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Tema 2: La guerra

1 - Comentarios iniciales.

Los bienes necesarios para la subsistencia fueron el motivo de las primeras disputas en las que se
enfrentaron los seres humanos. Los dos actores en esta contienda, tanto el que busca arrebatar bienes que
no posee como el que se opone al despojo, ambos, lo que hacían, era proteger sus intereses individuales
empleando los medios de fuerza que tuvieran a su alcance.

Aquellos combates prehistóricos se entablaban por el hecho que, entre ambos contendientes, exis-
tían intereses en oposición; cosa similar ocurre con la guerra moderna que se desencadena porque los paí-
ses que la protagonizan, tienen también intereses en oposición. La guerra actual y el combate primitivo son
ambos efectos de una misma causa: el choque de intereses. Con relación a esto, decía Clausewitz que, la
guerra, no es otra cosa más que un combate singular amplificado.

La guerra es sólo un medio para allanar situaciones conflictivas generadas por la presencia de in-
tereses opuestos; es sólo un medio, el último (“ultima ratio” decían los romanos). Se recurre a ella cuando
ya han fracasado los medios pacíficos que se tenían disponibles para aplicarlos a la solución del conflicto
planteado.

Esos intereses, que son quienes dinamizan la vida de una nación se desarrollan, dentro de ella, sus-
tentados y motorizados por diferentes individuos; a la unión “ideal” de esas personas agrupadas entre sí
por el hecho de desarrollar una actividad o función específica, se la conoce con el nombre de estructura. En
consecuencia, como la estructura representa intereses y los intereses dentro de un país son diversos, en
cada país coexistirán diversas estructuras.

La guerra, por su parte, en razón de ser un hecho real perceptible y constatable, ha de quedar suje-
ta a causas que la generen; una de ellas es la causa estructural. La causa estructural refleja la vinculación
existente entre una guerra, y la necesidad que tuvo un país de recurrir a ella para proteger una, alguna, o
todas sus estructuras que pudieran haber estado amenazadas.

Toda guerra se vincula a una causa estructural. En ocasiones ella aparece en los intereses de ambos
bandos en pugna; esto sucede cuando tales contendientes disponen de potenciales bélicos equivalentes,
como en las llamadas “guerras del imperio”. El caso opuesto sería el de las guerras coloniales en las cuales
es notoria la desproporción entre las capacidades militares del agresor y del agredido; en este caso la causa
estructural se desprenderá de los intereses perseguidos por el agresor.

La expresión “guerras del imperio” se aplicaba a aquellas de las cuales se valían los países que bus-
caban anexar colonias a sus dominios. El elemento caracterizador de ellas es que, el país actuante, tratará
de destruir a su oponente no sólo en sus capacidades militares, sino también en su estructura política para
evitar, de esta manera, toda posibilidad de manifestar oposición al “diktat” del “imperator”. El país coloni-
zado pierde sus gobernantes y representantes naturales; ahora será administrado por funcionarios desig-
nados por el vencedor. Pasan a comportarse, esos países, como unidades geográficas controladas por un
ejército de ocupación. Tender hacia ese resultado final es, decíamos, el elemento caracterizador de la “gue-
rra del imperio”.

Estas modalidades de la guerra habían dejado de ser aplicadas después que los países europeos
consideraron que estaban ya definidos, y suficientemente consolidados, sus respectivos imperios. Pero en

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las guerras mundiales sucedidas en este siglo resurgió, con renovada intensidad, esta tendencia que se su-
ponía ya desterrada.

Con las “guerras del imperio” sucedidas en este siglo ambos contendientes buscaron, no con los
éxitos en los combates sino con la situación favorable alcanzada con la victoria final, controlar el mercado
mundial haciendo caso omiso de los intereses económicos del adversario. No se pensaba finalizarlas a estas
guerras mediante tratados que distribuyeran entre los intervinientes porciones de ventajas en los merca-
dos del mundo; lo que se buscaba fue justamente lo opuesto: aniquilarlo al enemigo; aniquilarlo al compe-
tidor potencial en los mercados de postguerra. Las “guerras del imperio” son la consecuencia natural de la
preeminencia de las estructuras económicas en la génesis de una guerra.

Después de finalizada la IIGM, el ordenamiento político universal quedó regido por dos grandes po-
tencias: Estados Unidos de América y la Unión Soviética. Cuando entre ellos surgió el desacuerdo respecto
al control de las diferentes parcelas del mundo, estalló la “guerra fría”. Las guerras regionales que en el
transcurso de ese período se sucedieron, tomaron el nombre de “guerras limitadas”

Requisito es, para que una guerra sea clasificada como limitada, que una de aquellas dos grandes
potencias aparezca en uno u otro de los dos bandos que pugnan en una “guerra limitada”. Las grandes po-
tencias normalmente se comportan como “asistentes” y, desde ese sitial, proveen los pertrechos bélicos
que se van a consumir en la contienda. Quienes participan en la guerra protagonizando sus combates son
los “países asistidos”.

Como para que una guerra pueda ser catalogada como limitada es requisito insoslayable que se de
en el marco del “sistema bipolar” (dos potencias rectoras en el mundo), cuando este sistema se quebró por
la deserción de Rusia de la carrera por el dominio del mundo, las “guerras limitadas” perdieron su razón de
ser. Pero las que hubo, que fueron varias, dejaron escritas páginas memorables en la historia del empleo
del poder aéreo en la guerra moderna.

En esta división binaria, “guerra del imperio” - “guerra limitada”, quedará encerrado el contenido
de esta materia en el Curso que vamos a desarrollar.

2 - El poder.

Habitualmente, cuando se habla de poder, se lo concibe como una capacidad o posibilidad que tie-
ne una persona para imponer sus decisiones a otras personas o para evitar, que las decisiones de esas otras
personas, si no les son favorables, puedan incidir sobre él. Pero cuando de lo que se trata es del poder que
se manifiesta en la guerra, lo que interesa conocer no es el poder de personas individuales, sino el poder de
las naciones.

Desde diferentes ciencias se ha tratado de explicar la naturaleza del poder; y se ha hablado de la


cuota de poder personal que cada individuo aporta a la sociedad cuando se incorpora a ella. Aceptando esa
explicación como válida, de lo que se debe tratar en una segunda instancia ha de ser lo concerniente a las
formas de aplicación del poder; porque la guerra es una forma de la aplicación del poder, en este caso, del
poder los estados nacionales.

Un paso necesario, y previo a la aplicación del poder, consiste en la exhibición que de este debe ha-
cerse. De este enunciado, dos inferencias son posibles extraer; una de ellas sería que en toda relación de
poder se encuentran, al menos, dos sujetos, uno el que exhibe, el otro, el destinatario de esa exhibición del
poder; la otra consecuencia posible de deducir es que, quien exhibe, debe mostrar un poder capaz de di-
suadir al otro sujeto, y llevarlo a desistir de hacer oposición a la influencia que sobre él se quiere ejercer.

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Si la disuasión fracasa, el poder se aplica. Dos formas se conocen de aplicación del poder, la coerci-
tiva y la compulsiva. Estas dos formas de aplicación del poder, son inherentes al poder militar mientras que,
a través de las formas disuasivas, pueden expresarse tanto los poderes políticos como el poder militar.

Formas disuasivas de manifestar el poder militar fueron los publicitados desfiles y paradas militares
que con tanta asiduidad se realizaban en la Alemania del “período interguerras”, y en la Unión Soviética du-
rante la llamada “guerra fría”.

Formas coercitivas de aplicar el poder militar son demostraciones de la capacidad de fuego de la


que este dispone, y que se hacen a la vista o en proximidades del país al que se busca doblegar. Ejemplos
de ellas son las demostraciones de tiro que normalmente hace la flota de guerra frente a las costas de los
países tildados como potenciales adversarios.

La forma compulsiva de actuación del poder militar es la guerra. Si el país que busca ejercer la do-
minación no ha logrado su propósito utilizando las formas anteriores, y si el interés que persigue es de tal
magnitud que justifica el empleo de la fuerza, se generará el episodio bélico llamado guerra. La guerra es,
según esta formulación teórica, la confrontación de los poderes militares de los Estados.

Las formas disuasivas y coercitivas suponen la existencia de negociaciones entre ambos bandos. La
guerra, en cambio, no busca conciliar intereses con el enemigo sino destruirlo por serle hostil. Sin embargo,
una vez destruida esa oposición, cesa inmediatamente el empleo de la fuerza.

Resulta así que el poder, cuando para alcanzar sus fines recurre a las formas disuasivas o coercitivas
puede, esa relación política, alcanzar caracteres de permanencia. En cambio, es esporádica y reducida al
lapso menor posible, su actuación compulsiva.

Se conoce con el nombre de “circuito funcional del poder” a las relaciones que se establecen entre
países vinculados entre ellos por alguna de las tres formas de actuación del poder ya expresadas.

El país que busca dominar al otro será el “ente dominante”; y se llamará “ente dominado” quien
reciba la presión de aquel. Entre ambos polos se establece un circuito de ida y vuelta. Cuando el dominante
recibe la “señal” que el dominado acepta el estado de cosas que él le propone para satisfacción de sus in-
tereses, cesa la presión e, instaladas en ese nivel, continúan las tratativas. Si las relaciones se han ubicado
en el tercer nivel (compulsión), será el armisticio la señal que indique la aceptación de la voluntad del do-
minante por parte del dominado.

3 - La geopolítica.

La primera vinculación que el ser humano estableció con la naturaleza fue que de ella, de la “madre
tierra” (Geo), obtenía lo necesario para subsistir. No era el planeta tierra lo que le interesaba a aquel hom-
bre primitivo sino la parcela en la cual él encontraba sus alimentos, o los animales de los cuales se alimen-
taba, o los ríos de los cuales extraía peces para su sustento. Era sólo esa parcela que él conocía, y no la vas-
tedad del planeta, que le era absolutamente desconocida, la que se recortaba como objeto de su interés y
digna de ser defendida del arrebato que a manos de otros pudiera sufrir.

En algún momento posterior de su evolución, aquel hombre advirtió que si él no consumía la tota-
lidad de lo que recolectaba de su parcela podía, al excedente, negociarlo con quienes no tuvieran fuentes
de recursos. Y advirtió también que de esa relación comercial obtenía no solamente beneficios económicos,
por el precio al que vendía esos bienes, sino también poder. Porque disponiendo él de los alimentos, podía
presionar a otros para que, a cambio de ese sustento que podía entregarles, ellos asumieran comporta-
mientos favorables a los intereses de él. Quedaba establecido así un circuito funcional del poder en el cual

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el propietario de la parcela actuaba como ente dominante, y en el otro polo de la relación de poder queda-
ba un grupo humano comportándose como ente dominado.

Analizado este sencillo proceso que pudo haber ocurrido hace miles de años atrás, desde el punto
de vista geopolítico, arroja una enseñanza basal, tal es la de hacer notar que, por disponer el ente domi-
nante de la parcela que le produce alimentos puede, con esos alimentos, ejercer presión o poder sobre
quienes carecen de ellos. La raíz de su poder no se encuentra entonces en los alimentos, sino en la parcela
de la cual él los obtiene. Y aunque esa parcela pueda ser solamente una porción de la inmensa superficie
terrestre, de ese espacio, aunque pequeño, surgió este poder. La conclusión quedó claramente expresa al
decirse que “el espacio es poder”.

Sí, el espacio es poder; y a mayor espacio, mayor poder. Así lo entendieron las sociedades humanas
desde que comenzaron a organizarse como estados y a batallar entre ellos para lograr cada vez mayores
porciones de ese espacio.

Ciertamente que en aquellos primeros tiempos de la civilización el interés por conquistar espacios
estuvo referido preferentemente a los espacios continentales en virtud de ser, de la tierra, de donde se ob-
tenían los bienes necesarios para el sustento. Luego, con el pasar de los tiempos, con el desarrollo y con el
progreso, se conocieron otros elementos, también valiosos y susceptibles, por ende, de generar riquezas y
poder. Pero como ellos también eran extraídos de la tierra, como los yacimientos, los metales, los hidro-
carburos más recientemente, siguieron siendo los espacios territoriales quienes despertaban el mayor inte-
rés para apoderarse de ellos.

A este pensamiento político que sostiene que controlando los espacios territoriales se alcanza el
poder, y que si el control es absoluto el poder deviene absoluto, a esa expresión política, decíamos, se la
conoció con el nombre de “epirocracia” (epiros: tierra, y krator: dominio).

Sir H. Mackinder se refería a estos conceptos cuando exponía su teoría del “heartland” (corazón del
mundo) como un baluarte inalcanzable por los ejércitos de aquel entonces y desde el cual se dominaría la
masa continental. El general Haushofer adhirió a esta escuela que, arraigada en Alemania, influyó sobre el
Führer para lanzarlo al Tercer Reich a la conquista de la masa territorial europea.

Cuando promediaba el presente milenio, y como consecuencia de los grandes descubrimientos del
S XV, las valoraciones geopolíticas del mundo empezaron a acusar variaciones. Sucedía que la riqueza que
ahora convergía sobre Europa, si bien seguía extrayéndose de los espacios territoriales, se encontraban
esos espacios a miles de kilómetros del continente europeo separados por el mar, y como las potencias epi-
rocráticas no ejercían control alguno sobre el océano, las rutas que lo atravesaban estaban totalmente des-
guarnecidas.

El Alte. Mahan, de la marina de los Estados Unidos, mostró como Inglaterra, valiéndose de esa des-
protección en el mar, distribuyó una serie de bases para repostación de su flota, enclaves (puertos que ce-
den otros países) y puntos fijos (estaciones aptas para controlar la navegación, que se arrebatan a sus due-
ños, como Gibraltar) y, con ese dispositivo, logró controlar el mar, apropiarse de las riquezas que por él
transitaban, y construir un imperio.

La escuela que aboga por el dominio del mar como forma de controlar la riqueza y, por ende, el
poder en el mundo, se llama “talasocracia” (de talasos: mar y Krator: dominio). A diferencia de la Segunda
Guerra Mundial (IIGM) que se desencadenó por intereses puramente epirocráticos, la Primera Guerra
Mundial (IGM) fue planteada como una disputa por el dominio de los mares.

Tanto la Talasocracia como la Epirocracia son escuelas de la Geopolítica. Esta es la ciencia que bus-
ca señalar los puntos, zonas o regiones terrestres (Geo) a los cuales se les adjudica aptitud suficiente como
para asegurar el poder del que un país (polis - política) disponga, o acrecentarlo.

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