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El presente escrito tiene como objetivo la dilucidación acerca el papel importante (que no

exclusivo) de las diferentes expresiones literarias (la novela, la poesía lírica, el periodismo,
la crónica roja) de intención nacionalista y con ímpetu progresista, en la conformación de
las posteriores ciudades, hechos y sitios, que eventualmente se convertirían en redes
regionales de ciudades, y así, en estados nacionales diversos de la nueva américa.
Situaciones particulares fomentaron entornos en los que las comunidades del viejo régimen,
se sacudieron de las costumbres anquilosadas de la metrópoli europea. Es así, que la
formación de nuevas ciudades, con expectativas cada vez más locales-regionales, sugirió
también nuevas dinámicas (económicas, políticas, culturales) del poder en términos de lo
novedosamente propio y representativo hacia el exterior.

LA EXPRESION LITERARIA: PIEDRA DE TOQUE PARA LA FORMULACION DE


LAS CIUDADANIAS AMERICANAS EN EL ENTRESIGLO XIX-XX

El siglo XIX, en el entorno geográfico de las Américas independientes de las respectivas


elites monárquicas europeas, concito la generación primigenia de un espíritu, de súbito
libertario, capaz de estructurar los ánimos apenas recientes de autonomía política y
económica, la soberanía territorial y, sobre todo, la normatividad jurisprudencial de las
nacientes constituciones jurídicas de cada uno de los países emergentes. Dicha animosidad
urgente, se encontraba suscitada por los reflejos posteriores originados en medio de las
guerras independistas de cada una de las provincias levantadas en armas, a decir, los
conflictos entre federalismo y centralismo o los entusiasmos locales por pertenecer o no, a
uno u otro territorio emancipado. Célebremente se destaca el caso de Colombia, cuyo
primer avance independista (la patria boba), se vio turbado por la agria disputa entre
federalistas y centralistas, o, la negativa de los pueblos del sur andino a pertenecer al
proyecto colombiano.

Avistando el anterior panorama belicoso, es importante resaltar que las sociedades


americanas al sur del rio Bravo, dieron cuenta de la necesidad perentoria de construir
nación, no solo sobre la base del monopolio de las armas y de la soberanía del territorio,
sino también sobre los acuerdos mínimos (raciales, religiosos o políticos de su tiempo)
sobre los cuales las nuevas sociedades deberían asentarse y convivir según los preceptos de

1
las naciones occidentales en boga: Estados Unidos y su revolución independista y Francia
con la revolución social anti monárquica-estamental.

En esa medida, el espíritu del presente escrito versa sobre la necesidad que tuvieron las
naciones- estado emancipadas de las potencias colonialistas europeas y que al sur del rio
bravo, de manera incipiente iniciaron sus procesos constitutivos a partir de las argucias
estéticas (pasión, amor, sexualidad) de las diferentes expresiones literarias, y, que
posteriormente se acentuaron hasta el punto de conciliar una forma de narración y unos
medios retóricos capaces de reflejar el inconsciente ulterior latinoamericano, mejor aún que
las expresiones ideologizadas de la política regional manifiestas en guerras civiles. Es la
literatura, sustancialmente, la vindicación latinoamericana para incitar a los lectores a la
formulación de un espacio estético en el cual las posibilidades comiencen a abreviarse en
lugares ciertos y territorios concretos, sobre la responsabilidad y verdad jurídica de un
estado soberano, y sustancialmente sobre las posibilidades literarias de los imaginarios de
las diversas naciones, a decir, pueblos nativos indígenas, versiones anquilosadas del antiguo
régimen en el ser del criollo, emancipación de los mestizos y la cromaticidad
afrodescendiente.

El liberalismo exacerbado proveniente de las revoluciones burguesas europeas, prefijo


como influjo singular las libertades políticas y económicas en el occidente decimonónico,
en ese sentido, los sustantivos “progreso” y “desarrollo” marcaron el devenir de las
sociedades, en tanto que la libertad y soberanía de los pueblos, indiscutiblemente, en los
términos de Hegel, es conducente inequívocamente al “estado absoluto”, que no absolutista.

Es evidente que para que las naciones logren un desarrollo y progreso demostrables, las
evidencias de ello deben sugerir de la cantidad y calidad reproductiva (entiéndase cantidad
de hijos por pareja asentada en el derecho legal) de los nuevos ciudadanos en las nuevas
urbes. La población libre debía crecer exponencialmente, tanto para la salud pública, como
para las guerras civiles o fronterizas. La migración de ciudadanos a otros países con
expectativas de prosperidad debió suponer aprietos a los dirigentes del establecimiento, es
así que al dispositivo del deseo y la sexualidad le correspondió sujetar la base de la tierra a
las conformaciones maritales. Al respecto, la académica en lenguas Doris Sommer, explica

2
“… es la ley dinámica del deseo por lograr desarrollo como impulso natural de nuestras
vidas personales y colectivas” (Sommer, pág. 4).

Dicha dinámica es la motivación originaria de los cuerpos por delimitar sus acciones en
aspiraciones factibles y prosperas con el tutelaje de un estado de derecho legítimo. La
proliferación del deseo y de las relaciones amorosas, suponían en el marco de intereses del
establecimiento “la constitución de familias nacionales” (Sommer, pág. 11), dicha
constitución suponía una “familia nueva”, propicia para los nuevos desafíos nacionales,
dispuesta a la conformación de un espíritu propio, decididamente opuesto a los preceptos
destructivos de la guerra. Es la conformación de repúblicas surgidas por convenio jurídico,
ya no por vasallaje.

Las primeras naciones latinoamericanas obtuvieron las responsabilidades políticas y


jurídicas contenidas en las constituciones, no obstante, el arte de la escritura literaria
fomentó en las conciencias nacionales un sentir diferente de unión representativa por el
territorio y el espacio que los consagraba como dueños mediatos por un relato nacional
nuevo, y con la necesidad perentoria de ser este novedoso.

En este sentido el pensador francés Gaston Bachelard, explica que en el entorno de la


filosofía poética las imágenes no están obturadas desde un pasado remoto, y más bien se
encuentran provistas de poderosos movimientos novedosos capaces de involucrar e invocar
a los lectores hacia un objetivo inmediato, así lo refiere el autor francés al respecto: “la
filosofía de la poesía debe reconocer que no hay acto poético no tiene pasado, que no tiene
al menos un pasado próximo” (Bachelard, 2000, pág. 7). En esa medida, la poesía, como
relato de la palabra que conmueve, recorre los mismos efectos que el de la novela literaria
en las tierras ávidas de identidad, es decir, el de un pasado por superar y un presente abierto
a las novedades de cada nación. Es así, que el proceso identitario de inigualable efecto
pasional de la palabra, refundó de manera repetitiva e inaugural el presente de las
sociedades en mención.

Los relatos novelados sobre y a partir de las tierras tropicales, terminaron por encajarse en
la revelación de nuevos ideales, en palabras de Sommer: “Las novelas producen un
palimpsesto que no surge de sus diferencias históricas, ni políticas si no de su proyecto
común de reconciliar sectores nacionales que se proyectan como amores destinados a

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desearse mutuamente” (Sommer, pág. 2). Dichos sectores nacionales entrevieron también
que sus necesidades estaban más cercanas al proyecto de nación que a la mansedumbre de
la aceptación del poder colonial. Dicha cercanía, esta originada en la exuberancia del
espacio abordado o todavía no reclamado. Ciertamente, es de necesaria consideración que
los efectos del paisaje, al estilo del romanticismo de Holderlein, promovieron lazos y
sentimientos heroicos y de pertenencia que son innegables para aquellos en los cuales
reside con vehemencia la sensación de propia valía.

No obstante, otras expresiones literarias daban cuenta a la vez, del sentido de pertenencia
de los nuevos ciudadanos, no ciertamente sobre lo excelso y lo depurado de la literatura o la
lírica. Una manifestación efectiva surgida de los meandros del comercio boyante es el de la
nota o crónica roja, que también invita a un paisaje, pero sobre todo a una escena de
cualquier casa, en cualquier lugar de la ciudad, Brunetti, advierte que la necesidad de
información o de morbo seduce a cualquier lector: “Un fuerte afecto de seducción en un
lectorado posiblemente ajeno antes a las publicaciones diarias o, al menos, extranjero en un
espacio gráfico demasiado preocupado en aquellas épocas por los intereses Partidistas de la
prensa facciosa y militante” (Brunetti., pág. 3)

Abstrayéndose de lo comunicado o leído, lo que se advierte es que los códigos y mensajes


replicados tanto en la novela como en el espacio de una nota o crónica roja, advierte las
costumbres de una sociedad urbanizada desde su independencia al calor de los conflictos
políticos y militares, además de los eventuales intercambios económicos suscitados al
interior de las ciudades.

El espacio en el cual acaecen los eventos fundacionales de las nuevas naciones no puede ser
otro que el de la ciudad, espacio permisivo bajo la ley del derecho en el cual las
necesidades y expectativas de los diferentes sectores se expresaban en relaciones
económicas, políticas, y a la vez simbólicas, a través del relato o expresión literaria (novela,
poesia, periodismo o crónica roja1). Bien lo explicita el autor argentino Jose Luis Romero
1
La profesora de lingüística Paulina Brunetti, explica en un artículo sobre la crónica roja,
incluyendo el espacio del periódico, que su lectura es un acicate para la conversación, para
adelantarse en lo propio de su identidad y actualidad, para posteriormente mentarlo con la
intención de generar apropiación alrededor de la información y, sobre todo, demostrar una
actitud novedosamente sofisticada. Al respecto aclara lo siguiente “El periódico proporciona a las
nuevas sociedades burguesas el cuadro de la actualidad analizada y resignificada en el placer de la

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quien, en una gesta historicista y escritural, según su hijo prologuista, deviene los azares del
origen de la ciudad latinoamericana en una serie de procesos articulados a las necesidades
de las nuevas sociedades, es así que para Romero “desde su fundación misma tenía
asignado la ciudad ese papel. La fundación más que erigir la ciudad física, creaba una
sociedad.” (Romero, pág. 13). Dichas necesidades, principalmente orientadas hacia la
constitución de poder legítimo sobre las cuales descansen en derecho las dinámicas
políticas y económicas, dieron a la par con la constitución de redes de ciudades provinciales
y los nacientes emporios industriales y comerciales de las costas y los diferentes puertos a
la mar.

La expresión literaria de la época en las naciones libertas, propiciaba una serie de


advenedizas contraindicaciones culturales, que fungían como dispositivos de control
implícitos y permanentes sobre las conciencias de las nuevas ciudadanías. A su vez, la
guerra, como inefable indicador exponencial de fallecimientos, desapariciones y
migraciones, incitaba a los gobiernos estatales en una cruzada para entretener a los lectores,
encaminándolos a practicar relaciones efectivas en prole y dejando de lado las perversiones
propias de los excesos, en este sentido Sommer aclara que : “Las noveles eran manuales de
entrenamiento que abarcaban con toda intención, largos periodos para desalentar al público,
poco a poco, de las pasiones infructuosas y, luego, acelerar el pulso del deseo productivo”
(Sommer, pág. 12). El deseo productivo se entiende como la declaración nacionalista de
exacerbar a los ciudadanos a multiplicar los ánimos pasionales, enmarcados en los cánones
constitucionales, para así tener no solo territorio, sino también practicantes de una
nacionalidad, a decir: gentes, labriegos, artesanos, jóvenes, obreros, madres, soldadesca y
por supuesto, miembros de una selecta elite local.

La expresión literaria, en este caso, el de la novela y su respectiva imagen, suscitaba en los


escritores un ánimo reparador ulterior a las innumerables reyertas sucedidas con
inexorables argumentos en cada una de los países emancipados. La modernidad, sobre estas
regiones sobrevino con una amplia gama de disputas generacionales que negaban los
ánimos propios de las sociedades comerciantes apenas florecientes. Resultaba inevitable
que los escritores no ofertaran sus artes en la búsqueda de una especie de quietud
conversación. El escándalo suscita el encanto de breves intercambios cotidianos” (Brunetti., pág. 7)

5
poblacional que no se desbordara por los caminos hacia la muerte segura. Acceder a una
transitoria conformación de noción de nación capaz de ser sustentada en la conciencia de la
mayoría de los miembros de la sociedad. En ese medio tan hostil a la palabra, es de
particular interés el sentido en que la imagen poética es resaltada por Bachelard, es así que
para el francés “la imagen poética es un resaltar súbito del psiquismo” (Bachelard, pág. 7).
Dicho resaltar, logrado bajo las impresiones más profundas de las expresas conciencias
individuales y colectivas de la época, y además, sobre el trasfondo exótico de los diversos
paisajes americanos; permitió formular vigorosas expresiones literarias, capaces de sostener
y apoyar los preceptos nacionalistas de tal o cual país de estirpe decimonónica en la
“nueva” América.

Basta considerar una vez, que los esfuerzos políticos y militares, económicos y sociales de
las aristocracias de turno, son referenciados de manera explícita e historicista, cuando de
analizar se trata, la conversión sucedida en las sociedades fragmentadas del entre siglo XIX
y XX. No obstante, el papel propedéutico de la expresión literaria de las diversas naciones,
construyó desde lo más profundo de la conciencia colectiva, el influjo necesario para el
reconocimiento de la nación como influjo erótico y de la polis-ciudad como el estado
protector de derechos y legalidades modernas2. Ex profesamente, Sommer incita en su
lectura a entender que las relaciones entre los hombres y las mujeres de dicha época,
contenía una fuerte destilación en los fines del estado: “Gracias a su ardor, los amantes
pugnaban para superar los obstáculos y mirar hacia la modernidad y a través de ella, al
propio tiempo, consolidar su nuevo país” (Sommer, pág. 13). La consolidación del nuevo
país se acentuaba en la reproducción de un erotismo dirigido a la patria y a la tierra. Esto
con el fin de multiplicar los esfuerzos entre más conciudadanos y con la mirada a la
modernidad desde un espectro de la propia ciudad.

Cierto es escribir, que la novela como hecho literario novedosos en las patrias nuevas,
suscito, no con un papel de exclusividad en la conformación del imaginario de los países,
un espíritu de sitio3 y de circunstancia propia. Los personajes y los escenarios exóticos,
acompasados por hechos existenciales de comunidad, requerían de un discurso propositivo
2
El análisis de Doris Sommer, revela una contumacia conspicua al utilizar los términos eros=patria-tierra y
polis=estado. Esta designación claramente llevada al espacio de lo erótico y a la vez a lo netamente jurídico y
legal.
3
Del latín situs, que expresa un lugar o espacio determinado.

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para la formación de “estado”. Sommer considera que: “Estos estados, en otras palabras,
asentaron tácitamente las novelas escritas de compromisos del XX como ficciones
fundacionales que tramaron el deseo de lograr un gobierno con autoridad a partir del
aparentemente material en crudo del amor erótico” (Sommer, pág. 18). Es importante
acentuar, que las expresiones literarias, en este caso la novela4, no tuvieron un papel de
exclusividad en la formación de prácticas nacionalistas sobre las nuevas urbes, consta decir
que el estado se parapetó en el saber literario para lograr asentarse en costumbres tacitas, en
conciencias de valía, y sobre todo, en proyectos políticos y económicos en provecho de la
situación geográfica de los promisorios centros económicos de cada país.

El acervo de todas la experiencias noveladas, especialmente en la conformación de la


identidad nacional, alejado de las estratagemas políticas y de las sangrientas venganzas de
los diferentes generalatos de cada país, no pareciera lo suficientemente concreto en sus
diferentes denominaciones, no obstante “ el amor” como la base reproductiva de vastas
generaciones, se contrapone también a las perdidas belicistas, y da soporte a las políticas
estatales para dominar el gentío, Sommer lo indica de esta manera: “Amor era el cimiento
para la ética” (Sommer, pág. 12). En esa medida, es menester reconocer que los esfuerzos
literarios, aunque no pragmáticos y contiguos, establecieron una base costumbrista sobre el
asiento de la eticidad de las naciones.

La subordinación de los intereses individuales, se postergaban en tanto la nación se


cimentara a partir de “buenas bases” y así, el espíritu de la literatura fue el de establecer
cánones idealizados para la formación de sentimientos patrióticos.

LA FORMACIÓN DE CIUDADES COMO BASE DE LOS ESTADOS NACIONALES

4
Sommer platea que la lectura de las historias noveladas “…duraban el tiempo suficiente para que los
lectores puedan acostumbrarse a los sentimientos novelescos de pertenencia y ciudadanía”. Este influjo
lento pero certero es el que sobreviene sobre la expresión literaria de la época.

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Bajo el influjo nuevo de las expresiones literarias, en especial el de la novela y su
aproximación dispar al poder, pero así tan contundente en la construcción de una eticidad
nacionalista, se nos aproxima la cuestión por los precedentes causales, también, por los
frutos de tamaña empresa, que estuvieron acompañados por la perentoria necesidad de
reconocimiento y propia valía política y jurídica de las nuevas naciones, recurrentes en la
dominación europea y sobre todo en sus vicios y epopeyas.

El potente trabajo de Jose Luis Romero, nos encamina en la consolidación de la pregunta


sobre el surgimiento de las ciudades en términos pragmáticos y teniendo en cuenta la fuerte
relación historicista para la explicación de los eventos sucesivos a la conformación de
ciudades y posteriormente de estados nacionales.

Para el escritor argentino es evidente que las relacionales coloniales entre Europa y las
Américas, no suscitaban mayor hecho que el de una propiedad, y acaso, el de una
reproducción exagerada de Europa sobre el continente invadido, al respecto el autor
manifiesta que:

“El supuesto de la capacidad virtual de la ciudad ideológica para conformar la


realidad se apoyaba en dos permias. una era el carácter inerte y amorfo de la
realidad preexistente. La otra era la decisión de que esa realidad suscitada por un
designio preconcebido no llegara a tener un desarrollo autónomo y espontaneo”
(Romero, 2010, pág. 13).

La primera premisa conviene analizarla bajo la mirada expansionista de una Europa rapaz y
ávida de materias primas y nuevas rutas comerciales. El interés de los visitantes invasores
mantenía un cálculo extractivitas de los recursos más necesarios en las nuevas dinámicas
comerciales de los florecientes mares. En realidad, la profundidad de los nuevos escenarios
y la disposición de un pasado de las gentes y del territorio paso por las armas, los caballos y
los barcos con dirección a la metrópoli europea. No se concibió ni la forma ni el pasado
ancestral de las comunidades recién encontradas, situación que deja de manifiesto la
pertinaz relación del hombre europeo en relación con las ostentosas tierras indígenas.

La segunda premisa ofrecida por Romero, constituye acaso uno de los mayores absurdos
acaecidos en las tierras americanas. La intención de facto que consideraba los recursos

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naturales de las nuevas tierras como única expresión posible, y, sobre todo, la negativa
consideración del invasor por la generación de nuevos aconteceres. La contingencia
extractivista discurrió como la única de las realidades. Un símil adecuado para la absurda
relación es la de representar las colonias como un espejismo en el cual se nutría la
metrópoli europea con boato y derroche, no obstante, en su reverso, la intencionalidad era
la de no proveer más que una sensación de territorio salvaje y de poca significancia
respecto a los territorios colonizados.

Estos tratos tan recurrentes durante todo el tiempo de la colonia, estaban afincados sobre
solidas expresiones y practicas morales de la época feudal, monárquica, del vasallaje y el
cristianismo abyecto contra reformista, Romero anota al respecto que el proyecto español
católico estaba: “apoyado en la sólida estructura ideológica de la monarquía cristiana”
(Romero, 2010, pág. 13)

Un análisis sobre las consecuencias de la formalización de este pensamiento escolástico en


las tierras dominadas por el hombre europeo lo indica el autor alemán Max Horckhemer
quien explica que para San Agustín el hombre no era libre al tomar las decisiones surgidas
desde el fuero espiritual, pero tampoco lo era desde la praxis social en el ámbito de lo
público: “El hombre no es capaz de realizar nada bueno por sus propias fuerzas, debido a
que su naturaleza se halla corrompida por el pecado original. Todo depende de la gracia
divina” (Horkheimer, pág. 181). En esa medida la coyuntura de la época para el hombre
( que no un hombre libre, más bien un siervo de Dios y de la corona) llegado de la España
contra reformista, no estaba precisamente ligada a la construcción de un verdadero ”Mundo
Nuevo”, al contrario, la misionalidad era la sujeción de leyes recurrentemente religiosas,
estas con el ánimo de la concreción de un mundo cristiano católico5.

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Esta dependencia de la gracia divina impidió al hombre de la Edad Media y posteriormente al
hombre de modernidad sobre todo en España, formalizar la pregunta sobre la libertad, al reducir
cualquier acción humana a la subjetividad espiritual de la fe. Es evidente que al existir esta
sumisión respecto al orden espiritual, las acciones presentadas en el orden de la esfera pública y
concreta, como las necesidades básicas, pierden relación con el hombre en su sentido más
esencial. Es decir que si el sustento de la vida pública no es un interés cimentado sobre la base de
la autonomía del individuo, las acciones que se desprendan de cualquier actividad posterior
carecerán de independencia y autonomía.

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La postura determinada y aceptada por las colonias europeas, sobre todo las del dominio
español, suscitaron un evidente espasmo en sus actividades marginadas a las decisiones de
la metrópoli, al respecto el escritor argentino expresa la sensación de marasmo: “Un mundo
dependiente y sin expresión propia, periferia del mundo metropolitano al que debía reflejar
y seguir en todas sus acciones y reacciones.” (Romero, pág. 14). El reflejo al que atiende
Romero inevitablemente obtura la mirada hacia la no acción de los españoles en las
provincias captadas, es decir, la complacencia del hombre europeo en la pírrica accion de
cuidar y, sobre todo de “no permitir la mezcla de las razas” (comillas propias), para evitar
posibles acciones de degeneración o posibles sublevaciones tan sugestivas en el mundo
antiguo6.

En esa medida, la decisión de la metrópoli fue radical, extraer las riquezas de América,
evangelizar a los indígenas impíos y arrebatar las posibilidades de rebeliones e
insurrecciones, al respecto el nacido en Buenos Aires expresa que: “Era el riesgo del
mestizaje y la aculturización” (Romero, pág. 13). Evitable para los fines de la Europa
dominante, era la posibilidad de deserciones ideológicas y los furtivos encuentros entre
miembros diferenciados de cada cultura. Situaciones que con el paso del tiempo generaron
una nueva clase social al arribo y una versión racial: la burguesía y el mestizaje,
respectivamente.

No obstante, a la recia negación del surgimiento de nuevas posibilidades desde las


Américas, los hombres colonizados aprovecharon la creación de fuertes militares, para
convertirlos en provincias custodiadas, y eventualmente en pequeños centros comerciales
entre las zonas ms cercanas que no obstante debía mantener el carácter sumiso y
apaciguante: “La red de ciudades debía crear una américa hispánica, europea y católica “
(Romero, pág. 13). De esta manera, los pequeños centros de exiguo poder debían mantener
sus carácter periférico y dador de fieles y riqueza.

La homogeneidad de este carácter, era de hecho el único posible para las pretensiones de
las elites nobles europeas: “también era imprescindible que la nueva sociedad admitiera su

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La llamada “Reconquista española” y la expulsión de los judíos de la península de parte de la corona De
castilla y Aragón, estimula la postura de la búsqueda de un poderío católico sin herejes, pero sobre todo sin
insurrectos capaces de acaparar la fe y el reino cristiano.

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dependencia y se vedara él espontaneo movimiento hacia su diferenciación” (Romero, pág.
14)

No obstante, y de manera mediata por el paso del tiempo y el cambio discursivo de la época
capitalista, con la anunciación de nuevas rutas para navegar, florecientes mercados y
exóticas materias primas, es de natural recibo que las otroras provincias insulsas y
dependientes a la orden transoceánica, se iniciaran a conformar redes de provincias,
caminos entre pequeñas ciudades y comercios entre las urbes mejor ubicadas con más
posibilidades de intercambios económicos. Surge entonces un ánimo comercial y
eventualmente, un ánimo de peculiaridad y diferenciación que tan rigurosamente
prohibidos se mantuvieron antaño, Romero lo expresa de la siguiente manera:

“las ciudades comenzaron a asumir plenamente el papel ideológico que se les había
asignado, pero no para hacer simplemente las intermediadoras de las ideologías
metropolitanas sino para crear nuevas ideologías que fueran adecuadas respuestas a
la situación que espontáneamente, se había constituido en cada región” (Romero,
pág. 15).

Las nuevas ciudades, emporios económicos de notable talla, ahora se podrían manifestar de
una manera más extensa y recurriendo a la formulación de sus propios intereses, originados
de situaciones reales y concretas. Es esa media que las ciudades coloniales de América, en
su gran mayoría, comenzaron a encontrar los beneficios de solucionar sus propias
necesidades a partir de la noción de un sitio real y concreto, con diversas maneras de
relacionarse con otros lugares: “La ciudad colonial empezó a descubrir que estaba en un
sitio real rodeada de una región real comunicada por caminos que llevan a otras ciudades
reales…” (Romero, pág. 16) Por lo anterior, justificadas las necesidades en términos
concretos, las pretensiones tan cambiantes según el ritmo de la economía capitalista y con
el surgimiento de una nueva clase social no dependiente de las ordenes reales de una corona
anquilosada, suscito entonces nuevas expectativas, capaces de ser narradas según los
imaginarios urbanos de las nuevas ciudades.

Es así que la nueva clase burguesa, acrecentó los bienes materiales de sus territorios y
estableció nuevas nociones de relacionamiento entre los habitantes de tal o cual región. El

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enorme adelanto brindado por el aparato moderno de la imprenta, ejerció en el nuevo tipo
de lector-ciudadano libre un estrecho animo de novedad sobre las hechos sucedidos en la
ciudad.

La ciudad no solo se entiende por medio de sus estructuras públicas, o por el auge
económico floreciente; la lectura de una ciudad y de sus gentes proviene de los hechos
susceptibles de narración y así de su lectura, para Romero fue la burguesía quien realizo la
apertura de un nuevo paradigma: “La burguesía americana fomento una nueva moral
basada en el libre mercado y las necesidades locales, en el marco de la ciudad nueva
Latinoamérica (Romero, pág. 25). Al respecto, no deja de inquietar que las primeras
expresiones literarias de las ciudades, lo sean a partir del mercado floreciente de las
ciudades al establecer con los lectores unos nexos de compra y venta7.

Al respecto la curadora María Teresa Espinosa, en un texto para la revista Discurso Visual,
sobre el horror y lo grotesco, advierte que las hojas volantes, que para la época informaban
sobre los sucesos más risibles o macabros, eran el acápite para que las gentes se
inmiscuyeran en el horror producido de manera recurrente sobre los espacios propios de
cada ciudad, al respecto Espinoza indica que: “El trabajo en blanco y negro de estas hojas
volantes que registran los acontecimientos de una sociedad , Integrada por sus diversos
territorios, Algunos de ellos rurales y sin servicio de ningún tipo, de un poder desmedido y
absoluto…” (Espinoza, pág. 102). Las ciudades tienen aspectos de laberinto que presienten
cada vez acciones risibles o macabras, es así que los sucesos de una sociedad se configuran
a la par que las identidades de las naciones por ignotos que sean sus lugares y parajes.

Como conclusión, es necesario advertir que las diferentes expresiones literarias: la novela,
la poesía lírica, el periodismo, la crónica roja; se adscribieron por medio de sus autores en
lo que se reconoce como la creación de espacios a partir de la palabra. Creados y mentados
los espacios y trasmutados en tierra y patria con la advenediza nación, urgió mantener una
identidad, una normalidad progresiva en los indicadores poblacionales y eventualmente el
surgimiento de centros urbanos crecientes capaces de traducir sus propias querellas en
elementos constitutivos de la modernidad, a decir: el estado nación:
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“La antigua nota roja se sostiene en la relación con su lector precisamente en un trabajo de
seducción cuyo objetivo es la compra de una mercancía, que genera y complace expectativas.”
(Brunetti., pág. 5)

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