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Dialogos | Lunes, 27 de enero de 2014

El sociólogo Ariel Wilkis derriba mitos sobre el uso de la plata en los sectores populares

“Está mal visto que el pobre tenga dinero”


El investigador desmenuza la dimensión mercantil en la vida cotidiana de los barrios.
Advierte que el dinero genera conflictos y tensiones, pero también solidaridad y vínculos
morales. Rechaza el prejuicio por el cual allí no existe la cultura del ahorro. Y repasa los
cambios de los últimos años. “Una década atrás, las agencias de marketing no tenían en
cuenta a los sectores populares, y eso cambió”, señala al analizar la ampliación del crédito
a esos sectores. El papel de la AUH. El lugar de la mujer en la administración del dinero.

Por Leonardo Castillo

Durante siglos, muchas expresiones del arte, la literatura e incluso las


ciencias sociales en la cultura occidental le asignaron al hecho monetario una
connotación negativa. El papel moneda aparece como un gran corruptor,
sobre todo entre los pobres y desamparados. Por eso, el sociólogo Ariel
Wilkis se propuso deconstruir esta mirada en Las sospechas del dinero, un
trabajo de investigación sobre las relaciones sociales y culturales que se
generan cotidianamente en la economía popular. “El uso del dinero promueve
dinámicas de integración, conflicto y moral que no pueden ser desdeñadas.
Todo proyecto político define su naturaleza en relación a cómo organiza la
relación de las personas con el dinero”, señala Wilkis en una charla con
Página/12.

–¿Por qué las ciencias sociales y la literatura desarrollaron una mirada


tan prejuiciosa en relación con el manejo del dinero?

–Creo que la mirada más generalizada que existe sobre el dinero, y que se encuentra fuertemente arraigada en la
cultura occidental, es la que lo percibe como un poder, un medio de medios. Un objeto de difícil control y que es capaz
de corromper con facilidad a las personas. El dinero siempre puede convertirse en otra cosa. Esa es la idea instalada
que hay sobre su naturaleza. Los análisis sobre las cuestiones monetarias son siempre sospechosos. La pregunta que
siempre flota es qué se hará con el dinero. Por eso, lo que intenté en este libro es ir más allá de este obstáculo
ideológico. Para muchos autores, la crítica del capitalismo debe partir de una concepción negativa del papel moneda. Sin
embargo, el dinero genera vínculos y relaciones sociales que van más allá de la mera sospecha. Me interesa desarrollar
una mirada crítica y progresista sobre la cuestión que no se detenga en la simple estigmatización de lo monetario.
Cuando se repasa esta problemática en la historia de la cultura siempre aparecen la corrupción y la negatividad como
aspectos centrales. La excepción es quizá Jorge Luis Borges, que en el cuento “El Zahir” compone una narración que se
corre de la concepción negativa para asociar el dinero a la divinidad, a la fe. Y también podría decirse que Alan Pauls, en
su libro Historia del dinero, se corre bastante de la tendencia sospechosa al proponer una visión sobre el uso del dinero
en los últimos 30 años de la historia argentina. Creo que hay un paralelismo entre el libro de él y el mío. Pauls parte
desde la literatura, mientras que mi libro se centra en lo social y más específicamente en las vinculaciones que se tejen
en el mundo popular.

–¿Cómo es que decidió abordar esta problemática?

–Lo que hice fue seguir una tendencia establecida desde hace años en la sociología. Me aboqué a interpretar las
transformaciones que tuvieron lugar en el mundo popular desde mediados de los años ’70 hasta nuestros días. Ahí está
el antecedente teórico de este libro. Pero en mi caso particular, podría decirse que busqué al peronismo, e indagando
sobre la adhesión de los sectores populares a este movimiento político me encontré con el dinero. La idea era desarrollar
una investigación sobre distintos aspectos de la vida popular, en la religión, el fútbol, la política y el comercio. Y en todos

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esos espacios estaba presente el dinero, que en definitiva fue el elemento que me permitió componer un relato unificador
sobre los distintos fragmentos del universo popular.

–¿Puede decirse entonces que el dinero está primero que el peronismo en el abordaje del mundo popular?

–Digamos que podemos entender al mundo popular poniendo relevancia en otros objetos y en otras conexiones. Se
puede descentrar la mirada sobre el peronismo. Ese es un poco el desafío, hacer una sociología del mundo popular
desde un enfoque que pase por comprender cómo el dinero se convierte en un objeto que promueve dinámicas de
integración y conflicto.

–¿La relación de los sectores populares con el dinero cambió en los últimos diez años?

–Se dio una nueva estructura monetaria en el mundo popular. La monetización de la política social con la Asignación
Universal por Hijo (AUH) como paradigma hizo que se generara una nueva centralidad del dinero. Además, los agentes
financieros redefinieron a los sectores de bajos ingresos como actores relevantes en el mercado de créditos. Una
década atrás, las agencias de marketing no tenían en cuenta a los sectores populares en sus estratificaciones, y eso
cambió. Pero además se dio un proceso de nuevas formas de financiamiento al interior de la economía barrial. A la
tradición del fiado y el préstamo familiar, se sumaron elementos heterogéneos de créditos propuestos por las grandes
cadenas comerciales, detrás de las cuales se encuentran los bancos. Son instancias que vendrían a operar como el lado
B del sistema financiero. Hablamos de Crédito Ya, Dinero Fácil y otras firmas que ofrecen pequeños préstamos. Eso
genera una nueva clientela para los bancos y es lo novedoso.

–¿Se expande entonces el uso de las tarjetas de crédito en los barrios más postergados del conurbano?

–Sí. Es un fenómeno en crecimiento. El empleo del dinero electrónico crece día a día y es un reflejo de la bancarización.
Las tarjetas de consumo están muy difundidas. Hay familias que poseen más de “una chapita”, como se las denomina
habitualmente. El acceso a una tarjeta redefine las relaciones al interior de los hogares. Quien maneja una está en
posición de administrar el endeudamiento y también el ahorro. Las tarjetas crearon una nueva estructura en el manejo de
lo monetario en el mundo de la economía popular, porque a través de ellas se accede al mundo financiero. Lo paradójico
es que, para el sistema bancario, los sectores populares son considerados como una categoría de riesgo, cuando en
realidad son más cumplidores que los sectores medios y altos, por la sencilla razón de que disponen de una oferta
limitada a los factores de crédito. Eso hace que sean más disciplinados que los otros estratos sociales, ya que si
cumplen pueden acceder a otros préstamos.

–Existe un prejuicio bastante arraigado por el que se sostiene que los pobres se dedican a gastar la plata que
ganan y no poseen cultura del ahorro. Ernesto Sanz llegó a decir que el dinero de la AUH se va “por la canaleta
de la droga y el juego”. ¿Es realmente así?

–Es una falacia. La categoría del ahorro está muy presente en las estrategias de la economía popular. Es mentira que
los pobres se dediquen sólo a gastar la plata que tienen. De lo contrario, el sistema bancario no propiciaría estas
alternativas financieras a las que me refiero. Es parte de los prejuicios que se generan desde la visión sospechosa. En el
fondo, está mal visto que el pobre tenga dinero y que haga con él lo que mejor le parezca. En mano de los pobres, la
plata es un elemento corruptor. Se trata en definitiva de estigmatizaciones que tienden a reproducir prácticas culturales
de dominación.

–¿Puede decirse que el dinero genera cohesión social entre los sectores populares?

–Sí, y también produce conflictos y tensiones. El dinero impulsa conductas de solidaridad y genera vínculos morales, y
también todo lo contrario. Cuando se aborda la descripción de las relaciones que genera, hay que despojarse de
preconceptos y evitar las miradas unidireccionales. En el universo popular, no todos son emprendedores neoliberales ni
tampoco militantes de la autogestión.

–¿Por qué en el libro le otorga particular importancia a la noción de dinero militado?

–Retomando a Max Weber, podríamos decir que el dinero en la política es algo que molesta, que provoca
incomodidades. Sin embargo, los procesos de democratización generan indefectiblemente procesos de monetización.
Entre democracia y dinero existe una relación muy estrecha, básicamente porque para que este sistema político funcione
deben actuar organizaciones políticas dedicadas a poner en marcha el consenso democrático, es decir lo que
conocemos como partidos. Y los partidos necesitan tener una estructura económica para sostener su funcionamiento.
Toda la discusión y el debate instalado sobre el clientelismo tiende a pasar de largo esta verdad sociológica: para que
haya democracia tiene que haber dinero. Y eso se traslada indefectiblemente a los sectores populares. Para movilizar a
la gente en los barrios hay que emplear recursos monetarios. Ahí es donde desarrollo en el libro el concepto de dinero
militado, que es el que se emplea para movilizar a los actores que hacen la política entre los sectores populares.

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–¿Y este dinero militado está vinculado también con una concepción moral?

–Sí, porque sirve para probar voluntades, movilizar lealtades y medir el desinterés de los involucrados. El dinero tiene
una productividad política específica y traté de sacarla a la luz. Si no asumimos que la participación política democrática
se produce como resultado de una discusión sobre el lugar de lo monetario, vamos a padecer esa situación en la cual
quienes toman la palabra son los emprendedores morales de siempre, esos que levantan el dedo para señalar el
clientelismo y la corrupción. Son quienes dicen que los recursos de la ayuda social se van por una cloaca.

–¿Entonces los sectores populares pueden generar contrapoder con el uso del dinero?

–Ninguna organización política puede prescindir de establecer una relación con lo monetario para fundar las conexiones
sociales que necesita. En definitiva, todo proyecto ideológico dirime su naturaleza en cómo relaciona a las personas con
el dinero. La discusión política pasa por ahí. Negar todo esto sería volver a los parámetros del siglo XIX.

–¿Cuál es el lugar que ocupa la mujer en la administración del dinero en las familias de los sectores populares?

–En todas las familias, el rol de la mujer es central a la hora de manejar la plata que entra y la que sale de una casa. A
mí me interesaba marcar tres cosas. Cómo se reconstruyen las relaciones de género por medio del dinero. Cuando una
madre les pide a sus hijos que aporten parte de lo que ganan a un pozo común, les está inculcando valores de
masculinidad que ellos van a tener que seguir después, cuando dejen la casa para formar otro hogar. Acá, la madre, a
través del dinero, proyecta valores intrafamiliares. Otra es el lugar que la mujer asume en función de las políticas
sociales que le otorgan, de manera implícita, la responsabilidad financiera de la familia. El dinero que ingresa por la AUH
es comúnmente administrado por la mujer. Y por último, la forma en la cual las mujeres transmiten un uso correcto del
dinero, al punto de despejar las sospechas sobre una utilización indebida de los recursos.

–¿Qué rol juegan en la economía popular mercados como el de La Salada?

–La Salada es un lugar de producción de ganancias injustamente estigmatizado. Pienso que las etiquetas que se utilizan
para denostar a estos mercados son las mismas que aparecen a la hora de descalificar la actividad de los partidos
políticos en los barrios. Los términos “comercio ilegal” o “economía en negro” son equivalentes a “clientelismo” o
“aparato”. Son palabras que salen desde un mismo prisma de análisis. La intención es quitarles legitimidad a las
ganancias que se producen en el mundo popular, sin cuestionar las irregularidades que suceden en los circuitos de
producción y consumo de los sectores más acomodados.

–¿Y qué pasa con la circulación del dólar?

–Hay dos situaciones muy visibles. Una es la del ahorro. Mucha gente atesora en esta moneda en los sectores
populares, eso es innegable. Y otra está vinculada con los inmigrantes, que utilizan esta moneda para enviar remesas a
sus familiares. Por eso, el dólar se vuelve una cuestión central también en la economía popular.

–¿Por qué cree no hubo hasta ahora un desarrollo sociológico en relación con el manejo del dinero?

–Creo que el mundo mercantil, donde se inserta el dinero, tuvo poca legitimidad política e intelectual, a diferencia de los
otros lugares en los que se constituye el mundo popular, tales como la fábrica, la plaza, la ruta, el barrio o la cancha. La
dimensión de lo mercantil aparece desconectada de esos espacios. Además, tenemos que tener en cuenta que las
ciencias sociales que tuvieron una mirada crítica del neoliberalismo en los ’90 consideraron al dinero y al mercado como
desintegradores de la vida social y laboral. Era muy difícil abordar, en ese entonces, la dimensión de lo mercantil y su
influencia en los barrios. Se hicieron muchos trabajos de campo sobre la vida en el conurbano y los piquetes sobre las
rutas, pero nada se producía sobre cómo la gente laburante manejaba el dinero en la cotidianidad. Era algo que faltaba y
es lo que intenté describir.

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