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En la quietud de la noche, bajo el manto estrellado,

dos almas se encuentran en un abrazo delicado.


Tu piel, suave como la seda al tacto de mis manos,

despierta en mí un deseo que se extiende en vanos.

Cada roce es un susurro, un suspiro en la penumbra,


mientras nuestras miradas se entrelazan en la lumbre.
En el eco de tus palabras, encuentro la melodía,

que enciende la pasión y nos lleva a la armonía.

No hay prisa, no hay frenesí, solo el dulce susurro,


de dos almas enlazadas en un etéreo conjuro.
En este momento de ternura y sutil entrega,

descubrimos la belleza en cada caricia, en cada entrega.

Así, en la quietud de la noche, nos perdemos sin medida,


en un baile sin fin, en una danza compartida.
Porque en el delicado roce de nuestros cuerpos,

encontramos el amor, en su forma más pura y sincera.

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