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2
Staff

Traducción
RRZOE
EZVEN
Molly

Corrección Y Lectura Final


Dopamina

Diseño
Bruja_Luna_ 3
Índice
Staff Capítulo 25
Índice Capítulo 26
Sinopsis Capítulo 27
Capítulo 1 Capítulo 28
Capítulo 2 Capítulo 29
Capítulo 3 Capítulo 30
Capítulo 4 Capítulo 31
Capítulo 5 Capítulo 32
Capítulo 6 Capítulo 33
Capítulo 7 Capítulo 34
Capítulo 8 Capítulo 35
Capítulo 9 Capítulo 36
Capítulo 10 Capítulo 37

4
Capítulo 11 Capítulo 38
Capítulo 12 Capítulo 39
Capítulo 13 Capítulo 40
Capítulo 14 Capítulo 41
Capítulo 15 Capítulo 42
Capítulo 16 Capítulo 43
Capítulo 17 Capítulo 44
Capítulo 18 Capítulo 45
Capítulo 19 Capítulo 46
Capítulo 20 Capítulo 47
Capítulo 21 Capítulo 48
Capítulo 22 Capítulo 49
Capítulo 23 Próximo Libro
Capítulo 24 Sobre la Autora
Sinopsis
Regla número uno: deja de mirar a mi sexy nueva vecina.
No pude evitarlo. Cuando alguien se veía tan bien como ella, era difícil
no mirar.
Regla número dos: No te acuestes con mi nueva vecina sexy.
¿Qué puedo decir? El autocontrol no era uno de mis puntos más
fuertes.
Regla número tres: No, bajo ninguna circunstancia, te enamores de
mi nueva vecina sexy.
Lo intenté.
Emilia Gallo resultó dañada. Una mujer con el corazón hecho añicos
en un millón de pedacitos.

Se mudó a Venice Beach para comenzar una nueva vida. Una vida en 5
la que su carrera era lo primero y los hombres estaban fuera de los límites.
Pero la química sexual entre nosotros era innegable. Yo lo sabía, y ella lo
sabía.
Sucedió, más de una vez.
Ahora, me encuentro en una situación complicada.
¿Estaba listo para pelear esta guerra? ¿Fui lo suficientemente valiente
como para seguir el camino rígido que juré que nunca haría?
1
Sebastian
Abro los ojos y lo primero que noto es una mano perfectamente
cuidada con esmalte de uñas rojo que cuelga sobre mi cintura, mientras el
olor a perfume barato aún perdura en el aire de la noche anterior. La última
vez que lo comprobé, eran las dos de la madrugada cuando cerré los ojos y
me dormí. Ahora, eran las siete, y necesitaba sacar a Darla de aquí.
Levantando lentamente su brazo de mí, dejó escapar un gemido y se dio la
vuelta. Me senté en el borde de la cama y me pasé las manos por el rostro
antes de levantarme y dirigirme al baño para darme una ducha rápida.
Cuando terminé, me puse una toalla alrededor de la cintura y entré en el
dormitorio.
—Darla, tienes que levantarte.
—¿Por qué? Y el nombre es Carla. 6
Mierda.
—Tienes que irte.
Recogí su vestido y sus bragas del suelo y los arrojé sobre la cama.
—Vístete, por favor.
—¿Qué demonios, Sebastian? Son las siete y media de la mañana —
gimió mientras tomaba la almohada y se la ponía sobre su rostro.
—Levántate, por favor. —Tomé la almohada y la tiré—. Tengo cosas
que hacer.
—Eres muy gruñón por las mañanas. —Sus labios formaron un
mohín.
Agarré un par de pantalones de chándal de mi cajón, me los puse,
agarré una camiseta y salí del dormitorio.
—Tienes diez minutos.
Bajé a la cocina y me preparé una taza del tan necesario café. La
resaca que tenía era por los chupitos de más que me tomé anoche con Simon
y Roman en el bar. El mismo lugar donde conocí a Carla.
—¿Puedo al menos tomar un café primero? —preguntó Carla al entrar
en mi cocina.
—Por supuesto. —Le di una sonrisa amistosa.
Colocando un vaso para llevar bajo mi cafetera Miele, le preparé el
café y la aseguré con una tapa.
—¿Café para llevar? ¿En serio? —Entrecerró sus ojos—. ¿Es esta tu
forma de echar a tus invitados sin parecer demasiado idiota?
Ella era linda. Pero no lo suficientemente atractiva como para
quedarse y cambiar mi estado de ánimo por el día.
—Supongo que no tendré noticias tuyas —dijo.
—Escucha, Carla. Anoche fue divertido y todo, pero...
—Pero fue algo de una sola vez, ¿verdad?
—Sí. —Me llevé la taza a los labios.
Las lágrimas comenzaron a llenar sus ojos mientras me miraba en
silencio.
—Lo siento —dije para romper la incomodidad que llenaba la cocina.
7
—Yo también. Me has utilizado, hijo de puta.
Dejé escapar un suspiro.
Y aquí vamos.
—Creí que te gustaba. Al menos eso es lo que me hiciste creer anoche.
—Agarró su bolso y se lo echó al hombro.
—No te engañé, Carla. Lo que pasó anoche fue de decisión mutua.
—Sí, solo porque pensé que teníamos una conexión. Sentí una
conexión, Sebastian.
Oh, Dios mío. Esto no está sucediendo.
—Escucha. —Me acerqué y sujeté sus hombros—. Eres una chica
hermosa, y lo pasamos bien anoche, pero no estoy en el mercado para nada
más. Pensé que lo dejé claro anoche.
—Obviamente, no recibí el memo. —Apartó mis manos de sus
hombros y salió furiosa por la puerta principal.
—Carla, yo... —La seguí afuera.
—¡Vete a la mierda! —Me hizo un gesto de desprecio, se subió a su
auto y salió a toda velocidad de la entrada de mi casa.
Me quedé allí y me froté la nuca, y cuando miré, vi a mi nueva vecina
luchando por sacar una gran caja de su Jeep. Volví corriendo a la casa, me
puse un par de zapatillas y me acerqué. Se mudó ayer, y quise darle un poco
de tiempo para que se instalara antes de presentarme, pero lo usé a mi favor
ya que la vi luchando.
—Hola. —Sonreí—. Parece que te vendría bien algo de ayuda.
—Hola, vecino. Si no te importa, sería genial. —Las comisuras de su
boca se curvaron hacia arriba—. El chico de la tienda la cargó por mí
anoche, y supongo que no me di cuenta de que tendría problemas para
sacarlo yo misma del auto.
—No te preocupes. —Sonreí mientras sacaba la caja de su auto—.
¿Dónde quieres que la ponga?
—Dentro. Sígueme. Puedes dejarlo ahí —señaló el suelo de la sala.
Dejé la caja en el suelo y le tendí la mano con una sonrisa.
—Soy Sebastian. Bienvenida a la playa.
—Emilia. Gracias. 8
—¿La nieta de la señora Patterson? —Arqueé la ceja.
—No. —Se rio—. Pero le compré la casa.
Dios mío, era hermosa. Sabía que era preciosa de lejos, pero ahora
que la había visto de cerca, maldita sea. Medía un metro y medio y era todo
piernas. Piernas delgadas y tonificadas que se verían hermosas envueltas
alrededor de mi cintura. Su cabello largo y liso era de un color marrón
intenso que acentuaba sus ojos azules claros almendrados. Sus pómulos
altos, sus labios carnosos y su nariz perfectamente perfilada completaban
su aspecto. Era una mujer muy sexy.
—Tu novia no parecía feliz esta mañana.
—¿La has visto? —Asentí lentamente.
—Sí, me di cuenta. —Una sonrisa de satisfacción se formó en sus
labios—. Especialmente cuando te dijo que te fueras a la mierda.
—No es mi novia.
Me quedé con las manos metidas en los bolsillos del chándal y bajé la
cabeza. Me encontré avergonzado, y no sabía por qué.
—Perdona si ayer me quedé mirando desde el patio. No pude evitar
fijarme en cuatro chicos y un bebé.
—Henry es mi nuevo sobrino, y los otros tres son mis hermanos.
—¿Tus hermanos? —Ladeó la cabeza—. Todos parecen tener la misma
edad.
—Lo somos. —Sonreí—. Somos cuatrillizos.
—Vaya, eso es genial. ¿Tus hermanos viven por aquí?
—Lo hacen. Stefan vive junto a mí, y Sam vive junto a él, y Simon vive
al otro lado de Sam.
—Eso es increíble. —Se rio—. ¿Puedo ofrecerte un café o algo?
—No. Gracias. He quedado con mis hermanos en la playa para ir a
hacer surf, así que tengo que irme. Ha sido un placer conocerte, Emilia. Si
necesitas algo, dímelo. Grita por la ventana, lanza una piedra o entra por la
puerta corredera de atrás. —Sonreí.
—Gracias, Sebastian. También fue un placer conocerte. Gracias de
nuevo por ayudarme con la caja.
Me quedé mirando sus hermosos ojos por un momento, sonreí y
asentí, y me di la vuelta y salí por la puerta.
Caminando hacia mi casa, me puse un par de pantalones cortos, tomé 9
mi tabla de surf y me reuní con mis hermanos, que ya estaban en el agua.
—¿Qué carajo, hermano? —dijo Simon.
—Sí. ¿Dónde diablos estabas? —gritó Sam.
Puse mi tabla en el agua y remé hacia ellos.
—Estaba ayudando a nuestra nueva vecina a llevar una caja dentro.
—Sonreí.
—¿Eso fue antes o después de que esa chica te mandara a la mierda?
Tuviste suerte de que Lily aún estuviera durmiendo. ¿Y no te dije que las
sacaras a escondidas por la parte de atrás? —señaló Stefan.
—No tuve oportunidad. Se volvió loca conmigo.
—¿Qué más hay de nuevo? Quiero oír hablar de nuestra nueva vecina
—dijo Simon.
—Se llama Emilia, y parece muy agradable.
—“¿Agradable?” ¿Eso es todo? —preguntó Sam.
—Solo estuve en su casa unos minutos porque tenía que encontrarme
con ustedes, idiotas. Es muy sexy, y le dije que me avisara si necesitaba
algo.
—Apuesto a que sí. —Sonrió Stefan.
—Supongo que no está casada —dijo Sam.
—No lo creo. Me dijo que le compró la casa a la nieta de la señora
Patterson.
—Probablemente tiene un novio, y si no lo tiene, todavía tienes que
contenerte y no hacer nada estúpido. Es tu vecina de al lado, hermano, y
perseguirla para tu satisfacción sexual no es una buena idea. No es como si
pudieras enviarla a algún lugar y no volver a verla. Ella estará allí, justo al
lado, todos los días.
—Sí. Sí —dije.
—Haznos un favor a todos y piensa con tu cerebro y no con tu polla.
Sólo por esta vez.
—Tiene algo de razón —afirmó Sam.
—Como si alguno de ustedes pudiera hablar. —Señalé a Sam y a
Stefan—. Tú seguiste manteniendo una relación sexual con Julia incluso
después de descubrir que era tu asistente personal. Y tú, Stefan, no pudiste
mantener la polla en tus pantalones más de una semana con Alex. Así que
ustedes dos no son los indicados para dar consejos de autocontrol. 10
—Tienes razón, hermano —dijo Simon—. Pero yo sí lo soy, y te digo
que te alejes de Emilia. No necesitamos ningún drama de vecinos porque si
te afecta a ti, nos afecta a los tres.
Puse los ojos en blanco y seguí remando.
2
Emilia
En el momento en que la puerta se cerró tras él, solté un suspiro.
¿Cómo es posible que alguien sea tan condenadamente guapo? Un metro
ochenta, cabello corto y castaño, ojos de ensueño de color azul hielo, una
barba bien recortada que se asentaba sobre su mandíbula masculina y un
cuerpo musculoso y definido.
El sonido de mi teléfono me devolvió a la realidad. Al tomarlo de la
isla, vi que mi madre me estaba llamando por Facetime.
—Bonjour 1, cariño. —Una amplia sonrisa cruzó su rostro.
—Bonjour, mamá. —Le devolví la sonrisa.
—¿Qué tal la nueva casa? Dame un recorrido.
11
—Ahora mismo es un desastre, mamá. Tengo cajas por todas partes.
—No importa, cariño. Quiero ver dónde vive mi hija.
Caminé y le mostré la casa mientras ella hacía algún tipo de
comentario sobre cada habitación.
—Será un gran cambio para ti. Nunca has vivido lejos de tu familia.
Me hubiera gustado que te quedaras en Nueva York con tu hermano y tu
hermana.
—No podía, mamá. Lo sabes.
—No puedo y no podía no son palabras en el vocabulario de los Gallo.
Tienes que dejar atrás lo que pasó. Ha pasado casi un año.

1
Buenos días en francés.
—Mamá. No haré esto ahora. Tengo cosas que hacer y necesito ir de
compras. Hablaré contigo más tarde.
—Emilia, no te atrevas a colgar.
—Adiós, mamá. Te amo. —Le di un beso y terminé la llamada.
Nunca había estado tan agradecida como en este momento de que mis
padres vivieran en París. Mientras salía de la cocina, el sonido de mi laptop
me detuvo. Me acerqué, pulsé el botón y mi hermana, Lydia, apareció en la
pantalla.
—Hola, hermana. —Sonrió.
—Hola, tú.
—¿Qué pasa? ¿Pareces estresada? ¿Es por la casa?
—No. La casa es genial. Acabo de terminar Facetime con mamá.
—Oh, eso también me estresaría. —Sonrió—. ¿Qué ha hecho ahora?
—Insistió en un recorrido por la casa para verla, y tuvo un comentario,
sobre todo.
—Suena como mamá. ¿Te estás instalando?
—Lo estoy haciendo, pero todavía tengo que desempacar algunas
cajas.
—Me gustaría poder estar allí para ayudarte. ¿Has conocido ya a
alguno de tus vecinos? Espera. ¿Tienes vecinos?
12
—Sí. —Reí—. Sí conocí a mi vecino de al lado antes, cuando me ayudó
a cargar una caja grande. Parece muy amable.
Frunció el ceño.
—¿Qué edad tiene él?
—Unos treinta años.
—¿Caliente? —Su ceja se arqueó.
—Tal vez. —Las comisuras de mi boca se curvaron hacia arriba.
—¿Hay una esposa?
—No que yo sepa.
—¿Novia?
—Dijo que la mujer que salió furiosa de su casa esta mañana no era
su novia.
—Entonces, ¿tienes un vecino que está bueno, tiene poco más de
treinta años y está soltero? —Sonrió.
—Sí, pero eso no es lo único. Es cuatrillizo, y sus tres hermanos viven
en sus propias casas junto a él.
—¡Cállate! ¿En serio? No puedo creer que tú, de todas las personas,
acabes viviendo al lado de cuatro hombres.
—Sí. —Me mordí el labio inferior—. Una locura, ¿verdad?
—¿Sabes su nombre?
—Sebastian.
—Sebastian, ¿qué? Quiero acosarlo en internet.
—No lo sé. —Reí—. No conseguí su apellido. Puedes conocerlo cuando
tú, Jacob y las chicas vengan de visita.
—Mierda. Tengo que irme. Isabelle se ha levantado de su siesta. Te
amo.
—Yo también te amo. Te llamaré más tarde.
Me moría de hambre y no había podido ir a comprar, así que me puse
los zapatos, tomé el bolso y me subí al jeep. Cuando pulsé el botón de
arranque, lo único que oí fue un chasquido.
—Oh, vamos. Hoy no.
Clic. Clic. Clic.
13
—¡Uf! —grité mientras golpeaba el volante con ambas manos.
—¿Está todo bien por aquí? —Sebastian sonrió mientras se acercaba.
—Mi auto no arranca. Creo que la batería está muerta.
Se acercó al lado del conductor y abrió la puerta.
—Déjame probar. Sí, creo que tienes razón. Puedo hacer un puente.
Abrió el capó y echó un vistazo.
—Malas noticias.
—No me digas que necesito una batería nueva.
—Necesitas una batería nueva. —Sus labios formaron una sonrisa de
satisfacción.
—Por supuesto que sí —suspiré.
—No es gran cosa. Puedo recoger una y colocarla por ti.
—Está bien. Sinceramente, no quiero molestarte. Puedo llamar a una
tienda o algo así.
—No es molestia en absoluto. ¿Para qué son los vecinos?
—Lo único que quería era ir a desayunar. Todavía no he podido hacer
la compra y me muero de hambre.
—Entonces está decidido. Vendrás a mi casa, te prepararé el desayuno
y luego iré a buscar una batería nueva para tu auto.
—¿Qué? —Fruncí el ceño—. No te pedí que me prepararas el
desayuno.
—Lo sé. Te estoy diciendo que sí. —Me hizo un guiño sexy—. Tú te
mueres de hambre, yo también, tengo comida y sé cocinar. Prepararé un par
de tortillas. Te gustan las tortillas, ¿verdad?
—Sí, pero...
—Sin peros. Vamos. —Me hizo un gesto con la cabeza y sonrió.
Respiré hondo y lo seguí hasta su casa. Cuando crucé la puerta, me
sorprendió la limpieza de su hogar. Después de todo, era un hombre.
—Vaya. Esto es muy bonito —dije mientras lo seguía a la cocina.
—Gracias. ¿Puedo prepararte un café?
—Sería estupendo. Gracias. —Tomé asiento en el taburete de la isla—
. ¿Tienes una Miele incorporada?
—Sí. Prepara un café excepcional. ¿Lo conoces?
14
—Mi hermano tiene una. Estoy pensando en remodelar mi cocina, y
pediré al contratista que ponga una.
—¿A quién vas a recurrir para la remodelación?
—Todavía no lo sé. Tengo que empezar a mirar algunas empresas.
—Mis hermanos pueden ayudarte. —Dejó la taza frente a mí—. Bueno,
dos de mis hermanos. Mi hermano Simon es detective de la policía de Los
Ángeles, así que no sería de ninguna ayuda.
—¿Tus otros dos hermanos son contratistas?
—Sam es el arquitecto y Stefan es el constructor. Llevan nuestro
negocio familiar llamado Kind Design & Architecture. ¿Está bien una tortilla
occidental? —preguntó.
—Suena delicioso. Entonces, si Sam y Stefan llevan el negocio familiar
y Simon es detective de la policía de Los Ángeles, ¿a qué te dedicas tú?
—Te lo diré dentro de un rato. —Sonrió—. Entonces, ¿qué te hizo
comprar la casa de la señora Patterson? Ni siquiera sabía que estaba en
venta.
—Una amiga mía es agente inmobiliaria, y cuando llegó el listado, me
llamó enseguida. Sabía que quería encontrar una casa antes de mudarme
aquí.
—¿No eres de California?
—No. Soy de Nueva York. Ella me mostró la casa a través de Facetime,
y como estaba cotizada a un precio excepcional, la compré. La nieta de la
señora Patterson sólo quería quitársela de encima.

15
3
Sebastian
Puse la tortilla en un plato y la dejé frente a ella.
—Gracias. —Una hermosa sonrisa cruzó sus labios—. Esto tiene una
pinta increíble.
—De nada. Que lo disfrutes. —Le guiñé un ojo—. Entonces, si no te
importa que te pregunte, ¿qué te trajo a California? ¿El trabajo?
—Más o menos. —Dio un mordisco a su tortilla—. Dios mío. —Se llevó
la mano a la boca—. Está deliciosa.
—Me alegro de que te guste. —Le sonreí.
—Creo que es una de las mejores tortillas que he probado. Lo digo en
serio.
Dejé escapar una risa.
16
De repente, la puerta corredera se abrió y Stefan entró con Henry, que
gritaba a pleno pulmón.
—Oh, lo siento. No sabía que tenías compañía —dijo Stefan mientras
intentaba calmar a Henry.
—Emilia, este es mi hermano, Stefan. Stefan, esta es nuestra nueva
vecina Emilia.
—Bienvenida a la playa. Encantado de conocerte. —Le tendió la mano.
—Encantado de conocerte, Stefan. ¿Es tu bebé? —preguntó ella.
—Sí. Este es Henry, y algo le pasa. Lleva toda la noche gritando.
—Y lo trajiste aquí. ¿Por qué? —Arqueé la ceja hacia él.
—Alex y Lily corrieron a la tienda porque se nos acabaron las capsulas
de café. Estoy desesperado por una taza de café y no puedo esperar a que
vuelvan.
—Voy a ir corriendo a casa a por algo. Vuelvo enseguida —dijo Emilia
mientras se levantaba de su asiento y salía por la puerta corrediza.
—Hermano, ¿ya estás cocinando para ella? —preguntó Stefan con una
sonrisa—. ¿No escuchaste lo que dijo Simon?
—Fue a buscar el desayuno y su Jeep no arrancaba. Le eché un
vistazo y necesita una batería nueva. Estaba hambrienta, así que le hice
una tortilla. No es gran cosa.
—Apuesto a que vas a ayudarla con la nueva batería, ¿no?
—Sí. Le dije que iría a buscar una y se la pondría.
Emilia volvió a entrar con un maletín negro en la mano.
—Déjame echarle un vistazo —dijo.
—Oh. ¿Estás segura? —Stefan le entregó a Henry.
—Confía en mí. —Una sonrisa amistosa cruzó sus labios.
Stefan y yo la seguimos mientras sacaba a Henry de la cocina y lo
dejaba en el sofá de la sala. Abriendo su bolso, sacó un otoscopio y miró sus
oídos.
—Su oreja derecha está roja e infectada. —Nos miró.
—¿Eres doctora? —Stefan levantó una ceja.
17
—Soy pediatra. Si me da el número de tu farmacia, le enviaré una
receta y su mujer podrá recogerla de camino a casa.
—Todavía no es mi mujer, pero lo será en un par de meses. Gracias,
doctora Emilia.
—De nada. Es un chico guapo. —Lo levantó y se lo devolvió a Stefan.
Me sorprendió, como mínimo. Era pediatra y nunca lo habría
imaginado. Puse la tapa en el vaso de Stefan para llevar y se lo entregué.
—Gracias, hermano. Esto es muy apreciado. Vaya. Una pediatra —Me
susurró al oído—. ¿Qué suerte tenemos?
—Vete de aquí. —Reí.
Agarro a Henry y su café y se fue. Emilia volvió a sentarse en la isla
para terminar su tortilla.
—¿Qué? —Las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba cuando
me vio mirándola desde el otro lado de la isla.
—¿Pediatra? —Ladeé la cabeza con una sonrisa.
—Sí. Esa es la razón por la que me mudé a California. Mañana
empiezo mi nuevo trabajo en la consulta del doctor Reynold. Se está
preparando para jubilarse y yo me haré cargo de la consulta.
—Por favor, no te lo tomes a mal, pero ¿cuántos años tienes?
—¿Acaso importa? —Sus labios dieron paso a una sonrisa de
satisfacción.
—Pues... no.
—Estoy bromeando. Acabo de cumplir treinta años y hace poco que
he terminado mi residencia en Nueva York.
—Pareces mucho más joven. —Le guiñé un ojo en broma.
—Seguro que se lo dices a todas las chicas.
—Creo que nunca se lo he dicho a una mujer. —Una sonrisa de
satisfacción cruzó mis labios.
—Ahora que sabes que soy pediatra, ¿a qué te dedicas?
—¿Por qué no adivinas?
—De acuerdo. —Se sentó derecha en el taburete y me miró por un
momento—. ¿Bombero?
18
—No.
—¿Doctor? —Me miró fijamente.
—No.
—Definitivamente, no es abogado.
—¿Por qué dices eso? —Dejé escapar una risa.
—No eres del tipo de abogado. Hmm... Lo sé. Te dedicas a la
publicidad.
—No. —No pude evitar reírme.
—Vamos, Sebastian. Cuéntame.
—Soy chef. —Sonreí.
—Oh, Dios mío. —Se rio—. Debería haberlo sabido. ¿En qué
restaurante trabajas?
—En el mío.
—¿Tienes un restaurante? —Sonrió.
—Lo tengo. Se llama Four Kinds, y está justo al final de la calle.
—Four Kinds, ¿eh? ¿Cuatro tipos de qué?
—Cuatro hermanos. Nuestro apellido es Kind.
—Sebastian Kind. Bonito. —Las comisuras de su boca se curvaron
hacia arriba.
—¿Y tú apellido es? —Arqueé mi ceja hacia ella.
—Gallo.
—Es un placer conocerla, doctora Gallo.
—Lo mismo digo, señor Kind. Definitivamente pasaré a probar otras
de sus deliciosas comidas.
—Estoy deseando que lo hagas. —Sonreí—. Si has terminado, puedo
ir a la tienda a comprar la batería para tu jeep. No me llevará mucho tiempo.
—¿Estás seguro? No quiero interrumpir los planes que tenías para
hoy.
—No lo harás. Confía en mí.
Emilia se fue a su casa y, después de limpiar la cocina, agarré mis
llaves y me dirigí a la tienda para comprarle una batería nueva.
19
4
Emilia
Mientras Sebastian compraba una batería nueva para mi Jeep, me
senté en el suelo, abrí una caja y me detuve cuando los pensamientos sobre
él invadieron mi mente. Mudarme al lado de él era lo peor que me podía
pasar. No sería un problema si no fuera agradable, sexy y tan servicial.
Debería haber hecho que Laurie comprobara a los vecinos antes de hacer
una oferta. Si hubiera visto primero que era mi vecino de al lado y hubiera
sabido que era soltero, no habría comprado la casa. Estúpido, lo sé. Pero
tenía mis razones para pensar así.
Decidí bajar a la playa para despejarme. El océano, la arena y la
serenidad eran la razón principal por la que compré la casa. Me encantaba
el océano y descubrí que sentía una sensación de paz cuando estaba cerca
de él, lo cual no era muy frecuente. Mi mente se reiniciaba automáticamente
y el caos de mi vida parecía calmarse. Quería sentir eso todos los días, y
20
miré al océano para que fuera mi medicina y sanara los pedazos rotos dentro
de mí.
Mientras me sentaba en la arena, sintiendo el calor entre los dedos de
los pies, miraba la inmensa masa de agua y escuchaba el dulce sonido de
las olas rompiendo contra la orilla.
—¿Quién eres tú? —Oí una vocecita.
Me di la vuelta y sonreí a la niña de cabello largo y rubio que estaba
detrás de mí.
—Soy Emilia. ¿Quién eres tú?
—Lily.
—Eres la hija de Stefan y Alex, ¿verdad?
—Stefan es mi padre, y Alex será mi madrastra. Pero ahora la
considero mi verdadera madre. Ella solía ser mi niñera, y luego mi padre se
enamoró de ella, y tuvieron a mi hermano Henry, y se van a casar.
—Oh. —Contraje los labios mientras mis cejas se alzaban.
—¿Eres la señorita que se mudó al lado de mi tío Sebastian?
—Lo soy. —Sonreí.
—Entonces, tú eres la doctora que le recetó la medicina a mi hermano.
—Lo hice. —Le hice una leve inclinación de cabeza—. Es un placer
conocerte, Lily. —Extendí mi mano.
—También es un placer conocerte, Emilia. —Puso su pequeña mano
en la mía.
—¿Lily? ¿Qué estás haciendo? —Una mujer se acercó.
—Estoy hablando con Emilia. —Sonrió.
—Oh, Dios mío. Muchas gracias por atender a Henry. Soy Alex.
—Es un placer conocerte, Alex. Soy Emilia.
—Iba a acercarme más tarde para agradecerte y presentarme. Espero
que Lily no te moleste.
—No. Para nada. Es adorable.
—Bienvenido a la playa. Te encantará vivir aquí. De hecho, a Julia y
a mí nos encantaría reunirnos contigo alguna vez. 21
—¿Julia?
—La esposa de Sam. Es la dueña de la cafetería de la calle.
—¿Mojo Madness? —Sonreí.
—Sí. Ésa es.
—Estuve allí ayer. Es una gran cafetería, y todo el mundo fue muy
amable.
—Solo contrata a los mejores.
—Y hace los mejores pasteles de manzana caseros —dijo Lily.
—¿Las hace? Me encantan los pasteles de manzana. —Las comisuras
de mi boca se curvaron hacia arriba.
—Tengo tu batería —Escuche gritar a Sebastian desde la entrada de
mi casa.
—Mejor subo y me aseguro de que sepa lo que está haciendo —
Sonreí—. Ha sido un placer conocerte, Alex. Y a ti también. —Me incliné y
le di un golpecito a Lily en la nariz.
Caminando hacia la entrada de mi casa, observé como Sebastian
quitaba la vieja batería de mi Jeep.
—Veo que has conocido a Alex y a Lily. —Sonrió.
—Sí, los conocí. Alex es muy dulce, y Lily es adorable.
—Sí. Son geniales.
—¿Esto está sucediendo realmente? —Un hombre guapo se acercó
con una sonrisa en su rostro.
—Cállate, hermano. Sam, te presento a Emilia, nuestra nueva vecina.
Emilia, mi otro hermano Sam.
—Es un placer conocerte, Emilia. Bienvenida a la playa.
—Gracias, Sam. Yo también me alegro de conocerte. —Le regalé una
cálida sonrisa.
—¿Te vas a quedar ahí parado o me vas a echar una mano? —Le
preguntó Sebastian a Sam.
—Me parece que lo estás haciendo bien tú solo. —Una sonrisa de
satisfacción cruzó sus labios.
—Tú eres el arquitecto, ¿verdad? —le pregunté a Sam.
—Sí, lo soy.
22
—Sebastian dijo que tú y Stefan podrían ayudarme. Quiero remodelar
mi cocina y mover algunas cosas. Tengo algunas ideas, pero no estoy segura
de que sean posibles.
—Excelente. Definitivamente podemos ayudarte con eso. Stefan y yo
podemos venir más tarde y echar un vistazo. ¿Digamos sobre las seis?
—A las seis será genial. Gracias, Sam.
—De nada.
—Trae a Julia también. Me encantaría conocerla.
—Lo haré. —Sonrió—. De todos modos, debería irme. Tú te encargas
de esto, hermano. —Le hizo un guiño a Sebastian mientras le palmeaba la
espalda y se alejaba.
Dejé escapar una risita.
—De acuerdo. Ve a encenderlo —dijo Sebastian.
—Déjame ir a buscar la llave. Vuelvo enseguida.
Corrí a la casa y tomé mi llave fabulosa. Cuando pulsé el botón de
arranque, mi auto arrancó inmediatamente.
—¡Funciona! Gracias, Sebastian. Eres mi salvavidas.
—De nada. Aquí tienes el recibo.
Tomándolo de su mano, nuestros dedos se rozaron y un calor
abrasador me recorrió.
—Disfruta del resto del día. —Las comisuras de su boca se curvaron
hacia arriba.
—Tú también. Y gracias de nuevo por la deliciosa tortilla.
—De nada. Ya hablaremos más tarde.
Me quedé de pie junto a mi Jeep y lo vi caminar de regreso a su casa.
Vivir junto a él iba a ser definitivamente un problema para mí.

23
5
Sebastian
Iba saliendo por la puerta para dirigirme al restaurante cuando entró
Simon.
—Hola. ¿Vas a salir? —preguntó.
—Sí. Me voy al restaurante un rato. ¿Por qué?
—Por nada. —Se metió las manos en los bolsillos y yo entrecerré los
ojos.
—Has hablado con Stefan, ¿verdad?
—Sí. Hoy han pasado muchas cosas contigo y me siento un poco
excluido, hermano.
—Estás siendo dramático, y no estabas en casa. 24
—No estás cruzando al otro lado, ¿verdad?
Dejé escapar una risa.
—¿Cómo puedes siquiera preguntarme eso? Ella necesitaba ayuda
con su Jeep. La ayudé. Tú también lo habrías hecho si estuvieras cerca.
Escucha, hermano, es mi vecina de al lado, y tienes razón. Solo estaría
buscando problemas. No importa lo malditamente sexy que sea, tengo que
mirar hacia otro lado y no pensar más en ello, por mucho que me duela
decirlo.
—Estoy orgulloso de ti, hermano. En serio, es una mala idea. Por no
hablar de lo incómodo que sería después, sobre todo con ella al lado. Ella
estaría observando todos tus movimientos, viendo a las mujeres ir y venir,
etc. Soy policía, y he visto algunas cosas malas con los vecinos.
—Lo sé. —Dejé escapar un suspiro mientras le daba una palmadita
en la espalda.
—Anda y vete al restaurante. Hablaré contigo más tarde. —Dijo.

Cuando llegué al restaurante, saludé al personal y entré en la cocina.


—¿Pensé que llegarías antes? —dijo Marco, mi jefe de cocina.
—Lo tenía previsto, pero tenía que ayudar a mi vecina. La batería de
su Jeep estaba muerta, así que busqué una y la puse por ella.
—¿Pensé que la señora Patterson falleció? —Sus cejas se fruncieron.
—Así es. No la he visto en un par de días. Tengo una nueva vecina. —
Sonreí.
—A juzgar por la sonrisa en tu rostro, asumo que valió la pena
ayudarla.
—Definitivamente lo fue. Se llama Emilia, se acaba de mudar aquí
desde Nueva York y es pediatra.
—¿Su marido o novio no podía ayudarla con su batería? ¿O debo
asumir que no hay un hombre en su vida?
—Sé que no está casada, y estoy bastante seguro de que no hay un
novio en el panorama.
—¿Cuál es su factor de atracción en una escala del uno al diez? 25
—Ella puso la escala en llamas, mi amigo. —Sonreí—. Estaré en mi
oficina si me necesitas.
—¿Sebastian? —Savannah, mi pastelera, me detuvo—. Necesito tu
opinión sobre esto. —Me entregó un plato con un postre.
—Se ve delicioso. ¿Qué es?
—Es una tarta de manzana con caramelo líquido, vainilla y crema de
mascarpone.
Agarré el tenedor que había en el plato, lo corté y le di un mordisco.
—Vaya, sí. —Asentí—. Esto es fantástico. Ponlo en el menú de la
semana que viene y ya veremos cómo resulta. —Le guiñé un ojo.
—¡Sí! Gracias. —Sus ojos se iluminaron.
—¿Cuántos has hecho?
—Los suficientes para que te los lleves a casa con tus hermanos. —
Savannah sonrió.
—Excelente. ¿Tienes más? Me gustaría llevarle uno a mi nueva vecina.
—Sí tengo. Te los haré llegar en cajas.
—Gracias, Savannah. —Sonreí.
Después de terminar un poco de papeleo, entré en la cocina para ver
a mi personal. Eran las cinco de la tarde y empezaba el ajetreo de la cena.
—Me voy por esta noche. ¿Hay algo que alguien necesite antes de que
me vaya? —pregunté.
—Lo tenemos cubierto, jefe. Vaya a disfrutar de la noche. —Dijo
Marco.
Vi a Emilia colocando un sillón de mimbre blanco en su porche
cuando entré en la entrada de mi casa. Salí del auto, cerré la puerta y ella
me miró con un leve saludo y una sonrisa. Le devolví el gesto, entré y dejé
la caja de postres en la isla de la cocina. Sacando mi teléfono, envié un
mensaje a Simon.

Yo: ¿Estás en casa? Tengo algo para ti.


Simon: Estoy en el patio tomando una cerveza. Tendré una
esperándote.
26
Saqué una tarta de la caja, la coloqué en un pequeño plato de papel,
la cubrí con papel transparente y me dirigí a la casa de Simon. Cuando me
acerqué a él, me dio una botella de cerveza y yo le di la tarta.
—Esto se ve delicioso. ¿Qué es?
—Es una tarta de manzana con caramelo líquido, vainilla y crema de
mascarpone. La hizo Savannah —contesté mientras tomaba asiento a su
lado.
—Maldita sea. Tengo que probar esto ahora. —Quitó el envoltorio de
plástico, lo agarró y le dio un mordisco—. Esto es excelente. Dile que le doy
las gracias.
—Lo haré. —Dejé escapar una risa—. Tengo uno para Sam, Stefan y
Emilia. Sam y Stefan pasarán por su casa alrededor de las seis para ver su
cocina. Pensé en pasarme por allí y darles uno a los tres al mismo tiempo.
Su ceño se arqueó mientras se llevaba la botella a los labios.
—Creía que te mantenías alejado.
—Así es. Es solo una tarta. ¿Por qué hacer tres viajes separados
cuando todos van a estar en el mismo lugar?
—Ajá. —Sus labios formaron una sonrisa de satisfacción—. Quiero
conocerla.
Entrecerrare mis ojos fijamente en él.
—¿Por qué?
—¿Qué quieres decir? Es nuestra nueva vecina. Conozco a todo el
mundo por aquí. ¿Por qué sería ella diferente? Y ni siquiera empieces con
esa mierda como hicieron Sam y Stefan. —Me señaló con el dedo.
—Ven a su casa entonces. Como he dicho, Sam y Stefan estarán allí
sobre las seis.
—Tal vez lo haga —Sonrió.
Terminé mi cerveza y me dirigí a mi casa.

27
6
Emilia
Mientras estaba de pie en medio de mi sala de estar con una copa de
vino en la mano, dejé escapar un profundo suspiro ante la limpieza de la
misma. Por fin había desempaquetado las últimas cajas y colocado todo en
su sitio. No podía creer que estuviera aquí, en mi propia casa. Y mañana
empezaría mi nuevo trabajo en la consulta y seguiría con mi vida. Una vida
que llevaba un año adormecida.
Salí de mis pensamientos cuando oí que llamaban a la puerta. Me
acerqué, abrí y vi a Sam y Stefan de pie con una mujer que supuse que era
Julia.
—Hola. —Sonreí—. Pasen.
—Emilia, esta es mi esposa, Julia.
—Julia, es un placer conocerte. —Extendí mi mano.
28
—Es un placer conocerte a ti también, Emilia. Sé que te va a encantar
vivir aquí.
—Eso espero. Hasta ahora, todo va bien. —Las comisuras de mi boca
se curvaron hacia arriba.
—Vaya. Parece que ya estás instalada —dijo Sam.
—No soporto todo el desorden, así que no paré hasta que todo estuvo
ordenado.
—Me gustas, Emilia —señaló Sam.
—Hermano, cállate. —Stefan le dio un golpe en el brazo y no pude
evitar reírme—. Tienes que disculpar a mi hermano. Es un obsesivo de la
limpieza.
—Mi hermano también lo es. —Sonreí un poco.
—No le hagas caso. Solo me gusta que las cosas estén ordenadas y
organizadas.
—TOC —susurró Julia a mi oído.
Sam abrió su bloc de dibujo y recorrió la cocina.
—¿Por qué no empiezas diciéndome lo que tienes en mente? —
Intervino Sam.
—Quiero hacer de esta una cocina de concepto abierto con nuevos
gabinetes, encimeras de granito, backsplash, electrodomésticos
incorporados y una isla más grande.
—Excelente. Eso es exactamente lo que iba a sugerir. Quiero ser
completamente honesto contigo por adelantado. Esto no será barato.
—Sé que no lo será. —Una pequeña sonrisa cruzó mis labios—. Me lo
puedo permitir.
—De acuerdo. Deja que dibuje algo y luego lo repasamos. No llevará
mucho tiempo.
—Hay cerveza en la nevera. Sírvanse ustedes mismos. Julia, ¿puedo
ofrecerte una copa de vino?
—Me encantaría.
Tomando la botella de vino de la nevera y dos copas de vino del
armario, las llevé a la sala, donde Julia y yo nos sentamos en el sofá.
—Alex me dijo que eras la dueña de Mojo Madness —dije mientras le 29
entregaba una copa.
—Así es. ¿Has tenido la oportunidad de pasarte por allí?
—Estuve ayer y me encanta el ambiente del lugar.
—Gracias. Siempre ha sido mi sueño tener una cafetería. Me alegro
de que te guste. Stefan me dijo que eres pediatra, y que vas a hacerte cargo
de una consulta.
—Las noticias viajan rápido por aquí. —Reí.
—Déjame contarte un pequeño secreto. Los hermanos se cuentan
todo.
—Parecen muy unidos.
—Lo son. ¿Tienes hermanos?
—Tengo una hermana y un hermano. ¿Y tú?
—Tengo una hermana gemela llamada Jenni.
Mientras hablábamos, llamaron a la puerta.
—Me pregunto quién podría ser.
—Creo que lo sé —Sonrió Julia.
Levantándome del sofá, abrí la puerta y vi a Sebastian de pie.
—Hola. —Sonreí.
—Vengo cargado de deliciosos postres.
—En ese caso, pasa. —Hice un gesto con la mano.
—Mi pastelera, Savannah, hizo estas deliciosas tartas de manzana. —
Abrió la tapa de la caja blanca que sostenía.
—Vaya, no puedo esperar a probar una. ¿Puedo ofrecerte una cerveza?
—Claro. —Las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba.
Le quité la caja y la puse sobre la isla de la cocina.
—Hola, hermano —dijeron tanto Sam como Stefan.
—Les traje a cada uno una tarta de manzana que hizo Savannah —
dijo Sebastian.
—Me encantan los postres de Savannah. Gracias. —Sonrió Stefan.
Sam había terminado un borrador del diseño de mi cocina y nos
sentamos en la mesa y lo repasamos. 30
—Puedo tener el diseño final hecho para mañana por la noche.
—Y si decides que quieres unirte a nosotros, puedo ponerte en la
agenda —comentó Stefan.
—Me encanta lo que has hecho, así que considérense contratados.
—Excelente. —Sonrió Sam.

—Me gusta mucho tu familia. —Le dije a Sebastian mientras metía la


mano en el armario y sacaba un plato pequeño.
—Gracias. Son los mejores. —Las comisuras de su boca se curvaron
hacia arriba mientras se apoyaba en la isla.
Abriendo el cajón, saqué un tenedor.
—¿Y tu familia? ¿Tienes hermanos?
—Tengo un hermano de treinta y cinco años y una hermana de treinta
y tres. Viven en Nueva York, y mis padres viven actualmente en París.
—¿París? Vaya.
—Viven allí seis meses al año y los otros seis meses en Nueva York.
—¿A qué se dedican?
—Mi padre es el dueño de Gallo Technology Group, y tiene dos
oficinas. Una en Nueva York, en la que trabaja mi hermano, y otra en París.
—¿Y tu hermana? ¿No trabaja en la empresa?
—Lo hacía hasta que tuvo a mis dos sobrinas. Ahora se queda en casa
y las cría mientras mi cuñado trabaja para mi padre.
—¿No te interesaba el negocio familiar?
—La verdad es que no. Siempre quise ser médico. ¿Supongo que
tampoco te interesaba el negocio familiar? —Arqueó mis cejas.
—No. Soy accionista y eso me basta. Me encanta la comida, y siempre
me ha gustado cocinar. ¿Vas a probar esa tarta o qué? —Se rio.
—Sí. —Sonreí mientras hundía el tenedor en ella y me la llevaba a la
boca—. Oh, Dios mío. Esto es… esto es increíble. Ya puedo decir que vivir
al lado tuyo será un problema para mi cintura. —Lo señalé con el tenedor.
31
—Lo dudo. Tienes una gran figura.
Bajé la cabeza para que no me viera sonrojarme. Colocó su dedo bajo
mi barbilla y lo levantó ligeramente mientras sus preciosos ojos azules se
clavaban en los míos.
—No pretendía avergonzarte.
—No lo hiciste. —Sonreí tímidamente.
Sentí el calor subir en mi cuerpo mientras dejaba el tenedor y me
volvía hacia la botella de vino que estaba sobre la isla. La agarré y rellené
mi copa.
—Debería irme —dijo Sebastian.
—De acuerdo. Gracias por la deliciosa tarta.
—De nada. Y buena suerte en tu primer día mañana.
—Gracias. —Sonreí mientras lo acompañaba a la puerta.
—Disfruta el resto de tu noche —dijo al salir.
—Tú también, Sebastian.
Cerré la puerta, apoyé mi espalda contra ella y dejé escapar un
profundo suspiro.

32
7
Sebastian
Últimamente tenía muchas cosas en la cabeza, cosas que aún no les
había mencionado a mis hermanos. Lo último que necesitaba era que los
pensamientos de Emilia se arremolinaran en mi cabeza. La atracción
instantánea hacia ella me tomó por sorpresa. No me refería sólo a la
atracción física, porque cualquier mujer hermosa me llamaba la atención.
Me refería a la atracción que sentía cuando manteníamos una conversación
y cuando estaba cerca de mi familia. Desde el momento en que la vi
luchando con la caja de su Jeep y luego golpeando el volante como una loca
cuando no arrancaba, sentí esa incontrolable gravitación hacia ella. No
podía explicarlo y, desde luego, no quería hacerlo.
Al día siguiente, me levanté más temprano que de costumbre, me
preparé un café y lo tomé en el patio. Mientras el sol se alzaba sobre el 33
océano y las olas bailaban, miré hacia la casa de Emilia cuando oí que su
puerta corredera se abría y se cerraba. Me sorprendió mientras levantaba la
mano y me hacía un pequeño saludo.
—Buenos días. —Sonreí.
—Te has levantado temprano —dijo ella.
—No pude dormir.
—¿Está todo bien? —preguntó.
—Sí. Todo está bien. —Sonreí—. ¿Estás nerviosa por tu primer día?
—La verdad es que no. Será bueno entrar en la rutina.
—¿A qué hora terminan tus tareas de doctora?
—El consultorio cierra a las cinco.
—¿Por qué no te pasas por el restaurante de camino a casa para tomar
una copa de celebración por mi cuenta?
—Tal vez lo haga. —Las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba
mientras abría la puerta y entraba en su casa.
Sonreí mientras me llevaba la taza a los labios. Volví a entrar, me
duché, me vestí y me dirigí a la casa de Stefan para cocinarle a mi sobrina
los panqueques que me pidió.
—Buenos días —dije al entrar por la puerta.
—¡Tío Sebastian! —exclamó Lily mientras me abrazaba—. Me estás
haciendo panqueques de manzana y canela, ¿verdad?
—Sí, su alteza.
—¡Sí! Voy a prepararme para la escuela.
—Yo podría haberla mandado a tu casa —dijo Stefan mientras ponía
una capsula de café en el Keurig.
—¿Por qué no dijiste eso antes de que trajera todo?
—Solo lo pensé. ¿Café?
—No. Estoy bien. ¿Cómo está Henry?
—Parece que está mejor, gracias a la doctora Emilia. El llanto ha
disminuido. ¿Has averiguado algo más sobre nuestra vecina doctora?
—Solo que tiene un hermano y una hermana en Nueva York y que sus
padres viven seis meses al año en París.
34
—¿En serio?
—Sí. Su padre es el dueño de Gallo Technology Group y tiene una
oficina en Nueva York y otra en París.
—¿Por qué no está trabajando para la familia?
—Ella quería ser doctora en su lugar.
—Suena como alguien que conozco. —Sonrió—. Excepto que sustituye
doctora por chef.
—Buenos días, Sebastian. —Alex entró con Henry.
—Buenos días. —Sonreí—. ¿Cómo está mi sobrino favorito?
Me lo acercó y le besé la cabecita.
—Está muy despierto, y yo estoy agotada.
—Ve a sentarte. Los panqueques estarán listos en unos minutos.
—Eres un regalo del cielo. Gracias. —Se me acercó y me besó la
mejilla.
—¿Qué hay de mí, nena? —preguntó Stefan.
—No me vas a hacer panqueques, ¿verdad? —Levantó la ceja.
—No, no lo estoy haciendo. Pero sabes que te amo. —Besó su mejilla
y luego la cabeza de Henry—. Voy a terminar de prepararme para poder
llevar a Lily a la escuela.
—¿Vas a comer panqueques? —pregunté.
—¿Me gustan los panqueques, hermano?
—Así es. Eres el hermano adoptado. —Sonreí.
—Estoy lista —dijo Lily mientras entraba en la cocina.
—Y también sus panqueques, su alteza real. —Sonreí mientras ponía
delante de ella los panqueques de manzana y canela cubiertos con nata
líquida y mini chips de chocolate.
—Gracias, tío Sebastian. Te amo.
—Yo también te amo. —Le guiñé un ojo.
—¿Puedo prepararte un café? —le pregunté a Alex mientras Henry
estaba casi dormido en sus brazos.
—Eso sería increíble. Gracias. 35
Puse una capsula de café en el Keurig, y mientras el café se preparaba,
puse su plato de panqueques delante de ella.
—Necesito hablar contigo después de que Stefan y Lily se vayan —
susurró.
—De acuerdo. Estaré por aquí limpiando.
—Sabía que olía a panqueques de manzana y canela —dijo Simon
mientras entraba por la puerta y besaba la parte superior de la cabeza de
Lily.
Sonreí y le dije que se sentara mientras echaba más masa para
panques en la plancha.
—¿Dónde está Stefan? —preguntó.
—Estoy aquí mismo. Lily, ¿has terminado? Tenemos que irnos o vas
a llegar tarde.
—Estoy lista, papá. —Tomó su mochila—. Adiós, mamá. —Besó a
Alex—. Adiós, Henry. —Apretó sus labios en la parte superior de su cabeza—
. Adiós, tío Simon. Adiós, tío Sebastian.
—Adiós, su alteza. —Le guiñé un ojo y se rio.
Stefan se despidió de nosotros y salió por la puerta. Los panqueques
estaban listos, así que los puse en un plato y los dejé frente a Simon.
—Gracias, hermano. ¿Café?
—¿Qué soy? ¿Tu sirviente?
—Me dijiste que me sentara —Recordó, y Alex se rio.
—Sebastian, quiero ser barman un par de noches a la semana —dijo
Alex y me pilló desprevenido.
—¿En serio? —Mis cejas se fruncieron.
—Sí. Todavía no he hablado con Stefan de ello, pero necesito trabajar.
Solo un par de noches.
—No estoy seguro de cómo se va a sentir Stefan al respecto —comentó
Simon.
—¿Realmente crees que tu hermano tiene una opción? —Frunció el
ceño.
—Claro —asintió Simon.
—Me encantaría que volvieras, y puedo darte un par de noches a la
semana. Di las noches que quieras trabajar y serán tuyas. Pero tienes que
36
aclararle a Stefan que no fui yo quien te lo pidió.
—Lo haré. Gracias, Sebastian.
—No hay problema. Sabes que me encanta tenerte allí. Todo está
limpio, así que voy a volver a la casa. Tengo que ir al restaurante y empezar
a preparar el almuerzo para la gente.
8
Emilia
Entré en Four Kinds sobre las seis y tomé asiento en la barra.
—Bienvenido a Four Kinds. ¿Qué puedo ofrecerle? —preguntó un
joven.
—Un Manhattan, por favor.
—Enseguida.
Preparó mi bebida y la dejó encima de una servilleta frente a mí.
—¿Eres Emilia? —preguntó.
—Lo soy.
—Sebastian mencionó que podrías pasar por aquí. Iré a avisarle que
estás aquí. 37
—Gracias...
—Raúl. —Sonrió.
—Gracias, Raúl.
Levantando mi bebida, tomé un sorbo y me relajé mientras el líquido
se deslizaba por el fondo de mi garganta.
—Hola. —Sebastian sonrió mientras ponía su mano en mi espalda—.
Me alegro de que hayas venido.
—Hola. Necesitaba un trago después de lo de hoy. —Mis ojos se
iluminaron al verlo.
—Supongo que aún no has cenado.
—Has supuesto bien. —Mis labios formaron una sonrisa.
—Ven conmigo y cenaremos juntos.
—No, Sebastian. Estás ocupado. Puedo recoger algo de camino a casa.
—Tonterías. Ya estás en un restaurante, y yo no estoy ocupado. Mi
personal tiene todo cubierto. Vamos. —Tomó mi bebida de la barra.
Recogiendo mi bolso, lo seguí a través del restaurante y hasta un
puesto escondido en una esquina.
—Esto no es necesario —dije mientras me deslizaba en el asiento.
—Sí, lo es. Tengo hambre, tú tienes hambre, y estoy bastante seguro
de que aún no has ido a comprar al supermercado.
—Tienes razón. Todavía tengo que hacerlo —suspiré—. Tu restaurante
es hermoso.
—Gracias. Sam lo diseñó, por supuesto, Stefan lo construyó, y con la
ayuda de un diseñador de interiores, todo salió bien.
—¿Qué puedo ofrecerle, jefe? —Una chica joven con el cabello largo y
castaño se acercó.
—¿Te gusta el marisco? —me preguntó Sebastian.
—Me encanta.
—¿Filete? —Arqueó su ceja.
—Medio cocido. —Sonreí.
—Meredith, tráenos cada uno el filete y la cola de langosta.
—¿Sopa o ensalada? —preguntó. 38
—Ensalada.
—¿El aderezo de la casa está bien? Es una vinagreta de champán.
—Suena perfecto.
—Yo tomaré lo mismo. Trae una barra de pan fresca del horno para
calentar.
—Enseguida.
—Entonces, cuéntame cómo fue tu primer día —preguntó con una
sonrisa.
—Fue un poco caótico. Niños gritando, padres descontentos, lo
normal. Pero no lo cambiaría por otro trabajo en el mundo.
—Amas lo que haces, y eso es lo importante. —Una sonrisa sexy cruzó
su boca—. Entonces, ¿cómo conoces al doctor Reynolds?
Meredith se acercó, colocó la barra de pan de centeno caliente sobre
la mesa y puso nuestras ensaladas frente a nosotros.
—Fue mi pediatra cuando era niña, y también es un buen amigo de
mi padre. Se conocen desde que tenían ocho años. Trasladó su consulta a
California cuando yo tenía quince años.
—¿No puede ser tan mayor para querer jubilarse ya?
—Él y su mujer, también médico, se van a trasladar a Sudáfrica para
ejercer la medicina. Ha sido un proceso que ha durado un año para ellos,
pero finalmente los aprobaron y se van el mes que viene. Cuando escuché
que le decía a mi padre que necesitaba encontrar a alguien que se hiciera
cargo de la consulta, aproveché la oportunidad, lo hablé con mi padre y me
ayudó. A mi madre no le hizo gracia porque no quería que me fuera de Nueva
York. Oh, Dios mío. ¿Esta mantequilla lleva cerezas? —pregunté mientras
daba un mordisco a mi pan con mantequilla.
—Sí. —Una sonrisa sexy cruzó su rostro—. Espero por Dios que no
seas alérgica a las cerezas. Debería haberte avisado antes.
—No. No soy alérgica. Estoy enamorada de ellas. Es el mejor pan con
mantequilla que he comido nunca.
—Me alegro de que te guste. —La sonrisa no abandonó sus labios—.
Entonces, ¿ya extrañas Nueva York?
—Echo de menos a mi hermano y a mi hermana. Partes de mí otra
vida, no. —Aparté la mirada de él.
Mierda. ¿Por qué dije eso en voz alta?
39
—¿Cómo qué? —Frunció sus cejas.
—Nada. De todos modos, basta de hablar de mí. Háblame de tus
padres.
Dejó escapar una risa mientras se metía un trozo de pan en la boca.
—La historia es larga. Mis padres se divorciaron cuando teníamos
cinco años, mi madre está en su tercer matrimonio, y mi padre está en su
más reciente matrimonio por quinta vez.
—¿No hablas en serio? —Reí.
—Oh, pero lo estoy. Es vergonzoso. —Sacudió la cabeza.
—¿Crees que tu padre se quedará con la esposa número cinco?
—Sinceramente —recogió su bebida—, creo que sí. Celeste es
diferente. Ella es la razón por la que se retiró tan pronto y le entregó el
control de la empresa a Sam y Stefan.
—Bueno, entonces, tal vez solo tuvo que pasar por las otras esposas
para encontrar a su alma gemela. —Mis labios formaron una sonrisa
incierta.
¿Ya no creía en algo así? Por supuesto que no. Tomé una fuerte
bocanada de aire para evitar que las lágrimas se formaran en mis ojos. La
expresión en el rostro de Sebastian después de que yo dijera eso me decía
que él tampoco creía en eso.
—¿Te traigo otro Manhattan? —preguntó.
—En realidad, me quedo con el agua. Déjeme preguntarle algo, vecino.
Por lo que he podido ver hasta ahora, eres un gran tipo. Vives en una
hermosa casa en la playa, y eres dueño de este increíble restaurante. Eres
amable, servicial y extremadamente guapo. ¿Cómo es que alguna mujer
afortunada no te ha atrapado todavía?
—Podría decir lo mismo de ti. —Sonrió.
—Eso no es una respuesta a mi pregunta.
Se limpió la boca con la servilleta y se recostó en su asiento.
—Mis intereses se centran en todas las cosas casuales —respondió.
—¿Por un amante pasado o un corazón roto?
—No. —Se rio—. Como te dije, mis padres se han casado varias veces.
40
He visto lo que las relaciones pueden hacer, y honestamente, no quiero o
necesito el drama y el caos de eso.
—Sam y Stefan parecen pensar de manera diferente sobre eso.
—Ahora sí, pero la mierda que pasaron con Julia y Alex. —Sacudió la
cabeza—. No tengo tiempo en mi vida para eso. Ahora te toca a ti decirme
por qué alguien tan guapa como tú no está comprometida.
—Mi carrera es mi prioridad. Fin de la discusión. —Sonreí
amablemente.
—Me parece justo.
Hablamos principalmente de nuestras carreras mientras comíamos
langosta y filete. Cuando terminé, me limpié la boca con la servilleta y la
dejé sobre la mesa.
—Gracias por la deliciosa comida, pero será mejor que me vaya a casa
—dije mientras me deslizaba fuera del reservado.
—De nada. Me alegro de que te haya gustado. —Se deslizó de su lado—
. Te acompaño a la salida.
Colocando mi bolso sobre el hombro, tragué saliva cuando sentí su
mano en la parte baja de mi espalda mientras caminábamos hacia la puerta.
Ese gesto. El que indicaba coqueteo. El que tanteaba el terreno. El
movimiento hizo que me flaquearan las rodillas.
Sentí que mi corazón se aceleraba por razones que no tenía claras.
¿Era porque había sentido la química entre nosotros? ¿O era la ansiedad
que asomaba su fea cabeza ante la idea?
—Antes de que te vayas, déjame darte mi número de teléfono —dijo
antes de abrirme la puerta del auto—. Por si acaso necesitas algo.
—Claro. —Sonreí mientras sacaba mi teléfono.
Me recito su número y lo guardé en el mío.
—Gracias de nuevo, Sebastian. —Nos miramos fijamente.
—Cuando quieras.
Inmediatamente rompí nuestra mirada y subí a mi Jeep. Cerró la
puerta, me saludó con la mano y se marchó.

41
9
Sebastian
Me quedé en el estacionamiento con las manos metidas en los bolsillos
del pantalón y la vi alejarse. Algo pasaba con ella. Podía sentirlo. Sobre todo,
cuando se negó a hablar de por qué seguía soltera. Dijo que su carrera era
su prioridad, lo cual creí. Pero vi el dolor en sus ojos, y la forma en que zanjó
la conversación en cuestión de segundos me llevó a creer que tenía o estaba
sufriendo un corazón roto. En ese momento tomé la decisión de alejarme y
mantener la distancia. Mi vida ya estaba bastante ocupada, y estaba a punto
de estarlo aún más después de hablar con mis hermanos sobre mi plan.
Cuando llegué a casa a las nueve, todavía era lo suficientemente
temprano como para invitar a mis hermanos. Sacando mi teléfono, envié un
mensaje en nuestro chat de grupo.
42
Yo: En mi casa. Necesito hablar de algo. Encenderé un fuego y tendré
una botella de whisky esperando.

No importaba la hora que fuera. Si uno de nosotros necesitaba a los


demás, allí estábamos. Agarré la botella de whisky y cuatro vasos, salí al
patio y los dejé mientras encendía la hoguera. Oí el sonido de mi teléfono en
el bolsillo, y cuando lo saqué, tenía un mensaje de texto.

Simon: Estoy de camino a casa desde la estación. Estaré allí en unos


quince minutos.

—¿Qué pasa, hermano? —dijo Sam mientras ponía su mano en mi


espalda y luego tomaba asiento.
—Me alegro de que hayas convocado esta pequeña reunión —dijo
Stefan mientras se acercaba—. Iba a venir de todos modos para discutir
algo. —Agarro la botella de whisky mientras se sentaba.
—Ya sé lo que vas a decirme, y no fue mi idea. Alex me lo planteó.
—¿Sobre qué? —preguntó Sam.
—Alex me dijo esta noche que volverá a trabajar en el restaurante un
par de noches a la semana —suspiró Stefan.
—¿Y? —preguntó Sam.
—Tengo sentimientos encontrados al respecto. Por un lado, la quiero
en casa conmigo. Ambos saben que soy egoísta cuando se trata de ella. Pero,
por otro lado, sé lo mucho que le gusta, y creo que salir un par de noches
durante la semana es bueno para ella.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —pregunté.
—La echaré de menos. —Se recostó en la silla y se llevó el vaso a los
labios.
Sam y yo soltamos una carcajada.
—No tendrás tiempo de echarla de menos entre el cuidado de Lily y
Henry —dije.
—Eso es lo que me dijo cuando me puse furioso. Estoy todo el día en
el trabajo y cuando llegue a casa, ella saldrá corriendo por la puerta.
—Y cuando llegue a casa, los dos podrán tener sexo salvaje para 43
compensar el no haberse visto en todo el día. —Sonrió Sam.
—Ah, eso es muy cierto. —Sonrió Stefan.
—Ya estoy aquí. ¿Qué pasa? —preguntó Simon mientras se acercaba
y tomaba asiento.
Serví un vaso de whisky y se lo entregué.
—Quiero abrir un segundo restaurante —dije.
—¿Por qué? —preguntó Stefan.
—¿Por qué no? Creo que es hora de expandirse.
—¿En qué piensas? —preguntó Sam.
—En el centro de Los Ángeles.
—¿Ya has mirado propiedades? —preguntó Simon.
—Todavía no. Quería consultarlo con ustedes primero.
—Tus sueños son nuestros sueños, hermano. —Stefan me acercó y
puso su mano en mi hombro—. Estoy de acuerdo con la idea.
—Yo también —dijo Sam.
—Yo también. —Sonrió Simon.
—Sin embargo, yo lo consultaría primero con papá. Solo para conocer
su opinión —dijo Sam.
—Lo estoy planeando. Gracias, hermanos míos. Sabía que podía
contar con su apoyo. —Levanté mi vaso hacia ellos.
—Somos familia, y la familia se mantiene unida —dijo Sam mientras
los tres golpeaban sus vasos contra el mío.
—Entonces está decidido. Empezare a buscar propiedades mañana.
—Sonreí—. En otro orden de cosas, Emilia se pasó por el restaurante
después del trabajo y cenamos juntos.
—¿Por qué? —Stefan entrecerró los ojos hacia mí.
—Le comenté esta mañana, cuando la vi parada en el patio, que se
pasara después del trabajo para tomar una copa de celebración. Para
celebrar su nuevo trabajo y su primer día.
—Claro. —Sonrió Simon—. Demasiado para que te mantengas
alejado.
—Me preguntó por qué estaba soltero. —Tomé un sorbo de mi whisky.
—Oh, chico. —Sam suspiró. 44
—Fui sincero con ella.
—¿Y? ¿Qué te dijo? —preguntó Stefan.
—Cuando le di la vuelta a la tortilla y le pregunté por qué estaba
soltera, me dijo, y cito: “Mi carrera es mi prioridad. Fin de la discusión”. Y
luego la zanjo.
—Me parece que alguien le rompió el corazón —comenta Simon—. Lo
cual es bueno para ti, hermano.
—De todos modos, por mucho que me sienta extremadamente atraído
por ella, necesito mirar hacia otro lado. Está dañada, y no tengo tiempo, ni
quiero tratar con alguien así. Especialmente ahora que estoy planeando
abrir otro restaurante.
—¿Y cómo has llegado a la conclusión de que está dañada? —preguntó
Stefan en tono serio.
—Porque vi el dolor en sus ojos cuando le pregunté.
—Y qué, hermano. Todo el mundo está dañado a su manera.
—Stefan tiene razón. Mira lo dañados que estaban Julia y Alex cuando
las conocimos —menciono Sam.
—Yo soy diferente a ustedes dos. Tú elegiste ir por ese camino. Yo no.
—No puedo decir que te culpe —añade Simon—. Si fuera yo, tampoco
iría por ese camino. Especialmente con una mujer que vive justo al lado.

45
10
Emilia
Miré por la ventana y vi a los cuatro hermanos sentados alrededor de
la hoguera con bebidas en la mano. Me pregunté de qué estarían hablando.
Estaba segura de que Sebastian les contó sobre nuestra velada, ya que Julia
dijo que se lo contaban todo.
Por mucho que disfrutara cenando con él, no podía seguir haciendo
cosas así. Necesitaba alejarme de Sebastian Kind. Mi cuerpo necesitaba
alejarse de Sebastian Kind. Para mí, él era una droga letal, y no quería tener
una sobredosis de él. Mi vida era lo suficientemente complicada. Mi
existencia estaba destrozada por la confianza y un dolor indescriptible que
me acompañaría durante mucho tiempo.
Vine corriendo a California para esconderme y sanar mi alma, dejando
atrás a todos y todo lo que conocía. Para empezar de nuevo y recuperar la 46
mujer que una vez fui porque no me gustaba en quién me convertí. Pero
haría falta un milagro para que eso ocurriera.
El sonido de mi teléfono me sacó de mis pensamientos. Me aparté de
la ventana, tomé mi teléfono de la isla y vi que mi hermana me estaba
llamando por Facetime.
—Hola. —Puse una sonrisa valiente.
—He estado esperando tu llamada. ¿Cómo estuvo tu primer día?
—Lo siento, Lydia. Fue un día agitado y llegué tarde a casa, me bañé
y me olvidé de llamarte.
—¿Estás bien? Pareces muy deprimida. Dios, Emilia. Ojalá no te
hubieras ido.
—Estoy bien. —Sonreí—. Solo estoy cansada.
—Bien. Me dirías si te sintieras mal, ¿verdad?
—Por supuesto. Sabes que lo haría.
—¿Cómo está el vecino caliente?
—Bien, supongo. No lo he visto ni he hablado con él últimamente —
mentí.
—¿Lo estás evitando?
—No. —Reí mientras las mentiras seguían saliendo de mi boca.
Llegó otra llamada, y era mi hermano tratando de Facetime.
—Escucha, Luca está llamando. Hablaré contigo más tarde.
—De acuerdo. Te amo.
—Yo también te amo.
Hice clic y el rostro de mi guapo hermano apareció en la pantalla.
—Ahí estás. Por un momento, olvidé que tenía otra hermana.
—Muy gracioso.
—¿Qué tal California y la casa?
—Hasta ahora, está muy bien. —Sonreí—. ¿Cómo te va a ti?
—Estoy bien, hermana. Mamá me llamó hoy. Me dijo que estás
evitando sus llamadas.
—Está loca. Está bien. Ella llamó antes, pero yo estaba con un
paciente. No he podido devolverle la llamada. Ya sabes cómo es la diferencia
horaria.
47
—No has tenido oportunidad, o simplemente no quieres. —Arqueó la
ceja.
—Las dos cosas. —Sonreí.
—Escucha, Em, está entrando otra llamada que tengo que atender.
Hablaré contigo pronto. Te amo.
—Yo también te amo, Luca.
Apagué todas las luces de la planta baja y subí a mi dormitorio. Me
metí en la cama, enchufé el teléfono, lo dejé en la mesita de noche y me tapé
con las mantas. La hermosa brisa que entraba por la ventana y las olas que
rompían contra la costa me adormeció.
Sebastian
—Gracias por venir, papá. —Lo abracé cuando entró en el restaurante.
—Por supuesto, hijo.
—Marco nos está preparando unos huevos benedictinos. Saldrán
pronto. ¿Puedo ofrecerte un café o una mimosa?
—Un café sería estupendo.
Después de servir dos cafés, los dejé sobre la mesa y me deslicé en el
asiento frente a mi padre.
—Aquí tienes el desayuno. —Marco dejó nuestros platos.
—Gracias, Marco —dijo mi padre.
—Gracias, Marco. Si necesitamos algo más, te lo haré saber.
—Entonces, ¿para qué querías reunirte? —preguntó mi padre
mientras cortaba sus huevos benedictinos.
—Quiero expandirme abriendo un segundo restaurante, y quiero tu
opinión. 48
—Creo que es una buena idea. ¿Dónde estás pensando?
—En el centro de Los Ángeles.
—¿Te refieres a la zona donde te dije que pusieras este local? —Sonrió
con satisfacción.
—Más o menos. —Reí.
—¿Has encontrado ya una propiedad?
—No. Acabo de empezar a buscar.
—Sé lo ocupado que estás con este restaurante, así que te ayudaré a
buscar.
—Gracias, papá. Te lo agradezco.
—¿Has hablado con tus hermanos al respecto?
—Lo he hecho, y me apoyan al cien por cien.
—Entonces puedes irte. —Las comisuras de su boca se curvaron hacia
arriba—. Lily me ha dicho que tienes una nueva vecina.
—Sí. Se llama Emilia Gallo y es pediatra.
—¿Y su marido?
—No está casada. La ayudé con un par de cosas. Es muy simpática.
Se sentó frente a mí con los ojos entrecerrados.
—¿Qué edad tiene?
—¿Por qué quieres saber cuántos años tiene?
—Porque sí, hijo. Ahora, ¿qué edad tiene Emilia, la pediatra?
—Tiene treinta años.
—Ya me lo imaginaba. ¿Es atractiva?
—Sí, papá. Es hermosa. ¿Cuál es tu punto aquí? —pregunté con tono
irritado.
—Es tu vecina de al lado, hijo. ¿Necesito decir más? —Arqueó su ceja.
—No, papá, no hace falta.
—Bien. —Las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba—. Esto
estuvo delicioso como siempre, necesito llegar a casa. Haré un par de
llamadas sobre las propiedades.
—Gracias, papá.
Ambos nos deslizamos fuera de la cabina, y lo abracé.
49
—Saluda a Celeste de mi parte.
—Lo haré.
11
Emilia
Mis ojos se abrieron de golpe mientras el corazón se me salía del
pecho. Sentada, agarré mi teléfono de la mesita de noche y miré la hora.
Eran las cinco y media de la mañana. Poniéndome un pantalón de chándal
y una sudadera, bajé a la cocina, preparé café y me lo llevé a la playa. Podría
haberme sentado en el patio y escuchar los susurros del océano, pero quería
estar más cerca y sentarme en primera fila mientras las olas ejecutaban su
danza matutina. Me acurruqué en la arena y me llevé las rodillas al pecho
mientras bebía a sorbos el líquido caliente. Era un día que llevaba meses
temiendo. El día que cambiaría por completo mi vida, y si pudiera dormirlo,
lo haría. Lo único que necesitaba era aguantar hasta las tres. Entonces
llegaría a casa y me prepararía para mi cita con una botella de Gin. Sólo
necesitaba estar segura y despierta mañana por la mañana cuando llegara
mi entrega. Una entrega que llevaba esperando toda la semana. 50

Sebastian
Me levanté temprano y me puse el traje de neopreno. Cuando salí por
la puerta corredera para tomar mi tabla de surf, vi a Emilia sentada en la
arena cerca de la orilla. La última vez que la había visto fue el lunes por la
noche en el restaurante, pues había cumplido la promesa que me hice de
mantenerme alejado de ella. Sam me preguntó si quería ir con él a firmar
los contratos. Le dije que no y me aseguré de estar en el restaurante esa
noche. No tenía tiempo para nada más entre el restaurante y la búsqueda
de propiedades.
Al verla sentada, me costó todo lo que tenía para no acercarme y
preguntarle si estaba bien. Y sabía que, si sacaba mi tabla de surf, lo haría.
Así que decidí esperar a que volviera a su casa.

Emilia
Justo cuando terminé mi café y me dirigía a la casa para ducharme y
prepararme para el trabajo, oí a Stefan gritar:
—Buenos días, vecina.
Al asomarme, le dediqué una pequeña sonrisa y un saludo.
—Buenos días.
—¿Tienes un segundo? —preguntó.
—Claro. 51
Me detuve y se acercó a mí.
—Estamos teniendo problemas con uno de los trabajos que estamos
haciendo, y por desgracia, se ha suspendido por un tiempo. Así que pude
ponerte en la agenda para comenzar la demolición la próxima semana.
—Vaya. ¿Ya?
—Si es demasiado pronto, puedo retrasarlo.
—No. La próxima semana está bien. Cuanto antes, mejor. —Sonreí.
—Genial. Mi equipo vendrá el martes por la mañana. Puedes dejar la
puerta sin cerrar o darme una llave.
—Tengo una llave de repuesto, así que te la daré antes de esa fecha.
—Me parece bien. Nos vemos luego. Que tengas un buen día. —Las
comisuras de su boca se curvaron hacia arriba.
—Gracias. A ti también, Stefan.

Sebastian
—Hola, hermano —Me saludo Stefan al atravesar la puerta corrediza.
—Hola. Te vi hablando con Emilia.
—Sí. Le estaba diciendo que mi equipo puede empezar a desmontar
su cocina el martes.
—Eso es bueno. Debe estar contenta.
—Supongo. Parecía que había estado llorando.
—¿En serio? —Fruncí mis cejas.
—Sí. ¿Has hablado con ella últimamente?
—No desde el lunes por la noche.
—Oh. De todos modos, Alex y Julia van a salir esta noche con Jenni,
y mamá y Curtis se van a llevar a Lily el fin de semana. Así que he pensado 52
que podríamos pasar todo el rato en mi casa esta noche. ¿Estás trabajando?
—No. Esta noche no. Estaré allí. ¿Quieres que traiga la pizza? —
Arqueé la ceja.
—Qué amable eres al ofrecerte, hermano. —Sonrió mientras ponía su
mano en mi hombro—. Tengo que dejar a Lily en la escuela. Nos vemos más
tarde. Ah, y trae un par de esos bocadillos italianos. —Me señaló con el dedo
mientras salía por la puerta.
Emilia
—Mierda —dije mientras buscaba en mis gabinetes una caja de tazas
de café.
Había usado la última cuando me desperté, pero habría jurado que
tenía otra caja. Agarré mi bolso, subí a mi auto y me detuve en Mojo
Madness antes de dirigirme al trabajo.
—Hola, Emilia. —Julia sonrió cuando me vio entrar.
—Hola, Julia.
—¿Qué puedo ofrecerte?
—Quiero un café con leche de vainilla mediano con leche de
almendras.
—Steph, necesito un café mediano con leche de vainilla y leche de
almendras. Me alegro de que hayas pasado por aquí. Alex, Jenni y yo vamos
a salir esta noche para una noche de chicas, y queremos que vengas con
nosotras.
—Gracias por la invitación, pero tengo planes para esta noche.
—Oh. De acuerdo. ¿En otro momento?
—Sí. Definitivamente. —Sonreí.
53
Steph me entregó mi café con leche, y cuando fui a sacar la cartera,
Julia me detuvo.
—No hay que pagar. Va por cuenta de la casa.
—Julia
—No hay discusión. —Sonrió.
—Gracias. —Miré mi reloj—. Tengo que correr, o voy a llegar tarde.
Diviértete esta noche.
—Tú también, Emilia.
12
Sebastian
Agarré las pizzas y los bocadillos y me dirigí a la casa de Stefan.
—Hola. —Alex sonrió mientras me abría la puerta corredera.
—Hola. Te ves muy bien. —Sonreí.
—Gracias.
Dejé la comida en la mesa y Stefan entró con Henry en brazos.
—Adiós, nena. —Se acercó y besó a Alex—. Pórtate bien esta noche.
Sé cómo pueden ponerse las cosas con Jenni cerca. Me aseguraré de subir
el sonido de mi teléfono por si necesitas que pague la fianza.
—Cállate. —Se rio—. Te voy a echar de menos, mi dulce niño. —Apretó
sus labios contra la cabeza de Henry—. Debería dormirse pronto. Te amo. 54
—Levantó la mano y le dio un beso a Stefan.
—Yo también te amo, cariño. No te preocupes por nosotros. Estaremos
bien.
—Sé que lo estarán. —Sonrió mientras salía por la puerta.
Los cuatro nos sentamos a la mesa y nos comimos la pizza y los
bocadillos que había traído. Cuando Stefan consiguió finalmente que Henry
se durmiera, tomó el monitor y se reunió con nosotros fuera en el patio.
—Es una pena que Emilia no haya podido ir con las chicas esta noche
—dijo Sam.
—No sabía que la habían invitado.
—Julia se lo pidió esta mañana cuando pasó por la cafetería de
camino al trabajo. Dijo que tenía otros planes para esta noche.
—Su auto ha estado en la entrada toda la noche, y todas las luces
están encendidas en su casa.
—¿Qué estás haciendo? ¿Acosando su casa desde tus ventanas? —
preguntó Simon.
—Cierra la boca. —Me acerqué y le di un golpe en el brazo mientras
dejaba escapar una risa.
—Era su primera semana de trabajo. Tal vez solo esté cansada y tenga
planes de quedarse en casa y ver películas toda la noche —señaló Stefan.
—O tal vez no —indicó Sam mientras señalaba hacia la playa.

Emilia
Abrí la puerta corredera y bajé a trompicones a la playa con la botella
de ginebra en la mano. El frío en el aire se sentía bien, al igual que la arena
entre los dedos de mis pies. Una suave brisa me recorrió el rostro cuando
me llevé la botella a los labios y bebí un trago. El olor salado del aire se
apoderó de mis sentidos, al igual que los susurros del océano. Extendí los
55
brazos y agarré con fuerza la botella, que ahora estaba por la mitad.
Dirigiéndome a la orilla, empecé a dar vueltas mientras daba rienda suelta
a la ira que llenaba mi alma.
—¡Espero que seas feliz, imbécil! —grité mientras daba otro trago a la
botella y perdía el equilibrio. Un dolor agudo me atravesó cuando mis manos
golpearon la orilla y el agua las arrastró rápidamente.
Sebastian
—Maldita sea —dijo Stefan—. Yo diría que está totalmente borracha.
—Al menos decidió beber en casa —aseguró Simon.
—Está demasiado cerca del agua —intervino Sam.
En el momento en que se cayó, tanto Simon como yo saltamos de
nuestros asientos y corrimos hacia la playa.
—Emilia. —Me arrodillé y tomé ligeramente su brazo.
—Déjame en paz.
Al girar ligeramente la cabeza, me miró aturdida. Tenía los ojos
húmedos e hinchados con manchas de rímel debajo de ellos.
Simon recuperó la botella de ginebra de la arena y me la acercó. Mis
cejas se fruncieron al notar que un chorro de sangre salía de su mano.
—Está sangrando. Sube a la casa y trae el botiquín —le dije a Simon—
. Vamos, Emilia. Tenemos que llevarte a la casa. —Tomé su brazo y la
coloqué alrededor de mi hombro mientras la ayudaba a levantarse.
—Quiero quedarme aquí fuera. —Balbuceó.
—Pues no lo harás. No es seguro aquí fuera para alguien en tu estado.
56
Simon se acercó con el botiquín de primeros auxilios y miró su mano.
—Parece que pudo haberse cortado con una concha al caer.
—Solo envuélvela por ahora, y la limpiaré cuando la lleve a su casa.
Sacó la gasa del botiquín y la envolvió alrededor de su mano mientras
su cabeza estaba apoyada en mi hombro. Una vez sujeta, me agaché, la
levanté y la llevé a su casa. Subiendo las escaleras, encontré su dormitorio
y la senté en el borde de la cama.
—Gracias, hermano. Yo me encargo —dije mientras Simon dejaba el
botiquín sobre la cama.
—Grita si necesitas ayuda.
—Lo haré. Gracias.
Tomando suavemente su mano, comencé a desenvolver la gasa
cuando ella anunció las ganas de vomitar. Agarrando su brazo, la ayudé
rápidamente a ir al baño, donde apenas llegó.
Dejé escapar un suspiro mientras me arrodillaba detrás de ella y le
frotaba suavemente la espalda, ya que no tenía que sujetarle el cabello
porque lo tenía asegurado en una coleta.
—Sácalo todo. Te sentirás mejor cuando lo hagas.
No sabía qué pensar. Verla así me molestaba. Era evidente que había
estado llorando. ¿Por qué? Suponía que por un hombre por lo que la escuché
gritar.
—Hermano —escuché una voz baja desde atrás.
Al darme la vuelta, vi a Sam de pie en la puerta del baño.
—¿Está bien?
—Lo estará.
Me levanté y le dije que no se moviera. Caminando hacia el dormitorio,
tomé el kit de primeros auxilios de la cama.
—¿Cuánto de esa botella bebió antes de que se le cayera?
—No tengo ni idea.
—Podría tener una intoxicación por alcohol. Tal vez deberíamos
llevarla a emergencias.
—Me quedaré con ella esta noche y la vigilaré. Si empeora, la llevaré.
57
—Si necesitas algo, avísame.
—Gracias, Sam.
Cuando entré en el baño con el botiquín, encontré a Emilia sentada
contra la bañera con las rodillas levantadas y la cabeza gacha.
—¿Te sientes mejor?
—No.
Me arrodillé frente a ella y tomé su mano herida, que rápidamente
apartó de mí.
—Necesito limpiar tu herida.
—Y yo necesito que te vayas a casa. Por favor, Sebastian —dijo sin
mirarme.
—Me temo que no puedo hacerlo. Dame tu mano, Emilia.
Le quité la gasa y la examiné.
—La buena noticia es que no necesitas puntos.
Tomé un algodón y le eché un poco del limpiador de heridas del
botiquín. Al frotar suavemente el corte, se estremeció.
—En el estado en que te encuentras, me sorprende que hayas sentido
eso. ¿Qué te pasa?
—Nada.
—Algo es que te tomes una botella de ginebra. ¿O es que eres
alcohólica? —Sonreí.
—No soy alcohólica, y no me he bebido toda la botella. Solo la mitad.
—Ah, solo la mitad. Bueno, así está mejor. —Tomé la tirita y se la puse
sobre la herida.
—Necesito acostarme. No me siento muy bien. —Se cayó hacia delante
y la sujeté.
—Tienes que ponerte el pijama o algo así. Tu vestido está mojado de
cuando te caíste.
—¿Lo está?
—Sí. —Reí mientras la ayudaba a levantarse y la llevaba a la cama.
—El cajón superior izquierdo de la cómoda. Agarra lo que haya
encima.
58
Entré en su cajón y saqué un camisón negro de manga corta con la
letra V en rosa en el pecho. Cuando me di la vuelta para dársela, estaba de
espaldas, desmayada.
—Mierda.
No podía dejarla dormir con la ropa mojada, y no podía desvestirla por
razones obvias. Sacando mi teléfono, llamé a Sam.
—Háblame, hermano.
—¿Ya está Julia en casa?
—Ella y Alex acaban de llegar.
—¿Puedes enviarlos a casa de Emilia?
—Claro.
Oí que la puerta principal se abría, así que bajé las escaleras.
—¿Está bien? —preguntó Julia.
—Está desmayada. ¿Pueden ustedes dos cambiarla y ponerle su
camisón?
—Por supuesto —respondió Alex.
Esperé abajo hasta que Julia y Alex terminaron.
—La arropamos. Probablemente estará fuera el resto de la noche —
dijo Julia.
—Sí. Estoy seguro de que lo estará, pero voy a quedarme con ella esta
noche. Ya sabes, por si acaso. Se ha bebido media botella de ginebra.
—Eso es muy dulce de tu parte. —Alex sonrió mientras ponía su mano
en mi pecho.
Cuando se fueron, me quité los zapatos y subí las escaleras. En un
rincón, junto a la ventana, había una silla reclinable de cuero negro que
solía ser de la señora Patterson. Agarrando la manta que había en ella, me
senté, la recliné y la miré fijamente mientras dormía.
—¿Qué secretos esconde, doctora Gallo? —pronuncié en voz baja.

59
13
Sebastian
Me desperté con los golpes en la puerta principal.
—¿Qué demonios?
Me levanté de la silla y bajé a ver quién era.
—Buenos días —dije mientras abría la puerta.
—Buenos días. Tenemos una entrega para la doctora Emilia Gallo.
—Todavía está durmiendo, pero puedo aceptarlo.
—Díganos dónde quiere que lo pongamos antes de sacarlo del camión.
—¿Poner qué? —Fruncí el ceño.
—El piano que mandó traer desde Nueva York. 60
—¿Piano?
Mierda.
Miré alrededor de la sala de estar, y el único lugar donde podía ir era
en la esquina junto a la ventana.
—Supongo que póngalo aquí —señalé.
—De acuerdo. Ahora mismo vuelvo —dijo el hombre.
Después de que los repartidores trajeran el piano con el banco y lo
instalaran, busqué en mi bolsillo y saqué dos billetes de cien dólares.
—Gracias.
—Es usted muy amable, señor. Que tenga un buen día.
—Usted también.
Me acerqué al piano Steinway de color ébano y pasé la mano por él.
Era muy bonito y muy caro. Que lo enviaran desde Nueva York me decía
que ese piano significaba algo para ella.
Puse una capsula de café en el Keurig y me preparé un café. Había
pensado en irme a casa, pero quería estar aquí cuando se despertara, por si
necesitaba algo. Llevé la taza a su dormitorio, me senté en el sillón y miré el
teléfono mientras me tomaba el café.

Emilia
Abrí lentamente los ojos mientras el martilleo de mi cabeza quería
obligarme a cerrarlos. Me dolía el cuerpo de pies a cabeza y la sequedad de
mi boca me dificultaba tragar.
—Buenos días —oí una voz que me sobresaltó.
Con un leve giro de cabeza, agarré la sábana y la subí hasta el cuello
cuando vi a Sebastian sentado en el sillón reclinable.
—¡Qué carajos! —grité—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo has
61
entrado en mi casa? Dios mío, esto va más allá de lo espeluznante,
Sebastian.
—Cálmate, Emilia. ¿No recuerdas nada de anoche?
—Lo último que recuerdo fue salir de la casa y bajar a la playa.
—Entonces tenemos que hablar —dijo mientras se levantaba de la
silla—. Te prepararé un café y unas tostadas, y hablaremos.
Por mucho que quisiera que se fuera de mi casa, necesitaba saber qué
pasó anoche. Mierda. Fuera lo que fuera, estaba segura de que me humillé.
—¿Por qué no tratas de tomar una ducha? Te ayudará a sentirte
mejor. Estaré abajo esperándote. Por cierto, te han entregado el piano. —
Las comisuras de su boca se curvaron hacia arriba—. Hice que los
repartidores lo pusieran en el único lugar donde podía ir junto a la ventana.
—Gracias. Ahí es donde lo quería.
Salió del dormitorio y, cuando por fin conseguí salir de la cama, entré
en el baño y me miré en el espejo. Ojos hinchados, rostro hinchado y
manchas de rímel que hacían parecer que tenía dos ojos negros. Me veía así,
y nunca me sentí más avergonzada que en este momento. Después de darme
una ducha caliente y ponerme un pantalón de chándal y una sudadera, me
agarré a la barandilla de las escaleras y bajé lentamente por ellas. Una
sonrisa cruzó mis labios cuando vi mi piano colocado en un rincón de la
sala de estar. Me acerqué y lo inspeccioné para asegurarme de que no estaba
dañado.
—Es un piano precioso. —Sebastian sonrió mientras entraba en la
habitación y me daba dos aspirinas y un vaso de agua.
—Gracias. Me alegro de que haya llegado sin daños. Estaba muy
preocupada por eso.
—¿Estás lista para un café y una pequeña charla? —Una sonrisa de
satisfacción cruzó sus labios.
—Café, sí. ¿Tengo alguna opción sobre la charla?
—No. Y déjame decirte por qué. Anoche posiblemente te salvé de la
muerte. No solo lo hice, sino que también dormí en el sillón reclinable toda
la noche frente a tu cama por si pasaba algo. Así que, en lo que a mí
respecta, eso me da derecho a una explicación de por qué te emborrachaste.
—¿Te quedaste aquí toda la noche?
—Lo hice. No estaba seguro de si iba a tener que llevarte a
emergencias o no. 62
—¿Y me cambiaste el camisón? —Entrecerré los ojos hacia él.
—No. Llamé a Julia y a Alex para que lo hicieran.
—¡Oh, Dios mío! ¿Me vieron así? —Me puse la mano en la frente.
—Cariño, todos te vimos así, incluidos mis tres hermanos.
—A la mierda mi vida —dije, y Sebastian se rio—. Necesito mudarme
ahora. Estoy muy humillada.
—No te preocupes. Todos hemos pasado por eso. Y no te vas a mudar.
Vamos. El café y las tostadas están listos.
Lo seguí hasta la cocina, tomé asiento en la mesa y recosté la cabeza.
Sebastian puso el café bien caliente delante de mí, y el aroma hizo que se
me revolviera el estómago.
—Vamos a sentarnos en el patio para hablar —dijo mientras me tendía
un plato de tostadas—. Te ayudará a sentirte mejor.
—No puedo. ¿Y si tu familia está ahí fuera?
—¿Y qué? —Dejó escapar una carcajada—. No hay nada de qué
avergonzarse. Vamos. —Hizo un gesto con la cabeza y sonrió.
Levantándome de la mesa, lo seguí fuera y me senté en la tumbona
mientras él tomaba asiento en la tumbona de al lado. Me senté en silencio
un momento mientras daba un sorbo a mi café.
—Come. —Me alcanzó una tostada—. ¿Qué te pasó anoche?
—Antes de decírtelo, ¿puedes decirme qué hice? ¿Por qué tengo una
tirita en la mano? ¿Y qué quisiste decir cuando dijiste que posiblemente me
habías salvado de la muerte?
—Estabas demasiado cerca del agua. Te caíste y te cortaste la mano
con una concha marina. Podrías haberte ahogado, Emilia. Si te hubieras
metido en el agua en el estado en que estabas, no habrías conseguido salir.
Mis hermanos y yo estábamos sentados en el patio de Stefan hablando
cuando te vimos bajar a la playa. Gritabas algo sobre la esperanza de que
algún imbécil fuera feliz. Te llevé de vuelta a la casa y te subí a tu dormitorio.
—Qué bien. —Le di un mordisco a mi tostada—. Siento mucho que
hayas tenido que ver eso.
—¿Quién es el imbécil?
Respiré profundamente antes de decírselo. 63
—Ayer se cumplió un año del día de mi boda. Un día que se preparó
durante un año. Cuatrocientos invitados, una preciosa iglesia decorada
hasta el borde con flores blancas y lazos de raso, un vestido hecho a medida
que cuesta más de lo que debería costar un vestido de novia, y un novio que
nunca apareció.
14
Sebastian
—¿Qué? —Fruncí el ceño.
—Hablando de humillación. —Tomó otra tostada del plato—. Ninguna
llamada telefónica y ningún mensaje. Después de una hora de esperarlo y
cuando los invitados empezaron a inquietarse y a preguntarse qué demonios
pasaba, su padrino me envió un mensaje de texto y me dijo que Damien no
iba a venir, y que cancelaba la boda. Así que ayer fue un día duro para mí
porque podría haber sido mi primer aniversario de boda con el hombre que
amaba y con el que llevaba cinco años. Un hombre con el que se suponía
que iba a compartir mi vida y tener un futuro. Un hombre que hizo tantas
malditas promesas. —Las lágrimas cayeron de sus ojos—. El mismo hombre
que me hizo feliz y sin embargo destruyó mi vida en cuestión de segundos.
Me dolía el corazón por ella mientras me acercaba, ponía mis manos 64
sobre las suyas y las apretaba suavemente.
— ¿Te explicó por qué no siguió adelante?
—Tres días después, el muy cobarde lo hizo. Dijo que se dio cuenta de
que no me amaba lo suficiente como para pasar el resto de su vida conmigo
como creía.
—Lo siento, Emilia. No te merecías eso.
—Si hubiera podido huir en ese mismo momento, lo habría hecho.
Pero estaba en medio de mi residencia, y no iba a renunciar a todo lo que
me costó tanto trabajo por él. —Levantó la mano y se limpió las lágrimas de
los ojos.
—Y cuando te enteraste de que el doctor Reynolds necesitaba a
alguien que se hiciera cargo de su consulta, supiste que ese era tu billete
para salir de Nueva York.
—Sí. Y mi padre estuvo de acuerdo en que probablemente era lo mejor.
Fui un desastre durante mucho tiempo después. Diablos, supongo que
todavía lo soy después de la última noche. Pero solo quería no pensar en
ello. Quería que el recuerdo y el dolor desaparecieran.
—Eso es comprensible. No te culpo, y probablemente yo habría hecho
lo mismo. ¿No has hablado con él desde entonces?
—No. Intentó ponerse en contacto conmigo hace unos meses a través
de un amigo, pero lo ignoré inmediatamente.
—Háblame de ese precioso y caro piano que tienes en la sala. —
Sonreí—. Voy a suponer que tocas.
—Lo hago. Toco desde los cuatro años. Mi tía, que es pianista, me
enseñó. Mis padres se fueron de vacaciones diez días con unos amigos y mi
tía nos cuidó mientras ellos no estaban. Cuando era pequeña, tenía una
horrible ansiedad por la separación y me ponía muy nerviosa cuando mis
padres me dejaban. Recuerdo haber gritado y llorado por mi madre después
de que nos dejaran. Mi tía me cargo, me llevó a su piano, me puso en su
regazo y empezó a tocar. Al instante me tranquilicé y observé cómo sus
manos y sus dedos se movían por las teclas. Así que me enseñó a leer música
y a tocar. Lo aprendí muy rápido y, cuando mis padres volvieron de sus
vacaciones, ya era bastante buena. Mi tía le dijo a mi madre que yo tenía un
gran talento musical, igual que ella. Así que, cuando volvimos a casa, mi
padre salió a comprar un piano para la casa y, para mi decimosexto
cumpleaños, lo sustituyó por el Steinway. Pensaron que seguiría los pasos
de mi tía y me convertiría en pianista. Ese piano me ha permitido superar 65
algunos momentos difíciles. Es mi escape del mundo. Cuando toco, me
olvido de todo lo malo y dejo que la música me lleve a otro lugar. Un lugar
donde nada ni nadie puede hacerme daño.
Su pasión por el piano me hizo sonreír.
—Quiero oírte tocar ahora mismo.
—¿Ahora? —Dejó escapar una carcajada—. Tengo demasiada resaca
para tocar ahora mismo.
—Tonterías. ¿Vamos? —Le tendí la mano mientras me levantaba.
—Solo una canción. —Puso su mano sobre la mía y la ayudé a
levantarse de la tumbona.
Volvió a entrar, tomó asiento en el banco, estiró los dedos y tocó un
par de teclas para probar el sonido.
—¿Qué quieres escuchar? —preguntó.
—Lo que quieras tocar.
Tocó un clásico de Chopin, y me quedé alucinado. Era buena. Muy
buena. Cuando terminó, aplaudí lentamente con una amplia sonrisa en el
rostro.
—Ha sido brillante.
—Gracias. —Una sonrisa tímida cruzó sus labios.
—Espero escuchar eso muchas veces. Escucha, debería irme.
—Por supuesto. —Se levantó del banco y me acompañó a la puerta.
—Espero que te sientas mejor por lo de ayer.
—Lo estoy, y siento los problemas que causé. Gracias por estar ahí
para mí.
Subí el dorso de mi mano y acaricié suavemente su mejilla.
—De nada —dije suavemente.
Sostuve su mirada durante unos instantes y luego me aparté
rápidamente, pues lo único en lo que podía pensar era en besar sus
hermosos labios.
—Si necesitas algo, llámame.
—Lo haré. Gracias.

66
Después de ir a casa y ducharme, me acerqué a la casa de Sam para
hablar. Stefan y Alex estaban fuera, y yo no sabía dónde demonios estaba
Simon.
—Hola, Sebastian. —Julia sonrió cuando entré por la puerta—.
¿Cómo está Emilia?
—Está mejor.
—Me pareció oírte. —Sam sonrió al acercarse y nos chocamos los
puños—. ¿Cómo está Emilia?
—Está bien.
—¿Averiguaste de qué iba todo eso anoche? —preguntó.
—Lo hice —suspiré.
—¿Y?
—¿Sabes qué, Sam? Eso no es realmente de nuestra incumbencia,
¿verdad? —Intervino Julia.
—Por favor, tú quieres saberlo tanto como yo, cariño.
—Ustedes dos manténganlo aquí y no vayan a mencionárselo a ella
tampoco.
—No lo haremos —dijeron las dos al mismo tiempo.
—Hace un año, era el día de su boda, pero el novio nunca apareció y
canceló la boda.
—¡Dios mío! —Julia se llevó la mano a la boca—. ¡Esa pobre chica!
—Eso es terrible. —Sam frunció el ceño.
—Ella estaba en la iglesia esperándolo, y él nunca apareció. El imbécil
hizo que su padrino le enviara un mensaje de texto y se lo dijera. Le dijo que
no la amaba lo suficiente como pensaba para pasar el resto de su vida con
ella.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Julia—. ¿Cuánto tiempo estuvo con él?
—Supongo que unos cinco años.
—Qué imbécil. —Sam sacudió la cabeza—. No puedo decir que la
culpo por beber como lo hizo anoche.
—Dijo que solo necesitaba olvidar el día. Hoy he descubierto otra cosa
sobre ella.
67
—¿Qué? —preguntó Sam.
—Toca el piano, y es jodidamente fenomenal. Su piano de Nueva York
fue entregado esta mañana, y le pedí que tocara algo para mí. Así que tocó
una pieza de Chopin, y me quedé alucinado.
—¿Otra persona con talento musical? —Julia hizo un mohín—. Siento
que soy la rara.
—Oh, nena. —Sam la rodeó con su brazo—. Te dije que te enseñaría
a tocar la guitarra.
—¿Y qué pasa cada vez? —Arqueó su ceja—. Me enseñas un acorde y
luego nos distraemos.
—Cierto. —Sonrió—. No puedo evitar que me excite verte con una
guitarra.
—Tengo que correr. Tengo un par de propiedades que mirar. ¿Hay
alguna posibilidad de que quieras venir? —le pregunté a Sam.
—¿Vamos a hacer algo, cariño? —Le preguntó Sam a Julia.
—No. De hecho, tengo que ir a la cafetería un rato. Ustedes vayan a
divertirse. —Sonrió mientras lo besaba en los labios.
—Vamos. —Sonrió Sam.

68
15
Emilia
Al recoger mi teléfono de la isla donde lo había dejado anoche antes
de bajar a la playa y hacer el ridículo, me di cuenta de que estaba muerto.
Me acerqué a donde estaba el cargador, lo conecté y al instante tenía cinco
llamadas perdidas de mi madre, Luca y Lydia, además de varios mensajes
de texto. Suspirando, envié un mensaje de grupo.

Yo: Estoy bien. Anoche salí y me dejé el teléfono en casa y me olvidé de


cargarlo.
Mamá: Vamos a tener una llamada de zoom familiar, ¡así que ponte ya!

—Genial. —Puse los ojos en blanco. 69


Cuando me conecté, me preparé para la ira de mi familia.
—¿Tienes idea de lo preocupados que estábamos todos por ti? —
preguntó mi madre.
—Lo siento. Como te dije, me dejé el teléfono en casa y, cuando volví,
estaba muerto y olvidé cargarlo.
—Sabíamos que estabas a salvo —dijo mi hermana—. Luca llamó
anoche a la policía de Los Ángeles para denunciar tu desaparición, y un tal
detective Kind nos llamó para hacernos saber que estabas bien. Dijo que
estabas a salvo en casa y que tu teléfono probablemente estaba descargado.
—¿Cómo puede saber eso este detective? ¿Y quién es él? —preguntó
Luca.
—Es el hermano de mi vecino de al lado y vive unas casas más abajo.
Salí con ellos anoche. —Mentí.
—Entonces, ¿no te quedaste en casa toda deprimida y bebiendo hasta
el olvido? —preguntó Lydia.
—No. Salí y me lo pasé muy bien con mis vecinos. —Sonreí
falsamente.
—Bueno, me alegro de que lo hicieras —dijo mi madre—. La próxima
vez, asegúrate de cargar tu maldito teléfono.
—Lo haré, mamá. Siento haberlos preocupados. En realidad, tengo
que irme. Tengo que ir a la tienda. Los quiero a todos. —Les mandé un beso.
No podía decirle a mi familia lo que realmente pasó. Se lo contaría a
mi hermana con el tiempo, pero por ahora, tenía que guardármelo para mí.
Me odiaba a mí misma por comportarme así, y no diría que me gustaba que
Sebastian y su familia me vieran así. Después de preparar otro café, lo llevé
a la playa para intentar despejar mi mente.
—Hola, Emilia. —Oí una voz en la distancia.
Mirando a mi derecha, vi a Simon caminando hacia mí con las manos
metidas en los bolsillos del pantalón.
—Hola, Simon.
—¿Cómo estás?
—Con resaca. —Una pequeña sonrisa cruzó mis labios.
—Me lo imaginaba. —Se rio mientras se sentaba a mi lado—. Quería
que supieras que tu familia intentó denunciar tu desaparición anoche. 70
—Lo sé. Acabo de hablar por teléfono con ellos. Gracias por hacerles
saber que estaba bien.
—De nada. Uno de los chicos de la comisaría me llamó anoche porque
reconoció la dirección que dio tu hermano.
—Puede ser sobreprotector a veces. Lo siento.
—No, no te preocupes. Eso es lo que hacen los hermanos. —Las
comisuras de su boca se curvaron en una sonrisa.
—No quiero que pienses que lo que pasó anoche es algo que suelo
hacer. Estoy segura de que Sebastian te lo va a contar porque Julia me dijo
que los cuatro se cuentan todo.
—Ella tiene razón. Lo hacemos.
—Resumiendo, ayer debía ser mi primer aniversario de boda, pero mi
prometido de entonces no se presentó en la iglesia. Decidió que no me
amaba lo suficiente como para pasar el resto de su vida conmigo.
—Lo siento, Emilia. No tenía ni idea.
—Me mudé aquí para empezar de nuevo.
—Has venido al lugar correcto, y te va a encantar estar aquí. Ya tienes
amigos en todos nosotros. Sinceramente, no puedes pedir nada mejor. —
Sonrió.
Solté una carcajada.
Su teléfono sonó. Sacándolo del bolsillo, Me dijo:
—Tengo que contestar. Hablaré contigo más tarde. Sé fuerte, amiga
mía. —Puso su mano en mi hombro antes de alejarse y atender su llamada.
—Gracias, Simon. —Las comisuras de mi boca se curvaron en una
sonrisa.

Eran las seis de la tarde cuando llamaron a mi puerta. Al acercarme


y abrirla, sonreí al ver a Sebastian de pie.
—Hola, pasa.
—Siento haberme pasado sin avisar. Vi que estabas en casa.
—No me importa que te pases por aquí.
—No deberías haber dicho eso. Podría convertirse en una costumbre. 71
—Me hizo un guiño sexy.
—Oye, ¿por qué no? Ya has pasado la noche aquí. —Sonreí.
—Es cierto. —Se rio. —De todos modos, he venido a invitarte esta
noche a una barbacoa. Empieza dentro de una hora. Sé que es de última
hora, pero esto es lo que hacemos.
—Gracias por la invitación, pero tengo que empaquetar mi cocina esta
noche ya que los chicos vienen el martes a desmontarla.
—¿De verdad quieres pasar un sábado por la noche haciendo eso?
—En realidad no, pero tengo que hacerlo.
—Te diré algo. Ven a la barbacoa y mañana te ayudaré a recogerlo
todo.
—Ya has hecho bastante por mí. No puedo pedirte que hagas eso.
—No me lo has pedido. Me he ofrecido.
—Gracias, Sebastian, pero no lo creo.
—Escucha, Emilia. Sé que probablemente no quieras venir por lo de
anoche. Pero todo el mundo lo sabe, y nadie te está juzgando. Créeme. Así
que deja de lado tu vergüenza y acompáñanos esta noche. Te prometo que
te divertirás mucho. Somos gente divertida. —Sonrió.
—Sé que lo son. —No pude evitar devolverle la sonrisa—. Bien. ¿Qué
puedo traer?
—Solo a ti misma. Espero que te guste el pollo.
—Me gusta.
—Bien, porque puedo asar pollo como nadie.
—En ese caso, no puedo esperar a probarlo.
—No decepciono. —Me hizo otro guiño.
En el momento en que se fue, dejé escapar un profundo suspiro. Por
mucho que no quisiera, me sentía increíblemente atraída por él, no solo
físicamente sino sexualmente. No había tenido sexo en un año. Demonios,
ni siquiera había mirado a otro hombre en ese tiempo, y ahora, tengo a uno
de los hombres más sexys que he visto viviendo justo al lado. No estaba
segura de si esto era una especie de castigo cruel o qué. Pero sería un frío
día en el infierno antes de volver a confiar en otro hombre.

72
16
Sebastian
Saqué el pollo marinado de la nevera y lo llevé fuera, donde la parrilla
se calentaba.
—Hola, hermano. —Simon se acercó y puso su mano en mi hombro—
. Joder, qué bien huele.
—Gracias. ¿Le dijiste a Roman que viniera esta noche?
—Sí, y agradeció la invitación, pero va a salir con su madre por su
cumpleaños. Hoy hablé con Emilia.
—¿Lo hiciste? ¿Cuándo?
—A primera hora de la tarde. La vi sentada junto al agua y quise
decirle que su hermano llamó anoche a la comisaría para denunciar su 73
desaparición.
—¿Qué? —Reí—. ¿Desde Nueva York?
—Sí. Stan me llamó porque reconoció la dirección, así que llamé a su
hermano para decirle que estaba bien y a salvo. Me contó lo que había
pasado. hermano, ese tipo es un maldito imbécil.
—Lo sé, y si estuviera aquí, lo localizaría y le daría una paliza.
—Hmm. ¿Igual que Stefan hizo con ese imbécil que se metió con Alex?
—Ya lo creo. De hecho...
—Puedes olvidarlo. —Levantó la mano—. No vas a hacer que localice
a ese tipo en Nueva York para que puedas volar hasta allí y matarlo.
—Hola, hermanos míos. ¿De qué están hablando? —preguntó Stefan
mientras se acercaba.
—Nuestro hermano quiere darle una paliza al tipo que dejó a Emilia
en el altar.
—Qué excelente idea. —Sonrió—. Me apunto.
—¿Verdad? Excepto que Simon no lo rastreará por nosotros.
—¿Rastrear a quién? —Sam se acercó, sosteniendo a Henry.
—El tipo que dejó a Emilia en el altar —dijo Stefan mientras
enganchaba su brazo alrededor de mi cuello—. Creemos que se merece una
buena paliza. ¿Por qué tienes a mi hijo?
—Una cosa es que estuviera aquí en California, pero no lo está, y nadie
va a volar a Nueva York solo para eso —comentó Sam—. Julia me lo entregó
a mí.
—¿Verdad? Eso es lo que he dicho. —Negó Simon.
—Invité a Emilia a unirse a nosotros esta noche. Ella debería estar
aquí pronto.
—Por cierto, Jenni está aquí. Pasó a visitar a Julia y la invitamos —
dijo Sam.
—¿Jenni está aquí? —Sonrió Simon.
—Ni siquiera lo pienses. —Sam le lanzó una mirada.
—Aquí viene Emilia —dijo Stefan mientras la saludaba.
—Hola, chicos. —Sus labios formaron una hermosa sonrisa.
74
—Hola, Emilia. Hay vino, cerveza, whisky, escocés. Lo que sea, y lo
tengo en la casa.
—Gracias, pero voy a seguir con agua después de lo de anoche.
—¿Cómo está tu mano? —preguntó Stefan.
—Está bien. Gracias por preguntar. Escucha, siento mucho lo de
anoche.
—No lo sientas. Tus acciones estaban justificadas —dijo Sam—.
Además, los cuatro hemos hecho alguna mierda bastante mala también. No
hay juicio aquí. Confía en nosotros.
—Gracias. Oh, ¿puedo sostenerlo? —Le preguntó a Sam.
—Por supuesto. —Le entregó a Henry.
—¿Cómo te sientes, pequeño? Tienes mucho mejor aspecto. —Sonrió.
Por alguna razón, mi corazón empezó a correr a mil por hora.
—Se encuentra mucho mejor. Las chicas están dentro si quieres
entrar —dijo Stefan.
—Creo que lo haré.
Tomó a Henry y entró en la casa.
—Es genial con los niños. ¿No crees, hermano? —Stefan me dio una
palmadita en el hombro.
—Eso espero, ya que es pediatra.
—Hablando de pediatras, Alex quiere empezar a llevar a los niños a
verla —dijo Stefan.
—¿Por qué? ¿Qué pasa con su pediatra? —preguntó Sam.
—Al parecer, a Alex le gusta más Emilia. —Se encogió de hombros.
—Yo la querría como médico. —Sonrió Simon.
—Cierra la boca. —Lo señalé con las pinzas que tenía en la mano.

Emilia 75
—Hola, Emilia —dijeron tanto Alex como Julia cuando entré en la
cocina.
—Hola. —Sonreí.
—Emilia, esta es mi hermana Jenni. Jenni, esta es Emilia.
—Me alegro de conocerte. —Extendió su mano.
—Es un placer conocerte también, Jenni. Julia, Alex, gracias por lo
de anoche. Estoy tan avergonzada.
—Dios mío, no lo estés. —Alex se me acercó y puso su mano en mi
brazo—. Tenías todo el derecho a hacer lo que hiciste.
—¿Qué hizo? —preguntó Jenni—. ¿Qué me estoy perdiendo?
—Me emborraché, me caí junto al agua y me corté la mano. Sebastian
me vio y me llevó a mi casa y me acostó. Julia y Alex vinieron y me ayudaron
a quitarme la ropa mojada y ponerme el camisón.
—Oh. —Sonrió—. Yo también he tenido algunas de esas noches.
¿Estabas celebrando algo?
—Más bien tratando de olvidar algo.
—Ah, ¿una pelea con tu novio? ¿Un ex? —Los labios de Jenni
formaron un mohín.
—Hace un año, ayer, mi ex prometido canceló nuestra boda mientras
lo esperaba en la iglesia para empezar la ceremonia.
—Dios mío. —Se llevó la mano a la boca mientras sus ojos se
ensanchaban.
Se me acercó, me quitó a Henry y se lo entregó a Alex.
—Lo siento mucho. —Me abrazó con fuerza—. Sabes que fue el
universo quien te salvó de una vida de miseria. —Rompió nuestro abrazo y
plantó firmemente sus manos en mis hombros—. Julia tiene un terapeuta
increíble con el que deberías hablar.
—Estoy bien. No necesito terapia.
—¿De verdad? —Arqueó la ceja—. Si estuvieras bien, no te habrías
puesto tan a borracha anoche, sola.
Desvié la mirada porque tenía razón. 76
—Alex tiene una increíble lista de hombres perfectos. Yo también
tengo una, ya que parece que solo salgo con perdedores. —Sonrió.
—¿Lista de hombres perfectos? —Fruncí el ceño.
—Haces una lista de todo lo que quieres en un hombre, y si él cumple
todos tus requisitos, es el hombre de tus sueños y el hombre perfecto para
ti —dijo Jenni.
—Eres absolutamente preciosa. ¿Cómo es que solo sales con
perdedores?
—Me sigo preguntando lo mismo. —Frunció el ceño y todos nos
reímos.
—Será mejor que saquemos esta comida fuera. Seguro que el pollo de
Sebastian está casi hecho —dijo Julia.
Cada uno de nosotros agarró la comida de la isla y la llevó afuera a la
larga mesa que Sebastian dispuso.
—El pollo está listo. —Sebastian sonrió mientras ponía la bandeja en
el centro de la mesa.
—Me encanta tu pollo, tío Sebastian —dijo Lily.
—Sé que te gusta. —Se acercó y le hizo cosquillas.
Sebastian tomó asiento justo enfrente de mí. Levantó su copa.
—Por nuestra nueva vecina, Emilia Gallo. Que te encuentres rodeada
de amigos y felicidad aquí. —Las comisuras de su boca se curvaron hacia
arriba mientras sus ojos azules me miraban directamente.
—¡Salud! —Dijeron todos al tiempo que levantaban sus copas.
—Gracias. —Levanté mi copa mientras lo miraba fijamente, y me
guiñó un ojo.

77
17
Sebastian
Luego de que levantáramos la mesa y laváramos los platos, me reuní
con mi familia en el patio, alrededor del fogón. Stefan, Sam y Simon tenían
sus guitarras y estaban rasgueando una melodía.
—¿Sabes tocar? —preguntó Emilia cuando me senté a su lado.
—Sí —dijo Stefan con una sonrisa—. No permitas que te diga lo
contrario.
—Toca algo. Yo toqué algo para ti hace un rato.
—¿Qué tocaste? —preguntó Simon.
—¿No sabías que tenemos a una pianista viviendo al lado?
—¡No! —exclamó Jenni—. ¿Tocas el piano, Emilia? 78
—Sí. —Esbozó una sonrisa tímida.
—Quiero escucharte tocar algún día.
—Los muchachos iban a formar una banda cuando eran más jóvenes.
—Sonrió Julia.
—¿En serio? —Emilia me miró con la nariz arrugada.
—Sí, en serio.
Me puse de pie, entré a la casa y tomé mi guitarra.
—Veamos si conoces esta canción —dije, sonriendo, y comencé a
tocar.
—Summer of ‘69. —Sonrió.
Mientras tocaba la melodía, todos comenzaron a cantar la letra.
—Eso estuvo genial. Tú estuviste genial. —La sonrisa presente en el
rostro de Emilia se ensanchó.
—Gracias. Me alegro de que lo hayas disfrutado.
—Fue divertido, hermano, pero Alex y yo tenemos que llevar a los
niños a casa —dijo Stefan.
—Está bien, hermano. Nos vemos por la mañana en el agua. —Me
puse de pie y lo abracé.
Luego de que todo el mundo se fuera, Emilia tomó las botellas de
cerveza de la mesa y las llevó dentro.
—No hace falta que hagas eso. Ya lo hago yo.
—No seas tonto. Son solamente un par de botellas. Además, es lo
mínimo que puedo hacer, ya que me vas a ayudar a empacar la cocina
mañana. —Sonrió.
—Ah, tienes razón. Te lo prometí, ¿no? ¿Necesitas cajas? Puedo ir a
buscar algunas al restaurante.
—Gracias, pero todavía tengo las cajas de cuando me mudé en el
garaje.
Se acercó al fregadero y comenzó a enjuagar las botellas.
—Ah, diablos. Se salió la tirita.
Caminé hacia donde estaba, apagué el grifo y tomé su mano.
—¿Todavía te duele? —pregunté mientras examinaba el corte.
79
Sus ojos se encontraron con los míos.
—La verdad es que no.
—Si quieres otra tirita, puedo ir a buscarte una —dije en voz baja,
mientras miraba sus labios.
—En realidad no creo necesitar otra.
Lo único que quería era saborear la dulzura de sus labios.
Llevé el dorso de mi mano a su mejilla y la acaricié con suavidad
mientras me inclinaba hacia adelante y rozaba sus labios con los míos.
—Debería irme —dijo, apoyando una mano contra mi pecho.
—Sí. Es tarde.
—Gracias por una noche maravillosa. El pollo estaba increíble, como
siempre.
—No es nada. Gracias por venir.
Sus labios formaron una sonrisa pequeña e insegura mientras se
dirigía hacia la puerta.
—Nos vemos mañana. Avísame a qué hora.
—Claro —asintió en mi dirección, abrió la puerta y salió de la casa.
Solté un suspiro, me recorrí el cabello con una mano y me apoyé
contra la mesa de la cocina.
—Idiota, idiota, idiota —dije, irritado.
¿En qué diablos estaba pensando? No estaba lista para eso.

Emilia
Me llevé los dedos a la boca, cerré la puerta y me deslicé contra ella
hasta estar sentada en el suelo. Mi corazón estaba latiendo
descontroladamente y sentía un hormigueo en el estómago. Aún podía sentir
la suavidad y la calidez de sus labios contra los míos, y su aroma persistía, 80
aunque ya no estaba con él. Era un olor ambarino, con un deje cítrico, una
pizca de especias y peligro.
Me sobresalté al oír un golpe en la puerta. Me puse de pie, respiré
hondo y la abrí.
—Te dejaste el teléfono en casa. —Las comisuras de sus labios se
curvaron hacia arriba al devolvérmelo.
—Ay, Dios. Ni siquiera me di cuenta de que no lo tenía. Gracias.
—De nada. Buenas noches, Emilia.
—Buenas noches, Sebastian.
Se dio la vuelta y bajó del porche. Mi corazón se negaba a
tranquilizarse y mi cuerpo estaba gritando silenciosamente que me
entregara a él. Había pasado un año desde que había tenido sexo por última
vez y tenía miedo. ¿Y si no era lo suficientemente buena? ¿Y si después
nunca más me hablaba?
Al diablo.
—¡Sebastian, espera! —grité.
Se detuvo y, con una pequeñísima inclinación de cabeza, me miró.
Atravesé la puerta, me acerqué a él, apoyé las manos en sus mejillas y
estrellé mi boca contra la suya. Nuestras lenguas se encontraron
placenteramente y nuestros labios se entrelazaron bajo la luz de la luna.
—¿Estás segura? —Rompió el beso y me miró a los ojos.
—Sí. —Mis labios formaron una sonrisa pequeña pero llena de
seguridad.
Con un solo movimiento, me alzó en brazos y me llevó al interior de la
casa, cerrando la puerta con un pie. En cuanto subimos al piso de arriba y
llegamos al dormitorio, me acostó en la cama, se quitó la camiseta y tomó
mi rostro entre sus manos mientras sus pulgares acariciaban mis mejillas.
—¿Estás segura? No quiero que te arrepientas de nada.
—Estoy segura, pero deberías saber que no he estado con nadie desde
que…
—Iremos lento, y si en algún momento estás incómoda o quieres
parar, solo tienes que decírmelo.
Alcé las comisuras de los labios ante la dulzura de este hombre, la
cual me hizo desearlo aún más. Me apresuré a quitarme la camiseta y la
lancé al suelo. Me deshice también de mis leggings, los hice a un lado y me
quedé allí parada, con tan solo mi brasier y mis bragas puestas. Sus ojos 81
hambrientos recorrieron mi cuerpo antes de que se inclinara hacia mí y
acercara su boca a la mía.
—Eres tan hermosa —dijo sin aliento, mientras extendía una mano y
me desabrochaba el brasier.
La sensación de ser deseada, y deseada por él, era abrumadora. Tan
abrumadora como la necesidad de sentirlo dentro de mí.
Deslizó la lengua por mis clavículas y descendió hacia mis tetas
hinchadas. Mis pezones, duros, eran sensibles a su tacto cuando los rodeó
con la boca antes de seguir explorando el resto de mi cuerpo. Se oyeron
fuegos artificiales cuando coló dos dedos bajo el elástico de mis bragas, me
las bajó y me pidió que me acostara. Sabía exactamente lo que quería. No
estaba segura de cómo, pero lo sabía. Los gemidos escaparon de mi boca
ante el placer que me estaba dando. Era un tipo de alegría que no había
sentido en mucho tiempo.
82
18
Sebastian
El sonido de sus sutiles gemidos y el sabor dulce de su piel contra mis
labios me excitaron aún más. Emilia era como un plato de comida muy fino,
y merecía ser devorada. Sus gemidos ganaron volumen y su cuerpo se tensó
mientras llegaba al orgasmo. Me puse de pie, tomé un condón de mi cartera,
me bajé los pantalones, lo deslicé por mi polla palpitante y me cerní sobre
su cuerpo. Nuestros labios se encontraron y sus brazos me rodearon la
espalda. Entré lentamente en ella y solté un gemido al sentir la manera en
que sus labios hacían presión a mi alrededor.
Rompí el beso para mirarla a los ojos mientras entraba y salía
lentamente de su cuerpo y sus uñas se clavaban en mi espalda. La
sensación de estar dentro de ella, con sus piernas largas entrelazadas
alrededor de mi cintura, era casi surrealista. La había deseado desde el
primer momento en que la había visto. Me había prometido ir lento, y había
83
cumplido con esa promesa incluso aunque la bestia dentro de mí estaba
luchando por escapar. Sentía su cuerpo tensándose alrededor de mi polla,
y, cuando comencé a sentir las pulsaciones, me hundí profundamente en
ella.
—Eso es. Vente para mí, porque estoy a punto de venirme yo también.
Ay, Dios —gemí mientras llegaba al orgasmo.
Dejé caer mi cuerpo sobre el de ella y hundí mi rostro en el costado de
su cuello, inhalando la fragancia dulce y floral que había sentido desde el
primer día en que la conocí. Acarició mi espalda mientras yo me quedaba
allí, quieto, intentando recuperar el aliento.
Alcé la cabeza y deslicé un dedo por su boca antes de inclinarme y
besarla.
—¿Estás bien?
—Estoy bien. —Una hermosa sonrisa se extendió por su rostro.
Me giré hasta quitarme de encima de su cuerpo, bajé de la cama y
deseché el condón en el baño. Ahora venía la parte incómoda: cuando no
estaba seguro de si debía irme o quedarme.
Mierda.
—Es tarde —dije.
—Sí, y sé que tienes que levantarte temprano para ir a surfear con tus
hermanos.
—Tienes razón. Probablemente debería irme. —Tomé los pantalones
del suelo—. O podría quedarme si tú quieres.
—Me gusta la idea.
Dejé caer los pantalones, me subí a la cama a su lado y me giré hasta
estar de costado, así podíamos vernos a los ojos.
—Espero no haberte decepcionado —dijo.
—No, Emilia. Estuviste fantástica. —Sonreí—. Espero no haberte
decepcionado.
—Ehh, yo diría que no, ya que hiciste que me viniera dos veces. —Se
rió.
Alcé una mano y alejé un mechón de cabello de su rostro.
—Deberíamos dormir un rato. No te despertaré a la mañana cuando
me vaya.
84
—Está bien. Pero si lo haces, no me molesta.
Me giré hacia el otro lado, tomándome un momento para ordenar mis
pensamientos, antes de cerrar los ojos y caer en un sueño pacífico.

—Mierda —dije, echando un vistazo a través de la puerta corredera y


viendo a mis hermanos en la orilla del mar
Me dirigí hacia la puerta de entrada, salí, y cerré cuidadosamente la
puerta para no despertar a Emilia. Mientras corría hacia mi casa con nada
más que mis pantalones puestos, con la camiseta y los zapatos en mano, vi
a Lily mirándome desde el patio delantero.
—¿Qué estás haciendo, tío Sebastian? ¿Qué hacías en la casa de
Emilia tan temprano? ¿Tuvieron una pijamada?
¡Mierda!
—¿Qué haces afuera tan temprano? ¿Dónde está Alex? ¿Sabe que
estás aquí?
—Sí. Solamente salí a buscar la soga que dejé afuera ayer. No
respondiste mi pregunta.
—Estoy ayudando a Emilia a empacar la cocina porque tu padre va a
hacerle unos arreglos el martes.
—¿Sin camiseta ni zapatos? —Ladeó la cabeza.
—Regresa a casa, su alteza. Tengo que reunirme con tu padre y tus
tíos en el agua.
—Está bien. —Sonrió—. Adiós.
—Adiós, Lily —suspiré.
Entré a mi casa corriendo, tomé mi traje de neopreno porque hacía
algo de frío, la tabla, y corrí hacia el agua.
—¿Qué diablos? —Stefan extendió los brazos.
—Lo siento. Me quedé dormido y luego tu hija me detuvo en el patio.
—¿Qué hacías en el patio? —Sam frunció el ceño.
—Me pareció oír algo. 85
—¡Estás mintiendo! —dijo Simon—. Sabemos cuándo mientes,
hermano.
—No habrás… Sebastian, dime que no… —dijo Sam.
No tuve otra opción que contarles, porque Lily terminaría diciéndole a
Stefan lo que había visto.
—Sí. Lo hice. —Lancé la tabla al agua.
—¿Te acostaste con Emilia? —preguntó Stefan.
—Sí, y tu hija me vio salir de su casa solamente con el pantalón
puestos. ¿Está bien? Ahí lo tienen.
—¡Demonios, Sebastian! —gritó Stefan—. ¿Qué le dijiste?
—Diablos, Stefan, ¿qué respuesta quieres? ¿La de por qué estaba en
la casa de Emilia tan temprano, o la de si tuvimos una pijamada?
—¡Mierda!
—Espera —dijo Simon—. ¿No dejé en claro que esta era una muy mala
idea? ¿Y ahora qué?
—No lo sé. —Remé un poco y mis hermanos me siguieron.
—¿Cómo que no sabes? —soltó Simon.
—Hermano, eso fue un poco… —amagó a decir Stefan.
—¡No lo digas! —Lo señalé—. Y tú tampoco. —Señalé a Sam—. El
único que puede decir algo es Simon. Así que, adelante, hermano. Quiero
escucharlo.
Me observó por un momento y sacudió la cabeza.
—Está rota, hermano, y espero que no la hayas herido aún más. —
Tenía la voz calmada.
Desvié la vista porque lo mismo se me había ocurrido a mí.
—Yo espero lo mismo.
—Déjalo en paz, hermano. Como si tú pudieras hablar. Vi a Jenni salir
de tu casa esta mañana —dijo Stefan.
—¿Qué diablos, Simon? —dijo Sam.
—¿Qué? Es totalmente casual. —Sonrió—. Ustedes lo saben, yo lo sé,
ella lo sabe. Y ella se me insinuó. ¿Quién era yo para rechazarla? Somos
amigos. Nada más.
86
19
Emilia
Abrí los ojos y me encontré con el sol que se filtraba a través de las
cortinas. Me di la vuelta; el lado de la cama en donde había dormido
Sebastian estaba vacío. Debía haber estado profundamente dormida,
porque no lo escuché irse.
Salí de la cama, me acerqué a la ventana y observé a los cuatro
hermanos surfear, concentrándome particularmente en uno de ellos. Con el
que había dormido anoche. El que había hecho que mi cuerpo se
estremeciera tan solo por la manera en la que me miraba. Y el que iba a
romper mí ya frágil corazón.
Luego de darme una rápida ducha, me vestí y bajé a la cocina a
prepararme un café. Llevé la taza hasta el piano, me senté y comencé a
tocar. La sensación de las teclas bajo mis dedos me relajaba, al igual que la 87
música que brotaba de ellas. Necesitaba escapar perdiéndome dentro de mi
cabeza, porque eso fue exactamente lo que pasó luego de anoche. El miedo
me atacó, y la idea de ser rechazada me paralizó.
Me levanté del banco, entré a la cocina y le envié un mensaje a
Sebastian.

Yo: Hola. Espero que te hayas divertido con tus hermanos. Solamente
quería decirte que no necesito ayuda con la cocina. Ya casi termino. No me
tomó tanto tiempo como creía. ¡Ten un buen día!
Sebastian
Mi teléfono sonó al recibir un mensaje de un número desconocido. Lo
tomé de la mesa de la cocina y me quedé allí parado, leyéndolo con el ceño
fruncido.
—¿Qué pasa? —preguntó Simon mientras le daba sorbos a su café.
—Acabo de recibir un mensaje de Emilia que dice que no necesita
ayuda con la cocina y que ya casi termina de empacarla. ¿De qué diablos se
trata eso? —Alcé la vista del teléfono.
—O no podía esperar más, o se arrepiente de lo que pasó anoche. —
Arqueó una ceja—. Voto por la segunda.
—¡Diablos! —solté—. Le pregunté específicamente si estaba segura
porque no quería que se arrepintiera, y me dijo que sí lo estaba.
—Así son las mujeres. —Esbozó una sonrisa—. Te lo advertí,
hermano. —Me señaló.
—Cállate. —Sacudí la cabeza.

88

Emilia
Esperé a que Sebastian respondiera, pero no lo hizo. Fui hacia el
garaje, tomé algunas cajas y las apoyé en el suelo de la cocina. Comenzaría
por la vajilla y luego seguiría por las cacerolas, las sartenes y luego la
despensa. Gracias a Dios que casi no tenía nada de comida allí dentro.
Mientras bajaba la vajilla de la alacena, oí que alguien tocaba la
puerta corredera y mi corazón dio un salto. Eché un vistazo y vi a Sebastian
allí parado.
—¿Eres consciente de que casi me matas del susto? —pregunté
mientras abría la puerta.
—Perdón. Es costumbre. Mis hermanos y yo siempre entramos así a
la casa de los demás. ¿Te molestaría explicarme el mensaje que me enviaste?
Entró a casa y comenzó a abrir todas las alacenas.
—Así que ya casi terminas, ¿eh? Parece como si acabaras de empezar.
¿Por qué me mentiste, Emilia?
Mierda.
—Porque no quería que me ayudaras. Como ya dije, ya me has
ayudado mucho, y puedo hacer esto sola.
—¿No es para eso que están los amigos? ¿Para ayudarse? Somos
amigos, ¿no? ¿O solamente me estoy imaginando cosas y no es recíproco?
—No. Por supuesto que no. Somos amigos. —Me dirigí hacia una de
las cajas y guardé algunos platos dentro.
—Está bien. ¿Esto tiene algo que ver con lo que pasó anoche?
—No. —Fruncí el ceño.
—¿Estás segura?
—Estoy segura. Es solo que…
—¿Que qué, Emilia?
—¿Sabes qué? Ya lo superé. Ya no me siento mal. Si me quieres
ayudar a empacar la cocina, entonces ve a buscar algunas cosas y ponlas
en las cajas. —Sonreí—. ¿Y qué si me ayudaste a entrar una caja, me
preparaste el desayuno, le pusiste una batería nueva a mi auto, me llevaste
89
a casa cuando estaba borracha, te quedaste conmigo mientras vomitaba,
me acompañaste a la cama y luego te quedaste para asegurarte de que
estuviera bien? Ay, Dios. —Me llevé las manos al rostro—. Solamente te
conozco desde hace una semana y ya has hecho todo eso por mí. Soy todo
un desastre. —Le di la espalda de la vergüenza.
Soltó una risa mientras se acercaba, me tomaba de los hombros y
comenzaba a masajearlos con sus fuertes manos.
—Creo que es adorable que seas todo un desastre —susurró en mi
oído, extendiendo un hormigueo por mi columna vertebral—. Venga, vamos
a empacar todo esto.
Mi cuerpo siguió estremeciéndose, incluso aunque ya había quitado
las manos de mis hombros. Me di la vuelta, le dirigí una pequeña sonrisa y
volví a mi tarea de sacar la vajilla de la alacena. Había algunos cuencos
sobre la estantería más alta, a la que me costaba llegar. Ponerlos allí arriba
había sido mucho más fácil. Así que me subí a la encimera y me arrodillé.
—Vaya. Te vas a caer —dijo Sebastian, sosteniéndome las caderas
desde atrás.
Me quedé helada mientras extendía un brazo hacia los cuencos y mi
corazón comenzaba a latir rápidamente dentro de mi pecho. Respiré hondo,
tomé los cuencos y los bajé. Luego de apoyarlos sobre la encimera, Sebastian
me alzó en brazos y me giró. Mis piernas se entrelazaron alrededor de su
cintura y mis brazos alrededor de su cuello. Nuestros ojos se encontraron
mientras él se mantenía allí, de pie y conmigo en brazos.
—Deberías haber pedido ayuda. —Una sonrisa sexy cruzó sus labios.
—Estaba segura de que no necesitaba ayuda.
—¿Quieres que te baje? —Su voz era suave y nuestros labios estaban
a apenas centímetros de distancia.
Quería decirle que sí, pero luego de anoche, la palabra se negaba a
salir de mi boca.
—Voy a tomar tu silencio como un no. —Sus labios rozaron los míos.
Apenas unos segundos después, estábamos compartiendo un beso
apasionado. Podía sentir cómo su polla se endurecía contra mí, y mi cuerpo
gritaba por ella. Me llevó al piso de arriba sin separar sus labios de los míos,
me acostó suavemente sobre la cama y se sostuvo sobre mí. Rompió nuestro
beso y bajó la cabeza. 90
—¿Qué pasa? —pregunté.
—No podemos hacerlo. No tengo un condón a mano. Mi cartera está
en casa.
—Estoy tomando la píldora, y me di la inyección hace dos semanas.
—¿Estás segura de que no quieres usar condón? Quiero decir, yo estoy
cien por ciento limpio. Pero si no te sientes cómoda…
—Sí me siento cómoda.
Alzó las comisuras de los labios mientras me besaba, para luego
ponerse de pie y quitarse la ropa. Me incorporé y me quité la camiseta
mientras él buscaba mis leggings y me los quitaba también.
—Entonces, ¿en dónde estábamos? —Sonrió mientras se acomodaba
sobre mi cuerpo y sus labios formaban un camino a lo largo de mi cuello.
20
Sebastian
Se aferró a las sábanas y se vino mientras la penetraba desde atrás.
Estaba a punto de venirme yo también, y ya no podía aguantarlo más. Me
sostuve a sus caderas, me detuve, salí de ella y me vine sobre su trasero. No
estaba seguro de por qué sentía la necesidad de salirme en vez de venirme
dentro de ella. Quizá fuera… Ni siquiera quería pensar en eso.
Me moví del lugar que había tomado sobre ella, me dirigí al baño, tomé
algunos pañuelos desechables y la limpié. Esperaba que dijera algo, pero no
lo hizo. Así que lo hice yo.
—Lo siento por eso.
—No, está bien. Lo entiendo. —Se dio la vuelta, se incorporó y tomó
su camiseta—. No confías en mí. —Se bajó de la cama, se puso sus leggings
y se acercó al cajón del vestidor. Lo abrió, tomó una hoja de papel doblada 91
a la mitad y me la entregó.
—¿Qué es esto?
—Es un resumen de mi última visita médica, dos días antes de
mudarme a California. Por si te quedaban dudas de si estaba diciendo la
verdad. —Salió del dormitorio.
—¡Emilia, espera! —dije mientras tomaba mis pantalones y me los
ponía—. Lo siento. Es solo que… —corrí por las escaleras.
—Déjalo, Sebastian. —Alzó una mano—. No estoy enojada porque te
hayas salido. Me parece sexy. Lo que me molesta es que creo que lo hiciste
porque no confiabas en mi palabra.
¿Qué diablos se suponía que tenía que decir? Tenía un poco de razón.
—Bueno, está bien. ¿Quieres que te diga la verdad? Tenía alguna
duda. Quiero decir, ya sabes cómo son a veces las mujeres.
Tenía que cerrar la boca.
—¿Te refieres a las mujeres que atrapan a hombres a propósito? ¿Es
eso lo que piensas de mí? —preguntó, con la voz tranquila.
—No. Lo que quiero decir es que… Apenas te conozco. Está bien. Me
voy a callar.
—Creo que esa es una buena idea. —Sonrió—. En fin, viste las
pruebas. Lo último que quiero en este momento es un bebé.
—¿Cómo es posible? ¿No eres pediatra?
—Amo a los niños, y quiero tenerlos. Pero no en este momento, cuando
mi carrera está comenzando y estoy soltera. No quiero ser madre soltera. He
visto muchos padres solteros durante mis prácticas y la residencia en el
hospital.
—Sí. Es duro. Stefan fue padre soltero con Lily.
—Lily me dijo cuando nos conocimos que considera a Alex su madre
“real”.
—Sí. —Sonreí—. Monica, la madre biológica de Lily, la dejó con Stefan
cuando Lily tenía tres años. Se fue y nunca regresó. Pero ahora está
volviendo a involucrarse en su vida. Es una historia larga y te la contaré
algún otro día. Creo que deberíamos terminar con la cocina.
—Sí, hagámoslo. —Suspiró mientras echaba un vistazo a las cajas
vacías en el suelo.
Mientras Emilia vaciaba la alacena, yo me encargué de empacar las
92
cacerolas y las sartenes.
—¿En dónde estudiaste medicina? —Le dirigí una mirada.
—En Columbia.
—¿En serio? —Alcé una ceja.
—Sí. —Una sonrisa se extendió por su hermoso rostro—. ¿Es difícil de
creer?
—No. Para nada. Supe lo inteligente que eras en cuanto nos
conocimos. ¿Fue ahí que conociste a…? Lo siento. No quería…
—Está bien. Para responder tu pregunta, no, no conocí a Damien en
Columbia. Nos conocimos en una cafetería. Estaba sentada en una mesa
estudiando para los exámenes cuando se acercó y dejó un muffin de crema
y frambuesa sobre la mesa y me dijo que le daba la sensación de que
necesitaba un descanso. Así que lo invité a sentarse, y así nos conocimos.
Si nunca le hubiera pedido que se sentara…
—Oye. —Me acerqué a donde estaba y apoyé las manos sobre sus
caderas—. Lo siento. No debería haber preguntado. —Posé los labios contra
su frente—. Hay gente que nace siendo imbécil, y un día le llegará lo que
merece por haberte hecho lo que te hizo. Y mientras tanto, tienes esta
increíble vida nueva aquí en California, y a los mejores vecinos que podrías
haber pedido. —Mis labios formaron una sonrisa—. Yo diría que tienes las
de ganar.
—Es cierto que tengo a los mejores vecinos que podría pedir. —Se rio.
—Por supuesto que sí.
Terminamos de empacar la cocina y yo me fui al restaurante.
Cuando llegué a casa a aproximadamente las diez de la noche, vi las
luces prendidas en casa de Emilia y a su silueta contra la pared, sentada
frente al piano. Entré a casa, encendí las luces y apoyé mi teléfono sobre la
mesa de la cocina. Fui hasta la barra, tomé una botella de whiskey y me
serví un poco en un vaso. Lo llevé al patio, me incliné sobre el barandal y
observé el agua y oí cómo las olas rompían contra la orilla.
—¿Recién llegas a casa? —preguntó Stefan mientras se acercaba.
—Sí. —Le pasé mi vaso.
—Gracias. —Le dio un sorbo y me lo devolvió.
—¿Qué pasó con Emilia? 93
—Fui a ayudarla a empacar la cocina, pero volvimos a distraernos un
poco.
—Diablos, hermano. —Sacudió la cabeza.
—Sí. —Solté un suspiro—. Es divertido. Pero su ex la lastimó mucho,
y tengo miedo de que si seguimos haciendo lo que estamos haciendo, vaya
a terminar herida porque no estoy en el mercado.
—Entonces debes detenerlo todo de inmediato.
—Sé que sí. —Terminé mi trago.
21
Emilia
Coloqué la cafetera en mi estudio, sobre la consola que se encontraba
contra la pared, pero cuando quise encenderla, no lo hizo. Así que la
desconecté y volví a conectarla.
—Ah, vamos —solté, pulsando una y otra vez el botón de encendido,
pero no pasaba nada.
Solté un largo suspiro, me puse los zapatos, tomé mi bolso y conduje
hasta Mojo Madness.
—Hola —dijo Julia, sonriendo, cuando entré.
—Hola, Emilia. —Jenni giró la cabeza—. Justo estábamos hablando
de ti.
—¿Ah, sí? —Sonreí. 94
—Julia y yo vamos a cenar juntas hoy, y vas a venir con nosotras.
Alex trabaja, así que no puede unirse.
—Me encantaría. ¿A qué hora?
—¿A las seis y media? —dijo Jenni.
—Me parece bien. Puedo encontrarlas allí después del trabajo. ¿En
qué restaurante?
—Estábamos pensando en Nobu —dijo Julia.
—Me encanta Nobu. Solía comer en el que estaba en mi ciudad.
—Genial. Entonces, Nobu será. Las veo a ambas a las seis y media. —
Jenni sonrió, se dio la vuelta y salió de la cafetería.
—¿Café caliente o helado? —preguntó Julia.
—Caliente. Solo y del grande. Moví la cafetera al estudio en casa, pero
se negaba a encender. Creo que finalmente murió. —Hice puchero.
—Ay, no. Esa es toda una tragedia. Sam y yo, y Alex y Stefan, siempre
estamos despiertos apenas sale el sol, así que siéntete libre de aparecerte
cuando quieras durante la mañana para beber una taza. Aquí tienes. Un
café solo grande. —Sonrió mientras me entregaba la taza.
—Gracias, Julia. Nos vemos luego.
—¿Emilia? —dijo, justo antes de que saliera por la puerta.
Giré la cabeza y la miré.
—¿Sí?
—Me emociona mucho que vengas hoy.
—A mí también. —Sonreí.

Estaba llegando diez minutos tarde a la cena con Julia y Jenni.


—Lo siento, llego tarde. Tuvimos que atender a otro paciente a último
momento —dije mientras me sentaba a nuestra mesa.
—No pasa nada. Aún no nos han tomado la orden —dijo Julia
mientras me entregaba el menú. 95
—Buenas noches, señoritas. Mi nombre es Jayden y seré su camarero
esta noche. ¿Puedo traerles algo para beber?
—Yo voy a beber una copa de Chardonnay. —Sonreí.
—Lo mismo para nosotras —dijo Jenni.
—¿Quieren empezar con un poco de sushi?
—¿Qué te parece el especial de la casa? —preguntó Julia, mirándome.
—Es uno de mis favoritos. —Alcé las comisuras de los labios.
—Excelente. En seguida llega. —Nos sonrió.
—Es bastante adorable —dijo Jenni—. De manera un poco extraña,
como solo puede ser un camarero. —Frunció el ceño y no pude evitar
reírme—. Ah, te traje algo. —Revolvió en su bolso, sacó un trozo de papel y
me lo entregó.
—¿Mi lista sobre el hombre perfecto?
—La única e inigualable. Llénala. Nunca sabes cuándo podrías
encontrarte con uno que cumpla todos los requisitos.
—Gracias. No estoy segura de necesitarla, porque no tengo intención
de salir con nadie en un futuro cercano.
Jayden se acercó con el sushi y las bebidas.
—Sé que debe ser difícil para ti confiar en un hombre —dijo Julia.
—Sí, así es.
—Bueno, aun así, necesitas tener sexo —dijo Jenni mientras tomaba
un trozo de sushi con sus palillos—. No tienes que salir con ellos, solo tener
sexo con ellos. Haz lo que hacemos Julia y yo. O lo que solía hacer Julia
antes de conocer a Sam. Bueno, espera, también lo hizo con Sam. En fin, tú
escoge a alguien con quien tener sexo. Así puedes disfrutar del placer de un
hombre sin ningún lazo afectivo.
—No entiendo.
—Lo Primero y lo principal, nunca debes tener sexo con un hombre
estando ebria, porque entonces tendrías que hacer el paseo de la vergüenza.
Tienes que mantener el control de la situación a todo momento, y si el
hombre satisface tus necesidades, se considera un paseo de la victoria. —
Sonrió Jenni—. Así que, si estás por ahí y un hombre se te acerca, y sabes
que solamente está pensando en tener sexo, lo estudias cuidadosamente,
hablas un poco con él y luego decides si quieres acostarte con él. Si no
quieres, le dices que no estás interesada. Funciona de maravilla y no tendrás
96
remordimientos a la mañana siguiente. —Se llevó un trozo de sushi a la
boca.
—O podrías simplemente seguir acostándome con tu vecino sexy. —
Julia sonrió y mi rostro se tiñó de mil tonos de rojo diferentes.
—¿Qué? —exclamó Jenni—. ¿Te acostaste con Sebastian?
—No pasa nada. —Julia extendió una mano y la posó sobre la mía—.
Ella se acostó con Simon. Dos veces.
—¿En serio? —Abrí mucho los ojos.
—Sí. Y, en realidad, fueron tres veces. Nada más no sabías sobre la
tercera, hermanita. —Una sonrisa extensa cruzó su rostro—. Un ejemplo
perfecto de elegir con quién quieres tener sexo.
—¿Están…?
—No. —Sacudió la cabeza—. Solo somos amigos. Lo juro. —Alzó una
mano—. Entonces, cuéntanos todo sobre el chef sexy.
—Solamente pasó. —Me mordí el labio inferior—. Es el primer hombre
con el que he tenido sexo en más de un año.
—¿Y? —Alzó una ceja.
—Fue increíble. —Sonrió.
—¿A que sí? —dijo Jenni—. Esos hermanos Kind tienen algo especial,
saben cómo darle en el blanco.
—Tiene razón. —Sonrió Julia—. Alex podría decirte lo mismo.
—¿Qué pasa? —preguntó Jenni al verme cabizbaja.
—No lo sé. Sigo tan destrozada por dentro. No puedo lograr
deshacerme de lo que me hizo Damien. Mi familia me dice que lo supere.
Como si fuera tan simple. Quizá sí necesito terapia.
Julia buscó algo en su bolso y deslizó una tarjeta por la mesa.
—Ese es el número de la doctora Strong. Es una de las mejores, y
estuve viéndola durante unos años después de que mi prometido falleciera
y luego después de conocer a Sam.
Tomé la tarjeta y la observé.
—Ay, Dios. Está en el mismo edificio que mi consultorio. En el piso de
abajo.
—Perfecto —dijo Jenni—. No le haría daño a nadie hablar un poco con
97
ella.
22
Sebastian
—Oye, jefe —dijo Kylie, una de mis empleadas, mientras entraba a la
cocina.
—¿Qué pasó, Kylie?
—Pensé que deberías saber que Alex está llorando tras la barra.
—¿En serio? —Fruncí el ceño—. Gracias por avisar. Marco, mira la
salsa. —Me lavé las manos y salí de la cocina. Cuando llegué a la barra, vi
a Alex secarse los ojos—. Oye. ¿Qué pasa? —La rodeé con un brazo.
—Lo siento, Sebastian. Es solo que… extraño a mi bebé. —Las
lágrimas comenzaron a caer de sus ojos.
—Ay, Alex. —La acerqué a mí—. ¿Quieres ir a casa?
—No. Estaré bien, tarde o temprano —dijo, sorbiendo por la nariz.
98
—Me imaginé que esto pasaría, porque es tu primera noche. ¿Estás
segura de que no quieres regresar a casa?
Me dirigió un asentimiento.
—¿Hay algo que pueda hacer por ti?
—No. —Respiró hondo.
Saqué mi teléfono y le envié un mensaje a Stefan mientras regresaba
a la cocina.

Yo: Oye. ¿Puedes traer a Henry para que Alex pueda verlo? Lo está
pasando mal. Hubo lágrimas y todo.
Stefan: Demonios. Sabía que iba a pasar esto. Le dije que no regresara.
Estaré allí en unos minutos. Gracias, hermano.
Yo: No es nada. Nos vemos pronto.

—¿Alex está bien? —preguntó Marco.


—Sí. Estará bien en cuanto Stefan traiga a Henry.
Regresé el teléfono a mi bolsillo, pero volví a sacarlo y comencé a
pensar en enviarle un mensaje a Emilia, porque no había hablado con ella
desde ayer, luego de ayudarla a empacar la cocina. No, era mejor que no.
—¡Tío Sebastian! —Lily entró a la cocina corriendo.
—Hola, mi sobrina hermosa. —La abracé.
—Papá dijo que puedes darme un poco de helado. —Sonrió.
—¿Comiste toda tu cena? —La miré con una ceja alzada.
—Por supuesto. Siempre como toda la cena.
—Entonces ve a sentarte allí y Marco te preparará un sundae
delicioso. Solo dile qué quieres que le ponga. Iré a hablar con tu padre.
—Está bien —dijo, y fue a sentarse.
Me dirigí hacia la barra y apoyé una mano contra la espalda de Stefan
mientras él se sentaba en uno de los taburetes y Alex sostenía a Henry con
fuerza y lo llenaba de besos.
—Espero recibir esa misma atención cuando regrese a casa. —Alzó las
comisuras de los labios. 99
—Cállate. —Reí.
—¿Hablaste con Emilia hoy? —preguntó.
—No, no hablé con ella. ¿Por qué?
—Curiosidad. —Se encogió de hombros.
—Está bien. Ya estoy bien. —Alex regresó a Henry a su asiento—.
Tengo que regresar al trabajo. Gracias por traerlo. —Le dio un beso a
Stefan—. Te amo muchísimo.
Al detenerme en la entrada, eché un vistazo a la casa de Emilia y vi
que ella también estaba estacionando su auto. Eran las once de la noche, y
me pregunté en dónde habría estado tan tarde.
—Hola. —Grité cuando bajé del auto.
—Hola.
—¿Recién llegas a casa? —Caminé casualmente hacia ella, con las
manos en los bolsillos.
—Sí. Fui a cenar con Jenni y Julia, y luego fuimos a un bar a beber
unos tragos.
—Suena a que se lo pasaron bien.
—Sí. ¿Recién llegas a casa del restaurante?
—Fue bastante caótico hoy, y hubo un par de desastres en la cocina.
Pero está todo bien. Será mejor que entre. Solamente quería saludar.
—Está bien. Ten una linda noche.
—Tú también. —Le dirigí un asentimiento y me di la vuelta—. ¿Emilia?
—Me detuve.
—¿Sí?
—Dulces sueños —dije mientras me giraba y le echaba un último
vistazo antes de que entrara.
—Dulces sueños, Sebastian.
100
Entré a casa y lancé las llaves sobre la encimera de la cocina. Me serví
un trago, apagué las luces del piso de abajo y lo llevé a mi dormitorio. Luego
de quitarme la ropa y ponerme unos pantalones de pijama, tomé la guitarra
y me senté al borde de la cama mientras rasgueaba algunos acordes. Pensé
en lo hermosa que se veía de pie en la entrada de su casa, con las luces que
colgaban a cada lado del garaje iluminándola. Aunque, a decir verdad,
siempre se veía hermosa.

De pie en medio del lugar, le pregunté a mis hermanos qué les parecía.
—Bueno, ¿qué opinan?
—Me gusta —dijo Simon mientras caminaba por el espacio.
—Es una buena ubicación —dijo Sam—. Y el estacionamiento está
bastante bien.
—Tiene una buena estructura —dijo Stefan.
—Si este es el lugar que quieres, creo que tienes que hacer una oferta
lo más pronto posible, antes de que alguien se te adelante —dijo Sam.
—Eso no sucederá. Compré el edificio esta mañana. —Sonreí.
—Felicitaciones, hermano. —Simon sonrió mientras me daba unas
palmadas en la espalda.
Tomé la mochila que se encontraba en el suelo y saqué la botella de
champagne y cuatro copas. Luego de quitarle el tapón, serví un poco en cada
copa y se las entregué a mis hermanos.
—No tengo mucho tiempo —dijo Simon.
—Lo sé. Por eso te serví nada más un sorbo. —Sonreí—. Por Four
Kinds II. —Alcé mi copa.
—¿Ya tienes los planos? —preguntó Sam mientras golpeaba su copa
contra la mía.
—Sí, en el auto. Te los daré cuando nos vayamos.
—Estoy emocionado por empezar con esto —dijo Stefan—. ¿Piensas
conseguir un diseñador de interiores? Porque de ninguna manera usarás a
la nuestra. —Frunció el ceño.
—Ah, sí —dijo Sam—. Tienes razón. Hiciste que nuestra última 101
diseñadora renunciara porque no pudiste mantener tu polla a raya, y por
alguna razón nos culpó a nosotros.
—Esa mujer era un poco inestable, de cualquier manera —dijo Simon,
riendo—. Ustedes dos lo habían dicho antes de que sucediera todo eso.
—Ya encontraré a alguien. Hay muchos diseñadores de interiores en
la ciudad.
Luego de irnos, corrí al restaurante para ver cómo estaba todo y luego
me dirigí al supermercado para comprar algunas cosas para mi casa.
Mientras llevaba el carrito de compras por la tienda, vi a Emilia frente a la
góndola de las comidas preparadas.
—No estarás pensando en comprar una de esas, ¿no? —pregunté con
una sonrisa mientras me acercaba a ella.
—Ah, hola. —Sonrió—. Qué sorpresa verte aquí. En realidad, sí. Ya no
tengo cocina, y no puedo cocinar, así que…
—Así que te cocinaré yo. —Alcé las comisuras de los labios—. Ve a mi
casa en una hora, no aceptaré un no como respuesta. —Tomé mi carrito y
me alejé—. Entra por la puerta corredera. Estará abierta.
—Pero… —la oí gritar.
—Dije que no aceptaría un no como respuesta. Nos vemos en una
hora, doctora Gallo.

102
23
Emilia
Me quedé allí parada y sacudí la cabeza con una sonrisa en el rostro
mientras observaba a Sebastian alejarse. Una comida casera de su parte
sonaba deliciosa y relajante. Luego de salir de la tienda, conduje hasta casa
y me encontré con que los trabajadores seguían allí. Entré y respiré hondo.
—Hola —dijo Stefan—. Bienvenida a la zona del desastre.
—Vaya. —Eché un vistazo a lo que solía ser mi cocina.
—Ya limpiamos todo y el refrigerador está en el garaje. Te recomiendo
ordenar todos tus electrodomésticos pronto.
—Ya lo hice. —Sonreí.
—Genial. —Me devolvió la sonrisa—. ¿Qué harás con la cena? Alex va
a cocinar esta noche y me dijo que te invitara a comer con nosotros. 103
—Me encontré con tu hermano en el supermercado y me invitó a cenar
con él.
—Sebastian, espero. —Sonrió.
—Sí. —Me reí.
—Nos vamos, jefe —dijo uno de los trabajadores.
—Gracias, muchachos. Buen trabajo. Me voy a casa. Intenta no
caminar descalza por aquí.
—No lo haré. Gracias, Stefan.
—De nada, Emilia. Hablamos luego. —Apoyó una mano sobre mi
hombro y salió por la puerta corredera.
Luego de cambiarme de ropa, fui a la casa de Sebastian. En cuanto
abrí la puerta y entré, el aroma a salsa casera llenó el aire y provocó que me
hiciera ruido el estómago.
—Huele increíble aquí dentro.
—Gracias. —Sebastian se giró con una sonrisa en el rostro—. Estoy
preparando berenjenas a la parmesana.
—Suena delicioso.
—Hay una botella de vino abierta allí. Puedes servirte una copa si
quieres.
Me dirigí al otro lado de la cocina, tomé la botella y me serví una copa.
—¿Puedo ayudarte con algo?
—¿Puedes cortar pan?
—Por supuesto que puedo cortar pan. —Reí.
Tomó un poco de pan de una bolsa, lo apoyó sobre una tabla de cortar
y me entregó un cuchillo.
—Aquí tienes, doctora Gallo. —Me guiñó un ojo.
—¿Es del restaurante? —pregunté.
—Sí. También tengo esa manteca de cereza que tanto te gusta en el
refrigerador.
—Calla. ¿En serio? —Sonreí, mirándolo.
—Sí, en serio. —Me dirigió un guiño sexy y regresó su atención al
horno.
Mientras cortaba el pan y dejaba las rodajas en la canasta que estaba 104
sobre la encimera, Sebastian se acercó y echó un vistazo sobre mi hombro.
—Lo cortaste perfectamente. Estoy impresionado.
—Tengo que admitir que tengo unas habilidades quirúrgicas
increíbles. Podría abrir a alguien sin problema alguno. —Incliné la cabeza
hacia atrás, alcé el cuchillo y le sonreí.
—Das un poco de miedo.
Me reí y llevé la canasta a la mesa. De repente, se oyeron unos golpes
en la puerta.
—Me pregunto quién será. ¿Puedes ir a fijarte mientras termino de
emplatar la comida?
—Sí —dije mientras me acercaba a la puerta.
La abrí, y un hombre mayor me miró con los ojos entrecerrados.
—Bueno, hola, bella jovencita. Qué inesperado.
—¿Papá? —Sebastian se acercó a la puerta.
—Hola, hijo.
—Pasa. ¿Qué haces aquí?
—Antes de responder la pregunta, ¿puedo preguntar quién es esta
hermosa mujer que me abrió la puerta?
—Es la doctora Emilia Gallo, mi vecina. Emilia, te presento a Henry
Kind, mi padre.
—Es un placer conocerla, doctora Gallo. —Su padre extendió una
mano.
—Es un placer conocerlo a usted también, señor Kind. Por favor,
dígame Emilia.
—Solo si tú me dices Henry. Revisé el papeleo del edificio. Todo se ve
bien. —Le entregó a Sebastian un sobre.
—Genial. Gracias, papá. Estábamos por cenar. ¿Te gustaría unirte?
Hice berenjenas a la parmesana.
—Aunque suena delicioso, llevaré a mi hermosa esposa a cenar. Así
que tengo que irme.
—Está bien. Gracias por echarle un vistazo a esto. —Sebastian alzó el
sobre.
—Cuando quieras, hijo. Emilia, espero que volvamos a vernos pronto.
105
Le sonreí antes de que Sebastian cerrara la puerta.
—Tu padre parece muy agradable —dije mientras regresábamos a la
cocina.
—Lo es, pero también puede ser un imbécil despiadado cuando se lo
propone.
—Al igual que mi padre.
Sebastian se acercó a la mesa y dejó las berenjenas a la parmesana
sobre ella. Inmediatamente, tomé un tenedor y corté una.
—Vaya. Vaya. Esto es delicioso. ¿Hay algo que no sepas cocinar?
—No. —Una sonrisa se extendió por su rostro mientras se sentaba
frente a mí.
—En serio me encanta tu pasión por la cocina. Dedicarte a lo que
amas es lo mejor que puedes hacer en la vida.
—¿Como tu pasión por cuidar a niños enfermos?
—Sí. Exacto. Podría haber tomado un camino diferente y haberme
convertido en pianista, o haber trabajado en la empresa de mi padre, pero
sabía que no quería hacer eso por el resto de mi vida. Tocar el piano es un
pasatiempo y una pasión personal. No puedo imaginarme tocando bajo
tanta presión. Y el escenario corporativo tampoco es para mí. Lo supe desde
que era una niña y mi padre me llevaba con él al trabajo.
—Yo sentía lo mismo respecto a la empresa de mi padre. No me
malinterpretes, amo la empresa familiar, y formo parte de la directiva, pero
prefiero cocinar y crear cosas en mi cocina. Sam y Stefan siempre supieron
que terminarían trabajando en la empresa.
—¿Y Simon?
—Cuando teníamos trece, asesinaron a su mejor amigo. Nunca
atraparon al asesino, y Simon ha estado obsesionado con eso desde
entonces. No va a rendirse hasta encontrar al culpable.
—Qué horrible. Eso fue hace como veinte años, ¿no?
—Sí. Pero, conociendo a mi hermano, encontrará al responsable y le
hará pagar hasta el día que muera. No he tenido la oportunidad de decírtelo,
pero voy a abrir otro restaurante.
—¿En serio? —Se me iluminaron los ojos—. Eso es increíble. ¿Qué
ideas tienes?
106
—Estará en el centro de Los Ángeles. Los papeles que trajo mi padre
eran del edificio que compré.
—¿Compraste el edificio? ¿Todo el edificio?
—Sí. —Se rió—. El de Four Kinds también es mío. No me gusta que
otra persona tenga ese tipo de control sobre mí. Quiero que todo sea mío. El
edificio, el restaurante, todo.
—Qué bien. —Sonreí—. Debe ser muy emocionante abrir otro
restaurante.
—Lo es, y es muy demandante y frustrante y te causa mucho estrés y
dolores de cabeza. Pero, al final, lo vale.
Luego de que termináramos de comer, levanté la mesa y lo ayudé a
limpiar el resto de la cocina. Intentó detenerme, pero no se lo permití.
—Cuando mi cocina esté lista, te cocinaré algo. —Le eché una mirada.
—Ah, ¿sí? —Alzó las comisuras de los labios—. ¿Qué sabes cocinar?
—Un montón de cosas.
—¿Como qué?
—¿Qué importa? —Lo miré con los ojos entrecerrados.
—¿Por qué no quieres decírmelo?
—¿Por qué te importa?
—¿Por qué seguimos respondiéndonos con más preguntas? —Una
sonrisa apareció en sus labios.
—No lo sé. —Reí y me apoyé contra la isla de la cocina.
Dio algunos pasos hacia mí y apoyó sus manos con firmeza sobre la
encimera de granito. Su rostro estaba a apenas unos centímetros del mío, e
inhalé su aroma.
—Quizá deberíamos dejar de hablar. —Sus ojos vagaron hasta mis
labios.
Su mirada y la manera en que estaba inclinado contra mi cuerpo
provocaron que me estremeciera. Este hombre no tenía idea de que con tan
solo tocarme provocaba que mi cuerpo se incendiara. Enganché los dedos
alrededor del borde de su camiseta, la levanté, y él alzó los brazos.
—Sí, quizá tengas razón.
107
24
Sebastian
Supe en cuanto la invité a cenar que no se iría antes de que pudiera
volver a hundirme dentro de ella. Por mucho que intentara mantenerme
alejado, no podía. Cada vez que la veía, mi polla me recordaba lo increíble
que se sentía estar dentro de su cuerpo y la suavidad de su piel contra la
mía.
Acerqué mi boca a la suya y, cuando nuestros labios se entrelazaron,
la alcé hasta que estuvo sentada en la isla de la cocina y le quité la camiseta.
Desabroché su brasier, se lo quité y lo dejé caer al suelo. La visión y la
sensación de sus suaves tetas contra mi mano enviaron una ola de placer a
través de mí, y la manera en que sus pezones se endurecieron contra mis
dedos me excitó aún más.
Me detuve de repente y la miré. 108
—Lo siento. Ya vuelvo. —Le di un beso en los labios.
Me dirigí hacia la puerta corredera, la cerré con llave y bajé las
persianas, asegurándome de que estuvieran bien cerradas para que nadie
pudiera ver lo que sucedía dentro de la casa. No iba a arriesgarme a que uno
de mis hermanos, o hasta Lily, pudiera entrar.
—Entonces, ¿dónde estábamos? —Sonreí mientras le bajaba los
pantalones y las bragas y la miraba a sus hermosos ojos.

Su espalda estaba apoyada contra la isla de la cocina mientras yo


sostenía sus brazos sobre su cabeza con una mano y la penetraba una y
otra vez. Mi otra mano se aferraba a una de sus tetas. El simple hecho de
ver la expresión en su rostro y oír sus gemidos de placer provocaba que mi
polla palpitara, y me sentía a punto de explotar. Ella ya se había venido dos
veces, y estaba por llegar a la tercera. Su cuerpo se tensó, y el mío también,
mientras mis gemidos abrían paso a la gratificación de venirme dentro de
ella. Cuando acabé, solté sus muñecas y ella llevó las manos a mi pecho
mientras nos mirábamos a los ojos. Mi corazón estaba latiendo como loco
cuando me incliné hacia abajo y junté nuestros labios. Salí de dentro de
ella, la tomé de las manos y la ayudé a incorporarse. Tomé sus bragas del
suelo, se las puse y la ayudé a bajar de la encimera.
—Gracias. —Sonrió mientras buscaba su brasier y su camiseta.
—De nada.
Luego de que nos vistiéramos, la acompañé hasta su casa.
—Gracias por la cena. Estaba deliciosa.
—Fue un placer. —Acaricié su mejilla con el dorso de la mano—.
Disfruta el resto de la noche. —Me incliné y rocé sus labios con los míos.
—Tú también, Sebastian.
Hundí las manos en los bolsillos, me di la vuelta, y cuando estaba
regresando a casa, Simon detuvo el auto en la entrada de la suya.
—¿Qué estás haciendo? —gritó mientras bajaba del auto.
—Nada.
—Y una mierda. Ven aquí. —Hizo un gesto con la cabeza. 109
Solté un suspiro, me acerqué a él y lo seguí dentro.
—Acabas de salir de la casa de Emilia, ¿no?
—La acompañé a su casa. Cenamos juntos, porque su cocina está
hecha un desastre.
—Follaron otra vez. Lo noto. —Sonrió mientras abría el refrigerador y
tomaba un par de cervezas.
—¿Y? —Le quité la tapa y se la lancé a Simon.
—¿Creí que ibas a practicar el arte de mantenerte alejado de ella?
—Iba a hacerlo.… Lo estoy haciendo. Pero simplemente sucedió.
—Claro. —Se llevó la botella a los labios mientras me miraba con los
ojos entrecerrados.
—¿Qué tan distinto es a que te estés acostando con Jenni? Al menos
Emilia no es casi pariente nuestra.
—Jenni no es pariente nuestra. —Me señaló—. Además, ambos
sabemos que entre nosotros no hay nada. Es pura diversión y sexo casual.
—Eso es todo lo que hay entre Emilia y yo, también. ¿Por qué no
puedes entender eso?
—Porque te estás mintiendo a ti mismo, hermano. En fin, no voy a
seguir discutiendo esto contigo. Si quieres follártela todos los dias, allá tú.
Pero no me digas que no te lo advertí cuando las cosas se salgan de control
y tengas que vivir con ella al lado.
—Sí, sí —suspiré—. Ya que no vamos a hablar más del tema, papá
revisó los papeles del edificio.
—¿Qué dijo?
—Dijo que todo se veía bien. Así que voy a seguir adelante. Desde
mañana, comenzaré a trabajar en Four Kinds II.
—Muy bien. Estoy aquí para ayudarte con lo que necesites.
—Lo sé. —Apoyé una mano sobre su hombro—. Te lo agradezco
mucho. Y gracias por la cerveza, pero tengo que regresar a casa.
En el camino, me detuve frente a la puerta corredera, pues podía oír
a Emilia tocar el piano a través de una ventana abierta. Era una melodía
clásica, quizá Beethoven, pero no estaba muy seguro. Lo que sí sabía era
que provocó que una sonrisa apareciera en mi rostro. En vez de entrar, me
senté en una de las sillas del patio, me llevé las manos a la nuca y me
dediqué a escucharla. 110
—¿Qué haces? —preguntó Stefan, acercándose.
—Shh. —Acerqué un dedo a mi boca.
—¿Es…?
—Sí. Siéntate y cállate.
—Carajo, hermano. No tenía idea de que tocaba así.
—Te lo dije. —Le dirigí una mirada.
—Lo sé, pero no me imaginé que tanto. Demonios.
La música se detuvo, y, cuando eché un vistazo, vi que la luz de la
sala de estar se había apagado.
—¿Cómo estuvo la cena? —preguntó Stefan.
—Bien. Le gustó.
—Escucha, hermano, puedes hablar conmigo y con Sam. Olvida a
Simon, porque él no lo entiende. Pero nosotros sí.
—¿Hablar de qué?
—Ya sabes. De Emilia y de ti.
—No hay nada de lo que hablar. —Fruncí el ceño—. Somos amigos,
eso es todo.
—Está bien. Supongo que no estás listo. Lo entiendo. —Se puso de
pie—. Mañana hablamos. —Me ofreció un puño.
—Hasta mañana, hermano. —Choqué mi puño contra el suyo.

111
25
Emilia
Eran las diez en punto cuando tomé mi laptop y me metí en la cama
para escribir algunas notas para mis pacientes. Mientras escribía, me llegó
una videollamada de Lydia.
—¿Qué haces despierta? —Fruncí el ceño mientras su rostro aparecía
en la pantalla de mi computadora.
—Lorenzo está de viaje por trabajo por unos días, y ya sabes que no
puedo dormir cuando no está aquí. —Hizo una mueca—. ¿Cómo estás?
—Estoy bien. —Ofrecí una sonrisa ladina.
Se quedó quieta, sentada en la cama con el cabello en una cola de
caballo y mirándome con los ojos entrecerrados.
—Tienes algo diferente. ¿Cómo está tu vecino guapo? 112
—Está bien.
—¡Lo sabía! Te acostaste con él. ¡Lo sé porque te sonrojaste cuando te
pregunté por él!
—Quizá. —Me mordí el labio inferior.
—Aleluya. Gracias a Dios. ¡Mi hermana volvió!
—¡Basta! —Reí.
—¿Por qué no me lo contaste? —dijo, con un tono de voz irritado.
—Iba a contártelo, pero estuve ocupada. Escucha, Lydia, tengo
muchas cosas en la cabeza, e incluso el piano no logra acallarlas.
—¿Qué pasa?
—Creo que tengo que hablar con un terapeuta.
—¡Otra vez, gracias a Dios! Cariño, te lo he estado diciendo desde hace
un año, y siempre te niegas.
—Lo sé, pero ahora que bajé la guardia y dejé que Sebastian entrara
en mi vida, tengo miedo. Mucho, mucho miedo.
—¿Miedo de qué, Em?
—De no poder confiar en él, de sabotear mi propia felicidad, y de
dejarlo entrar a mi vida aún más. Solamente rompió la mitad de mi escudo.
Hay otro lado que todavía está intacto, y no estoy segura de que alguna vez
vaya a romperse.
—Em, escúchame. Damien es un imbécil, y estoy siendo buena al
decir eso. Te hizo un favor al no aparecerse. Tienes que darte cuenta de eso.
Lo odio muchísimo. Créeme. Por su culpa te mudaste al otro extremo del
país. Pero una parte de mí se alegra de que haya hecho lo que hizo.
—¿Cómo puedes decir eso, Lydia?
—Porque te ahorró años de agonía. Si no te hubiera dejado, te habrías
casado con un hombre que no estaba listo ni realmente enamorado de ti. ¿Y
entonces qué? Se habría sentido atrapado, probablemente te habría
engañado, o se habrían alejado y peleado como perros y gatos. Un año de
ser miserable es mejor que muchos años. Porque eso es exactamente lo que
habría pasado si hubiera ignorado lo que sentía y se hubiera casado contigo
de cualquier manera.
No estaba segura de cómo tomar lo que acababa de decir. Una parte
de mí estaba enojada, y la otra estaba… enojada. 113
—Sí. Quizá tengas razón —coincidí, porque era tarde y no quería
entrar en el tema.
—Ve a terapia, Em. Me suena a mí que te gusta mucho este tipo,
Sebastian, y sería una lástima que arruinaras la posibilidad de ser feliz
porque no puedes superar a Damien.
—Ve a dormir, Lydia. Hablamos pronto.
—Espera, antes de colgar. ¿Hablaste con mamá y papá?
—No. ¿Por qué?
—Regresarán a Nueva York.
—¿Por cuánto tiempo?
—Definitivamente.
—Espera un segundo. ¿Por qué?
—Supongo que papá ya tiene todo bajo control en la oficina de París,
y extrañan a los niños. Mamá dice que todavía tendrán que volar a París de
vez en cuando, pero solo serán viajes de una o dos semanas.
—¿Cuándo te lo dijeron? —pregunté.
—Hace tres días.
—Eso es genial. Saluda a las niñas y dales un gran abrazo de mi parte.
—Lo haré, hermana. Dulces sueños.
—Dulces sueños, Lydia.
Terminé la llamada y me quedé allí sentada mirando la pantalla por
un momento. No podía creer que mamá y papá no me hubieran dicho nada.
Supongo que no habría importado si me lo hubieran dicho, porque ya no
estaba en Nueva York. Las lágrimas comenzaron a arderme en los ojos
porque, de repente, me sentí muy sola. Había dejado mi vida y a mi familia
por culpa de Damien. Su vida no había sido perturbada en absoluto, y
aquello me hacía enojar. Me sequé los ojos, apoyé la laptop sobre el suelo,
apagué las luces y me dormí.
Al día siguiente, me desperté a las seis de la mañana luego de dar
vueltas en la cama toda la noche. Eran las tres en punto en París, así que
decidí llamar a mi padre. Respondió al cuarto tono.
—Hola, cariño. Estoy en una reunión. ¿Es importante?
—No, papá. Podemos hablar luego.
—Está bien. Lo siento. Hablamos pronto.
114
Clic.
Respiré hondo y llamé a mamá.
—Bonjour, Emilia. ¿Cómo estás, cariño?
—Bien, mamá. Hablé con Lydia anoche. ¿Por qué no me dijeron que
papá y tú van a regresar a Nueva York indefinidamente?
—Amor, íbamos a decírtelo. Es solo que no he tenido la oportunidad.
Con tu agenda tan complicada, es difícil encontrar un momento para hablar
contigo.
—No, no lo es, mamá. —Mi voz se oía irritada—. Podrías haberme
enviado un mensaje, o, diablos, incluso un correo electrónico.
—Emilia, no tengo idea de por qué te estás molestando tanto.
—¡Estoy molesta porque no me lo contaron! ¡Que me haya mudado a
California no significa que ya no sea parte de la familia!
—Sinceramente, no tengo idea de dónde sale todo esto. Tu padre y yo
íbamos a contártelo.
—¿Cuándo? ¿Cuándo ya estuvieran en Nueva York? ¿Sabes qué,
mamá? Es genial que tú y papá regresen. Tengo que irme. Voy a salir a
correr antes de prepararme para el trabajo.
—Emilia, no te atrevas a…
—Adiós, mamá.
Clic.
Luego de ponerme un par de leggings negros y una sudadera
Columbia, me até el cabello en una cola de caballo, me puse mis zapatillas
para correr, tomé mis auriculares y salí de casa. Corrí tres kilómetros. Era
lo único para lo que tenía tiempo antes de tener que regresar a ducharme y
prepararme para el trabajo. Podría haber seguido corriendo. Dios sabía que
quería seguir. Al acercarme a la playa, vi a Sebastian y a Simon salir del
agua con sus tablas de surf, así que me acerqué corriendo.
—Buenos días. —Sonrió Sebastian.
—Buenos días, Emilia.
—Buenos días. Oye, ¿puedo robarte una taza de café? —le pregunté a
Sebastian.
—Por supuesto. Vamos. Hablamos luego, hermano. —Le dijo a Simon
115
antes de que nos alejáramos.
—Gracias, en serio. Tengo que ir a la tienda y comprarme otra cafetera
para lidiar con la remodelación de la cocina.
—Entra y prepárate una taza. Los vasos para llevar están en la
alacena —dijo mientras se quitaba el traje de neopreno en el patio.
Entré a la cocina, tomé un vaso para llevar y preparé el café.
—¿Estás bien? —preguntó Sebastian al entrar.
—Estoy bien. —Solté un suspiro—. En realidad, estoy enojada.
—¿Qué podría haberte hecho enojar tan temprano? —Una sonrisa
cruzó sus labios mientras extendía una mano hacia la alacena y sacaba una
taza.
—Hablé con mi hermana anoche y me dijo que mis padres van a
mudarse permanentemente a Nueva York.
—¿Y por eso estás enojada?
—Estoy enojada porque mis padres no me lo contaron. Es como si no
existiera desde que me mudé.
—Sabes que eso no es cierto.
—No lo sé, Sebastian. Gracias por el café. Tengo que ir a prepararme
para el trabajo.
Mientras me alejaba, extendió un brazo y me tomó la mano.
—Creo que extrañas tu hogar.
—Tal vez. —Bajé la vista.
Me soltó la mano, se paró frente a mí y me alzó la barbilla con un
dedo.
—No dejes que te moleste. Estás exactamente en donde deberías estar.
—Las comisuras de sus labios se alzaron.
Le ofrecí una pequeña sonrisa mientras se inclinaba y rozaba
dulcemente sus labios contra los míos.
—Ahora ve a tener un día increíble.
—Lo intentaré. Lo mismo va para ti. —Mis labios formaron una
pequeña sonrisa.
—Mi día ya es increíble.
116
26
Sebastian
Había pasado la mitad del día preparando mi plan de negocio y
llenando todo el papeleo necesario para conseguir los permisos que hacían
falta. En el camino hacia el edificio, recibí una llamada de Marco.
—Hola, Marco. ¿Qué tal?
—Hola, Sebastian. Odio hacerte esto, pero necesito tomarme el resto
del día. Mi madre acaba de llamarme porque mi padre tuvo un paro cardiaco
esta mañana y ahora está en cirugía. Tengo que ir al hospital.
—Dios, Marco. Lo lamento. Por supuesto, puedes tomarte el día. Estoy
en camino al edificio del condado para terminar con el papeleo para el nuevo
restaurante, pero estaré allí en un rato. Dile a Lucinda que se encargue
hasta que llegue.
—Muchas gracias, m jefe.
117
—No es nada. Voy a estar rezando por tu padre. Mantenme al tanto y
no te preocupes por el restaurante. Tómate todo el tiempo que necesites.
—Gracias. Hablamos pronto.
Luego de llenar el papeleo necesario, me dirigí al restaurante y entré
directo a la cocina.
—¿Qué tal todo, Lucinda? —pregunté mientras me acercaba a ella.
—Bien, jefe. Lo tenemos todo bajo control.
—Sabía que así sería. —Apoyé una mano sobre su hombro—. Oigan
todos. Hoy tenemos casa llena y vendrá un grupo de veinte. Yo me encargaré
de la comida para la fiesta mientras que el resto se encargará de las órdenes
de los demás clientes. Ya que Marco no está, Lucinda estará a cargo esta
noche, así que sigan sus órdenes. ¿Entendido?
—Sí, jefe.
—Genial. Saben que los amo, chicos. Así que, a cocinar. —Di una
palmada.
Tenía a los mejores empleados que el dueño de un restaurante podría
pedir. Solamente contrataba a los mejores, y en el segundo restaurante sería
exactamente igual. Éramos una familia grande y sabían que podían contar
conmigo para cuidarlos.

Emilia
Tomé la historia médica antes de entrar a la habitación y sonreí al ver
el nombre en la parte superior. Abrí la puerta y entré.
—Alex. —Sonreí.
—Hola, Emilia.
—Hola, Henry. —Me acerqué y le acaricié la pierna—. Veo que está
aquí por sus vacunas y un chequeo.
118
—Sí. Decidí cambiar de pediatra.
—Me alegro de que lo hicieras. —Esbocé una sonrisa—. Puedes
acostarlo sobre la mesa. Eres igual a tu padre —dije con tono juguetón
mientras apoyaba el estetoscopio en su pecho. Luego de revisarlo, me giré
hacia Alex—. Todo se ve bien, Alex, y está creciendo como debería. ¿Cómo
está durmiendo?
—Se despierta cada tres o cuatro horas para comer.
—No está mal. Debería empezar a dormir por períodos más largos
pronto.
—Dios, eso espero.
—¿Tú cómo estás? ¿Algún indicio de depresión postparto?
—No, para nada. Estoy muy bien. —Sonrió.
—¿Y estás recibiendo la ayuda que necesitas en casa?
—Sí, sin duda. Stefan es un padre increíble y Lily me ayuda mucho.
Es una hermana mayor maravillosa.
—Muy bien. Tener apoyo es muy importante.
—Si no estás muy ocupada mañana por la noche, nos encantaría que
vinieras a cenar con nosotros. Te invitaría hoy, pero tengo que trabajar.
—Me encantaría. Gracias. —La abracé—. Le diré a la enfermera que
prepare sus vacunas, y luego ya podrás irte.
—Emilia. —Renata, mi jefa de personal, entró a mi consultorio.
—Hola, Renata.
—No olvides que esta noche es la fiesta de despedida del doctor
Reynolds.
—Uf. Lo olvidé por completo. —Me llevé una mano a la cabeza—. ¿A
qué hora?
—A las siete en punto en Four Kinds, en Venice Beach. Es uno de los
restaurantes favoritos del doctor Reynolds.
—Sí. Es un lugar excelente. Gracias por recordármelo.
—De nada. —Me sonrió.
Saqué el teléfono del bolsillo y vi un mensaje.

Papá: Cariño, tu madre me dijo que estabas molesta porque no te 119


contamos sobre la mudanza. Lo siento, pero íbamos a decírtelo. Llámame
cuando puedas.

Puse los ojos en blanco y apoyé el teléfono sobre el escritorio. Saqué


la tarjeta de la doctora Strong que me había dado Julia, marqué el número,
y me sorprendí cuando respondió.
—Doctora Strong.
—Eh, hola. Soy la doctora Emilia Gallo. Trabajo en el consultorio de
pediatría en el piso de arriba.
—Hola, doctora Gallo. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Llamaba para concertar una cita. Julia Kind la recomendó.
Sinceramente, no estaba esperando que respondiera el teléfono.
—Usualmente no lo hago, pero mi recepcionista y otros dos empleados
tuvieron que tomarse el día hoy. Déjame revisar mi agenda y veré cuándo
puedo verte. ¿A qué hora trabajas?
—Entro antes de las nueve.
—Si gustas, puedes venir mañana por la mañana a las siete y media.
—Eso sería genial. Gracias.
—De nada. Será un placer conocerte, doctora Gallo.

Me pasé todo el día preguntándome si Sebastian trabajaría esa noche,


así que, luego de que mi último paciente se fuera, le envié un mensaje.

Yo: Hola. ¿Trabajas hoy?


Sebastian: Hola, preciosa. Sí, hoy trabajo. ¿Por qué?
Yo: Entonces nos veremos. Tenemos la fiesta de despedida del doctor
Reynolds.
Sebastian: Genial. No sabía que la fiesta era para él. Me aseguraré de
que sea extra especial. Nos vemos pronto.
Yo: Nos vemos. 120
Eché un vistazo a mi reloj. Tenía tiempo suficiente para regresar a
casa, cambiarme y arreglarme un poco antes de ir al restaurante. Al
detenerme en la entrada y salir del auto, Lily se acercó corriendo.
—Hola, Emilia.
—Hola, Lily. —Sonreí—. ¿Qué tal, pequeña?
—¿Puedo ir a tu casa a ver el piano?
—Sí, claro. Tengo que cambiarme y arreglarme para una cena, pero
puedes entrar un rato si quieres.
—Gracias. —Una enorme sonrisa se extendió por su bonito rostro—.
Tengo que decirle a mi padre. Mamá acaba de irse a trabajar.
—Le enviaré un mensaje para que sepa. Vamos. —Acaricié la cabeza.
En cuanto entramos, dejé mi bolso y tomé mi teléfono.

Yo: Hola. Nada más quería avisarte que Lily está en mi casa. Quería
ver el piano. Le diré que vuelva antes de irme para la cena.
Stefan: Gracias, Emilia. Si es una molestia, échala.
Yo: No lo será.

—Vaya. Es muy bonito —dijo Lily, sentándose en el banco.


—Puedes tocar las teclas si quieres. Yo iré a cambiarme.
—Está bien. —Sonrió.
Me puse un vestido negro suelto y fui al baño a arreglarme el cabello
y retocar mi maquillaje. Mientras el rizador se calentaba, arreglé un poco mi
maquillaje y me solté el cabello. Luego de cepillarlo y darle un poco de ondas,
le eché algo de laca, tomé mis botas altas del armario y bajé las escaleras.
—¡Estás muy bonita, Emilia!
—Gracias, Lily. ¿Te gustó el piano?
—Me encanta. ¿Puedes tocarme algo?
—Ay, cariño. Ahora no puedo. Tengo que ir a una cena. Pero te diré
qué podemos hacer. Tu madre me invitó a cenar mañana. Luego de comer,
puedes venir y yo tocaré algo. ¿Trato? 121
—¡Trato! —Sonrió.
—Genial. Ahora tienes que regresar a casa porque tengo que irme.
—Está bien. Diviértete en la cena. Gracias por dejarme tocar el piano.
—De nada. —Sonreí mientras la abrazaba.
27
Sebastian
Entré en el salón donde estaba la fiesta, me presenté ante los invitados
y les entregué una botella de champán, cortesía de la casa. Estudié la
habitación, pero no vi a Emilia hasta que me di la vuelta para regresar a la
cocina. Estaba de pie en la entrada del salón, y casi se me corta la
respiración.
—Vaya. Te ves increíble.
—Gracias. —Sus labios formaron una sonrisa tímida.
—Emilia, ven a sentarte. —Una mujer se acercó y la tomó de la mano.
—Hablamos luego, Sebastian.
—Quédate un rato después de la fiesta —dije.
—Lo haré.
122
Eran más de las nueve cuando todo el mundo se fue de la fiesta. Me
acerqué a la barra y vi a Emilia sentada en un taburete hablando con Alex.
—¿Qué tal estuvo la cena? —pregunté mientras apoyaba una mano
en su espalda.
—Estuvo increíble, como siempre. —Alzó las comisuras de los labios—
. Creo que voy a regresar a casa. Ha sido un día largo.
—Está bien. Te acompaño al auto.
—Nos vemos mañana, Alex. Gracias por el Martini. Estaba delicioso.
—De nada. Nos vemos mañana.
—¿Puedo llevar algo?
—Solo a ti misma. —Sonrió.
Emilia se puso de pie y tomó su bolso, y, mientras salíamos del
restaurante, mi mano gravitó hacia la parte baja de su espalda.
—¿Estás bien para conducir hasta tu casa? —pregunté cuando nos
detuvimos al lado de su auto.
—Estoy bien. Solo bebí una copa de champán y un Martini.
—Está bien. Solo ten cuidado. ¿Qué harán con Alex mañana?
—Me invitó a cenar en su casa.
—Ah, qué bien. Siempre y cuando Stefan no cocine, estarás bien. —
Esbocé una sonrisa pícara y soltó una suave carcajada.
Me incliné hacia ella y rocé sus labios con los míos. Unos segundos
después, estábamos atrapados en un apasionado beso.
—Será mejor que me vaya —dijo.
—Sí. Yo también. —Tragué saliva con fuerza—. Si quieres café por la
mañana, puedes venir y prepararte uno. La puerta corredera estará sin
llave.
—Gracias.
Se subió al auto y yo cerré la puerta. Mientras se alejaba, alcé una
mano y la saludé.
Para cuando llegué a casa, ya eran las once y media. Luego de bajar
del auto, cerré la puerta y dejé caer las llaves en la entrada.
—Pensé que eras un vecino silencioso —oí decir a Emilia al abrir una
123
de las ventanas de su dormitorio, que daban a la entrada de mi casa.
—¿Por qué no estás durmiendo? —pregunté con una sonrisa.
—Me he estado preguntando lo mismo.
—¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte a dormir?
—Quizás.
—Déjame entrar a casa por un minuto y allí estaré.
—Dejaré la puerta abierta. Sube.
Una enorme sonrisa se abrió paso en mi rostro. Quería que la follara
tanto como yo quería follarla. Luego de ponerme unos pantalones de
chándal, fui hacia su casa, abrí la puerta y la cerré detrás de mí. En cuanto
llegué a lo alto de las escaleras, entré a su dormitorio y la escuché decir:
—¿Qué te tomó tanto tiempo?
—Prometo que la espera valdrá la pena —dije mientras me bajaba los
pantalones, alzaba las sábanas y me metía en la cama a su lado.
Estaba completamente desnuda, y yo ya estaba duro. Nuestras bocas
se encontraron mientras una de mis manos exploraba su hermoso cuerpo,
acariciándola y provocándola allí abajo mientras una humedad cálida
brotaba de ella. Quería que se viniera, y no me detendría hasta que lo
hiciera. Gemidos de placer escaparon de sus labios cuando encontré el
punto justo dentro de ella mientras con mi pulgar estimulaba su clítoris. Su
cuerpo se tensó y sentí las vibraciones de su orgasmo. Me empujó hasta que
estuve acostado sobre la espalda y se subió a mi cuerpo, moviendo sus
caderas y montándome como jamás lo habían hecho antes. Jugué con sus
tetas y mis dedos tiraron de sus pezones duros. Se movía rápidamente hacia
adelante y hacia atrás, provocando que los gemidos de ambos se volvieran
más y más fuertes. El orgasmo estaba cerca y necesitaba venirme dentro de
ella.
—Vente conmigo —dije, con la respiración entrecortada, aferrándome
a sus caderas—. Ah —gemí—. Eso es, nena. Así.
Llegué al orgasmo en cuanto la sentí tensarse alrededor de mi polla,
y la sostuve de las caderas mientras luchaba por soltar hasta la última gota
dentro de ella.
Su cuerpo se desplomó sobre el mío y sentí el rápido latido de su
corazón contra mi pecho. La rodeé firmemente con los brazos y nos
quedamos allí acostados un momento, aún con la respiración entrecortada,
con mi cabeza hundida en su cabello suave. 124
Se bajó de mi cuerpo y se acostó contra su espalda, apoyando un
brazo sobre su frente mientras intentaba recuperar el aliento. Cuando ladeó
ligeramente la cabeza, vi la sonrisa en sus labios bajo la luz de la luna que
se filtraba a través de las cortinas transparentes.
—¿Vas a quedarte? —preguntó con voz suave.
—No tenía planes de irme. —Extendí un brazo y ella se acurrucó
contra mí.
—Tengo que despertarme más temprano de lo usual. Tengo un turno
a las siete y media —dijo, mientras me acariciaba dulcemente el pecho con
un dedo.
—Yo también tengo que levantarme temprano. Un camión de reparto
viene al restaurante a las siete y media.
—Tengo mi alarma programada para las cinco cuarenta y cinco. ¿Te
parece bien?
—Sí, perfecto. —Besé su coronilla.

125
28
Emilia
Cuando mi alarma comenzó a sonar, no quise moverme, porque su
brazo se sentía bien alrededor de mi cuerpo. Extendí una mano, apagué la
alarma y me giré para mirarlo.
—Buenos días. —Alcé las comisuras de los labios.
—Buenos días. ¿Está mal que no quiera salir de la cama?
—Si lo está, entonces estamos mal los dos, porque yo tampoco.
—Lamentablemente, no tenemos opción. Voy a ir a casa a ducharme.
Te prepararé un café y te la traeré antes de irme.
—Gracias. —Sonreí mientras me inclinaba para besar sus labios.
Me metí en la ducha y dejé que el agua caliente cayera sobre mí
mientras pensaba en la noche anterior. Invitar a mi vecino sexy a casa a
126
tener sexo no era el tipo de cosa que yo haría. Estaba bajando la guardia, y
había jurado que nunca haría eso. Pero Sebastian hacía que fuera tan fácil,
con sus gestos amables, dulces y considerados. Estaba comenzando a
sentirse como un hogar, y eso me asustaba muchísimo.
Sebastian entró al baño con café para llevar en mano mientras yo
terminaba de cepillarme el cabello.
—Una taza de café recién hecho para una mujer hermosa. —Alzó las
comisuras de los labios.
—Gracias. Me hace falta. —Tomé el vaso de su mano y lo alcé.
—Tengo que irme —dijo.
—Está bien. Ten un buen día. —Me estiré y lo besé en los labios.
—Tú también.
Cuando entré al consultorio de la doctora Strong a las siete y
veinticinco, ella salió para saludarme.
—Doctora Emilia Gallo, un placer conocerte. —Extendió una mano.
—Un placer conocerla a usted también, doctora Strong.
—Ven a sentarte. ¿Quieres un café o un poco de agua?
—Estoy bien, gracias. —Sonreí y me senté en el sofá de cuero marrón.
—Aquí hay un poco de papeleo que necesito que llenes, pero no es
necesario que lo hagas ahora. Puedes traérmelo después. —Se sentó en la
silla frente al sofá y cruzó las piernas, con un cuaderno y un bolígrafo en las
manos—. ¿Qué te trae por aquí?
Le conté sobre Damien, sobre mudarme a California, y sobre
Sebastian.
—El hecho de que te hayas abierto con Sebastian y le contaras lo que
te pasó es un comienzo. Es un indicio de que estás aprendiendo a confiar
en alguien de nuevo. Pero siento que tus conflictos son con tu confianza en
ti misma, y es por eso que no dejas caer tu armadura por completo.
—Creo que no entiendo a lo que te refieres.
—Estás caminando sobre una fina línea entre no ser capaz de confiar
127
en alguien y en no ser capaz de confiar en ti a la hora de encontrar a un
hombre que te ame como mereces que te amen. Tienes miedo de volver a
cometer el mismo error que cometiste con Damien.
Nunca había pensado en la situación de esa manera, pero tenía razón.
No confiaba en mí misma a la hora de encontrar a alguien que no me
lastimara como lo había hecho Damien.
—Ya casi se acaba el tiempo de sesión. —La doctora Strong echó un
vistazo al reloj de pared—. Quiero que sigamos viéndonos al menos una vez
a la semana. Aún queda mucho en lo que trabajar. Pero no te preocupes. —
Sonrió—. Recuperaremos tu confianza para que puedas disfrutar de la
relación que siempre estuviste destinada a tener.
Me fui del consultorio de la doctora Strong con una buena sensación.
Por primera vez en un año, me sentía esperanzada. Quizá debería haber
comenzado terapia antes, pero no estaba lista, y, hasta que conocí a
Sebastian, había estado resuelta a mantener a los hombres fuera de mi vida.

Mi teléfono comenzó a sonar mientras me ponía algo un poco más


casual, y cuando lo tomé de la cama, vi que era mi madre quien llamaba.
—Hola, mamá.
—Hola, cariño. Quería que supieras que tu padre y yo acabamos de
aterrizar en Nueva York. No quería que pensaras que no te estábamos
manteniendo al tanto a propósito.
Puse los ojos en blanco.
—Genial, mamá. Gracias por avisarme.
—Luego de que nos adaptemos, vamos a ir a visitarte.
—Está bien. Pero van a tener que esperar hasta que esté lista la
cocina. En este momento, no tengo una.
—¿Y cuándo será eso?
—Espero que aproximadamente en una semana.
—Tú avísanos cuando esté lista, y nosotros nos subimos a un avión
hasta allí. Te extrañamos, cariño. 128
—Yo también los extraño, mamá.
—Tengo que irme. El auto acaba de llegar. Luego hablamos. Te amo,
Emme.
—Yo también te amo, mamá. Dale saludos a papá de mi parte.
Colgué y solté un suspiro mientras lanzaba el teléfono sobre la cama
antes de finalmente terminar de prepararme para ir a casa de Alex a cenar.
—Hola, Henry. —Sonreí mientras lo alzaba de su silla mecedora—. Si
algún día necesitas una niñera, avísame.
—¿En serio? —Sonrió Alex.
—Por supuesto. Me encantan los niños, y no me molestaría cuidar a
este pequeño y a Lily si tú y Stefan quieren pasar una noche solos.
—Qué dulce de tu parte. Gracias. Quizá acepte tu oferta.
Mientras preparaba la cena y hablábamos, oí a Lily gritar desde el
exterior.
—¡Ay, Dios! —dijo Alex, mientras ambas salíamos corriendo de la
casa, para encontrarnos a Lily tumbada en la acera, llorando y
sosteniéndose el brazo.
—Lily, ¿qué pasó? —exclamó Alex.
—Lily, no te muevas —dije, mientras dejaba a Henry en brazos de
Alex—. ¿Qué pasó, cariño?
—Me tropecé con mis patines —lloriqueó—. Me duele.
—¿El brazo? —pregunté, mientras lo observaba con cuidado.
—Sí.
Simon detuvo el auto en la entrada y se acercó corriendo.
—¿Qué pasó?
—Alex, estoy bastante segura de que se fracturó el brazo. Tienes que
llevarla a emergencias.
—Podemos llevarla en mi auto —dijo Simon—. Llegaremos más
rápido.
—Eres un niña muy valiente y vas a estar bien.
Simon la alzó con cuidado y la llevó hasta su auto.
—Ay, Dios. No puedo creerlo. Tengo que llamar a Stefan —dijo Alex. 129
—Puedes llamarlo en el camino al hospital. Yo cuido a Henry. —Lo
tomé de sus brazos.
—Gracias, Emilia. Muchas gracias. Ay, Dios, la cena.
—No te preocupes por la cena. Yo me encargo. Solo ve a estar con Lily.
—Apoyé una mano en su brazo.
En cuanto Alex se subió al asiento trasero del auto de Simon, me alejé
de la entrada y fui a revisar la comida. La tarta de pollo parecía estar lista,
así que la saqué del horno. Henry comenzó a llorar y, cuando me acerqué a
él, supe por qué.
—Eres un niñito apestoso. —Sonreí mientras lo alzaba y notaba que
su pañal había estallado por todo su pijama.
Lo llevé al piso de arriba y cambié su pañal y la ropa. Mientras bajaba
las escaleras con Henry en brazos, Sebastian entró a la casa.
—Hola.
—Ah, hola. —Sonreí.
—¿Dónde está Alex? Traje el pan que me pidió del restaurante.
—Alex está yendo a urgencias con Lily.
—¿Por qué? ¿Qué pasó?
—Se cayó mientras patinaba, y estoy noventa y nueve por ciento
segura de que se fracturó el brazo.
—Ay, no. Pobrecilla.
—Le dije a Alex que podía cuidar a Henry por ella. De hecho, ¿puedes
ocuparte de él mientras limpio la cocina?
—Claro. Ven aquí, pequeño.
No podía dejar de lanzarle rápidas miradas mientras caminaba por la
cocina con Henry en brazos y le hablaba. Creía que no podía ser más sexy
de lo que ya era. Hombre, vaya si estaba equivocada.

130
29
Sebastian
Emilia no dejaba de mirarme con una sonrisa en los labios mientras
sostenía a Henry en brazos.
—¿Qué? —pregunté, sonriendo.
—Te ves en tu hábitat natural con un bebé.
—Ayudé mucho a Stefan con Lily cuando era bebé. Así que sé un par
de cosas al respecto.
—Por lo poco que veo aquí, serás un gran padre algún día.
—Los niños no forman parte de mis planes, y estoy feliz con mis
sobrinas y sobrinos.
—¿No planeas tener hijos o una familia? 131
—No. Recuerda que ya lo hablamos, y te dije que me gusta mantener
las cosas casuales. Además, tengo una familia.
—Ya sé que tienes una familia. —Entrecerró los ojos mientras las
comisuras de sus labios se alzaban levemente—. Pero… ¿Sabes qué?
Olvídalo.
Desde mi lugar, no pude evitar preguntarme si estaba intentando
sonsacarme información.
—¿Pero qué, Emilia?
—Nada, Sebastian. —Me dio la espalda y comenzó a limpiar el
fregadero.
Me puse de pie, con Henry en brazos, y me acerqué a ella.
—Termina lo que comenzaste a decir.
—No es la gran cosa. Solamente iba a decir que la familia que tienes
no va a estar siempre allí.
—Ahí es donde te equivocas. Mis hermanos siempre van a estar para
mí, sin importar qué. No tienes ninguna garantía cuando te aventuras a
construir tu propia familia. Está el divorcio, y hay un montón de
oportunidades para que una persona se vaya. La familia que tengo es sólida
y siempre lo será. Quiero decir, mira lo que te pasó a ti. Diablos. No debería
haber dicho eso.
Antes de que Emilia pudiera responder, Alex, Stefan y Lily entraron a
la casa.
—¡Tío Sebastian, Emilia, miren! —Extendió el brazo.
—Vaya. Fucsia. Te ves demasiado genial, su alteza. —Sonreí—. ¿Cómo
estás? ¿Te duele?
—Un poco. El doctor me dio una medicina para eso.
—Siento que te haya pasado esto. —Emilia hizo una mueca.
—Está bien. Soy una niña grande y puedo soportarlo. ¿Te gusta el
color de mi escayola?
—Me encanta. —Emilia sonrió mientras le tocaba la nariz con un
dedo.
—Pero ahora no vas a poder enseñarme a tocar el piano. —Lily bajó la
cabeza.
—En cuanto te saquen esa escayola, te enseñaré, te lo prometo.
132
—Gracias por todo, Emilia. —Alex se acercó a ella y la abrazó.
—De nada. Me voy a casa. Si necesitan algo, llámame.
—Gracias, Emilia —dijo Stefan.
—No es nada, Stefan.
—Te acompaño a la puerta —dije, dejando a Henry en brazos de Alex.
—Puedo encontrar la puerta sola. —Me miró con los ojos
entrecerrados.
En cuanto salió, Stefan y Alex me miraron.
—¿Qué fue todo eso? —preguntó Stefan.
—Dije algo que no debería haber dicho —suspiré.
—No me sorprende. Eres hermano de Stefan. —Alex esbozó una
sonrisita—. Voy a llevar a Henry arriba y darle de comer. Gracias, Sebastian.
—Se estiró para besarme la mejilla—. Lo que sea que le hayas dicho, más
vale que lo arregles. —Alzó una ceja antes de marcharse.
Stefan abrió el refrigerador y tomó cuatro cervezas.
—Ven, vamos al patio —dijo.
En cuanto nos sentamos, Sam y Simon se acercaron.
—Justo a tiempo —dijo Stefan mientras les entregaba a nuestros
hermanos las botellas de cerveza—. Parece que nuestro hermano aquí
presente le dijo algo que no debería haberle dicho a Emilia, y se fue toda
enojada.
—¿Qué dijiste, hermano? —preguntó Sam, sentándose a mi lado.
—Estábamos hablando de niños, y me preguntó si quería tener una
familia. Le dije que no, que ya tenía una familia.
—Y aquí vamos —dijo Simon mientras se llevaba la botella a los labios.
—Cállate, imbécil. En fin, le dije que no tienes ninguna garantía
cuando te aventuras a construir tu propia familia. Y luego le dije que piense
en lo que le había pasado a ella con su propio prometido.
—Ah, diablos. Dime que no es cierto —dijo Stefan, estirándose para
darme un golpe en el brazo.
—Sí, lo es. Se me escapó. 133
—Entonces, ¿estaba intentando averiguar si son más que solamente
follamigos? —preguntó Simon.
—Sí. Creo que estaba intentando sacarme información, sinceramente.
—Dijiste algo estúpido e hiriente —señaló Sam.
—Lo sé. Voy a ir a su casa después de terminar esta cerveza y le pediré
perdón.
—Tu lógica es una mierda, hermano —dijo Stefan.
—Estoy de acuerdo. —Sam le dio un sorbo a su cerveza.
—¿En serio? —Simon los miró con la cabeza ladeada—. Ustedes dos
también se sintieron así. Así que no se sienten allí a decir esas mierdas.
Pero, en serio, Sebastian, eso fue cruel.
—Sí. Sí. Lo sé —suspiré mientras me terminaba la cerveza—. Iré a
verla ahora mismo. —Me puse de pie—. Hablamos luego, chicos.
Caminé hasta la casa de Emilia y toqué la puerta. No respondió, así
que volví a tocar. Tomé el teléfono del bolsillo y le envié un mensaje.

Yo: Estoy en la puerta.


Emilia: Estoy en la bañera.
Yo: ¿Me envías un mensaje cuando salgas?
Emilia: Claro.

Guardé el teléfono en el bolsillo y regresé a casa de Stefan.


—Qué rápido —dijo Sam.
—¿Te cerró la puerta en la frente? —Se rio Simon.
—No me abrió. Le mandé un mensaje y me dijo que estaba en la
bañera. Le dije que me avisara cuando saliera.
—Eso en lenguaje femenino significa que te vayas al diablo. —Stefan
esbozó una sonrisita.
—Sin duda. —Sam soltó una carcajada.
Le eché un vistazo a Simon, que estaba allí sentado, mirándome con
una ceja alzada y sacudiendo la cabeza.

134
30
Emilia
Me quedé sentada en las escaleras con el teléfono en mano esperando
a que se fuera. Había tomado la única cosa que sabía que podía lastimarme
y me lo había dado por hecho. Me puse de pie, me dirigí hasta el sofá y me
senté. La lista sobre el hombre perfecto que Jenni me había dado estaba
sobre la mesa de café. Eché un vistazo a las características que ya había
escrito, lo hice una bolita y lo lancé al otro lado de la sala.
El sonido de mi teléfono me sacó a la fuerza de mi cabeza, y cuando
lo tomé, vi que era mi contestador automático. Una madre primeriza y
preocupada tenía algunas preguntas, así que la llamé y la tranquilicé. Luego
de colgar, recibí un mensaje.

Sebastian: Te vas a convertir en una pasa si te quedas allí dentro por 135
más tiempo.

No tenía intención de enviarle un mensaje como había dicho que


haría, y definitivamente no iba a responderle ahora. Sabía que estaba
molesta, y probablemente quería disculparse. Pero no quería verlo ni hablar
más con él esta noche.
Sebastian
Esperé un mensaje suyo toda la noche, pero no envió nada.
Definitivamente estaba enojada y, por lo que a mí respecta, si no quería
hablarme, no tenía por qué hacerlo. No era el tipo de hombre que perseguía
a una mujer pidiéndole perdón. Era un hombre ocupado y no tenía tiempo
para juegos.
Le había prometido a Lily que le prepararía la cazuela de huevo que le
gustaba tanto para el desayuno. Después de todo, la pobre se habría roto el
brazo y necesitaba un poco de comida como consuelo. Después de sacarla
del horno, le llevé el plato a Stefan.
—Buenos días, hermano —dijo cuando entré.
—¿Lily está despierta? —pregunté al echar un vistazo y no verla.
—Aún está durmiendo. Alex creyó que sería mejor que hoy no fuera a
la escuela.
—Buenos días, Sebastian. —Alex sonrió mientras entraba en la cocina
con Henry en brazos—. Lily acaba de despertarse y pregunta si ya le trajiste
su desayuno.
—Recién salido del horno.
—La consientes demasiado. —Stefan abrió el refrigerador y sacó una
136
botella de jugo de naranja—. ¿Hablaste con Emilia anoche?
—No. No me responde los mensajes.
Se rio disimuladamente.
—Da igual. Puede enojarse todo lo que quiera. Tengo un día ocupado.
Hablando de eso, iré a la oficina aproximadamente al mediodía para hablar
del diseño del nuevo restaurante.
—Está bien. Sam y yo estaremos allí. Ya que vas a ir, ¿puedes
llevarnos el almuerzo?
—¡Tío Sebastian! —Lily se acercó y la abracé.
—Buenos días. ¿Cómo está el brazo?
—Duele. —Hizo puchero.
—Pronto te sentirás mejor, pequeña. —Le acaricié la cabeza—. Ve a
sentarte y te daré tu desayuno.
Tomé un plato de la alacena.
—Entonces, ¿el almuerzo?
Suspiré y le eché una mirada a mi hermano, que estaba apoyado
contra la isla de la cocina con un vaso de jugo de naranja en mano.
—¿Alguna vez no te he llevado la comida que me pediste?
—Solo quería asegurarme, hermano. —Posó una mano sobre mi
hombro antes de darles a Alex, Lily y Henry un beso de despedida.

Emilia
Estaba con un paciente cuando sentí la vibración del teléfono en el
bolsillo. En cuanto terminé, salí de la habitación y vi que tenía una llamada
perdida de Stefan. Entré al consultorio, me senté frente al escritorio y le
devolví la llamada.
137
—Stefan Kind.
—Stefan, soy Emilia.
—Hola, Emilia. Tengo buenas noticias. Tus alacenas y tus encimeras
de granito ya llegaron, así que podemos empezar a reconstruir tu cocina
mañana por la mañana.
—Dios mío, Stefan, son noticias excelentes.
—Sabía que te pondría feliz. En fin, ¿puedes pasar por la oficina? Sam
y yo queremos hablar de los detalles una última vez. Si puedes venir a la
hora del almuerzo, aún mejor. Solo por si necesitamos cambiar algo antes
de mañana.
—Sí, puedo pasar por allí entre las doce y la una. Depende de a qué
hora se vaya el último paciente antes del almuerzo.
—Genial. Nos vemos entonces.
Habían pasado diez minutos de las doce y acababa de terminar con el
último paciente antes de que el consultorio cerrara por el almuerzo. Me quité
la bata, la colgué, tomé mi bolso y me fui a ver a Sam y Stefan.
—Hola. —Stefan sonrió mientras se ponía de pie desde detrás de su
escritorio—. Vamos a la oficina de Sam. Él tiene el diseño.
Caminamos hasta la oficina de Sam y, al llegar, Stefan abrió la puerta
y entramos.
—Hola, Emilia. —Sonrió mientras se ponía de pie.
—Hola, Sam.
Nos acercamos a la mesa en donde se encontraba extendido el diseño
de mi cocina. Mientras los tres hablábamos de él, se abrió la puerta, y
Sebastian entró con una bolsa marrón grande.
—Lo siento, llego… Hola, Emilia.
—Hola. —Regresé la vista a la mesa al sentir cómo una emoción
incómoda se asentaba dentro de mí.
—Terminaremos en unos minutos, hermano —dijo Stefan—.
Solamente estábamos repasando el diseño antes de empezar a construir la
cocina mañana.
—Eso es genial. Debes estar feliz, ¿no? —preguntó.
—Todo se ve perfecto. —Les dije a Sam y a Stefan.
—Genial. Entonces está todo listo. Nuestro equipo estará en tu casa 138
mañana por la mañana, a las ocho. ¿Cuándo llegan los electrodomésticos?
—Pasado mañana.
—Perfecto. Sebastian trajo el almuerzo. ¿Por qué no te quedas a comer
con nosotros? —preguntó Sam.
—Me temo que no tengo tiempo, pero gracias por la invitación.
—Emilia, ¿podemos hablar por un momento? —preguntó Sebastian.
—Tengo que regresar al consultorio. —Tomé mi cartera y abrí la
puerta—. Gracias, Sam. Gracias, Stefan. Hablamos luego.
Al salir, Sebastian me siguió.
—Solamente será un minuto —dijo mientras yo pulsaba el botón del
ascensor.
—Está bien. ¿Qué? —Me giré hacia él.
—Nunca me respondiste anoche.
—Estaba ocupada.
—Escucha, Emilia. Sé que estás enojada conmigo. Lo único que quiero
es disculparme por el comentario estúpido que hice. Lo siento si te lastimé.
Nunca fue mi intención.
Las puertas del ascensor se abrieron, y cuando entré, apoyó la mano
contra ellas para evitar que se cerraran.
—Está bien. Acepto tu disculpa.
—Gracias. ¿Qué dices de cenar esta noche?
—No puedo. Quizá otro día. Tengo que volver al consultorio. —Señalé
su brazo que estaba bloqueando las puertas.
—Sí. Claro. Lo siento. Otro día, entonces.
Le ofrecí una pequeña sonrisa mientras las puertas se cerraba y el
ascensor me llevaba hasta el vestíbulo. No podía cenar con él porque había
decidido anoche que sería mejor que nuestra relación fuera estrictamente
de vecinos.

139
31
Sebastian
—¿Eso fue un plan de ustedes dos? —pregunté al regresar a la oficina
de Sam.
—No, hermano, fue una coincidencia —dijo Stefan.
—Sí, pura coincidencia. —Una sonrisa apareció en los labios de Sam—
. ¿Cómo fueron las cosas allí afuera?
—Dijo que aceptaba mi disculpa, pero no estoy seguro de si lo decía
en serio. Le pregunté si quería cenar conmigo esta noche y me dijo que no
podía.
—Quizá está ocupada —dijo Stefan.
—Sí, hermano. Probablemente ya tenga planes. —Sam introdujo una
mano en la bolsa y sacó la comida. 140
—Algo me dice que no tiene planes. Da igual. No tengo tiempo para
lidiar con esta mierda. Me disculpé, y si quiere seguir enojada, es cosa suya.
Revisemos el diseño mientras comemos.
Al salir de su oficina, fui al restaurante. Por más que tomara una
actitud dura frente a mis hermanos, la cuestión con Emilia me estaba
molestando. Había notado por su tono de voz que solamente había aceptado
mi disculpa para que la dejara en paz.
Llegué a casa alrededor de las siete y media y, luego de servirme un
trago, lo llevé al patio y entrecerré los ojos cuando vi a Emilia sentada en la
playa. Respiré hondo, bajé a la playa y me senté a su lado.
—Espero que no te moleste. —Sonreí.
—¿Y si digo que sí me molesta?
—Lo ignoraré y me quedaré aquí sentado igualmente. ¿Un trago? —Le
ofrecí mi vaso.
—No, gracias.
—Creí que tenías planes hoy.
—Y los tenía. Cené con Renata al salir del trabajo.
—Lo siento, Emilia. No estoy seguro de si estabas siendo sincera
cuando dijiste que aceptabas mi disculpa. Pero en serio lo siento por lo que
dije.
Me miró por un segundo sin decir una palabra.
—Incluso si lo sientes, fue algo muy cruel.
—Sé que sí, y en serio no quería decirlo así.
—Me parece que te creo. —Sus labios formaron una sonrisa—.
¿Puedo? —señaló el vaso.
—Por supuesto. —Se lo entregué.

Emilia 141
Mi cuerpo se estremeció mientras entraba y salía de mí. No tenía
intención alguna de volver a acostarme con él, pero había sucedido y yo
permití que pasara. Desde que posó su mano sobre la mía en la playa, supe
que estaba perdida. No podía escaparle al hecho de que sentía cosas por él.
Cosas que no planeaba volver a sentir por nadie. Pero los sentimientos
estaban allí, y estaba jodida. En el fondo de mi mente, sabía que lo único
que importaba era el sexo.
Su cuerpo se desplomó sobre el mío y sus dedos se enredaron en mi
cabello mientras intentábamos recuperar la respiración. La sensación de
sus brazos musculosos sosteniéndome mientras estábamos allí acostados
se sentía bien, y no quería que me soltara. Mi promesa de que nuestra
relación fuera solamente de vecinos ya se había roto.
Se acostó a mi lado y extendió un brazo, y yo me acurruqué contra él
y apoyé la cabeza sobre su pecho.
—Sería mejor que te quedaras a dormir aquí. Así puedes prepararte
una fresca taza de café por la mañana —dijo mientras me acariciaba el
brazo.
—Eso suena genial.
—¿Qué cosa? ¿Quedarte a dormir conmigo o una taza de café por la
mañana?
—El café.
—Vaya. —Soltó una risa—. Gracias.
—Quedarme a dormir solamente es un beneficio. —Alcé la cabeza y le
ofrecí una sonrisa.
—¿Ah, sí? Ahora que lo pienso, creo que me quedé sin café esta
mañana.
—Si ese es el caso, entonces no hace falta que me quede. —En broma,
amagué a ponerme de pie, pero él me sostuvo y volvió a acostarme en la
cama.
—No te vas a ninguna parte. Tendrás tu café por la mañana, junto
con algo más. —Me dirigió un guiñó sexy.
—Lo espero con ansias, señor Kind.
—Es un honor complacerla, doctora Gallo. 142
Al día siguiente, solté un quejido cuando la alarma de mi teléfono nos
despertó. Extendí una mano hasta la mesa de noche, la apagué y volví a
dejar mi teléfono allí.
—¿Cenamos esta noche? —preguntó Sebatian mientras me daba la
vuelta y apoyaba la cabeza sobre su pecho.
—Tengo planes.
—¿Otra vez?
—Voy a cenar con Jenni.
—Está bien. ¿Crees poder darme un turno algún día de esta semana?
Solté una risa mientras me incorporaba y tomaba mi ropa del suelo.
—Eres adorable. Podemos cenar mañana.
—¿Está segura, doctora Gallo? Quizá deberías revisar tu agenda, en
caso de que hayas olvidado algún otro plan que hayas hecho.
—Estoy segura. ¿Te molesta si me doy una ducha aquí?
—Para nada. Ve, yo prepararé el café.
Tomé una toalla y envolví mi cabello para que no se mojara. Mientras
el agua caliente golpeaba la parte frontal de mi cuerpo, eché un vistazo al
estante y todos los productos que había sobre él. Champú y acondicionador
de aceite marroquí, una afeitadora eléctrica, un gel de ducha y de manos
Malin+Goetz, un cepillo de limpieza en negro, una esponja de lufa negra y
un limpiador intenso para el rostro. Tomé la esponja, le puse un poco de gel
de ducha y me lo llevé a la nariz. Olía a especias, justo como él. Eché un
vistazo a mi alrededor y rogué que hubiera una barra de jabón en alguna
parte. No había. Así que no tenía otra opción que oler a hombre todo el día.
—Aquí está tu café —oí su voz cuando entró al baño y lo apoyó sobre
el lavabo.
—¿Tienes algo que no tenga olor a hombre?
—No. —Se rio—. ¿Por qué tendría algo así?
—Solo pregunto.
Apagué la ducha, abrí la puerta un poco, tomé la toalla que colgaba
del gancho y me rodeé el cuerpo con ella antes de salir, porque sabía que
estaba allí parado mirándome.
—¿Disfrutaste el espectáculo? —pregunté al salir. 143
—Sí. Gracias por hacerme el día. —Sonrió.
Se inclinó y presionó la nariz contra mi cuello.
—Hueles como yo.
—Tienes todo un suministro en la ducha. —Esbocé una sonrisita.
—Deberías ver la ducha de Sam. Pregúntale a Julia la próxima vez
que la veas.
Luego de ponerme la ropa de ayer, terminé el café y dejé la taza en el
fregadero.
—Tengo que ir a ponerme un poco de maquillaje y peinarme antes del
trabajo. Además, pronto vendrán los trabajadores. Gracias por el café.
—De nada. Gracias por lo de anoche. —Me tomó de las caderas
mientras una sonrisa brillante aparecía en su rostro.
—De nada.
—Diviértete hoy con Jenni, y no olvides de anotarme en tu muy
ocupada agenda.
—Muy gracioso. —Lo miré con la nariz arrugada.
Se inclinó y me rozó los labios con los suyos muy delicadamente.
—Ten un buen día.
—Tú también. —Apoyé una mano en su pecho antes de salir por la
puerta.

144
32
Emilia
—Hueles a hombre. ¿Acabas de estar con alguien? —Jenni sonrió
mientras me abrazaba.
—No —suspiré y las dos nos sentamos en nuestra mesa—. Me duché
en casa de Sebastian hoy por la mañana, y no tenía otra cosa que no fuera
un gel de ducha que olía a especias.
—Ah. —Alzó una ceja y una sonrisa traviesa se extendió por su
rostro—. ¿Cómo van las cosas con el Vecino Sexy?
—No lo sé. —Solté un suspiro.
—Hola, señoritas. Mi nombre es Mac y seré su camarero. —Nos sonrió
mientras apoyaba dos servilletas frente a nosotras.
—Bueno, hola, Mac. —El rostro de Jenni se iluminó. 145
Él le ofreció un guiño juguetón y nos preguntó qué íbamos a beber.
—Yo quiero un Moscow Mule —dije.
—Lo mismo para mí, Mac.
—Genial. Vuelvo en un momento con sus bebidas.
—Es un camarero muy atractivo —dijo Jenny mientras lo observaba
alejarse.
—Es guapo. —Sonreí.
—Hablando de gente guapa. Cuéntame qué está pasando con el sexy
hermano Kind.
—Tuvimos una pequeña pelea el otro día, y me negué a hablarle por
un día.
—¿Una pelea sobre qué? —Alzó una ceja.
—Hice un comentario sobre que parecía estar en su hábitat natural
con Henry, y le pregunté si quería tener hijos. Me dijo que no, que sobrinas
y sobrinos son lo único que necesita, y que ya tiene una familia.
—Suena a algo que diría uno de los Kind —asintió—. Sam y Stefan
decían lo mismo. En serio te enamoraste de él, ¿no?
—Sí. Creo que sí. Incluso aunque una parte de mí luchó para que no
pasara, aun así, me enamoré. El problema es que no creo que sienta lo
mismo por mí.
—¿Por qué lo dices?
Mac se acercó a nuestra mesa, dejó nuestros tragos frente a nosotras
y tomó el resto de nuestra orden.
—Gracias, señoritas. Vendrá en camino. —Nos guiñó un ojo.
—En serio tiene que dejar de guiñar los ojos, o voy a tener que
llevármelo a casa después de la cena —dijo Jenni, y yo me reí—. En fin, ibas
a decir que no crees que Sebastian sienta lo mismo.
—No le interesa estar en ningún tipo de relación, solamente quiere
sexo. Siempre tiene tiempo para eso.
—Típico de hombres. —Puso los ojos en blanco—. Escucha, estás
atrapada en una situationship.
—¿En una qué?
—Una situationship. ¿Nunca escuchaste el término? 146
—No. —Me reí.
Mac se acercó para preguntar si necesitábamos algo.
—¿Puedo traerles algo antes de que venga la comida? —preguntó.
—Mac —dijo Jenni—, ¿alguna vez escuchaste sobre las
situantionships?
—Sí, por supuesto.
—¿Podrías por favor explicarle a mi amiga qué significa?
—Es el término nuevo para “amigos con derechos”. Es una situación
romántica en la que no se define la relación. Así que, prácticamente, es una
relación basada en el sexo.
—Bien dicho, Mac. Gracias. —Jenni alzó las comisuras de los labios
coquetamente.
—No es nada. —Le guiñó el ojo una vez más y se alejó.
—Unos pocos guiños más y el señor Mac será mío esta noche. En fin,
es eso lo que tienes, una situationship. Puedes quedarte en ella, decirle al
chef sexy cómo te sientes, o salirte y dejar de tener sexo con él.
—Quiero parar, pero no puedo —dije con un quejido.
—Te entiendo, mujer —suspiró—. Cada vez que veo a Simon, ¡BAM!
Terminamos en las sábanas. Pero nuestra situación es diferente. Fuera de
nuestra amistad, no siento nada por él, y él no siente nada por mí. Es un
buen amigo…
Mac se acercó y, mientras nos entregaba nuestra comida, Jenni
terminó con lo que estaba diciendo.
—Pero esos hermanos Kind tienen unos paquetes y unos movimientos
que hacen que quieras volver por más. Sus pollas son como droga. ¿Me
equivoco?
Quise morir al ver la manera en que Mac la miraba.
—¿Qué? —Se encogió de hombros mientras los dos la observábamos—
. Es la verdad.
—Supongo que hablas de tu novio —dijo Mac.
—Ah, no, cariño. Estoy cien por ciento soltera. —Una enorme sonrisa
apareció en su rostro.
—Te veo un rostro familiar, pero no logro descifrar de dónde te
conozco. Siento que nos vimos alguna vez. Juro que no estoy intentando
coquetear. Lo juro. 147
—Nunca nos hemos visto, pero quizá me reconozcas por alguna
revista de moda.
—Ay, Dios, eres modelo. Mi novia solía hojear esas revistas de moda
todo el tiempo. Bueno, mi ex novia. Rompimos hace dos meses.
—Lo siento. —Jenni apoyó una mano sobre su brazo.
—No, no lo sientas. No era una muy buena persona.
—Yo soy una buena persona. —Sonrió Jenni.
—Se nota que lo eres. Tal vez puedas pasarme tu número y podamos
salir algún día. El sábado por la noche, por ejemplo.
—Permíteme preguntarte algo, Mac. ¿Tu sueño de vida es ser
camarero?
—No. —Soltó una risa—. Este trabajo solo es temporal hasta que me
gradúe de la academia de policía.
—Ah. —Alzó las cenas—. ¿Vas a ser policía?
—Sí, ese siempre ha sido mi sueño.
—Bueno, entonces, dame tu teléfono. —Sostuvo su mano en alto.
Jenni escribió su número y le regresó el teléfono a Mac.
—Esperaré tu mensaje con ansias.
—Y yo voy esperaré a salir contigo con ansias. —Guiñó un ojo antes
de alejarse.
—¿Tengo que asumir que los policías son tu tipo de hombre? —Me reí.
—Nah. En realidad, no. Me gustan más los hombres corporativos. Pero
me gusta estar con un policía sexy de vez en cuando. Les gusta fingir que
su polla es su arma. No le cuentes a Simon que dije eso. —Se rio.
Tomé mi vaso y lo alcé hacia ella.
—Por qué Mac sea todo lo que deseas.
—Y porque tu situationship con el chef resulte en algo mejor. —Dio
un golpecito a nuestros vasos.
Luego de comer, nos movimos hacia la barra y bebimos un par de
tragos más.
—No creo poder conducir hasta casa —dije.
—Diablos, yo tampoco. Llamaré a Julia. No, espera, solamente va a
gritarme. Llamaré a Simon. Vendrá a buscarnos sin hacer preguntas. 148
Sacó su teléfono y llamó a Simon.
—Hola, detective sexy. ¿Tendrías un momento para pasar a buscar a
dos mujeres que bebieron un poco de más? En The Water Grill. Nos vemos
pronto. Está en camino.
—¿Cómo bebimos tanto? —pregunté—. No me di cuenta de que
estábamos bebiendo tanto.
—Eso es porque nos estábamos divirtiendo demasiado. Y ya que
estamos esperando a que nos pasen a buscar, ¿por qué no beber otro? —
Sonrió.
—Yo no quiero más. Ya bebí demasiado, y no puedo tener resaca
mañana mientras reviso niños.
—Tienes razón. Con todos los gritos y esas cosas. Yo no tengo que ir
a ninguna parte mañana por la mañana. Bartender, otro Moscow Rule.
—Ay, Dios. ¿Cómo voy a ir mañana al trabajo?
—Pídele al chef sexy que te traiga a buscar tu auto antes del trabajo.
—Odio pedirle cosas. Ya ha hecho demasiado por mí.
—Em, ¿tú no satisfaces sus deseos cuando necesita que lo hagas? —
preguntó, con tono serio.
—Sí.
—Entonces puede llevarte hasta tu auto por la mañana.
—Hola, señoritas —oí la voz de Simon a mis espaldas.
Al girar ligeramente la cabeza, vi que Sebastian estaba de pie a su lado
con las manos en los bolsillos de los pantalones.
—Ah, viva. Trajo al chef sexy. Bartender, ¿me lo pondrías en un vaso
para llevar? —Jenni sostuvo su vaso en alto.
—No, Jenni. No es necesario que te lleves eso a casa. —Simon le quitó
el vaso de la mano.
—Eres un aguafiestas, Simon.
—Lo sé. —La rodeó con un brazo y la ayudó a bajar del taburete.
—¿Vienes? —Sebastian sonrió mientras extendía una mano hacia mí.
—Sí. —Apoyé una mano en la suya y me ayudó a levantarme.
Me sostuvo la mano en el camino hacia el auto. Jenni se sentó en el
asiento de adelante con Simon, y Sebastian en el de atrás conmigo. 149
—¿Crees que Mac me llame? —Jenni giró la cabeza para mirarme.
—Te llamará.
—¿Quién es Mac? —preguntó Sebastian.
—Nuestro camarero.
—Ah —asintió despacio.
—¿Estás eligiendo hombres al azar otra vez?
—No lo elegí al azar. Fue nuestro camarero y está en la academia de
policía.
—Por el amor de Dios, Jenni. ¿Averiguaste su apellido?
—No.
—Averígualo antes de salir con él así investigo sus antecedentes.
Simon se detuvo frente al apartamento de Jenni, estacionó el auto y
se bajó.
—Fue divertido, amiga mía. —Sonrió Jenni—. Volvamos a salir pronto.
—Sin duda lo haremos. Y la próxima vez, iremos en taxi.
—¡Buena idea!
—Vamos, Jenni. Vamos a tu apartamento. —Simon la ayudó.
—¿Quieres quedarte? ¿Puedes quedarte?
—Hoy no. —Cerró la puerta del auto y no pude evitar reírme.
—Parece que Jenni y tú tuvieron una noche entretenida —dijo
Sebastian.
—Sí. La amo.
Soltó una risa.
—Es una mujer interesante. Para ser la hermana gemela de Julia, son
totalmente opuestas.
—¿Puedes llevarme a buscar mi auto mañana antes del trabajo? —
pregunté mientras apoyaba la cabeza sobre su hombro.
—Claro, yo te llevo.
—Gracias.
Simon abrió la puerta y se subió al auto.
—¿Jenni está bien? —preguntó Sebastian.
150
—Sí, está bien. Nada que no pueda curar una muy necesitada noche
de sueño.
Simon se detuvo en la entrada de mi casa y Sebastian me ayudó a
bajar.
—Gracias, Simon.
—De nada, Emilia. —Sonrió—. Me alegro de que hayan llamado en vez
de intentar conducir de regreso.
Le entregué a Sebastian mis llaves para que abriera la puerta. Cuando
entramos, me sostuvo mientras subía las escaleras.
—Estoy bien —dije.
—Solamente estoy asegurándome de que no te tropieces y te caigas.
33
Sebastian
Cuando Simon se acercó a mi casa anoche y me dijo que teníamos
que ir a buscar a Jenni y a Emilia porque estaban demasiado ebrias para
conducir, me reí. Luego de llevarla a su casa y asegurarme de que estuviera
segura y metida en la cama, me dirigí a casa. Había pensado en quedarme
con ella, porque estaba tomándole el gusto a dormir a su lado, pero tenía
que pensar en algunas cosas sobre el nuevo restaurante. Había estado
trabajando en algo cuando Simon se había aparecido.
Me puse de pie, me di una ducha y preparé algo de café en una taza
normal, porque ya no me quedaban para llevar. Yendo hacia su casa, vi que
los camiones de la obra ya estaban estacionados en el bordillo.
—Hola —les dije a Sam y a Stefan al entrar—. ¿Qué hacen aquí?
—La pregunta es, ¿qué haces tú aquí? —preguntó Sam con una 151
sonrisa traviesa.
—No tenías por qué. —Stefan extendió una mano para tomar la taza
de café, pero la alejé.
—Hermano, es para Emilia.
—¿De qué hablas? —preguntó Sam—. Ya se fue a trabajar. ¿No viste
que su auto no está?
—Su auto no está porque Simon y yo tuvimos que ir a buscarla a ella
y a Jenni anoche porque habían bebido demasiado y no podían conducir.
¿Aún no bajó?
—No —dijo Stefan.
—Diablos.
Subí corriendo las escaleras hasta su dormitorio. Cuando abrí la
puerta, vi que estaba profundamente dormida.
—Emilia. —Me senté al borde de la cama y posé una mano sobre su
hombro—. Emilia, tienes que levantarte.
Soltó un ligero quejido mientras se removía en la cama y luego abrió
los ojos lentamente.
—¿Sebastian? ¿Qué haces?
—Son las ocho y cuarto. Te quedaste dormida.
—¿QUÉ? —Se incorporó de un salto—. ¡Demonios!
Lanzó las sábanas a un lado, entró corriendo al baño y encendió la
ducha.
—Por favor, por el amor de Dios, dime que trajiste café.
Tomé la taza del armario y se la entregué.
—Ay, Dios, te amo.
Por un momento, luego de que las palabras salieran de su boca, me
quedé helado, aguardando su reacción. Pero no tuvo ninguna, solamente
bebió un par de sorbos de café y entró a la ducha. Caminé hacia su cama,
la hice y regresé al piso de abajo.
—¿Seguía durmiendo? —preguntó Stefan.
—Sí. Ahora está en modo de pánico. Tengo que llevarla hasta su auto
para que pueda ir al trabajo.
—Buena suerte. —Sam me dio unas palmadas en el hombro—.
Nosotros vamos a regresar a la oficina. Solamente pasamos por aquí para
152
hablar con el equipo.
Luego de que mis hermanos se fueran, regresé al piso de arriba y me
la encontré en el baño, poniéndose algo de maquillaje.
—No puedo creer que me quedé dormida. Nunca me quedo dormida
en días laborales.
—Deben haber sido esos tragos de anoche. —Sonreí mientras me
apoyaba contra el mueble del baño.
—Uf, no me lo recuerdes. Voy a llegar tardísimo, lo cual me va a
atrasar con todos mis pacientes del día.
—Sí. Yo también tengo mucho que hacer.
—¿Y? —Me dirigió una mirada.
—Nada. Solamente digo que tenemos que irnos. Tengo trabajo que
hacer.
—Vaya. Está bien. Entonces vete. Pediré un Uber.
—No seas ridícula, Emilia.
Se pasó un cepillo por el cabello y fue hacia su armario para buscar
algo de ropa.
—¿Te molestaría? —preguntó arrogantemente antes de quitarse la
bata de baño.
Solté un suspiro mientras salía del dormitorio. No estaba seguro de
dónde había salido el comentario que había hecho. Quizá fuera el hecho de
que había soltado que me amaba y me había dejado con una sensación
incómoda en el estómago.
—Ya estoy lista. —Bajó apresuradamente las escaleras.
Caminamos hacia mi auto y nos subimos, y noté que estaba molesta
por su expresión.
—Llévame directo a la oficina.
—¿Y qué hay de tu auto? —pregunté.
—Le diré a Renata que me lleve después del trabajo.
—¿Estás segura?
—Sí. No quiero llegar tarde, y no quiero seguir interrumpiendo tus
planes de hoy.
—Emilia.
153
—Solo llévame al consultorio, Sebastian. Y, para que conste, no te
pedí que hicieras esto por mí.
—Eh, en realidad, sí me lo pediste. Me lo preguntaste anoche en el
auto de Simon.
—Ah. Tienes razón. Creo que lo recuerdo.
El resto del camino hasta su consultorio transcurrió en silencio.
Llegamos al estacionamiento frente a su edificio a tiempo, con unos cinco
minutos de sobra.
—Gracias por traerme. —Se bajó del auto y cerró la puerta.
Sacudí la cabeza mientras me alejaba. Tomé mi teléfono y envié un
mensaje al grupo que teníamos con mis hermanos.

Yo: Esta noche en mi casa. Vengan cuando puedan.


Sam: Stefan y yo estaremos allí.
Simon: Cuenta conmigo.

Esa misma tarde, tuve entrevistas con algunos diseñadores de


interiores muy recomendados. La última persona que había contratado
trabajaba con Sam y Stefan. Era atractiva, habíamos trabajado mucho
juntos, y me había acostado con ella. Luego de esa noche, creyó que
estábamos destinados a estar juntos, y cuando le dije que no era así, me
dijo que me fuera al diablo, culpó a Sam y a Stefan de todo y renunció.
Cuando mi padre se enteró, me sermoneó como jamás en la vida.
Luego de terminar con las entrevistas, una mujer en particular
resaltaba. Se llamaba Delilah Gray, y su portafolio era impresionante. Era
una mujer de cincuenta y cinco años cuyo esposo había fallecido hacía poco,
y era su primera entrevista de trabajo desde entonces. Me había dicho que
estaba lista para volver a trabajar, porque necesitaba mantenerse ocupada.
Luego de hablar con ella durante una hora, sentí una conexión laboral real,
así que la contraté de inmediato.
No dejé de pensar en Emilia en todo el día. Tomé mi teléfono y le envié
un mensaje.
154
Yo: ¿Necesitas que te lleve hasta tu auto después del trabajo? Puedo
pasarte a buscar.

Media hora después, mi teléfono sonó al recibir un mensaje suyo.

Emilia: No.

Una sola palabra. Eso fue todo lo que recibí; ni una explicación de
quién la llevaría, nada.
Al llegar a casa aproximadamente a las seis y media, vi su auto en la
entrada. Pensé en acercarme a su casa a hablar con ella, pero decidí que
sería mejor dejarla en paz. Tomé la botella de whiskey y cuatro vasos, llevé
todo al patio y luego regresé para buscar mi guitarra. Me senté y comencé a
rasgar las cuerdas mientras esperaba a mis hermanos.
—¿Qué tal, hermano? —Se acercó Sam.
Poco después, aparecieron Stefan y Simon.
—¿Pudiste llevar a Emilia a buscar su auto a tiempo? —Simon sonrió
mientras tomaba su vaso de whiskey de la mesa.
—¿Nos oíste?
—Por supuesto que los oí.
—La llevé directo a la oficina. Ella quería eso, y luego me habló mal.
—Me llevé el vaso a los labios.
—Vi su auto en la entrada —dijo Sam.
—Iba a pedirle a otra persona que la llevara a buscarlo luego del
trabajo.
—¿Por qué? ¿Qué pasó por la mañana? —preguntó Stefan.
—Estaba llegando tarde, y le dije que se apurara porque yo también
tenía cosas que hacer. Aparentemente, eso la hizo enojar. Me dijo que me
amaba hoy.
—Ah, mierda. —Simon soltó un suspiro.
—¿Cuándo te dijo eso? —preguntó Sam.
—Hoy por la mañana, mientras se preparaba. 155
—¿Soltó que te amaba mientras se arreglaba a las apuradas en modo
de pánico? —Stefan frunció el ceño.
—Lo dijo después de que le diera el café que le había llevado.
—Hermano, ¿cómo te lo dijo exactamente? —preguntó Sam, y Simon
soltó una risa.
—Le di el café y me dijo “Ay, Dios, te amo”.
—Alex te dice eso cada vez que le preparas su plato favorito y se lo
llevas a casa.
—Julia también —dijo Sam.
—Con ellas es diferente. Son familia.
—Escucha, hermano. —Simon me dio una palmada en la pierna—. Lo
decía como amigos. Vamos, lo sabes. ¿Qué es lo que está pasando
realmente?
Terminé mi trago, tomé la botella y me serví otro vaso.
—No pasa nada. Solamente me parece que las cosas están
progresando en la dirección equivocada y es hora de alejarme.
—Aquí vamos —dijo Simon.
—¿Por qué? ¿Porque sientes cosas por ella y no puedes lidiar con eso?
—preguntó Stefan.
—No. Me agrada como una amiga. Nos lo pasamos bien juntos, y creo
que está confundiendo eso con otra cosa.
—Crees. Crees. Crees —dijo Simon—. ¿Es un hecho? ¿Tienes
pruebas? Puedes creer todo lo que quieras, pero hasta que no tengas
pruebas, no significa nada. Ya sabes lo que dicen sobre la gente que asume
cosas.
—Basta de jugar al detective, Simon. No necesito pruebas. Lo noto por
cómo actúa. Está tomando las cosas de una forma que no son, y no necesito
ese tipo de drama en mi vida. Estoy ocupado con el restaurante e intentando
construir el nuevo. Lo último que necesito es una chica que cause caos en
mi vida.
—¿Eh, hermano? —dijo Sam, con la vista clavada en un punto sobre
mi hombro.
Me di la vuelta y vi a Emilia allí parada con lágrimas en los ojos.
—Emilia, no…
—So… solamente quería devolverte tu taza.
156
La apoyó sobre la mesa, se dio la vuelta y se alejó tan rápido como
podía.
—¡Demonios! ¡Emilia, espera! —grité en cuanto pude ponerme de pie,
y la seguí.
La alcancé antes de que llegara al patio de su casa y la tomé
suavemente del brazo.
—Emilia, lo…
—¿Qué? ¿Lo sientes por decir la verdad? —gritó, se soltó de mi agarre
de un tirón, entró a su casa y cerró de un portazo.
Me quedé allí parado, en medio del patio, y me pasé una mano por el
cabello. Regresé a mi patio y observé a mis hermanos, que estaban sentados
y mirándome con desaprobación.
—Vaya. En serio la cagaste —dijo Simon.
—¿Qué sucede? —Julia se apresuró a acercarse—. Escuché gritos.
—Yo también. —Alex se acercó con Henry en brazos.
—Sebastian dijo algo que no debería haber dicho y Emilia lo escuchó.
—¿Qué dijiste? —exigió saber Julia mientras se llevaba las manos a
las caderas.
Me quedé allí parado, sacudiendo la cabeza.
—¿Qué dijo, Sam?
—¿Stefan? —Alex ladeó la cabeza.
—Julia, creo que sería mejor que…
—Termina esa oración, Samuel, y espera a ver qué pasa. —Julia lo
señaló.
—Por última vez, ¿Stefan? —Alex lo miró con los ojos entrecerrados.
—Dijo que no necesita a una chica que cause caos en su vida. Lo
siento, hermano, no tenía opción.
—¡Qué diablos, Sebastian! —gritó Julia antes de acercarse a mí y
darme un puñetazo en el brazo.
—¡Auch, Julia!
—Los hombres y sus bocas —dijo Alex mientras dejaba a Henry en
brazos de Stefan—. Puedes regresar a casa y cuidar a tus hijos mientras
nosotras hacemos control de daños. 157
—Sí, cariño. —Stefan se paró de la silla.
Al pasarme por al lado, Alex me dio un golpe en el brazo.
—¡Auch! Vamos, por el amor de Dios —suspiré y me senté—. ¿Van a
dejar que me golpeen así?
—Mejor que te golpeen ellas a que te golpeemos nosotros —dijo Sam—
. Porque en este momento, tengo ganas de tirarte al suelo y patearte con
fuerza.
—¡No sabía que estaba allí! —Me froté el rostro con ambas manos.
—Bueno, estás jodido. Te advertí una y otra vez que no era una buena
idea involucrarte con la vecina. Ahora tienes que vivir con las consecuencias.
Miré a Simon y sacudí lentamente la cabeza.
—Cierra la maldita boca, hermano.
158
34
Emilia
Cerré la puerta de un portazo, la cerré con llave y me paré contra ella
mientras las lágrimas en mis ojos caían por mi rostro. Escuché todo lo que
dijo, y me dejó entumecida. Me culpó por malinterpretar las cosas, pero la
realidad era que no sabía cómo se escuchó cuando lo dijo. No necesitaba a
una chica, también conocida como yo, causando caos en su vida. ¿Cómo
diablos estaba causando el caos? ¿Preguntándole si podía llevarme a mi
auto? No le había pedido ayuda desde que me mudé aquí. Él la ofreció, y
cuando traté de rechazarlo, insistió y no aceptó un no por respuesta. Y que
él me llamara “una chica” realmente me molestó. ¿Eso es todo lo que era
para él? Era su vecina, y pensé que era su amiga, pero no era más que una
chica a la que follaba cuando le daba la gana. Cuanto más pensaba en ello,
más me enfadaba.
El golpe en la puerta me sobresaltó y me congelé.
159
—Emilia, somos Julia y Alex.
Dejando escapar un suspiro de alivio, desbloqueé y abrí la puerta.
—Ven aquí. —Julia envolvió sus brazos a mí alrededor mientras
entraba.
—Ni siquiera voy a preguntarte si estás bien porque sé que no lo estás.
—Alex me abrazó.
—Estoy bien. —Empecé a llorar.
—Vamos a sentarnos en el sofá. —Julia me rodeó con el brazo.
—Necesitamos un poco de vino. ¿Tienes un poco? —preguntó Alex.
—En el lavadero. Los vasos están en el armario frente a la lavadora y
la secadora.
—Esos hermanos. —Negó Julia.
—Sebastian se refirió a mí como “una chica”. ¿Puedes creerlo? —Me
sequé la lágrima que caía por mi mejilla.
—Desafortunadamente, sí. Cuando Sam y yo nos peleamos
fuertemente antes de que estar juntos oficialmente, me dijo que no era más
que su asistente personal y una chica a la que se follaba. Entonces, que te
llamen “una chica” es leve.
—Estoy de acuerdo. —Alex se acercó con la botella de vino y tres
copas—. Cuando Stefan y yo discutimos acaloradamente cuando trabajaba
para él, me dijo que era una mujer increíble, una buena amiga y nada más
que una pareja sexual.
—Vaya, ¿y los perdonaron?
—Terminaron redimiéndose. Al igual que sé que lo hará Sebastian. —
Julia me dedicó una sonrisa comprensiva—. Le gustas, y eso lo asusta.
—Ya no me importa. En verdad no.
Julia se acercó y me entregó un pañuelo.
—Si no te importara, no estarías sufriendo tanto —comentó Alex.
—Me permití involucrarme y sentir cosas que no debería haberme
permitido sentir.
—No eres un robot, Emilia. Eres humana. —Julia me dio un suave
apretón en la mano—. Ustedes pasan mucho tiempo juntos y han estado
durmiendo juntos. ¿Cómo podrías no desarrollar sentimientos por él?
Especialmente después de las cosas que ha hecho por ti. 160
—Sebastian está asustado en este momento —agregó Alex.
—Eso es lo que le dije —insistió Julia.
—No me importa. Esta es la última vez que dejaré que un hombre me
afecte de esta manera. Todavía estoy destrozada por mi ex, y no importa
cuánto intente olvidar lo que pasó, no puedo. Tengo tantos problemas de
confianza, pero de alguna manera, mi corazón decidió confiar en Sebastian.
¡Soy tan jodidamente estúpida!
—No, no lo eres. —Alex me rodeó con el brazo—. Fuiste arrastrada por
un hermano Kind. Confía en nosotras, lo sabemos.
—Llama a la doctora Strong mañana y ve si puede darte una cita. Ella
es muy buena en eso. Solía hacerlo por mí todo el tiempo.
—Lo haré.
—En otra nota —cambió de tema Alex mientras se levantaba del sofá—
. Tu cocina se ve increíble.
—Sí. Lo es. —Logré esbozar una pequeña sonrisa—. Es exactamente
lo que quería. Stefan dijo que deberían terminar en unos días más. Van a
instalar las encimeras y el protector contra salpicaduras mañana. Y si el
tiempo lo permite, instalarán los electrodomésticos.
—Tan pronto como esté terminada, deberías invitarnos a una fiesta
de inauguración —sugirió Julia.
—Solo nosotras las chicas, incluida Jenni —agregó Alex con una
sonrisa.
—Buena idea. Creo que lo haré.
Hablamos un rato más y luego se fueron. Tomando mi copa de vino,
la llevé al piano y comencé a tocar para escapar del dolor que me atravesaba.

Sebastian
Mientras Sam, Simon y yo estábamos sentados allí, Julia se acercó y
161
me golpeó en la nuca antes de sentarse junto a Sam.
—¡Ay! Por el amor de Dios, Julia. —Froté mi nuca—. ¿Cómo está?
—¿Cómo crees que está?
—Tengo que ir a hablar con ella.
—No, no es cierto. Déjala en paz, Sebastian, y dale el espacio que
necesita.
—No puedo hacer eso, Julia.
—No tienes elección. Tal vez puedas intentarlo en un par de días,
cuando las cosas se calmen. Necesito que confíes en mí en esto.
—Será mejor que la escuches, hermano —comentó Simon—. Julia lo
sabe. Ha pasado por eso.
—Cierra la boca. —Sam le lanzó una mirada.
Simon se rio entre dientes mientras se levantaba de su silla.
—Te amo hermano. Si me necesitas, ya sabes dónde encontrarme. —
Puso su mano en mi hombro.
—Gracias, Simon. —Dejé escapar un suspiro.
Julia se fue y Sam se quedó un rato más. Sosteniendo el vaso de
escocés en mi mano, miré hacia el cielo nocturno.
—La necesitas en tu vida, hermano. Puedes sentarte aquí y negarlo
todo lo que quieras, y puedes encontrar las cosas más pequeñas sobre ella
para convencerte de que está causando el caos. Pero en realidad, ella no
está haciendo nada más que hacerte feliz. Tú lo sabes, yo lo sé, todos lo
sabemos. Te escondes detrás de los restaurantes y los usas como excusa
para huir de lo mejor que te ha pasado. No la estabas buscando, y ella
ciertamente no te estaba buscando a ti. Pero aquí están. Piénsalo.
Ambos nos levantamos de nuestros asientos, él se acercó y me abrazó.
—Te llamaré mañana.

162
35
Una semana después

Emilia
Había evitado a Sebastian como la peste la semana pasada. No fue
tan difícil ya que salía de mi casa más temprano de lo habitual en las
mañanas y no regresaba hasta más tarde en la noche. Pero hoy tuve que
irme a casa directamente del trabajo porque Stefan llamó y dijo que
finalmente habían terminado mi cocina.
Cuando llegué al camino de entrada, el equipo se dirigía a la salida.
Entrando a la casa, dejé mi bolso y fui directamente a la cocina, donde Sam
y Stefan me estaban esperando. Esta era la primera vez que los veía desde
esa noche.
—¿Bien, qué piensas? —Sonrió Stefan. 163
—¡Es hermoso! —exclamé con entusiasmo mientras miraba a mi
alrededor—. Es tan bueno tener una cocina otra vez. No puedo esperar para
guardar todo.
—Será la mejor sensación del mundo una vez que lo tengas todo
organizado —comentó Sam.
Miré a Stefan y me reí cuando puso los ojos en blanco.
—Gracias por todo. Chicos, ustedes son estupendos.
—Nuestro objetivo es complacer a nuestros clientes más importantes.
—Sam me dio un guiño y una sonrisa.
—¿Cómo estás, Emilia? —preguntó Stefan en un tono serio—.
Lamento lo de la otra noche.
—No lo sientas. No tienes nada de qué arrepentirte. Estoy bien.
—Sabemos que estás enojada con nuestro hermano, pero también
estamos aquí para ti. Eres nuestra amiga, y lo que pasó no cambiará eso —
explicó Sam.
—Me siento igual. —Mis labios formaron una débil sonrisa.
Después de que Sam y Stefan se fueron, corrí escaleras arriba para
cambiarme de ropa antes de comenzar a poner todo en la cocina. Cuando
sonó mi teléfono, vi que Jenni estaba llamando.
—Hola.
—Me dirijo a casa de Julia para devolver algo que tomé prestado antes
de que ella y Sam salgan por la noche. ¿Quieres cenar algo después?
—Me encantaría, pero mi cocina finalmente está terminada, e iba a
pasar el resto de la noche volviendo a colocar todo y organizándolo.
—Suena divertido. Iré y te ayudaré.
—No tienes que hacerlo.
—Sé que no. Quiero hacerlo. Llevaré una botella de vino y podemos
pedir una pizza, poner música y bailar mientras organizamos.
—Suena divertido. Gracias, Jenni.
—Ni lo menciones, amiga mía. Te veré pronto.
Cuando estaba llevando las cajas a la cocina, llamaron a la puerta.
—Vaya, eso fue… —Me congelé cuando vi a Sebastian parado ahí con
sus manos metidas en los bolsillos de sus pantalones.
164
—Hola, Emilia. Supongo que esperabas a alguien más.
—Sí. Jenni está en camino. ¿Qué quieres, Sebastian?
—Hablar.
—Bien por ti porque yo no.
Fui a cerrar la puerta y él la detuvo con la mano.
—Emilia, por favor. Solo dame cinco minutos.
—Bien. —Me alejé y él entró—. Tienes cinco minutos.
—Vaya. La cocina se ve increíble.
—Tu tiempo corre.
—Quiero disculparme por lo de la otra noche. Sinceramente, no quise
decir…
—¿No quisiste decir qué? —Lo interrumpí—. ¿Qué escuchara lo que
dijiste? Bueno, lo hice, y estaba destinada a escucharlo para saber cómo me
estabas usando todo este tiempo.
—Nunca te usé, Emilia. Ni una sola vez. Y no eres solo una chica.
Estaba de mal humor ese día, y no debería haber dicho eso. Simplemente
tengo muchas cosas que hacer en este momento.
—Y que tengas muchas cosas que hacer no tiene nada que ver
conmigo. Tú eres el que siguió ofreciéndose a ayudarme. El que insistió
después de que te dijera que no. Y de repente, ¿soy yo la que causa el caos
y el drama en tu vida? No te pedí que nos recogieras del restaurante. Jenni
se lo pidió a Simon.
De repente, la puerta principal se abrió y Jenni entró.
—Vaya. Hola —saludó—. Voy a visitar a Alex y a los niños. Solo
avísame cuando hayas terminado aquí.
Asentí y salió por la puerta.
—Sé que no lo pediste. Fui de todos modos.
—¡Eso depende de ti! —grité mientras metía mi dedo en su pecho—.
Soy la estúpida que alguna vez pensó que podría ser importante para
alguien. —Me crucé de brazos y me di la vuelta.
—Emilia, eso no es cierto.
—Desperdicié cinco años de mi vida en un hombre que pensé que me
amaba. Solo para descubrir que no me amaba lo suficiente y me dejó parada 165
en la iglesia como una idiota.
—Sé cuánto te lastimó, pero estoy feliz de que te haya dejado en esa
iglesia.
—¿Qué? —Me di la vuelta y entrecerré los ojos hacia él.
—Si no lo hubiera hecho, nunca te habrías mudado a la casa de al
lado, y yo nunca habría tenido el placer de conocerte. Y créeme, conocerte
ha sido lo mejor que me ha pasado. Quiero olvidar todo esto y seguir
adelante. Y quiero hacerlo contigo. Lo siento, Emilia, por todo.
—Entonces, ¿acabas de decidir qué quieres salir conmigo?
Tomó una respiración profunda.
—Sí. Quiero verte todos los días, salir contigo y pasar tiempo contigo.
—Pero me dijiste que te gusta mantener las cosas casuales y que no
quieres ningún tipo de relación.
—Sé lo que dije, pero contigo, lo quiero. Quiero dormir contigo en mis
brazos por las noches y despertar contigo acurrucada contra mí por las
mañanas. Quiero que lo primero que vea en la mañana cuando abra los ojos
sea tu hermosa sonrisa.
—Tan bonito como suena, me temo que voy a tener que decir que no.
—¿Qué? ¿Por qué? —Sus cejas se fruncieron.
—Porque ya no confío en ti para ese tipo de relación. Siempre te
consideraré mi amigo, Sebastian, pero eso es todo. No puedo caminar por el
mismo camino en el que he estado durante más de un año. Me mudé aquí
para finalmente poder comenzar a sanar. Y mientras sigamos viéndonos, no
puedo hacer eso. Necesito encontrar la mejor versión de mí nuevamente
porque ella ha estado perdida por mucho tiempo. Espero que puedas
entender eso.
Llevó el dorso de su mano a mi mejilla y la acarició suavemente.
—Entiendo, Emilia, pero…
—Sin peros, Sebastian. Acepto tus disculpas, pero nuestra relación es
estrictamente de amistad, nada más. Y no puede haber ninguna
incomodidad entre nosotros. Porque si hay...
—No la habrá. Te lo prometo. Si solo puedo tenerte en mi vida como
amiga, lo tomaré. Porque eso es mejor a que no estés en mi vida en absoluto.
Una lágrima cayó por mi mejilla y él la limpió suavemente con su
pulgar. 166
—Será mejor que me vaya para que Jenni pueda venir. Si necesitas
cualquier cosa, puedes llamarme.
—Lo sé. —Miré hacia otro lado.
36
Sebastian
Salí de su casa sintiéndome derrotado mientras las lágrimas llenaban
mis ojos. La amaba y quería decírselo, pero no podía. Le di tiempo, como
dijo Julia. Una semana. Una maldita semana y la extrañé muchísimo. No
verla, hablarle o estar con ella me abrió los ojos a lo mucho que estaba
enamorado de ella. Lo supe desde la primera vez que tuvimos sexo. Nunca
había sentido una conexión con alguien como la sentí con ella.
Abrí la puerta corrediza de la casa de Stefan, y cuando entré, Stefan,
Alex y Jenni me miraron.
—Puedes ir a la casa de Emilia ahora. —Le informé a Jenni.
—¿Está todo bien? —preguntó Jenni mientras caminaba hacia mí.
—Estoy seguro de que te lo contará todo. 167
Puso su mano en mi brazo y me dio un apretón comprensivo antes de
irse.
—¿Qué sucedió? —interrogó Stefan.
Alex abrió el refrigerador, sacó una botella de cerveza y me la entregó.
—Gracias, Alex. Me disculpé y le dije que quería estar con ella, y me
dijo que no.
—¿Qué? —preguntó Alex—. ¿Realmente dijo que no? Lo siento,
Sebastian. Será mejor que vaya a darle de comer a Henry —dijo mientras
sus gritos aparecían en el monitor.
—Vamos a sentarnos afuera, hermano.
Abrí la puerta corrediza y salí. Stefan encendió una fogata mientras
tomaba asiento.
—Voy a enviarles un mensaje a Sam y Simon para que vengan cuando
lleguen a casa. No puedo creer que te dijera que no. ¿Tenía alguna razón?
—Dijo que ya no confiaba en mí para tener ningún tipo de relación
conmigo excepto una amistad. Me contó que se mudó aquí para poder
empezar a recuperarse de lo que pasó hace un año, y mientras siguiéramos
viéndonos, no podría hacer eso. También está tratando de encontrar la
mejor versión de sí misma otra vez y espera que lo entienda.
—Vaya. —Dejó escapar un pesado suspiro—. Lo siento.
—No lo lamentes. Es mi culpa.
Simon se acercó y se sentó a mi lado.
—¿Qué sucedió?
Le conté exactamente lo que le había dicho a Stefan, y se estiró y
agarró mi hombro con su mano.
—Escucha, si vas a decirme una mierda sobre cómo no debería
haberme involucrado con ella...
—Relájate, hermano. —Me interrumpió—. No voy a decir eso. No eres
un hombre que se rinde. Ninguno de nosotros lo es. Es por eso que estamos
donde estamos en la vida. No te rindas con ella.
—No lo soy, y no lo haré. Seré su amigo mientras ella necesite que lo
sea, y recuperaré su confianza, sin importar lo que tenga que hacer. —Llevé
la botella a mis labios.
168

Emilia
Tan pronto como salió por la puerta, me agarré al borde de la encimera
de granito, me empujé hacia atrás y bajé la cabeza mientras las lágrimas
brotaban de mis ojos. Oí que se abría la puerta corrediza y, en cuestión de
segundos, Jenni estaba a mi lado.
—¿Qué sucedió? —preguntó mientras pasaba su brazo a mi
alrededor—. ¿Otra vez dijo algo para lastimarte?
—No. Se disculpó y dijo que quería estar conmigo.
—Em, eso es genial. Lo sabía. ¿Por qué estás llorando? Estas son
buenas noticias. El hombre finalmente recuperó el sentido.
—Le dije que no.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Porque no puedo estar con él. No ahora. Tengo que trabajar en mí
misma porque si no lo hago, nunca podré tener una relación sana con un
hombre.
—De acuerdo. —Me frotó la espalda lentamente—. Lo entiendo, y
debes hacer lo que sea mejor para ti.
Oí que la puerta de entrada se abría ligeramente y la voz de Julia
resonaba por la casa.
—¿Podemos entrar?
—¡Entra, hermana! Estamos en la cocina —gritó Jenni.
Julia y Alex se acercaron y me abrazaron.
—Decidimos que queríamos tener una fiesta de baile. —Sonrió Julia
—. Entonces, vamos a poner algo de música, servir un poco de vino, bailar
y ayudarlas a organizar esta cocina.
—Te vas a sentir mucho mejor una vez que terminemos aquí. —Alex
me sonrió.
—Ustedes tres son las mejores amigas que alguien podría pedir.
169
Gracias.
—Las mujeres nos mantenemos unidas. —Jenni me rodeó con el brazo
y me atrajo hacia ella.
—¡Jenni, música! —Julia le ordeno señalándola.
37
Dos semanas después

Emilia
Estaba en un aprieto. Un aprieto del que no sabía cómo salir. Era muy
tarde. El daño ya estaba hecho y no tenía elección. Mientras caminaba de
regreso a mi oficina, saqué mi teléfono de mi bolsillo y le envié un mensaje
a Sebastian.

Yo: Hola. ¿Puedes venir esta noche? Hay algo de lo que necesito hablar
contigo.
Sebastian: Por supuesto. Estaré en casa alrededor de las siete.
Yo: Gracias. Te veré más tarde. 170
Exhalé un suspiro y puse mis manos sobre mi rostro mientras me
sentaba en mi escritorio. Habíamos tenido pequeñas conversaciones desde
nuestra charla esa noche. Ya sea desde el otro lado de nuestros patios, a
través de nuestros caminos de entrada y en Mojo Madness cuando me
detuve un día, y él también estaba allí. No mentiría y diría que no lo
extrañaba porque lo hacía.
Eran las siete y diez cuando me serví una copa de vino y me la llevé a
la playa. Sebastian se acercó con una bebida en la mano unos momentos
después y se sentó en la arena a mi lado.
—Hola. —Una sonrisa cruzó sus labios.
—Hola. —Las comisuras de mi boca se elevaron.
—¿De qué querías hablar?
—Necesito pedirte un favor —comencé mientras mi corazón latía fuera
de mi pecho.
—Haría cualquier cosa por ti. Lo sabes.
—Mis padres volarán este fin de semana.
—Eso es genial. Debes estar emocionada de verlos.
—Será agradable, supongo. Pero les conté algo hace unas semanas y,
oh Dios. —Tomé mi vino y terminé toda la copa de un trago.
—¿Qué les contaste?
—Lo siento, pero necesito eso. —Señalé su bebida.
—De acuerdo. —Se rio entre dientes mientras me entregaba su vaso.
Lo bebí de un trago y le devolví el vaso vacío.
—Puedo ir a rellenar si necesitas más.
—No. Estoy bien. —Tomé una respiración larga y profunda—. Puede
que les haya contado que estábamos saliendo. Y solo les dije eso para
quitarme a mi madre de encima. Ella no se detendría. Siguió hablando y
hablando sobre cómo necesito esto, y necesito aquello, y necesito crecer y
superar el pasado, y simplemente salió de mi boca —hablé lo más rápido
que pude porque estaba nerviosa como el infierno.
—Detente. —Sebastian se acercó y agarró mi mano—. Respira, Emilia.
Entonces, ¿lo que me estás pidiendo es que sea tu novio falso mientras tus
padres están aquí? 171
—Solo por una noche. Voy a hacer una buena cena, es solo por una
noche.
—Considérelo hecho.
—Gracias.
—Pero tengo una petición.
—¿Cuál?
—Déjame cocinar. —Las comisuras de su boca se curvaron hacia
arriba.
—¿Por qué? —Mis cejas se fruncieron—. Todavía crees que no puedo
cocinar, ¿verdad?
—No dije eso. Pero me gustaría dar una buena primera impresión.
Después de todo, si tu supuesto novio es un chef que tiene su propio
restaurante, ¿no crees que sea una buena idea que yo cocine?
—Bien. Puedes cocinar. Mi madre probablemente criticaría mi forma
de cocinar de todos modos.
—¿Qué sucedió? —preguntó mientras señalaba el moretón en mi
muñeca.
—¿Oh esto? Un niño me mordió hoy.
—Vaya. —Dejó escapar una risita—. ¿Duele? Parece que sí.
—No tanto como al principio. Odia a los médicos y tiene algunos
problemas de conducta.
—¿Qué edad tiene este niño?
—Cuatro. Solo otra ventaja del trabajo. —Reí.
—Supongo que sí. ¿Qué día quieres cenar?
—Viernes por noche. Su avión llega a las cuatro y cuarto. Entonces,
para cuando recojan su equipaje y lleguen aquí en la hora pico,
probablemente serán alrededor de las seis. Les dije que tendría una buena
cena esperándolos cuando llegaran. Pero si el viernes no te funciona debido
a tu horario, podemos hacerlo el sábado por la noche.
—El viernes está bien. Planificaré un menú e iré al supermercado por
la mañana o temprano en la tarde.
—Me tomé el día libre el viernes e iba a ir de compras. ¿Quizás
podríamos ir juntos?
—¿Puedes simplemente tomarte el día libre? ¿No eres el único médico 172
allí ahora que el doctor Reynolds se ha ido?
—Mi asistente estará allí para tomar citas.
—Ah, bien. Entonces, sí, podemos comprar juntos —comentó con una
sonrisa—. Solo dime a qué hora quieres ir.
—Lo haré. Gracias nuevamente por hacer esto. Yo y mi bocota.
—De nada. Sé cómo pueden ser los padres. Confía en mí.
—Será mejor que vuelva a entrar. Tengo algunas cosas que hacer.
—Sí. Yo también.
Agarré mi copa de vino que estaba en la arena y ambos nos pusimos
de pie.
—Disfruta el resto de tu noche, Emilia.
—Tú también, Sebastian. —Mis labios formaron una pequeña sonrisa.
173
38
Sebastian
Entré a la casa y dejé mi vaso en el fregadero. Podía sentir mi teléfono
vibrar en el bolsillo de mi pantalón, y cuando lo saqué, había un mensaje.

Simon: Los vimos a Emilia y a ti en la playa. Mueve tu culo aquí y habla


con nosotros, hermano. Estamos en el patio.

Cuando abrí el refrigerador, agarré una botella de cerveza y me


acerqué a la casa de Simon.
—Estuvimos observándolos todo el tiempo —confesó Stefan.
—Se veían muy cómodos —agregó Sam sonriendo. 174
—Ella me envió un mensaje más temprano y me dijo que necesitaba
hablar conmigo —conté mientras me sentaba.
—¿Sobre? —La ceja de Simon se arqueó.
—Sus padres volarán el viernes y, hace unas semanas, le dijo a su
madre que estábamos saliendo.
—¿Qué? —Se rio Sam.
—Supongo que su madre le está dando toda clase de mierda sobre las
citas, así que soltó que estaba saliendo conmigo.
—Hermano, estoy confundido. —Stefan frunció el ceño.
—Me preguntó si sería su novio falso por una noche.
—Oh dios mío. —Simon echó la cabeza hacia atrás y se rio—.
Aceptaste, ¿no?
—Joder, sí, acepté. —Tomé un sorbo de mi cerveza—. No podría haber
planeado esto mejor. Habla acerca de una oportunidad que cae en tu regazo.
—No te emociones demasiado, hermano —pidió Sam—. Ella dijo que
es solo por una noche.
—Lo sé, pero después del viernes, se dará cuenta de que estaba
destinada a ser mía. Se tomó ese día libre y vamos juntos al supermercado.
—Suena emocionante. —El tono de Simon era sarcástico.
—Cierra la boca. —Le tiré una tapa de botella—. Vamos a pasar el día
juntos porque voy a cocinar en su casa.
—Todo lo que puedo decir es que es mejor que hagas lo que sea
necesario para recuperarla porque has sido un completo idiota durante las
últimas dos semanas —dijo Sam.
—Un completo idiota. —Negó Stefan.

Emilia
175
—Doctora Gallo —Margaret, una de mis enfermeras, entró en mi
oficina.
—¿Sí, Margaret?
—La señora Lawrence dejó su cartera en la recepción. Antes de que
nos diéramos cuenta, se había ido.
—¿La llamaste?
—Lo intenté, pero no respondió.
—Sigue intentándolo. La mantendré bajo llave en mi escritorio hasta
que ella pueda venir a buscarla.
Fue un día ajetreado y después de ver a mi último paciente, estaba
más que lista para irme a casa.
—¿Pudiste contactarte con la señora Lawrence? —le pregunté a
Margaret.
—Sí. Está angustiada porque la dejó, pero no puede salir del trabajo
antes de que cerremos, especialmente porque llegó tarde después de traer a
Jeremy esta mañana. Estaba pensando en llevársela al trabajo y
entregársela de camino a casa, pero olvidé que tengo planes para la cena, y
es en la dirección opuesta.
—¿Dónde trabaja ella?
—En el refugio de animales. Creo que está de camino a su casa.
—Dame la dirección y se la llevaré.
—Gracias, doctora Gallo. La llamaré y se lo haré saber.
Después de agarrar su cartera, la tiré en mi bolso y me dirigí al refugio.
—Hola, ¿puedo ayudarle?
—Estoy aquí para ver a Briana Lawrence.
—Está en la sala de actividades uno. Está justo al final del pasillo y la
primera puerta a su izquierda.
—Gracias.
Cuando entré en la habitación, la señora Lawrence se giró hacia la
puerta y me miró.
—Doctora Gallo. No tiene idea de cuánto le agradezco que me traiga
la cartera. Ha sido un día tan malo con Jeremy enfermo y tratando de que
su padre holgazán lo cuidé, ya que tuve que trabajar hoy.
—De nada. De todos modos, me quedaba de camino. —Sonreí—.
176
¿Quién es ese? —Miré al golden retriever que yacía en la esquina con una
mirada triste en su rostro.
—Esa es Ruby.
—¿Por qué se ve tan triste?
—Su dueña falleció hace unos días y nos la trajeron. Cuando la vecina
de la señora Nelson no supo nada de ella en un par de días, fue a verla. Fue
entonces cuando encontró a la señora Nelson tirada en el piso de la cocina.
Ruby estaba acostada a su lado con la cabeza sobre ella.
—Oh, dios mío. —Sentí el escozor de las lágrimas llenar mis ojos.
—Desde entonces, apenas come, no juega y se queda ahí todo el día
con esa mirada triste en su rostro. Está de duelo y no estoy segura de que
realmente confíe en alguien en este momento.
—Pobrecita. ¿Qué edad tiene?
—Tres años.
Me acerqué a ella, me agaché en el suelo y comencé a acariciarle la
cabeza.
—Hola, Ruby —hablé en voz baja—. Siento tu pérdida. Y está bien
tomarse todo el tiempo que necesites para hacer el duelo. No hay nada de
malo en eso. Cada día será un poco más fácil. Lo prometo. —Froté debajo
de su barbilla.
—Eso fue dulce. —La señora Lawrence sonrió.
—A veces, una niña solo necesita que le recuerden que tiene apoyo.
Dile a Jeremy que le envió saludos y llámame si el medicamento no funciona.
—Lo haré. Gracias de nuevo, doctora Gallo.
Puse mi mano en su brazo y le di un suave apretón antes de dirigirme
hacia la puerta.
—No, no, Ruby.
Dándome la vuelta, Ruby me había seguido hasta la puerta y no
dejaba de mirarme. Se sentó y levantó la pata.
—Oh, también fue un placer conocerte, Ruby. —Sonreí mientras
sacudía ligeramente su pata.
—Nunca había hecho eso. Creo que realmente le gustas.
—Eres una chica dulce, pero tengo que llegar a casa.
Salí de la habitación y pude escuchar a Ruby lloriqueando por el
177
pasillo. Deteniéndome, me quedé allí y cerré los ojos por un momento. No
podía creer lo que estaba a punto de hacer. Dándome la vuelta, regresé a la
habitación, abrí la puerta y Ruby vino corriendo.
—¿Doctora Gallo? —preguntó la señora Lawrence.
—La adoptaré.
—¿Qué? ¿En serio?
—Nunca he sido más seria en mi vida. Quiero adoptar a Ruby y
llevarla a casa conmigo. En este momento. La quiero ahora mismo.
—¿Alguna vez ha tenido un perro?
—No. Pero está bien. Soy doctora y cuido niños. Ciertamente puedo
cuidar de un perro.
—¿Estás segura?
—Cien por ciento. Le gusto, ¿verdad?
—Sí. Le gustas. No la he visto comportarse de esta manera con nadie
desde que está aquí.
—Bueno, a mí también me gusta. Entonces, preparé cualquier papeleo
que necesité que firme.
—De acuerdo. —La señora Lawrence sonrió—. Va a necesitar parar en
la tienda de mascotas por algunas cosas para ella.
—Puedo hacerlo de camino a casa.

178
39
Emilia
Me excedí un poco en la tienda de mascotas. Quinientos cuarenta y
ocho dólares y cincuenta y tres centavos por la borda. Pero en lo que a mí
respecta, ella valió cada centavo.
—Bienvenida a tu nuevo hogar, Ruby.
Le quité la correa y la dejé husmear en su nuevo entorno. ¿Hice lo
correcto? Ya me lo imaginaba. Ella me necesitaba tanto como yo a ella.
Después de descargar el auto y llevar todo lo que había a la casa, puse su
tazón de comida y agua, y comió de inmediato. Ella ya se sentía cómoda, y
eso me hizo feliz. Luego la realidad me golpeó. La razón por la que nunca
había tenido un perro era que mi madre odiaba a los perros. Fue mordida
por uno y necesitó puntos cuando era niña. Oh, bueno, tendrá que superarlo
si quiere quedarse aquí cuando me visiten. 179
Quería compartir la noticia con mis hermanos, pero no podía
arriesgarme a que le contaran a mamá, así que le envié un mensaje a
Sebastian.

Yo: ¿Puedes venir un minuto?


Sebastian: Por supuesto. Llego en un momento.
Sebastian
Me sorprendió gratamente cuando recibí el mensaje de Emilia.
Poniéndome los zapatos, caminé hacia su casa. Cuando llamé a la puerta,
mis cejas se fruncieron cuando escuché lo que sonaba como un perro. Abrió
la puerta con una hermosa sonrisa, y cuando bajé la mirada, vi un golden
retriever parado a su lado. El perro comenzó a retroceder lentamente
mientras dejaba escapar gruñidos bajos.
—Um, ¿qué está pasando? —pregunté.
—Ruby, no. —Emilia la agarró del cuello—. Entra y conoce a Ruby.
—Um, no estoy tan seguro de que deba hacerlo. ¿De quién es esa
perra?
—Mía.
—¿Qué? —Mis cejas se fruncieron.
—Solo ven aquí, y te lo contaré. Ve a sentarte en el sofá y quédate
quieto.
Entré y me acerqué al sofá. ¿Qué quiso decir con que era su perra?
—Ella tiene algunos problemas de confianza.
—Sí. Puedo ver eso. —Entrecerré el ojo.
180
—Está bien, Ruby. Este es Sebastian, y vive al lado. —Me señaló
mientras la acariciaba—. Ahora siéntate en el suelo y llámala.
—¿En serio? —Fruncí el ceño.
—Sí. —Su tono era severo.
Me agaché en el suelo y presioné mi espalda contra el sofá.
—Hola, Ruby. Encantado de conocerte. —Extendí mi mano.
Ruby se acercó lentamente y olió mi mano. Me sentí como si fuera su
presa, y ella se estaba preparando para atacar. Pero en cambio, comenzó a
lamerme.
—Esa es una niña. —Sonreí mientras levantaba mi otra mano y
comenzaba a acariciarla—. Creo que le gusto. —Miré a Emilia.
—Creo que sabes a comida. —Se burló.
—Probablemente. ¿Te gustaría explicar lo que está pasando aquí?
—La adopté.
—Vaya. Bueno. No sabía que querías un perro.
—No lo quería. Simplemente nos encontramos la una a la otra —
comentó con una sonrisa.
Ruby se acostó y apoyó la cabeza en mi regazo.
—¿Y dónde encontraste a la señorita Ruby?
—El refugio de animales. Una de mis pacientes dejó su cartera en la
oficina hoy y no pudo salir del trabajo para recuperarla antes de que
cerráramos. Estaba de camino a casa, así que se la llevé. Ahí es donde conocí
a Ruby. Su dueña falleció hace unos días y desde entonces ha estado
deprimida. La señora Lawrence me conto que apenas comía, que no jugaba
y no interactuaba con nadie allí. Todo lo que hacía era acostarse y estar
deprimida.
—Entonces, en otras palabras, ¿la salvaste?
—Sí. Supongo que lo hice. Nos unimos de inmediato, y cuando me
dispuse a irme, comenzó a lloriquear. Mi corazón se rompió por ella, y fue
entonces cuando supe que necesitaba traerla a casa.
—¿Qué edad tiene?
—Tres años.
—Es una perra hermosa —comenté mientras le acariciaba la cabeza— 181
. ¿Qué vas a hacer con ella todo el día mientras estás en el trabajo?
—La llevaré conmigo. Tengo una oficina grande y compré una cama
para perros. La mantendré en la parte de atrás y lejos de los pacientes a
menos que quieran verla.
La miré por un momento, y ya podía decir cuánto significaba esta
perra para ella.
—Tomaste la decisión correcta al traerla a casa. —Las comisuras de
mi boca se curvaron hacia arriba.
—Gracias. Opino lo mismo. Solo hay un problema.
—¿Cuál?
—Mi madre odia a los perros. Fue mordida por uno cuando era niña
y necesitó puntos de sutura.
—Bueno, entonces tendrá que mantenerse alejada de ella.
Ruby levantó la cabeza de mi regazo y empezó a lamerme el rostro.
—Vaya. Gracias, Ruby. Agradezco los besos. Mi familia va a estar muy
emocionada de conocerte. Especialmente Lily.
—Voy a llevar a Ruby a dar un paseo.
—Está oscureciendo. Tal vez puedas esperar hasta la mañana. O
podría ir contigo.
—¿Qué piensas, Ruby? ¿Quieres que Sebastian salga a caminar con
nosotras?
Ruby comenzó a saltar y a lloriquear.
—Creo que eso es un sí —dijo sonriendo.
Después de nuestro paseo, me despedí de Emilia y Ruby y me dirigí a
casa. Todavía no podía creer que hubiera adoptado un perro. Me serví un
vaso de escocés y lo llevé al patio. Tan pronto como encendí la fogata mis
hermanos se acercaron.
—Hola, hermano.
—Hola, hermano.
—¿Por qué la señal del murciélago? —Se burló Simon.
—El hecho de que encienda una fogata no significa que ustedes,
idiotas, tengan que aparecerse.
—Claro que sí. —Simon frunció el ceño—. ¿Dónde está la botella de
escocés? ¿En la casa?
182
—Sí. Agarra tres vasos. ¿Adivinen qué?
—¿Qué? —preguntaron tanto Stefan como Sam.
—Emilia adoptó un perro hoy.
—¿Qué? —interrogó Sam—. Espero que sea una de las razas que no
pierde pelo.
Ladeé la cabeza hacia él.
—Su nombre es Ruby, y es una golden retriever.
—Ay, qué lindo. Me encantan los golden retrievers —comentó Stefan.
—Entonces, ¿ella prefirió a un perro antes que a ti? —bromeó Simon.
—Cierra la maldita boca. Ella la rescató del refugio de animales.
—¿Por qué? —preguntó Sam.
—Dijo que compartieron un vínculo instantáneo. La dueña del perro
acababa de morir, y cuando la vecina la encontró en el piso de la cocina,
Ruby estaba acostada a su lado con la cabeza sobre ella.
—Oh, mierda. Eso es tan triste. ¿Por qué tuviste que decirnos esa
parte? —Me regaño Stefan.
—Si quieres mi opinión honesta, creo que Emilia necesita a Ruby
tanto como Ruby la necesita a ella. La perra retrocedió y comenzó a gruñirme
cuando entré por primera vez, y Emilia dijo que no confiaba en mí.
—Oh, entonces ella tiene problemas de confianza como su nueva
mamá —habló Simon.
—Estás tan cerca de recibir un puñetazo, hermano.
—Hazlo. —Sonrió Simon—. Vamos. No hemos tenido una buena pelea
de derribo en mucho tiempo.
—Ya deténganse —ordenó Sam.
—¡Ruby, no! —Escuché a Emilia gritar.
De repente, Ruby corrió a mi patio y apoyó la cabeza en mi regazo.
—Hola, chica. —Pasé mi mano por su cabeza.
—Lo siento mucho. —Emilia corrió sin aliento.
—Está totalmente bien. Puede venir cuando quiera. ¿No es así, chica?
—Hola, chicos —saludó Emilia.
183
—Felicidades por el perro. Ella es maravillosa. —Sonrió Stefan—. Lily
la va a amar.
—Sí, Em, felicidades. Una nueva incorporación a la familia siempre es
emocionante. —Sonrió Simon—. Ven aquí chica. —Extendió los brazos.
—Puedes dejarla aquí un rato. La vigilaremos y la llevaré a casa.
—No. No puedo pedirte que hagas eso.
—Está bien. No lo estás pidiendo. Me ofrezco como voluntario.
—Bueno, quería tomar un baño.
—Ve a bañarte, y pronto te la llevaré a casa.
—De acuerdo. Adiós, Ruby. Debes ser buena con Sebastian.
Ruby pasó de Simon a Sam y luego a Stefan.
—Parece que le agradamos —dijo Stefan.
—Por supuesto que sí. Ella es una chica. ¿Qué chica no nos ama? —
Sonrió Simon.
—Puedo contar con ambas manos el número de mujeres que te odian.
—Le recordé.
—Cierto. —Se llevó el vaso a los labios.
—Entonces, ¿así es como vas a hacerlo? —preguntó Sam.
—¿Hacer qué?
—¿Volver al corazón de Emilia? ¿A través de su perra?
—Oye, haré lo que tenga que hacer, y cuanto antes, mejor. Odio esto.
—¿Odias qué? ¿No tener sexo? —preguntó Simon.
—Sí, eso también. Pero odio no tenerla en mi vida todo el tiempo.

184
40
Sebastian
Le envié un mensaje a Emilia para avisarle que iba en camino a
recogerla para que pudiéramos ir al supermercado. Me dijo que la puerta
corrediza estaba abierta y que entrara por allí. Cuando abrí la puerta, Ruby
vino corriendo y colocó sus patas sobre mi pecho.
—Hola, Ruby. —Pasé mi mano por su cuerpo—. ¿Cómo estás, chica?
¿Dónde está tu mamá?
—Aquí. Ruby, baja. No deberías dejar que salte sobre ti de esa manera.
—No. Está bien. ¿Estás lista?
—Sí.
Me di cuenta de que Emilia estaba nerviosa.
—Oye. Ven aquí.
185
—¿Qué? —Me miró desde el otro lado de la cocina.
—Ven aquí. —Las comisuras de mi boca se elevaron.
Se acercó y se paró frente a mí mientras la agarraba por los hombros.
—Todo va a estar bien con tus padres. Relájate.
—Tienes razón. Estará bien. Vamos, Ruby —ordeno agarrando su
correa.
—Um, no podemos llevarla al supermercado.
—Lo sé. Alex me envió un mensaje antes y me dijo que la dejara en su
casa cuando nos fuéramos.
—¿En serio?
—Sí. Lily quiere jugar con ella.
—Eso es genial. Vayamos a llevársela a Lily.

Terminamos de hacer las compras, y mientras yo traía todos los


comestibles, Emilia fue a buscar a Ruby a la casa de Stefan. Cuando regresó,
Ruby corrió hacia mí con un hueso en la boca.
—Alex dijo que fue un ángel y jugó con Lily todo el tiempo. Me contó
que tenía a Henry acostado sobre una manta en el suelo, y Ruby fue y se
acostó junto a él. Casi como si lo estuviera protegiendo.
—Ella es una buena perra. ¿No es así, chica? —Pasé mi mano por su
coronilla.
Empecé a preparar la cena mientras Emilia corría, asegurándose de
que la casa estuviera impecable.
—Déjame ayudarte con algo —pidió.
—Tengo esto —respondí con una media sonrisa.
Llamaron a la puerta, y cuando Emilia revisó su mirilla, me miró
extrañada.
—¿Qué? —pregunté, aunque sabía quién era.
—Parece un repartidor.
186
Se acercó y abrió la puerta.
—Hola, ¿eres Emilia Gallo?
—Sí.
—Tengo una entrega de flores para ti. Solo necesito tu firma.
No pude evitar sonreír mientras cortaba la lechuga para la ensalada.
—¿Quién era? —pregunté cuando escuché que la puerta se cerraba.
—Alguien me envió estas hermosas rosas rojas. —Dejó la caja en la
isla.
—¿Quién haría eso? —Fruncí el ceño para despistarla.
—No tengo ni idea.
Quitó el envoltorio transparente y sacó la tarjeta del porta tarjetas. La
sacó del sobre, lo leyó y me miró.
—¿Quieres que parezca real? —Sonreí.
—¿En serio, Sebastian?
—Sí. En serio. —Sonreí—. ¿Los novios falsos no envían flores a sus
novias falsas? Solo estoy haciendo mi papel. —Le di un guiño.
—Gracias. Son absolutamente hermosas.
—De nada.
Sacó el jarrón de rosas y las colocó en el centro de la mesa.
—Todo está armado y en el horno. Voy a correr a casa, darme una
ducha rápida y volver antes de que lleguen tus padres.
—De acuerdo. —Dejó escapar un profundo suspiro.
—Relájate, Em.
—Lo estoy. Creo que tocaré el piano mientras te duchas.
—Buena idea.
Cuando abrí la puerta corrediza y salí, Ruby comenzó a lloriquear.
—¿Está bien si ella viene conmigo?
—Supongo. —Sus cejas se fruncieron.
—Vamos chica. Mamá dice que está bien. Vuelvo en un santiamén.

187
41
Emilia
Caminé nerviosamente de un lado a otro de la sala de estar, mirando
la hora en mi teléfono.
—Deberían estar aquí en unos diez minutos.
—¿Por qué estás tan nerviosa? Son tus padres.
—No lo entiendes, pero lo harás. Confía en mí. No es tanto mi papá.
Es mi mamá Puede ser tan condescendiente, discutidora y agresiva con sus
palabras. Ah, y le gusta manipular.
—Eso es gracioso. Acabas de describir a mi padre. —Sonrió.
—Este no es momento para bromas, Sebastian.
—Eso no fue una broma. Acabas de describir a mi padre. 188
—Hagas lo que hagas, no uses las palabras “no puedo” y “no podría”
en una oración.
—¿Qué? —Se rio.
—Emilia, no puedo y no podría no están en el vocabulario de la familia
Gallo —imité la voz de mi madre.
—Ah. Punto a favor. —Se acercó y me coloco las manos sobre mis
hombros—. Relájate. No solo me estás provocando ansiedad; le estás dando
ansiedad a Ruby.
Escuché un auto detenerse en el camino de entrada, así que corrí
hacia la ventana delantera.
—Están aquí.
—¿Quieres que retenga a Ruby?
—Absolutamente no.
Respiré hondo y abrí la puerta cuando llegaron al porche.
—Mamá. Papá —salude con una sonrisa.
—Hola, cariño. —Mi padre me dio un fuerte abrazo—. Es bueno verte.
—También es bueno verte, papá.
—Bonjour, cariño.
—Bonjour, mamá. —La abracé.
Cuando mis padres entraron, Ruby se acercó corriendo.
—Ah. —Mi madre saltó hacia atrás—. Emilia Grace, ¿qué diablos está
haciendo esa criatura aquí?
—Mamá. Papá. Conozcan a su nieta canina, Ruby.
—Hola, Ruby. —Mi papá sonrió mientras se inclinaba para
acariciarla—. Eres una chica hermosa.
—Sabes que no me gustan los perros, Emilia.
—Lo sé, mamá, pero ella necesitaba un hogar.
—Hola. —Sebastian se acercó con una sonrisa en su rostro.
—Mamá. Papá. Este es Sebastian. Sebastian, Enzo y Coraline Gallo.
—Es un placer conocerlos. —Les estrechó la mano—. Déjenme subir
sus maletas.
—Gracias, señor —dijo mi padre. 189
Tan pronto como Sebastian estuvo fuera del alcance del oído, mi
madre se giró y me miró.
—Bien, Emilia —comentó sonriendo—. Él es bueno a la vista. ¿Qué es
ese maravilloso olor?
—Sebastian cocinó para nosotros. Recuerda, te dije que es chef y tiene
su propio restaurante de cinco estrellas Michelin.
Miré a mi papá, que estaba pasando el mejor momento de su vida con
Ruby.
—Eres una buena chica. Una chica tan buena. —Le frotó el vientre y
no pude evitar sonreír.
—Déjenme mostrarles el resto de la casa —hablé mientras
empezábamos a subir las escaleras y terminábamos en la cocina.
—Es encantador, cariño.
—Gracias, mamá. —Sonreí.
—Hubiera elegido un color diferente para la cocina y diferentes
accesorios. Pero si te gusta, eso es todo lo que importa.
Me mordía la lengua con tanta fuerza que parecía que se me iba a
caer.
—Que hermosas rosas, Emilia.
—Gracias, mamá.
—¿Sebastian te los dio?
—Claro. —Sebastian caminó hacia mí por detrás y me rodeó con sus
brazos con fuerza.
—Son simplemente hermosas.
—Solo lo mejor para mi hermosa novia. —Me besó en la mejilla y
tragué saliva—. Por favor, todos, tomen sus asientos. La cena está lista.
Nos sentamos a la mesa mientras Sebastian nos servía. Steak au
poivre, que era el favorito de mi padre, papas chateau, judías verdes
salteadas con salsa de limón, una ensalada con vinagreta casera de
champán y el pan del restaurante que tanto amaba.
—Probablemente este es el mejor Steak au Poivre que he probado
hasta ahora. —Mi padre sonrió.
—Gracias, Enzo.
—Estas papas son deliciosas. Todo lo es. Eres un chef talentoso,
190
Sebastian. Tu restaurante debe funcionar increíble —comentó mi madre.
—Lo hace. Estoy en proceso de abrir otro en el centro de Los Ángeles.
—Felicidades. ¿Has pensado en llevar tus restaurantes por todo el
país? ¿Quizás uno en cada ciudad importante? —preguntó mi padre.
—Eso sería un sueño —respondió Sebastian con una sonrisa.
—Mi hija es afortunada de tener a alguien como tú en su vida. No
estoy segura de sí cocina para ti o no, pero no es muy buena en eso, lo cual
es mi culpa.
—Muchas gracias, mamá. —Ladeé la cabeza.
—En realidad, soy el afortunado —habló Sebastian—. Nunca supe que
podía ser tan feliz hasta que conocí a Emilia. Estoy agradecido todos los días
de que se haya mudado aquí.
Alargué mi pie y lo pateé suavemente debajo de la mesa.
—Bueno, yo, por mi parte, no estoy feliz de que ella se vaya de Nueva
York y se aleje de su familia. Pero estoy feliz de que haya encontrado a
alguien como tú. Especialmente después del fiasco de Damien.
—No hablemos de eso, Coraline —pidió mi padre—. Está en el pasado,
y debemos dejar que se quede allí.
—Gracias, papá.
—Solo digo que nunca pensamos que se abriría de nuevo a nadie.
Puedo dormir mejor sabiendo que ella está a salvo aquí contigo.
Podía sentir que me quitaban la vida mientras me sentaba allí y
jugaba con mi comida.
Sebastian se acercó y agarró mi mano.
—Siempre protegeré a su hija. No tienen que preocuparte por eso. Ella
es la persona más importante en mi vida y la quiero mucho.
—Oh, detente. Me estás avergonzando. —Lo miré con una sonrisa de
“te voy a matar”.
—Eres un hombre maravilloso, Sebastian. —Mi madre puso su mano
sobre su corazón.

191
42
Sebastian
Me di cuenta de que Emilia se estaba enojando conmigo, pero no me
importaba.
—Tienes que dejar de hacer lo que estás haciendo —susurró mientras
me paraba en el fregadero enjuagando los platos.
—Nunca. —Le di un codazo en el hombro mientras las comisuras de
mi boca se curvaban hacia arriba.
—Hablo en serio —murmuró con los dientes apretados.
—Yo también, cariño.
Fuimos interrumpidos cuando su madre se acercó y puso su mano en
mi espalda.
—La cena fue maravillosa. Gracias, Sebastian.
192
—Ha sido un placer, Coraline. —Sonreí y Emilia puso los ojos en
blanco.
—Cariño, sírveme otra copa de vino. —Le pidió su madre.
—Seguro, mamá.
Mientras Emilia le servía una copa de vino, sus padres y yo entramos
a la sala. Se sentaron en las dos sillas decorativas mientras yo me sentaba
en el sofá. Cuando Emilia entró y le entregó su bebida a su madre, le tendí
la mano y le hice un gesto para que se sentara a mi lado. Cuando se sentó,
enganché mi brazo alrededor de ella y la atraje hacia mí. Me miró con una
sonrisa aterradora.
—Basta —susurró en mi oído.
—No —susurré de vuelta.
—Quédense así —pidió Coraline mientras se levantaba de su asiento
y sacaba el teléfono de su bolso.
—¿Qué estás haciendo mamá?
—Solo quiero tomar una foto de la pareja feliz. —Sonrió mientras
sostenía su teléfono—. Sonrían.
Mi sonrisa era genuina, la de Emilia, no tanto.
—Ustedes son una pareja tan hermosa. —Sonrió mientras nos
mostraba la foto que tomó, y mi agarre alrededor de Emilia se hizo más
fuerte.
Después de una noche de buena conversación y de escuchar a Emilia
tocar el piano por pedido de su padre, sus padres estaban cansados y
decidieron subir a su dormitorio.
—¿Te vas a quedar a pasar la noche, Sebastian? —preguntó su madre.
—Umm.
—No mamá. No lo hará. Eso sería incómodo con mis padres en la casa.
—Está bien, cariño. A tu padre y a mí no nos importa. Eres una adulta
—dijo con un arco en la frente.
—Gracias por su bendición, pero necesito llegar a casa. Sin embargo,
vendré a prepárales un delicioso desayuno por la mañana.
—No puedo esperar. —Su madre sonrió—. Buenas noches chicos.
—Buenas noches mamá. Buenas noches papá.
193
—Buenas noches. —Me despedí.
Me levanté del sofá para terminar de limpiar la cocina.
—Puedes irte. Terminaré de limpiar —dijo Emilia mientras se
acercaba.
—No te dejaré con todo esto, y no me iré hasta que termine.
—¿Por qué haces esto, Sebastian?
—¿Porque es un desastre? —Le fruncí el ceño.
—No. Eso no. ¿Por qué me estás haciendo esto? —Las lágrimas
llenaron sus ojos.
Agarré su barbilla con mi mano.
—Lo único que estoy haciendo es amarte, Emilia. Te dije cómo me
sentía hace un par de semanas, y te dije lo que quería. Sé que no estás lista,
y lo respeto, pero no voy a parar hasta que entiendas en esa cabeza tuya
que quiero decir cada palabra que digo. Te esperaré hasta que estés lista y
encuentres la versión de ti con la que estés feliz. Pero resulta que me encanta
esta versión tuya. No voy a ir a ningún lado, así que tendrás que lidiar con
eso. —Una lágrima cayó de su ojo y la limpié suavemente—. Te esperaré,
Emilia. No me importa si lleva semanas, meses o años. Me tienes para toda
la vida, y lo has hecho desde el momento en que te vi desde el otro lado del
patio.
—Sebastian, no lo hagas.
—Demasiado tarde. Ya lo hice. —Mis labios formaron una leve sonrisa
mientras colocaba mis manos a cada lado de su rostro—. Te daré todo el
espacio que necesites, pero voy a besar esos hermosos labios ahora y no me
disculparé por ello.
Inclinándome, rocé suavemente mis labios contra los suyos. Un ligero
jadeo se le escapó cuando sus labios se hundieron en los míos. Sus brazos
se estiraron y se envolvieron alrededor de mi cuello mientras nuestro
apasionado beso me excitaba. Por mucho que no quisiera, rompí nuestro
beso y miré sus hermosos ojos.
—Terminaré de limpiar y me iré a casa. —Mi pulgar acarició
suavemente su mejilla.
—Te ayudare.
—No tienes que hacerlo.
—Quiero hacerlo. Quiero ayudar. —Se dio la vuelta y agarró un par 194
de platos que estaban en la isla.
Una vez que terminamos de limpiar la cocina, me despedí de Ruby y
Emilia me acompañó hasta la puerta.
—Te veré en la mañana. —Besé sus labios—. Dulces sueños.
Salí por la puerta, y cuando estaba a la mitad del camino de entrada,
escuché la voz de Emilia.
—Sebastian, espera.
Deteniéndome, me di la vuelta cuando ella corrió hacia mí y saltó a
mis brazos, asegurando sus piernas con fuerza alrededor de mi cintura
mientras sus brazos se entrelazaban alrededor de mi cuello.
—No quiero que te vayas.
—No quiero irme. —Nuestras bocas chocaron entre sí, y la llevé de
vuelta a la casa y subí las escaleras hasta su dormitorio.
195
43
Emilia
Su cuerpo musculoso se cernía sobre el mío mientras empujaba
lentamente dentro y fuera de mí. Envolviendo mi mano alrededor de su
nuca, acerqué sus labios a los míos para amortiguar los sonidos del orgasmo
que se estaba apoderando de mí. Extrañaba esto con él, y mi cuerpo estaba
extasiado de tenerlo de regreso, satisfaciendo los placeres que buscaba.
Mientras nuestros labios se enredaban, dejó escapar un suave gemido a
medida que se enterraba profundamente dentro de mí y explotaba. Bajó su
cuerpo acalorado contra el mío y enterró su rostro en un costado de mi
cuello.
—Te amo —susurré en su oído mientras mis dedos acariciaban su
nuca suavemente.
—Yo también te amo, Emilia. —Sus labios presionaron mi carne. 196
Se separó de mí, rodó sobre su espalda y me acurruqué contra él
mientras su brazo me sostenía firmemente en el lugar.
—No puedo creer que acabo de tener sexo con mis padres al final del
pasillo. Me siento como una maldita adolescente metiendo a escondidas a
un chico en mi dormitorio. —Levanté la cabeza y sonreí—. Nunca he hecho
eso.
—¿Nunca tuviste sexo cuando tus padres estaban en casa?
—Nunca.
—Siempre hay una primera vez para todo, aunque tengas treinta años
—comentó sonriendo.
—Cállate. —Me reí mientras juguetonamente golpeaba su pecho.
Sebastian
Ambos nos levantamos cuando salió el sol y llevamos a Ruby a dar un
paseo. Cuando regresamos, besé sus labios y la abracé fuerte.
—Voy a ir a casa y darme una ducha rápida, luego volveré y prepararé
el desayuno.
—Puedo empezar.
—Eres linda. —Toqué su nariz—. No toques nada.
—Voy a cocinar para ti un día, vas a comerlo y te gustará.
—Uh Huh. —Sonreí
—Ve a darte una ducha antes de que cambie de opinión sobre ti. —
Agarró mi camiseta y me besó.
—Puedes cambiar de opinión todo lo que quieras, pero estás atrapada
conmigo, cariño. —Sonreí mientras corría hacia mi casa.
Terminé de ducharme, envolví una toalla alrededor de mi cintura y
salté cuando vi a mis tres hermanos sentados en mi cama.
—¿Qué carajos? 197
—Buenos días, hermano. —Stefan sonrió mientras su espalda se
apoyaba contra la cabecera.
—Hola, hermano —saludó Simon sonriendo.
—¿Quieres decirnos qué está pasando contigo y Emilia? —preguntó
Sam con una sonrisa.
—Lily los vio besándose en su camino de entrada —informó Stefan.
—¿Hay algo que esa hija tuya no vea?
—No. En realidad, no lo hay.
—Bueno, como tú y Juli. —Señalé a Sam—. Y tú y Alex. —Señalé a
Stefan—. Somos oficialmente una pareja.
—Así se hace, hermano. Sabía que podías hacerlo —celebró Stefan.
—Gracias a Dios. —Simon dejó escapar un suspiro de alivio.
—Me alegro por ti, hermano. —Sam se acercó y puso su mano en mi
hombro.
—Gracias. Estoy feliz, chicos. Más feliz que nunca. Ahora que lo
saben, ¿puedo terminar de vestirme? Voy a preparar el desayuno para sus
padres.
—¿Podemos ir? —preguntó Stefan.
—No. No pueden venir. —Fruncí el ceño.
—Hermano, negarles comida a tus hermanos es como un pecado. —
Negó Simon.
Dejé escapar un suspiro mientras agarraba mi teléfono de mi tocador
y le enviaba un mensaje a Emilia.

Yo: Hola, cariño. ¿Mis hermanos están aquí y quieren saber si pueden
ir a desayunar?
Emilia: Por supuesto. A mis padres les encantaría conocerlos. Diles que
traigan a Julia, Alex y los niños. Cuantos más, mejor.
Yo: ¿Está segura?
Emilia: Positivo. Cuanta más gente esté aquí para distraer a mi madre
de mí, mejor.

—Emilia dijo que están todos invitados y quiere que Julia, Alex y los
198
niños también vengan.
—Excelente. —Stefan saltó de la cama.
—¿Por casualidad estás haciendo huevos benedictinos? —me
preguntó Sam.
—Quizás.
Las comisuras de su boca se elevaron mientras palmeaba mi hombro.
—Los veré en una hora tontos —me despedí.
—Oye, por cierto —Simon volvió a asomar la cabeza en la habitación—
. Me alegro por ti, hermano. De verdad.
—Gracias, hermano. —Le sonreí.
Me puse algo de ropa, agarré algunas cosas del refrigerador y me dirigí
a casa de Emilia.
199
44
Un mes después

Sebastian
Me acerqué a la barra y serví cuatro vasos de escoces. Después de
dárselos a mis hermanos, levanté mi bebida y brindé.
—No puedo creer que finalmente te vayas a casar. Sé que has estado
esperando este día por un tiempo, y finalmente está aquí. Y estamos aquí,
de nuevo, en la misma suite que estuvimos para los matrimonios de papá y
Sam.
Los tres se rieron.
—Que tu vida con Alex esté llena de alegría y felicidad por el resto de
sus vidas. Salud.
—Gracias, chicos. Y aquí está nuestro último hermano soltero, Simon.
200
Que encuentres una mujer que te haga tan feliz como nosotros.
—Aprecio eso, pero estoy bien. Me gustan las opciones. —Nos sonrió
mientras levantaba su copa.
Llamaron a la puerta, y cuando Sam abrió, nuestro padre entró.
—Otra boda Kind. Nunca pensé que vería el día. —Sonrió mientras se
acercaba a Stefan y le acariciaba el rostro—. Estoy orgulloso de ti, hijo. Alex
es una mujer hermosa y amable, y estoy feliz de poder llamarla mi hija.
También me siento honrado de acompañarla por el pasillo hacia ti.
—Gracias, papá.
—Ahora, ¿qué hay de ti? —Se giró y me miró.
—Emilia y yo llevamos un mes juntos. Tenemos mucho tiempo, papá.
—No esperes demasiado para ponerle un anillo en el dedo. No te estás
haciendo más joven, hijo. Los veré en los jardines, muchachos.
—Papá, ¿qué hay de mí? —preguntó Simon.
—He perdido la esperanza contigo, hijo. Pero tres de cuatro no está
mal.
—Oh, gracias, papá. Sabía que eras inteligente. —Lo señaló con una
sonrisa.
Mirando mi reloj, era hora de ir a los jardines.
—Es hora de ir. ¿Estás listo? —Puse mi mano en la espalda de Stefan.
—Estoy listo. Hagámoslo. —Las comisuras de su boca se curvaron
hacia arriba.
Nos paramos en el altar y esperamos a que comenzara la ceremonia.
Mirando a los invitados sentados, no vi a Emilia y comencé a preocuparme.
—La ceremonia se está preparando para comenzar y no veo a Emilia.
—Le susurré a Simon.
—¿No enviaste un auto por ella?
—Sí. Lo hice. Mierda. No crees que haya pasado algo, ¿verdad?
—¿Alguna vez te detuviste a pensar que tal vez asistir a esta boda
puede ser demasiado difícil para ella?
—Hablamos sobre eso, y me aseguró que estaba bien. No crees que
cambió de opinión, ¿verdad? Mierda. ¿Y si lo hiciera?
—Estoy seguro de que te habría llamado, hermano. Relájate.
201
Unos momentos después, ella entró y mis ojos nunca habían visto
algo tan hermoso. Ocupó su lugar en la segunda fila, que estaba reservada
para la familia, y articuló:
—Lo siento.
Sonreí mientras me sentía aliviado de que estuviera aquí y bien.
—Ves, estabas entrando en pánico por nada —aseguró Simon—.
Puedo ver por qué llegó tarde.
—¿Por qué? —Entrecerré mi ojo hacia él.
—Porque se ve sexy como el infierno.
—Mantén tus ojos fuera de mi novia. Busca una propia a la cual mirar.
—¿Por qué haría eso cuando puedo mirar a todas sus mujeres? —
Sonrió.
—Escuché eso —informó Sam mientras se inclinaba, y Simon se rió
entre dientes.
—¿Quieres llevarlo afuera y darle una lección después de la boda? —
le pregunté a Sam.
—Sí. Pienso que deberíamos.
—Mierda. —Rio Simon—. Los amo chicos.
La ceremonia fue hermosa y se derramaron lágrimas mientras
recitaban los votos que se escribieron el uno al otro. Ahora entendía lo que
mis hermanos se esforzaron tanto en decirme. El último mes con Emilia fue
indescriptible. No pensé que fuera posible amarla más de lo que ya lo hacía,
pero cada día y cada minuto que pasé con ella, me encontré amándola un
poco más.
Después de la ceremonia y antes de irnos a tomar fotos, me acerqué
a Emilia y puse mis manos en sus caderas.
—Te ves absolutamente hermosa. —Besé suavemente sus labios.
—Gracias. Y te ves deliciosamente guapo. —Me mostró una sonrisa
coqueta—. Siento haber llegado casi tarde.
—Estaba preocupado.
—Bueno, estaba aquí. No me dejaron subir a tu suite porque alguien
olvidó que me pusieran en la lista.
—Eso no es verdad. Cuando llegué esta mañana, di tu nombre a la
chica extravagante, le dije que vendrías más tarde y que te diera la llave de
202
la suite. La vi teclearlo en la computadora.
—Lo hizo. En la reserva equivocada. De todos modos, con la ayuda del
gerente, la encontró y me dio la llave.
—Lo siento, cariño. Voy a tener una charla con la gerencia después de
la boda.
—No hay necesidad. Fue un error, y ya está. Lo he dejado pasar, y tú
también lo harás.
—Señor Kind, tenemos que irnos ahora —ordeno el fotógrafo.
—Estaré allí en un segundo. —Levanté mi dedo—. Tengo que irme. Te
veré en un rato.
—Estaré esperando. —Sonrió cuando me incliné y le di un beso de
despedida.
Emilia
—Tu vestido es impresionante. —Sonreí mientras abrazaba a Alex—.
Felicidades.
—Gracias. Te ves preciosa.
—¡Emilia! —Lily vino corriendo—. ¿Te gusta mi vestido?
—Es el vestido más hermoso que he visto en mi vida. Pareces una
princesa. —Sonreí—. ¿Cómo se siente tu brazo ahora que te quitaron el
yeso?
—Bien. Ves. —Me tendió el brazo y lo examiné.
—Se ve bien. Ten cuidado con esos patines la próxima vez.
Sebastian se acercó y envolvió su brazo alrededor de mi cintura.
—¿De qué están hablando mis dos chicas favoritas?
—Charla de chicas, tío Sebastian.
—Ah, claro. —Su ceja se levantó—. ¿Te importa si me la robo por un
momento? 203
—No. —Se rio Lily—. Adelante.
—¿Estás nerviosa? —me preguntó.
—¿Sobre tocar? No, en absoluto. Me halaga que Stefan y Alex me lo
hayan preguntado.
—Piensan que eres increíble, al igual que yo. —Me incliné y presioné
mis labios contra los suyos—. Y todos los demás aquí esta noche pensarán
lo mismo.
Después de una cena elegante, me senté al piano en la esquina de la
habitación, estiré los dedos y comencé a tocar. En lugar de tocar para
escapar de la realidad y el dolor, toqué por la felicidad y la celebración, y me
sentí muy bien. Por primera vez en mucho tiempo, estaba genuinamente
feliz, y nadie me lo iba a quitar nunca más. Mientras mis dedos tocaban la
última nota de la tercera canción, la gente en la sala empezó a aplaudir.
—¿No es increíble? —comentó el DJ—. Gracias, Emilia, por esas
hermosas canciones.
Era la hora del baile nupcial, me paré junto a Sebastian y observé a
su hermano y Alex compartir su primer baile como marido y mujer.
—¿Estás bien? —preguntó Sebastian mientras agarraba mi mano.
—¿Estás bromeando? —Sonreí—. Estoy genial.
—Bien. —Besó mi frente—. Necesito usar el baño. Vuelvo enseguida.
El padre de Sebastian, se acercó mientras estaba parada allí.
—Te ves hermosa, Emilia.
—Gracias, Henry.
—Quería darte las gracias.
—¿Por qué? —Lo miré.
—Por darle una oportunidad a mi hijo. Lo haces muy feliz.
—Me hace muy feliz, Henry.
—¿Tienen planes de mudarse juntos?
—No hemos hablado de eso. Es más fácil para nosotros porque
vivimos uno al lado del otro.
—Sí, pero ¿no se vuelve aburrido ir y venir entre las casas?
—Realmente no. Estamos a solo unos pasos de distancia. —Lo miré
confundida—. Además, solo hemos estado saliendo en serio poco más de un
204
mes. Creo que es demasiado pronto para empezar a hablar de vivir juntos.
—Nunca es demasiado pronto cuando estás enamorado, cariño.
—¿Puedo preguntar por qué me preguntas todo esto?
—Solo me preguntaba. Cuando llegue el momento, asumo que te
mudarás a su casa, y si ese es el caso, me gustaría discutir la venta de tu
casa antes de que la pongas en el mercado.
—¿Qué? —Fruncí el ceño.
—Viene mi hijo. Hablaremos de esto en otro momento y, por favor, no
le digas que tuvimos esta conversación —pidió marchándose.
Cuando comenzó a sonar otra canción lenta, el DJ pidió a los invitados
que se unieran a los novios para bailar. Sebastian agarró mi mano y me
llevó a la pista de baile.
—¿De qué estaban hablando tú y mi padre?
—Me estaba agradeciendo por darte una oportunidad —respondí con
una sonrisa.
—¿En serio? ¿De verdad te dijo eso?
—Sí. Dijo que nunca te había visto tan feliz. Entonces, me estaba
agradeciendo por hacer que eso sucediera.
—En ese caso, no puedo estar enojado con él. —Una sonrisa se formó
en sus labios.
—No. —Me reí—. No puedes.
—¿Sabes en qué no puedo dejar de pensar? —preguntó.
—¿Qué?
—Esta noche, y cómo voy a quitarte ese vestido sexy, besar cada
centímetro de tu hermoso cuerpo desnudo, darte al menos tres orgasmos,
si no más, y tenerte entre mis brazos toda la noche.
—Tengo muchas ganas de eso. —Sonreí cuando nuestros labios se
encontraron.

205
45
Emilia
Acababa de llegar a casa del trabajo y me cambié de ropa para ir a
casa de Sebastian a pasar la noche. Sus hermanos y cuñadas iban a venir,
y nos íbamos a sentar en el patio alrededor de la hoguera, tomar unas copas,
tener una gran conversación y los niños iban a tocar sus guitarras. Mientras
pasaba el cepillo por mi cabello, escuché un golpe en la puerta y Ruby
comenzó a ladrar. Probablemente era Lily. Bajé corriendo las escaleras, abrí
la puerta y la parálisis se apoderó de mí cuando vi quién estaba parado allí.
—Hola, Emilia. —Sonrió Damien.
— Damien, ¿qué haces aquí? ¿Cómo supiste dónde vivía?
—Escuché que te mudaste a California. No fue difícil localizarte.
¿Puedo pasar? Necesito disculparme contigo.
—Voy de salida. —Mi corazón latía fuera de mi pecho.
206
—Emilia, por favor. Solo escucha lo que tengo que decir, y luego te
prometo que me iré. Necesito hacer esto por mí.
En contra de mi buen juicio, lo dejé entrar a la casa y Ruby comenzó
a gruñir en el momento en que entró.
—Ruby, detente.
—Conseguiste un perro, ¿eh? —Sonrió.
—Sí.
—Ven aquí chica. —Se inclinó y extendió la mano.
Ruby gruñó mientras se paraba frente a mí.
—A ella no le gustan los extraños.
—Es un buen perro guardián.
—Escucha, Damien. Estoy presionada por el tiempo. Entonces,
necesito que digas lo que sea que necesites.
—Cierto. Te ves absolutamente hermosa, Emilia —comenzó con una
sonrisa—. Lamento haberte dejado como lo hice. Lo último que quería hacer
era lastimarte.
Algo estaba mal con él. No podía explicar qué, pero mi instinto me dijo
que lo sacara de la casa lo más rápido posible.
—Lo sé.
—No, Emilia. No creo que lo hagas. Yo te amaba, aún lo hago.
Simplemente no me di cuenta de cuánto hasta que ya no te tuve. Es por eso
que traté de comunicarme contigo. Necesitaba decirte que cometí un error y
que quería recuperarte, pero aún estabas dolida y pensé que te daría más
tiempo. Entonces descubrí que te mudaste aquí. Sin embargo, no me
sorprende. Sé cuánto te gustó siempre estar junto al océano. Es una gran
casa. —Miró a su alrededor.
—Gracias. Realmente me gusta aquí.
—Apuesto que sí. También escuché de un amigo de tus padres que
estás en una relación.
Tragué saliva cuando mi cuerpo comenzó a temblar.
—Sí. Es un buen hombre.
—Yo también soy un buen hombre, Em. ¿Recuerdas todos los buenos
momentos que pasamos? ¿La forma en que te hice reír, las tonterías que 207
solíamos hacer y la forma en que nos quedábamos despiertos toda la noche
y hablábamos sobre nuestro futuro y nuestros planes?
—Lo recuerdo.
—Quiero todo eso de vuelta, Em. Te quiero a ti y a todo lo que
teníamos. Podemos simplemente dejar atrás lo que sucedió y seguir adelante
con nuestras vidas.
—No, no podemos. Me dejaste de pie en la iglesia ante toda nuestra
familia y amigos. ¿Sabes lo humillada que estaba? ¿Sabes cuánto me
lastimaste?
—Lo sé, y lo siento. Me disculparé contigo un millón de veces si es
necesario. Ha sido un año duro. Pero sé que todo puede volver a estar bien
contigo a mi lado. Podemos tener el futuro del que siempre hablamos,
cariño.
Dio un paso más cerca y Ruby gruñó.
Se detuvo y, en un instante, una mirada de enojo cruzó su rostro.
—¿Puedes, por favor, hacer algo con esa perra? Realmente no quiero
lastimarla.
Mi corazón latía con fuerza fuera de mi pecho, y sentí que un ataque
de pánico estaba a punto de surgir. Tenía miedo por mí, pero más por Ruby.
Mi instinto me decía que la lastimaría si tenía que hacerlo.
Escuché el timbre de mi teléfono que estaba en la isla de la cocina.
—Déjame atender eso.
—¡NO! —gritó—. ¡Dejalo! No vas a hablar con nadie hasta que
resolvamos esto.
—Ya sabes, Damien. Todavía me duele. Incluso después de un año,
todavía me duele mucho.
—Lo sé, cariño, y también me duele. Juntos, podemos quitarnos el
dolor mutuamente.
—No es tan simple.
—¡SÍ LO ES! —gritó mientras levantaba las manos y apretaba los
puños.
Ruby dejó escapar otro gruñido.
—Esta es la última vez que te voy a pedir que hagas algo con esa
maldita perra.
—De acuerdo. De acuerdo. —Levanto las manos—. La dejaré afuera
208
en la parte de atrás. Le encanta jugar junto al agua. La sacaré y podemos
seguir hablando. ¿De acuerdo?
—No. Puedes dejarla salir al frente.
Se acercó y abrió la puerta principal.
—Dile que se vaya.
—Vamos, Ruby, salgamos. —Le pedí nerviosamente mientras me
seguía hasta la puerta—. ¿Vamos? —Ella no dejaba de mirarme mientras
estaba de pie en la puerta.
—¡Fuera de aquí! —Damien gritó mientras levantaba el pie, le daba
una rápida patada y cerraba la puerta antes de que ella tuviera tiempo de
reaccionar.
Salté cuando las lágrimas llenaron mis ojos, y me tapé la boca y la
nariz con las manos.
—Si vamos a estar juntos, creo que tendrás que deshacerte de ella.
La adrenalina se apresuró a través de mí y la ira se apoderó de mí.
—¡Nunca vamos a estar juntos, psicópata! —grité—. Estoy con un
hombre al que amo más que a nada en el mundo. Él es el mismo aire que
respiro, y nunca lo dejaré por ti.
—Basta, Em. —Su cabeza se sacudió de un lado a otro—. No quieres
decir eso. Él no puede darte lo que yo puedo.
—Ya lo hace. Lo único que me das es pena y dolor. Él nunca me
lastimaría como tú lo hiciste.
—No quieres decir eso.
—¡Sí! —grité—. ¡Ahora, lárgate de mi casa! —Señalé la puerta.
—Tenía miedo de que algo así pasara.
Sacó una pistola de su bolsillo trasero y me apuntó. Las lágrimas
corrían por mi rostro mientras mi cuerpo temblaba.
—Mira, aquí está el problema, Em. Si no puedo tenerte, él tampoco.

209
46
Sebastian
Mis hermanos y yo nos sentamos en las tumbonas del patio mientras
las chicas estaban en la casa cambiando el pañal de Henry.
—¿Dónde está Emilia? —preguntó Sam.
—No lo sé. Intenté llamarla y no respondió.
—Probablemente esté en la ducha —comentó Stefan—. Y Simon está
en camino.
De repente, Ruby vino corriendo hacia mí y estaba ladrando.
—Hola, chica. —Pasé mi mano por su espalda mientras miraba
alrededor—. ¿Dónde está Emilia?
Volvió a ladrar, se dio la vuelta y miró en dirección a la casa de Emilia,
luego se giró y me miró mientras aullaba.
210
—¿Por qué Ruby está ladrando así? —preguntó Julia mientras salía
al patio.
—¡Algo está mal! —Salté de mi silla—. Julia, envíale un mensaje a
Simon y dile que algo no está bien en casa de Emilia y que se dé prisa.
Mis hermanos y yo corrimos hacia la casa de Emilia, y cuando abrí la
puerta corrediza, me congelé.
—Tú debes ser el nuevo novio —dijo el tipo que apuntaba con un arma
a Emilia—. ¿Quiénes carajo son ellos? Los tres entren aquí. ¡AHORA!
Levanté las manos y obedecí.
—Relájate hombre. Podemos hablar de esto.
—Sebastian —lloró Emilia.
—Está bien. —Iba a dar un paso más cerca de ella, y él me detuvo.
—¡Detente! No te acerques a ella. Si lo haces, te juro que los mataré a
ti y a ella.
—De acuerdo. —Levanté mis manos—. ¿Qué quieres? Te daré todo lo
que quieras. Si es dinero, lo tengo.
—¡La quiero a ella! —gritó.
Miré a Emilia, y sacudió lentamente la cabeza mientras las lágrimas
corrían por su rostro.
—¡Pero aparentemente, ella ya no me ama por tu culpa!
—¿Damien? —Entrecerré los ojos.
—Sí. Así es. Sé que hice algo malo, pero vine a hacer las cosas bien.
—¿Honestamente crees que ella te va a perdonar? —preguntó Stefan.
—¡Cierra la boca! Ustedes dos —señaló a Sam y Stefan—. Siéntense a
la mesa y no se muevan. Un solo movimiento y le dispararé.
—Y te mataré con mis propias manos si siquiera lo intentas —
amenace.
—No quería hacer esto, pero ella no me da otra opción. Dijo que nunca
te dejaría, y eso no es bueno para mí. La necesito de vuelta, y entonces
podremos tener el futuro que siempre quisimos. Por eso vine aquí. ¡Pero ella
está siendo una maldita perra! —gritó.
Miré a Emilia mientras estaba allí temblando. Quería extender la
mano y agarrarla, pero él estaba demasiado inestable. Lo mejor que podía 211
hacer en este momento era tratar de razonar con él.
—Escucha, hombre. Vamos a calmarnos todos por un minuto.
Miré detrás de Damien y vi a Simon parado a la vuelta de la esquina.
—Sigue hablando —articuló Simon.
—¿Por qué no nos sentamos los tres y hablamos de esto?
—¡No hay nada de qué hablar! O acepta estar conmigo, o muere. Es
su elección.
Simon se acercó lentamente por detrás y apuntó el arma directamente
a la parte posterior de su cabeza.
—Nadie va a morir esta noche, y ella ciertamente no va a volver a estar
con un idiota como tú. Ahora, baja lentamente el arma.
—¿Quién eres tú?
—Soy de la familia, y tú no jodes con mi familia, idiota. Baja el arma
antes de que te vuele los sesos. —Amartilló su arma.
Damien se inclinó lentamente, dejó el arma en el suelo y Simon me la
pasó de una patada. La recogí, le puse el seguro y la dejé sobre la mesa,
agarré a Emilia y la abracé con fuerza.
—Estás a salvo, cariño. Te tengo. —Sostuve su cabeza contra mi pecho
mientras sollozaba.
—Los refuerzos están en camino —informó Simon mientras agarraba
los brazos de Damien y los sostenía detrás de su espalda—. ¿Quieres darle
un golpe, hermano?
—Puedes apostar a que sí.
Le entregué a Emilia a Sam, quien la agarró y la abrazó mientras yo
le daba puñetazos.
—¡Presentaré cargos de asalto! —gritó Damien.
—Cierra la boca —ordenó Simon—. Te lastimaron porque te resististe
al arresto, que es otro cargo que se suma a los múltiples cargos que ya tienes
en tu contra.
Me acerqué a él, cerré el puño y le di un puñetazo tan fuerte como
pude mientras Simon se aferraba a él.
—Eso es por Emilia.
Le di un puñetazo de nuevo. 212
—Y eso de mi parte. Si alguna vez vuelvo a ver tu rostro, te mataré.
—¡Él pateó a Ruby, Sebastian! —gritó Emilia.
Agarré su camisa con una mano y cerré mi otro puño.
—¿Pateaste a mi perra? —Le escupí en el rostro antes de volver a
golpearlo.
Podíamos escuchar las sirenas y ver las luces intermitentes por la
ventana cuando los autos de la policía se detuvieron y dos policías entraron
corriendo.
—¿Qué tenemos, detective Kind? —preguntó uno de los oficiales
cuando entraron con sus armas desenfundadas.
—Agresión con un arma mortal, intento de asesinato y resistencia al
arresto.
—¡No me resistí al arresto!
—Sí, lo hizo. Y los cuatro lo presenciaron. Saquen a este pedazo de
mierda de aquí.
Los oficiales lo esposaron y lo sacaron.
—¿Estás bien? —Simon se acercó y colocó su mano en la espalda de
Emilia mientras la sostenía contra mí.
—Sí.
—Desafortunadamente, voy a necesitar que vengas a la estación y des
una declaración. Todos ustedes ya que fueron testigos.
—Hermano, ¿puede esperar? —pregunté—. Ella no está en
condiciones en este momento.
—Lo siento, Sebastian. Realmente necesitamos hacer esto. Te daré un
par de horas. ¿Trato?
—Está bien. Podemos ir ahora —aseguro Emilia—. Solo quiero
terminar con esto.
—¿Segura? —le pregunté.
—Sí.
—Yo conduzco —comunicó Sam.
—Ruby. ¿Dónde está? —preguntó Emilia.
—Está con Julia y Alex. La cuidaran mientras estemos en la estación
—informó Stefan.
213
47
Dos semanas después

Emilia
Esa noche siempre estaría en el fondo de mi mente. Durante nuestro
tiempo juntos, Damien nunca me había lastimado físicamente. El hombre
que estaba en mi casa no era él. Aproximadamente una semana después del
arresto, supimos que un médico en Nueva York le había diagnosticado
esquizofrenia. Corría en su familia ya que su tía y un primo lejano la tenían.
Se negó a tomar la medicación. Su novia lo dejó, perdió dos trabajos en el
transcurso del año y su padre falleció. La única vez que recordaba haber
sido feliz era conmigo, de ahí la razón por la que vino a California.
Durante las últimas dos semanas, dormí en la casa de Sebastian,
porque no me atrevía a dormir en mi propia casa después de lo que había
sucedido, incluso con Sebastian allí. Estábamos afuera hablando y tomando 214
una copa de vino cuando Simon se acercó.
—Hola, hermano. —Sonrió Sebastian.
—Hola, Simon.
—Hola, ustedes dos. —Se arrodilló frente a mí y agarró mi mano—.
Escucha, Emilia. Quería que supieras que Damien se suicidó hoy en su
celda.
—Vaya. De acuerdo. —Fruncí el ceño, porque no sabía cómo me
sentía—. Gracias por hacérmelo saber.
Me dio una sonrisa suave y comprensiva mientras apretaba
suavemente mi mano.
—Los dejaré para que hablen.
—Gracias hermano. Te llamaré más tarde.
—Ven aquí. —Sebastian palmeó su regazo y Ruby se levantó y caminó
hacia él.
—Por mucho que te amo, chica, hoy no hay paseo.
Bajó la cabeza y se acostó en el patio.
—Heriste sus sentimientos —comente mientras me subía al regazo de
Sebastian y envolvía mis brazos alrededor de su cuello.
—Lo superará. Háblame, cariño. Dime cómo te sientes en este
momento.
—Honestamente, no lo sé. Me entristece que se haya quitado la vida,
pero ahora está libre del dolor insoportable dentro de su cabeza. Sí, estoy
triste. —Las lágrimas llenaron mis ojos.
Sebastian me atrajo hacia él y me abrazó con fuerza mientras yo
lloraba.
—Está bien, cariño. Desahógate.

Dos semanas después.

Acababa de llegar a casa del trabajo y me metí en la bañera llena de


215
burbujas cuando entró Sebastian.
—Hola. —Sonreí—. Llegaste temprano.
—Estaba revisando algunas cosas con Delilah en el otro restaurante
e imagine que ya estabas en casa. Te extrañé. —Las comisuras de su boca
se elevaron.
—¿Suficiente para entrar aquí conmigo? —Sonreí.
—Pensé que nunca lo preguntarías.
Se quitó la ropa y se subió mientras envolvía sus brazos alrededor de
mí por detrás.
—¿Cómo estuvo tu día?
—Estuvo bien. Me golpearon y patearon un par de veces, pero aparte
de eso, estuvo bien.
—Suena como el día perfecto. Por cierto, Sam me envió un mensaje
antes y me preguntó si podíamos ir a cenar a su casa esta noche. No hiciste
planes para nosotros, ¿verdad?
—No. Sin planes.
—Entonces, ¿no te importa ir?
—Para nada. —Sonreí mientras inclinaba mi cabeza hacia atrás.
Bajó la cabeza y besó mis labios.
—Bueno. Le dije que estaríamos allí. Hay algo más de lo que quiero
hablar contigo.
—¿Sería esa la dureza que siento contra mi espalda?
—Confía en mí. Llegaremos a eso. Date la vuelta.
Hice lo que me pidió y envolví mis piernas alrededor de su cintura y
mis brazos alrededor de su cuello.
—He estado pensando en algo.
—¿En qué ha estado pensando, señor Kind?
—Te has estado quedando aquí por un tiempo. Casi nunca estás en
tu casa. Corres a cambiarte de ropa y vuelves aquí. Tu refrigerador está
vacío, todos tus productos femeninos están almacenados en mi baño, tienes
una canasta llena de ropa en la esquina del dormitorio, lavas tu ropa aquí y
no puedo recordar la última vez que tocaste el piano.
—¿Me estás echando? —Fruncí el ceño.
216
—Dios no. ¿Por qué me preguntarías eso? Sabes cuánto te amo y me
encanta tenerte aquí.
—Entonces, ¿por qué dices todo eso?
—Porque quiero que te mudes conmigo.
—¿Qué pasa con mi casa?
—La pondrás a la venta.
—Pero no la he tenido por mucho tiempo.
—No importa. Pagaste por debajo del valor de mercado de la casa y la
venderás por mucho más de lo que pagaste por ella. Obtendrás una buena
ganancia, múdate aquí conmigo y viviremos felices para siempre. —Las
comisuras de su boca se curvaron hacia arriba—. ¿Qué opinas?
—Creo que me enamoré más de ti. —Sonreí.
—¿Es un sí?
—Sí. Me encantaría mudarme contigo. ¿Qué pasa con el piano?
—He estado pensando en eso, y sacaremos un par de sillas de la sala
de estar y lo pondremos en la esquina junto a la ventana. Ahora que hemos
resuelto eso, hay otro asunto del que debemos ocuparnos antes de salir de
esta tina. —Sonrió cuando sus labios encontraron los míos.

Sebastian
Emilia y yo caminamos hacia la casa de Sam y me senté afuera en el
patio mientras Emilia entraba con las chicas.
—¿Cerveza o escoces? —preguntó Sam.
—La cerveza está bien si eso es lo que todos beben. Tengo buenas
noticias.
—Cuéntalas, hermano —pidió Simon.
—Le pedí a Emilia que se mudara conmigo y dijo que sí. 217
—Eso es genial, pero técnicamente ella ya vive contigo, hermano —
comentó Stefan.
—Lo estamos convirtiendo en una situación permanente.
—Entonces, ¿está poniendo su casa en venta? —preguntó Sam.
—Sí.
—Ah, entonces vamos a conseguir otro nuevo vecino —dijo Simon—.
¿Puedes decirle a Emilia que por favor venda a una buena pareja?
Dejé escapar una risita.
—¿Por qué? ¿Tienes miedo de que otra chica sexy se mude y ponga
sus ojos en ti? —Se rio Stefan.
—Muy divertido, idiota. —Le tiró una tapa de cerveza.
Las chicas salieron y pusieron las pizzas y la ensalada sobre la mesa.
—La pizza está aquí —anunció Julia.
Tan pronto como todos estuvimos sentados en la mesa al aire libre,
Sam pidió nuestra atención.
—Julia y yo los queríamos a todos aquí esta noche porque hay algo
que debemos decirles —informó Sam y luego dirigió su atención a Julia.
—Vamos a tener un bebé. —Julia sonrió de emoción.
Tanto Alex como Emilia gritaron mientras se levantaban y la
abrazaban.
—Felicidades, hermano. —Abracé a Sam.
—Gracias. Estamos muy emocionados.
—Felicidades, mamá. —Me giré hacia Julia, la besé en la mejilla y la
abracé—. Vas a ser una madre maravillosa.
—Gracias, Sebastian.
—Bienvenido al club de padres. —Stefan abrazó a Sam—. No puedo
esperar a ver los pañales sucios, los juguetes tirados por toda la casa, los
biberones alineados en el fregadero, la comida para bebés por todas partes,
los escupitajos en toda tu ropa…
—De acuerdo. Lo entiendo. Puedo manejarlo.
—Fantásticas noticias, hermano. —Simon se acercó y lo abrazó—.
Esta familia sigue expandiéndose. Ya sabes, es un poco agradable. ¿Ya se lo
contaron a los padres? 218
—Les diremos mañana. Por cierto, Sebastian, necesitamos la mesa en
el restaurante mañana por la noche. Invitamos a mamá y papá.
—Ah, eso debería ser interesante. Me aseguraré de quedarme en la
cocina. —Sonreí.
48
Un mes después

Emilia
Estábamos en medio de tener sexo cuando solté algo porque supuse
que habría suavizado el golpe, y qué mejor momento que cuando todas las
emociones para sentirse bien corrían por la cabeza de Sebastian.
—Le vendí mi casa a tu padre.
—¿Qué? —Sebastian se detuvo y me miró mientras su cuerpo se
cernía sobre el mío—. ¿Acabo de escucharte decir que le vendiste tu casa a
mi padre?
—Sí. Pero no te detengas. Por favor.
—Bueno, eso acaba de matarlo todo. —Rodó fuera de mí y se tumbó
de espaldas.
219
—Oh, vamos, Sebastian.
—¿Por qué diablos le venderías tu casa a mi padre?
—Porque él la quería. —Mordí mi labio inferior—. Me ofreció el doble
de lo que pagué. Además, todo se hizo a través de sus abogados, por lo que
no tuve que pagar honorarios de agente inmobiliario. Era un trato
demasiado bueno para dejarlo pasar.
—¿Por qué no discutiste esto conmigo primero, Em?
—Todo sucedió muy rápido y estabas ocupado en el restaurante. Te
llamé y tus palabras exactas fueron: “Te amo y te extraño, pero no puedo
hablar. Estoy en medio de un desastre en la cocina”. Y luego dije: ‘Tengo
una excelente oferta por la casa. Y tú dijiste…
—Si crees que es una gran oferta, acéptala —suspiró.
—Y luego colgaste. Entonces, traté de hablar contigo sobre eso
primero.
—Es mi padre. Podrías haberle dicho que necesitabas discutirlo
conmigo primero.
—Lo intenté y me dijo: “Esto no tiene nada que ver con mis hijos. No
es su casa, y no son ellos los que venden. Esto es entre tú y yo, y te estoy
ofreciendo un gran trato”. —Imité la voz de su padre—. Además, puede ser
muy intimidante.
—¿Por qué la quiere? ¿Lo va a alquilar? ¿En Airbnb? ¿Qué?
Tragué saliva mientras miraba sus sexis ojos azules.
—¿Emilia? No me digas que Celeste y él se van a mudar.
—Bueno…
—¡Mierda! ¿En serio? —Su voz se hizo más fuerte.
—¿Por qué tienes un problema con que tu padre se mude al lado?
—¿En serio? ¿Cómo te sentirías si tu madre se mudara a la casa de al
lado?
Hinché mis mejillas y luego dejé escapar un suspiro.
—Cierto. —Asentí lentamente—. De todos modos, él y Celeste siempre
están viajando, por lo que apenas estarán allí. Si vas a enfadarte conmigo
por esto, entonces voy a dormir en el otro dormitorio.
—No te atreverías.
220
—¡Mírame! —Empecé a salir de la cama, y él enganchó su brazo
alrededor de mi cintura y tiró de mí hacia atrás.
—No vas a dormir en ningún otro lugar que no sea aquí en esta cama
conmigo.
—No si te vas a enojar conmigo por esto. —Lo miré.
Las comisuras de su boca se alzaron cuando llevó el dorso de su mano
a mi mejilla.
—Eres muy sexy cuando tienes una actitud. Escucha, Em, estoy un
poco enojado porque desearía que hubieras hablado conmigo primero, pero
conozco a mi padre y sé que probablemente te puso en un aprieto. ¿Cómo
se lo voy a decir a mis hermanos?
—No tienes que hacerlo. Lo anunciará mañana en la fiesta de
cumpleaños de Alex.
—Excelente —suspiró—. Trae esos labios aquí.
—No me parece. Ahora estoy enojada contigo.
—¿Estás enojada conmigo? —Rio—. ¿Me das la noticia de que mi
padre se mudará a la casa de al lado, durante el sexo, podría agregar, y
estás enojado conmigo?
—Sí. No aprecio tu actitud, Sebastian. —Me di la vuelta y puse la
sábana sobre mi cuerpo desnudo.
Rodó sobre su costado y enganchó su brazo con fuerza alrededor de
mi cintura cuando pude sentir su dura polla presionando contra mí.
—Puedes enojarte conmigo todo lo que quieras, pero tenemos algunos
asuntos que terminar primero.
—Ya no estoy de humor.
Empujó dentro de mí, y dejé escapar un jadeo estimulante.
—¿Estás segura de eso?
—Uh Huh. —Gemí cuando su mano apretó mi teta y lentamente
empujó sus caderas hacia adelante y hacia atrás.
—Te amo, cariño.
—Yo también te amo. Oh Dios —gemí.

221

Sebastian
Celebramos el cumpleaños de Alex en el restaurante. Era una fiesta
sorpresa, y estaba sorprendida porque su cumpleaños no era hasta la
próxima semana. Toda la familia estaba allí, incluidos mi madre y mi padre.
Necesitaba prepararme para el anuncio que haría mi padre porque sabía
cómo reaccionarían mis hermanos.
—Necesito la atención de todos —comenzó mientras se ponía de pie y
golpeaba ligeramente su copa con una cuchara.
El salón quedó en silencio, me estiré y agarré la mano de Emilia.
—Aquí vamos. —Dejé escapar un suspiro.
—Feliz cumpleaños a mi increíble nuera, Alex. No es ningún secreto
que nuestra familia está creciendo y fortaleciéndose. No podría estar más
feliz u orgulloso de mis hijos de lo que estoy hoy. Mientras estoy aquí, tengo
dos anuncios que me gustaría hacer. El primero es que compré la casa de
Emilia, y Celeste y yo nos mudaremos dentro de unas semanas.
—¿Qué carajo? —exclamó Sam mientras me miraba.
—Hermano, ¿sabías sobre esto y no nos advertiste? —Simon
entrecerró su ojo hacia mí.
—Tienes que estar bromeando. —Negó Stefan.
—Abuelo, ¿vas a vivir con nosotros? —preguntó Lily con entusiasmo.
—Así es, cariño, y puedes venir cuando quieras.
—¡Hurra! Papá, ¿no son buenas noticias?
—Claro, niña. —Stefan le dio unas palmaditas en la cabeza.
—Ahora, hay algo más, Celeste, y quiero compartir con ustedes —
continuo mientras enganchaba su brazo alrededor de ella—. Vamos a tener
un bebé. —Sonrió.
Un sentimiento estalló en la boca de mi estómago cuando mis
hermanos y yo nos miramos en estado de shock.
—Oh, por el amor de Dios, Henry —expresó mi madre.
—¿Cómo es eso posible? —exclamó Simon.
222
—¿Necesito explicarte lo de los pájaros y las abejas, hijo?
—Uh, estoy bien, papá. Vaya. Felicidades.
—Por el amor de Dios —susurró Sam.
—¿Cómo se supone que debemos reaccionar? —nos preguntó Stefan.
—¿Sabías sobre esto? —le pregunté a Emilia.
—Diablos no. No tenía ni idea.
—Papá, eso es… vaya. Fantástico —dije.
—Sé que es un poco impactante para ustedes.
—¿Un poco, papá? —Simon ladeó la cabeza.
Todos nos acercamos y felicitamos a nuestro padre y a Celeste.
—Su padre realmente se superó a sí mismo esta vez —comentó
nuestra madre mientras caminaba hacia nosotros—. ¿Cómo se sienten
acerca de las noticias, muchachos?
—Nos pondremos en contacto contigo tan pronto como pase el
impacto —aseguro Stefan.
Se rió y se alejó.
Tan pronto como terminó la fiesta, todos nos reunimos en la casa de
Stefan, tomamos unas cervezas y salimos al patio.
—Cuando dije que quería que una buena pareja comprara la casa de
Emilia, no me refería a papá y Celeste —aseguro Simon.
—Al menos vivirán junto a tu casa. —Sonrió Sam mientras me
palmeaba la espalda.
—Está demasiado cerca. Lo amo, pero fue bueno que estuviera al otro
lado de la ciudad —dijo Stefan.
—¿Por qué diablos no nos dijiste? —preguntó Sam—. Porque sé que
lo sabías. —Me señaló.
—Me enteré anoche cuando Emilia lo soltó durante el sexo. Estará
bien. Tenemos que abordar el hecho de que nuestro padre va a tener otro
hijo. Es demasiado viejo para empezar de nuevo.
—Celeste apenas tiene cuarenta y dos años —informo Stefan.
—¿Apenas? ¿Te das cuenta de que tendremos un hermano treinta y
tres años menor? Dios mío —habló Simon—. ¿No crees que eso está jodido?
223
—Bueno, sí, un poco. Pero, ¿qué podemos hacer? —comenté—.
Finalmente está feliz, y nosotros también deberíamos estarlo. Además, si
tiene un hijo nuevo para ocupar su tiempo, no tendrá tiempo para participar
en todos nuestros negocios.
—Cierto —secundo Stefan.
—¿Viste la mirada en el rostro de mamá? —Se rio Sam.
—Pensé que se iba a desmayar. —Me reí.
—Espero que estén siendo amables aquí —dijo Emilia mientras salía
y envolvía su brazo alrededor de mi cuello.
—Siempre, cariño. —Besé su mejilla.
—¿No es emocionante que vayan a tener un nuevo hermano? —nos
preguntó con una sonrisa.
—No. —Simon la miró—. Está jodido. Totalmente jodido.

224
49
Sebastian
Me paré en el patio con mi taza de café y observé cómo Emilia jugaba
con Ruby junto al agua. Si alguien me hubiera dicho hace un año que viviría
con la mujer de mis sueños y tendría un perro, le habría dicho que estaba
loco.
Sonreí y la saludé con la mano cuando ella miró y me atrapó viéndola.
Era la mujer más hermosa del mundo, y era toda mía. Dejando mi taza sobre
la mesa, caminé hacia la playa y envolví mis brazos firmemente a su
alrededor.
—¿Por qué no me despertaste? —pregunté.
—Porque has estado trabajando tan duro entre los restaurantes,
necesitas descansar.
—¿Te he dicho cuánto te amo?
225
—Unas pocas veces. —Una sonrisa cruzó sus hermosos labios.
—Quiero que sepas que planeo casarme contigo algún día, y espero
que cuando llegue el momento, digas que sí.
—Sabe que lo haré, señor Kind. —Sonrió.
—No te voy a decir cuándo, dónde o cómo. Pero sucederá cuando
menos lo esperes.
—Estaré lista cuando tú lo estés. —Rozó sus labios contra los míos.
—Buenos días, ustedes dos. —Escuché la voz de mi padre gritar.
Girando la cabeza, lo saludé con la mano mientras estaba de pie en
su patio.
—Buenos días, papá.
—Buenos días, Henry —lo saludó Emilia.
—Sí. Esto es demasiado raro. —Le dije a Emilia.
—Te acostumbrarás. —Rio.

Mi familia se reunió afuera de mi nuevo restaurante para la


inauguración del letrero. Tenía una sorpresa, y los únicos que sabían de ella
eran mis hermanos. Por supuesto, tuve que decirles lo que quería hacer y
recibí todo su apoyo.
—¿Dónde está Simon? —pregunté porque llegaba quince minutos
tarde.
—No lo sé. Traté de llamarlo y no respondió —informó Stefan.
—Intenté llamarlo desde el teléfono de Julia ya que dejé el mío en casa,
y no respondió.
—Bueno, no voy a esperar más.
Me paré frente al restaurante mientras mi familia se reunía alrededor.
—Como todos saben, nos estamos preparando para abrir en un par
de semanas. Quiero agradecer a cada uno de ustedes por todo su apoyo para
ayudarme a hacer que esto suceda. Los quiero a todos, y no podría haberlo
hecho sin ustedes. Bienvenidos a Emilia’s. Tiré del cordón cuando cayó la
226
cubierta negra.
—¿Qué? —Emilia se llevó la mano a la boca—. Ay dios mío.
—¿Qué opinas, cariño? ¿Te gusta?
—Yo… yo. Ay dios mío. No puedo creer que hayas hecho esto. —Sus
ojos se llenaron de lágrimas mientras me abrazaba—. ¿Por qué cambiaste el
nombre?
—Lo hice porque te amo. Eres una gran parte de mi vida y quería algo
que nos representara. Este restaurante hace eso por mí. Has estado conmigo
desde el primer día de este viaje y no podría haberlo hecho sin tu amor y
apoyo.
—Te amo tanto, Sebastian. Gracias.
—Vamos a entrar, ¿de acuerdo? —Abrí la puerta.
—Buen trabajo, hijo. —Mi padre sonrió mientras me palmeaba la
espalda—. Estoy orgulloso de ti.
—Gracias, papá.
—Ahora que le pusiste su nombre al restaurante, ¿cuándo le pondrás
un anillo en el dedo?
—Pronto, papá. Pronto.
—Yo diría que Emilia se quedó sin palabras. —Sam se acercó y puso
su mano en mi hombro.
—Sí. Tomé un video de su reacción. Te lo enviaré. —Stefan sonrió—.
Mierda, ¿dónde está mi teléfono? —Palpó sus bolsillos.
Mi teléfono comenzó a sonar, y cuando lo saqué de mi bolsillo, vi que
Simon estaba llamando.
—Hablando del diablo. —Levanté mi teléfono y se lo mostré a mis
hermanos—. Será mejor que tengas una buena explicación de por qué no
estás aquí —respondí.
—Sebastian, es Roman. —Podía escuchar todo tipo de conmoción en
el fondo, y de repente una sensación de malestar surgió dentro de mí—. Le
dispararon a tu hermano y lo llevarán de urgencia al Cedars Sinai. Tus
hermanos y tú deberían ir allí lo más rápido que puedan.

227
Próximo Libro
Regla número uno: No escuches a mis hermanos acerca de encontrar a la
persona con la que sentar la cabeza.
No lo haré. Soy feliz con mi vida y siendo un soltero sin preocupaciones.

Regla Número Dos: Ignorar la conexión con


la sexy desconocida que llegó a la ciudad y le
dio una paliza a mi sospechoso.
Lo estoy intentando, pero...

Estaba tras la pista de un sospechoso que


había estado persiguiendo cuando Grace
Adams llegó a él antes que yo. Cuando lo
encontré en el almacén abandonado, estaba
tumbado en el cemento en estado de shock 228
con un brazo roto y la mandíbula fracturada
mientras ella se cernía sobre él. Resultó que
era una persona de interés para ambos.
Era un infierno de mujer. Sexy, fuerte,
inteligente, independiente y descarada, todo
en uno. ¿He mencionado que su estatura y su
constitución física quedarían perfectos
tumbados debajo de mí?
Le ofrecí mi ayuda, y aceptó. Cuanto más trabajábamos juntos, más se
reforzaba la química entre nosotros. No sólo me atraía sexualmente, sino
también intelectualmente. Mis hermanos decían que éramos dos gotas de
agua.
Cuando llegó el momento de que se fuera de California, tuve que tomar una
decisión. ¿La dejaba ir o la obligaba a quedarse?
Sobre la Autora

Sandi Lynn es una autora de superventas de Bestseller del New York Time,
Usa Today y Wall Street Journal y una soñadora y creadora de todo lo
relacionado con el romance, especialmente los multimillonarios. Con más
de cincuenta libros publicados, sigue escribiendo cada día para dar vida a
las historias y a personajes que los lectores ansían.
Le encanta ir de compras, hacer ejercicios en el
gimnasio y todo lo relacionado con el chocolate. Su
misión es ofrecer a los lectores novelas románticas
que los transporten a otro mundo y los alejen de la
rutina diaria, libro a libro.

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