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“TEJIDA A MANO”

Marisa encontró un hilo colgado de su mano, tironeó y se le empezó a destejer un dedo.

Esa tarde estaba la abuela Lina que tejía bufandas para el invierno.

Así que entre gritos de los papás, le tejió el dedo en punto arroz.

Desde ese día… el ombligo se enredó en un cierre, los codos se trabaron en la bici, la nariz se le escapó tras la uña del

gato… Más de una vez, Marisa quedaba atrapada en las ramas del rosal y se le destejía una oreja.

El crochet no servía para manos y pies porque los puntos eran muy separados. Marisa se moría de frío. Y el punto

vainilla era muy perfumado, pero imposible de peinar.

– ¡Cuidado con las espinas del palo borracho! –le recordaba la mamá y allá iba Marisa casi flotando sobre las veredas

con cuidado de no destejerse. Allá iba la abuela Lina tras ella, agujas en mano.

Una tarde Marisa se cayó saltando la soga y se raspó una rodilla. Un hilito se separó de los demás y comenzó a

deslizarse por la pierna. Otros lo siguieron…

Al cabo de unos segundos, la rodilla estaba casi destejida.

Marisa corrió arrastrando la pierna para buscar a la abuela. Pero en el camino, el gato dejó escapar sus garras.

Cuando llegaron a la cocina, Marisa no era más que un montón de lanas de colores, desparramadas desde la vereda.

Una lágrima llegó hasta las polainas de la abuela Lina que se apuró a juntar, desde el dedo gordo del pie hasta la

colita del pelo de su nieta, la única punta por dónde empezar…

Se dispuso a tejerla de nuevo. Pero el apuro hizo que le hiciera la cara en punto ojito de perdiz con lanas violetas ¡de

su propia polaina!

Así quedó Marisa, tejida a la pierna de la abuela, que intentaba arrastrarla hasta su canasto lanero.

–Nena, escupí, escupí –decía el papá y le golpeaba la espalda, casi desarmándola.

La abuela Lina quiso explicar que Marisa no estaba ahogada, pero comenzó a verla más violeta, y azulina… azul

Francia…
– ¡Ay, ay! –gritó y buscó la lana rosa. Había muy poca y tuvo que pensar muy bien. Y rápido. Tejió la lana rosa,

mientras destejía la azul. ¡Era muy hábil la abuela, a cuatro agujas!

Casi terminada, Marisa se preguntó si podría jugar nuevamente entre los rosales, andar en bici y perseguir al gato.

Mientras se achicaba la madeja, Lina le iba contando los chistes que más divertían al abuelo. Y cada vez que Marisa

lloraba de risa, una lágrima lila se escapaba.

¡Lágrimas lila! ¿Qué gusto tendrían las lágrimas color caramelo?

Por fin quedó separada de la polaina de la abuela:

–Abu, ¿me tejés de color caramelo?

Esa noche un bostezo le destejió los labios y la abuela tejió, a medio punto rojo, una boca que regalaba besos de lana

cosquillosa. Si se destejía su voz, la arreglaba con un punto santa clara celeste que Marisa le regalaba diciendo

muchas veces la palabra burbuja.

¡Menos mal! Ya no se tuvo que quedar encerrada en casa y pudo correr a los bichitos de luz. Los atrapaba con

suspiros de lana pegajosa.

Un día Marisa le pidió a su abuela que le enseñara a tejer.

Y ahora se teje y desteje. Y se vuelve a tejer de muchas maneras. Es una, es otra, otra y otra. Con hebras verdes en

el pelo, con lanas azules en las pestañas, con risas tejidas en punto garbanzo.

Alejandra Bianchi: docente de nivel primario en el Colegio San Miguel de Adrogué, Pcia. de Buenos Aires. Es

ayudante de Cátedra en Antropología Cultural, Facultad de Ciencias Sociales, UNLZ, donde culmina su Licenciatura en

Ciencias de la Educación y participa en el Taller Literario “La Oreja Verde”.

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