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UNIVERSIDAD NACIONAL “SIGLO XX”

ÁREA TECNOLOGIA
CARRERA DE INGENIERIA CIVIL

ANALISIS DEL PROCESO DE CAMBIO Y EL PROCESO DE DEMOCRATIZACION


TOMANDO COMO PUNTO DE PARTIDA LA ACCION COLECTIVA

(TESIS POLÍTICA)

DOCENTE: Lic. Neri Guzman Ambrocio


UNIVERSITARIOS:
 Calla Janayo Rosario
 Montaño Ventura Jhon Jonas
 Mamani Cuellar Eddy
 Mamani Corpus Freddy Jhonny
 Lopez Mamani Santos Eloy
 Capari Coyo Milan Angel

Curso: 5to Año

Llallagua – Potosí – Bolivia

2022
INDICE
INTRODUCCION..................................................................................................... 2

PRIMERA PARTE....................................................................................................2

MOVIMIENTO SOCIAL INTERNACIONAL..............................................................2

SEGUNDA PARTE.................................................................................................10

SITUACION SINDICAL DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES..............................10

TERCERA PARTE................................................................................................. 18

ESTRATEGIAS...................................................................................................... 18

Referencias bibliográficas......................................................................................20
ANALISIS DEL PROCESO DE CAMBIO Y EL PROCESO DE DEMOCRATIZACION
TOMANDO COMO PUNTO DE PARTIDA LA ACCION COLECTIVA

INTRODUCCION

El objeto central de nuestra tesis es desentrañar las variables fundamentales que han
posibilitado que algunos movimientos sociales a nivel internacional y en Bolivia se hayan
convertido en agentes estratégicos para la implementación de proyectos y cambios
democráticos, fundamentalmente en el actual contexto histórico que se abre a fines del
siglo pasado.

PRIMERA PARTE

Los movimientos sociales han tenido un papel relevante en la historia contemporánea


boliviana como actores influyentes en los diversos procesos de democratización que se
han vivido en el país. El presente trabajo pretende identificar las variables fundamentales
que han posibilitado que algunos movimientos sociales en Bolivia se hayan convertido en
agentes estratégicos de cambios democráticos, con especial énfasis en el principio de
siglo, desde el denominado “ciclo rebelde” (2000-2005) hasta el momento presente, en el
que está gobernando el Movimiento Al Socialismo (MAS), expresión orgánica de diversos
movimientos sociales del país.

MOVIMIENTO SOCIAL INTERNACIONAL

El análisis de los movimientos sociales en América Latina, de las experiencias de


movilización en las últimas décadas del siglo XX y en esta primera década del siglo XXI,
es especialmente relevante, porque se ha consolidado la especificidad de la acción
colectiva: por un lado, la acción colectiva popular incorpora una fuerte dinámica de
solidaridad grupal; por otro, la capacidad de movilización se ha demostrado en muy
diversas ocasiones y ha llegado a provocar rupturas institucionales. Además, resulta
pertinente, en América Latina, la hipótesis sobre una posible «normalización de la
protesta»: la aceptación de algunos modos de acción y diversificación de los grupos
sociales que participan en ella, fenómeno ya observado en los repertorios de acción
colectiva de Europa y Estados Unidos.
En este trabajo considera la solidaridad grupal como capacidad para la acción colectiva, y
el aprendizaje de ciudadanía como el resultado más permanente y consolidado de la
acción; intentar explicar las circunstancias que condicionan el desarrollo de la acción
colectiva de confrontación, introducir factores políticos, sociales y culturales y por último,
avanzar sobre la diversificación de los grupos sociales que participan en la acción, en
particular la inclusión de las clases medias en la acción colectiva de confrontación.
Es esta la perspectiva que de interes en el análisis de los movimientos sociales, tanto en
el plano teórico como en el plano concreto. Aquí se debe tener el énfasis y explicar. Los
movimientos sociales suelen asociarse a grandes palabras, tales como rebeldía, lucha,
resistencia, desobediencia, insurrección, protesta; en general, su lenguaje está plagado
de «antis»: anticapitalismo, antiestatal… Ese mismo lenguaje es utilizado por algunos
científicos sociales para analizar los movimientos sociales. Sin embargo, el resultado de
su acción suele ser mucho más positivo, proactivo y transformador de lo que dichos
sustantivos y calificativos dan a entender. Es cierto que los protagonistas de las acciones
realizan un ejercicio de autoafirmación consciente de sus derechos y de sus capacidades,
incluido el potencial de cambio. Pero ese mismo lenguaje es el que se puede utilizar
desde los espacios constituidos de poder para calificar cualquier acción que implique una
manifestación de descontento, una reclamación, la visibilización de una exclusión o una
propuesta transformadora: rebelión, rebeldía, lucha, protesta. Y cuando este lenguaje se
utiliza desde el poder, el objetivo que se persigue es la deslegitimación de la acción, con
el logro, en algunas ocasiones, de la criminalización de la movilización.

SITUACIÓN POLÍTICA
MOVIMIENTOS SOCIALES Y PARTIDOS POLÍTICOS
Charles Tilly define un movimiento social como "el desafío sostenido de un grupo social a
quienes detentan el poder mediante repetidas manifestaciones públicas de su número de
simpatizantes, su nivel de compromiso, unidad y valor." Siguiendo a Dieter Rutch, en
estricto sentido un movimiento social está constituido por dos tipos de componentes: 1)
redes de grupos y organizaciones preparados para la movilización y actos de protesta
para promover o (resistir) el cambio social (que es el objetivo último de los movimientos
sociales); y 2) individuos que asisten a actos de protesta o contribuyen con recursos sin
ser necesariamente parte de un grupo u organización del movimiento.
La relación, tanto conceptual como práctica, entre los movimientos sociales y los partidos
políticos suele ser compleja. De hecho las organizaciones sociales derivadas de los
movimientos y que constituyen sus bloques o estructuras pueden llegar a parecerse a los
partidos políticos o a los grupos de interés, por lo que es muy importante establecer sus
diferencias. Aunque todos persiguen fines políticos, los dos últimos no dependen de la
participación directa de sus miembros para la consecución de sus objetivos. Tanto los
partidos como los grupos de interés están especializados en las tareas de representación.
Tienen suficientes recursos –particularmente cierto nivel de institucionalización, autoridad
y profesionalización– lo que significa que normalmente no tienen que recurrir a la
movilización de sus agremiados. Y aun cuando pueden llegar a movilizar a sus
simpatizantes o miembros, esta actividad no forma parte esencial de sus actividades
cotidianas, hecho que sí sucede con los movimientos sociales y sus organizaciones.
Ahora bien, independientemente de las causas que acojan, los movimientos sociales
tienen una innegable importancia como actores sociales por dos razones fundamentales:
La primera es que fungen como el canalizador o representante de las demandas de
grupos sociales que optan por expresar así su descontento con el statu quo.
La segunda es su función como proponente y catalizadores del cambio social. Pero, para
lograr ese cambio, generalmente necesitan de otros actores sociales. Uno de esos
actores son los partidos políticos. Es común que los movimientos sociales enfrenten la
disyuntiva de quedarse como fuerzas de oposición luchando por vías extra–institucionales
manteniendo su autonomía, o competir por el poder vía los canales institucionales, sea en
alianza o como parte de un partido político.
De acuerdo con Hangan existen cinco tipos de relaciones prácticas por las que pueden
optar los movimientos sociales y los partidos políticos: articulación, permeabilidad,
alianza, independencia y transformación. Las primeras dos limitan seriamente la
autonomía del movimiento; las últimas dos son menos restrictivas.
Articulación. Esta relación consiste en que las organizaciones de los movimientos
sociales se agrupan alrededor del programa de un partido político y promueven las
posiciones partidistas entre los seguidores potenciales a los que los partidos esperarían
movilizar en busca de apoyo y de nuevos miembros. Aun cuando los partidos políticos
controlan directamente a estas organizaciones, generalmente éstas ejercen alguna
influencia independiente sobre el partido. Su éxito en la movilización de masas obliga al
partido a hacer más fuerte el compromiso hacia una causa particular. A cambio del
acceso a ciertos cotos de poder en el partido y del apoyo institucional a su causa, se
esperará que los activistas del movimiento sigan las líneas e instrucciones del partido.
Un claro ejemplo de este tipo de estrategia es la que ha llevado a cabo el "Movimiento al
socialismo en nuestro país con el objetivo principal de "organizar a los sectores más
marginados y pobres de nuestro país para lograr mejorar el estado de sus
comunidades, luchar por una mejor distribución del ingreso y eliminar las profundas
diferencias sociales."

SITUACIÓN ECONÓMICA, SOCIAL Y CULTURAL INTERNACIONAL.


Años atrás cuando la crisis política y económica alcanzó su peor momento, el movimiento
indígena se visualizó su proyecto político dual: una alianza estratégica con el sector
urbano de las organizaciones sociales y la formación del Movimiento de Unidad
Pachakutik–Nuevo País [MUPP–NP], un movimiento político diseñado para permitir que
las comunidades indígenas participaran directamente en el sistema político electoral. Ya
en los años ochenta el movimiento indígena había participado en este sistema, pero a
falta de un instrumento político tuvo que trabajar bajo la estructura partidista de la
izquierda ecuatoriana. El movimiento percibía que necesitaría de un acercamiento a algún
partido para poder acceder al poder.
El 21 de enero de 2000 fue un momento crítico para la CONAIE del movimiento popular
en Ecuador. La insurgencia social que derrocó al gobierno de Abdala Bucaram, el
descontento de las fuerzas armadas y la división en la élite gobernante hicieron posible el
acercamiento entre el Coronel Gutiérrez y Antonio Vargas, presidente de la CONAIE.
Ambos tenían un objetivo común que era oponerse a los candidatos que consideraban
como continuadores de las políticas neoliberales. El discurso de Gutiérrez a favor de la
lucha social y de la cuestión indígena encajaba bien con los objetivos de la CONAIE y de
Pachakutik. Es en este momento cuando la primera decide acercarse a la Sociedad
Patriótica (PSP), partido recién formado por Gutiérrez para subsanar su precaria base
política. Una vez que la CONAIE se da cuenta de que una alianza electoral con SP podría
darle el acceso al poder del gobierno en caso de un triunfo de Gutiérrez, decide firmar una
alianza programática electoral con dicho partido. Para el PSP y su candidato presidencial
la alianza con estas fuerzas sociales representaba un apoyo invaluable en términos de
movilización y votos potenciales.
El apoyo de la CONAIE como movimiento social, de Pachakutik como aparato electoral y
del MTD (Movimiento de Trabajadores desocupados) y la CMS, aunado a la capacidad de
Gutiérrez para presentarse ante el electorado como el representante de un amplio
espectro de fuerzas sociales opuestas a las políticas neoliberales, hicieron posible su
triunfo. Sin embargo, tan sólo seis meses después las dirigencias de Pachakutik y la
CONAIE se dieron cuenta de que habían sido utilizados y que Gutiérrez había traicionado
al movimiento. Así, uno de los ejes del actual debate de la CONAIE ha sido evaluar el
papel que debe jugar Pachakutik. A partir de la convención de diciembre de 2004 hubo
cierto consenso en torno a considerar como un error su participación en el gobierno de
Lucio Gutiérrez, ya que provocó la mayor crisis política pero también de identidad en la
historia del movimiento social.
Independencia. En esta estrategia las organizaciones del movimiento actúan
autónomamente de los partidos políticos, presionándolos a hacer concesiones que, de no
hacerse, pueden representar la pérdida de votos potenciales de quienes apoyan el
movimiento. Generalmente optar por dicha estrategia implica que existe suficiente apoyo
para el movimiento dentro de un partido político, de manera tal que un intento fallido por
lograr alguna demanda llevará a defecciones dentro del partido –y por ende tendrá
consecuencias electorales serias. El hecho de poder infligir pérdidas electorales
importantes en aquéllos en los que quiere influir, pone al movimiento en una fuerte
posición de negociación; pero si lo hace, se arriesga a disminuir sus propios prospectos
de lograr cualquier reforma al tiempo que pierde apoyo dentro del partido.
La relación de los movimientos sociales (particularmente el Movimiento de los
Trabajadores Rurales Sin Tierra, MST) y el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil nos
permite ver el uso de diversas estrategias por parte de ambos actores, primero la de
permeabilidad y posteriormente la de independencia. En el momento de su fundación el
PT era un partido con un fuerte componente de miembros y activistas de movimientos
sociales–trabajadores sin tierra, favelados urbanos (habitantes de barrios bajos),
ecologistas, feministas, grupos culturales y artísticos, activistas progresistas religiosos y
de derechos humanos y los principales nuevos sindicatos de trabajadores metalúrgicos,
así como profesores, trabajadores de la banca y funcionarios. EL PT aumentó
rápidamente el número de afiliados y la influencia de su participación directa en las luchas
sociales. Al principio, las campañas electorales fueron en gran parte un complemento de
las luchas extraparlamentarias.
El MST, uno de los movimientos sociales más fuertes, no sólo de América Latina sino del
mundo, es una articulación de campesinos que luchan por la tierra y por la reforma agraria
en Brasil. El movimiento se autodefine como un movimiento de masas autónomo, al
interior del movimiento sindical, sin vinculaciones político–partidarias o religiosas. Los
intentos de acercamiento con el PT ocurrieron desde antes de que Luis Ignacio (Lula) da
Silva se convirtiera en líder del movimiento obrero. Más tarde, como presidente del PT,
Lula siempre se mostró a favor de la Reforma Agraria, la principal bandera del MST. Esta
coincidencia ideológica hizo que en las cuatro ocasiones en que Lula se presentó a las
elecciones presidenciales, el MST siempre le apoyara. Más aún, para su campaña
presidencial del 2002, Lula logró una concesión sin precedente por parte del MST: el alto
de toda acción directa masiva –ninguna ocupación de tierras– argumentando que estas
acciones ahuyentarían el voto de las clases medias y le costarían al PT la pérdida de las
elecciones. La apuesta del MST era que las expectativas de cambio de los decenas de
millones de pobres que votarían por Lula lo forzarían a responderles positivamente. Con
el paso del tiempo el MST intentaría permear e influir en el PT con el fin de lograr avanzar
su agenda de reforma agraria.
La posición del MST cuando pensaba que su acercamiento con el PT traería cambios
encaminados a lograr sus objetivos centrales se resume en la siguiente frase: "Ahora los
dirigentes de los Sin Tierra sostienen que un triunfo de Lula provocará un cambio
importante en las luchas sociales del país, abriendo un periodo nuevo, no sólo por la
profundización de la reforma agraria sino porque la vieja oligarquía terrateniente sufrirá
una derrota política y económica."32
Sin embargo, hasta ahora los resultados o avances de la reforma agraria han sido muy
precarios. Lula había prometido que para fines del 2003 instalaría a 60,000 familias en
terrenos expropiados y terminó el año con una cifra de 10,000 familias. El MST había
demandado el asentamiento de 120,000 familias; Da Silva logró completar sólo el 12 por
ciento de la meta del MST. Asimismo y según activistas de derechos humanos y
observadores de Naciones Unidas la violencia de los latifundistas creció y las ejecuciones
extra–judiciales, los arrestos arbitrarios y la criminalización de los movimientos sociales
también aumentaron.33
El MST enfrenta entonces una situación complicada: tras muchos años de construir un
movimiento socio–político masivo independiente y exitoso, que logró instalar a 350,000
familias sin tierra en terrenos improductivos mediante la acción directa (ocupación de
predios), sustituyó sus medios de acción tradicionales por el trabajo electoral en favor de
Lula con la esperanza de lograr una legislación que apoyara la reforma agraria. Para
algunos de los activistas la decepción ha sido grande. El éxito pasado del MST estuvo
basado en su capacidad para priorizar la acción masiva directa, aun cuando apoyó
electoralmente a algunos candidatos del PT. El hecho de haber confiado en la elección de
Lula como el medio idóneo para realizar la reforma agraria ahora tiene al movimiento
enfrentado con un gobierno que ya no respalda sus métodos y que hace poco por sus
cumplir sus objetivos.
Transformación. En este caso los movimientos sociales se convierten en partidos
políticos. El movimiento obrero en muchos países europeos constituye un claro ejemplo
de este tipo de estrategia. Típicamente las organizaciones de los movimientos sociales
empezaron como "partidos de protesta" con el propósito de articular las demandas de los
movimientos sociales vigentes. A lo largo del tiempo, si estos partidos crecen se les
presenta la posibilidad de llegar a ser "partidos gobernantes o en el poder", con la
posibilidad real de influir las políticas gubernamentales y públicas mediante su propio
poder electoral. Importantes debates dentro de las organizaciones de los movimientos
sociales y los partidos formados por éstos han surgido con relación a la posibilidad real de
combinar los mecanismos electorales con los de los movimientos sociales; esto debido a
que los movimientos se sienten más cómodos como "partidos de protesta", pero obtienen
más beneficios como "partidos en el poder".

SITUACIÓN ECONÓMICA, SOCIAL Y CULTURAL NACIONAL.

El Movimiento al Socialismo de Bolivia es un ejemplo de uno o varios movimientos


sociales que se transformaron en partido político. Hacia fines de los años ochenta un
grupo de dirigentes sindicales se planteó en Bolivia la necesidad de crear una
organización política. En esos años, el congreso interno de la Confederación de
Campesinos de Bolivia decide crear el "Instrumento Político por la Soberanía de los
Pueblos", formado sobre la base de organizaciones sindicales unidas. Este instrumento
político intentó participar en las elecciones, pero no pudo cumplir con las obligaciones que
imponía el código electoral. Entonces tuvo que acudir a un partido pequeño que tenía sus
siglas legalizadas ante la Corte Electoral para las elecciones de 1997. En esas elecciones
la organización política participó con el nombre de Movimiento al Socialismo (MAS) y
logró la elección de cuatro diputados, uno de ellos Evo Morales. En este proceso el más
fue apoyado por las seis confederaciones del trópico cochabambino, organizaciones
representativas de los productores de coca, quienes decidieron trabajar con mayor
profundidad en la organización.
En las elecciones de 2000 el MÁS, una amalgama de diversas fuerzas de oposición que
incluía a los cocaleros de Morales, se registró como partido político para participar en las
elecciones de ese año. Morales quedó sólo un punto porcentual detrás de Sánchez De
Lozado, quien un año más tarde sería derrocado por el movimiento popular. Estas
elecciones dejaron al descubierto varios hechos. Por primera vez en la historia de Bolivia,
un movimiento social de indígenas y campesinos estuvo a punto de obtener el control del
poder político del país. Además, estas elecciones representaron un cambio en la
estrategia de la izquierda en su búsqueda por el poder, al cambiar la movilización masiva
por la política electoral dentro del marco institucional del sistema democrático liberal
existente.
Más aún, las elecciones también produjeron importantes realineamientos de poder,
especialmente en el Congreso. Con respecto al MAS, aun cuando por sí solo no hubiera
podido derrocar a los gobiernos de Lozado y al de Mesa posteriormente, ninguno de los
dos presidentes hubiera podido gobernar sin la "oposición funcional" del movimiento.
El apoyo que poco a poco fue dando el MAS y Morales al gobierno de transición de Mesa
fue más allá de una táctica coyuntural. Más tarde resultaría que varios políticos que fueron
invitados a formar parte del gobierno de Mesa, o bien eran representantes del MAS, o por
lo menos contaban con su apoyo. Más aún, podía especularse que el MAS tenía conexión
con varias organizaciones sociales representadas en el gobierno a nivel de prefecturas.36
La estrategia por la que optó Morales al favorecer la vía de la presión parlamentaria en
lugar de la movilización fue una manera de influir en la política desde dentro. Claramente
esta línea de acción era muy distinta a la línea revolucionaria de movilización masiva que
Morales y el MAS habían ejercido algunos meses antes. De esta manera Morales decidió
optar por la búsqueda del poder por la vía de la política institucional electoral y abandonar
la lucha de clases en los términos en los que la había planteado como líder de los
cocaleros. Como sucede con muchos movimientos sociales, su participación por la vía
institucional tiende a que el sistema intente cooptarlo y desmovilizarlo. En opinión de
algunos autores, la decisión del MÁS de participar en el sistema político mediante un
instrumento como el partido político representa el fin para el movimiento social. La
imposibilidad de un partido de lograr un cambio significativo o radical hace muy difícil que
la agenda del movimiento se cumpliera.37
Como pudo apreciarse en la sección anterior, los movimientos sociales difícilmente
cuentan con toda la gama de opciones expuestas arriba. Esta está determinada y limitada
por el contexto político prevaleciente, que a su vez es el producto de luchas políticas
pasadas. Para entender cómo los movimientos sociales y sus organizaciones evalúan sus
alternativas de acción es importante considerar que el cambio de estrategia conlleva a la
formación de nuevas identidades y que de esta manera se ven afectados los criterios
adoptados para decidirse por una u otra táctica. Es decir, la decisión de un movimiento de
trabajar con o en un partido político involucra una identificación importante con los otros
objetivos del partido. Con el tiempo, los miembros pueden llegar a estar dispuestos a
sacrificar las prioridades del movimiento por las del partido. Por el contrario, la
independencia de los movimientos y sus organizaciones centra la atención de sus
miembros en las demandas específicas de éste, recalcando su importancia. Las
justificaciones de la independencia del movimiento se hacen mayores si grandes sectores
del contexto político en el que se mueve giran alrededor de esos temas que aquél ha
establecido como centrales.

SEGUNDA PARTE

SITUACION SINDICAL DE LOS MOVIMIENTOS SOCIALES

El sindicalismo boliviano contemporáneo puede ser caracterizado como un sindicalismo


en crisis y transformación, producto del resquebrajamiento del centralismo institucional y
del poder de irradiación organizacional y movilización de masa de la Central Obrera
Boliviana (COB) en el período previo al ajuste. A diferencia de entonces, cuando la COB
tendía a concentrar y condensar el accionar de las redes sindicales en Bolivia –dotando a
esas redes de un cierto centro de referencia para un funcionamiento de conjunto
relativamente uniforme, no exento de tensiones y contradicciones– hoy el sindicalismo
boliviano se muestra como una red descentrada, de orientaciones y accionares regional y
sectorialmente diferenciados y diversificados, al punto que es imprescindible no referirse
ya a un sindicalismo en este país, sino a ‘los sindicalismos’ de Bolivia.
Hoy, a fines del siglo XX, la COB y sus tradiciones son ya sólo una parte más de un
panorama sindical debilitado como conjunto, complicado y diversificado en términos de
sus orientaciones y accionares y con sólo algunos bolsones geográficos puntuales de
poder de movilización de masa importantes. Tratar sobre los sindicalismos en Bolivia ya
no es, pues, sinónimo de referirse a la COB y a las redes y organizaciones sindicales que
todavía formalmente comanda, sino que implica aproximarse a esas redes y
organizaciones en particular y en términos de los nuevos hábitos de accionar que los van
especificando como partes de un conjunto crecientemente diluido. Dicho de otro modo, los
sindicalismos bolivianos ya no cuentan más, sino sólo formalmente, con una matriz
ordenadora y centralizadora para su accionar, lo que causa una preponderancia de
dinámicas centrífugas y desencuentros entre los distintos sindicatos sectoriales y
regionales.
Por otra parte, parece importante tener en mente que en Bolivia, después del ajuste
estructural iniciado en 1985-86 incluidas la relocalización minera masiva y la nueva
política económica de achicamiento del papel del Estado en lo productivo no sólo se ha
producido una crisis de la ‘centralidad obrera’ para las orientaciones y accionares de los
movimientos populares en el país centralidad que como se sabe fue manifiesta, a través
del fuerte peso político de los sindicatos mineros, en las dinámicas y procesos de esos
movimientos en la etapa anterior al ajuste sino que además se ha desarrollado una ‘crisis
de la centralidad previa al sindicalismo’ como forma de organización privilegiada para dar
cauce a las demandas económicas y a las reivindicaciones sociales de las poblaciones.
Efectivamente, desde el ‘comiteísmo’ regionalista, pasando por las juntas vecinales, las
organizaciones de mujeres, el movimiento ecologista y la emergencia de organizaciones
indígenas en procesos que anteceden en parte al mismo ajuste estructural y que se
desbrozaron aún más después de éste, en particular en lo que a las cuestiones indígenas,
de género y ecológicas se refiere, nuevos marcos organizacionales para dar cauce a
demandas y reivindicaciones de distinto cuño, han hecho del sindicalismo ‘una forma
organizacional más’ en un contexto que lo obliga a competir con otras por la
representación de los intereses del ‘pueblo’ frente al Estado. A ello es necesario añadir el
cada vez más importante papel de los partidos políticos como factores de mediación para
la inflexión de las políticas de Estado, antes muy acusadamente marcadas por el tenor de
las relaciones, negociaciones y enfrentamientos entre la COB y sus sindicatos y los
distintos regímenes de gobierno.
Ni la centralidad obrera, ni la centralidad sindical’ determinan ya los flujos y reflujos de los
movimientos sociales en Bolivia y menos aún el ritmo de la vida política del país. El
anterior e imponente peso del sindicalismo en Bolivia ha devenido en un conjunto
secundario de sindicalismos en general muy debilitados, que con muchas dificultades y
limitaciones logran apenas sobrevivir como organizaciones. La crisis del sindicalismo
acaecida tras el ajuste estructural parece, a fines de 1999 e inicios del 2000, haber
llegado al punto en el que las organizaciones sindicales en Bolivia tienen que refundarse o
seguir minimizándose en términos de importancia y cobertura hasta el borde de una
supervivencia apenas vegetativa.
Es en el marco de tal encrucijada donde emergen con cierta nitidez algunos de los rasgos
distintivos de la cultura política del conflicto que marcó el accionar de la COB y sus
sindicatos, en el largo período que va de la Guerra del Chaco hasta el ajuste estructural
de 1985-86 y que, de mantenerse, podrían concluir en un minimalismo y congelamiento
sindicales de larga duración. En pocas letras se puede plantear que en la cultura política
del conflicto del sindicalismo previo al ajuste se destacan: 1) la huella marcada por el
reduccionismo clasista con el que la COB y sus redes entendieron el conflicto social en
Bolivia y 2) una reducción paralela del conflicto clasista —en sí mismo ya siempre muy
complejo— a la oposición simple entre obreros asalariados regulares, por un lado, y la
burguesía y el Estado patronal, por el otro. Si en teoría ambos reduccionismos originan
una lectura académica muy pobre del conflicto social, en política —en la política boliviana
— éstos se tradujeron en el por demás glosado ‘vanguardismo obrero’ con el que la COB
intervino en la historia de Bolivia desde antes de la Revolución de 1952.
El que tal ‘vanguardismo’ hubiera permitido a la COB colocarse en el centro de las luchas
políticas de Bolivia, desde 1952 hasta 1985-6, se explica tanto por: 1) el peso de la
minería en la economía del país durante el mismo período y la naturaleza agregativa de la
tecnología minera de socavón que hace la masa laboral de los campamentos, y 2) la
relevancia de las fábricas de corte semifordista’ en algunas de las urbes occidentales del
país. Dicho llanamente, la mala lectura académica de la realidad por parte de la COB no
necesariamente implicó una política fallida en todos sus planos. Pese a sus
reduccionismos y su vanguardismo e incluso quizá debido a ellos la COB jugó un papel
central, logró victorias, impulsó mejoramientos salariales y políticas sociales favorables al
‘pueblo’ y, en la tenaz historia, fue la principal autora de la recuperación de la democracia
actual en Bolivia.
Y es que, a diferencia del parecer de otros analistas, aquí nos arriesgamos a decir que el
reduccionismo clasista y el vanguardismo obrero de la COB y sus sindicatos fueron un
mecanismo de adecuación política a la forma que tomó el ‘fordismo’ —estamos forzando
conscientemente este término para propósitos de redacción resumida— en Bolivia en la
época de la sustitución de importaciones, mecanismo no totalmente inadecuado, toda vez
que por lo menos desbrozó la lucha sindical en la médula del patrón de acumulación
minero-exportadora que rigió en Bolivia hasta antes del ajuste.
Decir reduccionismo y vanguardismo, en todo caso, no es sinónimo de decir
‘oposicionismo’. Frente a lo que ha venido siendo un parecer meramente prejuicioso e
ideologizado la COB y sus sindicatos no fueron, como algunos lo pretenden, una
expresión más de lo que se ha llamado la ‘cultura política del NO’ (de oponerse por
oponerse) en Bolivia, ni peor aún ‘la cultura del NO’ en el país.
Según versiones simples, reductoras e ingenuas de algunos analistas, el sindicalismo
sería hoy expresión o sinónimo de la cultura del ‘no’ en Bolivia porque en toda su historia
moderna (postguerra del Chaco) habría sido expresión o sinónimo del ‘no’. Según esta
versión, el sindicalismo es hoy continuación del sindicalismo previo al ajuste, que se niega
a cambiar ante la nueva realidad y que persiste en ser el mismo sindicalismo de la
oposición por la oposición que habría emergido antes y durante la revolución de 1952.
Basta la más elemental revisión de datos, empero, para que, con el mismo simplismo, se
termine afirmando que el sindicalismo más bien ha sido y sigue siendo expresión o
sinónimo de la cultura política del ‘sí’ en Bolivia. Así, por sus documentos y
posicionamientos, el sindicalismo boliviano moderno ha dicho innumerables veces: sí a la
nacionalización de minas, sí al voto universal, sí a la reforma agraria, sí al socialismo, sí a
la recuperación democrática frente a las dictaduras, sí a mejores salarios, sí a una
educación mejor y más barata, sí a mejor y más salud, sí a mejores y más derechos
laborales, sí a la mayor independencia de Bolivia frente a las presiones políticas y
económicas externas, sí a la solidaridad, sí a una mejor canasta familiar, sí a... En
realidad, ninguno de los éxitos y victorias de la COB en su historia serían comprensibles si
no se le reconocieran sus específicos rasgos propositivos y afirmativos. Es más, el que la
COB ante cualquier cambio de régimen de gobierno se sitúe en el campo de la oposición
no debería ser interpretado como una manifestación anómala de una cultura política
‘oposicionista’, sino como un rasgo más de un ordenamiento democrático crecientemente
adecuado ya que como sindicato su papel es el de defender los derechos laborales y no
el de ser un mecanismo de gobierno para tal o cual partido (no importa cuán afín o no sea
a sus posicionamientos ideológicos).
En democracia, habría que esperar que los sindicatos, en el caso de constituirse un
régimen de gobierno de orientaciones laboristas, lejos de convertirse en meras correas de
transmisión política del régimen mantengan más bien su independencia y autonomía
frente al Estado. Parte medular de un orden democrático es justamente el fundarse sobre
el reconocimiento explícito del conflicto de intereses entre los sectores sociales, por un
lado, y habilitar los mecanismos para su resolución pacífica y legal, por el otro. Uno de
esos mecanismos es justamente el sindical y, por lo menos en Bolivia, hay que alegrarse
de que, por ejemplo, en sus regiones cocaleras del Chapare y Yungas exista un
sindicalismo agrario vigoroso que permite intermediar entre productores y Estado
anulando los potenciales de violencia que allí podrían estallar de no existir la mediación
sindical.
Como fuere, la colocación estructural de independencia y autonomía del sindicalismo
frente al Estado es un rasgo de la democracia y no simple sinónimo de cultura
oposicionista. Y el reduccionismo clasista y el vanguardismo obrero no son, reiteramos,
sinónimo de ‘oposicionismo’. Todo lo contrario, son rasgos de cultura afirmativa (lo que no
es sinónimo de decir que cualquier forma de afirmación es necesariamente positiva o
deseable). El debate sobre los sindicatos es más complejo, y reducirlo a la simpleza de
calificarlos y estudiarlos en el marco de la oposición retórica entre el ‘oposicionismo’
versus el colaboracionismo sólo puede ser útil para lecturas de una coyuntura muy
puntual.

SURGIMIENTO DEL MOVIMIENTO AL SOCIALISMO


Movimientos sociales indígenas y democracia
La “profunda crisis política” que se vivió en América Latina en las dos
últimas décadas del siglo XX, está intrínsecamente relacionada con la “imposición de las
políticas de ajuste” que impuso el Consenso de Washington (Dávalos, en Dávalos et al,
2005: 11). En un contexto de regímenes políticos liberales de corte “democrático-
representativo”, los nuevos movimientos sociales adquirieron una importante relevancia
como agentes que interpelaban al Estado, exigiendo mayores avances en términos de
democratización. En este contexto, los movimientos indígenas adquirieron un papel
central, como señala Dávalos:
“La presencia política de los movimientos indígenas dentro de esa crisis” fue clave, por las
“propuestas de reformular el régimen político, de transformar al Estado, de cambiar los
sistemas de representación, en definitiva, de otorgarle nuevos criterios a la democracia,
desde la participación comunitaria y desde la identidad” (Dávalos, en Dávalos et al, 2005:
11)
Antecedentes: nacionalismo revolucionario, katarismo y neoliberalismo
La lucha de las clases subalternas y sus movimientos por la instauración de proyectos
democratizadores en Bolivia, está todavía íntimamente ligada a los ensayos previos y a
los imaginarios que estos construyeron y proyectaron. La ‘memoria larga’ de resistencia
colonial y la ‘memoria corta’ de rebelión popular Antecedentes: nacionalismo
revolucionario, katarismo y neoliberalismo La lucha de las clases subalternas y sus
movimientos por la instauración de proyectos democratizadores en Bolivia, está todavía
íntimamente ligada a los ensayos previos y a los imaginarios que estos construyeron y
proyectaron. La ‘memoria larga’ de resistencia colonial y la ‘memoria corta’ de rebelión
popular parafraseando a Silvia Rivera (2003)- siguen por tanto, condicionando en gran
medida las dinámicas de reivindicación y transformación del presente.
La Revolución Nacional de 1952, aquella que René Zavaleta (1995: 63)
caracterizó como una “Revolución democrática, policlasista, nacional y agraria”, continúa
siendo una época de obligado recuerdo en materia de democratización y movilización de
masas, además de un punto de inflexión en la historia republicana por diversas razones:
derrocamiento del sistema oligárquico dominante, puesta en marcha del primer ensayo
democrático en toda la historia del país y, participación de facto en el poder político de la
clase trabajadora a través del movimiento sindical.
La proclamación del sufragio universal -por primera en la historia-, la
nacionalización de las minas con su correspondiente control obrero, la reforma agraria, la
participación de los trabajadores en el Poder Ejecutivo –cogobierno-, el desmantelamiento
del Ejército represivo, la reforma educativa y la aprobación del Código de la Seguridad
Social, son algunas de las principales transformaciones democráticas de la Revolución
Nacional de 19522. La sociedad en movimiento, fue protagonista de esta democratización
fundamentalmente por medio del sindicalismo obrero y en menor medida por los
sindicatos campesinos, que compañaron al partido en el gobierno, el MNR (Movimiento
Nacionalista Revolucionario).
El golpe del 64 liderado por Barrientos, instaura un régimen que se apoya en un
movimiento campesino que había sido cooptado tras la reforma agraria y que se
subordina a través del ‘Pacto Militar-Campesino’3, sirviendo a su vez como contrapeso al
movimiento obrero (Albó, 1990: 247-50).

El Movimiento al Socialismo (MAS) nació a partir de una decisión de las organizaciones


sociales campesinas de contar con un instrumento político. Más tarde, en su salto a las
ciudades, el partido se fue ampliando y Evo Morales se consolidó como el caudillo capaz
de garantizar la cohesión interna y actuar como mediador entre el MAS y las
organizaciones sociales. Desde la llegada al poder en 2005, la concentración de poder en
manos del presidente se acentuó y el rol de los movimientos sociales se vio desdibujado.
Aunque siguen ocupando un espacio, su lugar en la conducción del proceso es cada vez
menos relevante.
Álvaro García Linera, al ser consultado sobre la relación entre los movimientos sociales y
el Estado, dijo que Bolivia enfrenta hoy los mismos desafíos que la Rusia de Lenin y se
preguntó: «¿Qué pasa cuando los soviets se repliegan?».
Este es el tema que abordaré en este ensayo: ¿qué ocurre hoy en Bolivia, cuando ya ha
pasado el momento cumbre del empoderamiento social, de la instalación de la «política
en las calles»? ¿Qué sucede cuando la crisis que se extendió entre 2000 y 2005 ya es
parte de la historia y vivimos bajo un gobierno que obtuvo 54% de la votación en 2005 y
64% en 2009? Después de las grandes movilizaciones, ¿estamos en un momento de
participación directa y sin mediaciones de los movimientos sociales en el Estado? ¿Cómo
funciona esta participación? ¿Y dónde ha quedado el resto de la sociedad, la «masa
silenciosa», que vota pero no se moviliza? ¿O acaso, después de las masas movilizadas,
se ha iniciado una institucionalización de la participación por la vía del partido político
democrático? ¿O no estamos ante ninguna de estas dos opciones y, por el contrario, se
impone ahora la razón de Estado, mientras se desarrolla un proceso de concentración del
poder en manos del presidente y su entorno, del que tanto los movimientos sociales como
el partido político quedan –matices más, matices menos– afuera?
Para plantearme estas preguntas, primero analizaré la relación de los movimientos
sociales con el partido político en la etapa de crisis del Estado, es decir del
empoderamiento social. En esta sección, planteo la tesis de que el MAS nace de las
organizaciones sociales campesinas a partir de la decisión de estas de contar con un
instrumento político para actuar en democracia; es decir, el MAS es, por su origen, un
partido campesino, y el segundo partido de masas que ha producido la historia boliviana
republicana.
En la segunda parte del artículo me focalizo en el momento de implantación del MAS en
las ciudades, la relación de la población urbana con el partido y, fundamentalmente, con
Evo Morales. ¿Qué desafíos supone este salto y qué implicaciones tiene para el joven
partido? Aquí planteo la tesis de que la fuerza horizontal-rural que fue el MÁS, en el salto
a las ciudades, experimentó la emergencia del caudillo, que resume y subsume al partido.
EL NACIMIENTO DEL MAS
El MÁS nació como resultado de un movimiento paradójico: por una parte, es producto del
proceso de ampliación de la democracia en el periodo 1982-2000; y por la otra, es
consecuencia de la crisis de ese mismo proceso. En efecto, los 18 años de democracia
permitieron el desarrollo de un proceso de integración política a través de la
democratización del acceso al espacio político, como resultado de la municipalización y la
creación de diputaciones uninominales. Estas dos últimas medidas abrieron una ventana
de acceso a la política para la población campesina e indígena. Sin embargo, la
democracia, que en los años 80 fue percibida como una promesa de inclusión, se
convirtió, en los 90, en una promesa incumplida. La integración política sin integración
económica y social resultó inocua. Hacia fines de los 90, la sociedad rural y popular
urbana se sentía engañada y excluida.
Durante los años de estabilización de la democracia boliviana, entre 1982 y 2000, la clase
política no percibió la importancia del rol de integración social del Estado, ni la relevancia
que adquiría la fortaleza institucional para el cumplimiento de ese rol.
En diciembre de 2005, el MAS ganó las elecciones nacionales con 54% de los votos.
Medio año después, en julio de 2006, el partido se impuso en la elección de asambleístas
con 51%. Dos años más tarde, en agosto de 2008, el gobierno ganó el referéndum
revocatorio con 67% de los votos. En las elecciones generales de diciembre de 2009, el
MAS reeditó su triunfo, con 64%. Estos datos demuestran que se trata de un proceso de
construcción de hegemonía expresada en una gran fortaleza electoral, que contrasta con
una grave debilidad institucional del partido. Esta paradoja se analiza en las líneas que
siguen.
Entre 1995 y 2002, el MAS es un partido campesino, horizontal en cuanto a los procesos
de toma de decisión y espacios de debate, que emerge de las organizaciones sociales
campesino-indígenas. A partir de 2002, pero más claramente a partir del triunfo de 2005,
comienza el tránsito de una estructura indirecta a un «partido urbano», lo que genera
tensiones y cambios.
El MAS nace como un partido de estructura indirecta. Esto significa que la afiliación al
partido es una afiliación de las organizaciones sociales: indirectamente, los individuos
miembros del sindicato quedan afiliados al partido. Esto explica por qué Evo Morales ha
manifestado en varias ocasiones que «donde funcionan bien las organizaciones sindicales
no es necesaria una estructura paralela del partido».
A partir de 2002, el partido enfrenta el reto de convocar al electorado de los centros
urbanos. Esto genera un doble desafío: por una parte, las organizaciones sociales
urbanas no presentan la fortaleza y disciplina organizativa de las organizaciones rurales.
Y, por otra parte, y más importante aún, la convocatoria del MAS al electorado urbano es
respondida por ciudadanos que desean afiliarse de forma individual al partido. Aquí surge
una primera tensión, entre un partido cuyo origen asume una estructura indirecta pero
que, en el tránsito a las ciudades y en su interés de echar raíces en ellas, empieza a
transformarse en un partido de estructura directa. Sin embargo, como el tema no es
objeto de debate interno, queda de hecho instalado como un vacío normativo, lo que a su
vez abre un campo de circulación de poder. Y es Evo Morales quien ocupa este espacio
de circulación de poder y se convierte en el eje mediador del partido.
Pero este vacío normativo alienta también un acercamiento al partido motivado por la
expectativa de acceso a un puesto público («pega») y desalienta una aproximación
basada en la intención de ser parte y alimentar un debate político en un ámbito horizontal.
Es en este escenario donde surge una diferenciación entre, por un lado, «militantes
orgánicos» o «militantes de primera», es decir aquellos provenientes de las
organizaciones sociales y con derecho a disputar poder internamente, y, por otro lado,
«invitados», una suerte de militancia de segunda categoría, incorporada después, en el
proceso de penetración en las ciudades. Los «invitados» encuentran muchas dificultades
para disputar la legitimidad dentro del partido, pero son piezas claves en la gestión
gubernamental del MAS. Una parte importante de esta nueva militancia urbana y de clase
media ocupa puestos de responsabilidad en el aparato público. Sin embargo, al no ser
miembros orgánicos del partido, se sitúan en una relación de dependencia con el
presidente, tanto para desarrollar una carrera dentro del partido como para mantenerse
dentro.
Esto ha hecho que Evo Morales se convierta en el centro de todas las mediaciones entre
Poder Ejecutivo, movimientos sociales, partido y militantes y simpatizantes urbanos
(«invitados»). Al mismo tiempo, esto le ha quitado importancia al partido en el proceso de
toma de decisiones internas y ha hecho que hoy sea incapaz de instalar un espacio de
debate político partidario acerca de la dirección del proceso.

TERCERA PARTE

ESTRATEGIAS

Después de 18 años de democracia y 15 años de reformas estructurales, Bolivia


ha logrado importantes avances para consolidar la institucionalidad y la
estabilidad económica. El proceso de cambio, sin embargo, no ha finalizado y
requiere profundizar las acciones a favor de una mayor equidad que permita
reducir los elevados niveles de pobreza que prevalecen especialmente en el área rural.
2. El crecimiento impulsado desde fines de los ochenta no logró revertir la tendencia del
desarrollo basado en la explotación de recursos naturales, no fortaleció la competitividad y
tuvo un escaso impacto sobre la diversificación de las exportaciones. Estos
aspectos han mantenido las brechas regionales, han profundizado las diferencias
entre el área urbana y rural y no han propiciado la integración territorial.
La población pobre está expuesta a elevados niveles de vulnerabilidad frente a
desastres naturales y cambios económicos y sociales, las acciones carecen de programas
de protección social y prácticamente no se han desarrollado mecanismos para
fortalecer el manejo de los riesgos. A pesar de los cambios que significaron los
procesos de descentralización y participación popular, la población más empobrecida en
particular los pueblos indígenas originarios, ayllus y comunidades campesinas todavía
están al margen de las decisiones y no participan efectivamente en la asignación de
recursos ni en la representación política. Estos aspectos cuestionan severamente la
democracia y la gobernabilidad.
Mediante el análisis sobre las necesidades de los movimientos sociales de nuestro país
se logra conocer estrategia que tienen asumir la clase obrera para logra la mejorar las
condiciones vida de todos los bolivianos.
Primero para mejorar las condiciones de vida de la población en pobreza extrema
urbana y rural es fortaleciendo sus capacidades de organización comunitaria y generando
de forma integral, participativa y autogestionaria un entorno que les garantice acceso a
mejores oportunidades y capacidades de desarrollo individual y comunitario.
La que permitirá la reducción del porcentaje de personas con un ingreso inferior al valor
de la canasta básica alimentaria (pobreza extrema) en las áreas urbanas y rurales del
país.
Así también sería muy necesario en nuestro país intensificar la proyecciones de una
serie de programas orientados a conseguir una profunda reforma de servicios básicos
como en el sector de agua y saneamiento. Estos programas buscaran sentar las bases
para la concreción efectiva del derecho humano al agua de todos los bolivianos y
bolivianas.
Porque aún existe un elevado porcentaje de la población sin cobertura de agua potable
en zonas rurales y en zonas periurbanas de algunas ciudades. En el área urbana
alrededor de 9 de cada 10 personas tienen acceso a agua potable, mientras que en el
área rural aproximadamente 6 de cada 10 tienen acceso a este servicio.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

 Albó, X. (2008): Movimientos y poder indígena en Bolivia, Ecuador y Perú. Cipca.


La Paz.
 Bautista, R. (2010): “¿Qué manifiesta la marcha indígena?” Revista Amauta.
http://revista-amauta.org/2010/07/bolivia-%C2%BFque-manifiesta-la-marcha
indigena/
 Dávalos, P. (2005): “Movimientos indígenas en América Latina: el derecho a la
palabra”, en Dávalos, P. (comp.) Pueblos indígenas, estado y democracia
CLACSO. Buenos Aires.
 García Linera, Á. (2006): “El Evismo: lo nacional-popular en acción”. OSAL, año
VI, nº 19, enero-abril. CLACSO.
 García Linera, Á. (2008a): “La lucha por el poder en Bolivia”, en García Linera, Á.
La potencia plebeya. Acción colectiva e identidades indígenas, obreras y
populares en Bolivia. Prometeo Libros-CLACSO. Buenos Aires.
 García Linera, Á. (2008b): “Indianismo y marxismo: el desencuentro de dos
razones revolucionarias”, en García Linera, Á. La potencia plebeya. Acción
colectiva e identidades indígenas, obreras y populares en Bolivia. Prometeo
Libros-CLACSO.

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