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POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI


Ensayo sobre el materialismo
histórico-maquínico

Guillaume Sibertin-Blanc

Traducción de Alejandro Arciniegas

Universidad de los Andes


Sibertin-B!anc, Guil!aume
Política y Estado en De!euze y Guattari: ensayo sobre e l materi a lis mo histórico-maquínico /
Guillaume Sibertin-Blanc; traductor Alejandro Arciniegas. - Bogotá: Universid a d de los Andes, Edicio-
nes Uniandes, 2017.

326 páginas; 14 x 21 cm.


ISBN 978 -958 -774 -485 -9

l. Deleuze, Gilles, 1925-1995 - Pensamiento político 2. Guattari, Pierre Félix, 1930-1992 - Pen-
samiento político 3. Estado 4. Filosofía política 5. Materialismo histórico l. Arciniegas, Alejandro 11.
Universidad de los Andes (Colombia) 111.Tít.

CDD 320.01 SBUA

© Presses Universitaires de France / Humensis, ainsi que le titre fran,ais de I 'ouvrage.


© Guillaume Sibertin-Blanc
© Alejandro Arciniegas, de la traducción al español
© Universidad de los Andes, primera edición en español, abril del 2017

Ediciones Uniandes
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ISBN: 978 -95 8-7 74- 485 -9


ISBN e-book: 978-958-774-519-1

Diagramación interior: Karina Betancur Olmos


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Mineducación
CONTENIDO

1. INTRODUCCION

11. PRIMERA PARTE


ARCHIVIOLENCIA: EL PRESUPUESTO DEL ESTADO

13. Capítulo 1
Mater ialism o histórico y esqui zo-an álisis
de la forma-Estado

11. Aporí as en el origen del Estado:


génesis imposible y comienzo
imposible de encontrar

24. El movimiento de autopresuposición


del Urstaat: la historicidad antinómica
de la forma-Estado

33. Ni concepto ni aparato: la forma-Estado


como fantasma originario y como delirio
de la Idea

41. Capítu lo 2
La captura: por un concepto de acumulación
originaria de la potencia de Estado

[ VII J
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ VIII J 41. Captura estatal y análisis de las formaciones


soc ial es: los conceptos fundamentales
del materialismo histórico-maquínico
54. Retorno sobre la cuestión
de las "sociedades sin Estado":
an tic ipa ció n-c on jur aci ón y for ma -st oc k
10. Captura y soberanía: economía y aneconomía
estatales de la violencia

87. SEGUNDA PARTE


, ,
EXOVIOLENCIA: LA HIPOTESIS DE LA MAQUINA
DE GUERRA

89. Capítulo 3
Nomadología: hacia la Hipótesis de máquina
de guerra
95. El nomadismo y su "máquina":
nomos de la tierra y territorialización
de Estado
108. El nomos nomádico: ¿tesis antihegeliana
o hipótesis neoschmittiana?
131. Procesos maquínicos y lógicas esp aci ale s
143. Capítulo 4
La Fórmula y la Hipót<:sis: apropiación estatal
y genealogía de la potencia de guerra
145. Cla use wi tz o la Fórmula: historia
y presupuestos de la racionalidad
instrumental de la guerra
153. Exposición sis tem áti ca de la Hip óte sis
166. Situación actual e ilimitación de la violencia:
inversión de la Hip óte sis o reversión
de la Fórmula
CONTENIDO

188. Claus ewitz , Lenin, Schmitt, FoL1cault, [ IX J


Deleu ze-Gu attari : ficcio nes dialóg icas

195. TERCERA PARTE


ENDOVIOLENCIA: LA AXIOMATICA CAPITALISTA

197. Capít1Jlo 5
La axiomática del capital: Estados
y acumL1lación a escala mundial

198. La ilimitación capitalista: código,


desco difica ción, axiomática
21s. La subsunción capita lista mundial:
englobamiento ecuménico y tipología
de los Estados contemporáneos
229. Isomorfismo y heterogeneidad
de los Estados capita listas -
La ofensiva neoliberal a escala mundial
238. Polimorfismo, neoimperialismo
y colon izació n interior
249. Capítulo 6
De venir-mi no rita rio, de venir-revolucionario
249. Macropolítica y micropolítica:
división en la estrategia minoritaria
210. Minorización y proletarización
en la axiomática capitalista contemporánea:
la gubernamentalidad social -liber al
283. Autonomía y universalidad en las luchas
minoritarias: bloques de alianza
y devenires-revolucionarios

301. CONCLUSION:
'
LA MICROPOLITICA NO HA TENIDO LlJGAR
'
Introducción

El pensamiento político de Deleuze y Guattari ha sido conside¬


rablemente marginado. Unas veces se lo difiere en virtud de un
enfoque micropolitico; otras veces se lo invoca como suplemento
especulativo de pensadores contemporáneos que, como Foucault,
Negri o Rancière, son menos exigentes; otras más se lo elude, sim- 1
plemente, en beneficio de extrañas extrapolaciones, que trabajan
las supuestas consecuencias políticas de algunos enunciados meta- \
físicos, noéticos u ontológicos de la obra deleuziana, con perjuicio 1
de sus proposiciones acerca de los significantes clave, alrededor de
los cuales se ha polarizado y dividido el pensamiento político mo¬
derno,, Por suerte no existe una policía del discurso, encargada de ¡
reconducir a sus fronteras discursivas los enunciados que pertene¬
cen al fortín de la metafísica, la estética, la política... para hacerles
justicia a dos autores que se las supieron ingeniar para refundir,
constantemente, los contornos. Pero cuando esa descodificación
de los discursos conduce, en nombre de las micropolíticas de la
subjetividad, la escatología de la multitud o las pescas furtivas de
los sin parte, no a replantear los problemas macropoliticos, sino a
hacer como si estos se hubieran volatilizado milagrosamente, exis¬
te allí una elisión que merece ser pensada.
Para empezar, esta elisión permite pasar en silencio el hecho,
masivo, sin embargo, de que la obra común de Deleuze y Guattari
da pie, en forma explícita, directa, identificable en textos que

[11
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

L2] se dejan circunscribir perfectamente, a un trabajo de reelabora-


aón de un cierto número de problemas nodales del pensamien¬
to político contemporáneo: la forma-Estado, la cuestión de la
soberanía y los nexos entre el derecho y la violencia; la emer-
'

'
géncia histórica de las formas nacionales y su recombinación de
“conceptos como pueblo, minoría, autonomía y soberanía-, las rela¬
ciones entre los procesos económicos y las estructuras del poder
social y estatal; la cuestión de la guerra, las intrincaciones entre
geopolítica y geoeconomía, etc. Semejante obliteración es común
a muchos estudios filosóficos que se obstinan en desconocer la
trayectoria teórica, política e institucional de Félix Guattari, y
sus efectos sobre el trabajo de Deleuze1. Pero esa inadvertencia
no se explica únicamente por las fronteras disciplinarias ni por
sus estrategias de reconocimiento desigual entre los dos autores,
tanto en el medio universitario como, por lo demás, en el campo
psicoanalítico. Se trata, en un sentido más profundo —es, al me-
nos, el ángulo que aquí adöptamos, privilegiando una lectura de

los dos volúmenes de Capitalismo y esquizofrenia2 , de explorar
la forma como esa omisión fue redoblada por otra, no menos
tenaz: el olvido de los campos problemáticos donde se definían
teórica y prácticamente las posiciones políticas del momento, es
decir, los mismos en que fue precisó intervenir con los medios
específicos del trabajo conceptual' /Nos guste o no, la mayoría
de los problemas que Deleuze y Guattari aprontaron sobre el te¬
rreno del pensamiento político, y sobre los cuales propusieron
reelaboraciones, diversamente críticas e inventivas, pertenecía
a formaciones discursivas bien determinadas, a la cabeza, de las

( i /Véase, a contrario, el importante trabajo realizado por el colectivo de


la revista Chimères; véase también Multitudes, n.° 34, 2008/3: L’effet-
Guattari.
2 G. Deleuze, F. Guattari, El Anti Edipo, tr. esp. F. Monge, Barcelona,
Paidós, 198$ [AB]; y G. Deleuze, F. Guattari, Mil mesetas, tr. esp. J.
Vázquez Pérez, Valencia, Pre-Textos, 1988 [O],
INTRODUCCIÓN

cuales, el marxismo, cuyo lenguaje teórico y gramática política [3]

polarizaban todavía los modos de enunciación, representación


y_problematización de las luchas de resistencia y emancipación.
En la obra de Deleuze y Guattari, sin embargo, como también
en la de Foucault, aunque de otro modo, se ha querido encon¬
trar] una alternativa al marxismo,’^rastreándola, no sin dificulta¬
des, mediante los juegos de sustitución entre Nietzsche y Marx,
entre la “filosofía de la diferencia” y la negatividad motriz del
“hegeliano-marxismo”, entre las micropolíticas de la subjetivi¬
dad, las dialécticas de la heteronomía y las identidades divididas.
Esta operación, efectuada al cambiar de los años 1960-1970, y
animada también por los autores en declaraciones de intención,
más o menos al vuelo, sobre la forma como se interpretaban sus
trabajos, vino a sistematizarse durante los años 1980-1990, aun
cuando las alternativas Nietzsche-Marx, Diferencia-Dialéctica,
etc. eran ya objeto de ejercicios escolares, con objetivos teórico-
políticos cada vez menos palpables.
Más convendría suscribir la hipótesis de trabajo propuesta por
Isabelle Garo en un libro reciente, consagrado a esa secuencia
filosófico-política3, y que viene a apoyar varios años de lecturas
sintomales de la filosofía francesa de posguerra, que la inscriben
en el campo supremamente problemático de las descomposiciones
y recomposiciones ideológico-políticas de los años 1960-1970,
donde los nexos con el marxismo intervienen de manera decisi¬
va (incluso cuando, quizá, sobre todo cuando, estos se manifies¬
tan alusiva u oblicuamente)4. Son trabajos que participan de un
mismo interés por la “crisis” en que entraba el marxismo, cuyo
diagnóstico fue, las más de las veces, elaborado en su nombre,

3 -
I. Garó, Foucault, Deleuze, Althusser Marx La politique dans la philo¬
sophie, Paris, Demopolis, 2011, cap. 1, y, sobre Deleuze, cap. 3.
4 Véase, por ejemplo, S. Legrand, Les Normes chez Foucault, París, puf,
2007; y A. Cavazzini, Crise du marxisme et critique de l’État. Le dernier
combat d’Althusser, Reims, Le Clou dans le Fer, 2009.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[4] coextensivo de su historia, indisociable de sus transformaciones


a través de las organizaciones y los movimientos de masas que se
lo apropiaron, y de sus divisiones durante las coyunturas y luchas
que lo movilizaron. En cuanto a la coyuntura que retendra aquí
nuestra atención, hay que tener presente que si crisis hubo, ésta
es inseparable de un movimiento complejo en que se intrincan la
historia del movimiento obrero y sus organizaciones en Europa
Occidental, el auge de nuevas formas de lucha que las estructu¬
ras del Estado social hicieron posibles (aun cuando éste fuera el
blanco de muchas de ellas), pero también una acusada tendencia
a la despolitización, durante las décadas que siguieron a mayo
del 68tï3. Por un lado, dicha tendencia agravaba la desconexión,
en el seno del movimiento comunista, entre práctica política y
práctica teórica, dificultando cada vez más la autorreferenciali-
dad crítica o incluso disidente del marxismo (las críticas marxis-
tas del marxismo). Por otro lado, pudo también precipitar una
“sobrepolitización” compensatoria del campo filosófico, cuyos
efectos eran, por supuesto, ambivalentes: inaugurar el espacio de
una experimentación “política de la filosofía”, con la invención
de nuevos modos de problematización de la crítica marxista y,
en general, de la economía política, que no sólo procedían por
fuera de su lenguaje, sino que además, suponían el abandono pro¬
gresivo de problemas estratégicos, /organizacionales y político-
ideológicos, a riesgo de gravar esta política de la filosofía con
una práctica filosófica despolitizada6.
Como adopto plenamente el cuadro de reflexión propuesto
por I. Garó, aunque arrojo conclusiones diferentes, incluso, dia¬
metralmente opuestas, deduzco que su hipótesis de trabajo deja

$ Deleuze y Guattari harán pronto el diagnóstico: véase “Mayo del 68


nunca ocurrió” (1984), en G. Deleuze, Dos regímenes de locos. Textos y
entrevistas (1979-199$), Valencia, Pre-Textos, 2008, pp. 213-215.
6 I. Garo, Foucault, Deleuze, Altbusser <& Marx, op. cit., pp. 49-58.
INTRODUCCIÓN


abiertas nuevas interpretaciones contrastadas de esos textos, de
las ambivalencias de su significación coyuntural, de las divergen¬
cias entre sus apropiaciones posteriores y sus eventuales reacti¬
vaciones alternativas hoy posibles— y un espacio, por tanto, de
encuentro y discusión, al que las páginas que siguen esperan a su
vez contribuir. Para identificar una divergencia que atañe a nues¬
tro hilo conductor, basta con pensar en el sentido de esta “lectura
en coyuntura”. Resituar la coproducción de Deleuze y GuattariJ
en el contexto histórico, social, político e intelectual que la hizo
posible, para aclarar las formas y objetivos de su intervención,
supone procurarse los medios de explorar su operatividad, esl.
decir, los analizadores hipotéticos que hemos heredado de una
coyuntura en que las continuidades y rupturas, las identificacio-
nes y desidentificaciones, no son siempre fáciles de discernir.
Sin embargo, aquí retendremos el periodo específico que separa
los dos volúmenes de Capitalismo y esquizofrenia, para interrogan
aquello que, a partir de um fusión de diversas coyunturas, se di-[
fracta y deshace la secuencia de una periodización cronológica
unívoca, así como las circunstancias que complican al presente^/
su lectura7. Esta dificultad se puede formular en los términosj
de un quiasmo. De hecho, ambos libros pueden ser leídos como
signos de una transición histórica, que las diferencias entre uno
y otro nos permiten todavía elucidar, mediante una serie de des¬
plazamientos que será preciso establecer. No deja de ser extraño
que se haya querido ver en estos una interpretación filosófica del
capitalismo, que habría tomado el periodo fordista por la solu¬
ción definitiva de sus contradicciones, renunciando al programa
de una crítica de la economía política e idealizando, a favor del

7 Para un primer planteamiento de esta hipótesis, véase G. Sibertin-


Blanc, “D’une conjoncture l’autre : Guattari et Deleuze après-coup”,
Actuel Marx, n.° 52: Deleuze/Guattari, París, puf, segundo semestre
2012, pp. 28-47.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

periodo de crecimiento autocentrado de los países occidentales,


un sistema económico-político desembarazado ya de sus con¬
tradicciones sistémicas, así como de sus conflictos de clase, y que
habría conseguido neutralizar de antemano toda constitución de
una contrahegemonía, capaz de cuestionarlo globalmente. Des-
de 1972, la hipótesis del capital como “axiomática mundial” da,
por el contrario, cuenta explícita de la crisis de esta secuencia
“keynesiano-fordista” y apela, incluso, a una nueva crítica sisté-
mica de la potencia capitalista a escala planetaria. Esta hipótesis
motiva una teoría de la forma-Estado, que constituye una autén¬
tica operación de desidealización del Estado social-capitalista key-
nesiano. También comanda una relectura del corpus marxiano,
completamente polarizada por el problema de los “límites in¬
manentes” (immanenten Schranken) de la acumulación ampliada
y la tasa de ganancia (cuya'baja tendencial se recrudece desde
finales de los años sesenta); por las crisis de sobreproducción y
las nuevas formas económicas y monetarias que están a punto de
adoptar; por las transformaciones, a consecuencia de la Guerra
Fría, de las luchas nacionales de liberación, las estructuras de la
división internacional,del trabajo, el intercambio desigual y los
modos “poscoloniales” de explotación y dominación. Veamos
como símbolos algunas fechas que, en sí mismas, no tienen nada
de simbólico: la crisis petrolera y la ßesregularizacion del merca¬
do de cambio, por el abandono del patrón oro, un año tras la apa¬
rición de El Anti Edipo (1972), y el “golpe de Estado financiero”
del Banco Central Americano, un año antes de la publicación de
Mil mesetas (1980), suprimidas ya las restricciones a la movilidad
del capital e inaugurada la mundialización financiera, durante
las tres décadas siguientes8. Los análisis de Deleuze y Guattari

8 Véase G. Duménil y G. Lévy, “Le coup de 1979 - Le choc de 2000”,


Cahiers de critique communiste, 2003: Mondialisation et impérialisme, pp.
15-19.
INTRODUCCIÓN

registran, mediante un trabajo de retraducción conceptual del


programa crítico de la economía política, los asaltos de un neoli-
beralismo que desarrollaba ya su empresa de desmantelamiento
de los compromisos de clase adquiridos tras la Segunda Guerra
Mundial, combinando formas inéditas de “periferización inte-
rior” con la reactivación de técnicas predadoras de acumulación
originaria, en el “centro” del capitalismo mundializado9.
No se trata, sin embargo, de evaluar simplemente la clarivi¬
dencia de dos autores contemporáneos de algún devenir de la
formación capitalista. Más bien nos interesa comprobar que se¬
mejantes tendencias hayan reactivado, sobre la escena misma del
pensamiento guattaro-deleuziano, bien de manera explícita, por
los temas abordados, bien de manera indirecta, por los motivos y
casos de ejemplo, los problemas que planteaba, al término de la
Primera Guerra, la sistematización, en el continente europeo, de
la forma estatal-nacional: la “invención” correlativa del estatuto
de minoría como “institución permanente” (Hannah Arendt); el
encadenamiento de las crisis económica, financiera y política; la
exacerbación masiva del racismo de clase y xenofóbico; la fusión
paroxística de las soberanías con las fuerzas del nacionalismo y
el imperialismo; la represión de las organizaciones comunistas y el
fracaso, la impotencia del movimiento obrero para contener la
escalada del fascismo; el perfeccionamiento de la “solución fas¬
cista”, expresado en una máquina mundial de guerra. Tanto, que
al pensamiento político de Deleuze y Guattari lo atraviesa un
perturbador efecto a posteriori: como si las mutaciones del capita¬
lismo, cuyos vectores destructivistas y aneconómicos ocupan los
primeros planos de su análisis, hubieran tenido la fuerza de hacer
regresar, durante los años setenta, el espectro de la coyuntura
europea de entreguerras —quizá el más imponente tropismo del

9 Véase aquí el cap. $, con referencia al /LE, pp. 229-270; y MP, pp,
458-476.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

pensamiento macropolitico guattaro-deleuziano—. El problema


consistiría, entonces, en preguntar hasta qué punto esa coyuntu¬
ra, que “anacroniza” un pensamiento con respecto a su época, no
contribuye a actualizarlo de manera paradójica en la nuestra, en
virtud, justamente, de su carácter anacrónico.
Nuestra excursión en Capitalismo y esquizofrenia se propone
aclarar ese “tropismo entre-dos-guerras”; su hilo conductor es el
lugar de la violencia en el espacio político y, más concretamente,
el de las vías de ascensión a los extremos, cuando los afronta-
mientos políticos adoptan una postura impolítica de la violencia,
que aniquila la posibilidad misma del conflicto. En la obra de
Deleuze y Guattari, la multiplicidad de estas vías es, no obstante,
irreductible, pues remite a una filosofía pluralista de las formas
de potencia, cada vez que apela a dialécticas específicas de poli¬
tización e “impolitización” o a distintas modalidades de ilimita¬
ción de la violencia, durante el devenir de los antagonismos. A
tres de ellas, analizadas principalmente, corresponde el plan de
nuestro libro: (i) la potencia del Estado, para la cual he forjado
el término de “archiviolencia”, que acompaño de la concepción
guattaro-deleuziana de una ilimitación de la violencia soberana,
inscrita dentro de la forma-Estado, y en la estructura misma de
sus “aparatos”; (n) la potencia de guerra, que bajo el término
de “exoviolencia” atañe al “devenir-ilimitado” de una máquina de
guerra extrínseca, que los Estados no terminan nunca de apro¬
piarse, y a la cual pueden subordinar incluso su potencia; y (ni)
la potencia capitalista, que expreso en términos de “endoviolen-
cia”, pues está relacionada con una vía de ilimitación de las diná¬
micas de una economía-mundo que destruyen, específicamente,
toda exterioridad o “exogeneidad”. De este modo esbozaremos,
poco a poco, el conjunto de las líneas de ascensión a la violencia
extrema, para extraer de la macropolítica de Deleuze y Guattari,
una teoría de la pluralidad de vías genealógicas de destrucción
de la política.
ÍNTR0DUCC1ÓN

Por lo demás, estas tres vías corresponden a tres momentos de


algo que Deleuze y Guattari presentaron, ellos mismos, como hi¬
pótesis de trabajo: la hipótesis de un “Urstaat”, la hipótesis de una
“máquina de guerra nómada” y la hipótesis del funcionamiento
del capital como axiomática mundial. Por eso me esfuerzo en
restituir el terreno dialógico y polémico sobre el cual fueron
elaboradas dichas hipótesis, así como el dispositivo conceptual
que ha permitido situar las unas con respecto a las otras. Tengo
la impresión de que ese terreno y ese dispositivo aparecen for¬
mulados de manera unitaria o provista de equilibrio consistente,
en la tabla catégorial de los “procesos-maquínicos” construida
en las mesetas 12 y 13, cuyo resumen sinóptico aparece a la al¬
tura de las páginas 442-444[lo]. Esto explica en parte la selección
y, en consecuencia, las focalizaciones y los puntos ciegos de la
lectura que propongo, así como el interlocutor que aquí he pri¬
vilegiado: el materialismo histórico (comprendidos algunos de
sus interlocutores críticos como, por ejemplo, Pierre Clastres, a
quien la teoría guattaro-deleuziana del Estado asigna un rol del
que habremos de ocuparnos). Esto explica, en todo caso, el tér¬
mino de “materialismo histórico-maquínico”, que invento para
denominar lámacropolítica guattaro-deleuziana,.en cuanto a sus
intereses filosóficos, epistemológicos y políticos. Toda etiqueta
corre el riesgo de la simplificación, como no hayamos explica¬
do las convicciones que la justifican, así como los términos de
la discusión que proponemos. Teniendo en cuenta los valores
hipotéticos de conceptos tales como “Urstaat”, “máquina de
guerra” y “axiomática capitalista”, he querido elaborar una se¬
rie de confrontaciones con otros autores actuales, como Etienne
Balibar y David Harvey, pero también “inactuales”, en especial
Clausewitz y Carl Schmitt, tratando de imaginar la escena de los
debates en que esta triple hipótesis merecería ser puesta en juego.

10 Véase el capítulo 2.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

Lo esencial de este trabajo queda todavía por hacer; aquí intenta¬


remos sólo inaugurar dicha escena, sentando algunas de sus bases.
Este libro retoma los resultados de una investigación doctoral
realizada en la Universidad Lille 3 entre el 2002 y el 2006, bajo
la dirección de Pierre Macherey. Algunos fueron presentados en
Deleuze y elAntiedipo. La producción del deseo (Nueva Visión, 2010).
La primera parte, sobre la teoría guattaro-deleuziana del Estado,
fue objeto de una síntesis publicada en la Revista de Antropología
Social dos Alanos do ppgas - UFsCar (Sao Carlos, 2011), traduci¬
da al inglés y al turco, también, en la revista Monokl (Estambul,
2012). La segunda parte se beneficia de dos trabajos previos so¬
bre el tema de la “máquina de guerra”, que han sido aquí trans¬
formados y reelaborados: “Mécanismes guerriers et généalogie
de la guerre : l’hypothèse de/la ‘machine de guerre’ de Deleuze et
Guattari”, y “The War Machine, the Formula and the Hypothe¬
sis: Deleuze and Guattari/as Readers of Glasewitz”, aparecidos
en la revista Asterion (septiembre, 201$) y en el volumen Deleuze
and War (2010), coordinado por B. Evans y L. Guillaume para
Theory and Event (Johns Hopkins University Press). Las tesis
conclusivas de la tercera parte fueron esbozadas en “Deleuze et
les minorités : quelle ‘politique’ r1”, en Cités n.° 40, 2009, trad,
inglesa “Politicising Deleuzian Thought, or, Minority’s posi¬
tion Within Marxism”, en D. Jain Ed., Deleuze Studies, Edin¬
burgh University Press, vol. 3, n.° suppl., die. 2009; y en “D’une
conjoncture l’autre : Guattari et Deleuze après-coup”, en Actuel
Marx, n.° 52 : Deleuze /Guattari, segundo semestre 2012.
Dedico este libro a Pierre Macherey, en testimonio de reco¬
nocimiento y fidelidad.
PRIMERA PARTE
ARCHIVIOLENCIA: EL PRESUPUESTO DEL ESTADO
Capítulo 1
Materialismo histórico y esquizo-análisis
de la forma-Estado

En la obra común de Deleuze y Guattari, la cuestión del Estado


irrumpe bajo una figura casi enigmática, y dentro de un cuadro
argumentativo no menos desconcertante. El examen de una má¬
quina social “despótica” y el Estado que le corresponde ocupa
el lugar central de una vasta genealogía de la moral y el capi¬
talismo, desarrollada en el capítulo in de El Anti Edipo (1972):
“Estado-despótico”, “asiático”, “originario”, Urstaat; “idealidad
cerebral” y paradigma objetivo, modelo ideal “de lo que todo
Estado quiere ser y desea”1. Sirviéndose de una antigua imagine¬
ría “orientalista” nutrida con relatos de los misionarios, viajeros
de Levante e invitados de los Grandes Mogoles, estas fórmulas
reavivan una ambigüedad que atraviesa El Anti Edipo y, en gene¬
ral, todo el pensamiento guattaro-deleuziano del Estado, como
una zona de indiscernibilidad entre dos regímenes de enuncia¬
ción. ¿Se trata de un análisis de las positividades históricas o de
hacernos entrever y sentir, con los recursos de la escritura y de la
imagen, la forma como la historia es deseada, desde el principio
delirada, mediante una inversión deseante que —según la tesis

1 AE, pp. 224-230.

[13 ]
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARi

[ 14 ]

princeps del esquizo-análisis entra en su determinación obje¬
tiva, no menos que su positividad social o estructural^ ¿Asisti¬
mos a un prolongamiento de las Formas anteriores a la producción
capitalista de Marx, o bien a una variación en torno de Moisés y
la religión monoteísta de Freudf ¿A una reescritura de El origen
de la familia, la propiedad privada y el Estado de Engels, o a otra
version de Tótem y tabú? Que la superposición de palimpses¬
tos, la multiplicación de fuentes e interlocutores, el estilo argu¬
mentativo rico en hipotiposis vuelvan estas alternativas por lo
pronto indecidibles debe aclararnos al menos dos objetivos que
la hipótesis del Urstaat y el análisis de su devenir en la historia
de las formaciones sociales se proponen: no separar de la objeti¬
vidad histórica, como oponiéndolo, ningún plano “subjetivo” o
“psíquico” distinto, y remplazar las dinámicas de interiorización
o proyección, que presuponen la exterioridad recíproca de los
términos, por una relación de co-constitución, coproducción de
lo real histórico, entre las formaciones sociales y las formaciones
deseantes. Esta hipótesis inaugura una teoría de la forma-Estado
que busca elucidar los modos simultáneos de efectividad y efi-
cacidad, tanto en la producción social como en la producción
inconsciente. Para hacerlo, combina un aparato de poder y una
posición transindividual de deseo, un sistema institucional com¬
plejo, y un sistema de subjetivación colectiva.
Todo el problema estriba en comprender la interferencia que
permite articular ambos aspectos, entre un enfoque antropológi¬
co e histórico del Estado (el devenir material de las sociedades)
y un enfoque esquizo-analítico del Urstaat como fantasma de
grupo2: “modelo ideal de lo que todo Estado quiere ser y de¬
sea”, pero también deseo de los sujetos del Estado, subjetivación

2 Sobre la elaboración de esta noción de F. Guattari, desde comienzos


de los sesenta, véase Psicoanálisis y transversalidad (1972), Buenos Aires,
Siglo xxi, 1976.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

de un "deseo del deseo del Estado" 3• De este modo, Deleuze y [ 15 J


Guattari reanudan la cuestión de la soberanía, mediante una for­
mulación que les permite pensar el tipo de sujeción que, en sus
dimensiones socioinstitucionales e inconscientes, la constitución
de un poder soberano implica de manera indisociable. Al reli-
gar la cuestión de las organizaciones institucionales y simbólicas
que soportan la representación de tal poder con el examen de
las formas de colectivización de las demandas, representaciones
y afectos que su instancia opera, el análisis guattaro-deleuziano
del fenómeno estatal se sitúa en el campo de un debate entre el
freudo-marxismo de Reich y el Freud de Psicología de las masas y
análisis del yo, pero también en la posteridad del Tratado teológico­
político de Spinoza. Dicho análisis culminará en la construcción
de un concepto de "Estado originario" que opera una toma de
poder en las producciones transindividuales del inconsciente, re­
organizando los escenarios fantasmáticos en los cuales se compo-
nen las identificaciones colectivas y los modos de subjetivación
de los individuos sociales. Gracias a este operador, los efectos
a posteriori o los "retornos" incesantes a lo largo de la historia
harán inteligible una roca de irracionalidad, al parecer, consti­
tutiva, donde vienen a estrellarse tanto las ciencias jurídicas como
los enfoques sociológicos y psicológicos del poder estatal: las for-
mas paroxísticas o "ultrainstitucionales" que adopta la violencia
estatal cuando acaba por exceder toda funcionalidad social, eco­
nómica o represiva del poder de Estado, no menos que la in­
tencionalidad subjetiva de sus agentes o representantes. A esta
archiviolencia corresponde en su obra la tesis explícita de una
paranoia inherente a la forma-Estado.
Con esto, Deleuze y Guattari no se proponen psicologizar el
fenómeno estatal ni cambiar por un psicoanálisis aplicado a los

3 AE, pp. 213, 219-220, 226.


POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 16 J fenómenos políticos, el desciframiento histórico y materialista


de los aparatos de Estado y las transformaciones del poder esta­
tal, en las dialécticas de las relaciones sociales y las luchas colec­
tivas. Según una concepción inmanente del deseo, el Estado no
deviene un "complejo" interior de aquél, sin que el deseo mismo,
según la tesis prínceps del esquizo-análisis, no devenga una pro­
ducción inmanente a las relaciones económicas y políticas, así
como a las identificaciones colectivas histórico-mundiales que lo
soportan. El freudo-marxismo sui generis de El Anti Edipo -un
extraño lacano-althusserismo, en verdad- sigue siendo un mar­
xis1no4 . Marxismo heterodoxo, sin lugar a dudas, pero porque
sus decisiones teóricas fundamentales en cuanto a la teoría del
Estado fueron determinadas, precisamente, por las dificultades
que legara esa corriente teórica-política, cuyos términos Deleuze
y Guattari buscaron desplazar. Por esta razón, comenzaremos por
mostrar cómo, a partir d7 una revisión materialista de la teoría
del Estado y sus aporías propias, Deleuze y Guattari problema­
tizan una forma-Estado en exceso respecto de sus aparatos ma­
teriales (cap. 1). A través de este debate hemos de esclarecer la
razón para que una teoría del Estado deba comprender, necesa­
riamente, una teoría del Estado como fantasma y, en consecuencia,
un momento fantasmático en la teoría' del Estado, es decir, un mo­
mento-límite de la escritura teórka misma. Semejante torsión
no ilnpone renunciar a la elucidación de las funciones del Estado
dentro del cuerpo social, pero sí reorienta el examen del lugar
que aquél ocupa en el modo de producción y acumulación del
capital, en las condiciones de las naciones modernas. Del capítu­
lo 3 de El Anti Edipo, en 1972, a las 12." y 13." de las Mil mesetas, en
1980, la hipótesis del Urstaat vendrá a articularse con un nuevo
concepto del aparato de Estado ("aparato de captura") (cap. 2).

4 Es, al menos, la lectura que propuse en Deleuze y el Antiedipo. La pro­


ducción del deseo, Buenos Aires, Nueva Visión, 2010.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

En esta primera parte me propongo repasar algunos segmentos [ 17]


de esta trayectoria para precisar cómo, en el nudo de un enfoque
materialista-histórico del fenómeno estatal y la hipótesis esqui­
zo-analítica del Urstaat, se reformula la cuestión de la violencia
-o las economías de la violencia, que el aparato y el poder de
Estado implican.

APORÍAS EN EL ORIGEN DEL ESTADO: GÉNESIS IMPOSIBLE


Y COMIENZO IMPOSIBLE DE ENCONTRAR

Para empezar, la teoría del Estado de Deleuze y Guattari se fun­


da en un cuestionamiento de la posibilidad misma de hacer del
Estado un objeto de "teoría", en el sentido de una práctica con­
ceptual dueña, de derecho, al menos, de sus propias operaciones
de inteligibilidad. Lo prueba, tanto en El Anti Edipo como en la
13.ª meseta ("7000 av. J.-C. -Aparatos de captura"), el hecho de
que semejante teoría adopte un carácter profundamente aporéti­
co. Esta aporía reviste diferentes formas que se encadenan entre
sí, cada una interpelando a interlocutores definidos. En primer
lugar, se refiere al problema antropológico-histórico del origen
del Estado y procede a su deconstrucción, mediante un diálogo
con las disciplinas etnológica y arqueológica que formulan, cada
una a su manera, el problema de las condiciones de emergen­
cia de un aparato de poder separado, en el seno de formaciones
sociales que, precisamente, no lo comportan. Pero este diálogo
conduce la resolución empírica simple del problema a un doble
impasse: la génesis de la forma-Estado se descubre imposible, y
su comienzo histórico, imposible de asignar. El problema del
origen del Estado tropieza con un "misterio" irreductible que,
como bien lo señaló Pierre Clastres, tiene como contrapartida
la inspiración tautológica de todas las explicaciones genéticas o
evolucionistas que franquean el umbral estatal. Desde ese mo­
mento, la aporía del origen del Estado se desplaza sobre un plano
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 18] filosófico y especulativo: la materialidad del Estado y, más exac­


tamente, la in1posibilidad de asimilar la forma-Estado a sus apa­
ratos materiales. Por una parte, Deleuze y Guattari sostienen la
necesidad de dar cuenta del Estado a partir de sus condiciones
socioeconómicas, únicas capaces de explicar la disparidad de sus
formaciones históricas concretas, y la pluralidad de sus vías de
transformación, durante el devenir de las sociedades. Pero, por
otra parte, las aporías en las explicaciones evolucionistas sobre la
aparición del Estado les obligan a problematizar la efectividad del
movimiento por el cual la forma-Estado parece presuponerse a
sí misma y "producir", por sí misma, las condiciones materiales de
sus propios aparatos institucionales. Si la aporía del origen tro­
pieza, de entrada, sobre el plano de las positividades antropológi­
cas e históricas, con un "apa'.rente misterio" que hace inexplicable
el Estado en su génesis o emergencia, pronto le veremos tropezar,
también, sobre el plano de las decisiones filosóficas, con la in­
decisión entre concepto idealista y concepción materialista del
Estado, es decir, entre dos formas antinómicas de comprender
la Darstellung o el "movimiento objetivo aparente" del Estado.
Retomemos, brevemente, la primera de estas aporías. La de­
construcción del problema del origen del Estado recurre, en pri­
mer lugar, a los trabajos de antropología económica de Marshall
Sahlins sobre el "modo de producdón doméstica"', y a una relee­
tura de la tesis antropológico-política de Clastres sobre los "me­
canismos de conjuración", a través de los cuales las instituciones
de las sociedad.es linajeras, en virtud de una suerte de "presenti­
miento" o intencionalidad sociológica implícita, bloquearían de
anten1ano la constitución de un órgano de poder separado del
cuerpo social6 • Ya sean econónücas o políticas, las tentativas evo-

5 M. Sahlins, Economía de la Edad de Piedra, Madrid, Akal, 1977.


6 P. Clastres, La sociedad contra el Estado, Caracas, Monte Ávila, 1978. La
antropología clastriana y la crítica del marxismo que buscaba producir
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

ludonistas de la formación del Estado fracasan cuando buscan [ 19 J


explicar la aparición de un stock y un aparato de Estado monopo-
lista, a partir de un desarrollo de las fuerzas productivas o una di­
ferenciación de las funciones políticas de las instituciones primi-
tivas. Si suponemos, como Marx y Gordon Childe, un desarrollo
previo de las fuerzas productivas de los asentamientos, necesario
para que exista un stock de Estado, los antropólogos objetarán
que un gran número de sociedades "primitivas" actúan celosa y
directamente sobre la infraestructura, para evitar un desarrollo
semejante de sus fuerzas y medios técnicos de producción, tanto
como su diferenciación política. Lejos de acusar el peso de una
tradición atávica, una impotencia, una escasez crónica, cuya com­
pensación impondría la búsqueda laboriosa de la subsistencia, este
celo activo demuestra una forma de "abundancia" en las socie-
dades del rechazo: rechazo del trabajo, rechazo del sobretrabajo.
La ausencia de un excedente no resulta de ninguna incapacidad
para desarrollar los equipamientos técnicos o superar los óbices
medioambientales. Es, por el contrario, un objeto positivo, so­
cialmente valorado, y que la subjetividad del grupo no traduce
en términos de obstáculo ni pena; antes bien, "confía" tanto en
la prodigalidad natural, que los tiempos que dedica a la actividad
productiva son, cuantitativamente, irregulares y estrictamente
limitados. Mientras que las innovaciones técnicas importadas
por los blancos son utilizadas, no para aumentar la producción
a igual tiempo de trabajo, sino para reducir el tiempo de trabajo

serán realmente discutidas en 1980, en las mesetas 12 y 13. El Anti Edipo


privilegia estudios africanistas, especialmente en relación con la cues­
tión de las realezas sagradas, el problema de la segmentaridad, clásico de
la antropología política británica, y la antropología marxista entusiasta
de las problemáticas estructurales de los althusserianos, en particular
E. Terray: véase A. Janvier, "De la réciprocité des échanges aux de[tes
d'alliance : L'Anti-CEdipe et l'économie politique des sociétés 'primi­
tives"', Actuel Marx, n.º 52, op. cit., pp. 82-107, e I. Krtolica, "Note sur
Althusser chez les 'sauvages"', Archives du GRM, 27.11.2007.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 20 J con producción idéntica, el excedente obtenido sin sobretrabajo


es inmediatamente consumido, destruido con fines políticos y
religiosos en "fiestas, invitaciones, visitas de extranjeros, etc." 7• Si
acordamos a esa situación la ficción teórica de los "asentamientos
prinütivos" co1no base de una evolución histórica, la detennina­
ción infraestructura! que debía posibilitar el Estado, se vuelve de
repente problemática. Materialmente, dicho Estado supondría el
desarrollo necesario de unas formas productivas que condicio­
nen la reproducción de su aparato improductivo mediante al­
gún tipo de excedente capitalizable, que le permita mantener su
personal (funcionarios, sacerdotes), corte aristocrática y cuerpos
especiales (guerreros, artesanos, comerciantes), mientras las re­
laciones sociales y las funciones políticas se van diferenciando,
con arreglo a esta apropiaizión monopolística. Pero ¿cómo pensar,
diacrónicamente, la presencia de un modo semejante de produc­
ción y acumulación, si \n las condiciones de la "producción do­
méstica" no podría, sentillamente, subsistirr' Al decir de Sahlins:
/'Producción para el consumo" sin sobretrabajo ni excedenter'
Clastres extrae, por su lado, una tesis según la cual este impasse
común a las explicaciones evolucionistas sólo puede ser resuelto
mediante una diferenciación política anterior al desarrollo de
la base económica, y en presencia de un poder coercitivo capaz
de imponerse unilateralmente fil campo social del que resulta,
para "desbloquear" la productividad social y envolver las acti­
vidades productivas en un régimen de producción desembara­
zado ya de la evaluación colectiva de las necesidades inmediatas
del grupo. En este sentido, la "economía" presupone el Estado:
la diferenciación política es el único factor capaz de hipostasiar
una instancia de poder exterior a los códigos y mecanismos de
reproducción del grupo, de modo que la producción adquiera
una "deseabilidad" colectiva, y que el desarrollo de las fuerzas y

7 P. Clastres, La socfrdad contra el Estado, op. cit., p. 171.


GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

los medios de su ejecución sean socialmente valorados. Sería un [ 21 ]


error llamar "sin Estado" sociedades que a través de una serie
de mecanismos institucionales han logrado conjurarlo; son más
bien sociedades que rechazan el Estado, no menos que 1a eco­
nomía, como escribe Clastres, en su análisis de las instituciones
tupíes de jefatura y guerra, efectuando sobre el plano político
una reforma parecida a 1a que Sahlins introdujo en los estudios
económicos. De este modo, 1a explicación de una falta de Estado
en las sociedades primitivas puede dispensarse de criterios nega-
tivos o privativos. No se deriva de su debilidad, desorganización
0 indiferenciación, sino de una estrategia social e institucional
que neutraliza la formación de cualquier aparato de poder in­
dependiente del cuerpo social. El problema del Estado, desde el
punto de vista de su "protohistoria", vuelve a caer en el impasse:
"misterio" irreductible de su origen, al decir de Clastres.
Lejos de intentar resolver esta aporía, Deleuze y Guattari re­
fuerzan, radicalizan la formulación de Clastres, en cuya obra el
"misterio del origen" es todavía relativo de un cierto enfoque
evolucionista, pues, aun cuando establece la imposibilidad for­
mal y por así decir trascendental de derivar dicho aparato de
las sociedades sin Estado, Clastres parece mantener el esquema
general de unas comunidades autárquicas primitivas que habrían
dado paso al gran Leviatán -las mismas que, como hemos visto,
conjuran 1a aparición del Estado-. De ahí que haya, en Clastres,
un curioso evolucionismo sin evolución, una génesis sin desa­
rrollo que hace nacer de un golpe el Estado, necesariamente:
misterio sin razón de "un surgimiento tanto más milagroso o
monstruoso" 8• La neutralización de este esquema motiva el re­
curso de Deleuze y Guattari a las investigaciones arqueológicas
que ponen, paradójicamente, al servicio de una suspensión del
punto de vista de la sucesión cronológica. Ya veremos que de ahí
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 22 J resulta, y en qué sentido, un enfoque topológico del fenómeno


estatal. Pero antes veamos cón10 se sitúan Deleuze y Guattari,
mediante un paso al lítnite, frente a los presupuestos evolucio­
nistas que persisten en un antropólogo que no ha dejado, sin em­
bargo, de atacarlos vigorosamente: "La arqueología lo descubre
en todas partes, oculto a tnenudo por el olvido, en el horizonte
de todos los sistemas o Estados, no sólo en Asia, sino en África,
en América, en Grecia, en Roma. Urstaat in1ne1norial, desde el
neolítico y quizás desde mucho antes[. .. ] el origen de estos Esta­
dos neolíticos se puede diferir en el tiempo todo lo que se quiera
[... ] se presuponen imperios paleolíticos [... ]" 9• Lo importante
no es "diferir en el tiempo" -pertenece al hecho dinámico que
no acabemos nunca de hacerlo-. Se trata menos de contestar la
búsqueda, legítima, por lo gemás, de un comienzo de hecho (es
preciso que haya existido Jn primer Estado, aparecido en algún
parte, en un n1omento da\io) '
que de acusar esa tendencia de la
investigación arqueológica a ejercerse en dirección a un límite
virtual; pues no in1porta cuán antiguas sean las trazas del Estado,
sietnpre parecen re1nitir a forn1aciones estatales anteriores: lími­
te de una humanidad íntrazable, con10 si el Estado fuera, precisa­
mente, la pritnera instancia socioantropológica en dejar huella 1°.
Así, cuando exhu111ando vestigios de formaciones protourbanas
cada vez n1ás alejadas en el tietnpo'jos arqueólogos arriesgan con­
jeturas que hacen remontar su emergencia hasta el umbral del
neolítico y elaboran hipótesis de itnperios "casi paleolíticos", el
problema deja de ser sólo de facto --simple cantidad de tiempo
desplazando ei' umbral cronológico de aparición del Estado­
para convertirse en un problema cualitativo de juris. Al causar un

9 MP, pp. 436-437.


10 A. Leroi-Gourhan, E/gesto y la palabra, t. 1, Caracas, ucv, 1971, p. 170:
"Puede esperarse descubrí r día tras día unidades semiurbanizadas cada
vez más antiguas, hasta los límites de la protoagricultura, jamás proba­
blemente se descubrirá la primera ciudad [ ... ]".
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

cortocircuito en el esquema evolutivo que hace preceder la apa- [ 23 J


rición de las ciudades y primeras estructuras estatales de una se­
dentarización, una evolución técnica y una acumulación agrícola
previas, esas conjeturas presentan el fenómeno estatal como si
fuera contemporáneo de la revolución neolítica e, incluso, como
si hubiera condicionado el tipo de sedentarización que habría
precipitado, simultáneamente, la emergencia de una civilización
agraria y el franqueamiento del umbral urbano. Refiriéndose a
las hipótesis que suscitaron las excavaciones del famoso emplaza­
miento anatolio de yatalhoyük, F. Braudel contestaba la idea es-
tándar según la cual el campo habría necesaria1nente precedido a
la ciudad en el tie1npo: "Es frecuente, desde luego, que el avance
'del medio rural, por el progreso de la producción, posibilite la
ciudad', pero ésta no es siempre un producto posterior. En un
atractivo libro, Jane Jacobs sostiene que la ciudad aparece por
lo menos al mismo tiempo que el pobla1niento rural, si no antes
que él. Así, desde el vr milenio antes de Cristo, Jericó y Chatal
Yuyuk (Asia Menor) son ciudades creadoras a su alrededor de
tierras de labor que podrían considerarse modernas, adelantadas.
Esto es posible en la medida en que la tierra, entonces, se ofrecía
con10 un espacio vacío y libre, pudiéndose crear labrantíos un
poco en cualquier parte. Esta situación pudo también producirse
en la Europa de los siglos xr y XII [ ••. ]" 11• En suma, la forma-stock
parece surgir, en el horizonte de la civilización, como presu­
puesta por el n1odo de producción que, sin embargo, la condi-
ciona materialmente. Pues bien, el Urstaat de Deleuze y Guattari
ocupa, en el límite de las positividades histórica, etnológica y
arqueológica, ese horizonte: "Siempre nos vemos obligados a

11 F. Braudel, Civilización material, economía y capitalismo, t. 1: Las estruc­


turas de lo cotidiano, Madrid, Alianza, 1984, p. 423; en referencia a J.
Jacobs, The Economy of the cities, New York, Random House, 1969, y
sobre las excavaciones anatolianas, las síntesis de J. Mellaart, <;;atal
Hoyiik: A Neolithic Town in Anatolia, New York, McGraw-Hill, 1967.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 24 J referirnos a un Estado que nace adulto y que surge de un golpe,


Urstaat incondicionado" -incondicionado, pues le corresponde
producir sus propias condiciones o, en términos hegelianos, darse
a sí mismo sus propios presupuestos 12•

EL MOVIMIENTO DE AUTOPRESUPOSICIÓN DEL URSTAAT:


LA HISTORICIDAD ANTINÓMICA DE LA FORMA-ESTADO

Sería inexacto ver en esto una renuncia a los requisitos del ma­
terialismo histórico. Esta aporía de la imposible asimilación de
la forma-Estado a la materialidad de sus aparatos explica, por el
contrario, el lugar central que ocupan las categorías de "modo
de producción asiático" y "Estado asiático" en la teoría guatta­
ro-deleuziana del Estado -y esto, precisamente en razón de las
dificultades que siguen oponiendo al marxismo, y que nuestros
autores pretenden superar/ sin esquivarlas, pero confiriéndoles
una extensión inédita, mientras transforman su significación
conceptual-. También nos equivocaríamos si tuviéramos por
irónica, aun cuando 110 esté desprovista de humor, la referencia
a Hegel (una de las pocas referencias positivas que Deleuze le
concede en forma explícita) que en 1980 integrará la descripción
de los aparatos de Estado como aparatos de captura. La lógica he­
geliana de la reflexión que determin'a el movimiento objetivo del
concepto como negación de las condiciones simplemente dadas
y como posición de sus propias presuposiciones ofrece la más riguro­
sa exposición de la estructura de "presuposición de sí mismo" o
"autopresuposición" de la forma-Estado13 • En ese mismo senti­
do, Mil mesetas define el Estado por una "forma de interioridad"

12 MP, p. 436.
13 Este punto ha sido puesto perfectamente de relieve por V. Milisavl­
jevic, "Une violence qui se présuppose : la question de la violence de
Benjamina Deleuze et Guattari", Actuel Marx, n.º '52, op. cit., pp. 78-91.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

-forma en que vienen a estrellarse, justamente, los postulados [ 25 J


evolucionistas que le buscan factores de desarrollo en causas so-
ciales, económicas o militares, distintas de la forma-Estado:

Los Estados siempre tienen la misma con1posición; si tan


siquiera hay una verdad en la filosofía política de Hegel, esa
es que "todo Estado contiene en sí mismo los momentos
esenciales de su existencia". [. .. ] Por eso las tesis sobre el
origen del Estado son siempre tautológicas. Unas veces se
invocan factores exógenos, ligados a la guerra y a la máqui­
na de guerra; otras factores endógenos, que harían nacer la
propiedad privada, la moneda, etc.; otras, por último, facto­
res específicos que determinarían la formación de "funcio­
nes públicas". Las tres tesis se encuentran en Engels, según
una concepción de la diversidad de las vías de Dominación.
Pero todas suponen lo que se discute. La guerra sólo pro­
duce el Estado si al menos una de las dos partes es previa­
mente un Estado; y la organización de guerra tan sólo es un
factor de Estado si forma parte de él. [ ... ] De igual modo, la
propiedad privada supone una propiedad pública de Estado,
circula a través de sus mallas; y la moneda supone el itn­
puesto. Pero lo que resulta más difícil todavía de explicar es
cómo unas funciones públicas podrían preexistir al Estado
que implican. Siempre nos vemos obligados a referirnos a
un Estado que nace adulto y que surge de un golpe, Urstaat
incondicionado 14 •

Pero este problema no es ajeno a las teorías marxistas del Estado:


ha estado presente, aunque bajo un aspecto curiosamente polé­
mico, en la exposición de un singular "modo de producción asiá­
tico" (MPA), que sigue oponiéndole dificultades al materialismo
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 26 J histórico. Esta categoría, introducida lapidariamente por Marx y


reelaborada por Engels en El origen de la familia, la propiedad pri­
vada y el Estado, no recobrará todo su interés sino al término del
periodo estaliniano que la había proscrito, cuando los historia­
dores, antropólogos y sinólogos, respondiendo al nuevo proble­
ma de la "transición al socialismo", reanudaron los debates que
la oficialización de la teoría de los estadios había suspendido 1 5 .
¿Se trata, como sostiene Plekhanov en Las cuestiones fundamen­
tales del marxismo, de una frágil hipótesis a la cual Marx habría
renunciado, después de leer a Morganr ¿Es, si no, un modo de
producción autónomor ¿O se trata, conforme a la tesis concluida
en los debates de 1931 en Leningrado, de una formación "pseu­
dofeudal" de transición entre el modo comunista primitivo y
el modo esclavista antiguor 1¿0 bien, según la interpretación de
materialismo dialéctico y materialismo histórico que dorninaba en el
círculo soviético orientalista bajo el estalinismo, el MPA no es
más que la forma embriobaria de un modo de producción an­
tiguo, "bloqueada" en una "fase primaria del esclavismo''r En
estos problemas teóricos se escuchan resonancias políticas, par­
ticularmente sensibles en las controversias levantadas por Despo­
tismo oriental, el estudio de Karl Wittfogel, publicado en Fran­
cia en 1964, cuyas posiciones ideológico-políticas hicieron para
muchos ilegibles las proposiciones1teóricas 16 • Wittfogel retomó
la cuestión del MPA, pero informó su construcción histórica
con un paradigma típico ideal (los <'Estados hidráulicos"), según
un enfoque comparativo de este modelo con otras formaciones
'<

15 Acerca de los debates entre antropólogos e historiadores marxistas, de


los cuales El Anti Edipo registra las repercusiones, véase F. Tokei', Sur
le mode de production asiatique, tr. fr. Budapest, Akadémiai Kiadó, 1966,
pp. 10-16; y M. Godelier, "Modo de producción asiático y los esquemas
marxistas de evolución de las sociedades", en Sobre el modo de producción
asiático, Barcelona, Martínez Roca, 1969, pp. 13-67.
16 K. Wittfogel, Despotismo Oriental (1957), Madrid, Guadarrama, 1966.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

estatales contemporáneas. Wittfogel quería renovar la compren- [ 27 J


sión de este modo de producción, precisando las funciones de su
aparato burocrático. Al hacerlo, su estudio introdujo una serie
de tensiones en los presupuestos del 1narxismo clásico, pues su-
gería que el Estado no era una instancia de dominación exter-
na, garante de las condiciones de apropiación del excedente del
trabajo social, sino más bien una potencia directamente econó-
mica de organización y socialización del trabajo, que condicio-
na interiorn1ente las relaciones de producción, de suerte que la
sobreproducción pueda existir 17 • Promotor de las grandes obras,
monumentales, hidráulicas y urbanas; agente de la monetización
de la renta y los intercan1bios mediante el impuesto y el crédito;
creador de mercados comerciales bajo el control de una poten-
cia pública; pionero de formas embrionarias o desarrolladas de
planificación, el Estado asiático o tributario organiza el sobre­
trabajo, condiciona la sobreproducción y se la apropia de manera
simultánea. Al llan1ar nuestra atención sobre las relaciones entre
ese modo de producción asiático y el imponente aparato buro­
crático que lo encuadra, Wittfogel abrió una perspectiva más o
menos desplazada respecto de la concepción instrumental del
Estado (como "instrumento" en manos de una clase dominante),
pues su estudio puso en evidencia una forma de subordinación y
explotación de la fuerza de trabajo, mediante un aparato de Es-
tado que engendra su propia clase donünante o, propiamente, su
dominación político-religiosa de casta 18 • Wittfogel no invitaba
sólo a hacer una evaluación comparativa del poder burocrático
en las formaciones despóticas imperiales y en la historia moder-
na de los Estados capitalistas: su obra ponía también en línea de
mira al burocratismo soviético, y no pudo por menos de levantar
vivas críticas entre los partidarios de la economía dirigida, pues

17 AE, pp. 203-205.


18 AE, p. 206.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 28 J asignaba al marxismo de Estado una paternidad embarazosa. "Re­


cordemos las injurias dirigidas contra Wittfogel por haber plan­
teado esta simple cuestión: ¿La categoría de Estado despótico
oriental no habrá sido rechazada por razones que dependen de
su estatuto paradigmático especial, en tanto que horizonte de los
Estados socialistas modernosr" 19 La pregunta de Wittfogel deja
pendiente, al menos, el problema de saber en qué consiste ese es­
tatuto "paradigmático". ¿Cuál es la naturaleza de ese "horizonte"r
Este problema impone un desplazamiento respecto de la com­
prensión evolucionista de los tres tipos de formaciones socia­
les expuestos sucesivamente en el capítulo 3 de El Anti Edipo.
A primera vista, bajo la rehabilitación de las categorías de Fer­
guson y Montesquieu, pero tarnbién de la antropología britá­
nica del siglo XIX: "salvajes{', "bárbaros"., "civilizados", parece
desarrollarse una ley de los tres estados, como otras tantas fases
yuxtapuestas sobre el eje lineal de una cronología evolutiva. Sin
embargo, la diferencia de estatuto conceptual y de valor lógico
entre las categorías puestas respectivamente en juego (máqui­
nas sociales "territoriales" o linajeras, "despóticas", capitalistas)
basta por sí sola para impedir su asimilación a tres estadios evo­
lutivos, no menos que a los tipos ideales de una sociología com­
parativa. El tipo "primitivo" es un_ tipo ideal cuya unidad es de
razón; subsume una pluralidad de s'ociedades realmente hetero­
géneas (luego, comparables sólo de manera extrínseca). El tipo
capitalista no posee únicamente la unidad teórica, sino además
la unidad histórica de un universal singular, es decir, la de un pro­
ceso absolutamente singular de universalización históricamente
contingente de su singularidad (la reproducción ampliada de la
relación de producción capitalista y la expansión correlativa de
su base social y geográfica) 2º. Pero Deleuze y Guattari prestan al

19 AE, p. 225.
20 AA, pp. 145-146, 159-i60.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

tipo "despótico" una unidad de otra naturaleza aún: unidad real [ 29 J


omnipresente, actual o virtualmente, en todo campo social, no
sólo en las formaciones "asiáticas" o tributarias que presentan
simplemente sus "condiciones más puras" 21, sino también en las
sociedades sin Estado, incluso en las sociedades modernas y, en
todas partes, bajo la forma paradójica del retorno de un origina-
rio que no se ha producido nunca22: De ahí que la relación entre
éste y los otros dos tipos no pueda ser de evolución ni de simple
periodización. El anclaje de la hipótesis del Urstaat en la teoría
del modo de producción asiático provoca más bien el efecto para-
dójico de imponer, ya no la construcción conceptual de un pa­
radigma del Estado, sino de un momento paradigmático de todo
Estado: un momento de abstracción, idealidad y trascendencia,
como dimensión objetiva de todo Estado histórico. Esta dimen-
sión que la noción de Urstaat designa, nunca dada como tal, pero
esencialmente afectada -a la manera de una Urszene freudiana-
de "latencia", está presente ya, no obstante, y desde siempre, en
todos los Estados históricos concretos, es decir, siempre presu-
puesta por ellos. Aquí no es simplemente la fijación de un inva-
riable transhistórico lo que está en juego, sino la elucidación de
la estructura temporal que en las sociedades históricas adopta
esta invariancia: estructura de olvido -desaparición o latencia-
y de retorno, que hace reaparecer cada Estado concreto como la
reactualización, en condiciones históricas variables, de un para-
digma abstracto que constituye su horizonte preexistente'3• El
problen1a no es entonces el de una anterioridad cronológica, sino
el de una escisión del tiempo que define la relación del Estado
con su propia historicidad-un "al lado" de la forma-Estado res-
pecto de su realidad histórica concreta- de tal suerte que cada

21 AE, p. 205 ..
22 AE, p. 227.
23 Véase J.-P. Vernant, Los orígenes del pensamiento griego, Barcelona, Paidós,
1992, pp. 47-48, sobre la caída del sistema palatino micénico.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 30] Estado parece reactualizar un Estado originario latente y presu­


puesto, requerido por su propio comienzo histórico, todavía al
horizonte de sus evoluciones históricas ulteriores, y elevando un
efecto de eternización que forma parte de su ser objetivo en la
historia de las sociedades.
Esta temporalidad escindida, que hace aparecer cada Estado
como si estuviera desde siempre ahí, y, sin embargo, como si re­
naciera, como si reactualizara un Originario que no se ha produ­
cido nunca, pero que condiciona la apertura de una Historia de
la que parecerá ser, después, el verdadero "sujeto"'\ es tan efectiva
que vuelve aporética, a su turno, la alternativa entre concepcio­
nes materialista e idealista de la historicidad del Estado. La con­
cepción idealista, que hace del automovimiento del concepto de
Estado el principio genético dé su propia temporalidad; la concep­
ción materialista, que refiere las transformaciones de los Estados
a formas de historicidad efectuadas por relaciones sociales hete­
rogéneas, no dejan de reenviar la una a la otra de manera circular.
Qg,e el Estado engendre la historicidad en la cual se desarrolla, o
que se inscriba en una historicidad que no deriva de sí mismo y de
la cual no es ni siquiera, en ningún momento, el sujeto, de todas
formas, nos vemos confrontados con la misma paradoja de una
historicidad en que la irrupción estatal sigue siendo imposible de
asignar. Todo ocurre, entonces, conio si en el nivel de la teoría
del Estado la alternativa entre ideaHsmo hegeliano y materialismo
marxiano fuera indecidible, como si la estructura de presuposi­
ción de sí mismo'en que consiste la forma-Estado como tal hiciera
de esta irrupción un corte filosófico imposible de localizar. ¿Es
necesario hablar, entonces, de una materialidad de la idealidad del

24 "La aparición del Estado ha efectuado la gran división tipológica


salvajes y civilizados, ha inscrito la imborrable ruptura más allá de la
cual todo cambia, ya que el Tiempo se vuelve Historia" (P. Clastres,
La sociedad contra el Estado, op. cit., p. 174).
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

Estado, o de una forma-Estado que tuviera por "movimiento oh- [ 31 J


jetivo" idealizar sus condiciones materiales? Estas formulaciones
no hacen en verdad más que bordear el problema, a riesgo de os­
curecer los desafíos que en cuanto a la teoría de la forma-Estado
supone esta aporía. En ese sentido, más crucial me parece la rup-
tura enunciativa que inscribe esta aporía en la cadena del discurso
guattaro-deleuziano:

El Estado no se formó progresivamente, sino que surgió ya


armado, golpe maestro de una vez, Urstaat original, eter­
no modelo de lo que todo Estado quiere ser y desea. La
producción llamada asiática, con el Estado que la expresa
o constituye su movimiento objetivo, no es una formación
distinta; es la formación de base, el horizonte de toda la
historia [ ... ] el Estado despótico originario no es un corte
como los otros. De todas las instituciones es tal vez la única
que surge ya montada en el cerebro de los que la instituyen,
"los artistas de mirada de bronce". Por ello, en el marxis­
mo, no se sabía demasiado qué hacer con ella: no entra en
los cinco famosos estadios[:] comunismo primitivo, ciudad
antigua, feudalidad, capitalismo, socialismo. No es una for­
mación más entre otras, ni el paso de una formación a otra. Se
diría que está en retirada con respecto a lo que corta y con
respecto a lo que recorta, como si fuese prueba de otra di­
mensión, idealidad cerebral que se sobreañade a la evolu­
ción material de las sociedades, idea reguladora o principio
de reflexión (terror) que organiza en un todo las partes y
los flujos25 .

El surgimiento, en ese momento de la enunciación esquizo-ana­


lítica, de la devastadora figura nietzscheana de los creadores de

25 AB, pp. 224-225.


POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 32 J imperio, que fundan como "el destino, sin motivo, razón, consi­
deración, pretexto" 26, imponiendo su nueva configuración como
"una fatalidad ineluctable que excluyera el combate", marca,
precisamente, ese doble bloqueo aporético del origen del Esta­
do ( o, en otras palabras, de su génesis a partir de las sociedades
sin Estado) y el problema de su materialidad (o de la asimila­
ción de la forma-Estado a sus aparatos). Qg,e esta figura, cuyo
giro casi alucinatorio no podemos desconocer, sobrevenga como
una interrupción de la enunciación histórica es un hecho de gran
importancia: como si eso que el pensamiento del Estado no
pudiera alcanzar más que en los límites de los Estados histó­
ricos y de su propia discursividad le llegara desde un "afuera"
o le sobreviniera, como en una visión transida, desde una ex­
terioridad radical que inten¡unipiera la percepción teórica del
fenómeno estatal. Necesitarrios interrogar los efectos paradóji­
cos de inteligibilidad que (en nuestra comprensión del Estado
puede producir esa torsión, mediante la cual Deleuze y Guattari
se esfuerzan por hacerle sitio en su discurso a semejante corte
ateórico. Anunciemos, previamente, el programa positivo que
despliega la cadena aporética observada hasta aquí. Programa de
profundización conceptual (para el pensamiento de la forma­
Estado), no menos que epistemológico (para el análisis concreto
de las formaciones estatales en la historia), de cuyos objetivos
los desplazamientos entre El Anti Edipo y Mil mesetas pronto nos
permitirán enseñorearnos.

26 F. Nietzsche, La genealogía de la moral, Tratado Segundo, § 17, Madrid,


Alianza, 1997, p. 111. Sobre ese lazo insólito establecido entre Nietzsche
y el modo de producción asiático de los marxistas, véase G. Deleuze,
"Pensamiento nómada" (1973), La isla desierta y otros textos, Valencia,
Pre-Textos, 2005, pp. 328-329.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

NI CONCEPTO NI APARATO: [ 33 J
LA FORMA-ESTADO COMO FANTASMA
ORIGINARIO Y COMO DELIRIO DE LA IDEA

La antinomia entre las concepciones idealista y materialista del


Estado expresa una doble imposibilidad: el desarrollo de las con­
diciones materiales del Estado presupone la existencia de la forma­
Estado, pero ésta no puede identificarse con el automovimiento
de su idea, sin que su emergencia sea imposible de localizar en
el tiempo. Esta circunstancia implica, entonces, una comprensión
más compleja de la forma-Estado, tal que pueda informarnos de
su "exceso", también doble, en cuanto a su propia materialidad
(sus aparatos) y en cuanto a su propia idealidad (su Idea o el auto­
movimiento de su concepto):
(a) Para empezar, exceso en cuanto a la materialidad de sus
aparatos, en los cuales la forma-Estado no puede darse sin pre­
suponerse a sí misma en una "idealidad cerebral" primera -se
trata, en últimas, del problema de la temporalidad de la forma­
Estado, a un tiempo "desde siempre ya ahí", y "surgida de golpe,
'una vez por todas"' -. La formulación más desarrollada de esta
cuestión se encuentra en el examen de la composición semiótica
de la forma-Estado. Introducido en El Anti Edipo con la elabo­
ración del concepto de "sobrecodificación" 27, este análisis será
sistematizado en la descripción de una operación de "captura"
que, sobre el plano de la constitución material de los aparatos
de Estado, explica cómo la acumulación de un stock adquiere la
forma objetiva de un movimiento de autoconstitución de una
instancia de poder que se apropia, monopolísticamente, de eso
mismo que contribuye a "producir". Podría objetarse que una
, . ., . . , . .
genes1s sem1ot1ca no es me¡or que una genes1s soe1oeconom1ca,
, .

27 Véase G. Sibertin-Blanc, Deleuze y el Antiedipo. La producción del deseo,


op. cit., pp. 98-102.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 34] y que una "semiogénesis" vuelve a caer en las aporías evolucio­


nistas mencionadas. Pero las semióticas o "regímenes colectivos
de signos" son, para Deleuze y Guattari, agenciamientos espacio-·
temporales, configuradores de espacio-tiempo. No buscan asignar
líneas de causalidad o determinación según un curso de tiempo
dado, sino hacer inteligibles estructuras temporales de anticipa­
ción de algo que no existe todavía y que, no obstante, posee efi­
cacidad y acción recurrente sobre aquello que ya sucedió. Pronto
veremos cómo el análisis de la captura de Estado, en tanto que
operación semiótica del monopolio estatal, permite reanudar la
tesis clastriana de los mecanismos de anticipación-conjuración,
sustrayéndola al evolucionismo de Clastres y confiriéndole, in­
cluso, un rendimiento teórico inédito.
(b) El segundo exceso despejado antes-. el de la forma-Estado
sobre su propia idealidad o sobre el automovimiento de su con­
cepto: "su forma de interioridad"- nos lleva a confrontar la
estructura de autosuposición con el carácter siempre sobredeter­
minado de la forma-Estado, el cual recibe por hallarse siempre en
relaciones de coexistencia con otras formaciones de potencia que
escapan o contestan su forma de interioridad. El substrato con­
ceptual del análisis de esta sobredeterminación será sistemati­
zado, otra vez, en la 13.a meseta, con la topología de los procesos
maquínicos (captura, anticipación-conjuración, nomadismo, pola­
rización, englobamiento) de los que, según Deleuze y Guattari,
los modos de producción dependen' 8• El terreno de su elabora­
ción consiste en una discusión con los análisis de la economía­
mundo, inaugurados por Fernand Braudel y reelaborados por
las teorías de la dependencia, que llaman nuestra atención so­
bre las relaciones que las potencias estatales sostienen con otras
formaciones de potencia heterogéneas: los imperios antiguos, los
imperios "multinacionales" de la edad moderna, las sociedades

28 Véase más adelante, caps. 2, 4 y 5.


GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

linajeras sin Estado, las potencias urbanas bancarias y mercan- [ 35]


tiles, pero también las "máquinas de guerra" de las formaciones
nórr1adas, sin duda una de las mayores invenciones de Deleuze y
Guattari, por cuanto es la primera vez que éstas aparecen como
potencias específicas. La tesis de la sobredeterminación obliga
entonces a romper con las lectt1ras evolucionista (que encadena
las sociedades sobre un eje lineal) y funcionalista (que relaciona,
por ejemplo, el desarrollo del Estado moderno con el crecimien-
to de una clase burguesa, incapaz de superar sus divisiones inter-
nas, como no sea en la forma del Estado-nación). Implica, por el
contrario, que la forma-Estado nunca existe en estado puro, sino
tramada siempre en complejos de potencias heterogéneas, que
confieren significaciones políticas irreductiblemente ambivalen-
tes al Estado, a sus aparatos y modos de dominación. Por último,
este dispositivo conceptual comandará el diagnóstico deleuzo-
guattariano de la realidad estatal en la axiomática geopolítica y
geoeconómica de la acumulación del capital, y su evaluación de
los medios de hacer frente a las dominaciones y sujeciones que
le están relacionadas 29• Este dispositivo concept11al deberá, asi-
mismo, ayudar a esclarecer el interrogante suscitado en 1972:
¿Cómo, en el mundo moderno, las sociedades capitalistas "vuel-
ven a insuflar el Urstaat en los estados de cosas", y resucitan la
violencia extrema y paranoica de un Estado originario conver-
tido en el signo de una "civilización" que se toma a sí misma
como objeto de su propio delirio?
( c) En efecto,. antes de examinar por sí solas estas dos líneas
de despliegue del pensamiento guattaro-deleuziano del Estado,
notemos que este programa teórico de las mesetas 12.ª y 13.' no
se separa de una difícil tarea suplementaria. Pues extraer una
forma-Estado distinta no serviría de nada, cuando no a dotar de
autonomía ficticia una filosofía especulativa del Estado, haciendo

29 Caps. 5 y 6.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 36 J uso de una tematización que de11ota su irreductibilidad con res-


pecto a sus instanciaciones materiales y a su proceso de inteli-
gibilidad, si no se preguntara cómo se realiza este doble exceso.
O, dicho de otro modo: ¿Có mo suple la forma-Estado su propia
brecha, la diferencia con su aparato material, y con su concepto,
mediante una operación que no puede ser, en sí misma, ni ma-
terial ni conceptualr De ahí la importancia, sugerida antes, del
corte que marca el pensamiento de la forma-Estado en la cade-
na del discurso teórico, cuando descubre una primera forma de
supleme11tación e11 ese elemento propiamente fantasmático que
el U1·staat designa: fantasma de un Estado originario, como fan-
tasma originario del Estado. Pero si uno pregunta, ahora, cómo
retorna ese fantasma en la historia, es evidente que la compensa-
ción fantasmática 110basta y q¡ae debe adoptar, entonces, una se-
gunda forma, necesariamente. El problema no es sólo compren-
der el funcionamiento de la,' estructura de presuposición de sí
mismo, sus operacio11es materiales, semióticas, y su sobredeter-
minación por otras formaciones heterogéneas de potencia coexis-
tentes. Se trata de comprender, además, cómo los Estados pueden
verse obligados a "tratai·' 1 la imposibilidad de cerrar su estructura
o de presuponerse a sí mismos, sin presupo11er también aquello
que escapa a su forma de interioridad ("flujos descodificados")
e, incluso, aquello que podría destruirla ("máquina de guerra").
Movimiento objetivo de la forma- Estado, la estructura de pre-
suposición de sí mismo tiene como co11trapartida, que todo lo
que 110 parece presuponer el Estado, se le presenta como fuga
amenazadora, desafío o agresió11. La forma-Estado no puede
compensar la imposibilidad de su clausura orgánica, como no sea
mediante un suplemento que ya 110 es, para hablar con propie-
dad, fantasmático, sino, estrictamente, delirante: ya no la forma-
Estado como fantasma originario, retroyectando el Estado como
presupuesto de sus propias condiciones materiales de aparición
histórica (Estado, entonces, i11condicionado), sino la forma- Estado
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

como delirio de la Idea: "idealidad cerebral que se sobreañade a [ 37 J


la evolución material de las sociedades", "principio de reflexión
(terror) que organiza en un todo las partes y los flujos", y que no
puede encontrar aquello que escapa a su totalización, como no sea
en la figura de un "afuera" absoluto donde se invierte su ''Idea"
(como Estado absoluto). Esta dinámica delirante no tiene nada
de psicología política, pertenece a la forma-Estado: su estructu-
ra de autosuposición sólo puede cerrarse mediante un forcejeo,
y no puede forzar su cerradura sin incluir paradójicamente eso
que se le escapa; incluirlo, entonces, a precio de una "forclusión"
tal que, eso que no puede ser inscrito en su interior, no puede
ocurrir sino sobreviene de un afuera amenazador, persecutorio o
mortal. Fantasma del Origen y delirio de la Idea; fantasma origi-
nario y proyección paranoica: tal es la doble suplementación de
la forma-Estado que forma cuerpo con sus instanciaciones mate-
riales y conceptuales, y que la racionalidad de Estado desconoce,
aun cuando hace plenamente parte de su efectividad.
Desde El Anti Edipo, esa tesis de un vector paranoico, es-
tructuralmente inscrito en la forma-Estado, motiva una lectura
cruzada de la categoría de "presupuesto natural o divino", intro-
ducida por Marx en las Formas anteriores a la producción capita-
lista, y de la antropología africanista de las realezas sagradas que
había inspirado a Elías Canetti un diagnóstico de las valencias
paranoicas de los rituales alrededor del "cuerpo del déspota" 3 º.

30 Véase AE, pp. 198-206 sqq., en referencia a I(. Marx, Principios de una
crítica de la econon1ía política; y a E. Canetti, Masa y poder, Barcelona,
Muchnicl<, 1981. Recordemos que la idea de "presupuesto natural o
divino", introducida por Marx para analizar las formas precapitalistas
de apropiación de la producción social, deviene en Deleuze y Guattari
(más allá del ctierpo del déspota, que no es sino t1na instanciación
simbólico-imaginaria entre otras) una instancia común "a todos los
tipos de sociedad como constante de la reproducción social" (AE, p. 20)
-el análisis de sus figuras y lugares variables en las relaciones sociales
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 38 J Era 1·efundir, en una materia antropológico-histórica, el proble-


ma que preocupaba ya a W. Benjamin, W Reich, G. Bataille, y
del que más recientemente se han reclamado autores como J.
,
Derrida y E. Balibar: la violencia institucional 31 -o, más exac-
tame11te, para desviar 11naexpresión de este último, el problen1a
de las formas de violencia "ultra-institucional", es decir, el ex-
ceso de la violencia de Estado sobre sus fu11ciones políticas, so-
ciales o económicas: crueldad de esa Institución de instituciones,
el Estado, que no se confunde con la psicología de sus agentes
o representantes, y de la cual Deleuze y Guattari busca11, por su
parte, el modelo "clínico" en la par ano ia-. El sultán Muham-
mad Tughluq, recién venido al trono, recibe de los habitantes
de Delhi u11a carta ofe11siva ... la respuesta debe ser proporcio-
11al a la injuria: Tughluq expi,ilsa a la totalidad de la población,
la deporta a Daulatabad donde reinstalará su palacio, y manda
arrasar la ciudad: "Una per ona que goza de mi confianza me
co11taba que el sultán había s11bido al techo de su palacio, y que
habiendo contemplado Dell1i, donde no se veía ya ni fuego, ni
l1umo, ni luz ... había dicho: 'Al1ora mi corazón está en calma, y
mi cólera se ha apaciguado'" 32 • El problema es que siempre hay
11namisiva de más, un mensaje indeseable que escapa al control
-sig no descodificado (ofensa), fugá11dose entre las mallas de la
sobrecodificació11 de Est ado -. La estructura paranoica inscrita

,
prolonga las i11dicaciones de E. Balibar en favor de una 11ueva teori-
zación estructural del fetichismo, 1nás allá del caso particular del feti-
chismo de la n1ercancía privilegiado por la tradición marxista: véase
E. Balibar "Acerca de los conceptos fu11dame11tales del materialismo
histórico", en L. Altht1sser et al., Para leer El capital (1965), Bue11os
Aires, Siglo xxr, 1969, pp. 238-245; G. Sibertin-Bla11c, Deleuze y El
Antiedipo, op. cit., pp. 44-47.
31 f. Derrida, Fuerza de ley, Madrid, Tecnos, 2008; E. Balibar, Violence et
civilité, París, Galilée, 2010.
32 Ibn Battuta, Voyages, t. 11, De La Mecque aux steppes russes (1858), París,
Maspero, 1982.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

en la forma- Estado no es la captura ni la sobrecodificació11; es [ 39]


la sobrecodificación y la imposibilidad de la sobrecodificació11: no
solamente la estructura de presuposición de sí mismo, sino, ade-
más, la imposibilidad de cerrar esa presuposición de sí mismo
sin incluir cuanto se le escapa, cuanto "rel1úye" la suposició11 y
contesta su clausura. Tanto, que aún debemos arrojar la conse-
cuencia: seg{1n este pt1nto de vista, el factor genérico de descompe11-
sación de la para11oia de Estado es también el de la historización de la
forma-Estado:

El Estado arcaico 110sobrecodifica si11 liberar también una gran


ca11tidad de flujos descodificados que van a escapar/e [... ], la so-
brecodificación del Estado (trcaico hace posibles y suscita nue-
vos fl11jos que escapan a él. El Estado 110crea las grandes obras
sin que un fl11jo de trabajo independiente no escape a su
burocracia (espacialmente en las mi11asy en la metalurgia).
El Estado no crea la forn1a mo11etaria del imp11esto sin que
flujos no escapen y no ali1nenten o no hagan nacer otras
potencias (especialmente en el comercio y la banca). Y, sobre
todo, el Estado no crea el sistema de su propiedad pública
sin que u11flujo de apropiación privada no surja al lado y se
ponga a circular fuera de su alcance: esta propiedad privada
no deriva del sistema arcaico, sino que se constit11ye margi-
nalmente, de 11r1amanera tanto más 11ecesaria, inevitable, a
través de las mallas de la sobrecodificación 33•

33 MP, pp. 454-455.


Capítulo 2
La captura: por un concepto de acumulación
originaria de la potencia de Estado
,
CAPTURA ESTATAL Y ANALISIS
DE LAS FORMACIONES SOCIALES:
LOS CONCEPTOS FUNDAMENT ALES
, ,
DEL MATERIALISMO HISTORICO-M AQUINICO

Es necesario examinar ahora esa historización de la forma-Estado:


ésta nos sitúa de inmediato en el nervio de la teoría de la "captura"
desarrollada en la 13." meseta, y de la redefinición de los aparatos
de Estado como aparatos de capt11ra. Allí se opera, a mi entender, el
más importante desplazamiento entre El Anti Edipo y Mil mesetas,
tanto para el pensamiento de la forma-Estado como para el tra-
tamiento de los problemas legados por el materialismo histórico.
Este desplazamiento atañe al problema, anunciado antes, de la so-
bredeterminación de la forma-Estado, que la 12." meseta formula así:

Hay que decir que el Estado siempre ha existido, y muy


perfecto, muy formado [... ]. Casi no podemos imaginarnos
sociedades primitivas que no hayan estado en contacto con
Estados imperiales, en la periferia o en zonas mal contro-
ladas. Ahora bien, lo fundamental es la hipótesis inversa:
qlte el Estado siempre ha estado en relación con un afuera,

[ 41]
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 42 J y no se puede concebir indepe11diente111ente de esta relació11. La


ley del Estado no es la del Todo o Nada (sociedades con
Estarlo o sociedades co11tra Estado), sino la de lo interior y
lo exterior. El Estado es la soberanía. Pero la soberanía sólo
reina sobre aquello que es capaz de interiorizar, de apro-
piarse localmente'.

Aquí se cuestiona, a11te todo, la conceptualidad disponible para


pensar ese "afuera" del Estado. Recordemos que el dispositivo
conceptual de 1972, que l1a.ce eco al pasaje citado al térmi110 del
capítulo precedente, daba a ese afuera la figura genérica de "flu-
jos descodificados" que atraviesan toda formació11 social, y fren-
te a los cuales se diferenciaban estrategias socioinstitucio11ales
(codificació11, sobrecodifica,ción, recodificación y axiomatiza-
ción) para inhibir, ccintracargar y ligar sus vectores de tra11sfor-
mación o destrucción'. La; l1istoria universal de El Anti Edipo,
construida retrospectivamente en función de la "civilizació11"
capitalista, buscal)a e11tonces pervertir la teleología histórica,
subrayando las contingencias, las destruccio11es y, finalmente,
lo I11zposible, lo i1111ombrable, qL1edel)Ía producirse para que una
formación social viniera a hacer de esta descodificación ge11era-
lizada, que significa la muerte de todas las fo1·maciones sociales
anteriores, su motor inmanente. De ahí la importa11cia dada a
los análisis marxia11os de la acumL1lación ampliada del capital,
singularmente a las crisis de sobreproducció11 y al concepto de
"límite inn1a11ente", introducidos por Marx e11el libro III de El
Capital. Mientras que las formaciones no capitalistas e11contra-
ban los flujos descodificados como un "límite real", extrínseco,

1 MM, p. 367.
2 Conforme al sentido específico atribuido a la noció11 de descodificación:
aquello que escapa a los códigos extraeconómicos que regula11 la repro-
ducció11 de u11a estructura social y, aú11 más, aquello que contraría o
incluso destruye esos ódigos.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

accidental, las formaciones capitalistas lo convierten en su límite [ 43 ]


interno, estructural, que no cesan de destruir para recuperarlo en
una nt1eva escala. Deleuze y Guattari pt1eder1 haber afir1nado lo
que se quiera, pero la descodificación de los flujos de produc-
ción sí deserr1peña en El Anti Edipo la función de tina negatividad
motriz, aun si no se la tenía por universalmente "interna" (las
formaciones no capitalistas, por el contrario, sólo la difiere11 co-
mo posibilidad exter11a y accidental) y aunque no implicaba "ne-
gació11 de la negación" ni "relevo", sino pura destrucción de los
códigos sociales, ya sea por colonización e imperialismo, cuando
se impone la descodificación a las formaciones no capitalistas
"desde aft1era", ya por expansión crítica, en y por las crisis sis-
témicas, cuando no cesa de desplazarse "desde adentro'', como
límite inmanente llevado a una escala cada más amplia 3•
Al remodelar el concepto de sobrecodificación, Mil mesetas ope-
ra un desplazamiento mayor, pues en funciór1 del más profundo
de captura, el pensamiento de ese "afuera" franquea ttn itmbral de
categorización inédito. Sus apuestas son a un tiempo filosóficas
y epistemológicas. La idea de u11a descodificación tendencial de
los flujos materiales y semióticos no ha desaparecido; pero en
lugar de ser asignada retrospectivamente como proceso genérico
de una historia universal, esta tendencia es manipulada de for-
ma diferenciada, susceptible de ser indexada e11las positividades
geográficas e históricas, según las formaciortes sociales que "trata11"
esos flujos. El primer efecto de este desplazamiento concierne,
entonces, al tipo de historicidad que adopte el análisis. El regis-
tro de la historia universal (como historia de la universalización
contingente de la singularidacl capitalista) en s11doble función
de ironización crítica de las teleologías, y de indiferenciación de
las cargas teóricas y libidinales de lo Real histórico, es sustitui-
do por una aproximación en térn1inos de "historia global", que

3 Volveremos sobre estos puntos en la tercera parte.


,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 44 J solicita me11os el registro especulativo y fa11tasmático de la l1isto-


ria u11iversal, que la geohistoria de los "sistemas-1nu11do". Ya no
Condorcet, Comte o Hegel, si110 F. Braudel, A. Gunder Franlz
y S. Amín. Pues no se trata, e11to11ces, de pronunciarse sobre el
mome11to paradigmático de la forma-Estado, sino de dar cuenta
y razón de sus .1nodos de prese11cia en las formaciones sociales
(i11cluidas las lla1nadas "sociedades sin Estado" o "co11tra Estado");
se impo11e, a cambio, reevaluar las relaciones de coexiste11cia de
las formaciones de potencia heterogé11eas que encue11tran, co11-
dicio11an y afrontan las formaciones sociales estatizadas. Por esta
razón, el umbral de categorización de eso que Deleuze y Guattari
pronto llamarán "geofilosofía" -y que también defi11iremos como
el a1·mazón conceptual de un materialis1110 histó1·ico-n1aquí11ico, por
cuanto las condicio11es de a11¡álisis de los 1nodos de producción y
de las for1naciones sociales se e11cue11tran allí redefinidas 4- es
fra11queado en un doble ge to, tipológico y topológico:

Nosotros defini1nos las formacio11es sociales por proce-


sos 111aquí11icos, y no por modos de producció11 (que, por el
co11trario, dependé11 de los procesos). Así, las sociedades
pri1nitivas se defi11en por mecanismos de co11juració11-anti .'..
cipación; las sociedades con Est¡id'
o se defi11e11por aparatos
de captura; las sociedades urba11as, por los instru1ne11tos
de polarización; las sociedades nómadas, por máquinas de
guerra; por último, las sociedades inter11acio11ales, o más
bie11 ecum'énicas, se definen porque engloban formacio-
nes sociales heterogé11eas. Pues bie11, precisamente por-
que estos procesos son variables de coexistencia que so11

4 En efecto, el capítulo "Geofilosofía" de ¿QE,é es la filosofía? retomará


dicl10 dispositivo co1111uevas inflexio11es y de ma11eratodavía 1nás
lapidaria, si11 modificar sustancialmente la arquitectura conceptual
desarrollada en las proposiciones XI, XII y XIII de la 13.ª meseta.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

el objeto de una topología social, las diversas formaciones [ 45 J


correspondientes coexisten. Y coexisten de dos maneras,
de manera extrínseca y de manera intrínseca. En efecto,
por un lado, las sociedades primitivas no conjt1ran la for-
mación de t1n imperio o de un Estaclo si11 anticiparla, y no
la anticipan sin que ella no esté ya ahí, formando parte de
su horizonte. Los Estados no efectúan una captura sin que
lo capturado no coexista, no resista en las sociedades pri-
mitivas, o no huya bajo nuevas formas, ciudades, máqt1inas
de guerra. [... ]

No sólo hay coexistencia externa de las formaciones, tam-


bién hay coexistencia intrínseca de los procesos maquíni-
cos. Pues cada proceso pt1ede funcionar también bajo otra
"potencia" qt1e la st1ya propia, puede ser continuado por
una potencia qt1e correspo11de a otro proceso. El Estado
como aparato de captura tiene una potencia de apropiació11;
ahora bien: esa potencia no sólo consiste en qt1e captura
todo lo que puede, todo lo que es posible, en t1na materia
definida como fil11m. El aparato de captura se apropia igt1al-
mente de la máquina de guerra, de los instrumentos de po-
larización, de los mecanismos de anticipación-conjt1ración.
Lo que inversamente quiere decir que los mecanismos de
anticipación-conjt1ración tienen t1na gran potencia de trans-
ferencia: no sólo se ejercen en las sociedades primitivas, sino
que pasan a las ciudades qt1e conjt1ran la forma-Estado, a los
Estados que conjuran el capitalismo, al propio capitalismo
en tanto que conjura o recl1aza sus propios límites [... ]. De
igual modo, las máquinas de guerra tienen una potencia de
nzetamorfosis, gracias a la cual, evidentemente, son captt1ra-
das por los Estados, pero gracias a la cual también resis-
te11 a esta captt1ra y renacen bajo otras formas, con otros
"objetos" que la guerra [... ]. Cada proceso puede pasar bajo

POLITICA Y ESTADO EN DELELIZE Y GUATTARI

[ 46 J otras pote11cias, pero tambié11 subordi11ar otros procesos a


su propia potencia 5 •

Aquí, el Estado devie11e pensable, 110 ya en su relación con un


afuera considerado indistintamente, pero en fu11ción de una plu-
ralidad de procesos ese11cial o formalmente disti11tos, determi-
na11do la 1na11era como, en cada caso, Ll11mismo campo geohis-
tórico reparte el "interior" y el "exterior", circunscribe la forma
de i11terioridad de captura y cartografía sus 1nedios de exterio-
ridad -peri feria s, semiperiferias, interla1zds, etc.- . Tratá11dose
de procesos c11alitativamente heterogéneos, Deleuze y Guattari
construye11 de una vez la tipología (según los cinco procesos ma-
quí11icos: anticipación-co11juración, captura, máquina de guerra
o de espacio liso, polarizac ón, englobamie11to) y la topología
(los ci11co procesos maqt1ínicos que deter1ninan, 110ya i11varian-
tes sociológicos, sino variables de coexiste11cia de las formas de
potencia correspondientes). Es entonces una tabla categorial de las
for1nacio11es sociales y, al 1nismo tiempo, u11 mapa de co1nposi-
ción de las pote11cias, e11tre formaciones sociales y e11 cada una
de ellas. Así, bajo ese doble aspecto, el pensamie11to guattaro-
deleuzia110 de las formaciones sociales alcanza una exposición
retnarcablemente i11tegratíva, de su filosofía, decisiones especu-
lativas e instrumentos co11ceptualek, prop11estos para el análisis
de las positividades geográficas e históricas. Esta categorización de
los "procesos maquí11icos" se apoya e11un pe11sa1nie11to de lapo-
tencia, spinozista, si se quiere, que produce tres efectos princi-
pales, en tres campos correspo11dientes: (a) una ontología de la
afirn1ación, (b) una lógica de los atributos, y (c) una física de los
modos existentes y sus "límites":
(a) El más patente consiste e11 descalificar el análisis de las
formacio11es sociales e11 tér1ninos de deficiencia, care11cia o pri-

5 MM, pp. 442-444.


GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

vación, que acusa el ascendiente de una estatización implícita en [ 47]


la teoría social, cuando se toma al Estado por la norma de toda
forn1a de vida colectiva. La tesis especulativa que Dele11ze com-
pone con su spinozismo, según la cual toda realidad se determi-
na como posición de potencia, afirmación de una perfección
("ca11tidad de realidad") bajo una potencia determinada, tiene de-
masiado alcance crítico para depo11er de sus pretensiones teóricas
a todas las categorías de la privació11. En su esquema elemental,
donde se revela Sll mistificación, esas pretensiones descansan en
un círculo: a partir de una nortna de existe11cia o inteligibilidad,
encargada de establecer lo que una cosa debe ser para ser lo que
de hecho es, se la relaciona, no ya con su modo de ser propio,
sino con u11 modelo supuesto, para explicar, finalmente, que la
cosa es lo que de l1echo es, a causa de sus perfeccio11es, es decir,
las mismas de las que juzgamos podría carecer, a la luz de este
modelo. Esas pretensiones teóricas son reflejos inmediatos de la
forma- Estado y su estructura de autopresuposición: es con res-
pecto al Estado, en función de un Estado supuesto, como la leta-
11ía de las "sociedades sin" es desplegad3, --no sólo "sin Estado",
también "sin escritura", "sin territorio", "sin religión", etc.-.
U11pensa1niento singt1larmente estatizado, que siempre busca la
carencia, y en todas partes asigna privaciones. Un círculo, que el
acceso a las formaciones sociales por las formas de potencia allí
afirmadas, interrumpe.
(b) En segu11do lugar, la doble articulación tipológica y topo-
lógica de las categorías l1istórico-maquínicas evita la co11fusión
,

de Clastres, e11tre exterio1·idad formal de las formas de potencia


e independencia substancial de las formaciones sociales corres-
pondientes. Pues exterioridad formal significa sólo heteroge-
neidad cualitativa, de esencia, entre los procesos maquínicos.
Pero, a ejemplo de la lógica spinozista de los Atributos, donde
cada 11110es infinito en su género y se explica por sí mismo, y
ct1ya multiplicidad real no introduce ningu11a diversidad en la
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 48 J substancia, el materialismo histórico-maquínico reivindica una


"lógica de las positividades coesenciales y de las afirmaciones
coexistentes" 6• Si a los atributos de un Real geohistórico unívoco
se los llama "procesos maquínicos", diríase que justamente por-
que existe distinción real entre los procesos (cada uno compren-
de la plena positivad de una forma de potencia, que no se define
comparándola con otra, que no carece de nada que pertenezca
a otra), esta distinción real no funda ninguna independencia
substancial entre las formaciones sociales en las que se afirman.
Más bien las inscribe en un mismo plano de inmanencia, cu-
yas diferentes cualidades de potencia son sus reglas o variables
de coexistencia, como lo prueba el principio de multiplicidad,
interno y externo, indisociablemente, postulado por el mate-
rialismo histórico-maquínicef>, Por un lado, ninguna formación
social es una realidad tan aL1tárquica, que pueda prescindirse de
sus relaciones de "coexistencia extrínseca" con otras formacio-
nes sociales, en tanto que esas relaciones de coexistencia extrínseca
son siempre eficientes en cada formación (por ejemplo, es ya en las
sociedades sin Estado donde deben ser analizadas las relaciones
de interacción entre mecanismos de anticipación-conjL1ración y
captura estatal). Pero esas relaciones de coexistencia extrínseca
no son efectivas, determi11antes, s.i110 porque remiten a rela-
ciones de coexistencia intrínseca, entre las propias formas de po-
tencia. En otras palabras, toda formación social no está regida
ya por una forma de potencia (y un proceso maquínico), sino
más bien compuesta por una pluralidad de procesos que, en sus
relaciones de interacción y conflicto (coexistencia extrínseca),
cambian de naturaleza, y entran en relaciones de subordinación
y dominación (así la máquina de guerra, cuanclo apropiada por el
Estado 7 cambia de naturaleza; así la captura de Estado, cuando es

6 G. Deleuze, Spinoza: filosofía práctica, Buenos Aires, Tusquets, 2006.


7 Véase MM, 12.a meseta, proposición I X (y aquí, cap. 4).
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

subordinada por una potencia de englobamie11to ecuménico, como [ 49 J


el mercado capitalista mundial 8) . Por eso, dicho sea de paso, toda
formación social encuentra su propia reproducción como un pro-
blen1a, lejos del equilibrio de una estructura supuesta simple en
sus principios; por eso, tambié11, los análisis de la meseta "Apara-
tos de captura" movilizan tanto (así repugne a los comentaristas)
u11a conceptualidad de tipo altl1usseriano, en términos de mul-
tiplicidad "a dominante" o de complejidad "sobredeterminada".
Se han transformado, entonces, considerablemente, las apues-
tas de la tesis clastriana de los mecanismos de anticipación-con-
jt1ración para la teoría del Estado, así como su funcionamiento
conceptual y su extensió11 operativa. Como forma de potencia que
domina los mecanismos de reproducción de las sociedades linaje-
ras o segmentarías, la anticipació11-conjuración no se ejerce úni-
camente contra el franqueamiento del umbral estatal (e11 función
de un aparato de poder separado del grupo social), sino, también,
y distintamente, contra el franqueamiento del u111b1·alurbano (e11
función de una polarizació11 de los circuitos de i11tercambio, por
mercados que exceden las barreras impuestas por los códigos de
alianza entre los grupos) y, aún, contra el franqueamiento del
u1nbral 11omádico (e11 función de una autonomización de los meca-
nismos guerreros respecto de las instituciones de alianza, jefatura,
chamanismo, etc. 9) . Pero la consecuencia inversa es tan importante
como la prin1era. Según las relaciones de "coexistencia extrínseca"
entre formas de potencia, las formaciones urbanas pueden integrar,
llegado el caso, bajo su potencia de polarización (como proceso
maquínico domi11ante) meca11ismos de a11ticipación-conjuración,
conjurando, por ejemplo, la cristalización de un poder de Estado.

8 Véase MM, 13.ª meseta, proposiciones XIII y XIV (más adelante, cap. 5).
9 Véase MM, p. 477, nota 12 ("[ ... ] la guerra primitiva continúa subor-
dinada a los mecanismos de co11juración, y no se auto11omiza en una
máqui11a, i11cluso cuando i1nplica un cuerpo especializado"), y p. 438.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 50 J E incluso éste, sugieren Deleuze y Guattari, puede apropiarse de


los ''mecanismos de anticipación-conjuración" de las sociedades
linajeras, cu:tndo se ve obligado a enfrentar procesos que exceden
su propia potencia: por ejemplo, para inl1ibir el crecimiento de
formaciones urbanas con tendencia a sustraerse del control terri-
torial de Estado, para conectarse directamente con flujos comer-
ciales y bancarios, escapando a stis aparatos de captura o, aún, para
canalizar procesos de "er1globamiento ecuménico", atravesando
formaciones sociales heterogéneas (metiénclose a me11t1doen una
red de ciudades, para adt1eñarse de st1 potencia de polarización):
"por ejemplo, organizaciones del tipo 'grandes compañías', o bien
complejos industriales, o inclttso formaciones religiosas como el
cristianismo, el islamismo, ciertos movimientos de profetismo o
de mesianismo, etc."'º. /
Cuando Deleuze y Guattari retoman la cuestión, crucial en
la "acumulación originarit\'" del capital, del attge de las ciuda-
des bancarias y mercantiles a partir de los siglos XIV y XV, es
en función de esos umbrales diferenciales de potencia como se
determinan las variables de coexistencia de las potencias estatal
y urbana, ya sea que la primera se apropie de los mecanismos de
anticipación-conjuración para inl1ibir la segunda, ya sea que se
apropie directamente de sus instrumentos de polarización, cap-
tt1rando y subordinando a su pote1;1cia las dinámicas urbanas''.

10 MM, p. 367. Sobre la potencia de polarización de las formaciones


urbanas (en su diferencia con las formaciones estatales), véase MM,
pp. 442-443, 458-461, 464 sqq. Aquí, tercera parte.
11 Sobre los conflictos (la "carrera de velocidad") entre la ciudad y el
Estado en el desarrollo de la potencia capitalista del siglo xv al XVIII,
véase F. Braudel, La dinámica del capitalisnzo, México, FCE, 1986, pp.
24-25 y 38-39, y Civilización nzaterial, econo111íay capitalis1110, t. 1, op. cit.,
pp. 420-489, de donde Deleuze y Guattari sacan la iclea de una cate-
goría de potencia propia de las formaciones urbanas ("polarización").
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

A ejemplo de F. Braudel, l1ay que decir a un tiempo que el Estado [ 51J


organiza sus espacios, que los somete a su control burocrático,
y que existe una historia propia de las ciudades, cuando éstas se
desarrolla11 en los márgenes de la codificación de los Estados,
escapan a su control, i11ventan prácticas e instituciones, que no
podían concebirse en un sistema sobrecodificado por un aparato
de Estado (así, "el poder de ciudad inventa la idea de magistra-
tura, muy diferente del fu1zcionariado de Estado"). El problema
no es sólo, e11tonces, la gra11 diversidad de las ciudades según
las regiones y las épocas, sino la heterogeneidad de los procesos
de pote11cia que determi11an el fenómeno urbano. Así como no
basta la circulación para determinar la ciudad de Estado (es de-
terminante, más bien, la inscripción sobrecodificante de aquello
que circula, i11separable del significante-rector del soberano y
su máquina de escritura, como en la ciudad micénica 12) , tam-
poco basta el mercado para hacer una ciudad mercantil. No es
el mercado el que define como tal a la ciudad mercantil, sino
un meca11ismo de polarizació11 de las circula.ciones, que despoja
los alrededores de sus mercados locales, se los "traga", de suerte
que la ciudad pueda "despegarse" de su territorio, sustrayéndose
a sus inmediaciones rurales, para conecta1·se directamente con
otros nudos urbanos, remotos o no, tejiendo una red de ciu-
dad en ciudad 13• Precisamente, en sus actividades comerciales,
marítimas y bancarias, las ciudades desarrollan una potencia de
desterritorialización muy superior a la que puede soportar un
Estado, en cuanto éste sigue siendo, por su parte, inseparable de
la inscripción territorial de su poder' 4• Tanto, que aun cuando

12 J.-P. Vernant, Los orígenes del pensa111iento griego, op. cit., p. 36.
13 F. Braudel, La di11á111icadel capitalis1110, op. cit., pp. 14-15.
14 F. Braudel, Civilización material, econo111íay capitalis1no, t. 1, op. cit., p. 446.
Véase F. Fourquet y L. Murard, Les équipe111ents du pouvoir, París, U. G. E.,
1973, pp. 79-106.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 52 J los Estados consiguen apropiarse de las invenciones urbanas, las


mismas que les era imposible prodt1cir por sí mismos, esta cap-
tura no se opera sin tensión ni conflicto, sin esa desconfianza
en que Braudel verá un presentimiento análogo al que Clastres
había descubierto en las sociedades sin Estado: "[ ... ] en cuanto
el Estado se afianzó, disciplinó a las ciudades, con violencia o
sin ella, con instintivo tesón, en todos los lugares de Europa que
contemplemos" 15• La l1istoria de los conflictos entre ciudades
libres y aparatos de Estado puede entenderse como la historia de
los conflictos por prerrogativas, intereses económicos y apropia-
ciones de poder; no obstante, es por vectores de potencia como
ésta se determina, por los grados de potencia, por los umbrales
diferenciales de descodificación y desterritorialización que es-
tos comandan; y es por relaciq,nes antagónicas como las líneas de
fuerza de una formación social se anudan y desanudan, durante
el devenir de su campo histqrico-político.
(c) Lo anterior prepara el tercer efecto mayor del umbral
categorial franqueado por el materialismo histórico-maquínico
en la 13.ª meseta: una reelaboración del concepto de límite de po-
tencia, como categoría a un tiempo estructural y procesal, esen-
cial para el análisis de las formaciones sociales. El Anti Edipo ya
se l1abía, explícitamente, orientado hacia este problema, cuando
distinguía, en toda máquina social, la posición de t1n límite real
(la descodificación, en tanto que conjurada por los códigos so-
ciales, no puede sobrevenir más que como accidente extrínseco);
la de un límite relativo (la descodificación, en tanto que factor
interno de crisis y desarrollo, límite que sólo es destruido cuan-
do se lo reproduce a una escala ampliada del sistema) o, aún, la
posición de t1n límite absoluto (la descodificación esqt1izofré-
nica de la producción sociolibidinal), y un límite interiorizado

15 F. Braudel, Civilización material, econo1nía y capitalis1110, t. 1, ob. cit., p.


454.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

(la subjetivación edípica) 16• Pero el concepto de límite deviene [ 53 J


una categoría plenamente consistente, filosófica y epistemológi-
camente, cuando se lo determina con el de potencia, y en relación
con la tipología que diferencia sus formas cualitativas. ¿De qué
es capaz una formación social, qué puede tolerar o soportar, en
funció11 de sus códigos, instituciones, semióticas y prácticas co-
lectivas? ¿Cuáles son, por el contrario, los procesos que exceden
o cuestionan sus condicio11es de reproducciónr' Son preguntas
a las que no puede responderse media11te una descodificación
universal de los flujos, precisamente porque el concepto de lí1nite
ha sido plu1·alizado por la categorización de las formas de poten-
cia. El límite de aquello que puede ser anticipado-conjurado (en
una sociedad segmentaría o linajera) no fun iona de la misma
ma11era que el límite de aquello que puede ser polarizado (en una
formación urbana) 11i, aún, como el límite de aquello que puede
ser capturado (en una sociedad estatal) o desplegado en "espa-
cio liso" (e11 una formación "11omádica"). Para dar una primera
ilustració11, volvamos ahora sobre los dos casos desarrollados en
la 13.ª meseta: las sociedades a dominante de anticipación-con-
juración, que integra11 su propio límite en una economía serial y
ordi11al; las sociedades a dominante de captura, que imponen un
funcio11amiento confuntista y cardi11al del límite 17•

16 Sobre el co11cepto de lí111ite en El Anti Edipo, y la diferencia entre


límite "real", "relativo" y "absoluto", véase G. Siberti11-Blanc, Deleuze
y el Antiedipo, op. cit., pp. 52-63 y 74 sqq.
17 Los dos procesos de "máquina de guerra" y "e11globamiento ecumé-
nico" presentan otro fu11cionamiento aún del límite (cotno localiza-
ción en un "espacio liso" ilimitado, y co1no saturación de una "axiomá-
tica"): u110 y otro serán exami11ados por separado en las dos próximas
partes.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[54 ] RETORNO SOBRE LA CUESTIÓN


11
DE LAS SOCIEDA D ES SIN ESTADO,,:
, ,
ANTICIPACION-CONJURACION Y FORMA-STOCK

La articulación de los diferentes procesos de potencia forma el


objeto concreto del materialismo histórico-maquínico, mediante
el análisis de los vectores qt1e ésta determina en un campo l1 istó-
rico -ve cto res que trabajan sus representaciones, tanto como st1s
prácticas y enunciados colectivos, instituciones y economías, ra-
cionalidades políticas y modos de subjetivación--. Aquí se vuelve
insuficiente la oposición binaria: sociedades con Estado/socie-
dades sin Estado. Las sociedades sin Estado no deben ser dichas
simplemente sin Estado (como si lo echaran de menos), ni tam-
poco contra Estado (como si •fOnjuraran su aparición ulterior),
sino trabajadas ya por proces6s de estatización ("captura") que
constituyen el objeto positivo• interno sobre el cual se ejercen sus
mecanismos de anticipación-conjuración. Los vectores de estati-
zación unas veces son actualizados, efectuados, y otras veces con-
jurados como virtuales. Sin embargo, "vir tua l" no quiere decir
sin efectos; todo lo contrario, pt1es es bajo esta modalidad que la
captura estatal puede ser objeto de una anticipación por los me-
canismos institucionales positivos (conforme a la tesis de Clas-
tres). Aquello que conjuran no es actttal, y por eso "lo anticipan".
Pero aquello que no es actt1al posee ya una realidad, y por eso
lo pueden conjurar; es decir, actuar sobre aquello qt1e no tiene,
todavía, actualida1,• La cuestión de la contingencia del franquea-
miento del umbral estatal ha sido, entonces, replanteada. 1-Iay
que decir a un tiempo que "los prirnitivos siempre han existido
en estado de supervivencia" 18, y qL1e la emergencia del Estado
en tal configuración geohistórica sigue siendo contingente, pues
"el Estado no existe realmente, y no preexiste a título de límite

18 MM p. 453.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

conjurado, de la mis1na manera" 19 • Parece, entonces, que las cate- [ 55 J


gorías 11ecesario y co11tinge11te deben ser "topologizadas" l)ara que,
al diferenciar u11 "interior" y un "exterior", el "mismo" fenó-
me110 pueda ser dicho realme11te contingente, según un vector,
y realmente necesario, según el vector inverso, que el primero
inhibe o co11traría. Es como u11círculo de devenir-necesario de
lo contingente (anticipación: la existencia en estado de supervi-
vencia) y devenir-contingente de lo necesario (conjuración: el
i11explicable "misterio"). De al1í la indecisión objetiva sugerida
ya e11El A11ti Edipo, que anudaba en la tensión de una fórmula
extraordinaria, un spinozis1no de la muerte como accidente ex-
trí11seco, y un freudis1no de la muerte como tende11cia endógena:
la m11e1·te llega de fuera a fuerza de subir de de11tro 2º .
Sobre todo, en 1980, el nuevo dispositivo co11ceptual permite
determinar positivamente el "presentimiento" demasiado vago
al que Clastres hacía referencia, como a u11a suerte de intencio-
nalidad social no sólo implícita, sino ,,acía, por fuerza, de con-
tenido, pues se supone a la sociedad primitiva, como lo habrá de
11otar Luc de Heuscl1, capaz de "resistir co11 todas sus fuerzas a
una f or111ade organizació11 política de la cual 110experimenta to-
davía los peligros, situándose en una especie de futuro anterior" 21•

19 MM, p. 439.
20 AE, p. 201-202: "La 1nuerte del sistema primitivo siempre llega del
exterior, la historia de las co11tingencias y la de los e11cuentros [... ]. Pero
esta muerte que viene de f11era es ta1nbién la que subía de dentro [... ].
No siempre resulta fácil saber si u11a co1nunidad primitiva reprime
tina tendencia endógena o la encuentra mal que bien después de una
terrible aventura exógena". Resulta de nuevo in1posible una relación
de evolución entre las categorías "Salvajes" y "Bárbaros" en la historia
universal de El Anti Edipo.
21 L. de Heuscl1, "L'inversion de la dette (propos sur les royautés sacrées
africai11es)", en M. Abe11sour (dir.), I!esprít des lois sauvages, París, Seuil,
1987, p. 41.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 56 J Este presentimiento no sólo remite a una "filosofía política" que


animaría inconscientemente la subjetividad social primitiva: tam-
bién expresa tensiones internas de las sociedades contra Estado,
entre los vectores de estatización y las contratendencias qt1e los
inhiben. "Y en las sociedades primitivas l1ay tantas tendencias que
'buscan' el Estado '. tantos vectores que trabajan en 'dirección' del
Estado, como movimientos en el Estado, o fuera de él, que tien-
den a separarse de él, a defenderse de él, o bien hacerlo evolt1-
cionar, o ya abolirlo: todo coexiste, en constante interacción." 22

Ya no se trata de explicar cómo se pasaría de uno a otro, sino de


profundizar su independencia sustancial, de modo que este paso
se vuelva imposible de pensar. El problema cambia: ¿Por qué el
Estado no aparece en todas partes, si, en cierto sentido, ya está ahí
en todas partesr' E, inversameljlte: ¿Cómo las sociedades contra
Estado resisten, no sólo al Estado surgido al lado o en cualquier
otra parte, sino en ellas misma , más acá de sus umbrales de crista-
lización, en instituciones autonomizadas de obligación, reglamen-
to y exacciónr' ¿Sobre qué se ejercen, en suma, sus mecanismos de
anticipación-conjuraciónr'
Prolongando la antropología clastriana, pero también las re-
flexiones de Lévi-Strauss sobre las "organizaciones dt1alistas" y
los trabajos de africanistas como L. Heusch, El Anti Edipo y más
tarde las mesetas 5.ª y 9.ª ("Sobre algunos regímenes de signos",
"Micropolítica . y segmentaridad"), despejan algunos de esos
vectores de estatización, que atañen a la emergencia de la an-
cestralidad como signo de poder (conjurada por la articulación
disyuntiva y la autonomía relativa de las prácticas de alianza res-
pecto al lenguaje genealógico de la filiación), la fusión de diver-
sos centros de poder (conjurada por la división, frecuentemente
observada, entre poder "político" y poder sagrado, entre jefe y

22 MM, p. 438. Véase también MM, pp. 215-217.


GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

mago, o entre jefe de linaje y guardián de la tierra 23) y, en última [ 57 J


insta11cia, el "sentido de la deuda" y las significaciones indisocia-
blemente a11tropológicas, cosmológicas y económico-políticas de
su circulación. Estos vectores se parecen en que todos apuntan
a la concentració11 de un poder separado, corroborando la tesis
clastriana según la cual sólo una mutación política (a través de
una transformación de las semióticas, simbologías y cosmologías
indígenas) sería capaz de explicar el desbloqueo de una econo-
mía, e11 el sentido de un sistema de producción determinado
por una condición de acuml1lación. Al retomar este problema en
la 13.ª meseta ("Proposición XII: Captura"), los términos serán
sensible111ente desplazados. Una reinterpretación de la "fórmula
trinitaria" del capital de Marx despeja, en un cuadro de fuerte
composición orgánica, las operacio11es semióticas que una capita-
lizació11 p1·elin1inar de Estado (forma-stock) implica. Para invertir
la alternativa estándar entre una explicació11 ideológica o se1nio-
lógica (por degradación de la función simbólica o transforma-
ción de las pragmáticas intelectuales y perceptivas), y una ex-
plicació11 materialista (por desarrollo de las fuerzas productivas
y transformación de las relaciones sociales correspo11dientes),
Deleuze y Guattari intentan determinar el umbral estatal a nivel
de los modos de codificación de las condiciones materiales de
existencia. Es en el agenciamiento práctico-cognitivo, en el tra-
tamie11to ideativo, práctico y perceptivo de la materia trabajada,
donde los vectores de estatización se dejan ya determinar, en una
antecedencia lógica respecto de la captura institucional, econó-
mica y simbólica, de desigualdades de casta o clase. Es entonces
significativo que entre los aparatos básicos de Estado no tengan

23 Véase E. Viveiros de Castro, Metafísicas caníbales, Buenos Aires, ICatz,


2010, pp. 153-163, 1.85-188, donde se distinguen dos transformaciones
del cl1amanismo a1nerindio, hacia un profetismo contra-Estado y un
sacerdocio protoestatal: el autor señala la converge11cia de esta disyun-
ción y la 5.ª meseta.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 58 J en cuenta los represivos ni los ideológicos. "Lo s aspectos funda-


mentales del aparato de Estado [son] la territorialidad, el trabajo
o las obras públicas, la fiscalidad" 24, y los aparatos de captura que
les corresponden: la Renta, la Ganar1cia y el Impuesto, conforme
a las tres caras del personaje co11ceptual del Déspota, ta11to en el
paradigma asiátic.o de Marx, corr10 en el tipo ideal de los Estados
hidráulicos de Wittfogel: Propietario emine11te de la tierra como
propiedad pública inalienable, Promotor del primer sobretra-
bajo en las grandes obras, Señor del comercio exterior y agente
de la monetización de la economía. Renta, Ganancia, Impuesto,
son precisamente los modos de constitución material de un stock,
como forma orgánica de la existencia misma del Estado, en tanto
que aparato material del que dependen los poderes represivos
e ideológicos. No un problema de economía política, entonces,
sino de ec¡)nomía estatal -o de estatización de una economía e11
gen era l-, Así, estos tres modos se definen menos por cuerpos
institucionales o dispositivos económicos y jurídicos qtte por
procesos de inscripción y objetivación específicas de la tierra,
actividades productivas e intercambios.
Según t1n esquema elemental, la renta diferencial supone,
como mínimo, la posibilidad de comparar difere11res territorios
explotados si1nultánearr1ente, o difere11tes explotaciones sucesi-
vas de un mismo territorio, conforme a tina medida común de
rendimier1to. Una ga11a11cíasobre un trabajo supone, como mí-
nimo, la posibilidad de cornparar diferentes actividades, según
la relación de un '•gasto (en fuerza, tiempo, etc.) como medicla
común. Una exacción fiscal sobre ur1 bien o transacción sttpone
la posibilidad de comparar bienes o servicios, en función 110sólo
de un patrón comercial, si110 de un "precio objetivo" determi-
nado sobre un mercado. Para decirlo brevemente, el primer ar-
gume11to de Deleuze y Guattari consiste en demostrar que esas

24 MM, p. 419.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

tres suposiciones son bloqueadas por los códigos primitivos qt1e, [ 59 J


por el contrario, no cesan de heterogeneizar los terrer1os explo-
tados, las actividades y trar1sacciones. En función de las materias
trabajadas, las circunstancias y st1s calificaciones complejas, de
las significaciones extraeconómicas y las forn1as de expresión de
las actividades, ta11to las prácticas como st1s coordenadas espa-
ciotemporales son rnantenidas en una heterogeneidad cualita-
tiva, que impide la aparición de u11a superficie de inscripción
antropológica, capaz de ho1nogeneizar los te1·ritorios, activida-
des, intercambios y enticlades interca1nbiadas. No porque no se
disponga de u11 poder métrico para comparar: la superficie de
inscripción neutraliza de a11temano la posibilidad mism,t de ur1a
comparación, a saber, la l1omogeneidad de qt1e depe11de la con-
mensurabilidad de los términos relacionad.0s 25•
A partir de entonces, el problema ele partida -la deter111ina-
ción del umbral de emergencia de una for1na-stock- se desdobla,
pues no pt1ede recibir la misma respuesta en uno y otro sistemas,
o, e11otras palabras, porc1ue de uno a otro, la 11oción de "t1mbral"
debe cambiar de sentido. Para afirmar que las sociedades primi-
tivas conjura11 la Renta, la Ganancia y el Impuesto, y que estos
sólo adoptan esas formas en 1111aposición determi11able como lí-
mite, aún l1ace falta demostrar que este límite, jz1stame11te, no es oc11-
pado y 110se supo11e que lo sea. En efecto, el peligro es siempre el
misn10: atribuir a dichas sociedades tin cálc11lo para resolver un
problema que no les perte11ece, y que sólo se pla11tean cuando se

2 5 Analizanclo la organización espaciotemporal de las actividacles de los


Nuer, Evans-Pritchard destacaba cómo esa itinerancia serial que ins-
cribe cada segmento territorial en u11a sucesión mantiene los territo-
rios no coexistentes e impide 11nacomparación directa de los diferer1tes
segmentos entre sí; Los nzíer (1937 ), tr. esp., C. Manza110, Barcelona,
Anagrama, 1977, pp. 157-158 sqq. Para 11n caso no menos ejemplar
de actividades prod11ctivas determinadas por códigos "en variación
continua", véase MM, pp. 498-499, otra vez co11referencia a M. Sahli11s.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 60] les impone de fuera (en general, con el cálculo que se supone les
permitiría "tratarlo" 26) . Tam1Joco basta co11decir que las socieda-
des sin Estado limitan la explotación de los territorios (con res-
pecto a una 1nedida del rendin1iento de los suelos supuestamente
dada); que limitan el trabajo (con respecto a una productividad,
como medida de las fuerzas de trabajo y del tien1po empleados e11
las actividades de producció11, supuesta1nente dada); o que limi-
tan los intercambios (co11 respecto a una medida cuantitativa de
los bienes acumulados supuestamente dada). Hay que decir que
conjura11 la posibilidad misma de esta triple medida, en una rela-
ció11, sin embargo, determinable con ésta. Aquello que conjuran
es la posibili dad mis1na de tener que vérselas con el límite, co1no
con u11 hecl10 o problema. La actividad pri1nitiva no se limita
simpleme11te para evitar prod1.1¡cir 111ásde lo requerido por las 11e-
cesidades del grupo o i11terca1nbiar ntás bienes que los prescritos
por la circulació11 de las deudas de alianza; se limita para evitar
que esta diferenciación encuentre la posibilidad de establecerse .
. E11 todo rigor, tambié11 diremos que no se limita (sino desde un
punto de vista exterior, el pensador de Estado que presupone ya
lo que se cuestiona): sólo evalúa de manera anticipada el límite
en fu11ció11del c11alpuede reproducirse el agenciamiento antes de
que el límite sea ocupado y se vuela p1;oblemático.
De al1í la idea de que en los procesos de anticipació11-conju-
ración el límite no determina un pri1zcipio de difere1zciació1z (entre
las tierras y sus re11dimientos, entre productividades, entre tra-
bajo "necesario" y: sobretrabajo, etc.), pero funciona e11sí mismo
como una relació1z difere1zcial ("lími te"/ "umbral"). El modelo
técnico de semejante concepción diferencial del límite se e11-
cuentra en u11areinterpretación de la lógica marginalista (hacien-
do a un lado, señalan los autores, la flaqueza del marginalismo

26 Lé,ri-Strauss lo l1ace 11otar e11 Raza e historia, Madrid, Atalaya, 1999,


pp. 104-137.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

sobre el plano económico) para formalizar t1n ciclo de repro- [ 61J


ducción simple sin efecto de acumulación. Sea una lógica serial
y ordinal tal que, en un ciclo de intercambio, cada prestación es
proporcionada, no con un stock para gastar o restituir (según un
principio económico de act1mt1lación), ni con una contrapresta-
ción obligatoria (según un principio simbólico de reciprocidad),
sino con la diferencial interna entre el límite como "último" in-
tercambio antes de recomenzar el ciclo, y el límite como "um-
bral" donde no podría ya reproducirse sin cambiar de estructura;
se estropea así la evaluación del "último" como razón de la serie
y se potencia la apertura de una acumulación ampliada o vir-
tualmente ilimitada. Según este esquema lógico, la diferencial
límite/ umbral como razón de la serie o regla de seriación de las
prestaciones funciona como un principio de distribución ordi-
nal: no se refiere cada término al precedente ni al siguiente por
comparación directa, sino en su relación con el límite que los
proporciona. El proceso maqt1ínico correspondiente es llamado
de "anticipación-conjuración" (y no sólo de conjuración, como
en Clastres) para marcar, precisamente, esa relación diferencial.
Se conjura el umbral estatal, pero aquello que se anticipa, más
acá del t1mbral, es el límite en que el ciclo puede cerrarse y re-
comenzar en una reproducción simple, es decir, sin qtte el umbral
deba ser anticipado como tal. Ya veremos cómo también la "guerra
primitiva", que Clastres incluía entre los principales dispositivos
de conjt1ración del Estado, conjura efectivamente la captura de
un monopolio de la violencia, cuando la guerra se inscribe en
tina economía marginalista de la viole11cia, o sea, en un tratamiento
serial y ordinal de su limitación (a contra1·io, la cuestión de saber
cómo el Estado piensa su propia limitación de la violencia se
verá, sin duda, modificada).
La condición material del umbral estatal (stock) no se define,
entonces, por un simple excedente observable de manera em-
pírica, sino por un cambio de funcionamie11to del límite en el
,
POL/TICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 62 J 11uevo sistema. Para ser exactos, l1ace falta que, más allá del lími-
te, el u1r1bral sea ocu1Jado, y que adopte un nuevo sentido, 1nien-
tras el límite adopta, sin1ultá11ea111ente, u11anueva funció11. Des-
de u11 punto de vista descriptivo, resumen Deleuze y Guattari,
l1ace falta que "la fuerza ele iteració11 serial [sea] sustituida por
una pote11cia de simetría, de reflexión y de comparació 11 global"
que someta todas las cosas a una homoge11eidad formal que las
vuelva. conme11surables, y directamente comparables e11tre sí.
Precisa111ente, el límite deviene operador de esa comparación
directa, y sun1í11istra un pri11cipio de difere11ciació11 de lo ne-
cesario y lo excedentario stockable: "ya 110desig11a el final de 11n
1novi1nicnto que se acaba en sí mismo, sino el centro de sin1etría
para dos 1novin1ie11tos, uno de los cuales dis1ninuye y el otro au-
menta". Una tarea esencial con'' siste, e11to11ces, en determinar el
un1bra.l del 11uevo conjunto. Ya no lo e11contraremos en el borde
exterior del sistema, "después" del límite que orde11aba las series
prácticas; se l1a i11teriorizado e11 el sistema y co11stituye su base,
el principio de un co11ju11to ca1·di11al c11yo gra do cero define. El
n1odelo abstracto de la re11ta difere11cial es ya un ejen1plo: "La
peor tierra (o la peor explotació11) 110 itnplica renta, pero hace
que las otras la i1npliquen, la 'produzca11' co111parativamente" 27 •
Pero el umbral no sólo es característico de u11aparte del sistetna
(el tcrre110 menos fértil); es más bie el n1omento paradigmáti-
co de l101noge11eizació11 del conjunte, de la nueva superficie de
i11scripció11 por u11a descalificación .previa de las territorialida-
des primitivas que hace posible su aprehensión y apropiació 11
global. Es co1110ui1a tab11la 1·asa previa: ta11to da decir que todos
los territorios so11equivalentes, o que la tierra e11sí no vale nada
(la tie1·ra es una idea de la ciudad); pero un conjunto de valo-
rr s será "prod11cido" por comparación de los ter1·itorios e11tre sí
(renta difere11cial), y bajo la suposición de 1111¡>unto de apr opia ció 11

27 MM, p. 447.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

global (propietario eminente), operando una distribución de los [ 63 J


territorios qt1e incluye en el cálculo de valor la peor tierra (renta
absoluta o monopolio) 28•
Sucede lo mismo en cuanto a las actividades. Según el para-
digma asiático, es en el empresariado de Estado donde se de-
termina el nuevo umbral del sistema: trabajo empleado en las
construcciones monumentales, en tanto que obras no const1mi-
bles socialmente. Lo qt1e en términos n1arxistas podría llamarse
sobretrabajo es también el grado cero del nt1evo sistema de las ac-
tividades prodt1ctivas. Es en las grandes obras pí1blicas, hidrát1li-
cas, monumentales y t1rbanas, directamente en el lugar donde se
organiza el sobretrabajo, donde puede operarse t1na apropiación
global de las actividades, transforma11do el régimen de i11scrip-
ción de todas las actividades productivas, y es tambié11 allí donde
se inventa una socialización y t111acooperación de las tareas, c1ue
las hace comparables entre sí, q11e se instala toda 11natecnología
escritura! y contable de ct1a11tificación de las f11erzas colectivas
empleadas. El sobretrabajo no viene entonces "después" del tra-
bajo, en exceso con respecto a un trabajo que se st1pone necesario
(para la satisfacción de las necesidades o la reproducción de la
ft1erza de trabajo empleada), como podría creerse a partir de una
aceptación contable de Slt diferencia, o de t1na distinción empíri-
ca simple del trabajo destinado al consumo y un trabajo en cor-
vea o tributo. La primera distinción no se establece entre trabajo
y sobret1·abajo, sino entre la actividad en variació11 continua y
el sistema sobretrabajo-trabajo, qt1e co11stituye la for1na-trabajo
er1 su conjunto. "Inclt1so cuanclo están diferenciados y separados

28 El modelo del análisis se enc11entra esta vez en la idea marxiana de


renta absoluta, que reposa sobre el carácter especial de la propiedad
de la tierra: véase MM, pp. 448-449, nota 28. Es en la obra de David
I-Iarvey, en su reelaboración de la "renta de mo11opolio", donde podría
encontrarse 11n prolongarniento ele la tesis de Deleuze y Guattari
(aunque Harvey no les hace referencia).
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 64] [.,.] no l1ay trabajo que no pase por el sobretrabajo" -del cual se
deduce y el cual presupone, así como la comparación directa de
las actividades presupone la apropiación mo11opolística de esas
actividades: "Sólo a ese nivel puede hablarse de u11valor-trabajo
y de u11a evaluación basada en la cantidad de trabajo social"' 9- ,
La captura estatal de las actividades está incluida, analíticamente,
e11la idea de trabajo abstracto.
¿Puede l1allarse un esquema lógico a11álogo para el tercer
requisito de la fortna-stock: el elemento del intercambio y el
comercior' Más allá del lí1nite que mantiene los intercambios
"primitivos" en u11al1eterogeneidad cualitativa, en virtud de un
principio de no conmensurabilidad que integra las prestaciones
a los códigos de alianza, 110 en términos de igualación y compa-
ración de valores de cambio 3º , ,sino en términos de don y deuda,
¿cómo determinar el un1b1·al en función del cual el interca1nbio
deja de expresar directame te relacio11es sociales de alianza y
deviene una función derivada de la acumulación, una práctica
condicio11ada por la utilización y reco11stitución de u11 stock 3 ' r'
La determinación de ese umbral tiene que ver, para Deleuze y
Guattari, con la captura fiscal: el impuesto como aparato de cap-
tura, por cua11to co11diciona materialme11te el mantenimiento de
una burocracia, un cuer¡Jo de funcionarios, oficios especializa-

29 Véase MM, pp. 448-449.


30 Sobre la teoría qe los "bloques de deuda finita" en El Anti Edipo, una
lectura lévi-strat.issiana oblicua de las prácticas de dones y contrapres-
tacio11es co11sagrada por la discipli11a, i11spirada ta11to en una i11ter-
pretación nietzscl1ea11a de Mauss como e11 el estudio clásico de E.
Leacl1 sobre los I(achin, y reabriendo el programa de u11a crítica de
la eco11omía política en funció11 de los diferentes regíme11es [Jolítico-
eco11ómicos de la relación deudor-acreedor: véase A. Janvier, "De la
réciprocité des écl1anges aux dettes d' alliance", cit.
31 "Con anterioridad, puede haber gra11eros de intercambio, pero no
reservas e11 sentido estricto. El intercambio 110 supone unas reservas
previas, sólo s11po11euna 'elasticidad"' (MM, p. 447 ).
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

dos, las instituciones judicial y militar. ¿Pero cómo determinar [ 65 J


el impuesto como ttn grado cero del intercambio (y no como co-
rrelato o, inclt1so, efecto de una economía mercantil): no ya el
límite anticipado-conjurado por el intercambio primitivo, sino,
por el contrario, la base de un nuevo sistema que ha cambiado el
sentido y la función de los límites ele lo intercambiable y lo no
intercambiable!'
Par empezar, invirtiendo dos prejuicios conservados durante
mucho tiempo en antropología e historia económicas: la historia
del impuesto seguiría la evolución de la renta, correlativa de una
monetización de la economía, que de tina renta en trabajo y en
especie habría hecho pasar a una renta pecuniaria. En cuanto a
esa monetización, se st1po11e que venclría del desarrollo de los
intercambios comerciales y exigencias del comercio entre grt1-
pos distantes. Contra esto, Deleuze y Guattari examinan algunos
ejemplos tanto más significativos cuanto que, al remitir a situa-
ciones tardías que se apartan del polo paradigmático-despótico
de un aparato de Estado separado, al servicio de los intereses y
la propiedad privada de tina clase dominante, atestiguan, sin em-
bargo, un proceso todavía independiente de la propiedad pri-
vada, conocido ya de los i1nperios arcaicos. Así, la reforma del
tirano Cípselo en Corinto, según el estudio de Edouard Will,
que desde 1970 había inspirado a Foucault un análisis de las fun-
ciones rituales, políticas, religiosas y no comerciales de la insti-
tt1ción monetaria 32, puso en evidencia un n1ecanismo por el cual
"el impuesto a los aristócratas y la distribución de dinero entre
los pobres son un medio de hacer volver el dinero a los ricos",

32 M. Foticault, Lecciones sobre la voluntad de saber. Curso en el College de


France (1970-1971), Bue11os Aires, F C E , 2012, p. 157 sqq. Estos análi-
sis y su retoma por Deleuze y Gtiattari han sido oportunamente reac-
tivados recientemente por M. Lazzarato, La fábrica del hombre endeu-
dado. Ensayo sobre la condición neoliberal, Buenos Aires, Amorrortu, 2011,
pp. 91-92.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 66 J unilateralizando y a1npliando el régitnen de las deudas. En esa


extraña parodia estatal de do11/ contraprestación -grado ce1·0 del
i11tercambio o eufemismo del Estado cuando pretende refundar-
se abolie11do las " ¡) equeñas deudas" -- la i11stitución y la función
mo11etarias aparecen, en efecto, inmediatamente deter1ninadas
en un ciclo que sólo abre u11 sistema de interca1nbio mercan-
til, porque l1a vuelto la deuda infinita: "a) U11a parte de las tie-
rras de la aristocracia de linaje es confiscada, y distribuida a los
ca1npesi11os pobres; b) pero, al mismo tien1po, se constituye un
stock metálico, por captura sobre los proscritos; c) este mismo
di11ero es distribuido entre los pobres, pero para que lo e11tre-
guen como indemnización a los antiguos propietarios; d) estos
e11to11cespagará11 el impuesto en dinero, para asegurar la circula-
ció11 o rotació11 de la moneda, y una equivalencia con los bienes
y servicios" 33,
El estudio de E. Will es ejetnplar porque muestra cómo, cuan-
do el i1npuesto adquiere una forma monetaria, es indisociable de
un control de la 1no11eda, de su emisió11 y distribución por un apa-
rato de poder. Y esa distribución se efectúa en co11diciones tales
que de allí se despre11de un endeuda1nie11to de pri11cipio: retorno de
la mo11eda al Estado y equivalencia de di11ero, bienes y servicios,
inaccesibles ft1era de esta circulació11 monetaria. El orde11 lógico
e histórico de las razones no es, pues: .desarrollo del comercio ___,.
11ecesidad de u11equivalente general del valor de cambio y apari-
ció11 del patró11 monetario - transfórmaciones de los modos de
exacción de Estad9, en di11ero y ya no en especie. El orden es, por
el contrario: constitució11 de un stock metálico ___,.creación de un
sistema de circulació11 e11 que se equivalen rentas, bie11es, servi-
cios, y e11 que las emisio11es de ese stock podrán funcionar como

33 MM, pp. 449-45'0, nota 30, y ya e11 el AE, pp. 203-204, con referencia a
É. Balazs, J(orinthiaka: recherches sur l'histoire et la civilisation de Corinthe
des origines auxguerres 111édiquesParís,
, de Boccard, 195'5', p. 470 sqq.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

moneda _,. circulación efectiva de los valores de cambio 1no11e- [ 67 J


tizados, en condiciones sistémicas de control estatal de la circu-
lación monetaria y de los interca1nbios comerciales. El impL1esto
es la forma originaria de la moneda, la condiciór1 de base de un
mercado monetizado. Es otra aplicación del axioma conceptual
expuesto antes: las formaciones sociales se definen "por procesos
maquínicos, y no por modos de prodt1cción (que, por el contra-
rio, dependen de los procesos)". En esta ocasión "el Estado ya
no sL1por1eun modo de producción, es el Estado el que convierte
la producción en un 'mo do' " 34• DeleL1ze y Guattari arrojarán la
consecue11cia en Mil mesetas: por otros procesos maquínicos, bajo
otras formas de potencia en relación de coexistencia, concliciona-
miento y conflicto con la potencia estatal de captL1ra, el dinero
será puesto al servicio de nL1evos signos de potencia comercial (en
las forn1aciones de polarización urbana, de englobamie11to ecu-
ménico e, incltiso, en las formaciones nómadas, en función de su
rol en el cornercio de larga distancia entre formaciories estatales
o imperiales), en empresas bancarias y mercantiles relativamente
autónomas respecto de la sobrecodificación de Estado, o capaces
inclL1so de desviar el régime11 de la deuda infinita en provecho
de otras potencias. Pero la forma n1onetaria como equivalente
general de los valores de cambio no p1·oviene de esta historia que,
por el contrario, no deja de acL1sar la operació11 de poder -y no
de inte rca mb io- que la funda. "Pues, de seguro, el dinero no co-
mienza sirviendo al comercio, o al menos no posee un modelo
autónomo mercantil", y cL1ando comienza a desempeñar un rol
en los intercambios mercantiles, lo hace menos en tanto que ex
mercancía elevada al rango de forma de expresió11 para todos los
valores de cambio, que como instrumento económico-político
de sujeción de los comerciantes al Estado 35• La moneda provie11e

34 MM, p. 437.
3) AE, p. 203, con referencia al estudio Étienne Balazs sobre el rol del
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 68] del impuesto, pero en las co11diciones de un mercado que a través


de la 1no11eda el Estado constituye, y de cuya est1·uctura se apro-
pia inmediatamente de ma11era monopolística, sometiéndolo a
su control para volver infinita la deuda. Así encontramos otra
vez el double bind de la captura: 110sólo la comparació11 relativa y
la apropiación monopolística, sino, 1nás importante aún, la pre-
suposición de la ap1·opiació11 mo11opolística, estructuralmente inclusa
dentro del campo de lo comparable. La moneda es el instrume11-
to o el medio de comparación de los valores de can1bio expresa-
bles en precios objetivos. Pero, si la tnoneda es su instrutnento,
se debe únicamente a que provie11e del impuesto, el cual homo-
geneiza dinero, bienes y servicios o, en otras palabras, produce
el medio de equivalencia general (que el dinero, en tanto que
medio de tnedida comparativa d,e los equivale11tes, expresa y su-
pone, pero no engendra) y hace posible la comparación directa
y la exacción diferencial. En e:;se sentido, el impuesto constituye
el "umbral" del intercan1bio o el grado cero del nuevo sistema.
La exacción fiscal se opera sobre u11 componente excedentario
del valor de cambio, representado en la objetividad contable del
sistema de precios co1no .valor fiscal adicional; pero el exceden-
te constituye, además, el elemento de base que permite la ob-
jetivación de los precios. En realidad, el impuesto co11stituye,
entonces, menos un elemento adicio11al de precios previamente
deter1ni11ables, que la "primera capa de un precio 'objetivo', el
imán monetario al que los demás elementos del precio, renta y
beneficio, se añaden, se aglutinan, co11vergen en el mismo apara-
to de captura" 36• Así como lo vimos para el sobretrabajo, la apro-

poder imperial bajo la di11astía Tang e11 un siste1na n1011etario supre-


mame11te codificado: La Bureaucratie céleste, París, Gallimard, 1968,
cap. XIII: "La naissa11ce du capitalis1ne e11 Chine", pp. 299-300 sqq.
(La Burocracia celeste. Historia de la China i111perial, tr. esp., Barcelona,
Barral, 1974).
36 MM, p. 450.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

piación se ejerce sobre una diferencia o tln exceso que no viene [ 69 J


"después" del límite "normal"; antes bien, este exceso determina
interiormente la constitución de la norma, donde se encuentra
desde siempre comprendido, de suerte que "el mecanismo de
captura forma ya parte de la constitución del conjunto en el qt1e
se efectúa la captura" 37•
Este análisis de la forma-stoc k y su proceso de captura arro-
ja una luz materialista sobre la estructura de presuposición de
sí mismo (y sobre el "prestipuesto natural o divino" de Marx).
Aquélla no es ya característica de la forma-Estado considerada
globalmente, sino que depende del funcionamiento semiótico
de los aparatos materiales de Estado, en sus dimensiones respec-
tivas y en su acción convergente. Depe11de de los mecanismos de
inscripción de los cuerpos, territorios, bienes, signos, acciones y
circulaciones, en las tecnologías del pensamiento y de la práctica
colectiva. Sí: como tina "idea" requerida desde siempre por la
aparición de sus aparatos materiales, el Estado parece presupo-
nerse a sí mismo, porque en la constitución de estos aparatos,
la renta diferencial prest1pone una renta absol11ta, el trabajo pres11-
pone un sobretrabajo, el mercado monetario presupone el impttesto.
El Estado es inseparable de una captura sobre flujos materiales:
hombres y tierras, bie11es y signos. Captura que no consiste sólo
en u11a apropiación económica y jurídica, sino en la constitució11
de un modo de objetivación, localización e identificación, donde exac-
ción y apropiación estatal parecerán objetivamente inscritas en
la "naturaleza" misma de las cosas. Si es verdad, como afirmaba
Foucault, qt1e el poder no puede analizarse únicamente como
operación negativa, sistema de privación, exacción y coerción,
hace falta decir que el poder de Estado no extrae ni se apro-
pia de nada, sin constituir antes el espacio donde las exacciones

37 MM, p. 452.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 70 J pueden efectuarse, de modo que su sustracció11 parezca objeti-


vamente inscrita en la estructura 1nisma de los fenómenos so-
ciales. Exacción y coerción no son más que un mome11to del
double bind de la captura --mome11to efímero, por lo de1nás ... -.
El Estado contribuye a producir la objetividad social qt1e será
sometida necesari.ame11te a su control y apropiación, él mismo
ganando u11a11ecesidad absoluta e11esta clausura circular, en esta
objetividad que l1a i11corporado su coerción y donde acabará por
desaparecer, en la 11ormalidad a11ónima del orden de las cosas.
Así compre11demos cón10 la estructura de presuposición de sí
mismo determina u11 funcio11a1niento singular del mo11opolio. Si
los 1no11opolios de Estado (no sólo la "violencia física legítima'',
si110 la exacción fiscal, las fronteras territoriales y las normas
últitnas de la reside11cialidad, etc.) 110son fenóme11os mo11opolís-
ticos e11tre otros, si110 el paradigma de todo mo11opolio, se delJe
a que en estos el monopolio ,aparece, 110 co1110t1na posibilidad
exterior a la relació11 que el 111011opolista e11tretiene co11 la cosa,
pero como una propiedad i11ter11a de la cosa, u11a desti11ación
interior de la cosa. E11 este sentido, el 1no11opolio posee una es-
trt1ctt1ra feticl1ista. Efecto pri11cipal del "movi1niento objetivo
apare11te" de la forma-Estado. Feticl1e estatal, el n1011opolio es,
de l1ecl10, el feticl1ismo de base.

CAPTUR A Y SOBERANÍA: ECONOMÍA Y


,
ANECONOMIA ESTATALES DE LA VIOLENCIA

La definició11 del Estado por el mono¡Jolio de la violencia física


legítima se inscribe e11un círculo que acusa un pe11sa111iento ya
"estatizado" del Estado y su relación con la violencia. En efecto,
este 1nono1Jolio atañe a u11a violencia que sólo el Estado pt1e-
de ejercer. Cua11do u110 precisa que esta violencia es legítima,
la precisión es entonces analítica y 110sintética; 110 se añade una
cláusula restrictiva al mo11opolio de Estado, lJorque se l1a cerrado
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

u11círctilo tautológico, donde monopolización y legitimación re- [ 71J


miten la una a la otra, so11reforzadas la una por la otra. El mono-
polio de una "violencia ilegítima" sería 11nacontradicción en los
términos, tan i11sostenible como la idea de un derecho del más
fuerte e11Rousseau. Inversa1nente: ¿Cómo contestar la violencia
de Estado, si no se encadena la crítica de su legitimación con la
crítica de su monopolizació11, si no se traduce, uno en otro, el
derecho a su deslegitirr1ación y el hecho de la contraviole11cia?
Esta sitt1ación parece valer esencialmente en las co11dicio11es
n1odernas, y e11 relació11 con el "Estado de derecl10". Deleuze y
Guattari la encuentran, sin embargo, i11scrita en la forma-Estado
como tal, y detern1ina el problema 11odal de la autoridad soberana:
problema de una articulación estatal de la violencia y el derecho,
susceptible de ser i11stit11cionalizada y mo11opolizada, que los Es-
taclos modernos no l1acen más que reactivar, en función de nuevas
dialécticas de legitimació11 y deslegiti1nación del poder de Estado,
y de articulaciones conflictuales que conde11san e11tre los procesos
de captura y otras pote11cias. Este problen1a. se verá esclarecido por
el funcionamiento sui generis del lí1nite en las formaciones socia-
les que proceden por captura de manera dominante, formaciones
estatales, por co11traste con la econo1nía ordi11al y serial del límite
implicado en los n1ecanismos de a11ticipación-conjuración. Dos
formas muy disti11tas de tratar la viole11cia, de "economizarla", no
porque en u11caso y otro se e¡ercer1a mas o menos, sino porque
• , f •

se trata de dos maneras cualitati,,a y estructuralmente distintas de


limitarla, haciendo fu11cionar su limitación e1zla manera de eje1·cerla.
I a for1na-stack, la for1na-soberanía, so11 las dos cabezas de
la captura de Estado. Tanto como la primera, la segunda exige
una determi11ación estructural y no sólo jurídica del monopolio
de Estado. Por eso, Deleuze y Guattari vuelven sobre los análi-
sis clásicos de G. Dumézil, acerca de "la ideología trifuncional"
indoeuropea: menos para revisitar los mitos que para extraer
una estructura i11telectual perfectame11te actual e11 las ciencias
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 72 J sociales y políticas, donde vuelven a encontrarse, sobre un pla-


. no jurídico-político, las aporías evolucionisras que expusimos
más arriba sobre el plano económico 38• Lo prueba, en sociología
e historia del derecho, la influencia del mito científico de una
evolución de la violencia social co1no especialización de su ejer-
cicio dentro de una institución que le estaría reservada, y cuya
monopolización progresiva orientaría hacia una racionalización
de sus reglas, medios y fines, sig11iendo una tendencia a la auto-
limitació11 de la violencia de Estado en la institución del Estado
de derecho. En su versión jurídica, no menos que en sus ver-
siones económica o política, este esquema evolucionista supone
rest1elto el problema del origen del Estado, y reprime de paso la
nat11raleza aporética de esta resolució11. A un tiempo define el
ft1ncionamiento objetivo de la.i tautología estatal, la permanen-
cia de su estructura en la historia de los Estados, y la violencia
crónica de sus efectos específicos. Pero este mito evolucionis-
ta, esta denegación, son justamente aquello que la mitología ha
puesto siempre en escena. El leitmotiv de la ciencia política de
11naji1ridización de la violencia de Estado pertenece a la estruct11ra
basal de la "función de soberanía" expuesta por Dumézil. Tanto
en sus expresiones mitológicas arcaicas como en sus reescritu-
ras posteriores, la misma dualidad de la. función soberna apareja,
unas veces en relación de complementariedad, otras en relación
de evolución, la figura mágica de un. soberano terrible, potencia
mágico-religiosa que procede por "vínculo" o "captura mágica",
y la figura de un spberano pacificado y pacificador, potencia le-
gista que procede por reglas y respeto de las obligaciones, agente
de una "civilización" de la violencia de cuyo polo el primero se
excluía: Varuna y Mitra, Júpiter y Marte, Rómulo y Numa, etc.
Pero esta estructura ideológica donde el derecho se muestra, sin
importar la ambivalencia de su relación, inseparable de un gesto

38 Véanse las dos aperturas, simétricas, de las mesetas 12 y 13.


GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

sobera110 de tipo mágico-religioso, cuyas trazas siguen hallando [ 73 J


los l1istoriadores del prederecl10 arcaico, sacude la idea de una
simple evolució11 que nos conduciría de una edad dominada por
la eficiencia simbólica de una potencia, a la de un positivismo
complacido en el valor de obligación que la formalidad confiere
a la regla. Los dos polos de la soberanía se oponen todo lo que
se quiera, pero en vano reemplaza el segundo, jurídico y cívico,
la violencia soberana del "Dios que lía" por la soberanía pacifi-
ca11te de la regla y los compromisos de justicia, pues el segundo
polo presupone 11ecesariamente la violencia primera, sin la cual
nu11ca e11contraría la posibilidad de establecerse. La presupone
ya consumada, en el instante mismo en que la reprime; aún más:
presupone su efecto permanente, allí 1nismo donde la suplanta39 •
Ocurre así, porq11e la codificación jurídica de la violencia, su
limitación bajo co11dición de reglas de derecho, presupone u11a
operación previa de destrucción de las significaciones sociales de la
viole1tcia. Supone que la violencia deje de aparecer como un he-
cho social. Sin esta "descodificación" que destroza sus signifi-
caciones inmediatas, jamás podría la violencia ser objeto de una
enunciación normativa relativamente autónoma --como es la
enu11ciació11 juríd ica- en relación con un conjunto de prácticas
sociales y sus fuentes heterogéneas. La codificación jurídica de
la violencia presupone una descodificación soberana y una deso-
cialización de la violencia, de manera que ésta pueda apa.recer
como un modo de relación social, una dimensión constitutiva de
las relaciones sociales susceptible de ser codificada, regulada y
ritualizada en cuanto tal.

39 MM, pp. 435 y 464-465 ("hay u11 único momento, e11 el sentido de
acoplamie11to de las fuerzas, y ese momento de Estado es captura, lazo,
vi11culo, nexu111, captura mágica. ¿Habría que hablar de segundo polo,
que operaría más bien por pacto o contrato? ¿No es esa más bien la
otra fuerza, de tal forma que la captura forma el único momento de la
pareja?").
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 74 J Semejante codificación no jurídica de la violencia es emble-


mática. Clastres la había destacado ya en su análisis del funcio-,
namiento supremamente circunscrito y ritt1alizado de las ins-
tituciones guerreras guayal<íes. Fur1cíonamiento económico, es
decir, integrado en una economía social de la violencia, por cuanto
inscribe la violencia guerrera -la misma que el Imperio querrá
destrozar para imponer su Pax I11caica- en tln sistema (le reci-
procidad :1parente (se trueca11 golpes como se truecan mujeres,
bienes y signos) cuyos desequilibrios dinámicos conjuran el t1m-
bral que haría cambiar la serie de los golpes propinados en un
sistema de acumulación de los golpes gar1ados y perdidos, o sea,
en una capitalización del ejercicio de la violencia gt1errera con
provecho exclusivo de t1n individuo o grupo y en detrimento
de los otros, embrionando el ll1gar de un poder de tipo esra-
tal, fundado e11la superioridad de la fuerza o el prestigio de las
armas. En los térmi11os guattaro-delet1zianos de un proceso de
anticipación-conjuración, las sociedades sin Estaclo proceden de
una economía seg111entaria y serial de la violencia, qt1e en la objeti-
vidad social adopta la forma de un "golpe por golpe", intercambio
aparente sin act1mulacióh de victorias y derrotas. El intercam-
bio o la reciprocidad pertenecen estrictamente al movimiento
objetivo aparente: en el agenciamiento anticipación-conjuración
subyace11te cada golpe qt1e se da es ptoporcio11ado, no directa-
mente con tln golpe recibido, sino según el lugar que oct1pa en
una serie de otros golpes dados, e11funció11 de u11a anticipación
de un golpe último (umbral de la serie) que destruiría la repro-
ducción del ciclo, es decir, que comprometería la estructura so-
cial y los modos de institucionalización de la violencia propios
a la reproducción de esta estrt1ctura 4º . Eso que a cada golpe se

40 Sea, por ejen1plo, el caso analizado por Clastres ("La desgracia del
guerrero salvaje", e11 Investigaciones en antropología política, México,
Gedisa, 1987, cap. 12) de una dinámica cruzada e11tre dos ascensiones
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

a11ticipa es, e11to11ces,la diferencial entre un "postre r golpe" como [ 75 J


lín1ite a partir del cual el ciclo puede ser relanzado o una nue-
va serie abierta y un "golpe zíltimo" como umbral que pondría
en peligro la reproducción del agenciamiento. La naturaleza de
los golpes puede ser 1nuy diversa, lo esencial so11 los caracteres
que los integran en u11a econon1ía social de la viole11cia: s11se-
riació11, la diferencial entre límite y umbral, entre "postrer" y
"último"; el juego de esa diferencial como razón de la serie, que
constituye la regla de proporción y limitació11 de cada uno de sus
térmi110s; la evaluación que constituye esta diferencial y la trata
disyu11tivan1ente, separando el lítnite por anticipar y el umbral
por conjurar, asegurando así la reproducción cíclica del agencia-
miento social subyacente; el carácter supremamente ritualizado
y codificado del ejercicio de la violencia resultante; e11 fi11, el
"movimie11to objetivo aparente" que la violencia cobra en la ob-
jetividad social -a saber, el de un i11tercambio de los golpes pro-
pinados, sin ascensió11 posible a los extremos, pero co11 margen
de error e11la a11ticipación y evaluació11, de tnodo que pueda ser
te11ido por límite aquello que era ya el umbral: la destrucción, el
derrumba111ie11to irreversible como últin10 accidente.
Se comprende que no exista, e11Deleuze y Guattari, evolucíó11
posible entre una economía social de la violencia y la violencia de
Estado: ésta supone un n1on1ento radicalmente a1zeco1zómico que

a los extremos: de los riesgos tomados dtirante el asalto y de los presti-


gios obte11idos co11éxito, que hacen ya discernible una plaza de poder
(un1bral), pero cuya ocupación pere11ne es co11jurada -el guerrero no
medra su prestigio si11trabajar a su certera muerte (límite). Deleuze y
Guattari destacan la analogía con un dispositivo observado en la socio-
logía de las pandillas, donde las reglas de ascensión al liderazgo son
sancionadas por n1eca11ismos de eliminación o exclusión (e11 función
de la edad, de una "promoción" que obliga a aba11donar el grupo para
ingresar e11 el hampa profesionalizada, o según u11a lógica de sobre-
puja mortal sen1eja11te a la que analiza Clastres): MM, pp. 442-443.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 76 J suplanta, destr11ye, incluso, la lógica del golpe-por-golpe pri-


mitivo. Aneconómica, la violencia origir1aria del Estado es una
forma especial de ilimitación, no sólo porque transgrede el límite
de las series ordinales, sirio porque el Estado ocupa su umbral más
allá del límite, cambiando radicalmente el sentido y la función.
Por fin ha sido ocupado, positivamente, aquello que se conjura-
ba como umbral de destrucción del grupo .. Aquello que poseía
valor de "último" en la serie de los linajes deviene "primero" en
la instauración de Estado. Aquello que l1acía funcionar el lími-
te como un operador de reiteración en la reproducción cíclica,
se encuentra reemplazado por un acto único, u11 golpe ú11ico o,
según una expresión recurrente en la 13.ª meseta: la violencia de
Estado surge de golpe y triunfa "una vez por todas" 4 1• "El aparato
de Estado hace que la mutilació,n ,
e incluso la muerte se produz -
can previamente. Tiene necesidad de que ya se h ay an producido,
de que los hombres nazcan de.ese modo, enfermos y zombies." 4 2

En realidad, se trata, entonces, menos de un "primero" como ele-


mento cualitativo de una serie, q11e de un grado cero de la vio-
lencia, umbral de un conjunto cardinal donde todas las violencias
comienzan por ser "puestas en común", es decir, descalificadas
y homogeneizadas, vueltas equivalentes entre sí por su común
carencia de significación social, l1echo que se ha convertido en
la condición para volver a diferenciarlas e11la regla de derecl10,
seg{1n una nueva regla distrib11tiva propia del poder de Estado y
sus conflictos propios.
Sería inexacto, ·•entonces, considerar el 11mbral de esta violen-
cia que actúa de "una vez por todas" como simplemente ajeno al
derecho, o como si compusiera su exterioridad absol11ta. Se trata,
por el contrario, de un grado cero tambié11 del derecho, 11mbral in-
terno que no puede como tal ser formulado jurídicamente, pero

41 MM, p. 456.
42 MM, p. 434.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

que abre el campo de formulación de la regla de derecho. Es en [ 77]


este sentido preciso como Deleuze y Guattari redescubre11 la for-
ma del 11exum. Por cierto, esta forma del derecl10 romano arcaico
l1a sido objeto recurrente de interpretaciones divergentes y deba-
tes entre historiadores del derecho, irreductible, en apariencia, a
todas las categorías de deber y obligación. El nexunz habría sido
un acto jurídico que ligaba si11contrato, sin condición ni acuerdo
entre las partes, pero unilateralmente, si11transferencia de título
11ialienación, y cuya fuerza de obligación derivaba de la solapa-
labra del prestador o donador, como expresión de una "potencia"
i11disociable de su eficacidad simbólica de tipo mágico-religioso43•
Cuando Dumézil propone reinterpretar esta forma prejurídica o
"cuasijurídica" a partir de la figura mitológica del Dios que lía,
lo hace para destacar la singularidad de ese "vinculo" de sujeción
sin simetría entre derecho y deber: un vínculo que en realidad no
vincula. La captura no une a quie11 liga y a quien es ligado, pues
se trata de una reciprocidad precaria y todavía brutal, cuyos tér-
minos re11egocian su propia reproducción y la perpetuación de su
efecto. Cuando el Dios que lía aparece e11el campo, "emperador
terrible y mago", paraliza de una sola n1irada a sus adversarios y
somete, petrifica de golpe a todas las fuerzas guerreras presentes
en la batalla. Como Varuna o Rómulo, "no es sorprendente ver
también a Odín intervenir en las batallas sin combatir demasiado
y echar, ante todo, un pánico paralizante sobre el ejército que ha
condenado y que liga, palabra por palabra, 'vinculo de ejército'"44.
Como afir1na el historiador del derecl10 Louis Gernet, el nexum

,
43 P. Noailles, Fas et jus. Etudes de droit ro111ai11,París, Belles Lettres, 1948,
pp. 100-101, 114 sqq.; G. Du1nézil, Mitra-Varuna. Essai sur deux repré-
se11tatio11s indo-européennes de la souveraineté, París, Gallimard, 1948,
pp. 118-124; y L. Ger11et, Droit et pré-droit en Grece ancienne, París,
Garnier-Flammario11, 1976 pp. 105, 115 y sobre todo 141-142. Deleuze
y Guattari hacen alusión a estos debates en MM, pp. 436-437.
44 MM, pp. 433-435.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 78 J no constituye una relación de deber u obligación, pero sanciona


un "cambio de estado" radical e instantáneo, conforme al modo
de eficacidad de los símbolos mágico-religiosos del "prederecho"
arcaico 45. Al decir del mito: inmoviliza, paraliza, petrifica. Pties
la mitología no aporta la simple ilustración narrativa de tina for-
ma jurídica singularmente enigmática. Los mitos teoriza11, por el
contrarío, ,tquello que la escenografía ir1terna del derecl10 y stis
relaciones comprende si11poder representarlo: la fijación misma
de la escena.
Este nexo irr1plica, entonces, una violencia mtiy especial, que
apenas si puede ser calificada de violenta, puesto que hace im-
practicable, absolutamente, toda resistencia. Al instaurar la más
unilateral de las dinámicas de sometimiento, su asimetría propia
interrumpe toda posibilidad de combate, en la relación de una
no-relación 46• Su violencia no es la de una ftierza que se aplica so-
bre ttna fuerza adversa, en o contra tina fuerza capaz de ripostar,
oponerse o sustraerse a su efecto, sino violencia c1ue destruye la
relación de fuerzas e imposibilita, en últimas, toda violencia. En
este sentido aneconómico debe ser también llamada "originaria",
ilustrando por última vez la "taLJtología del origen" del Estado
-o la dimensión objetivamente tatitológica que el movimiento
de autopresuposición imprirr1e a la forma-Estado-. Estamos
obligados a pensar una violencia prirr1era, no en un tiempo que
suponemos el mismo y que distribuiría un antes y un despt1és,
sino como dimensión perma11ente del tipo de espacio social que esta

45' Véase L. Gernet, Droit et pré-droit en Crece archai'que, cit., pp. 132-133
et 141-142.
46 Dumézil subraya este punto en Mitra-Varuna, op. cit., pp. 113-114,
15'0-151 et 202-203: Urano "no con1bate, no lleva armas; no l1ay men-
ción de ninguna resistencia a su violericia y, sin en1bargo, algunas de
s11s víctimas son dichas 'i11s11perables en grandeza y f11erza:'; se con-
cl11ye, entonces, q11e la resistencia a Urano es se11cillamente inconce-
bible [... ]; cuando to1na la iniciativa, 'él liga', y eso es todo".
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

violencia instaura (u11a paz social que nos representamos bajo la [ 79]
forma necesaria de una paz absoluta, puesto que toda violencia
l1a sido allí privada "una vez por todas" de toda significación
social 47) y donde no posee, sin embargo, ni Da1·stellung ni apari-
ción objetiva. Así, de esta violencia hay que afirmar que siempre
ha tenido ya lugar y que nunca tiene "l11gar": sie1npre presup11es-
ta, pero como «c1orc1u1'd a" -no pue d e tener 1ugar " ad entro " -.
La pacificación estatal del campo social co11oce necesariamente
una violencia primera, pero que se borra, por así decir, en su
efecto, y que sólo aparece de manera 1nitológica, retroyectada en
la figura de u11a violencia origi11aria que, e11último término, no se
ha producido 11u11ca(de ahí el recu1·so a Dumézil).
Se aclara así, como escribe11 Deleuze y Guattari, la relación
estructural (y no de evolución) entre los dos polos de la sobe-
ranía. Cuando se "pasa" del primero al segundo, lo eser1cial no
radica en 11na progresió11, pacificación o civilizació11 de la vio-
lencia, si110 en la economía singular de una violencia que se de-
termina en la relación circular e11tre ambos polos, como estruc-
tura de co11ju11tode la sobera11ía de Estado: violencia que no deja
de oscilar e11tre dos supresiones de la percepción social. Por un
lado, la violencia mágica del Soberano q11elía, imposible de re-
sistir, violencia i11vencible l1echa de un golpe ---y, en últimas, una
no violencia, porque aniquila toda respuesta o contraviolencia
posibles-. Por otro lado, el polo del Soberano jurista y pacifi-
cador, cuyo giro tambié11 la vuelve imposible: incorporando la
violencia e11las reglas de la ci11dad, proporciona11do su ejercicio

47 Este co11cepto de "paz absoluta", que habría de cotejarse con los


debates act11ales sobre la "guerra justa", relanzados por la política
exterior estadounidense, pero tambié11 con los análisis de C. Scl1mitt,
quie11 ava11zó una de las primeras reproblematizaciones a la luz del
siglo xx, aparecerá e11 las reflexiones guattaro-dele11zianas sobre la
eco11omía co11temporá11ea de la violen.cia hacia finales de los años
1970, co1no habremos de ex .minarlo en la segu11da parte.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 80 J con las exigencias de la polis, haciéndola, inclt1so, una práctica


disciplinada, en virtud de una capacidad supuestamente adqui-
rida por la comunidad política para autolimitarse en su empleo
de la violencia. La acción convergente del umbral mágico y el lí-
mite jurídico recoge así la estructura de un doi1ble bind, cuyas dos
pinzas son, por un lado, tina violencia que ha tenido ya/ nitnca
lugar, y que hace aparecer toda violencia no estatal como una
amenaza para la "paz" instat1rada por esta violencia ilocalizable,
como un desafío al Soberano que lía pasible de castigo; por otro
lado, una violencia codificada jurídicamente, que hace aparecer
toda violencia no estatal como una infracción primera que la san-
ción de la violencia de derecho no hace, en segundo lugar, rnás
que contestar. No uno u otro, sino uno y otro, en proporciones
variables, de suerte que toda violencia podrá recibir siempre una
doble interpretación: violencia que desafía el nexum originario, y
que atrae la venganza soberana paranoica en represalia; violen-
cia que infringe la regla de derecho, y que llama la sanción de
justicia en nombre de la paz civil. Lejos de ser una excepción, la
doble pena está inscrita como un efecto necesario en la estrt1ctura.
Originaria y siempre segunda, no habiendo tenido lugar nunca
y siendo legítima siempre que lo tiene, la violencia de Estado
triunfa a cada lance. Aquello que deviene ilimitado es la diferen-
cia, la distancia, la inconmenstirabilidad entre la violencia de
Estado y toda otra violencia, entre la violencia "pacificadora" y
todas las violencias "violentas". Como es de suponer, esta incon-
mensurabilidad potencia una violencia extrema.
De este modo, volvemos a encontrar, sobre el plano de la cons-
trucción intelectual de un nexo entre la violencia y el derecho.,
en eso que podríamos llamar "monopolización estatal de la sobe-
ranía", la estructura del monopolio estatal despejada previame11-
te por el análisis de la forma-stock. Se comprende mejor, para
concluir, la reinterpretación de una idea de "acumulación ori-
ginaria'' o "primitiva" que Marx había introducido en el libro I
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

de El Capital, para resolver un "misterio" formalmente análogo [ 81 J


al misterio de la autopresuposición e11vuelto en la forma-Estado.
Esta reinterpretación se desarrolla, en realidad, sobre dos planos;
uno procede por exte11sión analógica, y otro por articulación es-
tructural e l1istórica. De uno a otro se despliega la problemática
de un materialismo histórico-maquínico, y las apuestas analíti-
cas conc1·etas de sus categorías.
Deleuze y Guattari se interesan por el nexo particular que
Marx descubre entre el poder de Estado, su empleo de la vio-
lencia y el derecho, y su transformación en el n1ontaje histórico
del modo de producción capitalista. Al preceder y condicionar
históricamente su relación social característica, el proceso de
acumulación originaria del capital implica una acción específica
del Estado y el derecl10 que 110 se opone, antes bien, fomenta
el "empleo de la fuerza bruta". La expropiación del pequeño
campesinado; la privatización de los bienes comunales; las legis-
laciones y represio11es antivagabundaje; las leyes de compresión
de los salarios; la inserción forzada en los circuitos de endeu-
damiento; la colonización ... : ninguno de los métodos utilizados
agota la economía de explotación de todo el poder del Estado,
"fuerza co11centrada y organizada de la sociedad"4 8 • Sólo que, así
como la nueva relación de producción se pone en marcha y el
capital subsume más y más relaciones y funcio11es sociales, esta
violencia deja de aparecer bajo su forma brutal, se interioriza
en esa relación, se sistematiza, mientras que el modo de pro-
ducción capitalista se articula en un sistema adecuado de legali-
dad·19.De suerte que "si u110 se sitúa en el modo de producción

48 l(, Marx, El capital, libro 1, tr, esp. W, Roces, México, Fondo de Cul-
tura Eco11ó1nica, 1974, pp. 638-639,
49 " [el capitalista] 110 sólo 'sustrae' o 'roba', sino que arranca la produc-
ción de la plusvalía, es decir que comienza por ayudar a crear lo que ha
de sustraer [.. ,] en el valor, no 'co11stituido' por el trabajo del capita-
lista, hay una parte que éste puede apropiarse 'legalmente', es decir,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 82 J capitalista es difícil decir quién es ladrón y quién es víctima,


e inclt1so dónde está la violencia. Pues en él el trabajador nace
objetivame11te desnudo, y el capitalista, objetivarne11te 'vestido',
propietario independiente. Lo que así ha formado al trabajador
y el capitalista nos escapa, puesto que actúa en otros modos de
producción" 5º. Existe u11proceso de rr1onopolización de la fuer-
za de represión física a 1nanos del Estado de derecho, pero no
porque esa fuerza represiva se ejerza en un campo de aplicación
preexistente, como sobre un estado de naturaleza qtte hubiera
sido necesario domesticar. La monopolizació11 ele la fuerza re-
presiva en un sistema de legalidacl se halla en relación de presu-
posición recíproca con u11sisterr1a de relaciones sociales que una
violencia represiva a-legal o paralegal permitió constituir, a11tes
de suprimirse, integrándose encdicl1as relaciones. Reconózcase
aquí, precisamen.te, la operación de captura estttdiada dttrante la
for1na-stocl<, como una a1npliación del análisis de Marx: "Pues
también hay una acumulación primitiva imperial qtte, lejos de
derivar del modo de prodt1cción agrícola, lo precede; por regla
general, hay acttmulación primitiva siempre qtte se organiza un
aparato de captttra, con esa violencia tan particular que crea o
contribuye a crear aquello sobre lo que se ejerce, y qtte de esa
forma se presupone" 51•
Pero el lazo entre los dos análisis, primero de extensión ana-
lógica, elucida, en consecuencia, la forma como la economía de
la violencia estatal, analizada pre,,iamer1te, se incorpora al Es-
tado de derecl10 moderno, y esto por el mismo ntovimiento que lo
integra al p1·oceso de acumi1lació11 del capital. De una a otra de las
dos fases históricas distinguidas por Marx, el poder de Estado

sin violar el derecho correspondiente al cambio de mercancías" (I(.


Marx, "Glosas marginales al 'Tratado de eco11omía política de Adolph
Wagner"', en Estudios sobre El capital, Madricl, Siglo xxr,1976, p. 173).
50 MM, p. 453.
51 Idern.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

no disminl1ye de ningt1na manera, todo lo co11trario; pero su- [ 83 ]


fre una transformación compleja de su economía, que atañe si-
multáneamente a la naturaleza y el rol de su violencia represiva,
y a su relación con las mutaciones del aparato jurídico 5 • En la 2

acumula.ción originaria, la liberación de los clos factores básicos


de una estructl1ra económica dominada por la ley del valor y la
acumulación de capital (la formación de un capital-dinero como
potencia de inversión i11dependiente; la for1r1ación de una fl1er-
za de trabajo "desnuda") no se realiza si11 una intervención bru-
tal, masiva y conti11ua del pocler ilegal o :1-legal de Estado 53• Aún
más: esa intervención es necesaria para forzar la combinación
de ambos factores. Pero cuando esta combinación "echa raíz" y
las nuevas relaciones de producción contribuyen a producir las
condiciones de su propia reproducció11, la violencia de Estado,
lejos de desaparecer, experimenta llna doble transfor1nación de
su economía: llna t1·ansformación por incorporación de la violencia
directa a las relaciones ele producción, y a las relaciones de dere-
cho que las garantizan bajo la autoridad de un Estado, de manera
que esta violencia deviene estrl1Ctl1ral, tiende a materializarse en
el orden "normal" de las relaciones sociales como si se tratase de
leyes natl1rales, que ya no habrá de ma11ifestarse brutalmente,.
nos dice Marx, si110 de manera excepcio11al (justamente, cuando
esas relaciones sociales parezcan an1enazadas, es decir, como con-
traviolencia preventiva 54) . Pero también una transfor111ación por
desplazamiento del restante 110 incorporado de esta violencia al
aparato represivo del nl1evo Estado de derecho, donde ya no se

52 MM, pp. 453-455.


5'3 I(. Marx, El capital, libro I, s. 7, carJ. XXIV, op. cit., pp. 627-628.
í4 L. Altl1usser, Marx dentro de sus lí111ites (1978), Madrid, Ji.l,al, 2 0 0 3 , lJP,
110-111; y los come11tarios de J. Pallota "La violence clans la théorie
de l'État de Lo11is Altl1usser", en G. Sibertin-Blanc (dir.), Violences:
Anthropologie, politique, philosophie, Toulouse, Eur0Philos_opl1ie, 2009,
que se apoya en la reelaboración de estas cuestiones por E. Balibar en
La Crainte des 111asses,París, Galilée, 1 9 9 7 , pp. 408 ss.
POLÍTICA y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 84 J ma ni fiest a como violencia direct a , sino como fuerza de ley que


reacciona contra todas las violencias di r ectas, policí a o "violencia
de derecl10" ejercid a co11tra la violencia de los hors-la-loi.
De una fase a ot r a, de la acumulación origina r ia del capit a l
(b a jo 1nodos de producción p r ecap italist a s) a la acumul a ción
p r opi a me11te dicha (dentro de la 11ueva est r uctura eco11ómic a );
de la legalidad violent a del Estado precapitalista a la violencia
legítima del Estado de derecho capitalist a , el pode r de Estado
no pierde, evidentemente, nad a de su violencia represiva. Lo
import a nte es, por un lado, la manera como los dos polos de la
violencia soberana ac a ban por eje r cerse difere11cial y dist1·ibuti-
va1ne11te, en función de l a s contradicciones inte r nas de los Es-
tados modernos: Estados encargados de desarroll a r e11 sus cua-
dros nacionales las r elaciones ,de producción requeridas por un
p r oceso de acumul a ción y rep r oducción ampliad a , que p r ocede
a u11a división mundial del trabajo y u11a transn a cionalizació11
de los movimientos de grandes ca pit a les, puestos al servicio de
l a valorización del ca pital, respons a bles de gestionar sus crisis y
desequilibrios sistémicos, negoci a ndo mejor o peor sus reper-
cusiones soci a les, en función del g r a do de soci a lización de stts
a p a ratos políticos, económicos, jurídicos; de los juegos desigua-
les de inclusión y exclusión de sus poblaciones, y los gr a dos de
r esistencia correspondientes. Lo importante es, correlativamen-
te, el juego desigu a l del ejercicio de la violencia masiv a directa
sobre las líne a s de fuerza de la eco11omía-mundo que r el anzan,
como co11stante de,,la r eproducció11 ampliada del capital a. escala
mundi a l, según la posición de los Estados en la división interna-
cional del trabajo y la i11tegración de sus merc a dos interiores a l
n1ercado mundial, los mecanismos de l a a cumulación originari a
del capital: su cortejo de proletarizació 11 de los hombres y espo-
liació11 de los recursos colectivos; l a destrucción de las relacio-
nes sociales no capit a l istas y la socialización forz a da en las r el a -
ciones del capital; la sumisión de las lógicas socio a ntropológi cas
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

de las territorialidades colectivas a las lógicas contradictorias de [ 85 J


la movilidad y fijación de la fuerza de trabajo, etc.55
El análisis marxiano no permite a Delet1ze y Guattari sim-
plemente introducir su análisis de la forma-Estado en una pers-
pectiva histórica qtie creíamos suspendida; más bien corrobora
el campo de análisis dentro del cual la teoría de la forma-Estado
cobraba desde el principio su sentido: campo de análisis "histó-
rico-maquínico" de las nuevas formas de distribtición de los dos
polos de la violencia de Estado (su polo distributivo-integrado,
su polo "mágico" -paranoico) cuando la captura de Estado se so-
mete también a las formas de potencia de otros procesos maquí-
nicos, como los procesos de polarización urbana dominados por
las "ciudades-mtindo" capitalistas, y los procesos de "engloba-
miento" de la formación capitalista mundial. QQ_,edala cuestión
de a11alizar cómo los Estados remodelan, en función de las rela-
ciones actuales entre esos procesos maquínicos, sus tres aparatos
de capttira: st1s modos de emplazar los territorios, y su determi-
nación de las normas de residencialidad y explotación de la tierra;
stis maneras de fijar las condiciones y normas del sobretrabajo,
así como de intervenir en la imposición tendencia! de la forma-
trabajo al conjunto de las actividades htimanas; sus prácticas ban-
carias y monetarias, y las formas de articular su captura fiscal en
la economía de la deuda i11finita, que ha devenido el instrumento
de potencia de la formación de englobamiento capitalista.

55 Todas estas cuestiones son objeto de la última parte de la 13.ª meseta


("Proposición x1v: Axiomática y situación actual"): véase aquí caps. 5
y 6.
... ,(
SEGUNDA PARTE

EXOVIOLENCIA: LA HIPOTESIS
DE LA MÁQUINA DE GUERRA
Capítulo 3
Nomadología: hacia la Hi pó te sis
de máquina de guerra

Esta segunda parte aborda una de las cinco categorías de potencia


encontradas en la tipología de los procesos histórico-maquínicos
de la 13.a meseta: la categoría de "máquina de guerra nómada", que
designa un proceso cualitativamente distinto de los dos primeros
examinados antes (la anticipación-conjuración y sus "mecanis-
mos", la captura y sus "aparatos"). Los envites de esta categoría
son complejos. Construida en contrapunto de la forma- Estado,
preside una crítica de la razón estatal y hace valer una heteronomía
del poder de Estado, que contesta su estructura de autopresuposi-
ción. Pero esa crítica recubre, además, diversos sentidos teóricos,
históricos y políticos. Por esta razón, es necesario examinar no
simplemente la categoría en su formulación terminal fija, sino
los diferentes 1nomentos de su elaboración e11 tanto qz1e hipótesis
de trabajo', atravesando si11gularidades empíricas y teóricas de-
terminadas, antropológicas, mitológicas e históricas, como otros
tantos esclarecimientos perspectivos como ofrecen sobre sus im-
plicaciones filosóficas y analíticas concretas. Teniendo en cuen-
ta que cada momento del montaje de la hipótesis procede a una

[ 89]
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 90 J operació11 de desmo11taje de la autopresuposición de la forma-


Estado, haré provisió11 ele los tres pri11cipales, a11tes de recorrer
su trayectoria global1ne11te (cap. 3), y de considerar en sí mis1na
la exposición sistemática de la "l1ipótesis en Sll co11jl111to"(cap, 4)
-co1no la llan1an Deleuze y Guattari e11la 12." meseta.
(a) El montaje de la hipótesis co11cierne a la articl1lació11 que
la forma-Estado implica e11tre guerra y soberanía y procede a
su crítica, plantea11do u11a heterono1nía de la potencia de guerra
frente a la pote11cia soberana, 1\Tol1abrá escapado al lector la au-
sencia de toda pote11cia de guerra e11 la fortna- Estado analizada
durante la primera parte. l\fi11gu110 de los tres aparatos de li1 cap-
tura material de Estado posee u11a función militar directa. Nin-
guno de los polos de la función ideológico-política de sobera11ía,
la pote11cia mágico-religiosa d.el 11exum, y el poder legal de la re-
gla de derecl10, posee atribucio11es guerreras propiamente dicl1as.
En la 12." meseta, éstas serán portadas de un tnodo sig11ificativo
por figuras mitológicas, 110sólo distintas, si110 en franco a11tago-
nismo con la función sobera11a, erigidas como ta11tas provocacio-
11es animadas co11tra Sll pote11cia y derecho. La st1perposición de
los a11álisis dumézilia11os co11sagrados a esta singularidad inso-
lente de la ft1nció11 guerrera e11la "ideología trifu11cional'' y los
análisis etnológicos de Clastres sobre el rol de la "guerra salvaje"
en los mecanisn10s de anticipación-conjuración de la soberanía
descubre11 aqt1Í una nueva efícacidad teórica'. Doble eficacidad,
de hecho. Relanza la conceptt1alidad histórico-maquí11ica, pri-
tnero en beneficio de u11 relativismo co11ceptualmente tempe-
rado, que pern1ite exponer la manera como la guerra cambia de
formas y se11tidos, no de acuerdo co11las "sociedades y ''culturas"

z Para el detalle de Clastres y Dumézil en la 12.ª meseta, sobre la fu11ció11


guerrera contra-Estado, véase G. Siberti11-Bla11c, "Mécanismes gue-
rriers et généalogie de la guerre : l'hypothese de la 'macl1ine de guerre'
d.e Deleuze et Guattari", Asterían, n.º 3, Lyon, E. N. S. L.-Sl-I., septem-
brc 2005, pp. 277-299 (http://asterion.revues.org/docu1nent425.l1t1nl).
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

ni con alguna función social o cultural (cuando se ve en la guerra, [ 91J


por ejemplo, llna. variación degradada del interc,tmbio económico
o si1nbólico, o la forma negativa de un intercambio que se l1 a vuel-
to imposible entre dos grupos), si110 con los procesos maql1Ínicos
dominantes y subordinados, en un campo de coexistencia deter-
minado. E11seguida, este gesto da paso a la posición de la hipótesis
por sí misma, que enriql1ece el materialismo l1 istórico-n1aquínico
con una nueva categoría: la suposici6n de ql1e la g11erra no sólo
cambia de forma y significaciór1 según los procesos maquínicos
dominantes o subordinados, sino que constituye una categoría sui
generis definida por un proceso maquínico autónomo. Deleuze
y Guattari encuentran su instanciación a11tropológico-l1 istórica
típica en las gra11des formaciones de criadores y gl1erreros nó-
madas de las estepas de Asia central -au nq ue no se reduzca a
éstas, como tampoco los n1ecanismos de anticipación-conjl1ración
se reducen a u11aantropología amerindia o el proceso ele captl1ra
al "Estado asiático".
(b) La elaboración de la l1ipótesis procede, en segl1nclo lugar,
a un cuestionarniento de los modos de territorialización de la po-
tencia estatal, es decir, los modos de producciór1 clel espacio don-
de el Estado ejerce su potencia de capt11ra y l1ace valer, entonces,
una heteronomía de la territorialidacl estatal. Ya veremos cómo,
entre los tres aparatos fi1nda1nentales de Estado, la territorializa-
ciór1 de Estado recibe el privilegio de funcionar como un doblete
empírico-trascendental. Pero, precisamente, dicho privilegio no
vale más que a co1ztrario, por aql1ello que lo contesta: el tipo de
espacialidad que el Estado prodl1ce, donde encuentra su condi-
ción y el campo de ejercicio de su poder, no es prod11cido nu11ca
por s11potencia de captura i'.1nicamente, sino siempre debido a la
articulación compleja y conflictiva con otras potencias produc-
toras de espacios heterogéneos. Se trata, entonces, de una nueva
formulación, político-geográfica, de la imposible clausura de la
estr11ct11rade autopresuposición de la forma-Estado. Implica que
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 92 J la tipología de los procesos l1istórico-1naquí11icos y la topología


de sus relaciones de coexiste11cia extrí11seca e intrí11seca sean re-
cortadas transversaln1ente por u11a tipología y una topología de
las lógícas espaciales o tipos de territo1·ializació11 -algo que en efecto
realiza la 12.a meseta (proposiciones v y VIII).
(c) En fi11, el mo11taje de la hipótesis acaba en u11desmontaje
l1istórico-conceptual del Estado nzoder110 y su estructura mono-
polística específica. Pues si e11la obra de Deleuze y Guattari la
forma- Estado se define por su estructura de atitopresuposició11,
el Estado moderno es definido por ese "monopolio, sorpre11-
dente entre todos, de la decisión política" -segú n la expresió11 de
Carl Scl11nitt, quie11 desplegó su doble i1nplicació11 l1istórica: por
un lado, la represió11 de los antagonismos interiores (rivalidades
feudales y guerras confesio11ales) o, al menos, su 1·elativizació11, la
11eutralización de su significac1ó11 de "guerra" y su reducción a
disensio11es privadas; por otro lado, la apropiació11 mo11opolísti-
ca de las relaciones exteriores, co11finando la gue1·ra a una moda-
lidad de las rel_acio11es estrictame11te i11terestatales-. Estructura
de monopolización doble, entonces, o más bie11 bipolarizada,
que hace encajar la 1nonopolización de la autoridad política en el
"interior" (produciendo una despolitizació11 del espacio interior
como espacio de "policía") y la monopolización de la voluntad
política en el "exterior" (que vuelve i1,11posible una codificación
de las relaciones inter11acionales, como relaciones e11tre volunta-
des políticas soberanas que se reconoce11 como tales). La sobera-
11ía como sujeto mo11opolístico de la decisió11 y relación política
descubre su figura' propiamente moder11a, a favor de una cierta
artictilación e11tre soberanía, política y guerra . Frente a esto, par-
tiendo de la afirmación que la pote11cia de guerra no es intrínseca
de la forma- Estado 11ila guerra una modalidad i11trínseca de la
política, la hipótesis de la máqui11a de guerra se ve comprometi-
da en la perspectiva de una genealogía histórica del !Joder estatal
de guerra, que la co11ceptualidad histórico-maquínica formula:
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

una genealogía de las vías de apropiación de la potencia de máq11i- [ 93 J


na de guerr a a la potencia estatal de capt11ra, que transforma una
relación de coexistencia extrínseca en una relación de coexiste11cia
intrínseca. Una heterogénesis de la potencia de Estado, entonces,
a través de sus interacciones conflictuales con las fuerzas históri-
cas que escapan o se vuelven en su contra.
A partir de ahí, el alcance crítico de la hipótesis cobra tln sen-
tido efectivo, en cuanto a la historia del Estado moderno y la
historicidad del concepto de política qt1e determina. La hipótesis
se propone ceñir los procesos históricos que l1an condicionado la
síntesis estatal moderna (síntesis de la soberanía territorial que
aúna el n1onopolio de la at1toridad civil interior y el monopolio
de la decisión de guerra exterior, y en virtud de la cual la sobe-
ranía estatizada, como lo afirmará C. Scl1mitt después de Clau-
sewitz, ha devenido efectivamente el "prest1puesto'' de la guerra),
pero también los procesos que condujeron a la dislocación de
esta síntesis, de modo que la conceptualidad histórico-maquínica
permita pensar, retrospectivamente, la contingencia de su for-
mación y, prospectivamente, su finitud l1istórica, donde apare-
cen conjt1gadas: (1) la politizació11 interior de los conflictos vuel-
tos contra el Estado soberano como "tercero superior y ne11tro"
(ya sea en 11ombre de otra soberanía o contra el principio mismo
de una autoridad soberana) y (2) l,1 subordinación exterior de
las guerras interestatales a intereses y relacio11es de potencia c1ue
convierten la soberanía y la captura de Estado en simples me-
dios. Esto explica que la hipótesis de la máqt1ina de guerra pueda
ser leída como una hipótesis antihegeliana y, sin embargo, sch-
mittiana, post-clausewitziana e, incluso, "neoleninista", según el
caso. Notemos, desde ahora, q11e si tina denegación tenaz man-
tuvo a Deleuze y Guattari pt1ra y simplemente fuera del campo ·
problemático del marxis1no-leninismo, nuestros autores parecen
haber tenido, ellos mismos, una conciencia un poco más aguda
de las dificultades para escapar tan prodigiosamente a los campos
POLITICA Y ESTADO EN DELELJZE Y GLJATTARI

[ 94 J de fuerzas ideológico-políticas de su tiempo y a los siste1nas de lJO-


siciones, desplazamie11tos y "de1Josicio11es" críticas que hacían
posibles. Desde 1973, precisamente en este cuadro se introduce
el término, cuando no ya el concepto de "1náquina de guerra",
para enunciar el "proble1na político directo", aú11vige11te: la in-
vención de 111odos de organización de fuerzas revolucionarias
que no calquen su "partido" sobre la for111a de u11órga110 de Es-
tado ni n1imen la orga11ización "autosupositiva" de un aparato
de captura3• En 1980, e11 el otro extren10 de la curva de elabora-
ción de la l1ipótesis de la máquina de guerra, Deleuze y Guattari
repetirá11, e11la 13.ª n1eseta: el problen1a sigue sie11do "acabar con
el capitalisn10, redefinir el socialismo, co11stituir una máquina
de guerra capaz de respo11der a la máquina de guerra n1u11dial,
con <)tros med.ios [... ] máquina• de guerra cuyo objetivo ya no es
11ila guerra de exterminació11 ni la paz del terror generalizado,
sino el n1ovin1iento revolt1cionario" 4 • E11 lugar de suscribir una
liquidació11 si11 i11ve11tario, mejor co11ve11dría i11terrogar, e11ton-
ces, el hecl10 de que ese proble1na político directo l1aya acabado
por desarrollarse en u11 programa, de co11siderable envergadu-
ra, de reelaboración teórica de la guerra y el nexo entre política
y Estado que ha i11forma.do la época moder11a con sus códigos,
1naneras, reglas y significaciones, pasando por una problema-
tizació11 inédita de la "Fórmula" clausewitziana, qt1e habrá de
ct1l1ni11ar en una 11t1evateoría del "nomos de la tierra", con todas
las categorías del materialisn10 histórico-1naquí11ico puestas al
servicio de u11 a11álisis
.
de los modos co11flictivo s de territoriali -
zació11 de la. pote11cia.

3 "I-Iasta al1ora [... ] los JJartidos revolucio11arios se ha11 co11struido como


etnbriones de aparatos de Estado, e11 lugar de for1nar n1áquinas de
g11erra irreductibles a tales aparatos." (G. Deleuze, La isla desierta y
otros textos, Vale11cia, Pre-Textos, p. 3 54).
4 MM, pp. 475-476.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

EL NOMADISMO Y SU "MÁQUINA": NOMOS DE LA TIERRA [ 95 J


Y TERRIT ORIALI ZACIÓN DE ESTAD O

"1227 - Tratado de nomadología: la máquina de guerra". Cuan-


do se f ecl1a la máquina de guerra con el año de la muerte de
Gengis I(han, no se trata de asignar un comienzo histórico. Se-
gún el sinólogo René Grousset, no sabemos hasta dónde hacer
remontar el origen del nomadismo. En su compendio El imperio
de las estepas, Grousset describe vestigios que datan del neolítico
y lo inclinan a considerar que los modos de vida nómadas do-
blan, por así decir, toda la historia de la civilización oriental 5• Y,
sin duda, el hecho de que las ciencias de la cultura suelan atri-
buir al nomadismo una universalidad ambivalente -y habría
que decir, incluso, 11egativa- es uno de los móviles que animan
la empresa guattaro-deleuziana de construirle un concepto filo-
sófico. Pues si apenas existen regiones y épocas que 110lo hayan
conocido, bajo formas etnológicas e históricas muy diversas, a
111enudo se ha co11siderado el nomadismo no sólo un co11junto
de formas socioculturales genéricame11te distinto de las socie-
dades sedentarias, si110 tln esta_do anterior al sedentarismo. Más
que su prehistoria, aquél designaría su origen anti-histórico:
u11origen que l1abría hecho falta reprimir, domesticar o domi-
nar, para que pudiera emerger algo así como una "civilizació11"
y que la humanidad naciera a sí n1isma, como un proceso de
autocivilización cuya sedentarización o "revolución 11eolítica",
según la expresión G. Childe, sería la condición de condiciones:
condición de un dominio de la producción alimentaria por el
avance de técnicas agrícolas y artesanales, la domesticación ani-
mal, etc.; condición correlativa de un desarrollo demográfico

R. Grousset, L'B111pire des steppes, París, Payot, 1965, pp. 17-28, y cap. r;
sobre Ge11gis l(l1a11, pp. 243-316 (El i1nperio de las estepas, tr. esp.,
Madrid, EDAF, 1991).
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 96 J de la especie; condición de aparición de la escritura, formas de


pensamiento y estructtiras simbólicas que dependen de la es-
critura; condición de las formaciones urbanas y primeras for-
mas de gobierno político ... De ahí, a contrapelo de ese esquema
evolucionista, el interés de Deleuze y Guattari por la hipótesis
de Milchail Gryaznov, para quien el nomadismo no sería una
condición de "origen", sino más bien un devenir de poblaciones
obligadas a abandonar su sedentaridad6• Sin embargo, la infla-
ción del motivo del nomadismo, desde l1ace unos treinta años,
en toda suerte de discursos eruditos o psetidoeruditos, lejos de
contestar esa representación como mito del origen, la fructifica
de tina nueva variante. A precio de tina metaforización nebu-
losa, que se supo11e haga eco a las transformaciones complejas
de las formas contemporáneas de desplazamiento incitado, de-
liberado o forzado de vastas masas poblacionales en y a través
de las fro11teras de los Estados, el éxito de ese motivo tiende a
invertir el mito del origen en un mito del fin de la historia, que
destinaría a una humanidad liberada otra vez del yugo sedenta-
rio de siglos a despegarse de los territorios culturales, sociales
y políticos, para rehacer del espacio planetario un espacio de
nomadización generalizada, para bien o para mal 7••• Más vale
recordar que la universalidad negativa del nomadismo no fue
pensada como ese origen que hubiera hecho falta reprimir para
dar paso a un sedentarismo civilizador, sin que no lo hayamos
visto en todo tiempo retornar, como desde un "afuera" don-
de se anudan las bodas de grandes fábulas históricas y visiones
apocalípticas: desde las invasiones bárbaras, desatándose sobre
los campos domesticados, conturbando las dinastías, hasta las
terribles hordas proletarias qtie vuelven a acechar los fantasmas

6 M. Gryaznov, Sibérie du Sud. Archeologia mundi, tr. fr. M. Avril et J.


Marcadé, Geneve, Nagel, 1969.
7 Véase J.-L. Amselle, Rétrovolutions. Essais sur les primitivismes contempo-
rains, París, Stoclc, 2010.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

burgueses del siglo XIX. Al devastar periódicamente las cose- [ 97 J


chas de una cultura laboriosa y aplicada, entrando a la razia en
ciudades del imperio, acabando brutalmente con civilizaciones
enteras, el nomadismo ha sido siempre, también, un delirio de
los sedentarios. l(aflca elaboró un alucinado relato de esta espe-
cie en La mu1·alla china: "[ ... ] nómadas, según parece, venidos por
el norte [... ] Es imposible entender cómo han llegado hasta la
capital, que está tan lejos de la frontera. No obstante, están aquí,
y cada día parece au1nentar su número[ ... ]". Para decirlo de otro
modo, la sedentarización es también una sedentarización del
pensamiento, que intenta pensar el nomadismo y sólo consigue
hacerlo privativamente, por la civilización que no poseería o,
paranoicamente, por la civilización que amenaza destruir. Pues
aquello que se habría adquirido con el sedentarismo, la condi-
ció11 de condiciones no sería la acumulación de cultura, saberes
y téc11icas, signos o bienes, sino algo más profundo: su condi-
ció11 de posibilidad común, la forma pura del tiempo (mucho
más que del espacio) o la l1istoricidad como condición formal de
toda acumulació11 posible. Paradoja, tal vez: la sedentarización,
conquista i11augural del espacio que abre la historia de su adies-
tramiento y domesticación, la disciplina de sus emplazamientos
y explotación de sus recursos es, también, en muchos aspectos,
su represión o, mejor aún, su forclusión -"en cer ram ien to ex-
ter ior "-; tanto, que su exterioridad sólo puede retornar desde
una exterioridad en cierto modo redoblada y llevada al absoluto,
puesto que ya no es relativa de una interioridad. No una exte-
rioridad en el espacio ( como forma de distinción y repartición
entre interiores y exteriores relativos), sino una exterioridad
del espacio respecto de sí mismo. Lo que Bla11chot llamaba en
La entrevista infinita el espacio del desierto, el espacio nómada
-o, aún, el "af uer a"- resulta de esta especie de reflexividad
invertida de la exterioridad espacial sobre sí misma y, entonces,
"fuera" de sí misma; una flexión como potencia de desligadura,
,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI
,

[ 98] una fluxión que deshace las identidades, un flujo 8• Es un hecl10


significativo que el pensamiento occidental de la civilización
haya tenido una viva conciencia de esta paradoja del sentido ex-
terno del espacio y sólo haya podido redr1cirla, como lo hizo co11
los nómadas, multiplicando sus caracterizaciones privativas. En
la letanía de las "so_ciedades sin", los nómadas no se han quedado
atrás: sin escritura (o tomándola prestada), sin ciudad y sin Esta-
do (o incapaces de administrar los que conquistan), sin historia
y sin religión (o contentándose con una rudimentaria).
La construcción deleuzo-guattariana de un concepto filosó-
fico de nomadismo y la cartografía del campo problemático donde
ese concepto cobra sentido (tina "nomadología" de la máquina
de guerra) intervienen de forma compleja -si110 tortuosa- en
esos manidos esquemas del pensamiento de la civilización, con-
firiendo valores originales a las singularidades antropológicas e
históricas movilizadas, cuyo sentido varía en funció11 del contex-
to conceptual y argumentativo. Pues esta nomadología no busca
procurar t1na comprensión más "objetiva" de las sociedades nóma.-
das 9 (otros están, evidentemente, mejor fundados para hacerlo);
no busca una comprensión, libre por fin de las dos percepciones

8 Véase M. Foucault, El pensamiento del aftiera, tr. esp. M. Arra11z Lázaro,


Valencia, Pre-Textos, 1997. Sobre el espacio del desierto, véanse en
particular los textos sobre el periodo nómada clel pueblo judío a q11e
hace eco la 5.ª meseta: M. Bla11chot,
,
"La palabra profética", en El libro
que vendrá, Caracas, Monte Avila, 1991; "Ser judío", en La conversación
infi11ita, Madrid, Arena Libros, 2008.
9 La complacencia tiue a menudo se pone en reprochárselos es, entonces,
l1uera y sin efecto (J.-L. Amselle, L'Occident décroché. Enquéte sur les
postcolonialisme, París, Stoclc, 2008, pp. 21-22). Para un empleo avisado,
esta vez riguroso e inventivo de la "nomadología" guattaro-deleuziana
sobre el plano de la antropología cultural, véase el trabajo de Barbara
Glowczewslci, en especial Les Réveurs du désert (1989), Arles, Actes
S11d, 1996; "Guattari et l'anthropologie: aborígenes et territoires exis-
tentiels", en Multitudes, 2008/3, n.0 34, pp. 84-94; y con J. de Largy
Healy, Pistes de Réves. Voyage en terres aborígenes, París, Du Chene, 2005.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

del nomadismo expuestas más arriba, excesivas, si las hay: st1 pro- [ 99 ]
yección alucinatoria por el pensamie11to sedentario; la especu-
lación exhaustiva del pensamiento bla11chotea110 del afuera. En
lugar de oponerlas, el co11cepto de nomadismo e11Mi l mesetas fun-
ciona co1no un operador que hace jugar esas dos percepciones
u11aen otra, mejor que una contra otra. No despiden sus autores
pura y simplemente los valores fantasmáticos o imaginarios del
nomadismo. Por el contrario, trabajan en estos, al menos en par-
te'º. La nomadología es, desde este ángulo, un proceso esquizo-
analítico: es, por las i11versiones de perspectiva que nos impone,
un a11alizador de las estructuras imaginarias y fantasmáticas del
pensamiento sedentario y, en última instancia, del funciona-
miento de la forma-Estado, que sobredetermina la sedentariza-
ción implícita de nuestras pragmáticas intelectuales. Pero, gracias
a esto, la nomadología se mueve también sobre un plano espe-
culativo, desplazando la oposición a11tropológica estándar entre
nomadismo y sede11tarismo. Deleuze y Guattari no opone11 el
nómada al sedentario, sino al Estado -qu e no se define por la
sedentaridad si110 por su forma de i11terioridad o concepto, en el
sentido l1egeliano; es decir, su estructt1ra de autopresuposición
y los tratamientos específicos del espacio-tiempo que de ésta se
derivan: métodos de captura de la territorialidad donde el Estado
se aparece, 11ecesariamente, como el ú11ico "sujeto" 1 1:

Se escribe la historia, pero siempre se ha escrito desde el


punto de vista de los sedentarios, en nombre de un apara-
to de Estado, al me11os posible, incluso cuando se habla de
11ómadas. Lo que no existe es una Nomadología, justo lo
contrario de una historia''.

10 Véase, por eje1nplo, el tratamiento del tema lege11dario de los "nómadas


criadores de 11iños", MM, pp. 395-396.
11 Supra., prin1era parte.
12 MM, p. 27.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 100] El guerrero está en la situación de traicionarlo todo, incluida


la función militar, o de no entender nada. Algunos historia-
dores, burg11eses o soviéticos, sigtien esta tradición 11egativa
y explican que Gengis !(han no entiende nada: "no entien-
de" el fenómeno estatal, "no entiende" el fenómeno urbano.
Decir eso es muy fácil, pues la exterioridad de la máquina de
guerra respecto al aparato de Estado aparece en todas partes,
pero sigue siendo difícil de pensar. No basta con afirmar
que la máquina es exterior al aparato, hay que llegar a pensar
la máquina de guerra como algo que es una pura forma de
exterioridad, mientras que el aparato de Estado constittiye
la forma de interioridad que habitualmente tomamos como
modelo, o según la ctial pensamos habitualmente' 3 •

En este seg11ndo plano, Deleuze y Guattari califican el noma-


dismo con una "máquina de guerra" como "Idea pura" o "pura
forma de exterioridad", que contesta la forma de interioridad es-
tatal, contraviene sus modos de historicidad y territorialidad, y
no puede ya encarnarse desde el p11nto de vista del Estado, como no
sea en ur1 fenómeno incoativo de destrucción, errando el fran-
queamiento del umbral político y la integración de un orden de
coexistencia territorial de potencias políticas (un "nomos de la
tierra", como dirá Carl Schmitt). Si la secuencia gengislchanida
cobra un valor emblemático para Deleuze y Guattari, se debe jus-
tamente á esa doble relación de exterioridad formal y destr11cción
material de una máquina de guerra nómada con la gran formac ión
imperial q11e la comprende en la era de su propia civiliza ción,
Si todavía queda por delante ver en qué consiste exactamente la
forma de potencia que hacen corresponder a la máquina de gue-
rra como "proceso", lo esencial por ahora es la prepon deranci a

13 MM, p. 362. Sobre el uso de signos y los problemas que presenta la


escritura nómada, véase MM, pp. 403-405.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

que acuerdan a la relació11 de exterioridad forn1al que define la [ 101 J


"máquina de guerra" con respecto al proceso de abolición ma-
terial o destrucción del Estado que, aunque 110 es sino una de
sus consecuencias, resulta de manera necesaria. Pues esto basta
para esclarecer la inversión de perspectiva que la nomadología
impone respecto del punto de vista estado-centrado y, a cam-
bio, la dificultad de los grandes pensadores del Estado racional
para reco11ocer a los pueblos nómadas una significación política
efectiva, desde el punto de vista de la historia del desarrollo de la
racionalidad estatal, como de la codificación jurídico-territorial
de las relaciones entre potencias estatales. En la obra de Hegel,
de Carl Schmitt, el nomadismo fracasa en hacer historia, Estado
y nomos. Pero si sólo puede fracasar se debe, en primer lugar, al
pu11to de vista de la for ma de i11terioridad estatal, que impone un
cierto orden de primacía del proceso material de destrucción so-
bre la relación formal de exterioridad, y reduce la forma de exte-
rioridad a u11aviole11cia informe, continge11te, privada de la más
mínima efectividad, y llamada a destruirse a sí misma en el polvo
de la historia. Por su parte, el Estado no co11ocerá otra exterio-
ridad efectiva que los demás Estados con los que se encuentra
en relación. Su exterioridad será siempre relativa de su forma de
interioridad; será, en fin, su forma de interioridad desarrollada
en su ple11a universalidad. De ahí que Hegel pueda decir, en los
Principios de la filo sofí a del derecho, que no se puede hacer la gue-
rra al nómada, exactamente por la misma razón que confiere a la
guerra su racionalidad política, es decir, la significación interna
del concepto racional de Estado. En un sentido, Schmitt no dirá
nada distinto, pero explicitará su significación propiamente es-
pacial, desde el punto de vista del "nonios de la tierra". Evocando
al paso las formaciones de potencia nómadas, Schmitt considera
únicame11te tres casos de figura: unas veces, el nomadismo es sólo
el aspecto adoptado, de manera provisoria, por una migración
que habrá de co11vertirse en fuente de un nuevo orden territorial
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 102 J entre potencias imperiales o estatales; otras veces, el nomadis-


mo descubrirá su destino histórico integrándose a alguna de esas
formaciones; otras más, en fin, recusando cualquiera de esas dos
salidas, el nomadismo dará lugar a puros "actos de violencia que
se autodestruyen rápidamente" 14 • En cualq11ier caso, no podrá
negarse la homogeneidad del espacio de coexistencia de las po-
tencias juzgadas política, l1istórica y j11rídicamente significativas,
ya se funde esta homoge11eidad en el desarrollo del concepto de
Estado, o en el concepto jurídico-político de "toma de tierra''
(Landnahme). En Hegel, la plt1ralidad de los Estados no contra-
dice la universalidad del concepto estatal; antes bien, esa plura-
lidad es la manera como el concepto realiza su racionalidad: las
relaciones interestatales, comprendiendo toda su contingencia,
arbitrariedad, violencia, remiten a relaciones de negatividad in-
terna del concepto de Estado. Su universalidad define, es cier-
to, una interioridad; pero esta interioridad satura el campo de
exterioridad de la soberanía como espacio de "reconocimiento
mutuo'', del que la guerra es todavía una modalidad. No existe
allí ninguna exterioridacl formal: no hay un aft1era de la forma
de interioridad estatal. En la obra de Schmitt, perte11ece al con-
cepto de "toma de tierra" operar esta universalización homoge-
neizadora, en tanto que acto de potencia constitutivo de Lln or-
den ele coexistencia estructurado por las divisiones territoriales
correspondientes a las tierras tomadas y, entonces, stisceptible de
formalización jurídica. Ese orden de coexistencia de potencias
que "han tomado la tierra" implica, bien es verdad, un medio

14 C. Schmitt, El Nomos de la tierra, Buenos Aires, Struhart & Cía., 2005,


pp. 62-64. Schmitt anota que los dos primeros casos de figura se
combinaron durante las "Grandes I11vasiones" (pp. 37-39), de suerte
que las transformaciones de las estructuras político-territoriales que
aquéllas produjeron en el nomos del imperio romar10 deberían ser reca-
lificadas: no solame11te las "grandes migraciones", pero "una serie de
grandes tomas de tierra", fundadoras de un nuevo orden de coexis-
tencia entre potencias territorializadas.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

de exterioridad; el derecl10 de ge11tes lo definirá como "tierras [ 103 J


libres" y "mares libres". Pero dicha exterioridad sólo es consi-
derada libre en relación co11 las potencias de captura capaces de
territorializar su soberanía: tierra y mar no conocen otra libertad
que la de ser "un campo libre para el libre bot ín" 15•
Sólo un cambio de punto de vista per111ite salir del círculo
de autopresuposición de la estatalidad. Aquello que no consigue
ser pensado en el concepto de Estado racional -o mejor, lo que
debe ser forcluido para mantener la ficción de u11idad y univer-
salidad, y la escenografía (política, jurídica, diplomática y mili-
tar) del debate entre voluntades sob era nas - es precisamente la
heterogeneidad de las relaciones de potencia en un campo his-
tórico y territorial dado 16• El materialisn10 histórico-maquínico,
justamente porque se destaca sobre el fondo de u11 pluralismo
de las formas de potencia, dispone de un concepto muy preci-
so de la l1eterogeneidad irreductible de los campos de coexis-
tencia l1istórico-política. Puede así tematizar u11a exterioridad
fornzal, es decir, una forma de potencia que afirma, en razón de
esa potencia que constituye su esencia positiva, una exterioridad
respecto de la forma-Estado y, entonces, de todas las relaciones
interestatales, que una misma interioridad homogé11ea envuelve.
Está por fin en condición de ast1mir la primacía de la relación de
exterioridad forn1al sobre la relación de destrucció11 material y
de explicar, a cambio, la positividad de la indeterminación de la
1náquina de guerra, conzenzando por su 1·elació11polívoca con la guerra.

1) C. Schmitt, El No1nos de la tierra, op. cit., p. 22.


16 MM, p. 368: "La exterioridad y la interioridad, las máquinas de guerra
1netamórficas y los aparatos de identidad del Estado, las bandas y los
rei11os, las megamáquinas y los imperios, no deben entenderse en tér-
minos de independencia, sino en térmi11os de coexistencia y co1npe-
tencia, en un ca111poen constante interacción. Un mismo campo circuns-
cribe su interioridad en Estados, pero describe su exterioridad en lo
que escapa a los Estados o se erige contra ellos".
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

: 104 J "Los variados sentidos de la máquina de guerra constituyen el


primer elemento teórico importante, y precisamente porque la má-
quina de guerra tiene una relación extremadamente variada con la gue-
.rra", en cuanto no es expresiva de un poder de Estado ni de una
relación entre Estados en conflicto. "La máquina ele guerra no
se define uniformemente, e implica otra cosa que cantidades de
fuerza en progresión." 17 Al situar toda la determinación histórico-
política en el movimiento de diferenciación y negatividad interna
del concepto, la indeterminación que el punto de vista estado-
centrado percibe como defecto de forma, adopta en la forma de
exterioridad la positividad de ltn proceso esencialmente plástico
y transformable. La potencia positiva de lo informe no es la au-
sencia de forma, sino la metamorfosis, a la manera de las figuras
mitológicas del guerrero analizadas por Dumézil 18; tanto c1ue, a la
larga, cualquier cosa puede potenciar una máquina de gtierra: una
"innovación industrial", una "invención tecnológica", ltn "circuito
comercial", una "creación religiosa", siempre y cuando se sustrai-
ga11a la estabilidad que les confería su significación en la totalidad
ética de un Estado o relación interestatal, y actualicen un medio
formalmente exterior a la captura estatal, o sea, qtie no se confunda
en el mosaico de los Estados como medio universal de interioridad19 •
Fácilmente se comprende que despejar una potencia de "má-
quina de guerra" como proceso autóno:rho no eqt1ivale en absolu-
to a definir esa potencia por la guerra. La guerra, como fenóme-
no antropológico, sociológico o político, es todavía un fenómeno
determinado siempre por campos de coexistencia entre procesos
maquínicos heterogéneos, que no pertenece especialmente ni es
"propio'' de ninguno (así, la guerra salvaje analizada por Clastres,

17 MM, p. 421.
18 Véase Rig Veda, VI,47, citado en G. Dumézil, El destino del guerrero.
Aspectos de la función guerrera en los indoeuropeos, tr. esp. J. Almela,
México, Siglo XXI, 2008.
19 MM, pp. 367-368.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

bajo un proceso de anticipación-conjuración de la captura estatal). [ 105 J


Deleuze y Guattari identifican el objeto propio de esta potencia e11
la "composición de un nomos nómada 2º , es decir, un cierto tipo de
producción u ocupación de espacio. Naturalmente, no sabríamos
definir la máquina de guerra como proceso ni determinar su con-
tenido positivo como "nomádico" sin que el nomadismo adoptara,
por su parte, un se11tido transformado. Esto implica construir un
concepto no antropológico y no ético, sino propiatnente territo-
rial del nomadismo, definié11dolo, no "por la guerra, sino por una
cierta manera de ocupar, de llenar el espacio-tiempo, o de inven-
tar nuevos espacios-tiempo" 21• Es importante, entonces, distin-
guir el estatuto del nomadismo en la obra de Deleuze y Guattari.
Desde el punto de vista de la historial global, los nómadas de las
estepas i11ventan una máquina de guerra, como forma de exterio-
ridad de las formaciones imperiales o estatales 22• Desde el punto

20 MM, p. 367.
21 G. Deleuze, Pourparlers, París, Minuit, 1990, p. 233 (Conversaciones, tr.
esp. J. L. Pardo, Vale11cia, Pre-Textos, 1995).
22 MM, pp. 421-422. La in1portancia prototípica de la civilización gengis-
lchanida en la "1101nadología" guattaro-deleuzia11a ilustra el carácter
siempre polívoco o sobredeterminado de los ejemplos escogidos. Por
qué, en efecto, la "dramatización" del concepto filosófico de 11omadis1no
privilegia dos secuencias históricas ( dos secuencias solidarias, por lo
de1nás, en ciertos aspectos, al menos e11sus efectos) -por un lado, las
Cruzadas y, por otro, la secuencia que se extiende desde las invasiones
gengislchanidas hasta la caída de la civilización mong ola- si no porque
ambas participan directamente en los debates sobre la econo1nía-
mundo y sobre el· europeo-ce11trismo del primado que desde Smith
y Marx se concede a los descubri1nientos de América y la ruta de las
Indias Orie11tales, para explicar el crecimiento de una burguesía capi-
talista e11 detrimento de los "sistemas-mundo" que dominaban antes
del siglo xvr, desde la decadencia de la potencia chi11a y la frag1nen-
tación de la red comercial sino-árabe tras el "derrumbamie11to de los
Mongoles", hasta la emergencia de nuevas conexiones mercantiles entre
Europa y Levante (sobre todo y, precisamente, a través de las "tomas"
chinois, París,
de las Cruzadas).' Véase, por ejemplo, J. Gernet, Le 111011de
Arma11d Colin, 1972, pp. 305-306 sqq. (El mundo chino, tr. esp. D. Folch,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 106 J de vista del constrt1ctivismo conceptual, los estudios etnológicos


e históricos de diferentes pueblos nómadas permiten elaborar por
comparación y cotejo un contenido adecuado al proceso de una
máqui11a de guerra (un conjunto distintivo de producciones de
espacio). Las prácticas ecológicas, económicas, técnicas y artísti-
cas, que forman el contenido antropológico-histórico del Trata-
do de nomadología, traman las singularidades empíricas a partir de
las cuales un "principio territorial" nomádico puede ser definido
("espacio liso"). En fin, desde el punto de vista del materialismo
histórico-maquínico, el nomadismo efectí1a ese proceso maquí-
nico, es decir, afirma su forma de potencia específica: producir
una forma de exterioridad del Estado, ocupar o "tener" un tipo
de espacio que frustra la captura territorial de Estado, en agen-
ciamientos colectivos que la rel1úyen o se vuelven en su contra.
Al tiempo que esta determi11ación territorial explica la forma de
potencia por la cual el nomadismo se define positivamente (y no
por esa parte de política o Estado que suponemos ausente), el
concepto desestatizado de nómada resultante puede ser utiliza-
do de forma no metafórica, para pensar fenómenos distintos de
aquellos que en los ct1adros de un estudio histórico y etnológico
se suele definir bajo ese nombre: "de acuerdo co11 la esencia, los
nómadas no tienen el secreto: un movimiento artístico, científico,
'ideológico', puede ser una máquina de guerra potencial, preci-
samente porque traza un plan de consistencia, una línea de fuga
creadora, un espacio liso de desplazamiento, en relación con un
filum. El nómada no define ese conjunto de caracteres, es ese con-
junto el que define al nómada, al mismo tiempo que la esencia de
la máquina de guerra" 23 •

Barcelona, Crítica, 2005); y J. Abu-Lughod, Before E11ropean I-Iegemony.


The World Syste1n A.D 1250 -135 0, New Yorlc, Oxford University Press,
1989.
23 MM , p. 4 2 2 .
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

La l1ipótesis de la máquina de guerra nómada cuestiona el tipo [ 107 J


de territorialización o de producción de espacio qtte la acumula-
ción de poder de la forma-Estado implica. Moviliza, desde ahora,
conforme a los análisis de nuestra primera parte, tanto la teoría de
los apa1·atos materiales de captttra, como la teoría de la relación de
soberanía entre potencia y derecho. Pues, por un lado, entre los tres
aparatos de captura estatal, la captura territorial obtiene el privi-
legio de actuar como un doblete empírico-trascendental que hace de
la territorialización estatal, a un tiempo, circularmente, la positi-
vidad empírica del Estado y su condición de posibilidad, por así
decir, metapolítica. Al contestar este redoblamiento, la hipótesis
de la máquina de guerra nómada consigue ponerlo de relieve. En
cuanto al segundo aspecto de la forma-Estado (la soberanía), la
hipótesis de la máquina de gtterra pone de manifiesto, pero otra
vez desestabilizándola, la función inte1·r1a qtte realiza la territoria-
lización de Estado en la relación estrttctttral de la soberanía entre
Potencia y Derecho. Enseña que la territorialización estatal no
constituye sólo u11campo exterior de aplicación de la soberanía,
de intervención de su potencia o reglamentación de su derecho,
con10 una materia informe sobre la cual se aplicaría el poder so-
berano, sino, en primer lugar, y fundamentaln1ente, la instancia
que da Cltenta y razón, es decir, qtte regula, conmensura y pro-
porciona una con otra la potencia simbólico-religiosa del nexum
y la obligación de la regla de derecl10 -algo que puede ser leído,
precisamente, con10 ttna rescritura del núcleo (especttlativo) de
la teoría (no especulativa, sino histórico-política y jurídica) del
"nonios de la tierra" de C. Scl1m itt-. En esta perspectiva, la teoría
del "nomos nomádico" de Deleuze y Guattari se vuelve inteli-
gible como una reelaboración crítica de la problemática schmit-
tiana del Nomos der E1·de, tal que la proximidad contrastiva de sus
problematizaciones respectivas del concepto de nomos produce un
efecto de recíproco esclarecimiento, tan poderoso como el silen-
cio de nuestros autores sobre el pensador del nomos de la tierra.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[lOS] EL NOMOS NOMÁDICO: ¿TESIS ANTIHEGELIANA


O HIPÓTESIS NEOSCHMITTIANA?

Desde los años 1960, Deleuze había retomado el concepto de


11on1os e11 contra de su acepción "nomológica", para co11testar la
identificación clásica entre nonios y ley, oponiendo, en cambio,
el 11omos al lagos como "sistema de juicio", es decir, a la estructura
judicativa que somete lo real a las leyes del pensamiento discursi-
vo. Deleuze discutía los presupuestos teológico-morales del con-
cepto de ley, según u11a inspiración nietzschea11a cuya influencia
se l1ará se11tir e11su reelaboración del no1nos nómada, todavía en
1980. Era una forma de relacionar esos presupuestos co11 una
cierta estructu1·a territo1·ial del jtticio. La forn1a del juicio en cuanto
tal, al marge11 de las distincio11es entre juicio teórico y práctico,
de l1ecl10 y de derecl10, o e11tre legalidad 11atural y legislación
l1umana o divi11a, se origi11a e11un procedin1ie11to de justicia dis-
tributiva que tiene, fundamentalmente, la tierra como objeto, la
buena propiedad como ideal, y la jerarquía de los "propietarios"
como regla o razón de u11a apropiación justa, o sea, justamente
desigual. Deleuze se guardaba, sin embargo, de explicitar los re-
ferentes a11tropológicos, históricos y políticos de ese tratamiento
distributivo y apropiativo de la tierra supuesto por la forma del
juicio y su 1nodelo de justicia. Se trataba entonces de mostrar,
a11te todo, cómo los actos de objetivación de la tierra como pro-
piedad divisible en partes, de atribución diferencial de las partes
a los l1ombres, y de medida que proporciona esas partes con una
jerarquía de las cualidades, títulos sociales o méritos ontológicos
reconocidos a sus be11eficiarios, informan interiormente las doc-
trinas filosóficas del juicio, desde Aristóteles y Ton1as de Aqui-
no hasta l(a11t y Husserl, e inscriben en su interior presupuestos
ontoteológicos inl1erentes a la idea de una repartición categorial
de los sentidos del ser, cuyo fondo se encuentra en una políti-
ca de ocupación y administración de la tierra, de explotación de
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

la renta e infinitización de la deuda: "la cuestión agraria" como [ 109]


arché te1·re escamoteado, reprimido por el idealis1no de las doc-
trinas del juicio o la "atribución" .. .24• Pero, frente a éstas, Deleu-
ze erigía ya entonces la irreductibilidad de una nomadología del
pensamiento, oponiendo a las divisiones categoriales del ser "toda
la extensión de un Ser unívoco y no repartido"; a los procedi-
mientos de atribución desigual de las propiedades a los entes,
"una distribución que debemos llamar nomádica, un nomos nó-
made, sin propiedad, cercado ni medida"; y a la jerarqt1Ía de los
entes que proporciona la parte que cada uno "merece" en fun-
ción de su lagos interno, una "anarquía coronada": "En este caso,
ya no hay reparto de un distribuido, sino más bien repartición
de quienes se distribuyen en un espacio abierto ilimitado, o, por
lo menos, sin límites precisos[ ... ]. Es tina repartición de errancia
y aun de 'delirio' en la que [... ) no es el ser el que se distribuye
según las exigencias de la representación, sino que todas las co-
sas se reparten en él en la univocidad de la simple presencia" 25•
Apoyándose especialmente en Histoire de la racine NEM en Grec
ancien, el estudio de Emmanuel Laroche que dio sustento filo-
sófico a las reflexiones de Deleuze e11 1968 126 l, C. Schmitt había
pugnado quince años antes por una reevaluación del "sentido
original'' de nomos: sentido originalmente concreto y concreta-
mente espacial, todavía perceptible a través de la degradación

24 G. Deleuze, Diferencia y repetición, Buenos Aires, Amorrortu, 2002, pp.


73-75 sqq. ("Semejante tipo de clistribuciones procede por determi-
naciones fijas y proporcionales, asimilables a 'propiedades' o territo-
rios limitados en la representación. Es posible que la cuestión agraria
haya tenido una gra11 importancia en esta organización del juicio como
factiltad de distinguir partes [... ]").
2'5 Ibíd., p. 73.
26 E. Laroche, Histoire de la racine NEM en Grec ancien, París, I(linclcsieclc,
1949; véase G. Deleuze, Diferencia y repetición, op. cit., pp. 73, nota. 6;
MP, p. 385 nota. 44; y C. Schmitt, "Prendre/Partager/Paitre (laques-
tion de l'ordre économique et social a partir du nomos)"' (1953), tr. fr.
en La Guerre civile 111011diale.
Essais (1943-1978), París, Ere, 2007.

POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 110 J que la disolución de la polis y el auge de la sofistica 27 l1abrían


de i11fligirle, y cuya desnaturalización semá11tica será rematada
por el positivismo jurídico moder110, que reducirá la noción de
nomos a la de ley o Gesetz, esa "palabra de desgracia", que repri-
me su sentido concreto bajo la representación de reglamentos y
11ormas abstractas. Por el contrario, el sentido primero del 1zomos
debe recordar el hecho -qu e será la clave del estudio históri-
co de Scl1mitt, Jus publicu1n Europaeum, y de su diagnóstico de
las tra11sforn1aciones de las estructuras del derecho internacio-
11al durante el siglo xx, pero cuya e11señanza afecta, sobre todo,
fundamentalmente, la conceptualidad jurídica y las estructuras
ge11erales del der ech o- de que las nocio11es jurídicas so11y está11
siempre espacializadas. Más aún, localizan y está11 loca.lizadas:
sólo cobran sentido, col1erencia sistémica y valo1· efectivamente
norn1ativo en actos territorializa1ztes, que Schmitt ide11tifica en el
co11cepto probado de la l1istoria y el derecho de gentes "toma
de tierra" (La11d11a!J1ne), cuya efectividad co11stituyente no pue-
de ser desco11ocida sin reducir las normas del derecho a meros
e11unciados prescriptivos des1)rovistos de se11tido y escamotear
las potencias que utiliza11 con10 quiere11 esas abstracciones que
se han vuelto manipulables, en beneficio de sus p1·opias ambicio-
nes territoriales. Porque las 11ormas jurídicas no se contentan con
fijar límites: tambié11 se afianza11 e11sistemas indisociabletnente
conceptuales y socioespaciales, que inscriben el conjunto de las
11ormas en delimitacio11es espaciales 1nanifiestas, en virtud de
las cuales se diferencian y se polarizan las actividades humanas,
las prácticas sociales, econótnicas y políticas. Si las categorías
del derecl10 son siempre enu11ciados de línzite, y si la raciona-
lidad jurídica supone la posibilidad de establece1· disyunciones

27 Véase C. Schmitt, El No1110sde la tierra, op. cit., pp. 49-5'0, sobre la i11ter-
pretación aristotélica de Soló11, la distribución de tierras y la abolició11
de las pequefias deuclas. Cf. J. Ra11ciere, Aux bords du politiquc, París, La
Fabriq11e, 1998, pp. 26-36.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

t1nívocas, es la delimitación espacial, bajo la figura paradigmá- [ 111J


tica de la front era, la que materializa fundamentalmente toda
limitación y confiere su elemento de efectividad a las categorías
disyuntivas del derecho (inte rior/ exterior, públ ico/ privado ... ).
El concepto de "toma de tierra", concepto jurídico regio11al del
derecho de gentes, adopta así en Schmitt 11nsentido no regional
más profundo. Es la expresión jurídica de la condición misma
de un orden jurídico: un "nomos de la tierra", o sea un sistema de
orden espacial, de asentamientos y delimitaciones espaciales, qt1e
expresan los acontecimientos de tomas de tierra por potencias
que allí han objetivado y hecho manifiestos sus límites, es decir,
a un tiempo sus relaciones de coexistencia y el campo determi-
nado, definido y "circunscrito" de sus competiciones, alianzas y
afrontamientos, en ese orden de coexistencia.
En este punto de proximidad de sus problematizaciones res-
pectivas puede uno, entonces, medir aquello que distingue, se-
para y da un sentido diametralmente opuesto a los conceptos
schmittiano y delettziano de nomos. Tanto en Scl1mitt como en
Deleuze, la territorialidad, las configuraciones espaciales de ocu-
pació11 del suelo, de producció11 de espacio, de diferenciación de
las tierras por delimitaciones fronterizas, permiten operar una
doble reconducción: de las prescripciones abstractas a las confi-
guraciones espaciales de división y repartición diferenciada que
soportan concretamente su posición, predeterminan el sentido
y condicionan la eficacidad normativa, pero también de esas re-
particiones a un acto primero de ocupación de la tierra, acto de
potencia que debemos llamar "constituyente", pt1es se trata, en
primer lugar, de un acto "autoobjetivo", es decir, que produce la
objetividad espacial donde l1abrá de constituirse y manifestarse
esta potencia. Pero en Schmitt semejante acto (1zomos en tanto
que nome11 actio1zis, nemeín como "acto y proceso") es determinado
como toma, captura o apropiación originaria que funda las par-
ticiones y reparticiones t1lteriores; mientras que en Delet1ze el

POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 112] 11on1os es un proceso que deshace los repartos y distribucio11es del


orden espacial existente y los socava, por así decir; no les opo-
ne un nuevo orden de tomas o capturas territoriales y un nuevo
sistema de delimitacio11es. Produce y activa un tipo de espacio
que vuelve ilimitado y hace que su captura sea i1nposible. "La
determinación pri1naria del nómada es que ocupa y domina un
espacio liso: sólo bajo este aspecto está determi11ado como nó-
mada (esencia)." 28 Pero te11er un espacio no significa to1narlo, es
incluso exactamente lo co11trario. Sólo puede tenerse u11espacio
que 110 puede ser tomado o que se resiste a ser tomado (guerra
de partisano), precisame11te porque deviene ilimitado, es decir,
imposible de circunscribir dentro de límites fijos, delimitaciones
de contor110 y divisiones interiores, dime11sio11es y direcciones
invariantes. Un espacio ilimitado en este sentido es calificado de
liso. Se dirá, entonces, que un espacio es liso por aquello que su-
cede sobre él (modos de distribució11 de los hombres y las cosas,
n1ovimie11tos y acontecimie11tos ... ), no cuando sea l1omogéneo,
si110, por el contrario, cuando las refere11cias co11stantes que per-
mitirían remitir los modos de ocupación del espacio a constantes
de objetivación sean puestas en variación continua. El espacio "es
estriado por 11111ros,lindes y caminos entre las lindes, mie11tras
que el espacio nómada es liso, sólo está marcado por 'trazos' que
se borran y desplazan con el trayecto", vectores que varían en
función de los acontecimientos que afectan los recorridos de un
espacio "e11 el que se distribuye11 las cosas-flujo, en lugar de dis-
tribui1· un espacio cerrado para cosas lineales y sólidas" 29• Así, e11

28 MM, p. 411.
29 Precisamente, u110 de los sentidos arcaicos de "na1nos" e11 las culturas
nómadas, segú11 Larocl1e: "apacentar", e11 se11tido activo -"que hace
apace11tar, nómada"- o de 1nedio -"que apacienta, erra11te"- (E.
Laroche, Histoire de la racine NEM, op. cit., p. 121). Larocl1e 1narca la
oposición de dos valores sen1ánticos: "repartición" y "distribució11". El
segundo, conserva el telas i11tcrno de "1101110sde la tierra" scl1mittiano.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

las condiciones ecológicas de las estepas o el desierto, "las orien- [ 113 J


taciones carecen de constante, cambian según las vegetaciones, las
ocupaciones, las precipitaciones temporales". Por ejemplo, aun en
el hábitat y prácticas iconográficas de los Sármatas, Mongoles o
Larbaa, los espacios parecen "sin l1orizonte, ni perspectiva, ni
límite, ni contorno, ni forma, ni centro" 3 . Un fenómeno se de-
º

fine como nómada en cuanto produce, "ocupa y tiene un espacio


liso", espacio "abierto o ilimitado en todas direcciones", sin otro
modo de localización y orientación que los valores materiales y
semióticos derivados del trayecto que los encuentra o los suscita.
Estos valores determinan t1n campo de singularidades, aconteci-
mientos, vectores o "trazos" móviles que l1acen variar a un tiem-
po las direcciones y referencias espaciales que permiten iclentifi-
carlos, a tal pt1nto que los trayectos se remodelan a cada paso y el
espacio tiende a confundirse con los movimientos desplegados.
La territorialización nomádica por alisado es una movilización
del espacio y no un movimiento en tln espacio que suponemos
inmóvil. Es la puesta en variación de un espacio no apropiable
subjetivamente, y no la ocupación de un espacio objetivado como
una propiedad ("toma de tierra" o captura territorial). El Estado
tiene, en cambio, necesidad de semejantes referencias invariables
(estrías) para inmovilizar el espacio, condición fundamental no sólo
para poder tomar la tierra, sino, además, para identificar y con-
trolar a hombres y cosas dentro del territorio tomado, según sus

En cambio, Deleuze privilegia (según Laroche, ibid., p. 256) la idea de


"repartición": el nonios no es la división y la distribución de la tierra
entre los hombres (repartición objetiva q11e supone la captura obje-
tivante de la tierra), sino la repartición de l1ombres, bestias, cosas y
acontecimientos sobre un espacio indiviso, abierto, ilimitado (reparti-
ción sobre una tierra que no se puede objetivar ni atribuir).
30 MM, pp. 384-387 y pp. 500-501 (en refere11cia a A. Milovanoff, "La
seconde peau du nomade", en Les Nouvelles littéraires, 27 de julio 1978,
sobre los nómadas en el límite del Sahara argelino).
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 114 J posiciones y movimie11tos en un espacio que el Estado delimita,


seg1nenta y vuelve apropiable: directamente, cuando determina
las reglas de la residencialidad y la repartición de los bienes o, in-
directa1nente, cuando fija las reglas jurídicas de sus apropiacio-
nes e i11tercambios privados. Tantas operacio11es no sólo ajenas
a los modos de territorialización 11omádica, sino incomposibles
co11estos.
da claro que, desde el pu11to de vista de la 11omadología
guattaro-deleuzia11a, la determinación schmittiana del nomos de
la tierra como siste1na de ordenamiento y de asentamientos re-
sultantes de una serie histórica de "tomas de tierra" es insepara-
ble de un círculo tautológico. Esto debe esclarecer la proximidad
contrastiva de ambas perspectivas. Porque, es evide11te, el hecho
de que el 1101nosexprese un círculo y, en definitiva, la pura tauto-
logía del "juicio autónomo" -fu ent e de derecho, pt1es, conforme
a lo que es, o sea, las tomas de tierra y el orde11 de coexistencia de
las 1)ote11cias que fija11 ahí sus rela cion es- no es, desde el pu11to
de vista de Scl1mitt, una objeció11 descalificadora. Se encuentra
allí, por el contrario, el signo ele su carácter originario y la razó 11
para. que el nomos sea un fu11da1nento. Las metáforas del ft111da-
me11to, el arraigo y la fro11tera, tramadas a lo largo del Nomos der
E1·de, y a las que Schtnitt confiere un sentido lite1·al y telúrico (a
contrapelo de la 1netáfora abstracta de la Grund1101·1n del positi-
vismo jurídico), so11 la demostració11 de esa clausura tautológica
en su propio libro. Un no1nos de la tierra, sistema de ordenamiento
y de ase11ta1nientos que expresan las tomas de tierra por potencias
que allí objetivan y hace11 manifiestos sus límites y su coexis-
tencia, sólo vale como fu11damento porque encierra desde antes
y en sí mismo aquello que está llamado a ser posible después de
su establecimie11to. Por eso el análisis sch1nittia110 oscila entre el
lenguaje político-jurídico de la constitució11 (la toma de tierra es
el acto original constituyente del derecl10) y el lenguaje idealis-
ta de la expresió11 o manifestación (las 11ormas del derecl10, las
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

relaciones jurídicas interiores y exteriores, así como los sistemas [ 115 J


económicos de producción, circulación e intercambio, no son
sino la expresión del orden de coexistencia de las potencias qt1e
han tomado la tierra e impuesto así, para una era histórica dada,
la división y repartición ft1ndame11tales de la tierra). También
por eso, cuando en 19)3 explote todavía los recursos etimoló-
gicos del sustantivo neimen, a un tien1po la toma, el reparto y el
acto de apacentar o hacer apacentar, Schmitt podrá bien derivar
de aquél una "tópica" donde se articula11 las tres dimensiones de
la política (la toma y la potencia que la efectúa), el derecho (el
reparto y su justicia distributiva) y la economía (la fructificación
de aquello que se reparte, su utilización productiva y la justicia
conmutativa de su intercambio) o bie11 considerar que tomar y
dividir, repartir y distribt1ir, t1sar y producir no son más que as-
pectos del nomos, la jt1sticia conmutativa y la jt1sticia distributiva
qt1e se arraigan en una jt1sticia telúrica inmanente de la tierra,
una justicia cuyo objeto -y suje to- es también la tierra 3' . Si la
toma territorial hace posible una división, partición y reparti-
ción de la tierra en partes atribuibles y explotables, objeto de
derecho y de economía, se debe a que la toma es ya en sí misma
"participación originaria'', juicio originario, Ur-teil, como lo ex-
presa la fórmula clel Antiguo Testamento: "Torr1ó, pues, Josué
toda la tierra de acuerdo con todo lo que el Señor había dicho a
Moisés. Y Jost1é la dio por heredad a Israel conforme a sus divi-
siones por sus tribus. Y la tierra descansó de la gt1erra" 32 • Acto de
potencia metajurídico, la toma es un acto ya jurídico y, al mismo
tiempo, se hace valer dentro del orden qt1e instat1ra como 1·adical
title o "título jurídico originario". Tiene, entonces, exacrame11te

31 C. Schmitt, "Pre11dre/Partager /Pait re", op. cit., pp. 52-56.


32 Josué 11: 23, citado en C. Scl1mitt, El No1110s de la tierra, op. cit., p. 63;
Schmitt aludirá a este pasaje todavía en el texto de 1963, formando un
7.º corolario e11apéndice a la obra de 1953, así como a Números 34:13,
sobre la división por sorteo entre las difere11tes tribus de Israel.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 116 J la estructura de la violencia de Estado que a11alizamos en la pri-


mera parte, cotno polo soberano de la "captura 1nágica": el no-
1nos schmittiano es la transposición territorial de la estructura
del nexum. E11 el límite del derecho, la toma de tierra crea dere-
cho, precisa1nente porque inaugura, condiciona y preconfigura
un orden de divisiones espaciales, es decir, un sistema de límites
y disyunciones exclusivas, cuyas gra11des articulaciones (entre el
interior y el exterior, entre impe1·iu1n y domi11um, entre derecho
p{1blico y derecho privado, etc.) las estructuras del derecho no
harán más que fortnalizar. Por esta vía, como lo sugerimos an-
tes, la territorializació11 de Estado co11oce u11privilegio relativo
que excede co11 ventaja los tres aparatos de captura. Es ya, e11 sí
misma, el p1·i11cipio de articulación de las dos cabezas de la sobe1·anía,
la potencia y el derecho: las proporciona una con otra, co11sti-
tuye11do su razón co1nún, bloqueando la abstracción ideológica
de u11 derecho puro de toda relación de pote11cia, pero también
la ilimitación de los conflictos de potencias desembarazadas de
todo derecho y, finalme11te, la instrume11talización de la una por
la otra. Se comprende así por qué, a partir de los años 1950, el
11omos adopta en Schmitt todos los atributos de la soberanía, y la
tonta de tierra recalifica la "decisió11 de la situación de excep-
ción" o el acto constituye11te que reforma los órdenes normati-
vos constituidos. Pues la tierra constituye en sí misma la unidad
de la potencia y el derecho. Nombra el momento originario de su
indistinción (el "se11tido de la tierra"), a partir del cual potencia
y derecho se desju11tará11, se articularán y desarticularán, es de-
cir, entrará11 en la historia, que no es sino la serie de las grandes
articulacio11es entre las potencias de captura y los órdenes jurídi-
cos que formalizan sus relaciones de coexistencia. Qg,e existe u11
mome11to mitológico interno del derecho, como sugiere la inter-
pretación guattaro-deleuziana del 11exu1n, se encuentra, entonces,
confirmado: cuando Scl1mitt abre el Nomos der Erde pla11teando
esa unidad telúrica origi11aria en la le11gua del mito, no se trata
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

de una concesión liminar a una meditación mítico-especttlativa [ 117]


destinada a sttprimirse enseguida tras el análisis positivo de la
historia del derecho de gentes europeo, sino, por el contrario, de
la piedra angular en que reposa su concepción de las potencias
motrices de la historia 33• La tierra es ya justicia, jttsticia inmanen-
te, unidad originaria de la potencia y el derecho, es decir, fuente
de la regla o del límite, porque es la insta11cia limita11tefu11damental.
Toda problematización estructt1ral del derecho -es decir, del
límite, pero también y en forma si11gular, del derecho inter11a-
cional y la "circunscripción" de la gue rra - será además un cues-
tionamiento de las estructuras territoriales en que las potencias
pueclen, en una secuencia histórica dada, coexistir.
El nomos en sentido deleuziano, esto es, nomádico, funciona,
por el contrario, como una instancia de ilimitación. Hace de la
tierra la gran Desterritorializada, pero también la más alta poten-
cia desterritorializante 34: no el fundamento de territorios dividi-
dos, juridificados, ocupados económicamente, sino la instancia
que abre los territorios sobre su afuera, su desocupación o su
transformación. En verdad, Scl1mitt se encuentra lejos de des-
conocer ese tipo de espacio liso, incapturable, no limitativo. Su
figura paradigmática en El Nomos de la tierra es el espacio maríti-
mo. Otra aún será el espacio táctico del partisano, en razón de la
importancia que Scl1mitt le reconoce en la lucha de descoloniza-
ción y en la guerra revolucionaria. "El mar no conoce tal unidad

33 "En el derecho mítico, la tierra es denominada madre del derecho.


Ello señala una raíz triple del derecho y de la justicia[ ... ]. Así, la tierra
está unida al derecho de manera triple. Lo contiene en sí misma como
premio del trabajo; lo revela en sí misma como límite firme, y lo lleva
sobre sí misma como signo pi'.1blico del orden. El derecho es terrenal y
vinculado a la tierra. Esto es lo que quiere decir el poeta cuando habla
de la tierra omnijusta y dice: iustissima tellus" (C. Schmitt, El Nomos de
la tierra, op. cit., pp. 21-22).
34 G. Dele11ze, F. Guattari, ¿QE! es lafilosofía?, Barcelona, Anagrama, 1993,
pp. 86-87 sqq.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 118 J evidente de espacio y derecho, de orde11ación y asentamiento.


[... ] En el mar tampoco puede sembrarse ni grabarse líneas fir-
mes. Los barcos que cruza11 110dejan huellas. 'Sobre las olas, todo
es ola'. El mar no posee un carácter en el sentido original de la
palabra, que procede de la palabra griega cha1·assei1z, grabar, ras-
gar, iinprimir." 35 En cuanto al partisano, es verdad que Scl1mitt
insiste e11un tipo "telúrico" del combatiente, "netamente distin-
to no sólo del pirata sino tambié11 del corsario, por lo menos en
cuanto la tierra y el mar permanecen distintos con10 eleme11tales
espacios de la actividad l1umana y como campos de batalla entre
nacio11es. La tierra y el mar produje1·011 no sólo 1nedios estraté-
gicos diferentes, no sólo teatros de guerra diversos, sino concep-
tos diferentes de guerra, ene1nigo y botí11" 36• Sin embargo, Scl1mitt
subraya con la 111isma insistencia cuá11 relativa puede resultar la
oposición tierra/mar en la táctica del partisa110, quie11 "de este
modo, agrega a la superficie del regular teatro de guerra tradi-
cional otra ditnensión distinta, más oscura, una dimensión de
profu11didad [y] suministra en el campo terrestre una inesperada
pero no por eso menos efectiva analogía con el submari110 [... ]" 37 •
De manera significativa, Deleuze y Guattari verá11 en el es-
pacio marítimo un espacio liso típicamente nomádico. "El mar
como espacio liso es un problema específico de la máqui11a de
gtierra. En el mar, como muestra Virilio, se pla11tea el problema
del fleet i11bei11g, es decir, la tarea de ocupar un espacio abierto,
con un n1ovimiento turbulento cuyo efecto puede surgir en cual-
quier pu11to." 38 Pero lo esencial no se encuentra e11 un reperto-
rio de los ele1nentos 11ien u11a clasificació11 de las "dimensiones"

35 C. Schmitt, El No1110sde la tierra, op. cit., p. 22 sqq.


36 C. Scl1mitt, "Teoría del partisano" (1963), en El concepto de lo 'político',
tr. esp. E. Moli11a y Vcdia, lZ. Crisafio, Buenos Aires, Folios, 1984, p.
128.
37 Ibíd., pp. 168-169.
38 MM, p. 370.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

generales del espacio, sino más bien en los modos de ocupación y [ 119 J
producción de regímenes de espacialización y territorialización.
Al1í do11de Scl1mitt destaca hasta qué punto, salvo en las "talaso-
cracias", incluso en las conmociones geopolíticas ocasionadas
por esa, excelente entre todas, que fue a sus ojos el imperio el
británico 39, el mar ha presentado siempre un elemento de ilimi-
tación y desmesura, que zapa los pri11cipios telúricos de un jue-
go circunscrito de potencias políticas, escapando a la toma y sus
delimita.ciones espaciales, frustrando las determinaciones de una
coexistencia unívoca y, por tanto, susceptible de ser formalizada
jurídican1e11te, Deleuze y Guattari destacan hasta qué punto el
mar (quizá el primero) siempre ha estado sometido a fuerzas de
estriaje, n1ientras que la tierra siempre ha sido ocupada "maríti-
mame11te" -lo que no quiere decir de ma11era "vaga", segú11 un
buen sentido detnasiado terre110 4º - . Si el nomos nomádico guarda
una afinidad objetiva con el desierto, se debe a que el desierto
es un n1ar terrestre o se presta, al menos, a un tipo de ocupa-
ción que hace de éste un "conjunto no métrico". De una forma
n1ás ge11eral, la tierra constituye un filum marítimo cada vez que
dbe emos " tenerl"a , en 1ugar d"e tomarl"a ; ocupa da y no captura-
da, movilizada sin ser medida (como peces en el agua ... ). No es,
pues, una cuestión de espacios "elementales" o de dimensiones
substa11ciales del espacio -seg ún esa serie a la que Schmitt da en

39 Según un leitmotiv, por lo demás antiguo (por ejemplo, durante el


periodo revolucionario, el proyecto de bloqueo de Bertrand Barere,
La libe,-té des Me,-s ou le Gouve,-11e111e11tanglais dévoilé (19 de febrero,
1798]).
40 Sobre la fineza de las se1nióticas perceptivas en alta mar, la cuestión
de los métodos de navegación de altura por estriaje (mediante la astro-
non1ía y la geografía), pero también de procedimientos "preastronó-
1nicos" de una navegación nómada empírica y compleja, véase MM,
pp. 487-491 y las referencias a Pierre Chaunu; sobre la relació11 de
estos temas con el proble1na central de la historia global del reflujo
de la 11avegació11 chi11a y árabe entre los siglos XIII y XVII, MM, pp.
390-391.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 120] ocasiones un sentido evolucionista, del derecho feudal al derecho


de gentes interestatal centroeuropeo; de la gran potencia marí-
tima e industrial británica, a las potencias aéreas de las guerras
totales del siglo xx, hasta la dimensión cósmica de la conquista
espacial durante la Guerra Fría41- . No es, tampoco, una cuestión
de técnica de prodttcción de espacio, aunque muchos ejemplos
de la 12.ª meseta son prueba de la importancia que Deleuze y
Guattari, no menos que Schmitt, acuerdan a la historia de las téc-
nicas y, singularmente, de la tecnología militar, en los modos de
producción de espacio 4 • Los tres autores están de acuerdo, sobre
2

todo en un punto: si los espacios del mar y la guerrilla son tan


significativos (espacios supremamente anómicos para Schmitt;
ejemplos de un "nomos" o de una desterritorialización en espacio

41 Véase C. Schmitt, El Nomos de la tierra, op. cit., pp. 29-30 y 338-356;


"Teoría del partisano", op. cit., pp. 168-178; "El orden del mundo
después de la Segunda Guerra Mundial" (21 de marzo de 1972); MM,
"Del Ritornelo".
42 Véase el caso ejemplar del fleet-in-being, MM, pp. 390-391, y la citación
de P. Virilio en pp. 427-428, nota 58 ("[ ... ] la presencia permanente
en el mar de una flota invisible que puede golpear al adversario en
cualquier parte y en cualquier momento [... ] el fleet-in-being inventa
la noción de un desplazamiento que no tendría destino en el espacio
y el tiempo [... ]. El submarino estratégico no tiene necesidad de ir a
ninguna parte, le basta con mantenerse invisible mientras navega")
y quizá, más significativo aún (prueba de una ocupación marítima
del espacio terrestre, y de 11na captura de técnica de espacio liso por
un Estado), el caso del tanque, i11ventado. cuando la guerra de trin-
cheras se hunde y los huecos de obús vuelven los terrenos de opera-
ción impracticables -la guerra de movimiento, que estaba f11ndada
sobre una artillería móvil, se revierte en 11na completa i11moviliza-
ción forzada. La estrategia de los ingleses consiste en reconstituir 11na
"especie de espacio marítimo sobre la tierra" (MM , pp. 428-429), o
en hacer "entrar la táctica naval en la guerra terrestre", para rernovi-
lizar la guerra (la construcción de land cruisers será confiada al B11reau
of Naval Designs): véase J. F. C. Fuller, L'influence de l'armement sur
l'histoire, tr. fr. L.-M. Chassin, París, Payot, 1948, p. 155 sqq., y W.
McN eill, La recherche de la puissance. Technique, force armée et société
depuis l'an mil (1982), París, Economica, 1992, pp. 369-371.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

liso, típicos de una máquina de guerra nómada, para Deleuze [ 121 J


y Guattari) no es por razones 1neramente técnicas que -aun
cuando puedan ser determinantes- no constituyen nunca una
variable independiente. La forma como los métodos técnico-
cie11tíficos militares intervienen en la producción y destrucción
de espacios está siempre dete1·n1inada a ser determi11ante por otros
factores táctico-estratégicos y, en última
'
instancia, políticos (es
decir, pertenecientes a las relaciones de coexistencia intrínseca y
extrínseca de los procesos de potencia, que cartografían el cam-
po histórico-político considerado).
En los tres autores, lo ilustra, ejemplarmente, la cuestión de las
guerras de guerrilla y de minoría en la historia contemporánea.
"Siempre que se produce una acción contra el Estado, indiscipli-
na, sublevación, g11errilla o revolución como acto, diríase que una
máquina de guerra resucita, que un nuevo potencial nomádico
surge, con reconstitución de un espacio liso o de una manera de
estar en el espacio como si fuera liso." 43 Desde el punto de vista
de la nomadología, esto mueve a pensar en una "confrontación
de los espacios"'14 , de las formas heteronómicas de producción de
espacios lisos que se opo11en a los métodos de estriaje necesarios
a los ejércitos regulares, pero también de las apropiaciones par-
ciales de esos espacios lisos por la potencia militar estatal (lo que
impide conferirles un sentido político e ideológico unívoco) 45•

43 MM, p. 390.
44 MM, p. 506 ("Cómo el espacio no deja de ser estriado bajo la presión
de fuerzas que se ejerce11 sobre él; pero cómo también desarrolla otras
fuerzas y segrega nuevos espacios lisos a través del estriaje [... )").
45 De la guerrilla, véase en particular MM, p. 391, 416-417, 421-422. Pero
este tetna se presenta, también, de manera difusa en muchos otros
contextos, incluso inesperados (así, el problema del movimiento turbu-
lento en la historia de la hidráulica: MM, pp. 496-497). Véase también
el magnífico texto sobre los Siete pilares de la sabiduría, "La vergüenza
y la gloria" en Crítica y clínica, tr. esp., T. l(auf, Barcelona, Anagrama,
1996, pp. 160-175. Atento al contexto histórico de las reflexiones de
,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 122] Volvemos a encontrar, sobre todo en el espacio de los conflictos


irregulares, los caracteres del espacio liso sin los cuales la natura-
leza asimétrica del conflicto permanecería indeterminada. Se dice
de los conflictos que son "disimétricos" cuando hacen intervenir
fuerzas, medios y procedimientos tácticos homogéneos, en los
que apenas varía la cantidad. Encue11tran en la batalla su "centro
de gravedad"; en las políticas de Estado y en las relaciones entre
Estados, su condición de posibilidad; en la sobrepuja cuantita-
tiva de las fuerzas regulares, su forma te11dencial de desarrollo
(la misma que permite a Clausewitz describir el movimiento de
ejecución del concepto puro de la guerra hacia la guerra absoluta,
como movimiento asintótico o ascensión a los extremos 4 6) . Pero
los conflictos asimétricos difieren de los conflictos disimétricos,
no por la desproporción de las fuerzas y medios empleados, sino
por la heterogeneidad cualitativa de los procedimientos tácticos.
Encuentran su paradigma en las operaciones de guerrilla y no en
la batalla; su condición de posibilidad, en una autonomía relativa
de los grupos y modos de decisión y acción, respecto de los órga-
nos de planificación estratégica; su forma de acción y despliegue,
no en el desarrollo disimétrico de las f11erzas en presencia (ba-
talla), sino en la invención ele medios para desplazar las fuerzas
en lo heterogéneo (devenir) 47• En todas las mezclas de hecho, los

Deleuze y Guattari, Marco Rampazzo Bazzan l1a prop11esto 11n bello


esclarecimiento de los problemas planteados por la "guerrilla urbana"
en la Facción del Ejército Rojo, a la l11z de la dialéctica espacio liso/
espacio estriado: M. Rampazzo Bazzan, "La machine de guerre comme
analyseur des théorisations de la guérilla urbaine en R.F.A. depuis le 2
juin 1 9 6 7 " , en V. Milisavljevic y G. Sibertin-Blanc (dir.), Deleuze et la
violence, Toulouse /Belgrade, Europl1ilosophie-Institution de Philoso-
phie et de Théorie sociale, 2012, pp. 7 9 - 1 0 0 .
46 Véase B. Courmont, D. Ribnil<ar, Les guerres asyn1étriques, París, Iris/
PUF, 2002, pp. 2 6 - 2 9 et 43 sqq. Insisten los autores en que la lógica disi-
métrica, bajo esos aspectos es, por lo general, "un asunto de Estaclos".
47 Véase, sobre todo MM, pp. 398-401 (sobre el concepto de "respuesta"),
y p. 421.
GlJILLAUME SIBERTIN-BLANC

pasajes y préstamos e11tre una y otra lógica (problema de la con- [ 123 J


trainsurrección, pero también de terrorismo y policía), las dos
afirman su heterogeneidad.
Esto se ve de i11mediato en las ocupaciones tácticas del espa-
cio, según u11 principio de no-batalla, que revierte la inferiori-
dad de las fuerzas en principio positivo de asimetrización de las
condiciones y modalidades de los asaltos: hostigamiento e hit-
and-run, en vez de "incursión" propiamente dicha; movi1nien-
to turbulento en vez de asedio; frente rotatorio, continuamente
n1óvil y fractal, en vez de "línea de fre11te" o de "choque" entre
las fuerzas beligerantes, etc. El resultado es u11a temporalidad
especial -relacio11es de velocidad y lentitud que permiten com-
binar una estrategia de desgaste prolongado y u11a táctica de la
sorpresa 48- y, correlativamente, una lógica de movimie11to irreduc-
tible a la concepció11 clásica de la ma11iobra, así como a la oposi-
ción demasiado general entre "gt1er1·a de movimiento" y "guerra
de posición", donde la alternativa estratégica sigue subordinada a
la batalla como centro de gravedad del antagonismo. El imperati-
vo de movilidad permanente impone la reducción de las ataduras
al suelo, en beneficio de campos dinámicos que minimizan el rol
de refugios exteriores y bases, y una logística mínima, fácilme11te
transportable, co11for1ne a la exigencia de tener el espacio, es de-
cir, no ya ocuparlo como objeto de apropiació11 o defensa, sino
trazar el correlato estricto del movimiento actual y poder surgir
en cualquier parte, en cualquier momento 49• Otro resultado es el

48 Sobre la co1nbinación "la guerra prolongada en el plano estratégico"/


"operaciones de decisión rápida", véase M. Tse-Tung, "Problemas es-
tratégicos de la guerra revolucionaria e11Cl1ina", e11Obras Escogidas, t. 1,
Pelcí11, Lenguas Extranjeras, 1968, pp. 265-267.
49 Sobre este precepto, la ausencia de posición defe11siva, y la oposición
entre guerra de contacto y guerra de destacamento, véanse las pági11as
i11igualables de T. E. Lawre11ce, Los siete pilares de la sabiduría, Barce-
lona, B, 1997, cap. XXXIII ("Podíamos contener al enemigo mediante
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 124 J principio de movimientos de vectores variables en un espacio di-


reccional inestable y no dimensional, que motiva el primado tác-
tico de los movimientos rotatorios: "Si n línea de demarcación,
el frente está dondequiera qt1e se enct1entre el adversario [... ]"
(Vo N. Giáp); el espacio no es el del enfrentamiento de dos
ejércitos según una aritmética de las fuerzas en relación, sino el
espacio abierto donde se distribuyen no-relaciones o se despla-
zan puntos frágiles o p11nto crít icos cualesqz1iera 5º. Así mismo, los
objetivos privilegiados de la guerrilla (destruir las vías de comu-
11icación, de circulación de hombres y transportes de eqt1ipa-
mientos materiales) buscan, ante todo, "desestriar" el espacio,
acrecentar las capacidades y la velocidad de movimiento, desali-
near las orientaciones y fractalizar las dimensiones de un espacio
inapropiable 51: en suma, restituir t1n espacio liso, cuya descrip-
ción más pura se encuentra, según Deleuze, en T. E. Lawrence:
"El elemento algebraico [... ] se ocupaba de variables conocidas,
de condiciones fijas, espacio y tiempo, cosas inorgánicas como
colinas, climas y vías férreas, incluida la humanidad, en masas
de éste u otro género [... ]. Era, esencialmente, un elemento que
se pt1ede formular [... ]. Pero supongamos que nosotros fuéramos
(como podríamos serlo) una influencia, una idea, algo intangi-
ble, invt1lnerable, sin derecho ni revés, a la deriva como un gas.

la silente amenaza de un vasto desierto desconocido, sin mostrarnos


hasta el rr1omento de atacar"). Véase también el orden de las razones
tácticas de la guerra revolucionaria en M. Tse-Tung, op. cit.
50 Sobre la importar1cia no tanto de ser "sL1periores en el p11nto crítico
y en el momento del ataque" como de dominar los puntos críticos, de
conservar la decisión sobre qué es crítico, de suerte que al final un
solo punto crítico basta, véase T. E. Lawrence, Los siete pilares de la
sabiduría, op. cit., cap. XXXIII; y M. Tse-Tung, "Problemas estratégicos
de la guerra revolucionaria en China", op. cit., pp. 254-255.
51 Véase a contrario los principales métodos contrainsurreccionales pre-
conizados por el consejero presidencial durante la Guerra de Vietna1n:
R. Thompson: Def eat Communist Insurgency, Malaya and Vietna111, Lon-
dres, Chatto and Windus, 1966.
GU ILLAUME SIBERTIN-BLANC

Los ejércitos eran como plantas, inmóviles, de raíces firmes, la [ 125 J


cabeza alimentada por largos tallos. Nosotros podríamos ser un
vapor, soplando donde nos plazca".
Sin embargo, lo esencial es que estos métodos de producción
de espacio liso no respo11den únicamente a problemas tácticos,
sino que atañen directamente a una cuestión de política -como
lo ha destacado C. Schmitt en su Teoría del partisano-. No sólo
en virtud de una sobrecarga ideológico-política del afrontamien-
to por parte de los combatientes, sino en razón de las formas
de espacialidad que allí se e11carnan. Las ideas cambian con los
espacios, y el espacio liso contiene, según Deleuze y Guattari,
una subversión de la estatalidad de la política. Para decirlo in-
versamente, reducir los espacios lisos a simples opcio11es tácticas
es ya un acto político, que pretende neutralizar esa otra políti-
ca que ese tipo de espacio implica. De ahí la importancia de las
apropiaciones de ciertos métodos de guerrilla por parte de los
ejércitos de Estado, cuando transfieren técnicas y co11ocimien-
tos de la guerra asimétrica o de 1ninoría con provecho al apara-
to represivo 52• La doctri11a del "enemigo cualquiera", forjada a
mediados de los setenta por los teóricos de la defensa nacional,
interesa a Deleuze y Guattari, precisamente porque introduce u11
concepto típico de espacio liso ("punto crítico cualquiera") en
una tecnología de control del campo social interior 53• Pero de
ahí resultan, también, las vacilaciones, resistencias o disensiones
entre los estrategas de Estado con respecto a esas apropiaciones,

52 Hasta esa ironía, que el ejército israelí "utilizaría" los análisis de De-
leuze y Guattari o de los situacionistas, para redefinir sus métodos de
interve11ción en los territorios ocupados: véase la pequeña y cautiva-
dora obra de E. Weizma11 A través de los muros. Cónzo el ejército israelí
se apropió de la teoría crítica postmoderna y reinventó la guerra urbana,
Madrid, Errata. Naturae, 2012.
53 Recordemos que el espacio liso será u11a propiedad mayor de las "so-
ciedades de control", descritas por Deleuze a finales de 1980, e11un
texto bastante comentado ( Conversaciones, op. cit.).
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 126] a las "teo rías del mism o elem ento " 54 y, de manera simé trica , pero
no men os sign ifica tiva , a los con flict os que dttrante la resistencia
popular pue de su.scitar la inte grac ión de fuerz;ts irre gula res a un
ejér cito regu lar 55 • Es, sin duda, otra vez en la obra de Law renc e
don de Del euze y Gua ttar i encue11tran una form ulac ión tan sim ,-
ple com o adn1irable de la polí tica imp licad a en el espacio liso:

Las tribus estaban convencidas de qt1e habían creado un


gobierno libre y árabe, y [de] q11e cada una de ellas lo era.
Todas ellas eran independientes y estaban resueltas a gozar
de tal independencia, convicción y resolución que habría
conducido a la anarquía, de no haber afianzado ai'.1n más
los lazos familiares y los vínculos de responsabilidael clá-
nica. Esto, no obstante, implicaba la negación ele c11alquier
poder central. El jerife podía gozar de la sobera11ía legal de
cara al extranjero, si tan altisonante jugt1ete le complacía;
pero los asuntos internos debíar1 ser regidos por la cost11m-
bre. La cuestión que se planteaban los teóricos extranjeros
-"¿S erá Damasco la que domine el Heyaz, o éste el que
domine er1 Dam asco ?"-- no les preoct1paba lo más míni1no,
ya que ni siquiera se la planteaban. La idea que los semitas

'.>4 En un trabajo que se l1a convertido en u11mant1al clásico ele contra-


insurrección, recogiendo las leccio11es de las guerras de Indochina y
Argelia, el coronel Roger Trinquier contestaba la idea de qt1e para
vencer a la guerrilla "bastaría volver contra ella sus propias armas", y
"a la gt1errilla oponer la contragt1errilla" (La Guerre moderne, París, La
Table ronde, 1961, citado en G. Chaliand, Stratégies de laguérilla, París,
Payot, 1994, pp. 549-550).
'5'.i Acerca de la oposición Che Guevara/Mao en este punto, véase B. Cour-
mont, D. Ribnilcar, Lesguerres asymétriques, op. cit., pp. 35-37. Sobre este
problema durante la guerra revolucionaria española, véanse los textos
de Buenaventura Durruti referidos por A. Prudhommeaux, Catalogne
36-3 7 y Cahiers de Yerre libre (1937 ), reecl. en D. Guérin, Ni Dieu ni
maftre. Anthologie de l'a11archis111e(1970), París, La Découverte, 1999, t. 11,
pp. 320-334.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

se hacían de la nacionalidad era la de una independencia [ 127 J


de cada clan y cada aldea; y su ideal de unidad nacional te-
nía un carácter episódico, ligado a la resistencia al intruso.
Ideas como las de una política constructiva, o un Estado
organizado o un imperio extenso, no sólo estaban lejos de
su inmediata perspectiva, sino que les resultaban se11cilla-
mente odiosas. Luchaban por deshacerse de un imperio, no
por ganarlo. Los sentimientos sirios y mesopotámicos hacia
estos ejércitos árabes eran ambiguos. Creían que luchan-
do e11las filas de las partidas locales, incluso en el Heyaz,
vindicaban los derecl1os genéricos de todos los árabes a la
existe11cia nacional; y, aunque no encaraban la creación de
un Estado, ni siquiera de una confederación de Estados,
claramente apuntaban en dirección norte, deseando añadir
a la familia árabe un Damasco y un Bagdad autónomos 56 •

Un último comentario, e11tonces, acerca de la co11frontación con


Carl Scl1mitt. Si la guerrilla ofrec e un caso tan vívido sobre la
forma como esos espacios lisos no despliegan sólo un fondo o
cuadro vacío para los antagonismos, si110 que determinan di-
11ámicas que deciden parcialmente las posiciones, los enfren-
tamientos y desplazamientos, se debe a que los conceptos de la
política: Estado, derecho, guerra, hostilidad, enemigo y, de manera
general, aquellos en que se piensa y practica la política a través
de sus divisiones y conflictos, cualquiera que sea el nive l en que
se les plantee (jurídico, filosófico, ideológico, estratégico o polí-
tico) sólo valen en espacios determinados, y en función de territo-
rializaciones específicas que los propios conceptos contribuyen
a esquematizar (a "dramatizar", diría Deleuze), mientras cobran
su sentido y efectividad (por ejemplo, dos conceptos ambivalen-
tes por excelencia: "punto cualquiera" y "enemigo cualquiera").

56 T. E. Lawrence, Los siete pilares de la sabiduría, op. cit., cap. xrv.


POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 128 J Los modos de territorialización y desterritorialización de las prác-


ticas, técnicas, códigos institucionales, son a un tiempo territo-
rializaciones y desterritorializaciones de conceptos que descu-
bren allí sus condiciones de formación y transformación, antes
de encontrar su "objeto" y su "sujeto". Tal es la tesis propiamente
"geofilosófica" en que se apoya el materialismo histórico-maquí-
nico: el problema del pensamiento no se plantea en las relaciones entre
z1nsujeto y un objeto, sino en las relaciones entre la tierra y los terri-
torios 57. La incompatibilidad de los diagnósticos que habrán de
proponer Schmitt y Deleuze-Guattari de la crisis de la territoria-
lidad estatal moderna y, en consecuencia, de la forma del Estado
soberano, no dejará de ser por ello irreductible. Pero las motiva-
ciones políticas e ideológicas, incluso las más evidentes, sólo son
instructivas si se consideran las conceptualidades en que actúan.
Frente a Deleuze y Guattari, pensadores críticos de la forma-
Estado, Schmitt sigue siendo un pensador estadista de la crisis
del Estado. Los presupuestos de que depende, para Schmitt, la
posibilidad misma de pensar la política están determinados por la
forma-Estado. Schmitt profundiza constantemente su diagnós-
tico del desmembramiento del presupuesto del Estado, pero siem-
pre lo hace sobre ese presupuesto: es, como se sabe, el punto de
partida de su problematización de "el concepto de lo político"
-per o también, fuerza es decirlo, su fin inmanente, apelación
de una instancia capaz de ocupar su lugar 58- . Según Schmitt, la
estatalidad moderna, la racionalidad cuyo portador es el Estado,
se encuentra unida analíticamente a un estriaje territorial que se
supone unívoco, absolutamente unívoco, luego, idealmente uní-
voco (toda la cuestión, como vimos en la primera parte, está en

57 MM, pp. 461, 470; y ¿QE,ées la filosofía?, op. cit., p. 86.


58 Sobre la temática de los "grandes espacios", a partir de 1943, y sobre la
escena internacional de posguerra, véase J.-F. l(ervégan, "Carl Scl1mitt
et 'l'unité du monde'", Revista de Filosofía, n.º 13, Juillet-Décembre
1996, pp. 99-114.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

saber hasta dónde puede uno pensar "estatalmente" el Estado [ 129 J


sin idealizarlo). El Nomos de la tierra mostrará có1no esa terri-
torialización de la forma-Estado, expresada por su codificación
jurídico-política y, en primer lugar, por las tres grandes fronte-
ras conceptuales que el Jus publicum europeo habría conseguido
imponerse, unívocan1ente, entre guerra y paz, civiles y comba-
tientes, enemigo y criminal, reside en un 1zomos donde se intri-
can: (a) la monopolización estatal de las fronte1·as soberanas (o
la soberanización de las fronte1·as de los Estados-nación europeos)
y (b) un arbitraje no menos intangible del espacio continental
de su coexistencia (como espacio de reconocimiento mutuo de
la soberanía inalienable de cada Estado) y de las "tierras libres"
extraeuropeas (como libre campo de competición de sus ambi-
ciones territoriales). En adelante, ninguna de esas dos determi-
naciones espaciales podrá ser cuestionada sin que la otra no se
vea también comprometida, como bien lo ilustra el juego alar-
mante de reflejos que Schmitt verá entre guerra civil y guerra
"anticolonial", y el inexorable círculo vicioso de la "guerra re-
volucionaria" comunista como tendencia hacia una "guerra civil
mundial", que atestigua en el pensamiento schmittiano la insis-
tencia espectral de ese esquema del l(at-echon y la figura apo-
calíptica que lo sostiene, Mal o Anticristo. Al presente, desde
el punto de vista histórico-maquínico, la secuencia histórica del
"Estado moderno" y de su racionalización jurídica, filosófica y
geopolítica no ha sido, por el contrario, sino el efecto precario
y provisional de una dominancia del proceso de captura. Esta
dominancia condensa las vías complejas por las cuales el Estado
consigue apropiarse o subordinar relativamente los otros procesos
maquínicos: de polarización urbana (problema del conflicto en-
tre soberanías estatales y ciudades libres), de máquina de guerra
(problema de constitución y monopolio de las armas de Esta-
do), de englobamiento ecuménico (problema del control estatal
del comercio de larga distancia, el acceso a los minerales, etc.).
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 130 ] Ya veremos, en la próxima sección, que la síntesis del Estado mo-


derno (el Estado como sujeto exclusivo de la política, y la guerra
como medio de las relaciones exclusivamente interestatales), tal
y como se expresa de manera ejemplar en Clausewitz, descansa
fundamentalmente sobre un proceso histórico supremamente
contradictorio e inestable de subordinación de los otros procesos
maquínicos a la captura estatal y, singularmente, sobre t1n movi-
miento de "apropiación" de la potencia de máquina de guerra a
la forma-Estado.
Pero si este dispositivo conceptual contraviene la exigencia
de Schmitt de reservar el concepto de Estado al Estado moderno
(potencia soberana superior, autónoma y neutra, inseparable de
su codificación jurídico-política, de su elaboración filosófica y,
en última instancia, del nomos de la tierra donde ambas se sostie-
nen y el derecho de gentes centroeuropeo que las expresa), tam-
bién permite una plasticidad conceptual y analítica mucl10 más
grande que la antítesis-fetiche del pensamiento reaccionario del
Orden y el Desorden. Al hacer del Estado una variable de coexis-
tencia presente, actual o virtualmente a todo el campo histórico
(un proceso maquínico en relación de coexistencia extrínseca
e intrínseca con otros) no se sutiliza, sin embargo, el concep-
to de Estado en las generalidades abstractas qt1e Schmitt teme.
Antes bien, interrumpiendo los trayectos entre idealización de
una edad de oro del Estado moderno y "melancolización" de sus
grandes edificios jurídicos y filosóficos cuyo derrumbamiento
no acabaríamos nunca de deplorar, dicha variable nos permite
analizar las contradicciones internas que no han cesado de tra-
bajar ese Estado mismo, su aparato de captura y soberanía; lue-
go, las transformaciones de la forma-Estado, incluyendo las nuevas
funciones y los nuevos poderes que los Estados podrán adquirir
cuando, una vez su proceso maquínico pierda ya la dominancia,
habrá de subordinarse a nuevos procesos (de polarización, en-
globamiento, máquina de guerra) re-autonomizados, a su turno,
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

relativamente, con respecto a la captura y la soberanía estatales. [ 131 J


Así lo demuestra la exposición sistemática de la "hipótesis en su
conjunto": al final, más que el advenimiento de "la guerra civil
mt1ndial", Deleuze y Guattari presentirán el de un orden poli-
civo-jurídico mundial de "Paz absoluta" y menos la llegada del
Anticristo, ct1yo último refugio debía ser el Estado, que la pro-
mesa de una Nueva Jerusalén donde los Estados 110tendrán la úl-
tima parte: "Cada vez que se ha programado una ciudad radiante,
sabemos perfectamente que se trata de una forma de destruir el
mundo, de volverlo 'inhabitable', y de levantar la veda del ene-
migo cualquiera [... ) El Apocalipsis no es el campo de concen-
tración (Anticristo), es la gran seguridad militar, policial y civil
del nuevo Estado (Jerusalén celeste)", 9_ Pero ¿qué tan susceptible
es todavía esta inversión de aclarar las perturbadoras afinidades
e11tre estos pensadores a quienes todo oponer

PROCESOS MAQUÍNICOS Y LÓGICAS ESPACIALES

Concluyamos este recorrido en la fábrica de la hipótesis de la


1náquina de guerra extrayendo algunas aclaraciones para el ma-
terialismo histórico-maqt1ínico:
(a) La oposición binaria Esta do/ Máquina de guerra posee
una función heurística. Descubre en las condiciones privilegia-
das de la secuencia histórica gengisl<hanida el medio de ilustrar,
ante todo, un proceso maquínico autó11omo, es decir, de afirmar
una forma de potencia cualitativamente distinta de la potencia
estatal de captura. (b) Sólo que esta "sin1plificación del antago-
nismo" es puramente teórica: todo campo geohistórico articu-
la relaciones de coexistencia de todos los procesos maquínicos

'i9 G. Deleuze, "Nietzsche y San Pablo, Lawrence y Juan de Patmos"


(1978), en Crítica y clínica, op. cit., p. 68.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 132] (polarización, anticipación-co11juración, e11globamiento, etc.), en


grados de intensidad y relaciones de subordinación asaz varia-
dos. (c) La conclusión recíproca es aún más importante: si el an-
tagonismo Máquina de guerra/Estado está determinado siempre
por un campo de coexistencia de todos los procesos maquínicos,
no puede bastar con oponer una territorialidad nomádica y una
territorialidad estatal, o el espacio liso de un nonios nómada y el
espacio estriado de las tomas de tierra. Pues si no son homogé-
neos los procesos maquínicos desde el punto de vista de la forma
de potencia que constituye su esencia sie1npre positiva, mal po-
drían serlo desde el punto de vista de sus producciones de espa-
cio. El estudio de los modos de territorialización deberá, enton-
ces, pluralizar a su vez las categorías del análisis, adoptando como
hilo conductor la tipología de las potencias maquínicas, y cote-
jarlas transversalmente. Así nos guardaremos de identifica1· en
Deleuze y Guattari, como en una misma serie de equivalencias,
una oposición, siempre la misma, ya entre nómada y sedentario,
ya entre la 1náqui11a de guerra y el aparato de Estado, ya entre
espacio liso y espacio estriado. Pues no sólo estas oposiciones ex-
presan cada vez, localmente, un punto de vista diferente sobre la
crítica de la forma-Estado, sino que forman todas juntas un sis-
tema de multiplicidades en extremo sobredeterminadas, donde
los a11tagonismos de oposición o binarios resultan de las dinámi-
cas de domi11a11cia y subordinación, articulando multiplicidades
que no perte11ecen a un mismo nivel epistén1ico: multiplicidad
de las formas de potencia (procesos tnaquínicos), pero también
de las producciones de espacio (modos de territorialización).
Qg_eda visto e11 la posición del nuevo umbral de categorización
que la 11omadología de la 12.ª meseta l1ace franquear al materia-
lismo histórico-maquínico.
De hecho, el análisis de las territorialidades desemboca,
otra vez, e11 una articulación tipológica y topológica de las ló-
gicas espaciales o de las formas de espacialización producidas
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

por lógicas heterogéneas de movimiento o desplazamiento 6º . Ya [ 133]


habíamos señalado cómo, puestas al servicio de la identifica-
ción de un "principio territorial" nomádico, las investigaciones
movilizadas en antropología cultural e histórica producían ese
efecto paradójico de romper con una representación etnificada
del nomadismo, no menos que con la oposición que de ésta se
deriva, entre nómadas y sedentarios.· Repitamos que el noma-
dismo no se define por oposición al sedentarismo, sino en su
relación con el Estado, no porque carezca de Estado, sino porque
afirma su esencia propia, es decir, la forma de potencia que lo
define como nomadismo: la composición de un nomos, espacio
liso incompatible con la captura territorial estatal (el estriaje del
espacio como condición circular, efecto y causa del poder de Es-
tado). Pero esos dos tipos de espacialidad, liso y estriado, son
formaciones complejas que intrican modalidades de movimien-
tos, desplazamientos y circulaciones heterogéneas, que se l1allan
también en relaciones variables de dominancia y subordinación
(según las relaciones de coexistencia de los procesos maquínicos
en presencia). La incompatibilidad espacio liso / espacio estriado
atañe entonces más profundamente a una tipología pluralista de
las lógicas circulatorias, cuyos tipos se componen diversamente
y pueden encontrarse en formaciones sociales que sólo estadísti-
ca o globalmente calificaríamos de nómadas y sedentarias. Véase
una formulación sintética, que hará resurgir la inspiración im-
plícitamente estructural de su procedimiento. Sean cuatro tipos
despejados primero por una oposición de dos en dos y que per-
mita sugerir, enseguida, una afinidad entre las parejas cruzadas:
un desplazamiento nomádico y un desplazamiento migratorio se

60 Esta 1ógica es puesta a funcionar, en estado práctico, en todos los


análisis de la 12.ª meseta; pero es también tematizada, específicamente,
en la Proposición VIII (MM, pp. 405-415). Aquí me apoyo, particu-
larmente, en su exposición tipológica, sintetizada en pp. 384-385 y
410-411.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 134J oponen, conforme a la relación de subordinación inversa entre


los dos valor e s puntos I trayectos; un desplazami e 11to ambulatorio
o iti11e1·a11te y un desplazamiento trashunzante se opo11en, según la
relación de subordinació11 inversa e ntre los dos valores flu jo s I ro-
tació11; un cir cu ito t1·ashumante somete u11flujo a puntos variabl e s
(afinidad con la migración); un flu jo ambulatorio somete los pun-
tos de pasaje al t rayecto que el propi<J flujo traza materialmente
(afinidad con el nomadismo 61) .

Trayectos /Pu11tos Flujos /Rotación


Nomadismo +-

Migración -+

Itinerancia +- +-

Trasl1uma11cia -+ -+

Una formulació11 así desarrollada permit e subrayar los juegos de


sobred e termi11ación que e11toda multiplicidad territorial actúan
necesariament e :
(a) Será específico del desplazamiento no1nádico sub o rdinar
los "puntos" de parada, partida, pasaje o destinación a los tra-
y e c t o s, que cobra11 valor por sí n1ismos -s us ci t ando prácticas,
modos de ser y pensamie11to, invenciones téc11icas, científicas o
artísticas es pe cí fic as - y que sólo por vía de consecuencia o como
condició11 subordinada reúnen los puntos, etapas o coordenadas
de movi1niento. "Un traye ct o si e mpre está entre dos puntos, pero
el entre-dos ha adquirido toda la consistencia y goza tanto de

61 Esta afinidad será explicitada al final del Tratado de 110111adología, que


lo ilustra sobre el plano antropológico-histórico, en cuanto a la extrac-
ción de mi11erales y la confección de armas, por las interacciones
estrecl1as entre pueblos nó1nadas de Asia y artesa11os n1etalurgistas:
MM, pp. 412-413.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

at1tonomía como de una dirección propia" 62 • El caso es en1ble- [ 135J


mático, cuando esos puntos tienden a adoptar una variabilidad
y una movilidad propias, por ejemplo, bajo la presión de ciertas
condiciones ecológicas (estepas, mar, desierto, l1ielos).
(b) Distinto es el desplazamiento migratorio, marcado por la
st1bordinación inversa de los trayectos a los puntos, que los ref1e-
ren a 11nsistema de coordenadas, garantizándoles un origen y un
fin, fijándoles un sentido y preparando las mediaciones para rea-
lizarlo. "El nómada no debe confundirse con el migrante, pues el
migrante va de un punto a otro, aun si ese otro pt1nto es dudoso,
imprevisto o mal localizado. Pero el nómada sólo va de Lln punto
a otro como consecue11cia o necesidad de hecho: en principio, los
puntos son para él etapas de un trayecto." 63
(e) El desplazamiento devendría específican1e11te an1bulatorio
o itinerante cuando el movimiento se efectí1e, no por la subordi-
nación de los trayectos a los puntos (movimiento migratorio) ni
por la subordinació11 de los puntos a los trayectos (movimiento
no1r1ádico), sino por su subordinación común a un flujo material
poseedor de variables propias (filz1m). La ambulación es un iti-
nerario de flujo, "seguir el fl11jo de materia es itinerar, ambular
[... ]". Cierto, existen itinera11cias segundas en que ya 110 es u11
flujo de materia lo que se prospecta, si110 un mercado, por ejem-
plo. No obstante, se sig11e todavía un flujo de signos monetarios,
de mercancías y compradores, q11esiguen al vendedor ambulante
o al productor directo 64•

62 MM, pp. 384-385.


63 Idem. Delet1ze y Guattari añaden enseguida: "Los nómadas y migra11tes
pueden combinarse de mucl1as maneras, e, formar un conjunto co1n{1n;
no por ello dejan de tener causas y condiciones n1uy diferentes", aun
cuando esas causas y condiciones son efectuadas, sucesiva o simultá-
neamente, en un grt1po o en una misma persona, es decir, 1nigrante y
nómada, seg(1n dos relaciones cliferentes.
64 MM, pp. 411-412.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 136] (d) Pero también los flujos pueden integrarse en u11sistema


de coordenadas o "puntos" de tipo migratorio, definiendo un
ci1·cuito que subordine la ambulació11. La itinerancia de circuito,
e11co11traste con la itinerancia de flujo, define un desplazamie11-
to trashumante, es decir, una 1·otació11: "Un trashuma11te, ya sea
agricultor, ya sea ganadero, cambia de tierra según el empobre-
ci1niento de ésta o según las estaciones; pero sólo secundaria-
mente sigue un flujo de tierra, puesto que sobre todo efectúa
una rotació11 destinada· desde el principio a hacerle volver al
punto que ha dejado, cuando se haya reconstit11ido el bosque,
reposado la tierra, modificado la estación. El trashumante no
sigue un flujo, traza un circuito, de u11 flujo sólo sigue lo que
e11tra en el circuito, incluso si éste es cada vez más amplio. El
trashumante sólo es, pues, itinerante por vía de consecuencia ...
Incluso el comerciante es un trashuma11te, en la medida en que
los flujos comerciales están subordi11ados a la rotación de un
pu11to de pa1·tida y de un p1111tode llegada (ir a buscar-l1 acer
venir, i111portar-exportar, co1n1)rar-vender)" 6' .
La distinción de estas cuatro lógicas de 1novimiento es inse-
l)arable del a11álisis de sus articulacio11es variables segú11 el caso.
No definen caracteres étnicos o culturales, grupos sociológicos o
"modos de vida", sino lógicas circulatorias heterogéneas que pue-
den intrincarse, entrar en complementariedad o contradicción,
de11tro de un n1 ismo grupo, una sociedad o un mismo individuo.
La cuestió11 está en saber, entonces, qué determina los tipos de
desplazamie11tos domina11tes y subordinados, en tal o cual mul-
tiplicidad, y la repartición de lo "primario" y "secundario" en
cada tipo.
De ahí un segundo nivel de formalización en que esta tipo-
logía no sólo no restituye una oposición entre nomadismo y se-
dentarismo, sino que tampoco confiere un privilegio a ning11no

6'i Ide111.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

de los dos principios territoriales liso y estriado, ct1ya oposición [ 137 J


no satura el conjunto de las posibilidades del mapa conceptual.
Un principio territorial no define un espacio simple o tina ocu-
pación espacial t1nívoca, si110 un principio de articulació11 de los cua-
tro tipos de itinerancia y de determi11ación de sus relaciones desiguales.
Relaciones de dominancia y subordinación entre procesos ma-
quínicos regulan las relaciones de dominancia y subordinación
entre los tipos de movimiento y, en consecuencia, las reparticio-
nes de lo primario y secundario (entre trayectos y puntos, flu-
jos y circuitos). Si un proceso de máqt1ina de guerra impone la
dominancia de un movimiento nomádico, t1n proceso del tipo
polarización urbana impondrá a su vez la dominancia de un mo-
vimiento de circuito o rotación, mientras que los mecanismos de
anticipación-conj11ración privilegiarán movimientos del tipo itine-
rancia 66. En cuanto a la oposición espacio estriado y espacio liso,
no es una oposición bi11aria o bi-unívoca (como entre nómada
y sedentario, o entre dos modos de vida), sino entre dos princi-
pios territoriales, es decir, dos articulaciones de cuatro tipos de
desplazamiento. Es, en este sentido, tina oposición estructural:
no opone, dos a dos, un tipo de territorialidad a otro, y un tipo
de movimiento a otro, sino, por el contrario, dos formas de so-
bredeterminación de desplazamiento, por c11anto en éstas se conju-
gan siempre y siempre de manera desig11al las cuatro lógicas de
movimiento. Deleuze y Guattari pueden afirmar, entonces, que
esos principios territoriales permiten dar cuenta de su "combi-
nación, cuando se produce, la forma bajo la que se produce, el
orden en que se produce" 67 o, incluso, de aquello que es primario
en la "combinación" (por ejemplo, la afinidad del movimien-
to nomádico, cuando subordina las paradas a los trayectos, con el

66 Sobre la itinera11cia serial y su relación con los procesos de anticipación-


co11juración, véase MM, pp. 214-215 y 446-448.
67 MM, p. 411.
,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATT.A.RI

: 138J movimie11to a,nbulante, cua11do subordina el trayecto a u11 flu-


jo de materia por seguir o prospectar, o, aun, el vínculo entre
migració11 de u11 punto a otro, y trashu1nancia en un circuito de
rotación, también "punteado").
Por su parte, u11 espacio liso de desplaza1nie11to puede ser,
e11ese se11tido, calificado de nómada: corresponde éste a un tipo
de ocupación o a u11aproducció11 de espacio que da cuenta tan-
to del valor primario que cobran los trayectos (relegando los
"puntos" al rango de condiciones secundarias o derivadas, no
por eso 1ne11os importantes) co1no de la razón objetiva para que
el desplazamiento nomádico sotneta el desplazamiento migrato-
rio y los desplazamie11tos de tipo itinerante y trashumante. "La
determinación primaria del 11ómada es que ocupa y domi11a u11
espacio liso: sólo bajo ese aspecto es determinado como nóma-
da (esencia). Sólo será por su cuenta trashuma11te, e itineran-
te, en virt11d de las exige11cias impuestas por los espacios lisos" 68
(se destruye 11n 11omadismo, de igual modo, privá11dolo de sus
segn1entos "trasl1uma11tes" o "itinerantes"). I-Iemos visto e11qué
sentido semeja11tes espacios deben ser dicl1os lisos en razón de
lo que allí sucede: modos de distribució11 de hombres y cosas,
l1ecl1os y movin1ie11tos varía11 en función de los acontecimientos
que afectan el recorrido mismo de este espacio, que l1a deve11ido
"abierto e ili1nitado e11todas direcciones". Precisa1nente, cuando
los trayectos subordina11 los pu11tos, estos cobran el valor de tra-
zos vectoriales "que se borran y desplaza11 con el trayecto", a tal
1)u11toque el espacio deviene móvil 69• No se opo11e, entonces, la
sedentaridad (que puede tolerar enormes playas de espacio liso)
al espacio no1nádico, si110 un principio territorial que bloquea el
espacio liso y subordina los movi1nie11tos nomádicos a los des-
plaza1nie11tos migratorios (yendo de un pu11to a otro), no menos

68 Ide111.
69 Véase G. Deleuze, Crítica y clínica, op. cit., p. 89.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

que las itinerancias de flujo a los circuitos de rotación ("de tln [ 139 J
flujo sólo sigue lo que entra en el circuito"). A semeja11te obje-
tivación de una superficie de inscripción inrriovilizada Deleuze
y Guattari la llaman estriaje del espacio, l)Or cuanto hace de éste
una extensión homogénea, delimitable, repartible en segmentos
identificables, controlable según marcas constantes, que permi-
ten apreciar en todo ptinto la variación de posiciones y movi-
mientos relativos de las cosas, hombres y signos, pero también
distribt1i1· el espacio, "asignando a cado tino su parte y regulando
la comunicación entre las partes" 7º. ¿Por qué, sin embargo, opo-
ner el espacio liso al estriaje del espacio por el Estado? ¿Por qué
oponer el principio territorial nomádico a una territorialidad
específicamente estatal, y no a una sedentaridad ge11éricar Sin
duda concebimos una cantidad de técnicas de estriaje del espacio,
de orde11amientos semióticos, sociales, incluso mentales, como
otros tantos territorios estriados. Pero la pregt1nta de Deleuze y
Guattari es otra: ¿qué hace de ese estriaje del espacio un principio,
es decir, un tratamiento del espacio llamado a valer t1niversal-
mente, de derecho pa1·a todos los casos, para todos los movimientos
o todas las afecciones del espacio? Ahora, el Estado "es insepara-
ble, allí donde puede, de un proceso de captura de flujos de todo
tipo, de poblaciones, de mercancías o de comercio, de dinero o
de capitales, etc. Pero se necesitan trayectos fijos, de direcciones
bien determinadas, que limiten la velocidad, que regulen las cir-
culaciones, que relativicen el movimiento, que midan, detallada-
mente los movimientos relativos de los sujetos y objetos" 7 1• De lo
anterior, extraigamos tres o cuatro corolarios:
(a) Primero, así como el principio territorial nomádico no
establece una correlación bi-t1nívoca entre espacio liso y movi-
miento nomádico, sino una correlación estructural entre espacio

70 MM, p. 385.
71 MM, p. 389.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 140 J liso y un complejo de movimientos l1eterogéneos (nomádicos,


migratorios, itinerantes o "a1nbulantes", rotatorios o "trashuman-
tes") bajo la don1ina11cia de un movimie11to nomádico, así mismo
el pri11cipio territorial estatal establece una correlación estruc-
tural entre espacio estriado y un complejo de desplazamientos
l1eterogéneos bajo la subo1·di11ació11 de los desplazamientos nomá-
dicos: "Una de las tareas fundamentales del Estado es la de estriar
el espacio sobre el que reina, o utilizar espacios lisos como un
medio de comunicació11 al servicio de un espacio estriado. Para
cualquier Estado no sólo es vital vencer el nomadismo, sino tam-
bié11 controlar las migraciones, y, más generalmente, reivi11dicar
una zo11a de derechos sobre todo 'exterior', sobre el conjunto de
flujos que atraviesan el ecúmeno [... ] Y a la inversa, cuando un
Estado no logra estriar su espacio interior o contiguo, los flujos
que lo atraviesan adquieren necesariamente el aspecto de una má-
quina de guerra dirigida co11tra él, desplegada en u11espacio liso
hostil o rebelde" 7 •
2

(b) Si u110 pregunta, al1ora, qué desplaza1nientos vuelve do-


minantes el espacio estriado, sin duda la respuesta no puede ser
unívoca. En todo caso, la sedentarizació11 estatal, fundada e11
p1·i11cipio sobre el estriaje del espacio, privilegia 11ecesariamente
el movimiento migratorio (directamente) y el movimiento rota-
torio (indirectamente). "No es que el Estado ignore la velocidad;
pero tie11e necesidad de que incl1iso el movimiento más rápido
deje de ser el estado absoluto de un móvil que ocupa un espacio
liso, para devenir el carácter relativo de un 'movido' que va de un
punto a otro en un espacio estriado. E11este sentido, el Estado 110
cesa de descomponer, recomponer y transformar el movimiento,
o regular la velocidad." 73 Si definimos la n1igración por una iti-
nera11cia que subordina los trayectos a coordenadas invariantes o

72 MM, pp. 389-390.


73 MM, p. 390.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

a puntos determinados previamente, está claro que la territoria- [ 141 J


lización residencial como principio de pertenencia de los sujetos
al Estado tiene por correlato innumerables migraciones, locales,
cotidianas, sociales y profesionales. El problema de la territoria-
lización de Estado será más bien la diferenciación selectiva de las
migraciones y circulaciones, luego también los medios, reglas
y objetivos de su discriminación, en f11nción de los p11ntos de
partida, tránsito y llegada (migraciones ciudad/ campo, intra-/
ínter-regionales, intra -/ transfronterizos, etc.).
(c) En tercer lugar, el principio territorial estatal, aun si cana-
liza y reprime las itinerancias nomádicas stricto sensu, deja abierto
todo un campo de tensiones y contradicciones posibles entre las
otras itinerancias que quizás privilegia, 1nigratorias, ambulantes
(de flujos), trash11mantes (de circuito-rotación). Pensemos, por
ejemplo, en los modos de territorialización de los signos de po-
tencia económica durante los siglos xv al XVIII: por un lado,
en las artic11laciones l1istóricas entre Venecia y Génova, l11ego
Holanda, pronto Inglaterra y, por otro, en los grandes Estados
monárquicos, el estriaje por dominancia de los circuitos trasl111-
mantes f11e sobre todo una tarea de las ciudades q11eampliaban la
rotación del capital bancario y comercial, mientras que el estriaje
por los trayectos migratorios era asegurado por los Estados, que
incl11so llegaron a fijar a un lado y otro del Atlántico los puntos
de pasaje de los capitales, materias primas y mano de obra escla-
vizada. Cuando los Estados suplantaron a las ciudades libres y se
apropiaron de todas las funciones de la acumulación capitalista a
escala m11ndial, también i11teriorizaron los conflictos y contra-
dicciones posibles entre los diferentes tipos de territorialización
del capital (y entre los diferentes tipos de itinerancia asociados).
En esas nuevas condiciones generales, parece que los nuevos cir-
cuitos de rotación conciernen esencialmente al capital bancario,
el capital comercial y las deudas, mientras que las migraciones
conciernen sobre todo al capital de inversión, tanto en capital

POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 142 J variable ( desplazar la fuerza de trabajo de un sitio de producción


a otro, de una rama de producció11 a otra, de un pool de mano de
obra a otro) como en capital consta11te (detern1inar los "puntos"
1Jroductivos, n1aterializados en las máqui11as y equipamientos,
entre los cuales la fuerza de trabajo debe migrar). En cua11to a la
ambulación que sigue un flujo, diríase que concier11e, e11primer
lugar, un capital financiero autonomizado, flujo abstracto tan in-
diferente a las rotaciones del capital comercial, que sólo capta lo
que pasa e11su circuito, como a las migraciones y relocalizaciones
del ca1Jital variable y constante. En el siguiente capítulo vere1nos
cómo se puede retornar, e11 el ct1adro de esta lógica de las terri-
torializacio11es como multiplicidades espaciales sobredetermina-
das, la lJroblemática de la distinció11 y articulación entre "lógica
territorial" y "lógica capitalista'' del poder (según las categorías
de Harvey o de Arrighi), y por qué Deleuze y Guattari acaban
lJOr desplazar las disyunciones eco11ó1nico-políticas capital cons-
tan te/ variable, capital fijo / circulatorio, hacia una distinción que
articule los procesos político-económicos con los modos de terri-
torializació11 del capital, entre "capital estriado" y "capital liso" 74.

74 Sería necesario co11frontar a11tes esta lógica de las territorializaciones


co11 la problemática del materialismo geográfico de D. Harvey, comen-
zando por la oposició11 entre "lógica capitalista" y "lógica territorial"
del poder, más bi11aria y, e11últimas, ambigua. Pues la acumulación del
capital es siempre, co1no subraya el propio Harvey, territorializada, de
suerte que el problema está más bien en determinar las diferentes 1noda-
lidades de territorializació11 de la acum11lació11 capitalista, teniendo en
cuenta q11eel "capital" es.una relació11 metamórfica, que atraviesa formas
l1eterogéneas (industrial, bancaria, fina11ciera, etc.) inco11me11surables
entre sí o inconvertibles sin la intervención de instituciones especiales
que ren1ite11, ta1nbién lo 1nuestra I-Iarvey, a formas de potencia perte-
11ecientes a modos disti11tos de territorialización y desterritorialización
(Estados, ciudades, regio11es o "gra11des espacios" ... ) q11e 110pueden ser
subsumidos bajo u11asola y n1isma "lógica territorial o política del poder".
Cap ítulo 4
La Fórmula y la Hipótesis: apropiación estatal
y genealogía de la potencia de guerra

La hipótesis de la máqui11a de guerra nómada descubre su ex-


posición de co11junto hacia el final de la 12.ª n1eseta, e11 el cua-
dro de una discusión co11 Carl von Clausewitz. En relación con
Clausewitz, no obstante, funciona sobre dos planos simultáneos,
que nosotros exa1ninaremos sucesivamente, aun cuando estos se
relance11 mutuan1ente. Se trata, para empezar, de una nueva in-
terpretación de la l1ipótesis paradójica e11sí misma. Por un lado,
deco11struye la sí11tesis del Estado moder110 que la concepción
clausewitziana de la guerra como "i11strumento de la política"
expresaba magistralmente, exl1ibiendo sus condiciones l1istó-
rico-maquínicas de efectividad (en primer lugar, la apropiación
de la potencia de la 1náquina de guerra por el aparato de captu-
ra estatal) y, en consecuencia, los límites de su validez. Pero, al
mismo tie1npo, Deleuze y Guattari muestran que el principio de
esta deconstrucción se encontraba formulado ya en el propio
Clausewitz. Así, la hipótesis puede ser expuesta en su conjunto
como una hipótesis clausewitziana, pero sólo porque Clausewitz
es el primer posclausewitziano: es todavía en su lenguaje donde
la l1istoria de su posteridad se hace inteligible.

[ 143]
,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 144 J A partir de ahí, la hipótesis de la máquina de guerra puede


funcionar también, sobre t1n segundo plano, como un analiza-
dor de esa posteridad y, más precisamente, de ciertas figuras del
clausewitzianismo excesivo construido alrededor de un gesto de "in-
versión" de la Fórmula y, enseguida (de hecho, desde su formu-
lación explícita por Erich Ludendorff, durante los años 1930),
alrededor de las interpretaciones contradictorias de ese gesto,
Por eso me propongo demostrar que si la hipótesis de la má-
quina de guerra acaba por discutir, en forma explícita, las tesis
de Lud end orff acerca de la inversión que el tiempo de las gue-
rras totales l1abría impuesto a la relación entre guerra y política
expuesta por Clausewitz, esta inversión no permite en absolt1to
concluir, como creía Ludendorff, la caducidad de la Fórmula.
Por el contrario, sanciona su re-problematización, así como un
cuestionamiento intrínsecamente litigioso de la relación entre
política y Estado (que Schmitt entrevió, por lo demás, en El con-
cepto de lo político), que desembocará sobre dos opciones inter-
pretativas e ideológico-políticas radicalmente antinómicas, Así
llevaremos el análisis guattaro-deleuziano hasta el límite y, per-
maneciendo fieles a las líneas hermenéuticas que ésta esboza de
manera incontestable (nuevo testimonio de su "tropismo entre-
dos-guerras"), veremos cómo cuando la Hipótesis es desarrolla-
da hasta la época de las guerras totales y las contradicciones que
éstas inscriben en las relaciones entre Estado, guerra y política, e,
incluso, hasta la nt1eva secuencia de la mundialización capitalista
de las décadas de posguerra, la Hipótesis se despliega de manera
"sintomal'' en varias lecturas de significaciones clat1sewitzianas
de la época, cruzando la interpretación propuesta por Foucault
en 1976-1977, recrt1zando también la problemática schmittiana
del "Estado total" y reanudando, al fin, por un bies inesperado,
la apropiación revolucionaria de Clausewitz por Lenin, conti-
nuada por otros medios.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

(LAUSEWITZ O LA FÓRMULA: HISTORIA Y PRESUPUEST OS [ 145]


DE LA RACIONALIDAD INSTRUMENTAL DE LA GUERRA

La situación textual de referencia al pensamiento clausewitziano


de la guerra sugiere ya su relevancia: bosquejada desde la prime-
ra proposición del Tratado de 11omadología, ésta será retomada y
desarrollada en la novena y última proposición, reactivando el
conjunto de problemas implicados por la teoría de la máquina
de guerra, mediante una exposición sistemática que "recapitu-
la el conjunto de la hipótesis". Esta referencia envuelve de in-
mediato, sin embargo, una paradoja con respecto al núcleo del
pensamiento polemológico de Clausewitz o, en todo caso, de ese
al que su posteridad controversia! fue vinculada: la tesis de una
determi11ación política de las guerras. Expresada por la célebre
fórmula "La gt1erra no es sólo un acto político, sino un verda-
dero instrt1mento político, una continuación del tráfico político,
una ejecución del mismo por otros medios" 1 , esta tesis afirma una
concepción instrumental de la guerra y, más p1·ofundamente, la
l1ace reposar sobre tina estricta determinación estatal de la polí-
tica. En cambio, ya lo hemos visto, la hipótesis de la máquina de
guerra cuenta con consideraciones antropológicas e históricas,
que planean sobre el axioma clausewitziano así esquematizado.
Frente al presupuesto de la guerra como modo esencial de in-
teracció11 entre Estados y modalidad, incluso extrema de la po-
lítica, la hipótesis postula una relación de exterioridad entre el
Estado y una pote11cia de guerra, proceso o contin110 de potencia
que puede actualizarse en campos sociotécnicos asaz variados,
sin darse la guerra necesariamente como objeto, ni la sumisión o
destrucción de un enemigo como fin 2 •

1 C. von Clausewitz, De !aguerra (1831-1832), Madrid, La Esfera de los


Libros, 2005, libro r, cap. 1, § 24, p. 31.
2 MM, pp. 417-418.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 146] No obstante, lejos de apartarnos, esa hipótesis parece acercar-


nos más de Clausewitz, pues cuestiona los presupuestos de la
determinación pol ític a de las guerras. De leu ze y Guattari así lo
afirman: la Fórrr1ula, en efecto, no se sostiene po r sí misma, está
situada en "un conjunto teó ric o y práctico, l1istórico y trans-
histórico, cuyos elementos se encuentran ligados ent re sí" -un
conjunto que no es ajeno a una determinación ideal de la má-
quina de guerra como continuo o proceso de potencia:

1) Existe un puro concepto de la guerra como g11erra abso-


luta, incondicionada, Idea no dada en la experiencia (aba-
, tir o "destruir" al enemigo, que sup11estamente no existe
ninguna otra determinación, sin consideración política,
económica o social); 2) lo que sí está dado son las guerras
reales, en la medida e11 q11e están sometidas a los fines de
los Estados, que son más o menos b11enos 'conductores' con
relación a la guerra absoluta, y que de todas formas condi-
cionan su realización en la experiencia; 3) las guerras reales
oscilan e11tre dos polos, sometidos ambos a la política de
Estado: guerra de aniquilamiento que puede llegar hasta la
guerra total (según los objetivos en los que se basa el ani-
quilamiento) y tiende a aproximarse al concepto incondi-
cionado por progresión a los extremos; guerra limitada, no
por ello "menos" guerra, pero que efectúa un descenso más
próximo de las co11diciones limitativas, y puede llegar l1asta
una simple observación 'armada'" 3•

3 MM, p. 419. En el libro VIII, Clausewitz retoma su distinción entre


t1n concepto puro de la guerra y la gt1erra real, y replantea el proble-
ma de los factores que condicionan o contrarían la efectuación polí-
tico-histórica del concepto y en el límite, alcanzado con frec11encia,
"pueden tener una influencia tan predominante como para co11vertir la
guerra en algo impreciso [... ], una neutralidad armada, o una posición
an1enazante para apoyar una negociación" (De la guerra, op. cit., p. 185):
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

Al inscribir en semejante dispositivo teórico su tesis de la [ 147 J


determinación política de la guerra, Clausewitz extrae las condi-
ciones de su validez, luego también sus lí1nites l1istóricos, teóri-
cos y especulativos. Sabemos que el co11cepto clausewitziano de
"guerra absoluta" fue construido a partir de la singularidad de
las guerras napoleónicas y de la doble co11moción que produje-
ro11, tanto e11 el equilibrio político de la balanza europea como
en el arte mismo de hacer la guerra (guerra ofensiva radical,
explotación sistemática de la maniobra, movilización de toda la
nación o, al menos, de una fracción an1pliada del pueblo en el
esfuerzo de la guerra). Pero si esta singularidad histórica orienta
y debe, aproximándose asintóticamente en forma inédita al con-
cepto puro de la guerra, revelar su contenido esencial, se debe
a que las guerras napoleónicas se inscriben al final de una serie
histórica que pasa por las "hordas tártaras", la República y el Im-
perio romano, los sistemas de vasallaje de la monarquía feudal,
"las grandes ciudades mercantiles y las pequeñas repúblicas" del
Renacimiento, y las grandes monarquías de Estado de la época
clásica europea 4• No que las guerras hayan adoptado, progresi-
vamente, una forma cada vez más absoluta: Clausewitz señala,
por el contrario, el carácter limitado de las finalidades políticas
de la guerra antes de la Revolución Francesa y, en consecue11-
cia, también de sus medios y objetivos militares. Lo esencial en
esta serie l1istórica es más bien la curva de transformación de la
política y, en particular, el aumento de la "cohesión estatal" por
consolidación de la.s sobera11ías territoriales, por desarrollo de

"¿Cuál es la divisoria aislante que impide la descarga total? ¿Por qué


la idea filosófica no bastar Esa divisoria reside en el gran número de
cosas, fuerzas, relaciones, que la guerra toca en la vida del Estado, y
por cuyas i11contables sinuosidades no se pt1ede seguir la consecuencia
lógica como por el sencillo hilo de unas cuantas conclusiones; en esas
si11uosidades se atasca[ ... )" (ibid., pp. 637-638).
4 C. von Clausewitz, De la guerra, op. cit., libro VIII, pp. 645-651.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 148 J la fiscalidad pública que permitió transformar las obediencias


personales en imposiciones materiales e inscribir la potencia mi-
litar de Estado en la institución de un ejército permanente y, en
fin, por monopolización estatal de la "violencia física legítima" y
las relaciones entre grupos de potencia del espacio et1ropeo: "Las
relaciones interiores se habían simplificado casi en todas partes
en una sencilla monarquía, los derechos estamentales y su in-
fluencia habían desaparecido poco a poco, y el gabinete era una
unidad perfecta que representaba al Estado hacia fuera. Había
llegado pues el momento de que un instrumento eficaz y una
voluntad independiente pudieran dar a la guerra una forma que
correspondiera a st1 concepto" 5•
Sí las guerras son determinadas siempre políticamente; sí,
como enuncia la Fórmula, "no tenemos que pensar la guerra en
todo caso como una cosa autónoma, sino como un instrumento
político", esta proposición sólo deviene histórica y prácticamente
verdadera cuando esa determinación política ha sido monopoliza-
da por el Estado. Pero, lejos de deducir que la política de Estado
es un factor intrínseco de la guerra, un determinante interno de
la guerra absoluta como contenido adecuado al concepto puro
de la guerra, Clausewítz arroja la consecuencia inversa. El límite
histórico de la validez de la Fórmula es redoblado, entonces, por
un límite propiamente especulativo, que depende de la relación
entre lo "esencial" y lo "real", entre el concepto puro y la efica-
cidad histórica. Las guerras reales son determinadas siempre po-
líticamente, no porque la guerra sea intrínseca o esencialmente
política, sino, justamente, porque no lo es. Si pertenece a la volun-
tad política dar la razón de las guerras -en tln doble sentido: ser
su causa final, pero además su ratio, el principio que proporciona,
conforme a ese fin, su desarrollo, sus objetivos estratégicos y me-

'.i Ibíd., libro VIII, p. 648.


GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

dios tácticos 6- , se debe a que la guerra, en su concepto puro, no [ 149 J


tiene mas razon que su puro mov1m1ento autonomo n1 otra pro-
• , , • • I' •

porción que una carrera desproporcionada hacia esos extremos en


los que, al fi1zal, la política se aboliría tendencialmente (¿fin de la
historiar). En otras palabras, la guerra efectiva es la continuació11
de la política, una de las formas de ejecución de las relaciones
políticas, precisamente porque su efectividad no coincide con su
concepto o esencia. "Si las guerras entre los pueblos civilizados
son mucho menos crueles y destructivas que las que se producen
entre no civilizados, ello se debe a las circunstancias sociales, tan-
to a las de los Estados en sí como entre sí. De estas circunstancias
y sus relacio11es surge la guerra, por ellas se ve condicionadamente
limitada, moderada; pero esas cosas no forman parte de ella, sólo
le son dadas, y nunca puede insertarse un principio de modera-
ción en la filosofía de la guerra misma si11cometer un absurdo." 7
Más cerca de I(ant que de Hegel, la política descubre entonces
su lugar propio en esa brecha irreductible entre el concepto y la
historia, que en Clausewitz es una brecha entre la forma absolu-
ta de la guerra y sus formas variables o ejecuciones empíricas, tal
como son determinadas, limitadas y condicionadas por los Esta-
dos. Algo que condensa la sobrecogedora expresión: "La guerra
pue de ser u11acosa que sea ora mas, • ora me11os guerra''ª
Para Deleuze y Guattari, este dispositivo provee un punto de
partida válido, a condición de que se le corrija con la hipótesis
de la heteronomía entre potencia de máquina de guerra y poten-
cia estatal de captura, es decir, que se le transcriba en la concep-
tualidad del materialismo histórico-maquínico. Esta corrección
parece radicalizar la brecha que la Fórmula encierra. De esto,
existe ya en Clausewitz un indicio:

6 Ibíd., libro I, pp. 34-46; libro VIII, cap. 6A-B, pp. 665-674.
7 Ibíd., libro 1, p. 18.
8 Ibíd., libro VIII, p. 639.
,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 150] Cada vez que se confunde la irrupción de la potencia de


guerra con la genealogía de dominación de Estado, todo se
vuelve confuso, y la máquina de guerra ya sólo se puede
comprender bajo la forma de lo negativo, puesto que no se
deja subsistir nada exterior al propio Estado. Pero situada
de nuevo en su medio de exterioridad, la máquina de gue-
rra presenta otro tipo, otra naturaleza, otro origen [... ) El
Estado no tiene de por sí máquina de guerra; sólo se apropiará
de ella bajo la forma de instittición militar, y ésta no cesará
de plantearle problemas. De ahí la desconfianza de los Es-
tados frente a la institución militar, en tanto que procede
de una máquina de guerra extrínseca. Clausewitz presiente
esta sitt1ación general cuando trata el flujo de guerra absolu-
ta como una Idea, que los E.stados hacen suya parcialmente
según las necesidades de su política, y con relación a la cual
'
son mas o menos b11enos "con ductores " 9 .

Desde el libro I de De lagz1erra, sobre todo en el libro VIII, Clau-


sewitz vislumbra la tensión que en el pensamiento teórico de la
guerra introduce su distinción e11tre las guerras empíricas reales
y el concepto puro de la guerra "como tendencia inherente de la
máquina de guerra", "tendencia natural con relación a la cual los
Estados son más o menos cor1ductores u ofrecen más o menos
resistencia o fricción"'º. Sin dejar de ser un asunto de Estado,
la guerra absoluta mueve a pensar, como contenido adecuado al
concepto puro en tanto que concepto-límite, un contin110 ideal
de potencia que los Estados sólo parecen capaces de apropiarse
parcialmente según las determinaciones políticas, y que debe ser
concebido como exterior -de derecho- a esta esfera política

9 MM, p. 362.
10 C. von Clausewitz, De la guerra, op. cit., libro I, cap. 1; libro VIII, cap.
2, pp. 637-639, y cap. 6B, pp. 668-674; ver, igualmente, el cap. 16 del
libro III, dedicado a la estrategia.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

del Estado y las relaciones e11tre Estados. Existe allí un síntoma: [ 151 J
que u11 pe11sador de la guerra como i11strumento político sólo
"presienta" esta determinación ideal, es decir, que permanezca
inevitablemente i1nplícita y que no pueda revelarse más que en
las fallas o vacilaciones de un texto que l1ace de la guerra abso-
luta, ya una exacerbación política del proceso de la guerra, ya la
"tende11cia inherente" de una máqt1ina de guerra que se abstrae
de toda relación política 11• Oscilaciones que en la teoría indica11 lo
mismo que esa teoría se resiste a pensa r.¿ impide, e11tonces,
llevar esa exterioridad de la potencia de guerra, que la Fórmula
recubre y disimula más que expresa, a la tematización explícita?
"La exterioridad de la máquina de guerra respecto al aparato
de Estado aparece en todas partes, pero sigue siendo difícil de
pensar", mientras que "el aparato de Estado constituye la for-
ma de interioridad que l1abitualmente tomamos como modelo,
o según la cual pe11samos habitualmente" 12 • Lo insatisfactorio
en Clausewitz no es la brecl1a propuesta entre un concepto puro
de la pote11cia de guerra, como absoluto o Idea incondiciona-
da, y las guerras reales condicionadas por su inscripción en los
medios históricos, socioinstitucio11ales y morales do11de reciben
ipso facto una significación política. El problema es que no haya
sido pensada en su plena radicalidad, como brecl1a interior de la
forma-Estado. En Difere11cia y repetición, al definir su programa
de un "empirismo trascende11tal", Deleuze le reprochaba a l(ant
el haber conservado demasiados presupuestos empíricos en su
criticismo, que comprometían la exploración de las "verdaderas
estructuras de lo trascendental", y desfiguraban el alcance crítico
del empirismo 13• E11 un sentido análogo, a Clausewitz se le re-
procl1a el l1aber puesto aún demasiados presupuestos estatales en

11 MM, pp. 4 2 0 - 4 2 1 .
12 MM, p. 362.
13 G. Deleuze, Diferencia y repetición, op. cit., pp. 208-210, 235-238.

POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 152 J el concepto puro; no haber mantenido hasta el final la heteroge-


neidad cualitativa o formal de la potencia de guerra y la poten-
cia de Estado, luego, la heteronomía que la potencia de guerra
introduce en el Estado c11ando éste se la apropia. Sin embargo,
así como la indeterminación de Clausewitz forma el síntoma
teórico de dicha heteronomía, así los conflictos, recurrentes en
la historia de los Estados modernos, entre autoridades civiles
y militares, la desconfianza constante de unas respecto de las
otras, forman sus síntomas institt1cionales. En suma: Clausewitz
presupone "mucho Estado" en el concepto puro de la potencia
de guerra. Así, cuando determina el objetivo fundamental de
la acción militar como "destrucción del enemigo" (en sentido
clausewitziano: hacerle "incapaz de cualquier resistencia", "ya
sea entera y completamente o sólo en tal medida qt1e no pueda
continuar la lucha" 14) , considerándolo una propiedad intrínseca
del concepto pu ro' ', y cuando acompaña este objetivo de una
dinámica de ascensión a los extremos, ese fin pretendidamente
"intrínseco" presupone ya una determinación política del enemi-
go, de igual manera que la ascensión a los extremos presupone la
homogeneidad c11alitativa de las fuerzas en presencia, según el
paradigma de la batalla entre ejércitos regulares, en ft1nción de
una si1netría de las potencias beligerantes.
Esta dificultad para pensar la heterogeneidad formal de la má-
quina de guerra e11todas sus implicaciones se expone a un doble
bloqueo teórico: una desfigt1ración del contenido del concepto
puro -pr oc eso de potencia como Idea no condicionada por las
coordenadas políticas de Es tad o-; pero además una ilusión en
la teoría misma de la forma- Estado, que compromete el análisis
histórico de sus transformaciones. Como siempre en Deleuze y
Guattari, problema especulativo y problema analítico-concreto

14 C. von Clausewitz, De la guerra, op. cit., libro r, p. 18.; libro rv, p. 199.
15 Ibíd., libro r, cap. 1, §§ 3-4.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

están aquí íntimamente u11idos. Al equivocarse sobre el concepto [ 153J


puro o sobre la máquina de guerra como proceso y forma de po-
tencia sui generis, no sólo se ocultan las operaciones efectivas que
históricamente han empleado los Estados para incorporar esta
máquina guerra (y para transformarla, i11corporándola), sino que
además se desconocen los límites de esta incorporación, las muta-
ciones que impone a la forma-Estado, los antagonismos y contra-
dicciones que la l1eteronomía de la máquina de guerra introduce
en los aparatos y estructuras del poder de Estado. Debemos, para
evitar esos dos bloqueos y precisar las bases del programa genea-
lógico correspondiente, ver cómo la reelaboración crítica del dis-
positivo clausewitzia110 conduce a desarrollar, sistemáticamente,
"el co11junto de la hipótesis".

EXPOSICIÓN SISTEMÁTICA DE LA HIPÓTESIS

La reelaboración crítica del dispositivo clausewitziano permi-


te una exposición sistemática de la hipótesis de la máquina de
guerra, e identifica directamente su núcleo problemático: "Esta
distinción entre una guerra absoluta como Idea, y guerras reales,
110s parece de u11a gran importancia, pero con la posibilidad de
otro criterio que el de Clausewitz. La Idea pura no sería la de una
eliminación abstracta del adversario, sino la de una máquina de
guerra que no tiene precisame1zte la guerra por objeto" 16 • El problema
está en desaparejar dos términos que en Clausewitz permanecían
indistintos: el concepto absoluto de la potencia de guerra (esta
potencia como forma o Idea incondicionada), y el co11cepto de la
guerra absoluta. Ahora bien, semejante operación contesta el es-
quema conceptual que condiciona la representación instrumen-
tal de la guerra: un silogismo práctico donde "la intención política
es el fin, la guerra el medio, y nunca puede pensarse el medio

16 MM, p. 419.
,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 154J sin el fin" 17 • De al1í va a derivarse la exposición de conjunto de la


hipótesis, según una doble serie problernática. Una primera serie
expone en qué sentido la máquina de guerra no satisface a prio-
ri este esquema, no puede ser determinada como instrumento
estatal de guerra ni puede ser, tampoco, dete1·minada por el fin
de "derrotar al enemigo"; en suma, no entra "por naturaleza" en
este silogismo práctico de los fines y los medios, que expresa la
significación política de las guerras interestatales. Se trata, en-
tonces, de una serie analítica y crítica: desolidariza la máquina de
guerra de la guerra misma. De ahí su problema directo: ¿Cómo
determinar el objeto positivo de la máquina de guerra, es decir,
el contenido intrínseco de la Idea, si, paradójicamente, ese ob-
jeto no es ya la guerra misma¡' Ahora bien: esta primera serie
problemática se abre sobre una segunda serie, esta vez sintética e
histórica, cuyo problema está en saber cómo deviene la máquina
de gt1erra un instrumento de la potencia de Estado; qt1é medios
emplean los Estados para apropiársela e integrarla al silogismo
político de los medios (militares), del objeto (de gt1erra), y de los
fines (voluntades y finalidades políticas) adecuados a las relacio-
nes interestatales, y a precio de qué ter1siones y contradicciones
en los desarrollos históricos de la forma-Estado.

Serie problemática I
(división conceptual Máquina de guerra/ Aparato de Estado).

Problema 1: ¿Es la batalla el "objeto" (forma objetiva) necesario


de la gt1errar
Tesis 1: El principio de no-batalla, tal como aparece en los
conflictos irregulares, tal como puede aparecer también en las es-
trategias de Estado, sugiere que no. Clausewitz sttbrayaba l1asta
qué punto la explotación moderna de la guerra de movimiento,

17 C. von Clausewitz, De /aguerra, op. cit., libro r, p. 31.


GU ILLAUME SIBERTIN-BLANC

así como los nuevos usos de la defensiva en las guerras de resisten- [ 155J
cía hacían más complejas las formas y apt1esta.s estratégicas de la
batalla. Sin ernbargo, reservaba al combate un privilegio. "Centro
de toda la guerra o campaña", la batalla sigue siendo el único me-
dio gt1errero que se pueda deducir de su concepto: "La derrota del
enemigo, y en co11secue11cia la aniquilación de su fuerza armada,
es el objetivo principal de todo el acto bélico [... ] el único medio
del que se sirve el acto bélico es el combate" 18 • Así, este primer
problema sitúa el análisis en el terre110 polemológico concreto de
la táctica, de la estrategia y de sus relaciones, al que responde una
reevalt1ación de las formas de afrontamiento no subordinadas al
paradigma de la acción militar. Pero notemos que esta primera
tesis -"la batalla y la no-batalla son el doble objeto de la guerra",
sin exclt1sividad de ningt1na sobre la otra 19- no rest1elve el pro-
blema correspondiente. Más bien lo hace indecidible, hasta tanto
se hayan considerado los datos tácticos y las implicaciones de los
modos de territorialización de la máquina de guerra.

Problema 2: ¿La guerra es el objeto (objetivo) de la máquina de


guerrar
Tesis 2: La máquina de guerra no tiene co1no objetivo propio
o directo la gt1erra por sí misma, sino la composición de un espa-
cio liso. Su heterogeneidad formal respecto de la forma-Estado
tiene por contenido cualitativo, no el afrontamiento militar, si110
una diferencia de ocupación del espacio-tiempo. Si conocernos
Estados sin ejércitos e, incluso, enf'rentarnientos que r10 se pro-
ponen doblegar una voluntad política adversa (del tipo pillajes
o razias), no concebimos, en cambio, ningún Estado, por muy
"trascendente" o débilmente socializado, que no implique un
mínimo de preparación del territorio, algún agenciamiento de

18 Ibíd., libro IV, cap. 11; libro VIII, cap. 1.


19 MM, pp. 4 1 6 - 4 1 7 .
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 156J infraestructuras materiales y ocupaciones simbólico-imaginarias


del espacio habitado. Lo que llamamos de ordi11ario "principio
territorial de la domi11ación estatal" es tanto el resultado como el
presupuesto de esa inscripció11, sin importar cuánto varíe según
las formaciones históricas, media11te la cual un Estado compensa
la desterritorialización específica de sus aparatos respecto de sus
prácticas sociales. La exterioridad de la máquina de guerra 110es,
pues, u11a exterioridad e11 el espacio (distancia geográfica), sino
una exterioridad del espacio (ser "de fuera", do11dequiera que
se esté), que impide su plena i11teriorización a la forma-Estado,
confor1ne a la determi11ación del no1nos nomádico: espacio liso
que no puede ser "tomado" sino "te11ido", y que vuelve los corre-
latos territoriales (socioeco11ómicos, institucionales, simbólicos)
activamente imposibles.
¿Por qué seguir hablando, entonces, de tina máqui11a de gue-
rra, con todas las ambigüedades de esta expresió11, cuando no
tiene por objeto propio la guerra, si110 u11modo de producción
de espacio? Pues si la producción de espacios lisos es, de hecl10,
su proceso intrínseco, la máquina no puede posicionarse, e11-
to11ces, sin enco11trar aquello que rehúye, sin frotarse fuera de
sí misma con aquello que excluye de sí misma. La ambigüedad
no está, pues, en la expresión, si110 en la cosa misma 2º : "Sí la

20 No se puede, e11to11ces, seguir la propuesta de M. Hardt, de sustituir


"1náquina de guerra" por "máquina de espacio liso", a fin de resolver
la equivocidad que pesaría sobre la prin1era (M. Hardt, "Reading
Notes on Deleuze a11d Guattari - Capitalis1n and Schizophrenia",
URL: www.dulce.edu/~l1ardt/mp5.htm). Tratándose de un gesto pura-
1nente verbal, no es seguro que consiga disipar la ambivalencia efectiva
que de11ota la expresió11 retenida por Deleuze y Gttattari, más bien
refuerza su desconocin1iento -el misn10 que permite sustituir cómo-
dame11te u11a aprehensió11 problemática del co11cepto por su valori-
zació11 axiología a priori. No obstante, Deleuze y Guattari pone11 gran
cuidado e11 prevenir las identificacio11es sun1arias de la n1áquina de
guerra con u11 proceso de e1na11cipación, o del espacio liso con u11
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

guerra deriva necesariamente de la máquina de guerra es porque [ 157 J


ésta se enfrenta a los Estados y a las cit1dades, como fuerzas (de
estriaje) que se oponen al objeto positivo: como consecuencia,
la máquina de guerra tiene como enemigo al Estado, a la ciudad,
al fenómeno estatal y urbano, y su objetivo es aniquilarlos"''. La
guerra no se deriva analíticame11te de la 1náquina de guerra ni de
sus agenciamientos de espacio liso; son estos agenciamientos los
que hacen que la guerra se derive necesariamente de la máquina
nómada, según un vínculo sintético. (El problema l1a cambiado:
¿ controla y opera esta síntesis!' ¿Qg,é impone, en adelante,
esta necesidad!')

Problema 3: ¿Es la máquina de guerra el objeto (medio) del apa-


rato de Estados'
Tesis 3: Si no es en sí misma el objeto del aparato de Estado,
lo deviene cuando el Estado se la ap1·opia como un instrumento su-
bordinado a sus fines propios, y este proceso de apropiación re-
percute sobre los dos problemas precedentes: es cuando el Estado
se apropia de la máquina de guerra como medio, qt1e la máquina
de guerra adopta la guerra por objetivo directo y qt1e la gt1erra,
a su tt1rno, adquiere la batalla como forma objetiva privilegiada.
Cambian, entonces, ta11to la forma del pole1nos como la naturaleza
de la síntesis. Antes que la máqt1ina de guerra sea apropiada por
el Estado, su relación con la guerra es necesaria sintéticamen-
te, pero la síntesis misma remite a un e11c11entro exterior entre la
forma-Estado y una máquina de guerra: este encuentro "sobre-
determina" la síntesis, funda la contingencia de su necesidad y hace
que la máquina de guerra mantenga la autonomía de su proceso

espacio de liberación, al p11nto de concluir, precisamente, la 12.ª meseta


con esa advertencia.
21 MM, p. 417.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 158] propio (ya lo habíamos señalado, para la resistencia árabe e11T.


E. Lawrence). Pero a partir del mome11to en que la máquina de
guerra es apropiada por el Estado, subordinada a la política de los
Estados y sus fines, "cambia evidenteme11te de naturaleza y fun-
ción, puesto que e11tonces está dirigida co11tra los nómadas y to-
dos los destructores del Estado, o bie11 expresa relaciones entre
Estados, en la medida e11 que un Estado sólo pretende destruir
otro o imponerle sus fines" Si entra entonces en una relación
22

sintéticame11te necesaria co11la guerra, no es ya e11virtud de u11


e11cue11tro exterior, sino e11las nuevas condiciones en que u11Es-
tado domina el poder de la síntesis, tra11sforma la forma objetiva
de la guerra en combates de ejércitos regulares, y se vuelve capaz,
incluso, de integrar localme11te, no sin desconfianza o resisten-
cia, ele1nentos irregulares del conflicto asimétrico.
¿A qué llamamos "poder de sí11tesis"r A las condiciones y los
medios de esta apropiación estatal de la máquina de guerra, luego,
en último a11álisis, al proceso maquínico propio de la potencia de
Estado: la captura. Tal es el desplazamiento mayor de la hipótesis
con respecto al dispositivo clausewitiziano: el problema primario
no es la "realizació11" del concepto puro de la guerra, la ejecución
de la guerra absoluta en las condicio11es más o menos lin1itativas
de los Estados seg(111sus parámetros políticos, sociales, económi-
cos y técnicos, 1norales y jurídicos. Es sobre todo la apropiación
1naterial de la máqui11a de gl1erra por el Estado y las condiciones,
formas y medios histórica1nente variables de esta apropiación,
que podrán dar cuenta de los modos de realización de la guerra,
pues estos dependen de aquéllos. De ahí una segunda serie pro-
blemática que atañe al proceso genealógico de la apropiación, y
cuya ex1Josición reactiva la teoría de la forma-Estado y la redefi-
nició11 de sus aparatos co1no "aparatos de captura".

22 MM, p. 418.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

Serie problemática 11 [ 159 J


(serie sintética-dinámica: el proceso de apropiación
de las máquinas de guerra por los Estados).

Problema 4: ¿Cuáles son las condiciones de posibilidad de seme-


jante apropiación?
Tesis 4: La condición principal de esta apropiación estatal des-
cansa en u11a ambigüedad inter11a de la máquina de guerra, como
una "vacilación" objetiva de la Idea, en f11nción de la tesis 2.
"Precisamente porque la guerra sólo era el objeto suplementario
o sintético de la máquina de guerra nómada ésta cae en la vacila-
ción que le será fatal, y el aparato de Estado, por el contrario, va a
poder apropiarse de la guerra, y, por tanto, volver la máquina de
guerra contra los nómadas [... ] la integración de los nómadas a los
imperios conquistados ha sido uno de los factores más decisivos
de la apropiación de la máquina de guerra por el aparato de Esta-
do: el inevitable peligro ante el que los nómadas sucumbieron." 2 3
Si el Estado encuentra primero la guerra, 110 haciéndola por sí
mismo, sino sufriéndola, hay q11edecir que aprende rápido ... 24 La
datación del Tratado de nonzadología hace eco no sólo a la exterio-
ridad de la potencia gengislchanida, que habrá subordinado por
décadas los centros imperiales cl1inos, sino también a la ambi-
güedad que la atraviesa -y la atraviesa "desde el comienzo, desde
el primer acto de guerra contra el Estado"·-, pues los grandes
guerreros nómadas siguientes, l(ublai, y sobre todo Tamerlán,
aparecerán como nuevos fundadores de Imperio, que volverán
la máquina de guerra contra los propios nó1nadas de las estepas 25•
1227 resuena como la fecha de ese giro histórico o, mejor, de esa

23 Idem.
24 MM, p. 417.
2 1 R. Gro11sset, L'empire
des steppes, op. cit., pp. 495-496 (El imperio de las
estepas, rr. esp., Madrid, EDAF, 1991).
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 160 J vacilación en la Idea, esa Jlt1ct11atio a1ti1ni de la Idea, que el Estado


va a aprovechar, si11vacilar.

Problema 5: ¿Cuáles son las formas concretas de esa apropiacióni'


Tesis 5: Deleuze y Guattari esquematizan dos 1nétodos princi-
pales, según los dos polos de la soberanía ("con todas las mezclas
posibles"): por un lado, un "encastramiento" de grupos sociales
exógenos de la soberanía política, y que conservan una hetero-
geneidad y una autonomía relativas (problema histórico de los
mercenarios, milicias, condotieros, cuerpos especiales, etc.26) ; por
otro lado, "la apropiación propiamente dicha", que co11stituye la
potencia de guerra como función pública incorporada a la estruc-
tura jt1rídico-institucional del Estado y que tiende, entonces, a
reti1·arle tanto como puede toda auto11omía.

Problema 6: ¿Cuáles son los medios efectivos de esta apropiacióni'


Tesis 6: Estos medios no pueden ser directan1ente militares
ni jurídicos, porque la institución n1ilitar y las transformaciones
correlativas del derecl10 e11sus relacio11es con la fuerza represiva
resultan de esta apropiació11. Ni la genealogía de la pote11cia es-
tatal de guerra es, en sí misma, guerrera, ni la juridificación de
la violencia de Estado se deriva de u11aevolución jurídica; una y
otra dependen de los tres aparatos orgánicos de la captura esta-
tal: el ordenamiento del territorio y el control de las normas de
residencialidad y circulación de los hombres y las cosas; la orga-
nización del trabajo y el control de las normas del sobretrabajo;
la fiscalidad y el control de la emisión monetaria 27• Lo muestra,
a través de la historia, el cofu11cionamiento permanente de ese
triple mo11opolio en la empresa de territorialización de los gue-

26 MM, pp. 359-361, 433-436. Sobre la distinción entre el encastramiento


de la máquina de guerra y su apropiación, véase MM, pp. 419 y 434.
27 Véase supra, primera parte: "Arcl1iviolencia".
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

rreros y la incorporación de sus fuerzas a la forma-Estado, que [ 161 J


anuda la fijación territorial con los deberes de servicio militar y
obligación económica y estimula así el aparato fiscal y la moneti-
zación de la economía (infinitización de la deuda). Instituciones
como el hatru en la Babilonia aqueménida, la cleruquía del Egipto
lágida o, aún, el kleros en Grecia durante el siglo v, se proponen
fijar a los guerreros mercenarios, cediéndoles una tierra en com-
pensación de sus prestaciones militares, pero en condiciones ta-
les que esta territorialización beneficia sobre todo al desarrollo
de la fiscalidad y el control estatal de la economía monetaria. Al
tiempo que constituye tln poderoso medio de absorber el ex-
cedente imperial, la territorialización de los guerreros partici-
pa estrechamente en el crecimiento de la fiscalidad pública y la
monetización de la economía 28• En condiciones históricas muy
diferentes, cuando los Estados modernos emergentes se con-
frontan a los desmembramientos de la feudalidad y al dinamismo
de las ciudades libres para establecer la unificación territorial de
su dominación, la solución inventada por la monarquía francesa
permite territorializar la vieja aristocracia guerrera, explotando
directamente una serie de factores económicos y mecanismos fi-
nancieros. La ruina de una nobleza feudal arrinconada por las
det1das, la presión de los títulos sobre la propiedad de la tierra, la
promoción estatal de una burguesía nueva, el desarrollo correla-
tivo de la economía monetaria y las finanzas públicas, posibilitan
la sujeción financiera de la nobleza de armas respecto al sobera-
no, y el emplazamiento de una conscripción sustitutiva que se
extenderá pronto a capas cada vez más amplias de la población 29•

28 Armées et fiscalité dans le monde antique, París, CNRS, 1977, en especial


E. Van't Dacl<, "Sur l'évolution des institutions militaires lagides",
y G. Cardascia, "Armée et fiscalité dans la Babylonie achéménide"
(sobre la institución del hatru). Véase AE, 2 0 3 - 2 0 4 ; MAJ, pp. 4 4 9 - 4 5 0 .
29 N. Elias, La sociedad cortesana, tr. esp. G. Hirata, México, FCE, 1996,
cap. 5, en particular pp. 2 0 2 - 2 1 2 .
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 16 2] El ví11culo e11t re el desarrollo de la fisc a lidad públ i ca y la cons-


ti t ución de las i11stit uciones militares atestigua la i teraci ón, en la
evolució11 creadora de Estados, de la acción co11vergente de las
capturas de territorios, actividades y capitales.
La apuesta de la teoría de los aparatos de captura, lo hemos
visto, está en forjar un concep t o 110 jurídico del monopolio de
Estado 3º . Conten1pla una operación de monopolización media11-
te la cual se realiza una autoco11sti t ució11 del poder de Estado,
en las mismas es t ruct uras socioeconómicas sobre las que ejerce
simultá11eamente s11dominació11 y, de este modo, despliega u11
desciframie11to materialista de las t ransformaciones del Esta-
do, a través de los conflictos y fuerzas adversas que incorpora
a lo l a rgo de su l1istoria. De al1í, lo l1emos destacado también, la
retranscripción del concepto de captu1·a de Estado e11 el análisis
marx i a no de la acumulación originaria, que reclama un mapeo
de las t ransfor1n a ciones de la economía de la violencia represiva
de Estado y su afinidad co11 las 1nutacio11es del ap a rato jurídico,
a través de l a descomposición de los modos de producción prec a -
p i t alistas y la i11fluencia IJrogresiva de la relación de producción
del capital. En adelante, a la luz de la hipótesis de la máquina de
guerra, es t e anál i sis cobrará un nuevo relieve. Bajo un primer as-
p e cto, la l1ipótesis se implanta en ese proceso histórico: dobla la
acumulación originaria del capital con la acunzulación originaria de
una pote11cia 1·epresiva de Estado, e11u11sen t ido que va más allá de
un a simple a11alogía co11el análisis de Marx. Sin embargo, parece
que los dos procesos deban ser distinguidos, ya que no se inscri-
ben sobre el mismo plano o e11la misma econon1ía estat a l de la
violencia. La tr a nsformación del nexo entre poder represivo y
ap a rato jurídico en el establecimiento de la estruc t ura de pro-
ducción capitalista concierne, ante todo, a la represión interior
como policía de Estado o "viole11cia de derecho'', mientras que el

30 Véase supra, cap. 2.


GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

proceso de apropiació11 de la máquina de gt1erra parece concer- [ 163 J


nir esencialmente a una violencia exterior, defensiva t1 ofensiva,
vuelta contra otros territorios ll otros Estados. Desde este punto
de vista, los dos procesos parecerían encontrarse, inclt1so, en re-
lación inversa: por tln lado, interiorización de una violencia cada
vez menos manifiesta, a medida que se incorpora materialmente
en la estructura social; por otro laclo,.reforzamie11to y concentra-
ción mo11opolística de una potencia n1aterial ele g11erra en el Es-
tado, destinada a manifestarse "soberanamente" sobre la escena
internacional, en proporciones cada vez más considerables. Una
observación de Clausewitz citada más arriba abre, sin embargo,
otra vía. El desarrollo de la "col1esión estatal" c1ue determinará la
tendencia de las guerras del siglo XIX a cobrar una forma absoluta
se produjo en una época c11a11dolas guerras no mostraban 11isi-
quiera esa tendencia. No fue en la época de las políticas de g11erra
total cuando se desarrolló una potencia de guerra total, sino antes,
cuando las políticas asignaban objetivos limitados a la guerra y
proporcionaban segi'.1n estos los medios militares 3 ' .
Desde un punto de vista guattaro-deleuziano, este l1echo
debe explicarse mediante la nueva problemática abierta por la
fiipótesis: la cuestión de los modos de 1·ealizació11 de las guerras
interestatales es seg11ndaria respecto a los modos de apropiació11
de la máq11ina de guerra por el Estado. Este proceso de apropia-
ción debe ser concebido, entonces, como el de una "ac11mulación
originaria" de 11napotencia política ele guerra total, es decir, una
acumulación que no se explica por la determinación política de la
guerra, sino por las transformaciones de la máquina de guerra
durante la época clásica, en función de las nuevas relaciones en
que el Estado y el campo socioeconómico son determinados a
entrar. Desde ese ángulo, la secuencia histórica determinante es,
por supuesto, aquella en que la genealogía de la potencia militar

31 C. von Clausewitz, De la guerra, op. cit., libro VIII, cap. 3B, pp. 651-654.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 164] se ve entrar en una relación de detern1inación recíproca con la


ge11ealogía del poder social del capital. Dos movimientos se vuel-
ven allí cada vez más indisociables: la integración de la máquina
de guerra a la forma- Estado, pero, también, la integración de
los aparatos de Estado en la inmanencia de la producción social.
El Anti Edipo llamaba "tendencia a la concretizació11" ese movi-
miento histórico de incorporación del poder y los aparatos de
Estado en las estructuras socioeconó1nicas, y e11los antago11ismos
sociales correspondientes. De esta circu11stancia se deducía, no
una pérdida de potencia del Estado considerada abstractan1ente,
sino, todo lo co11trario, su socialización inte11siva, co11firiéndole
un poder social i11édito, con funcio11es cada vez más diferencia-
das, en su nueva tarea de regular los flujos descodificados de ca-
pitales, merca11cías y fuerza humana de trabajo 32• En Mil mesetas,
la nueva hipótesis arroja por co11secuencia esta tendencia corre-
lativa: a n1edida que la máquina de guerra es interiorizada por el
Estado, la institucionalización de la guerra, su administración y
organizació11 no sólo políticas, si110 además industriales, finan-
cieras y poblacio11ales, devie11en factores de intensa creatividad
para ese Estado, cada vez más i11mane11te al campo social. En
otras palabras, la máquina de guerra apropiada deviene u11 ins-
trumento directo, no solamente de las políticas de guerra, sino
también de la implicación creciente del Estado en las relaciones
sociales de producció11, estimulante y regulador económico, tan-
to cotno instrumento de dominación en los conflictos de clase.
La utilización recurre11te de la máqui11a de guerra con10 órgano
de represión en los moti11es y coyunturas insurreccio11ales que
sacuden a Europa y el mundo colonizado, tiene como contra-
partida las fu11ciones que adopta en la i11vención de nuevas for-
mas de socialización del trabajo. En una carta a Engels del 2'5 de
septiembre de 18'57, Marx observaba que la institución militar
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

l1abía constituido un formidable laboratorio de experimentación [ 165 J


de relaciones de producción, que enseguida serán "desarrolladas
en el seno de la sociedad burguesa'' (por ejemplo, la sistematiza-
ción del salariado, la división del trabajo dentro de una rama, el
"maquinismo"... ). En idéntica perspectiva, Deleuze y Guattari
recuerdan el papel determinante que los ingenieros militares,
desde el Medioevo, son llamados a desempeñar en el ordena-
miento estatal del territorio, "no sólo con las fortalezas y plazas
fuertes, sino con las comunicaciones estratégicas, la estrt1ctura
logística, la infraestructura industrial'' 33• Desde el pt1nto de vista,
aún, de las transformaciones de los modos de división y conexión
del proceso de trabajo durante los siglos XVII-XVIII, Deleuze y
Guattari saludan los trabajos de Foucault sobre los modelos mili-
tares de los dispositivos disciplinarios empleados paraterritoria-
lizar los cuerpos productivos en los aparatos de producción in-
dustrial nacientes. Es en los cuarteles, arsenales, manufacturas de
armamento, donde se experimentan y sistematizan las técnicas
qt1e permiten "fijar, sedentarizar la fuerza de trabajo, regular el
movimiento del flujo de trabajo, asignarle canales y conductos",
mediante el estriaje de un "espacio cerrado, recortado, vigilado
en todos sus puntos, en el que los individt1os están insertos en un
lugar fijo, en el que los me11ores movimientos se hallan contro-
lados, en el que todos los aco11tecimientos están registrados" 34 •
En suma, el programa genealógico abierto por "el conjunto
de la hipótesis" no se propo11e estt1diar únicamente el rol de la
fiscalidad pública, el ordenamiento estatal de los territorios y las
conexiones del trabajo productivo en la apropiación de la máqt1i-
na de guerra. También se propone analizar cómo esta máquina,
apropiada bajo instituciones y funciones militares, deviene un

33 MM, p. 419.
34 MM, p. 374. Cf. M. Foucault, Vigilar y castigar, op. cit., pp. 130-137,
150-157, 182.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 166 J intenso vector de creació11 de saberes y técnicas de poder para el


estriaje estatal del campo social, sin el cual la relación de produc-
ción capitalista no habría podido establecerse ni exte11der su do-
n1inación. Así, este programa articula la acumulación origi11aria
de la pote11cia militar a la acu1nulació11 del capital, como los dos
procesos que la forma-Estado i11corpora, y en los cuales el Estado
moderno se transforma. El efecto mayor de esa incorporación
será el nexo inextricable de condicio11a1nie11to y esti1nulación
recíprocos, entre el creci111iento del capitalistno industrial y el
desarrollo de las eco1101nías de guerra. En virtud de una 1nisma
tendencia con1pleja el Estado moderno se militariza, adopta sus
nuevas fu11ciones reguladoras en 11nca1npo capitalista descodifi-
cado y la organización material de la potencia de guerra se vuelve
u11a fu11ción interna de la acumulació11 y reproducción ampliada
del capital. Se hace 11ecesario, ento11ces, reconsiderar la Fór1nula
clausewitzia11a y la evaluación de sus límites e11 el Tratado de 110-
madología, en fu11ció11 de esa unidad te11de11cial: es en ese nivel,
precisamente, donde el programa genealógico se verá e11granado
e11u11 diagnóstico de la sit11ación actual -en 1980.

SITUACIÓN ACTUAL E !LIMITACIÓN DE LA VIOLENCIA:


INVERSIÓN DE LA HIPÓTESIS O REVERSIÓN DE LA FÓRMULA

Los límites de la Fórmula fueron enunciados, a menudo, por


la necesidad de operar su i11versión, tanto pa1·a el análisis l1is-
tórico como para el cálculo estratégico de los nuevos conflictos
del siglo xx. La política habría deve11ido una continuación de
la guerra por otros medios y los Estados, i11st1·u1nentos de una
guerra perpetua, abierta o larvada, cuyo sujeto últitno, en todo
caso, ya no serían estos. Como sea, de Lud end orf f a P. Virilio,
de C. Scl1mitt a M. Foucault, el gesto ha cobrado sentidos tan
diversos que Deleuze y Guattari no lo retoma11 por su cuenta,
si11 reinscribirlo e11 el sistema de su hipótesis. "No basta co11
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

inverti1· las palabras como si se pudiese11 pronunciar en un sen- [ 167 J


tido o en el otro, hay que seguir el movimiento real al fi11al
del cual los Estados, habiéndose apropiado de una máquina de
guerra, habiéndola adaptado a sus fines, vuelven a producir una
máquina de guerra que se encarga de la finalidad, se apropia de
los Estados y asu1ne cada vez más funciones políticas." 35 Primer
punto, ento11ces: la inversión debe comprender un proceso his-
tórico que no implica sólo los parámetros del Estado político
en la oscilación de las guerras reales, entre simple observación
armada y desatatniento extren10 de la hostilidad militar, sino,
más profundamente, la evolución de un factor material de apro-
piació11 despejado por la hipótesis, factor que ha de servir como
criterio para evaluar el sentido que Ludend orff dio, el primero,
a dicl1a inversió11 de la Fórmula 36•
Co11esta proposición he incluido, como se ecl1a de ver, a De-
leuze y Guattari entre los pensadores que junto al Schmitt de
El concepto de lo político o el Lenin de los años 1914-1917 y la
Tet1·adska llamé antes clausewitzia11os excesivos, quienes lejos de
"superar" a Clausewitz no hacen más que llevar l1asta sus últi-
mas co11secuencias las intuiciones por las cuales el pensamiento
clausewitziano de las relaciones entre guerra y política excedía
ya sus propias premisas históricas y conceptuales. Un elemento
central en el debate acerca de la posteridad clausewitziana es,
11aturalmente, el problema de las transformaciones de la guerra
imperialista moderna como "guerra total" y, singularmente, in-
cluso antes de su formulación ludendorffiana 37, la crisis de una
concepción estrictamente instrumental de la guerra como un

35 MM, p. 421.
36 E. vo11 Lude11dorff, La guerra total, Buenos Aires, Pleamar, 1961.
37 Recordemos que Lague1·ra total se presenta como un conjunto de con-
sideraciones a manera de advertencias sobre un conflicto por venir,
tanto como un análisis crítico de la estrategia política 1nilitar adoptada
por las autoridades alemanas durante la Primera Guerra Mundial.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 168 J "medio de la política". Para toda una generación de pensadores


como W. Benjamín, E. Jünger y C. Schmitt, su descomposición
había formado el objeto de una reflexión inquieta, de un agudo
y trágico sentido de la historia -ya fuera, para algunos, en bene-
ficio de una nueva mística de la guerra, como la reprochada por
Benjamín a los hermanos Jünger, en su recensión de Guerra y
guerreros de 193 0 13 8 l . Allí, Benjamín enseñaba cómo, justamente,
al idealizar un ethos combativo en profu11da contradicción con
una tecnología militar que se ha vuelto impersonal y de masa, esa
mística guerrera exaltaba una representación de la guerra como
"efectividad universal" y expresaba, aun desfigurándolo, el pro-
ceso material de las guerras totales modernas en que las finalida-
des y condiciones políticas tienen tendencia a devenir contingen-
tes, cuando no indiferentes 39• Al mismo tiempo, el propio Jünger
componía el vívido cuadro de "esos talleres de Vulcano construi-
dos por los Estados industriales", materializando la guerra en un
maquinismo generalizado cuyas presiones e interconexiones vol-
vían anacrónica la vieja figura "decisionista" del soberano y ese
"instinto monárquico" del que se prevalía, todavía a comienzos
de siglo, la política prusiana 4º . En ese sentido, Benjamín ensalzará

38 W. Benjamin, "Teorías del fascismo alemán. Reseña de la colección


'Guerra y G11erreros', editada por Ernst Jünger, 1930", tr. esp. R. J.
Blatt Weinstein, en Para una crítica de la violencia (Iluminaciones IV),
Madrid, Taurus, 1998, p. 48 ("Estos acondicionadores de ruta para la
Wehrmacht casi llegan a persuadirnos de que el uniforme es para ellos
el máximo objetivo, de todo corazón, mientras que las condiciones en
las que luego se manifestará se pierden en el fondo [... ]").
39 Idem.
40 Sobre la correlación entre la movilización parcial y la "razón particu-
lar de Estado" heredada de la monarquía absoluta y centrada sobre la
decisión del soberano, véase E. Jünger, La nzovilización total ( 1 930).
Jünger extrae a contrario los diferentes procesos que se combinan en
la tendencia hacia la movilización total, el enrolamiento de la inte-
gralidad de la población, la requisición al máximo y la explotación ili-
mitada de todos los créditos "a fin de mantener la máquina en marcha",
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

vario s artículos de Guerra y guerre1·0s que dejan ver el problema, [ 169 J


bruta lmen te puesto al día por la Gran Guerra -y que será toda-
vía uno de los móviles mayores de la l1ipótesis de la máquina de
guerra, nuev a confi rmac ión de ese "tropismo entre -dos- guerr as"
cuya incidencia· he señalado en repetidas ocasiones, que encla-
va el pensamiento macropolítico guattaro-deleuziano en la crisis
co11stitutiva de la Euro pa contemporánea, la guerr a imperialista,
el fracaso del movi mien to obrero revolucionario europ eo-oc ci-
dental y la ascensión del fascismo a escala continental:

Es compre11sible que el mejor y más ponderado de todos


los ensayos de la prese11te colección se haya planteado el
problema de la "sujeción de la guerra por parte del Estado".
Es que esta teoría mística 110adjudica en principio rol algu-
110 al Estado. Qg,e no se nos ocurra e11tender la "sujeció11"
en el sentido pacifista. Lo que aquí se exige del Estado es
una adaptació11 de estructura y postura a las fuerzas mágicas
que e11tiempo de guerra debe movilizar para sí, con el fi11
de expresarlas dignamente. De 110 ser así se vería impedido
para servir a los intereses de la guerra. El fracaso del poder
estatal respecto a la guerra es premisa fundacional del pen-
samiento autónomo de todos los aquí congregados 41•

la absorción de la "acción armada" en "la representación 1nucho más


amplia [de la guerra] que la co11cibe como un gigantesco proceso labo-
ral". "El despliegue de energías tan amplias [... ] necesita que se extienda
hasta el tuétano, hasta el nervio más fino [... ] Modificando con un solo
gesto la estructura de la división del trabajo, [la 1novilización total]
ramifica la vida moderna, ya compleja y nervificada considerablemente
a través de múltiples conexiones, sobre esa línea de alta tensión que es
la actividad marcial". Deleuze y Guattari se interesan manifiestamente
en Jünger, y remite11 en especial a Der Arbeiter, Herrschaft und Gestalt
(1932) (El Trabajador. Do1ninio y figura, tr. esp. A. Sánchez Pascual,
Barcelo11a, Tusquets, 1990): véase MM, pp. 404-405 y 435.
41 W. Benjami11, "Teorías del fascismo alemán", op. cit., p. 56.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 170 ] En su análisis de la Primera Guerra Mundial, Lttdendorff re-


conoce a Clausewitz el mérito de haber retenido, tras la lección
de las guerras napoleónicas y las nuevas formas de resistencia qtte
despertaron en España y Rusia, la importancia inédita, decisiva,
a todas luces, de la dimensión "popular" en los conflictos mo-
dernos 4' . Sin embargo, le reprocl1a el no l1aber arrojado todas las
implicaciones del caso, por causa de un triple presupuesto: Clau-
sewitz subordinaría, abusivamente, el instrumento militar a la ac-
ción diplomática, y esto porque reduciría Slt noción de lo político
a la política exterior, representándose las fuerzas armadas como
los únicos sujetos y objetos de los afrontamientos. Ludendorff
objeta que de las guerras post-revolttcionarias a las guerras totales
contemporáneas la hostilidad opondrá naciones enteras, la masa
de sus poblaciones civiles, el conjunto de su economía, sus fuer-
zas ideológicas (la "cohesión espiritual del pueblo"). Los objetivos
estratégicos ya no son sólo ejércitos y bases de reserva: son las in-
fraestructuras i11dustriales, los recursos financieros, las "reservas"
humanas y morales, todos enrolados y convertidos al esfuerzo de
guerra43. Mejor dicho, el centro de gravedad estratégico no es ya

42 C. von Clausewitz, De la guerra, op. cit., p. 188: "Desde que todos


los medios habituales anteriores fueran arrumbados por la suerte y
la audacia de Bonaparte y Esrados de primer orden f11eran aniqui-
lados casi de 11n golpe; desde que los españoles han demostrado con
su persistente lucha de lo que la sublevación nacional y la ir1surrec-
ción son capaces en su conjunto [... ]; desp11és q11e todos esos casos
han demostrado el enorme factor que el corazón y la conciencia de la
Nación son en el producto de las f11erzas estatales, bélicas y armadas;
después de que los gobiernos l1an conocido tocios esos medios auxi-
liares, no cabe esperar que en las futuras g11erras dejen de utilizarlos,
ya sea porque el peligro amanece su propia existencia o una fuerte
ambición les impulse".
43 E. von L11dendorff, La guerra total, op. cit., cap. rrr. Véase R. Aron,
confrontando, sobre esta cuestión a Lude ndor ff y Lenin: Penser la
guerre, Clausewitz, t. rr: L'!ige planétaire, Paris, Gallimard, 1976, pp.
57-68 (Pensar la guerra, Clausewitz, t. rr: La era planetaria, tr. esp.,
Buenos Aires, Instit11to de Publicaciones Navales, 1987 ).
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

un "ce11tro", si110 el todo de la sociedad enemiga y su Estado. De [ 171 J


al1í, según Ludendorff, la necesidad teórica de extender la noció11
de polític·a para explicar el papel cada vez más determinante de la
política interior e11la empresa de guerra, y la necesidad práctica
de confiar e11un alto mando militar el poder decisional sobre el
conjunto de los medios militares y políticos (diplomáticos, econó-
micos, psicológicos ... ), con n1iras al único objetivo adecuado, en lo
sucesivo: 110simplemente ga11arle u11arelación ventajosa al Estado
para 11egociar las condiciones de la paz, sino imponer, por la vía
1nilitar, u11acapitulación i11condicional al vencido. QQf semeja11te
situació11 resulte de la unidad tendencia! ide11tificada más arriba,
se concibe fácilmente: la intrincación de la militarización del Es-
tado y la tendencia a su concretización en la inmanencia de las rela-
ciones sociales capitalistas co11siguen que la máquina de guerra no
pueda ser apropiada por la forma- Estado sin ser simultáneamente
materializada en u11ared de interconexiones cada vez más intensa
de relaciones socioeconómicas, políticas e ideológicas (lo cual sig-
nifica, otra vez, que en ningún n1omento histórico la máquina de
guerra apropiada se confundirá con la mera institución militar).
Deleuze y Guattari escril1e11: "[ ... ] los factores que convierten a la
guerra de Estado en guerra total está11 estrechamente ligados al ca-
pitalismo". Es en virtud de un mismo movimiento como el capital
"totaliza'' el campo social (lo que Marx llamaba subsunción real de
las relaciones sociales y del proceso de producción por el capital),
y como la potencia militar de Estado se encarna en una máquina
de guerra total, es decir, en una máquina de guerra cuyos medios y
objeto tienden a deve11ir ilimitados: los medios ya no se limitan a
las instituciones militares, si110 que se extiende11 al conjunto de "la
inversión del capital constante en material, industria y economía
de guerra, y de la inversión del capital variable en población física
y tnoral (que hace la guerra y la padece)" 44; y el objetivo ya no se

44 MM, p. 420.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 172 J limita a derrotar al ejército enemigo para doblegar la autoridad


política de que depende, sino a aniquilar el conjunto de las fuerzas
de la nación adversa.
No obstante, como lo ha destacado R. Aron, la inversión lu-
dendorffiana de la Fórmula no carece de ambigüedades. En pri-
mer lugar, porque Clausewitz sí considera, a veces, la política
interna en el esfuerzo de la guerra y, sobre todo, porque a duras
penas se concibe capitulación incondicional de un enemigo que
no venga acompañada de tina voluntad política capaz, al menos,
de proporcionar ese objetivo último de acuerdo a la conserva-
ción de su propio Estado 45• Ahora bien: esta dificultad no es sim-
plemente teórica, tiene que ver con una ambigüedad efectiva de
las políticas de guerra total. Esta ambigiiedad se revela histórica-
mente en la contradicción en que han podido entrar el objetivo
político y el proceso de una máquina de guerra que se ha vuelto
ilimitada y que, en el límite de esa contradicción, conduce menos a
la inversión de la relación de subordinación guerra/política de la
concepción clatisewitziana, que a una abolición de la política como
tal: la absorción del objetivo por un proceso material de guerra
devenido autónomo. A menudo se ha reprochado, al margen de
su formulación ludendorffiana, el carácter difuso del concepto
de guerra total 4 • Para Deleuze y Guattari, este concepto no es en
6

absoluto difuso, sino -lo que es muy dife ren te- insostenible
(para empezar, por parte de quienes lo movilizan, estrategas y
pensadores de Estado) teórica y políticamente. Se trata de un con-
cepto que sólo cobra sentido en función de un Estado supuesto,
y que se totaliza mientras la guerra deviene total ( de ahí, la indis-
cernibilidad tendencia! entre el Estado y una máquina de guerra

45 R. Aron, Penser /aguerre, C/ausewitz, t. 11, op. cit., pp. 5 8 - 6 1 , 128.


46 Véase, por ejemplo, T. Lindenmann, "Lud endo rff et la guerre totale.
Une approche 'perceptuelle'", en F. Gere, T. Widemann (dir.), La
guerre totale, París, Economica, 2 0 0 1 , pp. 2 4 - 2 9 .
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

incorporada a todos los engranajes de la sociedad industrial, [ 173]


como esos "talleres de Vulcano" descritos por Jünger, en el re-
gistro inextricablemente histórico y fantasmático de "la Era del
trabajador"), pero que no descubre su plena efectividad más que
en el límite de un proceso que sólo puede autonomizarse en el
horizonte de una subordinación del Estado al proceso de la má-
quina de guerra y un desmoronamiento de la política (no una
inversión). La efectividad l1istórica de ese límite que lleva la tesis
clausewitziana, tanto como su crítica ludendorffiana a lo impen-
sable, se identifica, según Deleuze y Guattari, con la máquina de
guerra mundial del Estado nazi. En su proceso de guerra total,
esa máquina tiende a desembarazarse de toda finalidad política, a
devenir un proceso de guerra incondicionado, es decir, sustraído
a toda condición política. No sólo la finalidad política tiende a
confundirse con el objetivo de guerra (en las condiciones descri-
tas por Ludendorff), sino que ese objetivo tiende, por su parte, a
devenir un proceso sin término, autónomo, cuyos fines políticos
ya no son más que medios subordinados. La máqui11a de guerra
total ya no es simplemente apropiada al Estado y sus finalidades
políticas, sino capaz de alienarse, de engendrar "un aparato de
Estado que sólo vale para la destrucción" y entrar en contradic-
ción con toda condición limitativa de un objetivo político, in-
cluso con la exigencia fundamental de la política de Estado: la
conservación del propio Estado. De donde resulta una diferencia
entre el Estado nacio11al-socialista y un Estado totalitario:

El totalitarismo es u11asunto de Estado: concierne esencial-


1nente a la relación del Estado como agenciamiento locali-
zado con la máquina abstracta de sobrecodificación que él
efectúa. Incluso en el caso de una dictadura militar, es un
ejército de Estado el que toma el poder y eleva el Estado al
estadio totalitario, y no una máquina de guerra. El totalita-
rismo es fundamentalmente conservador. En el fascismo,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 174] por el contrario, estamos claramente ante una máquina de


guerra. Y cuando el fascismo se construye un Estado totali-
tario ya no es en el sentido en el que 11nejército de Estado
toma el poder, sino, por el contrario, en el sentido en el que
una máquina de guerra se apodera del Estado47.

La especificidad nacional-socialista del Estado total no p11ede


ser determinada por completo sin tomar en cuenta la dinámica
de g11erra virtualmente ilimitada en la Cllal y por la cual consigue
totalizarse -po r militarización de la sociedad civil, moviliza-
ción total de la población en el esfuerzo de la guerra, movili-
zación ideológica hacia el expansionismo imperialista que ex-
plota todos los recl1rsos de los "delirios histórico-mundiales"4 8,
conversión global en economía de guerra por el desplazamiento
de las inversiones en medios de producción y consumo hacia la
producción de medios de dest rucc ión- . Pero en esta dinámica
el Estado tiende a devenir un simple acelerador del proceso de
aniquilación e11 que se abisma. En este sentido, la plena realiza-
ción del Estado total nacional-socialista es menos el totalitaris-
mo como tal (la dominación total sería más bien Sll objeto sin-
tético necesario, en función de las exigencias de la movilización
total, obra del Partido, por lo demás, rr1ejor que del Estado) que
s11extenuación en 11n"Estado suicida''49. La guerra total aparece,
entonces, menos como la empresa de un Estado que como una
máquina de guerra que se apropia del Estado y lo atraviesa de
"un flujo de guerra absoluta que no tendrá otra salida ql1e el

47 MM, p. 233; véase MM, p. 218-219.


48 Véase J. Chapoutot, El nacionalsocialismo y la antigüedad, París, Abada,
2013.
49 MM, p. 471. Sobre la tesis del Estado nacional-socialista como Estado
suicida, véase P. Virilio, L'insécurité du territoire (1976), París, Galilée,
1993, pp. 25-52 (La inseguridad del territorio, tr. esp., Buenos Aires, La
Marca, 1999); y M. Foucault, Defender la sociedad, Buenos Aires, FCE,
2001, pp. 234-235.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

suicidio del Estado". Aunque no distinguía el fascismo del to- [ 175J


talitarismo, H. Arendt escribía en un sentido próximo que en la
idea nacional-socialista de la dominación "la conquista del poder
[de Estado] por los medios de la violencia nunca es un fin en sí
mismo [... ]. El objetivo práctico del movin1iento consiste en or-
ganizar a tantos pueblos como le sea posible dentro de su marco
y ponerlos y mantenerlos en marcha; un objetivo político que
constituyera el final del movimiento simplemente no existe"50.
Tanto que la guerra, añadirán Deleuze y Guattari, incluso el
riesgo de perder la guerra y, en fin, la derrota ineluctable inter-
vienen con10 aceleradores de ese movimie11to vuelto ilimitado.
Diecinueve de marzo de 1945' -te leg ram a 71- : "Si la guerra
está perdida, que la nación perezca"5 1

¿En qué situación histórica la Fórmula se1·ía, para hablar con


propiedad, invertida, y 110 sin1ple1nente llevada a ese límite en
que pierde todo sentidor Alcanzamos el término de la Hipóte-
sis, allí donde el movimiento histórico del factor de apropiación
descubre la actualidad de la enunciación guattaro-deleuziana.
Más que nunca, debemos reafir1nar el sentido teórico funda-
me11tal: la sobredeterminación de la relación política/ guerra por
la relación máquina de guerra/Estado. Ahora bien: la primera
fase de la inversión, que culmina en la Segunda Guerra, muestra
una n1áquina de guerra mundial que tiende a autonomizarse de
los Estados, al término de una tendencia que fusiona el creci-
miento del capitalis1no industrial y el desarrollo de las econo-
mías de guerra, cuando la militarización intensiva de los Estados

50 H. Arendt, Los orígenes del totalitaris1no (1951), Madrid, Taurus, 1998,


p. 268.
51 Deleuze y Guattari insisten sobre este punto: la máquina de guerra y
su destrucció11, hasta la autodestrucción, lejos de haber sido ciega, fue
explícitamente anticipada e incluso "prometida" al pueblo alemán por
los dignatarios e ideólogos del régimen (MM, pp. 232-233). Véase J.
Fest, El hundinziento, Barcelona, Círculo de Lectores, 2003.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 176 J europeos hace de la organización material de la potencia de gue-


rra una condición orgánica de la acumulación capitalista. Pero,
en esta primera fase, justamente, esa inversión de la relación de
apropiación entre máquina de guerra y Estado no conlleva una
inversión de la relación entre política y guerra. Pues la máquina
de guerra sólo se apropia del Estado político en y por la guerra
en acto, en tanto que guerra total; la máquina de guerra se ma-
terializa en el conjunto del campo socíoeconómíco, ct1ando no
deja de darse la guerra como objeto directo (economía de guerra
y movilización total). De suerte que la relación de apropiación se
invierte, pero en condiciones tales que la finalidad política (so-
meter o destruir al enemigo) sigue siendo el móvil determinante
y la guerra, entonces, según la Fórmula de Clausewítz, "conti-
nuación de la política por otros medíos" -au n sí esos medíos
se vuelven exclusivos de toda salida diplomática y política del
conflicto, y la finalidad política entra en contradicción con un
proceso de guerra que arrastra al Estado político a la autodes-
truc ción -. En cambio, si un umbral inédito es franqueado en
la coyuntura de posguerra, es precisamente en la medida en que
la inversión de la relación de apropiación entre máquina de gue-
rra y Estado se encarna en una configuración mundial en que la
militarización de los Estados, el crecimiento de la economía de
guerra en las estructuras del capitalismo, la subsuncíón del ám-
bito social planetario en su conjunto bajo una potencia material
de guerra ilimitada consigue realizarse si11 la guerra total en acto.

Esta máquina de guerra mundial, qt1e en cierto sentido "re-


sulta" de los Estados, presenta dos figuras sucesivas: en pri-
mer lugar la del fascismo que convierte la guerra en un mo-
vimiento ilimitado cuya única finalidad es él mismo; pero el
fascismo no es más que un "esbozo", y la figura posfascista
es la de una máquina de guerra que toma directamente la
paz por objeto, como paz del Terror o de la Supervivencia
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

[... ] La guerra total se ve desbordada por una forma de paz [ 177 J


todavía más terrorífica. La máquina de guerra se ha respon-
sabilizado de la finalidad, del orden mundial, y los Estados
ya sólo son objetos o medios apropiados a esta 11uevamá-
quina. Ahí es donde la fórmula de Clausewitz [se] invierte
efectivamente l2

Estamos en presencia de una co11figuración en qt1e la política de-


vie11e de facto la continuación de la guerra por otros medios, pero
precisamente porque la máquina de guerra mundial deja de tener
la guerra como objeto, al mismo tiempo que la guerra deja de estar
subo1·di1zada a la fi1zalidad política. El primer factor determinante
de la reconstitución de semejante máquina autónoma es, por su-
puesto, geopolítico y estratégico, y depende de los nuevos ejes
de la política internacional, del desplazamiento de las rivalidades
imperialistas de los Estados europeos hacia el eje de la Guerra
Fría, y las nuevas relaciones Norte-Sur. Este es ya el sentido de la
observación: "la paz libera técnicamente el proceso material ili-
mitado de la guerra total" 53 • La paz amenazadora en la estrategia
de la disuasión nuclear, "paz del Terror o de la Supervivencia",
hace de la máquina de guerra mundial el objeto y el medio de una
capitalización tecnológica, científica y económica sin preceden-
te, que ya ni siquiera tiene necesidad de desencadenar la guerra
para desarrollarse. Pero existe un segundo factor más profundo,
para explicar que la reformación de una máquina de guerra en
las décadas de posguerra no sea, para Deleuze y Guattari, un
simple prolongamiento, una simple ampliación de las estrategias
imperialistas de los Estados nacionales de la pri1nera mitad del
siglo xx a nuevas dimensiones tecnológicas y geopolíticas, sino
en verdad una situación inédita. Pues la geopolítica depende de

52 MM, p. 421.
53 MM, p. 471.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 178 J una "meta-economía" que determina las relaciones entre la eco-


nomía-mundo capitalista y los Estados políticos que efectúan sus
condiciones 54• Este punto será el centro de la tematización de la
acumulación del capital a escala mundial en términos de "axio-
mática'' que abordaremos en la última parte. Pero ya podemos
decir, de manera general, que la autonomía de la máquina guerra
mundial respecto de las estr11cturas estatales sigue indetermina-
da, tanto en la primera como en la segunda fase de la inversión,
por el grado de autonomía relativa (no una "independencia") del
proceso de acumulación del capital respecto de las mismas es-
tructuras. Cierto, el proceso de acumulación del capital pasa cada
vez más por una división internacional del trabajo, una circula-·
ción transnacional de los capitales y un mercado m11ndial; pero
pertenece todavía a los Estados ordenar las relaciones de produc-
ción correspondientes, superar los desequilibrios sistémicos, las
crisis de subinversión y sobreproducción y regular, mejor o peor,
sus repercusiones sociales en los cuadros nacionales. La nove-
dad de la configuración desarrollada en las décadas de posguerra
consiste en que la nueva máquina de guerra n1undial "liberada"
por los Estados parece estar dotada de un grado de autonomía
bien superior a todo lo que habíamos conocido antes de la Se-
gunda Guerra. Atestigua la integración extrema de esa máquina
en una estructura capitalista que ha franqueado, también ésta, un
nuevo umbral de autonomización respecto de las instit11ciones
socioestatales. Al mismo tiempo que se desarrolla un capitalis-
mo monopolista transestatal q11e, implantado en el capitalismo
monopolista de Estado, más lo complejiza que suplanta, y que se
encarna en las firmas multinacionales y en una oligarquía finan-
ciera mundial; la máquina de guerra se incorpora, por su parte,
en complejos tecnológicos militares, industriales y financieros,

54 MM, pp. 466-470: véase más adelante, cap. '5.


GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

atravesando, en la continuidad de unos con otros, las fronteras [ 179 J


jurídicas y administrativas de los Estados nacionalesss.
Podemos precisar, entonces, lo que sólo habíamos sugerido:
cuando los Estados reforman una máquina de guerra mt1ndial
autó11oma "de la que ya no son sino sus partes opo11ibles o super-
puestas", se trata menos de una inversión binaria de la Fórmula
clausewitziana ( es la guerra una contint1ación de la política?, o
bien la política continúa la guerra ... ) que de una profunda re-
distribución de todos los términos de su silogismo, es decir, una
tra11sformación sistemática de las relaciones entre finalidad, ob-
jetivo, medio, y, en consecuencia, una mutación del sentido y la
forma objetiva de la guerra, tanto como de la política:
(a) Si, de presente, esta máquina de guerra mundial no se su-
borcli11a a una fi11alidad política, esto se debe, en primer lt1gar, a
que la fi11alidad misma deja ele ser directamente política o tiende
a devenir in1nediatame11te económica: la acumulación del capital,
su reproducción ampliada a escala mt1ndial, en contradicciones
sistémicas qt1e, para Deleuze y Guattari, so11las mismas que Marx
despejó en sus análisis sobre la tendencia decreciente de la tasa
de ganancia media y las crisis de sobreacumt1lación. Alfa y ome-
ga de la apropiación guattaro-deleuziana de Marx, esos análisis
polarizan toda su lectura de El Capital y si11un poderoso traba-
jo ideológico habrían bastado para consumar, desde hace mucho
tiempo, la recepción de Capitalis1110 y esquizofrenia por fuera de
las apuestas de la crítica de la economía política. En el libro 111 de
El Capital, Marx destaca la singularidad radical del capitalismo
frente a todos los otros modos de prodt1cción: no poseer más fi-
nalidad que la producción de plusvalía, hacer del crecimiento de
la prodt1ctividad social ur1 "fin en sí 1nismo", no tener, entonces,

'5'5 MM, p. 470. En estas nuevas concliciones, u11a privatización de la


violencia policial y militar de Estado ( o una externalización parcial
que la delega en empresas "mercenarias") deviene posible y necesaria,
PO LÍT ICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GU ATT AR I

[ 180 J ningún lí1nite exterior a su propio exceso de acumulación, sola-


mente límites interiores o "inmanentes", a saber, las condiciones
exclusivas de la valorización del capital existente: límites de las
fuerzas productivas en la creación de plusvalía, en función de
las relaciones entre población y tasa de explotación del trabajo,
pero también límites en la absorción o "realización" de la plus-
valía, en fu11ción de "la proporcionalidad de las distintas ramas
de producción y [de la] capacidad de consumo de la sociedad".
Al encarnarse en el capital excedentario, el desempleo y las cri-
sis de sobreproducció11, esas barreras generadas por el proceso
de acumulación sólo puede11 ser superadas por la depreciación
periódica del capital existe11te, la aumentación de la inversión en
capital co11sta11tey las "constantes revoluciones operadas en los
métodos de producción", la creación de nuevos mercados y la ex-
pansión de la escala de producción, que no destruyen los "límites
inma11entes", pero que los desplazan para recobrarlos más lejos o
que sólo los destruyen, reproduciéndolos en una escala cada vez
más amplia 56•
(b) En esta dinámica del proceso de acumulación capitalista a
escala mundial, la nueva finalidad de la máquina de guerra debe
ser, entonces, doblemente determinada. Primero, dicha finalidad
deviene realme11te ilimitada. La guerra total tenía aún necesidad
de una finalidad política que fijara un límite extrí 11seco a la má-
quina de guerra (aniquilar al enemigo); pero, cuando franquea
un nuevo umbral de integración a las estructuras del capitalismo
mu11dial, la máqui11a de guerra deviene efectivamente ilimitada,
es decir, coincide con la determinación de base del proceso de
acumulación: no conocer, de derecho, ningún límite exterior a
ese proceso como fin e11 sí mismo. Pero, en segundo lugar, esa
finalidad ilimitada es además intrínsecamente crítica; su proceso

56 l(. Marx, El capital, libro III, s. 3, cap. xv, p. 243., cf. AE, p. 237 sqq.; y
MP, pp. 467-468.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

no destruye todo límite exterior más que a fuerza de engendrar [ 181 J


límites inmanentes (crisis). Desde este punto de vista, la movi-
lización capitalista de la máquina de guerra y su ilimitación es-
pecífica (espacio liso) dependen no sólo de las relaciones geopo-
líticas entre pote11cias capitalistas, sino, más inmediatamente, de
las composiciones de la producción y reproducción del capital
a escala mundial: "Es como si el capital circulante, al final del
estriaje que el capitalismo ha sabido llevar a un punto de per-
fección sin igual, segregase, necesariamente, reconstituyese una
especie de espacio liso en el que de nuevo se pone en juego el
destino de los hombres. Por supuesto, el estriaje subsiste bajo
st1s formas más perfectas y severas [... ]; no obstante, remite so-
bre todo al polo estatal del capitalismo, es decir, al papel de los
aparatos de Estado modernos en la organización del capital. Por
el contrario, al nivel complementario y dominante de un capi-
talismo mundial integrado (o más bien integrante), se produce un
nuevo espacio liso [... ]. Las multinacionales fabrican un tipo de
espacio liso desterritorializado en el que tanto los puntos de ocu-
pación como los polos de intercambio devienen muy indepen-
dientes de las vías clásicas de estriaje" 57 • La retoma del concepto
de espacio liso en el marco del capitalismo contemporáneo está
sostenida por las determinaciones tendenciales de la ilimitación
capitalista, entre la relación capital constante/ capital variable
-y el devenir-indiscernible de esa relación en el desarrollo de
la composición orgánica del capital o de la composición socio-
técnica de la explotación- y la relación capital fijo/ capital cir-
culante -y el devenir-indiscernible de esta relación por la ace-
leración de los ritmos de rotación en la reproducción del capital
a escala mundial-. Esta doble tendencia conduce a Deleuze y
Guattari, contemporáneos de nuevos organismos industriales y
financieros transnacionales, a despejar t1na nueva diferencial que

'57 MM, p. 499.


,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 182J prolo11ga las dos distincio11es precede11tes, aun relativizándolas,


y asociando sus for111as críticas ta11to a las geografías del capital,
como a los modos de territorialización y desterritorialización que
su influencia implica sobre la fuerza de trabajo, los territorios
y equipamientos, los Estados y sus poblacio11es. Al combi11ar la
composició11 orgánica y los ritmos de reproducción del capital,
la disti11ción "capital liso" y "capital estriado" marca el punto
crítico de conjunción de esas dos series de factores en la escala
de impacto de la depreciació11 de capitales necesaria a las crisis
de sobreacumulación. Como esos capitales no sólo se materia-
lizan e11 equipamientos sino en ciudades, incluso en regiones o
países, su destrucció11 puede volver la tierra sencillamente inha-
bitable para poblacio11es e11teras, y esto de la 11oche a la n1añana
-la "desterritorializació11" del capital no tiene aquí n1ás corre-
lato que una "despoblació11 del pueblo" 58- . Pero es precisan1e11-
te el pu11to en que la ilimitación capitalista, su "endoviole11cia"
o el destructivisn10 que co11vie11e a la ley de bro11ce de su pro-
ductividacl no puede11 desplegarse sin movilizar directame11te
la "máqui11a de guerra mundial" y su pote11cia de ilimitación
propia: la producción de u11 espacio liso: "La importancia cre-
ciente del capital consta11te en la axiomática hace que la depre-
ciación del capital existente y la for111ación de u11 11uevo capital
adquiera11 un ritmo y u11a amplitud que pasan 11ecesarian1ente
por u11a tnáquina de guerra encarnada ahora en los complejos:
[milita1·es-i11dustriales y fi11ancieros] [... ]. U11'umbral' conti11uo
de la pote11cia acompaña siempre el desplazamiento de los 'lími-
tes' de la axiomática; como si la pote11cia de guerra sobresaturase
siempre la saturación del sistema y la condicionase" 59•
(c) E11 este punto de incorporación al proceso de acumula-
ción mundializado, la máquina de guerra no tiene ya por objetivo

58 MM, p. 349.
'i9 MM, p. 470.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

la guerra como tal, ni siquiera elevada al absoluto. St1 objetivo [ 183J


tiende a devenir el orden mt1ndial como "paz absoluta de su-
pervivencia". Esto no quiere decir que las guerras decrezcan ni
mucho menos. No obstante, como la máqui11a de guerra ha gana-
do una autonomía respecto a la forma-Estado, la guerra vuelve
a ser su objeto necesario, pero sólo si11téticamente. En ct1anto a su
objeto analítico, consiste en asegt1rar .el clesplazamiento de los
límites de la valorización del capital existente, por la expansión
de la escala de prodt1cción de11tro de un mismo mercado mun-
dial integrado; la intensificación correlativa de la explotación de
rect1rsos energéticos y planetarios, así como de la mano de obra
"periférica", con la remodelación co11secuente de la división in-
ternacional del trabajo y las relaciones de dependencia entre las
regiones de la economía-mundo. Ningt1na de esas operaciones se
eject1ta sin tensiones entre los Estados, sin afrontamientos entre
voluntades políticas. Pero, en adela11te, éstas se integran como
rodamientos de un orden de seguridad planetario planificado,
en medio de todos los desórdenes civiles que la acumulación am-
pliada sigue generando. En este sentido, "la guerra deja de ser
la materialización de la máquina de guerra, la máquina de gu err a
deviene g11erra materializada" 6º, incorporada al "orden" y la "segu-
ridad" de la axiomática capitalista mundial que en últimas podría
pasarse de operaciones militares, pero no de una sistematización
de las descodificaciones de los flujos alimentarios generadores
de hambruna, ni de las descodificaciones de los flujos poblacio-
nales por clesestrt1cturaciones del hábitat, migraciones forzadas
y urbanizaciones salvajes, ni de las descodificaciones de los flu-
jos de materia-energía generadores de inestabilidades políticas
y monetarias: devastación de tina guerra devenida inmanente a
territorios sociales y existenciales precarizados sistemáticamente,
"insegurizados" ... de todo esto, er1verdad, el desencadenamiento

60 MM, fJ. 471.


POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

184 J militar de la guerra total en acto no era, como desde lo alto del
cielo, a la manera del ntoral bo1nbi11g de Arthur Ha1·ris, más que
el aperitivo.
(d) Por fuerza, te11emos que volver sobre las guerras. La "paz"
del orden de la seguridad m11ndial no implica ninguna pacifica-
ción política, ninguna disminució11 cuantitativa de las guerras;
éstas pueden incluso conservar ciertas funciones que poseían
e11la época del imperialismo, en función de nuevas polaridades
geopolíticas y relacio11es de intercambio desigual entre Norte y
Sur 61• Pero siempre se corre el riesgo de que esas continuidades
parciales encubra11 lo esencial. Porqtte, otra vez, la realización de
la guerra depende de las relaciones variables de apropiación en-
tre Estado y Máquina de guerra. Al1ora bien: cuando la máqui-
na de guerra deja de ser un medio de las guerras de Estado para
devenir guerra 1naterializada, inseguridad organizada, potencia
de destrucció11 de territorios sociales, co11cretizada en el orden
"normal" de una economía-mundo que, como escribe P. Viri-
lio, tiende a descalificar el "conjunto total del l1ábitat planetario,
despojando a los pueblos de su calidad de l1abita11tes" 62 , entonces
las guerras tienden a adoptar nuevas formas objetivas. De nue-
vo, la co11vergencia coú C. Scl1mitt salta a los ojos. En primer
lugar, observan Deleuze y Guattari, las guerras está11 cada vez
más emparentadas con intervenciones policiales, con operacio11es
de policía interior de la "sociedad" del mercado mundial, que
subordinan relativamente los resortes propiamente políticos y
diplomáticos de los Estados. Un indicio de esto puede verse e11
la crecie11te transferencia de funciones públicas de los Estados
a la máquina de guerra -e, inversamente, en la adaptación de
tecnologías militares al do1ninio del gobier110 civil, para control

61 Véase G. Deleuze, J.-P. Bamberger, "El pacifismo hoy" (1983), en Dos


regí111e11es de locos, op. cit., pp. 203-211.
62 P. Virilio, L'insécurité du territoire, op. cit., pp. 25-52.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

y represión de las poblaciones-. Sirva como ejemplo la línea [ 185]


de McNamara, analizada por Virilio, "que permitiría instalar al
sur de los Estados Unidos, en la frontera con México, durante el
verano de 1973, el sistema electrónico empleado para prohibir
la infiltración del Vietcong, esta vez para interrt1mpir la migra-
ción clandestina de trabajadores. Igualmente, tras los incendios
de fábricas y depósitos de carburante, en Francia se emplean los
mismos procedimientos electrónicos de detección que utilizan
las fuerzas estadounidenses en Extremo-Oriente, pero esta vez
alrededor de zonas industriales. Las cámaras-espía ya no vigilan
solamente al enemigo declarado, sino también al mal espectador
del estadio, el mal conductor, etc." 63 • Las nuevas formas obje-
tivas de las guerras, en tanto que piezas internas del orden de
la seguridad mundial, combinan de este modo formas policia-
les del espacio internacional con una militarización de los espa-
cios civiles interiores. En segundo lt1gar, esta correlación hace
tambalear el doble reparto guerra/ paz e interior/ exterior, que
sostenía la sobrecodificación político-jurídica y diplomática de
los conflictos militares en la forma-Estado. Deleuze y Guattari
siguen todavía a Virilio: "Cuando, a través de la 'defensa opera-
cional del territorio', la institució11 militar se ocupa más y más
de la seguridad interna, la policía tiende, por su parte, a iden-
tificarse con la Asistencia pública. Para el ejército, no existe ni
siquiera una distinción clara entre el enemigo 'interior' y el ene-
migo 'exterior', existe sólo una an1enaza generalizada en todos los
campos (demografía, economía, delinct1encia, etc.) y, entonces,
un enemigo sin localización, puesto que puede descubrirse aqt1Í o
allá, al vaivén de la intoxicación" 64 • Así como se ha difuminado la
distinción diplomática entre tiempo ele paz y tiempo de guerra,

63 Idem.
64 Ibíd. (Virilio se apoya aquí en las prospectivas del general Fran ois
Ma11rin, "Perenité et necessité de la défense", Revue de la défense 1111tio-
1111le, n.º 7, juillet 1973).
,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 186 J la calificación del ene1nigo tie11de a ser cada vez me110s política,
para deve11ir judicial, eco11ó1nica, moral, religiosa ... Es todavía
"enemigo total", pero ese carácter total ya no es sobrecodificado
por una l1ostilidad exclusiva que le haría corresponder una figura
unívoca; debe, además, contradictoriamente, tender a molecula-
rizarse en una multiplicidad in11umerable de figuras equívocas
posibles 6' . De al1í el interés por la noción oficial de "enemigo
cualquiera", perfectamente adect1ada al contin110 de seguridad de
un espacio liso producido por la 11ueva máquina de guerra mun-
dial 66. Cuando Guy Brossollet se muestra partida1·io fervie11te de
u11a i11tegración de las téc11icas contrai11surreccionales e11las es-
trategias de Defensa, lo l1ace, según explica, para precaverse no
sólo de las agresio11es exteriores potenciales, sino sobre todo de
ene mil amenazas n1ucl10 más ilocalizables, "de orden económico,
subversivo, político, moral, etc.": "El adversario es 1nultiforme,
mañoso y 01nnipresente. Las amenazas fre11te a las cuales Francia
busca ento11ces protegerse, pueden manifestarse en todos los azi-
muts y afectar sectores muy diversos del potencial 11acio11al.He-
cl10 inquietante, y que implica concebir u11a defensa en fu11ció11
de la diversidad y ubicuidad de tales ame11azas" 67• En resume11, al
tiempo que la guerra cobra una forma objetiva policivo-judicial,

65 Véase M. Hardt, T. Negri, Multitud. Guerra y de111ocracia en la era del


i111perio, Barcelo11a, Debate, 2004. Anotan los autores q11e, segú11 u11a
i11spiración tan scl11nittiana co1no guattaro-deleuziana, los registros de
·
1a guerra " contra el terrorismo "", contra l a pob reza " etc., 110s 11ace11
pasar "de la i11vocación metafórica y retórica de la guerra a verda-
deras guerras conducidas co11tra c11en1igos i11defi11idos e i111nateriales"
-confor1ne al régime11 de do111inación que Deleuze y Guattari cali-
fica11 de "axiomático". En éste se co11juga11 la i11deter1ninació11 de los
límites espaciales y temporales de la guerra, la intrincació11 crecie11te
de las relaciones inter11acio11ales y la política i11terior, cuyos campos
tienden a co11fu11dirse, la tra11sfor1nación de los co11ceptos de "belige-
ra11te" y "hostilidad", y la reactivació11 del concepto de "guerra justa".
66 MM, pp. 421, 471; G. Deleuze, Crítica y clínica, op. cit., pp. 67-68.
67 G. Brossollet, Essai sur la 11011-bataille, París, Belin, 1975, p. 15.
t:,UILLAUME SIBERTIN-BLANC

el enemigo deviene abstracto, virtualmente omnipresente, con10 [ 187 J


una amenaza no individualizada y no calificada que puede st1rgir
en un punto cualquiera del espacio social y bajo figuras impre-
visibles (espacio liso), independientemente de criterios políticos
de pertenencia a un Estado o a relacior1es entre Estados.
Al servicio de semejante lógica paranoica de seguridad inse-
gurizante, "la alianza mundial de los Estados, la organización de
tina policía y una jurisdicción mundial, como se ant1ncian, condt1-
cen necesariamente a una ampliación de acuerdo con la ct1al cada
vez más personas quedarán asimiladas a 'terroristas' potenciales" 68•
De ahí la tarea de comprender cómo las nuevas combinaciones
policivo-militares implican nuevos procedimientos de constrt1c-
ción discursiva de la figura del enemigo; procedimientos de se-
lección necesarios sobre los repertorios simbólicos e imaginarios
en que se subjetivan las contradiccior1es y resistencias ele la domi-
nación capitalista. Ya he1nos visto en qué sentido la nueva máqui-
na de guerra mundial estaba estrechamente unida al proceso de
acumulación del capital a escala mundial, que sólo atraviesa st1s
crisis internas para precipitar ciclos de depreciación del capital
existente y formación de nuevo capital a una velocidad y amplitud
de rotación inéditas. Pero semejante expansión de la axiomática
capitalista pasa, necesariamente, por una virtualización generali-
zada del enemigo que deviene cualquiera, no calificado, y por una
aceleración correlativa de las técnicas de calificació11 y recalifica-
ción continua clel enemigo, a precio de una criminalización am-
pliada de las prácticas sociales no conformes a las i11stituciones del
capital. Tal es el correlato de la transformación de las formas obje-
tivas de la guerra diagnosticada por Deleuze y Guattari: la instala-
ción de un poder "informativo" de agenciamiento de enunciados
capaces de remodelar e11perma11encia la figura de la "amenaza"
y asegt1rar la reproducció11 disct1rsiva de un enemigo susceptible

68 G. Deleuze, "Los obstác11los" (1978), Dos regí1nenes de locos, cit., p. 154.


POL/TICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 188 J de ser, en última instancia, registrado en cualquier fragmento de


código: variables de edad, confesión, profesión, residencia, ideo-
logía política, condu cta social, sexual, económica . ., 69.

(L AU SE W IT Z, LENIN, SCHMITT, FOUCAULT,


ÜE LE UZ E- GU AT TA RI : FICCIONES DIALÓGICAS

Así, la teoría de la máqui11a de guerra, pres e ntada por sus au tores


en 1980 como una hipótesis de trabajo, se lee como la base de u n
1) rograma genealógico que articula toda la du ración histórica y su
pu nta de actualidad. Un mapeo coyuntural de los últimos aná-
lisis que refiere11 la máqui11a de guerra mundial a la formación
de u11 espacio de seguridad policivo-moral y policial permitiría
circunstanciar mucl10 a11tes la l1ipótesis guattaro-deleuzia11a, al
cambiar de los años 1970-1980, o sea, cuando su desarrollo teó-
rico coincide con la actualidad de su e11unciación: en este punto
se anudan (a) los desplazamientos de las relaciones de fuerzas
ge opolíticas e11tre los dos "bloques", pero tambié11 y cada vez
más las relaciones entre el "centro" del capitalismo n1undial y
las "periferias", en fin, sus efectos sobre las relaciones de fuerzas
intraeuropeas (en el contexto del comienzo de la admi11istración
Reagan, la 11ueva in1pulsión de i11versiones n1ilita1·es e intensifi-
cació11 de las presiones para reforzar la esfera de i11fluencia esta-
dounidense en E u ropa Occide11tal); (b) por otra parte, el ciclo de

69 Véase, sobre esta cuestión: (a) G. Deleuze, F. Guattari, "L a peor manera
de construir Europa", Dos regí111enes de locos, op. cit., pp. 141-143, frente
al aff air e I(laus Croissant y "toda la perspectiva de Europa está impli-
cada e11este tipo de co11trol que recla1na Alema11ia" y el "modelo judi-
cial, policial e 'informativo"' puesto en marcha co11las leyes de excep-
ción en 11ombre de la lucha contra el terroris1no (ibíd., p. 142); (b) G.
Deleuze, Ci11e 2. La i111agen-tie111po, pp. 351-3 52, sobre las transforma-
ciones del poder "informativo" o mediático, del "Mabuse" de Lang a S.
Lumet o R. Altma11; (c) "Post-scriptum a las sociedades de co11trol",
Conversaciones, op. cit., p. 277.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

violencia que, en el reflujo de las fuerzas de contestación produc- [ 189]


to de los años 1950-1960, hará culminar el desencadenamiento
del terrorismo y el terrorismo de Estado en Europa Occidental
durante los años 1976-1978 (las leyes de excepción en Alemania,
el affaire l(lat1s Croissant, las circulaciones reales o fantasmales
entre la resistencia palestina y las luchas de extrema-izquierda de
las metrópolis occidentales, la movilizaciones masivas de nuevos
medios de comunicación en la intoxicación de Estado, etc.) 70•
En la intersección de tan diversos acontecimientos se define el
programa de trabajo que abre infine la l1ipótesis. Una de sus ver-
tientes sería el análisis de las tecnologías de control en espacio
liso, especialmente de las transferencias de tecnologías del campo
militar al civil y que incluiría, asimismo, un análisis semiótico de
las construcciones mediáticas, discursivas y audiovisuales de las
figuras del enemigo cualquiera.
Semejante programa teórico parece difícilmente disociable de
prácticas de resistencia colectiva capaces de reconstruir territo-
rios habitables y de recrear así nt1evas prácticas políticas capaces
de responder a la codificación militar, tanto como a la orienta-
ción judicial, moral y policial de "la política". La intensificación,
a partir de los años 1975-1976, de la reflexión guattaro-deleuziana
sobre el "devenir-menor de todo el mundo", que es también el
envés de una extensión indeterminada de la minorización como
técnica de poder susceptible de st1jetar, a favor de las coyunturas
y oportunidades políticas, fracciones cada vez más amplias de la
población, descubrirá sin duda aquí uno de sus móviles más in-
mediatos, si no el más urgente. Pero, aun entonces, la categoría

70 Me permito remitir a la cartografía elaborada antes, donde cruzo Mil


nzesetas con las intervenciones de coyunt11ra de los años 1976-1984, en
Politique et clinique. Recherche sur la philosophie pratique de Gil/es Deleuze,
tesis doctoral, diciembre del 2006, Universidad Lille 3, pp. 898-917
(h ttp :/ / documents.11niv-lille 3.fr / files /pub/ www/ rech erch e/the ses/
SIBERTIN_ BJ,ANC_GUILLAUME.pclf).
POLIT\CA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 190J de máquina de guerra, precisa1ne11te en todo lo que tiene de ex-


cesivo respecto a las coordenadas estatales de la política, y por-
que es comprensiva de una potencia a11tagónica que "tiene una
relación 1nuy variable con la guerra", desig11ará todavía una ins-
tancia capaz de separa1· al Estado de su pote11cia de guerra: de dividir
la guerra. De esto modo, la máquina de guerra da lugar (en u11
sentido, contra Scl1mitt) a un uso del conflicto que transforma
(no quiere decir, necesariamente: neutraliza) el sentido de la
guerra misma. esta transformació11, que re1nite a la máquina
de guerra co1no pote11cia de/ en metamorfosis no tenga ningún
"se11tido" unívoco que predestinaría la solución revolucio11aria
o reaccio11aria, emancipadora o destructora, o, incluso, pacifis-
ta o militarista -que, más profundamente, nada pueda decidir
con anticipación si la máquina de guerra, aun cuando pierde la
gt1erra como objeto directo, cobre una potencia de destrucción
todavía mayor que la desarrollada por los Estados i1nperialistas
y sus guerras totales, o si la máqui11a de guerra puede constituir
una potencia antagónica que reintroduzca algo de política e11la
guerra civil o interestatal, allí donde tiende a destruir toda posi-
bilidad política-- es una incertidumbre cuyo carácter efectivo u
objetivo, y no simplemente teórico, este capítt1lo l1abrá sugerido.
A11ote1nos, para concluir, tres lecturas posibles de la hipóte-
sis, cruzadas a lo largo de esta exposició11. Si la tercera es la ú11ica
desarrollada por Deleuze y Guattari, las otras dos no carece11 de
col1erencia, en función de la exposició11 de co11ju11tode la hipó-
tesis; más aún, las tres está11 articuladas por su brecha co1nún de
cara al "concepto de política" schmittia110, tanto como por su
relación co11la perve1·sió11 ludendorffiana de la Fórmula:
(a) Llamemos pe1·versió11 de la Fórtnula a esa operación de
Foucault que procede a identificar en el axioma clausewitziano la
"i11versió11" de u11movimiento a11terior que, durante el proceso
de construcción del Estado moderno, asimilaba u11a tecnología
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

militar y, al mismo tiempo, un discurso de la "gue1·ra social''71. [ 797J


Tiene por efecto inmediato alojar de pleno una contradicció11,
al1í donde Schmitt veía la emergencia de una Pote11cia superior y
neutra que había de imponerse por una relativización de los con-
flictos internos, reducidos a disensio11es despolitiza.das y "priva-
das" (objetos de sin1ple policía) -como si esta potencia soberana
no hubiera podido estatizarse más que i11corporando, contradic-
toriamente, esas figuras de la guerra y el enemigo "interiores"
que contribuía e11parte a crear y que debía asimismo reprimir.
(b) Se lla1nará subve1·sió1z de la Fórmula esa operación leninis-
ta que despliega la consigna "transformación de la guerra impe-
rialista en guerra civil revolucionaria", y que l1ace de la guerra
civil no un medio de "realizar" una política de clase por ascen-
sió11 del antago11ismo al conflicto armado, hasta la instauración
de u11nuevo Estado proleta1·io (según la lectura schmittiana de
Lenin en El co11cepto de lo político 72) , sino la forma que puede y
debe adoptar la lucl1a de clases para repolitizar la viole11cia en una
coyu11tura de guerra que tie11de, por el co11trario, a destruir todo
contenido político (o todo contenido emancipador de clase) en
provecho exclusivo de las rivaliclades interestatales e ínterimpe-
rialistas 73 . Al1ora bien: ya hemos visto que el concepto guattaro-
deleuziano de máquina de gue1·ra (dialéctico, desde este punto de
vista) busca, precisa1ne11te, en uno de sus momentos, una i11stan-
cia semejante de transformación de la guerra 74 -al marge11 de la

71 M. Foucault, Defender la sociedad, Cursos e11el College de France ( 1975-


1976), Buenos Aires, FCE, 2001, Clases del 7 y 21 de enero de 1976; y ya
en Vigilar y castigar, Buenos Aires, Siglo xxr, 1976, pp. 156-157.
72 C. Schmitt, El concepto de lo político, tr. esp. R. Agapito, Madrid, Alianza,
2009, pp. 67-68.
73 Véase E. Balibar, "El mome11to filosófico en la política determinada
por la guerra: Lenin 1914-1916", en S. Zizelc (dir.), Lenin reactivado.
V

Hacia u11apolítica de la verdad, Madrid, Alca!, 2010, pp. 199-212.


74 Es la deter1ni11ación de la "máqui11a de guerra nón1ada", desde el punto
de vista formal de su "potencia": "Las máquinas de guerra tie11en una
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 192] oposición entre belicismo y pacifismo o, más bien, decidiendo


la consistencia política de su alternativa75- . En otras palabras,
el concepto se propone problematizar de nuevo el movimiento
contradictorio por el que la política, cuando tiende a "fusionar-
se'' con el proceso de la guerra materializada por los Estados ca-
pitalistas y a abolirse en éste, puede darse la tarea de "revolucio-
nar la guerra" para imponer de nuevo un antagonismo político
-lo que conduce a pensar la máquina de guerra, recíprocamente,
como la instancia de una transformación de la política, a condición
de que esta instancia divida la giterra o separe la potencia de guerra
de los intereses de clase capitalistas concentrados en la monopo-
lización estatal,
.. (c) En fin, si reservamos el término inversión de la Fórmula,
esta vez, en el sentido preciso e inédito desarrollado en las mese-
tas 12 y 13, lo hacemos para caracterizar una nueva configuración
de la máquina de guerra apropiada a la potencia de "engloba-
miento" de la acumulación capitalista a escala mundial que hace
de los Estados instrumentos de un "orden de la Paz" como orden
policivo-judicial -esto replantea, entonces, en nuevas condi-
ciones, la cuestión de las fuerzas y posibilidades estratégicas de
máqt1inas de guerra alternativas, capaces de repolitizar un cam-
po histórico-político saturado por las combinaciones de guerras
económicas neoimperialistas y de criminalización de toda fuerza

potencia de meta,norfosis, gracias a la cual, evidentemente, son capttiradas


por los Estados, pero gracias a la cual también resisten a esta captura y
renacen bajo otras formas" (MM, p. 444); -por esta razón, "la máquina
de guerra tiene una relación extre1nadamente variable con la guerra [y) no
se define uniformemente" (MM, p. 421): en otras palabras, esa relación
depende, en í1ltima instancia, de la coyuntura.
7'5 Sobre la doble lucha de Lenin, en 1915-1917, contra los social-chovi-
nistas afiliados a las uniones sagradas y contra los pacifistas, véase G.
Haupt, "Guerre et révolution chez Lénine", en Revue franfaise de science
politique, año 21, n.0 2, 1971 (reimpresión en G. Haupt, L'historien et le
mouvenient social, París, Maspero, 1980, pp. 237-266).
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

de contestación del orden o desorden del mundo, capaces de [ 193 ]


tra11sformar la 1náqui11a de guerra mu11dial en 111áquina de guerra
revolucio11aria o, en los términos de Deleuze y Guattari, cuya
"trastienda" leni11ista no podría volens 11ole11sser más clara: "aca-
bar con el capitalismo, redefinir el socialismo, constituir una
máquina de guerra capaz de responder a la máquina de guerra
mundial, con otros medios [... ] máquina de guerra cuyo objetivo
ya no es ni la guerra de extertninación ni la paz del terror genera-
lizado, sino el movimiento revolucionario" 7 - . ¿Por qué ver en
6

las lucl1as de mi11orías, mejor que e11las lucl1as de clase (es decir,
un poco e11su lugar, apela11do a recuperacio11es y desplazamien-
tos y "continuá11dolas por otros medios", en lugar de permu-
tar sus términos en abstracto), los recursos de esas n1áquinas de
guerra alter11ativass' ¿Según qué vínculos con la articulación de
los procesos maquínicos de anticipación-conjuración, polariza-
ción, englobamiento, captura y máquina de guerras' ¿Según qué
análisis de coyunturas' Tales son los problemas que será preciso
abordar en nuestra última parte, comenzando por reexaminar la
forma de potencia del capitalismo mundial, es decir, su proceso
maquínico específico.

76 MM, p. 476.
TERCERA PARTE
ENDOVIOLENCIA: LA AXIOMÁTICA CAPITALISTA
...
Capítulo 5
La axiomática del capital:
Estados y acumulación a escala mundial

La macropolítica de Deleuze y Guattari encuentra sus razones


últimas en un análisis del capitalismo contemporáneo y en un
exame11 crítico de los aparatajes conceptuales dispo11ibles para
dar cuenta de su singularidad. En Mil mesetas, Deleuze y Guatta-
ri le harán corresponder un proceso maquínico o una forma de
potencia específica, dicha de "englobamiento ecuménico", reanu-
dando un diálogo con los historiadores de la economía-mundo y
los teóricos de la depende11cia sobre las relaciones de desigualdad
y poder internas de la acumulación del capital a escala mundial.
Desde 1972, sin embargo, la dinámica de la acumulación capi-
talista había sido instruida por una relectura de la crítica mar-
xiana de la economía política, por el análisis de los modos de
producción y circulación del capital y, fundamentalmente, de las
relaciones sociales capitalistas, cuya singularidad radical será re-
problematizada por Deleuze y Guattari bajo el concepto de axio-
ntática o 1·elació11social ''axio1natizada pot el capital''. Comencemos
por recordar, a grandes rasgos, la creación de ese concepto en El
Anti Edipo, antes de examinar detalladamente su reelaboración,
en el cuadro del materialismo histórico-maquínico de 1980.

[ 197]
,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[198] LA ILIMITACIÓN CAPITALISTA:


, , ,
CODIGO, DESCODIFICACION, AXIOMATICA

En 1972, el concepto de axionzática fue introducido para pensar


la especificidad de la relación social capitalista, pero además la
f arma singular qt1e el capital confiere a la "relación social". Así,
también fue determinado por su relación diferencial a otros con-
ceptos de la relación social (codificación, sobrecodificación),
operación que situaba de inmediato su tematización en un doble
terreno: una antropología económica, y tina analítica del rr1odo
de producción capitalista qt1e moviliza un triple examen genea-
lógico, estructural y dinámico-te11dencial 1• Pero lo esencial está
en la diferencia de ambos puntos de vista, en la distancia que los
separa e impide situarlos en la continuidad de uno con otro: si se
quiere comprender las operaciones que Deleuze y Guattari efec-
t{ian sobre los análisis marxianos del capital y sobre la crítica de
la economía política, no debe perderse de vista dicha difere11cia.
En efecto, la antropología económica forjada en el capítulo III
no busca despejar, en la especie de invariantes sociológicos o an-
tropológicos, las bases o el fondo universal sobre el cual podrían
ser distinguidos, para las colectividades humanas, los diferentes
modos de producir sus condicio11es materiales de existe11cia, sino
las condiciones cuasi-universales bajo las cuales se articulan casi
todos esos modos de producción social ("codificaciones extra-
económicas" de las relaciones sociales). Casi todos: con excepción,
justamente, del modo de producción capitalista, que se impone por
una relativización y, tendencialmente, destrucción de esas mis-
mas condiciones (descodificación). Se ha recurrido, así, a dos
formulaciones posibles, no porqt1e sería preciso escoger entre
una y otra, sino más bien porque su oscilación permite dar cuen-
ta del reto teórico qt1e, a través de una historia que perdura, el

1 G. Sibertin-Blanc, Deleuze y El Antiedipo, op. cit., pp. 53-56.


GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

capitalismo sigue opo11iendo a su propia compresión: el capita- [ 199 J


lis1no es una economía que destruye las posibilidades antropoló-
gicas de las colectividades; el capitalismo es una aneconomía -o
no se define como economía más que redefiniendo la propia eco-
nomía a contrario y por negación de todas las economías sociales
no cap itali stas -. En suma, el capital no domina las "relaciones
sociales'' sin cambiar el sentido de dichas relacio11es y la manera
como éstas forman sociedad y todo, comenzando por destruir su
carácter social. Esto sitúa el modo de producción capitalista e11
una relació11-límite con la posibilidad misma de una antropología
económica, constituye11do su "más profundo negativo" y "el 11e-
gati vo de todas las formaciones sociales" donde ocupa un lugar
literalmente imposible 2 •

Resulta que no hay sistema de transformació11 simple que per-


mita pasar, genética o estructuralmente, de los modos de pro-
ducción "precapitalistas" al modo capitalista: éste es inseparable
de un corte radical -un a "esquizia diac rón ica" -. El punto de
vista estructural de la transformación no es, por tanto, descalifi-
cado; pero debe ser aparejado y puesto en tensión con el punto
de vista de la destrucció11, cuyo concepto clave será la descodifica-
ción, auténtica reinterpretación guattaro-deleuziana del concep-
to marxiano de acumulación origi11aria3• Precisamente, esa tensión
entre esas dos vías de análisis de la "esquizia capitalista'' en tér-
minos de tra11sformación y destrucción permite dar cuenta del
rol interno, no subsidiario, esencial de su argumentación, que

2 AE, p. 146, 159-160.


3 No ha de confundirse la crítica del estructuralismo, que en El Anti
Edipo co11ti11úa la co1ne11zada por Guattari desde los años 1960 ( véase
Psicoandlisis y transversalidad, "Máquina y estructura") y cuyo doble
blanco eran las versiones ortodoxas de la antropología lévi-straussiana
y el psicoanálisis lacaniano, con una liquidación de toda problemática
estructural de la crítica de la economía política y del análisis del modo
producción capitalista.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 200 J Deleuze y Guattari hacen desempeñar en El Anti Edipo a los tra-


bajos de los altl1usserianos 4, La obstinación con que a mentido
se niega este hecho vuelve sencillamente ininteligible la deter-
minación contrastiva de las nociones de código y axiomática, las
cuales quedan reducidas a vagas metáforas y, obliterando las me-
diaciones a través de las cuales Deleuze y Guattari releen a Marx
en 1972, dan a su re-problematización de las apuestas de la crítica
de la economía política un giro puramente "encantador".
El primer rasgo qt1e retienen Deleuze y Guattari atañe a una
comprensión que rechaza con un mismo gesto una concepción
combinatoria de las transformaciones estructurales y una con-
cepción teleológica de la génesis de la relación capitalista'. Si la
esqt1izia capitalista es radical, lo es por la manera como se en-
cuentran una multiplicidad de procesos l1istóricos l1eterogéneos,
independientes tinos de otros, cuyas líneas genealógicas, no me-
nos que su conjunción histórica, son supremamente contingen-
tes. Cuando Deleuze y Guattari transcriben las "disoluciones"
analizadas por Marx en el capítulo de El Capital sobre la act1mu-
lación originaria (disolución de la organización corporativa de
los oficios, la estructura feudal de los campos, las formas de pro-
piedad comunal, los "lazos personales" de sujeción durante la
explotació11 por esclavitud y servidumbre, etc.) en el lenguaje de
la "descodificación de los flujos de intercambio y producción",
lo l1acen para destacar la diversidad de los flujos considerados y,
ensegt1ida, cuán improbable es su conjugación: procesos diversos
de descodificación por privatización de losfactores prodz1ctivos ejer-
cidos sobre los medios de producción y comunales y, en primer
lugar, sobre esos dos "instrumentos de todo instrumento" qt1e

4 Véase AE, cap. 111, en particular secciones 1, 5, 9, 10 y 11.


5 Véase AE, pp. 145-147, 152, 159-160, 230, 230-233 sqq., 252-253 sqq.,
en
,
referencia a Althusser, y Para leer El capital, op. cit.: en particular
E. Balibar, ''Acerca de los conceptos fundamentales del materialismo
histórico".
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

son la tierra y el cuerpo 6; procesos diversos de descodificación [ 201 J


por abstracció1z del valor, por diferentes vías históricas de desarro-
llo de los signos monetarios, por diferentes vías de expansión de
los mercados, de generalización de la forma-mercancía y objeti-
vación de un "trabajo abstracto" o "cantidad de trabajo social";
procesos diversos de desterrito1·ializació11 ejercidos sobre los pro-
ductores (expropiaciones, éxodos rurales ... ), pero también sobre
los capitales inmobiliarios y comerciales como simples formas o
"metamorfosis" de u11apotencia de inversión independiente de
las cosificaciones particulares de la "riqueza"; procesos diversos
de descodificación de la potencia estatal, de su control de las te-
rritorialidades, los i11tercambios comerciales y flujos monetarios,
los mecanismos de la fiscalidad y la deuda7• Se escribe a n1enudo
que Deleuze y Guattari definen el capitalismo por la descodifi-
cación de los flujos sociales: es tanto más inexacto cuanto que la
descodificación designa genéricamente esa gran variedad de pro-
cesos históricos l1eterogéneos que atraviesan todas las formacio-
nes sociales. Cuando Deleuze y Guattari retoman las observacio-
,
nes de l1istoriadores, Pierre Chaunu o Etienne Balazs, Braudel
o el propio Marx, poniendo de relieve "en Cl1ina, e11Roma, en

6 Sobre la descodificación de los cuerpos por "privatización de los


órganos" o disol11ción de las "catexis colectivas de órganos", véase AE,
pp. 149-150, 217-219, 256 ... ; la aparición de un l1ombre privado como
soporte de u11a fuerza de trabajo de su "posesión", dueño de ceder su
uso a otro, supo11e una serie de procesos de desocialización de la rela-
ción al cuerpo y los valores de uso de sus fuerzas y partes.
7 "Bajo la presió11 de la propiedad privada, luego de la producción mer-
cantil, el Estado conoce su decade11cia. La tierra entra en la esfera de
la propiedad privada y en la de las mercancías. Aparecen clases, por eso
las domina11tes ya no se confunde11 con el aparato de Estado, sino que
son determinaciones distintas que se sirven de ese aparato transfor-
mado. Primero adyacente a la propiedad común, luego componente o
co11diciona11te, luego cada vez más deter1ninante, la propiedad privada
implica u11a interiorización de la relació11 acreedor-deudor en las rela-
ciones de clases antagónicas [... ]" (AE, p. 224).
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 202 J Bizancio, en la Edad Media [... ]" secuencias enormes de desco-


dificación de los flujos de población proletarizada, de flt1jos mo-
netarios, flujos de propiedades privadas y mercancías, lo l1acen
precisamente para rr1ostrar que la descodificación de los flujos no
basta para cristalizar un modo de producción ni tan siquiera una
relación de producción capitalista 8 • Todo lo más, consigue que
"los capitalistas [surjan] uno tras otro en una serie que funda una
especie de creatividad de la historia, extraña casa de fieras: tiem-
po esquizoide del nuevo corte creativo". Pero "será preciso el
encuentro de todos estos flujos descodificados, su conjunción, su
reacción unos sobre otros, la contingencia de este encuentro, de
esta conjt1nción, de esta reacció11, que se producen una vez, para
que el capitalismo nazca y para que el antiguo sistema muera" 9 •
Aún hace falta precisar el alcance de este tiempo "esquizoide"
en el capitalismo histórico. Lo singulariza, en efecto, no sólo
esa "axiomatización general de los flujos descodificados", sino,
además, el carácter intrínsecamente contradictorio de semejante
axiomatización, qt1e no puede tramar relaciones sociales sin rest1-
citar en una escala ampliada una descodificació11 de los flt1jos,
de suerte que sus procedimientos de privatización, abstracción,
desterritorialización, forn1an otras tantas tareas a re-efectt1ar en
permanencia, tanto en virtud de sus propios límites internos como
en razón de las resistencias y los conflictos que suscitan esos pro-
cedimientos'º. De ahí la doble focalización de la lectura de El
Capital en el capítt1lo III de El A1tti Edipo: por un lado, el análisis

8 Véase AE, pp. 224-225, 229-230, con especial referencia a I(. Marx,
Respuesta a Mikhailovski (1877 ); y de nuevo en 1980, MM, .p. 458: "[ ... ]
pues la presión de los flujos esboza en el vacío el capitalismo, pero
para realizarlo hace falta toda una integral de los flujos descodificados,
toda una conjugación generalizada que desborda y destruye los aparatos
precedentes [... ] una axiomática general de los flujos descodificados".
9 AE, p. 230.
10 AE, p. 252: "La civilización se define por la descodificación y la deste-
rritorialización de los flujos en la producció11 capitalista. Todos los
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

marxiano de esos límites internos que Deleuze y Guattari ras- [ 203 J


trean, por tratarse de su formulación n1ás desarrollada, en la sec-
ció11 del libro III sobre la baja tendencial de la tasa de ganancia
y las crisis de sobreproclucció11; por otro lado, el análisis de los
métodos de acumulación originaria en el libro I, pero conside-
rados no sólo desde el punto de vista de una genealogía de la
relaciór1 de producción capitalista o sus "factores", sino desde el
punto de vista de la acumulación histórica del capital, en tanto
que esos métodos son una de st1s constantes. La discontinuidad
socioantropológica y conceptual que produce el corte capitalista
se combina, al tiempo que dificulta la pretensión de superarla
por medio de invariantes, con el aspecto esencialmente "diacró-
nico" de este corte, bajo una doble relación: porque "toma tiem-
po" para advenir, y porque u11a vez advenida no deja nunca de
estar aún por advenir. En ct1anto a la descodificación de los flu-
jos, no define ésta el modo de producción capitalista en ningún
de los dos casos. Designa, en primer lugar, genéricamente, un
conjunto de condicio1zes históricas que el MPC no explica ya que,
por el contrario, las supone; comprende, enseguida, procesos que
el MPC st1scita durante Sll actividad de acumulación arr1pliada: o
sea, los dos aspectos de una acumulación "originaria" qt1e mues-
tran cómo el capitalismo nunca es contemporáneo de sus propias
condiciones, nunca es síncrono de sí mismo o de su propio corte,
un corte que es interminable -tiem po esqt1izoide que hace del
capital un "neoarcaísmo'' interminable 11•
En fin, si consideramos el efecto permanente de ese corte, ve-
remos que se trata de un nuevo modo de subsunción de los flu-
jos sociales o de una nueva manera de hacer "relación social".

procedimie11tos son buenos para asegurar esta descodificación univer-


sal: la privatizació11 de los bienes, de los n1edios de proclticción, pero
también de los órganos del propio 'hombre privado'; la abstracción de
las cantidades monetarias, pero también de la cantidad trabajo".
11 AE,p.265.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 204 J Entre relaciones socioeco11ómicas (no capitalistas) codificadas y


relaciones sociales axiomatizadas (por el capital), la difere11cia se
e11tiende al adoptar u11 punto de vista estructural y tendencial,
como lo explican Deleuze y Guattari cuando recapitulan sus ras-
gos distintivos, apoyándose de nuevo e11los trabajos de Pa1·a leer
El Capital 12•
(a) Un código es una operación de calificación de los flujos so-
ciales y no constituye u11arelación social más que i1zdirectamente,
en función de las calidades respectivas de los flujos heterogé-
neos. Según un ejemplo prototípico, la economía de los Tiv de
Nigeria codifica tres tipos de flujos, bienes de co11sumo, bienes
de prestigio, mujeres y 11iños: "Cuando llega el di11ero no puede
ser codificado más qt1e como un bien de prestigio y, sin embargo,
los comerciantes lo aprovecha11 para apropiarse de los sectores
de bienes y consumo tradicionalmente retenidos por las 1nujeres:
todos los códigos vacilan [... ]; viendo los camiones que parten
hacia la exportación, 'los más ancianos de los Tiv deploran esta
situación y saben lo que ocurre, pero no saben hacia dónde diri-
gir su queja'" 13 • Bajo este primer aspecto, aquello que conjura la
codificació11 de las relaciones sociales es la generalización de una
forma desarrollada del valor, a fo1·tio1·i de un equivalente ge11e-
ral capaz de expresar cualesquiera bienes, indife1·entemente, ha-
cie11do abstracción de sus calificaciones respectivas, volviéndolos
socialmente i11conmensurables. (b) Pero, más profundamente,
las "relaciones a código" conjuran ya, e11 realidad, la emergen-
cia de una forma si1nple del valor, puesto que las prestaciones y

12 AE, pp. 255-262 sqq.


13 AE, pp. 183 y 256-257, citando a L. y P. Bohanna11, The Tiv of Central
Nigeria, Londres, I11ternational African Institute, 1953. Véase, en u11
se11tido próximo, M. Godelier, Racionalidad e irracio1talidad en econo111ía,
México, Siglo xxr, 1974, pp. 293-294, analizando el sistema "mone-
tario" de los Siane e11u11sistetna de categorizació11 de los "bie11es" que
no los hace intercambiables.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

contraprestaciones sociales incluyen elementos no circulatorios, [ 205 J


no intercambiables y no consumibles, objeto, sin embargo, de
sustracción sobre la transacción, pero sin ese principio de con-
mensurabilidad o equivalencia que abriría una serie ilimitada
de intercambios (M-D -M' ... ). Estos elementos (que Deleuze y
Guattari llaman fenómenos de "plusvalía de códig o") de tipo
relación de prestigio u obligación, estatt1s o cargo, marcador de
alianza o autoridad, son "valores" extraeconómicos expresados
en relaciones de dez1da y no de cambio, que enseñan cómo la
relación económica está rigurosamente determinada y circuns-
crita por factores no económicos: sociopolíticos, genealógicos,
religiosos o, incluso, cosmológicos. (c) Pero si t1no pregunta, al
fin, qué determina esos factores no económicos a dominar las re-
laciones sociales de circulación, conjurando la autonomización
de una determinación económica del valor, Deleu ze y Gt1attari
invocan la relación de producción, el tipo de organización de un
sobretrabajo y las condiciones correlativas de apropiación de su
excedente, se exprese o no en términos de plusvalía:

Todas estas características de la relación de código, indi-


recta, cualitativa y limitada, muestran claramente que un
código nunca es económico y no puede serlo: por el contra-
rio, expresa el movimiento objetivo aparente segí1n el cual
las fuerzas económicas o las conexiones productivas son
atribuidas, como si emanasen de ella, a una instancia extra-
económica que sirve de soporte y de agente de inscripción.
Eso es lo que Althusser y Balibar muestran tan claramente:
cómo relaciones jurídicas y políticas son determinadas a ser
domí11antes, en el caso de la feudalidad por ejemplo, ya que
el excedente de trabajo como forma de la plusvalía consti-
tuye un flujo ct1alitativa y temporalmente distinto del tra-
bajo y debe entrar desde ese momento en un compuesto
cualitativo que in1plica factores no económicos. O bien
'
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 206 J cómo las relacio11es autócto11as de alianza y de t'iliación se


ve11 determinadas a ser dominantes en las sociedades llama-
das prin1itivas, en las que las f11erzas y los flujos eco11ómicos
se inscriben en el cuerpo lleno de la tierra y a él se atri-
b11ye11 [... ]. Por ello, el signo del deseo, e11tanto que signo
económico que consiste en l1acer correr y cortar los flujos,
se dobla de u11 sig110 de poder (potencia) necesariamente
extra-económico, aunque te11ga e11 la econo1nía sus causas
y sus efectos 14•

La operación de axio1natización de 1111arelación social se define


a contra1·io: su concepto sintetiza una pluralidad de deter1ninacio-
11esq11econciernen a un tien1po el modo de producción y el mo-
do de circulación del capital y q11e, aun cuando están articuladas
entre sí, no son deducibles unas de otras por t111agé11esis lineal.
El concepto de axionzática denota, a11te todo, la singularidad es-
tructural del MPC, que consiste en plantear su propia relación de
producción cotno su pro1Jio presupuesto y el único presupuesto,

,
14 AE, pp. 255-256; con refere11cia a E. Balibar, "Acerca de los co11ceptos
fL111da1nc11talesdel materialis1no l1istórico", op. cit., pp. 237-245. Pero
Dele11ze y Guattari i11te11tan articular, aquí, e11una misma formula-
ció11, dos casos de figura diferentes: u110 sugerido por Marx e11 las
"Formas anteriores a la producción capitalista" (respecto a los "asenta-
mientos pri1nitivos", pero tambié11 a la producció11 "asiática") e11 que
las co11diciones de explotación del sobretrabajo hace11 que el producto
sea "inn1ediata1nente" apropiado a u11ainstancia otra ( de donde, cotno
vimos al final del cap. 1, la idea de una re-proble1natizació11 estruc-
tural flel feticl1ismo cotno "presup11esto natural o divino" subyace11te
de la producció11 social, de acuerdo co11 la serie conceptual cuerpo de
la tierra/ cuerpo del déspota/ cuerpo del capital); y el caso evocado
por Marx e11El capital, libro rrr, 6, cap. XLVII, a propósito de la ser-
viclumbre feudal en q11e la difere11cia cualitativa y temporal entre
trabajo y sobretrabajo impo11e las co11dicio11es en que "sólo la coacción
extraeco11ómica, cualquiera que sea la forma que revista, puede arrancar
a estos productores el trabajo sobrante para el terrate11ie11te nomi11al"
(El capital, op. cit., p. 732).
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

de derecho, del sistema social en su conjunto. De ahí el sentido [ 207 J


de su "inmanencia": destruir los códigos extraeconómicos o re-
legarlos al rango subordinado de condiciones para la reproduc-
ción de las relaciones sociales y agentes determinados a ocupar
sus plazas. A esta caracterización de base, Deleuze y Guattari
hacen corresponder, no directamente la ilimitación de la forma-
mercancía o la circt1lación de los valores de cambio, ni sólo la
ilimitación del capital-dinero como tal, sino la singularidad de
la relación de explotación en qt1e ese capital se realiza como re-
lación de poder, apropiación y disposición del trabajo, e11condi-
ciones en las que se opera una captación inmediatamente económica,
interna del proceso de producción, del sobretrabajo, sin media-
ción de factores extraeconómicos. Al1ora bien: seg{1n la lectura
guattaro-deleuziana de Marx, la singularidad de la relación de
explotación capitalista se revela, en último análisis, e11el carácter
inédito que reviste la plt1svalía, el mismo que las interpretaciones
economicistas suelen escamotear. Ya hemos visto en qué senti-
do, en el paradigma "asiático", el sobretrabajo organizado en las
grandes obras hidráulicas y monumentales no viene a agregarse
a un trabajo supuesto, sino que co11stituye, por el contrario, la
capa objetiva de base a partir de la cual sectores más o menos ex-
tensos de actividades productivas revisten una "forma-trabajo",
como si el trabajo que diríamos necesario se obtuviera por de-
ducción del sobretrabajo, y lo presupusiera (sea la interpretación
precapitalista del axioma materialista: la relación de fuerza de
explotación es primera respecto a la prod11cción y sus medidas
económicas). El modo de producción capitalista -la subsunción
"real" del proceso de trabajo, los métodos de producción de la
"plusvalía relativa", las formas de división y cooperación del tra-
bajador colectivo, las conexiones socioantropológicas y sociotéc-
nicas en el maquinismo y la gran ind ustr ia- eleva la diferencia
trabajo/ sobretrabajo a un grado superior de indisti11ció11 real. Y
esta indistinción, materializada en las relaciones sociales, tiene

POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 208 J por efecto volver la plusvalía ilocalizable e11 la objetividad de la so-


ciedad capitalista. Esto confirma algo que el econon1ista tiende a
ocultar: la plusvalía no es un hecho eco11ón1ico, como un fenómeno
que estaría "dado" en la representación objetiva de esta forma-
ció11 social, sino el modo de presencia-ausencia de las relaciones
de poder de la explotación en u11 campo socioeconómico que
esas relaciones constituyen, pero en el cual se suprimen en virtud
del mismo movimie11to que condiciona su presentació11 objeti-
va (salvo a favor de una relación de fuerza capaz de imponer su
reco11ocimiento) 15 -es uno de los motivos principales para que
Deleuze y Guattari formalicen la relació11 de explotación capita-
lista como una 1-elació11 dife1·e11cial 16•

15 Reco11ózcase aquí la i11cidencia indirecta del a11álisis de Altl1usser sobre


"El objeto de 'el capital'" (Para leer El capital, op. cit.), construyendo una
lectura antieco11omicista del concepto marxiano de plusvalía, a partir de
u11a11álisis si11ton1al de la ausencia de su nonzbre en el discurso de la eco-
non1ía política clásica: la plusvalía no sería reconocida-desconocida 111ás
que a través de la identificació11 de sus ú11icas "forn1as de existe11cia"
económicas (ga11a11cia, i11terés, re11ta, co1no "formas derivadas").
16 Deleuze y Guattari toma11 de la relació11 difere11cial (y de su interpre-
tación dura11te el siglo xv11) (a) la 11oción de una relación que no
depe11de de los valores variables de sus términos, sino que, por el
contrario, co11stituye los térmi11os que pone e11relación, determinando,
i11cluso, los límites de variación de sus valores (el capital y el trabajo, el
"capital co11sta11te" y el "capital variable", no existen sin la co11junció11
que los determi11a como tales); (b) una relación que comprende una
tende11cia inter11a ilimitada, es decir, sin cocie11te resolutivo, uno de
cuyos aspectos posibles es la resorción de algu110 de sus términos en u11a
ca11tidad "infinitamente pequeña" (véase la baja tendencia! de la propia
tasa de ganancia o u110 de sus parámetros que, en ocasiones, tambié11
Marx expresaba tornando algo de la relación difere11cial: el desarrollo
de la productividad y la co111posición orgá11ica del capital respecto al
cual "la fuerza valorizante del trabajo individual desaparece como un factor
infinitanzente pequeño" (I(. Marx, Principios de una crítica de la econontía
política, op. cit., p. 299); (c) llna relación, en fin, que comprende un
diferencial de potencia e11tre las dos mag11itudes consideradas, las cuales
vuelve inco11111ensurables, a la ma11era de la inconmensurabilidad interna
de la 1noneda, entre n1oneda de cambio y moneda de crédito, o entre
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

Retengamos un último rasgo distintivo significado por el con- [ 209 J


cepto de axiomática, y l1acia el cual todos los demás convergen: si
el capital axiomatiza las relaciones sociales, y si su relación nu-
clear de poder -la relación de explotación y sobrexplotación de
la fuerza de traba jo- debe ser concebida como una relación di-
ferencial, se debe a que ninguna encuentra ya, de derecho, un
límite exterior a su desarrollo (restricciones extraeconómicas
que predeterminarían las conexiones productivas, condiciones y
extensión de una circulación comercial, reglas y formas de re-
partición y consumo del producto social), sino 1.inicamente las
contradicciones internas que les imprimen sus propias tenden-
cias, tal como fueron despejadas por Marx en su teoría de las
crisis' 7• El MPC no fomenta el desarrollo de la productividad
social como un "fin en sí mismo" más que en las condiciones
restringidas del proceso de valorización del capital existente.
En otras palabras, el desarrollo de la productividad del trabajo
y la prodt1cción de plusvalía como única finalidad determinante,
cuando deviene inmanente a la prodt1cción, no deja de engendrar
límites, también inmanentes a la relación de producción: lími-
tes de las fuerzas productivas en ft1nción de las capacidades de
"consumo productivo" de la ft1erza de trabajo, y de las relaciones
entre tasa de explotación y tasa de ganancia; límites en la "rea-
lización" de la plusvalía en ft1nción de "la proporcionalidad de
las distintas ramas de producción y [de la] capacidad de const1mo
de la sociedad". Al encarnarse en el capital sobreacumulado, el
desempleo de masa y las crisis de sobreproducción, esos límites
generados por los procesos de acumulación y valorización sólo

sus funciones en la repartición de los ingresos y la financiación de la


acumulación (de donde, la insuficiencia de definir la ilimitación capi-
talista por la mera conmensurabilidad de la for1na-mercancía, haciendo
abstracción de las relaciones de fuerzas entre trabajo y capital). Todos
estos puntos se encuentran desarrollados en AE, pp. 234-238.
17 AE, pp. 235-238, 253-254, 267-268.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 210] pueden ser sobrepasados por métodos de destrucció11 crónica del


capital existente, desplazamiento de las inversiones hacia nuevas
ramas, creación de 11uevos mercados y, en último análisis, por
una expa11sió11 de la escala de producció11, que reproduce esos
lí1nites en esa nueva escala, cada más amplia -"so pena de condu-
cir a la 1·uína [... ]" 18- . El capital fu11cio11a como una axiomática,
"porque para su provecl10 no tiene límite exterior, sino sólo u11
límite interior que es el capital mismo, al que no encuentra, pero
que reproduce desplazándolo siempre", es decir, difirie11do, sin
cesar, su propia saturació11 19•
Así tocamos, precisame11te, el punto con mayor constancia
reafirmado de El Anti Edipo a Mil 1nesetas, y que pern1ite dis-
cernir ta11to mejor los desplazamientos en el análisis guattaro-
delet1ziano del capitalismo y la lectura de Marx que lo sostiene.
De 1972 a 1980, en efecto, la re-problematización del capital
corno axiomática es validada, reforzada, i11cluso, pero al precio
de un desplazamiento de su ce11tro de gravedad. E11 el primer
volumen, al desplazar el acento sobre la singularidad radical
de la relación social de producción y el modo de producción
capitalistas, y, e11 último análisis, la singularidad radical de la
relación que ese modo implica entre su proceso de acumulación
y su líntite con10 "límite inmanente", la oposición entre código y
axiomática ponía por delante, sobre la base de un análisis que
combinaba referencias l1istóricas y génesis lógicas parciales, dos
cuestiones mayores de la acumulación histórica del capital. Por
un lado, las nuevas funciones que el Estado capitalista cobra en
esa axiomática, sus aparatos y el poder político que concentran:
el Estado es, en verdad, exte1·ior a los mecanis1nos de extorsión
del sobretrabajo y apropiación de la plusvalía que, e11 adelan-
te, serán determinados en medio de relaciones de producció11

18 1(. Marx, El capital, libro 111, s. 3, cap. xv, p. 243 sqq.


19 AE, p. 238.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

privadas, pero es también inmanente, puesto que participa en el [ 211 J


devenir-concreto de la abstracció11 real, es decir, que se enct1en-
tra al servicio ele la reproducción de las relaciones sociales que
operan la valorización del valor e, incl11so, la reproducción del
valor de esas "mercancías especiales" q11eson la fuerza de traba-
jo y la moneda 2º . Ese "deve11ir inmanente" o esa socialización del
Estado, constituye simultáneamente el principal regulador de las
contradicciones de la acumulación, primer agente del desplaza-
miento de los límites inmanentes, contrariando la tendencia de-
creciente de la tasa de ganancia, absorbiendo el capital media11te
sus aparatos de antiproducción 21 destruyendo el capital exce-
,

dentario y depreciando la fuerza de trabajo, facilitando o asegu-


rando la ampliación de la base de acumt1lación por la conquista
de nuevos recursos, la apertura de nuevos mercados, la proleta-
rización de nuevas reservas de mano de obra. En este contexto,
Deleuze y Guattari destacan, además, en 1972, la función deter-
mi11ante de la "desterritorialización'' del capital, encarnada en
una división internacional del trabajo y una estruct11ra mundial
del proceso d.e acumulación, el intercambio desigual, la circt1la-
ción asimétrica de los capitales y la distribución desigual de los
métodos ele explotación y sobreexplotación.

20 AE, pp. 259-261. E11 cuanto al papel del Estado en la reproducción de


la fuerza de trabajo y la moneda en tanto q11e"mercancías especiales",
Deleuze y G11attari se apoyan en particular sobre los trabajos de S.
de Brunhoff, acerca ele los proble1nas de reprod11cción clel equivale11te
general y la convertibilidad de las mo11edas, pero tambié11 sobre el
desarrollo del sistema de seguridad social y la gestión estatal de la
sobrepoblación relativa. Sobre el doble carácter del Estado capitalista
res11lta11te, a la vez "exterior e inn1anente", véase la síntesis de S. de
Bru11hoff État et capital, París, PUF, 1973.
21 Véase AE, pp. 242-243, en referencia a P. Baran, P. Sweezy, El capital
monopolista (1966), México, Siglo xxr, 1968, cap. 7 y 8, sobre el rol de
los gastos improductivos de Estado en la absorción clel excedente por
parte del gobierno civil y militar.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

212J Puede afir1narse que, en 1980, los dos últimos aspectos pasan
al ce11tro del análisis, 1nientras que el modo de producción capi-
talista, considerado e11su pura fisonomía interna, es relegado al
segu11do lJlano, co1no u11punto de partida de1nasiado abstracto.
Este desplazamie11to atestigua, a 1ni entender, la nueva perspec-
tiva del materialismo l1istórico-maquínico 22 Una perspectiva que

impone abordar el capitalis1no, no por su modo de producción


característico o dominante, sino por la forma de potencia espe-
cífica que efectúa (y de la cual ese modo de producción domi-
nante, au11que no exclusivo, depe11de). Esta forma de potencia,
deter1ninada en Mil mesetas como "pote11cia de englobamiento
ecuménico", hace del capital un proceso i11111ediatamente mundial
y, más precisatnente, un proceso inseparable de las relaciones
que instaura entre formaciones heterogéneas que 110 están necesa-
riame1zte regidas por relacio11es y nzodos de prodztcción capitalistas. La
descripció11 formal del proceso maquí11ico de "e11globamiento
ecuménico" valoriza este nuevo centraje del análisis.
Antes de recordar sus pri11cipales rasgos, de ver cómo la deter-
minación del capital como axiomática y la cuestión de la relación
entre capitalismo mu11dializado y Estados se descubre11 relanza-
das, observemos que el desplazamiento me11cio11ado correlacio11a
aún otro, en cuanto a su punto de vista sobre la historia global.
Como lo i11diqué en el capítulo 1, de la "historia u11iversal", en
1972, al análisis de la "economía-mundo", en 1980, el pe11sa-
miento político guattaro-deleuzia110 se inscribe más intensiva-
mente e11 el tejido, ya entonces denso, de los debates entre teo-
rías del intercambio desigual y la dependencia, tras las luchas de
descolonización, la emergencia del "Tercer Mundo" en la escena

22 Véase MM, pp. 442-443, 458-459, 465-476. "Nosotros definimos las


formaciones sociales por procesos maquínicos, y 110 por modos de
producción (que, por el co11trario, dependen de los procesos)" (MM,
p. 442).
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

internacional y la renovación, como posteridad inventiva, de la [ 213 J


l1istoriografía económica de Braudel alrededor de los "sistemas-
mundo". Aquí, otra vez, el desconocimiento de esos debates ame-
naza oscurecer el campo problemático donde Deleuze y Guatta-
ri intervienen -deb ates que, sin embargo, no han perdido su
importancia, como atestigua la recepción del trabajo de David
Harvey o las controversias relanzadas, desde La gran divergencia
de I(. Pomeranz hasta Adam Smith en Pekí11 de G. Arrighi, por la
cuestión de la "vía china", aun cuando algu11os de sus términos,
como es evidente, hayan camb iado- . En primer lugar, un pro-
blema teórico relacionado con los conceptos "modo de produc-
ción" y "formación social", problema teórico que no habría sido,
sin embargo, ocupado tan masiva y polémicamente, si en s11stér-
minos no hubiera acabado por traducirse un problema político,
que la explosión de las vías de "construcción del socialismo" en
la Unión Soviética, en China, en ciertos países recientemente
liberados de la dominación colonial, habían vuelto a poner sobre
el tapete de las controversias marxistas: el problema de la "tran-
sición al socialismo" y su envés inmediato (por cuanto debía es-
clarecer este primer problema, cuando no ofrecer una garantía
erudita a la convicción de que esa transición tendría lugar de un
modo tan necesario como otra que la había precedido), el proble-
n1a de la "transición" al n1odo de producción capitalista mismo,
a partir del modo "feudal" anterior. El problema estaba relacio-
nado con los lí1nites que afectaban el análisis europeo-centrado
e inclt1so "británico-centrado" del periodo de "acumulación ori-
ginaria" producido por Marx, y la dificultad de secuenciar una
periodización -ya no digamos un "cort e"-de la emergencia del
capitalismo 23• Ponía éste a prueba, más profundamente, la identi-

23 Para una retoma de esos debates qt1e aclara luego st1s apuestas, véase el
dossier de Sociologie et société, vol. X X I I I 1, avril 1990, consagrado a las
"teorías de la transición" y al diálogo resultante entre Gunder Franlc
y Wallerstein ( G. Franlc, "De quelles transitions et de quels modes de
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 214 J ficación tácita del capitalismo histórico co11su modo de produc-


ció11 nuclear. Imponía complejizar los instrumentos de inteligi-
bilidad de la formació11 social capitalista, por cuanto sus dinámicas
se revelaban irreductibles a las meras tendencias del modo de
producción del capital o, aú11, por cuanto se veía u110 obligado a
reco11siderarlas en todo lo que Marx había presentado, el prime-
ro, precisamente como tende11cias y no como las líneas teleoló-
gicas de algún desarrollo o realización progresiva. El interés de
Deleuze y Guattari por las pregu11tas de l1isto1·iadores sobre el
"11acimiento" del capitalismo ("¿Por qué no Roma [... ] por qué
no China e11el siglo XIII ... r") que en 1972 los llevaron a afirmar
el ca1·ácter co11ti11uado de la "esquizia" capitalista -a un tiempo
corte recurrente de su cauce genealógico (cotno si el capitalismo
110 dejara de anunciarse a través de los factores que contrarían
su adve11imiento 24) y constantemente a re-efectuar a lo largo de
su l1istoria ( de donde, la insistencia de 11uestros autores sobre la
per1na11encia de las téc11icas de acu1nulación originaria durante el
capitalismo histórico, sobre su distribución geográfica desigual
y los mixtos que pueden formar con las i11stituciones de la acu-
1nulación ampliada)- atestigtta el anclaje de sus reflexiones en

productio11 s'agit-il dans le systeme mondial réel r Co111mentaire sttr


l'article de Wallcrstein"; e I. Wallerstein, "Systemc mo11dial contre
syste1ne-111011cle : le dérapage co11ceptuel de Fra11l<", e11 Sociolo,gie et
société, vol. xx11/2, octobre 1990, pp. 2 0 7 - 2 2 2 ) .
24 De donde la posibilidad de u11a tesis conti11uista como la que acaba
defendie11do Gunder Franl< ("la historia muestra que u11 111is1110sistenza
histórico 111u11dial, eco11ó111ico e interestatal existe desde hace por lo menos cinco
111il años [... ]"), segú11 la cual todos los eleme11tos " ¡) rotocapitalistas"
asignables al término de la Europa "feudal" (capital, di11ero, ganan-
cias, comerciantes, trabajo asalariado, espíritu de empresa, i11versio11es,
tecnología, etc.) e, i11cluso, los caracteres estructurales o "sistemáticos"
(estructura de concentración del capital, formación de u11sisten1a bipo-
larizado ce11tro-periferia, etc.) "caracterizaban igual1nente la economía
y el sistema político del n1undo a11tiguo e incluso arcaico" (A. Gu11der
Fra11l<, "De quelles transitions et de quels modes de production s'agit-il
dans le systeme mo11dial réel r", cit., pp. 210 sqq.).
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

lo pleno de esos debates, que se vuelven más esclarecedores en el [ 215 J


segu11do volumen de Capitalismo y esquizofrenia.

LA SUBSUNCIÓN CAPITALISTA MUNDIAL:


, ,
ENGLOBAMIENTO ECUMENICO Y TIPOLOGIA
DE LOS ESTADOS CONTEMPORÁNEOS

Partamos, una vez más, de la descripción formal del proceso ma-


quínico llamado "ecumé11ico" y de su pote11cia específica ("po-
tencia de englobamiento"). Primera observación: no es el capita-
lismo mundializado el que permite defi11ir un proceso maquínico
de englobamiento; al contrario: "[ ... ] los conjuntos internacio-
nales [... ] evidentemente, no han esperado al capitalismo para
formarse: desde el neolítico, incluso desde el paleolítico, encon-
tramos las l1uellas de organizaciones ecuménicas que hablan de
un comercio a larga dista11cia, y que atraviesan simultáneamente
las formaciones sociales más diversas" 2 5• En segundo lugar, esos
conjuntos internacionales actualizan un proceso de potencia sui
gene1·is cualitativamente distinto de la potencia de captura de tipo
estatal o, incluso, de la potencia de polarización de tipo urbano,
en virtud del poder que tienen para difundirse, penetrar o im-
ponerse a formaciones heterogéneas, utilizando, precisamente, su
coexistencia desigual, y sacando provecho de esa heterogeneidad:

Una organización i11ternacional ecuménica no procede de


un. centro imperial que se impondría a un medio exterior
para homogeneizarlo; tampoco se reduce a relaciones entre
formaciones del mismo orden, por ejemplo entre Estados
(S. D. N., O. N. U.... ). Al contrario, constituye un medio
intermediario entre los diferentes órdenes coexistentes.

25 MM, p. 442.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 216 ] Al mismo tiempo, no es exclusivamente económica o comer-


cial, también es religiosa, artística, etc. En ese sentido, llama-
remos organización internacional a todo aquello que tiene
la capacidad de atravesar formaciones diversas, simultánea-
mente, Estados, ciudades, desiertos, máqu inas de guerra, so-
ciedades primitivas. Las grandes formaciones comerciantes
históricas no son simplemente ciudades-polo, también son
segmentos primitivos, imperiales, nómadas, por los que ellas
pasan, sin perjuicio de volver a surgir bajo otra forma. [... ]
Una organización ecuménica 110parte de un Estado, i11cluso
si es imperial; el Estado imperial tan sólo forma parte de
ella, y forma parte de ella de acuerdo con su propio modo,
en la medida de su orden, que consiste en capturar todo lo
que puede de ella. No procede por homogeneización pro-
gresiva, ni por totalización, sino por adq11isición de consis-
tencia o consolidación de lo diverso como tal. Por ejemplo,
la religión monoteísta se distingue del culto territorial por
una pretensión de universalidad. Pero esta pretensión no es
homogeneizante, sólo es válida a fuerza de pasar por todas
partes: como el cristianismo, q11eno deviene de imperio o de
ciudad sin suscitar también sus bandas, sus desiertos, sus má-
quinas de guerra. De igual modo, no hay movimiento artís-
tico que no tenga sus ciudades y sus imperios, pero también
sus nómadas, sus bandas y sus primitivos' 6•

Qg,eda, entor1ces, el problema de saber cómo una "organización


internacional" como el capitalismo se introduce en un proceso
semejante, no sin imp rim irle una velocidad inédita. A propósi-
to, la importancia que De leu ze y Guattari, a la manera de Samir
Am ín, acuerdan a las organizaciones comerciales que desarrolla-
ron sus actividades en las grandes civilizaciones imperiales, será

26 MM, p. 443.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

esclarecedora. Era, también, una forma de retomar la distinción [ 217 J


marxiana entre "subsu11ción formal" y "subsunción real", con-
siderando el paso de una a otra, no tanto como una secuencia
histórica sobrevenida una vez por todas, sino como una tendencia
permanente de la influencia del capital sobre las relaciones socia-
les y, sobre todo, desplazando esa tendencia, ya 110sobre un modo
de producción directamente, sino mejor sobre las dinámicas en-
tre formaciones sociales que combinan relaciones y modos de pro-
ducción diferentes. U11ageoeconotnía e, incluso, una geopolítica,
se encuentran así inscritas en medio de las relaciones sociales
capitalistas que les son i11disociables. El capitalismo es una or-
ganización ecuménica, no sólo por la dimensión planetaria de
su proceso de expansión, sino porque esta dimensión mundial
-o su organización desigual y "equívocamente'' mund ial- se
encuentra desde siempre ya inclusa hasta e11aquellos de sus ele-
mentos que mejor se prestan a una discriminación analítica. La
nueva homología entre una distinción l1istórico-maquínica y una
distinción marxiana puede expresarse, entonces, de la siguiente
fortna: existe subsunción forma l de formaciones sociales diversas
por una organización ecuménica, cuando ésta descubre como
una condició1t dada la heterogeneidad de las formaciones entre
las cuales desarrolla su potencia (por ejemplo, una organización
mercantil que extrajera una ganancia comercial de las transaccio-
11es que asegura entre formaciones cuyos modos de producción
y consumo no modifica), es decir, que su potencia de engloba-
miento supone y se beneficia de la coexistencia extrínseca de di-
cl1as formaciones. Pero existe subsunció1t real cuando esa potencia
de englobamiento entra en una relación de coexiste11cia intrínseca,
subordina o se apropia relativamente de las potencias que hasta
entonces dominaban esas formaciones (de captura, polarización,
máquina de guerra, etc.) y rearticula sus relaciones entre sí, no
menos que sus relaciones internas. En ese sentido, "el capita-
lismo señala u11a mutación de las organizaciones ecuménicas o
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 218 J mundíales, que adquíeren una consistencia en sí mismas: en lugar


de resultar de las formacíones socíales heterogéneas y de sus re-
lacíones, la axíomática mundial, en gran medída, distríbuye esas
formaciones, fija sus relaciones, al organizar tina división inter-
nacional del trabajo"' 7• He aquí, no obstante, dos observaciones
suplernentarias:
(a) Como este "pasaje" de un englobamiento formal a un en-
globamiento real ("axiomática") es, en verdad, tina tendencia -un
movimiento que no deja de rehacerse en aquello que lo deshace,
o de hacerse otramente a través de aquello que lo contrar ía-,
la dístinción conceptual entre las dos formas de englobamiento
da lugar a situaciones ambivalentes de manera irreductible. Una
búsqueda de ganancias se beneficia, por ejemplo, de los dife-
renciales de productividad, fiscalidad y salario indirecto; de las
restricciones socioinstitucior1ales y los encuadramientos jurídi-
cos que regula11 las condiciones del "consumo" productivo de la
fuerza de trabajo; de las 11ormas sociales de producción y con-
sumo; de las relaciones de clase que esas normas condensan, etc.
No obstante, en esa explotación del dumping social y fiscal, las
dos dimensiones de la st1bsunción se anudan estrechamente en
un englobamiento que se beneficia de las diferencias existentes,
aunque también, en el mismo tiempo, acentúa, desplaza o provoca
esas mismas heterogeneidades como diferencias de potencial qt1e

27 MM, 45'9. Esta distinción entre dos formas de englobamiento recuer-


da esa otra, propuesta por Wallerstein, entre un mosaico de "mini-
sistemas" religados entre sí por intercambios comerciales más o menos
i11tensos y regulares o, incluso, de "imperios-mt1ndo" en ciclos de in-
tegraciones parciales y ritmos económicos relativamente compartidos,
y un "sistema-mundo" que da muestras de una sincronización de los
ritmos económicos, de la estructuración sisten1ática de un co11junto
de relaciones de tipo interestatal y, en el caso del "sistema-mundo
moderno" (la "economía-mt1ndo capitalista"), de la rearticulación de
una red comercial fundada en división axial del trabajo que apela a
procesos de producción fuerte1nente integrados.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

favorecen nuevas fue11tes de explotació11 o incremento de la tasa [ 219 J


de gana11cia. De ahí la dificultad objetiva para trazar una nítida
frontera entre interpretación "politicista" e interpretación eco-
nomicista del in1perialismo, como se echa de ver en D. Harvey,
por ejemplo, e11cuya obra la "lógica política o territorial del po-
der" (lógica estatal del poder, según los modos específicos de te-
rritorialización de Estado) una veces "mantiene" o reproduce las
asimetrías espaciales características del intercambio desigual (su-
puestas, e11tonces, como datos, sin intervención de la "dimensión
política") y otras veces contribuye a producir esas asimetrías' 8 •
(b) En segundo lugar, el recl1azo de toda definición del sis-
tema capitalista como formación social 111undial-no sólo mu11dia-
lizada, sino mundializa11te- por su mero modo de producción
dominante 110implica en absoluto (como será capaz de sostener
Gunder Franl<) disipar la cuestión de la especificidad de esa for-
macíó1z social 111isma.Precisamente, el proble1na consiste en pensar
el capitalismo como formación sistemática o "ecuménica", te-
nie11do en cue11ta que históricamente ha transformado la form a
111ismade la sistematicidad del mundo. Desde este punto de vista, la
aporía e11tre tesis discontinuista (y las dificultades para asignar
un "corte 1 5 0 0 ' ' del sistema-mundo capitalista) y tesis continuis-
ta (y el pobre alcance analítico de representarse un solo y mismo
sistema-mundo que cubriría 11núnico ciclo cinco veces mile11a-
rio) se ve, si no resuelta, por lo menos desplazada. Pues se trata
menos de saber si estamos delante del único ciclo de un mismo
sistema mundial o de una transición entre un sistema-mundo y
otro, que de co1nprender cón10 -pa ra dar vuelta una expresión
de Gunder Fra nl< - la transición es siempre una transición entre
dos o 11tra11siciones, a través de la cual los propios "términos"

28 Véase D. Harvey, El Nuevo imperialis1110, tr. esp. J. M. Madariaga,


Madrid, Alcal, 2004, pp. 43-45.
>OLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

'20 J cambian, mientras que los sistemas-mundo forman sistema otra-


mente, de suerte que la sisten1aticidad misma del sistema es alte-
rada. Esto impone, claro, interrumpir la identificación simple
entre formación social capitalista y modo de producción, pero
no evact1ar pura y simplemente la problemática de los modos de
producción y sus "articulaciones" (véase, por ejemplo, el papel
que S. Amín desempeña como interlocutor central en la exposi-
ción de la axiomática capitalista: 13.ª meseta).
Sobre esta base, la concepción de la relación social del capi-
tal como relación axiomática se encuentra relanzada. En cierto
sentido, su apuesta es la misma que en 1972: se trata de mante-
ner la articulación entre las dos series principales de problemas
que organizan entonces la lectura guattaro-deleuziana de Marx:
las implicaciones de la idea de abstracción real (y, finalmente, el
problema de pensar la forma como esa abstracción se realiza o se
concretiza como relación de producción y explotación), las im-
plicaciones de la idea de límite inmanente (y las dos ct1estiones
conexas de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y las
crisis de sobreproducción). Pero, por lo mismo, cuando la for-
mulación de la abstracción real en términos de axiomatización
sea reactivada en 1980, se tratará menos de resaltar su correlato
estructural (la captación inmediatamente económica del sobre-
trabajo, sin la intermediación de "factores extraeconómicos que
se inscribirían en un código"), que la manera como la capt11ra es-
tatal viene inclusa en el devenir-concreto de la abstracción real,
puesta al servicio de las relaciones de producción y circulación
del capital. Ese devenir-inmanente del Estado que El Anti Edipo
destacaba ya con fuerza, se encuentra ahora todavía más acen-
tuado, cuanto que sus axiomas territoriales, laborales y moneta-
rios (sus tres "potencias" o aparatos de captura) han sido inme-
diatamente implicados en la formación, reproducción y límites
de variación del valor:
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

Hay que recordar lo que distingue una axiomática de todo [ 221]


género de códigos, sobrecodificaciones y recodificaciones:
la axiomática considera directamente elementos y relacio-
nes puramente funcionales cuya naturaleza no está especifi-
cada, y que se realiza11 inmediatamente a la vez en dominios
muy diversos, mie11tras que los códigos son relativos a esos
dominios, enuncian relaciones específicas entre elementos
cualificados, que sólo pueden ser reducidos a u11a unidad
formal superior (sobrecodificación) por trascendencia e in-
directamente. Pues bien, en ese sentido, la axiomática inma-
nente encuentra en los dominios que atraviesa otros tantos
111odelos llamados de realizació11. De igual modo, se dirá que
el capital como derecho, como elemento "cualitativamente
homogéneo y cua11titativamente conmensurable", se realiza
en sectores y medios de producción (o que el "capital glo-
bal" se realiza en el "capital fragmentado"). Sin embargo,
no son los diferentes sectores los que sirven por sí solos de
modelos de realización, son los Estados, cada uno de los cua-
les agrupa y combina varios sectores, según sus recursos, su
población, su riqueza, su equipamiento, etc. Con el capita-
lismo, los Estados 110se anula11, sino que cambian de forma
y adquieren u11 nuevo sentido: modelos de realización de
u11a axiomática mundial que los rebasa. Pero rebasar no es
en modo alguno prescindir de ... '9.

En cuanto al segu11do móvil de u11a concepción de la mundiali-


zación capitalista como axiomática (el problema de su "satura-
ción" o de los límites que suscita en su interior y que no destruye
o no supera como no sea desplazándolos y reproduciéndolos en
una escala ampliada), cuando se lo retoma, en 1980, ya no se tra-
ta sólo de reconocer la intervención de un "Esta do capitalista"
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 222 J considerado en general, sino, por el contrario, de indexar un


marco de referencia distintivo de los Estados, de las formas de
su heterogeneidad, así como de stis desigtialdades, tal como son
requeridas, titilizadas y, en gran medida, producidas por la mun-
dialización capitalista, en virtucl de su propia unidad especial,
Antes de volver en detalle sobre esos dos aspectos, desarrollados
en la última proposición de la 13.ª meseta ("Proposición xrv:
axiomática y situación acttial"), examinemos la forma como am-
bos aspectos conducen a profundizar el concepto de axiomática
por el rodeo de una analogía con axiomáticas lógicas, que lo ex-
pone a no pocos malentendidos, si no se observan sus múltiples
aspectos teórico-políticos y, a un tiempo, su significación global
en coyuntura.
En efecto, el concepto de "axiomática del capital" no se apoya
en una comparación de dos términos, que representaría el capi-
talismo a la manera de una axiomática lógico-deductiva, sino en
una analogía, es decir, en una relación de relaciones: entre los
problemas con qtie tropiezan las tentativas de axiomatización y
las prácticas que los contestan, por 11nlado, y los problemas que
engendra la acumulación capitalista a escala mu11dial y las prácti-
cas políticas que los confrontan y se encarga11 de tratarlos, por el
otro 3º . Desde ese punto de vista, la analogía se funda, entonces,
no en la semejanza imaginaria de un sistema económico y 11nsis-
tema lógico, sino en la confrontación de una política interior de
los campos científicos, que i11cluyen relaciones de fuerzas y poderes
sobre sus propias operaciones y factores (fl11jos físicos y semió-
ticos), y una política interior de la economía capitalista que no se
aplica después, sino que determina constitutivamente s11spropios
factores (flujos físicos de territorios, poblaciones y mercancías,
flujos semióticos monetarios, comerciales, no1ninativos y finan-
cieros), de suerte que "el capitalismo siempre ha tenido necesi-
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

dad de una 11t1eva fuerza y de u11 nuevo derecl10 de los Estados [ 223 J
para efectuarse, tanto a 11ivel del flujo de trabajo puro como a
nivel del flujo de capital inde pend iente " 31• Si la l1ipótesis de la
axiomática capitalista desemboca en un co11cepto de la política
capitalista, no extrae aquélla, sin embargo, ning ún prestigio de
univocidad lógica ni de rigor deductivo de esta analogía, sino,
por el contrario, los factores de equivocidad, continge11cia e in-
decisión, decisión e incertitud, que trabajan los procedimientos
de toda axiomatización lógica. Así como "la polít ica no es cier-
tan1ente una ciencia apodíctica. Procede por experimentación,
tanteo, i11yección, retirada, avances, retrocesos". Así, también, el
método axiomático:

Pues en la ciencia una axio1nática no es en modo alguno una


potencia trascendente, autónoma y decisoria, que se opon-
dría a la experimentación y a la intuición. Por un lado, hay
tanteos, experimentacio11es, modos de i11tuición propios.
Al ser los axiomas independientes los u11osde los otros, ¿se
pueden añadir axiomas, y l1asta qué pu11to (sistema satura-
do)? ¿Se pueden retirar axiomas, y hasta qué punto (siste-
ma "debilitado")!' Por otro lado, la axiomática se caracteriza
por e11frentarse a proposiciones llamadas indecidibles o por
afrontar potencias necesariamente superiores que no puede
do1ninar. Por último, la axiomática no constituye una van-
guardia de la ciencia, sino más bien un bloqueo, una vuelta al

31 MM, p. 460. Este problema de políticas internas de los campos cientí-


ficos es central en el trabajo de Guattari durante los años 1970 (véase
e11particular La Révolution 1noléculaire, París, Recherches, 1976). Sobre
los conflictos políticos internos de las prácticas científicas, según
las líneas de división entre método "teoremático" y "problemático",
nomológico y experimental o, aún, axiomático e intuicionista, véase
MM, pp. 368-380, y la meseta "Postulados de la lingüística" que reela-
bora, en bue11amedida, los capítulos 2 y 3 de F. Guattari, L'inconscient
111achi11ique,París, Recherches, 1979.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 224] orden, que impide ql1e los flujos semióticos descodificados,


matemáticos y físicos, huyan por todas partes. Los grandes
axiomáticos son hombres de Estado de la ciencia, que obs-
truyen las líneas de fuga tan frecuentes en matemáticas, ql1e
pretenden imponer un nuevo nexum, incluso provisional, y
hacen una política oficial de la ciencia 32•

En segundo lugar, la serie de los problemas político-económicos


que esta analogía permite exponer y articular entre sí es inse-
parable de las representaciones que las potencias capitalistas se
encargaron de reforzar durante los años 1970. Se trataba, para
empeza1·, de contestar dos representaciones simétricas y reversi-
bles, vigorizadas por la hegemonía económica y político-militar
estadounidense, el hundimiento del bloq11e soviético y la inte-
gración forzada de las antiguas colonias y una parte del Tercer
Mundo en el proceso de acumulación capitalista: por un lado,
un Sistema capitalista que estaría por encima de las fronteras na-
cionales de los Estados, indiferente a sus instituciones, contextos
sociopolíticos y relaciones de fuerza internas (de ahí, en Deleuze
y Guattari, la tematización a contrario de los Estados del capita-
lismo mundializado como "modelos de realización inmanentes
para [su] axiomática"); por otro lado, una economía-mundo que
sería ordenable por una instancia política capaz de armonizar
sus evoluciones, instancia estatal o supraestatal de organismos
internacionales como el BIRF, el GATT o el FMI, que las oligar-
quías industriales y financieras aprovecharán para extender su
esfera de influencia al término de la guerra, y para arrebatarse
los países del Tercer Mundo tras las luchas de descolonización y
la caída del sistema de Bretton Wood, o como el G6 creado por
el bloque de Estados capitalistas avanzados, en 1975. A contra-
pelo, Deleuze y Guattari denuncian la absurdidad de "suponer
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

u11 supergobier110 mundial, que decidiría en última instancia" [ 225]


("ni siquiera se puede llegar a prever el aumento de una masa
monetaria"), aun si el concepto de axiomática capitalista se opo-
ne, tomándola al pie de la letra, para desmontarla desde adentro,
a la autorrepresentación tecnocrática y sapiente de la guberna-
mentalidad liberal a través de sus instituciones, pero también
de producciones cognoscitivas que influencian las cie11cias eco-
nómicas con sus mixtos característi os de ideología desregula-
cio11ista, gestión tecnocrática y modelización lógico-matemática.
La hipótesis del capitalismo mundial con10 axiomática busca,
finalmente, mantener vigente el problema que esas representa-
ciones cortocircuitan (ya sea, en el capitalismo, por los "gritos
de gue1·ra contra el Estado, 110sólo en 11ombre del mercado, sino
en virtud de su desterritorialización superior", ya por la proyec-
ción paranoica de un supergobierno mundial llamado a contro-
lar los flujos de capitales): el problen1a de la relación entre la
sistematicidad especial de la acumulació11 capitalista mundial y
los Estados que allí participan de manera diferente, desigual, si
no contradictoria. El problema rector planteado, en efecto, por
la a11alogía con las axiomáticas lógicas, y alrededor del cual se
organiza toda la sección "Axiomática y situación actual" con que
termina la meseta sobre los aparatos de Estado, reside en la plu-
ralidad y heterogeneidad de los "modelos" que satisfacen o reali-
zan una misma axiomática -lo que supone concebir esta última
como un sistema de estructuración plástica, desigualmente plástica,
según sus grados de debilitamiento o saturación (los bordes de la
acumulación y realización de la plusvalía como límites inmanen-
tes)-. Esto reabre, a cambio, el problema político de determinar
bajo qué presiones o hasta qué punto la axiomática del capitalis-
mo mu11dial impone un isomorfismo de los modelos, reclama o
suscita una heterogeneidad en el seno mismo de ese isomorfismo
y necesita, incluso, un polimorfismo real de sus modelos estata-
les de realizació11:
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 226] [Los] "problemas" [q11e enc11entran los métodos axiomáti-


cos] devienen singularmente políticos cuando se piensa en
los Estados modernos: 1) ¿No existe una isomorfía de to-
dos los Estados modernos con relación a la axio1nática ca-
pitalista, hasta el punto de que los Estados democráticos,
totalitarios, liberales, tiránicos, sólo dependen de variables
concretas, y de la distribución mundial de esas variables que
siempre sufren reajustes eventuales? Incluso los Estados lla-
mados socialistas son isomorfos, en la medida en que ya sólo
existe un zínico n1ercado mundial, capitalista. 2) Y a la inversa,
¿110 soporta la axiomática capitalista n1undial una polimor-
fía, o incluso una heteromorfía de los modelos, y por dos
razones? Por un lado, porque el capital como relación de
prod11cción en general puede perfectamente integrar secto-
res o modos de producción concretos no capitalistas. Pero,
por otro y sobre todo, porque los Estados socialistas buro-
cráticos p11eden desarrollar relaciones de producció11 dife-
rentes, que sólo se conjugan con el capitalismo para formar
11n conjunto cuya "potencia" desborda la propia axiomática
[máquina de guerra mur1dial de la "disuasión"] 33•

O sea, la hipó tesis de la axiom ática capit alista no tiene por obje-
tivo una teorí a mode lizant e, sino, por el cont rario , un dispo sitivo
conc eptu al q11e perm ita deco nstru ir la repre senta ción unív oca

33 MM, pp. 460-461, en referencia a R. Blanché, La axiomática, México,


UNAM, 1965, § 1, sobre la pluralidad, para 11namisma axiomática de
"realizaciones diferentes, p11diendo éstas ser tomadas de domi11ios
de pensamientos muy alejados del dominio inicial"; p. 37 sqq. para
la definición de isomorfismo de los moclelos de realización que cons-
tituyen "interpretaciones diferentes" de una sola axiomática; § 15,
sobre el polimorfismo de los modelos de realización en un sistema
no saturado ("pues la no-sat11ración significa, precisamente, la posi-
bilidad de una o más bifurcaciones"); y § 26, sobre la posibilidad de
modelos polimorfos incluso en un sistema axiomático saturado.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

de un modelo -de "desarrollo económico'' o de for1na estatal, [ 227 J


de régimen político o de "política econ ómic a"-. Sería absurdo
afirmar que todos los Estados "se equivalen'', actualmente (en
virtud de una potencia capitalista que se supone indiferente a
los contextos sociopolíticos que ordenan sus relacio11es de pro-
ducción) o tendencialmente (en virtud de una supuesta tenden-
cia de la mundialización capitalista a l1omogeneizar las formas
políticas y sociales, que reduciría las diferencias de regímenes y
derechos de gubernamentalidad a meras diferencias de fachada).
Pero sería inane disting11ir "b11e11os" y "malos" Estados, según
una transposición "politicista" del economismo evolucionista,
discriminando formas estatales "rezagadas" o "inadaptadas" a las
bodas prometidas por las "políticas de desarrollo" entre la eco-
norr1ía de mercado, la imperiosa valorización del capital y la
democracia liberal -"olv idan do q11e la polimorfía establece es-
trictas complementariedades, por ejemplo entre las clemocracias
occidentales y las tiranías coloniales o neocoloniales qtie i11sta11-
. "
rano mantienen en otras partes 34•
De ahí, en fin, la articulación de la hipótesis de la axion1á-
tica capitalista con la categoría histórico-maquínica de "potencia
de englobamiento ecuménico" (y con la tesis según la cual "las
formaciones sociales se definen por procesos maquínicos [... ] de
los que los modos de producción dependen"): la subsu11ción real
de las formaciones sociales en el proceso de ac11mulación a escala
n111ndial no implica, necesaria1nente, la subsu11ción real de las re-
laciones sociales y modos de producció11 de esas mismas t'orma-
ciones. Por eso, las teorías del "desarrollo desigual" no escapan
a las representaciones ideológicas normativas del desarrollo que,
integrando una problemática del "desarrollo del subdesa.rrollo"
y analizando las inequidades inter11as del capitalismo mundial, no
como retrasos o persistencias en una curva de desarrollo lineal,

34 MM, pp. 461, 470; y ¿QE,é es la filosofía?, op. cit., p. 109.



POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 228 J sino como una producción por el Centro de "arcaísn1os a fun-


ción actual", que bien pueden combinarse con implantaciones
de sectores capitalistas supremame11te desarrollados. Esto nos
obliga a inscribir e11 un cuadro de correlaciones y te11de11cias
co11tradictorias, las diferencias que las ideologías del "desarrollo
económico" y la "modernidad" política representan sobre una
línea de evolución, l1omogeneización o armonización progresi-
va (por eje1nplo, la "Nuev a política económica", ideología con-
temporánea de Capitalismo y esquizofrenia y elaborada como un
relevo de la "teoría de la modernizació11" que, e11 el estilo me-
diocre y pretencioso de un Walt W. Rostow había florecido en
los años 1950-1960, estaba a punto de emplearse para justificar
el drástico e11deuda1nie11to impuesto a los países periféricos).
Por último, la hipótesis del capital como axio111ática es expuesta
bajo la forma de una "tipología de los Estados modernos [que
va) así unida a una meta-economía", capaz de mostrar líneas de
difere11ciación estático-políticas 111edia11telas cuales el capitalis-
mo mundial hace sistema (o forma eso que Guattari llamaba
un "Capitalismo Mundial Integrado"). Pero, otra vez, entre el
isomo1fisn10 de los modelos estatales de realización (e11 virtud del
modo y la relación social de producción capitalista), su hetero-
morfis1no (en virtud de otras relaciones y modos de producción
que no dejan, sin embargo, de ser subsumidos por el medio ca-
pitalista y las presiones de un mercado mu11dial integrado) y su
polimorfisnio (en virtud de relaciones de producción capitalistas
que mantienen o hasta suscitan modos de producción no capita-
listas), la distinción sigue sie11do secundaria hasta tanto se haya
establecido su significación e11 coyuntura. A esos tres aspectos,
en efecto, Deleuze y Guattari hacen corresponder: (a) las ofen-
sivas claramente perceptibles de una gubernamentalidad neoli-
beral, que combina desregulacionismo de los flujos comerciales,
monetarios y financieros con rea11udación de técnicas predado-
ras de acumulación originaria; (b) las resistencias reales, aunque
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

ambiguas, que los países del "socialismo real" o los gobiernos [ 229 J
socialistas del Tercer Mundo continúan oponiendo al engloba-
miento ecuménico del capital; (c) las nuevas formas de integra-
ción forzada de los países periféricos al sistema de acumulación
a escala mundial, más allá de las relaciones de dependencia he-
redadas de la sujeción colonial. Tal es el conjt1nto coyuntt1ral
qt1e sostiene la tipología "meta-económica" de los Estados con-
temporáneos, o las tres grandes tendencias que se registran en
las potencias e impotencias de la captura estatal, en las distribu-
ciones variables de los dos polos ele soberanía y las modalidades
correspondientes de la violencia de Estado, en los indecidibles
con que tropieza el poder de Estado, cediendo la iniciativa. En
la Proposición XIV, éstas son objeto de una "descripción sumaria
de 'elementos'" que busca, cuando menos, cartografiar la multi-
plicidad de puntos críticos o bifurcaciones posibles, puesto que
"nada está decidido de antemano" 35.

ISOMORFISMO Y HETEROGENEIDAD
DE LOS ESTADOS CAPITALISTAS -
LA OFENSIVA NEOLIBERAL A ESCALA MUNDIAL

Primera tendencia discernida por Deleuze y Guattari en la axiomá-


tica actual, la tendencia a un isomorfismo de sus formas socioes-
tatales de realización parece expresar, directamente, la potencia
de englobamiento real del ámbito planetario por la geografía del
capital 36• "No sólo se podría citar la fría destrucción concertada

35 MM, p. 466 sqq.


36 "En la medida en q11e el capitalismo constituye 11na axiomática (pro-
ducción para el mercado), todos los Estados y todas las formaciones
sociales tienden a devenir isonzorfas, a tít11lo de modelos de realización:
sólo existe un único mercado mundial ce11trado [... ). La organización
mundial deja, pues, de pasar 'entre' formas heterogéneas, puesto que
asegura la isomorfía de las formaciones" (MM, pp. 443-444).
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GIJATTARI

: 230 J de las sociedades primitivas, sino también la caída de las últi-


mas formaciones despóticas -por ejemplo, el [I]mperio otoma-
no, que oponía demasiada resiste11cia e inercia a las exigencias
capitalistas." 37 Este isomorfismo te11de11cial remite, ante todo, a
una genealogía y determinación materialistas del Estado-nación:
"[ ... ] un grupo de productores en el que trabajo y capital circulan
libremente, es decir, en el que la homogeneidad y la competencia
del capital se efectúan en pri11cipio sin obstáculos" 3 8• En efecto, si
uno identifica los constit11yentes de la nación e11la combinación
"u11a tierra, un pueblo" (a co1zt1·ario, "el problema de la 11ació11
se exacerba e11los dos casos extremos de una tierra sin pueblo o
de un pueblo sin tierra"), 18.tierra "i1nplica una cierta desterri-
torializació11 de los territorios (espacios co1nu11ales, provincias
imperiales, dominios señoriales, etc.)", como el pueblo implica
u11a "descodificación de la población" (linajes y castas, clanes y
órde11es) -preci samen te, aq11ello que e11la Europa preindustrial
conjuraban la organización feudal de los campos y la organiza-
ción corporativa de las ciudades 39:

La 11ación se co11stit11ye a partir de flujos descodificados


y desterritorializados, y es inseparable del Estado tnoder-
no que proporciona una co11sistencia a la tierra y al pueblo
correspondientes. El flujo de trabajo puro crea el pueblo,
al igual que el flujo de Capital crea la tierra y su equipa-
mie11to. [... ] Bajo esta fortna de Estado-nación, con todas las

37 MM, p. 443.
38 MM, p. 460.
39 MM, p. 458. Véase I(. Marx, El ca[Jital, op. cit. libro I, s. VII, cap. XXIV,
p. 638 ("Gé11esis del capitalista i11dustrial"): "El régimen feudal en el
campo, y c11 la ciudad el régimen gremial, impedían al dinero capitali-
zado en la usura y e11 el comercio convertirse en capital industrial. Estas
barreras desaparecieron con el licenciamie11to de las huestes feudales
y con la expropiación y desahucio parciales de la población campesina
[... )".
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

diversidades posibles, el Estado deviene modelo de realiza- [ 231 ]


ción para la axiomática capitalista. Lo qt1e de ningú11 modo
quiere decir que las naciones sean apariencias o fenómenos
ideológicos, sino, por el contrario, las formas vivas y pasio-
nales en las qt1e se realizan fundamentalmente la homoge-
neidad cualitativa y la compete11cia cuantitativa del capital
abstracto 4º .

No obsta11te, lo esencial está e11la distinción entre esa tendencia


al isomorfismo y un proceso de homoge11eización. No sólo en ra-
zón de las variables concretas qt1e, evidentemente, hacen variar
las formas estado-sociales, las construcciones nacionalitarias y
los modos de "11acionalización" del Estado, sino en razón de la
complejidad de esa tendencia, que en sí misma incluye dos ten-
dencias contradictorias y coexistentes, capaces de hacer que el
isomorfismo tolere e incluso engendre una gran heteroge11eidad
de los Estados:

Los axiomas del capitalismo no son evidentemente propo-


siciones teóricas, ni fórmulas ideológicas, sino e11unciados
operatorios qt1e cor1stituyen la forma semiológica del Ca-
pital, y que entran como partes componentes en los agen-
ciamientos de producción, de circt1lación y ele consumo.
Los axiomas so11 er1t1nciados principales, que no derivan
o no dependen de otro. En ese sentido, un flujo pt1ede ser
objeto de t1r10o varios axiomas (co11stituyendo el conjt1nto
de los axiomas la conjugación de los flt1jos); pero también
pt1ede no tener axiomas propios, y Sll tratamiento 110 ser
más que tina consecue11cia de los otros axiomas; por í1lti-
mo, puede quedar fuera del campo, evolucionar sin límites,
c1uedar en estado de variación "salvaje" dentro del sistema.

40 MM, p. 461.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 232 J E11 el capitalismo existe u11a tendencia a añadir constan-


temente axiomas. [... ] Se podría definir un polo de Esta-
do muy general, "social democracia", por esa tendencia a
la adjunció11, a la invenció11 de axiomas, en relación con
domi11ios de inversión y fuentes de be11eficio [... ]. Pero en
el capitalismo la tendencia inversa 110es me11or: tendencia
a retirar, a sustraer axion1as. Uno se lirnita a u11 pequeño
11úmero de axiomas que regulan los flujos dominantes,
recibiendo los otros flujos u11 estatuto derivado de co11se-
cuencia [... ], o queda11do en un estado salvaje que no exclu-
ye la intervención brutal del poder de Estado, al contrario.
El polo de Estado "totalitarismo" encarna esta tendencia a
restringir el número de axiomas [... ]. Pues bien, las dos co-
sas va11 unidas, bien en dos lugares diferentes pero coexis-
te11tes, o bien en 1nomentos sucesivos pero estrecl1a1nente
ligados, actua11do la una sobre la otra, e incluso la una en la
otra, constituye11do la misma axiomática 41•

Esas dos tendencias co11tradictorias, adjunción y sustracción de


axiomas, están relacionadas con dos factores fundamentales estre-
cl1amente ligados.
1. Pri1nero, si el isomorfis1no tendencia! de los Estados na-
cionales capitalistas se deriva de su subsunción por el engloba-
mie11to de u11 mercado n1u11dial, esta subsu11ción reviste a su vez
formas co11trastadas segú11 las condiciones de formación (o, al
contrario, de destrucción) de un 1ne1·cado i11terior integrado que
concurre a las exigencias del mercado exterior y que, en la ar-
ticulación de los dos, encarga al Estado de desplazar sus contra-
dicciones a través de los conflict os de clase, luchas sociales, po-
líticas, y acontecimientos internacionales que incorpo ra en sus
instituciones y "gubern amenta lidad". Desde ese pu11to de vista,
GU/LLAUME 5/BERTIN-BLANC

las secuencias históricas que han servido para ilustrar esa tenden- [ 233 J
cia socialdemócrata a la adjunción de axiomas son sig11ificativas:
"Después de la guerra del 14-18, la influencia conjtigada de la
crisis mundial y de la revolución rusa forzaron al capitalismo
a multiplicar los axiomas, a inventar otros nuevos, que concer-
nían a la clase obrera, al empleo, a la organización sindical a las
instituciones sociales, al papel del Estado, al mercado exterior y
al mercado interior. La economía de I(eynes, el New Deal, fue-
ron laboratorios de axiomas. Ejemplos de ntievas creaciones de
axiomas después de la segunda guerra mundial: el plan Marshall,
las formas de ayudas y préstamos, las transformaciones del sis-
tema monetario" 42• Por otro lado, un segundo polo define una
tendencia contraria, a recortar axiomas, desregular los flt1jos po-
blacionales, territoriales y monetarios, en beneficio de algunos
axiomas exclt1sivos dirigidos a los flujos dominantes; los otros
flujos -sobrepoblaciones relativas, equipamientos no rentables
o territorios "desocupados" - reciben un "estatuto derivado de
consecuencia" o "[quedan] en estado salvaje" fuera del sistema43•
Promoción exclusiva del sector externo e industrias volcadas so-
bre la exportación de materias primas o alimentarias; atraer capi-
tales extranjeros y sobreendetidamiento del Estado, aplastar el
mercado interior; compresión de los salarios y restricción de las
medidas fiscales de repartición indirecta del ingreso: se recono-
cen, entre otros, ciertos métodos a p1into de ser impuestos siste-
máticamente vía los programas de "ajuste estructt1ral" del FMI,
por parte de los Estados occidentales bajo la hegemonía del capi-
tal estadounidense, a los "países en vías de desarrollo". Se desta-
cará, con mayor fuerza, que la formulación guattaro-deleuziana
deja voluntariamente abierta la posibilidad de un redespliegue de
esa tendencia en el centro histórico de la acumulación capitalista,

42 MM, p. 466.
43 MM, pp. 466-467.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

:234 J puesto que, en una coyuntura semeja11te, o según can1bie11 las


relaciones de fuerzas entre fraccio11es de una clase capitalista
trasnacionalizada e11parte, las condiciones de explotación y las
fLtentes de utilidad pasan por un destrozo y una desi11tegración
del 1nercado i11terior 44: "el iso1norfis1no no implica en 1nodo al-
gu110 homogeneidad: hay iso1norfía, pero l1eterogeneidad, entre
Estados totalitarios y socialdemócratas, siempre que el modo de
producció11 es el mismo [... ); la isomorfía de los modelos, con los
dos polos de adjunció11 y de sustracción, equivale a la distribu-
ción en cada caso del 111ercado i11terior y del mercado exterior
[... ) bipolaridad que es válida para los Estados del centro, y bajo
el modo de producción capitalista" 4' . Según el polo totalitario-
capitalista, en últitnas, los ú11icos axiomas rete11idos se ejerce11
sobre flujos monetarios y financieros favorables al comercio ex-
terior y la captación de utilidades externalizadas, mientras que
la tierra y sus eqt1ipamientos, la sociedad e, incluso, su pobla-
ción, 110 son ya "datos" asumidos por axiotnas específicos, pero
deviene11 simples co11secue11cias que se tratan al 1narge11 como
daños colaterales 46• "E11 cuanto a las evoluciones salvajes, apare-
ce11 entre otras en las variacio11es del en1pleo, los fenóme11os de
éxodo rural, de urlJa11izació11-cl1abolismo, etc.", e11los márgenes
de las regulaciones i11stitucionales, excluidas, e11últimas, de todo
reconocimiento y hasta forcl11idas de la percepción social o, en
caso contrario, libradas a la represió11 legal o paralegal de Estado.
Al calificar este polo de totalitario, Deleuze y Guattari se des-
1narcan, evidentemente, del empleo generalizado e11los años 1970
de ese significante mayor, puesto menos al servicio de los análi-
sis críticos del socialismo real, que e11provecho de la propaganda

44 Véase más adelante: el proble1na de la "periferización i11terior", o la


intuició11 guattaro-deleuzia11a del deve11ir de Europa.
45 MM, p. 468.
46 MM, p. 466.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

anticomunista cada vez más arrogante. Cuando ellos identifican [ 235 J


ese polo en la ideología libertariana y en las políticas neoliberales
que empiezan a experimentarse a gran escala desde comienzos
de los años 1970, lo hacen para concluir t}Ue sería inexacto "asi-
milar los Estados socialistas bt1rocráticos a Estados capitalistas
totalitarios" 47, y una expresión que a mucl1os debía parecer un
oxímoron provocador: "El Estado totaJitario no es un máximo
de Estado, sino más bien, el Esta do 1níni1no del ana1·cocapitalis-
mo (of. Chile)" 48• Pero tanto rr1ejor, pues ace11túa el punto sobre
el cual Deleuze y Guattari quieren insistir: la correlació11 de las
dos tendencias contradictorias que, en función de las estrategias
del capital y de las resistencias colectivas, atraviesan y dividen la
política capitalista que exigen las manipulaciones constantes de
la axiomática correspondiente, "bien en dos lugares diferentes
pero coexistentes, o bien en momentos sucesivos pero estrecha-
mente ligados, actuando la una sobre la otra, e incluso la una en
la otra, constituyendo la misma axiomática. Un ejemplo típico
sería el Brasil actual, con su ambigua alternativa 'totalitarismo-
socialdemocracia' "49.
2. De donde surge ur1 segundo factor para pensar, en el ni-
vel sistemático de la axiomática capitalista y de su reproducción
ampliada, esa redistribttción y esa int1·incación de las dos tenden-
cias que atraviesan contradictoriamente las políticas capitalistas.
Acerca de una situació11 del todo diferente, Samir Amin observa-
ba que los métodos de acumt1lació11 originaria devienen subsidia-
rios, a medida qt1e la burguesía nacional opera sus utilidades en
sectores más que todo conectados con la ampliación del mercado

47 MM, p. 461.
48 De donde, sin1ultáneamente, la distinción del Estado capitalista totali-
tario, corno pudo experimentarse en los laboratorios neoliberales de las
dictaduras latinoamericanas, y el Estado "fascista" nacional-socialista:
MM, p. 467.
49 MM, p. 467.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 236 J i11terior, y que sólo dependen muy indirectamente del mercado


exterior'º. La unidad contradictoria de las tendencias a la adjun-
ción y sustracción de axiomas descrita por Deleuze y Guattari
expresa, e11 la política capitalista, la relación contradictoria que
la acumulación entretiene con sus propios límites inmanentes:

El capitalisn10 es clarame11te una axiomática, p11esto que sus


únicas leyes son in1na11e11tes. rría l1acer creer que se en-
frenta a los límites del Universo, al límite extremo de los
recursos y de las energías. En realidad, sólo se enfre11ta a sus
propios límites (depreciación periódica del capital existen-
te), y sólo rechaza o desplaza sus propios límites (formación
de un nuevo capital, en 11uevas industrias con fuertes tasas
de beneficio). Esa es la historia del petróleo y de lo nuclear.
Las dos cosas se producen al mismo tiempo: el capitalismo
se enfrenta a sus límites, y al mismo tiempo los desplaza,
para situarlos más lejos. Se dirá que la tendencia totalitaria,
restringir los axiomas, correspo11de al afro11tamie11to de los
límites, mie11tras que la tende11cia socialdemócrata corres-
ponde a su desplazan1iento 5 1•

Se encuentra así planteada una doble correlación: por un lado,


e11tre la adjunción de axiomas y los métodos de la acumulació11
ampliada (desplazamie11to de los límites inmanentes) que des-
cansan en u11a generalización del salariado y de su integración,
variable según las relaciones de fuerza y las rupturas de clase, e11
11nsistema institucio11al que combi11a Estado social, "crecimiento
autocentrado", desarrollo del consumo interior y aumento de las
inversiones públicas en equipamientos y servicios (infraestruc-
turas territoriales, urbanas, de alojamie11to y tra11sportes, serví-'

50 S. Ami11, L'Accu1nulatio11 a l'échelle 111011diale, Dalcar-París, IFAN /Antl1ro-


pos, 1970, p. 365.
51 l\1M, p. 467.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

cios de salud, educación, etc.); por otro lado, entre la st1stracción [ 237]
de axiomas y las técnicas de la acumulación originaria (afronta-
miento de los límites de acumulación, tendencia decreciente de
la tasa de ganancia y crisis de sobreacumulación), en que se in-
trican los métodos de absorción improductiva o destrucción del
capital existente y depreciación del valor de la ft1erza de trabajo,
desregulación de la condición salarial, desinstitucionalización
de la "sobrepoblación relativa", y las técnicas de "acumulación
por expoliación", expropiación y desterritorialización forzada,
privatización, etc. Pero, desde ahora, a esta doble correlación se
st1perpone una tercera, que atañe a la economía de la violencia
soberana y su bipolaridad propia, como la hemos despejado ya en
la primera parte, haciendo resurgir su articulación con la distin-
ción acumulación originaria/ acumulación ampliada''. De mane-
ra general, la "desregulación" consiste menos en simples supre-
siones de normas y dispositivos institucionales restrictivos que
en su desplazamiento sobre algunos flujos, previa exclusión de
otros qt1e reciben sólo un tratamiento derivado o que son expul-
sados del sistema -lo que no descarta, como recuerdan Deleuze
y Guattari, su represión violenta, todo lo contrario: la supresión
de axioma potencializa el régimen "soberano-paranoico", aneco-
nómico de la violencia de Estado, ahí donde una tendencia a la
adjunción de axiomas la orie11taría hacia su economía "cívica", o
sea, no sólo limitada jurídicamente, sino dirigida de manera dis-
tributiva, en cuanto a los flujos seleccionados y diferencialmen-
te integrados ("inclt1so una socialdemocracia adaptada al Tercer
Mundo no se propone realmente integrar toda tina población
miserable a un mercado interior, sino más bien llevar a cabo la
rt1ptura de clase que seleccionará los elementos integrables'' 53) - .

'.>2Véase supra, cap. 2, "Captura y soberauía: ecouomía y auecouomía esta-


tales de la viole11cia".
:i3 MM, p. 472.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 238 J Pero lo esencial aquí, de nuevo (conforme a los análisis prece-


dentes sobre la "archiviolencia" de la soberanía), estriba e11 que
esa bipolarizació11 contradictoria de la política capitalista y de las
formas correlativas que adopta la violencia sobera11a vale para to-
das las combinaciones e11tre esos dos polos y los desplazamie11tos
que de uno a otro impone11 las relaciones de fuerzas entre clases
antagónicas' 4 • Guardemos estos elementos para cuando aborde-
tnos la cuestión de las minorías e11el próximo capítulo.

POLIMORFISMO, NEOIMPERIALISMO
Y COLONIZACION INTERIOR

La segunda polaridad esencial para determinar la pluralidad de


los modelos estatales de realizació11 que soporta la axiomática
capitalista tiene tina significació11 inmediatamente geopolítica:
"El centro ha visto cómo se le i1npo11ía u11asegu11da bipolaridad
Oeste-Este, entre los Estados capitalistas y los Estados socialis-
tas burocráticos. Pues bie11, aunque esta 11ueva distinción pueda
repetir ciertos rasgos de la precedente (al ser asimilados los Es-
tados llamados socialistas a Estados totalitarios), el proble1na se
pla11tea de otro modo. Las numerosas teorías de 'converge11cia',
que intentan demostrar una cierta homogeneizació11 de los Esta-
dos del Este y del Oeste, son poco co11vincentes. Ni siquiera el
isomorfis1no convie11e: l1ay heterotnorfía real, no sólo porque
el n1odo de producció11 no es capitalista, si110 porque la relación
de producción no es el Capital",,. Desde otro punto de vista, los
Estados del "socialismo real" cuya relació11 de producción domi-
na11te es la planificación y no la producción para el mercado ni
la valorizació11 del capital, constituyen sin embargo 1nodelos de

54 MM, p. 467; véase infra, cap. 7.


55 MM, pp. 468-469.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

realización de la axiomática del capital, en función de "la exis- [ 239 J


tencia de un solo y único mercado mu11dial exterior que sigue
sie11do aquí el factor decisivo, por encima incluso de las relacio-
nes de producción de las que deriva". Esto confirma el entrela-
zamiento, en u11a misma axiomática, de la potencia de engloba-
miento real con modos de englobamiento fo1·mal, de modo que
"el plan burocrático socialista [puede adoptar] como una función
parasitaria con relación al plan del capital, que pone de manifiesto
una creatividad mayor, del tipo 'virus'" 56 •
Si la l1eterogeneidad de las relaciones de producción "englo-
badas" en el mercado mundial define un heteromorfismo de
los modelos de realización, Deleuze y Guattari distinguen un
polimorfismo como correlato de una tercera bipolaridad de la
geografía del capital, que registra los datos de la dependencia y
el intercambio desigual y, particularmente, las transformaciones
de las formas diferenciales de explotació11 y apropiación de las
utilidades, a través de los movimientos de descolonización y las
nuevas for1nas de do1ninación poscolonial. Es decir, en efecto,
que "la diferenciación (dinámica) entre "centro'' y "pe1·iferia"
de la economía.-mu11do corresponde también a una distribución
geográfica, política y cultural de las estrategias de explotación"' 7•
En Capitalismo y esquizofrenia, ese polimorfismo de los Estados
del Tercer Mundo respecto de los Estados del capitalismo cen-
tral es presentada como un resultado del imperialismo colonial
y, a un tiem1)0, como "axioma de sustitución de la colonización"

56 MM,
, p. 469. ,
57 E. Balibar, "¿De la lucha de clases a la lucl1a sin clases?", en E. Balibar,
I. Wallerstein, Raza, Nación y Clase, Madrid, Iepala, 1991, p. 273
("Co11trariamente a las ilusiones del desarrollo, según las cuales las
desigualdades representan solamente un retraso destinado a reabsor-
berse poco a poco, la valorización del capital en la economía-m11ndo
implica que prácticamente todas las for111as de explotación históricas se
utilicen si111ultá11ea1ne11te[... ]").
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 240 J -o un conjunto variable de axiomas que Deleuze y Guattari


toman en gran parte de S. Amin: (a) la "distorsión hacia activi-
dades exportadoras (la extraversión)", que no resulta de ninguna
insuficiencia del mercado interior como pretenden las teorías
estándares del desarrollo, cuando aplican a las periferias una
problemática cuya pertinencia está, lo hemos visto, probada para
el "centro", sino de "la superioridad de las prodt1ctividades del
centro en todos los aspectos, que obliga a la periferia a refugiarse
en la función de proveedora de productos para los que dispone
de una ventaja natural" (materias primas, productos agrícolas y
mineros), y arruina las posibilidades de desarrollo de industrias
autocentradas 58; (b) una distorsión o una hipertrofia específica
del sector terciario, que ni la estructura de la demanda ni de las
productividades explican por sí solas, pero que resulta de los lí-
mites y contradicciones propios del desarrollo periférico: "la in-
dt1strialización insuficiente, el paro creciente, el reforzamiento
de la posición de la renta de la tierra" 59; (c) "la distorsión en fa-
vor de las ramas ligeras de la actividad [... ] acompañada del recur-
so a técnicas modernas de producción en esas ramas", efecto de
la especialización internacional de la producción; (d) la cadena
de "desarticulaciones" que se derivan de esta triple distorsión del
aparato productivo: el ajuste de la orientación de la producción
periférica conforme a las necesidades del centro, que impide la
trasmisión de los beneficios del progreso económico de los polos
de desarrollo hacia el conjunto del cuerpo económico; los efec-
tos de la dominación económica central sobre las estructuras del
comercio y en el crecimiento de la periferia, que depende de las

58 S. Amín, El desarrollo desigual, Barcelona, Fontanella, 1974, p. 209.


59 Idem. (mientras esta hipertrofia traduce en el centro del capital "las
dificultades de realización de la pltisvalía inherente al estadio mono-
polista avanzado", también constituye, en sí misma, "un freno a la acu-
mulación" en la periferia).
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

estructuras de financiación; las desigualdades extremas en la dis- [ 241 J


tribución de las productividades y de los ingresos 6º .
Estos axiomas perif érico s operan la integración a la com-
petencia capitalista del mercado mu11dial de los Estados pos-
coloniales, cuya subsunción no pasa ya por una sujeción direc-
tamente política, aun cuando siga asegurando, mal que bien, el
incremento relativo de la tasa de ganancia en el centro. El punto
de infle xión hacia estruct11ras de pode r neoimperialistas no se
sitúa sólo, ento11ces, en las transformaciones de las relaciones de
fuerzas políticas a cada lado de las independencias conquistadas,
si110 también e11los vuelcos tendenciales de las inversiones capi-
talistas y las captaciones unilaterales de las utilidades:

Pues sería un gran error creer que las exportaciones de la


periferia provienen a11te todo de sectores tradicionales o
de territorialidades arcaicas: por el contrario, provienen de
industrias y plantacio11es modernas, generadoras de fuerte
plusvalía, hasta el pu11to de que no son los países desarro-
llados los que proporcionan capitales a los países subdesa-
rrollados, sino al contrario 61•

En una gran parte del Tercer Mundo, la relación de pro-


ducción general puede ser el capital, e incluso en todo el
Tercer Mundo, en el sentido de que el sector socializado
puede utilizar esta relación, y en ese caso continuarla por
su cue11ta. Pero el modo de producción no es necesariamen-
te capitalista, no sólo en las llamadas formas arcaicas o de
transición, sino en los sectores más productivos y de alta
industrialización. Se trata, pues, de u11tercer caso, inclui-
do en la axiomática mundial: cuando el capital actúa como

60 Ide111.
61 AE, p. 239.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 242 J relación de producción, pero en modos de producción no


capitalistas 62•

Las tres tendencias, isomorfismo, heteromorfismo y polimorfis-


mo, indexadas a la geografía del capital heredada de los siglos XIX
y xx , parecen levantar una cartografía económico-política rela-
tivamente simple: Centro, Oeste-Este, Norte-Sur. Pero Deleuze
y Guattari identifican, asimismo, un cambio de sect1encia his-
tórica, que puede ser leído como una fusión relativa de esas tres
tendencias, tanto como una intrincación o tina inclz1sión de esos
espacios diferenciados de la economía-mundo -q ue hace vacilar
la terminología misma en que se enuncia: "centro" /"p eri fer ias ",
"pa1' ses d esarro 11ad os "/ "Tercer M un d o", etc.
(1) En primer lugar, en efecto, el isomorfismo, y sus tres
tendencias contradictorias entre adjunciones socialdemócratas
y sustracciones neoliberales-at1toritarias no conciernen sólo al
Centro, puesto que "en gran medida, hay isomorfía entre los
Estados Unidos y las tiranías más sanguinarias de América del
Sur (o bien entre Francia, Inglaterra, la RFA y ciertos Estados
africanos)" 63 •
(2) En segundo lugar, el eje Oeste-Este del afrontamiento
de los bloques y el eje Centro-Periferia del neoimperialismo es-
tán en muchos aspectos acoplados, uno sobre otro, no sólo en
cuanto a las jt1stificaciones que la st1perpotencia estadounidense

62 MM, p. 469. Deleuze y Guattari descalifican de antemano lo qt1e habrá


de convertirse en un credo neoliberal de la "Nueva Economía Interna-
cional" de P. I(rugman, que se esfuerza por justificar la desregulación
de los flujos de capital y financieros por una nueva división inter-
nacional del trabajo q11e encadenaría, en un círculo vicioso, el creci-
miento del Sur por los empleos no cualificados y el remplazo de los
empleos perdidos, con la desindustrializació11 en el Norte, por el desa-
rrollo de los empleos cualificados de la "economía del conocimiento"
y l"a econom1a .. os ,,.
'dl e os serv1c1
63 MM, p. 469.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

encuentra ya en el primero, ya en el segundo, para remodelar [ 243 J


su hegemonía, sino en las formas específicas que adopta allí la
máquina de guerra mundial analizada antes (cap. 4). De ahí el
interés que Deleuze y Guattari 1nuestran por la tesis desarro-
llada por los teóricos de la Defensa 11acional, desde comienzos
de 1970: "Cuanto más las cosas se equilibran en el centro, entre
el Oeste y el Este, empezando por el equilibrio del sobrearma-
mento, 1nás se desequilibran o 'desestabilizan' entre el Norte y
el Sur, y desestabiliza11 el equilibrio central" 6,f, tesis que había de
recobrar, para Deleuze, toda su actualidad con el relanzamien-
to reaganiano de la política de armamento y el affaire, en 1983,
de los misiles Persl1ing. Más ge11eralmente, el cuadro de la axio-
mática capitalista mundial registra, en 1980, una pluralidad de
tendencias cuyos desenlaces son todavía impredecibles, desde el
punto de vista de una eventual recon1posición del "orden mun-
dial" y u11apote11cia de guerra a través de la sustitución de "los
conflictos clásicos e11tre Estados del centro (y colonización peri-
férica)" por esas "dos grandes líneas conflictivas, entre el Oeste
y el Este, entre el Norte y el Sur, que coinciden y engloban al
co11junto [... ] No sólo el sobrearmamento del Oeste y del Este
deja subsistir enteramente la realidad de las guerras locales, y les
da una 11ueva fuerza y nuevos retos; no sólo funda la posibilidad
'apocalíptica' de un enfrenta1niento directo segú11 los dos gran-
des ejes; también se diría que la máquina de guerra adquiere un
sentido específico suplementario, industrial, político, judicial" 65.
U11 sentido sumamente sobredeterminado que fusiona, por lo
menos, tres series de factores:
- las dime11siones inéditas de la acumulación capitalista y de
la inversión en capital constante a escala mundial, tales que "la
depreciación del capital existente y la formación de un capital

64 MM, p. 471.
65 MM, p. 470.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 244 ] adquieran un nuevo ritmo y una amplitud que pasan necesaria-


mente por una máquina de guerra", materializada ahora en los
complejos militares-financieros, tecnológicos e industriales, en
continuidad unos con otros y directamente movilizados en las
"redistribuciones del mundo exigidas por la explotación de los
recursos marítimos y planetarios" 66;
- la amplitud de la descodificación de los flujos periféricos,
agravada por su integración forzada en la competencia del mer-
cado mundial, y que confiere un nuevo sentido a "la más vieja
fórmula que ya era válida para los imperios arcaicos, bajo otras
condiciones. Cuanto más sobrecodificaba los flujos el imperio
arcaico, más flt1jos descodificados suscitaba, que se volvían con-
tra él y lo obligaban a modificarse. En la actualidad, cuanto más
los flujos descodificados entran en una axiomática central, más
tienden a escaparse a la periferia, y a plantear problemas que la
axiomática es incapaz de resolver o de controlar'' -co mo no sea,
precisamente, por la movilización de una máquina de guerra
mundial proyectada con tanta mayor violencia cuanto qt1e sus
objetivos son menos localizables, a un tiempo masificados y mo-
lecularizados: flujos de materia-energía, flujo de población, flu-
jo alimentario y flujo urbano ("los cuatro flujos principales que
atormentan a los representantes de la economía-mundo o de la
axiomática") se manifiestan bajo formas anómicas de urbaniza-
ción salvaje, población diezmada por el hambre y las migraciones
forzadas, pero también bajo formas de resistencia o de respuesta,
más o menos organizadas, estatales o para-estatales, liberadoras
o nihilistas;
- en fin, una doble evolución potencial de la máquina de gue-
rra mundial, que Deleuze y Guattari expresan a menudo por la
correlación de una "macropolítica de la seguridad" y una "micro-
política de la inseguridad", o la combinación de una política de

66 Idem.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

terror a gran escala, que descubre su justificación en el ruante- [ 245 J


nimiento de la paz y el "orden del inundo", y una conversión
policivo-fascista, alimentada con el pánico de las identidades que
generan los desórdenes de la mundialización capitalista67• De ahí
las complejas imbricaciones que encontramos en el capítulo 4,
circulando entre la figura de un enemigo absolutizado, teologi-
zado, Mal o Anticristo, potencialmente transferible (de una lí-
nea de afrontamiento de "bloques" a una línea de afrontamiento
de "civilizaciones") 68, y la figura molecularizada, esencialmente
desplazable y reversible de un enemigo no calificado, conforme
a las exigencias de una axiomática: "un 'enemigo indeterminado',
interior o exterior (individuo, grupo, clase, pueblo, acontecí-
.
miento, mu11d o) [ ... ] " 6 9
(3) Ahora bie11, esas evoluciones, en tercer lugar, parecen
inseparables de u11a última intrincación de las polaridades dis-
puestas en el cuadro de la axiomática capitalista de la 13.ª meseta:
los "Estados del centro no sólo tienen que enfrentarse al Tercer
Mundo, no sólo tienen cada uno un tercer mu11do exterior, sino
que ta1nbién hay terceros mundos interiores que crecen en ellos
y actúan sobre ellos desde de11tro". Los análisis desarrollados por
los teóricos de la dependencia y el sistema-mundo capitalista se
encuentran, para Deleuze y Guattari, tan reforzados como re-
problematizados, desde el punto de vista de las geografías desi-
guales de las circulaciones de capital, las inversiones y utilida-
des, no menos que desde el punto de vista de los métodos de
explotación y acumulación, y de los regímenes de violencia que

67 MM, pp. 220-221, 471-472.


68 Véase G. Deleuze, "Nietzsche y San Pablo, Lawrence y Juan de
Patmos" (1978), en Crítica y clínica, op. cit.; y la serie de intervención
sobre Palestina: "Los obstáculos" (1978), en G. Deleuze, Dos regí111enes
de locos, op. cit., pp. 153-154, "Los indios de Palestina" (1982), ibíd., pp.
179-183, y "Las piedras" (1988), ibíd., pp. 299-300.
69 MM, p. 471.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 246 ] estos movilizan. Es o que Ba lib ar propuso no ha mucho como


"hi pó tes is co lon ial generalizada", apoyándose en el análisis de
Rosa Luxe1nburgo sobre el im pe ria lis mo , para sim etr iza r la com-
paración de Ma rx en tre "lo s métodos de ex ter mi nio de la coloni-
zación [que] han pe rm iti do ex ten de r la dominación de l capita-
lismo a las 'pe rif eri as' de su do mi nio de pa rti da y aquellos, acaso
tan vio len tos como los otros, qt1e han sido pu est os en marcha
para im po ne rlo en el 'ce ntr o' de la economía mu nd o" 7º, en 1980
se en cu en tra for mu lad o como sigue po r De leu ze y Guattari:

Diríase incluso que en ciertos aspectos la periferia y el


centro intercambian sus determinaciones: 11na determina-
ción del centro, un despegue del centro con relación a los
conjuntos territoriales y nacionales, hace que las formacio-
nes periféricas devengan verdaderos centros de i11versión,
mientras que las formaciones centrales se periferizan. [... ]
Cuanto más la axiomática social instala en la periferia una
alta industria y una agricultura altamente industrializada,
reservando provisionalmente para el centro las llamadas
actividades postindustriales (automatización, electrónica,
informática, conquista del espacio, sobrearman1ento ... ),
más instala también en el centro zonas periféricas de sub-
desarrollo, terceros mundos interiores, sures interiores.
"Masas" de la población entregadas a un trabajo precario

70 É. Balibar, Violence et civilité, op. cit., p. 135 sqq.: "( ... ] cuando el capi-
talismo ha terminado de conc1uistar, repartir y colonizar el mundo
geográfico (capitalismo 'planetario'), comienza a recolonizarlo o a co-
lonizar su propio 'centro' [... ]". Véase también É. Balibar, "lléflexions
sur la crise européenne en cours", URL: www.gauchemip.org/spip.
php?article13620 (sin paginación); y P. Sauvetre, "Minoriser l'Europe
pour sortir du postcolonialisme intérieur", en Lignes, n.º 34, février
2011, pp. 145-160, que retoma esa "hipótesis colonial generalizada" y
muestra su actualidad para el caso de los ROM en Europa, cruzando los
análisis de Balibar y Deleuze-Guattari.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

(subcontratación, trabajo interino o negro), y cuya subsis- [ 247 J


tencia oficial sólo es garantizada por prestaciones de Estado
y salarios precarios 71•

Pero ese proceso de periferización o de tercermundialización


interior tiene también por correlato --tras una secuencia l1istó-
rica en que las l11chas obreras impusieron una limitación de las
formas de sobrexplotación e11los países del capitalismo central y
una condición salarial relativa1nente integrada a los circuitos de
la acumulación ampliada, aun cuando los métodos más brutales
de sobrexplotación de la fuerza de trabajo y de acumulación ori-
ginaria fueran dese11cadenados sobre las periferias coloniales-·
una inflexión en la distribución geográfica de los circuitos de
acumulación ampliada y las técnicas de acumulación originaria,
y en la distribució11 correlativa de los dos polos de la violencia
estatal, l1asta el punto de hacer entrar en una zona de vecindad,
cuando no de indiscernibilidad, la cuestión del polimorfismo
de los Estados periféricos y la tendencia neoliberal autoritaria
a la sustracción de los axiomas del empleo y la territorialidad en
el "centro". Como si el neoliberalismo reinterpretara a su ma-
nera la lección de Luxemburgo: jamás el capital acabó su fase
de acumulación origi11aria, de proletarización, de destrucción de

71 MM, p. 472. Véase, ya e11 1972, AB, pp. 274-z75. Para un caso emble-
mático de períferización interior, véase el análisis de la sobreexplo-
tación de los trabajadores inmigra11tes en Europa, elaborado por E.
Terray e11términos de "deslocalización in situ", que tiene mucho de
gestió11 de la ilegalidad combi11ada, según convenga, con las rupturas
de clase operadas por los axiomas sociodemócratas: "Le travail des
étrangers en situatio11 irréguliere ou la délocalisation sur place", en
E. Terray et al., Sa11s-papiers : l'archais111e fatal, París, La Découverte,
1999, pp. 9-34. Retomando el análisis de Terray, A. Fran ois muestra
que la exposición de la axiomática co11testa, desde la 13.ª meseta, el
orde11 neoliberal que habrá de sistematizarse durante las dos décadas
siguientes ("Capitalisme et sans-papiers", en A. Piclcels et al., A la
lu111iere des sans-papiers, Brtiselas, Complexe, 2001, pp. 109-1z5).
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

:248] las relaciones de producción sociales no capitalistas y de sociali-


zación forzada de las relaciones del capital, de sumisión de las
lógicas socioantropológicas de las territorialidades colectivas a
las lógicas contradictorias de la movilidad y fijación de la fuerza
de trabajo. Simplemente, cuando el capital se pone a "colonizar
su propio centro", las técnicas de acumulación originaria no son
sólo un medio de prolongar la acumulación ampliada; proceden
éstas, por el contrario, a una vasta operación de depreciación del
capital existente y de desvalorización de las fuerzas productivas,
científico-técnicas y humanas. El neoliberalismo es, en realidad,
un arqueoliberalismo, adecuado al neoarcaísmo del capitalismo 72•
Un liberalismo que, para paliar las crisis de la acumulación, aca-
ba por tratar las sociedades capitalistas, sus poblaciones e ins-
tituciones, como si fueran sociedades precapitalistas. De al1í su
temporalidad especial y la impermeabilidad de su discurso a las
crisis que contribuye a precipitar, y que remiten a un capitalis-
mo siempre por venir, desembarazado al fin de sus "arcaísmos",
de su edad indefinidamente premoderna.

72 Sobre los diferentes mecanismos que las políticas neoliberales han


empleado para sostener, durante los últimos cuarenta años, el nuevo
ciclo de "acumulación por desposesión" tras la crisis de 1973, véase D.
Harvey, El nuevo imperialismo, op. cit., p. 118 sqq.
Capítulo 6
Devenir-mi no rita ri o, devenir-revolucionario

MACR OPOLÍ TICA Y MICROPOLÍTICA:


DIVISION EN LA ESTRATEGIA MINORITARIA

La importancia dada a las minorías en Capitalismo y esquizofre11ia


es a un tiempo supervisible y críptica. Acaso porque las formu-
laciones de Deleuze y Guattari pueden entrar ahora en resonan-
cia con un campo problemático que se ha vuelto relativamen-
te comú11 a idearios políticos muy diferentes, no sin conservar
u11aforma de exceso o radicalidad que torna esas formulaciones,
llevadas al límite o tomadas al pie de la letra, insostenibles. No
son, por ta11to, menos significativas bajo uno u otro aspecto: de
hecho, quizás han conservado todo su interés, gracias a la colu-
.,
s1on que operan.
Bajo el primer aspecto, es un hecho que la teoría guattaro-
deleuziana de las minorías se ubica en el punto de convergencia
de varias corrientes del pensamiento político contemporáneo. Ya
se apoyen en los análisis clásicos de Are11dt sobre las minorías
nacionales y apátridas; en la historiografía crítica de los subalter11
studies; en la analítica foucaultiana de las normas; en la cuestión,
retomada a partir de la teoría crítica, de las luchas por el reco-
nocimiento; cada corriente tiene su manera de problematizar el

[ 249]
, -
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 250 J estatuto de minoría como el eslabón débil que condensa las prin-
cipales tensiones que atraviesan los Estados-nación contempo-
ráneos, su institución de la ciudadanía y las luchas permanentes
por mantener sus derechos, sus mecanisrnos de regt1lación de los
conflictos sociales y de reprodt1cció11 de las desigualdades econó-
micas, culturales, sexuales y raciales. De este modo, se ha podido
observar, recientemente, que n1uchos de los trabajos actuales ha-
cíar1 de las luchas de minorías por la realización de condiciones
de igualdad y libertad civil y política uno de los lugares decisi-
vos, si no el lugar donde se juega la institución de la ciudadanía
como tal. "Portador típico de la reivindicación de derechos en
la cité, símbolo de su oscilación entre exclusión e inclt1siór1, en-
tre defensa de intereses adquiridos y universalidad potencial",
las minorías concentrarían "la dialéctica de inclusión y exclusión
en el 'juego' de la ciudadanía, y la posibilidad de concebirla no
tanto como un estatuto dado (del que tales o cuales 'actores' se
beneficiarían o no), sino más bien como la dinámica misma de
ese juego, el envite de las estrategias que éste induce a través del
espacio de la sociedad"'. Por un singular vuelco, en suma, las mi-
norías habrían venido a dar al sujeto mayor del espacio político
moderno, el Pueblo, su nuevo nombre y a constituir, "pueblo del
pueblo" o nueva "clase universal", el agente real de la "invención
de la democracia" como conquista infinita de la aeq11a libertas.
Una impulsión teórica serr1ejante, que tiende a identificar en
ciertas luchas de minoría (incluso en las luchas minoritarias indis-
tintamente, -at1nque el término "minoría" desprendido de su uso
propiamente "nacionalitario" se haya convertido en tln significan-
te flotante, el problema sería más bien, entonces, cómo compren-
der esa "flotación") el lugar de una subjetivación política no sólo

1 É. Balibar, "Droit au territoire", prefacio a Enrica Rigo, Europa di


conf'ine. Trasformazioni della cittadinanza nell'Unione allargata, Roma,
Melte1ni, 2007.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

específica, sino típica, a un tiempo original y esencial a las luchas [ 251 J


de democratización contemporáneas, no carece por supuesto de
una eficacidad reflexiva y crítica para el pensan1iento político,
en cuanto asocia sus conceptos a un horizonte de autonomía y
universalidad, cuya doble privación parece estar representada, en
toda su ambivalencia, por la noción de minoría: como minoría
opresiva de una mayoría sujeta a un poder heterónomo que la
separa de su propia exigencia de u11iversalidad supuesta o, in-
versamente, como estado particular bajo tutela, casi (deslizan-
do en11nciados lca11tianos l1acia sociologías de la normalización
social) como sujeción de una comunidad a s11propia particula-
ridad, a intereses particulares, a una identidad partic11lar, a un
lugar o función particular er1 la estructura social, a eso que De-
leuze y Guattari llama11, en su1na, una "minoría como subsiste-
ma'' -o Rar1ciere una "p::i.rte" e11el order1 de la "policía", que no
la separa me110s de una a11tonomía política tra11sportada por un.
ideal de unive rsalid ad-. De hecho, volvemos a encontrar aquí
las tensiones características de todo pensamiento de la política
como espacio de prácticas de emancipación y transformaciór1,
pero llevadas a una extremidad paradójica. Pues ahí donde la tra-
dición republicana había apre11dido a distinguir heteronomía y
a11tonomía, y a compre11der la emancipación (la salida del estado
de minoría) como el paso de una a otra en la forma unificadora
de un pueblo soberano; ahí también donde las tradiciones mar-
xistas y socialistas habían aprendido a. dialectizar la heteronon1ía
y la autonomía en 11nproceso de emancipación portado por una
clase universal y conquistado mediante la transformación de sus
condiciones heterónomas de existencia, la idea de un "sujeto po-
lítico menor" parece provocar su colisión, como si s11distancia se
anulara en un cortocircuito problemático, por no decir insoste
nible y, en consecuencia, sospechoso, con toda la razón, de recu-
brir bajo una forma teórica imposible, 11nvacío de s11jeto. A menos
que consideremos las cosas desde otro áng11lo, confiriendo a esa
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 252 J figura paradójica una sig11ificació11 sintomal, como huella de una


crisis histórico-conceptual -no menos que política - que abre
la situación actual sobre u11campo de interpretaciones múltiples
y conflictuales; en otras palabras, a menos que hagamos de ésta
un analizador de las aporías que agrava11, en la situación actual,
las crisis atravesadas histórica1nente por las figuras mayores de la
política de democratización, cuyas posiciones se vería encargada
de ocupar 1nejor o peor, si no i1nposiblemente.
Es desde ese punto de vista significativo el que esta cuestión
del sujeto de la política l1aya sido objeto de un intenso trabajo de
reproblematización a lo largo de las tres décadas de posguerra,
a tal pu11to que no pocas de sus for111ulaciones actuales pueden
entenderse, aun cuando varíe11 sus referentes discursivos, como
el efecto posterior de su irresolución o de sus impasses. No quiere
esto decir que la cuestión carezca de coordenadas actuales es-
pecíficas, pero sigue siendo solidaria de la coyuntura mundial
particularmente co1npleja a la cual se confrontaban esas inves-
tigaciones, bajo cuya depende11cia todavía hoy 110s enco11tra-
mos, aun si como herederos de un testamento encriptado que
ha vuelto tan equívoco el legado como las pérdidas. Pues en esa
coyuntura se anudaron, aliaron y afrontaron los paradigmas ma-
yores del sujeto político que han movilizado los grandes ciclos de
lucl1as colectivas de los dos últimos siglos: la figura republicana
del pueblo nacional, inseparable de sus movimie11tos contradic-
torios, emancipadores e imperialistas, democráticos y fascistas;
la figt1ra del proletariado, pero también de los colonizados; e11
fin, la emergencia de esas nuevas figuras de un sujeto político
esencialmente múltiple y problemático, los "grupos subalternos"
y las "minorías". Es también e11esta coyuntura donde se han re-
co1npuesto profundamente las formaciones discursivas marxistas
que polarizaba11 entonces los modos de e11unciación, represe11ta-
ció11 y problematizació11 de la crítica social y política, pero cuyo
éxito es paradójicamente indisociable de las múltiples here11cias
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

conflictuales, divididas y divisoras -pues son divisiones inter- [ 253 J


nas que permitieron desarrollar críticas marxistas del marxismo
durante casi un siglo- hasta ese punto de eclosión y disemina-
ción que complicaba a cada paso esa autorreferencialidad, fuera
o no disidente del marxismo'. En la agravación de la crisis del
movimiento obrero durante la Gran Guerra y la derrota fren-
te al fascismo de entreguerras, también se volvía insostenible la
identificación del sujeto de la política que el movimiento obrero
había creído poder garantizar en la figura de un proletariado re-
volucionario, constitttido en la dialéctica de los movimientos de
masa y los antagonismos de clase 3• En la obra común de Deleuze
y Gttattari, el conjunto de esta situación tan compleja como in-
decisa será condensado por la fórmula repetida casi compulsiva-
mente: "El pueblo falta" -sobre la cual ya habremos de volver.
Testimonio elocuente de esa herencia crítica, la teoría guatta-
ro-deleuziana de las minorías pone a distancia sus interpretacio-
nes melancólicas, no menos que sus condenaciones reaccionarias,
para ofrecer una formulación particularmente sobrecogedora,
mediante la unión de dos proposiciones simultáneas, tan excesiva
la una como la otra y, a pesar ele la proximidad aparente de sus
entt11ciados, antinómicas:
(1) Por un lado, la proposición de una tendencia fundamen-
tal de la situación actual: un "devenir-minoritario de todo el
mundo" que clecidiría nttevas formas de subjetivación política y
emancipación colectiva e, incluso, un "devenir-revolucionario de
la gente" generador de "las premisas de un movimiento mundial"

2 Véase los escritos de Althusser de finales de los años 1970 ("Enfin la


crise du marxisme !", "Le marxisme comme théorie 'finie'", etc.), y los
a11álisis de Cavazzini, Crise du marxisnze et critique de l'Etat. Le dernier
co1nbat d'Althusser, Reims, Le clou dans le Fer, 2009.
3 "No disponemos de la imagen de un proletariado al que le bastaría
con tomar conciencia" (G. Deleuze, "Co11trol y devenir" (1990), en
Conversaciones, op. cit.).
POLfTICA Y ESTADO E I DFLEUZE Y GlJATTARI

[ 2.54] cuyas composiciones "ya no [pasarían] por la economía capitalis-


ta ni por la form a-Est ado'' 4• Es sig11ifícativo encontrar esta for-
mulación al final de Diálogos, así con10 en el cuadro de la axiomá-
tica capitalista mundial de la 13.ª meseta que relanza, aunque in-
vertida, la cuestión de 1.111aclase u11iversal -"fig ura universal de
la conciencia polít ica"- e inscr ibe u11a 11egatividad en las prácti-
cas de pode r del capitalismo y sus agenciamientos socioestatales
de realización, cuyas crisis "líbera11" tendencialme11te u11a situa-
ción revolucionaría.

Lo que caracteriza nuestra situació11 actual está a la vez más


allá y tnás acá del Estado. El desarrollo del 1nercado 1nun-
dial, la potencia de las sociedades 1nulti11acio11ales, el esbozo
de u11aorganización "pla11etaria", la extensió11 del capitalis-
mo a todo el cuerpo social, forrnan, nzás allá de los Estados
. nacionales, 11na gra11 máquina abstracta que sobrecodifica
los flujos monetarios, industriales y tec11ológicos. [... ] Pero
la máquina abstracta, con sus disfuncio11amie11tos, no es más
i11falible que los Estados 11acio11ales, que 110 logran regu-
larlos en su propio territorio ni de un territorio a otro. El
Estado ya no dispone de medios políticos, institucio11ales
o fi11a11cieros que le per1nita11 l1acer frente a los co11tragol-
pes sociales de la máqui11a. [... ] Más acá del Estado aparecen
enor1nes fisuras [... ]. Así pues, no debe sorprendernos que
resurjan todo tipo de cuestio11es minoritarias, li11güísticas,
ét11icas, regio11ales, sexistas, j11venistas, 110 sólo a título de
arcaísmo, sino bajo formas revolucionarias actuales que
cuestiona11, de forma enterame11te inma11ente, la eco11omía
global de la n1áquina y los age11ciamie11tos de Estados 11a-
cionales. E11 lugar de apostar por la eterna imposibilidad
de la revol11ció11y por el retorno fascista de una máqui11a de

4 MM, p. 473.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

guerra en general, ¿por qué no pensar que 21nnuevo tipo de [ 255 J


revol11ción está devinie11do posible, y que todo tipo de máqui-
nas m11tantes, vivientes, l1acen guerras, se conjugan, y trazan
un plano de consistencia que mina el plano de organización
del M11ndo y ele los Estados? Porque, repitámoslo una vez
más, ni el mundo y sus Estados son dueños de su plan, ni
los revolucionarios están condenados a la deformación del
suyo. Todo se juega en la mayor incertidumbre, "cara a cara,
espalda a espalda, espalda a cara ... ". La cuestión del futuro
de la revolución es una mala cuestión, pues er1tanto que uno
se la plantea hay muchas personas que no devienen revolu-
cionarias. Está hecl1a precisamente para eso, para impedir la
cuestión del devenir-revolucionario de las perso11as, a todos
los niveles, en cualquier lugar 5•

Contra el coro de voces que en el espacio mediático propagaba


con empática complacencia el funesto balance de las revolucio-
nes pasadas, el concepto de devenir-revolz1cionario intenta poner
trabas a la instrumentalización bivalente del discurso histórico
frente a las luchas de emancipación. No hacer funcionar la. his-
toria como un discurso de autenticación o descalificación de los
problen1as prácticos, existenciales y políticos del compromiso re-
volucionario; no buscar los prestigios de las grandes seguridades
teleológicas ni los vértigos de las advertencias apocalípticas que
nimban la palabra misma de revolución con el espectro de los
"totalitarismos" (dos maneras de articular el discurso histórico
a una teología de la garantía); sustraerla, en suma, a esos inter-
minables trayectos entre legitimación y deslegitimación de las
luchas populares en nombre de tln "plan de desarrollo" qt1e pre-
figuraría sus destinos en la trama de la historia: verdad es que
impone distinguir de la historia los "devenires-revolucionarios"

G. Deleuze, C. Parnet, Diálogos, Valencia, Pre-textos, 1980, pp. 166-167.


,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 256] de la gente, devenires que pueden afectar la subjetividad colec-


tiva con cortes in1previsibles, siempre singulares en su forma de
surgir, a veces conectables y ge11eralizables en sus efectos, pero
nu11ca reductibles a las linealidades históricas que permitirían
inscribirlos en un discurso u11ívoco de poder o contrapoder, Un
gesto ciertame11te encaminado, tambié11, co11forme a la "estrate-
gia minoritaria" que Deleuze y Guattari problematizan desde los
años 197,-1977, a tomar a contrapelo el problema de las nornzas
de histo1·ización que las ideologías dominantes ( de la burguesía
contra el proletariado, de las hegen1011ías 11acio11ales contra las
minorías, de las naciones in1perialistas co11tra los "pueblos sin
l1istoria" de las colonias) no l1an dejado de imponer sobre aque-
llo que podría ser o 110 admitido, reconocido o, simplemente,
significado y percibido como acción "histórica". A11tes que una
cuestión sólo discursiva e ideológica, la disyunción deve11ir /his-
toria se indexa, e11fin, con10 lo muestra la anterior citación, y de
manera cada vez más nítida hasta Mil 1nesetas, sobre una efectivi-
dad social y política marcada por un relativo descentramiento de
las luchas sociales respecto del eje estatal-11acional co1110princi-
pio orga11izador de la representación histórica en ge11eral. En ese
1nomento, precisamente, el concepto de devenir vendrá a conec-
tarse con la cuestión de las minorías iniciada en el estudio sobre
l(afl<a, y dará lugar a esa hibridación conceptual del "devenir-
menor" que parece invertir la fórmula clásica de la emancipación
para redefinir, a cambio, sus envites.
Pero -y es el 11ervio del problema a partir del cual podrían
segui1·se las divergencias de su recepción desde los años 1990-
ese momento es simultáneo de otro que atestigua esa misma
citación cuando, desarrollando su a11álisis de la axiomática del
"capitalismo mundial integrado", Deleuze y Guattari se perca-
tan de que ese descentramiento no es sola ni prioritariamente el
efecto de esas nuevas formas de lucl1a, sino que se opera a favor
de la expa11sión de nuevas potencias de acumulación capitalista
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

que aprovechan y a un tiempo corrompen los mecanismos de [ 257 ]


intervención social y económica de los Estados. De ahí, como
tendremos ocasión de verlo, la pluralidad de las líneas de frente
que distingue su problematización de las luchas minoritarias y, al
mismo tiempo, una posición bivalente frente al Estado que oscila
entre radicalidad de las fórmulas ("abolir la forma-Estado") y
un discernimiento matizado de las razones y maneras de afron-
tarlo ("no quiere esto decir qt1e la lucha a nivel de los axiomas
no tenga importancia, al contrario, es determinante ... "). Y esta
oscilación no poclría ser más problemática, si se tiene en cuenta
que la distinción entre devenir-revolucionario e historia de la
revolución interioriza inevitablemente una división interna de
la idea misma de revolución: entre la revolución como concepto
histórico y la revolució11 como Idea práctica. Sería de esperar que
esta distinción reclamara por su cuenta una nueva. comprensión
de su articulación (como había propuesto, a su manera, el con-
cepto marxista-leninista de "coyuntura-revolucionaria" 6) . Pero
las formulaciones de Deleuze y Guattari al respecto vuelven a
oscilar entre posiciones inestables: ya endureciendo la l1eteroge-
neidad de los dos polos, a riesgo de desconocer que los deveni-
res-revolucionarios animan todavía una política 7, ya dialectizán-
dolos y haciendo de su "recaída" en la espesura histórica de las
sociedades el reto de una "micropolítica" que no puede diferir
indefinidamente la cuestión de sus t1mbrales de eficacidad histó-
rica o macropolítica 8•
(2) De ninguna manera se han resuelto esas dificultades, más
bien se ha producido un cortocircuito con la segunda formulación

6 G. Sibertin-Blanc, "D'une conjoncture l'autre : Guattari et Deleuze


...
apres-coup , cit.
)) .

7 MM, p. 295: "La l1istoria sólo la l1ace11 los q11ese opone11 a ella (y no
los que se integran en ella, o incluso la modifican) [... ]. Todo vuelve
siempre a la Historia, pero nunca ha surgido de ella".
8 Véase G. Deleuze, F. Guattari, ¿QE,é es la filosofía?, op. cit., pp. 113-114.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

•258] del devenir-mi11oritario que, lejos de proyectar las minorías a la


vanguardia de u11a 11ueva clase universal, recubre el primer enun-
ciado con otro no sólo muy diferente por su estilo, sino que tie11e
la virtud de i11vertir radicalmente el se11tido. Tomemos la matriz
teórica introducida por Deleuze en u11breve texto de 1978, "Filo-
sofía y minoría", reelaborado después co11 Guattari e11las mesetas
4, 10 y 13: formaliza ésta u11 sistema de dominación que descansa
sobre la distinció11 mayoría/minoría, contemplada desde el pu11to
de vista de u11a semiología de las asig11acio11es identitarias, es de-
cir, de las operaciones lógicas y semióticas mediante las cuales un
conjunto nortnativo rige la inscripció11 desigual de las prácticas y
multiplicidades sociales en "subco11ju11tos" (minorías), a u11tiem-
po regíme11es de enunciación y posiciones subjetivas e11los que se
individualizan los grupos y perso11as, se articulan sus intereses y
reivindicacio11es, se regula11 sus perte11encias e ide11tificaciones.

Mayoría implica t111aconstante de expresió11 o co11tenido,


como un patrón res¡)ecto del cu.al se evalúa. Supongamos
que la consta11te o el patrón sea Hombre-blanco-macho-
adulto-habitante de las ciudades-que habla u11a le11gua
estándar-europeo-heterosexual cualquiera (el Ulises de
Joyce o de Ezra Pou11d). Es evide11te que el "hombre" po-
see la 1nayoría, i11cluso si es menos numeroso que los mos-
quitos, los 11iños, las mujeres, los 11egros, los campesi11os,
los homosexuales ... , etc. Es que aparece dos veces, una vez
en la constante, una vez en la variable de do11de se extrae
la constante. La mayoría supone un estado de poder y do-
minación, 110lo co11trario. Supo11e el patró11, no lo contra-
rio [... ]. Otra determinació11 diferente de la constante será
entonces co11siderada como minoritaria, por naturaleza y
cualquiera que sea su 11úmero, es decir, con10 un subsiste-
ma o como fuera de sistema. [... ] Pero, en ese pu11to, todo
se invierte. Pues la mayoría, e11cua11to está analíticamente
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

comprendida en el patrón abstracto, 110es nadie nunca, es [ 259]


Nadie siempre -Ulises-, mientras que la minoría es el
devenir de todo el mundo, su devenir potencial por c11anto
se desvía clel modelo. Hay un "hecho" mayoritario, pero
es el hecho analítico de Nadie, q11e se opone al devenir-
minoritario de todo el mundo. Por eso hay q11edistinguir:
lo mayoritario como sistema homogéneo y constante, las
minorías como s11bsistemas, y lo minoritario como devenir
potencial y creado, creativo 9•

A su manera, esta segunda form11lació11 se apoya, también, en


un cierto análisis de coyuntura: invirtiendo la represe11tación
social-liberal de una gubernamentalidad a punto de reorganizar
su consenso alrededor de una "democracia liberal" que, combi-
nando apología de las virtudes "libertógenas" del crecin1ie11to y
el mercado, moral derecho-humanista y elogios de la libertad de
opinión libreme11te manip11lada por los nzass media integrados al
mercado'º, sintetiza las operaciones en virt11d de las c11ales una
"mayoría'', como referencial aparente o destinatario procla1na-
do de 11na política, s11pone una relación de dominación a la que
permite de vuelta organizarse como dominación hegenzónica. Pero
se trata, simultáneamente, de mostrar cómo 11na l1egemonía se-
mejante se reproduce en 11na estructura circular de donde resul-
ta, necesariame11te, un agencia1nie11to de minorización. Por u11
lado, ese referencial mayoritario posee, en verdad, un co11tenido

9 MM, pp. 107-108, que retoma, retoca11do los térmi11os, la versión de


"Philosopl1ie et minorité", en Critique, n.º 369, fév. 1978, pp. 154-155.
Véase también MM, pp. 291-292, 473; y G. Deleuze, "Un manifiesto
menos", e11Superposiciones, C. Bene, G. Deleuze, Buenos Aires, Artes
del Sur, 2003, pp. 83-86.
10 De esto, Deleuze y Guattari componen, una década más tarde, el retrato
amargo: ¿Qgé es la filosofía?, op. cit., pp. 106-108; y sobre la funció11 de
la opinión pública en la constrL1cciónde una mayoría de co11senso,pp.
146-148.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 260 J construido por la l1egemonización de co11te11idos particulares


que corresponden a un estado de do1ni11ació11 dado (según el
léxico que Deleuze toma aquí prestado: ciertas variables inde-
pendientes son extraídas y elevadas al rango de constantes); pero
en esos contenidos se subjetiva11 tanto aquellos que son identi-
ficados (y se identifica11) en la mayoría como aquellos que no
lo son 11ipueden serlo pero que (precisame11te porque no lo son 11i
pueden serlo) pueden identificarse por sí mismos en una positivi-
dad distintiva que es el reverso de una ide11tidad privativa. Por
eso la doble inscripción de la consta11te (en la mayoría cuya nor-
ma define; e11la minoría, cuya variable define privativamente'')
puede leerse en los dos sentidos: como un efecto de la relación
de domi11ación, que se expresa e11el carácter siempre tautológico
de los criterios de lo 1nayoritario 12; pero también como el 1nedio
o el "lenguaje" e11 que los dominado(a)s pueden formular sus
reivindicaciones, incluso (como deja entrever u11 ejemplo de lo
mayoritario: "el obrero 11acional, cualificado, de más de treinta y
ci11co años" 13) , el medio por el cual los domi11antes construye11,
parcialmente, al me11os, su l1egemo11ía en el le11guaje e ide11tifi-
caciones de los dominados.
Pero aquello que hace la plasticidad de ese dispositivo es tam-
bién aquello que lo expone a todos los desequilibrios, cuando se
en1puja su lógica al extremo. Para empezar, el hecho de que la
mayoría, conjunto de referencia por el cual, en nombre del cual
o en pos del cual se dirige11 ciertas políticas, no deje de definir en
sí misma un universal vacío, procede a la vez de un paso al límite
lógico y de una tecnología política concreta. El paso al límite se
ilustra en la serie retornada a menudo por Deleuze y Guattari:
honibre-blanco-nzacho-adulto-asalariado- ''razo11able"-habita11te de las

11 MM, p. 292.
12 MM, p. 474.
13 MM, p. 473.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

ciudades-que habla una lengua estándar-ettropeo-heterosexual... -la [ 261 J


lista puede ser virtualmente prolongada hasta estar seguros de
que en un punto ya nadie pueda co11formársele del todo-. Esto
abre el problema de las instrumentalizaciones fluctuantes de los
criterios de discriminación enfocados en función de las coyun-
tt1ras y objetivos políticos, al mismo tiempo que el problema de
la "intersección" de algunos de estos criterios entre sí, y de una
fusión de las diferentes relaciones de dominación correspon-
dientes. En el nivel más general, el hecho de que la mayoría de-
fina un universal vacío expresa cómo las normas fijadas en tanto
que constantes mayoritarias se dictan menos para que la gente se
les conforme que para cuantificar a todos los que no se les con-
forman, así como para identificar y categorizar diferencialmente
los desvíos entre sí (y no simplemente entre estos y la identidad
supuesta fijada en el enunciado normativo). Según una lección
foucaultiana, los enunciados normativos no reclaman simple-
mente una identificación o una conformación ("normaliza-
ción"); permiten registrar las distintas maneras de comportarse
en relación con esa interpelación supuesta (y que uno descubre
después, de golpe 14) ; no volver idéntico lo diferente, sino más
bien identificarlo; medir y fijar la "desviación" en un espacio de
repartición de lo desigual reprodt1cible, y hacer de su "rectifica-
ción" pretendida un medio de reproducción de nuevas impt1ta-
ciones de no conformidad, desviación o inadaptación. Si, en se-
mejante operación de exclusión inclt1siva, la mayoría es el hecho
analítico de Nadie, la minoría, constituida como "estado" por
esa misma operación, es el l1echo sintético de algi1nos, cualqt1iera
que sea su 11úmero, reunidos en subsistema, al1ora contables o
cuantificables por las normas dominantes. En adelante, muchas
dialécticas entre lo universal y lo partict1lar podrán anudarse en

14 El Anti Edipo llamaba "paralogismo de desplazamiento" esa operación


(AB, pp. 135-137).
,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 262] ese dispositivo -inclu so l1asta crear algu11os "fuera-de-sisten1a",


justamente porque se les repele a las fro11teras de los estados so-
ciales constituidos, reco11ocidos, verdaderos lugartenientes de la
n1ayoría o únicos que pueden represe11tar legítimamente su u11i-
versalidad vacía y prestarle su nombre 15•
Pero, justa1nente (y la brecl1a entre esta segunda exposición
del devenir-minoritario y la primera aquí se agranda), la idea de
1-1ndevenir-menor o de un "minoritario como potencial creativo
y creado" 11ace valer que ese agenciamie11to de poder no puede
tender a su clausura sin que l1aya procesos que se le escapen, lo
desestabilicen desde adentro, y lo desestabilicen tanto más cua11-
to que busca clausurarse. Pues, en primer lugar, esos procesos
minoritarios 110 se definen simplemente por desviaciones, sino
por el carácter no codificado o no regulado de los intervalos que
i11troducen e11las posicio11es distributivas o diferenciales, hacien-
do por la fuerza sitio a un elemento no categorizable, no dis-
tribuible, que perturba las oposiciones binarias. De este 1nodo,
dichos procesos forma11 un obstáculo que impide a la represe11-
tación objetiva cerrarse sobre sí misma, o al sistema social coin-
cidir co11 la estructura de las relacio11es de oposición que hacen
de ésta u11 sistema de posiciones distintivas 16• Existen todavía
entre las "posicio11es" procesos subjetivos transposicio11ales plena-
me11te vivibles y maleables. Ent1·e los "estados" identitarios, aún
l1ay deve11ires objetivos positivamente pensables y practicables.
Lo esencial reside entonces en la eficacia específica de esos
procesos minoritarios "trans-identificatorios" que fragilizan i11te-

15 Véase, e11 ese sentido, la rei11terpretación de los "sin parte" ra11cie-


rea11os propuesta por E. Laclau, e11el cuadro ( que tra11sforn1a, cua11do
no i11vierte la significació11 política) de una "lógica hege1nónica": La
razón [iopulista, México, FEC, 2006; y la lectura sugestiva de Laclau por
Zizelc, El espinoso sujeto, Buenos Aires, Paidós, 2001, pp. 185-193.
16 Acerca ele las "1naqui11as bi11arias", Véase F. Guattari, L'incoscient niachi-
níque, op. cit., especialn1e11te p. 84 sqq.; MM, 7.ª, 9.ª y 10.ª mesetas.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

riorme11te toda construcción hegemónica o mayoritaria. Se com- [ 263 ]


prende que la cuestión de la lengua, desde l(a fka hasta la meseta
"Postulados de la lingüística", hay a constituido un terreno privi-
legiado de elaboració11 del deve11ir-menor respecto, por supuesto,
a la construcción de u11aunidad lingüística en las luchas de inde-
pendencia de las minorías nacionales y, más profundamente, a la
lengua, en cuanto constituye la hegemonía de base, sostiene todas
las otras y, mucho más que un instrumento privilegiado, forma
incluso el elemento material de la hegemonía. Ahora bien: es ya
en ese elemento do11de Deleuze y Guattari analizan la inestabili-
dad irreductible de toda construcción hegemónica 17• De ahí el en-
vite político de sus reflexiones sobre el bilingüismo, los juegos de
code switching inherentes a las prácticas lingüísticas y, finalmente,
la tesis de un multilingüismo inmanente a toda lengua: la decons-
trucción de la unidad epistemológica del objeto "la lengua", ade-
lantada por Guattari desde L'i11co11scient machinique y retomada el
año siguiente en la 4.ª meseta, nos lleva de regreso a concluir que
la unidad lingüística siempre es for zad a por operaciones de po-
der que aplastan imposiblemente los agenciamientos colectivos de
e11u11ciación sobre un sistema de expresión homogéneo 18• "¿Cuán-
tos viven hoy en una lengua que 110es la suya!' ¿Cuánta gente ya
no sabe ni siquiera su lengua o todavía no la conoce y conoce mal
la lengua que está obligada a usar!' Problema de los inmigrantes

17 Sobre la poliglotía interna del alemán de I(aflca, sus dimensiones terri-


toriales, políticas e i11cluso geopolíticas, y sus características semánticas
y sintácticas, véase G. Deleuze, F. Guattari, l(afka. Por una literatura
menor, México, Era, 197 8, pp. 3 9 - 4 4 ; y MM, p. 1 0 4 sqq.
18 A propósito de estas cuestiones, J.-J. Lecercle, Une philosophie marxiste
du langage, París, PUF, 2 0 0 4 ; A. Janvier et J. Pieron, "'Postulados de
la lingüística' y política de la lengua: Benveniste, Lavob, Ducrot",
Dissensus, n.0 3, fév. 2 0 1 0 , pp. 1 3 8 - 1 6 3 ; y G. Sibertin-Blanc, "Politique
du style et minoration : de la sociolinguistique a la pragmatique de
l'expression", e11 A. Jdey (dir.), Les Styles de Deleuze, Bruselas, Les
Impressions Nouvelles, 2 0 1 1 .
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 264 J y sobre todo de sus hijos. Problema de las minorías. Problema de


una literatura menor, pero también para todos nosotros: ¿cómo
arrancar de nuestra propia lengua una literatura menor, capaz de
minar el lenguaje y de hacerlo huir por una línea revolucionaria
sobriar'' 19 Los devenires-minoritarios trabajan simultáneamente
contra el universal vacío de la norma hegemónica y contra la par-
ticularización inclusiva-excluyente de la minoría como subsiste-
ma. Al menos pueden ganar esta doble eficacidad si agenciamien-
tos determinados acaban por operar su apropiación práctica. Así
son las "máquinas de expresión" menores que, a ejemplo de las
lcaflcianas sobre el plano de la enunciación literaria, ocupan una
posición de minoría que debilita desde el interior las constantes
normativas de la mayoría, pero que arrastran a esa misma minoría,
simultáneamente, en una transformación que la sustrae a su estado
de subsistema -que no suprime su "desviación" pero la disipa, la
vuelve ilocalizable, es decir, inconmensurable con la regla mayor
que mide las diferencias y asigna las identidades desiguales 2º .
A partir de entonces, en segundo lugar, esos procesos qt1e
no se pueden particularizar ni t1niversalizar no caen en una
dialéctica entre universal de la comunidad y particularidad dis-
tributiva de sus partes o posiciones. Están mejor emparentados
con un "heterogéneo" batailleano, y aún más con los "simulacros"
lclossowslcianos que inspiraron a Deleuze en 1967 y 1968 una
reinterpretación del punto crítico do11de tropieza, en Platón, la
prueba de selección de los pretendientes (aquí, pretendientes al
"nombre del pueblo"). Ese heterogéneo, sin embargo, es con-
cebido menos como resto o brecha en un horizonte de totaliza-
ción que como una lógica de "disyunción inclusiva" que inflige
un trastorno esencial a toda relación binarizada sujeto mayor/

19 G. Deleuze, F. Guattari, J(afka. Por una literatura menor, op. cit., p. 33.
20 Véase el prefacio de Deleuze a L'Apres-Midi des Faunes de Guy Hoc-
quenghem: La isla desierta y otros textos, op. cit., pp. 359-363.
GU!LLAUME SIBERTIN-BLANC

sujetos menores. Tampoco cae positivamente en la construcción [ 265]


de una conflictividad antagónica o de una mayoría contrahe-
gemónica, 110porque sería exterior, sino porque desplaza en su
seno las alianzas o composiciones, y esto por la manera como
. las identificaciones asignadas-reconocidas, mayorizadas o mino-
rizadas, son afectadas por un otro que no pueden discriminar sin
incluir 21• No sólo devenir-otro, sino, aún más, devenir-el-otro 22
..
,

como lo han 1nostrado, según dos perspectivas diferentes, E. Ba-


.

libar y Eduardo Viveiros de Castro, en una torsión que anuncia


ya la "heterología" ranciereana de la subjetividad política, de una
deside11tificación y una ide11tificación imposible, una en otra ("la cau-
sa del otro") 23 • De ahí la idea de que la eficacidad crítica de esos
procesos trabaja contra el universal vacío de la norma hegemó-
nica y, simultáneamente, contra la particularización excluyente-
inclusiva de una minoría como subsistema. El devenir-menor es
un proceso que afecta fundamentalmente al sujeto "mayor'', pero
ya no como en la primera formulación, bajo el efecto de las des-
codificaciones capitalistas ni de las adjunciones y sustracciones

21 "Cualquier cosa puede servir, pero el asunto se revela político.


Devenir-minoritario es un asunto político y recurre a un trabajo de
potencia, a u11a micropolítica activa. Justo lo contrario de la macropo-
lítica, e i11cluso de la Historia, donde más bien se trata de saber cómo
se va a conqu
• istar o a obte11er u11a mayoría" (MM, p. 292) .
22 Véase E. Balibar, Violencia y civilidad, op. cit., 3.ª Conferencia; y E.
Viveiros de Castro, Metafísicas caníbales, op. cit.
23 Véase J. Ranciere, El desacuerdo, Buenos Aires, Nueva Visión, 1996, pp.
79-81; y sobre todo "La causa del otro", e11Política, policía, democracia,
Santiago de Chile, LOM, 2006, pp. 27-39. Cf. la reconstrucción del
"problema de la expresión" de l(aflca, a partir de las diferentes impo-
sibilidades lingüísticas ( que son a un tiempo puntos de identificación
subjetiva y políticamente insostenibles) que determinan la fuga crea-
tiva del proceso literario, tanto estilística como políticamente, ver:
G. Deleuze, F. Guattari, J(afka. Por una literatura 1nenor, op. cit., pp.
28-33; La i1nagen-tie111po. Estudios sobre cine 2, tr. esp. l. Agoff, Barce-
lo11a, Paidós, 1987, cap. 8, s. 3; y G. Sibertin-Blanc, "Politique du style
et minoration chez Deleuze", op. cit., pp. 193-198.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 266 J de axiomas socioestatales que regulan sus "desregulaciones", sino


en la medida en que las minorias acaban tambien por entrar en
devenires-menores que afectan sus propias "variables".

Uno se reterritorializa, o se deja reterritorializar en una mi-


norfa como estado; pero uno se desterritorializa en un deve-
nir. Incluso los negros, decfan los Black Panthers, tienen que
devenir-negro. lncluso las mujeres tienen que devenir-mu-
jer. Incluso los judfos tienen que devenir-judfo (por supues-
to, no basta con un estado). Pero si esto es asf, el devenir-
judfo afecta necesariamente tanto al judfo con10 al no judfo
[... ], etc. El devenir-mujer afecta necesariamente tanto a los
·. hombres coma a las mujeres [... ]' 4 [cursivas en el original].

No que las mujeres, los judios, los negros, .. tengan que devenir
"lo que ellos / ellas son", todo lo contrario: el problema de una
"micropolitica" es crear muchos puntos de alteridad incluidos
en el sujeto y ct1ya asunci6n bajo el modo st1i-referencial (noso-
tros en tanto que mujeres, judios, homosexuales) es, no obstante,
imposible; o sea, construir tantas series de puntos de vista (ne-
cesariamen te singulares, pero no "individuales) que no puedan
ser ocupados sin que el sujeto que se ensefiorea de ellos y los
deshace no transfiera y no desplace las construcciones identi-
tarias en las que esta, sin embargo, determinado a reconocerse
(esa "extrafiificaci6n", esa distanciaci6n o disyunci6n interna,
que Deleuze llamara mas tarde una "fabt1laci6n" de identidades
o, refiriendose a l(lossowslci, su sim11laci6n).
Al pasar de una formulaci6n del devenir-minoritario a otra,
sin forzar una tematizaci6n unitaria -e nt re el devenir-mino-
ritario como tendencia impuesta por la configuraci6n actual de

24 MM, p. 291 .
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

la axiomatica capitalista y sus Estados, y el devenir-minoritario [ 267 ]


coma potencial creado y creativo de "desl1ege1nonizaci6n" o, aun,
entre lo minoritario p,·oducido par la macropolitica y lo minori-
tario convocado par la micropoliti ca-, Deleuze y Guattari buscan
evitar, manifiestamente, u11 esquema de la negatividad y de la
11egaci6n de la negaci6n, es decir, una teleologia de la co11versi6n
que se supone invierta la destructividad capitalista en creativi-
dad politica, la explotaci6n y la opresi6n en fuerzas de liberaci6n
o, au11, la minorizaci611 coma agenciamiento de poder y tecnica
de sujeci6n en devenir-menor, coma desidentificaci6n al orden
dominante y repolitizaci6n de una subjetividad antag6nica en
potencia. Deleuze y Guattari no dejaran, sin embargo, de super-
poner las dos cartas conceptuales. Cuando distinguen u11a mayo-
ria definida par axio1nas dominantes, minorias segregadas coma
subsistemas desigualmente "i11tegrados" a un reconocimiento
i11stitucional, estat11tario o juridico, y minorias rechazadas "fuera
de sistema (segun el caso)", resulta claro que esa distribuci6n es
co11gruente co11la disti11ci6n que t:ombina y divide las tendencias
socialdem6crata y 11eoliberal-autoritaria de las politicas capita-
listas, e11tre axiomas que tratan las flujos dominantes, proposi-
ciones derivadas que emanan de las axiomas, flujos rechazados
o dejados en "estado salvaje''. Tanto, que las terminos "de sabra" o
"de 1nenos" -producido s coma excesos (flujos descodificados,
desregulados o "desaxiomatizados" y abandonados a la violencia
represiva de Estado) o activa1nente recortados, autosustraidos a
la organizaci6n hegem6nica y el juego desigual de la exclusi611
inclusiva (procesos de "deve11ir-1nenor" coma interrupci6n de
las asignaciones identitarias)-- parecen, a despecho ( o a causar)
de su valencia inversa, otra vez articulados en un esquema de ne-
gaci6n y relevo. Sea, par ejemplo, la ostensible ambigiiedad en las
formulaciones finales de la 13.a meseta, cuando un ultin10 rasgo
de la analogia con las axiomaticas 16gicas extrae un problema de
"proposiciones indecidibles" que la axiomatica engendra, pero no
,
POLJTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 268 J puede trata r . Se encadenan alli, en efecto, aunque de una fo r-


ma todavia mucho mas indecidible que callan los autores, la mas
g r ande exposicion a la violencia conjunta de la destructiv i dad
cap i talista, la represion estatal, sin duda los odios "mayoritarios"
que a menudo le sirven de justificacion y las lineas de resistencia
en que los poderes dominantes ceden la iniciativa a una "p ot en -
ci a" de respuesta y hifurcacion capaz de destrozarlos:

La situaci6n parece inextricable, puesto que la axiomatica


no cesa de crear el conjunto de esos problemas, al mismo
tiempo que sus axiomas, incl11so multiplicados, le privan de
los medias para resolverlos (por ejemplo la circulaci6n y la
·distribuci6n que harfan posible la alimentaci6n del mundo ).
Incluso una socialdemocracia adaptada al Tercer Mundo no
se propane realmente integrar toda una poblaci6n miserable
a un mercado interior, sino mas bien llevar a cabo la ruptu-
ra de clase que seleccionara los elementos integrables. Y los
Estados del centro no solo tienen que enfrentarse al Tercer
Mundo, no solo tienen cada uno un tercer m11ndoexterior,
sino que hay terceros mundos interiores que crecen en ellos
y actuan sabre ellos desde dentro. [... ] [Aqui, de nuevo] la
tendencia totalitaria a abandonar los axiomas del empleo, y
la tendencia socialdem6crata a multiplicar los estatus, pue-
den combinarse, pero para efectuar siempre las rupturas de
clase. Razon de mas para que se acentue la oposici6n entre la
axiomatica y los flujos que ella no logra dominar" 5.
2

Lo que define, pues, una minorfa no es el numero, sino las


. relaciones internas al numero. Una minoria puede ser nu-
merosa o incluso infinita; e igual ocurre con una mayoria.
Lo que las disting11e es que la relaci6n i11terna al numero

25 MM, pp. 471-472.


GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

constituye e11el caso de una mayorfa un conjunto, finito o [ 269]


infinito, pero siempre numerable, mientras que la minorfa
se define como conjunto no numerable, cualquiera que sea
el nu1nero de sus elementos. [... ] Pues bien, la axiomatica
solo ma11ejaconjuntos numerables incluso infinitos, mien-
tras que las n1i11orfas constituyen esos conjuntos "difusos"
no numerables, no axiomatizables [... ] Lo propio de la mi-
norfa es ejercer la potencia de lo no-numerable, e incluso
cua11doesta compuesta de u11solo 1niembro. Es la formula
de las multiplicidades 26•

Cuando repercuta directamente sobre el problema practico-po-


1£tico de las luchas contra la axiomatica capitalista mundial y sus
diferentes modelos socioestatales de realizaci6n, el conjunto de
esas dificultades sera esclarecido por la lectura sintomal evocada
mas arriba. En particular, esta lectura permitira probar la hip6-
tesis segu11 la cual, a traves de una serie de retomas e inversiones,
el concepto guattaro-deleuziano de mi1zor{as vendrfa a ocupar el
sitio del concepto marxista de p1·oletariado revolucio1zario, inte-
riorizando, e11un solo movimiento, algunos de sus presupuestos
y nodos problematicos. Es, pues, una formulaci6n, posible entre
otras, de la dificultad cada vez mas obvia para mantener, en esta
coyuntura, la identificaci6n del sujeto de la emancipaci611 que
el marxismo crey6 poder garantizar y, al mismo tiempo, la difi-
cultad para pensar en el vacfo de su retirada. Pero, ademas, la
encuentro util para aclarar la divergencia de las interpretaciones
ulteriores de Deleuze y Guattari, cuya oscilaci6n aparece mas
alla de su obra, entre las representaciones de un sujeto disemi-
nado, ecl£ptico, ilocalizable, en ultimas (la instancia an6nima
de los "sin parte" de Ranciere ofrece una brillante ilustraci6n),
y las representaciones de un nuevo sujeto universal (la figura

2 6 MM, pp. 473-474.


POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 270 ] de la "multitud" forjada par Ne gri y Hardt constituye, par su


fuerza de captaci6n imaginaria, sin duda, la mas emblematica
versi611) -to da suerte de comunicaci6n que se ptieda establecer
entre ambos polos atestigtia la persistencia de un mismo no lugar
problematico.

MINORIZACION Y PROLETARIZACION EN LA
, ,
AXIOMATICA CAPITALISTA CONTEMPORANEA:
LA GUBERNAMENTALIDAD SOCIAL-LIBERAL

Para comprender las efectos de circulaci6n entre las dos formula-


ciones del "devenir-minoritario" mencionadas conviene, es cier-
to, mantener la distinci6n explicita, pero ante todo concepttial,
entre el devenir-minoritario coma "potencial creado y creativo",
y las minorias coma "estados", stibsistemas minorizados par un
sistema de poder que los constituye coma tales. No podra desco-
nocerse, sin embargo, el hecho de que el primero se comprende
mal sin una referencia a las segundas, coma no sea procediendo
a tina idealizaci6n heroica de las minorias y subestimando al pa-
so la prueba de heteronimia, fragilidad y contingencia que las
autores de Capitalismo y esqui.zofrenia dejan a menudo traslucir
en su concepci6n de los devenires. Desde este angtilo, la estra-
tegia minoritaria de Deleuze y Guattari y la noci6n de devenir-
minoritario que condensa sus considerandos seran te6ricamente
ininteligibles, politicamente vacios, acaso nihilistas, como no se
les inscriba en la cartografia en coyuntura de la axiomatica capi-
talista mundial. Sabre esta base puede uno verificar la hipotesis
de que en el analisis guattaro-deletiziano las luchas minoritarias
relevan a la lucha de clases -no que la suplanten, mas bien la
prolongan, no sin complejizar sus coordenadas y transformar sus
modelos de realizaci6n, pero tampoco sin interiorizar algunos
de sus presupuestos y dif icu ltad es- . Es, coma hemos vista, en
ese reparamiento de coyunttira donde las "1ninorias", significante
GlJILLAUME SIBERTIN-BLANC

flotante por excelencia, son percibidas, sin embargo, como un [ 271 ]


referencial ce11tral de los modos de guber11amentalidad del capi-
talismo mu11dial integrado. Se aporta, pues, una raz6n efectiva y
macropolitica de la extension qt1e adopta la cuesti6n de las mino-
rias e11Deleuze y Guattari, pero tambien de su diseminaci6n en
un pensa1niento politico, que 110subsume nunca la multiplicidad
bajo un principio objetivo o subjetivo de identificaci6n, como
. U11estado O una clase. Se aclara, tambien, mas alla del caso de
ejemplo I(aflca, que l1abia motivado sus primeras formulaciones,
la tematizaci6n de la conflictividad especifica de las minor:ias,
que los lleva a sefialar en la multiplicidad de los conjuntos mino-
ritarios, el fndice de una transformaci6n de las formas de con-
cientizaci611 polftica e, incluso, de subjetivaci6n revolucionaria a
escala mundial.
E11primer lugar, los factores de constituci6n de minorfas no
son fundamentalmente distintos de los factores de proletariza-
ci6n, y si Deleuze y Guattari pueden escribir que la "potencia de
rninoria, de particularidad, encuentra su figura universal en el
proletario" 27 se debe, para empezar, a que su concepto de ntinoria
relanza una linea de demarcaci6n basica del comunismo marxista
y el comunismo ut6pico: el rechazo a considerar las fuerzas de
ruptura de la estructura socioecon6mica sin tener en cuenta las
dinamicas contradictorias por las cuales esta las suscita en si 1nis-
ma y condiciona sus formas de cristalizaci6n y manifestaci6n, al
menos parcialmente. Por eso indexan de entrada su identificaci6n
de los deve11ires-mi11oritarios en las dinamicas sistemicas del ca-
pitalismo mundial, que proceden de facto a s11generalizaci6n real.
A ojos de Deleuze y Guattari, siguiendo los ejes geoecon6micos
y geopoliticos de la acumulaci6n del capital en las relaciones de
dependencia desigual entre "Centro" y "periferias", las desco-
dificaciones de flujos alimentarios que generan hambru11a, las

27 MM, p. 474.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 272 J descodificaciones de flujos poblacionales y urbanos por deses-


tructuraciones del habitat y urbanizaciones salvajes, las desco-
dificaciones de materia-energia generadoras de inestabilidades
politicas y monetarias son algunos de los principales f actores que
producen los conjuntos minoritarios. Conforme a las transfor-
maciones de las relaciones capital constante/ capital variable en
los paises del Centro, el crecimiento de un trabajo flotante "cuya
subsistencia oficial solo es asegurada por prestaciones de Estado
y salarios precarios" y de un "sobretrabajo intensivo que ya ni
siquiera pasa por el trabajo asalariado" procede a la formacion
de zonas per ifericas de subdesarrollo tambien en los paises del
centro, "terceros mundos interiores" que suscitan nuevas luchas
minoritarias en todos los campos, "lingi.iisticos, etnicos, regio-
nales, sexistas, juvenistas", no menos sobredeterminadas por las
desigualdades sistemicas del CMI 2 8 •
En ese sentido, el sistema capitalista mundial minoriza, no
menos que proletariza. La diferencia entre los dos puntos de vis-
ta debe ser, con mayor razon, interrogada. La nocion marxista
de proletariado implica, como minimo: la posicion en la estruc-
tura de produccion, determinada por la desposesion de los medios
de produccion y la insercion en el proceso como pura fuerza de
trabajo abstracta; las condiciones de vida de la poblacion obrera
en la gran industria, que ocasionan no solo la homogeneizacion
de modos de vida miserables, sino tambien la concentracion po-
blacional y el aprendizaje de formas de cooperacion que en los
poros de los emplazamientos industriales dan lugar a formas in-
editas de solidaridad, relacion y conciencia colectiva; la potencia
de devenir de aquello que tiende asi a constituirse como clase -o
,
su valor "transicional", como lo ha destacado E. Balibar, inte-
rrogandose acerca de la sorprendente rarefaccion de la nocion
de proletariado en El Capital qt1e condensaba para Marx todavia

28 MM, pp. 471-472.


GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

en esa epoca, sin embargo, todas las implicaciones del "punto de [ 273 J
vista de clase": "Todo ocurre como si el proletariado no tuviera,
en cuanto tal, nada que ver con la funci6n positiva que la fuer-
za de trabajo explotada ocupa en la esfera de la producci6n, en
tanto que 'fuerza productiva' por excelencia; como si no tuviera
nada que ver con la formaci6n del valor, la transformaci6n del
sobretrabajo en plusvalia, la metamorfosis del 'trabajo vivo' en
'capital'; como si, finalmente, ese termi110 mismo no connotara
ya otra cosa que 'el caracter tra11sicional de la clase obrera', es
decir, la manera como se inscribe en la condici6n obrera, estado
i11estable con respecto a la existencia social 'normal', el caracter
hist6ricamente insostenible de la acumulaci6n capitalista, prepa-
rando ya las condiciones materiales de 'otra transici6n que anu-
lara la precedente'" 29- . Pues bien, de una forma bastante similar,
la noci6n guattaro-deleuziana de minoria parece no tener signifi-
cado como no sea problematico, y no indicar mas que un vector
transicional fundamentalmente inestable del substrato social y,
en ultimas, imposible de asignar ("devenir-minoritario" de todo
el mundo"). No resultara de esto, sin embargo, ninguna supre-
si6n de su significado, sino, por el contrario, su proliferaci6n en
todos los niveles del analisis entre 1975 y 1980 -proliferaci6n
que desafia toda tentaci6n de reagrupar sus casos y ocurrencias
bajo una for1na subjetiva, organizacional o estrategica unitaria.
En fin, las mi11orias no so11 otra cosa que masas proletariza-
das, pero e11 tanto que i11n1ediatamente formadas en las estructuras
institucionales, sociales, juridicas e ideol6gicas de los Estados na-
cionales. Apartandose de una determinaci6n econ6mica del pro-
letariado, como de una determinaci611 estrictamente sociol6gica
de la clase obrera, el concepto de mi11or{a registra el proceso de
socializaci6n del Estado, o de incorporaci6n del poder de Estado

,
29 E. Balibar, La Crainte des 1nasses, Paris, Galilee, 1997, p. 223.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 274] en las estructuras sociales e institucionales. Podria llan1arse mino-


rizaci6n, entonces, a esa brecha interna del proceso de proletariza-
cion, entre aquello que es reintegrado parcialmente y (desigual-
mente) en la forma del Estado de derecho, por reconocimientos
estatutarios y simbolicos, derechos sociales y politicos, organos
de representacion y delegacion, etc. De ahi algunos corolarios:
(1) En consecuencia, la nocion de nzinor{a remite a una mt1lti-
plicidad irredt1ctible, insoluble en el depurado de una contradic-
cion capital/trabajo, o en la hon1ogeneidad supuesta de t1na con-
dicion obrera. Los conjuntos minoritarios remiten, en su cons-
titucion misma, a la variabilidad de los cuadros nacionales y
aparatos estatales que reparten esos conjuntos, los integran di-
ferencialmente, confrontandose de inmediato con lo multiple:
variabilidad posicional de los Estados en la division internacional
del trabajo e integracion desigual de su mercado interior al mer-
cado mundial 3 ; variabilidad de las estructuras politicas y regime-
0

nes entre los polos socialdemocrata y totalitario, o entre integra-


cion institucional y juridica de las minorias como "subsistemas",
y exclusion "fuera de sistema" de minorias libradas desde enton-
ces a la violencia represiva de Estado 31; variabilidad correlativa de
las formas y grados de desarrollo de las lt1chas minoritarias, pero
tambien socioeconomicas, cuyas intensificaciones, conquistas y
derrotas repercuten siempre en el tratamiento reservado a las mi-
norias; variabilidad de los tipos de instrumentalizacion politica
de las minorias, ya sea para redoblar los procedimientos clasi-
cos de puesta en competicion de los productores y division de la
clase obrera, ya para desplazar los conflictos sociales y politicos
bajo normas "culturales" mas o menos • naturalizadas, y sin rela-
cion inmediata aparente con las normas de explotacion econo-
mica (lugar de residencia, criterio etnico, lingiiistico o religioso,

30 MM, p. 466.
31 MM, pp. 467-468.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

proporciones generacionales, conductas sexuales, etc.), incl11so a [ 275 J


riesgo de q11e los conflictos así desplazados le planteen a su t11rno,
como es de esperar, muchos problemas al Estado3 '.
(2) Se con1prende, entonces, q11e Deleuze y Guattari p11edan
sobreponer las dos cartas concept11ales: la bipolaridad de los gu­
bernamentalidades capitalistas adjunción/sustracción de axiomas
(y los flujos descodificados que éstas ligan o, por el contrario,
desregulan y recl1azan "fuera de sistema"); la bipolaridad mayo­
ría/minoría (y los "devenires-minoritarios" que escapan tanto
al mayor como al menor como subsistema). Un estado de mino­
ría no se analiza como un "estado" descriptible por invariantes
o indicadores constantes, es decir, proyectando sobre éste una
estabilidad de que lo priva justamente su minorización. Se ana­
liza como una curva ele variación, abierta por 11na estructura de
exclusión inclusiva entre situaciones extremas q11e la polarizan,
entre una exclusión tendencial en los circuitos de la demanda y
el reconocimiento sociales y políticos, y 11na exclusión máxima
que, en últimas, ya no incluye nada, pero deporta o extermina
(poblaciones minorizadas fuera de sistema, libradas a la violencia
policial de Estado, al final, sin ning11na conexión a la axiomática
y red11cidas al rango de "desecho humano" 3 3 • Entender esta es­
truct11ra de exclusión inclusiva implica entonces comprender no
sólo el quiasmo que la define (y las respuestas políticas que hace
posibles dentro de las instituciones sociales y políticas), sino un
espectro de variaciones, de deslizamientos entre situaciones que
ning11na frontera unívoca separa. Esto orienta el análisis guatta­
ro-deleuziano hacia 11n mapeo de los factores estructurales y co­
yunturales que hacen pasar de 11na modalidad de segregación a
otra, o amenazan conjugarlos según la sustracción de los axiomas

32 AE, 265-266.
33 B. Ogilvie, El honzbre desechable. Ensayo sobre las for111as de exterminación
y la violencia extrema, Bue11os Aires, Nt1eva Visión, 2013.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 276 J poblacional y del empleo, de axiomas monetarios y territoriales


(marginación social, reclusión espacial y cultural, exclusión de
las relaciones económicas y políticas), y que potencian o contie­
nen el asce11so a los extremos. Entre dicl1os factores, las luchas
guiadas por las organizaciones representativas de minorías en las
instituciones políticas públicas nacionales e internacionales, aun­
que esenciales, son problemáticas y nunca están, en todo caso,
exe11tas de las dificultades con que tropiezan las "luchas por el
reco11ocimie11to". Lucl1as anfibológicas por naturaleza, como de­
ja entrever la formalización del agenciatniento de minorizació11:
las instancias representativas deben contribuir a forjar la identi­
dad de lo representado o, más exactamente, sustituir un régimen
de identificación por otros; y sólo son eficaces cuando lo hacen
en los regímenes de enunciados de las instancias de Estado a que
se dirigen, aunque lo paguen con reducciones de complejidad
-variables de una organizació11 a otra, inscritas en las diverge11-
cias políticas y estratégicas de esas orga11izaciones entre sí- de
las prácticas de existe11cia de los colectivos correspondientes. La
reducció11 de ese contraste 110 ha recibido, bien lo sabemos, otra
solució11 histórica, desde que una "minoría" pudo constituirse
como "nacionalitaria": la creación de un Estado, estatización de
la nación y la nacio11alizació11 de las comunidades mediante "apa­
ratos ideológicos" sociales, lingüísticos y culturales, determinan­
do esas comunidades a reconocer su identidad y unidad políticas
en "su" Estado.

Es difícil itnaginarse cómo sería u11 Estado-amazona, un


Estado de las mujeres, o bie11 un Estado de los trabajado­
res eventuales, u11 Estado del "rechazo". Si las minorías no
constituyen Estados viables, cultural, política, eco11ómica-
1nente, es porque ni la forma-Estado, 11i la axiomática del
capital, ni la cultura correspo11die11te les convic11en. A me­
nudo se ha visto cómo el capitalismo mantenía y or ganizaba
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

Estados no viables, y precisamente para aplastar a las mino­ [ 277 J


rías, según sus necesidades34 •

(3) En fin, el problema de la sustracción de los axiomas del


empleo y la desregulación de la condición salarial, privilegiado
en la última parte de la 13.ª meseta, atañe justo a eso que había
constituido el operador nodal de la construcción de un consenso
mayoritario en los Estados social-capitalistas de posguerra. Por
tanto, deja abierta la posibilidad de comprender la diferencia en­
tre "devenir-proletario" y "devenir-minoritario" como una dife­
rencia interna del proletariado mismo, y de confrontar la estrategia
minoritaria guattaro-deleuziana a los debates más recientes sobre
la "biopolítica del capital" o su "ley de población", mediante la
cual Marx había aclarado el problema de una "sobrepoblación re­
lativa" engendrada por las contradicciones estructurales de la acu­
mulación del capital y la explotación de la fuerza de trabajo. Para
Marx, en efecto, proletarizar no es lo propio de la dominación
capitalista, sino diferenciar las poblaciones q11e proletariza. La repro­
ducción ampliada del capitalismo no se realiza sin proletarizar
en exceso respecto a la fuerza de trabajo que puede "consumir"
efectivamente, en función del capital existente, de las fuentes de
acumulación y tasas de explotación del sobretrabajo. Marx llama
sobrepoblación relativa, a un tiempo proletarizada y exterior de
la relación salarial, inclusa en el mercado de trabajo (que tam­
bién contribuye a formar) y excluida del trabajo (por desvalori­
zación de la fuerza de trabajo, descalificación de los savoir-faire,
desempleo estructural), a la determinación de base de la exclu­
sión inclusiva, tal como interviene en la bipolaridad de los Es­
tados capitalistas entre "tendencia social-demócrata" (adjunción
de axiomas) y "tendencia totalitaria" (sustracción de axiomas). A
menudo se dice -Deleuze y Guattari también lo hacen- que las

34 MM, p. 475.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 278 J luchas de las minorías no se identifican simpleme11te a las lucl1as


del trabajo contra el capital. Es evidente, pues el Estado primero
recluta en la sobrepoblación relativa sus tninorías, y las segmenta.
La n1i11orización 110 se co11funde con la proletarización, sino con
Sll difere11 ciación inter11a e11tre población sujeta a la relación del
capital y població11 "supernt1meraria", que e11tonces plantea pro­
blemas de subsunción específica. Por eso las minorías siempre se
encuentran de algún modo complicadas e11 el proceso de expro­
piación económica y social de la proletarizació11, i11separable de
sus combinaciones diversas de destrucciones y "sobrevivencias"
culturales y territoriales; pero por eso puede11, también, llegado el
caso, 1nante11er algú11 grado de autonomía de st1s códigos, o tener
por una marca de autonomía las codificaciones -étnicas, reli­
giosas, lingüísticas, entre otras-.. en que el Estado las "reconoce"
como "subconjuntos".
El dato sistémico de la solJrepoblación relativa afecta directa­
mente el tratamiento de las mi11orías, porque atañe a la articula­
ción entre las combinaciones de adju11ción y sustracción de axio­
mas de las gubernamentalidades capitalistas, la economía especi­
fica de la violencia de Estado que informa la estructura de mino­
rización (e11tre i11tegración en "subsistemas" y exclusió11 "fuera
de sistema") y la distribució11 desigual, social y geográfica, de
los métodos de acumulación ampliada y originaria. De l1echo, la
diferencial "sobre-población" no se opera de la misma manera ni
adopta su carácter "relativo" el mistno se11tido, según las dinámi­
cas qtte comandan: (a) la acumulación originaria europea (prole­
tarización preliminar); (b) la acumulación originaria reproduci­
da por la acumulación l1istórica como motor de la reproducción
ampliada del capital a escala mundial (colonizació11); y (c) la acu­
tnulación originaria interiorizada como motor de la reproduc­
ción i11volucionada del capital e11 su centro inicial periferizado
(periferización o colonizació11 i11teriores). Se ha podido repro­
char a Marx la distinción, como dos fases históricas sucesivas,
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

entre acumulación originaria y acumt1lación propiamente dicha, [ 279 J


en lugar de un análisis de su articulación como condición perma-
nente de la reproducción ampliada del capital. No obstante, esa
distinción lo ponía en sitt1ación de discriminar mejor diferentes
formas de sobrepoblació11 y las ft1nciones correspondientes del
poder de Estado, ct1ya intrincación en la actual coyt1ntura nos
obliga a repensar la tesis guattaro-deleuziana de la perif erización
interior. En la acumulación originaria3 5, la liberación de los dos
factores básicos de una estructura económica domi11ada por la
acumulación del capital (formación de un capital-dinero como
potencia de inversión indepe11diente; formación de t1na fuerza de
trabajo "desnuda" por expropiación y desocialización de los pro­
ductores inmediatos) no se realiza sin una intervención directa
y continua del poder de Estado, en mixtos variables de violencia
legal y represión bruta (expropiación del pequeño campesinado,
privatización de los bienes corr1t1nales, legislaciones y represiones
antivagabu11daje, etc.). Antes bien, dicha intervención es nece-
saria para forza¡· la combinación de esos dos factores, mediante
la producción violenta de tina sobrepoblación como condición
previa del montaje de un mercado de trabajo36• Pero mientras
las relaciones de producción no han sido todavía mo11tadas, la
"act1mt1lación" de masa proletarizada se confunde con la sobre­
población. Se le pt1ede llamar, entonces, relativa o absolt1ta de
manera indistinta: relativa retrospectiva1nente o por recurrencia
anticipativa, en función de relaciones socioeconómicas todavía
inexistentes, se trata de una sobrepoblación absolutamente exce­
dentaria, absolutamente inexplotable, absolutame11te expuesta a
una violencia de represión también improductiva, lt1ego exter­
minadora en potencia (historia de las "legislaciones sanguinarias"

35' Véase supra, cap. 2: "Captura y soberanía: economía y aneconomía


estatales de la violencia".
36 I(. Marx, El capital, libro r, op. cit., pp. 538-542, 653-658.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 280 J contra las masas supernumerarias). Ta11to, que debería consi­


derarse al supernumerario anterior a la regla de numeración, es
decir, a la relación social que vuelve las multiplicidades humanas
numerables37•
Pero cua11do esa combinació11 "echa raíz" y las nuevas rela­
ciones de producción determina11, directamente, las condiciones
de su propia reproducción, lejos de desaparecer, como hemos
visto, la violencia de Estado experi1nenta una transforn1ación
de su economía. Su viole11cia directa se incorpora en las rela­
ciones de producció11 que ha contribuido a establecer, y el resto
110 incorporado lo recodifica en las relaciones de derecl10 que
las garantiza11 bajo la autoridad de un Estado. Así, esta violen­
cia deviene estructural, 1naterializada y como naturalizada en
el orde11 "normal" de las relaciones sociales, encontrando ape­
nas la ocasión de manifestarse brutalmente, pues se l1a hecho
con una plusvalía de legiti1nidad que le pern1ite ejercerse "de
excepción" 38• Punto crucial, la sobrepoblación deviene aquí una
pieza orgá1zica de esa incorporació11 de la violencia genealógica
del capital en las relaciones sociales de producció11. Condiciona
la existe11cia de un mercado de trabajo que parece no ejercer más
que sus propios límites endógenos sobre los individuos, substitu­
yendo el obstáculo externo del Estado por la sorda presió11 de los
super11umerarios. Por eso se e11cue11tra inclusa en el Estado de
derecho, no sin concentrar las oscilaciones del poder de Estado
entre inclusión y exclusión, adju11ció11 y sustracció11 de axiomas,
y las modalidades correspo11dientes de la violencia de Estado. En
función de esta circu11stancia se distribuyen las principales es­
trategias de la guber11amentalidad capitalista, segú11 su manera
de regular la diferencial "sobre-población": las estrategias social­
liberales se incli11an a tratar las sobrepoblacio11es relativas como

37 MM, pp. 473-474.


38 MM, ¡Jp. 453-454.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

aquéllas integradas a las relaciones de producción, y a contarlas [ 281 J


en las instituciones sociales que les corresponden (constituir las
minorías en subsistemas, acordar una parte a los "sin parte"); las
estrategias neoliberales aspiran a tratar las poblaciones integra-
das como poblaciones relativas y destruir las instituciones socia-
les, según el delirio de no vérselas sino con capitales y eliminar,
pasando al acto, cuanto no sea codificable en "capital humano".
Ninguna es más cínica que la otra: el cinismo es, hasta ese pu11to,
una dimensión inmanente de la estr11ctura misma, como se echa
de ver en la nueva forma q11e revisten allí los supernumerarios.

Pero, en esas condiciones, la axiomática capitalista no cesa


de producir y de reproducir aquello que la máquina de gue­
rra intenta exterminar. Incluso la organización del hambre
multiplica los hambrientos en la misma medida en que los
mata. [ ... ] A pesar de la constancia de las masacres, es radi­
calmente difícil liquidar un pueblo o t1n grupo, inclt1so en
el Tercer Mundo, desde el momento en que presenta sufi­
cientes conexiones con elementos de la axiomática39•

En 11n sentido, todo parece cambiar tras la acumulación origi­


naria, cuando la relación de prod11cción está por fin n1ontada:
la naturaleza de la diferencial población/ sobrepoblación, y los
sentidos relativo y absoluto. En adelante, cuando la relación de
producción constituya el presupuesto de su propio ciclo de acu­
m11lación ampliada, la sobrepoblación será determinada por esa
misma relación, su amplitud, el ritmo con que destruye las rela­
ciones sociales no capitalistas, y su capacidad de consumo de la
f1-1erza de trabajo. La indistinción relativo y absoluto cobra enton­
ces 11n sentido objetivo o actual, en f11nción de la generalización

39 MM,p.475.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 282 J real del capital, que tiende a excluir toda otra relación social: de
suerte que poblacio11es "relativamente" excluidas de esa relación
o que 110 presentan suficientes conexio11es co11 la axiomática
p ara ser explotadas, tienden a alcanzar también u11a exclusión
absoluta (no ya "el ejército industr ial de reserva", sino "el lJeso
muerto de su reserva"). Si u11a tendencia a la saturación es ca­
racterística de la acu1nulación a1npli ada, diríase que la acumu­
lació11 origi11aria tie11de a u11 vacia1nie11to4º, cuyos equivale11tes
sólo existen e11 las e1npresas coloniales, que antes de explotar
las poblaciones autóctonas crearon el vacío donde más tarde ex­
plotaro11 a las pobl aciones que l1ubieron de in1portar41• O, con
n1ayor arreglo a las exigencias de una axiomática: tendencia a
dejar que el vacío se haga, como sin1ple consecuencia "n atural" de
los axiomas rete11idos (l1a1nbre, catástrofe climática o epidemio­
lógica). Cuando al fin la periferizació11 interior tie11de a rehacer
del Occidente capitalista u11 esp acio de acumulación originaria,
el capital 110 recoloniza su antiguo centro si11 cobrar el aspecto

40 I(. Marx, El capital, libro I, op. cit., p. 571 sqq., ¡). 588: "El constante
éxodo a las ciudades, la constante 'sobra de brazos en el ca111po', provocada
por la concentración de arrie11dos, por la transfor111ación de las tierras de
labor en pastos, por la maquinaria, etc., y la constante ex¡1ulsión de la pobla­
ción ca111pesina por la destrucción de cottages, todo coi11cide y conduce
al mismo fi 1 1 [ ...). La densidad de las vidas l1un1a11as ap e loto11adas e11
unas cuantas aldel1uclas y villorrios dise1ni 1 1adas es el reverso de la
mo11struosa ausc11cia de hombres c11 la faz del campo".
41 Fue el caso de los indígenas de Norte América, caso a11álogo al de
Palesti11 a. o propuesto como tal por Elias Sa11bar: véase G. Deleuze,
"Gra11deza de Yasser Arafat", en Dos regín1enes de locos, op. cit., p. 220; y
G. Deleuze, E. Sa11bar, "Los i11dios de la Palesti11a", op. cit., p. 182: "[E.
S.) El movi1niento sionista 110 l1 a 1novilizado a la con1u11idad judía de
Palestina en tor110 a la idea de que los palestinos iban a 1narcl1 arse en
algú111non1ento, si110 en tor110 a la idea de que el país estaba 'vacío'[ ... ]
para que esa desaparició11 pudiera llevarse a cabo, l1 abía que fu 11cionar
desde el principio como si ya hubiera ocurrido, es decir ' 110 vie11do'
11unca la existe11cia de los otros, que si11 e1nbargo estaba11 tnás que
pre se11tcs. Para te11er éxito, el vaciamie11to del territorio debía partir
de una aniquilació11 'del otro' e11 la propia mente de los colonos".
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

de un extraño deseo de tabula rasa -una despoblación del pue- [ 283 ]


blo, mientras vuelve "la tierra inhabitable" 42- que recomience
el gran vaciamiento, pero esta vez en medio de la sobreacumu-
lación, con tanta violencia que adopta la forma de la emigración
forzada, o la muerte lenta e invisible de esa gente "en espera de
desaparición" en nuestras calles.

AUTONOMÍA Y UNIVERSALIDAD
EN LAS LUCHAS MINORITARIAS: BLOQUES
DE ALIANZA Y DEVENIRES-REVOLUCIONARIOS

U11a última diferencia del devenir-minoritario en relación con el


"devenir-proletario" concierne al axioma vehic11lado a partir del
Manifiesto del partido comztnista, de una sin1plificación tendencial
del antagonismo llamado a enfrentar cada vez más, de manera in­
evitable, "dos grandes clases diametralmente opuestas", burguesa
y proletaria. Si la cuestión de las minorías reactiva, en Deleuze
y Guattari, el problema de una relación entre la máquina social
capitalista y la politización de las fuerzas capaces de romperla, no
parece poder garantizar, en cambio, un soporte unificado o un
sujeto susceptible de ser unificado, como una clase q11e podría­
mos determinar objetivamente, localizando a un tiempo el lugar
donde 11na toma de consciencia y un trabajo de constr11cción po­
lítica serían posibles. Existe ahí una dificultad ante todo política,
y q11e va a la par con esa otra que expresaba (y corría siempre el
riesgo de ocultar) la tesis de la simplificación del antagonismo:
pues denotaba, en 1111 sentido, la necesidad de co11str11ir una po­
lítica proletaria por fuera del Estado, mientras las luchas obreras
obligaban a la burguesía a recomponerse en tanto que clase den­
tro del Estado. Pero, alimentada en el marxismo por una subes­
timación de la creatividad del capitalismo y la plasticidad de los
,
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 284 J axiomas institucionales y estatales capaces de desarrollar sus re­


lacio11es de producción, tendía también a desconocer esa misma
necesidad, cuando hacía concebir los problemas prácticos aferen­
tes como si hubieran sido resueltos de antemano por la infalible
tendencia histórica del modo de producción43, La multiplicación
de las funciones del capital y los intereses que éstas determinan,
la nueva complejidad de los procesos de producción, circulación
y consumo, la desmultiplicación de las intervenciones del Estado
en las relaciones sociales capitalistas y los modos de distribución
de la riqueza social y la interiorización, en consecuencia, del Es­
tado en las rupturas y composiciones de clase, replanteaban en
condiciones cada vez más aporéticas el problema decisivo de una
p olítica autónoma del movimiento revolucionario: el problema
de inventar formas originales de organización, cultura y prác­
ticas capaces de mantener el carácter asimétrico del conflicto,
crea11do las condicio11es inmanentes del proceso revolucionario,
una política que no se modele en las formas de la política bur­
guesa ni en la prácticas de poder del Estado capitalista. Cuando
abordamos la teoría de la máquina de guerra, habíamos evocado
esta problen1ática presente en las reflexiones de Guattari, desde
los años 1960, sobre la creatividad institucional histórica del mo­
vimiento obrero; Deleuze y Guattari l1abrán de conservarlas, no
sin prestarles fórmulas lo suficientemente inestables como para ..·
significar un problema que excede su prescripción teórica:

El verdadero problema de la revolución 11unca ha sido: es­


ponta11eidad utópica u organización del Estado. Cuando se
rechaza el modelo del aparato de Estado, o el de la organiza­
ción del partido que se configura sobre la idea de conquistar
dicho aparato, no hay porque caer en una grotesca alter-

43 Sobre todas estas cuestiones, véase É. Balibar, La crainte de rnasses, op.


cit., "La releve de l'idéalis1ne", y "Le prolétariat insaisissable".
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

nativa: o bien recurrir a un estado natural, a un dinamismo [ 285 J


espontáneo, o bien convertirse en el pensador, pretendi­
damente l(1cido, de una revolución imposible, y tanto más
gratificante cuanto más imposible. El a11téntico problema
nunca ha sido ideológico, siempre ha sido de organización:
¿Es posible una organización que no se configure según el
modelo del aparato de Estado, incluso si sólo es para pre­
figurar el futuro Estado? Y en caso afirmativo, ¿será acaso
una máquina de guerra con sus líneas de fuga? 44

Ahora bien: no sólo las luchas minoritarias descubrirán tam­


bién estos problemas, sino que habrán de confrontarlos en for­
ma todavía más rotunda, si se tiene en cuenta que los conjun­
tos minoritarios son inmediatamente constituidos en el tejido
socioinstitucional del Estado, inmediatamente partes y actores
de sus tendencias contradictorias (socialdemócratas/ neoliberal­
a11toritarias) y de las luchas populares que afectan s11s combina­
ciones. El punto es tanto más crucial cuanto que el problema de
la autonomía política de un nuevo movimiento revolucionario
condensa la evaluación guattaro-deleuziana del éxito ambivalen­
te del movimiento obrero: haber logrado imponer una dualidad
y un antagonismo de clases que hiciera salir al proletariado de
su estado de minoría, de subsistema integrado al nuevo "sistema
industrial'', como decían los saint-simonianos, pero haberse tam­
bién mostrado cada vez menos capaz de cuestionar su identidad
de clase -y de "clase universal'' que lo destinaría a establecer
una nueva hegemonía de transición- a medida que sus aparatos
políticos y sindicales tendían a incorporarse a la forma-Estado,

44 G. Deleuze, C. Parnet, Diálogos, op. cit., p. 164. Sobre el problema de


la organización y creatividad institucional en Guattari, véase en par­
ticular "La causalidad, la subjetividad, la historia" (1966-1968), en F.
Guattari, Psicoanálisis y transversalidad (1972), Buenos Aires, Siglo xxr,
1976.
POL/TICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 286 J como órganos de regulación de los conflictos del Estado social


o "correas de transmisión" y dominació11 de un Partido-Estado
bt1rocratizado45 • De ahí el interés por el operaísmo y, en especial,
por la "estrategia del rechazo" de Mario Tro11ti, que insistía e11
la a11tecedencia de la resiste11cia obrera respecto de las estrategias
y la planificación del capital acomodadas e11 un Estado fordista
que, organizando al proletariado obrero como clase-función del
capital, amenazaba con abrir menos el espacio de una "lucha de
clases si11 clases" (las luchas minoritarias serían todavía una de sus
figuras) que el de una clase obrera sin lucl1as4 6,
Sin embargo, Deleuze y G11attari ven allí una razón suple­
mentaria para mante11er la disti11ció11 e11tre estrategia mi11ori­
taria y estrategia revolucionaria, en su capacidad de echar por
tierra una l1egemonía mediante la construcción de una hegemo-
11ía alter11ativa, aunque no dejen de señalar también los lírnites
irreductibles de las luchas de minoría en las estructuras insti­
tucionales, jurídicas y políticas del Estado47• Mie11tras el primer
gesto parece animado por un impulso libertario, el segundo
parece reanudar una crítica familiar del parlamentarismo y el
reformismo. Pero el a11álisis guattaro-deleuzia110 se aviene mal
co11 esas alter11ativas, puesto que ve en las contradicciones inter­
nas del Estado nacional-capitalista relaciones de producción, que
corresponde a éste desarrollar en su cuadro nacional, en cuanto
son requeridas por el proceso de acumulación y reproducció11
ampliada, la divisió11 mu11dial del trabajo y la transnacionaliza­
ción de los movimientos de capitales. A un tiempo instrume11tos
de valorización del capital y de gestión de sus crisis y desequili­
brios sistémicos, las instituciones estatales concentran todas las

45 Véase AE, 262-265 sqq.


46 MM, pp. 475-476; y G. Deleuze,, Foucault, tr. esp. M. Morey, Barce-
lona, Paidós, 1987, p. 119. Véase E. Balibar, "¿De la lucha de clases a la
lt1cha sin clases?", e11 Raza, Nación y Clase, op. cit., pp. 249-284.
47 MM, pp. 473-474.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

contradicciones del proceso de acumulación y negocian, mejor [ 287 J


o peor sus repercusiones sociales, tanto en función del grado de
socialización de sus aparatos políticos, económicos y jurídicos,
como del estado de las luchas sociales correspondientes. Como
aparecen en mixtos variables de integración institucional y re­
presión, actores directos de esas contradicciones inhere11tes al
Estado, los co11juntos minoritarios y sus luchas_ no pueden dejar
de tomarlo por objeto, "su táctica lo hace necesariamente": "la
lucha al 11ivel de los axiomas [ ... ] es determi11ante (a los nive-
les más diferentes, luchas de las 1nujeres por el voto, el aborto,
el e1npleo; lucha de las regiones por la autonomía; lucha de las
n1asas y de las minorías oprimidas del Este o del Oeste [ ... ])"48•
Aún más, las luchas en las instituciones políticas y económicas
no sólo son tácticamente inevitables, sino estratégicamente necesa-
rias: necesarias para presionar y modificar las condiciones en que
el Estado desarrolla, conforme a su orden y potencia propios,
las relaciones de producción de acumulación capitalista mundial
(a contrapelo de esa representación mistificadora, de un sistema
que trascendería pura y simplemente los Estados); y necesarias
para acusar la brecha entre los límites de la acumulación mun-
dial y la impotencia de los Estados para "regular" sus repercusio-
nes económicas, sociales, políticas y ecológicas (a contrapelo de
esa representación, no menos mistificadora, de una tecnocracia
omnipotente, que acabaría por reducir toda lucha en el Estado
a una "recuperación" i11escapable, como no sea diluyéndose en
una lucha sectorial, renunciando a toda estrategia global y a todo
apoyo exterior )•r9• Insistamos sobre este punto, que tantas lec-
turas ideológicas han falsificado: no tiene, desde ese punto de
vista, ningún sentido oponer las luchas minoritarias a las luchas
de la clase obrera, que son ta11to más necesarias cuanto que se

48 MM, p. 474·
49 Véase MM, 468; y G. Deleuze, C. Parnet, Diálogos, op. cit., pp. 164-165.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 288 J encuentran confrontadas a esas mismas dificultades (el problema


estaría en saber más bien, entonces, qué formas pueden cobrar o
recobrar esas luchas cuando la clase obrera y, tendencialmente,
las clases asalariadas vienen a ser reminorizadas por la sustrac­
ción de los axiomas del empleo y la desinstitucionalización de la
sobrepoblación relativa):

Sería todo un error desinteresarse de la lucha al nivel de


los axiomas. A mentido se considera que todo axioma, en el
capitalismo o en uno de sus Estados constituye una "recu­
peración". Pero este concepto desencantado no es un buen
concepto. Las modificaciones constantes de la axiomática
capitalista, es decir, las adjunciones (enunciación de nuevos
axiomas) y las sustracciones (creación de axiomas exclusi­
vos), son objeto de luchas que no están en modo alguno
reservados a la tecnocracia. En todas partes, en efecto las lu­
chas obreras desbordan el marco de las empresas que impli­
can sobre todo proposiciones derivadas. Las luchas tienen
directamente por objeto los axiomas q11e dirigen los gastos
públicos de Estado, o incluso conciernen a tal o cual organi­
zación internacional (por ejemplo, una firma multinacional
puede planificar voluntariamente la liq11idación de una fá­
brica en un país). [ ... ] Pero la presión de los flujos vivientes,
y de los problemas que plantean e imponen, debe ejercerse
dentro de la axiomática, tanto para luchar contra las reduc­
ciones totalitarias como para prevenir y precipitar las adjun­
ciones, orientarlas, e impedir su perversión tecnocrática5º.

Las "luchas locales" aquí evocadas son explícitamente distingui­


das de las luchas sectoriales, qt1e "implican sobre todo proposicio-
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

nes derivadas" y cuyos límites son, en la terminología guattaro- [ 289 J


deleuziana, directamente tributarios de "la independencia relativa de
los axio1nas [ ... ] que procede de las divisiones y sectores del modo
de producción capitalista" y de las estructuraciones sociotécnicas
y económicas de las funciones del capital que atestiguan cómo, en
sus desequilibrios sistémicos, "la diferencia y la independencia de
los axiomas no comprometen en modo alguno la consistencia de la
axiomática de conjunto" 51• Mientras que las luchas "locales", como
ilustran los ejemplos de estas páginas, "tienen directamente como
objetivo los axiomas nacionales e internacionales, precisamente en
el punto de su inserción al campo de su inmanencia" (una multina-
cional, según un ejemplo que se ha vuelto moneda corriente, que
planifica la liquidación de u11 puesto de producción en un país...),
revelan la particularidad contumaz opuesta a las políticas capitalis-
tas en los lugares donde pretenden arrojar las simples consecuen-
cias de sus axiomas: "Por modesta que sea una reivindicación[,]
siempre presenta un punto que la axiomática no puede soportar,
cuando las personas reclaman el derecho de plantear ellas mismas
sus propios problemas y de determinar al menos las condiciones
particulares bajo las cuales éstos pueden recibir una solución más
general (defender lo Particula1· como forma innovadora)" 52• Lejos
de ser secundario, este punto pasará otra vez al centro del diag-
nóstico que Deleuze y Guattari elaboran, en 1984, de esos años
invernales en que se abisma la sociedad francesa, cuyo síntoma se
encuentra, a sus ojos, en el olvido de mayo del 68 53• A los factores
exógenos (ofensivas del capital internacional contra el franco) y
endógenos (evolució11 de las relaciones de fuerza internas del Par-
tido Socialista en favor de su ala social-liberal) invocados, general-
mente, para explicar la "llegada del rigor" en la primavera de 1983,

51 MM, pp. 468-469.


52 MM, p. 474.
53 G. Siberti11-Blanc, "D'une conjoncture l'autre : Guattari et Deleuze
'
apres-coup "A º .
, ctueIMarx, n. 52, op. cit., pp. 2 8 -47.
POLÍTICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 290 ] Deleuze y Guattari añaden un factor prínceps sin el cual los pre­
cedentes no ejercerían semejante pr esión: la renuncia, desde 1981, a
la inserción de la movilización e iniciativa p opular en la transfor­
mación social, justo cuando hubiera sido preciso que "la so ciedad
sea capaz de formar agenciamientos colectivo s correspondientes
a la nueva subjetividad, de tal manera que desee su mutación", y
en ause11cia de los. cuales toda "verdadera 'reconversión'" se veía
de antemano sofo cada. Es precisamente a nivel de esta creatividad
institucional y organizacional que la movilización popular implica
("defender lo Particular co mo forma innovadora) donde se juega
-engendra, desplaza, objetiva o remodela- la diferencial entre
espontaneísmo y organización que los debates internos de la III
Internacional habían fijado en una alternativa binaria, y que pue­
de aún ser afrontado de manera práctica el problema de las rema­
nencias y fijaciones que comprometen la transformación r evolu­
cionaria, en los mismos agenciamientos colectivos que pretenden
orientarla 54 • El "no lugar " de mayo del 68, diagnosticado en 1984,
no suscribe el fracaso de sus efectos, sino, por el contrario, el de no
inscribir esos efectos en trazas prácticas, discursivas, teóricas y or­
ganizacionales, rr1ediante procesos de institucionalización capaces
de soportar los reagenciamiento s de la subjetividad p olítica que
reclamaba el acontecimiento . Ese no lugar acompaña la forclusión
de un problema subjetivo-institucional que no dejaba otra alter­
nativa; o bien, por un lado , el fantasma de una tecno cracia o mni­
potente "que operaría desde lo alto las rec onversiones ec onómicas
necesarias" o , por otr o, sujetos vulnerados, relegados a "'situacio­
nes de abandono ' controladas" y sin más remedio que librarse a las
pro po siciones de un "capitalismo salvaje al estilo arnericano " -o
aferrarse a las viejas soluciones exangües de la Familia, la Religión
y la Nación, donde abrevan los delirios reaccionarios del Orden y
la histeria de las Identidades5 5•

54 Véase G. Deleuze, Foucault, op. cit., pp. 149-150.


GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

Pero, a partir de entonces, con el nzismo movimiento en que se [ 291 J


ejercen dentro de los aparatos estatales y sus instit11ciones, esas
luchas se revelan de manera simultánea como "el í11dice de otro
combate coexistente" que, directa o indirectame11te, cuestiona
la axiomática capitalista mundial, cuando tropieza con los lí-
mites que su fu11ción de "realización" impone a las políticas de
Estado:

Resulta asombroso constatar cómo la misma historia se re­


pite: la modestia de las reivindicaciones de las minorías, al
principio, va unida a la impotencia de la axiomática para
resolver el más mínimo problema correspondiente. En re­
sumen, la lucha en torno de los axiomas es tanto más impor­
tante cua11to que pone de 1nanifiesto y aumenta la diferencia
e11tre dos tipos de proposiciones, las proposiciones de flujos
y las proposiciones de axion1as. [ ... ] El problema 110 es en
modo alguno el de la anarquía o la organización, ni siquiera
el de la centralización y la descentralización, sino el de un
cálculo o concepción de los problemas relativos a los conjun­
tos 110 numerables frente a u11a axiomática de los conjuntos
numerables. Pues bien, este cálculo puede tener sus compo­
sicio11es, sus orga11izacio11es, incluso sus centralizaciones, pe­
ro 110 pasa por la vía de los Estados ni por los procesos de la
axiomática, sino por un devenir de las minorías 5 6 ,

Sobre este segundo frente simultáneo, según Deleuze y Guattari,


la autonomía de una estrategia minoritaria pasa, ante todo, por
una lucha contra los dos cortes del Estado capitalista, cuando co­
difica sus conjuntos sociales en la for1na de la nación -axioma de

55 G. Deleuze, F. Guattari, "Mayo del 68 nunca ocurrió" (1984), en Dos


regín1enes de locos, pp. 213-215.
56 MM, p. 474.
POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 292 J base u "operación de una subjetivación colectiva" 57- que las mi­
norías interiorizan, más o menos, en condiciones necesariamente
conflictuales: (a) un corte nacional! extranacional, con tendencia a
hacer de las minorías (sobre todo las inmigradas, pero en poten­
cia toda minoría, sin importar los criterios de su segregación)
extranjeros del interior, incluso "enemigos interiores" (tendencia
que, según el análisis guattaro-deleuziano de las mutaciones del
capitalismo del "centro", podría verse acentuada por los facto­
res de "tercermundialización" o de periferización interior; (b)
un corte individz1al!colectivo, que inscribe en la estructura de la
subjetividad nacional "mayor" una división privado-público, tan
problemática en las posiciones subjetivas de las minorías como
simétrica de los métodos de neutralización del espacio público,
que serán analizados en "Post�scriptum sobre las sociedades de
control", a finales de los años 1980 58 • De este doble corte proce­
den el aislamiento y la "comunitarización" de las luchas minori­
tarias, como estrategia estatal de integración diferencial en la co­
munidad e identidad nacionales. Dos cortes que permiten, bien
confinar a la esfera privada sus reivindicaciones como problemas

57 MM, p. 461.
58 Lo minoritario, anotan Deleuze y Guattari en J(ajka, se destaca preci­
samente por la imposibilidad de interiorizar esas reparticiones, como
no sea en condiciones particularmente difíciles y contradictorias. Así
va del corte individual/ colectivo: justamente porque se encuentra en
un estado inestable, marginal o precario, respecto a las condiciones de
vida y los derechos de los sujetos "mayores", todo lo cual concierne al
"problema individual (familiar, conyugal, etc.) [que] tiende a unirse
con otros problemas no menos individ11ales, dejando el medio social
como una especie de ambiente o de trasfondo", cobra para lo minori­
tario un alcance inmediatamente colectivo, social y político (I(afka. Por
una literatura menor, op. cit., pp. 29-31). Desde 1974, en su Prefacio a
L'Apres-Midi des Faunes de Guy Hocquenghem: La isla desierta y otros
textos, op. cit., pp. 359-363, Deleuze realzaba un problema análogo. Los
dos análisis ponen a funcionar el concepto de "paralogismo de proyec­
ción" [rabattement], forjado en El Anti Edipo, pp. 27 0 -274 sqq; véase G.
Sibertin-Blanc, Deleuze y El antiedipo, op. cit., pp. 8 0 -85.
GUILLAUME SIBERTIN-BLANC

que serían estrictamente individuales, bien tolerar su alcance co- [ 293 J


lectivo y la significación política, a condición de que no acaben
por conectarse a coordenadas internacionales, ni con otros con-
juntos minoritarios.
Si el devenir actual del mundo determina la emergencia de
"una figura universal de la concie11cia minoritaria, como deve­
nir de todo el mundo", y si éste plantea problemas que ninguna
construcción hipotética de hegemonía será capaz de resolver por
sí sola, esos problemas están a fo1·tiori bloqueados de antemano,
cuando las personas insiste11 en su minoría, particularismo o
cultivo de su marginalidad: "110 se deviene, por cierto, revolu­
cionario, empleando una lengua menor como dialecto, hacien­
do regionalismo o gueto; se inventa un devenir específico au­
tóno1no, imprevisto, utilizando muchos elementos de minoría,
conectándolos" 59• Un devenir que pasa, entonces, necesariamen­
te, por conexiones transversales entre luchas diferentes, tanto
e11 el ámbito nacional como entre naciones. Existe ahí una línea
estratégica, pero tambié11 un criterio de evaluación. Pues, evi­
dentemente, las minorías no son revolucionarias en sí mismas.
El problema sigue siendo la evaluación i11manente de las luchas
libradas, el estilo práctico de esas luchas, los modos de existen­
cia que supo11en, los problemas que enuncian y las reivindica­
cio11es que comportan (o los enunciados que interiorizan, más
o menos conscientemente). El criterio básico de semejante eva­
luación está, según Deleuze y Guattari, en su aptitud variable pa­
ra articularse con otras luchas, para conectar sus problemas con
otros, incluso si son muy diferentes, desde el punto de vista de
sus intereses e identidades de grupo -"un constructivismo, un
'diagra1natismo', [que actúe] en cada caso mediante la determi­
nació11 de las condiciones del problema, mediante las relaciones
transversales de los problemas entre sí: [y que se oponga] tanto a

'i9 MM, p. 108.



POLITICA Y ESTADO EN DELEUZE Y GUATTARI

[ 294 J la automatización de los axiomas capitalistas como a la programa­


ción burocrática" 6º-. Bajo todos esos aspectos, el efecto de ver­
dad de las luchas minoritarias en la coyuntura actual -cuando
Deleuze y Guattari afirman que "nuestra época deviene la época
de las minorías" y la tendencia del momento presente reabre "la
cuestión del devenir-revolucionario de la gente, a todo nivel, en
todas partes" - no es el comunitarismo, según una concepción
ya. republicanizada de las minorías, como parte de un universal
encarnado en el Estado de derecho, sino un internacionalismo
que excluya la forma-Estado, cuya tarea consista en construir
un "universal minoritario" capaz de dar expresión a prácticas de
universalidad más efectivas, más reales que la universalidad del
Estado nacional capitalista, y una composición de potencia que
le haga, por lo menos, tanto frente al sistema capitalista, como el
movimiento obrero histórico.
Pero ahí está, bien lo sabemos, todo el problema. O, quizás,
ese "devenir minoritario como figura universal de la conciencia"
o de la subjetivación política, puede hacer mucho más que non1-
brar genéricamente los inmensos problemas práctico-políticos,
cuyas dificultades no hemos dejado de experimentar durante los
últimos cuarenta años61 • Al menos el movimiento obrero revolu-

60 MM, p. 476.
61 Véase, por ejemplo, la manera cón10 C. Mohanty y J. Butler l1an replan­
teado la cuestión de las "condiciones de posibilidad para una coalición
feminista internacional", manteniendo a distancia la "concepción fal­
same11te homogénea" de las condiciones de opresión y de las reivin­
dicaciones producidas por las feministas occidentales. Butler señala la
inestabilidad que afecta el planteamiento n1ismo del problema: "[ ... ]
podernos no coincidir sobre el estatus y las características de la moder­
nidad, y estar unidos en la afirmación y la clefensa del derecho de las
mujeres indíger1as a contar con cuidado médico, tecnología reprod11c­
tiva, salarios decentes, derechos culturales, libertad de reunión". Esas
reivindicaciones "universales" no dejarían de difractarse, puesto que
"una coalició11 internacional de activistas y pensadores feministas [ ... ]
tendrá que aceptar el abanico de creencias epistemológicas y políticas
�l�se compuso en caracteres NIINIONPRO, ESPINOSA NOVA YWHITNEY HTF. ABRIL DEL 2017 .
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