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Luciano Lutereau

La mujer de mi sueño
La mujer de mi sueño

Luciano Lutereau

BUENOS AIRES | ARGENTINA


Letras del Sur | COLECCIÓN Ensayos

Lutereau, Luciano
La mujer de mi sueño / Luciano Lutereau. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de
Buenos Aires : Letras del Sur Editora, 2023.
Libro digital, Otros

Archivo Digital: descarga


ISBN 978-987-4441-49-2

1. Psicoanálisis. 2. Filosofía Contemporánea. 3. Ciencias Sociales y Huma-


nidades. I. Título.
CDD 150.195‌

2023 © Letras del Sur Editora


letrasdelsureditora@gmail.com
www.letrasdelsur.com
(+54) 9 11 2610-9696

ISBN: 978-987-4441-49-2
BUENOS AIRES | ARGENTINA
Editora: Nora Fabiana Galia
2023 © by Luciano Lutereau

Diagramación: Rocío Giraldez

Publicación de distribución gratuita


A Vero.
“En el análisis acontece que mi mujer se ocupa de
otros estando a la mesa, y yo me resiento de ello
con desagrado; el sueño contiene exactamente lo
contrario, a saber, que la persona que sustituye a
mi mujer se me consagra por entero. Ahora bien, ¿a
qué deseo puede dar mejor ocasión una vivencia de-
sagradable, si no al de que acontezca lo contrario de
eso, tal como se contiene, consumado, en el sueño?”
Sigmund Freud
LA MUJER DE MI SUEÑO

Hace unas semanas tuve un sueño. Al despertarme lo


olvidé, pero después de unos días volvió en la mitad de una
tarde y, entonces, lo retomé en una sesión de análisis.
El texto del sueño es bastante breve: estoy en el barrio
de mi infancia, en la puerta de un hotel transitorio, al que
entro junto con mi pareja. Pedimos una habitación y es ella
la que se dispone a pagar, preguntando si puede hacerlo
con tarjeta.
Nada más. Un sueño breve, pero que me dejó inquieto.
¿Por qué vamos a un hotel? ¿Por qué paga ella? Además,
¿por qué con tarjeta?
La primera asociación que se me ocurrió fue nuestro
viaje en el verano, cuando algunas noches compartimos
una habitación con todos los niños. Rápidamente el hotel
transitorio viró hacia la expresión “hotel familiar” y hacia
algunos recuerdos de mi infancia cuando escuchaba a
mis padres decir “Esto no es un hotel”, para referirse a mi
conducta desentendida. Nada de esto fue importante, eran
vagas asociaciones —por la pasión de asociar— hasta que
sí encontré algo que me pareció cierto: la noche previa al
sueño, escuché a mi hijo, y al hijo de mi pareja, conversar en
la habitación; uno le decía al otro que era “mal hermano”.

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A pesar del reproche, a mí me alegró que se nombraran de
forma fraterna. Con esa idea me fui a dormir.
Y tuve ese sueño que, en principio, no tiene nada que ver
con ese último pensamiento del día. Sin embargo, en ese
momento recordé algo más. Ese día habíamos ido a la casa
de mi hermana y yo estaba decidido a enseñarle a andar
en bicicleta al hijo de mi pareja. Él se negó y yo me sentí
muy frustrado. Tanto que me enojé. Le dije que si quería
ser un hombre tenía que aprender a andar en bicicleta, así
como luego a manejar… Me dijo que su papá no mane-
jaba. Le dije que ese era un problema de su papá, no suyo
y, ofendido, me fui. Ahora que lo escribo, pienso que puede
parecer infantil y estúpida mi reacción. Lo es.
No me había dado cuenta de cuánto me había afectado esa
escena, hasta que comencé a pensar en el sueño. En este
punto también tuve que reconocer una moción hostil hacia
el papá del hijo de mi pareja, algo que también me afectó,
porque es un hombre al que aprecio y por el que siento
mucho respeto. Mientras asociaba, pensé: ¿podría quererlo
más… sin traicionar a mi pareja? Entonces me reí. Y con la
risa tuve otro pensamiento: si me fui a dormir alegre con
la frase que escuché mientras los niños conversaban, fue
porque sentí que me respondía por el incidente de la tarde:
yo era bruto y torpe, pero podía ser reconocido también con
cierta aptitud paterna.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con el sueño? A primera
vista nada, con este rodeo tuve en claro un detalle inicial:
mi pareja pagaba el hotel y lo hacía con tarjeta. En este
punto, tengo que admitir mi fobia a las tarjetas de crédito.
Nunca tuve una ni voy a tenerla. Este es el rasgo por el que
me consideré, alguna vez, poco viril. Incluso, recuerdo la
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vez en que un niño me preguntó por qué no usaba bille-
tera. Le respondí que el motivo era simple: no me gusta,
prefiero llevar el dinero en el bolsillo. “Pero ¿vos no sos un
papá?”, me preguntó. Desde un punto de vista consciente,
entiendo toda la cuestión de los estereotipos y demás, pero
el inconsciente —tan elocuente como la voz de un niño—
no se distrae con argumentos.
De este modo, el sueño cobraba un primer sentido: mi
moción hostil hacia el papá del hijo de mi pareja quedaba
compensada con una rectificación que planteaba mejor mi
propia impotencia proyectada. Así, la mujer que paga con
tarjeta no es solo mi pareja, sino una parte de mi propia
vida psíquica —quizá como Gustave Flaubert decía “Emma
Bovary soy yo”—, mi costado femenino negado (interpre-
tado como impotente) y que se refuerza en la expectativa
de que la mujer ocupe un lugar viril. En este punto sobre-
vino un recuerdo más: la calle del hotel en el sueño es la
misma en que había un cajero automático al que, de niño,
acompañaba a mi mamá a retirar efectivo.
En este punto detendré el análisis del sueño, porque condu-
ciría hacia cuestiones mucho más personales y que prefiero
omitir —porque solo me interesan a mí—. Quizá me digan
que lo anterior también es un contenido personal, pero la
verdad no lo creo. Es solo el relato de un sueño que se apoya
en diferentes particularidades de la vida del soñante, pero
estas son solo anécdotas y no se comprometen con ningún
deseo específico. Sí es cierto que, para poder hacer el relato
y describir los procesos de pensamiento implicados, tengo
que reconocer que no soy tan bueno como quisiera y que me
desconozco más de lo que pienso. Por eso acudo a un análisis.
Además, tampoco creo que yo sea mis pensamientos. Lo que

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pienso es apenas lo que pienso, no lo que soy —misterio
que, por cierto, no puedo resolver.
Si en esta ocasión desarrollé un sueño y una parte de su
análisis, es básicamente porque creo que la interpretación
de esta formación del inconsciente ocupa un lugar privile-
giado en la práctica del psicoanálisis. Para no usar el de otra
persona —por una cuestión de intimidad—, me detuve en
uno propio, que muestra bien cómo una situación cotidiana
es la fuente de un pensamiento y una moción que afecta y
que requiere ser reprimida. El sueño es un modo de conti-
nuar con el pensamiento de la vigilia y, además, rectificar
al soñante, indicarle una orientación, esto a partir de su
relación con el modelo de una matriz infantil.
¿El análisis del sueño es completo? No. Seguramente
podría haber otra interpretación, en otra circunstancia. Lo
importante es que sea una interpretación para mí. Y si me
interesa escribir sobre la importancia del sueño, es porque
es la escena privilegiada para recibir una interpretación
que nos saque de nosotros mismos, algo que hoy —en
nuestra cultura y modo de vida— es impracticable: le
tenemos horror al sentido extraño, a que alguien nos diga
algo que no sea lo que pensamos, tanto como a pensar a
nuestro pesar.
Del psicoanálisis me interesa la interpretación. Si el sueño
es la vía regia para acceder al inconsciente, no ocurre solo
porque es interpretable, sino también porque interpreta.

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¿QUIÉN ES EL PADRE DE MI HIJO?

Hace poco tuve un sueño que me inquietó durante varios


días. Este particular estado de extrañeza hizo que, en dife-
rentes momentos, volviera a pensar en ese residuo onírico.
Estoy seguro de que, a usted lector, le pasó lo mismo en alguna
ocasión. Por eso me decido a prestar mi sueño, para mostrar
cómo el psicoanálisis colabora con el propósito de entender el
sentido de esta formación psíquica.
Una vez interpretado, el sueño dejó de inquietarme y ahora
más bien me causa gracia, hasta me parece trivial. Sin
embargo, durante un primer tiempo no me dejaba tranquilo
y su imagen era persistente. Esta insistencia es la que asegura
que el sueño es una formación del inconsciente, es decir, un
complejo y elaborado mensaje que requiere ser descifrado.
Espero no estar generando demasiada expectativa. Contaré
directamente el sueño, para luego dar lugar al trabajo que, a
través de la asociación libre, permitió esclarecerlo. Se trata de
una escena muy simple: Mi pareja se acerca para decirme que
ya no me ama, que ahora es la esposa de Fishbein.
Es posible que, a primera vista, parezca difícil suponer que
un sueño tan claro necesite una interpretación. Tal vez usted,
lector, pensó que el sueño al que me refería era uno de esos

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abstrusos y llenos de ciencia ficción. Sin embargo, este sueño
fue para mí excesivamente extraño, porque yo no conozco a
nadie que se llame Fishbein.
También estaba el otro elemento (que ella se acerque para
decirme que ya no me ama). Por supuesto que esto no me
resultó grato, pero tengo que reconocer que toda la tensión
de mi ánimo estuvo concentrada en ese apellido. Tengo que
reconocer que, durante el día, hasta me tomé el atrevimiento
de preguntarle si conocía a algún Fishbein. Lamentablemente,
o quizá por suerte, no hubo respuesta satisfactoria.
Ahí me convencí de que ese apellido era la vía por la que
retornaba algo de mí que yo no podía saber, salvo que narrara
el sueño en un análisis. Ahí fue que surgió el primer requisito
para conseguir una traducción, contar qué ocurrió la noche
precedente al sueño. Nada muy en especial, estaba con mi
mujer mirando televisión; aunque ahora que lo pienso bien,
me llamó la atención un comentario que se hizo sobre astro-
logía. Allí una mujer dijo que Acuario (que es mi signo) no es
de agua, sino de aire.
No sé por qué este comentario me dejó pensando, porque yo
no conozco de estos temas de astrología. Aunque sí recuerdo
el caso de una mujer que tuvo un hijo con un hombre y que el
signo del niño fue el mismo que el nombre del ex de la mujer
(Leo). Esta asociación me hizo pensar que el padre de un hijo
no es necesariamente el progenitor.
Por lo tanto, la angustia del sueño ¿era una forma de velar
una duda sobre la paternidad de mi hijo más reciente?
Tampoco para tanto. Sería demasiado literal. Aunque
a propósito de las letras, a esta altura ya es claro que el
apellido Fishbein es una condensación de dos partes, fish y

11
bein, la segunda de las cuales podría remitir a su significado
en hebreo: “hijo”.
Por cierto, la siguiente asociación tuvo que ver con la
descomposición de un apellido, el mío, con una aclaración
frecuente: si Lutereau es francés, se debe a la terminación
“eau” (ya que si terminara en “au” sería vasco) y esta termi-
nación significa “agua”.
En este punto, ya no fue difícil ver que, en el sueño, un apellido
se intercambiaba con el mío: “fish” (pez) era una sustitución
de “eau” (agua). Ahora bien, la sustitución en un sentido
amplio no era solo la del francés por el inglés, sino también la
de una tradición religiosa por otra (Fishbein, apellido hebreo,
por Lutereau, deformación francesa del Lutero protestante).
Mi pareja no solo me decía que ya no me amaba, sino que
ahora era la esposa de Fishbein. ¿Qué quiere decir “ahora”?
Aquí es preciso el primer salto de la interpretación, para decir
que ese indicador temporal refiere al nacimiento de nuestro
hijo Juan. La asociación que siguió fue un chiste: ¡Al menos
no me dice que ama a Fishbein!
Es cierto, me dice que es la pareja. Tomemos la secuencia
a la letra: la pareja reemplaza a la enamorada. ¿Tal vez
ahora el amor tenga que ser para el hijo? El sueño, ¿hace
ver que estoy celoso de mi hijo y temo que este me quite a
mi pareja? No hace falta ningún análisis para reconstruir
una fantasía que incluso podría ser consciente.

Ahora bien, si un apellido está en lugar del otro y, en cierta


medida, Fishbein podría ser mi doble, ¿no podría decirse que
el sueño ilustra que ninguno de los emblemas de un hombre

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son los que garantizan el lazo con una mujer? Aquí recuerdo
ese proverbio árabe que tanto le gustaba citar a Lacan y que
dice: “El hombre no deja huella en la mujer”. ¿Salvo que sea
con un hijo?
No obstante, la nominación de ese hijo —por parte del
padre— será fallida. No le podrá dar su apellido, a menos que
implique un equívoco, o sea para otra cosa. Tal vez por eso no
es lo mismo tener un hijo con una mujer y tener el hijo de una
mujer. En el segundo caso la madre es también una pareja,
mucho más fiel a la filiación que al hombre del que quizá se
pudo haber enamorado. Rabelais tenía razón cuando decía
que no hay hombre que no sea un poco cornudo.
Por esta vía podríamos seguir reflexionando sobre cómo la
maternidad implica un tipo de parricidio —no del padre de
la mujer (como hija), sino de la paternidad ideal del hombre,
que quisiera prescindir del deseo femenino—; también este
sueño podría ser la puerta abierta a una consideración general
sobre lo que ocurre hoy con la situación de muchos niños que
son niños, pero no tienen asegurada su condición de hijos.
Sin embargo, mejor detener el relato en este punto y evitar
también la pieza central del análisis que expone una fantasía
inconsciente que, por una cuestión de pudor, amerita quedar
en la intimidad. Porque el objetivo ya está logrado: mostrar
cómo el sueño es la vía regia de acceso al inconsciente o,
mejor dicho, cómo este dice a través de un sueño algo que
ningún artículo de psicoanálisis puede explicar mejor.
El psicoanálisis se transmite con su experiencia, no con
su teoría.

13
LA APUESTA FEMENINA

La semana pasada volví a soñar con mi pareja. Mejor dicho,


tuve un sueño que me inquietó, en el que ella era la protago-
nista. Aunque mejor sería decir: un conflicto íntimo se pudo
representar figurativamente a través de un aspecto de nuestra
relación. En esto consiste lo que en psicoanálisis se llama
“transferencia”.
El sueño es breve: estoy en un casino y juego a la ruleta; pongo
fichas en diferentes números, no me decido, hasta que viene ella
y pone el total de sus fichas en un número que es el que sale.
Parece un sueño ingenuo, pero me desperté con un dejo de
angustia. Por eso me propuse analizarlo, después de tenerlo
presente en distintos momentos del día, con la expectativa de
que su efecto fuese completo.
Lo primero que pensé fue que, seguramente, el sueño era una
respuesta a un acto que había realizado. En el último tiempo
había estado reflexionando sobre las ludopatías y, en parti-
cular, tuve la idea de que pocas veces se habla de las mujeres
ludópatas. La novela de Dostoievski titulada El jugador1 y las

1
Novela clásica de la literatura rusa. Publicada por primera vez en 1866
por el autor Fiódor Dostoyevski.

14
mejores páginas de Cicatrices,2 de Juan José Saer, nos hablan
también de un varón.
Mi interés en las ludopatías, además, se había despertado
a partir de pensar que estas —salvo el vicio de las traga-
monedas— suponen un tipo de relación diferente con el
consumo; en una visita al hipódromo, recuerdo que me llamó
la atención cómo los burreros tienen grandes conocimientos y
una compleja red de saber sobre su tema. No son impulsivos.
Esto quiere decir que la suya es un tipo de adicción diferente
a las otras.
Sin embargo, dije que había realizado un acto. Me refiero
a que, unos días antes del sueño, le compré un regalo a mi
pareja. De regreso a casa, conseguí una novela de uno de los
autores que nos gusta a ambos, Emmanuel Carrère. Fuera de
juego3 prometía la historia de una mujer que lo daba todo en
la ruleta. Irresistible.
Ahora bien, ¿había comprado un libro para ella, o lo
compré para mí con la excusa de que fuera para regalár-
selo? ¿Yo sería tan tonto como para hacer algo así y no
darme cuenta? Sí. También puedo ser tan tonto dándome
cuenta. Pero la cuestión es un poco más compleja, como
me lo hicieron saber con una interpretación: no es
que me compré un libro para mí, comprándoselo a mi
pareja, sino que a través del deseo que le supuse a ella
es que yo apuntalé mi deseo de leer este libro. Y esto es
cierto, porque varias veces me pasó el querer saber qué

2
Novela argentina publicada por primera vez en 1969 por el autor Juan
José Saer.
3
Novela de la literatura francesa contemporánea. Publicada por primera
vez en 1988 por el autor Emmanuel Carrère.

15
pensaba ella sobre alguna cuestión como rodeo para
interesarme después.
En este punto, el análisis del sueño pasó a un segundo
nivel, a un recuerdo que, entonces, se volvió luminoso. Hace
muchos tiempo me ocurrió una escena similar a la del sueño.
Yo tendría unos 19 años y visitaba un casino de Uruguay. De
alguna forma torpe, ahora puedo decir que me creía adulto
por el hecho de poder apostar. La cuestión es que estaba
perdiendo lo poco que tenía en la ruleta, cuando de repente,
un hombre viene hasta la mesa y deposita una pila de fichas
en el 17 negro. Gana. Dice unas palabras en portugués, deja
propina y se va.
A este recuerdo le sigue otro, el de una canción, una de aquel
entonces: Uma brasileira, de Paralamas.4 Es una canción que
me gusta mucho y que lleva a un prejuicio que no creo ser el
único en tener: la sensualidad de las mujeres brasileras las
hace muy atractivas. En efecto, en aquellos años estaba en
análisis por un motivo que siempre me resultó complejo: el
acceso a las mujeres. No necesito escribir sobre esta cuestión
ahora, pero sí puedo resumir la idea de este modo: pocas
veces me animaba a quedarme con la mujer que me conmo-
viese, me asustaba del goce femenino.
Luego vinieron otros dos recuerdos, y con ellos asociaciones.
La anécdota de la vez que le preguntaron a Charly García
cómo compuso “Promesas sobre el bidet” y respondió que lo
único que necesitó fue una brasilera y un bidet, me lleva a
una situación de mi preadolescencia, en la que conocí a una
chica que, cuando me dijo su nombre, me inquietó: Eduarda.

4
Canción brasilera del grupo Os Paralamas do Sucesso, perteneciente al
álbum Vamo Batê Lata lanzado en 1995.

16
Me dijo que era de Brasil y me anotó su teléfono. Nunca la
llamé. Ahora pienso que ese nombre es el femenino del de
mi padre (Eduardo) y recuerdo también la novela Madame
Edwarda,5 de Georges Bataille, protagonizada por una mujer
transgresora.
Afortunadamente, como dije antes, el análisis de esos años
fue lo suficientemente propicio como para dejar de lado
varias de mis precauciones y rodeos en el vínculo con una
mujer. Entonces, ¿por qué este sueño? ¿Por qué ahora? ¿Por
qué de nuevo? La interpretación anterior dijo algo cierto,
que también se podía decir de otra manera: estar menos
defendido respecto del encuentro con una mujer, planteaba
las cosas en términos de la aceptación y la entrega, pero
ahora había algo más, menos heroico. Me refiero a que la
apuesta del otro se pueda volver una causa propia. Lo digo
de otro modo: no es lo mismo dejar de temer que ver en el
temor un deseo inhibido.
Para concluir, me viene a la mente la anécdota de un amigo
que, en cierta ocasión, me contaba que él ya casi no lee libros
nuevos. Solamente relee, y si de vez en cuando agarra una
novedad, es porque su pareja las compra. Lee libros nuevos,
solamente para saber qué pudo haber leído ella, un modo
muy simple y gratuito de curiosidad. Tal vez esto explique
por qué un sueño puede traer una situación del pasado a un
tiempo actual: la angustia es siempre la misma, pero con los
años hacemos cosas diferentes.

5
Novela erótica francesa. Publicada por primera vez en 1976 por el autor
Georges Ba

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SOY UN MENTIROSO

Hace unos años, uno de mis hijos me preguntó si, además


de trabajar como psicólogo, yo también iba a un profesional
que me asistiera. Me gustó la pregunta, porque demostró que
no consideraba que su padre estuviese de un solo lado del
mostrador, es decir, que su salud mental esté asegurada.
Le respondí que durante varios años había estado en trata-
miento con una mujer y que luego cambié de terapeuta, por
un varón. Quizás el desplazamiento, con un ligero matiz de
erotismo implícito, involuntariamente proyectado, despertó
su curiosidad. Lo cierto es que me preguntó: “¿Qué pasó con
la mujer?”.
En este punto, no pude dejar de pensar que, a su manera,
también me hacía una pregunta por la separación con su
madre; la cuestión es que traté de pensar alguna respuesta
más inteligente, pero no se me ocurrió, así que dije la verdad,
que mi analista de aquel entonces había fallecido. Tal vez
contrariado por la respuesta, inquieto por la situación de que
ese tratamiento no hubiera concluido, me preguntó: “¿Y por
qué ella no (te) aguantó?”.
Las palabras de mi hijo resultaron eficaces. Me quedé
pensando, después de reír durante un rato. Por un lado, me

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pareció bien que él ya tuviese una primera versión de la sepa-
ración de sus padres, una que llevara la huella de lo sexual.
Por otro lado, también estaba bien que, desde niño, conozca
lo inaguantable, que no solo se pone en juego en el marco de
un tratamiento psicoanalítico, sino como un rasgo del padre
como hombre. Esta es una forma más interesante de relacio-
narse conmigo: aprecio que me ame por mi síntoma, antes
que por la representación del ideal paterno.
Un tiempo después, ocurrió otra situación. Este mismo hijo
me dijo “Vos sos un mentiroso” y cuando le pregunté por qué
me decía eso, agregó: “Porque no hacés lo que decís”. Sin
duda tiene razón y su reproche es muy cierto. Lo lamenté
seriamente. Y me quedé pensando que algo semejante me
dijo mi pareja en los inicios de la relación, luego de que, en
algunas ocasiones, yo le sugiriese vernos, sin cumplir con mi
palabra. Ahí fue que ella me pidió tomar distancia, todavía
recuerdo sus palabras: “Porque vos hiciste propuestas que
no concretaste ni deshiciste”. Ese día me di cuenta de que,
si quería estar con una mujer como ella, iba a tener que
tomarme la relación y mis elecciones de otra manera.
Ahora bien, ¿a dónde voy con todo esto? A que reciente-
mente mi pareja me pasó a buscar para que fuéramos a una
actividad editorial en la que yo tenía que conversar con un
colega. En el camino, dado que ella también trabaja como
psicoanalista, me comentó que había empezado a atender a
una pareja. Dijo que al varón de esta pareja se le notaba que
era un mentiroso. “Un mentiroso, ¿cómo?”, le pregunté. Y
ella me respondió en chiste: “Un poco menos que vos”.
La cuestión es que me enojé mucho, al punto que decidí
llevar esa situación a la conversación en la que tenía que parti-
cipar en ese momento. De regreso a casa, le volví a preguntar
19
por sus palabras y ella me dijo: “Bueno, eso que hacés vos,
pero también muchos varones, medio chamuyeros, del estilo
‘déjame que te explico’ y dibujarla un poco”. Me sentí ofen-
dido. Y no pude despegarme de la escena hasta que, ya en la
cama, me dormí y tuve un sueño.
El sueño es muy simple: Me voy a encontrar con una amante,
que es mi mujer; el punto es que, como mi mujer también es mi
mujer, le voy a mentir y ella va a saber la verdad. Cuando me
desperté estuve más aliviado, menos ofuscado, incluso hasta
un poco divertido. Pensé: le miento diciéndole la verdad. Esta
expresión paradójica fue la que, luego, me llevó al análisis.
Por un lado, una interpretación me hizo notar algo que me
sorprendió: que mi pareja pudiera ser mi amante, además de
mi compañera, situaba que ella podía ser otra para mí y no
solo la que yo creía que era. Esta interpretación me alegró
porque va de la mano con una sensación real: ella es, para mí,
alguien siempre por descubrir.
Por otro lado, me puse a hablar sobre la mentira. ¿Por qué
me había sentido tan ofendido? En primer lugar, porque me
considero una persona honesta. ¿Será que miento a mi pesar?
Después de pensarlo un poco, me di cuenta de que la mentira
en cuestión no se relacionaba con lo falso, sino con una rela-
ción con los propios actos. Enseguida pasé a reflexionar sobre
la idea de que esto le pasa a “muchos varones”.
En cierta medida, reconozco que la mentira ocupa un lugar
fundamental en la vida psíquica de los varones, por la rela-
ción con la madre, como modo de defensa respecto a que ella
sepa todo. Es parte del desarrollo infantil, siempre es gracioso
descubrir ese momento en que los niños advierten que, si no
le cuentan las cosas, el otro no se entera. Aunque también hay

20
casos de varones que viven toda la vida con la expectativa de
que el otro —la madre, su pareja— sepa lo que quieren sin
necesitar decirlo.
Me interesan los otros varones, los que se defienden con
la mentira. Incluso cuando la han descubierto, en primer
lugar, como amnesia “¿Cómo te fue hoy en el colegio?”,
quiere saber la madre; “No sé”, responde el niño. Y luego,
como engaño, a partir de contar las cosas a medias. El
espectro de la mentira es amplio y, llevado al extremo, no
se opone a la verdad. La mentira nombra ese punto en que,
si el otro está en el lugar de la madre, hay algo que no se va
a decir, que se va a retener.
¿Hay salida para un varón, que no sea la de mentirle a la
madre? Esta es una muy buena pregunta, porque esa posi-
ción puede ser un punto de fijación resistente. Hace poco
uno de mis hijos, el mismo de la anécdota del comienzo,
le mintió a su mamá con una tontería. Como lo pesqué in
fraganti, no pude dejar de intervenir. No le iba a dar mi
complicidad, creo que ese es un tipo de cosas con las que
un varón tiene que aprender a lidiar en primera persona, de
manera singular, sin reparos.
Confío en que mi hijo va a tener la oportunidad de ser
honesto y valiente, en la medida en que se encuentre con
una mujer —del sexo que sea— y esté decidido a hacer algo
más que hacerse aguantar.

21
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22
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juegos de poder.

23
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24
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25
ÍNDICE

La mujer de mi sueño 6

¿Quién es el padre de mi hijo? 10

La apuesta femenina 14

Soy un mentiroso 18

Más títulos de Luciano Lutereau 22


La mujer de mi sueño
Luciano Lutereau

La mujer de mi sueño es el compendio del relato de cuatro sueños del


escritor, psicoanalista y filósofo Luciano Lutereau. Estos sueños tienen
en común el vínculo con su pareja; él sueña con ella y a través suyo
accedemos a los pensamientos latentes del trabajo onírico: la relación
con sus hijos, con las mujeres e incluso con su propia masculinidad.

Este es un libro íntimo, del que participamos como espectadores


privilegiados, no tanto de una historia circunstancial, sino de
los mecanismos del trabajo que el sueño realiza para permitir
que el soñante pueda dormir. Es un libro que cumple con
el designio freudiano de privilegiar el análisis de los sueños
como forma de iniciarse en la práctica del psicoanálisis.

“Se dirige a él tan bien como puede hacerlo un analista”, dijo alguna
vez Lacan de la esposa de uno de sus pacientes. Este libro desarrolla
de manera lúdica y divertida, el impacto de la palabra de una mujer
en la vida de un hombre, al punto de que este deba recurrir a ese
extraño dispositivo —el del análisis— para poder orientarse con su
presencia oracular.

Disponible en formato pdf, epub y


audiolibro en Letras del Sur Editora

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