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El documento critica cómo los algoritmos de las plataformas en línea como Netflix y Google perfilan a los usuarios y les muestran contenido acorde a sus preferencias anteriores, en lugar de exponerlos a información balanceada. También señala que la mayoría de la información disponible online sobre criptomonedas como Bitcoin es positiva y promocional, en contraste con las opiniones negativas de reputados economistas. El autor advierte que si las criptomonedas llegan a tener un impacto significativo en la economía real, su eventual colapso podría desen
Descripción original:
Crítica de la confiabilidad y utilidad de las monedas virtuales derivadas de blockchains.
El documento critica cómo los algoritmos de las plataformas en línea como Netflix y Google perfilan a los usuarios y les muestran contenido acorde a sus preferencias anteriores, en lugar de exponerlos a información balanceada. También señala que la mayoría de la información disponible online sobre criptomonedas como Bitcoin es positiva y promocional, en contraste con las opiniones negativas de reputados economistas. El autor advierte que si las criptomonedas llegan a tener un impacto significativo en la economía real, su eventual colapso podría desen
El documento critica cómo los algoritmos de las plataformas en línea como Netflix y Google perfilan a los usuarios y les muestran contenido acorde a sus preferencias anteriores, en lugar de exponerlos a información balanceada. También señala que la mayoría de la información disponible online sobre criptomonedas como Bitcoin es positiva y promocional, en contraste con las opiniones negativas de reputados economistas. El autor advierte que si las criptomonedas llegan a tener un impacto significativo en la economía real, su eventual colapso podría desen
Nos explican los que saben que toda plataforma en red es un
instrumento de mercadotecnia y detección de perfiles de
consumidores. Si elegimos dos o tres series turcas en Netflix, por caso, el algoritmo registrará la elección y nos perfilará como seguidores de la tv turca. Por ello, cada vez que nos proponga una selección para nuestra preferencia, las producciones turcas estarán en punta. Todo ello ocurrirá aunque las tres series del ejemplo hayan sido visionadas por menos de un minuto cada vez, o se cuenten entre diez o veinte series de otro origen. Es que el algoritmo -una forma de robot- no está diseñado para “ayudarme” sino para ofrecerme mercadería según lo que presume que es mi interés. Hace años, cuando Google permitía rastrear separadamente una noticia según el país de origen de la IP buscada, hicimos un experimento entre un amigo médico, que nada sabe ni le interesa la política o la economía, y yo. Pusimos el mismo término en nuestros respectivos ordenadores y los comparamos. El resultado fue completamente distinto: sus algoritmos buscaban en el área de sus preferencias anteriores, y los míos en las mías. No se producía una conclusión homogénea porque Internet no está pensado para la “verdad” sino para el consumo. Por eso toda esa terrible y cierta maraña de críticas acerca de que Internet refuerza las convicciones iniciales del operador, y no las hace debatir; o que excita las emociones y no el raciocinio; o que genera posiciones políticas extremas y no moderadas. Todo se debe a lo mismo. El robot nos guía, y nosotros creemos que lo guiamos a él. El fenómeno económico mas intenso desde el 2008 son las criptomonedas. Con ingenuo espíritu de educando, pretendí buscar en las redes información neutral y de calidad sobre el tema. Otra vez sopa. De cien resultados en Google, mas de noventa y tres eran elogios de esos criptoactivos. Incluso llegué a comprar en Amazon un libro especializado con prólogo de Nouriel Roubini ¡totalmente apócrifo! (luego encontré que el caso ha derivado en una demanda entre Roubini, que se opone a las e-coins, y los muy anónimos titulares del registro de la publicación). Con gran esfuerzo logré tamizar qué opinan macroeconomistas laureados sobre el tema: Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Nouriel Roubini, etc. Hasta Buffet y Soros. Todos en contra. Incluso Krugman, en un artículo titulado “Tecnojerga, majadería libertaria y bitcoins” (El País, Madrid, 22.05.2021) comienza, fastidiado, diciendo que no le agrada escribir mucho sobre esto porque no le encuentra ningún asidero a la pretendida polémica sobre estos instrumentos. Lapidario. Sin embargo, el viento en contra que tienen los sabios es infinito. Gurúes, influencers, comisionistas, pseudo periodistas económicos que van por el logro de streaming de lectores, web sites que te explican, te recomiendan, te entusiasman. Todo ese viento domina Internet. Como en el caso de las series turcas, cualquiera que haya preguntado a Google qué es bitcoin va a recibir un vendaval de apoyos que rápidamente convertirán al posible consumidor en un entusiasta - confundido, eso sí- de la adopción del nuevo cripto-patrón. Pero esto no es sólo culpa del robot ni de su reemplazo de la “verdad” por el “marketing”. La dosis de codicia del sapiens que busca y no descarta, que interroga y no critica, es imprescindible para que se forme este vendaval de acogida. La ilusión de una moneda a salvo de toda regulación, impuesto o control, que además crece año a año, mes a mes desde hace ya un tiempo, es la zanahoria perfecta para una comunidad de usuarios que confunden la verdad con el tipo ocho de las fuentes de Internet. Esta no es una entrada mía de macroeconomía. Sólo enumeraré que toda mercadería que tenga una producción limitada, por la razón que sea, y una demanda inmensa -por la ilusión que sea-, va a aumentar su valor durante un cierto tiempo. Aunque sea en modo stop-and-go, pero crecerá el valor. Diré también que una moneda debe tener al menos tres características (valor, ahorro, cambio) que las criptomonedas no tienen o tienen de modo muy desparejo o arbitrario. Que lo diga don Elon Musk, que especuló en bitcoins hasta el instante en que anunció que los aceptaría en pago de sus Tesla, y los revendió aún en alza un momento antes de “arrepentirse”. Dice que fue por el enorme costo eléctrico -y contaminante, por tanto- que la minería del bitcoin genera. Vaya tío. Y todos los días hay un pequeño Musk jugando el mismo juego: por eso sube, baja y sube en la pizarra. Y los periodistas titulan sólo del potencial de ese prodigio que no imaginó Ponzi. Muchos mas invertirán en estos espectros de valor, y se enriquecerán. Así dejamos satisfecha a la codicia. Absolutamente nadie de los macroeconomistas afamados del mundo los apoya, pero para un timo sólo hace falta un tonto. Un día, no sabemos cuándo, se desplomará. Podrá venir de una acción concertada de los grandes países exportadores de moneda; o de un pulso electromagnético (EMP); o de un riguroso filtro distribuido en los 13 DNS raíz (los nodos centrales de Internet) de los que sólo 4 no son de USA; o del trauma por la conversión imposible entre un e-coin agotado al acabar sus block- chains y otro al que acudan los inversores para reemplazarlo. No menciono los hackeos y las estafas, porque eso ocurre en cualquier activo que circula por las redes. El grave, muy grave problema es que no sabremos responder en qué punto estará la relación entre estas finanzas de cotillón y la economía real cuando eso ocurra. Si el colapso ocurriera pronto, es probable que sólo se indignen los codiciosos que se metieron en ello. Los Gordon Gekko de la vuelta de la esquina. Sería justo. Pero si una porción considerable de activos regulados se apalanca en estos engendros, o - peor- si una parte importante de la producción de bienes y servicios reales se transa en estas quimeras, la desaparición del instrumento de cambio puede provocar una crisis que haría que riamos de 1929 o 2008. Seré políticamente muy incorrecto en el cierre de esta diatriba. El modo de distribuir la riqueza mas civilizado que se conoce en cien mil años de experiencia sapiens es el tributo. Nos tensa, nos disgusta, nos enfurece por muchas y justas razones, pero es la herramienta civilizatoria mas eficaz desde que bajamos de los árboles. La ilusión de escapar de ellos por estas vías intangibles y ponzianas, es una reacción incivil, yoísta, confundida y emocional. O sea, es el retrato-robot del tipo de ser humano que habita el siglo XXI. Como una vez le dijo Mitre a Roca: “Cuando la mayoría está equivocada, la mayoría tiene razón”. Hasta que la realidad le pasa factura. Poco teníamos con las pandemias, el cambio climático, los meteoritos y la desigualdad. Diremos con Krugman, Stiglitz, Buffet, Roubini y aquella maldición china: sin duda que estamos condenados a vivir "tiempos interesantes".