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IMPACTOS SOCIOECONÓMICOS DE LA ACTIVIDAD AGRARIA

EN EL MARCO DEL DESARROLLO RURAL


por
Antonio M. Alonso y Gloria I. Guzmán1
VII Jornadas Técnicas de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica (SEAE)
“Áreas Protegidas y Agricultura Ecológica”
Lugar: Centro Cultural de Garrucha y Parque Natural Cabo de Gata-Nijar, Almería, 1-3 de octubre de 2003
Organiza: Sociedad Española de Agricultura Ecológica (SEAE) y Grupo de Desarrollo Rural (GDR) Levante
Almeriense

INTRODUCCIÓN
En los últimos años ha habido numerosos intentos de definir nuevas líneas de desarrollo para el
mundo rural europeo. Principalmente desde la reforma de la PAC de 1992, el desarrollo rural se ha
presentado como la salida natural al relativo fracaso del modelo modernizador. Sucintamente, el
desarrollo rural es presentado como un nuevo eslabón en el desarrollo agrario que ya no apuesta por
la reducción de la fuerza de trabajo, que reconoce valores positivos en la gestión agraria más allá
del resultado exclusivamente productivo y que, finalmente, puede servir para atenuar los numerosos
problemas ambientales de la producción agraria.
En este contexto, la agricultura ecológica se configura como una de las actividades agrarias que más
se ajusta a estos nuevos planteamientos, siendo especialmente relevante para aquellas zonas de alto
valor ecológico donde la presión tecnológica de las actividades agrarias convencionales o
industrializadas está contribuyendo a su deterioro.
En los siguientes apartados se va a analizar el impacto socioeconómico de la actividad agraria, con
referencias particulares al manejo ecológico de cultivos y animales, partiendo de la dinámica
reciente del desarrollo rural en España, para concluir con el impacto de las diferentes actividades
que se enmarcan en el mismo.

CAPÍTULO 1. LA DINÁMICA RECIENTE DEL DESARROLLO RURAL EN ESPAÑA


La relativamente tardía integración de España en la actualmente Unión Europea hace que en pleno
debate sobre el futuro del mundo rural, se encuentre al mismo tiempo en el proceso modernizador
de su sector agrario y sufriendo las consecuencias del mismo. El tamaño y diversidad del territorio
estatal representa una maraña compleja de oportunidades y problemas, donde numerosas
actividades de desarrollo rural, entre las que se encuentra la agricultura y ganadería ecológicas, se
están llevando a cabo por parte de los productores agrarios.
La evolución de la agricultura española muestra en los últimos 40 años un proceso de transición en
el que una agricultura industrializada y más mecanizada sustituye a una agricultura tradicional. Este
proceso comienza en la década de los 60 continua en los 70, pero en comparación con otros países

1
Doctores Ingenieros Agrónomos del Centro de Investigación y Formación de Agricultura Ecológica y Desarrollo
Rural.
Dirección: C/ Pablo Iglesias s/n. Apdo. de correos 113. CP 18320, Santa Fe (Granada).
Tlfo: 958-513195; Fax: 958-513196; Correo-e: gloranto@tiscali.es

1
de la Unión Europea, los procesos de ampliación de escala e intensificación tienen lugar más tarde.
Actualmente persevera la categoría de “minifundios” en numerosas partes2, y la intensificación
resulta incompleta por la tardía incorporación a la Unión Europea (1986) y porque España cuenta
con una buena parte del territorio (aproximadamente el 50%) clasificado como zona de montaña,
zona desfavorecida y/o espacio protegido, donde la introducción de nuevas tecnologías no es
rentable o simplemente es imposible por las características topográficas.
Las expectativas de un gran incremento de las exportaciones hacia Europa en los años de
incorporación, debido a las ventajas comparativas existentes, se vieron truncadas ante la realidad:
el cuestionamiento del productivismo ante los problemas derivados del mismo, entre los que cabe
destacar los desequilibrios socio-económicos territoriales, las externalidades medioambientales y,
sobre todo, la sobreproducción existente en numerosos sectores, que provoca un gasto agrario muy
elevado. Sin embargo, en este nuevo contexto político y de cambios de los mercados, este “atraso”
presenta aspectos positivos, al posibilitar que tradiciones específicas en agricultura y alimentación
(como los productos de calidad o las ventas directas) se encuentren relativamente bien preservadas
y puedan suponer prometedores puntos de partida para las “nuevas” prácticas de desarrollo rural.
Para analizar la evolución de la renta agraria se ha elaborado el Gráfico 1-1, cuyo eje de ordenadas
representa la variación porcentual de las variables, correspondiendo el valor 100 al existente en
1990. En éste se puede apreciar una tendencia creciente hasta 1996 en todos los indicadores,
truncada en 1992 debido a la mala campaña agrícola, y decreciente a partir de aquél año con una
ligera recuperación en la estimación del último año considerado. Es especialmente relevante resaltar
que la pérdida de renta agraria en pesetas corrientes en este segundo periodo no afecta
drásticamente al resto debido a la reducción, comentada anteriormente, del número de ocupados y a
la relativamente pequeña inflación soportada.
Gráfico 1-1. Evolución de la renta agraria corriente y constante en España

250

225

200

175

150

125

100

75
1990 1991 1992 1993 1994 1995 1996 1997 (P) 1998 (P) 1999 (P) 2000 (A)

RA corriente RA corr./ocupado RA constante RA cons./ocupado

Fuente: Elaboración propia a partir de MAPA (2002)


No obstante, se puede observar que la renta agraria a pesetas constantes se podría situar actualmente
en torno al mismo valor que ostentaba en 1990, lo que confirma la pérdida de peso específico del
sector agrario dentro de la economía, dado el aumento experimentado por otros sectores. El
incremento de los costes, como los de transacción (Ventura, 2001) y los de producción (nuevas
tecnologías más caras), la estabilización, incluso caída en determinados momentos, de los precios

2
De acuerdo con Eurostat, en 1997 el 36% de las explotaciones agrarias eran menores de 2 UDE y el 55% menores de 4
UDE. En algunas regiones como Galicia y el País Vasco los porcentajes se acercan al 50% y 70%, respectivamente.

2
de algunos productos (como los cereales), y la reducción de la superficie cultivada contribuyen a
explicar tal comportamiento de la renta agraria. El futuro tampoco parece presagiar un cambio de
tendencia dentro del paradigma modernizador, en tanto en cuanto que la integración de nuevos
socios en la Unión Europea va a suponer una distribución de fondos agrarios y que las
negociaciones en el seno de la Organización Mundial del Comercio van a continuar estando
dirigidas hacia una menor protección vía precios de los mercados.
El despoblamiento rural es un problema serio, sobre todo en áreas de montaña y desfavorecidas,
donde las tasas de reemplazo poblacional se encuentran entre 0,3 y 0,5; lo que significa que a medio
plazo muchas de esas zonas pueden ser completamente abandonadas. Mientras que en 1960 un 43%
y 34% de la población vivía en entidades de población con más de 10.000 y 2.000 habitantes,
respectivamente, en 1999 estas cifras han variado considerablemente: un aumento hasta el 67% en
el primer caso, y una reducción hasta apenas el 16% en el segundo. También se ha producido una
salida de gente joven de las áreas rurales, lo que ha desequilibrado la estructura de edades en el
sector agrario: en 1997, en las explotaciones agrarias se observa que sólo 7,6%, de los agricultores
tienen menos de 35 años, el 15% tienen entre 35 y 44 años, el 50% entre 45 y 64 años, y el 27%
tienen más de 65 años (INE, 2002). Las consecuencias más palpables son el mantenimiento de una
población rural cada vez con relativo menor nivel educativo, formación e iniciativa. Al mismo
tiempo, se produce una pérdida del conocimiento asociado al manejo de los recursos naturales
locales y que tiene que ver con el mantenimiento de determinados eco y agrosistemas de alto valor
cultural y ambiental, y que precisamente en la actualidad pueden tener un importante valor
económico, al ser reconocidos y demandados por la sociedad.
La preocupación política por el desarrollo rural en sentido amplio es reciente3 en la Unión Europea;
se podría decir que el documento de reflexión presentado por la Comisión en 1988 y que lleva por
título “El futuro del mundo rural”, supone por primera vez el reconocimiento de que el medio rural
presenta distintas funciones, además de la de producir alimentos (Delgado, 2001). Con anterioridad,
la política europea había estado principalmente dirigida a controlar, promover y orientar las
producciones agrícolas y ganaderas, aunque algunos objetivos ambientales habían sido
incorporados en determinados programas (Lowe y Baldock, 2000). A partir de esa fecha se abre un
debate profundo sobre la configuración existente de la Política Agraria Común y su repercusión en
el medio rural, iniciándose diferentes programas y acciones (Programas Operativos, reforma de
Fondos Estructurales e Iniciativas Comunitarias, entre otras) orientados al fortalecimiento y
revitalización del medio rural, que culminan con la reforma de aquella en 1992 y que tiene como
principales características novedosas la desvinculación de la subvención a las rentas provenientes de
la producción y la puesta en marcha de las “medidas de acompañamiento”, entre las que cabe
destacar las “medidas agroambientales” por su relación con el desarrollo rural en su vertiente
ambientalista y, en determinados casos, en su concepción localista al estar circunscritas a áreas
concretas; aunque es de señalar que su aplicación real adolece de falta de medios financieros
(Buller, 2000), lo que ocasiona la consecución de objetivos ambientales muy discretos.
Desde que España ingresó en la Unión Europea, su política agraria y rural ha estado vinculada a las
decisiones tomadas en este seno, particularmente en el caso de la PAC (soporte de precios, política
estructural...), pero también en el caso de los más recientes desarrollos políticos, como el
establecimiento de los programas específicos de desarrollo rural (LEADER y PRODER) y las
medidas de acompañamiento de la PAC, básicamente dirigidas a la desintensificación productiva, a
la conservación medioambiental y a la diversificación de actividades en las áreas rurales. Sin
embargo, como se comentaba anteriormente, el debate sobre el futuro del mundo rural europeo y las

3
Un análisis de las acciones que jalonan la dinámica de la política agraria y rural en la Unión Europea y España puede
consultarse en Delgado (2001).

3
subsecuentes medidas pillan a nuestro país en una carrera acelerada por intensificar y aumentar la
producción agraria, previendo de este modo favorecerse del amplio mercado que supone la UE.
No es de extrañar, por tanto, que las medidas “ruralistas” parece que hayan sido adoptadas por el
gobierno español de una manera poco estructurada, sin una estrategia de desarrollo rural, aplicando
directamente las que emanaban de los programas y políticas europeas, específicamente la CAP y los
programas de desarrollo regionales cofinanciados por los Fondos Estructurales.
La Tabla 1-1 muestra la inversión en diferentes programas dentro del programa general de
desarrollo rural español durante el periodo 1995–1999. Estas medidas han sido implementadas con
un presupuesto de 2.833,39 millones de euros (MAPA, 2000). Puede observarse que el presupuesto
destinado a las medidas de acompañamiento es el más alto (41), aunque dentro de éstas las medidas
agroambientales tan sólo reciben el 13% del total, a pesar de ser, teóricamente, uno de los pilares
que sostiene el nuevo concepto de desarrollo rural. Si además se tiene en cuenta que más del 72%
del presupuesto de estas medidas ha sido aportado por el FEOGA durante este periodo (MAPA,
2000), costándoles muy poco a las Administraciones central y autonómicas, se puede deducir que a
éstas les ha suscitado muy poco interés el aspecto ambiental del desarrollo rural relacionado con las
actividades agrarias (Garrido, 1999).
También se puede observar que las medidas 1 y 2, dirigidas principalmente a la modernización de
las explotaciones, reciben conjuntamente una cantidad apreciable: el 36,3% de los fondos totales
para el desarrollo rural; mientras que las medidas específicas de desarrollo rural (LEADER y
PRODER), destinados a programas de diversificación productiva, valorización de las producciones,
etc., tan sólo reciben el 12% del presupuesto global.
Tabla 1-1. Inversiones en desarrollo rural durante el periodo 1995-1999
PROGRAMAS Millones de € Porcentaje
1. Mejora de las infraestructuras agrarias 285,4 10,1
1.1. Transformación y mejora de regadíos 122,2 4,3
1.2. Otras infraestructuras agrarias 85,2 3,0
1.3. Reparación de daños catastróficos 78,0 2,8
2. Mejora de la estructura de las explotaciones agrarias 742,8 26,2
2.1. Primera instalación de agricultores jóvenes 306,1 10,8
2.2. Planes de mejora de las explotaciones 422,0 14,9
2.3. Inversiones colectivas en explotaciones agrarias 14,8 0,5
3. Formación profesional de los agricultores 21,9 0,8
4. Sostenimiento de la agricultura en zonas desfavorecidas 259,8 9,2
5. Fomento del asociacionismo agrario 12,5 0,4
6. Medidas de acompañamiento de la PAC 1.171,9 41,4
6.1. Cese anticipado en la actividad agraria 99,3 3,5
6.2. Medidas agroambientales 378,3 13,4
6.3. Forestación de tierras agrarias 694,4 24,5
7. Programas específicos de desarrollo endógeno 339,0 12,0
7.1. Iniciativa Comunitaria LEADER II (fondos UE) 94-99 236,1 8,3
7.2. Programa de Desarrollo y Diversificación Económica de las Zonas
Rurales (PRODER, fondos UE) (96-99) 68,8 2,4
7.3. Iniciativa Comunitaria LEADER II y PRODER (fondos MAPA) 34,1 1,2
Total 2.833,3 100
Fuente: MAPA (2000)

Todo ello parece mostrar que el mensaje del nuevo concepto de desarrollo rural no ha calado
excesivamente en las instituciones españolas encargadas de aplicar las políticas, a pesar de que
desde la aprobación de la Agenda 2000 en 1999, la visión exclusivamente productiva de la

4
agricultura parece haberse eliminado en el contexto de la Unión Europea. Por el contrario, es cada
vez más usual el concepto de multifuncionalidad agraria, haciendo referencia a las “nuevas”
funciones que desempeñan las actividades agrarias, donde los aspectos ambientales y de salud están
teniendo cada vez más importancia, tanto desde el punto de vista político (incentivando la
realización de prácticas agrarias más respetuosas con el ambiente) como práctico (tendiendo los
productores hacia un menor uso de insumos agrarios).
De acuerdo con este nuevo enfoque del desarrollo rural, las medidas destinadas a su promoción
tienen que tener mayor presupuesto en el futuro. Ello es así atendiendo a los gastos que se reflejan
en la Tabla 1-2, aunque la parte destinada a desarrollo rural sigue siendo muy baja: el 10% frente al
90% destinado a mercados. Nos encontramos pues frente a una contradicción: por un lado, una
apuesta europea teórica por un nuevo enfoque para el desarrollo del mundo rural, y por otro, una
insuficientemente desproporcionada dotación presupuestaria para los próximos años, lo que hace
muy difícil su implementación a los países de la Unión Europea (Lowe y Brouwer, 2000). La
presión de determinados países, entre los que se encuentra España, para prorrogar la PAC
“tradicional” contribuye a explicar esta aparente y real contradicción. En España, la estimación del
gasto anual medio de las ayudas al desarrollo rural para el periodo 2000-2006 es de 459 millones de
euros, lo que representa el 10,4% del presupuesto total (MAPA, 2002). Aunque este porcentaje es
mayor que el del periodo anterior, sigue siendo muy pequeño para modificar la inercia productivista
existente en el sector agrario, y hacer que el nuevo enfoque teórico del desarrollo rural se convierta
en una realidad.
Tabla 1-2. Gastos en desarrollo rural en la UE durante el periodo 2000-2006 (*106 €)
2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 Total
Total PAC 40,92 42,8 43,9 43,77 42,76 41,93 41,66 297,74
A mercados 36,62 38,48 39,57 39,43 38,41 37,57 37,29 267,37
A desarrollo rural 4,3 4,32 4,33 4,34 4,35 4,36 4,37 30,37
Fuente: MAPA (2002)
Hay muchas razones que muestran que no es posible alcanzar un desarrollo rural sostenible sin
cambios fundamentales en la PAC. Como se acaba de comprobar con los datos del caso español, la
tendencia es continuista con respecto a un modelo (o falta de él) intensificador-receptor de fondos.
Sin embargo, es relativamente urgente establecer un nuevo modelo de desarrollo agrario y rural que
permita, sobre todo en las amplias zonas desfavorecidas, mantener a la población en condiciones de
vida dignas.
CAPÍTULO 2. IMPACTO SOCIO–ECONÓMICO DEL DESARROLLO RURAL EN
ESPAÑA
En el capítulo anterior se ha reflejado la delicada situación en la que se encuentra el sector agrario y
cómo el apoyo institucional desde una perspectiva de desarrollo rural es muy pequeño. Sin
embargo, como muestra un reciente proyecto europeo de investigación4, se están realizando
numerosas actividades de desarrollo rural en Europa que tratan de reconstruir la erosionada
economía del medio rural y de las explotaciones agrarias, muchas de las cuales están siendo
llevadas a cabo y sostenidas por la propia iniciativa de los agricultores y ganaderos, intentando
buscar salidas a las limitaciones que supone el paradigma de la modernización y la acelerada
industrialización y crecimiento de escala que lleva consigo (Ploeg et al., 2002). Estos autores

4
“The Socio-Economic Impact of Rural Development Policies: Realities and Potentials” (FAIRCT98-4288). Puede
consultarse en la página web: www.rural-impact.net, y algunos de sus resultados en Ploeg et al. (2000), Sociologia
Ruralis (Vol. 40-4, de octubre de 2000) y Journal of Environmental Policy & Planning (vol. 3-2, de abril-junio de
2001)

5
señalan la necesidad de reconocer en el desarrollo rural un proceso que se manifiesta de múltiples
maneras.
En este sentido, cabe señalar la interrelación existente entre la actividad agraria y la sociedad, donde
se reconoce la capacidad de aquélla para producir no sólo alimentos sino también un amplio rango
de los llamados “bienes públicos”, tales como valores naturales (por ejemplo, captación de
anhídrido carbónico y emisión de oxígeno) y bellos paisajes. Es cada vez más evidente que la
sociedad necesita áreas verdes y que los sistemas agrarios se hallan insertados en ellas. El desarrollo
rural también plantea un nuevo modelo de desarrollo para el sector agrario donde no sólo las nuevas
o tradicionales (históricas) actividades (agricultura ecológica, productos de calidad, productos no
alimentarios...) constituyen sólidos pilares del mismo, sino que es necesario considerar los efectos
sinérgicos que se establecen entre ellas (Brunori y Rossi, 2000). Se presenta como estratégico el
establecimiento de cohesión entre actividades, tanto a nivel de explotación, como entre éstas e
incluso con otras actividades económicas del medio rural.
El desarrollo rural se manifiesta a nivel de explotación como una redefinición de estrategias donde
se interrelacionan actividades tradicionales con nuevas (agrarias y no agrarias), y donde la
distribución de la mano de obra familiar es esencial. Por ello, el desarrollo rural no se vincula
únicamente con el sector agrario, sino que se presenta como un paraguas en el que tienen cabida
todos los actores sociales y económicos que se ubican en el medio rural.
El papel de las instituciones, principalmente a través de la elaboración y puesta en marcha de
políticas y programas de desarrollo rural adecuados, es clave para que los procesos evolucionen de
manera satisfactoria. Mientras que algunos pueden ser activadores de estos procesos, otros pueden
mostrarse irrelevantes o incluso negativos (Banks y Marsden, 2000). Por ello, son necesarios
nuevos enfoques políticos que caminen hacia la descentralización del diagnóstico, elaboración de
propuestas y ejecución de las mismas, estableciéndose nuevos marcos de actuación en los que la
“localidad” incremente su peso específico en la toma de decisiones adaptadas a sus limitaciones y
potencialidades. Sin embargo, paralelamente a este proceso de descentralización es necesario
establecer mecanismos democratizadores de la toma de decisiones a nivel local, de tal manera que
esta nueva asunción de competencias no acarree exclusión social o sea utilizada por élites locales
para promover su legitimidad y/o redes de clientelismo. Resulta por tanto imprescindible incorporar
al proceso de aportación de ideas, al de toma de decisiones e incluso a la responsabilidad de gestión
y evaluación de resultados a la sociedad rural, a través de sus representantes no políticos, como
beneficiaria de los programas de desarrollo. En este marco sería especialmente relevante y deseable
la participación de “minorías activas” (ecologistas, organizaciones de cooperación y solidaridad...)
que, teniendo formación y experiencia en temas específicos, y estando poco o nada impregnadas de
la lógica modernizante, puedan aportar proyectos novedosos con los que impulsar el desarrollo
rural.
Si bien es cierto que lo “rural” ha dejado de ser monopolio de los agricultores y ganaderos en este
nuevo enfoque del desarrollo, no es menos cierto que actualmente la producción primaria tiene una
importancia socio-económica muy grande en numerosas zonas rurales, y por lo tanto, es necesario
plantear soluciones a la crisis agraria teniendo como protagonistas a tales actores. En este sentido,
son numerosas las actividades de desarrollo rural que se están realizando desde el sector agrario
como formas de superar dicha crisis. Algunas de estas actividades no tienen ningún soporte
institucional, siendo prácticamente invisibles desde la perspectiva política.
El proyecto europeo de investigación anteriormente citado (FAIRCT98-4288) pone de manifiesto
esta realidad, mostrando diversas actividades cuyos sujetos activos son los agricultores y ganaderos,
de tal forma que el desarrollo rural se puede entender como una reconfiguración de las relaciones
entre la actividad agraria y su entorno social, técnico y natural, en tres dimensiones diferentes que
permiten ampliar, profundizar y/o reestructurar lo que se considera agricultura y ganadería

6
convencionales (Ploeg et al., 2000). En la Figura 2-1 se representa esquemáticamente las tres
“caras” de la actividad agraria convencional. Por un lado, la función clásica de producción de
alimentos para insertarlos en la cadena alimenticia; por otro, la zona rural como matriz donde se
insertan los valores sociales, culturales y económicos que permiten mantener y cambiar (positiva o
negativamente) el paisaje y los valores naturales que contiene; y en tercer lugar los recursos
(conocimiento, agua, tierra, mano de obra, capital...) cuya movilización y uso permite orientar los
objetivos de la explotación agraria. La combinación de estas tres dimensiones es lo que caracteriza
el “arte de cultivar” (Ploeg et al., 2002), de tal forma que a través del nuevo enfoque del desarrollo
rural las relaciones entre ellas se pueden modificar, fortaleciendo las explotaciones agrarias.
Figura 2-1. El desarrollo rural como reconfiguración de la agricultura convencional

A G R IC U LTU RA
C O N V ENC IO NA L

Fuente: Elaboración propia a partir de Ploeg et al. (2002)

Dentro del ámbito de la profundización las actividades agrarias se transforman, expanden y/o se
relacionan con otras, permitiendo captar mayor valor añadido a causa de una mejor conexión con
las nuevas demandas sociales. La agricultura ecológica, los productos bajo algún distintivo de
calidad y los canales cortos de comercialización son ejemplos de ello. Las actividades agrarias que
se engloban dentro de la dimensión de ampliación de la agricultura convencional son el
agroturismo, la diversificación (forestación de tierras agrarias) y el manejo de la naturaleza y el
paisaje (medidas agroambientales). Estas actividades amplían las funciones que los agricultores
venían desempeñando en el mundo rural, apareciendo la figura del agricultor como oferente de
servicios y conservador del patrimonio natural. Dentro de la dimensión de reestructuración se

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consideran las estrategias de reducción de costes y la agricultura a tiempo parcial, en la medida que
permiten una redistribución de los factores productivos (capital y trabajo), generando una mayor
renta disponible dentro de la unidad familiar.
Todas estas actividades, y otras muchas de las que no se tiene una mínima constancia estadística en
nuestro país (actividades de cuidado en fincas, nuevas producciones animales, manipulación y
procesado en finca...), están permitiendo a los productores generar ingresos y empleos adicionales,
además de, en algunos casos (agricultura ecológica, reducción de insumos, manejo de la naturaleza,
reforestación...), reducir los impactos negativos de la actividad agraria sobre el entorno y los seres
vivos.
En la Tabla 2-1 se refleja el impacto socio-económico de las actividades de desarrollo rural en
España en 1998; impacto que es medido en términos de extra Valor Añadido Neto (VAN) y
empleos adicionales generados. No obstante, antes de analizar esquemáticamente cada una de las
actividades, es necesario realizar algunas consideraciones aclaratorias.
Tabla 2-1. Importancia socio-económica del DR por actividad en España en 1998
VAN VAN Empleo Empleo Explotaciones VAN/N
(Euro) (%) (N) (%) (N)
Agricultura Ecológica 41.574.132 7,35 281 0,03 7.392 5.624
Producción de Calidad 141.982.214 25,09 2.386 0,27 223.655 635
Circuitos Cortos de Comercialización 262.181.902 46,34 24.276 2,70 90.000 2.913
Subtotal Profundización (P) 445.738.248 78,78 26.943 3,00
Agroturismo 8.807.893 1,56 2.537 0,28 2.180 4.040
Diversificación 40.151.000 7,10 7.125 0,79 40.578 989
Manejo de Naturaleza y Paisaje 71.095.729 12,57 821 0,13 52.479 1.355
Subtotal Ampliación (A) 120.054.622 21,22 10.790 1,20
Subtotal (P + A) 565.792.870 100,00 37.733 4,20
Reducción de Costes 1.476.773.634 15,87 136.508 15,20 287.814 5.131
Agricultura a Tiempo Parcial 7.829.519.162 84,13 723.734 80,60 346.730 22.581
Subtotal Re-estructuración 9.306.292.796 100 860.242 95,80
Fuente: Adaptado de los resultados de la matriz del proyecto FAIRCT98-4288
En el caso de las actividades que conforman la profundización de la agricultura convencional se ha
considerado que estas actividades permiten generar una renta y empleo extras, por lo que se trata de
incremento de Valor Añadido (VA) y empleo que ha sido obtenido a partir de la diferencia entre el
VA y empleo generados por tales actividades y sus homólogas convencionales.
En el caso de las actividades que amplían la dimensión de la agricultura convencional, el extra VA
generado se obtiene, en unos casos, a través de la cuantificación de las transferencias concedidas al
agricultor. Estas transferencias se consideran valor añadido extra en su conjunto, porque están
concebidas para “premiar” conductas productivas acordes con ciertos parámetros ambientales, uno
de los pilares del desarrollo rural. En el caso del agroturismo, que se incluye en este grupo, se trata
de un VA que hasta ahora no había sido considerado como agrario. Pasa a ser considerada parte de
la renta agraria al ser generado por agricultores y agriculturas que obtienen rentas de otras
actividades pero aprovechando su infraestructura.
Por último, La reestructuración de los factores de producción, que permiten las estrategias de
reducción de costes y la agricultura a tiempo parcial, conlleva también un incremento de la renta y
empleo agrarios como veremos, pero en este caso se trata de renta agraria disponible y no

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simplemente de renta agraria.
La agricultura ecológica es una actividad relativamente reciente en España, que se encuentra en
pleno proceso de expansión regulada por normativas básicas que se establecen en cada Comunidad
Autónoma (Alonso et al., 2001). A pesar de ello y aunque existen diferencias importantes entre
regiones, la agricultura ecológica ha tenido en general, poco apoyo institucional: bajos pagos
compensatorios, escasa investigación, falta de servicios de extensión, etc. (Alonso, 2001). No
obstante, el impacto socio económico de esta actividad comienza a ser importante: ha generado 281
Extra empleos y un extra renta agraria de más de 41 millones de Euros (generando el 7,35% del
nuevo extra valor de las dimensiones de profundización y ampliación), lo que significa 5.624 €
adicionales por explotación implicada en 1998. También cabría destacar los efectos indirectos de
esta forma de producir desde una perspectiva ambiental. En efecto, la agricultura ecológica
contribuye a reducir las externalidades negativas sobre los recursos naturales y el ser humano, como
son la erosión del suelo, la contaminación del agua y la atmósfera, la pérdida de biodiversidad y, en
último término, los efectos perjudiciales sobre los seres vivos (Alonso, 2003).
La segunda actividad dentro de la dimensión de profundización es la Producción de Calidad. Las
políticas que apoyan esta actividad incluyen la protección bajo las regulaciones comunitarias,
2081/92, 2082/92, 823/87 y 1493/99. No obstante, aunque existe esta legislación específica sobre
productos bajo DO y PG la actividad no está totalmente dirigida desde el ámbito político. De hecho,
las principales fuerzas impulsoras de la producción de calidad son más bien la iniciativa privada y el
interés de los productores de una determinada zona por producir productos diferenciados de mayor
calidad que les permitan incrementar los ingresos derivados de la actividad.
En la Tabla 2-1 se puede observar que la producción de calidad es la más común entre las
explotaciones que realizan actividades de Profundización y de Ampliación. Realizar actividades
productivas bajo un sistema especial de producción de calidad permite generar un extra empleo de
2.386 personas e incrementar la renta agraria de la agricultura en cerca de 142 millones de euros, el
equivalente a la cuarta parte del extra valor añadido generado por las actividades de profundización
y de ampliación. Por otra parte, ello permite incrementar el valor añadido por explotación en 635
euros al año. Este relativamente bajo valor medio unitario está muy relacionado con la circunstancia
de que parte de las producciones amparadas bajo distintivos de calidad es vendida como producción
convencional5 (al estar en pleno proceso de búsqueda y/o creación de mercados), perdiendo el valor
añadido del distintivo. A pesar de ello, es evidente que el productor dejaría de ingresar esa cantidad
si toda la producción de calidad fuese convencional, no amparada por la normativa. Por su parte, la
existencia de una larga tradición en sistemas de protección de las producciones alimenticias (el
Estatuto del Vino de 1932 regula por primera vez la utilización de las denominaciones de origen en
España), las excelencias de la gastronomía en climas mediterráneos y el hecho de ser España un
Estado con vocación turística (factor que internacionaliza el consumo), explican la importancia que
tiene este campo en relación con el número de explotaciones que la realizan.
Los circuitos cortos de comercialización pueden ser considerados como reductos del pasado que
han persistido al avance de las mega-cadenas alimenticias y que, actualmente, parece que están
recobrando parte del protagonismo perdido (Knickel et al., 2003). Aunque la venta directa podría
estar relacionada con la producción orgánica y de alta calidad y por lo tanto sus políticas deberían
estar interrelacionadas, en términos reales el desarrollo de estas cadenas cortas está sometido a un
vacío legal en España. De hecho, las principales fuerzas impulsoras las encontramos a nivel de la
explotación: la obtención de mayores precios como resultado de la eliminación de intermediarios y
el interés en establecer un contacto directo tanto por parte del consumidor como por parte del

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A partir de los datos del MAPA (2000), se ha estimado que tan sólo la producción obtenida del 55% de la superficie
dedicada a vinos amparados bajo denominaciones de calidad en 1998 es vendida como tal.

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productor en busca de una mayor confianza y conocimiento del producto.
A través de la venta a domicilio y callejera, en mercadillos y en la explotación, los productores se
apropian de un extra valor de 262 millones de euros (la mayor contribución relativa, 46%, al extra
valor de las actividades de profundización y ampliación), lo que permite generar 24.276 empleos
adicionales. El incremento de ingresos por explotación es superior a los 2.900 euros, lo que permite
afirmar que, el incremento del control del mercado por los propios productores, se traduce
directamente en mayores rentas en el medio rural que, de otra forma, serían captadas por
mayoristas, comerciantes al por mayor y comerciantes al por menor. Las implicaciones ambientales
de esta actividad están relacionadas con el menor consumo energético (y la consiguiente
contaminación), al recorrer menor distancia los productos, y con el mayor acercamiento (en muchos
casos existe un contacto directo) entre productor y consumidor, que hace que este último exija
productos de calidad, “obligando” a aquél a emplear prácticas agrarias poco intensivas (menor uso
de agroquímicos, mayor presencia de variedades tradicionales y razas autóctonas, etc.) para
conseguir la diferenciación del producto exigida.
Estas tres actividades que configuran el ámbito de la profundización del objetivo de la agricultura
convencional, se muestran promisorias de cara a impulsar el desarrollo rural: en la actualidad
representa más de las ¾ partes del extra valor generado por el conjunto de actividades que
configuran los subconjuntos de profundización y ampliación. Su fomento puede contribuir a
incrementar la importancia relativa del DR dentro del Estado español.
Como se comentó anteriormente, la dimensión de ampliación se refiere a las actividades que dentro
de la explotación no están exclusivamente dirigidas a la producción de alimentos o relacionadas con
la producción primaria convencional. Estas actividades amplían las funciones que los agricultores
venían desempeñando en el mundo rural, apareciendo la figura del agricultor como oferente de
servicios y conservador del patrimonio natural.
En el caso de agroturismo hablamos de prestación de servicios (generalmente alojamiento y comida,
aunque puede haber otras) junto con actividades agrarias de cualquier tipo. Es una actividad
reciente que se encuentra en proceso de expansión, existiendo diferencias notables entre regiones e
incluso zonas, según el apoyo institucional (legislativo y económico), las particularidades del
entorno (recursos naturales, arquitectura, tradiciones culturales), la capacidad de hacer atractivas las
labores agrarias a los clientes, la posibilidad de realizar otras actividades recreativas en la zona o en
lugares cercanos y la calidad del servicio (Fuentes, 1995). Las instituciones han jugado un papel
fundamental apoyando el desarrollo del turismo rural junto con las asociaciones regionales de
turismo regional y de montaña o con sindicatos agrarios. También los programas LEADER y los
grupos de acción local han jugado un papel significativo en el desarrollo del turismo rural a nivel
local. De hecho los LEADER I y II han dedicado el 51% y el 16% de sus respectivos presupuestos
para el turismo rural.
Se ha calculado que el agroturismo reporta al mundo rural 8,8 millones de euros de extra valor
añadido; aunque es el que menor importancia relativa tiene en el conjunto de actividades de
profundización y ampliación (se sitúa en el 1,5% del extra valor añadido total), este valor supone
que cada una de las 2.180 explotaciones agrarias implicadas obtienen por esta actividad más de
4.000 euros, que se vienen a sumar a la renta procedente de otras actividades agrarias que estén
realizando. El empleo generado por el agroturismo se estima en 2.537 UTAs. El mantenimiento de
un equilibrio entre agroturismo y actividad agraria es, probablemente, la principal debilidad
detectada; cuando los beneficios de la primera superan a los de la segunda, se producen en algunos
casos el abandono de la actividad agraria. Si esto se produce de forma generalizada en una zona
determinada puede incluso tener efectos negativos para el turismo, ya que se puede perder el
atractivo del paisaje agrario (mosaicos diversificados de cultivos, razas y variedades autóctonas que
han dado lugar a productos típicos de calidad, deterioro de terrazas y acequias tradicionales,

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destrucción de molinos de agua y viento...) y, con él, el atractivo turístico de la zona. Esto que
acabamos de comentar también está relacionado con el aspecto ambiental del agroturismo; en
efecto, cuanto menos intensivas son las prácticas agrarias que se realizan en las explotaciones,
mayor atractivo tienen, por lo que se puede intuir que el agroturismo puede estar contribuyendo a
disminuir los efectos negativos de la actividad agraria sobre los recursos naturales.
El campo de diversificación incluye la forestación de tierras agrarias, actividad que ha tenido una
gran acogida, siendo más de 40.000 las explotaciones que la han realizado en 1998. En España, el
programa de reforestación ha sido totalmente guiado desde el ámbito político, regulado por la
legislación europea Reglamento (CEE) 2080/92, C (94) 953/13; y por el RD español RD 378/93 y
152/96.
Aunque la forestación de tierras agrarias puede ser considerada como una fuente de rentas que
sustituye a otro uso de la tierra, en el caso español se puede afirmar que no es exactamente así. Se
puede considerar que prácticamente son nuevas rentas, ya que el 75% de la tierra sustituida por
especies forestales era tierra no cultivada (MAPA, 2000). En consecuencia esta actividad genera 87
millones de euros de extra valor en el año 1998 (suponiendo casi un 7% del extra valor total
procedente de las dimensiones de profundización y ampliación), lo que supone una media de casi
1.000 euros por explotación. No obstante, es necesario aclarar que esta renta adicional proviene de
pagos compensatorios que las instituciones otorgan a los propietarios de tierras agrarias para
pasarlas a terreno forestal. Aunque esto puede parecer en un principio una “ambientalización
positiva” de la agricultura, también se están produciendo efectos perversos. En efecto, aunque en
pequeña proporción, algunos suelos con una gran “capacidad de uso”, es decir, suelos de alta
calidad para la actividad agrícola, se están convirtiendo en tierras forestales. Por otro lado, las
nuevas plantaciones realizadas con especies de rápido crecimiento se están manejando de una forma
intensiva, por lo que se está incrementando el efecto negativo sobre los recursos naturales con
respecto al uso previo del suelo. Es necesario, por lo tanto, establecer nuevos esquemas de
reforestación que necesitan una perspectiva más medioambiental, enfocada en especies que tengan
menos impactos negativos sobre los recursos naturales.
La última actividad que conforma el subconjunto de ampliación dentro del desarrollo rural es el
manejo de la naturaleza y el paisaje, donde se incluyen las medidas agroambientales diseñadas
dentro de las medidas de acompañamiento de la PAC. El manejo de la naturaleza y paisaje en la
forma de esquemas agro-medioambientales ha sido totalmente conducido desde el ámbito político
en España, siendo el Reglamento (CE) 2078/92 la principal fuerza impulsora. El Ministerio de
agricultura y los Departamentos de Agricultura son las instituciones más influyentes. Las políticas y
medidas agro-ambientales han tenido un fuerte impacto en España, que se ha visto no obstante
reducido por ciertas debilidades en su implementación como el retraso en los pagos, la sobre-
suscripción y baja financiación, entre otros.
Se ha estimado que en este campo de actividades se han generado 71 millones de euros de extra
valor (casi el 13% del extra valor total generado por la ampliación y la profundización) lo que
implica casi 1.355 euros de extra valor para cada una de las explotaciones implicadas en estas
actividades. Al igual que ocurre en el caso anterior (reforestación), las explotaciones que están
realizando medidas agroambientales obtienen una renta agraria adicional proveniente de pagos
compensatorios que la sociedad les concede por desintensificar su producción, pudiéndose producir
algunas disfuncionalidades. Desde el punto de vista económico, se incrementa la dependencia de
estas explotaciones de ayudas públicas, teniendo además que hacerse cargo la sociedad del coste de
controlar la realización correcta de las prácticas agrarias. Desde la perspectiva ambiental, estas
actividades no parecen conformarse como soluciones para zonas que están ya degradadas, dado su
carácter voluntario.
De lo anterior se deduce que estas actividades, complementarias a otras derivadas de la actividad

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agraria, están generando un impacto socio-económico positivo, aunque de menor importancia
relativa que las actividades de desarrollo rural que forman parte de la dimensión de profundización.
Efectivamente, la contribución de las actividades de ampliación al extra valor total no alcanza el
22%. Sin embargo, es necesario relativizar este resultado, ya que como se apuntó anteriormente,
existe un conjunto de nuevas actividades (cultivos energéticos, procesado en finca...) que no se han
contemplado en este apartado por su carácter incipiente, pero que pueden impulsar notablemente la
componente de ampliación del desarrollo rural en un futuro próximo.
Dentro de la dimensión de reestructuración se consideran las estrategias de reducción de costes y la
agricultura a tiempo parcial, como “actividades” de desarrollo rural, en la medida en que permiten
una re-distribución de los factores productivos (capital y trabajo), de manera que se genere una
renta y empleos mayores dentro de la unidad familiar.
Los datos sobre estrategias de reducción de costes se han obtenido a través de una Encuesta6
realizada en el ya mencionado proyecto europeo (FAIRCT98-4288). Ello ha permitido estimar en
1.476 millones de euros el incremento de la renta disponible obtenido por las casi 288.000
explotaciones que realizan este tipo de estrategias; lo que significa que de media, cada una de ellas
incrementa su renta final en algo más de 5.100 euros al año.
La última “actividad” que trataremos es la agricultura a tiempo parcial. La nueva concepción del
papel de los ecosistemas rurales ha revalorizado la obtención de rentas fuera de la explotación, en la
medida en que diversifica las fuentes de ingreso de la misma y permite niveles de integración
urbano-rurales que pueden generar interesantes sinergias en la movilización de los recursos
existentes. Por una parte, la complementación permite que la parte más débil, el campo, se sostenga
con procesos de ocupación humana. Por otra, el estrechamiento de los vínculos ciudad-campo
puede generar dinámicas de intercambio local, más seguro y eficaz. Por todo ello, la agricultura a
tiempo parcial aparece hoy como una gran opción para el desarrollo del mundo rural y sería
necesario establecer medidas desde el ámbito político e institucional que la apoyasen, partiendo de
la consideración de que la agricultura a tiempo completo ya no es más la única manera de vivir de la
agricultura. De hecho, la agricultura a tiempo parcial puede generar sinergias medioambientales
importantes al promover sistemas menos intensivos y la preservación del paisaje. Además este tipo
de agricultores a tiempo parcial están contribuyendo al mantenimiento de la actividad rural, puesto
que estas explotaciones se verían abocadas al abandono. Los cálculos realizados permiten estimar la
cuantía de las rentas extra-agrarias en alrededor de los 7.829 millones de euros, lo que representa un
84% del extra valor generado por las actividades de reestructuración de los factores productivos. La
toma en consideración de estas rentas extra-agrarias provoca que la renta familiar total se
incremente hasta los 20.384 millones de euros. Según estos cálculos el 28,7% de las explotaciones
españolas realizan algún tipo de actividad extra-agraria lo que supone un extra valor medio 22.581
euros por explotación y año (Simón et al., 2002).
CONCLUSIONES
El nuevo paradigma de desarrollo rural se presenta como una respuesta a la crisis agraria, en el que
se insertan numerosas actividades que, desarrolladas por agricultores y ganaderos, pretenden
generar efectos positivos tanto a nivel económico, como social y medioambiental. Es la
constatación de que el desarrollo rural debe reconocer valores más allá de los estrictamente
productivos, reconocimiento que se le otorga cada vez más a la agricultura ecológica.
Es necesario definir nuevos sistemas productivos y de consumo. El resultado final no tiene que ser

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Las estrategias de reducción de costes consideradas dentro de esta encuesta fueron: reducción del uso de insumos
externos (fertilizantes, plaguicidas, etc.), reducción del uso de trabajo asalariado, minimización de préstamos para
inversiones en tierra, maquinaria, edificios, etc), maximización de la escala productiva y volumen de producción

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un mundo rural dual: por un lado, una agricultura convencional que repite el modelo de
modernización con producciones homogéneas y externalidades negativas de carácter económico,
social y ambiental, aunque atenuados por mecanismos de política agraria previamente fijados; y por
otro lado, una agricultura que produce calidad, más empleo y renta y que ha sido implementada con
criterios medioambientales previamente fijados. El resultado final debe ser un mundo rural diverso,
donde tengan cabida las mejoras sociales y económicas, y además el concepto de sostenibilidad
medio ambiental sea una realidad.
Resulta cada vez más imprescindible que los actores políticos encargados de promover procesos de
desarrollo rural tengan en cuenta todas estas circunstancias, y a través de enfoques amplios y
participativos implementen medidas que permitan invertir las tendencias negativas que ocurren en
el medio rural y el sector agrario. En ese sentido, es necesario considerar los aspectos positivos de
orden socioeconómico y ambiental que presenta la agricultura y ganadería ecológicas,
configurándose estas actividades como una de las principales alternativas para fomentar el
desarrollo rural, especialmente en aquellas zonas de alto valor paisajístico como son los espacios
protegidos.
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