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Alicia Morel

EL CURURO INCOMPRENDIDO
(Alicia Morel. Chilena)

El Cururo, joven y entusiasta ratón del bosque, iba una mañana cantando
por el camino secreto que le servía para transitar:

-Con la derecha
me levanté
por eso salto
y caigo bien.
La pata izquierda
la esconderé
y así este día
me irá muy bien.

Esa noche, el Cururo había soñado que era el más sabio del bosque y
que, al contrario del Chuncho, anunciaba sólo buenas noticias. Su canto
despertó a la señorita Lagartija. Asustada, ésta abrió un ojo y miró al
Cururo desde la piedra donde tomaba sol.
-¿Qué te ha puesto tan alegre?- le preguntó.
-Decidí ir a la escuela para ser sabio.

La lagartija no pudo aguantar una carcajada.


-¡Un ratón a la escuela! ¡Ay, nunca había oído algo así!
-Porque eres una ignorante – chilló el Cururo, ofendido.
-¡Insolente! – gritó la Lagartija, ofendiéndose a su vez.
-Seré más sabio que el Chuncho – continuó el Cururo – y no anunciaré
desgracias sino que puras felicidades.
-Eres un pretencioso – alegó ella.

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-Me instalaré en la escuela hoy mismo. Prefiero ser pretencioso y no un
pellejo lleno de sol como tú.
La lagartija se quedó muda y verde de rabia.
-Abriré un agujero en el fondo de la sala de clases y desde allí oiré y
aprenderé todo – continuó el Cururo, satisfecho.

-Eres el mismo intruso de siempre – logró decir al fin la Lagartija.


-Tengo “intrusidad” científica.
Y con un movimiento de cabeza y cola, el Cururo continuó el viaje.
La Lagartija lo miró alejarse con profundo desprecio y no tardó en
dormirse de nuevo.
El Cururo llegó a la escuela incluso antes que la profesora y tuvo tiempo
para abrir un buen observatorio.
Uno a uno fueron llegando los niños, algunos a pie, otros a caballo,
porque esta escuela estaba en el campo.

La profesora empezó una clase que al ratón le pareció muy interesante,


pero incomprensible. Le bailaban en la cabeza los números y las letras.

-Es difícil ser sabio – suspiró sin desanimarse.


La profesora llamó a un niño para que leyera. Pero el pobre Tuco no daba
pie en letra.
-Es muy difícil, no se me queda nada de lo que leo. Prefiero los monos.
Igual que yo, pensó el Cururo, esperanzado.
-Mira Tuco – advirtió la profesora – los “monos” son mudos, en cambio las
letras hablan, nos enseñan lo que significan los dibujos.

-Los libros no se hicieron para mí – alegó Tuco.

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-Ah, ¿crees que se hicieron para que se los coman los ratones? - exclamó
la profesora, impacientándose.

El Cururo dio un respingo al oírse nombrar; se sintió importante. Además,


no se le había ocurrido comerse un libro y pensó que así podría ser sabio
con mayor rapidez.

-Oye, Tuco, leeremos un libro de aventuras en clases y verás que los


“monos” se te pintan solos en la cabeza. – Dijo la profesora, sacando del
cajón de su mesa un libro grandote.
De solo verlo, al Cururo se le abrió el apetito.
Tuco empezó a leer a tropezones. A pesar de la dificultad, la historia no
tardó en interesarle, sobre todo cuando continuaron leyéndola sus
compañeros. Quedaron en un capitulo lleno de suspenso; tanto, que los
niños, entre ellos Tuco, no hallaban las horas de que llegara la clase del día
siguiente para continuar la lectura.
La profesora estaba feliz. Pero sin duda el más contento era el Cururo,
que durante la noche se comió la historia completa, con “monos” y todo.
La panza le quedó tiesa de sabiduría. Tuvo que alojar en su escondite de
la escuela, incapaz de dar un paso.

Al otro día, los niños supieron que un ratón les había comido el cuento.
Indignados, buscaron el agujero por donde el intruso se había metido a la
clase y lo taparon cuidadosamente con latas y vidrios. El Cururo escuchó
las cosas terribles que se dijeron de sus congéneres. Paso a paso se alejó

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de la escuela, sintiéndose incomprendido. Le costó mucho digerir el libro,
por lo que tuvo que soportar las burlas de la Lagartija.

Sin embargo, no tardó en volar por el bosque el rumor de que el Cururo se


había comido un libro y sabía mucho. Hasta el Chuncho fue a consultarlo
para dar sus malas noticias. A pesar suyo, la Lagartija también tuvo que
reconocer que se había hecho un sabio.

El Cururo vivió muchos años anunciando felicidades y resolviendo


enigmas. Murió de viejo, condecorado de hojas secas, por ser el más sabio
del bosque.

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LA DISCUSION DE LOS PELUDOS
El conejo Simón tenía un apetito feroz.
Tenía también una esposa, Clarita, y una
numerosa familia de ocho hijos, porque eran
“octillizos”.

Un asoleado día de invierno, de esos en


que dan ganas de correr y volar por campos
y montañas, Simón llamó a su mujer para
que sacara a tomar aire a la familia.

-¡Clarita, aprovecha el buen tiempo porque


mañana va a llover!

-¿Estás loco? Pueden venir los perros o el zorro que vive en el bosque
cercano – contestó ella, asomando apenas la nariz por la madriguera.

- ¡Qué perros ni que zorros! Hoy es día de tregua.

- ¿Estás seguro?

- No soy tan valiente como para estar panza arriba si hoy no fuera el día en
que ningún cazador puede cazar - afirmó Simón echándose de espaldas
a tomar el sol.

La familia entera salió entonces a retozar por el


campo, celebrando la tregua como un día de
vacaciones. Pero otro animal había salido a
darse un baño de luz: Jacinto, el gato gris de
doña Sara, que avanzaba entre las matas con
los ojos entrecerrados. Se sentó cerca de la
madriguera de Simón a mirar como jugaban los
pequeños conejos. “Casi parecen ratones”,
pensó, sintiendo ganas de perseguirlos. “Al
menos les daré un buen susto”. Y de un salto cayó en medio de los
pequeños orejudos, que huyeron dando chillidos.

- ¡El zorro, mamita, el zorro! – gritaban.


- ¡Ese no es el zorro, es un gato – rió Clarita.

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- Es un gatito, no más, que vive en la gran madriguera junto al
camino- añadió Simón, riendo también.

Jacinto se ofendió.

- Conejo ignorante: la que llamas “madriguera” es una casa y te


atreves, además, a llamarme “gatito”.
- Alisándose los pelos con la lengua agregó:
-Yo soy de la raza angora. En cambio, ustedes son unos conejos ordinarios
color pardo, que no sirven ni para que los descueren.
Simón se molestó:
-¡gato insolente! Habiendo tanto campo, tenías que venir a molestarnos
en el patio de nuestra madriguera.
- No sabía que fueras propietario – se burló Jacinto.
- Lo soy por derecho natural. Vivimos en este lugar desde tiempos de mis
tatarabuelos, que llegaron de España.
- Tatarabuelos pardos como tú – maulló dulcemente el gato.
Simón perdió la paciencia:
-Nadie, que yo sepa, se interesa por tu piel. En cambio, la nuestra vale sus
pesos para fabricar unas buenas zapatillas o un cuello abrigador.

-Sí, a mí no me sacan la piel – Afirmó Jacinto – es porque soy el regalón de


doña Sara, mi ama. Pero las pieles de mis antepasados debidamente
teñidas, adornan en cuello de bellas mujeres.

Los conejos se pusieron a reír:


-¡Mujeres con pieles de gato! Ay, pronto veremos que ponen a secar tu
cuero en estacas en el patio de tu ama.
-¡Eso no sucederá! – bufó el gato, poniendo cara de fiera.
- Claro que no, porque tu piel es de gato viejo.

En ese instante, una gran sombra cubrió la


discusión y una voz dulzona comentó:
-Las pieles de zorro son las más famosas del
mundo, nadie puede competir conmigo.
Clarita, rápida como el rayo, se metió con sus
hijos en la madriguera; pero Simón, picado con
el gato, no alcanzó a huir. Un poco pálido dijo:
-Hoy es día de tregua ¿no?

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-Así es, hasta que se ponga el sol – concedió el zorro.
Jacinto se había puesto un poco más lejos por precaución, y desde ahí
maulló:
-Se nota que eres pariente lejano de los zorros plateados.
- Se nota ¿verdad? – se contoneó el zorro.
-Lástima que tu raza se esté acabando con la cacería humana – continuó
el gato.
Simón se atrevió a lanzar una risita, pero el zorro lanzó un mordisco al aire
que lo hizo estremecer.
-Yo tengo la mejor piel de todos los que vivimos aquí; la más hermosa,
hermosa y de pelo abundante – alardeó el zorro - . Ni los conejos hippies
de doña Sara lo discuten. Me rinden homenaje cuando me acerco a
olerlos en su jaula.
- A mí también me rinden homenaje – gruñó Jacinto, erizándose.
- Es mejor que te calles: tu tontería puede distraerme – masculló el zorro -.
Me sentaré aquí, Simón, entre tu madriguera y tu apetitosa persona hasta
el sol se ponga.
- La tregua también prohíbe amenazas, conozco la ley de la selva – dijo el
conejo, venciendo su miedo.
- Es demasiado tarde para reclamos. Contempla mi piel, Simón, porque
tiene el color de una puesta de sol invernal.
El conejo se sintió perdido. Miró a su alrededor y sólo encontró los ojos
indiferentes de Jacinto, en los que saltaba una chispa verde. El gato no
quería perderse el espectáculo de la cercana cacería.
Entretanto, Clarita lloraba en la
madriguera.
-¡Qué terrible, nada puedo hacer!
De pronto vio que en la entrada de
la madriguera se asomaba la punta
de la cola del zorro y tuvo una idea
atrevida.
El sol se ponía ya y Simón
preparaba sus patas para vender
cara su vida. Justo en el instante en
que el sol desapareció, el zorro sintió
una feroz clavada en la cola, tan intensa, que en vez de perseguir al
conejo, giró en redondo dos o tres veces y luego salió disparado detrás del
gato.

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Clarita le había enterrado los dientes en la cola
con toda la fuerza de la desesperación. Lo que
aprovechó Simón para ponerse al salvo junto a su
valiente esposa y los octillizos. Había comprendido
que las leyes no valen para los tramposos, pero
que siempre hay recursos inesperados para
salvarse de ellos.
Desde su madriguera, la familia conejil escuchó
lo maullidos del gato escapando de las
dentelladas del zorro.
Cuando a los pocos días pasó Simón junto a la
gran madriguera de doña Sara, se preguntó si Jacinto habría caído al fin,
víctima de un trágico error, en las mandíbulas del zorro. En el patio de la
señora se secaba al sol un cuero gris, muy bien estacado y muy parecido a
la piel del vanidoso Jacinto.

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LA CARTERA AZUL
Un día, llegó la mudanza a la casa de Josefina. Un camión enorme,
parecido a una pieza, se instaló frente a la entrada de la casa.

-¿Para qué se detuvo aquí ese camión? – preguntó a la niña.

Pero nadie le contestó, había mucha bulla y no la oyeron.


Dos hombres como gigantes empezaron a sacar los muebles sin que
nadie protestara. Todas las cosas estaban guardadas en cajas de cartón y
en maletas.
-¿Por qué rompiste mi cama? – preguntó Josefina a su papá.
- Porque nos mudamos de casa; nos vamos a una casa más linda, con
jardín – contestó él muy contento.
- ¡Qué raro irse a otra casa! ¡Qué rara se veía su pieza vacía! La ventana
sin cortinas, las paredes sin cuadros, Noé, su hermano mayor, estaba feliz
con la mudanza.
- Mira, guardé mis
cosas en la
mochila – dijo.
Mostró a Josefina
sus tesoros a salvo
de perderse.
Entonces ella echó
de menos su
cartera azul.
-Mamá ¿Dónde
está mi cartera azul? No la encuentro – preguntó afligida.
- No sé, en alguna de las cajas – le contestó ella desde arriba de una silla.
Josefina vio que los gigantes sacaban las últimas cajas.
-¡Se llevan mi cartera! – gritó afligida.
- No te preocupes, la encontrarás en la casa nueva – dijo la mamá.
Para no ver las habitaciones vacías, llenas de ecos, Josefina salió al patio.
Por todas partes había cosas tiradas. Entre ellas, ¡la cartera azul! ¡Qué
bueno que no se la habían llevado los gigantes! Abrió la cartera: estaban
todos sus tesoros, el espejo, el collar, los vestidos de Pepita, junto a su
pequeña muñeca, un corazón rojo y ¡la bolita de cristal en cuyo centro

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sonreía el hada Lalaluz! La misma Lalaluz que cada noche venía a
acompañarla con sus reflejos en la pared.
-¡Encontré mi cartera! Por suerte no se la llevaron los gigantes- gritó. Pero
por cierto nadie la escuchó.

Cuando la familia se subió al automóvil para irse a la casa nueva,


Josefina, abrazada a su cartera azul, iba tan feliz y segura como Noé con
su mochila y sus tesoros.

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Alicia Morel
Nació en Santiago de Chile en 1921. A los 19 años publicó
su primer libro: Juan, Juanillo y la abuela, pero la fama le
llegó con La Hormiguita Cantora y El Duende Melodía
(1956), que encantó a los niños y que se reedita
continuamente hasta hoy. Considerada una de las grandes
escritoras chilenas de literatura infantil, Alicia insiste en que
a los niños no les gusta que “les enseñen algo” sino que les
ayuden a echar a volar su imaginación.

En 1964 Alicia fundó, con Marcela Paz, la filial chilena IBBY,


organización internacional dedicada a promover la lectura
y la producción de libros para niños.

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Alicia Morel Nació el 26 de julio de 1921 en Santiago.

Escritora de literatura infantil. Cofundadora junto con otros escritores, de la


filial de IBBY Chile en 1964, dedicándose junto a la creación, a la difusión
de la literatura infantil a través de ensayos, artículos, conferencias, títeres y
visitas a colegios

Sus obras más conocidas son "En el campo y la ciudad" (1938), "Juan,
Juanillo y la Abuela" (194O), "Los Cuentos de la Hormiguita Cantora y el
Duende Melodía" (1956), "Cuentos de la Pícara Polita" (1973), "El Increíble
Mundo de Llanca" (1977), "Perico trepa por Chile" (1978) (escrita junto a
Marcela Paz), "Polita va a la escuela" (1985), "Las manchas de Vinca",
(1986), "Viaje de los duendes al otro lado del mundo" (1988), "El árbol de los
cielos" (199O), "Polita aprende el mundo" (1991), "La Hoja Viajera" (1991),
"Una aguja y un dedal" (1992) "Cuentos de la lluvia" (1993).

Uno de sus libros más destacados es "Cuentos Araucanos. La Gente de la


Tierra" (1983). Por la belleza del lenguaje, la calidad de los contenidos y la
novedosa ambientación indígena, los "Cuentos Araucanos" mereció en
1984 figurar en la Lista de Honor del IBBY, distinción internacional que se
otorga anualmente a los libros que han tenido un interés como lectura
infantil.

Publicó un texto en edición de lujo llamado "La era del sueño", un catastro
de todos los seres mitológicos y reinos de fantasías, presentes en el
imaginario colectivo de las diferentes culturas. Más de tres años de trabajo
exigió la elaboración del texto ya que debió leer mucha de la literatura
publicada sobre mitos y leyendas para refrescar sus conocimientos
adquiridos desde la niñez.

Falleció el 1 de marzo de 2017, en Santiago de Chile, Chile.

ObraPoesía

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1938: En el campo y la ciudad
1951: Como una raíz de agua
1990: El árbol de los cielos
2007: Color del tiempo

Novela

1940: Juanilla, Juanillo y la Abuela


1965: El jardín de Dionisio
1978: Perico trepa por Chile en coautoría con Marcela Paz
1988: El viaje de los duendes al otro lado del mundo
2001: El fabricante de risas
2001: La conquista del rocío
2002: El viaje de los invisibles
2010: Espejos Paralelos
Cuentos

1973: Cuentos de la Pícara Polita


1977: El Increíble Mundo de Llanca
1978: Nuestros cuentos
1983: Cuentos Araucanos, La gente de la Tierra
1983: La noche en la ventana
1985: Polita va a la escuela
1991: Polita aprende el mundo
1991: La Hoja Viajera
1991: Cuentos de tesoros y monedas de oro
1992: Una aguja y un dedal
1993: Cuentos de la lluvia
1994: Aventuras del Duende Melodía
1994: El baile de los cantaritos
1994: La cartera azul y Amigos del bosque
1995: El cururo incomprendido
1996: Polita en el bosque
1999: Las manchas de Vinca
2004: Mozart cuenta la Flauta Mágica

2007: Travesuras de Polita


2008: El Cururo incomprendido
2010: El secreto del caracol

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