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RECOPILACIÓN
I nscripción N°: 179.163
© R afael E cheverría
I.S.B.N.: 978-956-306-052-2
E d ita y d is t r ib u y e
C o m u n ic a c io n e s N o r e st e lt d a .
QUEDA PR O H IB ID A
LA VENTA, D ISTR IB U C IÓ N Y C O M E R C IA L IZ A C IÓ N
sin egoísmo
JCSiEZ
edi tor
INDICE
PRESENTACIÓN.................................................................................. 7
5
II. EL APRENDIZAJE..........................................................................53
1. El aprendizaje en la actual coyuntura histórica................................... 53
a. La aceleración del cambio en el mundo actual.................................... 56
b. La crisis del sustrato de nuestro sentido común.................................. 58
2. El status ontológico del aprendizaje.................................................... 61
3. Transformación y conservación.......................................................... 63
4. La meta-competencia de aprender a aprender..................................... 66
5. Modalidades de aprendizaje............................................................... 71
a. Aprendizaje por imitación........................................................ 72
b. Aprendizaje por enseñanza....................................................... 73
c. La opción del aprendizaje autónomo.......................................73
6. Hacia una fenomenología del aprendizaje.......................................... 78
7. ¿Qué significa entonces aprender?...................................................... 79
a. Primer acercamiento................................................................ 80
b. Segundo acercamiento: la ampliación del criterio de la efectividad ... 86
8. El aprendizaje como manifestación de la competencia
ontológica de la escucha..................................................................... 91
9. ¿Cómo devenir un aprendiz efectivo?................................................. 95
El fenómeno de la ceguera cognitiva............................................ 96
10. Una mirada a Sócrates........................................................................ 99
a. La declaración de ignorancia................................................102
11. Algunos obstáculos del observador que bloquean el aprendizaje....... 103
a. Algunos juicios del observador que bloquean el aprendizaje ... 105
b. Algunas emociones del observador que bloquean el aprendizaje ..109
La arrogancia..............................................................................112
Confusión, perplejidad y asombro............................................ 113
La resignación y el aburrimiento............................................... 114
El miedo.................................................................................... 115
c. Consideraciones finales.................... .................................... 116
12. La importancia de la humildad como postura básica.........................117
13. La afirmación del misterio como dimensión fundamental de la realidad 119
14. «Nosotros, los que conocemos, nos somos desconocidos»..................120
15. Conocimiento y sabiduría: la relación con la vida............................ 122
6
III. SOBRE LA ENSEÑANZA............................................................125
1. Tres premisas fundamentales para la reconstrucción de la práctica docente ... 129
a. El aprendizaje valida la enseñanza..........................................129
b. El aprendizaje se traduce en la expansión de la
capacidad de acción efectiva......................................................136
c. El reconocimiento del carácter conversacional
del proceso de enseñanza-aprendizaje......................................... 141
2. Hacia una concepción holística de la enseñanza..............................147
7
Y. LAS MODALIDADES DEL HABLA
Y LA SENDA DE LA INDAGACIÓN.......................................211
1. Dos modalidades del habla...........................................................211
En torno a la proposición.......................................................213
2. Ontologización de la indagación................................................... 216
Indagación y educación........................................................... 216
Tradición, sentido común e indagación................................218
Indagación, duda y pensamiento............................................ 221
Indagación y modalidad de vida............................................227
Proposición, indagación y ser individual................................ 230
Dos modalidades de vida......................................................... 235
La autoindagación................................................................... 239
3. Fenomenología de la acción indagativa......................................... 244
La indagación y la escucha...................................................... 244
La indagación, la gestión y el desempeño de los equipos.....246
La indagación y la calidad de las relaciones personales......... 248
La indagación y el arte de hacer preguntas............................. 249
4. La matriz básica de la indagación.................................................. 253
La indagación horizontal......................................................... 253
La indagación vertical............................................................. 253
La indagación transversal........................................................ 258
La indagación ortogonal.......................................................... 261
5. Y así como hay preguntas, hay también respuestas....................... 267
8
PR E SE N T A C IÓ N
I
ble poner en cuestión nuestra comprensión tradicional sobre esta
última. Esto es lo que busca el texto que aquí incluimos.
II
I
LOS C O N D IC IO N A N T E S D E LA A C C IÓ N H U M A N A :
EL M O D E L O O SA R
1. El M odelo OSAR
9
busca no sólo presentar, sino tam b ié n explicar, este m odelo
que h a devenido u n sello de n u e stra p ro p u esta y que h a acom
p añ ad o desde hace ya largo tie m p o to d o s nuestros program as
de form ación.
M odelo OSAR:
El O bservador, el Sistem a, la Acción y los Resultados
10
ética de n uestra existencia. E n esta prem isa se expresan algu
nos supuestos que creem os necesario explicitar.
11
pragm atism o propone que sólo hay que hacer lo que es útil y
restringen la noción de utilidad a cuestiones pedestres. Esta no es
nuestra posición ni es tam poco lo que defiende el pragm atism o
filosófico.
12
3. Los tres ejes fundam entales de la trascendencia hum ana
13
El segundo eje es el de la esperanza. A diferencia del a n te
rior, éste sitúa la trascendencia en la estructura de la tem porali
dad. La esperanza im plica el reconocim iento de u n futuro acep
tado com o espacio de nuevas posibilidades. Los seres hum anos
tenem os la posibilidad de trascender lo que hem os llegado a ser
en el presente y de crear m undos diferentes a los que hoy enca
ram os com o resultado de u n a historia, de u n pasado. Por cuanto
disponem os de un futuro, éste se nos ofrece com o horizonte de
nuevas posibilidades. Si pensáram os que nada nuevo va a pasar,
si creyéram os que ya hem os sido to d o lo que podem os ser, que
no disponem os de un futuro para diseñar en él form as de ser
distintas, com prom etem os nuestro sentido de vida38.
14
la esp eran za de re e n c o n tra rs e c o n o tro s seres h u m a n o s. E n
u n a m e d id a im p o rta n te , el se n tid o de n u e stra s vidas nos
e stá c o n fe rid o p o r los dem ás, p o r aq u ello s q u e c o n v e rtim o s
en «otros significativos» en n u e stra existencia.
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o in terp retacio n es nos acercam os m ás a cum plirlos o satisfa
cerlas, que con acciones o in terp retacio n es alternativas. T oda
evaluación de efectividad es relativa a lo que nos im p o rta. E n
el pasado39 hem os sostenido que desde la perspectiva ontológica
no es la verdad sino el poder, el criterio de discernim iento p rin
cipal para evaluar y com parar el valor relativo de diferentes p ro
posiciones. Sobre ello volveremos a ab u n d ar más adelante en
este m ism o texto. Los criterios de p oder y eficacia nos p erm iten
evaluar, en función de los resultados, diferentes acciones o in
terpretaciones. Es sólo exam inando los resultados que nos es
posible establecer el grado de eficacia y poder (siem pre relati
vos) que corresponden a nuestras acciones o interpretaciones.
39 Véase Rafael Echeverría, Ontología del Lenguaje, J.C. Sáez Editor, Santiago,
1994. Capítulo 11.
16
aquellos o p tan vivir y actuar prescindiendo de ellos. N o deben
caber dudas sobre cual es nuestra opción a este respecto.
17
de insatisfacción. La gran m ayoría de las veces nos reconoce
m os al m enos parcialm en te responsables y ello p osiblem ente
nos lleve a buscar m odificar esos resultados. Para hacerlo, sa
bem os, es preciso cam biar la fo rm a com o actuam os. D e dejar
las cosas com o están, la m ás alta p ro b ab ilid a d es q u e ellas se
p e rp e tú e n y que p ro lo n g u e n con ello n u estra insatisfacción.
Predisposiciones biológicas
N u e s tra c a p a c id a d de a c ció n está c o n d ic io n a d a p o r n u e s tra
p a r tic u la r c o n s titu c ió n b io ló g ic a . N a c e m o s c o n a lg u n a s
18
h ab ilid ad es para hacer ciertas cosas y con ciertas dificultades
para realizar otras. M u y p ro n to d u ra n te nuestro desarrollo des
cubrim os que tenem os facilidades, p o r ejem plo, para las m ate
m áticas, o que tenem os a p titu d e s p ara la m úsica, o que logra
m os u n a ráp id a m aestría para hacer cosas con las m anos, com o
d ib u ja r o co n stru ir artefactos. Esas predisposiciones las perci
bim os com o talentos con los q u e nos descubrim os equipados.
Son dones que nos provee n u e stra biología. Y nos percatam os
de que aquello q ue nos resulta relativam ente fácil a otros p u e
de resultarles m ás difícil. Inversam ente, descubrim os tam b ién
áreas en las que tenem os dificultades. En las que percibim os
que aquello que para nosotros es difícil, a otros se les «da» de
m anera m u ch o m ás fácil, diríam os incluso «natural». E n efec
to, tales predisposiciones, positivas o negativas, rem iten a su
naturaleza, a su biología.
19
las actividades de in stru cc ió n de sus m iem bros. Estas in stitu
ciones p u e d e n ser clasificadas de m u y d istin tas form as. N o
p rofundizarem os en ello. Lo que nos interesa destacar es el
im p o rta n te papel del aprendizaje com o m ecanism o de a d q u i
sición de com petencias y, p o r co n sig u ien te, com o u n cam ino
para m odificar nuestros co m p o rtam ie n to s y generar resulta
dos diferentes.
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presente en los deportes, sino en to d a m o d alid ad de c o m p o r
tam ien to . A m en u d o , para o b te n e r u n d eterm in ad o resultado,
lo que tenem os que m odificar n o son n i las com petencias, ni
las h erram ientas a n u estra disposición, sino los factores em o
cionales desde los cuales hacem os lo que hacem os.
Nuestras habitualidades
T oda persona no sólo sabe h acer ciertas cosas y no sabe hacer
otras. E n su actu ar hay determ in ad as recurrencias y cada vez
que se en fren ta a determ in ad as situaciones acude a ciertos re
perto rio s de acción y n o a otros. N os acostum bram os a actuar
de d eterm in ad a form a, form a q ue progresivam ente configura
n u estra m o d alid ad p articu lar de co m p o rtarn o s. Es lo que lla
m am os nuestras habitualidades.
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7. El carácter no lineal del comportamiento humano
y del aprendizaje
Todos nos hem os visto enfrentados al hecho que ciertos resulta
dos nos son esquivos, al p u n to que m uchas veces llegan incluso
a parecem os inalcanzables. M iram os nuestra vida, exam inam os
p o r ejem plo nuestras relaciones, y no podem os dejar de concluir
que los resultados que obtenem os en ellas no son aquellos a los
que originalm ente aspirábam os. Estos resultados son de m uy
distintos órdenes y revisten niveles de im p o rtan cia desiguales.
N o son pocas las veces en las que, sin em bargo, estos resultados
insatisfactorios se sitúan en áreas que son las que m ás afectan
nuestra vida, aquellas que consideram os m ás im portantes. Por
ejem plo, los resultados que obtengo en m i relación de pareja, o
bien aquellos que se expresan en la relación que he construido
con uno de m is hijos, m e son altam ente insatisfactorios.
22
n u estra capacidad de aprendizaje se h a n en co n trad o con un
lím ite insalvable. H agam os lo q ue hagam os, sim plem ente no
logram os superarlo.
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en aprender, son m uchas las veces que experim entam os la vi
vencia que alcanzam os u n lím ite en n u estra capacidad de alte
rar determ inados resultados. N u estra capacidad de increm entar
linealm ente nuevos aprendizajes pareciera haberse detenido. La
curva de aprendizaje co n tin u o se h a cortado. Los lím ites que se
m e p resentan a m í, otros no los enfrentan. Ello nos suele c o n d u
cir a reconocer que no se tra ta de u n a im posibilidad genérica. La
dificultad pareciera ser m ía. Y, en efecto, suele serlo.
8. La respuesta m etafísica
C u a n d o experim entam os la sensación que nos hem os e n c o n
tra d o con u n lím ite en n u estra capacidad de acción y de ap re n
dizaje, que n ad a que hagam os nos p e rm itirá superar nuestras
dificultades, la in te rp re ta c ió n q u e esp o n tán eam en te solem os
ofrecer proviene d irectam en te de los postulados del program a
m etafísico. «Soy yo», decim os. O bien, «Es ella» o «Es él». Lo
que equivale a señalar: «No hay n a d a que hacer, pues la d ifi
cu ltad que en fren to reside en m i (o en su) form a de ser, y ello
no p uede ser cam biado». Si n ad a podem os hacer p a ra alterar
los resultados, será - n o s decim os— p o r c u a n to la d ific u ltad
p ertenece a n u estra fo rm a de ser. A l a d o p ta r esta p o stu ra, cae
m os en u n a p ro fu n d a resignación y cancelam os la po sib ilid ad
de tra n sfo rm ar el estado presente de las cosas.
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Sin em bargo, si querem os lu ch ar c o n tra la m etafísica que
llevam os d e n tro de nosotros m ism os, no podem os sino d isp u
tar los postulados que están co n ten id o s en esos tratados. D e
ellos provienen las transfusiones de aquella sangre que p o rta
m os. N o es posible lim piarnos de la m etafísica sin p o n e r en
cuestión el p en sam iento de quienes la inv en taro n , sin d esm o n
tar sus argum entos. Pero debem os ir m ás lejos. Si sólo cuestio
náram os los arg um entos e ru d ito s de algunos libros de filoso
fía, no seríam os capaces de rescatar a los individuos que se en
c u e n tran atrapados en sus garras. D ebem os, p o r lo ta n to , lu
char en dos frentes diferentes: en el frente de la arg u m en tació n
académ ica y en aquel o tro frente c o n stitu id o p o r el tip o de
razones que levantan los hom bres y m ujeres en la c o tid ian id ad
de su existencia.
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9. Los condicionantes ocultos del comportamiento
Es indispensable volver a aquel p u n to m u erto en el que pare
cíam os en co n trarn o s, p u n to en el q u e sentíam os q ue los cam i
nos se cerraban, y acudíam os a la respuesta m etafísica para c o n
ferirle sen tid o a esta experiencia de im p osibilidad. ¿C óm o sa
lir de allí? La m an era de hacerlo es la de volver a p lan te ar la
p reg u n ta p o r los co n d icio n an tes de la acción h u m an a . Si exis
tiera u n cam ino de salida, éste estará m u y posib lem en te aso
ciado a algunos co n d icio n an tes q ue no estaban incluidos entre
los co n d icio n an tes visibles que hem os m encionado.
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10. El observador
Las acciones que realizam os no provienen de la nada. Ellas re
m iten al tip o de observador que som os. ¿Q ué es el observador?
M ás adelante p rofundizarem os en esta n o ció n que es u n o de
los pilares básicos de la o n to lo g ía del lenguaje. Por ahora dire
m os sim plem ente que la d istin ció n del observador a p u n ta al
sen tid o que le conferim os al acontecer. Se tra ta de la m anera
com o in terp retam o s la situ ació n que enfrentam os. Las accio
nes que em prendem os d e p e n d en de las interpretaciones que
realizam os sobre lo que está sucediendo. A p a rtir de u n a d e te r
m in ad a in terp retació n , em erge u n c o n ju n to de acciones posi
bles, pero sim u ltán eam en te se excluyen otras.
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N o solem os verlo, p o rq u e ese lugar está precisam ente o cu p a
do p o r el observador que som os. E stá tap ad o p o r él. El obser
vador tiene dificultades para observar el lugar d o n d e se para a
observar, precisam ente p o r pararse en él.
11. El sistema
Los seres h um anos som os seres sociales. V ivim os no sólo en la
historia, sino tam bién en convivencia con otros. N o som os seres
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previam ente c o n stitu id o s y luego insertados en la h isto ria y en
sociedad con o tros. El p ro p io ser q u e som os, en cu alq u ier
m o m e n to de n u estro devenir, se co n stitu y e a p a rtir de la p a rti
cular inserción en su e n to rn o social. N o es posible separar nues
tro carácter in d ividual de n u estro carácter social. La in d iv i
d u a lid a d que cada u n o desarrolla y que lo hace ser el tip o de
persona que es, recoge y está m arcado p o r las condiciones his
tóricas y sociales que a cada u n o le corresponde vivir.
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T odo esto im plica que si deseam os p ro d u cir cam bios p ro
fundos y estables en n u estra fo rm a de c o m p o rtarn o s, m uchas
veces no es suficiente in co rp o rar nuevos repertorios de acción,
o incluso p ro d u cir cam bios en el observador que som os, sino
que a m en u d o es preciso m odificar el o los sistem as a los que
pertenecem os. D e no hacerlo, dichos sistem as seguirán ejer
ciendo su efecto co n d ic io n an te previo, p u d ien d o incluso re
vertir aquellos cam bios que m o m e n tá n e a m e n te alcancem os en
nuestros co m p o rtam ien to s.
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Llam am os líderes precisam ente a quienes asum en el desafío de
m odificar los sistemas sociales a los que pertenecen.
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12. Evaluación: cuando el observador observa los resultados
Ya h e m o s in tro d u c id o los a c to res p rin c ip a le s del M o d e lo
O SA R: los R esultados, la A cción, el O b servador y el Sistem a.
Es necesario ahora, describir algunas de las relaciones m ás im
p o rta n tes que se establecen en tre ellos.
Resignación metafísica
U n p rim e r cam ino consiste en observar ese resultado insatis
factorio, alzar los h o m b ro s y po sib lem en te decir, «¡Y qué voy a
hacer! ¡Eso fue lo q u e p u d e hacer!». A veces direm os: «¡Eso es
lo que puedo!». Y a p a rtir de ese m o m e n to recurrirem os, q u i
zás, a las variadas respuestas que p ro v ien en del cajón de nues
tra m etafísica. «¡Dado com o soy, no p u ed o p rete n d er u n resul
tado diferente!». O bien: «D ado com o él/ella es, ¿qué o tra cosa
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p u ed o esperar?». E n otras palabras, recurrim os a la categoría
del «ser» para conferirle sen tid o a ese resultado insatisfactorio
y con ello congelam os la p o sib ilid ad de in terv en ir en él.
42 Éste es uno de los enemigos predilectos del coaching que se define como
ontológico.
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even tu alm en te p o d ríam o s hacer. Sabem os q ue las acciones que
realizamos d eterm inan el ser en el que nos constituim os. C om o
solem os reiterarlo m últiples veces, nuestro actuar no sólo revela
el ser que som os, prem isa que aceptam os. El principal problem a
reside en el hecho de que nuestro actuar genera, entre sus m ú lti
ples resultados, el ser en el que devenim os.
Explicación justificante
Existe u n segundo tip o de respuesta frente a u n resultado insa
tisfactorio. É sta no se c o m p ro m ete ta n ráp id am en te com o la
a n te rio r con la resignación, a u n q u e m uchas p u ed an term in a r
tam b ié n en ella. Este cam ino se caracteriza p o r u n observador
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que al evaluar u n d eterm in ad o resultado com o insatisfactorio,
se pregunta: «¿Por qué?». «¿Qué fue lo que p ro d u jo este resul
tado que no m e agrada?». C ada vez que preguntam os «por qué»,
lo que suele venir a c o n tin u a ció n es u n a explicación. E n otras
palabras, to d a explicación p resu p o n e la p reg u n ta del p o r qué,
incluso cu an d o no se haya h echo de m an era explícita44.
35
clausurado la p o sib ilid ad de m odificarlo. R esulta interesante
reconocer cóm o las justificaciones suelen, m uchas veces, in cli
narse hacia la m etafísica. «¿Que p o r q ué pasa eso?», «Porque
ella es com o tú bien sabes», «Porque m e to caro n los padres que
tu conoces», «Porque yo soy así».
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tal o cual cosa». Sus propias acciones n o son p arte de la ecua
ción que generó el resultado insatisfactorio. El recurso de la
externalización se caracteriza p o r a p u n ta r con el dedo acusador
hacia fuera y p o r la dificu ltad de dirigirlo hacia un o m ism o.
Ello no hace sino deb ilitar nuestras explicaciones. E n prim er
lugar, p o r incom pletas. Pero, en segundo lugar, y tal com o ya
lo expresam os, p o r c u an to desvía la aten ció n del terreno en el
que tenem os n uestra m ayor capacidad de intervención: no so
tros m ism os.
13. El aprendizaje
El aprendizaje es aquella acción que nos conduce a u n cam bio
de la acción. Ese es su p ropósito: llegar a hacer lo que antes no
hacíam os y, m uchas veces, lo q u e antes no podíam os hacer. U n
resultado insatisfactorio es p o r defin ició n el p ro d u cto de u n a
acción inefectiva. Al co m p o rtarn o s de la m anera que lo h ici
m os no logram os in crem en tar n u estro nivel de satisfacción.
T oda acción busca hacerse cargo de u n a situación que no nos
com placía, y resolverla. Si la acción no p ro d u ce la satisfacción
deseada, es indispensable m odificar la form a com o actuam os.
Para ello recurrim os al aprendizaje. T enem os, sin em bargo,
d istin to s tipos de aprendizaje, y el gráfico del M odelo O SA R
nos p erm ite identificarlos.
37
o rd en 45 . Se trata de u n tip o de aprendizaje en el que, estando
conscientes de que es necesario m odificar las acciones para ob
ten er diferentes resultados, nos dirigim os, al in terio r del m ode
lo, directam ente a pro d u cir cam bios en el casillero de la Acción.
Las preguntas que entonces nos hacem os son las siguientes:
45 Éste se corresponde con lo que Chris Argyris llama «single loop learning».
46 Éste, en cambio, se corresponde con lo que Argyris llama «double loop
learning».
38
E n este segundo tip o de aprendizaje, se sabe que el cam
bio del resultado que se desea va a req u erir de u n cam bio de la
acción. Pero se reconoce que las acciones rem iten al observa
d o r que som os y que m ientras tal observador se m antenga, los
cam bios de acciones que son requeridos no se o b ten d rá n . Se
sabe que para cam biar determ in ad as acciones se requiere m o
dificar previam ente el tip o de observador que som os. Lo p ro
pio del aprendizaje de segundo o rd en , p o r lo tan to , es que co n
lleva u n cam bio del observador. Ello im plica que se tra ta de
u n a interv en ció n dirigida al casillero del O bservador. La ex
pectativa im p lícita es que, al m odificarse el observador, se d i
solverán aquellos lím ites que previam ente afectaban al casille
ro de la A cción.
39
cam bios en el observador, es preciso reconocer que dichos cam
bios p u e d e n ser de órdenes m u y diferentes. Las intervenciones
en el observador p u ed en ten e r niveles d istin to s de p ro fu n d i
dad. A lgunas de ellas, p o r ejem plo, p u e d e n consistir en in tro
d u c ir d eterm in ad as distinciones que el ind iv id u o en cuestión
p rev iam en te desconocía. Ello logra u n d e te rm in a d o cam bio
del observador. Sin em bargo, se tra ta de cam bios relativam en
te superficiales47.
40
Es m uy posible que esa m ism a persona considere que en la
m edida que tal rasgo define su form a de ser, sólo le cabe aprender
a vivir con él. Es tam bién posible que aunque considere que existe
la posibilidad de cam biarlo, no esté dispuesta a ello. Pero no estar
dispuesto a m odificarlo no im plica necesariam ente que no sea
m odificable. A veces nos sucede que la vida nos im pone el dilem a
de tener que optar p o r conservar o por transform ar este tipo de
rasgos, rasgos que m uchas veces parecieran asociarse con nuestro
sentido de vida. Se trata, sin duda, de experiencias difíciles. Soltar
u na form a habitual de ser, que nos ha acom pañado por m ucho
tiem po, no es fácil. Es más, por lo general solemos tener razones
m uy elaboradas para justificarlas49.
41
Lo que nos interesa es reconocer que, al in terio r del apren
dizaje de segundo orden, que busca el cam bio del observador,
podem os distinguir u n tip o de aprendizaje que p o r su p ro fu n d i
d ad m odifica aspectos que aparecen asociados a nuestra p articu
lar form a de ser. N os interesa, reconocer que esta posibilidad de
aprendizaje existe, que ella es u n a opción de aprendizaje. A esta
m od alidad la llam am os aprendizaje transform acional50.
Es im p o r ta n te h a c e r u n alc a n c e so b re el a p re n d iz a je
tran sform acional, dado q u e en to rn o al él, suelen p roducirse
algunos m alen ten d id o s. A lgunos e n tie n d e n que el aprendizaje
tran sfo rm acio n al im plica u n cam bio radical en la form a de ser
de u n in d ividuo. Ello no está m al, pero qu ed a sujeto a lo que
en ten d am o s p o r radical. Si p o r radical en ten d em o s to tal, en el
sen tid o de que el ser del in d iv id u o que se constituye a p a rtir
de esta m o d alid a d de aprendizaje es co m p le ta y to ta lm e n te
d iferente al ser que estaba c o n stitu id o antes de la experiencia
de aprendizaje, será e v id en tem en te m u y difícil d ete c ta r expe
riencias de aprendizaje de este tipo.
42
nos conduce a reconocer u n a ru p tu ra con «ciertos» patrones
de observación o de co m p o rtam ie n to que h ab ían sido caracte
rísticos de la form a a n te rio r de ser de la persona, no tendrem os
dificultades para reconocer la posibilidad de este tipo de apren
dizaje. R econocerem os que, en d eterm in ad o s dom inios, se ha
p ro d u cid o u na ru p tu ra en la form a h ab itu al de ser de ese in d i
v id u o , u n p u n to de in fle x ió n en u n a p re n d iz a je lin e a l y
acum ulativo, u n d eterm in ad o salto cualitativo. U n a de las ca
racterísticas sobresalientes de este tip o de aprendizaje es preci
sam ente la alteración o ru p tu ra de la linealidad.
Sin e m b a rg o , ello n o im p id e re c o n o c e r q u e m u ch as de
las tra n sfo rm a c io n e s q u e g e n e ra el a p re n d iz a je se realizan,
43
sig u ien d o el m o d elo de cam b io en los p aradigm as, p reser
v an d o en el tie m p o aquellas recurrencias a p a rtir de las cuales
p o d e m o s tip ific ar u n a d e te rm in a d a fo rm a de ser del in d iv i
d u o . T odo p arad ig m a, com o lo hem os a rg u m e n ta d o previa
m en te , posee u n c e n tro , que se suele conservar a pesar de q u e
el p arad ig m a esté cam b ian d o . El aprendizaje tran sfo rm acio n al
im p lica, en co n secuencia, u n a m o d ific a c ió n de u n nivel de
p ro fu n d id a d q u e no siem pre está p resen te en otras ex p e rien
cias de aprendizaje.
44
capturados por las fuerzas enemigas e internados en campos de concentración
chinos. Cuando salían de ellos, hacían furiosas declaraciones contra su país y
defendían la causa del enemigo. Quienes los habían conocido antes no los
reconocían ni lograban entender lo que podía haberles pasado. Los prisioneros se
mostraban como personas muy diferentes en relación con quienes habían sido.
Esas experiencias fueron muy pronto calificadas de «lavado de cerebro».
Muchos se planteaban cómo se había logrado una transformación
semejante; qué era lo que generaba en aquellos prisioneros un cambio tan
inesperado como radical. En otras palabras, cuáles eran las bases para generar
en ellos un cambio tan significativo de actitudes, creencias y comportamiento.
Estas experiencias parecían expandir los límites previamente aceptados del
aprendizaje, lo que muchos tomaron como un desafío para la investigación.
D e descubrirse las bases de estas transformaciones, se pensaba, podrían
producirse cambios que podrían ser altamente beneficiosos. Ese es el origen
del programa de «aprendizaje transformacional».
D esd e m uy tem prano la in v estig a c ió n sobre el aprendizaje
transformacional se vio marcada por las características de las experiencias del
campo de concentración que lo habían iniciado. El modelo subyacente era el
de la tortura. Se habló de «persuasión coercitiva» y se exploraron los efectos
en el aprendizaje de la presión por la fuerza para lograr influir en los demás y
cambiar sus disposiciones iniciales.
En marzo del 2002, la Harvard Business Review le hizo una entrevista
a Edgar Schein en la que éste evalúa los resultados de este «research program»
(The Anxiety o f Learning, HBR, marzo 2002). Schein había sido el principal
pionero en desarrollarlo. Sus conclusiones son demoledoras. En sus palabras,
el aprendizaje transformacional es una experiencia muy difícil de generar,
que se produce muy escasamente y cuando sucede se sustenta en un inmenso
sufrimiento, generando en quienes participan en ella una gran angustia. Todo
ello compromete, en la opinión de Schein, el que podamos desarrollar
adecuadamente esta modalidad de aprendizaje. El «research program» puede
declarase abortado.
Las conclusiones de Schein son interesantes. En parte, estamos de
acuerdo con ellas. Dados los presupuestos en los que se sustentó el programa
de investigación, sus resultados no podían sino ser altamente discutibles.
Schein lo entiende bien. ¿Pero implica ello acaso que no existe otra plataforma
en la que pueda sustentarse una investigación exitosa sobre el aprendizaje
transformacional? En este respecto, no podemos sino discrepar con Schein.
Lo que él declara abortado es tan sólo una opción particular sobre la cual
concebir este tipo de aprendizaje. Pero ella dista de ser la única.
N uestra propia exp erien cia nos m uestra que el aprendizaje
transformacional es perfectamente posible. Sin embargo, para que sea exitoso
45
Aprendizaje transform acional y metanoia*52
46
tergiversa el sentido original del térm in o . La palabra griega, si
b ien recoge la n o ció n de hacerse consciente de u n a falla en el
pasado, no se qu ed a allí, in cu b a n d o sen tim ien to s de culpa y
m ira n d o hacia atrás, sino que traslada la m irad a al fu tu ro en
u n m ovim iento de esperanza, de reparación y de aprendizaje a
p a rtir del reco n o cim ien to de u n error, de u n a carencia o de
u n a falta. El a rre p e n tim ie n to se su ste n ta en la culpa e im plica
u n a m irad a dirig id a al pasado, con lo que inm oviliza o al m e
nos deb ilita la capacidad de tran sfo rm ació n . Al dirigirse al fu
tu ro y no al pasado, la metanoia , en su sen tid o m ás p ro fu n d o ,
lleva a p ro d u cir u n «renacim iento» en q u ien la experim enta, al
p e rm itir el su rg im ien to de u n a fo rm a de ser que previam ente
no estaba presente.
47
La ap ertu ra, la nueva m ira d a que em erge en estos p roce
sos, pasa necesariam ente p o r a b a n d o n ar antiguas op in io n es,
emocionalidades recurrentes, convicciones no revisadas a las
cuales nos sentíam os estrecham ente vinculados, y q ue d ab an
f o r m a a n u e s t r a v id a . P a ra e f e c tu a r u n a p r e n d iz a je
tran sfo rm acio n al es indispensable dejar atrás la m irad a h ab i
tu al con q ue observábam os el m u n d o . «No se p o n e v ino nuevo
en odres viejos», dice Jesús . 53 D e no ser así, n u estro ap ren d iza
je q u e d a rá en el estadio del segundo o rd en , aprendizaje que
m odifica, p ero no transform a.
53 Mateo 9:17
48
(« D e ja d que los m uertos e n tierren a sus m uertos»54) y que se
com para tam b ié n con el sueño. Las enseñanzas tradicionales
en ese e n te n d id o h ab lan de «despertar». Para nosotros, ese des
p e rta r consiste en cam biar el p u n to de m ira del observador
que som os. La metanoia, la tran sfo rm ació n , el salto de nivel,
«más allá», no es o tra cosa que la m u erte del an tig u o observa
dor, de u n observador que llega a ser tocado en su núcleo m ás
p ro fu n d o y que, so ltando, to m a n d o , desde su vacío, desde su
silencio, y desde la h u m ild ad de la declaración de ignorancia,
se atreve a dar el gran paso.
T o d o c a m in o d e a p re n d iz a je tr a n s f o r m a c io n a l, de
metanoia, lleva a lo que se ha llam ado «la m u erte de sí m ism o»,
la m u erte de cierto nivel, de cierto p u n to de observación, para
acceder a un o nuevo. Lina vez m ás los Evangelios nos p ro p o r
cio n an u n a m etáfora: «si el grano no cae en tierra y m uere, se
q u ed a solo; m as si m uere, da m uchos frutos»55. Todos son lla
m ados a esta transform ación. N o estam os h ab lan d o aq u í de
psicología o de m oral. N o se tra ta sólo de llegar a ser m enos
egoísta o m ás eq u ilib rad o em o cio n alm en te. Se tra ta de u n a
experiencia in te rio r rem eced o ra q ue se p resen ta com o u n a
m u erte y u n a resurrección en esta vida. N o estam os hab lan d o
de reform ar o m odificar, sino d e transform ar: de un observa
d o r que ab an d o n a el pedestal desde d o n d e observa y construye
su m u n d o , y lo cam bia p o r o tro. D esde este nuevo sitial, su
m u n d o será otro. Sostenem os q ue podem os aspirar a tran sfo r
m aciones a este nivel: a u n a metanoia en esta vida que p o d rá -
o no —vincularse con la n o c ió n de u n a d iv in id ad externa y que
p e rm itirá u n a expansión del ser-en-cam ino que som os, a m a
yores o m enores grados de transform ación .
54 Lucas 9:60
55 Juan 12:24
49
a d v e n im ie n to de otras voces. Para el cristianism o la c u lm in a
ción de este proceso se expresa com o «Ya no soy yo que vive, es
C risto que vive en m í»56. H a y q ue advertir, sin em bargo, que
u n a metanoia , u n a tran sfo rm ació n de ese orden, no tiene lugar
p o r sí sola. V ivim os apegados a n u e stra m an era h a b itu a l de
ap reh en d er lo que e n ten d em o s p o r «la realidad», a través del
filtro de nuestros m iedos, y esperanzas, de nuestros juicios y
o pin iones, de nuestros rechazos y deseos; de los estereotipos
del bien y el m al que h an gob ern ad o nuestras vidas. Y llega
entonces el m o m e n to de soltar. R ecordem os la severidad de
C risto hacia los doctores de la ley, hacia los fariseos, hacia aque
llos que observan a la perfección los m andam ientos, y que trans
m iten dogm as de generación en generación, pero que no se
h an tran sfo rm ad o de m an era de ap reh en d er su e sp íritu .57
50
que esperábam os, el c o n te n ta m ie n to , el bienestar? Al id en tifi
car aquellos resultados q ue no fu ero n los q u e esperábam os, y
superados los niveles de explicaciones, justificaciones o resig
nación, nos dirigim os al casillero de la A cción, y nos co ncen
tram os en in te n ta r acciones diferentes. A esto llam am os ap ren
dizaje de p rim e r orden. C u a n d o , sin em bargo, advertim os que
los resultados siguen siendo insatisfactorios, a pesar del cam
bio en las acciones, podem os d irigirnos al casillero del obser
vador, y efectuar algunas m odificaciones allí, que p e rm ita n
m ejorar aquellos resultados: aprendizaje de segundo orden.
51
II
EL A PR E N D IZ A JE
53
q ue a m ed id a que esta h isto ria se h a desarrollado, la im p o rta n
cia del aprendizaje p ara los seres h u m an o s se h a acrecentado.
R esulta difícil evaluar la im p o rta n c ia del aprendizaje en un
pasado rem o to , cu an d o las am enazas q u e enfrentábam os com o
especie eran quizás m u ch o m ás in m ed iatas y d o n d e se requería
a p r e n d e r d e s d e m u y te m p r a n o d is tin ta s e s tr a te g ia s d e
sobrevivencia. C o n to d o , h o y en día p odem os d ete c ta r nuevas
presiones sobre el aprendizaje q ue antes eran desconocidas.
54
H o y estam os tan acostum brados a la existencia de u n a
in stitu c io n a lid a d dedicada a la educación que m uchas veces
perdem os de vista el hecho que estam os hab lan d o algo extre
m ad am en te reciente. Se tra ta en rigor de algo que todavía re
p resenta u n a gran novedad y q u e no existía, al m enos com o
hoy lo conocem os, en la m ayor p arte de la histo ria de la h u m a
n id ad . U no de los m ayores im pulsos para la gestación de esta
in stitu cio n alid ad educativa fue el salto en n u estra capacidad
de alm acenam iento de c o n o cim ien to que nos pro p o rcio n ó el
lenguaje. Pero incluso d u ran te m u ch o tiem p o , luego de la in
vención del lenguaje, esta in stitu c io n a lid a d sólo lograba afec
tar la vida de un sector m u y reducido de la población, dejando
a la gran m ayoría de los seres h u m an o s al m argen de ella. La
universalización de la educación es u n fenóm eno de las ú lti
m as décadas y frente a cual es im p o rta n te advertir que todavía
existen am plios sectores de la po b lació n h u m an a que todavía
no h an sido afectados.
55
carrera tres o cuatro veces d u ra n te su vida, debe reconciliarse
c o n sta n tem e n te con el hecho de q ue las com petencias ap re n
didas d u ran te los prim eros años de su educación pierden su vi
gencia y ello llam a a la adquisición de nuevos conocim ientos y
al desarrollo de nuevas habilidades. E n la sociedad actual el apren
dizaje se ha convertido en u n im perativo de to d a la vida. N o hay
etapa de nuestra vida en la que no se requiera aprender.
56
que inciden en el cam bio y que se expanden las dinám icas de
influencias m utuas entre los distintos com ponentes de los siste
mas sociales. Pero no sólo cam bia el p a tró n de la transform a
ción, cam bia tam bién la velocidad del cam bio. Éste exhibe una
aceleración cada vez más vertiginosa. La noción de estabilidad
cada día pierde más sentido. Y ello se extiende a prácticam ente
todas las esferas de la existencia hum ana.
57
m a n tie n e inalterable para to d a vida. Por el c o n trario , la vida
obliga a u n n ú m ero cada vez m ayor de individuos a realizar
m utaciones im p o rta n tes en sus carreras. Q u ié n com enzó des
em peñándose en u n a d e te rm in a d a área, oficio o profesión, sue
le, a m u y poco andar, estar en algo m u y d iferente p ara luego
c o m p ro b a r que tiene que volver a cam biar. Ellos nos obliga a
estar ap ren d ien d o c o n sta n tem e n te .
58
La m ism a n o ció n de observador surge de la bú sq u ed a de
aquel lugar d o n d e p u ed a residir esta crisis que ta n to nos ab ru
m a. Sin la n o ció n del observador pareciéram os estar perdidos.
C o n dicha n o ció n , tenem os la esperanza de saber d ó n d e hay
que dirigirse y qué es aquello q u e requiere ser cam biado. Pero
sabem os que se tra ta de u n cam bio p ro fu n d o , de u n a tran sfo r
m ación de los supuestos que h a n dado lugar a esa form a de ser
que nos ha c o n stitu id o d u ra n te m u y largo tiem po. In tu im o s
aquello que tenem os que cam biar y m uchas veces la radicalidad
de este cam bio nos asusta. T odavía no logram os percibir del
to d o el nuevo territo rio que será necesario inaugurar. Estam os
situados en su fro n tera y desde allí nos asom am os para vislum
b rar u n a tierra virgen que deberem os conquistar. Pero sólo ve
m os lo que tenem os encim a, sin id en tificar con claridad lo que
p u d iera hallarse detrás.
Todo ello com p ren sib lem en te nos asusta. Sin em bargo,
cada día nos convencem os m ás de que n u estro trayecto no tie
ne reto rn o , que lo que hem os dejado atrás h a devenido insal
vable. C om enzam os a c o m p re n d er que sólo nos cabe levantar
la m irada y cam inar hacia adelante. Éste es u n cam ino de apren
dizaje, quizás el m ás desafiante y difícil de todos los aprendiza
jes, pues se tra ta de u n aprendizaje que no sólo busca hacernos
m ejores, sino p o r sobretodo hacernos m u y d istin to s de cóm o
hem os sido hasta ahora. N o se tra ta de p erfeccionar nuestra
h ab itu al form a de ser. N o se tra ta de hacer pequeños ajustes.
El «recurso de los epiciclos», q u e busca realizar alteraciones en
la superficie para salvar el núcleo m ás p rofundo de nuestra alm a,
pareciera haberse agotado. Se tra ta de sustituirla; de dejar atrás
quienes fuim os p ara iniciar no sólo u n a vida nueva, sino para
in au g u rar u n a form a de ser diferente. C reem os que éste es el
p rin cip al llam ado de n u e stra época. El llam ado a m últiples
aprendizajes pero, p o r sobre to d o s ellos, u n llam ado a lo que
in icialm ente hem os llam ado aprendizaje transform acional, un
llam ado a u n a radical m etanoia.
59
N u estra p rim era consideración aludía a la caducidad de
nuestras com petencias. La segunda es m ucho m ás p ro fu n d a
pues alude a la caducidad de n u estra form a de ser. Siguiendo a
Spinoza, en ten d em o s que es p ro p io de to d o ser vivo la perse
verancia de su ser. Ello im plica preservar y ex p an d ir la vida. E n
el caso de los seres hum anos, sin em bargo, hem os sostenido que
el desafío es todavía mayor. E nfrentam os el desafío de hacer de
la vida u n a o p o rtu n id a d de transform ación del ser que som os,
de inventar el ser al que aspiram os y de convertirnos en él. M ás
que preservar el ser, nuestro desafío im plica transform arlo.
60
la especie h u m a n a com o del p lan e ta dep en d e de ello. Por lo
ta n to , sin esperar m ás, nos hem os p uesto a andar.
61
d u ra n te to d a la vida, de co n cen trarn o s en darle estabilidad a
n u estro ser y a nuestros m ás tem p ran o s com prom isos, es algo
que el sistem a en el que hoy vivim os no lo está p erm itien d o .
Q u ié n sólo quiere preservar el ser q u e h a sido, lo hace al precio
de co m p ro m eter la vida. La preservación hoy im plica tra n sfo r
m ación y ello se llam a tam b ié n aprendizaje. La estabilidad de
n u estra id en tid a d ha dejado de ser m ateria de opciones in d iv i
duales. S istém icam ente tal o p ció n deviene crecientem ente im
practicable. Es el sistem a, en su actual nivel de desarrollo, el
que nos obliga a superarnos, a tran sfo rm arn o s, com o c o n d i
ción de n u estra sobrevivencia in dividual. La in m u ta b ilid a d del
ser ha devenido, en la práctica, u n co m p leto anacronism o. Ello
le q u ita el sustento, le m ueve el piso, al p ro g ram a m etafísico
que lo postula, al nivel de la teoría.
62
u n llam ado al ser. O d icho incluso en palabras diferentes, es
u n llam ado a devenir u n ser q ue deviene, co m p ro m etid o con
su transform ación y p o r consiguiente con el aprendizaje.
63
requiere guiar nuestro cam ino de transform ación. Si algo es im
po rtan te, si algo representa u n soporte efectivo a nuestra exis
tencia, preservém oslo. C om o suele decirse en inglés, cuidém o
nos de no arrojar el bebé cuando botem os el agua de la bañera.
C ada uno no sólo es libre para d eterm in ar el cam ino de su trans
form ación, sino tam bién para determ in ar lo que está y lo que no
está dispuesto a cam biar. El cam ino de nuestra transform ación
se realiza com o ejercicio y expresión de nuestra libertad.
64
palabras, que existía u n a p ro p o rcio n alid ad ente in p u t y o u tp u t.
El enfoque sistém ico dem u estra que, en m últiples o p o rtu n id a
des, tal criterio no se sostiene. E n otras palabras, que pequeñas
alteraciones p u ed en p ro d u c ir inm ensos resultados, así com o
inm ensas alteraciones p u ed en p ro d u c ir resultados m uy peq u e
ños o insignificantes. Pero cuidado: no se tra ta de in v ertir el
criterio tradicional y su p o n er q ue los efectos p equeños son los
que p ro d u cen los grandes cam bios y viceversa. El criterio de
no linealidad es siem pre específico y rem ite a las condiciones
concretas en las que se produce.
65
4. La meta-competencia de aprender a aprender
Los seres h u m a n o s , en u n n ivel in ic ia l, n o n e c e sita n ser in s
tru id o s acerca de c ó m o a p re n d e r. D e sd e los p rim e ro s in s
ta n te s de n u e s tra v id a, a p re n d e m o s sin q u e n a d ie nos dig a
có m o . Y seguim os a p re n d ie n d o p o r el resto de n u e stro s días.
E sta c o m p e ten c ia p ara ap ren d er en fo rm a c o n tin u a a m en u d o
p ro d u ce u n a ceguera que nos hace to m a r el aprendizaje p o r
g a ra n tiz a d o . A m e n o s q u e e ste m o s tr a ta n d o c o n c ie rta s
inhabilidades del aprendizaje, estam os n o rm a lm e n te m ás p re
ocupados p o r «qué» aprendem os q ue p o r «cómo» lo hacem os.
66
de aprender. El aprendizaje no es sólo u n a m anera de incre
m en ta r nuestras com petencias, n u estra capacidad de acción.
Es, en sí m ism o, tam b ié n u n a acción que requiere de co m p e
tencias propias. H asta ahora, el énfasis estaba puesto en las
acciones que se ap rendían, pero escasam ente en aquellas que
aseguran aprendizajes efectivos. Se nos enseñan m uchas cosas,
pero no se nos enseña a «aprender». Y resulta que «aprender a
aprender» es la m adre de todas las com petencias. D e ella nacen
todas las dem ás.
67
«aprender de las experiencias», com o su b p ro d u c to del curso de
la vida. N o era u n aprendizaje efectuado en form a sistem ática.
O casionalm ente, sucedía que podíam os concentrarnos en apren
der u n a destreza específica. Pero había siem pre u n a clara separa
ción entre esos prim eros años de vida, en los que nos educába
m os, y los años posteriores, que dedicábam os fu ndam entalm ente
a trabajar, a criar u n a fam ilia, a d esem peñar u n rol en la vida
p ública, etcétera. E n este co n tex to , el aprendizaje era co nside
rad o com o u n a prep aració n p ara la vida fu tu ra. Se su p o n ía
que la vida real venía después de la educación.
68
E n el m u n d o de hoy sólo aquellos que h an a p ren d id o a
ap ren d er tien en m ejores posibilidades de llevar la delan tera y
de triunfar. A prender a ap ren d er es u n a a p titu d que trasciende
las destrezas, com petencias y co n ten id o s específicos. Es u n a
h ab ilid ad genérica que podem os usar in d ep e n d ien te m e n te del
c o n te n id o p articu lar o específico que requiere ser aprendido.
E n el m u n d o de hoy no p odem os su b o rd in a r el a p re n d i
zaje a las o p o rtu n id a d e s de enseñanza. T enem os q u e saber
ap ren d er p o r nosotros m ism os: tenem os que saber llegar d o n
de es posible que otros nunca hayan llegado; tenem os que apren
der aún cuando no tengam os a m an o u n m aestro que nos en
señe. Para ello, tenem os que ap ren d er a innovar, a buscar p o r
n uestra cu en ta m odalidades de ser m ás efectivas y vigentes.
69
h acer a u tó n o m o el ap rendizaje, respecto de la enseñanza; que
p e rm ite co n c eb ir el ap ren d izaje com o m o d a lid a d de in n o v a
ción, de gen eració n de nuevas y m ás efectivas m o d alid ad es
de d esem p eñ o . La en señ an za seguirá c u m p lie n d o u n papel
im p o rta n te en u n gran n ú m e ro de experiencias de a p re n d iz a
je en n u estras vidas. Pero h o y en d ía no nos es posible, sin
q u e ello nos o b ligue a pagar u n alto precio, re strin g ir n u e stro
ap ren d izaje a las o p o rtu n id a d e s de en señ an za q u e se nos p re
sen ten . T enem os q ue a p re n d e r a a p re n d e r p o r n o so tro s m is
m os.
70
El interés p o r ap ren d er a ap ren d er es asunto antiguo. U no
de los p io n e ro s en este te m a fue el a n tro p ó lo g o G re g o ry
Bateson. Su novedad no reside en que estem os hab lan d o sobre
algo nuevo o sobre algo de lo que la gente no haya hablado
an terio rm en te. H u b o m uchos en el pasado que hab laro n de la
im p o rta n c ia de llegar a saber cóm o aprender. Lo que hoy hace
la diferencia es el hecho que se h a convertido en u n im perativo
histórico. A hora, sin ap ren d er a aprender, nuestro éxito perso
nal y organizacional corre serios peligros. A prender a aprender
h a llegado a ser u n a ventaja com p etitiv a im p o rta n te para las
organizaciones em presariales. E n pocas palabras, no podem os
fu n cio n ar sin ello.
5. Modalidades de aprendizaje
Si exam inam os las d istintas form as de aprendizaje que p rac ti
cam os d u ran te n u estra existencia, nos es posible d istin g u ir d i
versas m odalidades. H em os insistido en el hecho que cuando
hacem os este tip o de distinciones suele existir u n a cierta dosis
de arb itraried ad en los cortes q ue resultan. Bien p o d ría n h a
berse hecho otros cortes que h a b ría n arrojado u n a m irad a dis
tin ta y quizás posibilidades de acción diferentes. Lo que en
71
ú ltim o térm in o nos interesa es el p o d e r relativo que se genera
con d ete rm in a d o juego de d istinciones en co m p aració n con
otro . Para lo que nos interesa p ro p o n em o s u n a d istin ció n en
tres m odalidades de aprendizaje:
72
social h a preservado. E n la m ed id a q ue tendem os a im ita r a los
dem ás, estam os siem pre a p re n d ien d o de ellos, así com o ellos
tam b ién ap ren d en de nosotros.
73
cu m p lan , o bien p uede tratarse de subsistem as, al in te rio r del
sistem a social m ás am plio, com o acontece p o r ejem plo al in te
rio r de determ in ad o s oficios o profesiones.
74
Es tam bién interesante exam inar la relación profesor-alum
no que caracteriza esta m o d alid ad de aprendizaje y los proce
sos de enseñanza-aprendizaje que tienen lugar entre ellos. C om o
decíam os previam ente, u n rasgo im p o rta n te de esta relación es
su asim etría, aunque los grados de asim etría sean variables. O tro
elem ento im p o rta n te a co n sid erar en esta relación es el hecho
que este tip o de aprendizaje se su ste n ta en el fenóm eno de la
in stru cció n . El m aestro in stru y e al a lu m n o en lo que se ha
p redefinido que éste debe aprender. La in stru cció n es m u y d i
ferente de la im itació n . Se tra ta de u n proceso conversacional
o rien tad o a generar en el a lu m n o el aprendizaje esperado y en
cual el m aestro es el agente responsable de asegurar dicho re
sultado. N uevam ente la in stru cc ió n p o d rá ser m ás o m enos
vertical, m ás p ropositiva o m ás indagativa, p uede conferirle al
alu m n o grados variables de responsabilidad con su p ro p io p ro
ceso de aprendizaje, pero, p o r defin ició n hace al m aestro el
prin cip al responsable del resultado de aprendizaje.
75
ni que descansa en u n proceso cuya responsabilidad recae en un
tercero, com o suele acontecer con el aprendizaje p o r enseñanza
en el que el individuo aprendiente deja en m anos de otra perso
na o del sistem a la definición de los contenidos que le serán
enseñados y la conducción del proceso que le genera el aprendiza
je deseado. En este caso, el sujeto aprendiente se convierte en el
agente principal de su propio sujeto de aprendizaje y, com o tal, es
el m ism o quién define lo que requiere aprender y es tam bién el
m ism o quien diseña sus propias estrategias de aprendizaje.
T a m b ié n p u e d e re c u rrir al a p re n d iz a je p o r e n señ a n z a y
e n tr a r en u n p ro ceso en el q u e o tro le sirva de m ae stro y lo
in stru y a en lo que debe hacer y cóm o debe hacerlo. P odrá ta m
b ién diseñar u n program a de form ación a través u n proceso de
lectura a través del cual sea in tro d u cid o en dom inios de com pe
tencias y conocim ientos que en ese m o m e n to no posee. Los m e
dios para hacerlo son m últiples y variables. D e entre todos ellos
nos interesa destacar en form a p articular dos procedim ientos.
76
q u e u tiliz a m o s en n u e stro s p ro g ra m a s. Se tra ta de u n a m o
d a lid a d de h a c er uso del M o d e lo O S A R com o fo rm a de d e
te c ta r las in su ficie n cia s q u e se exp resan en n u e stro s re s u lta
dos de m a n e ra de g e n e ra r a p re n d iz a je y c o rre g ir tales in s u
ficiencias.
77
im p id e observar el cam ino que nos conduce a u n resultado
deseado y ayudarnos a disolver los obstáculos que nos im p id en
to m a r las acciones que nos p e rm ite n lograrlo. El coach nos
ayuda a observar lo que no vem os y a to m a r las acciones que
no podem os ejecutar, de m an era de asegurar el resultado que
deseam os. Lo interesante de esta alternativa es precisam ente el
hecho que es el coachee, el aprendiz, q u ien defíne los objetivos
del aprendizaje. El coach sólo está allí para facilitar que él o
ella logren lo que desean. Se trata, p o r lo ta n to , de u n a im p o r
ta n te alternativa al in te rio r de la o p ció n del aprendizaje a u tó
nom o. El coach no es sino u n facilitador del com prom iso de
o tro con su p ro p io devenir.
78
p erso n a aprendió»? ¿Cuál es la «experiencia» necesaria que nos
p erm ite hablar de aprendizaje? ¿Q ué designa esta distinción?
E n otras palabras, ¿de q u é estam os h ab lan d o cuando hablam os
de aprendizaje?
79
Si n u estra in te rp re ta c ió n inicial es adecuada, debiéram os
ser capaces de hacer se n tid o de to d o s aquellos casos que se
p ro d u c e n en n u e stro a lre d ed o r en los q u e el fen ó m e n o del
ap ren d izaje aparece estar p resen te. Es m ás, d eb eríam o s ser
capaces de ir incluso m ás lejos y co n statar que, a p a rtir de tal
in te rp re ta c ió n , estam os en c o n d ic io n es no sólo de generar
aprendizaje sino tam b ié n de m ejo rar los resultados de a p re n
dizaje que tienen lugar en aquellas prácticas especificas de apren
dizaje que se p ro d u ce n en n u estro en to rn o .
a. Primer acercamiento
C u a n d o decim os que alguien ap ren d ió , ¿qué debe h ab er suce
dido? ¿Q ué está im plicado en ello? Pero vam os m u y rápido. La
fenom enología se realiza a fuego lento. Es u n ejerció reflexivo
que requiere de m u ch a paciencia. D ism inuyam os p o r lo ta n to
el paso. C u a lq u ie r p recip itació n nos pu ed e c o n d u c ir a no o b
servar algo im p o rta n te.
80
p rim ero que se nos presenta es el hecho que hay alguien o b
servando algo, algo que lo lleva a d ecir q u e «Tomás a p re n
dió». H ay en consecuencia u n o b servador que al observar algo
(ya luego nos p reg u n ta re m o s q u e req u iere ser ese «algo») dice
«Tomás aprendió». Lo prim ero que em erge es u n observador.
C o m o dicen M a tu ra n a y Varela, to d o lo dicho es siem pre d i
cho p o r alguien y ese alguien es u n observador particular. T oda
palabra siem pre rem ite a u n observador particular, a alguien
que observa el acontecer de u n a p a rticu la r m anera. Por lo ta n
to, el aprendizaje em erge com o tal, com o aprendizaje, para un
observador particular.
81
p reg u n tas adicionales. Por ser u n juicio, sabem os, p o r ejem
plo, que es discrepable. O tro s observadores p o d ría n no estar
de acuerdo con que «Tomás aprendió».
82
son los estándares? Q u e p uede ju g a r p artid o s de tenis, respe
ta n d o las reglas del tenis, y g an ar algunos de ellos. ¿Y cuáles
son las afirm aciones? Q u e lo h em o s visto en fren tarse a Ju a n ,
a C arlos, a Blanca, a M ario, a C a rm e n y a Pepe y que a cuatro
de ellos les ganó el p artido.
83
Esa persona puede hacer en el presente lo que no p o d ía hacer
en el pasado. La insistencia que N ietzsche nos hace sobre la
v o lu n ta d de poder, no es sino la expresión de u n a v o lu n ta d de
aprendizaje de los seres h u m an o s, de u n a v o lu n ta d de a u to -
tran sfo rm ació n asociada m uchas veces tam b ié n al in crem en to
de sus capacidad para tra n sfo rm ar el m u n d o .
84
en rela ció n a las in q u ie tu d e s de u n p a rtic u la r ob serv ad o r.
E llo nos c o n fro n ta de o tra s m an e ras c o n el c a rá c te r siem p re
relativo del criterio de la efectividad. E sta relatividad sólo apa
rentem ente se disuelve cuando u n c o n ju n to de observadores d i
ferentes expresan u n consenso en to rn o a las m ism as in q u ie tu
des y sus están d ares de e v alu ació n de los resu ltad o s. E sta
relatividad se suele expresar al in te rio r de u n m ism o individuo.
H ay resultados que producen satisfacción en u n particular d o
m inio pero que pueden generar insatisfacciones en otros. Lo que
consideram os efectivo en u n d e te rm in a d o m o m e n to puede
m ostrársenos com o inefectivo en u n m o m e n to posterior.
85
ser observada p ara p o d e r h ab lar de aprendizaje, requiere ser no
sólo efectiva, sino tam b ié n recu rren te y a u tó n o m a . T om em os
cada u n o de estos térm in o s p o r separado. N o basta que u n a
p erso n a algo u n a sola vez p ara p o d e r sostener que aprendió.
R equiere d em o strar que tien e la capacidad de hacerlo u n a y
o tra vez. D e lo c o n trario , p u d ie n d o decir que lo hizo u n a vez,
no podem os todavía decir que ap ren d ió . La acción requiere no
sólo ser efectiva, sino tam b ié n recurrente. T ien e que p o d e r re
p e tirla en el tiem po. T ien e que h ab er «incorporado» esa capa
cidad de acción y requiere ser capaz de conservarla.
86
es: ¿es ella suficiente? C o n esta in te rp re ta c ió n , ¿logram os dar
c u e n ta del c o n ju n to de los diversos fenóm enos de aprendizaje?
¿O queda acaso alguno para el cual esta in terp retació n dem ues
tra ser inadecuada? N os parece que ésta es u n a in terp retació n
adecuada cuando se tra ta de la ad q uisición de habilidades. N os
sirve, p o r ejem plo, para hablar de la acción de co n d u cir u n
vehículo, de resolver problem as de m atem áticas, de hacer uso
de determ inas tecnologías de info rm ació n , de aprender id io
m as, etcétera. Pero la p reg u n ta sigue siendo, ¿cubre aquello
todos los dom in io s en los que identificam os fenóm enos de
aprendizaje? M uchas veces nuestras interpretaciones resultan
restrictivas precisam ente p o rq u e no son capaces de dar sufi
ciente c o b ertu ra a todos los do m in io s en los que se m anifiesta
u n p articu lar fenóm eno.
87
Pero, ¿es esta p rim e ra in te rp re ta c ió n p len am en te satisfac
toria? Por desgracia, sólo a m edias. P osiblem ente le dam os sa
tisfacción a u n observador externo que requiere p o d e r fu n d ar
el juicio de aprendizaje que tuvo o no tuvo o tra persona. C om o
lo recoge el consabido p rag m atism o anglosajón, «the p ro o f o f
th e pie is in the eating». Pero esta in te rp re ta c ió n no siem pre
logra darle sentido a m últiples experiencias de aprendizaje para
el p ro p io ind iv id u o que está a p ren d ien d o . D e allí que q u e d e
m os con la sensación que algo falta en ella.
88
d o m in io , ello no siem pre logra d ar c u e n ta lo que el aprendiz
persigue en m últiples experiencias de aprendizaje.
89
M uchas veces lo q ue buscan d eterm in ad o s aprendizajes es
ta n sólo alterar n u estra form a de ver las cosas, n u estra capaci
d ad de conferir sen tid o y de a rticu lar nuevas narrativas sobre
el vivir. Éstos son los resultados esperados. A m en u d o se tra ta
de buscar com o resultado tan sólo m odificar el observador que
hasta ahora hem os sido y p ro p o rcio n arle u n a m irad a d iferen
te. ¿Surgirán de ello nuevas acciones? Posiblem ente; pero ello
no siem pre es necesario ni es aquello que en u n p rim e r m o
m e n to buscam os. Lo que buscam os, com o resultado, es p ri
m o rd ia lm en te in cre m e n tar n u e stro sen tid o de vida. Persegui
m os resultados que aspiran a lo q ue F o u cau lt llam ara «el cu i
dado del Yo» y que nosotros preferim os designar com o «el cul
tivo del alma». «La pasión, C elina». La satisfacción en el vivir.
Q uizás, ta n sólo, u n a m ayor alegría, u n a esperanza m ayor.
90
obsequio que nos obliga a resp o n d er p o r ella. Poca cosas son
m ás im p o rtan tes para responder a este obligación, a este im p e
rativo ético, que n u estra capacidad de aprendizaje.
8. El a p re n d iz a je com o m a n ife s ta c ió n de la c o m p e te n c ia
ontológica de la escucha
U na tesis prin cip al del discurso de la onto lo g ía del lenguaje es
el reconocim iento del carácter activo y transform ador del len
guaje. Ésta la hem os desarrollado am pliam ente en m últiples otras
obras. Ello im plica sacar el lenguaje de aquella interpretación
91
trad icio n al restrictiva que le confiere u n rol pasivo y d e scrip ti
vo y que lo describe en térm in o s de su capacidad de alm acena
m ie n to y tran sm isió n de co n o cim ien to s e in form ación. Para
esta in te rp re ta c ió n trad icio n al el lenguaje «da cuenta» de lo
que percibim os, pensam os y sentim os y, p o r lo ta n to , se apega
a lo ya existente. H em os b au tizad o esta in te rp re ta c ió n com o
u n a in te rp re ta c ió n «contable». T oda co m p ren sió n del lenguaje
c o m o u n a h e r r a m ie n ta de e x p re s ió n y c o m u n ic a c ió n es
trib u ta ria de esta in te rp re ta c ió n tradicional.
92
que requieren estar involucrados para que podam os hablar de
aprendizaje. Ello nos conduce a u n segundo postulado del dis
curso de la ontología del lenguaje que sostiene que tales cam
bios, al nivel del observador y de la acción, m odifican el ser que
es cada uno. El aprendizaje, por lo tan to , conlleva u na transfor
m ación del alm a, de la particular form a de ser de cada uno.
93
es precisam ente lo que h ab itu alm en te hacem os. El respeto, para
nosotros, es la aceptación del otro com o diferente, legítim o y
autónom o. A ceptam os que som os diferentes. N o lucham os p o r
abolir to d a diferencia. A ceptam os que nuestras diferencias son
legítim as y, p o r lo tan to , ellas p o r sí m ism as no com prom eten el
valor que nos asignam os com o personas. Y aceptam os tam bién
que cada uno busca actuar de acuerdo a com o piensa, de acuer
do a sus propias interpretaciones. Som os seres autónom os.
94
Ello nos perm ite concluir, p o r lo ta n to , que la capacidad
de escucha, tal com o la estam os in te rp re ta n d o , es la com pe
ten cia o n tológica fu n d am e n ta l en la q ue el aprendizaje requie
re sustentarse. A prender significa estrictam en te u n ejercicio de
escucha, así com o la escucha p e rm ite ser vista com o u n a co m
petencia genérica que, com o u n o de sus resultados, precisa
m en te genera aprendizaje.
95
visual, de los auditivo o de lo kinestésico. H a y m últiples otras
clasificaciones y no creem os q u e sea p e rtin e n te explorarlas en
detalle en esta o p o rtu n id a d . Así com o existen m ú ltiples cam i
nos para pensar, tam b ié n son m u y variados los cam inos del
aprendizaje y el que p u d iera servirle a u n a perso n a no le sirve
necesariam ente a otra.
96
son p a rte de lo que sabem os. D ecim o s que ellos están en u n
especio de p e n u m b ra y d an c u e n ta de u n fen ó m en o que lla
m am os «ceguera cognitiva». La p rim e ra ceguera cognitiva, que
para nuestros propósitos es m enos im p o rta n te, guarda relación
con el d o m in io de cosas que no sabem os que sabem os. M u
chos aprendizajes los hem os realizado de m anera no consciente,
espontánea, en el convivir con otros y com o resultado de la prác
tica de hacer lo que hacem os. N o nos dam os cuenta que, en el
cam ino, aprendim os m uchas cosas que han devenido transpa
rente en nuestro operar. A m enudo, es sólo cuando nos com pa
ram os con otros, que descubrim os que poseem os com petencias
que ellos no tienen y de las que n o estábam os conscientes. En
otras palabras, descubrim os que no sabíam os que sabíamos. Ésta
es u na prim era situación de ceguera cognitiva.
97
saber lo que no sabem os, podem os reconocer la existencia del
fenóm eno general de la ceguera cognitiva y, a p a rtir de ello,
m an ten er u na actitu d de ap ertu ra que m uestra que, al m enos,
sabem os que no sabem os todo lo que no sabem os. Podem os, en
el decir de H eráclito, com enzar a esperar lo inesperable.
98
10. Una mirada a Sócrates
Sócrates, filósofo griego que vivió en Atenas en tiempos de Pericles,
es considerado por m uchos el padre de la filosofía occidental.
C uando Q uerofonte, amigo de Sócrates, fue al tem plo de Apolo
en Delfos, la Pitia -aq u ella sacerdotisa que entregaba los oráculos
de Apolo—le dijo que Sócrates era el más sabio de todos los h o m
bres. Ello, sin em bargo, no podía ser m ás paradojal. Si algo carac
terizaba a Sócrates era el hecho que hacía profesión de ignorante
cada vez que entablaba con alguien u na conversación.
«Soy más sabio que este ser humano, puesto que, probable
mente, ninguno de nosotros conoce algo noble y bueno, pero
él supone que sabe algo cuando no sabe, mientras yo, en tan
to no sé, ni siquiera supongo que sé. Es probable que sea un
poco más sabio que él en esto mismo: que lo que no sé, no
supongo que lo sé.»
Apología de Sócrates
99
C o n resp e c to al a p re n d iz a je , es m ás sabio s u p o n e r la
ig n o ra n c ia q u e el c o n o c im ie n to .
100
ella p rev ia m e n te. D u ra n te m u c h o tie m p o se p e n sab a q u e
m ie n tra s m ás avanzaba el c o n o c im ie n to , m ás se reducía el es
pacio de lo que no sabíam os. D e alguna form a, to d o conoci
m ie n to algo restaba del espacio de n u estra ignorancia. Los h e
chos, sin em bargo h an com enzado a d em o strar el fenóm eno
opuesto. M ientras m ás se desarrollan nuestros conocim ientos,
m ás crece la extensión de lo que in tu im o s que no sabem os. Lo
que en u n p rim e r m o m e n to pareció extrañar a m uchos, hoy se
acepta en la m ed id a que se reconoce que lo que no sabem os es
in fin ito y, p o r consiguiente, cu alq u ier avance en ese territo rio
no logra reducirlo.
101
a. La declaración de ignorancia
Los p ro ceso s de a p ren d izaje suelen a rra n c a r de u n a d e te rm i
n a d a acción q ue realizam os en el lenguaje. Es m ás, m u ch as
veces p a ra q u e tales procesos se d e sen c a d e n en es preciso h a
cerlos a rra n c a r de tal acción, p ues, de lo c o n tra rio , el cam in o
del ap ren d izaje n o se abre. N o s referim os a la d eclaració n de
ig n o ra n c ia , al h ech o d ec la ra r «¡Esto n o lo sé!». Son m uchas
las perso n as q ue ev itan h a c er esta declaració n . S ien ten q ue
h acerla los d ism in u y en , exhibe n o sólo sus d eb ilid ad es, sino
ta m b ié n sus v u ln era b ilid a d e s. P ien san a veces q u e el h o n o r
p areciera estar c o m p ro m e tid o si d eclaram o s q ue h ay algo que
no sabem os.
102
de ignorancia en u n d e te rm in a d o sistem a social, la capacidad
de aprendizaje de tal sistem a se refuerza.
103
son. C o m o tal estas dificultades p odem os situarlas en los cua
tr o d o m in io s p r im a r io s d e l o b s e rv a d o r: la b io lo g ía , la
corp o ralid ad , la em o cio n alid ad y el lenguaje. E n esta sección
nos con cen trarem o s en dos de estos factores: lo juicios, que
p e rten ecen al d o m in io de lo lin g üístico, y las em ociones. Ellos
se e n c u en tra n p o r lo dem ás estrech am en te relacionados en la
m e d id a q u e las e m o c io n e s" p u e d e n s e r r e c o n s t r u i d a s
lin g ü ísticam en te en térm in o s de juicios y q ue los juicios des
encad en an determ in ad as em ociones.
104
que el aprendizaje es u n proceso que sólo tiene lugar en el ce
rebro o en la m en te de las personas. E n general, to d o el cuerpo
está involucrado en él en la m ed id a q u e la c o n d u c ta del in d iv i
d u o se ve afectada.
105
T oda experiencia de aprendizaje representa u n a jo rn a d a
hacia territo rio s que no nos son fam iliares, hacia lugares des
conocidos, no tran sitad o s p reviam ente p o r nosotros. C a d a in
cursión en el aprendizaje nos e n fre n ta a situaciones nuevas.
U n a de las paradojas de la experiencia de ap ren d er g uarda rela
ción con el hecho q u e ella im plica desplazarse hacia u n nuevo
espacio existencial que expande el horizonte de lo posible. Sin
em bargo, m uy a m enudo sucede - n o es siem pre el caso - que la
experiencia de h ab itar el espacio an terio r al aprendizaje suele
ofrecerse com o la de u n espacio lleno, sin vacíos que p erm itan
albergar posibilidades nuevas. V ivim os en la plena conform idad
de nuestro propio espacio vital. C u an d o ello acontece, solem os
c o n fu n d ir lo nuevo con lo conocido; no som os capaces de reco
nocer lo que no nos es fam iliar. N o vivim os con la suficiente
apertura para reconocer lo nuevo y asom brarnos con ello.
106
nuestros supuestos. D o n d e q u ie ra que estem os o cualquiera sea
nuestro nivel de com prensión, ten d em o s a hacernos coh eren
tes a nosotros m ism os y al m u n d o . C u alq u ier nuevo suceso,
cualquier d o m in io de acción inexplorado es, de alguna m an e
ra, u n a am enaza para esa coherencia. A m enos que estem os
dispuestos a desprendernos de nuestras form as usuales de d ar
sentido a las cosas, p uede resultar difícil abrirse a lo nuevo y
reconocerlo com o tal.
107
de la cual cerram os posibilidades de acción. Todos ellos des
cansan en el supuesto que «dado com o soy, n u n c a p o d ré ac
tu a r de la m an era que se m e ofrece en el aprendizaje». Ello
su p o n e que el ser antecede a la acción. D esconoce, p o r lo ta n
to, la relación com plem entaria: que la acción genera ser y que,
a través del aprendizaje, lo que se m e ofrece es, precisam ente,
la p o sib ilid ad de cam biar m i fo rm a de ser. H ace del «no saber
algo» la razón para p e rp e tu ar el no saber, cu an d o ello puede
ser ju sta m e n te la razón para to m a r la decisión de aprender.
108
preguntándose «¿Qué pu d e haber hecho que no hice (o no supe
hacer) que, al m argen de las responsabilidades ajenas, m e h u
biese evitado esta situación?» estará sin dudas en m ejores co n
diciones de detectar deficiencias en su co m p o rtam ie n to y de
abrir un espacio para aprender.
b. A lg u n a s e m o c io n e s d e l o b s e rv a d o r q u e b lo q u e a n el
a p re n d iz a je
109
q ue podam os definir com o carente de em ocionalidad. Tal com o
lo hem os señalado anteriorm ente, la propia apatía (de griego a-
pathos, falta de em oción) es, de p o r sí, u n tipo de em ocionalidad.
La em oción, p o r lo tan to , define n u estra m odalidad de ser en el
p resente, en relación a n u e stra disposición p ara la acción.
110
m ucho tiem po estuvo en m anos de los poetas, ni era tam poco el
pilar central del tipo de enseñanza im partida por los sofistas, aque
llos prim eros profesores profesionales que conocem os en la histo
ria. Tanto en los unos com o en los otros, se reconocía la im por
tancia de los aspectos emocionales del proceso de aprendizaje.
111
éste de n ad a sirve si el espacio em ocional desde el cual se im
parte, desde el cual se le enseña, no es el adecuado. ¿De qué
sirve la lu m in o sid a d del co n te n id o si la em o cionalidad que
prevalece en el proceso de aprendizaje nos lleva a cerrarnos a la
po sib ilid ad de aprender?
La arrogancia
112
dem uestrar u n a m ayor a p e rtu ra al aprendizaje fu tu ro . La ex
periencia de países tales com o Ja p ó n y A lem ania tras la Segun
da G u erra M u n d ial habla p o r sí sola. El éxito genera seguridad
y la seguridad p ro d u ce ceguera.
113
en este caso nos debatim os en tre el riesgo de perd er p a rte de
nuestras coherencias adquiridas (heredadas del pasado), y el
reco n o cim ien to de las nuevas posibilidades («lo nuevo») que
ello p u ed a traer consigo. N o sabem os qué es m ejor. D ecim os,
«Juzgo que esto es nuevo. N o lo estoy e n te n d ien d o del to d o y
no estoy seguro si m e gusta o no. Estoy a la espera de ver que
resultará de esto».
114
posible, no es percibido así p o r el resignado o, al m enos, no lo
percibe así para él. Su respuesta a la acción (en este caso al
aprendizaje) es «¿Para qué?» «¿Qué se o b tien e con eso?» El a b u
rrim ien to , p o r su parte, p e rm ite ser reco n stru id o com o u na
em oción desde la cual se considera que lo que sucede no co n d u
ce a nada, que no abre, ni incluso cierra, posibilidades: las cosas
suceden com o si no pasara nada. Todo pareciera dar lo m ism o.
El m iedo
Existen otras em ociones que tam b ié n hacen de obstáculo al
aprendizaje, pero que suelen p roducirse con m ayor frecuencia
al in te rio r de su p ro p io proceso. D e n tro de ellas querem os des
tacar p articu larm en te una: nos referim os a la em oción del m ie
do. Separam os el m iedo de otras em ociones asociadas con el
desafío que suele p ro d u cir la experiencia de aprendizaje, en el
sentido de im ponerle a q u ien aprende u n a sensación de riesgo,
incluso de inseguridad p o r ten e r que explorar territo rio s des
conocidos, de ten er que exigirse m ás allá de lo hab itu al, de
ten er incluso la sensación que se salta al vacío.
115
h o stig am ien to a que el m aestro pu ed e som eter al alu m n o , a
p a rtir del p o d e r que éste le otorga.
c. Consideraciones finales
116
hacerlo? ¿Q ué con d icio n an tes acotan la extensión de n u estra
acción y de nuestros aprendizajes?
117
para explicar y luego ju stificar los resultados insatisfactorios.
D esarrollam os m últiples m ecanism os para evitar la crítica.
118
después, sino con el m om ento m ism o en que aquello se intentó y
no dio resultado. El cuento que justifica o pone en camuflaje el
fracaso, cierra mis puentes de acceso a los nuevos intentos y a la
transform ación. La arrogancia es un puente cerrado.
13. La afirm ación del m isterio como dim ensión fundam ental de
la realidad
119
de avanzar en el cam ino de adentrarnos en el alm a hum ana, aun
que ese cam ino n unca llegue a ser recorrido en su totalidad. Jamás
llegaremos a dilucidarlo; nunca seremos capaces de apagar el fue
go del m isterio que caracteriza al ser hum ano.
120
A pesar de lo q ue creem os y su p o n e m o s, en rigor, nos c o n o
cem os m u y poco. R ecordem os la expresión de N ietzsche: «no
sotros, los q ue conocem os, nos som os desconocidos». Lo que
pensam os sobre n o so tro s, pocas veces lo g ra sostenerse u n a
vez que desarrollam os u n proceso indagativo riguroso. Lo ú n i
co q ue p u ed e in v alid ar la id ea q u e nos som os desconocidos,
es el in iciar con c ie rto rig o r u n proceso de in d ag a c ió n d irig i
do hacia n o so tro s, y verificar lo q u e en to n ces sucede. A llí
d e te rm in a re m o s c u á n to e fectiv am en te nos co n o cíam o s. El
resto sólo c o n d u c e a u n a d iscu sió n in ú til.
121
Y va siendo d iferente a m ed id a q ue la p ro p ia indagación avan
za. U n a vida in d ag ad o ra es u n a vida de aprendizaje constante.
122
p o r ese concepto. El buscaba el conocim iento de aquellas v ir
tu d e s q u e p e r m itía n d e s a r r o lla r el a rte d e b ie n v iv ir. El
conocim iento se convierte, en el caso de Sócrates en un peldaño
indispensable para la sabiduría. N o ha de pensarse, entonces, que
los conocim ientos y destrezas, inform aciones y técnicas, son lo
único que puede aprenderse. La sabiduría es algo que está tam
bién al alcance de los seres hum anos a través del aprendizaje.
123
m ejor. C o n ello pereciéram os cerrar u n círculo: la vida nos
p ro p o rc io n a a los seres h u m an o s la capacidad de conocer y ese
co n o c im ie n to reto rn a a la p ro p ia vida buscando hacerla m ejor.
124
III
«SOBRE LA ENSEÑANZA»
125
C o n ello ejecuta la separación (que en algunos casos term in a
en divorcio) en tre el aprendizaje y el trabajo. E sta separación,
en algunos casos, llega a ser tan a cen tu ad a que tenem os la si
tu ac ió n de algunos m aestros a ltam en te co m petentes en p ro
d u c ir aprendizaje y, sin em bargo, ellos m ism os se revelan in
com petentes cuando se ven enfrentados a pro d u cir los resulta
dos de la propia disciplina que enseñan. C o n ello no estamos em i
tiendo un juicio negativo, sino constatando un hecho. Esto es un
hecho resultante de la separación entre aprendizaje y trabajo que
acom ete la enseñanza. C o n la práctica de la enseñanza se rom pe la
u n ión entre form ación y acción que acom paña al aprendizaje por
im itación. Am bas pasan a ocupar esferas diferentes.
126
acción efectiva en el desem peño del trabajo que en rigor defi
ne al fenóm eno del aprendizaje.
127
in te rp re ta c io n e s distorcionadas con respecto al carácter de la
fu n ció n del m aestro. Este p o d rá ahora considerar que enseña
en la m ed id a q ue haga aquello q u e se le enseñó o que haga lo
q u e él considera que son las acciones propias de la enseñanza,
co n in d ep e n d e n c ia de lo que suceda con sus alum nos. La ense
ñanza pasa a ser co n cebida de acuerdo a u n c o n ju n to p a rtic u
lar de acciones y no de acuerdo a los resultados que produce.
128
llam ado u n nuevo ethos pedagógico, u n nuevo tip o de rela
ción entre el m aestro y el alum no.
129
a lu m n o s en el proceso de enseñanza-aprendizaje, pero la res
p o n sa b ilid a d de los alum nos no exim e al m aestro de la propia.
Y, en últim o térm ino, en todo proceso de enseñanza-aprendizaje
la responsabilidad final sobre el aprendizaje recae en q u ién es
el c o n d u c to r del proceso y éste es el m aestro.
130
al térm in o del proceso de enseñanza y que, en cierta m edida,
es in d ep e n d ien te de aquel efectuado p o r el m aestro. El m aes
tro p o d rá h ab er reprobado al a lu m n o y éste pu ed e considerar
que su aprendizaje fue enorm e. El m aestro p uede haberle o to r
gado la más alta calificación al alu m n o y éste puede considerar
que su aprendizaje fue escaso. E n tre el juicio del m aestro y el
juicio del alum no al térm in o del curso, m ás im p o rta el segun
do que el prim ero en térm in o s de evaluar la enseñanza. N o
basta que el m aestro coloque calificaciones m ás altas para p o
der sostener que h a m ejorado la calidad de su enseñanza.
131
U n ú ltim o alcance con respecto a los juicios de ap re n d i
zaje. A u n q u e los juicios que im p o rta n son aquellos que em itan
los sujetos de apren d izaje (los alu m n o s) y no los m aestros,
estos ú ltim os no sólo in cid en en tales juicios a través de sus
acciones directas de enseñanza, sino que p uede tam b ié n dise
ñ ar acciones pedagógicas que p e rm ita n u n m ayor o m en o r re
co n o cim ien to de p arte de los alum nos de la calidad del ap re n
dizaje que recibieron de p a rte del m aestro. Ello im plica que el
m aestro no sólo debe concentrarse en enseñar o, lo que es lo
m ism o, en p ro d u cir aprendizaje, sino tam bién en p erm itir que
sus alum nos sepan y puedan evaluarlo adecuadam ente. M uchas
veces los m aestros generan im p o rtan tes experiencias de ap rendi
zaje de las cuales no reciben adecuado reconocim iento de parte
de sus alum nos. Para tal efecto, recom endam os que, com o parte
del proceso de enseñanza-aprendizaje, el m aestro diseñe expe
riencias dirigidas fu n d am en talm en te a u n adecuado reconoci
m ie n to de p a rte de los alum nos de lo que h a n aprendido.
132
Todas las consideraciones anteriores resultan de la p rem i
sa inicial de que el aprendizaje valida la enseñanza y, p o r lo
ta n to , p ro p o rc io n a el ám b ito adecuado para u n a evaluación de
ésta últim a. Al tom arse en serio esta prem isa, se requiere ade
cuar a ella las m odalidades de evaluación de las que haga uso el
sistem a. D ejam os al lector extraer las conclusiones que resul
ta n de la aplicación de esta prem isa al d o m in io de las m o d ali
dades de evaluación pedagógica.
133
U n a respuesta de superación de las lim itaciones de la o p
ción pedagógica cen trad a en el m aestro ha sido buscar lo que
se presen tab a com o la o p ció n o p uesta y p ro p o n e r u n a opción
pedagógica cen trad a en el alum no. Se ha h ablado entonces de
u n a pedagogía de carácter d em ocrático, fu n d ad a en la sim etría
y reciprocidad de la relación pro feso r-alu m n o , en la que am
bos m aestros y alum nos ap ren d en de cada u n o y en la que el
a lu m n o es p ro p u esto com o guía y c o n d u c to r del proceso p e
dagógico y el rol del m aestro es el de un sim ple facilitador de
experiencias pedagógicas, subordinado al liderazgo que el alum
no ejerce en el proceso.
134
aprendizaje. El alum no no e n tra en el proceso de enseñanza
com o un paciente e n tra en la sala de operaciones. El alum no
no es u n sujeto pasivo en el proceso de enseñanza y su disposi
ción hacia él será decisiva en los resultados de aprendizaje que
el proceso genere.
135
b. El aprendizaje se trad u ce en la expansión de la capacidad de
acción efectiva
Así com o n u estra p rim era prem isa buscaba reestablecer la u n i
d ad entre enseñanza y aprendizaje, n u estra segunda prem isa
busca reestablecer la u n id a d en tre el aprendizaje y la acción.
A m bas tien en u n efecto co m b in ad o , c o n m u tativ o , a través del
cual se asegura, en ú ltim o térm in o , el com prom iso de la ense
ñanza con la capacidad de desem peño de los alum nos.
136
inéditos y que incluso más allá de ofrecer alternativas de «resolu
ción» de problem as, enseñen a «plantear» problem as nuevos. Se
trata de un nuevo tipo de aprendizaje que nos prepare para en
frentar adecuadam ente el cam bio y la incertidum bre. D ebem os
transitar de una educación para un m undo estable y para un m undo
que pensam os que podem os anticipar en sus desplazam ientos fu
turos, hacia una educación para u n m undo en cam bio, donde
reconocemos nuestras propias limitaciones de anticipación y donde
lo que interesa no es sólo saber enfrentar el cam bio o navegar con
él, sino tam bién saberlo producir y conducir.
137
La o p ció n de la enseñanza basada en co n ten id o s, se carac
teriza p o r rep ro d u cir la separación entre la form ación y la ac
ción, entre el aprendizaje y el trabajo. U no puede aprender
p rim ero las in terp retacio n es y soluciones que se enseñan, para
luego, fuera del ám b ito del aprendizaje, aplicar en el trabajo
los co n o cim ien to s aprendidos. N o es necesario in teg rar teoría
y práctica.
138
con lo que saben. Lo que interesa no es el caudal de co noci
m ientos ad q u irid o s sino la capacidad de conversión de tales
conocim ientos en acción efectiva en el m u n d o concreto de hoy
y, de m anera todavía m ás im p o rtan te, en el m u n d o de m añana.
La educación de profesionales debe dirigirse no sólo a enfrentar
los problem as del presente, que p ro n to estarán superados, sino
p o r sobretodo los de m añana, que todavía no conocem os.
139
diversas. E n tre estas conversaciones, p o r ejem plo, destacan
aquellas que nos co n d u c en a generar nuevas posibilidades y a
refo rm u lar la m an era com o observam os el m u n d o , las conver
saciones de carácter estratégico a través de las cuales diseña
m os la m an era com o nos posicionam os en nuestro en to rn o .
Inclu im os tam b ié n las com petencias que nos p e rm ite n tra b a
jar en eq uipo, fo rm u lar problem as, to m a r decisiones y m over
nos hacia la acción g arantizando resultados efectivos. U n a de
las com petencias genéricas más im portantes, sin em bargo, guar
da relación con ap ren d er a ap ren d er y p repararnos para el de
sarrollo de capacidad de aprendizaje au tó n o m o .
140
d iferen te en la que am bos tie n e n responsabilidades m u y dis
tin tas de las q ue asum ían en el pasado. Ello exige de p arte del
alum no u n m ayor com prom iso y responsabilidad con su p ro
pio aprendizaje. Pero la responsabilidad que eso o cu rra y se
m an ten g a es del m aestro. Este abre el proceso de enseñanza-
aprendizaje al alu m n o y lo in v ita a c o m p a rtir responsabilida
des que antes reservaba para si, pero no p o r ello deja su rol de
co n d u c to r y responsable final.
141
inform ación, se coordinan diversas acciones y se generan dife
rentes condiciones em ocionales que los envuelven a am bos.
142
y d e n tro de ellas las hay tam b ié n de m u y diferente tipo. La
conversación m ed ian te la cual el m aestro in tro d u c e d istin cio
nes y relaciones es de un determ inado tipo, diferente de aquella
en la que da instrucciones para realizar algún ejercicio, o de
aquella en la que aclara dudas o responde a preguntas, o de
aquellas que llevan a cabo los alum nos d e n tro del p ro p io ejer
cicio, o de aquellas a través de la cual el m aestro evalúa el des
em peño exhibido p o r sus alum nos, p o r sólo m en cio n ar algu
nas de las conversaciones relevantes que suelen darse en el p ro
ceso de enseñanza-aprendizaje.
143
deben hacer. Luego evalúa cu an to los alum nos h an absorbido
de lo que él h a dicho. A prender es equivalente a m em orizar y
rep etir lo d icho p o r el m aestro. E n la o p ció n de enseñanza
in stru ccio n al se m in im izan las diferencias entre lo d icho p o r el
m aestro y lo ap ren d id o p o r el alum no. Casi no hay distorciones
y si las hay, se tra ta de reducirlas a u n m ín im o . El alu m n o
busca replicar al m aestro.
144
aprendizaje. Busca que las diferencias inevitables entre el m aes
tro y el alum no se m anifiesten, em erjan a la superficie y no
queden ocultas d en tro del proceso de enseñanza-aprendizaje.
Al hacerlas explícitas, busca trab ajar sobre ellas. Esta opción
reconoce que no basta con desconocer que estas diferencias
existen para hacerlas desaparecer. Ellas estarán allí y no p u e
d en sino hacerse presente en la experiencia de aprendizaje. Lo
que interesa p o r lo ta n to es revelarlas.
145
o p in io n e s diversas y dispares, c o m o las q u e p o sib le m e n te
em ergerán al abrirse el espacio de la conversación, el diálogo y
el debate al in te rio r de la enseñanza.
146
enseñanza, que ab rir u n a d in ám ica q ue el m aestro no c o n tro la
del to d o y que abrirá cam inos difíciles de predecir con a n te rio
ridad.
147
im p a rte la enseñanza, com o el contenido em ocional específico
de ésta. H em os sostenido que las em ociones que definen el p ro
ceso de enseñanza-aprendizaje son determ inantes de los resulta
dos de aprendizaje que p u e d a n ser logrados. N o insistirem os
nuev am en te sobre ello.
148
Lo anterior se ve reforzado p o r diversas investigaciones que
dem uestran las ventajas de ad o p tar estrategias de enseñanza de
carácter holístico o globalizante, que cu b ren u n am plio espec
tro de recursos pedagógicos. Se ha dem ostrado, p o r ejem plo,
que alum nos que no son capaces de contestar ciertas preguntas
sobre algunos propiedades del salón de clase, si pueden hacerlo
bajo hipnosis. Ello dem uestra que registram os m ucho más que
aquello que somos capaces de reconocer concientem ente y, por
lo tanto, cabe suponer que exista un potencial de aprendizaje
que al concentrarnos en las dim ensiones lógico-racionales de la
enseñanza no estem os aprevechando plenam ente.
M éxico, 1996
149
IV. LA ESCUCHA
151
A un nivel m uy general hem os sostenido que la escucha es
una de las com petencias m ás im portantes en u n ser hum ano. E n
función de la escucha, construim os nuestras relaciones personales,
interpretam os la vida, nos proyectam os hacia el futuro y definimos
nuestra capacidad de aprendizaje y de transform ación del m undo.
Ella juega u n papel determ inante tanto en nuestra capacidad de
encontrar satisfacción en la vida com o en asegurar altos niveles
de efectividad en nuestro actuar.
152
Los problem as de escucha suelen ser recíprocos. Q uien no
se siente escuchado, norm alm ente tam poco sabe escuchar a los
demás. E l problem a no es necesariam ente del otro. E l problem a
está en la relación. Para avanzar en su resolución, sin em bargo,
es indispensable com enzar trabajando con la propia escucha de
quien no se siente escuchado. E se es el p u n to de partida y, de no
iniciar el proceso de aprendizaje desde allí, es m uy posible que no
podam os llegar m uy lejos. T odo lo demás, de producirse, “vendrá
p o r añadidura” . E l cam bio del o tro será el resultado de nuestro
propio cambio. Lograrem os que nos escuche una vez que haya
m os aprendido prim ero a escucharlo m ejor y luego que hayamos
tam bién aprendido a hablarle de una m anera diferente de la que
hoy utilizamos. Para bien o para mal, éste es el cam ino más corto,
rápido y efectivo. Por lo demás, no sé si existe otro.
153
relaciones con mis alum nos son m uchísim o m ejores y m e
agradecen aprendizajes que antes yo era incapaz de generar
en ellos. Las relaciones en m i casa, con mis hijos y mi m arido,
han m ejorado inm ensam ente.
“Pero hay algo que m e tiene m uy sorprendida. U na vez que
solté mi obsesión de cambiar a m i marido y m e concentré en mi
propia transformación, no sólo cambié yo. ¿Saben lo que pasó?
¡Cambió él! Com enzó a hacerlo cuando dejé de pedírselo.”
154
expreso una opinión y se entiende algo m uy diferente, es probable
que genere problem as en mis relaciones.
1 La palabra “oyente” pudiera ser objetada pues, en rigor, apunta a quien oye
y no a quien escucha. Es cierto. Quizás la palabra más adecuada hubiera
sido “escuchador”. Pero esta última no es de uso común y no queremos
producir jerga innecesaria. Optamos, por lo tanto, por usar la palabra oyente,
haciendo la salvedad de que sabemos que ella no es, en sentido estricto, la
palabra más adecuada.
155
Para hacerlo, para p o d e r determ inar lo que al o tro le intere
sa, suele ser fundam ental haberlo escuchado antes de decir lo que
quiero decir. Sólo escuchándolo p u edo saber lo que realm ente le
interesa. E l que algo m e interese a m í, no significa que necesa
riam ente debe tam bién interesarle al otro. A p artir de lo dicho,
nos dam os cuenta entonces de que la escucha n o sólo aparece
com o resultado del habla, u n a vez que ya he hablado, sino que
es im p o rta n te tam bién que esté p resen te antes del habla para así
p o d e r conducirla hacia una escucha efectiva posterior.
156
m os que presentarnos prim ero y luego seguir las instrucciones
del ejercicio que nos habían propuesto. A poco de iniciar el
ejercicio, yo sentí que algo m uy extraño m e estaba pasando.
Lo que esta persona m e decía, tem a un efecto m uy especial
en m í y tenía la sensación de que m e tocaba com o m uy p o
cas veces m e he sentido afectado p o r la form a com o alguien
m e hablaba. E so se m antuvo así durante to d o el tiem po que
trabajam os juntos. Al final del ejercicio, yo le dije:
- ¿Cóm o logras tener tanto im pacto cuando hablas? Q ui
siera aprender a hablar com o tú. ¿D ónde aprendiste a
hablar así?
- T e equivocas si crees que la m anera com o te he im pac
tad o tiene que v er c o n la fo rm a co m o te hablo.
- ¿Y con qué tiene que ver entonces?
- C on el hecho de que antes de hablarte te escuché y ello
m e perm itió saber lo que te im porta. E l secreto no estuvo
en m i habla, sino en m i escucha. E l habla n o hizo m ás que
seguir a la escucha.
- ¿Y donde aprendiste a escuchar así?
E n ese m om ento m e habló de ti, de los program as que ustedes
ofrecen y m e sugirió que, si estaba interesado, te llamara. Es
lo que he hecho. Así he llegado acá.”
Escuchar es interpretar
157
Los loros son capaces de repetir. Pero ello no implica que
hayan escuchado lo que se ha dicho. Las grabadoras logran repetir
lo que se ha dicho, pero tam poco podem os decir que ellas escu
chan. E l oír nos perm ite quizás p o d er repetir lo que alguien dijo.
Pero ello no dem uestra que necesariam ente hayamos escuchado.
Puede que oír sea, a veces, un requisito para escuchar, pero no es
una condición suficiente de la escucha. Para escuchar falta algo
fundam ental, algo que de no entenderlo nos será sim plem ente
im posible com prender cabalm ente el fenóm eno de la escucha.
158
im portante en nuestra capacidad de escucha. E l m ism o lenguaje
puede expresarse con músicas m uy distintas, de la m ism a m anera
que una m ism a m úsica puede contener palabras m uy diferentes.
2A continuación cito la sección, “El discurso del presidente”, del libro de Oliver
Sacks, E l hombre que confundió a su mujer con un sombrero:
“¿Qué pasaba? Carcajadas estruendosas en el pabellón de afasia,
precisamente cuando transmitían el discurso del presidente. Todos habían
mostrado muchos deseos de oír hablar al presidente. Allí estaba el viejo
encantador, el actor, con su retórica habitual, el histrionismo, el toque
sentimental... y los pacientes riéndose a carcajadas convulsivas. Bueno, todos
no: los había que parecían desconcertados, y otros como ofendidos, uno o dos
parecían recelosos, pero la mayoría parecía estar divirtiéndose muchísimo. El
presidente conmovía, com o siempre, a sus conciudadanos... pero, al parecer,
159
más que nada los movía a reírse. ¿Qué podían estar pensando los pacientes?
¿N o le entenderían? ¿Le entenderían, quizás, demasiado bien?
“Solía decirse de estos pacientes, que aunque inteligentes padecían la
afasia global o receptiva más grave -la que incapacita para entender las palabras
en cuanto tales- que a pesar de su enfermedad entendían la mayor parte de
lo que se les decía. A sus amistades, a sus parientes, a las enfermeras que los
conocían bien, a veces les resultaba difícil creer que fuesen afásicos. Esto se
debía a que si les hablabas con naturalidad, captaban una parte o la mayoría
del significado. Y, normalmente, uno habla con naturalidad.
En consecuencia, el neurólogo tenía que esforzarse muchísimo para
demostrar que padecían afasia; tenía que hablar y actuar normalmente, pero
eliminar todas las claves extraverbales, el tono de voz, la entonación, la inflexión
o el énfasis indicados, además de todas las claves visuales (expresiones, gestos,
actitud y repertorio personales, predominantemente inconscientes). Había
que eliminar todo esto (lo que podía entrañar ocultamiento de la propia voz,
teniendo incluso que llegar a recurrir a un sintetizador de voz electrónico)
con objeto de reducir el habla a las puras palabras, sin rastro siquiera de lo
que Frege llamó «colorido de timbre» (Klangenfarben) o «evocación». Sólo
con este tipo de habla groseramente artificial y mecánica (bastante parecida
a la de los ordenadores de Star Trek) se podía estar plenamente seguro, con
los pacientes más sensibles, de que padecían afasia de verdad.
¿Por qué todo esto? Porque el habla (el habla natural) no consiste sólo
en palabras ni' (como pensaba Hughlings Jackson) sólo en «proposiciones».
Consiste en expresión (una manifestación externa de todo el sentido con
todo el propio ser), cuya comprensión entraña infinitamente más que la
mera identificación de las palabras. Ésta era la clave de aquella capacidad de
entender de los afásicos, aunque no entendiesen en absoluto el sentido de
las palabras en cuanto tales. Porque, aunque las palabras, las construcciones
verbales, no pudiesen transmitir nada, per se, el lenguaje hablado suele estar
impregnado de tono, engastado en una expresividad que excede lo verbal...
Y es precisamente esa expresividad tan profunda, diversa, compleja y sutil,
lo que se mantiene intacto en la afasia, aunque desaparezca la capacidad de
entender las palabras. Intacto y a menudo inexplicablemente potenciado.
Esto es algo que captan claramente (con frecuencia del m odo más
chocante, cómico o espectacular) todos los que trabajan o viven con afásicos:
familiares, amistades, enfermeros, médicos. Puede que al principio no nos
fijemos mucho; pero luego vemos que ha habido un gran cambio, casi una
inversión en su comprensión del habla. Ha desaparecido algo, no hay duda de
que está destruido, pero en su lugar hay otra cosa, inmensamente potenciada, de
modo que (al menos en la expresión cargada de emotividad) el paciente puede
captar plenamente el sentido, aunque no capte ni una sola palabra. Esto, en
160
nuestra especie Hom o Loquens, parece casi una inversión o incluso también
una reversión a algo más primitivo y elemental. Quizás sea por esto por lo que
Hughlings Jackson comparó a los afásicos con los perros (una comparación que
podría ofender a ambos) aunque cuando lo hizo pensaba más que nada en sus
deficiencias lingüísticas y no en esa sensibilidad tan notable, casi infalible, para
apreciar el tono y el sentimiento. Henry Head, más sensible a este respecto,
habla de «tono-sentimiento» en su tratado sobre la afasia (1926) y destaca
cóm o se mantiene, y con frecuencia se potencia, en los afásicos.
“D e ahí la sensación que a veces tenemos todos los que trabajamos en
estrecho contacto con afásicos de que a un afásico no se le puede mentir. El
afásico no es capaz de entender las palabras y, precisamente por eso, no se le
puede engañar con ellas; ahora bien, lo que capta lo capta con una precisión
infalible, y lo que capta es esa expresión que acompaña a las palabras, esa
expresividad involuntaria, espontánea, completa, que nunca se puede deformar
o falsear con tanta facilidad como las palabras...
“Comprobamos esto en los perros, y lo utilizamos muchas veces con este
fin, para desenmascarar la falsedad, la mala intención o la intención equívoca,
para que nos indiquen de quién se puede fiar uno, quién es íntegro, quién de
confianza, cuando, debido a que som os tan susceptibles.a las palabras, no
podemos fiarnos de nuestros instintos.
“Y lo que un perro es capaz de hacer en este campo, son capaces de hacerlo
también los afásicos y a un nivel humano inconmensurablemente superior. “Se
puede mentir con la boca, escribe Nietzsche, pero la expresión que acompaña
a las palabras dice la verdad”. Los afásicos son increíblemente sensibles a esa
expresión, a cualquier falsedad o impropiedad en la actitud o la apariencia
corporal. Y si no pueden verlo a uno (esto es especialmente notorio en el caso
de los afásicos ciegos) tienen un oído infalible para todos los matices vocales,
para el tono, el timbre, el rito, las cadencias, la música, las entonaciones,
inflexiones y modulaciones sutilísimas que pueden dar (o quitar) verosimilitud
a la voz de un ser humano.
“En eso se fundamenta, pues, su capacidad de entender... Entender,
sin palabras, lo que es auténtico y lo que no. Eran, pues, las muecas, los
histrionismos, los gestos falsos y, sobre todo, las cadencias y tonos falsos de
la voz, lo que sonaba a falsedad para aquellos pacientes sin palabras, pero
inmensamente perceptivos. Mis pacientes afásicos reaccionaban ante aquellas
incorrecciones e incongruencias tan notorias, tan grotescas incluso, porque
no los engañaban ni podían engañarlos las palabras.
“Por eso se reían tanto del discurso del presidente.
“Si uno no puede mentirle a un afásico, debido a esa sensibilidad suya tan
peculiar para la expresión y el tono, podríamos preguntarnos qué pasará con
los pacientes (si los hay) que carezcan totalmente del sentido de la expresión
161
y el tono, aunque conserven intacta la capacidad de entender las palabras,
pacientes de un tipo exactamente opuesto. Tenemos también pacientes de este
tipo en el pabellón de afasia, a pesar de que, teóricamente, no tengan afasia,
sino, por el contrario, una forma de agnosia, concretamente la llamada agnosia
«tonal». En el caso de estos pacientes lo que desaparece es la capacidad de
captar las cualidades expresivas de las voces (el tono, el timbre, el sentimiento,
todo su carácter) mientras que se entienden perfectamente las palabras (y las
construcciones gramaticales). Estas agnosias tonales o «aprosodias» siguen
a trastornos del lóbulo temporal derecho del cerebro, y las afasias a los del
lóbulo temporal izquierdo.
“Entre los pacientes con agnosia tonal de nuestro pabellón de afasia
que escuchaban también el discurso del presidente se encontraba Emily
D., que tenía un glioma en el lóbulo temporal derecho. Emily D., que había
sido profesora de inglés y poetisa de cierta fama, con una sensibilidad muy
especial para el lenguaje y gran capacidad de análisis y expresión, pudo
explicar la situación opuesta: lo que le parecía el discurso del presidente a
una persona con agnosia tonal. Emily D. no podía captar ya si había cólera,
alegría o tristeza en una voz... Y com o las voces carecían de expresión
tenía que fijarse en las caras, las posturas y los movimientos de las personas
cuando hablaban y lo hacía dedicándoles una atención, una concentración,
que nunca les había dedicado. Pero daba la casualidad de que también en
esto se veía limitada, porque terna un glaucoma maligno y estaba perdiendo
la vista muy rápidamente.
Entonces descubrió que lo que tenía que hacer era prestar mucha atención
al sentido preciso de las palabras y de su uso, y procurar que las personas con
las que se relacionaba hiciesen exactamente lo mismo. Cada día que pasaba
le era más difícil entender el lenguaje desenfadado, el argot (el lenguaje de
género alusivo o emotivo) y pedía cada vez más a sus interlocutores que
hablasen en prosa, «que dijesen las palabras exactas en el orden exacto». Con
la prosa descubrió que podría compensar, en cierta medida, la pérdida del
tono o del sentimiento.
D e este m odo podía conservar e incluso potenciar el uso del lenguaje
«expresivo» (en el que el sentido lo aportaban únicamente la elección y la
relación exacta de las palabras) a pesar de que fuese perdiendo la capacidad
para entender lenguaje «evoca.tivo» (en el que el significado sólo viene dado
por la clase y el sentido del tono).
Emily D. oyó también, impasible, el discurso del presidente, afrontándolo
con una extraña mezcla de percepciones potenciadas y disminuidas...
precisamente la contraria de la de nuestros afásicos. El discurso no la
conmovió (ya no la conmovía ninguno) y se le pasó por alto todo lo que
162
E l conectar la escucha con la interpretación nos perm ite dar un
salto en nuestra com prensión del fenóm eno del escuchar. D esde
hace tiem po, al interior de la filosofía se ha desarrollado una dis
ciplina en to rn o al com plejo arte del entendim iento y la interpre
tación. Se trata de la herm enéutica*3. Ella nace en sus inicios com o
un esfuerzo p o r com prender los textos religiosos. Más adelante,
se orienta hacia la adecuada interpretación de las leyes, buscando
garantizar su adecuada y justa aplicación. Posteriorm ente, se la ha
utilizado para interpretar los textos literarios. Su área de aplicación
solía concentrarse especialm ente en el estudio de textos y, p o r lo
tanto, de la palabra escrita.
163
disponem os de una disciplina ya desarrollada que ha hecho avances
im portantes en la m ism a dirección en la que nos colocábamos.
N o s es posible, p o r lo tanto, aprovechar y apropiarnos de lo que
nos enseña la herm enéutica. Procurarem os hacerlo, sin em bargo,
evitando la jerga filosófica, sin que ello haga de nuestro análisis
algo abstracto y de difícil com prensión.
164
nal com o a la historia de la com unidad a la que pertenecem os y en
la que hem os crecido. D e esta historia surgen m últiples elem entos
que se activan en la escucha. E n tre ellos hay supuestos, prejuicios,
pre opiniones; hay m odalidades de valoración, hay patrones ha
bituales de conferir sentido, todos los cuales se p o n en en acción
en el proceso interpretativo.
165
detiene junto con el habla del orador. M uchas veces sigue adelante
y vuelve a la palabra oída, a la palabra recordada, para reinterpre
tarla, para descubrir en ella sentidos que en su m om ento fuim os
incapaces de generar. M uchas veces nos sucede que descubrim os
(escuchamos) el sentido de algo que en un m om ento se nos dijo,
m uchos años m ás tarde. E ntonces exclamamos, “ ¡Ah, ah! Parece
que ahora estoy entendiendo lo que tal persona m e dijo” . A unque
ello se produzca con retardo, siendo parte del fenóm eno de la
escucha. Se trata sim plem ente de una escucha retardada.
166
É ste es un m odelo que proviene de la ingeniería de las com u
nicaciones y ha sido m uy útil para el diseño de telégrafos, radios,
teléfonos, televisores, etc. Pero, cuando lo aplicam os a los seres
hum anos cream os una gran falacia. A partir de él, creíam os que
lo más im portante era el emisor, pues éste era el elem ento activo
p o r excelencia del modelo. Concluíam os, p o r lo tanto, que si de
seábam os ser escuchados, era necesario aprender a hablar bien. Si
lográbam os hablar en form a efectiva, suponíam os que la escucha
estaba garantizada. Por desgracia eso no era así. D icho m odelo
distorsionaba p o r com pleto el fenóm eno de la escucha hum ana.
Las m áquinas reproducen, pero no interpretan. Lo central de la
escucha hum ana ha sido dejado afuera.
4Ver R. Echeverría, Ontología dellenguaje, Cap. 1, J.C. Sáez Editor, Santiago, 2006.
Este es un tema que, por lo demás, será profundizado en el libro E l Observador
j su mundo, en preparación.
167
el uno del otro, que buscan acoplarse; que buscan coincidir en
sentidos com partidos. Pero la tarea no es fácil. D e cierto m odo,
el acoplam iento perfecto es una tarea im posible en la m edida en
que cada interlocutor es una fuente autónom a de asignación de
sentido. T oda escucha está condenada, en el m ejor de los casos a
ser siem pre una “aproxim ación” al otro. E n m uchos casos, lo que
se produce es un desencuentro, u n “m alentendido” . Y no puede
ser de otra form a. E l sentido que tanto el orador com o el oyente
le confieren a lo hablado, rem ite inevitablem ente a ellos m ism os,
a dos personas diferentes.
168
oyente le atribuye a lo que el prim ero dice, son siempre diferentes.
Ello implica, p o r lo tanto, que siempre habrá una distancia, una
brecha, entre el orador y el oyente.
169
Al reconocer la brecha, descubrim os que disponem os de dos
herram ientas fundam entales para hacernos cargo del problem a
que nos plantea. La prim era de ellas es aprender a respetar las
diferencias que inevitablem ente surgirán en toda relación. Hay
quienes piensan que en una buena relación las diferencias des
aparecen. Ello no es efectivo. U na buena relación es aquella que
logra m anejar las diferencias desde el respeto. É sa es su real dife
rencia. Pero podem os hacer algo m ás y recurrir a nuestra segunda
herram ienta. E n la m edida en que reconocem os la existencia de
esta brecha, podem os tam bién hacernos cargo de ella, hacer una
suerte de m onitoreo y gestión de la brecha y procurar que ella no
alcance proporciones críticas. E l respeto p o r las diferencias y la
responsabilidad que desarrollem os p o r reducir la brecha son las
dos grandes herram ientas de que disponem os para enfrentar el
problem a de la escucha.
170
está inevitablem ente m arcada p o r el pecado original de su brecha.
Y com enzam os a reconocer el p o d e r destructivo —diría incluso
diabólicam ente destructivo—de esta brecha. Pero en ese m ism o
m om ento, lo que perdem os en inocencia, podem os ganarlo en
sentido de responsabilidad. M i escucha previa po d rá haber sido
inocente. Ya dejó de serlo. La inocencia está ahora y para siem pre
perdida. Sabiendo que la brecha existe, ahora estoy obligado a
hacerm e responsable de ella. E n la m edida que lo haga, quizás
logre evitar el infierno. Los inocentes, en este dom inio, no son los
que van al cielo. Son los que tienen m ayor probabilidad de entrar
en u n infierno. Al cielo accederán los que, a partir del fruto de su
conocim iento sobre este fenóm eno, logren hacerse responsables
de la brecha que han descubierto.
171
aludido no puede prescindir de la necesidad de un cam bio al nivel
del observador y, p o r lo tanto, de un aprendizaje de segundo or
den. N inguna receta, ninguna acción concreta, aunque útil, será
realm ente suficiente para hacernos cargo del desafío que se nos
presenta.
a. Verificar escuchas.
b. C om partir inquietudes.
c. Indagar.
a. Verificar escuchas
172
diga lo que entiende de lo que yo le he dicho. E sto de que lo haga
“en sus palabras” es m uy im portante. Sólo así tengo posibilidad de
acceder a su interpretación de lo que yo he dicho y no a lo que oyó
que yo le decía. Si se limita a repetir “mis palabras” no sabré cóm o
las interpreta y p o r tanto lo que, a partir de ellas, escucha.
173
b. Compartir inquietudes
174
cosa; de perm itim os m ostrarle los antecedentes que nos conducen
a hablarle. Para hacerlo, podem os anteceder lo que deseábamos
expresar con un “D ado que...” . C on ello contribuim os a que la
brecha en la escucha del oyente no se dispare hacia cualquier lado
y tenga una m ayor probabilidad de reducirse.
c. Indagar
175
m erece un tratam iento m ucho más profundo de lo que este trabajo
nos perm ite, tratam iento que hem os acom etido en o tro escrito.
176
posible que logren algo de lo que inicialmente buscaban. Lo que
no sospechan es que, a esas alturas, aquellas cosas sobre las cuales
van a querer persuadir a los otros, posiblem ente van a ser muy
diferentes de aquellas que tenían en m ente cuando nos planteaban
sus expectativas. Y claro. Si entonces sentían que no persuadían a
nadie, quizás ello era el resultado de que lo hacían desde el lugar
equivocado y en torno a cuestiones tam bién equivocadas.
177
de una disposición particular fundada, p o r un lado, en la humildad,
en el sabernos limitados y precarios y, p o r otro lado, en el respeto
al otro, un respeto que acepta la posibilidad de que él o ella puedan
m ostram os algo nuevo.
178
Para entender el fenóm eno de la escucha, que representa
una de las facetas más im portantes de la conectividad hum ana,
necesitam os ir más lejos. Tanto la escucha com o la conectividad,
así planteadas, no son más que u n bonito nom bre para hablar de
un resultado. Lo im portante es p oder identificar las acciones que
generan tal resultado. Para hacerlo es necesario plantear el proble
m a en los siguientes térm inos: ¿de qué m anera podem os traducir
el resultado que llamam os escucha en las acciones o com petencias
que son capaces de generarlo? Q uienes conocen nuestro m odelo
Observador-A cción-Resultados, se darán cuenta de que lo que
estamos haciendo es buscar m over el fenóm eno del casillero de los
“resultados” al casillero de las “acciones” . Q uienes no conozcan
nuestro m odelo, no se preocupen pues pueden prescindir de él.
Lo que vam os a sostener a continuación no lo requiere.
Para salir del dom inio de los resultados, donde hasta ahora
hem os m antenido el fenóm eno de la escucha, y m overnos al d o
m inio de la acción, es necesario entender que la escucha (com o
resultado) com prom ete dos tipos diferentes y m uy concretos de
acciones. D e lograrse estas acciones, se logra el resultado deseado
(la escucha). Estas acciones rem iten a dos procesos diferentes de
apertura: p o r un lado, la apertura a la com prensión de un otro
diferente y, p o r otro lado, la apertura a la transform ación personal.
Exam inarem os cada uno de ellos p o r separado.
179
ducen precisam ente cuando los interlocutores son m uy diferentes.
Es en estas ocasiones que se p o n en en evidencia nuestras escasas
com petencias en el dom inio de la escucha.
180
a. La escucha del sentido semántico y práctico del habla del
orador
181
Cada vez que alguien dice algo, cada vez que alguien ejecuta una
determ inada acción, lo hace com o una form a de hacerse cargo de
una particular inquietud. Puede suceder que no esté consciente de
la inquietud que lo conduce a actuar, no obstante, ella es siem pre
un referente obligado de toda acción, incluida el hablar.
182
puede estar siendo absolutam ente sincero en su respuesta. La
inquietud, reiteram os, es un recurso interpretativo y no algo que
exista con independencia de las interpretaciones que los actores
realicen. Pero es un recurso de la m ayor im portancia p o r cuanto
nos perm ite hacer sentido de lo que hacemos.
183
acuden a ellos cuando enfrentan problem as que no son capaces
de resolver. Sin em bargo, m uchas veces, cuando acuden a ellos
lo hacen para hacerles peticiones concretas que quienes las hacen
consideran que resuelven los problem as que los conducen a hacer
precisam ente tales peticiones. E l especialista podría escuchar lo
que se le pide, conferirle sentido a la petición y eventualm ente
ejecutarla. E sa es una posibilidad. E n este caso su escucha sólo
ha operado en el prim er nivel que hem os descrito.
184
c. La escucha de la estructura de coherencia del observador
que es el orador
5Ver, por ejemplo, R. Echeverría, Ontología del Lenguaje, Cap. 1, J.C. Sáez
Editor, Santiago, 2006, o R. Echeverría y Cristián Warnken, Conversación con
Rafael Echeverría, J.C. Sáez Editor, Santiago, 2006.
185
Pues bien, de lo que se trata ahora es tan sólo de juntar am bos
postulados y extraer de ellos una conclusión. Si el hablar es acción
(postulado prim ero) y la acción m e constituye en el ser que soy
(postulado segundo), mi habla, p o r lo tanto, más allá de lo específico
que en ella se expresa, revela mi form a de ser. Ello implica que mi
escucha no tiene que limitarse a com prender el sentido semántico de
lo que el otro dice y las acciones involucradas en lo que dice (primer
nivel). Ello significa que tam poco tiene que limitarse a escuchar las
inquietudes específicas que yacen detrás de la acción del habla que
ejecuto (segundo nivel). Puedo ir m ucho más lejos y procurar escu
char tam bién la form a de ser de la persona que ha hablado, lo que
llamamos también su alma, o, usando una expresión algo más técnica,
“la estructura de coherencia del observador” que ha hablado.
186
“N o sabemos cóm o las cosas son. Sólo sabemos cóm o las
observamos o cóm o las interpretamos. Vivimos en mundos
interpretativos”.
187
¿Q ué pasa, se nos dice, si el orador está m intiendo? ¿N o echa eso
p o r tierra la posibilidad m ism a de este tipo de escucha?
188
ella m ucho más que esa m era frase. E sta expansión de la escucha
se realiza, al m enos, en dos direcciones distintas.
189
indagar y es a la vez un buen observador de lenguaje, em ociona-
lidad y corporalidad, suele detectar inevitables incoherencias.
190
La literatura es, p o r lo tanto, un terreno que nos ayuda a dar cuenta
de aquello a lo que apuntam os. Com encem os p o r allí. Pensem os
en los grandes personajes literarios, pensem os en D o n Quijote, en
Madame Bovary, en Dimitri, Iván y Aliocha —los tres hermanos Ka-
ramasov—, en el príncipe Mitchldn del E l príncipe idiota, en el Fausto
que nos describe Goethe, en Otelo o en Hamlet, no importa, ¡que cada
uno añada sus personajes! Pues bien, en cada uno de ellos tenemos la
impresión de que sabemos “lo que los mueve”. Sabemos cuál es el o
los ejes centrales de su alma, aquello que los hace comportarse como
lo hacen y, en definitiva, lo que los hace ser como son.
Pues bien, los seres hum anos som os hechos a im agen y se
m ejanza de los personajes de nuestra literatura. Tenem os nuestras
m ezquindades, nuestros sueños y aspiraciones, nuestros pequeños
y grandes desgarramientos, nuestras pasiones, nuestras particulares
inseguridades y, p o r sobre todo, nuestros temores. La gran variedad
de nuestras acciones, de nuestros com portam ientos, se ordenan
cuando descubrim os las raíces ocultas desde donde nacen. Todos
venim os de determ inados nudos existenciales, todos procuram os
dirigirnos hacia determ inadas luces. Todos estam os arrancando,
todos estam os buscando. Todos disponem os de una m atriz básica
a partir de la cual le conferim os sentido a nuestra vida y a partir
de la cual definim os lo que nos proporciona satisfacción. Todos
tenem os una noción del cielo com o, asimismo, una noción del
infierno. Todos estam os procurando eludir el sufrim iento y el
carácter que le asignamos a éste no es siem pre el mismo.
191
que hacem os eso, correm os el riesgo de tergiversar y com pro
m eterlo todo. Lo central en el individuo es su particularidad y la
ausencia de un m olde com ún que lo uniform ice.
192
congregación de grandes cabalistas. C ordovero es uno de ellos.
La Cábala, com o se sabe, es la corriente de pensam iento m ístico
más im portante dentro del judaismo. E s m uy probable que los
padres Cordovero hayan pertenecido al m ovim iento de la diáspora
judía que se realiza luego de la expulsión que se hiciera de ellos en
E spaña en 1492, bajo los Reyes Católicos. N o sería de extrañar
que hubieran sido oriundos de Córdova. Pero no lo sabemos. D e
todas form as, M oisés C ordovero m uere en Safed en 1575.
193
E l p u n to era, ¿no habría algo m ás en lo que procuraba expre
sar el sabio? ¿Algo m ás que el sentirm e m eram ente confirm ado
en lo que ya pensaba? ¿C óm o asegurarm e de que lo que estaba
realm ente escuchando? E n rigor, n o lo sabré nunca pero, igual,
sentía que vaha la pena hacer algún esfuerzo adicional. E sto m e
condujo a dejar esa cita “en rem ojo” y volver frecuentem ente a
ella preguntándole si no tendría algo m ás que enseñarm e.
194
Cuando tuve m iedo y procuré defenderme. E n rigor, procuré el mal
porque m e sentí vulnerado o quÍ 2 ás vulnerable. Podría extender la
lista, pero creo que ello no añadiría demasiado. C reo que ya tenía
suficiente. ¿N o m e era posible acaso revertir aquello que explicaba
m i propia m aldad y verlo tam bién en el otro? ¿N o m e era acaso
posible com prender que la m aldad que le atribuyo al otro, en el
m ejor de los casos que sea una atribución válida, puede rem itir a
las mismas condiciones que he descubierto en mí? ¿N o será que
cuando él busca hacerm e daño “quizás” (¡bendito “quizás” !) lo
hace com o respuesta a sentirse vulnerado? ¿O vulnerable? ¿O
amenazado? ¿D e qué m anera yo he sido una am enaza para él?
¿De qué m anera yo soy tam bién responsable de las acciones que
él dirige contra m í y que con tanta soberbia descalifico?
195
hablan de sus padres, y viceversa. Cuando la m ujer habla de su m a
rido, y viceversa. Cuando hay problem as de relación en el trabajo,
etc. E n rigor, en todos los dom inios de la convivencia.
196
cerca de las seis de la tarde. Ayer, com o estaba en el taller y
term inam os tarde, cuando llegué a la casa deben haber sido
cerca de las siete y media. L o prim ero que m i hijo m e dice,
visiblem ente preocupado es,
Papá, ¿por qué llegas tan tarde?
Bien, porque sucede que hoy no vengo del trabajo.
¿Y de dónde vienes?
Vengo de un taller.
¿Y qué es un taller?
Bueno, es una actividad especial en la que te enseñan
distintas cosas.
¿Y qué te enseñaron hoy día papá?
A ver, déjame pensar. Pues, m e enseñaron,
p o r ejemplo, a escuchar mejor.
¡Qué bueno, papá! - m e dice con una cara más
aliviada-. Porque, tú sabes. T ú a m í no m e escuchas.
Ustedes se imaginarán cómo he quedado”, concluía el gerente.
197
E l 3 de enero de 2001 m e puse a ver uno de mis program as
de televisión favoritos. E so m e ayuda a relajarm e luego de u n día
intenso de trabajo. Se trata del program a Inside the A ctors Stu-
dio, dirigido p o r Jam es L ipton en el que éste entrevista a actores
y directores de teatro y de cine com o parte de las actividades de
extensión de este gran centro de form ación que es T h e A ctors
Studio. E l program a se proyecta en vivo en la televisión. E n el
m ism o estudio de proyección asiste un amplio público form ado
p o r estudiantes y profesores del p ropio centro.
198
- ¿Por qué no m e explicas m ejor?, le dice Lipton.
- Si la respuesta que ofrece un actor proviene de su trabajo,
corre el riesgo de no ser creíble. Lo que realm ente im porta
es que provenga de lo que el otro le ha dicho antes. Q ue
sea una respuesta real a lo que previam ente sucedió. Lo
que estoy diciendo, señala Alda, es que la com petencia más
im portante de un actor consiste en saber escuchar. A hora,
dicho así, esto se ha dicho m uchas veces y yo no sé si la gente
entiende lo que significa. C uando yo he escuchado lo que el
otro ha dicho, mi respuesta está inducida p o r él y es un tipo
de respuesta m uy diferente a la que yo podría haber dado si
él hubiese dicho algo diferente de lo que realm ente dijo. N o
estoy seguro si se entiende. Lo central en el actor es perm itir
que sea la propia interacción la que vaya conduciendo su
propia actuación. D e allí que yo considere que no existen
ejercicios más im portantes para form ar buenos actores que
los ejercicios de im provisación, donde no hay u n texto previo
y donde uno debe aprender a reaccionar a lo que los demás
hacen y a hacerlo de una m anera que sea coherente a lo que
ellos hicieron.
199
La palabra, en consecuencia, transform a. E sto no es del todo
nuevo. A unque nos olvidam os de ello p o r m uchos siglos, fue
la prem isa desde la que actuaban los profetas. Ellos creían en el
p o d er transform ador de la palabra. D e allí que sostengam os que
toda conversación conlleva el potencial de la conversión, de la
transform ación personal.
200
Si el o tro siente que, no im porta lo que diga, uno sigue p e n
sando igual, uno sigue actuando igual, uno sigue siendo igual, éste
sentirá inevitablem ente que no lo escuchamos. Si piensa que, no
im porta lo que uno diga, las cosas se hacen siem pre com o el otro
las tenía previsto de antem ano, sentirá inevitablem ente que no lo
escuchamos. C uando descubrim os esto com enzam os a escuchar
de otra form a cuando alguien dice “tal persona a m í no m e escu
cha” . Sabemos que puede estar diciendo, “N ada de lo que yo diga
cambia el curso de las cosas. Ellas siem pre term inan haciéndose
com o el o tro lo dispone. Yo no hago diferencia” .
201
A hora estam os posiblem ente en condiciones de escuchar de
un m odo diferente lo que conlleva ese reclam o tan frecuente en las
relaciones. Podem os entender a lo que apunta, lo que significa, lo
que se nos está indicando que está faltando. A partir de este m o
m ento, sabrem os tam bién lo que podrem os hacer para corregirlo,
para que eso no se nos diga más. M uchas veces creem os que lo
m ás que podem os hacer p o r el o tro es hacernos cargo de él o de
ella. Q ue en la m edida que hagam os esto, lo principal está hecho.
H acernos cargo, sin em bargo, suele significar hacer p o r ti lo que
considero que necesitas, lo que yo considero que te conviene.
E so podem os aceptarlo p o r un tiem po. Pero m uy p ro n to todo
ser hum ano desarrolla el deseo de realizar sus propios sueños, de
hacer lo que cada uno considera conveniente.
202
D e am bos procesos de apertura involucrados en el fenóm eno
de la escucha —la apertura a la com prensión de o tro diferente y
la apertura a la transform ación personal—el más im portante, el
determ inante, p o r lo tanto, es el últim o, es la apertura a ser trans
form ado. La vida n o es un m onólogo. T am poco es una línea recta
de la que nada m e desvía. La vida se realiza en convivencia con
los demás y en una transform ación conjunta a p artir de las inte
racciones que tengo con ellos. E se es p o r lo dem ás el significado
etimológico de la palabra “conversación” . La interacción con los
demás nos cambia, y nos cambia de m anera m uy im portante, a
través de la escucha de lo que dicen y hacen. Q uien es refractario
a ser cam biado p o r lo demás, a ser sorprendido p o r lo que ellos
pueden enseñam os, vive la vida de una form a equivalente a cóm o
se vive la m uerte. C onservados en cloroform o.
203
Sin em bargo, en un sentido m ás restringido, m ás fino, sole
m os separar el observador de la acción. Sin negar que el observar
com o tal es en sí m ism o una acción, entendem os a la vez que la
acción de observar hace de antesala a la amplia variedad de accio
nes que a partir de nuestras observaciones realizamos. Ello nos
perm ite, en esta segunda acepción, separar el dom inio del obser
vador del dom inio de la acción y tratarlos en form a independiente.
E sta separación ha pasado a ser u n elem ento central de nuestra
propuesta y nos ha resultado de gran utilidad y poder.
204
personal puede darse tanto en el dom inio del observador, com o
en el dom inio de la acción, com o en ambos. Lo que no puede
suceder es que no se dé en ninguno de ellos, pues ello significa
sim plem ente que no ha habido transform ación.
205
de persona, es tam bién un requisito de sobrevivencia. Sin una
coherencia m ínim a no podríam os sobrevivir p o r m ucho tiem po
y resultaría im posible participar en la convivencia social. C om o
seres sociales que som os, nos es fundam ental operar desde una
estructura de coherencia básica.
206
E s m uy im portante reiterar este pun to al interior de nuestro
propio entorno social más restringido, constituido p o r personas
que han pasado p o r un entrenam iento ontológico, en el que m u
chas veces se utiliza la frase “no m e estás escuchando” com o un
insulto. La com petencia de la escucha no com prom ete nuestra ca
pacidad de discrepar. Y la legitimidad que le conferim os al otro, no
siempre implica aceptar la legitimidad de sus posiciones. Podem os
com prender, y sin em bargo podem os tam bién no com partir. Lo
que siem pre es im portante no olvidar es que am bos, tanto uno
m ism o com o el otro, nos desenvolvem os en el terreno siempre
precario de las interpretaciones y entonces no les asignamos a las
nuestras el estatuto de la verdad. Allí reside la diferencia.
O bien,
207
escuchan. Ellos, p o r lo tanto, son los responsables de su propia
escucha” . Com entario interesante. Lo prim ero nos parece válido.
E s cierto, uno dice lo que dice y de m anera inevitable los demás
escuchan lo que escuchan. Pero objetam os con m ucha fuerza lo se
gundo. La escucha del otro no es sólo responsabilidad de él; de una
m anera m uy im portante es tam bién responsabilidad del orador.
208
Pero hay un segundo argum ento que es todavía más im por
tante. H em os sostenido —ya varias v e c es- el carácter generativo
y transform ador de la palabra. Pues bien, una de las áreas en la
que podem os reconocer este carácter generativo es precisam ente
en la escucha del otro. ¿Q ué querem os decir? Lo que sostenem os
es que la escucha del otro está condicionada p o r la m anera com o
le hablem os. Si lo hacem os desde el respeto, si nos m ostram os
interesados no sólo en exponer lo que pensam os, sino tam bién
escuchar lo que el otro piensa, si la m anera com o le hablam os au
m enta su confianza en nosotros, si la emocionaüdad que irradiamos
al hablar es positiva, la capacidad de escucha del oyente, frente a
lo que le estam os diciendo tenderá necesariam ente a expandirse.
Repetimos: respeto, indagación, confianza y, en general, positivi
dad emocional. E sos son los ingredientes claves de un habla que
es capaz de generar escucha en los demás. É se es el secreto de la
conectividad en los sistemas sociales.
209
invita, p o r lo tanto, a transitar del dom inio de la escucha al dom i
nio del habla y, más adelante, del dom inio del lenguaje -d e l que la
escucha y el habla son p a rte - al dom inio de la emocionalidad.
210
V
LAS MODALIDADES DEL HABLA
Y LA SENDA DE LA INDAGACIÓN
“U na vida no indagada
no m erece ser vivida”
Sócrates (Platón, Apología)
Todo hablar es una acción y toda acción rem ite siem pre a la
diada de la inquietud y del deseo. A ctuam os para hacernos cargo
de algo que nos inquieta o porque buscam os la realización de un
deseo o un afán. A m bos, inquietud o deseo, nos ayudan a conferirle
sentido a nuestro actuar. Algunas acciones perm iten acceder mejor
a su sentido a través de la noción de inquietud, para otras suele ser
más útil la noción de deseo. La inquietud aparece más ligada a la ex
periencia de un cierto desasosiego, a la noción de carencia, a la actitud
que busca hacerse cargo de una determinada situación y que muchas
veces conlleva la idea de resolver lo que dicha situación plantea. El
211
deseo, p o r otro lado, enfatiza los aspectos de placer, de satisfacción,
de búsqueda de plenitud, de inclinación o gusto personal.
212
al otro. E n este sentido, p o r lo tanto, la indagación es un hablar
al servicio de la escucha del otro. Tal com o lo hem os dicho: la
indagación es un hablar que tiene com o objetivo escuchar. E sto
es lo que la mueve. Y hablam os, p o r cuanto sospecham os que de
no hacerlo, de no indagar, es posible que el otro calle aspectos de
sí m ism o que nos interesa conocer.
En torno a la proposición
213
N o concebim os una vida que sólo se sustente en la indagación y
que busque prescindir de la proposición. Lo que sí nos interesa
es revisar el carácter de nuestras proposiciones y garantizar que
cuando llegamos a ellas lo hacem os de m anera tal que ellas sean
más poderosas. ¿Q ué significa proposiciones más rigurosas? ¿Q ué
significa que sean más poderosas?
214
m ente antes no podíam os sostener. E n rigor, para m ejorar nuestra
capacidad de proponer. N uestro interés p o r alcanzar proposiciones
m ás rigurosas y poderosas es lo que, en últim o térm ino, justifica
y valida la propia indagación. Por lo demás, toda indagación, para
hacerse, para po d er form ularse, requiere de puntos de apoyo, re
quiere de proposiciones que, aunque provisorias y conjeturales,
perm itan levantar esas preguntas y no otras.
215
todo, todo el tiempo. La vida requiere ser vivida a partir de lo que
disponem os. N o podem os dejar de asum ir com prom isos, no pode
m os dejar de tom ar decisiones y de com prom eter diversos cursos
de acción. D e no hacerlo, com prom etem os la propia vida. Al final
de cuentas, el valor de nuestra vida se m edirá p o r lo que seam os
capaces de construir y n o p o r nuestra capacidad de socavar. E n
últim o térm ino, en el juicio de los m uertos, será nuestra capacidad
de construcción de m undo y la calidad de los m undos construidos,
lo que inclinará la balanza a favor o en contra de nosotros. Para
ello deberem os recurrir al valor de la proposición.
2. O ntologización de la Indagación
Indagación y E ducación
216
La escuela nos disciplina en esta m ism a dirección. N uestra
educación suele prem iar las respuestas. Las evaluaciones que de
nosotros realiza el sistema escolar privilegian nuestra com peten
cia de contestar preguntas y m uy escasam ente la com petencia
de hacerlas. Los m aestros parecieran a veces sentirse m olestos
con los alum nos dem asiado “preguntones” . Todo nos conduce a
irnos progresivam ente desanim ando en el desarrollo de nuestra
capacidad indagativa. Poco a poco nos disciplinamos a restringir,
a limitar la indagación. N o nos dam os cuenta del precio que pa
gam os p o r ello.
217
E n los exámenes se preguntaba no sólo sobre diversas m a
terias tam bién, de una m anera m uy francesa, se nos hacía saber
que se esperaba que uno tom ara posición frente a la m ateria.
E n la m edida que yo estaba tom ando esto com o un juego, sin la
presión del resultado, m e decidí a jugar. U na vez que contesta
ba lo suficiente com o para dem ostrar que sabía, daba vuelta mi
respuesta y com enzaba a hacer preguntas. Preguntaba no sólo
sobre la m ateria en cuestión, preguntaba tam bién —y a m enudo
con cierto hum or- sobre lo que podía haber tenido en m ente y
posiblem ente esperaba de nosotros la persona que había hecho la
pregunta. D e b o confesar que disfruté la experiencia. Pocos días
después disfrutaba más todavía el resultado que m e com unicaban.
C on todo, no alteré mis planes y volví a estudiar a m i país. Pero
partía habiendo aprendido algo nuevo, algo que creo que m e ha
sido m uy útil.
218
tocam os tierra firme com o si lo que nos sugiere el sentido com ún no
pudiera ser cuestionado. N os olvidamos de que vivimos en m undos
interpretativos y que todo examen crítico del sentido com ún nos
conduce inevitablemente a reconocer que la supuesta solidez que el
sentido com ún nos ofrece, en rigor, se sustenta en el vacío o, quizás
mejor, en la confianza y sensación de solidez que nos confiere el
consenso. N o en vano nos advierte el filósofo y m atemático Alfred
N orth W hitehead que “se necesita una m ente poco usual para poner
en cuestión lo obvio” .
219
gión y la fe. Religión y ciencia, sostuvo Einstein, son dos dom inios
opuestos que no guardan m ayor relación. T agore le pregunta
enseguida sobre los fundam entos del quehacer científico o, dicho
de otra form a, a partir de qué la ciencia sostiene la solidez de sus
conclusiones. Poco a poco, E instein está forzado a reconocer que
los supuestos en los que la ciencia funda su seguridad son cien
tíficam ente indem ostrables y que están afirm ados con la m ism a
fe con la que el hom bre espiritual afirm a la validez de su religión.
E l debate term ina con E instein sorprendido, reconociendo que
am bos, el científico y el poeta espiritual, com partían una fe equi
valente. N uevam ente, no hay roca.
220
b e rt Einstein, refiriéndose a las práctica científica, nos señale que
“lo im portante es no parar de preguntar”, no optar p o r descansar
en las conclusiones que ya hem os alcanzado.
221
cita que m e ha acom pañado desde que la encontré y a la que he
recurrido en m últiples oportunidades. E d dington nos señala:
222
Todo pensador es, de alguna form a, un socavador de lo que
para m uchos son sus seguridades. P or lo tanto, m ientras más uno
se apega a lo que cree saber, a lo que da p o r sólido, más limita su
pensam iento. Friedrich N ietzsche, filósofo que ocupa un lugar
destacado en nuestra propia propuesta, insiste en que su filosofía
es para librepensadores, para pensadores dispuestos a rom per con
las ataduras de las concepciones heredadas y para personas que
no se asustan con el desafío de pensar p o r sí mismas.
223
de las supuestas certezas que le proporciona el sentido com ún,
entra sim ultáneam ente p o r el cam ino del bien vivir. La filosofía
no es, para Sócrates, un cuerpo de conocim iento. La filosofía es
una form a de vida asentada en la indagación.
224
con respecto a los cuales nunca estam os com pletam ente seguros
de cuánto en ellos corresponde a Sócrates y cuánto a Platón), el
supuesto acceso a la verdad, en los hechos no se logra. Lo que
ellos nos dejan es el rigor de un proceso indagativo que m uestra
las insuficiencias de las presunciones de saber de los interlocu
tores. N o obstante lo anterior, el supuesto del acceso a la verdad
sigue estando presente y de él, Platón su discípulo y m ás adelante,
Aristóteles, discípulo de éste, fundarán la propuesta metafísica con
la cual personalm ente entro en un choque frontal.
225
Prem isa mayor: T odos los hom bres son m ortales.
Prem isa m enor: Sócrates es hom bre.
Conclusión: Sócrates es m ortal.
226
ser ocupado p o r la experiencia. Para Bacon, la verdad no se h e
reda, ni se la deduce de otras verdades supuestam ente aceptadas.
La verdad requiere ser inducida desde la experiencia. B acon es el
padre del em pirism o m oderno.
227
Al hacer lo anterior realizam os un recorrido que denom i
nam os “proceso de ontologización de la distinción lingüística” .
H abiendo exam inado una particular distinción lingüística en su
dom inio propio, el del lenguaje, la trasladam os ahora al dom inio
ontológico, a aquel dom inio en el que profundizam os en nuestra
com prensión sobre cóm o som os los seres hum anos, tanto desde
un p u nto de vista genérico com o en relación a la m anera particular
de ser de cada individuo, lo que denom inam os su “alm a” .
Pues bien, las dos m odalidades de habla a las que nos hem os
referido, la proposición y la indagación, representan sim ultánea
m ente dos m odalidades diferentes de existencia. Podem os, p o r lo
tanto, decir que hay quienes organizan la vida a partir de respuestas,
m ientras que hay otros que lo hacen a partir de preguntas. Se trata
de dos opciones que se o p o n en diam etralm ente. E n la mayoría
de los casos, sin em bargo, los individuos se sitúan en posiciones
interm edias, apoyándose en determ inadas respuestas y abriendo
dom inios delimitados para la indagación. U na pregunta im portante
a hacerse, p o r lo tanto, es ¿cuáles son los límites que existen en mi
caso particular para el desarrollo de mi capacidad indagativa?
228
a m edida que yo me he desenvuelto en él. Y las he incorporado de
m anera similar a com o he incorporado el aire que respiro.
229
establecerlos. Q ue no nos es posible incluso conocerlos, pues de
hacerlo estaríam os en condiciones de trascenderlos, de visualizar
un m ás allá de esos límites. N uestra m irada sólo tiene el alcance
que tales límites nos perm iten y no está en nosotros la posibilidad
de evitar el condicionam iento histórico. Tenem os la posibilidad de
ser de infinitas maneras, pero todas ellas estarán inevitablem ente
sujetas a nuestras condiciones históricas. Para todos los efectos
prácticos, podem os vivir la vida com o si fuéram os libres, com o
si tales límites no existieran. Pero, en rigor, la libertad es una o p
ción que sólo se conjuga al interior de la propia historia y de su
condicionam iento.
230
desde la presunción de que es él o ella quien lo está haciendo. Y,
de alguna form a, esto es cierto.
231
iniciam os el cam ino hacia n o so tro s m ism os, em prendem os el
vuelo hacia una m ayor autenticidad. Cada vez que indagam os
abrim os la posibilidad de sustituir voces ajenas, p o r voces que
serán cada vez m ás nuestras. D isipam os los ecos que en n o s o
tros habitan. A través de la indagación, iniciam os el proceso de
n u estra propia construcción.
232
E n ese tránsito del dudar al pensar, Descartes va muy rápido y
pienso que se pierde de algo importante. Proponem os detenem os
algo más en la duda, antes de convertirla en pensamiento. Lo que
deseamos destacar es que la duda, sustento de la indagación, posee
un poder especial para constituimos en seres autónomos. Mientras
no indaguemos en el bagaje que hem os recibido, seremos meras cajas
de resonancia. N uestro ser será fundamentalmente el receptáculo de
lo que encontramos a la m ano, ya dispuesto en la historia de nuestra
comunidad y que nos está dado p o r nuestra constitución biológica.
A partir de lo anterior, asumimos una determinada particularidad
que nos conduce a reconocem os “diferentes” de otros y a partir
de este reconocimiento, generamos una suerte de “ilusión de ser”.
Somos por cuanto nos sabemos diferentes. Lo que nos constituye
es la diferencia.
233
tanto, así com o la autenticidad se construye en el proceso de la
indagación, el proceso indagativo a su vez m e constituye en un
ser auténtico.
234
Dos modalidades de vida
235
com o un cam ino de búsqueda, suele estar conciente del carácter
conjetural y provisorio que guardan sus conclusiones, m uestra una
m ayor disposición a revisar sus interpretaciones, una disposición a
soltarlas si es necesario y a reemplazarlas p o r otras. Cada experien
cia que vive, cada nuevo encuentro, representan oportunidades de
descubrir algo nuevo, de aprender algo distinto, de ser transform ado
en un ser diferente. Sus certezas son m enores y nunca absolutas.
La experiencia del m isterio se repite constantem ente y suele estar
abierto al asombro.
236
este fenóm eno al conjunto de la sociedad, pareciera ser un rasgo
propio de nuestros tiempos.
237
tiene sentido. Cuando, p o r diversas razones, se descubre incapaz
de m antener vivo ese juicio, su propia vida queda com prom etida
y se enfrenta a la posibilidad del suicidio.
238
tú rehuyes? ¿Q ué im pacto tiene eso en tu vida? Y, ¿qué pasaría si
nos atreviéram os a preguntar?
La autoindagación
239
nociendo, sin em bargo, que lo hizo, inventa una razón. Pero no
se percata del hecho que la ha inventando.
E ste experimento nos revela que los seres hum anos tendem os
a explicar todo lo que reconocem os que nos acontece, indepen
dientem ente de la validez de las explicaciones ofrecidas. T odo lo
que observam os lo llenam os espontáneam ente de explicaciones
y m uchas veces lo hacem os de m anera com pletam ente arbitraria.
Cuántas veces no nos sucede que creem os que nos com portam os
de una particular m anera debido a determ inadas razones para
luego descubrir que quizás había razones m uy diferentes, de las
que previam ente no sospecham os. Cuántas veces no nos acontece
que otro nos m uestra una dim ensión de nosotros que m odifica
nuestras propias interpretaciones.
240
interpretativos. H aciendo esta salvedad, volvam os al fenóm eno
de la ceguera cognitiva.
241
N o en vano en el santuario de D elfos, uno de los lugares religiosos
más im portantes del m undo griego, se leía la inscripción “Conócete
a ti m ism o” . E ste m ensaje ejercería gran influencia en el pensa
m iento y, en general, en la cultura griega. Sabem os que Heráclito,
filósofo jónico con quién m antenem os gran afinidad, declara con
orgullo, “Indagué en mi propia naturaleza” , abriendo con ello un
am plio cam ino de exploración que luego será seguido p o r m uchos
otros. H em os sostenido arriba cóm o Sócrates com prom ete su vida
a este esfuerzo de p o n er en cuestión los presupuestos desde los
cuales operam os, o creem os operar, y destaca la im portancia de
una vida sustentada en la actividad indagativa.
242
conocer. El ser en un proceso de indagación es diferente del ser
que no se indaga. Y va siendo diferente en la m edida que la propia
indagación avanza.
243
3. Fenom enología de la acción indagativa
La indagación y la escucha
244
com prender al otro, cada vez que vem os en el o tro la encarnación
del m al, cada vez que lo juzgam os incoherente, cabe la posibili
dad de dar vuelta la m irada hacia n o so tro s m ism os y de revisar
nuestra propia escucha. E l o tro es siem pre com prensible, aunque
lo sea tan sólo en el sentido de que lo que hace es el resultado
necesario de su historia y de las condiciones que lo acom pañaron.
C om prender, sin em bargo, no significa necesariam ente tener que
com partir lo que el o tro dice, lo que el o tro hace. La convivencia
im pone restricciones y, en función de ella, dem andam os ciertos
com portam ientos y objetam os otros. Ello nos conduce a exigir
rectificaciones, a pedir cam bios. Sin em bargo, ello no im plica
com prom eter nuestra capacidad de com prensión del o tro y la
com prensión es un resultado de nuestra com petencia para escu
charnos m utuam ente.
Pero no siempre nos dam os cuenta de las veces que los demás
reclam an que som os nosotros los que no los escuchamos. U na
de las herram ientas de que disponem os para hacernos cargo de
esto es la indagación. ¿Cuántas veces les pedim os a los demás que
nos digan más sobre lo que han hecho o sobre lo que piensan?
¿Cuánto indagam os cuando interactuam os con los demás? Si lo
hiciéramos, m uy posiblem ente se sentirán más escuchados. Pero
hay más. Si increm entam os nuestra indagación con los demás, es
muy probable que estim ulem os la indagación de ellos hacia n o
245
sotros y que, com o resultado, sintam os que nos escuchan mejor.
A l practicar la indagación m odificam os el carácter y la calidad de
nuestras relaciones.
246
U n punto similar nos lo reitera perm anentem ente el teórico
sobre los temas de gestión y la empresa, Peter Drucker. Este nos
insiste en el hecho de que la gestión empresarial no siempre es capaz
de distinguir entre lo que él llama “doing things right” (hacer las
cosas bien) y “doing the right thing” (hacer lo que es adecuado).
Ello acontece, según Drucker, p o r cuanto “la fuente de errores más
com ún en las decisiones de managementzs el énfasis en encontrar la
respuesta correcta en vez de buscar las preguntas adecuadas” .
247
relación que en la propia dinám ica de relaciones entre los m iem
bros del equipo se observa entre proposición e indagación.
248
entonces. Sólo lo veo ahora” . E se descubrim iento no les im pide
m uchas veces añorar o poder repetir la experiencia de la infancia.
Cuando ello sucede, uno constata que el factor determ inante era
la comunicación.
249
Veam os algunas situaciones que expresan lo anterior. Tene
m os, p o r ejemplo, los casos de las llamadas preguntas retóricas
en los que utilizam os la pregunta com o recurso expresivo, sin
ningún deseo de que se nos entregue una respuesta. Lo hacem os
frecuentem ente. D ecim os, p o r ejemplo, “¿Por qué diablos no se
m e ocurrió eso antes?” . E l deseo de saber lo que im pidió que eso
sucediera no es precisam ente lo que nos mueve a hacer la pregunta,
ésa no es la inquietud detrás de la acción de preguntar. C uando
decim os “¿C óm o pudiste hacer eso?”, lo que esperam os no suele
ser que se nos inform e de cóm o eso fue realizado. Utilizam os
una amplia gam a de preguntas retóricas. Las hay tam bién de m uy
diverso carácter. Si le decim os a o tro “¿Crees que soy imbécil?” ,
no estam os exactam ente a la espera que el o tro nos responda
“Sí” o “N o ” . Si el otro contestara la pregunta, quizás sólo lograría
exasperarnos más. Lo m ism o con la pregunta “¿Eres estúpido o
te haces?”, tam poco esperam os que el otro nos responda “Soy”
o “M e hago” . E n rigor, hago esa pregunta p o r cuanto estoy p re
suponiendo que no es estúpido.
250
preguntam os p o r cuanto deseam os lucirnos, o colocar al otro en
una posición em barazosa, o p o r cuanto querem os que la conver
sación no vaya en una determ inada dirección, o sim plem ente para
evitar que nos pregunten algo a nosotros. Las razones son infinitas.
N o confundam os, p o r lo tanto, la presencia de la form a gramatical
de la pregunta, con la genuina acción del indagar.
251
hay una y sólo una respuesta verdadera y que a ella accedem os a
través de la razón. Según el m ism o Berlín, hoy estam os cuestio
nando este supuesto. E n rigor, sostenem os que son m uchas las
preguntas que no tienen solam ente una respuesta aceptable. La
verdad, p o r lo demás, nos es inaccesible. Para m uchas preguntas,
las respuestas posibles son infinitas.
252
4. La matriz básica de la indagación
La indagación horizontal
La indagación vertical
253
cuyas respuestas surgirán otras preguntas nuevas y así sucesiva
m ente. Tenem os la im presión de estar “calando” en un pozo y
sacando a la superficie aspectos que previam ente pueden habernos
sido de difícil acceso.
254
capaz de resolver p o r sí mismo. É se es el m arco de la interacción
del coaching.
255
para resolverlo, guardan relación directa con el tipo de observador
que en esa situación se constituyó y, p o r lo tanto, p o r el sentido
particular que esa persona le confirió a lo que acontecía. N uestra
apuesta es la de poder encontrarle a la situación un sentido distinto;
de p oder operar frente a ella com o un observador diferente.
256
¿Q ué es lo que pasa en esos m om entos? Pasa que distintas
piezas del puzzle que hem os ido recogiendo a partir de las res
puestas recibidas, parecieran de m om ento conectarse. Más allá de
la m ultiplicidad de elem entos dispares que disipamos, em ergen
patrones de com portam iento, em ergen patrones de configuración
de sentido. N uestro entendim iento sobre el o tro pareciera dar
un salto. Pareciéram os entender cóm o el o tro opera, p o r qué le
pasa lo que le pasa, p o r qué genera los problem as que genera, etc.
Si querem os dar cuenta de esta experiencia, podem os decir que
guarda relación con la geom etría o con la arquitectura. Las res
puestas ahora adquieren form a. Vem os patrones, configuraciones,
estructuras, coherencias. E m erge orden, aunque pueda tratarse
del orden que da cuenta de un desorden. Pero ahora todo hace
sentido. O, al m enos, pareciera hacerlo.
257
m uy diversas. E s un m om ento en el que tenem os la im presión de
que no estam os pensando, pero que el pensam iento nos conduce
a nosotros, a pesar de nosotros m ism os. Claram ente, no es algo
que nosotros hagamos. Pero sí podem os diseñar las condiciones
a partir de las cuales esta experiencia suele producirse. E sto es lo
m áxim o que podem os hacer. Y no es poco. Sólo puedo diseñar
las condiciones, los sistemas, los “cultivos” que poseen esa capa
cidad generativa.
La indagación transversal
E sta experiencia con la que suele culm inar el proceso del preguntar
vertical es el p u nto de arranque de otra m odalidad del preguntar
que llam am os transversal. M uchas veces sucede que saltamos a la
indagación transversal sin que la indagación vertical haya arrojado
todavía mayores resultados. E n estos casos, hacem os el salto para
explorar si p o r otros lados encontram os pistas que no logramos
alcanzar en la propia indagación vertical.
258
dom inios y rem ita, p o r lo tanto, a u n rasgo m ucho más profundo
de la persona que esté arraigada en su form a particular de ser.
259
cóm o debe seguir la indagación. Las sendas son múltiples y cada
uno sigue intuitivamente aquella que le parece más adecuada.
260
llamamos la estructura de coherencia de esa persona. Lo básico de
la indagación transversal es, p o r lo tanto, su búsqueda de una gene
ralización que se expresa en dom inios diferentes, es el tránsito de lo
particular a lo general. Pensamos que lo dicho debiera ser suficiente
para entender la indagación transversal.
La indagación ortogonal
261
estam os enfrentando una dificultad y que tenem os la sensación de
que no podem os resolverla. E sto nos pasa a todos innum erables
veces en la vida. A partir de esos juicios, surge una tercera y p o s
terior reacción: tiram os la toalla, desistim os de seguir intentando
com prender, nos resignamos. N os suena conocido, ¿verdad? Pues
claro, nos pasa a todos. Lo que deseam os es explorar una salida
que evite tirar la toalla.
262
m ente no es suficiente. Sólo nos servirá si sim ultáneam ente som os
capaces de revertir la situación y vencer lo que m uchas veces se
nos presenta com o obstáculos insuperables. E s aquí donde nos
m uestra su gran poder lo que llam am os la indagación ortogonal.
263
hace el observador para dar cuenta de su propia dificultad para
conferirle sentido a una situación particular. Es un juicio que, en
sentido estricto, no habla de la situación, sino de su capacidad para
interpretarla adecuadam ente. E n vez de luchar contra la supuesta
situación incoherente, en la m edida que este observador reco
nozca que el problem a tiene que ver con él, cam biará de frente y
procederá a revisar críticam ente su propia interpretación. Es en
ella que reside la incoherencia.
264
efectivo, son m uy pocas las alternativas que tenem os. E stam os al
borde de tirar la toalla.
265
Así pasé algún tiem po, sin p o d e r realm ente avanzar. Pero
recuerdo que un determ inado día m e dije, “Ya le he dado a H egel
suficiente tiem po para que logre aclararm e lo que sostiene y no lo
logro. ¿Q ué pasaría si en vez de decir ‘no lo entiendo’ dijera ‘no se
e n tien d e? ¿Q ué pasaría si en vez de hacerm e yo el responsable de
esta sensación de incoherencia, lo hiciera responsable a él? ¿Q ué
pasaría si tratara de dem ostrar que lo que Hegel señala simplemente
n o es coherente?” . N o olvidem os que la gran diferencia entre este
ejem plo y el anterior es que ahora estam os en el terreno discursivo
y, p o r lo tanto, en el terreno de las interpretaciones.
266
es la clave del pensam iento. Pues bien, estas cuatro m odalidades
indagativas, cuando son utilizadas de m anera com binada, nos
perm iten ganar im portantes com petencias en la acción de pensar,
los procesos que desencadenan resultados innovadores y creativos.
Es im portante, p o r lo tanto, aprender a desenvolverse en ellas y a
ganar m aestría en su ejercicio. Q uien lo haga estará aprendiendo
el arte del pensar efectivo.
Así com o toda pregunta abre el espacio para una respuesta, toda
respuesta rem ite a una pregunta. Cada térm ino requiere del otro y
267
rem ite a él. D e la m ism a form a, podem os decir que toda indagación
conduce a una proposición y que to d a proposición supone una
indagación previa. E l hecho de que la indagación conduzca a una
proposición pareciera ser obvio. La indagación lleva consigo, de
m anera evidente, su carencia, y esta carencia busca ser satisfecha,
busca ser llenada con una proposición.
268
dividen en dos campos. E l prim ero de ellos rem ite al juicio de que
estam os viviendo la crisis de un determ inado paradigm a ontológi-
co, de un paradigm a que durante m uchos siglos fue hegem ónico.
E se paradigma, que llamam os la ontología metafísica, enfrenta
una crisis profunda de sentido y m uestra su creciente incapacidad
para responder satisfactoriam ente a los problem as que encaran
las mujeres y los hom bres de nuestra era.
269
que hacem os, com o la form a en que lo hacem os, requieren ser
reevaluados. Para llevar a cabo esta reevaluación es im portante
rem itir esas prácticas, n o necesariam ente a una pregunta, sino
a la inquietud o al deseo del que ellas buscan hacerse cargo. Las
preguntas, las inquietudes y los deseos son, p o r sí m ism os, lo que
en filosofía se caracteriza com o “intencionales” . Ello no significa
que conlleven necesariam ente una intención subjetiva de parte
del agente que las ejecuta. E l térm ino “intencional” sim plem ente
apunta al hecho de que están dirigidas hacia algo, que im plican un
m ovim iento que las saca de sí m ism as hacia algo diferente. Son
com o flechas, se dirigen.
270
que nuestras respuestas rem iten a preguntas que con el tiem po
quizás se disolvieron, a preguntas que m uchas veces perm iten ser
com pletam ente reform uladas, a preguntas frente a las cuales hoy,
sí hoy, encontram os respuestas m uy diferentes. Pero ello sólo lo
descubrirem os al reconstruir aquellas preguntas a las que respon
den las respuestas desde las cuales vivimos.
271
la autenticidad, es quizás una de las experiencias m ás determ i
nantes que podrem os tener en nuestra existencia. U na vez que
despertam os a este reconocim iento, todo pareciera cambiar. El
sentido y la dirección de la vida se alteran. A sum im os un sentido
de responsabilidad sobre nosotros m ism os que antes no dispo
níam os. D escubrim os en nuestra capacidad indagativa una de
las herram ientas más im portantes del saber vivir. A partir de ese
m om ento, se nos cierra la opción del retroceso, no hay retirada,
pues hem os descubierto, con Sócrates, que “una vida no indagada
no m erece ser vivida” . Y hem os descubierto, con N ietzsche, que
tenem os la oportunidad de hacer de nuestra vida “una obra de
arte” . Súbitam ente nos hem os convertido en artistas.
272
N O TA FINAL
sin egoísmo