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Cartas al ratoncito Pérez’, un cuento para niños a los que se les va a caer un diente

Marina estaba muyyy nerviosa. No había podido dormir en toda la noche. Se le movía un
diente, y se le movía tanto, que a veces notaba cómo se balanceaba hacia delante y hacia
atrás.

Le daba miedo comer pan con chocolate, por si se caía el diente y se lo tragaba sin querer.

Le daba miedo hacer el pino como otras veces y trepar por el columpio con sus amigas. No
fuera a ser que se cayera el diente sin darse cuenta y otras lo pisaran.

Le daba miedo lavarse los dientes, no fuera a caerse el diente en el peor momento, justo
cuando el agua se lleva todo lo que pilla por el desagüe.

Y así andaba Marina, pendiente a cada instante de su diente.

Sus amigas le habían hablado mucho del Ratoncito Pérez:

– De eso nada- le corregía Paloma- Yo le he visto y es enorme. Vi su sombra en la pared


cuando ya se alejaba a toda prisa.

– No le cuenten mentiras a Marina- dijo enfadada Carolina- Nadie, pero nadie, nadie, ha
visto nunca al Ratoncito Pérez. Y yo sé por qué… ¡¡se vuelve invisible por la noche!!

– Ooooooooooooooooh- exclamaron todas a la vez.

Y Marina con todo esto, estaba cada vez más nerviosa. ¿Vería al Ratoncito Pérez?¿Sabría
llegar a su casa? ¿Tenía que dejarle algo de comer? ¿Y si se equivocaba de cuarto y se iba
al de su hermano Pedro?

Lo que le sucedió a Marina con su diente


Y entonces ocurrió el mayor de los desastres: Marina estaba en el recreo con sus amigas,
pensando y pensando en su diente, cuando… ¡plaff! La pelota de Carlitos se estrelló
contra su boca.

– Buaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa- chilló Marina. La verdad es que no le había hecho mucho


daño porque era una pelota blandita, pero del susto que se dio se quedó más que pálida.

Es blanco y pequeño. Y hace así: ‘iiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii’- decía Paula

– ¡Marina! ¡Tu diente!- gritó su amiga Carolina.

O mejor dicho, su no diente. Marina abrió la boca y en lugar de su dientecito blanco, había
un agujero bien hermoso. Y del diente, ni rastro. Así que todos se pusieron a buscar por
el patio. Sus amigas, las profesoras, la cocinera. ¡Todos! Pero del diente, nada de nada.
Os podéis imaginar el disgusto de Marina. Tantos días pendiente de su diente… ¡y lo había
perdido! Y Marina lloraba y lloraba desconsolada.

– El ratón Pérez no me traerá nada… ¡¡buaaaaaaaaaaaa!!

Pero Hortensia, su profesora, que era muy lista y del Ratoncito Pérez sabía un rato, se
acercó con un pañuelo y una hoja de papel y le dijo:

– No llores, anda. Toma, el pañuelo para que te suenes los mocos. Y el papel, para que le
escribas una carta al ratoncito Pérez.

– ¿Una nota?- preguntó extrañada Marina.

– Claro- contestó muy tranquila Hortensia- ¿No sabes que el Ratoncito Pérez sabe leer? Tú
le dices que has perdido el diente, pero que a cambio le ofreces un poco de queso. Al
Ratoncito Pérez le encanta el queso.

– ¿Y los quesitos?

– También.

Y Marina se puso a redactar su nota.

La carta al ratoncito Pérez


La carta al ratoncito Pérez, muy bien escrita a pesar de alguna que otra falta de ortografía,
decía así:

«Señor Ratoncito Pérez: soy Marina. Hoy Carlitos me ha lanzado una pelota a la cara y
por su culpa he perdido el diente. Pero te dejo a cambio un quesito de los que más me
gustan (y sin abrir). Muchas gracias: Marina».

Esa noche, Marina se fue pronto a la cama. Si no se dormía, el Ratoncito Pérez se daría la
vuelta y no leería su carta. Colocó la nota en la bolsita de su ratón porta dientes, un
ratoncito de crochet que su madre le había hecho a mano.

Y esa noche Marina soñó con el país del Ratoncito Pérez: con árboles que daban muelas y
casitas de pequeños dientecitos blancos. Con flores con forma de quesitos y hasta la luna
era un enorme queso redondo. Y cuando despertó…

¡Ahí estaba su moneda! Resplandeciente. Maravillosa. ¡Había funcionado!

Esa mañana en el cole, Marina se sintió la persona más feliz del planeta. Y ya nunca más
tuvo miedo de perder un diente.

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