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Nos explican los que saben que toda plataforma en red es un

instrumento de mercadotecnia y detección de perfiles de


consumidores. Si elegimos dos o tres series turcas en Netflix, por caso,
el algoritmo registrará la elección y nos perfilará como seguidores de la
tv turca. Por ello, cada vez que nos proponga una selección para
nuestra preferencia, las producciones turcas estarán en punta. Todo
ello ocurrirá aunque las tres series del ejemplo hayan sido visionadas
por menos de un minuto cada vez, o se cuenten entre diez o veinte
series de otro origen. Es que el algoritmo -una forma de robot- no está
diseñado para “ayudarme” sino para ofrecerme mercadería según lo
que presume que es mi interés.
Hace años, cuando Google permitía rastrear separadamente una
noticia según el país de origen de la IP buscada, hicimos un
experimento entre un amigo médico, que nada sabe ni le interesa la
política o la economía, y yo. Pusimos el mismo término en nuestros
respectivos ordenadores y los comparamos. El resultado fue
completamente distinto: sus algoritmos buscaban en el área de sus
preferencias anteriores, y los míos en las mías. No se producía una
conclusión homogénea porque Internet no está pensado para la
“verdad” sino para el consumo. Por eso toda esa terrible y cierta
maraña de críticas acerca de que Internet refuerza las convicciones
iniciales del operador, y no las hace debatir; o que excita las emociones
y no el raciocinio; o que genera posiciones políticas extremas y no
moderadas. Todo se debe a lo mismo. El robot nos guía, y nosotros
creemos que lo guiamos a él.
El fenómeno económico mas intenso desde el 2008 son las
criptomonedas. Con ingenuo espíritu de educando, pretendí buscar en
las redes información neutral y de calidad sobre el tema. Otra vez
sopa. De cien resultados en Google, mas de noventa y tres eran elogios
de esos criptoactivos. Incluso llegué a comprar en Amazon un libro
especializado con prólogo de Nouriel Roubini ¡totalmente apócrifo!
(luego encontré que el caso ha derivado en una demanda entre
Roubini, que se opone a las e-coins, y los muy anónimos titulares del
registro de la publicación).
Con gran esfuerzo logré tamizar qué opinan macroeconomistas
laureados sobre el tema: Paul Krugman, Joseph Stiglitz, Nouriel
Roubini, etc. Hasta Buffet y Soros. Todos en contra. Incluso Krugman,
en un artículo titulado “Tecnojerga, majadería libertaria y bitcoins” (El
País, Madrid, 22.05.2021) comienza, fastidiado, diciendo que no le
agrada escribir mucho sobre esto porque no le encuentra ningún
asidero a la pretendida polémica sobre estos instrumentos. Lapidario.
Sin embargo, el viento en contra que tienen los sabios es infinito.
Gurúes, influencers, comisionistas, pseudo periodistas económicos que
van por el logro de streaming de lectores, web sites que te explican, te
recomiendan, te entusiasman. Todo ese viento domina Internet.
Como en el caso de las series turcas, cualquiera que haya preguntado a
Google qué es bitcoin va a recibir un vendaval de apoyos que
rápidamente convertirán al posible consumidor en un entusiasta -
confundido, eso sí- de la adopción del nuevo cripto-patrón.
Pero esto no es sólo culpa del robot ni de su reemplazo de la “verdad”
por el “marketing”. La dosis de codicia del sapiens que busca y no
descarta, que interroga y no critica, es imprescindible para que se
forme este vendaval de acogida.
La ilusión de una moneda a salvo de toda regulación, impuesto o
control, que además crece año a año, mes a mes desde hace ya un
tiempo, es la zanahoria perfecta para una comunidad de usuarios que
confunden la verdad con el tipo ocho de las fuentes de Internet.
Esta no es una entrada mía de macroeconomía. Sólo enumeraré que
toda mercadería que tenga una producción limitada, por la razón que
sea, y una demanda inmensa -por la ilusión que sea-, va a aumentar su
valor durante un cierto tiempo. Aunque sea en modo stop-and-go,
pero crecerá el valor. Diré también que una moneda debe tener al
menos tres características (valor, ahorro, cambio) que las
criptomonedas no tienen o tienen de modo muy desparejo o arbitrario.
Que lo diga don Elon Musk, que especuló en bitcoins hasta el instante
en que anunció que los aceptaría en pago de sus Tesla, y los revendió
aún en alza un momento antes de “arrepentirse”. Dice que fue por el
enorme costo eléctrico -y contaminante, por tanto- que la minería del
bitcoin genera. Vaya tío. Y todos los días hay un pequeño Musk
jugando el mismo juego: por eso sube, baja y sube en la pizarra. Y los
periodistas titulan sólo del potencial de ese prodigio que no imaginó
Ponzi.
Muchos mas invertirán en estos espectros de valor, y se enriquecerán.
Así dejamos satisfecha a la codicia. Absolutamente nadie de los
macroeconomistas afamados del mundo los apoya, pero para un timo
sólo hace falta un tonto. Un día, no sabemos cuándo, se desplomará.
Podrá venir de una acción concertada de los grandes países
exportadores de moneda; o de un pulso electromagnético (EMP); o de
un riguroso filtro distribuido en los 13 DNS raíz (los nodos centrales
de Internet) de los que sólo 4 no son de USA; o del trauma por la
conversión imposible entre un e-coin agotado al acabar sus block-
chains y otro al que acudan los inversores para reemplazarlo. No
menciono los hackeos y las estafas, porque eso ocurre en cualquier
activo que circula por las redes.
El grave, muy grave problema es que no sabremos responder en qué
punto estará la relación entre estas finanzas de cotillón y la economía
real cuando eso ocurra. Si el colapso ocurriera pronto, es probable que
sólo se indignen los codiciosos que se metieron en ello. Los Gordon
Gekko de la vuelta de la esquina. Sería justo. Pero si una porción
considerable de activos regulados se apalanca en estos engendros, o -
peor- si una parte importante de la producción de bienes y servicios
reales se transa en estas quimeras, la desaparición del instrumento de
cambio puede provocar una crisis que haría que riamos de 1929 o
2008.
Seré políticamente muy incorrecto en el cierre de esta diatriba. El modo
de distribuir la riqueza mas civilizado que se conoce en cien mil años
de experiencia sapiens es el tributo. Nos tensa, nos disgusta, nos
enfurece por muchas y justas razones, pero es la herramienta
civilizatoria mas eficaz desde que bajamos de los árboles. La ilusión de
escapar de ellos por estas vías intangibles y ponzianas, es una reacción
incivil, yoísta, confundida y emocional.
O sea, es el retrato-robot del tipo de ser humano que habita el siglo
XXI. Como una vez le dijo Mitre a Roca: “Cuando la mayoría está
equivocada, la mayoría tiene razón”. Hasta que la realidad le pasa
factura. Poco teníamos con las pandemias, el cambio climático, los
meteoritos y la desigualdad. Diremos con Krugman, Stiglitz, Buffet,
Roubini y aquella maldición china: sin duda que estamos condenados
a vivir "tiempos interesantes".

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