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Nunca me convenció la visión estándar de la Argentina.

Por ejemplo,
no creo que seamos un país rico. Creo que las Malvinas no serán nunca
nuestras. Creo que no es cierto que no trabaja el que no quiere -y en las
últimas décadas de revolución tecnológica y trabajo basura, el
apotegma es singularmente perverso-. En fin, tampoco es cuestión de
acabar pareciéndome a Sebreli. Pero a veces sospecho que voy camino
de eso, por otras vías.
Hay un economista británico (Victor Bulmer-Thomas) que hace poco
ha publicado una Historia Económica de América Latina (2010, edición
española) en la que demuestra que la “lotería de bienes” ha sido
mayormente inconveniente para nuestro país, en términos
comparativos. No exportamos minerales, sino alimentos y eso no es
mágicamente bueno porque encarece la mesa de los aborígenes (el
cobre chileno no se mastica). Nuestro recurso tierra fue distribuido de
forma extremadamente injusta y oligárquica, y las ganancias derivadas
casi no se reinvirtieron en industria mas que en el llamado `tracking de
exportación´ (herramientas agrícolas, por ejemplo) o, llanamente, en
industria liviana (línea blanca, construcción, etc.). Eso desencadenó,
especialmente desde el crack del sistema mundial de pagos e
intercambios de 1930 (inconvertibilidad de la libra; colapso de
exportaciones; tránsito de una metrópoli cliente como UK a una
metrópoli competidora como USA), una creciente restricción
cambiaria. Resumidamente, Argentina no produce las divisas que
consume. Ese es el origen del endeudamiento crónico -como el
borracho frente a la botella de vino-, de la imposibilidad de atacar el
gasto público que regula de muchas maneras el desempleo y la falta de
competitividad empresaria (no lo lograron ni los tanques de Videla ni
los alineamientos rumbosos de Menem), y del eterno stop & go de
nuestra economía (cada vez mas en modo stop).
Otros autores, como Gerchunoff (Porqué Argentina no fué Australia;
2016), sostienen que nuestra región del mundo fue perjudicada -sí,
como lo leen- por su “paz”, su ubicación periférica, en el extrarradio de
las fronteras geopolíticas. Nunca captamos el interés de un hegemón
en industrializarnos para la defensa de un hemisferio (como Australia
ante Japón, primero, y luego ante China), ni nos fue reservada una
entrada amigable a los mercados centrales (el intermitente Sistema
General de Preferencias de USA, es un pequeño chiste comparado con
el Acuerdo de Ottawa o el AUSFTA -Tratado Comercial con USA- y
sus muchos antecesores desde principios de siglo XX).
Carga aún mas las espaldas del sino nacional la composición de
nuestra clase media, que es numerosa, alfabetizada y, sobre todo -aquí
el problema-, programada para pensar que fuimos magníficos y
alguien se robó nuestro queso. Básicamente incapaces de comprender
los pies de barro de nuestra riqueza de antaño (conjunción irrepetible
de la expulsión de fuerza humana de Europa, la organización de la
tierra acá, la invención del buque frigorífico… y la duración del
Imperio Británico).
En fin, que sin industria no hay trabajo ni democracia ni futuro para
los jóvenes. Ahora podemos agregarle los servicios, pero en la ominosa
clave de un mundo que ofrece trabajo basura y atado a la condición de
que los ingresos sean lo mas off shore posibles, por la eterna restricción
cambiaria argentina.
Así que cuando Argentina recibe una inversión, que son cada vez
menos, en verdad se endeuda porque el inversor suele primero armar
un back to back afuera y luego trae esa deuda privada -que registra-
para adquirir los bienes de capital que necesita acá. O cuando no
podemos cuadrar las cuentas de un sector público que es gigantista,
especialmente en el nivel provincias y municipios, tomamos deuda lo
mas entusiásticamente posible. O cuando el Estado emprende grandes
planes de desarrollo (represas, centrales nucleares, puertos, ferro e
hidrovías, etc.), lamentablemente también nos estamos endeudando.
Por ejemplo: un país central nos ofrece un crédito para una mega-obra,
pero lo ata a la digitación de contratistas y bancos de su parquet. Y -
esto es rigurosamente actual- cada vez que defaulteamos, el crédito del
ejemplo se ata también al voto de ese país en el foro acreedor de que se
trate (FMI, BM, CAF, etc.). Entonces, para renegociar la deuda anterior
a ese proyecto, ¡debemos castigar los números del proyecto porque
sino lo perdemos, y perdemos también la renegociación de la deuda en
default! Exactamente esto está pasando en este momento con proyectos
por muchos miles de millones de dólares.
Con estas ecuaciones, no se adivina la salida, Sebreli tan temido.
No mencioné hasta ahora a la corrupción, porque eso se arregla con
jueces mas honrados que los reos, y todas las demás cosas que aquí
señalo y nos faltan como sociedad.
Por eso uno acaba pensando que mejor sería tener un rol geopolítico en
el mundo, aceptar sólo industrias o servicios que generen divisas casi
bajo las condiciones que sean, y encarar en pie de guerra todo lo que
pueda hacerse para reducir el elefante del gasto público aunque ése es
un territorio comanche en el que ningún Gobierno tuvo éxito (¿porqué
habría de tenerlo nadie, si no cambian las condiciones causales?). Ahí,
prefiero ser solidario con los desposeídos actuales… y futuros. Ah, y
mientras tanto ¡pagar nuestros impuestos! (No me odien, es lo que
ocure en cualquier democracia que progresa en realidad).
Así que cuando alguien se queja, y con razón, del actual Gobierno me
digo: “¡Cuánto mejor estaríamos si el anterior se hubiera atrevido con
el territorio comanche, aunque mas no fuera para no aumentar nuestra
deuda `dura´ en cien mil millones de dólares!”. Pero, claro, para eso
hubiéramos precisado a un estadista, y… votamos lo que se nos
parece…
Soy padre de dos jóvenes y sinceramente espero que su destino no sea
Ezeiza. Pero lo dudo, Sebreli. ¿Ven porqué me asusta en lo que me voy
convirtiendo?
Pero, pese a todo, les confieso: si una mañana abriera el diario y viera a
gente preocupada porque el desmanejo de la deuda externa no es mas
penado que el hurto de gallinas; si encontrara en el discurso oficial que
cada gasto debe estar atribuido a un recurso; si encontrara el balance
de divisas de cada emprendimiento industrial (y fuera favorable), sería
un tipo feliz. Con esperanzas. Bah, no me acabaría pareciendo a Juan
José Sebreli.
¿Mucho, no? Eso me pasa por no creerme nunca la visión estándar de
la Argentina.

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