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BASURA UNO

Había una vez en el tranquilo pueblo de Tralalá, donde todos los habitantes eran conocidos por su
gran sentido del humor y su amor por las bromas. Un día, el alcalde del pueblo, Don Chistes, decidió
organizar un concurso de la broma más divertida. El ganador recibiría el título de "Maestro de las
Bromas" y un premio sorpresa.

La noticia se extendió como reguero de pólvora, y pronto todos en Tralalá estaban ansiosos por
participar. Entre los concursantes se encontraban el panadero, la profesora de la escuela, el cartero
y hasta el anciano del pueblo que siempre contaba historias graciosas en la plaza.

El día del concurso finalmente llegó, y la plaza central estaba llena de risas y anticipación. Don
Chistes subió al escenario y anunció las reglas del concurso: cada concursante tendría tres minutos
para contar su mejor broma, y un jurado elegido al azar entre los espectadores decidiría al ganador.

El primer concursante fue el panadero, quien contó una historia sobre un pan que caminaba y
hablaba. Aunque fue una historia divertida, el jurado no parecía muy impresionado. Luego, la
profesora de la escuela subió al escenario y contó un chiste inteligente sobre matemáticas, pero
tampoco logró cautivar al jurado.

El cartero fue el siguiente en probar suerte, y con una actuación teatral y un uso creativo de su
carrito de correo, logró arrancar risas y aplausos. Sin embargo, el anciano del pueblo fue el que
realmente hizo temblar de risa a todos con sus ocurrencias y gestos cómicos.

Cuando llegó el momento de anunciar al ganador, Don Chistes hizo una pausa dramática y luego
exclamó: "¡El ganador del título de Maestro de las Bromas es... el anciano del pueblo!" La multitud
estalló en aplausos y risas, y el anciano recibió su premio sorpresa: un sombrero de payaso gigante
que hizo que todos rieran aún más.

Después del concurso, el ambiente en Tralalá se volvió aún más alegre y divertido. Las calles
resonaban con las risas de las bromas y ocurrencias de los habitantes, y la fama del anciano como
Maestro de las Bromas se extendió por todo el pueblo.

Desde entonces, cada año se celebraba el concurso de la broma más divertida en Tralalá,
manteniendo viva la tradición de alegría y humor que hacía que ese pequeño pueblo fuera un lugar
tan especial. Y el anciano del pueblo, con su sombrero de payaso y su eterna sonrisa, seguía siendo
el favorito de todos con sus ocurrencias cómicas.

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