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El valor de la medida tradicional dependía del producto que se pesaba o que se medía. No era la
misma la del pescado que la de la verdura. En València por ejemplo, a mediados del siglo XIX la
libra de carne era de 36 onzas, mientras que el pescado y el aceite eran de 18 y 12
respectivamente.
Para tratar de evitar los fraudes y la diversidad de medidas, los reyes y los señores intentaron
controlarlas tratando de imponer unos patrones objetivos para unificar y fijar el sistema
metrológico. La vara para la longitud, la libra para el peso, la barchilla para los áridos, el cántaro
para el vino o la arroba para el aceite fueron las principales unidades de las cuales derivarían en
mayor o menor proporción las demás.