blancos. Más tarde concibe el proyecto de utilizar a su hija Primorosa para
elevar el rango de la familia y la entrega como concubina al terrateniente Odar
Benalcázar, el blanco más poderoso de la región, para "desaguar la mala casta"
(Gutiérrez 1991, III: 27), o sea, para deshacer el proceso de mestizaje. Pero su
100
Bibliografía
Gutiérrez, Miguel. 1991. La violencia del tiempo. Lima: Milla Batres. 3
tomos.
Jara, Cronwell. 1989. Patíbulo para un caballo. Lima: Mosca Azul.
Visión de la violencia y del paisaje urbano de Lima
en dos nuevas novelas
Antecedentes de la violencia
La historia peruana, como la de todos los países latinoamericanos, jamás ha
estado carente del drama de la violencia.
Hoy en día, mucho menos y, como vemos, lo mismo ocurre en diversos
países del mundo. La violencia, ese monstruo de miles de ojos y de miles de
tentáculos que de muchos modos nos compromete a todos, como bien supone-
mos, no es invento de este siglo vertiginoso y atolondrado — que como jamás
en la historia del mundo ha inventado miles de aparatos, sabia o irrespon-
sablemente, desde un televisor a colores, una computadora, un precioso racimo
de bombas atómicas, hasta una vanguardia de locos artistas con sus disparata-
dos "ismos" proclamando una nueva escala de valores, una nueva moral, un
nuevo orden, un nuevo concepto de la vida y del arte —.
El drama de la violencia lo arrastra el hombre desde la época de las ca-
vernas. En el Perú al menos yo veo la cosa así. La violencia es cosa de todos
los días, convivimos con la violencia, la respiramos a diario, nos acostamos y
nos levantamos con ella. Y hasta cuando dormimos, la soñamos. Y la tenemos
muy presente también cuando nos cepillamos los dientes. O cuando el odontó-
logo trata de salvarnos una muela. O cuando subimos a un bus. O cuando
vamos a una farmacia a comprar una medicina y, de repente, descubrimos que
nos falta el dinero.
Como un ser humano común, en lo que a mí se refiere, no soy admirador
de la violencia. La temo, y será que por ello muchas veces, para dominar este
pánico, trato de describirla para deshacerme de ella y hacerme la vida más
grata, y así también hacerle la vida más placentera a otros.
Pero, en el Perú de ahora, contrariamente a lo que piensan muchos jóvenes
narradores o poetas, la violencia no es pan de hoy en día. Tampoco es invento
de las luchas del pequeño ejército del MRTA (Movimiento Revolucionario
Tupac Amaru) ni de las fuerzas senderistas, que tantas vidas han truncado en
este país, aniquilando a miles de niños, mujeres e inocentes y desarmados
campesinos a fuerza del filo de un cuchillo o de una hacha decapitadora.
Tampoco únicamente proviene de las fuerzas represivas del Estado, expertas en
misteriosas desapariciones de dirigentes estudiantiles, hombres de negocios,
políticos, o en construir cárceles cada vez más sofisticadas o en subir cada día
el costo de vida con el ánimo de deshacer o destruir la violencia; que también,
a costa de sangre y terror, promueven.
La violencia en el Perú, cada día más refinada, tiene raíces profundas,
complejas — como nuestra variedad de razas, idiomas, visiones de mundo;
107
La violencia y la historia
En el Perú, el reino de la violencia se estableció desde antes de la llegada de
los conquistadores españoles. Los incas también tenían sus formas de esclavi-
tud. Empezaban a construir un gran imperio y sabían imponerse a otras nacio-
nes americanas a fuerza de guerras y astucias. Pero con la presencia del con-
quistador europeo el mundo se transformó con mayor crueldad y codicia. Los
conquistadores arrasaron pueblos y saquearon todo lo que eran piedras precio-
sas y oro. Y así eliminaron millones de vidas, vidas con sus doctrinas, idiomas,
visiones de mundo, filosofías, artes, ciencias. Ciencias y artes que hasta hoy
sorprenden al antropólogo y a otros científicos.
Las manifestaciones de la brutal violencia de los conquistadores en el
mundo andino las conocemos todos a través de las crónicas y otros legajos, en
donde podríamos observar las mil formas de dominio y control que tuvo la
colonia y el virreinato; a través de la esclavitud, los despojos de tierras de que
eran víctimas los indios y a través de la Santa Inquisición, imponiéndose el
terror con la hoguera, horcas y mil tormentos; en fin, con los denigrantes y
permanentes maltratos durante 400 años. Se calcula que antes de la llegada del
conquistador europeo había aproximadamente unos diez millones de indios. Y
que sobrevivieron apenas unos dos millones luego de las guerras de la indepen-
dencia.
Pasadas las guerras independentistas tampoco nos liberamos de los derrama-
mientos de sangre. Todo lo contrario. Sin la experiencia de gobernar, sin una
tradición de política y espíritu republicano, la ambición por el poder de muchos
militares que se sentían iluminados por un ser divino, provocó que ante cada
nuevo gobierno legalmente constituido se dieran durante los 79 años de nuestra
etapa republicana, en el siglo pasado, más de medio millar de motines, alza-
mientos y golpes de estado, con sus correspondientes réplicas sangrientas, en
donde más de un amotinado o golpista fue a parar a la horca, fue fusilado o
murió en prisión.
Con tan pésimos gobernantes — salvo la respetable presencia del dos veces
presidente Mariscal Ramón Castilla —, la nueva república del Perú,
108
La generación del 50
A partir de este medio siglo, con la importación de nuevas visiones del hombre
contemporáneo — Kafka, Sartre —, como de las técnicas narrativas llegadas
sobre todo del mundo norteamericano — Ernest Hemingway, William Faulkner
— e irlandés — Joyce —, gracias en este caso al estupendo traductor como
escritor Carlos Eduardo Zavaleta, aparecerán nuevos autores que bien aprove-
charán no sólo las técnicas sino además las nuevas perspectivas de observar al
hombre en su medio social. Joyce, con Ulises, asombra y da cátedra a los
escritores peruanos, incentivándoles la confianza en sí mismos y ofreciéndoles
la posibilidad de novelar inmensos espacios intocados, nuevos: la conciencia
atormentada y apabullada por la monótona cotidianidad del hombre de este
siglo y la urbe de Lima, la capital del Perú y sus habitantes de clase media o
baja, turbados por una infinidad de problemas propios de una ciudad que crece
desordenadamente, en sus extramuros, sin planificación alguna. Aparecen las
barriadas o suburbios que se fomentarán en cientos de diversos espacios en
torno a la atrayente capital, la que trata de modernizarse y ponerse al día según
el avance del capitalismo norteamericano y su cada vez más sofisticada tecnolo-
gía e industria, de las cuales se hace dependiente; y aparecen nuevas y desespe-
radas formas de vida, de vidas angustiadas y miserables.
Empezando, a la vez, un proceso de tugurización también en el interior de
la ciudad misma, debido en gran medida al incontenible avance migratorio de
los hombres y mujeres provenientes de todos los sectores del interior del país,
sobre todo de la zona andina, debido también a la pobre solvencia económica
de los gobiernos de turno, a la carencia de puestos de trabajo; ahondándose las
crisis en los diversos sectores laborales e institucionales, motivando huelgas,
marchas de protesta populares, persecuciones políticas, exilios, muerte y otras
formas de violencia.
Lima recibe entonces, como nos refiere el escritor y crítico literario Miguel
Gutiérrez, entre los años 1958 y 1965, las novelas No una, sino muchas muer-
tes (Congrains Martín), Crónica de San Gabriel (Ribeyro), La ciudad y los
perros (Vargas Llosa), Los Geniecillos Dominicales (Ribeyro), Una piel de
serpiente (Loayza) y En octubre no hay milagros (Reynoso).
Obras que — con excepción de Crónica de San Gabriel, que es una novela
que nos revela un mundo andino —, nos describen, en su conjunto, por primera
110
Los inquilinos se ven en apremios porque, para colmo, el valor del precio
adquisitivo del dólar ha subido, acrecienta la inflación, el costo de vida encare-
ce, y de ningún modo podrían pagar ahora las nuevas tarifas de alquiler y
mucho menos adquirir los departamentos. "No había dinero. ¿De dónde lo iban
a sacar?" El Banco Popular, con su representante el Dr. Vargas, amenaza
entonces con el definitivo desahucio.
Los inquilinos asumen la amenaza de deshabitar los departamentos del
edificio como una declaración de guerra. Y deciden primero suplicar com-
prensión, reclamando por la supuesta injusticia de subir el costo del alquiler sin
que los señores del Banco Popular consideren que las instalaciones sanitarias
del edificio están averiadas, que las veredas y postes de luz los puso el Estado,
que ellos son gente muy pobre; pero todo reclamo resulta inútil. La obsesión
del desahucio los amenaza cada vez con mayor fuerza. Y los habitantes del
edificio, aún incrédulos, vacilantes, todavía no saben cómo enfrentarse a una
lucha frontal si en un caso llegase ese día.
Pero esa batalla no llega al inicio.
Los accionistas del Banco Popular tienen una estrategia en la que no pensa-
ron los inquilinos. Manipulan a cientos de "descamisados" o "matones" (delin-
cuentes que realizan una tarea por un pago), es decir, a muchos hombres y
mujeres pobres para que invadan en una madrugada el edificio. Y así lo hacen,
siendo sorprendidos los residentes al ver cómo cientos de hombres y mujeres
ingresan con sus esteras, maderos, sogas y tablas con intenciones de instalarse
en la azotea como nuevos invasores. Motivando a que los inquilinos y los
nuevos invasores, días después, se enfrenten en una lucha campal.
Comandados por el joven comerciante y delirante filósofo Matías, los
inquilinos, si bien ganan la primera batalla, finalmente son derrotados y ex-
pulsados del edificio; perdiendo los inquilinos, de esta forma, todas las espe-
ranzas de recuperar sus antiguas habitaciones.
Siendo luego los "descamisados" quienes reemplazarán a los vencidos —
ante la vista y paciencia de la policía que ha sido testigo de la gresca, sin
intervenir, sospechosamente, en ningún momento —.
Pero, finalmente, los nuevos invasores también serán desalojados del edifi-
cio por las tropas del ejército, como era de esperarse, triunfando los accionistas
del Banco.
Es el argumento de la novela Final del Porvenir.
Entonces vienen las preguntas: ¿Qué visión de la violencia nos presenta la
novela y cómo se expresa ella en el paisaje urbano que nos describe?
Abreviando diremos:
Que la violencia en este universo narrativo tiene diferentes niveles en su
forma de manifestarse. Primero, a nivel del lenguaje, donde fundamentalmente
resaltan dos aspectos:
a) el uso de un lenguaje vigoroso y dinámico que nos estremece por su tono
realista un tanto exacerbado, implacable y que nos acondiciona a un obsesivo
sentimiento de desesperanza y pesadumbre por la vida de miseria, desorden y
113
desencanto que vive cada uno de los personajes, así como por la historia misma
que nos precipita a la pesadilla del desahucio, sin dejar de incluir el uso mu-
chas veces de imágenes agresivas o violentas:
Sonámbulo, zigzagueante, torpe. El tío Américo avanza por la
acera, por la pista. La cabeza gacha, hundido en las sombras. No
distingue nada. El sacón empolvado. Las manos entumecidas. No
escucha el ruido del comercio. No se da cuenta de los autos, de los
camiones. No siente el hedor de los basurales. Insomne, busca
paredes oscuras, callejones inciertos. Y sólo encuentra el ojo clava-
do de la noche (45).
b) por el uso de las enumeraciones descriptivas, sofocantes pero infatigables en
cualquiera de las páginas de la novela; veamos el inicio:
Ahora lo veo así — al tío Américo—, entre nubes de polvo y hu-
mo, y me parece inmenso, magnífico, invulnerable, arrastrando su
pesada carretilla azul. La figura inamovible, el gorro encasquetado,
rabioso, vidriado, corriendo en la reverberante Bolívar, las manos
sujetas a los manubrios corroídos, eludiendo automóviles y camio-
nes, trasponía los puestos de frutas, los quioscos de la comida, las
ferias de ropa vieja, y los abigarrados paraderos de ómnibus (7).
Segundo, a nivel de la historia, la violencia resalta también en base a dos
características fundamentales:
a) por las acciones violentas que acometen los personajes comprometidos en los
dramas de sus destinos, en donde los vemos agredirse unos a otros, sobre todo,
cuando se trata de los tradicionales pleitos entre jóvenes pandilleros, de una
calle con otra, por manifestar los celos por una muchacha, o peor aún, por
sentir una brabuconada machista:
La noticia sorprendió a todos: le pegaron a Pelelén, lo dejaron
inconsciente, sangraba la cabeza, tenía heridas en la espalda y en
las piernas. Fueron los chicos de la Giribaldi, incluso bajaron
atrevidamente al patio, ejecutaron las tropelías, e insultaron a las
mujeres. Era una declaración de guerra (151).
Otros ejemplos, que son inevitables porque justifican el sentido y la razón de
toda la novela, son los desplazamientos de violencia a que se ven obligados a
ejecutar los muchos protagonistas de la historia, acicateados por un criterio de
autodefensa más que de ecuanimidad y justicia, viendo que tendrán que verse
obligados a pelear, a palo y piedra, contra quienes los obligan a un desahucio
involuntario:
[...] los vecinos de Giribaldi y los de América, acometieron violen-
tos, una vez en la azotea, destrozaban las casuchas, volcaban pilo-
tes, echaban mesas y rompían colchones.[...] ¿En qué instante
comenzó la desbandada? Nunca lo supimos. Después de saciada la
114
Los verdes años del billar es el título de la novela de Roberto Reyes Tarazona.
El argumento de esta obra es como sigue:
Ricardo, el joven protagonista de la historia, en una gran narración, nos
relata el gran drama de su existencia; el insufrible periplo de su vida en la
escuela religiosa — donde no hay juegos ni alegrías —, dirigida por el cura
apodado Sapito, en donde tiene que padecer innumerables humillaciones debido
al reglamento riguroso y marcadamente católico: teniendo que rezar, confesar-
se, arrepentirse de sus pecados, amar a Dios, a sus padres, a los ángeles;
siéndole exigida una intachable conducta incontaminada de pecados o de malos
pensamientos y sentimientos que lo oprimen, que le hacen sentir el vacío de su
destino, la irrespirable hipocresía de los demás, la frustrante convicción de
saberse un ser inútil en una sociedad brutalmente violenta en la marcha de su
historia y en el destino que les toca cumplir a los hombres que en ella se
sindicalizan y se movilizan por sus reivindicaciones, como era el caso del
magisterio en pie de lucha y el de su profesor — con quien inicialmente discre-
pa — en ese combate de participación militante a partir de una concepción
ideológica marxista.
116
Conclusiones
Si bien ambas novelas, Final del Porvenir, de Augusto Higa, y Los verdes años
del billar, de Reyes Tarazona, tienen como espacios referenciales la década de
los 50, y la de los 60 con parte de los 70, respectivamente; sin embargo no
119
Bibliografía
Higa, Augusto. 1992. Final del Porvenir. Lima: Ed. Milla Batres.
Reyes Tarazona, Roberto. 1986. Los verdes años del billar. Lima: Amaru
Editores.
Cronwell Jara y la nueva novela de la ciudad
José Morales Saravia
I
Uno de los rasgos que expresan la modernidad del subcontinente se encuentra
en el hecho de que la mayoría de la población vive en ciudades1. El caso
peruano presenta, por supuesto, este rasgo2. Desde los años cincuenta se conoce
en este país un intensísimo proceso de traslado del campo a los diferentes
centros urbanos, sobre todo a la capital Lima3. Políticos, urbanistas, artistas y
escritores se han ocupado de este fenómeno; pero han sido sobre todo las
ciencias sociales las que le han prestado, prácticamente desde el inicio, atención
tratando de reflexionar y estudiarlo. Ellas han centrado su interés de estudio
predominantemente en torno al problema de las "barriadas", ya que éstas han
sido la forma espontánea de crecimiento urbano que han tenido las ciudades.
Lima no ha conocido un planteamiento urbanístico al estilo de Haussmann en
' Durand/Peláez 1965, 189 afirman: "Latin America, on the whole, is considerably more
urbanized than the average of the world's regions. It is more urbanized than either Africa or
Asia and somewhat more urbanized than southern Europe. Only North America, northwestern
Europe, Australia, and New Zealand are very far ahead of it in urbanization [...].
Urbanization in a majority of Latin American countries is megalocephalic."
2
Presentamos cifras y porcentajes siguiendo tres fuentes. La primera señala que en 1989,
el 69.3% de la población peruana vivía en ciudades mientras que el 30.7% en áreas rurales.
El proceso de crecimiento urbano en por cientos se puede observar siguiendo el siguiente
cuadro (Statistisches Bundesamt, Lánderbericht Peru 1990, 23):
La segunda fuente (Webb/Fernández Baca 1993, 101) presenta cifras con estimaciones hasta
1995. En 1993 se estimó que vivían 16.346.600 personas en ciudades mientras que en áreas
rurales lo hacían 6.580.400. Para 1995 se estimó respectivamente 17.246.400 y 6.607.600.
La tercera fuente (INEI 1995, 161) presenta después del censo de 1993 las siguientes cifras:
área de residencia urbana con 15.458.599 habitantes; área de residencia rural con 6.589.757
habitantes, siendo el porcentaje de la población urbana el 70.1.
3
Las cifras para el crecimiento de la Lima metropolitana suministradas por Webb/Fernán-
dez Baca 1993, 101 según los censos de 1971, 1972 y 1981, son respectivamente las
siguientes (en miles): 1.836; 3.295 y 4.608. La población de Lima, estimada según estos
autores para 1993, asciende a 6.753.000 habitantes, es decir más del conjunto de la población
rural en todo el país. El INEI 1995, 161, señala según el censo de 1993, una población de
6.386.308 para Lima.
121
4
Cf. Glusberg 1991, I: 99ss. para la creación de la Intendencia de Buenos Aires y la
labor de T. de Alvear como primer intendente entre 1883 y 1887. Véase Munizaga Vigil
1977 y 1992 para la labor de intendente de Santiago de B. Vicuña Mackenna entre 1872 y
1875.
122
5
La expresión "novela de la tierra" se encuentra, por ejemplo, en Rodríguez Monegal
1965, 54s., quien opone a ella la "novela urbana"; los autores que encarnan aquí la oposición
son Ciro Alegría y Juan Carlos Onetti, respectivamente, con sus obras de 1941 El mundo es
ancho y ajeno y Tierra de nadie. Entre otros Sánchez 1982, 434ss. emplea la expresión
"novela regional". Bellini 1985, 502ss. emplea también este término junto al de "novela
indigenista". Vargas Llosa 1969, 29ss. habla de "novela primitiva" que él opone a "novela
de creación". Franco 1969 diferencia entre "novela regionalista" y "novela realista" y sitúa
dentro de la segunda a la novela indigenista: Icaza, Alegría, pero también Asturias,
Castellanos y José María Arguedas.
123
II
Ya quedó dicho más arriba que la denominación de "literatura urbana" surgió
en contraposición a lo que se llamaba entonces "novela de la tierra" en sus
diferentes modalidades realistas, indigenistas, neoindigenistas, mágico-realistas,
etc. Más que ocuparnos ahora de demostrar si esta contraposición resulta
pertinente o no6, queremos buscar lo que se encuentra detrás de ella. Así como
la denominación "literatura urbana" puede ser vista dentro de un discurso más
amplio llamado urbano, de manera similar se podría buscar en el nivel de los
discursos uno dentro del cual pudiera verse la "literatura de la tierra" y de esta
manera a ese nivel contraponerlo al discurso urbano; este discurso podría
recibir el nombre algo vago y general de discurso étnico. Simplificando necesa-
rias diferenciaciones entre discurso étnico propiamente dicho y discurso etnoló-
gico ficcionalizado7, en este momento no tan pertinentes para nuestro uso
operativo del concepto, podemos definir el discurso étnico en el Perú por lo
menos con los siguientes rasgos: (1) es un discurso rural o sobre lo rural desde
la ciudad; (2) apela a un espíritu comunitario basado en lazos de solidaridad
dados por el parentesco, el grupo local, la región; (3) es por esto un discurso
fundamentalmente telurista; (4) es en la mayor parte de los casos un discurso de
resistencia que busca legitimar valores que los discursos no étnicos, frecuente-
mente nacionales, quieren manipular y (5) por lo mismo tiene una existencia
datada en coyunturas históricas determinadas que se pueden caracterizar por ser
momentos agresivos de modernización.
En la "novela de la tierra" el discurso étnico subraya los valores de las
comunidades del Ande, su solidaridad, su integridad, su moral, frente a la
sociedad "moderna", "capitalista", cuyos valores mezquinos desenmascara y
cuyas instituciones civiles, militares y religiosas muestra como perniciosas,
explotadoras e injustas. Tal vez el mejor ejemplo es aquí la novela de Ciro
Alegría El mundo es ancho y ajeno de 19418. Por su parte, en la así llamada
narrativa neoindigenista, el discurso étnico subraya enfáticamente no sólo su
crítica a la modernidad, su visión positiva de los elementos telúricos, sino que
pone el acento en describirlos desde la forma de sentir y percibir el mundo de
los personajes. Se trata aquí de lo que algunos estudiosos han llamado la
6
Para esto cf. Earle 1967, 204ss. que pasa revista a esta oposición y sus orígenes. Los
críticos allí considerados son Torres-Rioseco, L.A. Sánchez, Zum Felde, Fernando Alegría
entre otros.
7
Lienhard 1989, 131 señala cinco posibilidades de acercarse al otro y diferencia los
textos que estas posibilidades producen como etnografía, etno-testimonio, etnología, ficción
(al estilo del indigenismo) y etnoficción (invención total de la forma de hablar del otro).
8
Cf. Losada 1975, 75 que escribe sobre esta novela: "no presenta un mundo como una
proyección de la subjetividad sino como una interpelación que pone en cuestión las certidum-
bres y las expectativas de los grupos urbanos" y Cornejo Polar 1994, 200-207 que presenta
esta novela como excepción en relación al problema del entrabamiento del indigenismo frente
a la historización de la realidad indígena.
124
9
Cf. la descripción de Bellini 1985, 575: "Sustituye el nativismo intelectual y emotivo,
carente de un conocimiento cabal de la realidad indígena, por la experiencia directa, el
conocimiento desde dentro."
10
Léase, por ejemplo, "La fuga de Agamenón Castro" para comprobar el juego con los
diferentes tiempos narrativos o "Los dos maridos de doña Raquel Santos" para el tema del
erotismo.
125
11
Estos dos premios son los más importantes en el Perú y el segundo sitúa de alguna
manera la línea de tradición narrativa a la que se adhieren sus concursantes.
12
Cornejo Polar 1989, 105-155 ha tratado este tema del surgimiento de una nueva
tradición a principios de siglo; él señala como pilares de ella a Mariátegui y a Vallejo.
Cornejo Polar ve más bien la integración de lo étnico en el discurso nacional.
126
gentiles. Y así estos nombres como Rómulo y Pedro o Teodoro nos caigan
incómodos; medio gentiles y por eso la sangre, el espíritu de los indios todavía,
oigan lo que otros ya no oyen" (16). En este relato los valores nacionales,
representados por las fiestas patrias, por la celebración del centenario de la
Independencia, son opuestos a los valores étnicos que el cóndor y la creencia
en él muestran. La acción del relato está construida de tal manera para que el
representante mítico de la familia logre seguir viviendo. El relato apuesta por
la existencia del discurso étnico en un país o en una región donde lo étnico
empieza a desaparecer (hay que recordar que la acción del relato está situada en
1921, año del centenario de la proclamación de la Independencia y de la funda-
ción de la Nación). El texto mismo señala, por lo demás, que los jóvenes de
Santo Domingo — lugar de la celebración — ya no conocen la tradición y
piensan hoy en día de otro modo13. ¿No parece aquí cumplir Cronwell Jara a
cabalidad con el programa literario que caracterizó la producción neoindige-
nista?
III
Volvamos a nuestro punto de partida sobre el discurso urbano. ¿Es posible
hablar dentro de él de un nuevo momento? En la última década, tres estudios
parecen responder de manera afirmativa a esta pregunta. Uno de ellos, El otro
sendero (1987) de Hernando de Soto, hace uso de la noción de "informalidad"
para describir el surgimiento masivo de barriadas, la vertiginosa urbanización
y el movimiento dinámico de una sociedad que ha buscado un sistema alternati-
vo al de la construcción formal de viviendas y cuyo vehículo para acceder a la
propiedad inmobiliaria es la invasión de terrenos14. Un segundo estudio, Con-
quistadores de un nuevo mundo. De invasores a ciudadanos en San Martín de
Porres (1986), de Degregori, Blondet y Lynch, privilegia el aspecto político del
fenómeno y ve en él un proceso de democratización social en busca de conse-
13
Cf. 14. Los polos puestos en juego aquí se pueden referir a los conceptos de
secularización y ancestralismo. Rith-Magni 1994 ha mostrado para el arte visual peruano y
latinoamericano, que el ancestralismo ha sido un recurso reiterativo dentro del discurso de
la búsqueda de la identidad peruana y latinoamericana que ha atravesado todo el siglo X X y
que este concepto permite un mejor acercamiento a lo que se conoce como indigenismo
abstracto en las artes plásticas.
14
De Soto 1987, 17 da los siguientes datos: "En las últimas cuatro décadas el espacio
urbano de Lima ha crecido en un 1.200%. Este hecho es impresionante, pero lo es más si
consideramos que ese enorme crecimiento ha sido fundamentalmente informal [...]. Hechas
estas precisiones, hay que señalar que del total de viviendas de Lima en 1982, el 42.6%
pertenece a los asentamientos informales". De Soto explica qué se entiende por esto: "todas
las áreas pobladas que en el Perú se conocen como barriadas, barrios marginales, áreas
similares, urbanizaciones populares de interés social (UPIS), áreas de recepción, albergues,
pueblos jóvenes, asentamientos humanos marginales, asentamientos humanos municipales,
asociaciones y cooperativas" (1987, 17 nota 1).
127
15
Este trabajo coincide en muchos puntos con el de De Soto, pero toma una posición
crítica frente a los planteamientos de éste que considera neoconservadores: "Porque éste [De
Soto] visualiza a los sectores populares como una infinidad de individuos atomizados,
compitiendo unos con otros en pos de una misma meta: el éxito económico individual. A
través de nuestra historia [del barrio Cruz de Mayo], sin embargo, lo que aflora es una
tensión constante entre lo individual y colectivo, con predominio de este último aspecto en
los momentos decisivos: la fundación, por ejemplo. La clave del éxito de nuestros
protagonistas ha estado principalmente en sus experiencias asociativas, que no son tomadas
en cuenta por la visión conservadora" (Degregori et alia 1987, 295).
16
Golte/Adams 1987, 72, hablan de la "ética protestante" que caracterizaría al migrante
y coinciden en muchos puntos con De Soto: "Los migrantes, lejos de conformarse con la
estrechez de la oferta de empleo, empezaron a generar un tipo de economía a partir de sus
propias reglas, en parte reproduciendo formas de capitalismo temprano, aparentemente
arcaicas, tanto en la organización de la producción como en sus procedimientos técnicos, con
los cuales se sitúan en la estructura económica urbana, produciendo, vendiendo, comprando
y así dinamizando el crecimiento urbano". Golte/Adams 1987, 78, ponen el énfasis, a
diferencia de Degregori et alia, más en los lazos y estructuras traídos del campo que en los
nuevos vínculos de asociación creados y surgidos en el espacio urbano: "De ahí que la
cohesión 'paisana', con referencia a lo étnico y a una disposición abstracta de confiar más en
otro migrante del mismo origen, es muy grande".
17
Ellos son también — legítimo o no — un arreglo de cuentas con posiciones que miran
el "problema del mundo andino" como un autosacrificio de él en aras de la modernidad o que
juzgan dicho mundo desde posiciones elegiacas o paternalistas, donde los sujetos del
dinamismo histórico se sitúan en instituciones formales, el Estado o el partido. Sobre esto cf.
Cornejo Polar 1994, 187ss., especialmente la nota 63.
128
un registro que busca agotar el tópico de lo feo, de lo bajo y de lo vil. Más allá
de los criterios realistas de verosimilitud, Cronwell Jara no escatima medios
para describir a sus personajes en un estado extremo de degradación física,
intelectual y moral. Los personajes ya citados se alimentan de ratas, juegan y
conviven con cerdos, comen excrementos, están tuberculosos y locos. El
tratamiento que recibe el hijo de mamá Griselda, Yococo, sirve aquí de buen
ejemplo para ver la elaboración literaria de los personajes; él ha sido construido
de manera expresionista: posee una picadura de araña infectada y llena de pus
en la cabeza, es capaz de someterse a las pruebas más inverosímiles y no sentir
dolor, colecciona arañas, moscas y alacranes que guarda en una botella y es
considerado por sus amigos de juego como algo especial, como inmortal,
siendo que está desquiciado y es tenido por loco por los habitantes de la barria-
da. Yococo muere en una de las intervenciones de la policía; ésta lo atrepella
con sus caballos y le rompe los huesos. La madre Griselda fallece al abortar
luego de haber sido forzada y embarazada. El relato concluye en el momento
en que la niña narradora se encuentra sola, abandonada a su suerte, escondida
en una caseta, sintiendo el chillido de las ratas por todas partes, mientras ella
trata de soñar que unas palomas blancas la llevan al cielo a reencontrarse con
sus familiares muertos. Cronwell Jara asume en este relato de 1981 un registro
y recurre ahí a un tópico que volverá a retomar en su novela de 1989. En este
relato se contenta solamente con la plasmación del nivel más bajo de humanidad
como condición de miseria y marginalidad social: sus personajes principales no
tienen ya cabida ni entre los más pobres de la barriada; ellos no tienen pasado;
no existe para ellos la posibilidad de huida a algún idilio rural previo; sólo la
muerte se les ofrece como salida.
Esta visión estática, tremendista, extrema, es corregida en buena parte en
Patíbulo para un caballo. En esta novela, Cronwell Jara ha dejado que el
narrador principal sea el mismo del relato de 1981, la niña Maruja de Monta-
cerdos, y ha mantenido en gran medida la perspectiva ingenua de ella, pero ha
enriquecido y diversificado, sin embargo, la narración con la introducción de
otras voces. El lector se entera así al final de la novela que toda la historia que
él acaba de leer no es otra cosa que la recopilación posterior realizada por
Maruja de testimonios de los participantes en la creación de una barriada con
vistas a escribir un estudio sociológico: "¡Tiene que resultarme una tesis uni-
versitaria perfecta! A las ciencias sociales les interesa este acelerado proceso de
migración en los Andes y la selva hacia Lima, en estos años de posguerra y
fundaciones de barriadas" (1989, 375). Cronwell Jara inserta fragmentos
narrativos relatados muchos años después por personajes que tomaron parte en
los sucesos, hace empero que Maruja reconstruya, en tanto narrador omniscien-
te, los eventos principales y permite que ella hable repetidas veces en primera
persona también en el tiempo de los acontecimientos. Este procedimiento
permite crear la impresión de muchos puntos de vista, de un canto coral con
muchas voces, y sirve para ir completando los relatos parciales. Muchas veces
sigue a la presentación de un hecho, páginas después, la opinión de un persona-
129
mundo moderno — a pesar de andar con una bala en medio de la frente como
Pompeyo y a pesar de la mala conciencia de sus muertos — aún está por
cumplirse. El siguiente pasaje de las páginas finales de la novela podría servir
como resumen de esta posición que se inserta en el nuevo momento del discur-
so urbano que se constataba más arriba:
Luego, con la certidumbre de la libertad de acción y de desplaza-
miento, muchos vecinos se desperdigaron y cruzaron el cerco y la
chacra para largarse a la gran ciudad de los tranvías, mercados,
palacios y cines, yendo para abastecerse y aplacar la sed y las
hambres; después volverían al barrio y reingresarían como buhone-
ros, emolienteros, anticucheros, obreros en las textilerías, alfareros
del Mercado Mayorista, carniceros, maestros de las ruedas de
esmeril para afilar cuchillos, pájaros fruteros, mecánicos, peluque-
ros de peine y tijera y de pordioseros y vendedores de diez mil
cachivaches (1989, 373).
A los elementos señalados del nuevo discurso urbano — informalidad, adquisi-
ción de la ciudadanía y migración — agrega esta novela de Cronwell Jara un
paradigma estético popular que no sólo arregla cuentas con la tradición ante-
rior, sino que la lleva un paso adelante. Tal vez sea ésta una de las posibles
maneras de hacer literatura en el Perú, asumiendo el discurso étnico, pero
yendo también más allá de él.
133
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134
Horst Nitschack
Mestizaje y violencia
"¿En qué momento se había jodido el Perú?" (Vargas Llosa 1983, I: 13). Esta
pregunta de Santiago Zavala que sirve como leitmotiv a la obra Conversación
en La Catedral (1969) de Mario Vargas Llosa, no encuentra respuesta en la
novela misma. La búsqueda de las razones de la decadencia de la sociedad
peruana, de la corrupción, de la amoralidad y de la violencia durante el
ochenio de Odría (1948-1956) se convierte en una historia de familia sin
dimensión histórica. Mario Vargas Llosa sigue perfectamente el programa que
le indica el lema de la novela: "'Il faut avoir fouillé toute la vie sociale pour
être un vrai romancier, vu que le roman est l'histoire privée des nations'
(Balzac, Petites misères de la Vie Conjugale)" (9). En Conversación en La
Catedral, la historia del Perú se convierte en una "histoire privée" en la cual,
finalmente, las deficiencias morales de los personajes, es decir, los enredos
homosexuales (del padre), el voyeurismo sadomasoquista (de Cayo Bermúdez),
las tentativas de chantaje (de Hortensia) y las aspiraciones individuales al
poder, parecen ser las responsables de la decadencia de la sociedad peruana.
En Sobre Héroes y Tumbas (1961), de Ernesto Sábato, Bruno plantea una
pregunta similar a la de Santiago Zavala: "Pero ¿qué es nuestra patria sino una
serie de enajenaciones?" (507) Es además con este interrogante con el que
parece vincularse la confirmación amarga de Martín en los primeros capítulos
de esta novela: "Este país ya no tiene arreglo" (140), lo cual refleja una
evaluación de la situación argentina similar a la de Santiago Zavala con
respecto al Perú.
Martín no busca las razones para este desarreglo del país, pero a través de
su pasión por Alejandra él se confronta con su historia familiar y a través de
ella con la de Argentina, la que, desde su perspectiva, es más una historia de
barbarie que de civilización. Las antiguas familias tradicionales no han sido
exoneradas de este proceso y están arruinadas internamente. Fernando, el
penúltimo de los descendientes de los Olmos, vive con sus bizarras ideas fijas,
tiene una relación incestuosa con su hija Alejandra y la historia culmina en la
escena que da inicio a la novela: el asesinato del padre por parte de Alejandra
y el acto de quemarse viva.
El horizonte histórico es más amplio que el de Conversación en La
Catedral, pero esto es así porque esta novela tampoco pretende narrar el origen
de la violencia en última instancia. Comparando estas dos novelas se encuentra
un rasgo común (el que veremos perfilarse aún más nítidamente en nuestro
136
los años 80 que en el de los años 50 y 60, años en los que se ubican los
ejemplos antes citados.
Los años 80 se caracterizaron en el Perú por un aumento de la violencia, en
sus más diversas manifestaciones, en todos los ámbitos sociales. En una
compilación, Violencia y Crisis de \hlores en el Perú (Klaiber 1987), aparecida
en 1987, esto es, antes de que la violencia alcanzara su punto más crítico 1 ,
señalan los autores que las áreas que de manera relevante reflejan este aumento
son:
— el caos cotidiano en las ciudades: especialmente en Lima, el cual afecta de
manera particularmente crítica a niños (niños de la calle);
— la violencia en las calles y plazas de Lima (robos, asaltos, secuestros), la
que no solamente está asociada a motivos políticos sino que en la mayor
parte de los casos se trata puramente de violencia criminal;
— el aumento del tráfico de drogas y el consiguiente deterioro de la moral;
— los frecuentes casos de abusos de poder y la corrupción en las fuerzas del
orden;
— el decaimiento significativo de las instituciones sociales (familias, escuelas,
universidades);
— el empeoramiento de la situación familiar en la clase media, y sobre todo en
las zonas marginales;
— la ruptura del "ethos cultural" en el país.
1
Se puede señalar el año 1992 como el momento en el que la violencia alcanzó su punto
más crítico en Lima. En este año se registraron una gran cantidad de atentados con explosivos
que culminaron con el atentado en la calle Tarata (Miraflores) en el cual murieron
aproximadamente 2 0 personas. La reversión de esta situación de tensión psicosocial empieza
con la captura del jefe del movimiento terrorista Sendero Luminoso en septiembre de 1992.
2
El evento literario más destacado en el Perú del año 1991 fue, si confiamos en las
reseñas de la crítica literaria, la publicación de la novela en tres tomos La violencia del
tiempo de Miguel Gutiérrez. Tanto en el periódico El Comercio (5.1.1992) como en el Diario
138
Expreso se juzgó esta novela como la mejor novela del año 1991. El juicio de los críticos fue
unánime; en el diario La República se pudo leer: "Si bien es cierto que para poder dar con
objetividad una opinión acerca de una nueva obra literaria se necesita de un distanciamiento
temporal adecuado, por la importancia de este libro no podemos dejar de manifestar [...] que
renueva de modo fundamental la historia novelística peruana y enriquece el amplio contexto
novelístico latinoamericano. Su transcendencia es notable no sólo como hecho literario, sino
c o m o una indagación y explicación de los problemas esenciales de la condición humana desde
una perspectiva actual" (23.2.92, Julián Pérez H.). El Diario Expreso habló de "la novela
peruana más importante de esta década" y Ricardo González Vigil en El Comercio
( 1 5 . 1 2 . 1 9 9 1 ) festejó los tres volúmenes declarando: "Se trata de una de las mejores novelas
del idioma."
139
3
El "cholo" es un concepto sociológicamente difuso. La palabra "cholo" se usa en el Perú
actual para designar entre otros al mestizo y al migrante indígena de las ciudades. Es utilizado
también como designación peyorativa general.
140
4
Relación de los hijos de Cruz Villar Chira: Miguel (muere poco después de nacer);
Catalino; Santos; Luis; Román; Primorosa; Inocencia; Jacinto; Isidoro; Tomás; Silvestre;
Práxedes.
141
5
Entre otros: Edgardo Rivera Martínez. País de Jauja (1993); Gregorio Martínez. Canto
de Sirena (1975); Jorge Díaz Herrera. ¿Porqué morímos tanto? (1992); Mario Vargas Llosa.
¿Quién mató a Palomino Molerol (1986); Lituma en los Andes (1993).
142
6
La entrega de Sacramento Chira por su tribu está interpretada en la novela como acto
violento de sometimiento a pesar de que en la sociedad quechua "el intercambio de mujeres
[...] jugó un papel fundamental", y se creaban alianzas políticas selladas por el intercambio
de mujeres. Cf. Mannarelli 1993, 36s.
143
7
"En La violencia del tiempo el hilo conductor, la lógica interna que ordena y unifica la
diversidad, que da coherencia a la totalidad del material narrativo es, creemos, la pasión por
narrar", escribió R. Reyes Tarazona en La República y el mismo crítico habla un poco más
adelante de esta novela "como una novela espejo, es decir una novela que [...] se mira si
misma en su proceso creativo, ofreciéndolo a su vez como parte del resultado final, un
resultado que indiscutiblemente enriquece la novela latinoamericana" (La República,
7.2.1992).
8
Cf. Luiz Costa Lima. Pós-modernidade: Contraponto tropical. En: id. 1991, 119ss.
150
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IV
POESIA I
PADRES PRODIGOS E HIJOS FECUNDOS
Padres pródigos e hijos fecundos:
continuidad y renovación de la poesía peruana actual
José Miguel Oviedo
A la memoria de Beba
1
Ribeyro murió en Lima a fines de 1994.
157
2
En 1995, José Morales Saravia publicó una edición bilingüe (alemán-español) de
Abolición de la muerte y otros poemas tempranos de Westphalen.
161
Las palabras claves allí son "reposado y profundo" y esa orgullosa afirmación
"sepan que canto, [...] solitario." Todo en Sologuren es calmo, equilibrado,
nostálgico: una lenta meditación sobre cosas que fueron o que, siendo todavía,
son contempladas a través de una bruma que las disipa. No sólo no hay otra
actividad que la imaginística del recuerdo y el pensamiento, sino que incluso
las emociones aparecen como aplacadas: no su fuego, sino su rescoldo. Todo
sufre un proceso de desrealización y transfiguración. La poesía no refleja
directamente ni la realidad, ni la vida personal ni la historia concreta: es otra
realidad, otra vida, otra historia que el poeta cuenta mediante abstracciones,
signos y símbolos que forman un diseño puramente estético. Se diría que
responde idealmente a la propuesta de Byron: "Form an inner world [...] where
the outward fails." El encanto y la magia que sus poemas brindan es principal-
mente "tonal": provienen de la inflexión de una voz serena que recrea ante
nuestros ojos algo que es a la vez impalpable e indeleble. En Otoño, endechas
(1959) hay un poema titulado "Paisaje" que no describe tanto una realidad
objetiva como una interior, que sólo podemos ver si escuchamos esa voz con
los ojos cerrrados:
Está la niebla baja, el mar cercano,
blancas aves se anuncian.
El tiempo una más vez se halla tejiendo,
la tela del engaño.
Todo invita al descenso y a la ofrenda:
el bosque crepitante, la resaca,
y el dulce, el hechizado
crepúsculo de hojas que se enciende
entre mi corazón y el tuyo
(ibíd., 67).
Sologuren vivió un tiempo en México y en Suecia (de lo que parece haber un
vago eco en el poema que acabo de citar), y esas experiencias fueron decisivas.
De sus años en El Colegio de México, rodeado de profesores como Raimundo
Lida y de compañeros como el poeta nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez, y de
los que pasó en Suecia, entre paisajes helados, días sin luz y noches blancas,
trajo, aparte de una familia, otras cosas: un alto sentido de la pulcritud
literaria, un excelente conocimiento de las formas poéticas castellanas tradi-
cionales, una cierta afinidad con el lenguaje surrealista (que pronto abandonará)
y un dominio de varias lenguas que le abrieron el campo de la poesía moderna
europea. Su más tardía experiencia en Japón completará su formación inte-
lectual. Sus cuidadas traducciones de poetas franceses, suecos e italianos, sus
versiones de haikus y otras obras japonesas, han ilustrado e inspirado a
muchos.
Pero a partir de 1960 y durante muchos años, Sologuren ejerció su
magisterio de otro modo: como editor, tipógrafo y diseñador de La Rama
162
Amo cierta sombra y cierta luz que muy juntas, creo yo, azulan
Las casas profundas de los muertos, amo la llama
y el cabo de la sangre, porque juntas son el mundo
y hacen de mí un muro que separa la noche del día
(Eielson 1989, 25).
No menos admirable es otro poema temprano, "Canción y muerte de Rolando",
que el crítico colombiano Ernesto Volkening, descubrió años después de haber
sido escrito y al que llamó sin ambages uno de los grandes poemas del siglo
XX. Toda esta primera etapa limeña de su creación tiene un marcado tono
simbolista, sobre todo rilkeano, entrecruzado por ecos de la poesía mística
española y ráfagas de la imaginería surrealista. Su largo período europeo
provocará grandes y profundos cambios en esta poesía suntuosa y altamente
refinada, que se anuncian en Tema y variaciones (1950) y Habitación en Roma
(1952). Progresivamente, la poesía de Eielson se va desnudando de su
opulencia verbal, buscando una expresión de gran astringencia, pues está hecha
de fórmulas simples, repeticiones, palabras sueltas, obsesiones y fijaciones
sombrías; y, al mismo tiempo, la visión se vuelve escéptica, ganada por un
sensación nihilista de vivir en un mundo sin sentido, inhumano y condenado a
la destrucción. Un gran motivo de este período es el de la percepción del
propio cuerpo como una materia oscuramente reclamada por el doble demonio
del placer y la muerte.
Hay que hacer dos advertencias al lector de Eielson. La primera es que las
fechas de redacción y de publicación de sus obras no siempre coinciden; por
ejemplo, "Canción y muerte de Rolando", que fue escrita en 1943, se publicó
en forma de libro en 1959; y "Mutatis mutandis", de 1954, apareció sólo en
1967. Eso contribuyó a dar la impresión de que el poeta había dejado de
escribir por un largo tiempo; al recopilar su obra por primera vez bajo el
irónico título de Poesía escrita (Eielson 1976), se restauró la continuidad y la
secuencia cronológica de la misma y se hizo evidente que sólo había dejado de
publicar, no de escribir, durante ciertos períodos. La segunda advertencia
ayuda a explicar precisamente la ironía de aquel título: escribir poesía no es la
única actividad de Eielson, porque es también un artista visual, que realmente
no "pinta" telas, sino que las "anuda", en una recreación del lenguaje simbólico
de los quipus incaicos. Ha experimentado además con la música electrónica y
con formas de creación espontánea, efímera y colectiva, como la que llevó a
cabo en un metro de París. Todo eso es para él "poesía", lo que revela su
filiación vanguardista y el radicalismo de sus propuestas. En verdad, lo que
busca es una integración de las artes y, a través de ella, una recuperación de la
vida misma, la que solemos perder mientras vivimos. La concepción del poema
como un organismo visual y fonético revela el influjo que la poesía concreta —
ese movimiento internacional que tiene cultores en todas partes, desde el Brasil
hasta Japón — ha tenido sobre él. En la primera edición de Poesía escrita
incluyó una serie titulada simplemente Papel (1960) — ausente en la segunda
164
Carlos Germán Belli (* 1928) comenzó del modo más oscuro posible,
publicando a fines de los años 50 pequeños cuadernos con muestras de poesía
letrista y fonética de sabor dadaista, que muy pocos leyeron o apreciaron a
pesar de que contenían algunos poemas espléndidos y extraños, como aquél que
comienza:
Nuestro amor no está en nuestros respectivos
y castos genitales, nuestro amor
tampoco en nuestra boca, ni en las manos:
todo nuestro amor guárdase como pálpito
bajo la sangre pura de los ojos
(Belli 1971, 9).
Pero ya en 1961, con una breve colección bellamente titulada ¡Oh, Hada
Cibernética!, aparece manejando con maestría un lenguaje auténticamente
original que de inmediato fue reconocido como la innovación más profunda
desde los tiempos de Vallejo. Paradójicamente, el lenguaje de Belli era un
retorno arcaizante a la poesía castellana más venerable — la del cancionero, la
pastoril —, pero distorsionando sus fórmulas con neologismos, tecnicismos,
vulgarismos (plexiglás, celofán, supersónico, chasis, feto, lonjas, bofes) y otras
rarezas que le permitían reflejar el horror del mundo contemporáneo, las
condiciones de la sociedad peruana y las miserias de su vida privada. En el
poema titulado precisamente "¡Oh, Hada Cibernética!" hace este ruego:
social de un país dividido entre amos y siervos. Como humilde amanuense del
Congreso, Belli sufrió en carne propia el destino del "rezagado" — esa palabra
es clave en su obra —, condenado a un trabajo embrutecedor y a una vida
mezquina, que denuncia a través de comparaciones zoológicas e imágenes de
imperfección o degeneración física: "cual un feto no amado,/ por tartamudo o
cojo o manco o bizco" (1992, 68).
El mundo de Belli parece atacado por el mal calderoniano: "el delito mayor
del hombre es haber nacido". Todo en él es privación, humillación, burla,
ofensa, castigo sin perdón ni alivio. Después de una primera etapa en la que
trató de articular su propio lenguaje a partir del irracionalismo de la vanguardia
y de practicar el escándalo surrealista — participó en el asalto que capitaneó
Rodolfo Milla contra la ANEA en diciembre de 1950 (Lauer 1992, 43) —,
descubrió el poder explosivo que había en cargar formas literarias fosilizadas
con un nuevo contenido; es decir, descubrió la virtud de la parodia lingüística,
por la cual uno destruye incongruentemente lo que copia y entrega el resultado
con un gesto crítico. Poco a poco fue evolucionando hacia otras fórmulas
estéticas de la tradición castellana: el romancero, la poesía barroca, el
neoclasicismo dieciochesco, etc., que iba hallando en sus lecturas en bibliotecas
públicas. El uso de formas arcádicas y académicas, que antes le servían para la
denuncia de una existencia intolerable, se ha adaptado posteriormente a la
celebración de su modesto paraíso, fruto del trabajo y de los años: la vida
retirada y en familia. Esta es una de sus silvas recientes:
Yo caudillo al fin de mi voluntad
y el tiempo entero en una sola cosa
en beneficio del tesoro íntimo:
el paso hacia adelante gobernado
por el ocio fecundo cuando llegan
las horas de la plena libertad
en el iluminado y tibio nido [...]
(ibíd., 225).
Como puede verse, la manera alegorizante ha devenido en parábola, que le
permite usar el verso como un vehículo para narrar una historia o ejemplo. El
estilo de Belli — que es, él mismo, una admirable forma de préstamo literario,
según los usos del Renacimiento — es literalmente inimitable, una forma de
alquimia que no se puede repetir. Encontrarle discípulos directos es difícil o
imposible, lo que no quiere decir que el influjo de su obra no haya permeado
la de muchos que comenzaron a escribir después que él, en una época muy
marcada por su presencia literaria. No me parece casual que en la poesía
peruana de los últimos años haya habido un interés tan intenso por la parodia
de los lenguajes y de toda forma de codificación social, como el mito y la
historia. De hecho, éste ha sido un tema recurrente por las razones que señalé
antes: la actividad poética ha usurpado y ocupado funciones y campos que antes
le eran ajenos.
167
Uno de los poetas que mejor encarnó ese sesgo en los años 60 y que ha
seguido haciéndolo hasta ahora, es Antonio Cisneros (* 1942). El de Cisneros
es el arte de hacer crítica de actualidad a través de discursos antiguos (las
crónicas de Indias, las parábolas evangélicas, las tradiciones populares) para
mostrar la persistencia de ciertas actitudes o la vana pretensión de creer que
nuestra época es distinta de las pasadas. Aunque el tono de este poeta es más
irónico y ligero, más travieso que el desolado de Belli, ambos pisan un terreno
común: el de la poesía que recurre a la tradición para descentrarla,
contradecirla e innovarla. Cisneros ha parodiado varios discursos: el de los
salmos en su cuaderno titulado David (1952), el cronístico en Comentarios
reales (1964), el de la cultura y la política en Canto ceremonial contra un oso
hormiguero (1968), etc. En un libro más reciente, Monólogo de la casta
Susana y otros poemas (1986) retoma al personaje ejemplar de la tradición
popular, y lo transforma en otro: una mujer que se niega al martirio, elogia
los placeres de la mesa y prefiere este mundo al otro. Es decir, es una mujer
como cualquiera, cotidiana y razonable, sin hazañas ni gloria. La doméstica
Susana de nuestros días se presenta como una alternativa al modelo original;
ésta es su modesta pero disonante plegaria:
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169
mente con el mismo capricho con que el río baja de las alturas, va alineando
sus versos cuidadosamente libres, anunciando las cualidades contradictorias de
las que viene poseído. Al final el río habla de la necesidad de mezclar sus
aguas limpias con las turbias del mar, de silenciar su canto, de tener que
abandonar mucho de lo querido, campos fértiles, nuevas aguas luminosas,
nuevas aguas apagadas. A pesar de Neruda y de Vallejo, a quienes cita en otros
de sus poemas, Heraud trae una frescura personalísima, un modo de hacer
poesía transformadora de los símbolos tradicionales.
El mismo año de 1960, Heraud ganó un importante premio para escritores
jóvenes. Con su libro El viaje compartió con César Calvo los lauros del concur-
so "Poeta joven del Perú", convocado en la ciudad de Trujillo por la revista
Cuadernos trimestrales de poesía. El libro apareció en 1961 y fue el último que
alcanzó a ver Javier Heraud. En esta ocasión, el poeta asume su "yo personal";
sigue atraído por los elementos naturales, el mar, las vertientes, pero el trasfon-
do es el de un hombre madurando a trancos, fatigado prematuramente, que va
a encontrarse con los suyos para cumplir involuntariamente con el rito de la
despedida. Heraud visita uno a uno todos los claustros maternos, y aparecen los
personajes simbólicos, la madre, el padre, el hermano Gustavo que sueña con
los tigres y toma energías para emprender diferentes logros. El éxito de sus dos
primeros libros fue para Heraud un viaje rápido, un partir sin despedirse
"porque en su corazón no cabían más flores".
Así terminaron los "viajes no emprendidos, trazos de los dedos silenciosos
sobre el mapa" como lo escribió el otro poeta trágicamente desaparecido, Luis
Hernández. Así empezaron los viajes verdaderos, el afán explorador y fundador
de Javier Heraud, su claro compromiso político, el último tramo de su vida
erizado y heroico. Heraud marchó a Cuba y regresó al Perú transformado en
guerrillero. No estaba en combate cuando fue baleado en un río de Madre de
Dios en mayo de 1963.
Heraud, en sus viajes "de verdad" no tuvo mucho tiempo para corregir los
que serían sus últimos poemas, pero de esta etapa son algunos de sus mejores
versos como aquellos de su "Arte poética" de su libro Estación reunida donde
dice:
... conforme pasa el tiempo
y los años se filtran entre las sienes,
la poesía se va haciendo
trabajo de alfarero,
arcilla que se cuece entre las manos,
arcilla que modelan fuegos rápidos.
El poeta, más en su biografía personal que en su escritura, expresa bien la
contradicción que, usando una metáfora de Roberto Fernández Retamar, pode-
mos llamar de los poetas que quieren ser comandantes. El acto privado de
escribir sustituido por el acto público de tomar las armas. Un poeta nacido
antes, en 1928, Juan Gonzalo Rose, atrapado en esta aparente contradicción,
172
hablando de una columna guerrillera, sostiene que él es el que lleva las guita-
rras.
Naturalmente, muerto Heraud tuvo un halo simbólico para los jóvenes;
ahora que han pasado treinta años, su poesía empieza a ser leída sin apasiona-
miento, con objetividad.
Otro poeta trágico de los años sesenta es Luis Hernández (1941-1977).
Dueño de una sensibilidad exacerbada, de una formación literaria y artística,
musical en especial, poco común, escogió de modo natural a la poesía como su
modo de expresión. Es un caso excepcional de dedicación adolescente a la lírica
que no tiene parangón en ningún otro escritor peruano, salvo Martín Adán con
su Casa de cartón de 1928. Cierto es que admiramos en Heraud la precoz
madurez de sus logros expresivos, pero viéndolo bien, lo que llama la atención
es la no adolescencia de sus logros, es decir, la adultez literaria de un artista
joven. Hernández, en cambio, es el homo ludens de la poesía peruana. Tiene
suficiente información y sensibilidad para el trabajo serio y también en ese
sentido de recogimiento habría que interpretar sus hermosos versos:
solitario son los actos del poeta
como aquellos del amor y de la muerte,
pero no es eso lo que le interesa: él sabe como ninguno captar el chisporreteo
del instante, lo artístico de lo deleznable; Hernández está naturalmente alejado
de las leyes de la euritmia, pero sin el propósito evidente de trasgredirlas y sin
ningún afán de llamar la atención sobre sus actos. En ese sentido su actividad
literaria es adolescente, porque no le importan nunca los cánones literarios
vigentes y porque tampoco tiene esa crispación infantil propia de tantos otros,
ni el cuidadoso equilibrio de los artistas mayores.
De Hernández se han publicado Orilla (1961), Charlie Melnik (1962), Las
constelaciones (1965), Vox horrísona (1968), Obra poética completa (1983).
Entre 1965 y 1977, año de su muerte, Hernández se desatendió de la idea de
publicar un libro de poesía. Simplemente escribía versos con plumones de
variados colores que obsequiaba a las personas que apreciaba, de modo que es
prácticamente imposible aseverar que sus poesías completas lo son en un
sentido riguroso. El sentido oculto de una decisión está en lo que podría llamar-
se "la desacralización del libro", que supone también "la desacralización del
autor", como proponía Juan Ruiz, Arcipreste de Hita en el siglo XIV, cuando
invitaba al lector a corregir su Libro del buen amor.
Despreocupado del problema de autoría, Luis Hernández en sus últimos
años apenas se sonreía cuando lo aplaudían. Escribió:
Estimado General:
Nosotros, el General
El General y el General
Invitamos a Ud.
En casa del General
173
Para tratar
De ver
Cuál general
Es más General
Quizá lo sea Ud.
u otro General
Firma
General
(En representación del General, el General y el General).
Rodolfo Hinostroza (* 1941) es un poeta de sólido prestigio en el Perú y en
otros países de habla castellana. Su parca producción Consejero del lobo (1965)
y Contranatura (1971) apenas si se ha visto incrementada con algunos poemas
sueltos, entre ellos el notable "Nudo Borromeo" en la edición de sus Poemas
reunidos (1986). De manera que no hay que buscar en una vasta escritura las
razones de la preferencia de los lectores.
Hinostroza, en su primer libro de 1965, tiene ya una temprana maestría
verbal. Su dicción sedosa mostraba un Saint-John Perse muy bien asimilado y
también la lectura del temprano Joyce, tanto el de Retrato del artista adolescen-
te como el de Música de cámara. Pero más allá de sus lecturas, Hinostroza es
ya original en sus principios, cosa que raramente consigue un joven poeta. Pero
un poema no tiene edad, ni se mide por la edad del escritor, está bien o mal
hecho, nos impacta o nos deja indiferentes.
En Consejero del lobo hay un contraste muy fuerte entre ritmo pausado y
sujeto a un férreo control racional, junto a la magnificencia formal de palabras
escogidas con esmero, con el nudo de tensiones que los versos muestran y
ocultan al mismo tiempo. He aquí un buen ejemplo:
Porque yo recuerdo
que tuve todo eso, y que vi reposar a un burro blanco
en el sol de enero
y que oí comentar a los mayores
las noticias de cierta lejana guerra. Y el movimiento del caballo
y ese rey perezoso que me retuvieron horas de horas
en el perfume de la media mañana, bajo el sol de enero,
esperando la brillante jugada de mi padre.
La aceptación explícita de los poderes paternos (lo cual bien visto es una redun-
dancia pues lo paterno implica poder), se trastrocará después de un enfrenta-
miento con todo poder. Así ocurre en el poema "Imitación de Propercio" de los
años setenta. Allí el poeta escribe:
Oh César, o demiurgo,
tú que vives inmenso en el Poder, deja
que yo viva inmerso en la palabra.
174
ni sombra cuál me da
y el dardo cual.
Ocupado y veloz
no en tus negocios
ni en los míos, Señor
navego
hacia la mar
que es el morir.
Ocupado y veloz como algún taxi
cuando cae la lluvia y anochece.
Curiosamente Cisneros, en su último libro Las inmensas preguntas celestes
(1993) ve la realidad peruana y personal con ojos menos cáusticos, se refugia
ahora en el hogar, pero el desencanto atraviesa su poética:
A las inmensas preguntas celestes
no tengo más respuesta
que comentarios simples y sin gracia
sobre las muchachas
que viven por mi casa
cerca del faro y el malecón Cisneros.
Y no puedo pretender ver
en la cháchara tinta esa humildad
de los antiguos griegos.
Ocurre apenas
que las inmensas preguntas celestes
sacan a flote
mi desencanto y mis aburrimientos.
En el grupo de escritores peruanos dedicados a la poesía que empezaron a
publicar en los sesenta, la presencia de Carlos Henderson (*1949) es
contrastante. A diferencia de otros vates asumió desde el principio la idea de la
poesía como un rito. Esto puede apreciarse desde Los días hostiles (1965) hasta
su último volumen El ojo de la piedra (1990). En 1965 escribía: "Mi ser
anuncia. Yo sólo señalo los sentidos." Toda la poesía de Henderson, — y esta
ha sido su constante — es respetuosa de los indicios de las cosas. Objetos y
personas y el propio decir poético se ven sometidos a una indagación meticulo-
sa, feroz a veces. En el mejor sentido de los términos, el vate hace una poesía
sustantiva, desnuda, elemental. Por eso han pasado varios años, en verdad
décadas, para que la poesía de Henderson, elusiva de todo brillo exterior, sea
reconocida sin objeciones por otros poetas o escritores que comienzan, en su
mayor parte estudiantes universitarios, como una de las más importantes en
estos años finales de siglo, como palabra que expresa el desasosiego, pero
también la esperanza de un poeta que ausculta permanentemente su entorno.
176
Pérez. Se trata de una manera de poetizar que está atenta a los llamados temas
nativistas pero que, al mismo tiempo, exige del poeta un gran manejo de la
tradición literaria en lengua castellana. En todos estos casos, el mundo de la
cultura aborigen, en cualquiera de sus expresiones, está vivo, palpitante, ya sea
a través de la presencia de vocablos quechuas o aimaras, o en la perduración y
modificación de costumbres ancestrales. Pérez logra un equilibrio muy hermoso
entre fondo y forma, entre dicción y temática y nos entrega una poesía muy
cercana a la música. No es azar que algunas de sus composiciones se canten y
que circulen, a veces sin mencionar a su autor, de boca en boca en los recitales
populares. Hay en Pérez un viejo ideal de la poesía medieval muy presente: la
poesía, aunque hecha por algunos individuos, pertenece a todos, y cuando
vuelve al pueblo que es su matriz, parece mejor y más perdurable. He aquí un
ejemplo de la calidad de esta poesía apta para ser musicalizada:
Huayno Manzanita señoritay
mañana nos fugaremos
mañana nos fugaremos
burlando a la autoridad.
Mi pueblo será tu pueblo,
tus ojos serán mi luz,
tus ojos serán mi luz
como la lluvia de enero.
Lunita señoritay
Sólo los dos nos amamos,
sólo los dos nos queremos
como retamas ardiendo.
Ay, China, ay, negra,
tu pueblo será mi pueblo
no de ningún gamonal,
mi señorita, manzanitay.
Algunos de los poetas de los años sesenta tuvieron la marca de lo trágico;
aparte de Heraud, muerto en la guerrilla, Hernández y Ojeda murieron por
mano propia. Así como ellos, otros poetas menos conocidos han muerto prema-
turamente y otros lo han hecho simbólicamente al dejar de escribir. Los que
siguen en lista, Hinostroza, Antonio Cisneros, Carlos Henderson, Julio Ortega,
Hildebrando Pérez, son metafóricamente sobrevivientes. Sobrevivir es justamen-
te el título de un hermoso libro de otro poeta de la misma promoción, Mirko
Lauer. Los poetas en sus vidas están en los intersticios del sistema. Su poesía
no puede evitar, incluso en los más cerebrales, expresar la sombría vida de los
peruanos de estos días.
Hagamos ahora algunas reflexiones finales sobre el porvenir de la poesía
peruana. La poesía del Perú en el siglo XX como nunca antes ha contado y
cuenta con creadores excepcionales como Vallejo o Martín Adán, a pesar de
que periódicamente se anuncie su desaparición. Dudamos mucho de que esto
178
Bibliografía
Cisneros, Antonio. 1968. Canto ceremonial contra un oso hormiguero. La
Habana: Casa de las Américas.
—. 1978. El libro de Dios y de los húngaros. Lima: Libre I.
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[contiene: El río (1960), El viaje (1961), Estación reunida, Poemas de la
tierra, Viajes imaginarios y Poemas dispersos].
Hernández, Luis. 1961. Orilla. Lima: Cuadernos del hontanar.
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Editorial Punto y Trama.
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—. 1978. Aguardiente. La Habana: Casa de las Américas.
—. 1979. Sol de Cuba. Lima: Ediciones de Frente de Trabajadores de la
Literatura.
Romualdo, Alejandro. 1971. El movimiento y el sueño. Lima: Editorial Gráfica
Labor.
El territorio de la poesía
viernes. Un día de la virgen María. Mi hijo moría siete años después de haber
publicado esos versos.
La vida adulta no convive con el hecho de escribir poesía, sobre todo en mi
caso. De joven, era muy tímido, imagino que producto de dos factores: una
galopante tartamudez y un acné que dificultaba mostrar la cara con naturalidad.
No encontré mejor refugio, mejor soledad, mejor felicidad que la poesía,
ocultándome en esas noches afiebradas de música y de asaltos intempestivos.
La poesía no recurre a los recuerdos como lo hace la narrativa. En ella no hay
necesariamente personajes o situaciones, tramas o desenlaces. La poesía surge
o cae de golpe. Es un rush de trancos largos cuando uno está embebido o
sumergido o transformado cerca de los linderos de ese territorio que está allí,
al alcance de la mano, cubierto por la niebla.
Yo empecé a escribir poesía en 1964, un año después de haber terminado
mis estudios secundarios y un año antes de ingresar a la universidad. 1964 fue
un año duro. Estaba en un limbo. A veces pienso que todos los años que
terminan en cuatro son terribles para mí: en 1974, cuando vivía en París, tomé
una decisión equivocada que aún hoy me atormenta, no dejándome vivir en
paz. En 1984 salí de viaje a Bruselas después de no haberle hablado a mi
esposa durante meses. En 1994 murió mi hijo Gabriel. Le temo a todos los
años que culminan en cuatro: qué desgracia me sucederá en el 2.004...
Poemas y ventanas cerradas (1969) y Habitaciones contiguas (1972) fueron
escritos en la terraza de los bajos, en casa de mis padres. Rastro de caracol
(1977) lo escribí en una chambre de bonne, en París, en compañía de Marcia.
El cuartito que compartíamos en el Boulevard Pereire era estrecho; cabían una
cama, una mesa, una silla. Junto a la ventana que daba al Boulevard, estaba el
caño de agua y la cocinita a gas. Tuve que obligar a Marcia a que se cubriera
con el periódico la cara para sentir la ansiada soledad. Me sentaba en la silla y
escribía sobre la mesa. Logré recrear ese ambiente de niebla, de oscuridad, que
me anuncia que estoy cerca de aquel territorio al cual solamente accedo
escribiendo poesía. Allí todo late: las sienes, el pulso, el corazón. En ese
cuarto parisino no fui visitado por el hermano muerto de mi querido amigo.
A su padre lo he visto en muy pocas ocasiones. Mi propio padre, ambos
trabajaban en el mismo banco, le entregó a los meses de su muerte un poema
que yo había escrito en su memoria. Mi padre me contó que la emoción había
sido demasiado fuerte. Lloró. La muerte de su hijo lo había atravesado hasta
herirlo mortalmente. Después de muchos años, ya con mi madre muy enferma
y mi padre muerto, fui al banco a conmemorar la memoria de algunos de sus
directores. Mi abuelo materno había sido uno de ellos. Y, por supuesto, el
padre de mi amigo también lo había sido. Apenas me distinguió, nos acercamos
y me abrazó con furor. Me dijo que cuando me veía recordaba a su hijo
muerto. Yo, en ese momento, ignoraba que compartiría con él, algunos años
despúes, esa pena que ahorca.
En 1964 yo andaba por los 17 años. El destino quiso que me matriculara en
una academia de preparación universitaria bastante marginal, con muy pocos
182
ensimismado. Así como llegamos, luego nos fuimos. Un buen día no apareció
uno u otro y uno mismo dejó de aparecer. Nos hicimos humo.
Después de 1994, la poesía ha aparecido en mí como borroneos
inconclusos. La escribo en viajes, en hoteles, en reuniones de tecnócratas, y
acumulo poemas sin convicción en files que de vez en cuando reviso. Están allí
en la computadora, como pasados en limpio. Me pregunto si después de los
cuarenta años uno sigue escribiendo poesía por costumbre. Recuerdo que Julio
Ramón Ribeyro enumera en uno de sus diarios que se empieza escribiendo por
necesidad, luego por costumbre y por último por vicio. Lo he citado de
memoria al gran narrador peruano y no estoy seguro de haber respetado el
orden. Pero mi gran temor no radica en escribir poesía por rutina, cosa que no
podría ser cierta, pues la rutina no se instala entre los versos. Pienso que los
poetas tienen algo de videntes. Ven lo que se viene de aquel territorio
atravesado por humaradas de niebla. Mi amiga Blanca Várela siente como yo,
cuando con los ojos nos comunicamos la terrible pena de la pérdida de un hijo.
Hace algunos años, más o menos por 1986, en la ciudad de Trujillo, durante
una Bienal, recitamos Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Blanca Várela,
Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza y yo. Blanca Várela leyó el poema
"Casa de cuervos", donde habla de sus hijos; yo leí el poema "Ese lago era
azul", en donde aludo a mi madre. Ambos sentimos haber entablado una
comunicación mediante dos poemas escritos en tiempos y circunstancias
distintos. Nunca imaginé que después compartiría con ella la pena de la
Pérdida, que no es la de la Ausencia; es mucho peor. Blanca Várela sigue
escribiendo, y yo lo volveré a hacer.
Estas líneas las escribo pensando en los gratos momentos que tuve en suerte
compartir con buenos y generosos escritores en la ciudad de Eichstätt, en
febrero de 1994. Siento aún ese frío estremecedor y aquellas madrugadas
escuchando las campanas desde el insomnio del amor. Recuerdo, y empiezo a
escribir. Fue tres meses antes.
V
POESIA II
LA LACERANTE IRONIA
HACIA UNA POETICA FEMENINA
Poetas peruanas: ¿Es lacerante la ironía?
Carmen Ollé
Ve lo que has hecho de mí, la madre que devora a sus crías, la que
se traga sus lágrimas y engorda, la que debe abortar en cada luna,
la que sangra todos los días del año (ibíd., 19).
En cambio, el cuerpo, el deseo y la muerte en la poesía de los años ochenta se
presentan como un laberinto. Los hombres de prensa y los estudiosos de la
literatura coinciden en un equívoco: apodar de erótica a una poesía si es escrita
por mujeres, sumiendo en una confusión al lector. Porque, por un lado, se
piensa que la poesía erótica es la que nombra al cuerpo y, por otro, que este
cuerpo, en su sensorialidad, se traduce en una poesía menor. ¿Es la poesía de
San Juan de la Cruz una poesía menor? ¿La hay acaso más erótica? Sin
embargo, el cuerpo ni se menciona. Es cierto que en San Juan lo religioso está
detrás, y, también, que no es una poesía naturalista. Que el goce y el deseo son
figurados, pero, aunque figurados, eróticos en tanto que la unión amorosa se
percibe no como unión mística de la voluntad humana con la divina, sino como
reflejo del amor entre los amantes.
Es posible encontrar un lenguaje poético amoroso sin necesidad de desnudar
el objeto que se ama. ¿Pero acaso no lo desnuda el deseo? El resto lo hacen los
lectores.
La expresión erótica naturalista alude a todo y no olvida los mínimos
detalles; la no-naturalista encubre, mediante lo alegórico y la metáfora, lo
autobiográfico y la experiencia personal.
Pero el tema no determina que un poema sea erótico, tal vez sólo la
emoción hace que vibremos en nombre del juego amoroso y del deseo. El tema
de San Juan de la Cruz, la unión de la voluntad humana con la divina, resulta
siendo más apasionada en su poesía mística que la de Monique Wittig en El
cuerpo lesbiano (1973), donde la enumeración científica de las partes del
cuerpo, sus órganos y sus funciones tienen un frío destello:
El cuerpo lesbiano es un libro de amor y odio para una mujer a
quien la narradora quiere desollar viva desde la primera página.
Imagina el estado del cadáver descomponiéndose y sueña seducirla
por medios fétidos (Alexandrian 1990, 284).
Al desvalorar el erotismo se ha satanizado la poesía escrita por mujeres
tratándola despectivamente. La tesis es peligrosa: poesía femenina igual a
poesía erótica igual a poesía menor. Las razones de este equívoco podrían
enumerarse del siguiente modo: porque esta poesía habla del cuerpo, o porque
habla de su deseo, o porque lo hace también del amado, o se refiere al sexo. Y
la que no desarrolla estos asuntos no hace erotismo, hace metafísica. Es el caso
de Magdalena Chocano, cuya poesía es tan sensorial como lúdica. Y si bien se
habla del cuerpo no necesariamente se trata de poesía erótica, aunque de ser
sensorial puede orillar en el erotismo. La poesía de Safo es tan sentenciosa
como sensorial. La de Cavafis se dirige todo el tiempo a un tú amoroso y es
una poesía sentenciosa y apasionada como la de Safo. Cavafis no hace
191
Bibliografía
Alba, Patricia. 1988. O un cuchillo esperándome. Lima: Editorial Colmillo
Blanco.
Alexandrian. 1990. Historia de la literatura erótica. Buenos Aires: Planeta.
Baudrillard, Jean. 1984. Las estrategias fatales. Barcelona: Anagrama.
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Flora Tristán.
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Pollarolo, Giovanna. 1991. Entre mujeres solas. Lima: Colmillo Blanco.
Silva Santisteban, Rocío. 1993. Mariposa Negra. Lima: Jaime Campodónico
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Todorov, Tzvetan. 1970. Teoría de la literatura de los formalistas rusos.
Buenos Aires: Siglo Veintiuno Argentina Editores S.A.
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Cultura.
Wellershoff, Dieter. 1976. Literatura y principio del placer. Madrid: Ediciones
Guadarrama.
Wittig, Monique. 1973. Le corps lesbien. Paris: Editions de Minuit.
La poesía del eco en la escritura de los años 80:
Blanca Varela, Giovanna Pollarolo y Carmen Ollé
Vittoria Borsó
"IDENTIKIT"
sí
la oscura materia
animada por tu mano
soy yo
(Blanca Varela 1986, 122).
VA EVA
animal de sal
si vuelves la cabeza
en tu cuerpo te convertirás
y tendrás nombre
y la palabra
reptando
será tu huella
(ibíd., 137).
Siempre que la ninfa Eco trate de decir yo, sólo se le escapará la repetición del
yo de Narciso; tal es la enunciación del yo en el poema de Blanca Varela. La
mujer es un "yo" por reflejo del yo del otro (masculino), es una sombra china,
animada por la mano del dios. La poética de la imitación resume, a mi modo
de ver, las posiciones del debate feminista que permiten también situar la
escritura de Giovanna Pollarolo y Carmen Ollé. Las mujeres sí tienen escritura.
Es una escritura de citas, de imitación, una escritura intertextual entonces, que
por el hecho mismo de imitar, denuncia lo imitado. En efecto, al ser el original
desatado de su contexto y manipulado por la cita, su sistema se adelgaza, su
coherencia se hace inestable. Como dijo Barthes a propósito de Sarrazine de
Balzac, imitar lleva a una "galaxia de significantes y no a una estructura de
significados" (1970, 12). Imitar al original no sirve, pues, para confirmar su
autoridad, sino para denunciarlo. Renunciar al original permite, así, una
enunciación hecha de significantes heterogéneos que desestabilizan potencial-
mente el sistema del lenguaje — y por eso mismo — la relación entre el
sistema del conocimiento y las cosas1.
1
Aludo al montaje de discursos que Michel Foucault, en el prefacio de Les mots et les
choses, llama "hétérotopie" (1966, 8), al hablar del tipo de montaje paradoxal del que la
literatura de Jorge Luis Borges es un ejemplo. Este tipo de montaje, que se encuentra de
manera privilegiada en los textos literarios, provoca una perturbación de los sistemas de
197
discursos. Foucault trata dicho tipo de "perturbación" en sus ensayos sobre la literatura, por
ej. en "La Bibliothèque fantastique" (1970) que versa sobre Flaubert. Para una discusión
crítica y metodológica, véase Borsó 1991 y 1994.
2
Según Showalter (1979), la "ginocrítica" tendría que estudiar a la mujer como escritora
— y no como lectora — lo que hace más bien la "crítica feminista". La ginocrítica tendría
que enfocar el mundo de la cultura de la mujer sin valores masculinos. En su "Towards a
feminist poetics" (1970), Showalter reclama la categoría del mito y teorías antropológicas
para estudiar la "subcultura" de la mujer. Para la discusión de dichas posiciones, véase Moi
(1988).
3
Me refiero en particular a las consecuencias del interés por sí mismo que está en la base
de la identidad occidental; consecuencias que Michel Foucault ha mostrado en L'Histoire de
la sexualité (1984), a la que regresaré más tarde.
4
Véanse las reflexiones teóricas y metodológicas de Susana Reisz (1991, 133).
5
Dentro del debate feminista, me refiero a la primera fase de Luce Irigaray, espe-
cialmente a su Spéculum de l'autre femme (1974). Manejando la historia de la filosofía desde
otra perspectiva (empezando por Freud y terminando con Platón) Irigaray enseña que a pesar
de las diferencias históricas entre las teorías filosóficas, todas ellas responden fun-
damentalmente a la postulación de un sujeto idéntico a sí mismo, ávido de reflejarse en su
propio ser. Irigaray llevó a la consciencia el hecho de que la simple negación de valores
patriarcales refuerza el sistema, pues acepta la misma lógica centralista y dualista de la
identidad. Para la discusión y la aplicación de dicha posición véase también Borsó (1994b,
191).
198
6
M e refiero a la posición que Julia Kristeva empezó a elaborar con La Révolution du
langage poétique (1974).
7
Entiendo "paradoxal" en el sentido de différend según Jean-François Lyotard (1983).
Dicho concepto implica un antagonismo entre discursos no integrables en la totalidad del
orden, dicho "normal", en el que se basa la comunicación. La solución o la compensación
de dichos conflictos es más bien irrealizable.
8
Un ejemplo eximio de dicha estética se encuentra en las novelas de la dictadura llamada
"posboom", como Yo el Supremo (1974), de Augusto Roa Bastos, o El otoño del patriarca
(1975), de Gabriel García Márquez, en las que las voces de los imitadores del dictador logran
desmoronar su mito.
199
9
Véase Jean Franco (1976) en Siebenmann 1991, 351.
10
Con respecto a Trilce, véase Siebenmann 1991, 355.
11
Saúl Yurkievich subraya el humorismo como un arma que, en Poemas humanos de
Vallejo, "instala esa irresoluta ambigüedad que relativiza lo literario, que lo torna reversible"
(1990, 5).
12
Por este motivo el momento vanguardista hispanoamericano merece hoy, con respecto
al aburguesamiento de las vanguardias europeas, la categoría de "posvanguardismo" que Paz
otorgó a la poesía de los 50-60 (Los hijos del limo).
13
Representativo para este tipo es Nicanor Parra que reclama: "la poesía egocéntrica de
nuestros antepasados [...] debe ceder el paso a una poesía más objetiva" (véase Beutler 1991,
326).
200
diaria en Poemas humanos. Jean Franco habla de una tensión entre poesía y
silencio en el Vallejo posterior a Trilce.
El escepticismo frente al sujeto y al egotismo de la poesía moderna (un
escepticismo acompañado por un impulso de liberación erótica), es también la
base sobre la que se arma, en los años 80, la revisión de la función de la
poesía. Dicha revisión abarca hoy también la llamada liberación del sujeto
erótico y el movimiento de emancipación de los años 70. En la escritura de
mujeres se radicaliza una enunciación que disfruta del lugar "pasivo" que la
poesía, en su larga tradición, otorgó a la mujer. Es desde la posición de objeto,
pues, que la poetisa refleja su luz "lunar" retornándola sobre el sujeto platónico
y devolviéndole el eco de su propia voz. Al volver, el eco de la voz abre la
caja de Pandora y echa otra luz al "obscure objet du désir".
14
En un texto básico acerca de la aporía del sujeto narcisista, "Le galant tireur" (Spleen
de Paris), Charles Baudelaire denuncia irónicamente el fundamento narcisista del sujeto
moderno, que centrado en sí mismo y en la temporalidad, se enfrenta a la muerte. La imagen
de la musa resulta de su deseo de "tuer le Temps", es decir, de luchar contra el horror a la
muerte y contra el "ennui".
15
H e precisado dicha observación, analizando el pasaje de la autoconsumición del
discurso de la autenticidad del sujeto a una solución poética distinta, la de la intertextualidad,
partiendo de la llamada "poesía desnuda" de Juan Ramón Jiménez (Diario de un poeta recién
casado, 1916-1917) y analizando poemas de Giuseppe Ungaretti y José Gorostiza (1995).
201
16
Acerca de los efectos de la imitación de los paradigmas de femineidad representados
en la mujer, es decir, la puesta al descubierto de los esterotipos del rol genérico que la
sociedad le adjudica a la mujer, véase Reisz 1991, 134.
17
Foucault "Le Souci du soi" en id. 1984, II. Véase el comentario de Ceballos Garibay
(1988, 91-111).
18
Para un estudio en alemán que enfoca la presencia de escritoras peruanas bajo el punto
de vista social y político, véase Tausch 1993.
202
19
Genette (1982) llama "transposición" a este tipo de relación intertextual, en la que el
texto original (hipotexto) no tiene importancia en sí y sólo sirve como punto de partida de una
adaptación del asunto a la situación actual.
20
Entre otros, Paoli (1986, 8) se refiere al poema de Blanca Varela "No estar".
21
En "Espacio", el poema en prosa de Juan Ramón Jiménez (1982), el punto de partida
del poeta es, p. ej., la constatación de su propia divinidad. También en este poema de
Jiménez la mujer sirve como metáfora de la materia y de la muerte, consideradas como lo
otro del sujeto (que es más bien divino, espiritual, eterno). La otredad del sujeto es
203
representada por la mujer y marcada por las tradicionales oposiciones entre alma (sujeto) y
materia o cuerpo (objeto-mujer) o bien, entre "espacio" y "hueco", etc. A modo de ver de
la crítica, el hecho de que el sujeto construya su propio objeto por medio de imágenes
femeninas, es un acto intersubjetivo (véase Jaffé 1991). Por medio del objeto construido (la
mujer), el sujeto se enfrenta supuestamente a "otro sujeto" (Jonathan Culler citado por Jaffé
1991, 150). La poética de las autoras aquí considerada y la lectura que proponemos está más
bien en desacuerdo con dicha interpretación y con la tesis soslayante según la que, apropián-
dose de la imagen de la mujer, el sujeto supera su propio narcicismo.
22
Véase para la importancia de la ironía en la escritura de mujeres, p. ej., Bordando
sobre la escritura y la cocina de Margo Glantz (1984).
23
En esto, estoy en desacuerdo con algunas menciones a pie de página que Susana Reisz
ha hecho de novelas de mujeres del tipo de Como agua para chocolate de Laura Esquivel
(véase Reisz 1991, 135).
204
24
Acerca de la importancia de la temporalidad para la poesía y la elaboración de este
tema en la escritura de Giovanna Pollarolo, véase también Reisz 1991, 143.
25
A título de ejemplo: "La misma historia": M e presenta, orgullosa/a su amante/de quien
ha estado hablando/con fruición/quiere dejar a su marido/por este hombre/que le ha
cambiado, dice,/la vida./ M e sorprendo: él y él se parecen/casi como dos gotas de agua (44).
Véase también la imagen de "Papá y mamá" (51). Si no se indica de otra manera, las páginas
se refieren a Pollarolo 1991.
205
poder. Los últimos versos del poemario marcan el reto del proceso de
aprendizaje de la niña y son un acto de desterritorialización26 del yo:
EN MIS DIAS parecen un sueño, una ficción
el acierto se convirtió en error
el mundo no estaba tan lejos
y mi abuela se llevó su Paraíso.
Lo que somos, no fuimos nada
olvidamos un idioma, un país, unos parientes
allá, somos los peruvianos
y acá, como decía mi abuela del lejano mundo
todo está hecho un zafarrancho (78).
La enunciación aparentemente vacía, "ascética", hipoverbal es una mera
representación de discursos patriarcales. Dicha representación detiene el poder
de abrir la caja de Pandora y de mostrar debajo de un significante inocente y
llano, las perversiones del régimen y de la economía patriarcal. Las palabras
aparentemente inocentes son un espejo que, paródicamente imitando, desmonta
la autoridad del original para sacar otros registros de él27. En esto, Giovanna
Pollarolo rescata también a los maestros de su propio encierro dentro del poder
de los discursos consagrados. A la literatura de Cesare Pavese, que es
celebrada por el título y el lema del libro, la escritora le confiere ecos que,
bajo la autoridad del maestro, nunca hubieran podido resonar solos. En la
estructura autobiográfica del poemario, la autora renuncia al artificio de una
confesión auténtica y a la imagen de la divinidad del "yo". La escritora
ingresa, asimismo, en el camino ya preparado por Blanca Várela. La denuncia
del platonismo como centro de la poesía intimista y personal es, en efecto, uno
de los momentos cruciales del poemario de Giovanna Pollarolo. Menciono,
sólo a título de ejemplo, el recuerdo de un sueño infantil que alude a la
metáfora de la flor, con la que el yo platónico representa la belleza ideal
rechazando a la mujer concreta, a la que "marchita" con el paso del tiempo28.
La autora trueca los valores simbólicos: el sueño de la niña, sueño que, a los
primeros pasos de baile, sucumbe a la autoridad de los maestros (y de las
maestras), no es la imagen estática de la flor, sino la libertad y el poder de
metamorfosis de la mariposa:
26
Véase la importancia otorgada por G. Deleuze y F. Guattari a la desterritorialización
como factor de alienación creativa en las literaturas llamadas "menores" (Reisz 1991, 132).
27
La poesía de Giovanna Pollarolo es la transposición "femenina" de este tipo de poesía
que remonta a Nicanor Parra. Véase con respecto a este último Beutler (1991, 326).
28
Véase, p. ej.: "Dicen/que después de los 30 las mujeres envejecen pronto/ malhumora-
das/sufren de males jamás pensados/no se resignan/y sufren comparándose con la rosa
marchita/pétalos caídos, belleza acabándose/..." en: "Después de los 30" (57).
206
29
S. Reisz subraya la importancia de la ironía en la poesía de la escritora argentina
Susana Thénon (1988).
30
Véase, p. ej., también "No había sido una puta" (46s.).
31
Dichos momentos son numerosos: los pasos del "yo" hacia su gato moribundo, de la
niña hacia la falda de la madre (19).
32
Véase también el final de "La lección" (22).
207
Al final de "Este puerto existe", la imagen del poeta (cuya dicción vuelve a ser
masculina) es la de un simio. El símil humano aparece en el texto como la
caricatura del hombre, es decir, como la caricatura de quien es "símil a sí
mismo". Dicha desmitificación ocurre desde la mirada del simio hacia el
hombre, es decir desde los "disímiles" de quien está en el centro, desde "los
otros", tomados como polos negativos de la identidad. El sujeto, el héroe que
en este poema tiene un cuerpo de madera pintada de rojo y violeta, se
desmorona. Tal es el papel de la mujer en estos primeros poemas 33 .
En "nadie sabe mis cosas" de \tlses y otras confesiones (1964-1971),
Blanca Várela representa un diálogo, en donde el sujeto de una enunciación
abiertamente femenina, al heroizar un tú escritor 34 , un tú comparado a Picasso
(90), desmonta su autenticidad autobiográfica, inútil frente a la impasibilidad
del tiempo inscrito en la eternidad de la naturaleza. Al heroísmo se contraponen
referencias a situaciones comunes, llenas de afán por el destino diario de la
relación amorosa, denunciando el tedio de cada día y el dolor de la soledad. La
temporalidad echa luz sobre la vanidad de este tipo de "vita" y de la escritura
de la soledad. A la discrepancia entre palabras y existencia ya descubierta
detrás del artificio heroico del sujeto narcisista, se añade, en los últimos
poemas, la discrepancia entre la tradición de la confesión poética de la soledad
y las experiencias existenciales de la mujer. La crítica de la tradición platónica
en la poesía intimista es el telón de fondo de la poesía de Blanca Várela. En los
últimos poemas que reiteran la discrepancia entre imágenes poéticas y
experiencia interior, la discordancia insuperable entre la luz de las estrellas
contempladas por el sujeto platónico y el cuerpo concreto se vuelve un tema
central. Los símbolos de la mujer en la poesía platónica y romántica son el
objetivo de la crítica: el símbolo de la rosa es la "detestable perfección de lo
efímero" en poesía (98), mientras que, por ende, también la falsedad de la
noche se desmiente por el día (121). En cuanto al tópico barroco de la vanidad
de la vida, la flor sí que corresponde al destino del ser humano que, en la
tumba, "acabará en la boca de alguna flor". Sin embargo, este referente
simbólico procede más bien de los discursos, que de los sentidos (son "Flores
para el oído"). En Canto villano (1972-1978), Blanca Várela lleva a cabo su
labor de desengaño, que, al final de la relación amorosa relatada por esta
poesía autobiográfica, coincide con una alusión a los geranios llamados
"obscenos" por connotar la uniformidad de cada día en discrepancia con el
instante kairótico de la rosa. Detengámonos un momento en esta imagen en la
que descubrimos el proyecto también común a Giovanna Pollarolo y Carmen
Ollé.
Para una flor indiferente como el geranio, el epíteto "obsceno" no está
motivado por el referente, para el que el significante "obsceno" es insensato y
33
M e refiero, p. ej., al poema "Primer Baile" (32).
34
Es un motivo que se encuentra también en la "novela" de Carmen Ollé.
208
arbitrario, sino que emerge del discurso subyacente atado a la rosa como
símbolo de perfección poética, símbolo del mito de la belleza divina, cuyo
enemigo son las marcas del tiempo, rayadas en el cuerpo concreto de la mujer.
La promiscuidad de lo diario desmonta el discurso poético. El texto es un
palimpsesto de discursos consagrados y de voces subversivas que imitan e
introducen dicciones insólitas. Una doble focalización35 sobre el tópico barroco
de la "vanitas", haciendo referencia a uno de los sonetos más famosos de
Góngora36, mezcla la admonición frente a la muerte, encarnada por la rosa al
igual que por el cuerpo de la mujer, al anodino miedo diario frente a la posible
pérdida de la ternura de la persona amada. Los fantasmas de la tradición
poética regresan en una situación de horror existencial. La escritora derriba los
símbolos para desencadenar los monstruos que habían sido domesticados bajo
las imágenes metafóricas de la mujer; metáforas aptas para fortalecer el
equilibrio artístico, psíquico y epistemológico del sujeto (patriarcal). Al
focalizar los valores sexuales atados al orden simbólico, brota de ellos una
experiencia de dolor que rescata el sentimiento de solidaridad. Para este
sentimiento los pies sangrantes de la Cruz, frente a los que, al comienzo del
texto, se arrodilla la escritora, son un arquetipo (14s.). Con su ética
básicamente existencialista, la autora borra la divinidad del hijo de Dios para
salvar su humanidad37. Es un gesto que recuerda la invocación al hijo-niño de
Gabriela Mistral. En la poesía de Blanca Várela, el hecho de introducir en lo
poético la anécdota común y lo popular, sirve de lugar epistemólogico para
desenmascarar el texto implícito de horror, miedo y obscenidad inscrito debajo
del sublime discurso de la poesía. En el texto de Carmen Ollé que vamos a
considerar ahora, este principio organiza la sintagmática de la narración,
irritando el paradigma simbólico, en el que el sujeto lírico estaba encerrado.
35
El comentario que sigue se refiere a "Ultimo poema de junio", el primer texto de Otros
poemas (1978-1983), 157ss.
36
Se trata del soneto "Mientras por competir con tu cabello" de Luis de Góngora.
37
Véase, p. ej., "Cruci-ficción".
209
38
Lo mismo vale para ¿Por qué hacen tanto ruido ? (1992), aunque en este texto la
anécdota sea más central, así que se puede hablar, como lo hizo Blanca Varela en su
presentación, de episodios autobiográficos aparentemente novelados.
39
Si no se indica de otra manera, las citas se refieren a Ollé 1992a.
40
Su existencia depende directamente de las miradas de los otros (p. ej. "vaivén de su
culo transparente") (7).
41
M e refiero, p. ej. a la ironización del diálogo entre el sujeto femenino y la enfermera
(13).
210
42
La relación mujer-fetiche y valor-objeto resulta de un "mundo paradigmático
bloqueado" que mutila el comportamiento erótico de la mujer (12). Los trueques simbólicos
provocados por la parodia hacen visibles las prácticas disciplinarias que mutilan el cuerpo
debajo del bloqueo simbólico del platonismo.
43
La "otredad" del sujeto erótico que resulta de la poética del instante de Octavio Paz es
la última etapa del camino iniciado por el romanticismo, y más radicalmente, por el
modernismo. Según Paz, como alternativa al sujeto racional, el proceso de enunciación
poética construye una doble esfera individual e histórico-cultural, atacando la noción y la
percepción de un sujeto unitario y estático, para instaurar un sujeto en proceso. Sin embargo,
dicho sujeto queda sublime. Además, en lo que concierne a la diversidad y a la asimetría
entre el yo y lo otro (Lévinas 1987) el sujeto erótico no se distingue del racional. Al englobar
lo otro dentro de la experiencia del instante, destruye su diversidad.
44
Se trata, en particular, de La morí de la famille (Bataille).
45
A título de ejemplo: La mujer que, al buscar la confirmación de la imagen perfecta
encuentra en el reflejo del espejo su propia desvalorización como objeto, percibe dicha
experiencia como la patología personal de un deseo masoquista, sin poder pensar que dicha
desvalorización de su cuerpo sólo es la proyección del discurso del sujeto. De hecho el sujeto,
con su anhelo de perfección, quiere ocultar su propio horror a la sexualidad y a la muerte.
En la época moderna que se define a partir del interés por el cuerpo, dicho problema es aún
más complejo. Aludiendo a la cultura griega y latina, Foucault nos enseña que en la historia
de Occidente el miedo a la sexualidad, en tanto que miedo al cuerpo y a la muerte, se revela
211
Noches de Adrenalina:
la experiencia del límite absoluto de la "mujer-objeto"
Regreso a la mística mencionada por Roberto Paoli a propósito de Blanca
Várela. La búsqueda poética de lo otro no es tanto "pasividad" mística (fácil de
equiparar a la expresión del rol pasivo de la mujer en la sociedad). Si hablamos
de mística con respecto a los textos en cuestión, cabe entender la mística como
G. Bataille concibió lo sagrado, es decir, como experiencia interior del límite47.
La mística del erotismo, una mística que busca la transgresión, lleva a la caída
en los narcóticos como religión y conocimiento48. La escritora renuncia a la
omnipotencia divina del poeta varón, aceptando de antemano su propio límite
y recalcando la imprescindibilidad del límite que el sujeto hablante "femenino",
por ser objeto, lleva en sí mismo. Hablar de sí mismo se transforma, de hecho,
en una guerra (13). Al desmontar el artificio de la decencia y de la compasión
paternalista (12), enseña también que la búsqueda de la identidad del sujeto es
un viaje cuyo punto de partida y de regreso llevan a la muerte (24). En este
poemario es más bien el acto de viajar lo que constituye un momento crucial:
viaje sin culminación en el que me abandono a la pasión
del otro y en un juego de espejos transfiero el deseo
al cuerpo que nos toca babeo porque babea
y me pierdo en el scherzo delicioso de ser el que mira
y el doble placer de ser el objeto que se mira (24).
La conciencia de existir en función de la mirada de los otros mantiene, junto
con la experiencia de la pasión, también la del límite. Es un límite absoluto,
pues la locutora no abandona su posición de objeto. Es un límite subrayado a
menudo por la esctructura del verso. Con un encabalgamiento, el texto ata el
deseo al cuerpo (v. 2) y la pasión al otro (v. 1), mientras que la grafía los
49
Véase la interpretación del filósofo alemán Bernhard Waldenfels acerca de la
exterioridad del otro en la filosofía de Lévinas (Waldenfels 1990, 51).
50
Véase el artículo de Millington en este volumen, 73-79.
214
51
Las premisas narcisistas de la poética del instante concebida por Octavio Paz se ponen
al descubierto si se considera la crítica del presente efectuada por Lévinas en Le temps et
l'autre (1983). Véase Borsó 1995.
216
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jectivity and Intertextuality. En: Luis T. González del Valle y Julio Baena
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Colorado: University of Colorado Press.
217
Susana Reisz
Las comillas de este título solo tienen la función de sugerir el carácter poliva-
lente y controversial de los términos que enmarcan.
Puesto que el primero de ellos daría material para un ensayo independiente,
me limitaré a remitir aquí a los trabajos en los que he ofrecido una fundamen-
tación teórica de esa noción (véanse Reisz 1990, 1991 y 1994).
En relación con el segundo sólo quisiera aclarar que en la mayor parte de
ese trabajo me voy a ocupar de escritoras y de obras que son "nuevas" en dos
sentidos: de presencia relativamente reciente en las letras peruanas y, a la vez,
con la potencialidad de transformar y ensanchar el canon y de renovar incluso
sus propios lenguajes. Tengo que admitir, sin embargo, que en la medida en
que el rasgo que realmente me interesa es la capacidad de innovación y auto-
regeneración, las limitaciones cronológicas me resultan casi accesorias y la
referencia a Blanca Várela imprescindible.
Las respuestas de las actuales poetas peruanas a ese desafío cubren una
amplia gama que abarca desde la absoluta indiferencia o la aparente aceptación
de los estereotipos androcéntricos con el fin de erosionarlos desde adentro (que
es a lo que apuntan la asordinada rebeldía y el discreto encanto burgués de
Giovanna Pollarolo) hasta la abierta provocación en un lenguaje sexualizado y
des-romantizado, duro y sarcàstico, "impropio" de una boca femenina (como el
que anticipó con cierta timidez María Emilia Cornejo a fines de los setenta y
como el que Carmen Ollé trabajó de modo sistemático y consagró como parte
fundamental de la agenda ético-estética de la poesía femenina de los ochenta).
A algunas de nuestras poetas el conflicto o el desajuste entre las imágenes
tradicionales del género femenino y la percepción de sí mismas parece serles
todavía ajeno o, en todo caso, literariamente irrelevante. Basta como muestra
esta declaración de principios de Magdalena Chocano:
Simplemente te diré que si yo me propongo hacer poesía femenina
puedo hacerlo, en el sentido de que puedo contar lo que me pasa,
como mujer, en esta sociedad. Pero da la casualidad de que mi
poesía no está basada en este tipo de preocupación (Forgues 1991,
252).
Dado que en la sociedad peruana la mayoría de las mujeres todavía no quieren,
no pueden o no se atreven a hablar públicamente de "este tipo de preocupación"
y la mayoría de los hombres se muestran impermeables, incrédulos o burlones
cuando se tratan estos temas, las estrategias subversivas con mejores posibi-
lidades de hacer impacto en lectoras y lectores son aquéllas que se camuflan
tras el ropaje de lo convencional y trillado.
Giovanna Pollarolo es maestra en este difícil arte de destapar sumideros con
un gesto de inocencia. En un estilo prolijo y poco ostentoso (afín al que podría-
mos atribuir a las ingenuas escolares evocadas en "El cuaderno de los sueños")
ella investiga, magnifica y tensa hasta el estallido esas "metáforas engañosas y
convenientes" de mujeres anto-todo-esposas-y-madres, abnegadas y deseosas de
agradar, fieles y persistentes en su rol de subalternas, contentas con la
experiencia vicaria de vivir a través de empresas y éxitos ajenos. O hartas y
resentidas pero resignadas. O desesperadas por los celos pero aguantadoras. O
cargadas de odio pero impotentes...
Giovanna escudriña esas imágenes desde los más variados ángulos, las pone
bajo una cruda luz, las congela, amplía y retoca con mínimas variaciones y
acaba por transformarlas en tácitas parodias de sí mismas. Pero puesto que la
parodia, como es sabido, solo puede ser descifrada por quien, además de cono-
cer el modelo parodiado, comparta la intención crítica y lúdica de quien lo re-
produce, los poemas de Entre mujeres solas dejan margen para lecturas irónicas
o literalistas, reflexivas o superficiales, sofisticadas o ingenuas, progresistas o
conservadoras.
220
Es por eso tal vez que tantas limeñas de muy variada edad, diversa situación
social y dispar ideología (por lo común no feministas) se han sentido retratadas
y comprendidas en esos textos. Para unas lo sustancial puede ser el cuestiona-
miento del rol de la mujer en la clase media urbana. Para otras quizás el mayor
interés radique en verse miméticamente reflejadas... En uno u otro caso los
poemas pueden ayudar a tomar conciencia de todo lo que se nos ha impuesto al
margen de nuestro deseo. Sin embargo — y en esto reside su eficacia "doctri-
naria", por llamarla de alguna manera — las metáforas "veraces" de la feminei-
dad nunca se ofrecen de modo directo ni demasiado amenazantes, como para
que los hombres no se impermeabilicen del todo al leerlas ni las mujeres se
aterren de lo mucho que tendrían que tirar por la borda para realizarse como
seres integrales.
Mucho más radical y menos potable para el público común es, como lo
anticipé, la modalidad "recia" inaugurada por Carmen Ollé, dentro de la que
cabe la expresión de una sexualidad desinhibida — o al menos en lucha por
liberarse — y centrada en las pulsiones libidibales de una psique femenina y en
las apetencias de un cuerpo de mujer. Este tipo de lenguaje, que constituye un
atentado al "decoro verbal" de la burguesía y la clase media peruanas, ha sido
y sigue siendo cultivado con mucho talento por varias jóvenes poetas que, como
Rocío Silva Santisteban, Patricia Alba o Mariela Dreyfus, reconocen en la
lectura de Noches de Adrenalina un acontecimiento fundamental para su for-
mación artística.
"Discurso" de Patricia Alba, un breve texto cuyo título recoge el gesto
declamatorio y la inclinación auto-paródica tan frecuente en la poesía amorosa
de esta generación de mujeres audaces, articula lapidariamente, en un par de
líneas, un programa estético-político que podría suscribir cualquiera de ellas:
De nada sirve levantar los párpados y mostrar
Una lánguida mirada.
Ahora son necesarias las palabras gruesas
Los gritos desaforados, los movimientos y la provocación
Serán las armas (57).
Examinando formas de escritura inspiradas en la revolución feminista de las
últimas décadas, Susan Rubin Suleiman, editora de un interesantísimo volumen
dedicado al tema del cuerpo femenino en la cultura occidental (cf. Suleiman
1986) resume una forma de escritura afín a la que estoy comentando con la
burlona expresión "iguales derechos o decirlo con cuatro letras" (es decir, con
palabras "gruesas" como fuck, cunt o cualquiera de sus equivalentes en español,
que también suelen tener pocas letras...).
Centrándose en dos best-sellers de 1973, Fear of Flying de Erica Jong y
Rubyfruit Jungle de Rita Mae Brown (esta última una novela lesbiana),
Suleiman analiza el procedimiento consistente en la "usurpación" o reapropia-
ción (frecuentemente parodística) de las estructuras narrativas, la forma de
mirar al objeto del deseo y el lenguaje sexual "duro" de los narradores eróticos
221
1
La primera afirma desafiante, a propósito de un imaginario "tratado" que aherroja la
sensualidad femenina:
Lo mato y lo remato
con mi sexo abierto y rojo,
manojo cardinal de la alegría,
desde esta América encarnada y encendida,
mi América de rabia, la Central
(en Fernández Olmos/Paravisini-Gebert 1991, 168).
La segunda invierte el rol tradicional de la mujer en el sexo y en la política presentando al
hombre amado como receptáculo pasivo de la creatividad femenina:
Como un río te fornico a lecho abierto.
Una casa enorme en tus brazos
imagino.
A tu grupa regreso.
A tu grupa
de raza cabalgante en pleno vuelo.
Soy yo quien te propone
beso a beso
una revolución (ibíd., 175).
229
2
H e aquí el texto completo:
Hay un quechua
cantor
en mi regazo
Un aymara
un shipibo
toda la negritud
Cien combates
hierven
nuestra sangre
aunque Lima
en primavera
nos sea totalmente ajena (50).
231
Intentar autorepresentarse como mujer peruana parece ser una tarea todavía
más penosa y arriesgada que acuñar nuevas imágenes de la femineidad y redefi-
nirse desde la propia experiencia de género. Los principales logros de la poesía
femenina actual han de buscarse en esta segunda dirección. Concluyo, pues,
trayendo a la memoria dos breves poemas en el estilo lacónico-monumental de
los epitafios clásicos, que constituyen, a mi juicio, dos de los momentos más
altos en el esfuerzo de nuestras poetas por proponer metáforas "veraces" de sí
mismas: "Identikit" y "Curriculum Vitae" de Blanca Várela.
El título del primero, con sus connotaciones burocrático-policíacas desro-
mantizadoras, prepara a la súbita revelación de una identidad fragmentaria y
aleatoria, empeñosamente construida por una voluntad ajena, sobreimpuesta al
yo y en tensión irresoluble con su propia manera de percibirse:
sí
la oscura materia
animada por tu mano
soy yo (122)
En el segundo, la imagen arquetípica del triunfador, el atleta que deja atrás a
sus adversarios y recibe como premio ovaciones y "el vino de la victoria", es
sustituida por la figura antiheroica de un corredor solitario, que sólo compite
con su sombra y que sólo puede recibir como premio "otra carrera"3.
Supongo que a la mayoría de las lectoras no nos cuesta mucho esfuerzo
hacer una ecuación genérico-sexual y ubicarnos masivamente del lado de quien
sabe más de oscuras luchas privadas que de vítores. Aquí se me hace inevitable
una asociación extrapoética que el "Curriculum" de Várela, pese a su calculado
mutismo, sin embargo propicia: pienso en las muchas mujeres que después de
trabajar todo el día fuera de la casa, en las oficinas, las tiendas, las aulas o
como vendedoras ambulantes, reciben el "premio" de tener que ocuparse de las
tareas del hogar y atender al marido o a los hijos pequeños o a los padres viejos
o a todos ellos a la vez...
3
Este es el poema:
digamos que ganaste la carrera
y que el premio
era otra carrera
que no bebiste el vino de la victoria
sino tu propia sal
que jamás escuchaste vítores
sino ladridos de perros
y que tu sombra
tu propia sombra
fue tu única
y desleal competidora (138).
232
No deja de ser sorprendente que una de nuestras poetas a las que la crítica
considera más reacias a hablar "como mujer" en su poesía y cuyo "yo lírico
masculino" ha llamado la atención de más de una opinión autorizada4, deje en
esta parábola un testimonio tan intenso de la experiencia femenina y un
cuestionamiento tan enérgico de los roles sexuales hasta ahora vigentes.
Cierro — ahora sí — esta reflexión amparándome en su voz o, mejor dicho,
en una de sus voces más admonitorias y más comprometidas con el imperativo
de desconstruir los valores estético-genéricos tradicionales: la que emerge de
estos versos memorables que pueden servir de antídoto a la prematura ansiedad
de envejecimiento (y a otras muchas ansiedades "femeninas"):
A rose is a rose
inmóvil devora luz
se abre obscenamente roja
es la detestable perfección
de lo efímero
infesta la poesía
con su arcaico perfume (98)
Bibliografía
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Editorial Colmillo Blanco.
Barrientos Silva, Violeta. 1991. Elixir. Lima: Ediciones Nuevas.
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reunida). Lima: Ediciones Flora Tristán.
Dreyfus, Mariela. 1984. Memorias de Electra. Lima: Edición de la autora.
—. 1992. Placer fantasma. Lima: Departamento de Cultura de la Asociación
Peruano-Japonesa del Perú.
4
Véase la influyente evaluación de Octavio Paz en el prólogo a Ese puerto existe (Varela
1959, 13) recogida por R. Paoli en su prólogo a la edición de Canto Villano (Varela 1986,
8). Cf., además, esta glosa de un comentarista anónimo, procedente de la contratapa del
último poemario de Varela, El libro de barro, que acaba de ser publicado en España (Varela
1993c): "Discurso que no es femenino (que se resiste a serlo) [...]".
233
TEATRO Y CINE
DIRECTORES Y CREACION COLECTIVA
Las distintas caras del teatro:
entre Nuevo Teatro y Tercer Teatro
Kati Róttger
¿Qué significa el nuevo teatro hoy en el Perú, después de que la crisis ideológi-
ca ha sacudido la confianza en las posibilidades de cambiar la sociedad y
tomando en cuenta que no es de esperar que haya una solución a la crisis
económica? ¿Cómo reaciona el nuevo teatro ante estas crisis? ¿Implican ellas su
derrumbe y ponen de manifiesto su carácter efímero y su dependencia de las
corrientes políticas y sociales en boga? ¿O podrá manifestarse como una necesi-
dad social, oponiendo su creatividad a la miseria contemporánea? Preguntas
sobre la razón de ser del nuevo teatro, preguntas sobre el tema de este simpo-
sio, crisis y creación.
El crítico de teatro peruano Hugo Salazar del Alcázar ya ha dado una res-
puesta:
la mejor dramaturgia vive y sale de las épocas de profunda crisis.
[...] Es dentro de ésta donde los nuevos creadores peruanos encon-
trarán la identidad simbólica a partir de los diversos vínculos entre
lo nacional y universal, lo ceremonial y cotidiano, lo ético y lo
estético, lo actancial y lo gestual (1989a, 308).
¿Pero quiénes son los nuevos creadores en el Perú? ¿Y qué es lo nuevo? En
muchas publicaciones se escribe sobre el nuevo teatro peruano (cf. Salazar del
Alcázar 1989, 1990) de una manera global, lo cual lleva a una confusión
alrededor del término "Nuevo Teatro". La crítica no tiene en cuenta que el
Nuevo Teatro es un concepto propio para el desarrollo de un teatro específica-
mente latinoamericano, que difiere profundamente de los otros dos conceptos
de teatro que tenían y tienen un gran impacto en el teatro en el Perú: el del
Teatro Popular Político y el del Tercer Teatro. A continuación voy a explicar
los principios básicos del Nuevo Teatro, acentuando las diferencias entre éste
y los otros dos conceptos nombrados y refiriéndome a lo que significan para el
teatro peruano actual y dentro del tema de este simposio.
der las danzas, los ritmos y familiarizarse con los instrumentos indígenas. El
grupo buscó entablar contacto con la gente a través de pasacalles o de la repre-
sentación de pequeñas escenas que eran discutidas con el público posterior-
mente. Los nuevos conocimientos recogidos de esta manera fueron utilizados
por el grupo en la próxima gran producción en 1979: Allpa Rayku, un hito en
el camino hacia el nuevo lenguaje teatral, y asimismo la producción que repre-
senta, en cuanto a la relación con el público, la transición del Teatro Popular
Político al Teatro Nuevo. La obra está basada en testimonios de campesinos
acerca de la lucha por la recuperación de su tierra y cuenta cómo un pueblo
recobró su tierra y, necesariamente, tuvo que dar una nueva forma a su vida
comunitaria. Formalmente, la representación está orientada dentro de la tradi-
ción oral andina. Elementos de la cultura popular, tales como cantos e ins-
trumentos originales, danzas, máscaras, vestido típico y en parte el quechua,
fueron integrados. El mensaje político y la integración del público en la repre-
sentación a través de una gran fiesta final eran elementos que mostraban toda-
vía una cierta fidelidad a los principios del Teatro Político Popular. Pero las
investigaciones realizadas anteriormente y la reflexión sobre la vida y la cultura
andinas en el escenario ya marcaban el inicio del Nuevo Teatro. Allpa Rayku
tuvo mucho éxito en la ciudad y en el campo: por primera vez aparecieron
protagonistas populares en una obra de teatro, representando su propia cultura.
Hoy, el Nuevo Teatro en el Perú ha conquistado un lugar significativo en la
sociedad peruana. Una condición importante para este desarrollo ha sido la
profesionalización del teatro, lo cual, en el caso del Nuevo Teatro no significa
resultados perfectos o la publicación de obras brillantes, ni tampoco la cons-
trucción de una gran sala de teatro o el nacimiento de grandes estrellas. Profe-
sionalización en el Nuevo Teatro significa entender el teatro como trabajo sin
por ello buscar las certezas del teatro comercial; significa también que cada
actor toma la responsabilidad ética, artística y organizativa de su grupo. De
esta manera, de la profesionalización y de la relación abierta con el público,
surge — siendo ésta la cuarta característica importante del Nuevo Teatro — un
concepto de dramaturgia abierta que no se basa en el teatro como género
literario, sino en la práctica del montaje y en la invención creadora del actor:
la creación colectiva.
Creación colectiva es un sinónimo del teatro de la incertidumbre, que
produce intencionalmente una crisis para superarla después. Nada se encuentra
fijo: ni la obra, porque el grupo (o un miembro) la está inventando él mismo,
ni el proceso de creación, porque los actores trabajan mediante improvisa-
ciones, ni el resultado, porque la crítica del público cambia el espectáculo, ni
las funciones de los miembros del grupo, porque tienen múltiples tareas como
actores-creadores-promotores. El valor fundamental de la creación colectiva es
la capacidad de correr los riesgos.
Si se considera a Allpa Rayku como una producción de transición del Teatro
Popular Político al Nuevo Teatro, en 1983 el grupo Yuyachkani creó, después
de haberse profesionalizado definitivamente, Los músicos ambulantes, una
242
1
De una entrevista con la autora, marzo 1989.
244
Quizás estas palabras casi cínicas explican el granito de esperanza que nunca
desaparece totalmente de los espectáculos del Nuevo Teatro hasta hoy, a pesar
del incremento de la miseria, de la violencia y de la pobreza. En la producción
de Yuyachkani del año 1989, Contraelviento, que por razones políticas es más
densa que las anteriores, la protagonista Coya ofrece al eqeqo, un símbolo de
suerte y prosperidad, granos de maiz, que él distribuye al público.
Sin querer cuestionar la importancia del Tercer Teatro para el desarrollo del
movimiento teatral peruano, sobre todo en el aspecto del entrenamiento corpo-
ral, hay que insistir en algunas diferencias fundamentales entre el Nuevo Teatro
y el Tercer Teatro a pesar de que, sin duda, en el teatro peruano actual las dos
corrientes se encuentran en muchos casos entrelazadas.
El mismo Eugenio Barba insiste en su afinidad con el "teatro de grupo" en
Latinoamérica. En su artículo "La casa con dos puertas", explica:
Una colega cubana me dijo: "En realidad, tú eres un latinoamerica-
no nacido en el exilio." ¿Hay algo cierto en este cumplido? Creo
que sí. He crecido en el sur de Italia. Me convertí en adulto en
Noruega, como emigrante. Como hombre de teatro me formé en
Polonia. El teatro que fundé es danés. Pero dentro de los teatros de
Latinoamérica me siento como en casa (1989b, 4).
En este artículo, Barba se opone a la idea de que El Odin Teatret pudiera haber
influido o influir en los grupos de teatro latinoamericanos. El no quiere hablar
de influencias, lo considera un "modo de pensar equivocado" (ibíd., 9), sino
sobre el pasado común de todos los profesionales de teatro, "el lugar donde
nosotros, gente de teatro, estamos en casa" (ibíd., 10). Al lado de las diferen-
cias existentes, Barba acentúa también las presentes características comunes de
los grupos de teatro latinoamericano y del Tercer Teatro, que consisten en la
"elección existencial de resistencia contra la sociedad" (ibíd., 4), en la búsque-
da de una identidad y en el ethos 2 .
Sin embargo, no hay que olvidar que el Tercer Teatro es básicamente un
concepto pedagógico, aun cuando Barba insista en que el "Tercer Teatro no
indica [...] una 'escuela'[...]. Indica un modo de darle sentido al teatro". Y lo
explica: "¿Cómo definir de otro modo el trabajo de grupos casi siempre autodi-
dactas, o que sólo con el sudor logran imponer el derecho a su existencia y
para los cuales no existen escuelas? (ibíd.). El mismo da dos respuestas, la una
es ideológica: "El éthos es el conjunto de respuestas en acción a esta pregunta"
(ibíd., 1). Y la otra es técnica: darle al actor autodidacta un instrumento básico
para la actuación. La ISTA es la realización del aspecto ético y del aspecto
técnico de una manera pedagógica.
La primera meta de la ISTA, y también de los muchos seminarios que
Eugenio Barba organiza, consiste en enseñar al actor (autodidacta) una "manera
especial del uso del cuerpo" (Barba 1980, 11), la cual es contraria a la actitud
cotidiana, no-reflexiva y repetitiva del actor occidental en la escena convencio-
nal. El concepto de la antropología del teatro indica la preocupación por técni-
cas de actuación que comprendan los aspectos lingüísticos, semióticos, históri-
cos, biológicos y no exclusivamente sicológicos, como lo ha venido practicando
2
M e pregunto por qué entonces llama a su s u e ñ o de un teatro transcultural "Eurasian
village" y no "Euramasian village" (cf. Barba 1982a).
246
se limita entonces a ser pura acción, sin sentido referencial. Al mismo tiempo,
este repertorio forma la base sobre la cual tendría que ocurrir la interacción
entre los actores, sus gestos y el texto literario. Dentro del concepto del Tercer
Teatro "the performer should [...] invent (together with the director and the
mise en scène as a whole) a situation within the text [that] makes a sense"
(ibíd., 174). Sin embargo, en su práctica como director, Barba reduce un texto
a priori a sus acciones para concretizarlo a través de los movimientos (cf.
Rottger 1983, 41 y Pavis 1992, 161). "Everything abstract, intellectual, or
diluted by philosophical commentary is eliminated in the interest of concrete
and univocal action" (ibíd., 175). Al actor tampoco le está permitido interpretar
el texto emocionalmente o intencionalmente, su capacidad creativa no cuenta
(cf. Rottger 1983, 44). Lo que cuenta es sólo la precisión e intensidad de la
acción. El director monta finalmente las acciones corporales del actor en
combinaciones de movimientos oposicionales sorprendentes. Esta manera de
trabajo corporal concreto, de "juxtaposing and coordinating gestures" (Pavis
1992, 166) sobre la base de los principios de actuación asiática, sin referentes,
conlleva a una estética de la rigidez y a un universalismo uniforme que se
puede observar en muchos montajes del Tercer Teatro, en los cuales, si bien
fascinan la capacidad corporal y la energía de los movimientos, al mismo
tiempo las repeticiones de los movimientos intensos llegan a dominar la estética
de la escenificación, lo que, en cierto momento, puede llegar a resultar monó-
tono.
El segundo problema yace en la actitud didáctica del concepto del Tercer
Teatro, cuya médula no es lo estético, sino lo ético: "His ethic is his [the
actor's] art" (Barba 1979, 49). El entrenamiento del actor según los principios
descritos es extremadamente duro y es necesario practicar muchos años para
lograr la presencia corporal aspirada. Es aquí donde vemos el "sentido final"
que hay que "darle al teatro" (Barba 1989, 4). A través del entrenamiento
cotidiano extremadamente duro, el actor tiene que confrontarse "consigo mis-
mo" (Salazar del Alcázar 1989a, 302) para lograr calidades éticas tales como
coherencia, intensidad y responsabilidad. Tendrá que alcanzarlas con una
disciplina férrea y voluntaria: "The theatre, like ali artistic activities, is discipli-
ne" (Barba 1979, 34). Pero ¿quién es capaz de determinar cuando uno ha
sobrepasado su propio límite? La actitud ético-didáctica del Tercer Teatro lleva
muy fácilmente a la dependencia del maestro o del director. Barba mismo dice:
"The importance of one teacher is [...] that he places himself as a limit for the
student. He is the restraint through which something can be formed" (ibíd.,
55). Debido a la dependencia del director o maestro y a la reducción a princi-
pios corporales pre-expresivos, el Tercer Teatro tiende a estancarse en el nivel
del entrenamiento y no ofrece al actor la posibilidad de traducirlo estéticamen-
te. El director del grupo teatral Yuyachkani describe precisamente esta dificul-
tad como confusión al referirse a las experiencias de los grupos de teatro
peruano en su artículo "El Puente de Huampaní o El Teatro de Grupo":
248
Bibliografía
Barba, Eugenio. 1979. The Floating Islands. Holstebro: Drama.
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am Beispiel der "Internationalen Schule für Theateranthropologie" (ISTA).
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Escenarios de Dos Mundos. Inventario Teatral de Iberoamérica, III: 309-
313.
—. 1990. Teatro y Violencia. Lima: Centro de Documentación y Video Tea-
tral.
Apuntes sobre el cine y la novela
Giovanna Pollarolo
La famosa anécdota que cita Eisenstein1 ilustra con claridad tal convicción:
Cuando en 1908 Griffith se plantea la adaptación de Enoch Arden,
el poema narrativo de Tennyson, quiere mostrar un primer plano
donde la atribulada protagonista lamenta la ausencia de su marido
y, a continuación, por corte directo, otro primer plano del marido,
náufrago en una isla desierta. El procedimiento pareció, entonces,
tan sumamente audaz que los directivos de la Biograph — el estudio
que había contratado a Griffith — pusieron el grito en el cielo.
"Cómo se puede exponer el asunto dando semejantes saltos? ¡Nadie
entenderá nada!", decían. "¿Sí?", responde el realizador, "¿Acaso
Dickens no escribe así?". "Sí, pero Dickens es Dickens", siguen
empecinándose los de la Biograph, "él escribe novelas y eso es
completamente distinto". "La diferencia no es tan grande... yo hago
novelas en cuadros", concluye Griffith (Company 1987,13).
Así, de Griffith para adelante, el interés fue fundamentalmente narrativo, y lo
sigue siendo por lo menos en el grueso de la producción cinematográfica. Se
trataba, y se trata, de contar historias con imágenes, de la misma manera que
los novelistas lo hacen con las palabras. Esta constatación permite plantear dos
problemas diferentes.
b) Griffith quiere narrar con imágenes lo mismo que se narra con palabras. Ya
no se trata de buscar equivalentes fílmicos, sino de adaptar. A propósito de ello,
interesa saber que gran parte de las películas filmadas a lo largo de la historia
del cine se basan en historias tomadas tanto de novelas de escaso o nulo valor
literario, como de obras literarias consagradas por su calidad. Estas últimas, en
más casos que en menos, han sido objeto, en el guión y la realización, de un
tratamiento que las coloca, como películas, en el nivel de las primeras. Y al
contrario, existen muchos filmes de notable calidad que adaptaron novelas
carentes de valor literario. El interesante diálogo que sostiene Truffaut con
Hitchcock da cuenta de ello:
1
Company toma la anécdota de Serge Eisenstein (1970, 180-236): "Dickens, Griffith y
nosotros".
254
Una adaptación genuina debe consistir en que, por los medios que
le son propios — la imagen — el cine llegue a producir en el especta-
dor un efecto análogo al que mediante el material verbal produce la
novela en el lector. No se trata de reproducir o mimetizar los
recursos literarios, sino alcanzar, mediante recursos fílmicos, un
resultado análogo. Esta es la base de las adaptaciones fílmicas
acertadas, que logran autonomía y no siempre deben ser necesaria-
mente fieles (1985, 63).
Ahora bien ¿cuáles son y han sido las relaciones entre el cine peruano y la
novela? Si bien es cierto que
la del cine en el Perú, fue siempre una historia crítica. La inestabili-
dad de la crisis fue la condición habitual y el estado natural en todas
y cada una de las etapas de su intermitente existencia (Bedoya 1992,
306),
encontramos, a pesar del reducido número de producciones, una preferencia de
los cineastas peruanos por adaptar obras literarias, casi todas ellas, si no todas,
obras importantes dentro del panorama narrativo peruano.
Así, en 1945, Bernardo Roca Rey filmó La lunareja, adaptada de una de las
Tradiciones Peruanas de Ricardo Palma. Según Bedoya, la película resultó rígida,
acartonada y asumió la historia de Palma como garantía de solvencia cultural.
En 1955, el español José María Roselló anunció la filmación de un guión de
Sebastián Salazar Bondy basado en un relato de Cuentos andinos de Enrique
López Albújar, escritor muy leído en esa época. Pero la película no se llegó a
filmar.
Y es justamente en 1955 cuando nace el movimiento cinematográfico que el
crítico Georges Sadoul llamó "la Escuela del Cuzco". Sadoul señalaba:
Existe, desde comienzos de 1956, en la vieja capital del Imperio
Inca, una "Escuela del Cuzco", en la que escritores, poetas, pintores,
cineastas, casi todos indios en un 75 ó 100% han dado obras impor-
tantes2.
Estos cineastas incorporaron la presencia del campesino, del mundo indígena y
la condición de sus habitantes, al cine peruano. Fue el escritor José María
Arguedas, vinculado a este grupo por el interés etnográfico de los cortometrajes,
quien promovió la exhibición en Lima de Corpus del Cusco, Lucero de nieve,
Carnaval de Kanas y Corrida de toros y cóndores. Los cusqueños filmaron
excelentes cortometrajes, pero cuando pasaron a la ficción sufrieron muchos
tropiezos. Esta interesante experiencia culminó en 1966 debido al fracaso crítico
2
Comentario de Bedoya 1992, 181, quien retoma un comentario de George Sadoul, a la
sazón cronista de Lettres Françaises.
256
El segundo tema de estos apuntes gira en torno a las influencias que ha ejercido
el cine sobre la literatura.
Hace años se puso de moda en Francia hablar del précinéma, de las construc-
ciones de tipo cinematográfico que se encontraban en obras literarias escritas
antes del invento del cinematógrafo. Los teóricos de tal idea piensan que los
cineastas cuentan con precursores ilustres "a quienes sólo les faltó una cámara
para ser genios del cine" (Urrutia 1983, 33). Paul Leglise, por ejemplo, llegó
a elaborar un guión técnico completo del primer canto de La Eneida. Se trata
de asimilar el lenguaje literario al cinematográfico analizando el texto escrito
como si éste fuera un guión con indicaciones específicas y propias del cine. Si
bien este tipo de estudio ya no interesa a nadie, han sido muchos los autores y
críticos que se han ocupado, al hablar de las novelas escritas después de la
aparición del cinematógrafo, de estudiar formas de construcción literaria que son
consideradas cinematográficas. Así, cuando Oviedo comenta el discurso narrativo
de Los cachorros, dice:
Las analogías más próximas son de orden visual: el efecto estilístico
de este procedimiento (se refiere a la manera acelerada, casi simul-
tánea como son presentados los diálogos, lugares, acciones, ruidos,
fantasías, frases sueltas) puede asimilarse al de una cámara cuyo
258
3
Sería interesante plantear el tema de las influencias mutuas desde el punto de vista del
género. El caso de la novela policial y el cine negro es ilustrativo. En el Perú, películas como
Profesión detective (Huayhuaca, 1986), La fuga del chacal (Tamayo, 1987) y Abisa a los
compañeros (Degregori, 1979) también pueden dar cuenta de un tipo de relación cine-literatura
que no pasa por el tema de las adaptaciones.
259
4
El estudio del discurso como acto de enunciación permite plantear una serie de problemas
ajenos a la estructura del relato y que son básicos para analizar las diferencias reales entre
el discurso literario y el fílmico.
260
Bibliografía
Referencias
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Bedoya, Ricardo. 1992. Cien años de cine en el Perú: una historia crítica. Lima:
Universidad de Lima-ICI.
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Cátedra.
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Fell, John. 1977. El filme y la tradición narrativa. Buenos Aires: Ediciones Tres
Tiempos.
Genette, Gérard. 1980. Figures III. Cornell: Cornell University Press.
261
El cine peruano intenta salir del túnel oscuro en que se encuentra atrapado
desde hace por lo menos cinco años. Quisiera emular los intentos de Brasil y
Argentina, donde en apariencia existe una industria cinematográfica establecida,
capaz de lograr mercados más amplios para sus producciones. Aunque es cierto
que, en el fondo, la situación del cine latinoamericano no deja de ser crítica.
El año pasado (1993) se estrenó en las salas peruanas tan sólo un filme,
Anda, corre, vuela, del director Augusto Tamayo San Román, quien en 1987
había tenido un relativo éxito taquillera con La fuga del chacal, en que
destacaba, aunque lateralmente, el problema vigente del narcotráfico sumado a
escenas de violencia y tórridos romances.
En 1994 parece que la cantidad de estrenos seguirá siendo mínima. Hasta
ahora sólo se ha proyectado en los cinemas locales Asia, el culo del mundo, un
proyecto muy personal del director Juan Carlos Torrico, que demoró cuatro
años en hacerse realidad. Ello pone en evidencia aún más las dificultades que
implica desarrollar la actividad cinematográfica en el Perú. La respuesta del
público hacia Asia..., si bien no ha sido masiva, le ha permitido mantenerse
durante tres meses en la cartelera limeña, lo que no es común cuando se trata
de un estreno nacional.
La escasa pero exigente crítica especializada, que se manifiesta en la prensa
nacional, opina que las películas peruanas no son malas, sino que no reflejan el
gusto de un público más acostumbrado al cine estadounidense, que pinta
realidades imposibles de "materializar" en nuestros países aspirantes al
desarrollo.
En los últimos 20 años puede afirmarse, con certeza, que unas doce cintas
peruanas poseen un nivel más que aceptable. Y este año (1994) el Estado ha
convocado un concurso por medio millón de dólares para el mejor guión
cinematográfico. El presidente Alberto Fujimori confirmó este financiamiento
durante su presencia en el Encuentro de Cineastas Latinoamericanos, realizado
en el Cusco, una de las principales ciudades de la sierra peruana.
Durante la dictadura populista del general Juan Velasco (1968-1975) fue
promulgada una ley que permitió, al principio, cierto auge del cine nacional.
Así surgieron cineastas de visiones y formaciones disímiles como Federico
García y Francisco Lombardi, cuyas obras mejor concebidas, en el conjunto de
su filmografía, quizá sean La boca del lobo y El caso Huayanay: testimonio de
parte, respectivamente.
Las siguientes películas de Lombardi — Caídos del cielo y Sin compasión —
lograron un inusual éxito de público y crítica, debido a su contenido sobre la
Lima de los años 90, en la primera, y la adaptación de la novela Crimen y
castigo de Dostoyevski, en la segunda.
263
Reflexiones preliminares
Al margen de mis obras de creación literaria, de mis crónicas sobre los di-
versos acontecimientos de estas y de otras épocas, los únicos ensayos sobre
literatura que he escrito son "Contra el Eguren que no es" y "El humor en la
poesía de Vallejo", publicados por primera vez y respectivamente en Revista de
crítica literaria latinoamericana, dirigida por Antonio Cornejo Polar, y en
Cuadernos Hispanoamericanos, revista dirigida por Félix Grande. Entre el
primero y el segundo tuvieron que transcurrir 10 ó 15 años, si no más. Esto les
puede dar una idea del tiempo que habría tenido que hacerlos esperar si me
hubiese propuesto traerles un nuevo ensayo. Ojalá que esta confesión justifique
lo que leeré: un breve testimonio de mis reflexiones sobre la literatura y el
Perú. Me rindo a la ilusión de que por lo menos despierte en ustedes una leve
impresión de lo que en realidad hubiera querido decirles.
Soy un convencido de que las más afortunadas reuniones en torno a la
creación artística son aquellas en cuyos debates nadie se pone de acuerdo, pues
— de una u otra manera — la obra artística, bien en su contemplación o bien en
su creación misma, es la más clara expresión de la soledad humana, de la
existencia del individuo como ser singular, como ejemplar único de la especie
pese a existir millones de seres semejantes.
Creo que en algo, si no en lo único, en que la vida no acepta muchedumbre
es en la creación estética.
Soy un convencido de que cada obra de arte (cada poema, cada novela, cada
cuento, cada sinfonía, cada pintura, cada escultura) es un fin en sí mismo. Es
sólo eso. Lo que es: una forma concreta, un microcosmos, un universo que
lleva en sus propias entrañas las leyes que lo han generado; una criatura ajena
incluso casi siempre a los propósitos de su propio creador; algo que puede
servir tanto para el bien como para el mal.
Creo que la obra de arte es sólo forma, y sus significados pertenecen a otros
campos del conocimiento humano: llámense filosofía, política, historia, antro-
pología, estética. Y si en verdad, como afirmaba Bretón, la literatura es el
camino que conduce a todas partes; no es todas partes. Muchas veces me he
atrevido a pensar que la creación artística (la signaré de aquí en adelante como
literatura) no comunica sino expresa. Que la comunicación implica ser medio
de un fin, y la literatura, por ser un fin en sí misma, es otra cosa: es expresión.
Ello me ha afirmado en el concepto de que la literatura es un hilo intermina-
ble de libros, un tren de palabras al que el escritor tiene el desafío de subir con
su propia palabra. Vale decir, con su propia voz.
270
Los espejismos
La pasión del acto creador suele darnos visiones ajenas a nuestra propia na-
turaleza de escritores. Suele empujarnos, por ejemplo, al espejismo de hacernos
creer voceros de una raza, de una nación, de un conglomerado social al que nos
ligan lazos como la herencia social, la condición social y la utopía social. Sin
embargo, todo lo que escribimos, a la larga, no resulta sino ser un monólogo;
poco importa que la obra conlleve uno, dos, tres, cien o cientos de personajes.
Es el autor quien habla en boca de todos ellos y, como tal, debe asumir la
responsabilidad de todo lo que su obra diga. Quizá ésta sea una de las ex-
presiones más contrastantes de la naturaleza del escritor: ser uno y ser todos los
que ese uno crea.
En los años de inocencia juvenil, quienes solíamos reunimos en torno a las
inquietudes literarias, ansiábamos cambiar el mundo. Estábamos seguros de que
nuestros libros lo cambiarían. Nuestra palabra escrita tendría tanto y más
eficacia que cualquier arma. Junto a ella, el activismo político que desplegá-
bamos resultaba una cosa menor. Así era. Pero ya no es así. La lección fue
intensamente dura.
Hoy, ya no aspiro a transformar el mundo. Mis horizontes en ese sentido se
han limitado. La obra que no escribe un escritor no la escribirá nadie por él; en
cambio, para las utopías políticas son válidos todos los que creen en ellas. Las
utopías políticas requieren de espíritus gregarios, de acciones colectivas, de
arquitecturas sociales donde cada quien cumpla una función. La obra literaria
no tiene sino un hacedor: el que la escribe.
La experiencia política y poética me enseñaron que un escritor no representa
a nadie sino a sí mismo, que el enemigo más grande que lo acecha es la orali-
dad, es decir: el conversador que siempre lleva en sí o el afán de convertirse en
el heraldo o el vocero de otros conversadores.
La literatura es ficción, cosa imaginada. La única obligación que le debe a
la realidad histórica es la de ser literatura, es decir ser lo que es. En tal sentido,
para la obra literaria no juega sino un verbo: "ser", mas no estar. Es o no es.
El "estar" es verbo de otros menesteres.
Y al ser la literatura ficción es esencialmente sinónimo de libertad. Pues el
único lugar del universo donde el hombre puede lograr su más plena libertad es
en la imaginación. Allí. Sólo allí. Quizá ésta sea también la razón fundamental
del porqué la literatura es un hecho individual, un hecho de soledad que bien
puede estar acompañada: la imaginación es el único camino infinito que se nos
ofrece a cada uno; y no obstante lo infinito, no caben dos.
Recuerdo la desventurada historia de aquellos infelices condenados a cadena
perpetua. Mientras dos de ellos, al dormirse por las noches, soñaban con sus
añorados lugares donde transcurrieron los incomparables años de libertad, cosa
que les reparaba en algo su infortunio, el tercero tenía la desdicha de tener un
sueño constante: soñaba que estaba preso.
271
Pocas parábolas como ésta ilustran con tanta lucidez el valor de la imagina-
ción.
La gran obra literaria, sostenía José Carlos Mariátegui, no inicia sino
concluye un movimiento. No abre sino cierra una puerta. Es decir, el gran
creador es el gran innovador, el que vierte la gota de agua que rebalsa el vaso,
para que quienes sigan por ese camino se vean obligados a cambiar, por lo
menos, de recipiente.
En fin, muchas son las reflexiones que de una u otra manera han ido y van
enmarcando el rumbo de mi quehacer literario, bien como escritor o bien como
lector. Y es a la orilla de ellas que mi visión del Perú, del Perú histórico, del
que me ha tocado y toca vivir cotidianamente, así como del Perú transfigurado
en literatura, habita dentro de mí.
E s el P e r ú . . .
Es el Perú [...] un país de inmensas complejidades sicológicas,
sociales, geográficas. De indescifrables enigmas. De paradojas casi
inconcebibles. En él coexisten, más que integrándose, oponiéndose,
las más diversas culturas, las más diversas lenguas, las más di-
versas épocas. País plural. Inmenso universo poblado de mestizos
que aún no se perfilan en un determinado mestizaje (Díaz Herrera
1991, 14).
Luis E. Valcárcel, historiador peruano, refería la siguiente anécdota para
ilustrar una de las tantas controversias del Perú:
1
Carlos Delgado solía contar este hecho en algunas conversaciones.
272
Por otro lado, el sabio Antonio Raimondi comparó la geografía del Perú, por
lo intrincada y caprichosa que es, con un papel arrugado que alguien empuñó
con mucha fuerza y luego dejó caer. Resultaría interminable enumerar rasgos
y ejemplos que ilustran el carácter multifacético del Perú.
esclavos libertos de las haciendas costeñas, cuyos climas les eran insufribles a
los nativos del ande.
Llegaron posteriormente los japoneses. Llegaron los europeos fugitivos de
las guerras.
En síntesis, arribaron todas las culturas, una tras otra, demasiado aprisa, sin
que mediara el espacio social requerido para la conjunción de los seres huma-
nos.
Y hoy el Perú tiene más de veintidós millones de habitantes, de los cuales
más de la tercera parte vive en Lima, la capital. Hoy sí que puede decirse que
Lima es el Perú. Pues en Lima viven hacinadas, apretujadas, todas las formas
culturales del país. Y esta abigarrada y obligada vecindad está trayendo consigo
algo nunca antes producido con tanta extensión e intensidad en el Perú: el
mestizaje. Se están mezclando todos y todo, incluso los diversos tiempos.
Música, danza, santorales, medicina, chamanería, ostentación y pobreza; en fin,
un intrincado laberinto del cual pocos de los que vivimos en Lima estamos al
margen. Ya no es pues más el Perú dividido en los dos únicos mundos: andino
y costeño. No. Ahora es mucho más. El Perú exige nuevas maneras de mirar.
Bien pueden aplicarse al Perú estas frases de César Arróspide, un estudioso
peruano de la cultura:
Este muestrario, en todos sus niveles, encarna la multiplicidad de
visiones del mundo y el cosmos, que se han dado y se dan en el
hombre, desde todas las latitudes y épocas (Arróspide de la Flor
1975, 24).
Testimonios
No obstante las múltiples laceraciones que aquejan al Perú, no quiero referirme
en esta ponencia a sus dolores, ya ellos son bastante conocidos y las informa-
ciones al respecto abundan. Quiero más bien contar algunos hechos que, de una
u otra forma, bien pueden servir como parábolas de las cuales cada quien
sacará su moraleja:
Hace muchos años, cuando visité por primera vez la ciudad de Cusco, antigua
capital de Tahuantinsuyo, quedé desconcertado al observar a una anciana
indígena que, mientras compraba algunos granos de una vendedora cuya mer-
cancía estaba expuesta sobre una manta tendida en el suelo, desataba uno y otro
nudo de un largo pañuelo, para al fin sacar de él unas monedas y volver a
rehacer los nudos deshechos para luego volverlos a deshacer y rehacer tras
guardar el vuelto de la vendedora.
274
El grupo de turistas iba de un lugar a otro tras los arrebatados impulsos del
guía que, sin desmayar un instante el énfasis de sus explicaciones, señalaba los
recintos históricos y agitaba el puño en el aire para enfatizar el coraje de los
aguerridos incas en sus feroces luchas contra los conquistadores. "Aquí Cahuide
se enfrentó contra veinte chapetones" — vociferaba — "y uno a uno fueron
cayendo hechos añicos bajo los golpes de la porra... Aquí Manco Cápac hizo
correr a jinetes y caballos hasta donde el diablo perdió el poncho... Aquí,
Micaela Bastidas le dio un puñetazo a fulano." Y así narraba batalla tras ba-
talla, enfrentamiento tras enfrentamiento, sin que en ninguno de ellos indígena
alguno sufriera una sola derrota. Cosa que, al fin se hizo evidente, iba mortifi-
cando cada vez más y más a uno de los turistas que, por el tono de la voz,
quedó al descubierto como español, al reclamarle al guía: "¡Acabemos, hom-
bre!" — exclamó — "¿Y en qué momento ganaron los españoles?" El viejo guía
fijó la mirada en el exaltado y respondió de inmediato: "Sepa usted que mien-
tras yo sea quien hable, jamás un solo español ganará ni la más insignificante
batalla."
Un testimonio más:
En Lima funcionan las peñas criollas, lugares de canto y baile peruanos que,
por lo general, tienen su máximo apogeo los viernes por la noche. Hay peñas
para todos los gustos, y bien podría decirse que para todas las culturas: andi-
nas, costeñas, negras, del sur, del norte, del centro y, en fin, hasta de Lima.
Una de aquellas peñas es la Felipe Pinglo Alva, que guarda la memoria de
uno de los más populares compositores de valses peruanos. Está ubicada al
costado de la casa donde vivió Santa Rosa de Lima. La amistad con el pre-
sidente de esa peña me convirtió en un asiduo visitante. Me hacían el honor de
recibirme en la mesa principal y de compartir con toda la directiva, de la cual
era figura prominente Mauro Garcés, un moreno de muchos años que alguna
vez integró la selección peruana de básquetbol.
Una noche encontré a los amigos bebiendo con más prisa que de costumbre
y con un gesto nada usual en sus rostros: tristeza. De inmediato me contaron
que al gran Mauro le había dado un ataque de hemiplejía:
"Se le ha muerto medio cuerpo" me dijeron. "Medio cuerpo de aquí para
acá" me indicó el más compungido, señalándose el lado derecho.
275
Aquí concluyo con los testimonios, cuya finalidad no ha sido sino una: la de
traer a esta reflexión, entre otras cosas, algo que en el Perú, no obstante su
cataclísmica pobreza, no obstante sus laceraciones y su complejidad cultural, es
tinta que tiñe a todos: el sentido del humor, el ingenio inagotable.
A modo de conclusión
Lo más difícil de la convivencia humana es aceptar a los otros tal y como son
y no como quisiéramos que fueran. Y, si esto es así, nada pequeño viene a ser
el problema del Perú: un país de tantas tradiciones, de tantas gentes diferentes,
de tan variadas y opuestas culturas que tienen que convivir en un territorio
tanto y más laberíntico que la propia naturaleza de sus habitantes. Es por eso
que creo que la integración del Perú sólo podrá darse no con un criterio de
homogenización, sino de mutuo conocimiento y de mutuo respeto. Cuando la
conciencia de quienes integramos este país tenga la altura moral de quien sabe
decir a su más encarnizado adversario, al modo de Voltaire: "Detesto lo que
dices, pero daría la vida porque tuvieras el derecho de decirlo." Y mucho
mejor aún, si al modo de Vallejo, llegamos un día a sentarnos en la misma
mesa, desayunados todos, con un ruego común: "Sírvete, hermano".
He concluido con la alusión a un verso de Vallejo, porque considero que
Vallejo es el creador literario cuya voz poética encarna la más alta expresión
del mundo mestizo peruano de nuestra época. Mundo mestizo del cual brotan
las innumerables vertientes literarias de sus actuales creadores que, en síntesis,
no son sino autores de esa compleja y vigorosa novela que es el Perú mismo,
un país realmente joven y al que no se le puede juzgar con los mismos criterios
que rigen a los pueblos asentados durante largos milenios sobre una forma
cultural definida o muy cercana a ello.
Bibliografía
Arróspide de la Flor, César. 1975. Cultura y liberación. Lima: Instituto Nacio-
nal de la Cultura.
Díaz Herrera, Jorge. 1991. El humor en la poesía de Vallejo. En: Cuadernos
Hispanoamericanos 492, 7-22.
¿Una modernidad etnocida?
El ensayo de interpretación cultural desde 1980
William Rowe
1
Idea propuesta años antes por Aníbal Quijano en un ensayo de 1964 que Nugent no
reconoce (Quijano 1980).
278
je con las clases populares" (Alfaro 1987, 136), a las que identifica — allá hace
siete años — con el Aprismo.
Lo que se va perfilando, sin resolverse, es una escisión entre el marxismo
como base de la organización política — enemigo del revisionismo — y el
marxismo como forma de pensar capaz de confluir con otras. Evidentemente,
la actitud frente al marxismo de la izquierda no senderista ha cambiado desde
los años 70, sin que, a nivel político, surja otra corriente del pensamiento con
semejante poder para moldear tanto los métodos de la investigación social como
las propuestas políticas.
En este sentido, una de las intervenciones más interesantes ha sido la de
Rodrigo Montoya, quien, en el libro Al borde del naufragio, propone "la
ciudadanía étnica" como dimensión imprescindible de cualquier futuro positivo.
Se trata de resolver la necesidad de combinar la tradición libertaria del pen-
samiento laicizante occidental con la defensa y los aportes de los diferentes
grupos étnicos del país. Enumera los derechos imprescindibles de manera
siguiente:
1. Titulación de las tierras en posesión de los nativos. 2. Defensa
de la identidad cultural a través de la educación bilingüe e intercul-
tural [...] 3. Conquista del respeto y la dignidad, en abierta oposi-
ción a todas las prácticas de discriminación. 4. Respeto del equili-
brio ecológico. 5. Mejores condiciones de comercialización de los
productos y mejores vías de comunicación (Montoya 1992, 64).
De estas formulaciones, es la identidad cultural la que resulta el aspecto más
intrincado y difícil. No puede existir ninguna identidad sin un marco previo que
la abarque, y éste tiene que ser un marco suficientemente amplio para incluir
todas las diferencias. Por esto es que Montoya utiliza la metáfora del espejo en
la frase "el espejo roto del Perú". Cita una maestra quechuahablante del altipla-
no puneño:
Yo estoy pensando que el Perú ya no es nuestro. La cabeza del
Perú está en Lima, su boca olvidó y ya no habla su lengua [...].
Sus ojos ya no saben mirar las otras partes de su cuerpo; ahora
miran lo que está más lejos. [...] ¿Será que ya está seccionado en
partes el Perú? ¿Volverá a mirar, oir y hablar cuando la cabeza
vuelva al cuerpo? (Montoya 1988, 16s.).
Curiosamente, la métafora del país como cuerpo, es decir el tópico de la unidad
orgánica del Perú, comienza a surgir con el discurso de los españoles en el
siglo XVIII.
La posibilidad de una ciudadanía étnica depende de la posibilidad previa de
una mirada coherente, de pensar en el territorio como totalidad. Pero aquí
entran una serie de problemas, entre ellos las maneras en que se piensa el
futuro para poder pensar el presente con sus virtualidades, y cómo se distingue
una totalización impositiva de otra que deja lugar para las diferencias étnico-
280
2
Hay una discusión amplia sobre las diferencias entre racismo y etnicidad en "Violencia
política, etnicidad y racismo en el Perú del tiempo de la guerra" de Nelson Manrique.
281
Bibliografía
Alfaro, Rosa María. 1983. Del periódico al parlante. En: Materiales para la
comunicación popular 1, 5-7.
—. 1987. Carta. En: Márgenes 1, 1, 131-138.
Cisneros, Antonio. 1972. Como higuera en un campo de golf. Lima: Instituto
Nacional de Cultura.
—. 1987. Notas a pie de página. En: Márgenes 1 , 1 , 124-126.
Degregori, Carlos Iván y José López Ricci. 1990. Los hijos de la guerra:
Jóvenes andinos y criollos frente a la violencia política. En: Tiempos de ira
y amor. Lima: Deseo.
Flores Galindo, Alberto. 1982. La agonía de Mariátegui. Lima: Deseo.
—. 1986. Buscando un Inca: identidad y utopía en los Andes. La Habana: Casa
de las Américas.
—. 1987. Generación del 68: Ilusión y realidad. En: Márgenes 1 , 1 , 101-123.
3
Quijano 1988, 16, 21, 27, 33, 62, 68. La palabra "magia" tiene entre sus inconvenientes
la tendencia a homogeneizar una serie de prácticas culturales diversas y a contraponerlas, de
una manera polarizada, a la modernidad occidental. Más interesante sería investigar la
coexistencia de diferentes racionalidades.
284
1963
Parece evidente que a lo largo de las últimas tres décadas se ha venido
operando en el Perú un decisivo cambio en el sistema — o en los sistemas —
de comunicación literaria en cuanto al papel que desempeña en ella la voz
andina. Con este término algo florido se entiende aquí la expresión propia, más
o menos autónoma, de los sectores populares andinos o de origen andino
(especialmente quechua) que se mantienen o se reproducen — sea en el campo
o en la ciudad — como colectividades distinguibles, caracterizadas por una
práctica cultural específica y por la preservación de ciertos mecanismos de
reciprocidad social.
Hacia 1963, la narrativa indigenista de tradición naturalista, cuyo máximo
representante fue Ciro Alegría, ya pertenecía al pasado. Ya se habían publicado
varias obras generalmente calificadas de neoindigenistas, pero que convendría
bautizar, más bien, de narrativa andina (E. Vargas Vicuña, Ñahuin, 1953; C.
E. Zavaleta, La batalla, 1954). Habían sido publicadas, también, las novelas
intermedias de J. M. Arguedas, Los ríos profundos (1958) y El sexto (1961). El
relato urbano ya se había conquistado un espacio considerable con varias
novelas y numerosos cuentos de E. Congrains Martín, J. R. Ribeyro, O.
Reynoso. El propio Vargas Llosa acababa de ganarse fama internacional con La
ciudad y los perros (1963).
La mayoría de estas obras correspondían básicamente a un sistema de
comunicación literaria urbano, afianzado en la existencia de un campo
intelectual más o menos progresista, cuyos representantes literarios estaban
dispuestos a abrirse a las estéticas en boga a nivel internacional. Con ellas y
con otras obras semejantes, el Perú parecía disponer de una literatura moderna,
relativamente abierta, semejante de algún modo a la de los países
latinoamericanos más avanzados en el camino de la (bien o mal) llamada
modernización. Ciertamente, la nueva narrativa andina introducía algunos
elementos culturales de un mundo diferente, provinciano y andino, pero sin
provocar rupturas mayores en el sistema de comunicación literaria.
La única disonancia verdadera provenía de las obras de J. M. Arguedas,
que hablaban de un mundo mucho más vasto, más complejo y más inquietante,
de un Perú mucho menos homogéneo que el que traducían los textos de los
demás narradores. Obras que suponían o anhelaban, sin proponerlo explícita-
mente, un sistema de comunicación literaria distinto. De todos modos, ni
siquiera estas obras (Los ríos profundos, El sexto y una serie de relatos)
286
provocaron mayor escándalo, puesto que se las leía como textos epigonales de
un indigenismo tradicional1.
Hacia 1963 predominaba todavía, en el campo de las prácticas literarias, un
sistema dual heredado, en definitiva, de la Colonia. Sistema que se basaba en
una especie de apartheid, de separación de dos esferas socio-culturales
distintas. La línea divisoria que separaba ambas esferas estaba hecha con
materiales como las oposiciones entre la ciudad y el suburbio, la ciudad y el
campo, la costa y la sierra, la cultura europeizada y la cultura andina, el
idioma español y los idiomas nativos (quechua, aymara), la escritura y la
oralidad y, obviamente, el antagonismo entre los sectores hegemónicos y los
sectores populares y marginados. Oposiciones de status variable, pero que se
combinaban para imponer, en el terreno de las prácticas literarias, un sistema
bipolar que no llegó, necesariamente, a constituir una totalidad.
Uno de sus dos polos fue, claro, el sistema literario hegemónico ya aludido.
El otro, el de la oralidad popular. Polo múltiple cuyo eje más macizo es el de
la oralidad quechua de las comunidades campesinas y de sus sucursales
urbanas.
En el sistema de la oralidad quechua, el soporte decisivo del mensaje
(verbal) es la voz humana. Latentes en la memoria colectiva o individual, los
textos, efímeros y siempre actuales, se manifiestan gracias a la performance o
recitación pública. La relación entre los protagonistas del acto de
comunicación, el emisor y el destinatario, se puede definir del modo siguiente:
1
Es cierto que Arguedas no había publicado todavía ni sus poemas en quechua ni El zorro
de arriba y el zorro de abajo (1969/71), y sus transcripciones de textos quechuas orales no
habían alcanzado, todavía, un status de visibilidad suficiente. Con estas obras, precisamente,
empezaría a operarse, en el Perú, un cambio profundo en el sistema de comunicación
literaria, por lo menos en cuanto atañe al protagonismo de la voz andina.
287
1993
Sería muy exagerado afirmar que el status de la voz quechua en la cultura
hegemónica o en sus alrededores haya experimentado, en los últimos años, un
cambio espectacular. Su discriminación sigue siendo un dato perfectamente
demostrable. Si bien no hubo ningún cambio radical, no sería justo negar que
hubo, por lo menos, cierto cambio. En comparación con el desierto de 1963,
2
José María Arguedas. Oriundo de la sierra quechua, el gran escritor peruano quiso ser,
según sus propias declaraciones, un vínculo entre los oprimidos y la "parte blanda de los
opresores". Igual que el Inca Garcilaso, Arguedas se inscribió, pues, en un proyecto de
comunicación basado en la inevitable distancia que media entre un emisor andino y un
destinatario ajeno a la cultura andina. La realidad de los textos arguedianos sugiere, sin
embargo, otra hipótesis comunicativa. Si su apariencia permite verlos como expresiones algo
periféricas de la nueva narrativa latinoamericana (la del "boom"), su "infraestructura",
indiscutiblemente andina, los acerca a un público quizás poco culto en términos de la cultura
europeizada, pero profundamente enraizado en la cultura andina. Ahora, la voz andina que
se manifiesta en la obra arguediana ya no es exclusivamente la voz comunitaria tradicional,
sino una voz moderna y pluricultural. En la medida en que sus destinatarios se adscriben,
igualmente, a una cultura andina plural, la heterogeneidad del sistema comunicativo se
resuelve en un nuevo tipo de "homogeneidad", basado esta vez en la realidad pluricultural
del área.
288
3
La lista de los libros publicados a lo largo de los últimos 20 años y dedicados, total o
parcialmente, a la presentación de textos testimoniales o tradicionales procedentes de la sierra
centro-meridional y de sus "sucursales" limeñas incluye, entre otras, las entradas siguientes:
OrtizRescaniere 1973, Ossio 1973, Gifford/Hoggarth 1976, Gow/Condori 1976, Valderrama
Fernández/Escalante Gutiérrez 1977 y 1992, Gushiken 1979, Oregón Morales 1984, Payne
1984, Quijada Jara 1985, Taller de Testimonio 1986, Holzmann 1986, Montoya 1987,
Vásquez Rodríguez/Vergara Figueroa 1988, Lira 1990, García Miranda 1991, Ramos
Mendoza 1992, Granadino 1993. Cabe agregar que Allpanchis y Revista andina, revistas
cusqueñas de proyección nacional e internacional, presentan, con cierta regularidad, textos
del mismo tipo. Téngase en cuenta que en el Perú, la producción de textos testimoniales y
la recolección de las tradiciones orales no se limita, en cuanto a la identidad cultural de los
"testigos" o "informantes", al área quechua, sino que se extiende a prácticamente todas las
zonas del país.
291
4
Desde luego, la voz andina no se expresa únicamente en quechua (o aymara). Desde el
siglo XVI, ella se apropió, también, del español. En las últimas décadas se asiste a un
crecimiento notable de la narrativa andina en español. En la sierra quechua centro-meridional,
narradores como Hildebrando Pérez Huarancca (1980), E. Rivera Martínez (1986), Zein
Zorrilla (1987), Enrique Rosas Paravicino (1988), Antonio Ureta (1991) y algunos otros
rompen, de diversas maneras, con el sistema de comunicación literaria legado por la Colonia.
A diferencia de los nuevos escritores quechuas, ellos no se inscriben en un casi desierto, sino
que pueden apoyarse en una tradición, constituida entre otras por la obra narrativa de J. M.
Arguedas. La poesía andina moderna en español, como, por ejemplo, la del ayacuchano
Marcial Molina Richter (1991), parece poder considerarse, a su vez, como una práctica
292
Bibliografía
Abreviación:
[q/e] Textos originales en quechua con traducción al español
Aguirre, Dida. 1983. Poemas quechuas [q/e]. En: Mundo andino (Huancayo)
2, marzo, 7.
—. 1988. Arcilla [q/e y español]. Lima: Lluvia.
Arguedas, José María. 1958. Los ríos profundos. Buenos Aires: Losada.
—. 1961. El Sexto. Lima: Mejía Baca.
—. 1965. Pongoq mosqoynin / El sueño del pongo [q/e], Lima: Salqantay.
—. 1971. El zorro de arriba y el zorro de abajo. Buenos Aires: Losada.
294
1
La escritura subversiva de Gregorio Martínez y el renacer de los marginados. En:
Forgues 1981, 73-88.
2
Si no se indica de otra manera, las citas se refieren a Martínez 1991, Ediciones del
Norte.
297
3
Con razón escribe José Carlos Mariátegui (1971, 338): "La Conquista ha convertido
formalmente al indio al catolicismo. Pero en realidad, el indio no ha renegado sus viejos
mitos. Su sentimiento místico ha variado. Su animismo subsiste. El indio sigue sin entender
la metafísica católica. Su filosofía panteísta y materialista ha desposado, sin amor, al
catecismo. Mas no ha renunciado a su propia concepción de la vida que no interroga a la
Razón sino a la Naturaleza. Los tres 'jircas', los tres cerros de Huánuco, pesan en la
conciencia del indio huanuqueño más que el ultratumba cristiano." Gregorio Martínez — a
diferencia del Amauta, quien opina que la raza negra "ha perdido contacto con su civilización
tradicional y su idioma propios, adoptante íntegramente la civilización y el idioma del
explotador" (1987, 79) — hace extensiva al negro la observación de Mariátegui referente al
indio.
298
4
Al iniciarse la Conquista de América, la monarquía española la consideró como una
empresa individual en provecho del Rey. Por ello, los primeros conquistadores recibieron el
título de "Adelantados", título que el Rey de España otorgaba en los tiempos de la
Reconquista a los nobles que decidían luchar por su propia cuenta contra los árabes y
reconquistar las tierras de la Cristiandad. Los dos primeros virreinatos de América, el de
Nueva España (México) y el de Nueva Castilla (Perú) serán creados por Carlos V en 1535
y 1542.
299
II Estructura y trietnicidad
Dos partes de rigurosa alternancia estructuran la narracción. La primera arranca
en su nivel histórico desde la colonia, con la travesía marítima de Panamá a
Lima que hace en el siglo XVII el primer Guzmán; y se centra en torno a la
travesía del desierto para ir de Cahuachi a Lima que realiza, más de tres siglos
después, la rama negra de su descendencia, una cordelada de veinticinco
varones retintos encabezados por el padre, Gumersindo, y la madre, Bartola,
para pedirle al Presidente de la República la aplicación de una ley de manten-
ción de las familias mayores de doce hijos por parte de la patria. Ese viaje
iniciático al corazón mismo de la cultura colonial europea se termina cuando los
veintisiete Guzmán regresan apoteósicamente a Cahuachi convertidos en músi-
cos ya oleados y sacramentados para asumir su identidad de negros y zambos.
La segunda parte, titulada "Esclavos y cimarrones", empieza en los años
inmediatos a la independencia, aborda el problema de la esclavitud y de la
permuta de esclavos por alhajas, y de su tráfico, situación, según afirma el
narrador, aceptada por los proceres patriotas de la época. Así dice hablando del
edicto de permuta que doña Epifanía del Carmen había mandado redactar para
que quedaran testimonios del suceso:
Salió publicado en el Mercurio Peruano, el periódico de los proce-
res de la independencia, bajo el título de Edicto de Permuta. Al
parecer, los proceres de la Sociedad Amantes del País, tan precla-
ros en la defensa de la libertad, no cuestionaban en la práctica el
tráfico de siervos ni el comercio de esclavos. Para ellos, la indepen-
dencia era un negocio que beneficiaba sólo a los criollos ricos; por
lo tanto, indios y negros no tenían cabida en dicho asunto (168).
Esta segunda parte sirve de enlace tanto histórico como novelesco entre los dos
períodos de la primera, por establecer de alguna manera la genealogía de la
madre, doña Bartola Avilés Chacaltana, descendiente de los Avilés, negros
levantiscos y cimarrones que se atrincheraron en el reducto de Huachipa en los
alrededores de la ciudad de Lima, y de los Chacaltana, indios asentados en la
región de lea.
De la estirpe blanca los Guzmán tendrán la férrea voluntad, el espíritu
aventurero y pionero, de la negra sacarán el sentido práctico, la inteligencia y
el amor a la libertad, de la india la milenaria sabiduría, la magia y la inmersión
dentro de la naturaleza, teniendo las tres etnias como valor común el denuedo
y el deseo de ser.
Estas dos partes ilustran en realidad la doble vertiente, negra y zamba, de
la historia peruana, sistemáticamente silenciada por la versión oficial, y —
conviene señalarlo también — dejada de lado tanto por los estudiosos de la
realidad, como por los escritores, a diferencia de la vertiente india y mestiza
que desde la "raza cósmica" de Vasconcelos hasta el "mestizo hispano-quechua"
de Arguedas no ha dejado de preocupar a los intelectuales latinoamericanos.
300
5
En la sociedad y en el folklore andino, en especial, el negro encarna a menudo la figura
del "pishtaco"; véase Kapsoli 1991. Véase también el tratamiento del negro en Facundo de
Sarmiento o Martín Fierro de Hernández, por ejemplo.
302
gloria del piturrín y otros embrujos del amor6, dándole al relato una mayor
amplitud narrativa. Continúa usando el arcaísmo y el neologismo, pero matizan-
do — no borrando — el efecto de ruptura producido por el choque de los
contrastes lingüísticos en el campo de las interpretaciones. Así es como la
Historia que, según sugiere el arcaísmo, hunde sus raíces en el pasado, y tiende
a proyectarse hacia el futuro mediante el neologismo, es vista como un conti-
nuum, un proceso dinámico que se deriva del permanente paso del pasado al
futuro que representa el presente.
A diferencia de otros narradores — como Scorza en sus baladas de La
guerra silenciosa o el propio García Márquez en Cien años de soledad — que
pretenden negar la historia colonial, haciendo de aquel período un simple
paréntesis en la historia del Perú y de América Latina7, Gregorio Martínez,
como José María Arguedas, la asume en su totalidad, cuestionándola desde el
punto de vista de los vencidos, es decir: negros, indios y zambos.
La narración se presenta como una continuación de la Crónica de Guamán
Poma de Ayala, oriundo — como el propio escritor por el lado paterno — del
pueblo andino de Sondondo, y varias veces mencionado en el relato. La Histo-
ria no es para Gregorio Martínez un eterno retorno, ni se cierra en un círculo,
sino más bien un eterno presente, una suerte de movimiento perpetuo sin
comienzo ni final en el que se funden los tradicionales conceptos de pasado,
presente y futuro.
La mirada aguda y crítica del narrador se fija en ese proceso para analizarlo,
darle un sentido y proponer su interpretación. De aquí que el relato de Grego-
rio Martínez supere el espacio geográfico-temporal donde se sitúa para con-
vertirse en una profunda y lúcida meditación sobre la Historia en su dimensión
universal, cuyas premisas teníamos ya en Canto de sirena con la voz de Cande-
lario Navarro.
En esta nueva novela, de prosa frondosa y limpia al mismo tiempo, pul-
cramente escrita y amorosamente pulida como para dar fe de la alta calidad
cultural y de la poderosa capacidad expresiva de las clases populares margina-
das, negras y zambas de la costa peruana — una prosa de largo y amplio aliento
narrativo sostenido por una escritura vigorosa —, la variedad y plasticidad de
las imágenes se desarrollan a partir de distintos registros lingüísticos y de
diferentes niveles de expresión que pueden ir del hábil manejo del trillado
coloquialismo popular, sin que se caiga nunca en lo gratuitamente grosero o
provocador, a la selección del término literario más rebuscado. Así, se mezclan
algunas palabras castizas de la lengua de Cervantes que hicieran el deleite de
los clásicos españoles como esos "siguemepollos" (cintas o adornos que cuelgan
6
Remito aquí a mis estudios anteriores: Forgues 1981, 1986.
7
Véanse mi estudio: Historia e ideología en la obra de García Márquez (en Forgues
1986a, 49-61) y mi ensayo: Escritura y compromiso político: el caso de la nueva narrativa
hispanoamericana (en ibíd., 13-28).
303
del vestido), por ejemplo, que lleva doña Epifanía del Carmen con esa "seda
original del bosque de la China" que remite a la canción popular del inicio que
dice que "en el bosque de la china una china se perdió", a imagen y semejanza
de lo culto en el que a veces penetra lo popular, como ocurre con ese verso de
un vals criollo "bóveda azulada bañada en ambrosía", que utiliza el escritor.
Para tener una idea de la armonía entre lo culto y lo popular, lo castizo
español y lo criollo, lo que pertenece al lenguaje de la minoría negra y zamba
de la costa nazqueña y lo que participa del ladino coyungano inventado o
reinterpretado por el escritor — que alcanza la escritura en el relato de Grego-
rio Martínez —, basta con citar precisamente el fragmento dedicado a la presen-
tación de doña Epifanía del Carmen donde los significados de las palabras
cobran un valor particular y ejemplar por la asociación inesperada y los efectos
de contraste sabiamente dosificados entre tonos y estilos aparentemente opuestos
y contradictorios que van de lo familiar irrespetuoso a lo distanciado admirati-
vo, pasando por todos los matices de la mezcla de géneros:
Ella era muy conocida en el valle. Tenía un talante altanero y
dichoso que precavidamente siempre lo llevaba consigo. Andaba así
bien empinadita, todo el tiempo engallada como un verdadero
gallito chichilí; y jamás de los jamases perdía el paso que, ade-
más, no era de polka trotona como el de las criollas nasqueñas sino
de suave valse vienés. En persona o pintada en retrato siempre se
la veía igual, majestuosa y pisando encima de las nubes, con más
pompa que la reina de Inglaterra. Era alabastrina, coronada con un
matojo arduo de cabellos enrubiados con agua de menguante que se
los enroscaba soberana para arriba como si fuesen las onzas de oro.
Pero el vivo adorno que más lucía en su estofado regio y que le
llenaba el ojo a cualquiera, incluso a los insípidos de perogrullo,
era que se manejaba, para su bien y su gloria, un culo divino,
diantre, un culo inventado por la imaginería de Dios y que anuncia-
ba la buenaventura sin necesidad de bullarengue, un molinillo que
le movía al vaivén del godeo y que le mecía la cola de sus vestidos
de seda lo mismo que si fuese una legítima batallona de artificio.
Todos los andularios que doña Epifanía del Carmen usaba encima
de su cuerpo resultaban intencionalmente coludos, como la pájara
pinta, y estaban hechos de una seda muy fina, seda original del
bosque de la China seguramente. Casi siempre sus vestidos lucían
siguemepollos de aliño y un acampanado vueludo con apariencia de
bóveda azulada bañada de ambrosía. Pero una vez que se le jeteaba
la campana del ruedo de seda, ella fruncía el gesto, se tornaba
hocicona, peor que negra malgeniada y entonces, sin mirar a nadie,
echaba la indumentaria de seda con toda su farandola a la candela;
ahí, en el patio del caserón de Cahuachi, en aquel almizcate donde
estaban en cordelada las lavanderas de servidumbre y de esclavaje,
304
Fragmentos como éste, y aún más sabrosos, dignos de figurar en las más
exigentes antologías de la literatura erótica como ese "Abrete" que encabeza La
gloria del piturrín y otros embrujos de amor, abundan en la obra. Pero a
diferencia de lo que sucede con la mayoría de los llamados escritores eróticos,
en Gregorio Martínez el tratamiento del sexo no es nunca algo gratuito destina-
do a satisfacer no se qué voyeurisme ni qué placer perverso, sádico o masoquis-
ta del lector; sino, por el contrario, un elemento transformador de la realidad
y, en el caso presente, un medio de afirmar valores claramente antipatriarcales
y antimachistas.
En la lucha de la mujer por su emancipación, ya iniciada en los albores de
la independencia por Micaela Bastidas, la valiente esposa y brazo derecho de
Túpac Amara, protagonistas como Teodolinda Arenaza, doña María Isabel
Saldívar de Osambelea, doña Epifanía del Carmen, por una parte, y por otra,
Domitila Avilés y Bartola Avilés Chacaltana, entre otros personajes femeninos
de la novela, constituyen sin duda, cada una a su manera y dentro de ópticas
distintas e inclusive opuestas y contradictorias, meridianos ejemplos de des-
mitificación de la historia oficial del Perú. Esas mujeres de armas tomar no
306
8
Hay toda una parte reiterativa — me escribía Gregorio Martínez en una carta del lero
de diciembre de 1985 — llena de información indirecta para que la novela tenga una precisa
ubicación histórica e ideológica que es intencional.
307
Bibliografía
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marginados y embrujos de un piturrín ladino. En: Tigre (Grenoble) 3, 153-
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Ed. Ercilla, 2 vols.
DOCUMENTACION
AUTORES Y OBRAS
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Alonso Cueto
* 1954 en Lima
La batalla del pasado. 1983. Madrid: Alfaguara, 2a. ed. 1996. Lima:
Apoyo [cuentos]
El tigre blanco. 1985. Lima: Ediciones Andinas/Grupo editorial Planeta
Wiracocha — Diselpesa. [novela, Premio "Wiracocha"]
Los vestidos de una dama. 1987. Lima: Peisa. [cuentos]
Deseo de noche. 1993. Lima: Apoyo. 2a ed. 1997. [novela]
Amores de invierno. 1994. Lima: Apoyo, [cuentos]
El vuelo de la ceniza. 1995. Lima: Apoyo, [novela]
Cinco para las nueve. 1996. Lima: Alfaguara, [cuentos]
312
* 1941 en Cajamarca
* 1940 en Piura
* 1950 en Piura
Marco Martos
* 1942 en Piura
* 1955 en Lima
Carmen Ollé
* 1947 en Lima
Giovanna Pollarolo
* 1952 en Tacna
* 1947 en Lima
Obras de creación
Poemas y ventanas cerradas. 1969. Lima: Ediciones de la Rama Florida,
[poesía]
Habitaciones contiguas. 1972. Lima: Editorial Juan Mejía Baca, [poesía]
Rastro de caracol. 1977. Lima: Ediciones de la Clepsidra, [poesía]
Oficio de sobreviviente. 1980. Lima: Mosca Azul Editores, [poesía]
Buen lugar para morir. 1984. Lima: Ediciones Haravi. [poesía]
Tabla de multiplicar. 1986. En: Revista Conjunto (La Habana) 68, abril-
junio. [teatro]
Antiguos papeles. 1987. Lima: ediciones noviembre trece, [poesía]
Por la puerta falsa. 1991. Lima: ediciones noviembre trece, [novela]
En el juego de la vida. 1993.
La balada del gol perdido. 1993. Lima: ediciones noviembre trece, [novela;
crónicas periodísticas]
Oh túnel de la herradura. 1995. Madrid: Visor, [poesía]
La soledad del nadador. 1996. Lima: Peisa. [novela]
Investigación académica
La Trampa Urbana: Ideología y problemas urbanos. 1977. Lima: DESCO.
[sociología; con Raúl Guerrero de los Ríos]
Paradero Final: El transporte público en Lima Metropolitana. 1978. Lima:
DESCO [sociología; con Julio Calderón C. y Raúl Guerrero de los Ríos]
Tugurización en Lima Metropolitana. 1979. Lima: DESCO [sociología; con
Raúl Guerrero, Julio Claderón y Luis Olivera]
Municipalidad y Gobierno Local: El D.L. 22250 en el tapete. 1979. Lima:
DESCO. [sociología; con Mario Zolezzi Chocano y Luis Olivera]
El Laberinto de la Ciudad: las políticas urbanas del estado 1950-1979.
1980. Lima: DESCO. [sociología; con Julio Calderón]
Lima: una metrópoli y 7 debates. 1983. Lima: DESCO [sociología; editor
con Luis Olivera]
Risa y cultura en la televisión peruana. 1983. Lima: DESCO [sociología;
con Luis Peirano]
Ser delincuente en Lima. 1993. Lima: DESCO [sociología; con Marco del
Mastro]
Los Desafios de la Cooperación. 1996. Lima: DESCO. [sociología; con E.
Bailón, M. Beaumont et al.
Los Mundos del Desarrollo. 1996. Lima: DESCO. [sociología; editor]
1980 obtuvo la Beca Guggenheim.
321
Vittoria Borso
Nacida en 1947, cursó estudios de Filología Románica y Germánica en las
Universidades de Mannheim y Austin (Houston). Es catedrática de literatura
española y francesa en la Universidad de Düsseldorf. Principales publicaciones:
Metapher als Erfahrungs- und Erkenntnismittel (1985); Mexiko jenseits der
Einsamkeit. Versuch einer interkulturellen Analyse (1994); además de artículos
sobre literatura latinoamericana, francesa e italiana, así como sobre teoría de la
literatura y sobre Michel Foucault y Emmanuel Lévinas.
Roland Forgues
Nacido en Tarbes (Francia) en 1944. Catedrático de literatura y civilización
latinoamericanas de la Universidad de Pau (Francia) y Director-fundador de
ANDINICA (Departamento de Investigaciones Peruanas y Andinas) de la
misma universidad. Autor de varios volúmenes de entrevistas con escritores y
científicos sociales del Perú y más de quince libros de ensayos sobre algunos de
los representantes más importantes de la narrativa, poesía y ensayo hispano-
americanos de este siglo. Coordinador del proyecto de investigación sobre
"Lugar, representaciones, estatuto y rol de la mujer en la sociedad latino-
americana" que integra 11 universidades europeas y latinoamericanas.
322
James Higgins
Nacido en Escocia en 1939. Catedrático de Literatura Hispanoamericana de la
Universidad de Liverpool (Inglaterra) y Profesor Honorario de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos del Perú. En 1988 fue nombrado Comendador
de la Orden al Mérito por el gobierno peruano, en premio a sus servicios a la
cultura peruana. Principales publicaciones: A History of Peruvian Literature
(1987); César Vallejo en su poesía (1990); Myths of the Emergent. Social
Mobility in Contemporary Peruvian Fiction (1994).
Karl Kohut
Catedrático de Filología Románica y director del Centro de Estudios Latino-
americanos de la Universidad Católica de Eichstätt. Editor (con Hans-Joachim
König) de las publicaciones de este centro, americana eystettensia, y (con
Sonia V. Rose) de la colección Textos y estudios coloniales y de la Independen-
cia (ambas colecciones en la editorial Vervuert). Desde 1992, es presidente de
la Asociación Alemana de Investigación sobre América Latina (ADLAF). Sus
campos de trabajo son el humanismo español y portugués de los siglos XV y
XVI, la cultura iberoamericana colonial y la literatura latinoamericana del siglo
XX.
Martin Lienhard
Nacido en Basilea (Suiza) en 1946. Profesor de Literaturas Ibéricas en la
Universidad de Zurich. Sus investigaciones han versado, esencialmente, sobre
las prácticas literarias "oficiales" y "marginales" en áreas plurilingües y pluri-
culturales: Andes centrales, Mesoamérica y Paraguay. Se dedica actualmente,
en la misma dirección, a Brasil y Cuba. Principales publicaciones: Cultura
andina y forma novelesca. Zorros y danzantes en la última novela de J.M.
Arguedas (1981, 2a ed. 1990); La voz y su huella. Escritura y conflicto étnico-
social en América Latina 1492-1988. Premio Casa de las Américas 1989 (1990,
2a ed. 1991, 3a ed. 1992).
Mark I. Millington
Nacido en 1953. Se doctoró en la Universidad de Cambridge y es Catedrático
de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Nottingham. Actualmente
está preparando un libro sobre la representación de la subjetividad masculina en
la narrativa latinoamericana. Principales publicaciones: Reading Onetti: Lan-
guage, Narrative and the Subject (1985); An Analysis of the Short Stories of
Juan Carlos Onetti: Fictions of Desire (1993); con Bernhard McGuirk Inequali-
tiy and Difference in Hispanic and Latin American Cultures (1995).
323
Horst Nitschack
Nacido en 1947. Se doctoró en 1975 en la Universidad de Freiburg con una
tesis sobre las obras estéticas de Kant y Schiller. Lector del DAAD (Servicio
Alemán de Intercambio Académico) en Nantes (Francia), Fortaleza (Brasil),
Lima y actualmente en Santiago de Chile. Ha tenido a su cargo la enseñanza de
cursos de literatura alemana moderna, literatura comparada y literatura latino-
americana en las Universidades de Freiburg, Kóln y Essen. Numerosas publica-
ciones en revistas y obras colectivas.
Susana Reisz
Profesora de Literaturas Hispánicas y Luso-Brasileras en Lehman College y en
la Escuela de Graduados de la City University of New York. Su obra teórica y
crítica cubre desde la Teoría Literaria Antigua y la Literatura Griega Clásica a
los últimos desarrollos de la Literatura Hispanoamericana Contemporánea, los
Estudios de Género y la Teoría Literaria Feminista. Principales publicaciones:
Poetische Äquivalenzen. Grundverfahren dichterischer Gestaltung bei Catull
(1977); Teoría literaria. Una propuesta (1986); Teoría y análisis del texto
literario (1989); Voces sexuadas. Género y poesía en Hispanoamérica (1996).
324
Sonia V. Rose
Profesora de Literatura y Civilización de América Latina en la Universidad de
Paris-Sorbonne (Paris IV). Doctorada con una tesis sobre el arte narrativo de
Bernal Díaz del Castillo en la Universidad de la Sorbonne Nouvelle (Paris III),
su investigación se centra actualmente en la historia cultural del virreinato del
Perú y la historiografía novohispana (s. XVI-XVII). Principales publicaciones:
Discurso hispanoamericano colonial (1992); Pensamiento europeo y cultura
colonial (1997; con Karl Kohut).
Kati Röttger
Nacida en 1958 en Braunschweig. Se dedica a la investigación teatral (sobre
todo el caso colombiano); co-fundadora de la "Sociedad de Teatro y Medios de
Latinoamérica" (Stuttgart); miembro del ITI (Instituto Internacional del Teatro,
Alemania). Enseña actualmente en la Universität Mainz. Principales publicacio-
nes: Kollektives Theater als Spiegel lateinamerikanischer Identität. La Candela-
ria und das neue kolumbianische Theater (1992).
William Rowe
Es Profesor titular de Estudios Culturales Latinoamericanos en King's College
(University of London) y Profesor Honorario de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos del Perú. Ha trabajado sobre Arguedas, Rulfo y la
cultura popular.
Indice onomástico
Adams, Norma 127, 133, 139, 151 Baudelaire, Charles 61-64, 67, 72, 162,
Aguilar Fajardo, Vilma 47, 50 176, 195, 200, 209
Aguirre, Dida 291, 293 Baudrillard, Jean 193, 195
Agustini, Delmira 221 Bedoya, Ricardo 255, 256, 260
Alba, Patricia 187, 188, 191, 194, 195, Belaúnde Terry, Fernando 40
220, 221, 228, 232 Belevan, Harry 26, 41
Alegría, Alonso 85, 238 Bellatin, Mario 15, 43, 46, 259, 260
Alegría, Ciro 11, 36, 38, 108, 122, 123, Belli, Carlos Germán 160, 165-168
125, 134, 138, 139, 143, 256, 260, Belli, Gioconda 11, 15
273, 285 Bellini, Giuseppe 122, 124, 133
Alegría, Fernando 123 Benjamin, Walter 143, 150, 151
Alexandrian 190, 195 Berg, Walter Bruno 71, 321
Alfaro, Rosa María 278, 279, 282, 283 Bertolucci, Bernardo 263
Alonso, Joseph 168 Beutler, Gisela 199, 205, 216
Alvear, Torcuato de 121 Biermann, Karlheinrich 216
Ampuero, Fernando 11, 14, 15, 42, 43, Blake, William 162
46, 259, 260 Blondet, Cecilia 126, 133
Angelico, Fra 67, 68 Boal, Augusto 238-240
Antei, Giorgio 251 Boccaccio, Giovanni 150
Anzaldúa, Gloria 229 Borges, Jorge Luis 147, 196
Arango, Manuel Antonio 151 Borgeson, Paul Jr. 168
Arguedas, Alcides 138 Borsò, Vittoria 197, 215, 216, 321
Arguedas, José Maria 11, 14, 15, 18, Bosé, Miguel 224
19, 23, 24, 28-30, 34-38, 47, 85, 94, Bowra, Cecil M. 174
108, 122, 124, 125, 133, 139, 156, Braun, Herman 82
159, 255, 256, 260, 273, 281, 283, Bravo, José Antonio 25
285-287, 290, 291, 293, 299-302, Brecht, Bertolt 188
309 Bremer, Thomas 216
Armstrong, Neil A. 170 Bretón, André 269
Arróspide de la Flor, César 273, 275 Brown, Rita Mae 220
Arroyo, Carlos 12, 19 Bruegel, Pieter 164
Asturias, Miguel Angel 122 Bryce Echenique, Alfredo 11, 12, 14, 26,
37, 38, 41, 45, 61, 63, 64, 68-72,
Bacarisse, Pamela 233 80-95, 156
Baena, Julio 216 Buenaventura, Enrique 237-240, 243, 250
Bakhtin, Mikhail 198 Burgos, Elqui 85
Baldelli, Pio 252, 260 Byron, George G. 161
Balzac, Honoré de 135, 196
Baquerizo, Manuel 291, 294 Cabrera, Georgina 50
Barba, Eugenio 244-250 Calderón, Julio 121, 133
Barrientes Silva, Violeta 193, 229, 232 Calderón de la Barca, Pedro 166
Barthes, Roland 196, 216 Callas, María 226
Bartra, Roger 278 Calvo, César 28, 171
Bastidas, Micaela 274, 305 Campanella, Tomás 36
Bataille, Georges 62-69, 71, 72, 192, Capote, Truman 42
208-211, 213, 216 Carbonel, Rosa 50
Carlos V 298
326
Montoya, Rodrigo 279, 281, 283, 284 Paoli, Roberto 201, 202, 211, 217, 232,
Montoya, Rodrigo; Edwin; Luis (herma- 234
nos) 290, 294 Paravisini-Gebert, Lizabeth228, 229, 233
Mora, Ernesto 179 Pardo, José 298
Morales, Jessica 222, 229, 233 Parra, Nicanor 199, 205, 216
Morales Bermúdez, Francisco 110 Pascal, Blaise 63, 72
Morales Saravia, José 14, 120, 160, 169, Pasolini, Pier Paolo 222, 263
323 Pavese, Cesare 205
More [Morus], Thomas 36 Pavis, Patrice 247, 249, 251
Morillo, Juan 50 Payne, Johnny 290, 295
Moro, César 159, 221 Paz, Octavio 27, 193, 199, 210, 214,
Moromisato, Doris 229, 230, 233 215, 217, 232, 234
Mozart, Wolfgang Amadeus 164 Peláez, César A. 120, 133
Munizaga Vigil, Gustavo 121, 134 Peralta, Alejandro 176
Mur, Ana María 50 Pérez H., Julián 138
Pérez Huarancca, Hildebrando 50, 55,
Nelson, Julio 50, 55, 56 176, 177, 179, 291, 295
Neruda, Pablo 51, 171 Peri Rossi, Cristina 229
Nieto Degregori, Luis 33, 258 Perla Anaya, José 264
Ninamango Mallqui, Eduardo 291, 294 Petrarca, Francesco 209
Niño de Guzmán, Guillermo 259, 260, Picasso Ruiz, Pablo 207
316 Pinglo Alva, Felipe 274
Nitschack, Horst 15, 138, 152, 323 Plath, Sylvia 229
Noriega Bernuy, Julio 291, 294 Platón 197
Novalis, (Friedrich von Hardenberg) 192 Pollarolo, Giovanna 16, 17, 191, 192,
Nugent, José Guillermo 139, 152, 277, 195, 196, 202-207, 209, 217, 219,
278, 281, 282, 284 223-227, 230, 233, 318
Nuñez, Estuardo 90 Poma de Ayala, Felipe Guamán 32, 51,
302
Ocampo, Aurora M. 134 Ponge, Francis 162
Odria Amoretti, Manuel Apolinario 39, Porras Barrenechea, Raúl 281
129, 131, 135 Portocarrero, Gonzalo 281, 282, 284
Ojeda, Juan 177 Pound, Ezra 164
Olavide, Pablo de 90 Proust, Marcel 53, 147
Ollé, Carmen 11, 16, 17, 25, 71, 196,
202, 207-209, 211-213, 217, 219, Quijada Jara, Sergio 290, 295
220, 223, 224, 227, 233, 317 Quijano, Aníbal 277, 283, 284
Onetti, Juan Carlos 122
Oquendo, Abelardo 13, 20, 159, 168 Ráez, Ricardo 50
Oquendo de Amat, Carlos 159, 168 Raimondi, Antonio 272
Oregon Morales, José 290, 291, 294 Rama, Angel 30
Orff, Cari 164 Ramos Mendoza, Crescencio 290, 295
Ortega, Julio 11, 12, 20, 177, 188, 195 Reich, Wilhelm 66
Ortiz Rescaniere, Alejandro 290, 295 Reisz, Susana 16, 197, 201, 203-206,
Ossio, Juan M. 290, 295 217, 218, 223, 233, 323
Oviedo, José Miguel 11-16, 18, 82-84, Renoir, Auguste 224
189, 195, 256-258, 260, 323 Reyes, Carlos José 250
Reyes Tarazona, Roberto 49, 50, 55, 110,
Pailler, Claire 95 111, 115-119, 149
Palma, Ricardo 36, 90, 255, 260
330
Reynoso, Oswaldo 44, 47, 49, 50, 56, Sánchez, Luis Alberto 122, 123, 134,
109, 122, 256, 257, 260, 285 138, 308
Ribeyro, Julio Ramón 11, 14, 25, 37, Sánchez Cerro, Luis M. 298
38, 40, 45, 80, 83, 95, 109, 110, Sánchez León, Abelardo 12, 15, 44, 46,
122, 156, 159, 168, 183, 256, 260, 84, 85, 95, 180-183, 319
285, 287, 295 Sánchez Romeralo, Antonio 217
Rich, Adrienne 229 Santa Cruz, Nicomedes 90
Riesco, Laura 16 Sarduy, Severo 84
Rilke, Rainer Maria 163 Sarmiento, Domingo F. 301
Rimbaud, Arthur 226 Sartre, Jean-Paul 47, 53, 109
Rith-Magni, Isabel 126, 134 Scharlau, Birgit 134
Ritter, Joachim 62, 72 Scorza, Manuel 14, 28, 82, 83, 170, 302,
Riva Agüero, José de la 100, 281 309
Rivera Martínez, Edgardo 14, 15, 26, Shakespeare, William 222
30, 41, 43, 44, 46, 141, 291, 295 Shelley, Maru 162
Roa Bastos, Augusto 198 Showalter, Elaine 197, 217
Robles Godoy, Armando 264 Siebenmann, Gustav 199, 217
Roca Rey, Bernardo 255 Siles Vallejos, Abraham 151
Rodrigo, Luis de 176 Silva Santisteban, Ricardo 162, 168
Rodríguez, José Carlos 83 Silva Santisteban, Rocío 192-195, 220-22-
Rodríguez Garrido, José A. 168 2, 226, 227, 233
Rodríguez Monegal, Emir 122, 134 Sologuren, Javier 11, 12, 15, 16, 20, 158,
Rodríguez Rabanal, César 282, 284 160-162, 167, 168, 183
Roffiel, Rosamaría 229 Soto, Hernando de 126, 127, 134
Rojas, Armando 162 Spinoza, Benedictus de 149
Romualdo, Alejandro 159, 168, 170, 179 Spivak, Gayatri 73-75, 79, 213
Ropars, Marie-Claire 258 Stein, Gertrude 232
Rosa de Lima, Santa 274 Stenzel, Hartmut 216
Rosas Paravicino, Enrique 28, 291, 295 Suleiman, Susan Rubin 220, 233
Rose, Juan Gonzalo 170-172 Svarzman, Norberto 11, 20
Rose, Sonia V. 13, 324
Roselló, José María 255 Tamayo San Román, Augusto 258, 262
Ròttger, Kati 18, 243, 247, 251, 324 Tausch, Krystyna 201, 217
Rowe, William 17, 324 Tello, Edgardo 176
Rubio, Miguel 248, 250, 251 Tennyson, Alfred 253
Ruffíni, Franco 246, 251 Teuber, Bernhard 211, 213, 217
Ruiz, Juan (Arcipreste de Hita) 172 Texeira, Panaifo 28
Rulfo, Juan 36, 44, 56, 141, 147 Thénon, Susana 206, 217
Thorndike, Guillermo 263
Sàbato, Ernesto 135, 141, 152 Tocilovac, Goran 15
Sabogal, José 36 Todorov, Tzvetan 187, 195
Sade, Donato Alfonso Francisco (Mar- Tokeshi, Eduardo 226
qués de) 211 Tolstoi, Leo N. 147
Sadoul, Georges 255 Toro Montalvo, César 12, 20
Safo 190 Torres-Rioseco, Arturo 123
Saint-John Perse 173 Torrico, Juan Carlos 262
Salazar Bondy, Sebastián 11, 17, 28, 40, Toshihiko Arakaki, Félix 49, 50
158, 159, 168, 170, 255 Tovar Carrillo, Fernando 182
Salazar del Alcázar, Hugo 12, 20, 237, Truffaut, François 253, 254, 260
244, 247, 248, 251 Tsetung, Mao 47, 52
331
A. ACTAS
1. Benecke; K. Kohut; G. Mertins; J. Schneider; A. Schräder (eds.):
Desarrollo demográfico, migraciones y urbanización en América Latina.
1986 (publicado por la editorial F. Pustet de Ratisbona como vol. 17 de
Eichstätter Beiträge)
2. Karl Kohut (ed.): Die Metropolen in Lateinamerika — Hoffnung und
Bedrohung für den Menschen. 1986 (publicado por la editorial F. Pustet
de Ratisbona como vol. 18 de Eichstätter Beiträge)
3. Jürgen Wilke/Siegfried Quandt (eds.): Deutschland und Lateinamerika.
Imagebildung und Informationslage. 1987
4. Karl Kohut/ Albert Meyers (eds.): Religiosidad popular en América Latina.
1988
5. Karl Kohut (ed.): Rasse, Klasse und Kultur in der Karibik. 1989
6. Karl Kohut/Andrea Pagni (eds.): Literatura argentina hoy. De la
dictadura a la democracia. 1989. 2a ed. 1993
7. Karl Kohut (ed.) en colaboración con Jürgen Bähr, Ernesto Garzón
Valdés, Sabine Horl Groenewold y Horst Pietschmann: Der eroberte
Kontinent. Historische Realität, Rechtfertigung und literarische
Darstellung der Kolonisation Amerikas. 1991
7a. Karl Kohut (ed.) en colaboración con Jürgen Bähr, Ernesto Garzón
Valdés, Sabine Horl Groenewold y Horst Pietschmann: De conquistadores
y conquistados. Realidad, justificación, representación. 1992
8. Karl Kohut (ed.): Palavra e poder. Os intelectuais na sociedade
brasileira. 1991
9. Karl Kohut (ed.): Literatura mexicana hoy. Del 68 al ocaso de la
revolución. 1991. 2a ed. 1995
10. Karl Kohut (ed.): Literatura mexicana hoy II. Los de fin de siglo. 1993
11. Wilfried Floeck/Karl Kohut (eds.): Das moderne Theater Lateinamerikas.
1993
12. Karl Kohut/Patrik von zur Mühlen (eds.) Alternative Lateinamerika. Das
deutsche Exil in der Zeit des Nationalsozialismus. 1994
13. Karl Kohut (ed.): Literatura colombiana hoy. Imaginación y barbarie.
1994
14. Karl Kohut (ed.): Von der Weltkarte zum Kuriositätenkabinett. Amerika im
deutschen Humanismus und Barock. 1995
15. Karl Kohut (ed.): Literaturas del Río de la Plata hoy. De las utopías al
desencanto. 1996
16. Karl Kohut (ed.): La invención del pasado. La novela histórica en el
marco de la posmodernidad. 1997
17. Karl Kohut/ José Morales Saravia/Sonia V. Rose (eds.): Literatura peruana
hoy. Crisis y creación. 1998
C. TEXTOS
1. José Morales Saravia: La luna escarlata. Berlin Weddingplatz. 1991
2. Carl Richard: Briefe aus Columbien von einem hannoverischen Officier an
seine Freunde. Reeditado y comentado por Hans-Joachim König. 1992
3. Sebastian Englert, O.F.M.Cap: Das erste christliche Jahrhundert der
Osterinsel 1864-1964. Edición de Karl Kohut. 1996
3a. Sebastian Englert, O.F.M.Cap: Primer siglo cristiano de la Isla de
Pascua. 1864-1964. Edición de Karl Kohut. 1996
D. POESIA
1. Emilio Adolpho Westphalen: "Abschaffung des Todes" und andere frühe
Gedichte. Edición de José Morales Saravia. 1995
2. Yolanda Pantin: Enemiga mía. Selección poética (1981-1997). Prólogo de
Verónica Jaffé. 1998