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capitalista. Cómo decía Lacan: «… eso no podría correr mejor, pero justamente
eso marcha así velozmente a su consumación; eso se consume, eso
se consume, hasta su consunción»
Por otro lado, existe algo que le hace obstáculo al modo de operar del
capitalismo; algo que se resiste a ser capturado por la lógica del consumo, un
vacío imposible de colmar. En su experiencia con el lenguaje, el sujeto emerge
constituido por un vacío en tanto ningún significante lo puede definir en su
completitud. Algo se escapa a la nominación cuando no todo lo que lo constituye
ni todo lo que puede devenir ese sujeto puede ser nombrado por ser imposible
de colmar o de satisfacer su deseo, deseo que funda el campo de su potencia.
En este sentido, este vacío se opone a la lógica homogeneizadora del
capitalismo del “para-todos” como la denomina J. Alemán, y que podríamos
traducir en un “para-todos-lomismo.” El capitalismo necesita para sostener la
acumulación de capital, o de la riqueza, que todos nos satisfagamos con lo
mismo, así todos compramos lo mismo. Es simplemente una cuestión de
economía de escala, en tanto más compremos lo mismo, menos cuesta
producirlo, más plusvalía queda y se acumula en un mismo lugar. Sin embargo,
ese vacío existencial del sujeto no puede ser asimilado por esa lógica del
universal “para-todos”, porque no hay un universal capaz de nombrarlo hasta la
completitud. Por tanto, ese vacío que hace a la singularidad del sujeto se opone
como obstáculo al avance arrasador del capitalismo.
En ese punto es entonces cuando, como bien señala J. Alemán, ese sujeto “es
convocado a imaginar una posible ‘completud’” (p.93). El discurso capitalista le
hace creer al sujeto que puede ocupar el lugar del amo según la lógica de los
cuatro discursos que definió Lacan, porque este discurso niega la castración, y
entonces el sujeto se engaña y se cree que todo lo puede. Se niega el límite
negando lo imposible. Para el capitalismo, y para la ciencia y la técnica que
vehiculizan su verdad, nada es imposible. Sin embargo, la falta que constituye al
sujeto insiste y en ese punto, el sujeto se dirige a la ciencia y a la técnica en una
pura demanda para que produzca pequeños objetos, o artilugios, con los cuales
intentar colmar su vacío. Pero como de eso sólo resulta un goce bobo, el sujeto
nunca encuentra una satisfacción posible por esa vía; con lo cual su demanda
aumenta y el sujeto se aliena cada vez más.
Frente a ese empuje a intentar completarse, J. Alemán nos recuerda que Lacan
nos enseñó que los significantes con los que el sujeto puede llegar a intentar
nominarse, aunque no abarcativamente pero sí ajustadamente a su singularidad,
podrá encontrarlos en lalengua, neologismo con el que Lacan designó, según las
palabras de J. Alemán, “la estructura del habla común en la que se habita” (p.
28). Lengua que se aprehende con lo que afecta al cuerpo y que constituye para
el sujeto un entramado de pulsiones y significantes, por lo cual la palabra
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adquiere un sentido singular para cada uno que excede el significado que le dicta
el diccionario y que puede abrir el espacio de lo Común.
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como el odio, la pulsión de muerte, las identificaciones, etc., están determinando
de forma muy peligrosa un nuevo modo de hacer en la política mundial” (pp. 26-
27).
En este sentido cabría explicar que tal cual como Freud vino a develar en “El
Malestar en la Cultura” (1930); el odio es una fuerza constitutiva del sujeto como
lo es su amor narcisista. Digamos que desde bebés in-corporamos todo lo que
nos causa placer como parte de nosotros mismos y conformamos todo lo que
nos causa dolor, malestar, displacer, como causados por otro, ajeno a nosotros,
irreconocible como algo propio, aunque responda a estímulos del propio cuerpo.
En este sentido, el otro empieza a conformarse como aquello con lo cual el sujeto
no puede identificarse y que incluso rechaza. Si además ocurre, como en la
actualidad, que el discurso se plantea en términos de el otro o yo pervirtiendo el
significante solidaridad al significarlo como sacrificio -lo que le dan al otro me lo
sacan a mí-;y para más agravante se aviva la hoguera del odio con mensajes al
estilo de “alguien va tener que pagar la fiesta”; la identificación se desliza
rápidamente por la vía negativa, la del odio, y el otro se convierte en el enemigo.
Y así unos y otros discursos, que nos justifican a nosotros mismos ante nosotros
mismos, confluyen para que aparezca una mano dura que castigue a alguien por
la pérdida que cada uno sufre y por la que ninguno se responsabiliza, y eso
explica muchos retornos… entre ellos, el del fascismo. Como advierte J. Alemán:
“Estos argumentos, bastantes estereotipados, que tienen como base subyacente
una apelación a los mandatos superyoicos que impregnan el imaginario social,
…, contribuyen a conformar una “fantasmática social,” “la que se busca a quién
imputar qué se ha ‘robado’ al goce de los otros” (pp.149-150). Se trata otra vez
del malestar del que hablaba Freud, aquel que se produce por la renuncia al
goce y que según Freud llevaba a erigir en la cultura un Superyó castigador. Es
decir, esa renuncia al goce es soportable mientras uno crea que todos estamos
en el mismo barco y además que ese sacrificio reporta algún prestigio. Pero
cuando la aceleración de los tiempos nos pone en la época de la inmediatez, de
la satisfacción inmediata, exijo la satisfacción de mi demanda, ahora y ya; y si no
la obtengo exijo que se castigue a quien creo que me la robó.
Para concluir, cabe mencionar que Jorge Alemán señala que el capitalismo
parece un crimen perfecto sin salida porque “… ninguna fuerza política actual,
incluso las que hoy en día combaten el neoliberalismo, son en sí mismas
emancipatorias, porque aún está por emerger el sujeto que las encarne” (p.30).
La propuesta de J. Alemán es que un proyecto político que pretenda la
emancipación del sujeto, o sujetos, debe tener en cuenta esa falla ontológica
fundamental que es imposible de colmar y que constituye su singularidad
irreductible, y que, por tanto, se opone a toda pretensión universalizante que
acabe resultando en una forma de dominio que obtura la emancipación.
El desafío político es, por tanto, cómo encontrar qué imagen ofrecer que sea
fundante de un campo en el que el sujeto pueda alojarse con su vacío y allí
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responsabilizarse subjetivamente de ese vacío y del deseo que desde el mismo
puede emerger. Un campo en el que la acción sea acto que inscriba en lo público
la máxima diferencia de cada uno y que así vaya construyendo un horizonte
posible para cada uno.