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Lección
CONFIRMACIÓN
¡Has recibido ya el Bautismo! ¡quizá de muy pequeño, quizá de grande! Tienes, sobre tu digni-
dad de ‘homo sapiens’, la dignidad excelsa, maravillosa, de ‘hijo de Dios’, hermano de Jesucristo,
vivificado por Su Espíritu. ¡Has recibido el Espíritu Santo y, por eso, tienes, a la manera de ger-
men, la misma Vida de Dios! Como todo hijo eres heredero de la fortuna de Dios, ahora tu Padre.
Esa herencia es nada menos que todas las riquezas que Él es y que a Él pertenecen. Pero, antes
que nada, Su propia Vida Divina, que ya ha comenzado a darte existencia nueva, sobrenatural,
a partir de tu Bautismo. Además de tu vivir ‘biológico’, ‘animal’ –el que mueve tus órganos: tu
estómago, tus riñones, tus músculos, tus arterias-; además de tu vivir ‘racional’, ‘humano’ –el
que mueve tus pensamientos, tus ideas, tus cálculos, tus propósitos, tus verdaderos y legítimos
amores, el que te permite manejar una ordenadora y enviar un vehículo espacial a Marte- ya
posees el vivir ‘divino’, es decir ‘sobrenatural’, ‘sobrehumano’ y que llamamos Gracia o Espíritu
Santo.
Sin embargo, en la ceremonia del Bautismo -si lo has recibido de pequeño-, a propósito, la
Iglesia no ha querido darte el sello final, complementario, último, que te hace plenamente com-
prometido, decidido, firmemente fortificado, para vivir como hijo de Dios en un mundo y una
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ENFERMEDAD
Viene del latín ‘in-fírmitas’: lo que
quita firmeza, solidez.
de Jesús para engañarnos o ganar plata, los malos consejeros...) debilitan nuestras convicciones
cristianas. En lugar de estar ‘firmes’ frente al mal, como buenos soldados; en vez de poseer ‘firme-
za’ como un buen atleta, nos debilitamos, nos ‘enfermamos’, a lo mejor no en lo biológico, como
para tomar vitaminas y tónicos, pero sí como hombres y como hijos de Dios. Para evitar que nos
‘enfermemos’, que seamos menos firmes, la Iglesia quiere agregar a nuestra condición de bau-
tizados, al sacramen-
to del Bautismo, una
especie de precinto:
como esa tira de me-
tal o de plástico que
se pone en los pa-
quetes o valijas para
que no puedan abrir-
se fácilmente, o un
candado, un escudo
de protección, una especie de chaleco antibalas como el que usa la
policía cuando ha de enfrentar situaciones peligrosas. Ese sacramento que nos da solidez, fir-
meza, y que completa al Bautismo es llamado, por eso, ‘Con-firmación’.
A la manera de un documento, una carta importante: recién adquiere ‘firmeza’, se transforma
en prueba definitiva, en documento fehaciente, cuando el que lo redacta estampa su ‘firma’, lo
‘confirma’ con su nombre. Y ya sabemos que los documentos muy importantes, los contratos,
no solamente lo ‘firman’ los interesados,
sino que, para que tengan plena validez y
fuerza, deben ser ‘confirmados’ o ‘firma-
dos’ o ‘rubricados’ por un Escribano con su
‘sello’.
Y es por eso que, normalmente,
cuando un sacerdote ‘bautiza’ a un niño
–que, por supuesto, es lo realmente im-
portante- no ‘confirma’. Esa confirmación
queda reservada habitualmente a alguien
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de mayor dignidad,
de más autoridad, al
obispo, que hace, en
nombre de Dios, de
Escribano, de dador a
tu condición de bauti-
zado de esa firmeza,
fuerza, energía, ca-
rácter que todos ne-
cesitamos para actuar
valerosamente como
hermanos de Jesús. La Iglesia Católica Roma-
na, por eso, reserva el sacramento de la Con-
firmación para cuando somos más grandes y
empezamos a actuar con libertad. Hasta enton-
ces eran nuestros padres quienes casi nos im-
ponían lo qué debíamos hacer. Íbamos a Misa,
generalmente porque los grandes nos insistían
o llevaban. Rezábamos porque en el Colegio se
rezaba o porque mamá nos ayudaba a hacerlo
Jesús representado como general romano. Siglo V. Ravena
al pie de la cama. Pero llega un momento en que
el bautizado debe usar las ‘virtudes’, las ‘fuerzas teologales’ que posee por su condición de hijo
de Dios, libre, responsablemente. No solo porque se lo dicen o lo mandan o lo acompañan, sino
porque le sale de adentro, de su libertad, de su decisión. Es un hermano de Jesús porque ‘elige’
vivir como tal. Y, como ya no se siente más un nene de mamá, va a proceder como cristiano y
según las enseñanzas del evangelio, sin tener miedo a nada ni a nadie, y lo será aunque esté
cansado, triste, tentado, enfrentado por malos amigos, a veces retraído por sus propias debilida-
des, ‘enfermedades’... Para ello se nos da la Confirmación.
Porque Jesús ha previsto que llegarán estos momentos de decisiones cuando tendrás que
tener más fuerzas y energías que nunca. El obispo –o su representante- pondrá en tu persona-
lidad el sello definitivo, la ‘firma’, la rúbrica, de la ‘confirmación’, de la energía que hará que la
Gracia, el Espíritu, pueda impulsar tus acciones con fuerza, con valentía, como un verdadero
varón y mujer cristianos, a ejemplo de nuestro queridísimo hermano
mayor, Jesús, que no vaciló en enfrentar, todos los días de su vida,
los mayores obstáculos, para comportarse como Hijo de Dios, incluso
tomando, con arrojo y coraje, la Cruz. Y por esa misma fuerza del Es-
píritu, venció esa batalla, en la gran victoria de la Resurrección.
De allí que se diga que la Confirmación nos ayuda a ser como ‘solda-
dos’ de Cristo, aptos para combatir contra nuestros egoísmos, vicios y
pecados y, también, contra todo lo que, desde afuera -incluidos, como
decíamos al principio, los malos programas, los malos consejeros, los
malos amigos, ¡los enemigos!- quiere impedirnos ser buenos cristianos.
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Más que soldados: ¡comandos de Cristo! ¡tropas especiales! Los que estamos junto a Jesús en lo
más peligroso, lo más arduo, lo más difícil.
No es fácil ser un buen y valeroso cristiano, no es fácil hacer las cosas serias y gran-
des que nos exige nuestra nobleza de hermanos de Jesús: estudiar, enfrentar el mal, ser
buenos aunque no tengamos ganas, hacer las cosas que no siempre tenemos deseos de
hacer, pero que, como buenos cristianos, ‘sabemos’ que tenemos que hacer. Ni resistirnos
férreamente a hacer lo que no corresponde a un cristiano, aun-
que todos los demás lo hagan y aunque quieran obligarnos a ha-
cerlo. Ser fuertes para no mentir, para portarnos como caballeros
y como damas, para no ser cobardes, para rezar, para ir a Misa
para que no nos importen las burlas que nos hagan por ser cristia-
nos... No basta saber, no basta más o menos querer, es necesario
tener fuerza y poder para hacerlo. Ese poder nos lo aumenta, nos
lo fortifica, nos lo afirma, reafirma, firma, ¡la Confirmación!
Este mismo Sacramento nos hará también tomar más con-
ciencia de nuestro estupendo deber de transmitir la Buena
Nueva, el Evangelio de Jesús a aquellos que no lo conocen, o
a aquellos que habiéndolo conocido no lo practican o se han
olvidado de él. No solo tenemos que ‘recibir’ la Gracia de Dios,
tenemos que ‘darla’ haciéndonos instrumentos, voceros, -¿Oís-
Soldados libaneses te hablar del ‘vocero presidencial’? ¡Otra que del presidente!
¡Somos voceros del Supremo Presidente del Universo! ¡Ministros, apóstoles, enviados,
testigos, embajadores de Jesús!-. La Confirmación es pues un sacramento que nos llena
de fuerza, pero, al mismo tiempo, es un ‘nombramiento’: somos nombrados, designa-
dos, voceros, embajadores... todo eso que acabamos de decir, de Jesús.
Sin embargo, un vocero, un embajador, basta que transmita lo que le dice el que lo envía
con su palabra. El mensaje de Jesús, en cambio, no solo debe ser transmitido como una
misiva, un papel, un discurso, sino también con las obras. El que transmite las palabras
de Jesús, debe también ‘vivirlas’, para que su vida, su conducta, respalde, atestigüe, lo
que dice. ¡Qué feo cuando decimos o
predicamos una cosa y actuamos de
otra manera! ¿Qué puede pensar la
gente de un bautizado que dice ser
cristiano pero que no actúa como tal?
¿Quién puede creer en su palabra? El
cristiano, pues, no solo tiene que ser
‘vocero’, embajador, de Cristo: para
ser verdaderamente ‘apóstol’ tiene
que ‘testimoniar’ con su comporta-
miento que vive lo que dice. A eso
se le llama ser ‘testigo’. Testigo, en
griego, se dice ‘martyr’. Por eso a los
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que sostenían lo que profesaban como cristianos hasta en-
frentar la muerte, a los que los matan –y todavía hoy en día
matan, en países marxistas o musulmanes o hindúes- por
ser cristianos, se les da, de un modo especial, el nombre de
‘testigos’, de ‘mártires’. Pues bien, en el sacramento de la
Confirmación el Espíritu Santo nos da especialísimas fuer-
zas y coraje para ser ‘testigos’, para ser mártires.
¡Qué feo tener la fuerza para ser verdaderos cristianos,
El Catequista, testigo de Cristo
tener el nombramiento, y no usar de esa fuerza ni desem-
peñar con valor y competencia la misión para la cual hemos sido nombrados!
SAGRADA ESCRITURA
En el libro del Éxodo encontramos un antiguo himno puesto en boca de MOISÉS. Viendo al pueblo de Dios
salvado y a los enemigos que lo perseguía, derrotados, MOISÉS canta:
“Mi fortaleza y mi protección es Yahvé.
Él es mi salvación.
Él es mi Dios: yo lo alabaré, DIESTRO - SINIESTRO
el Dios de mi padre, yo lo exaltaré. El brazo, sobre todo el derecho, el
Tu diestra, Yahvé, impresionante por su esplendor; ‘diestro’- contrariamente al izquierdo
tu diestra, Yahvé, aplasta al enemigo. al ‘siniestro’-, es símbolo de poder,
cuando se refiere a Dios.
Pavor y espanto cayeron sobre ellos.
Bajo la fuerza de tus brazos
enmudecieron como piedras,
hasta que pasó tu pueblo, Yahvé,
hasta que pasó el pueblo que adquiriste” (Ex 15, 14-16).
En muchos libros del Antiguo Testamento hay oraciones de acción de gracias parecidas a este himno.
Algunos ejemplos están en el libro de los Salmos.
“Yo te amo, Señor, mi fuerza. Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador, mi Dios, el
peñasco en que me refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoqué al
Señor, que es digno de alabanza y quedé a salvo de mis enemigos” (¿A quién llamará, lue-
go, Jesús: piedra, peñasco, roca...?) (Sal 18, 2-3).
“Unos se fían de sus carros y otros de sus caballos (hoy diríamos sus tanques y sus misiles),
pero nuestra fuerza está en el nombre de nuestro Dios. Ellos tropezaron y cayeron,
mientras nosotros nos mantuvimos de pie y confiados” (Sal 20, 8).
“El Señor es mi fuerza y mi escudo, mi corazón confía en él. Mi corazón se alegra por-
que recibí su ayuda: por eso le daré gracias con mi canto. El Señor es la fuerza de su
pueblo, el baluarte de salvación para su Ungido” (Sal 28, 7-8).
Lee también la hermosa plegaria del Salmo 59, especialmente los versículos 10 y 18.
¿Te acuerdas de que, a la gente valiente –a San Francisco Solano, por ejemplo-, los indios la llamaban
“cristiano toro”? El Salmo 92 dice algo parecido: que Dios nos da, con su unción, la fuerza:
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El libro comienza contando cómo Dios fortaleció a JEREMÍAS, cuando aún era muy joven, para que fuera su
profeta y comunicara Su palabra a los hombres sin tener ningún temor por lo que ellos pudieran hacerle:
“El Señor me dijo: «No digas: ‘soy demasiado joven’, porque donde Yo te envíe tú irás [...] No
temas delante de ellos, porque Yo soy contigo para librarte» –palabra del Señor-” (Jer 1, 7-8).
Eso también nos lo dice a nosotros cuando recibimos el sacramento de la Confirmación, pues con él “nos
reviste de una fuerza semejante a la Suya” (Eclo 17, 3 a).
Por su parte, en el libro de ISAÍAS, leemos:
“He aquí a Dios mi Salvador: estoy seguro y sin miedo, pues Yahvé es mi fuerza y mi
protección, él es mi salvación» (Is 12,2).
Y también:
“Súbete a un alto monte,
alegre mensajero para Sión;
clama con voz poderosa,
alegre mensajero para Jerusalén,
clama sin miedo.
Di a las ciudades de Judá:
«Ahí está vuestro Dios» (Is 40, 9).
Y, más adelante:
“¿Es que no lo sabías? ¿O es que no lo has oído? Dios eterno, Yahvé, creador de la tie-
rra hasta sus bordes, no se cansa ni se fatiga; imposible escrutar su inteligencia. Que
al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas la energía le acrecienta. Los jóvenes se
cansan, se fatigan, los valientes tropiezan y vacilan, mientras que a los que esperan en
Yahvé él les renovará el vigor” (Is 40, 28-31).
En MIQUEAS leemos:
“Yo, en cambio, estoy lleno de fuerza, de espíritu de Yahvé, de justicia y de valor para
denunciar a Jacob su delito y a Israel su pecado” (Miq 3,8).
Es claro que no hay que entender esa fuerza como si fuera solo una cuestión de músculos, es algo que
surge de nuestro querer y también de nuestro conocer la Verdad, de nuestro no ser tontos.
Por eso el libro de los Proverbios dice:
“Con la sabiduría se construye una casa y con la inteligencia se mantiene firme (acordate
que en ese tiempo cada hombre era su propio albañil y tenía que hacerse la casa valiéndose de su fuerza
y de su habilidad); con la ciencia se llenan las despensas de todos los bienes preciosos y
agradables” (Prov 24, 3-4).
Precisamente porque la fuerza del espíritu está en el orden de la inteligencia, del saber, de la fe, es que
el mismo poema del libro de los Proverbios continúa diciendo:
“Más vale un sabio que un hombre musculoso y un hombre instruido que un atleta, porque
la guerra se gana con estrategia, y la victoria, con muchos consejeros” (Prov 24, 5-6).
Así es. La guerra que el soldado de Cristo –el ‘fortificado’ con el sacramento de la Confirmación- debe
pelear cada día contra el pecado en todas sus formas, se gana con la fortaleza, pero también, con la
ciencia, la sabiduría, el entendimiento, el consejo, que son los dones del Espíritu.
Quien vive unido a Dios puede exclamar, como DANIEL:
“¡Bendito sea el nombre de Dios, desde siempre y para siempre, porque a Él pertene-
cen la sabiduría y la fuerza!” (Dan 2, 20b).
¿Ves?, sabiduría y fuerza marchan juntas y ambas nos llegan de Dios. Así leemos en el primer libro de
las Crónicas:
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naciones del mundo. Al oír este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, por-
que cada uno los oía hablar en su propio idioma. Pedro, poniéndose de pie con los Once,
levantó la voz y dijo: «Hombres de Judea y todos los que habitáis en Jerusalén, prestad
atención, porque voy a explicaros lo que ha sucedido: A Jesús de Nazaret, el hombre que
Dios acreditó ante vosotros con milagros, prodigios y signos realizados por su intermedio
–como todos sabéis-, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la pre-
visión de Dios, vosotros lo hiciesteis morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles.
A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de
Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes
ven y oyen»” (Hech 2, 1-36).
(¿Sabés dónde, por qué y cómo mu-
rió, luego, Pedro? ¿Cómo lo podemos
llamar?)
A la manera de Jesús, María y los
Doce apóstoles, también nosotros, los
bautizados y confirmados, también
’ungidos’ y ‘sellados’, hemos sido lle-
nados del Espíritu para poder vivir de
una manera digna de la vocación a la
que hemos sido llamados.
Y así lo pedía para sus fieles de ÉFE-
SO, el Apóstol PABLO: ¿Puedes relacionar estas imágenes? Fuego... una usina... energía...
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MAGISTERIO DE LA IGLESIA
El CONCILIO DE FLORENCIA, en el año 1439 decía:
“El efecto de este sacramento es que en él se da el espíritu santo en orden a la fortaleza,
como les fue dado a los apóstoles el día de Pentecostés, para que el cristiano confiese
valientemente el nombre de Cristo. [...] y para que no se avergüence nunca de procla-
mar el nombre de Cristo y, señaladamente, su cruz [...]”(D[H] 1319).
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Dice el Catecismo del CONCILIO DE TRENTO, año 1566:
“[el] Bautismo está íntimamente unido con la confirmación. Mas no por eso se ha
de entender que se trata de un único y mismo sacramento. [...] Ello aparece claro
de la diversidad de gracias por ellos concedidas [...]:
La gracia del Bautismo es una gracia de ‘renacimiento’, de principio de Vida espiri-
tual; por la confirmación, en cambio, los recién nacidos se transforman en adultos,
dejada atrás su infancia espiritual. La misma distancia, pues, que existe en la vida
natural entre el nacer y el crecer, existe igualmente entre el bautismo –sacramento
de la ‘generación’ – y la confirmación –sacramento por cuya fuerza los que lo reci-
ben llegan a la perfecta robustez de ánimo.
Además, en la vida espiritual debe responder un nuevo y distinto sacramento a
cada nueva y diversa dificultad. Y así como fue necesaria la gracia del Bautismo
para informar al cristiano en la fe, se hace necesaria una nueva gracia para for-
tificarla, a fin de que no se aparte de dicha fe ni sucumba al deber de profesarla
abiertamente por miedo a las dificultades, a las persecuciones y aun a la misma
muerte” (P. II, C. 2, n. 5).
El CONCILIO VATICANO II, en 1964 dice:
“Los fieles, incorporados a la Iglesia por el Bautismo, quedan destinados por tal
carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, tienen
el deber de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio
de la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente
a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo y con ello
quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos
testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras” (Lumen Gentium, n.
11).
En 1965:
[A los fieles] insertos por el Bautismo en el Cuerpo místico de Cristo, robustecidos
por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los
destina al apostolado” (Apostolicam actuositatem, 3).
REZAMOS
Confirma, Señor, lo que has obrado en nosotros, y conserva en los corazones de tus
fieles los dones del Espíritu Santo, para que ellos no se avergüencen de dar testimo-
nio de Cristo crucificado y gloriosamente resucitado, y cumplan sus mandamientos
con sincero amor. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
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APRENDEMOS
Del catecismo de ASTETE, el que aconsejaba el General Belgrano (Tomo I Pág. 131), se usara en las
escuelas argentinas:
1. “¿Para qué es el sacramento de la Confirmación?
Para confirmarnos y fortalecernos la Fe que recibimos en el Bautismo”.
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9. ¿Qué simboliza la unción?
La unción es signo de abundancia y de alegría, purifica y da agilidad, de curación y es signo,
también, de belleza, de santidad y fuerza (Cf. CCE 1293).
Los que son ungidos participan más plenamente de la misión de Jesucristo (Cf. CCE 1294).
HACIENDO SE APRENDE
1. RELEE la lección y RESPONDE:
¿Qué quiere decir enfermo?
¿En qué sacramento recibimos por primera vez al Espíritu Santo, la Gracia santificante,
que nos hace hijos de Dios?
¿Qué significa confirmar?
¿Qué tenemos que poner al pie de una carta o de un cheque para que valga?
Nombra a algunos enemigos del cristiano.
¿Para qué cosas tenemos que tener ’fuerza’?
¿Basta predicar el cristianismo con palabras?
¿Qué significa ser mártir?
2. COLOREA y MEMORIZA
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3. CRUCIGRAMA: 1 2
HORIZONTAL 3
3. La confirmación nos ayuda a ser como
‘...........’ de Cristo, aptos para combatir
contra nuestros egoísmos, vicios y peca-
dos y contra todos lo que, desde afuera,
4
quieren impedirnos ser buenos cristianos.
4. Ministro de la Confirmación. El que en 5
nombre de Dios, de Escribano, de dador a
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tu condición de bautizado, de esa firmeza,
fuerza, energía, sello que todos necesita- 7 8
mos para actuar valerosamente como her-
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manos de Jesús.
8. Revístanse con la ... de Dios para que 10
mano’.
10. En el sacramento de la Confirmación el
Espíritu Santo nos da especialísimas fuer-
zas y coraje para ser ..., para ser mártires.
11. La fuerza que nos da Dios en la Confir-
mación nos da ... para que sepamos dis-
cernir qué es lo que nos conviene en orden a la vida Eterna; y qué, lo que nos privaría de ella.
VERTICAL
1. La fuerza que nos da Dios en la Confirmación nos hace ..., para que podamos gozar, contemplando las
maravillas que obra en nosotros y en toda la creación.
2. Sacramento que nos da solidez, firmeza, y que completa al Bautismo.
5. La fuerza que nos da Dios en la Confirmación nos hace ... para enfrentar todo lo que nos aparta de
Él.
6. El santo ... es el aceite mezclado con perfume con el que es ungido el confirmando.
7. Sacramento por el cual recibimos la dignidad excelsa, de ‘hijo de Dios’, hermano de Jesucristo y reci-
bimos el Espíritu Santo.
4. SELECCIONA y COPIA los textos de la Palabra de Dios que más te sirvieron para
comprender la Gracia que recibimos en la Confirmación:
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De todo un poco...
OBISPADO CASTRENSE
El Obispo, revestido con sus ornamentos sagrados, antes que nada bendice la espada que, desenvaina-
da, le presenta el candidato, diciendo:
V. Nuestro auxilio está en el nombre del Señor.
R. Que hizo el cielo y la tierra.
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y, en cuanto lo permita la fragilidad humana, jamás la uses para herir a nadie injustamente. Se digne
concedértelo quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina, Dios, por los siglos de los siglos.
El obispo coloca el sable en la vaina y se la ajusta al nuevo Caballero en el cinto diciendo:
Ciñe tu espada sobre tu cintura, valiente; y ten en cuenta que los santos no por la espada, sino por la fe,
conquistaron reinos.
El nuevo caballero se pone de pie, desenvaina su espada y la hace vibrar virilmente en el aire por tres
veces, luego la limpia en su brazo izquierdo y vuelve a introducirla en la vaina.
El obispo le da el ósculo de paz: Pax tecum. El caballero vuelve a arrodillarse, le da la espada desenvai-
nada al obispo y este por tres veces con ella le golpea los hombros diciéndole:
Seas soldado pacífico, fuerte, fiel y devoto a Dios.
Le devuelve la espada y, con la mano derecha, hace el gesto de levantarlo:
Despierta del sueño de la malicia y vigila en la fe en Cristo y en la fama digna de alabanza.
Se le imponen al nuevo caballero las espuelas, y el Obispo, en su sede y con la mitra, enuncia la antífona
del salmo:
“Eres el más bello de los hijos de los hombres,
Cíñete al flanco la espada, valiente”.
Puesto de pie y vuelto hacia el nuevo caballero, el obispo dice:
V. El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu
Oremos:
Omnipotente y sempiterno Dios, infunde sobre este servidor tuyo, que desea portar esta aguda arma, la
gracia de tu bendición, y haz que, defendido por tu derecha poderosa, sea protegido contra todos sus
adversarios por las fuerzas celestiales, de modo que nadie pueda atemorizarlo en este siglo con las tem-
pestades de la guerra. R. Amén.
del Pontificale Romanum (Roma 1941).
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A San Roque González de la Santa Cruz
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