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Un joven y entusiasta ratón del bosque, iba una mañana cantando por el camino secreto que le
servía para transitar
— Con la derecha me levanté, por eso salto y caigo bien. La pata izquierda la esconderé, y así este
día me irá muy bien.
Esa noche, el ratón había soñado que era el más sabio del bosque y que, al contrario del búho, él
anunciaba sólo buenas noticias.
Su canto despertó a la señorita Lagartija. Asustada, abrió un ojo y miró al ratón desde la piedra en
que tomaba el sol.
— Seré más sabio que el búho — continuó el ratón, y no anunciaré desgracias como él, sino puras
felicidades.
Me instalaré en la escuela hoy mismo. Prefiero ser pretencioso y no un pellejo lleno de sol come-tú.
— Abriré un agujero en el fondo de la clase, desde donde oiré y aprenderé todo — continuó la
lauchita satisfecha.
Y con un movimiento de cabeza y cola, el ratón continuó viaje. La Lagartija lo vio alejarse con
profundo desprecio y no tardó en dormirse de nuevo.
Nuestro amigo llegó a la escuela antes que nadie y tuvo tiempo de abrir un observatorio.
Uno a uno llegaron los niños. Y la profesora empezó una clase que al ratón le pareció muy
interesante, aunque incomprensible. Le bailaban los números y letras en la cabeza.
La profesora llamó a un niño para que leyera, pero el pobre Tuco no daba pie en letra
— Es muy difícil, no se me queda nada de lo que leo. Prefiero las series de TV.
— Mira, Tuco - dijo la profesora -, las series de TV pasan, los libros quedan. Las letras hablan, nos
enseñan lo que significan los dibujos.
—Los libros no se hicieron para mí - gimió Tuco.
— Ah, ¿crees tú que se hicieron para que se los coman los ratones? — preguntó la profesora.
El ratoncito dio un respingo al oírse nombrar, se sintió importante. Además, no se le había ocurrido
comerse un libro y pensó que así podría ser sabio con más rapidez.
— Oye, Tuco — continuó la profesora —, leeremos un libro de aventuras en clase ya verás como
te interesas.
Y sacó del escritorio un libro grandote que despertó el apetito del ratón.
La profesora estaba feliz. Pero, sin duda, el más contento era nuestro ratón del cuento que durante
la noche se comió la historia completa. Su panza quedó tiesa de sabiduría. Tuvo que dormir en su
escondite de la escuela, incapaz de dar un paso.
Al otro día, los niños al descubrir que un ratón les había comida el cuento, se indignaron; buscaron
el agujero por donde el intruso se había deslizado y lo tapiaron cuidadosamente. El ratoncito
escuchó las cosas terribles que se dijeron de su raza.
Se alejó de la escuela sintiéndose incomprendido, Mucho le costó digerir el libro por lo que también
tuvo que soportar las burlas de la Lagartija.