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América Colombia
MEDELLÍN
Yenifer está parada en una esquina del barrio San Diego, a 15 minutos
caminando de la Alcaldía de Medellín, con un grupo de cinco chicas. Todas
tienen tatuajes, todas muestran mucha piel, todas parecen adolescentes: todas
son menores prostituidas. Yenifer dice que se llama Yenifer, pero claramente es
mentira. También dice que tiene 15 años, y eso sí parece cierto. Tiene cuerpo de
niña, cara de niña: es una niña. Y está nerviosa. Una risita revela sus brackets
azules. Lleva puesto un top y una minifalda morados que se combinan. No
cubren su abdomen ni la mariposa tatuada en la cadera. Dice que llegó a las
nueve y se quedará “trabajando” hasta las cuatro de la mañana. Son las 21.30.
Llueve. Le espera una noche larga.
Explica que empezó a trabajar hace dos meses, que lo hizo “por problemas”, y
agacha la cabeza. Detrás de ella, sus amigas casi parecen adolescentes como
cualquier otra que simplemente juegan con sus celulares. Yenifer dice que no
tiene jefe, que atiende a tres o cuatro clientes cada noche, y que la mayoría son
colombianos. Media hora cuesta 100.000 pesos (unos 26 dólares), la tarifa vigente
en San Diego. Cuando llega un extranjero, como ocurre “a veces”, multiplica el
precio por tres.
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El escándalo
El caso despertó ira en el país, y el alcalde, Fico Gutiérrez, tuvo que actuar. El
Sheriff, como se hace llamar, firmó este lunes dos decretos que prohíben por
seis meses la “oferta sexual” en El Poblado, una zona muy turística ―en
Colombia la prostitución no es ilegal ni está penalizada―. En una rueda de
prensa, Gutiérrez dijo que el Parque Lleras, un lugar cerrado con rejas en que se
concentran discotecas y restaurantes muy visitados por turistas, se ha
convertido en un sitio en que se cometen delitos ligados a la trata de personas, el
narcotráfico y la explotación de menores de edad. También decretó que, desde
este lunes, todos los bares del Parque Lleras tendrían que cerrar por el próximo
mes a la una de la mañana, y no a las cuatro, como previamente dictaba la ley.
Esa misma noche, antes de que ese decreto entre en vigor, Alexa Gómez está
parada en la calle diez, en El Poblado, a una cuadra del Parque Lleras. Usa un
minúsculo vestido negro y está acompañada de dos mujeres vestidas iguales.
Tras menos de cinco minutos de conversación, sin mucha dificultad, delata los
detalles de su profesión: “Yo manejo chicas, mi amor”.
La proxeneta
―Te cuento.
Dice que el 90% de sus clientes son extranjeros a los que conoce en discotecas,
principalmente en el Parque Lleras. Ella se les acerca y se presenta. “Siempre
trato de formar una amistad primero. Que no sean solamente negocios”,
comenta. Cuando entran en confianza, les pregunta si están buscando una
chica; les ofrece a todas sus mujeres antes de ofrecerse a ella misma. “Si seis de
mis chicas están con hombres, gano lo mismo que gano haciéndolo yo, pero sin
tener que hacerlo”, aclara. Dice que gana unos 4.000 dólares al mes cobrando
120 dólares la hora: la prostituta se queda con 100 y Alexa con 20. Por ese precio
pueden tener “sexo oral y sexo normal. Todo tiene que ser con protección”. Una
vez que consigue a un cliente, este tiene que elegir a una chica, o más.
―Te muestro.
―¿Cómo la quieres?
―¿Cómo así?
―No sé…
Alexa entra a una conversación con una chica que se llama María. Muestra
varias fotos que María le ha mandado. En una está en un baño, otra en un billar,
otra al lado de una piscina. “Si fueras un cliente podrías estar con ella esta
noche, pero primero tendrías que hacer un par de cosas”, dice.
Explica que todos los clientes le tienen que dar su nombre completo y la
dirección en la que se están hospedando. Luego, tienen que pagar el dinero por
adelantado y también el transporte de la chica. Una vez que eso está hecho,
Alexa la recoge y la deja en el lugar donde hará su trabajo. Al cabo de una hora
la llama. Si ya han terminado, la pasa a buscar. Si no, puede ponerse de acuerdo
con el cliente para extender el servicio.
Alexa define la suya como una forma “más virtual y más segura” para los clientes
y las trabajadoras. Justamente, las demás formas virtuales han causado
problemas últimamente en Medellín. La cuna de Pablo Escobar y alguna vez una
de las ciudades más peligrosas del mundo, Medellín se ha convertido en los
últimos años en un lugar deseado por viajeros internacionales. Es conocida en
Colombia por ser la ciudad de innovación, de la belleza, de la fiesta, de la
narcocultura. Eso ha traído consecuencias positivas y, por supuesto, también
negativas, como el turismo sexual.
Una joven que ejerce el trabajo sexual se ofrece a un auto que pasa por la zona de la comuna 14 en Medellín.
NATALIA PEDRAZA BRAVO
El cliente
A pocos metros de donde está sentada Alexa, dentro del Parque Lleras, se
encuentra Bob, uno de sus potenciales clientes. Bob tiene 78 años, la cara de
gringo, la barba blanca, el pelo corto, la camiseta negra manchada. Es alto con la
barriga hinchada, y es de Estados Unidos.
Hay piernas tatuadas por todos lados. Unas 200 mujeres se protegen de la lluvia
bajo los toldos del Parque Lleras: un enorme prostíbulo al aire libre. Visten
camisetas transparentes, faldas cortísimas, fuman cigarrillos, inhalan tusi desde
los tubos de su rimel. Entre la multitud de piel expuesta camina uno que otro
extranjero. Entablan conversaciones con las chicas en un español muy pobre.
“Me gusta”, suelta uno mientras señala la cola de una de ellas. Otro tipo mira con
sensualidad y le coge la mano a una mujer que le dice “Mi amor”. Poco después
desaparecen juntos. Y acá disfrutando del show está Bob, sentado con tres
venezolanas que insisten que no son prostitutas, sino “damas de compañía”. Le
tocan la pierna, tratan de convencerlo de que pase otra noche con ellas; la
segunda en seis días. Pero Bob no está seguro de irse con ellas. Bob dice que le
gusta la variedad.
Jóvenes conversan mientras esperan ser abordadas por algún cliente.
NATALIA PEDRAZA BRAVO
Bob cuenta que lleva años viajando por el mundo. Pagar por sexo para nada le es
ajeno, y dice que el Parque Lleras es un lugar especial: “Aquí hay una libertad
muy poco común. Puedes hacer lo que te dé la gana”. Es lunes, son las once de la
noche. En dos horas la prostitución estará prohibida en este lugar, pero a Bob no
le preocupa eso, dice que será mejor para los turistas como él. “Habrá más
control sobre las chicas, menos chances de que te roben. Nosotros podremos
seguir solicitando”, asegura. Mientras Bob cuenta todo esto, una venezolana de
Valencia, llamada Yuliet, le acaricia la cara. Dice que tiene 24 años, y que lleva
dos como “dama de compañía”.
―Pedir en la calle.
Durante dos horas Bob se sienta al lado de Yuliet y dos compañeras suyas.
Toman cervezas, fuman cigarrillos, se comunican por Google Translate. En la
mesa de al lado ocurre una situación similar. Una chica vestida de una camiseta
de los Chicago Bulls acaricia la cabeza calva de un hombre blanco. El calvo se
sienta con dos hombres mayores, de 60 para arriba, que no hablan español y
tampoco con los medios. “Por favor, estamos de vacaciones. No queremos
preguntas. Solo queremos pasarla bien”, declaran.
A las 00.50, la Policía ―aquí sí hay policía― se acerca y saca a todos. Entre
sirenas se produce un éxodo masivo hacia la salida que lleva a la calle 10. Parece
una peregrinación religiosa, pero con valores muy distintos. Las chicas se
apresuran a emparejarse con extranjeros; no pueden perder una noche de
trabajo. Justo fuera de la salida, Yuliet sigue al lado de Bob, que no quiere irse
con ella. El hombre apunta a dos otras chicas, dice “Hotel” en inglés y se van.
Yuliet se quedará sin trabajo esta noche.
La prohibición
Dos días después, el sitio se ve muy diferente. Son las 23.30. La “oferta sexual” ya
está prohibida en el Parque Lleras, que se ha llenado de enormes cárteles
amarillos en contra de la medida. “#SOS. No apoyamos la explotación sexual
infantil. No al decreto 0247 de 2024. 5.000 familias sin empleo”, se leen. Según los
empresarios, el decreto les costará mucho dinero. Según Alexa, muchos de ellos
“son puteros”.
Algunos de los bares y comercios de la zona se han unido a una campaña en contra del trabajo sexual infantil.
NATALIA PEDRAZA BRAVO