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La verdad ante todo.

Autor: María Angélica Vicat

Toda mi familia cree que le tengo miedo al agua.


No es así. Claro que nunca voy con ellos al mar, ni al dique, ni siquiera a un
río pequeño que hay cerca de casa. Pero tengo mis razones y siendo ya un hombre
bastante mayor creo que debo revelarlas.
Un espléndido día de verano fuimos con mi familia al mar. El lugar, una
pequeña bahía calma y tranquila, con rocas en la orilla y una playa de arena suave.
Nadamos hasta cansarnos y nos sentamos bajo el toldo que habíamos armado.
Almorzamos y hasta alguno durmió un rato tirado sobre la arena tibia. Así seguimos
en la tarde, nadando, jugando a la pelota en la playita y descansando. En eso, Tío
Ángel miró el reloj y les gritó a todos:
--¡Falta media hora para que empiece el partido!
Sabíamos que ese partido era imperdible: Colombia-Argentina por las
semifinales de la Copa Libertador.
Mis primos se apuraron a juntar todo y a meterlo, así como sea en los autos.
Habíamos ido en cuatro autos. Uno era mío. Y yo había ido solo. No me apuré
porque la verdad es que nunca me interesó mucho el fútbol. Pero el resto de mi
familia literalmente se enloquecía con los partidos, sufría, gritaba y lloraba delante
del televisor. Y no solamente los hombres, las tías y las primas también y en el
último tiempo ya estaban arrastrando con su entusiasmo a mis hermanas, que al
igual que ellas se mordían las uñas y sufrían contemplando la pantalla.
Yo decidí quedarme un rato más porque el día estaba muy lindo y el aire y el
sonido del mar me gustaban. Sentado en la arena de la playa meditaba sobre las
bellezas y fortunas de la vida, como esa de estar allí solo, en una playa desierta.
Empecé a caminar por la arena de la costa, bordeando el mar y recogiendo de vez
en cuando uno que otro caracol para mis sobrinos.
Cuando volvía para donde estaba el auto, la vi, sentada en una roca, con las
manos rodeando sus rodillas, de frente al sol, una silueta atrapante con un largo y
ondeado cabello sobre su espalda, brillando de agua. Yo era joven pero no era de
esos que se abalanzan cuando ven una chica, mas la imagen me atrajo. Me acerqué
y al aproximarme dudé de lo que veía. Ella sintió mis pasos y bajo las piernas
adentrándose algo en el agua. Pero yo ya había visto su larga, escamosa y verde
cola de sirena.
Me acerqué más y ella me sonrió. Estiró un brazo y con una mano enjoyada,
de uñas prolijas, dio un golpecito en la roca y me invitó a sentarme.
--El día está precioso y más a esta hora…- suspiró y sonrió de nuevo. Con la
otra mano se acomodó el cabello largo, ondeado y suelto. La piel era blanquísima y
se transparentaban venitas en los brazos. Conversamos un rato sin hacer referencia
a que ella era una sirena y a que yo no era un tritón. Tenía una voz cantarina y era
encantadora. Observé que llevaba alrededor del cuello tres hilos de perlas perfectas.
Empezó a atardecer y me invitó a nadar con ella un rato.
Confieso que estuve por ir porque la idea me atrapaba. Me acerqué un poco
más y se me ocurrió preguntarle:
--¿Eres una diosa marina?
--Oh no…Ven, vamos a nadar…
Y en ese momento sonrió una vez más y noté sus perfectos dientes de piraña.
--Bueno, voy hasta el auto y mando un mensaje a casa que no me esperen,
que me quedaré un rato más.
Ella volvió a sonreír. Sus ojos eran increíblemente verdes y su cabello de
oscuro cobre antiguo chispeaba al sol. Mechitas movidas por la brisa rodeaban su
cara inigualable, hermosa como la Afrodita de Botticelli
Caminé hasta el auto, subí, encendí el motor y me fui sin darme vuelta a
mirar.
Nunca más me atreví a volver a la playa, a ninguna. Ni siquiera al río.
Para decir la verdad, en aquel momento recordé viejas leyendas de sirenas y
magas marinas que llevaban a los hombres que seducían a vivir con ellas en
palacios bajo el mar.
Y era fascinante, se movía como si fuera…no sé, como si tuviera la armonía
de una canción.
Pero tenía dientes de piraña y esos peces son muy carnívoros. Y ella me
había confiado que tenían granjas bajo el mar donde cultivaban algas de diferentes
gustos con las que se alimentaban. Casi le creí.
Nunca conté lo que me sucedió esa tarde, nadie me hubiera creído…y se
hubieran reído de mí hasta el día de hoy. Mejor fue que creyesen que no me gusta el
agua…pero en verdad, el mar me gustaba mucho, y el río y la pileta… Fue así.

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