Está en la página 1de 2

La revolución mexicana como fuente de derecho real

En el estudio jurídico de la revolución se implica los presupuestos que sostienen la idea de su validez en
el ámbito del derecho, una vez que se consagra el triunfo de la violencia revolucionaria. Ésta es una
apreciación que en lo metodológico cierra el ciclo de sus análisis, de acuerdo con el criterio de que es en
este punto donde nace el orden jurídico que la perfecciona. Al propio tiempo, también aquí cobra sentido
más estricto el principio de la revolución como forma trascendente de resistencia política. La
trascendencia viene dada por la resistencia que se desborda en el acto de creación del nuevo derecho.
Vista en esta perspectiva, ocurre una transfiguración, y la revolución se constituye en un fenómeno
jurídico de acuerdo con su fundamento.

Ella misma se erige en fuente, en forma de hechos que integran un nuevo ordenamiento capaz de brindar
respuesta a los supuestos que se generan en sus circunstancias. Quiere esto decir que en el seno de la
terminología jurídica que ahora sirve de base, se está en presencia de una fuente real, acepción derivada
de los acontecimientos sociopolíticos y económicos que cobran vida a través de la revolución, y propician
el desarrollo de sus instituciones sobre asientos de identificación, reconocimiento y consenso. Tal
cuestión obedece al criterio de validez jurídica que concibe un sistema legal tras vencer la fase de la
inmanente a juridicidad que presupone su vía.

Se permite introducir criterios que son puntuales en la verificación de la revolución como fuente de
derecho; esto es, como proceso de creación jurídica. En ese sentido, es preciso responder: a partir de qué
momento el nuevo orden jurídico está en condiciones de reclamar fuerza obligatoria; en qué forma deben
ser dictadas y promulgadas las leyes del nuevo poder político; en quién residen los poderes, cómo se
ejecutan las funciones; quién goza de representación ante la comunidad internacional; cómo se regulan las
competencias de los nuevos órganos, y cómo coexisten con los antiguos; cómo determinar la existencia o
no de responsabilidad penal y civil de las nuevas autoridades; qué relación existe entre el anterior y el
nuevo orden político.

El reconocimiento del derecho de la revolución, por tanto, pasará por entender que, de acuerdo con un
nuevo orden, efectivamente se proporciona seguridad jurídica y validez suficiente, eficacia de acuerdo
con su observancia y aplicación, y presunción de justicia derivada de los valores del progreso como
elemento de origen. Estos factores, en su conjunto, dispondrán orgánicamente el carácter de legitimidad
que, como es necesario entender, no puede ser reducido a los procesos ordinarios de conformación de la
ley. Esta situación supone la aceptación fáctica del derecho de la revolución triunfante.

Ahora bien, un gobierno instalado en el poder producto de una revolución lo será en tanto no genere un
nuevo orden jurídico que respalde y legalice dicho acontecimiento. Esto es, se origina un interregno en el
que no será posible su reconocimiento hasta tanto las condiciones determinen su convalidación. Ello
significará la justificación en sí del derecho de la revolución, momento de consumación y
perfeccionamiento mediante la forma jurídica. Se trata de la cualidad normativa de este fenómeno.

Lo anterior pasa por identificar, el proceso del Constituyente revolucionario, una teoría estructurada sobre
la base de reconocer al derecho su capacidad de consagrar la revolución, y de forma específica, ofrecer
carácter de legalidad. Ello opera de forma extraordinaria, circunstancial, y obedece al proceso en que el
poder representativo del movimiento revolucionario triunfante se arroga el derecho de la representación
popular y asume los contenidos y las facultades del poder constituyente. Todo esto, sin embargo, deberá
validarse por mecanismos de participación y consenso popular suficientes para propiciar al mismo tiempo
legitimidad, seguridad jurídica y eficacia. Esta idea es esencial en la valoración positiva de la revolución
hacia dentro, como fuente de derecho; y sus elementos modernos más sobresalientes se deben a las
concepciones sobre la soberanía popular y del poder constituyente.

Si en ello entendemos que la Constitución es una forma de concebir y conducir una sociedad, desde una
perspectiva normativa y multifacética, dinámica, ajustable y jerárquicamente preponderante, es claro
deducir que el fenómeno revolucionario tenga obligatoriamente que plantearse un desacuerdo justificado
y medular que, por vías violentas, produzca la conquista de un poder suficiente para transformarla. Dicha
transformación, que tenderá a ser positiva en nombre del progreso, producirá un ordenamiento con una
nueva Constitución a la cabeza, lo cual en rigor no sólo avala su objeto, sino que es expresión formal de
validez por medio de su presupuesto normativo, obligatorio y coercitivo.

En los estudios sobre la revolución se configuran tendencias interpretativas que han sido influidas
decisivamente por las experiencias históricas, hasta la adopción de una teoría moderna que ha permitido
sostener que su validez ocurre, para el ámbito del derecho, una vez que se produce el triunfo de la
violencia revolucionaria. Ésta, pese a presuponer un derecho esencialmente moral, latente y legítimo de
los pueblos, es considerada una vía a-jurídica que constituye, junto a la idea del progreso, el factor
implícito que mayor consenso ofrece entre los distintos enfoques teóricos abordados.

Referencia

Llody, Luis Alberto Pérez. «scielo.» Revista IUS. 14 de Abril de 2016.


https://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-21472016000200004
(último acceso: 27 de septiembre de 2023).

También podría gustarte