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De los escritores latinoamericanos, nadie más que Julio Cortázar ha padecido esta
extraña patología de convertirse en intérprete de su propia escritura. Si ya de por sí, las
actividades de la lectura y la escritura nos resultan patológicas a quienes solemos leer y
escribir, pero más a quienes no hacen esto, el hecho de convertirse en alguien que
explica a la propia obra, desdobla esta patología.
Entre los críticos literarios y los integrantes de la academia, suele decirse que al estudiar
una obra, es mejor evitar la lectura de textos o entrevistas en los que el propio autor
explica su escritura. Esto estaría dando lugar a sesgos y contaminaciones de la
interpretación que se realiza. Pero Cortázar no es precisamente un autor que se mira al
espejo con una transparencia de por medio. Sino un autor que se escribe sobre el espejo,
que acumula sobre su primera escritura, la de su narrativa y poesía, una segunda
escritura, la de su auto-interpretación. ¿Qué sucede cuando una escritura se empalma
sobre otra de esta forma?
Debo decir que muchos críticos han pasado muchas horas analizando cuál
pudo haber sido mi técnica para mezclar los capítulos y presentarlos en el
orden irregular. Mi técnica no es la que los críticos se imaginan: mi técnica es
que fui a casa de un amigo (Eduardo Jonquières) que tenía una especie de
taller grande como esta aula, puse todos los capítulos en el suelo (…) y
empecé a pasearme por entre los capítulos dejando pequeñas calles y
dejándome llevar por las líneas de fuerza: allí donde el final de un capítulo
enlazaba bien con un fragmento que era por ejemplo un poema de Octavio
Paz (…) inmediatamente le ponía un par de números y los iba enlazando,
armando un paquete que prácticamente no modifiqué. Me pareció que ahí el
azar –lo que llaman el azar- me estaba ayudando y tenía que dejar jugar un
poco la casualidad (…) [“Clases de literatura. Berkeley, 1980”, P. 208 y 209]
El azar que territorializa los encuentros entre los personajes de Horacio Oliveira y la Maga
en las calles de París, es la misma sustancia que parece estar mediando en el
mecanismo que Cortázar puso en marcha para darle forma al acomodo de los capítulos
de “Rayuela”. La pregunta que se hace Oliveira en la primera línea de la novela:
“¿Encontraría a la Maga?”, estaría persiguiendo paradójicamente al jugador de “Rayuela”:
¿En sus auto-interpretaciones, encontraría Cortázar a “Cortázar”? Probablemente el
jugador de “Rayuela” haya muerto creyendo con certeza que se había descifrado a sí
mismo. En los textos en los que el argentino reflexiona su propia obra, es notoria una
convicción de estar siendo certero. Pero, ¿qué se esconde bajo estos procesos, qué
territorios claroscuros abre Cortázar a partir de los desdoblamientos sobre sí mismo?
II
(…) eso que tan mal han dado en llamar el boom de la literatura
latinoamericana, me parece un formidable apoyo a la causa presente y futura
del socialismo, es decir, a la marcha del socialismo y a su triunfo que yo
considero inevitable y en un plazo no demasiado largo. Finalmente, ¿qué es el
boom sino la más extraordinaria toma de conciencia por parte del pueblo
latinoamericano de una parte de su propia identidad? (…) olvidan que el
boom, no lo hicieron los editores sino los lectores y, ¿quiénes son los lectores
sino el pueblo de América Latina? (Cortázar citado por Rama, en: “El boom en
perspectiva”, revista “Signos Literarios”, enero-junio de 2005, P. 169).
Paradójicamente, el que resulta hasta hoy ser el texto en el que Cortázar se interpreta con
más vehemencia a sí mismo, está condicionado en su contextualización y en el proceso
de su publicación, por los tentáculos del capitalismo. Los derechos de la obra del
argentino le pertenecen a su primera esposa, la traductora Aurora Bernárdez. Bajo la
tutela de Bernárdez, en los últimos años la editorial Alfaguara, ha editado varios textos
inéditos: los tomos de las “Cartas”, el libro misceláneo de “Papeles inesperados” y
recientemente el texto de las clases en Berkeley. Tal parece que pretende publicarse
hasta la última línea escrita por el autor. Desde luego que resulta pertinente la pregunta:
¿Era necesario publicar el libro “Clases de literatura. Berkeley, 1980”? ¿Qué criterios
literarios, éticos, políticos, ideológicos, etc., habrían de considerarse para responder este
cuestionamiento?