Está en la página 1de 20

Noche HalZey

Tras silenciarla con un beso apasionado y obtener su permiso para consumar su


matrimonio, Halil İbrahim cubrió el cuerpo de su esposa lentamente, no podía dejar de
besarla, de tocarla, pronto estuvieron tendidos en el colchón.

Habían esperado mucho tiempo, Zeynep le respondió con ardor, estaban ardiendo y
pese al frío de Karadeniz, la temperatura que sus cuerpos emanaban, aún con ropa, caldeó la
habitación.

Zeynep, quien comenzó a desplazar sus manos más allá del cuello de su esposo,
pronto lo rodeó a los laterales y Halil que se apoyaba en sus antebrazos para no aplastarla,
abandonó los labios de la hermosa mujer que tenía debajo, estaban hinchados y rojos,
recuperaron oxígeno, más Zeyno lo botó de golpe cuando de nueva cuenta atacó su cuello.

Labios húmedos, vivaces, besos intensos, pequeñas succiones. Separó las piernas y lo
acogió entre ellas. Se percataron de que la ropa estorbaba. Halil levantó la cabeza, conectó su
mirada con la de ella, tenía los ojos turbios, las pupilas dilatadas, la devoró en un segundo,
hambriento, antes de morderle el labio e incitarla a sentarse.

Zeynep no podía dejar de tocarlo, había esperado mucho tiempo por ello. Sintió los
dedos masculinos de Halil, despojarla del suéter que traía, le ardían los labios, más volvió al
ataque del hombre que la tenía enloquecida.

Como cada beso, ese estaba cargado de sentimiento, así que mientras Halil se
entretenía con sus piernas aún cubiertas, encontró el borde del abrigo de su marido, tiró hacia
arriba hasta dejarlo desnudo de la cintura hacia arriba.

Entró en contacto con aquella piel tersa, él olía delicioso, lo recorrió, deteniéndose
con cuidado en sus cicatrices, le tocó el pecho y el hombre gruñó, ahora despojándola a ella
de la franelilla que traía, la tumbó otra vez, para así apreciarla mejor.

Relamiéndose los labios, inició un camino de besos desde los mismos, cuello, los
pechos traía cubiertos aún con un sostén, jugó un poco con su vientre, Zeynep se estremecía,
más cuando la miró a los ojos al tiempo de que le desamputaba el pantalón, con manos
conocedoras, fue tirando de este, tenia el dedo índice en contacto con las ahora piernas
desnudas de Zeynep, logró sacarlo por completo.

No le daba tregua a su mujer, le quemaba la piel con el más mínimo contacto, la


recorrió, manos, labios, lengua y nariz, oliéndola y grabándola en su mente. No hacían falta
palabras, los ojos y el alma suelen decir lo que las letras no pueden.

Zeynep separó las piernas, llevó sus manos a la hebilla del pantalón de Halil, él se las
apartó, si lo desnudaba no iba a poder controlarse y darse el tiempo de probarla.
Zeynep no preguntó, no le dio tiempo porque la despojó del sostén y al tener las
piernas separadas, sentía su dureza en el centro de su ser, estaba húmeda.

Primero, le cubrió un pecho con una mano, eran perfectos y encajaban en su palma,
ella gimió, cada sonido que Zeynep emitía tenía un efecto colateral en Halil, le mordió
suavemente los labios, antes de enterrar la cabeza entre sus senos y, a continuación, llevarse
un pezón a la boca.

Zeynep no controló el pequeño grito que se le escapó, tomó entre sus dedos el cabello
de Halil e inconscientemente lo pegó más. Enroscó una pierna en la cadera de Halil, este se
inclinó de lado, apoyado en un brazo, utilizó el otro para introducir la mano en la ropa
interior de su esposa.

Encontró el núcleo entre sus piernas, ese centro húmedo, caliente y latente, cambió de
pecho y la tocó.

Zeynep quiso cerrar las piernas, el cuerpo de Halil se lo impedía, lo sentía en todas
partes, en sus zonas más erógenas, succionaba su pezón y lo mordía levemente, mientras que
sus dedos jugaban con aquel botón eréctil. Iba a enloquecer.

—Halil Ibrahim…—gimió, le tiró del cabello, él se suspendió sobre ella, la besó, no


interrumpió el contacto, solo se inclinó para dejarla totalmente desnuda tras quitarle las
bragas y, con ello, enterrar su cara, lamiéndola justo en el centro de su feminidad.

Zeynep enterró la cabeza en la almohada, ahogó sus gritos de placer ahí, no podía
parar, contraía el cuerpo, erizada, sudada y loca de deseo, era una sensación de otro mundo, le
daba un placer que nunca imaginó. Temblaba.

Halil İbrahim supo que si continuaba así, Zeynep tendría un orgasmo, quedaría
agotada y definitivamente no podía aguantar más, le dolía de la urgencia y desesperación, así
que mientras estaba abrumada, aprovechó para desnudarse, Zeynep lo vio, lo analizó en cada
momento, contempló su desnudes, así como él la contemplaba a ella.

Estaba sonrojada, tenía mil sentimientos encontrados.

Volvió a ella, esta vez no había nada que los separara de sentirse piel a piel. Encajaban
perfectamente, ella pequeña, el fuerte y alto.

Se miraron, recorrieron la mirada, con las manos, los besos nunca faltando y en el
momento que sintió a Halil peinar su feminidad con su virilidad, empapándose de sus fluidos,
supo lo que vendría, estaba un poco tensa, aquellos ojos bronce la miraron.

—Relájate, güzelim benim.


Le sonrió, ambos sonrieron y entonces, Halil tanteó su entrada, Zeynep se aferró a su
espalda, apoyaron su frente, Halil penetró un poco dentro de ella, volvió a apoyarse en sus
antebrazos, tenía las venas marcadas por todo el cuerpo, estaba poniendo a prueba su
autocontrol.

—Eres hermosa, Zeynepim —estaba jadeando.

Zeynep, que sudaba, temblaba y apretaba las piernas, se maravillaba al escucharle


decirle tantas cosas hermosas, no la dejaba de besar, de acariciar por todas partes.

—Halil İbrahim…

—Seni çok seviyorum, Zeynep.

Atravesó aquella barrera que le impedía entrar por completo en ella, con sus labios
bebió aquel pequeño grito, sabía que le ardía, trató de hacerle el menor daño posible, pero era
imposible pese a todos los juegos previos, tenía que pasar por ello. Sintió sus uñas clavadas
en él, se quedó quieto, esperando que se adaptara, distrayendola.

Zeynep contrajo el vientre, ardía, no era insoportable, porque ciertamente no había


dolido como creía, era una incomodidad que estaba, sin embargo, podía más el momento:

Ya no había nada por lo que no estuvieran unidos, eran uno solo, sin barreras, el alma,
el cuerpo, la mente, el corazón, amor sin límites, se pertenecían, acababan de convertirse en
marido y mujer.

Zeynep lo había esperado toda la vida, se movió pasivo, entraba y salía de ella con
pequeñas penetraciones, tenían tiempo.

Al principio era incómodo, pero la conexión era mayor, ambos sentían que no podían
estar el uno sin el otro.

No dejaban de decirse cuanto se amaban, todo suave, todo pacifico. Con los ojos se
pedían más, se recorrieron piel con piel, se identificaron.

Halil İbrahim le hacía el amor con toda la entrega y Zeynep se lo dio todo. En esa
cama había tanto amor, que el resto del mundo dejó de existir y cada penetración, los llevaba
a un éxtasis de placer y amor absoluto.

Un amor verdadero, dos décadas de lejanía, la muerte tocando a sus puertas,


familiares obsesivos y en medio del caos estaban ellos, fuertes y más unidos que nunca.
Los cuerpos se sincronizaron, el sudor perló sus pieles, las manos de Zeynep
resbalaban en aquella ancha espalda, Halil se aferró a sus piernas, Zeynep le rodeó las
caderas, las estocadas se volvieron profundas, más rápidas.

Halil İbrahim estaba loco con sus gemidos, con ella diciendo su nombre, con aquella
voz tan hermosa que portaba su mujer cada que se desplazaba entre sus paredes, era preciosa,
única y ahora al estarla haciendo suya, la extrañaría como un poseso.

—Zeynep, mírame —le pidió.

Lo hizo, se perdió en esos ojos azules, le besó los párpados y con urgencia, intensificó
sus movimientos, hasta que ambos obtuvieron esa liberación y Halil İbrahim se derramó por
completo dentro de Zeynep, la llenó de su esencia, ella lo mojó, al tiempo de que gemían sus
nombres y se abrazaban pasando el orgasmo juntos.

Halil quien se recostó sobre su pecho, aún sin abandonar su interior, se sentía
afortunado de tenerla, porque Zeynep Karasu, era una mujer excepcional y él, un suertudo
afortunado y enamorado.

Esa noche volvieron a repetir, hasta que el cansancio en forma de sueño, los alcanzó.
Un hasta luego con sabor amargo

¿Dormir? Quizás dormitar a su lado al ser inevitable parar. La acomodó sobre su


pecho, Halil İbrahim se cubrió a ambos y, entonces, sí que se permitió experimentar la
sensación de tener a su más grande amor adaptada hasta en su forma de dormir.

Siempre que ella estaba cerca podía descansar en tranquilidad y paz, después de un
beso o simplemente que ambos se quedaran dormidos en el sofá con aquella manta especial.

Tenía mucho batallando dentro de él, emoción, felicidad, paz, amor, caos, guerra…el
deber.

El amor y el deber, cuál de los dos más fuerte, no obstante, tenía muy claro que nadie
alejaría a Zeynep de su lado, no podría dejarla, era el aire que respiraba, era simplemente toda
su vida.

Desconocía la hora exacta a lo largo de la madrugada, solo estaba ahí, sintiéndola, de


vez en cuando cerraba los ojos y la acompañaba con aquella respiración suave.

El alba arribó el nuevo día, apenas se vislumbraba claridad, estaba despierto, cuando
eres un soldado, no necesitas un reloj y más cuando en tu mente hay tantas cosas, si no te
despierta la trompeta matutina, te despierta el zumbido de un disparo en tus oídos.

Zeynep se movió, se quedó estático, evitando despertarla.

No perdía de vista ninguno de sus gestos o movimientos, la observaba todo el tiempo


y ese que estuvo despierto, el cual fue mucho, se dedicó a verla, a amarla con los ojos, con las
pequeñas sonrisas, amarla en cada respiro.

Tenía una misión que llevar a cabo, un deber que cumplir, tenía que levantarse, su
cerebro se lo gritaba cada dos por tres lo mismo, pero su corazón se lo impedía, pedía un
poco más.

Zeynep era tan hermosa que dolía, no solo belleza física de la cual estaba dotada de
más, era ella, su corazón, su voz, su sonrisa, su olor, ella en todos los sentidos, por dentro y
por fuera.

La tenía impregnada en el alma, en la piel, en el corazón, todo en cuanto podía pensar


era en Zeynep, mañana, tarde, noche. Su mujer representaba todo lo que tenía y era.

Olió su pelo en un impulso, medio lo peinó, estaba esparcido en la almohada, una


amazona de carne y hueso, el cabello cobrizo más precioso jamás existido.
Frunció el ceño, con agilidad y precaución se sentó en la cama, pasó al baño a asearse
mientras pensaba: tenía que deshacerse pronto de los problemas y la motivación que
necesitaba ya la tenía, su 2442.

Estaba solo desde hacía 20 años, nunca pensó en un futuro, tampoco en que realmente
viviría, a tantos que había perdido como para convencerse de que en su vida sólo existía la
muerte.

Diario dejaba a personas fallecidas atrás y todos a cuantos quería, terminaban


muriendo, aun así, Zeynep lo amaba.

Salió a medio vestir del closet y mientras pasaba el suéter oscuro por su cabeza, ahí la
veía entre las sábanas cuando la opresión que había estado ignorando, se hizo más pesada en
su pecho, odiaba esa sensación, porque lo hacía débil y la había experimentado muy seguido,
cuantas veces se tenía que alejar de ella.

Era horrible, se llenó de ira, lo que le sirvió de determinación para terminar de


arreglarse con un maldito escozor insoportable en los ojos.

Yilmaz, Leto, quienes estaban detrás de todos a los que perseguía, mientras más
rápido acababa con ellos, era mejor, porque tenía ya por quien vivir;

Si tenía que perder y era algo que si quería vivir no debía permitirse, no podía, la sola
idea lo enardecía.

Mientras más rápido avanzara con la misión, más los planes se materializaban;
ansiaba y deseaba ver a pequeños Zeyno y pequeños Halil İbrahim caminando, corriendo y
preguntando por casa, una pequeña igualita a Zeynep.

Se acuclillo frente a la cama, donde estaba su rostro, contemplandola como lo había


hecho al encontrarla dormida en la sala, la extrañaba cada segundo, haría que esa distancia
valiera la pena y sobre todo, le cobraría al delincuente de Yilmaz y cualquier otro, ese tiempo.

El pecho lo tenía cerrado por la opresión generada.

—Volveré a ti, te doy mi palabra.

Presionó un beso muy leve en sus labios.

Valdría la pena cada herida, cada segundo de batalla, si al final podría llegar vivo y
ella a su lado, porque la protegerá hasta de èl mismo e incluso cuando jamás por voluntad
propia le dañaría.
Con eso en mente, cubrió bien su desnudez y marchó con enojo y determinación
dispuesto a sacarlos a todos.
El bosque

Zeynep; que estaba extasiada después de ver a su marido luchar contra tantos por ella,
esa expresión, el hombre fuerte, valiente, que en ningún momento temió y se enfrentó a todos
por ella, la tenía deseosa de que estuvieran a solas.

Mordía constantemente sus labios y Halil İbrahim que siempre estaba pendiente de
ella, se percataba de sus ojos cielo que no lo abandonan, el camino no era muy extenso, más
se le dificultaba centrarse en la carretera con ella viéndola, leyò aquella mirada, la identificò.

—¿Estás bien, Zeynep? —inquirió, tras carraspear porque se escuchó a sí mismo con
el tono de voz demasiado grave.

Zeynep que no sabía que contestarle, suavemente puso una de sus manos sobre la de
su esposo, la cual estaba ubicada en la palanca de cambios; el contacto fue demasiado íntimo
para lo que ambos esperaban, aquella manera de sus dedos desplazarse entre los suyos y
después verlo otra vez a los ojos.

Estaba sonrojada, él era hombre, casado con ella, enamorado como no había
definición y la deseaba cada instante, se habían pasado dos semanas separados y no había
cosa que anhelaba más que, estar a solas.

—Halil İbrahim —concentró toda su atención en ella, cuando lo miraba de aquella


forma, desequilibrada todo su autocontrol.

En un arranque desvío el coche hacia el bosque, lo más interno que pudiera, no


aguantaría llegar a casa sin besarla, la casa siempre estaba transcurrida.

Apenas detuvo el auto, esta vez fue ella quien lo besó y con el mismo ardor le
respondió, fue un beso intenso, de esos que te dejan el alma a los pies, ya estaba excitado y
con aquello, terminó de endurecer y desearla como un necesitado.

La atrajo hacia él, ella fue al llamado, pero el reducido espacio, la incomodidad del
volante y el sonido del claxon los interrumpió. Volvía a tener su labial por toda la boca.

Respiraron el mismo aliento al separarse.

—Haré algo al respecto —anunció Halil İbrahim.

Lo vio bajarse con agilidad y rodear el auto para ir al copiloto.

Entre risas, abrió la puerta, ella lo acompañaba expectante, sonrojada, avergonzada y


con el corazón desbocado.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Zeynep.

Le rodeo la cintura, con un brazo la bajo y la carcajada reinó en el bosque, junto al


sonido de los pájaros.

—No voy a poder esperar hasta la noche —contestó Halil Ibrahim.

Abrió la puerta trasera del Jeep.

—Esto es una locura —comentó Zeynep, subiendo sin siquiera pensarlo.

Él la alcanzó, cerrando tras él, no tardó en cubrirla y que se volvieran a besar con
urgencia.

Apenas debían ser las 4 o 5 de la tarde y ellos allí, impulsivos con su amor y
muriéndose de ganas por volver a sentirse.

El espacio era reducido, fue inteligente y echó más hacia atrás los asientos, al ser
estrecho, arriba la lastimaría, si la sentaba golpearía su cabeza, por lo que Halil İbrahim se
puso de lado con ella, recostó la espalda de Zeynep en el espaldar de los asientos y él se fue
contra el resto.

Tendría más equilibrio y ella estaría segura.

La acarició como pudo, le desamputó el pantalón.

Zeynep que estaba deseosa y excitada de sólo abrazarlo y besarlo, colaboró con la
tarea, antes de lo previsto, estaba de la cintura hacia abajo desnuda.

El frescor del día, lo caliente del momento, las grandes manos de Halil İbrahim por su
piel, la erizaron por completo.

Lo sintió buscar entre sus piernas, escondió la cara en su cuello donde lo besó en el
casi nulo acceso hacia su piel, estaba lista, lo supo desde que se abrazaron en la habitación,
más bien desde que la besó en el primer instante.

Escuchó la hebilla de su pantalón, luego el cierre, al tiempo enganchaba una de sus


piernas sobre la suya masculina que seguía cubierta por el pantalón. Estaban frente a frente.

Pronto estuvo entre sus piernas, abriendo sus pliegues con el glande, palpitaban
juntos, a pesar del espacio reducido, lo abrazó más, gimiendo al tiempo de que entraba en
ella.
Era una locura, una sensación alucinante, para Halil İbrahim, Zeynep olía increíble,
era su adicción, todavía inexperta, recordando lo que vivieron juntos, fue cauto al desplazarse
en ella, viviendo cada momento y luego sacar el aire de sus pulmones cuando lo recibió por
completo y se adhirió a su longitud.

—Halil İbrahim —Zeynep gimió su nombre, se lamió los labios.

—Te tengo, mi amor —gruñó él.

Con movimientos de vaivén, un poco más urgidos, metió la mano bajo la blusa de su
mujer, encontró sus pechos y los tocó, se hundió en ella con un poco más de rapidez y en
igual ímpetu salía.

Zeynep rebotaba un poco hacia la puerta con cada empellón, Halil İbrahim cuidaba de
que no se lastimara, sin dejar de darse placer mutuamente, asaltó su interior una y otra vez, el
coche se movía en conjunto con ellos, lograba que todo fuera más profundo.

La posición la hacía más estrecha todavía, por lo que la nube de placer aumentaba
conforme la embestía.

La sintió contratarse a su alrededor, dentro suyo, bombaeando continuamente, buscó


aquel núcleo el cual le frotó hasta que ella estalló contra su boca, se bebía sus gemidos.

Lo succionó, mojó sus piernas, con la sensación húmeda, de apriete, caliente, no tardó
en llegar y dejar cada gota de su esencia dentro de su mujer, la cual abrazaba totalmente a su
cuerpo, aguardando recuperarse.

—Realmente te extrañé, Zeynep —volvió a confesarle, olía su pelo, le besó la nariz y


después los labios.

—Yo también a ti —reafirmó Zeynep.

Halil İbrahim salió de ella, un poco de su esencia resbaló por las piernas de Zeynep, él
la mirada lujurioso, todo su ser y con destreza estiró la mano, sacó una toalla, a continuación,
delicadamente limpio sus piernas, con ella sentada, le vio todo, le acomodó la blusa, le puso
la ropa, se limpió él también, y tras dejarla acomodarse un poco el cabello, bajò.

De pie abrió la puerta, le extendió la mano, tiró de Zeynep, la besó con promesa,
guiándola a su asiento, ya la oscuridad comenzaba a aparecer.

—Vamos a casa, más tarde continuaremos.

Zeynep río, acomodó el cinturón de seguridad, Halil İbrahim puso en marcha el Jeep.
—¿Qué hora es? —indagó Zeynep.

El soldado le guiñó el ojo.

—Hora de que recuperes energía.

No iban a dormir mucho, ambos lo sabían.


Postre

Ciertamente, cuando estaban solos, el mundo dejaba de existir, todos allí tenían
presente que, el sofá frente a la chimenea, era un lugar especial al cual no se podía ir por las
noches.

—No te lo comas todo —protestó Zeynep.

Halil İbrahim con su segunda intención, llenó la cuchara que guió hacia la boca de su
esposa, le dio de comer, aprovechando para mancharle los labios.

Zeynep pasó el bocado, en seguida tuvo a su marido limpiándole la boca con la suya.
Le aceleró la respiración.

—Halil İbrahim, ¿Qué estás haciendo? Estás loco,alguien puede venir —lo regañó.

Él sonrió, aquel descaro la descontrolada, mientras ella estaba apenada porque alguien
podría verlos, su marido se la pasaba riendo.

—Vamos arriba —pidió Halil İbrahim, le lanzó tal mirada, que ciertas partes de
Zeynep se levantaron y otras palpitaron.

Cogió su mano cómplice, no dejaba de mirar hacia atrás, lo seguía a pasos rápidos,
porque Halil ponía un pie y ya estaba bastante lejos.

Lograron llegar a su habitación sin ser interrumpidos, con un pie cerró la misma y eso
le recordó a Zeynep inmediatamente, la primera noche que pasaron juntos.

La acorraló en la pared más cercana, Zeynep tocó su pecho, tenía cierta obsesión con
lo fuerte que era.

—¿Te he dicho lo preciosa que te ves hoy? —inquiriò Halil İbrahim.

—No..—atrapó lo que le daba, la calló besándola y probando de su boca el sabor del


postre.

—Mi bella esposa —le susurró al oído, seguido tiró del lóbulo, Zeynep se mordió los
labios y le pegó más ella.

Halil İbrahim era conocedor, la tocaba de ciertas maneras para en menos de nada
tenerla. Zeynep fue a por la boca de su marido con ansias, en medio de la neblina que ellos
mismos causaron al desearse, hizo lo que tanto había querido: quitarle la ropa ella misma.
Cuando tuvo entre su tacto la piel tersa, los músculos tonificados y fuertes de Halil, se
dio el gusto de recorrerlos a detalle.

Halil İbrahim la alzó con un brazo, ella le rodeó inmediatamente la cintura, soltó el
envase sobre la mesa más cercana, atrapó las piernas de su esposa que se mantenía afianzada
contra sus hombros sin que sus bocas desearan separarse.

No tardaron mucho en hallar la cama, primero él quedó arriba, después rodaron hasta
acomodarse y fue Zeynep quien permaneció encima.

Las manos varoniles de Halil İbrahim no se mantenían tranquilas, quemaban la piel de


Zeynep aún con ropa, se entregaban a lo que sea que fuera aquello, no tenía nombre, una
mezcla homogénea de pasión, deseo, excitación, amor…

Le apartó el cabello cobrizo, ella lo besó en el cuello, justo debajo de la oreja, el


hombre enmudeció de placer, gimió, tembló debajo de ella y a Zeynep le encantó tener ese
poder.

Los zapatos volaron en algún momento, unas manos ágiles como las de Halil İbrahim,
le soltaron el pantalón a su esposa, y seguido la despojó de la blusa, bajo la cual no tenía
ninguna otra prenda.

Se sentó con ella estando sobre él, estaban en igualdad de condiciones, posicionó la
palma de una mano en la espalda femenina, Zeynep se arqueó y ambos pechos entraron en
contacto.

El fuego corrió más allá de los límites, él se endureció más si era posible y ella, no
sabía qué hacer con tanta necesidad, ambos sexos se aclamaban.

Le identificó la piel con besos ardientes, se prendió de sus senos como un hambriento,
la descarga de dopamina llevó a tal punto a Zeynep, que precurso a que sus caderas se
movieran.

Halil nunca la dejaba terminar de desnudarlo, en un rápido movimiento la recostó, tiró


del pantalón que llevaba su mujer con todo y braga, dejándola totalmente desnuda ante él,
bajo una luz clara e intensa.

—Mi bella —musitó admirándola.

Curvó la comisura de los labios, se llevó la cucharada de pudín a la boca, y sin


pensarlo, extrajo del envase y dejó caer sobre el pecho, el vientre y la pelvis de su mujer.

Se estremeció, aquella postura, esos ojos, la acción, la cegó de anhelo,


Inició un descenso por Zeynep, la probó a ella, se comió el pudín, arribando su pelvis,
afianzó las manos a sus piernas, la miró, con las uñas clavadas a las sábanas, susurró lo
suficientemente audible:

—Ábrete para mí, Zeynep’im.

Lo hizo, arrastró toda la boca por el centro de su mujer, las piernas a Zeynep le
temblaban ante tanta locura. Comía del pudín en su pelvis y luego bajaba justo a donde su ser
latía desesperado.

—Ven…Halil İbrahim —lo llamó, varias veces y no la escuchaba, era un juego


enloquecer y cuando creyó que no se podía con tanto, se tuvo que morder los labios para no
gritar cuando los dedos de su marido hurgaron en su interior.

Se sentía sofada, su boca, su lengua, sus dedos…fue un cúmulo que la hizo llegar y
explotar, aun cuando Halil İbrahim seguía entre sus piernas, no se apartó, todavía lo sentía
devorarla.

—Lo siento…canım…—murmuró agitada, no coordinaba una oración.

—Eres mi postre favorito —le dijo Halil İbrahim, sonriéndole con picardía.

Zeynep lo atrapó con sus piernas, había tenido un orgasmo increíble, pero necesitaba
más. La dejo desvestirlo, tenían confianza, lo de ellos era todo.

Ya se habían tenido, se reconocían, más no dejaban de mirarse, Halil colaboró, hasta


arrodillarse junto con ella sobre la cama, desnudos, sin fronteras, porque su amor no conocía
límites.

Zeynep era muy curiosa, lo tocó por todo el cuerpo, hasta llegar a ese lugar donde la
erección de su marido se alzaba y con timidez la rozó, la atrapó, se sentía muy caliente, lo
bastante suave, muy aterciopelado, a medida que descubría cómo era aquello, Halil İbrahim
respiraba por la boca, emitía ruidos muy varoniles.

Se vio en sus ojos, él en los de ella, se sintieron durante un corto tiempo.

—Necesito tenerte —confesó Halil İbrahim.

Ella sonrió de esa manera tan hermosa.

—Me tienes.

Bajó la vista, aun con su placer entre sus manos, antes de que fuera avasallada por su
marido que la tumbó sobre el colchón, más volvieron a rodar, con ella nuevamente arriba.
Halil İbrahim la cogió de la cintura, Zeynep se alzó como la guiaba.

El glande rozó la hendidura de Zeynep, siempre se estremecía, a continuación,


despacio se fue penetrando con el miembro de su marido quien llevaba el control, para que no
se lastimara.

Era muy diferente cuando estaba arriba, se sentía más grande, más profundo.

Halil con cuidado terminó de entrar en Zeynep, la tenía agarrada, buscaba no


lastimarla, pero esa hermosa mujer que amaba, tenía el poder de volverlo loco, con aquella
expresión, esos labios llenos dibujando una o, la espalda complementamente erguida, el
cabello a los dados de sus pechos y parte de la espalda, cobrizos, era la mujer más bella del
mundo.

La ayudó a moverse en círculos, todo era muy nuevo, Halil se sentía como alguien
que descubre el placer por primera vez y Zeynep levitaba en sensaciones.

Se movió despacio dentro de ella, le indicó el ritmo que podía llevar, Zeynep no tardó
en seguirlo, apoyó las manos en el pecho de su marido, de donde tomó impulso para moverse.

Era muy placentero, Halil la mantenía erguida. Tenía las palmas entre la espalda y el
vientre bajo de su mujer, ejercía presión, otras veces agarraba las nalgas de su mujer, gemían
sin poder controlarse. Mientras más se movía más aumentaba la necesidad de ambos, lo que
lleva a Zeynep a por más y a Halil a encontrarse con ella en cada penetración.

Sudaban sin parar, se cansaba porque no estaba acostumbrada, más lo que hacía
estando sobre su hombre, podía más que todo.

Zeynep no tenía inseguridades y Halil İbrahim se encargaba de no darle motivos,


estaba deshecho ante el control que su mujer tenía con él, a merced de todo lo que ella le
diera.

Estaban por llegar, Halil se sentó con ella, pasó el brazo por la espalda de Zeynep, le
recogió el cabello con la otra.

Se besaron, le succionó los pechos, aumentó sus embestidas, él estaba sometido a ella
en todo, desde el calor de su interior, el olor de su piel, lo hermosa e inteligente que era, hasta
el más mínimo lunar que adornara su piel.

Y para Zeynep, Halil era su mundo, el mejor amigo, compañero, esposo, amante.
Estaba totalmente entregada a él, al sonido de sus pieles chocando, al sudor que sus cuerpos
emanaban, a la sensación arrasadora que se gestaba en ella, así como la locura de ambos
querer darse más, porque estaban desenfrenados ante la magnitud de ese encuentro.
—Te amo —expresó Halil İbrahim.

—Mucho, yo te amo mucho —correspondió Zeynep.

Respiraciones agitadas, gemidos entrelazados, confesiones de amor, mientras hacían


el amor, entrega absoluta, ambos sudados, ella húmeda, él dentro de ella desplazándose una y
otra vez en el interior de su mjer.

Estallaron juntos, el orgasmo los hizo acostarse con rapidez, alguien temblaba entre
esas paredes vaginales húmedas y ella se contraía una y otra vez. Esencia con esencia, un
amor consolidado.

Sin duda, eran el uno para el otro, la plenitud, la satisfacción, el amor y el deseo que
nunca se acababan, no solo eran cómplices en el trabajo de protegerse.

—¿Estás bien? —le preguntó Halil, tras salir de ella y dejarla acurrucada en su pecho.

—Mucho, ha sido una posición increíble.

Halil İbrahim la miró con ojos hambrientos.

—Las conocerás todas —Le prometió.

Vieron el postre, rieron y desnudos piel como piel, ambos se pusieron a comerse el
resto que quedó de todo lo que había puesto en su cuerpo.
Summer house

Por fin habían tenido una escapada a solas a la casa de verano, donde prácticamente
todo había comenzado, ambos recordaban con alegría esos primeros días ahí y con la misma
emoción, Zeynep estaba cocinando mientras Halil İbrahim acondicionaba la chimenea y otras
cosas de la casa.

—Huele muy bien —comentó Halil İbrahim, entrando en la cocina.

Zeynep traía ropa cómoda, deportiva, leggins que se adherían a sus curvas, camiseta
de tirantes y un suéter abierto.

—Ya casi están —avisó Zeynep, picaba algo que faltaba para completar la bandeja de
cena que tendrían.

—Has hecho salma —concluyó Halil, abrazándola por detrás, mientras olía su
cabello, pegando su cuerpo al de Zeynep, sin que un gramo de aire pudiera pasar.

Zeynep se apoyó en él, era una distracción de la que no se quejaba, nunca se cansaría
de tener a su marido cerca y más cuando estaban solos.

—Es de tus platillos favoritos —destapó la olla, seguido tomó una y girándose sobre
el hombro, le dio de comer a Halil İbrahim, que masticó de tal manera en la cual Zeynep vio
todo en doble sentido.

No estaba imaginando nada, porque él tenía los ojos más oscuros, por lo tanto las
pupilas dilatadas, ya lo conocía en ese ámbito y, además, lo estaba sintiendo en la parte baja
de su espalda, aquellas manos escurridizas se desplazaban con facilidad o alcanzaban
aquellos puntos correctos para que ambos quisieran arrancarse la ropa.

—¿Deliciosa? —indagó Zeynep.

Halil İbrahim se inclinó, dándole tal beso que le dejó el alma a los pies.

—Tú, siempre —volvió a besarla, le tocó los glúteos —, y tu comida también.

Zeynep lo rozó tras el tercer beso, más se alejó, porque sabía que una vez
comenzaran, no iban a parar y en verdad tenía hambre. Así que terminó de ponerlo todo en la
bandeja.

Halil İbrahim que la peinaba con los ojos, se acomodó de manera que no doliera y
levantó la cena llevándola a la mesa, donde se sentaron uno al lado del otro, como de
costumbre, en casa siempre era así y ellos no conocía de distancias al estar en la misma
estancia.
Todo estaba exquisito, Zeynep no solo era una mujer sumamente inteligente,
estratega, también se le daba excelente las artes culinarias y eso Halil İbrahim lo sabía desde
el primer día que lo llevó a esa casa y le dio de comer, lo atendió y cuidó como nadie lo había
hecho, estuvo solo mucho tiempo, nadie realmente se había preocupado por él como lo hacía
su mujer.

La escuchaba hablar, porque a su mujer no le gustaba el silencio, muy curiosa, era


algo que le encantaba y se sentía orgulloso de su manera de ser, masticaba sin apartar los ojos
de ella, estaba cada día más preciosa, era bellísima y sus pupilas se iban en cada dirección de
su cuerpo, en el movimiento de sus pechos que se presionaban uno con el otro.

Estaban hombro con hombro, pero eso no era suficiente, así que envolvió el antebrazo
en la estrecha cintura de Zeynep y la sentó sobre su regazo sin soltarla.

Zeynep se mordió los labios, gesto que no pasó desapercibido por su marido, seguía
excitado, ahora estaba bajo sus nalgas y latía, además, la estaba tocando hacia rato, esos
besos detrás de la oreja, las caricias esporádicas por el vientre o como expresamente acercaba
cualquier parte del brazo hacia sus pechos.

La fricción era dolorosa para ambos, más, en verdad, quería comerse el postre. La
estaba tentando, así que no pudo resistirse a jugar un poco con besos húmedos y caricias
candentes.

—Tendremos toda la noche —aseguró Zeynep, rozándolo sobre la ropa —, después


de que me coma lo que dejé en la cocina.

Halil İbrahim se deslumbró con aquellos ojos y sonrisa radiante, lo dejó en jaque,
deseoso y agitado cuando se levantó de sus piernas y con él balanceo que tenían sus caderas
por naturaleza, se perdió en la cocina.

No pasó nada cuando se levantó y la siguió, la encontró sirviendo un flan para ambos,
ella probó, se veía delicioso y no tenía dudas de que lo estuviera, pero a Halil İbrahim no se
le antojaba precisamente eso.

No se anduvo con rodeos, se acercó a ella, anulando cualquier distancia, hizo que lo
sintiera nuevamente, rozándole la piel, apartó ese largo cabello cobrizo con volumen y le
susurró al oído:

—Tú eres mi postre favorito, Zeynep’im —la mordió suavemente.

Zeynep dejó la cuchara, enterró las uñas en la isla de la cocina, la que estaba en el
centro, por instinto se curvó, cualquier autocontrol los abandonó a los dos.
Estaban tan deseosos y necesitados, que el lugar no importaba, así como todo era más
intenso, estaban ya acostumbrados a tenerse y por cada encuentro descubrir un placer más
grande.

No fue sutil en bajarle la parte delantera de la blusa y cubrir con sus manos los senos
sensibles de su mujer, empujó la ingle contra sus caderas, ella gimió, la volteó, se encontraron
con besos ardientes, mientras se arrancaban casi la ropa con desesperación.

Arrastró fuera cada prenda del cuerpo de Zeynep, antes de desnudarse por completo.

Zeynep tomó a Halil İbrahim entre sus manos, movió su piel con ambas manos, lo
exploró, él se deleitaba con ese toque y sus ruidos masculinos llenaban la cocina.

Crecía entre esas palmas suaves y delicadas que lo envolvía.

—Solo dentro de ti —aclaró Halil İbrahim cuando sintió que estaba deshecho en esas
sensaciones que le provocaba y pronto podría terminar.

La sentó en la isla.

El frío del cemento hizo que Zeynep diera un respingo. Halil İbrahim se metió entre
sus piernas, lo abrazó con ellas, fue consciente de que lo harían ahí, más con el mármol bajo
su anatomía y con su entrepierna húmeda.

Lo abrazó cuando se abrió paso entre sus paredes hasta alcanzar el límite en su
interior, no esperó como siempre hacia, ambos estaban muy excitados para eso, así que se
retiró con rapidez y volvió entrar en Zeynep con la misma velocidad, arrancándole tal
gemidos que no se podían contener.

Estaban solos, no era ningún pecado y no había por qué sentir vergüenza alguna.

Sus pieles chocaban, eran aplausos de la entrega, sudando, la recostó en la isla, quedó
más expuesta, Halil İbrahim la llevó más al borde, donde pudo entrar con más profundidad,
hizo que se abriera al flexionarle una rodilla y nunca perdió de vista cómo se perdía dentro de
su hermosa mujer, lo recibía por completo, la vista lo elevó al cien, era espectacular, eran
diferentes en cierto color, el tono rosado que Zeynep tenía y esa hinchazón por la excitación
en la protuberancia que se alzaba entre los labios mayores.

Continuó con urgencia, mientras más la miraba y escuchaba, más rápido iba, le rozó
el pezón y así estuvo hasta apreciar como por la intensidad, Zeynep alcanza el límite y
estallaba a su alrededor, salió antes de hacerlo él y controlarlo.

La besó en todas partes, Zeynep sabía que Halil İbrahim no había terminado, tomó
una bocanada de aire, se incorporó con su ayuda, estaba totalmente erecto.
Con las piernas temblorosas, sólo dio un paso antes de que la girara para apoyarse
ahora en frente, de espalda hacia él, se agarró de la encimera adversa, su marido metió el
brazo por su torso, la inclinó y en esa posición, besándole la espalda, volvió a entrar en ella.

Zeynep chilló con el embate, tenía los pies en punta, él era más alto que ella.

La posición, el momento, como desafiaba su resistencia, subió el nivel de oxitocina en


sus venas.

El sudor les corría por las frentes y las espaldas.

La tomó del pelo, la besó en los labios, la encorvó del cabello, se agarró de sus senos
que rebotaban con cada embestida, amasó sus glúteos y medio los palmó.

Cada vez que entraba, estos chocaban con su abdomen y se movían para volverlo
loco.

—Zeynep —gimió su nombre.

—Halil İbrahim…—le iba a preguntar algo en medio del encuentro, sin embargo,
todo se le olvidó cuando estrujó entre los dedos uno de sus pezones.

Tembló por completo, palpitó sin control.

—Conmigo, mi bella.

Fue como si el cuerpo de Zeynep recibiera una orden, porque inmediatamente llegó y
su marido junto con ella, se derramaron ambos, se sostuvieron como pudieron para no caer,
todo era tan intenso y profundo.

La esencia de ambos corrió por las piernas de Zeynep.

Aguardaron y totalmente desnudos, Halil İbrahim la tomó entre sus brazos llevándola
arriba, donde tomaron un baño y continuaron en una noche cargada de pasión, sin dejar un
rincón de la habitación por experimentar.

También podría gustarte