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El origen del Domingo

A la hora de analizar el origen del domingo, no podemos perder de vista


que el cristianismo nace y se desarrolla en el útero del judaísmo para el
que el sábado tiene una significación peculiar. Esto, sin duda, hace aún
más llamativo y original la institución del domingo.
¿Por qué escoger el primer día de la semana como día de culto y no,
por ejemplo, el sábado, que, en todo caso, era un día festivo y libre de
trabajo?
¿Por qué los cristianos no quisieron tener su culto el mismo día que
los judíos, para acentuar así el contraste con el sábado?
Es indudable que tenía que haber razones muy poderosas para hacer del
día primero de la semana el día de culto.
¿Cuáles fueron estas razones?
La referencia a “una tradición apostólica”- # 106 de la SC – que se
remonta al mismo día de la resurrección del Señor, es la base y el punto
de partida de la costumbre de celebrar cada ocho días el Misterio Pascual,
que la Iglesia ha mantenido a lo largo de su historia.
Que existía ya, desde el principio, esa tradición (parádosis), entendida
como transmisión de maestro a discípulo por vía oral, está atestiguada por
San Pablo, no sólo en relación con la resurrección y las primeras
manifestaciones de Cristo Resucitado, sino también con la institución de
la Eucaristía. La convicción de que el domingo pertenece sobre todo por
su relación directa con el día de la resurrección, a la tradición apostólica
está avalada por el relato de la aparición a “los ocho días”. Es
incuestionable que la generación apostólica comprendió desde muy
pronto la importancia de la resurrección del Señor y la importancia del
día en que resucitó y se apareció a sus discípulos. Y sigue estando fuera
de dudas todavía hoy, tal y como nos lo recuerda cada domingo el
embolismo que la Iglesia ha introducido en el mismo corazón de la
plegaria eucarística:
“Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, reunida aquí, en el domingo, día en que Cristo
ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal” (1º, 2º y
3º plegaria eucarística)
Ningún documento informa directamente sobre el origen del domingo. Sin
embargo, algunos textos del Nuevo Testamento, confrontados con los
primeros textos patrísticos al respecto, incluso con textos no cristianos,
nos ofrecen algunos elementos que, si bien es cierto no nos afirman
directamente el origen del domingo, sí nos ofrecen suficientes datos para
desvelarnos su origen.
Tres son los textos neotestamentarios que presuponen, de alguna manera,
la observancia del día del Señor: 1Cor 16, 1-2; Hch 20, 7-12, Apoc 1, 9-10.
El más antiguo lo encontramos en la primera carta a los corintios y,
posiblemente, el más digno de atención, en el capítulo veinte, versículo
siete y siguientes de los hechos de los apóstoles.
“El primer día de la semana estando nosotros reunidos para partir el pan.
Pablo que iba a partir al día siguiente, estuvo hablando con los discípulos
hasta la medianoche. En la sala de arriba, donde estábamos reunidos,
había muchas lámparas. Un joven llamado Eutico, estaba sentado en la
ventana. Como Pablo se alargaba demasiado en su conversación, le entró
un sueño tan profundo que, vencido por él, se cayó del tercer piso abajo,
y lo levantaron ya cadáver. Pablo bajó, se echó sobre él y abrazándolo,
dijo: “Tranquilos que está vivo”. Subió de nuevo, partió el pan y comió,
estuvo hablando hasta el alba y se marchó. Al muchacho lo trajeron vivo
con gran consuelo de todos” (Hechos 20,7-12)
En este texto el autor escribe en primera persona, como testigo ocular.
Estamos en torno a los años 57-58. Pablo se encuentra en Troáde,
huésped de la comunidad cristiana fundada por él. El último día de su
estancia es justamente el primer día de la semana, y todos están reunidos
para “partir el pan”, expresión que indica, como vemos en 1ª Cor 10,16 o
Hech 2, 42-46, la celebración eucarística. La referencia a la sala de arriba
y a la gran cantidad de lámparas que iluminan la sal constituye una velada
alusión al carácter cultual de la reunión.
Se trata de una celebración eucarística en un día determinado. Todo hace
pensar que se trata de una reunión habitual. La comunidad no se reúne
para despedirse del apóstol, porque en el relato es él quien se hace
presente, y no al revés.
Junto a estos textos es digno de mención el versículo 9-10 del capítulo
primero del Apocalipsis. San Juan escribe en Asia Menor a finales del s. I.
La importancia estriba, sobre todo, en que es el único texto del Nuevo
Testamento donde se llama al primer día de la semana “el día del Señor”
(original griego: día señorial). Una alusión paralela a la de 1º Cor 11,20:
“Cena del Señor”. El adjetivo “señorial” “kyriaké” hace referencia a Kyrios
o Señor resucitado, exaltado como Mesías e Hijo de Dios. Menos claro
resulta lo que se quiere decir con esa expresión de “día del Señor”.
El contexto del Apocalipsis no hace ninguna alusión clarificadora. Sin
embargo, si confrontamos este texto con la Didajé que es un documento
casi contemporáneo, de origen siríaco, donde el día del Señor es el día de
la reunión regular de la comunidad para celebrar la Eucaristía: “Reunidos
el día del Señor, partid el pan y dad gracias” (Didaché 14, 1), la cuestión
adquiere más claridad.
Junto a estos textos, no podemos dejar de aludir a las apariciones del
Resucitado el primer día después del sábado. Los sinópticos señalan con
precisión el día de la resurrección del Señor y de las primeras apariciones
a los apóstoles: el primer día de la semana (Mt 28,1; Mc 16,2; Lc 24,1).
San Juan narra también cómo, el primer día después del sábado, María
Magdalena va al sepulcro muy de mañana (Jn 20,1) Ocho días más tarde,
– insiste Juan – de nuevo en domingo, el Señor se les aparece por segunda
vez a los discípulos y esta vez está Tomás. La aparición a los discípulos de
Emaús también acontece en Domingo y en domingo, cincuenta días
después de la Pascua, el Espíritu del Señor viene sobre los apóstoles y, en
domingo, la Iglesia de Cristo se manifiesta por primera vez al mundo.
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