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CONVIVENCIA:

LAVATORIO DE PIES

Objetivo: Vivir el servicio, la amistad y el amor de una manera concreta en el lavatorio de pies, y profundizar
en su significado.
Importante: La idea es hacer esta convivencia antes de la Semana Santa ya sea la semana antes o la misma
semana de Semana Santa. Es un espacio para la manifestación del Amor entre las personas de la comunidad.
Muchas veces lo vemos como algo difícil o nos cuesta encontrar el sentido, lo importante es abrirnos a
manifestarnos el Amor de Dios que se encarna en cada uno de la comunidad. Es también un lavado de
reconciliación, por lo tanto, es una oportunidad de perdón, de reconciliación con la persona con la que he
estado alejada.
Necesidades:
Preparar una motivación con el Evangelio Jn 13, 1-15 y el material del Anexo, para que se entienda el
sentido de la convivencia.
Lugar apropiado: que exista un lugar donde poder hacer la convivencia y después tener una comida
“producida”.
Ir vestidos formales, es muy potente como signo.
Tiempo; para esta convivencia se necesita tiempo (3 horas)
Implementación: altar bien preparado (mantel, cruz, cirio), una palangana con agua y toallas para
hacer el lavatorio.
Dejar los celulares apagados o en modo avión.

Motivación general: (Preparar con el Anexo 1) Esta convivencia es un momento muy especial del año, nos
preparamos para vivir la GRAN celebración de nuestra fe, nos preparamos para abrirnos a recibir el AMOR
de Dios que se derrama muy abundantemente en la Semana Santa. Esta convivencia es a la vez simple pero
muy profunda en sus signos, por lo que los invito a comenzar con un momento de silencio para ponernos en
la presencia del Señor y dejar nuestros pensamientos de lado para poder entrar en ella (Hacer un momento
largo, 5 minutos)

Invocación al Espíritu Santo » Silencio


Lectura del Evangelio: Juan 13, 1-15 (Leer lento y pausadamente todos de pie)
Motivación al lavatorio de los pies: Este signo de amor de Dios con sus discípulos es el mismo que él nos
manda hacer entre nosotros hoy, a vivir el amor hasta el extremo, por esto queremos imitarlo hoy en la
comunidad.
Lavado de pies de los jefes: El/Los encargado/s le lava los pies a todos.
Lavado de pies entre comunidad: Después el que quiera puede lavarle los pies a otro (1 o más). Es un
signo/gesto de amistad, de reconciliación, de perdón, de comunión. Se le puede explicar brevemente el por
qué quiso lavarle los pies.
Al finalizar dejar un momento de silencio.

Peticiones y acción de gracias » Padre nuestro


Oración conclusiva: El Señor nos bendiga nos guarde de todo mal y nos lleve a la Vida Eterna. R: Amén.

San ______________________________
R: Ruega por nosotros.

Saludo de la paz

Comida: Luego de terminada esta parte se pasa a comer, se eligen semaneros que sirvan.
**Está la opción de leer durante la comida, solo hasta el postre para después conversar. La lectura propuesta es
el mensaje de Cuaresma del Papa (ver Anexo 2). Cada jefe decide.
ANEXO 1: PARA LA MOTIVACION AL LAVATORIO DE PIES
El Jueves Santo es un día en el que Dios nos invita por medio del servicio a ser esas lámparas que
lleven la luz de Cristo al mundo. También este día debemos reconocer el amor de todos esos hombres
que deciden dejarlo todo por seguir a Cristo en la entrega al servicio de los demás: laicos, religiosas,
religiosos, misioneros, hombres y mujeres consagrados a Dios.
Hay gestos en nuestra liturgia que están cargados de simbolismo y que dicen más que mil
palabras. Son gestos y signos que hemos heredado de generaciones pasadas y del mismo
Jesucristo y que, sin duda, continúan siendo válidos para nosotros hoy.
Estos gestos y signos bien hechos… con naturalidad y expresividad adquieren una fuerza y un
sentido extraordinario y pasan a ser una auténtica expresión de nuestra fe.
En el Evangelio de Juan 13, 1-15, encontramos el pasaje en que Jesús va lavando los pies a sus
discípulos en una actitud se servicio y humildad que debemos tener todos los cristianos,
especialmente, los que ejercen algún tipo de autoridad.

Lavar los pies a sus discípulos tenía un profundo significado que San Pedro no podía entender
entonces. Jesús, mediante aquel gesto, expresado de modo sencillo y simbólico que no había "venido a
ser servido, sino a servir", y que su servicio consistía en "dar su vida en redención de muchos".
Así da a entender a los Apóstoles, y en ellos a todos los que después formarían la Iglesia, que la misión
de la Iglesia en el mundo es SERVIR, que el servicio humilde a los demás hace al discípulo semejante
al Maestro.
"Si, por consiguiente, a la luz de esta actitud de Cristo se puede verdaderamente "reinar" sólo
"sirviendo", a la vez, el "servir" exige tal madurez espiritual que es necesario definirla como el
"reinar". (Juan Pablo II, Redemp. hom, 21).
Lavar los pies es un claro signo de acogida, de amistad, de servicio y entrega a los demás.
El mismo Jesús dice: “Yo no he venido a ser servido sino a servir”,
“Yo estoy entre ustedes como el que sirve” (Lc 22, 27)
También en la escena del lavatorio de pies, dice: “también ustedes deben lavarse los pies unos a
otros” (Juan 13, 14)
Lavar los pies es un gesto que el mismo Jesús realizó con sus amigos… nosotros también
podemos hacerlo…” habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el
extremo (Juan 13, 1b)
Lavar los pies al hermano es un claro signo de caridad… es una alabanza profunda a Dios… es
hacerse pequeño ante el otro.

COMUNITARIO
Celebramos al interior de la Comunidad algo que Jesús dijo que hiciéramos “también ustedes
deben lavarse los pies unos a otros” (Juan 13, 14)

SERVICIO
Celebramos el lavatorio de Pies, con un signo litúrgico de servicio de parte del Encargado de
Grupo hacia los integrantes de la Comunidad.
“No he venido a ser servido sino a servir. Yo estoy entre ustedes como el que sirve (Lucas 22,
27)

RECONCILIACIÓN-PERDÓN
Celebramos este Lavatorio de Pies, para entrar al Triduo Pascual reconciliado con algún
miembro de la Comunidad. Es un sigo entre hermanos.
ANEXO 2: LECTURA PARA LA COMIDA

MENSAJE CUARESMA PAPA FRANCISCO 2022


«No nos cansemos de hacer el bien, porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos
a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos la oportunidad, hagamos el bien a
todos» (Ga 6,9-10a)

Queridos hermanos y hermanas:

La Cuaresma es un tiempo favorable para la renovación personal y comunitaria que nos conduce hacia
la Pascua de Jesucristo muerto y resucitado. Para nuestro camino cuaresmal de 2022 nos hará bien
reflexionar sobre la exhortación de san Pablo a los gálatas: «No nos cansemos de hacer el bien,
porque, si no desfallecemos, cosecharemos los frutos a su debido tiempo. Por tanto, mientras tenemos
la oportunidad (kairós), hagamos el bien a todos» (Ga 6,9-10a).

1. Siembra y cosecha

En este pasaje el Apóstol evoca la imagen de la siembra y la cosecha, que a Jesús tanto le gustaba
(cf. Mt 13). San Pablo nos habla de un kairós, un tiempo propicio para sembrar el bien con vistas a la
cosecha. ¿Qué es para nosotros este tiempo favorable? Ciertamente, la Cuaresma es un tiempo
favorable, pero también lo es toda nuestra existencia terrena, de la cual la Cuaresma es de alguna
manera una imagen [1]. Con demasiada frecuencia prevalecen en nuestra vida la avidez y la soberbia,
el deseo de tener, de acumular y de consumir, como muestra la parábola evangélica del hombre necio,
que consideraba que su vida era segura y feliz porque había acumulado una gran cosecha en sus
graneros (cf. Lc 12,16-21). La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de mentalidad, para que
la verdad y la belleza de nuestra vida no radiquen tanto en el poseer cuanto en el dar, no estén tanto
en el acumular cuanto en sembrar el bien y compartir.

El primer agricultor es Dios mismo, que generosamente «sigue derramando en la humanidad semillas
de bien» (Carta enc. Fratelli tutti, 54). Durante la Cuaresma estamos llamados a responder al don de
Dios acogiendo su Palabra «viva y eficaz» (Hb 4,12). La escucha asidua de la Palabra de Dios nos hace
madurar una docilidad que nos dispone a acoger su obra en nosotros (cf. St 1,21), que hace fecunda
nuestra vida. Si esto ya es un motivo de alegría, aún más grande es la llamada a ser «colaboradores
de Dios» (1 Co 3,9), utilizando bien el tiempo presente (cf. Ef 5,16) para sembrar también nosotros
obrando el bien. Esta llamada a sembrar el bien no tenemos que verla como un peso, sino como una
gracia con la que el Creador quiere que estemos activamente unidos a su magnanimidad fecunda.

¿Y la cosecha? ¿Acaso la siembra no se hace toda con vistas a la cosecha? Claro que sí. El vínculo
estrecho entre la siembra y la cosecha lo corrobora el propio san Pablo cuando afirma: «A sembrador
mezquino, cosecha mezquina; a sembrador generoso, cosecha generosa» (2 Co 9,6). Pero, ¿de qué
cosecha se trata? Un primer fruto del bien que sembramos lo tenemos en nosotros mismos y en
nuestras relaciones cotidianas, incluso en los más pequeños gestos de bondad. En Dios no se pierde
ningún acto de amor, por más pequeño que sea, no se pierde ningún «cansancio generoso» (cf.
Exhort. ap. Evangelii gaudium, 279). Al igual que el árbol se conoce por sus frutos (cf. Mt 7,16.20),
una vida llena de obras buenas es luminosa (cf. Mt 5,14-16) y lleva el perfume de Cristo al mundo
(cf. 2 Co 2,15). Servir a Dios, liberados del pecado, hace madurar frutos de santificación para la
salvación de todos (cf. Rm 6,22).

En realidad, sólo vemos una pequeña parte del fruto de lo que sembramos, ya que según el proverbio
evangélico «uno siembra y otro cosecha» (Jn 4,37). Precisamente sembrando para el bien de los
demás participamos en la magnanimidad de Dios: «Una gran nobleza es ser capaz de desatar procesos
cuyos frutos serán recogidos por otros, con la esperanza puesta en las fuerzas secretas del bien que se
siembra» (Carta enc. Fratelli tutti, 196). Sembrar el bien para los demás nos libera de las estrechas
lógicas del beneficio personal y da a nuestras acciones el amplio alcance de la gratuidad,
introduciéndonos en el maravilloso horizonte de los benévolos designios de Dios.

La Palabra de Dios ensancha y eleva aún más nuestra mirada, nos anuncia que la siega más verdadera
es la escatológica, la del último día, el día sin ocaso. El fruto completo de nuestra vida y nuestras
acciones es el «fruto para la vida eterna» (Jn 4,36), que será nuestro «tesoro en el cielo» (Lc 18,22;
cf. 12,33). El propio Jesús usa la imagen de la semilla que muere al caer en la tierra y que da fruto
para expresar el misterio de su muerte y resurrección (cf. Jn 12,24); y san Pablo la retoma para hablar
de la resurrección de nuestro cuerpo: «Se siembra lo corruptible y resucita incorruptible; se siembra lo
deshonroso y resucita glorioso; se siembra lo débil y resucita lleno de fortaleza; en fin, se siembra un
cuerpo material y resucita un cuerpo espiritual» (1 Co 15,42-44). Esta esperanza es la gran luz que
Cristo resucitado trae al mundo: «Si lo que esperamos de Cristo se reduce sólo a esta vida, somos los
más desdichados de todos los seres humanos. Lo cierto es que Cristo ha resucitado de entre los
muertos como fruto primero de los que murieron» (1 Co 15,19-20), para que aquellos que están
íntimamente unidos a Él en el amor, en una muerte como la suya (cf. Rm 6,5), estemos también
unidos a su resurrección para la vida eterna (cf. Jn 5,29). «Entonces los justos brillarán como el sol en
el Reino de su Padre» (Mt 13,43).

2. «No nos cansemos de hacer el bien»

La resurrección de Cristo anima las esperanzas terrenas con la «gran esperanza» de la vida eterna e
introduce ya en el tiempo presente la semilla de la salvación (cf. Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi,
3; 7). Frente a la amarga desilusión por tantos sueños rotos, frente a la preocupación por los retos que
nos conciernen, frente al desaliento por la pobreza de nuestros medios, tenemos la tentación de
encerrarnos en el propio egoísmo individualista y refugiarnos en la indiferencia ante el sufrimiento de
los demás. Efectivamente, incluso los mejores recursos son limitados, «los jóvenes se cansan y se
fatigan, los muchachos tropiezan y caen» (Is 40,30). Sin embargo, Dios «da fuerzas a quien está
cansado, acrecienta el vigor del que está exhausto. […] Los que esperan en el Señor renuevan sus
fuerzas, vuelan como las águilas; corren y no se fatigan, caminan y no se cansan» (Is 40,29.31). La
Cuaresma nos llama a poner nuestra fe y nuestra esperanza en el Señor (cf. 1 P 1,21), porque sólo
con los ojos fijos en Cristo resucitado (cf. Hb 12,2) podemos acoger la exhortación del Apóstol: «No
nos cansemos de hacer el bien» (Ga 6,9).

No nos cansemos de orar. Jesús nos ha enseñado que es necesario «orar siempre sin desanimarse»
( Lc 18,1). Necesitamos orar porque necesitamos a Dios. Pensar que nos bastamos a nosotros mismos
es una ilusión peligrosa. Con la pandemia hemos palpado nuestra fragilidad personal y social. Que la
Cuaresma nos permita ahora experimentar el consuelo de la fe en Dios, sin el cual no podemos tener
estabilidad (cf. Is 7,9). Nadie se salva solo, porque estamos todos en la misma barca en medio de las
tempestades de la historia [2]; pero, sobre todo, nadie se salva sin Dios, porque sólo el misterio
pascual de Jesucristo nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte. La fe no nos exime de las
tribulaciones de la vida, pero nos permite atravesarlas unidos a Dios en Cristo, con la gran esperanza
que no defrauda y cuya prenda es el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones por medio
del Espíritu Santo (cf. Rm 5,1-5).

No nos cansemos de extirpar el mal de nuestra vida. Que el ayuno corporal que la Iglesia nos pide en
Cuaresma fortalezca nuestro espíritu para la lucha contra el pecado. No nos cansemos de pedir perdón
en el sacramento de la Penitencia y la Reconciliación, sabiendo que Dios nunca se cansa de
perdonar [3]. No nos cansemos de luchar contra la concupiscencia, esa fragilidad que nos impulsa
hacia el egoísmo y a toda clase de mal, y que a lo largo de los siglos ha encontrado modos distintos
para hundir al hombre en el pecado (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 166). Uno de estos modos es el riesgo
de dependencia de los medios de comunicación digitales, que empobrece las relaciones humanas. La
Cuaresma es un tiempo propicio para contrarrestar estas insidias y cultivar, en cambio, una
comunicación humana más integral (cf. ibíd., 43) hecha de «encuentros reales» ( ibíd., 50), cara a
cara.
No nos cansemos de hacer el bien en la caridad activa hacia el prójimo. Durante esta Cuaresma
practiquemos la limosna, dando con alegría (cf. 2 Co 9,7). Dios, «quien provee semilla al sembrador y
pan para comer» (2 Co 9,10), nos proporciona a cada uno no sólo lo que necesitamos para subsistir,
sino también para que podamos ser generosos en el hacer el bien a los demás. Si es verdad que toda
nuestra vida es un tiempo para sembrar el bien, aprovechemos especialmente esta Cuaresma para
cuidar a quienes tenemos cerca, para hacernos prójimos de aquellos hermanos y hermanas que están
heridos en el camino de la vida (cf. Lc 10,25-37). La Cuaresma es un tiempo propicio para buscar —y
no evitar— a quien está necesitado; para llamar —y no ignorar— a quien desea ser escuchado y recibir
una buena palabra; para visitar —y no abandonar— a quien sufre la soledad. Pongamos en práctica el
llamado a hacer el bien a todos, tomándonos tiempo para amar a los más pequeños e indefensos, a
los abandonados y despreciados, a quienes son discriminados y marginados (cf. Carta enc. Fratelli
tutti, 193).

3. «Si no desfallecemos, a su tiempo cosecharemos»

La Cuaresma nos recuerda cada año que «el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad,
no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día» (ibíd., 11). Por tanto,
pidamos a Dios la paciente constancia del agricultor (cf. St 5,7) para no desistir en hacer el bien, un
paso tras otro. Quien caiga tienda la mano al Padre, que siempre nos vuelve a levantar. Quien se
encuentre perdido, engañado por las seducciones del maligno, que no tarde en volver a Él, que «es
rico en perdón» (Is 55,7). En este tiempo de conversión, apoyándonos en la gracia de Dios y en la
comunión de la Iglesia, no nos cansemos de sembrar el bien. El ayuno prepara el terreno, la oración
riega, la caridad fecunda. Tenemos la certeza en la fe de que «si no desfallecemos, a su tiempo
cosecharemos» y de que, con el don de la perseverancia, alcanzaremos los bienes prometidos
(cf. Hb 10,36) para nuestra salvación y la de los demás (cf. 1 Tm 4,16). Practicando el amor fraterno
con todos nos unimos a Cristo, que dio su vida por nosotros (cf. 2 Co 5,14-15), y empezamos a
saborear la alegría del Reino de los cielos, cuando Dios será «todo en todos» (1 Co 15,28).

Que la Virgen María, en cuyo seno brotó el Salvador y que «conservaba todas estas cosas y las
meditaba en su corazón» (Lc 2,19) nos obtenga el don de la paciencia y permanezca a nuestro lado
con su presencia maternal, para que este tiempo de conversión dé frutos de salvación eterna.

Roma, San Juan de Letrán, 11 de noviembre de 2021, Memoria de san Martín de Tours, obispo.

FRANCISCO

[1] Cf. S. Agustín, Sermo, 243, 9,8; 270, 3; Enarrationes in Psalmos, 110, 1.

[2] Cf. Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 de marzo de 2020).

[3] Cf. Ángelus del 17 de marzo de 2013.

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