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Lección
CONFIRMACIÓN

Confirmación en la Iglesia primitiva. Nicolás Poussin (1594-1665)

¡Has recibido ya el Bautismo! ¡quizá de muy pequeño, quizá de grande! Tienes, sobre tu digni-
dad de ‘homo sapiens’, la dignidad excelsa, maravillosa, de ‘hijo de Dios’, hermano de Jesucristo,
vivificado por Su Espíritu. ¡Has recibido el Espíritu Santo y, por eso, tienes, a la manera de ger-
men, la misma Vida de Dios! Como todo hijo eres heredero de la fortuna de Dios, ahora tu Padre.
Esa herencia es nada menos que todas las riquezas que Él es y que a Él pertenecen. Pero, antes
que nada, Su propia Vida Divina, que ya ha comenzado a darte existencia nueva, sobrenatural,
a partir de tu Bautismo. Además de tu vivir ‘biológico’, ‘animal’ –el que mueve tus órganos: tu
estómago, tus riñones, tus músculos, tus arterias-; además de tu vivir ‘racional’, ‘humano’ –el
que mueve tus pensamientos, tus ideas, tus cálculos, tus propósitos, tus verdaderos y legítimos
amores, el que te permite manejar una ordenadora y enviar un vehículo espacial a Marte- ya
posees el vivir ‘divino’, es decir ‘sobrenatural’, ‘sobrehumano’ y que llamamos Gracia o Espíritu
Santo.
Sin embargo, en la ceremonia del Bautismo -si lo has recibido de pequeño-, a propósito, la
Iglesia no ha querido darte el sello final, complementario, último, que te hace plenamente com-
prometido, decidido, firmemente fortificado, para vivir como hijo de Dios en un mundo y una

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sociedad en donde tanto nuestras debilidades,


como nuestros malos ‘amigos’ –es decir ‘ene-
migos’- (entre los cuales tantísimas veces está
la televisión, internet, los periodistas y maestros
que no aman a Jesús, o los que usan el nombre

ENFERMEDAD
Viene del latín ‘in-fírmitas’: lo que
quita firmeza, solidez.

de Jesús para engañarnos o ganar plata, los malos consejeros...) debilitan nuestras convicciones
cristianas. En lugar de estar ‘firmes’ frente al mal, como buenos soldados; en vez de poseer ‘firme-
za’ como un buen atleta, nos debilitamos, nos ‘enfermamos’, a lo mejor no en lo biológico, como
para tomar vitaminas y tónicos, pero sí como hombres y como hijos de Dios. Para evitar que nos
‘enfermemos’, que seamos menos firmes, la Iglesia quiere agregar a nuestra condición de bau-
tizados, al sacramen-
to del Bautismo, una
especie de precinto:
como esa tira de me-
tal o de plástico que
se pone en los pa-
quetes o valijas para
que no puedan abrir-
se fácilmente, o un
candado, un escudo
de protección, una especie de chaleco antibalas como el que usa la
policía cuando ha de enfrentar situaciones peligrosas. Ese sacramento que nos da solidez, fir-
meza, y que completa al Bautismo es llamado, por eso, ‘Con-firmación’.
A la manera de un documento, una carta importante: recién adquiere ‘firmeza’, se transforma
en prueba definitiva, en documento fehaciente, cuando el que lo redacta estampa su ‘firma’, lo
‘confirma’ con su nombre. Y ya sabemos que los documentos muy importantes, los contratos,
no solamente lo ‘firman’ los interesados,
sino que, para que tengan plena validez y
fuerza, deben ser ‘confirmados’ o ‘firma-
dos’ o ‘rubricados’ por un Escribano con su
‘sello’.
Y es por eso que, normalmente,
cuando un sacerdote ‘bautiza’ a un niño
–que, por supuesto, es lo realmente im-
portante- no ‘confirma’. Esa confirmación
queda reservada habitualmente a alguien

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de mayor dignidad,
de más autoridad, al
obispo, que hace, en
nombre de Dios, de
Escribano, de dador a
tu condición de bauti-
zado de esa firmeza,
fuerza, energía, ca-
rácter que todos ne-
cesitamos para actuar
valerosamente como
hermanos de Jesús. La Iglesia Católica Roma-
na, por eso, reserva el sacramento de la Con-
firmación para cuando somos más grandes y
empezamos a actuar con libertad. Hasta enton-
ces eran nuestros padres quienes casi nos im-
ponían lo qué debíamos hacer. Íbamos a Misa,
generalmente porque los grandes nos insistían
o llevaban. Rezábamos porque en el Colegio se
rezaba o porque mamá nos ayudaba a hacerlo
Jesús representado como general romano. Siglo V. Ravena
al pie de la cama. Pero llega un momento en que
el bautizado debe usar las ‘virtudes’, las ‘fuerzas teologales’ que posee por su condición de hijo
de Dios, libre, responsablemente. No solo porque se lo dicen o lo mandan o lo acompañan, sino
porque le sale de adentro, de su libertad, de su decisión. Es un hermano de Jesús porque ‘elige’
vivir como tal. Y, como ya no se siente más un nene de mamá, va a proceder como cristiano y
según las enseñanzas del evangelio, sin tener miedo a nada ni a nadie, y lo será aunque esté
cansado, triste, tentado, enfrentado por malos amigos, a veces retraído por sus propias debilida-
des, ‘enfermedades’... Para ello se nos da la Confirmación.
Porque Jesús ha previsto que llegarán estos momentos de decisiones cuando tendrás que
tener más fuerzas y energías que nunca. El obispo –o su representante- pondrá en tu persona-
lidad el sello definitivo, la ‘firma’, la rúbrica, de la ‘confirmación’, de la energía que hará que la
Gracia, el Espíritu, pueda impulsar tus acciones con fuerza, con valentía, como un verdadero
varón y mujer cristianos, a ejemplo de nuestro queridísimo hermano
mayor, Jesús, que no vaciló en enfrentar, todos los días de su vida,
los mayores obstáculos, para comportarse como Hijo de Dios, incluso
tomando, con arrojo y coraje, la Cruz. Y por esa misma fuerza del Es-
píritu, venció esa batalla, en la gran victoria de la Resurrección.
De allí que se diga que la Confirmación nos ayuda a ser como ‘solda-
dos’ de Cristo, aptos para combatir contra nuestros egoísmos, vicios y
pecados y, también, contra todo lo que, desde afuera -incluidos, como
decíamos al principio, los malos programas, los malos consejeros, los
malos amigos, ¡los enemigos!- quiere impedirnos ser buenos cristianos.

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Más que soldados: ¡comandos de Cristo! ¡tropas especiales! Los que estamos junto a Jesús en lo
más peligroso, lo más arduo, lo más difícil.
No es fácil ser un buen y valeroso cristiano, no es fácil hacer las cosas serias y gran-
des que nos exige nuestra nobleza de hermanos de Jesús: estudiar, enfrentar el mal, ser
buenos aunque no tengamos ganas, hacer las cosas que no siempre tenemos deseos de
hacer, pero que, como buenos cristianos, ‘sabemos’ que tenemos que hacer. Ni resistirnos
férreamente a hacer lo que no corresponde a un cristiano, aun-
que todos los demás lo hagan y aunque quieran obligarnos a ha-
cerlo. Ser fuertes para no mentir, para portarnos como caballeros
y como damas, para no ser cobardes, para rezar, para ir a Misa
para que no nos importen las burlas que nos hagan por ser cristia-
nos... No basta saber, no basta más o menos querer, es necesario
tener fuerza y poder para hacerlo. Ese poder nos lo aumenta, nos
lo fortifica, nos lo afirma, reafirma, firma, ¡la Confirmación!
Este mismo Sacramento nos hará también tomar más con-
ciencia de nuestro estupendo deber de transmitir la Buena
Nueva, el Evangelio de Jesús a aquellos que no lo conocen, o
a aquellos que habiéndolo conocido no lo practican o se han
olvidado de él. No solo tenemos que ‘recibir’ la Gracia de Dios,
tenemos que ‘darla’ haciéndonos instrumentos, voceros, -¿Oís-
Soldados libaneses te hablar del ‘vocero presidencial’? ¡Otra que del presidente!
¡Somos voceros del Supremo Presidente del Universo! ¡Ministros, apóstoles, enviados,
testigos, embajadores de Jesús!-. La Confirmación es pues un sacramento que nos llena
de fuerza, pero, al mismo tiempo, es un ‘nombramiento’: somos nombrados, designa-
dos, voceros, embajadores... todo eso que acabamos de decir, de Jesús.
Sin embargo, un vocero, un embajador, basta que transmita lo que le dice el que lo envía
con su palabra. El mensaje de Jesús, en cambio, no solo debe ser transmitido como una
misiva, un papel, un discurso, sino también con las obras. El que transmite las palabras
de Jesús, debe también ‘vivirlas’, para que su vida, su conducta, respalde, atestigüe, lo
que dice. ¡Qué feo cuando decimos o
predicamos una cosa y actuamos de
otra manera! ¿Qué puede pensar la
gente de un bautizado que dice ser
cristiano pero que no actúa como tal?
¿Quién puede creer en su palabra? El
cristiano, pues, no solo tiene que ser
‘vocero’, embajador, de Cristo: para
ser verdaderamente ‘apóstol’ tiene
que ‘testimoniar’ con su comporta-
miento que vive lo que dice. A eso
se le llama ser ‘testigo’. Testigo, en
griego, se dice ‘martyr’. Por eso a los

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que sostenían lo que profesaban como cristianos hasta en-
frentar la muerte, a los que los matan –y todavía hoy en día
matan, en países marxistas o musulmanes o hindúes- por
ser cristianos, se les da, de un modo especial, el nombre de
‘testigos’, de ‘mártires’. Pues bien, en el sacramento de la
Confirmación el Espíritu Santo nos da especialísimas fuer-
zas y coraje para ser ‘testigos’, para ser mártires.
¡Qué feo tener la fuerza para ser verdaderos cristianos,
El Catequista, testigo de Cristo
tener el nombramiento, y no usar de esa fuerza ni desem-
peñar con valor y competencia la misión para la cual hemos sido nombrados!

SAGRADA ESCRITURA
En el libro del Éxodo encontramos un antiguo himno puesto en boca de MOISÉS. Viendo al pueblo de Dios
salvado y a los enemigos que lo perseguía, derrotados, MOISÉS canta:
“Mi fortaleza y mi protección es Yahvé.
Él es mi salvación.
Él es mi Dios: yo lo alabaré, DIESTRO - SINIESTRO
el Dios de mi padre, yo lo exaltaré. El brazo, sobre todo el derecho, el
Tu diestra, Yahvé, impresionante por su esplendor; ‘diestro’- contrariamente al izquierdo
tu diestra, Yahvé, aplasta al enemigo. al ‘siniestro’-, es símbolo de poder,
cuando se refiere a Dios.
Pavor y espanto cayeron sobre ellos.
Bajo la fuerza de tus brazos
enmudecieron como piedras,
hasta que pasó tu pueblo, Yahvé,
hasta que pasó el pueblo que adquiriste” (Ex 15, 14-16).
En muchos libros del Antiguo Testamento hay oraciones de acción de gracias parecidas a este himno.
Algunos ejemplos están en el libro de los Salmos.
“Yo te amo, Señor, mi fuerza. Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador, mi Dios, el
peñasco en que me refugio, mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte. Invoqué al
Señor, que es digno de alabanza y quedé a salvo de mis enemigos” (¿A quién llamará, lue-
go, Jesús: piedra, peñasco, roca...?) (Sal 18, 2-3).
“Unos se fían de sus carros y otros de sus caballos (hoy diríamos sus tanques y sus misiles),
pero nuestra fuerza está en el nombre de nuestro Dios. Ellos tropezaron y cayeron,
mientras nosotros nos mantuvimos de pie y confiados” (Sal 20, 8).
“El Señor es mi fuerza y mi escudo, mi corazón confía en él. Mi corazón se alegra por-
que recibí su ayuda: por eso le daré gracias con mi canto. El Señor es la fuerza de su
pueblo, el baluarte de salvación para su Ungido” (Sal 28, 7-8).
Lee también la hermosa plegaria del Salmo 59, especialmente los versículos 10 y 18.
¿Te acuerdas de que, a la gente valiente –a San Francisco Solano, por ejemplo-, los indios la llamaban
“cristiano toro”? El Salmo 92 dice algo parecido: que Dios nos da, con su unción, la fuerza:

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“Me das la fuerza de un toro salvaje y me unges con óleo purísimo”


Es Dios el que nos presta Su fuerza, esa misma fuerza con la cual, a partir de la nada creó omnipotente-
mente todas las cosas. Los sacramentos y la oración son la manera que tenemos de comunicarnos con
ese poder. Así dice el Salmo 138:
“Me respondiste cada vez que te invoqué y aumentaste la fuerza de mi alma” (v. 3).
DAVID dijo a YAHVÉ las palabras de este cántico el día que lo salvó de la mano de todos sus enemigos y de
la mano de SAÚL.
“Yahvé, mi roca y mi baluarte,
mi libertador, mi Dios,
la roca en que me amparo,
mi escudo y fuerza salvadora,
mi ciudadela y mi refugio,
mi salvador que me salva de la violencia.
Invoco a Yahvé, digno de alabanza,
y me veo libre de mis enemigos” (2 Sam 22, 2.3).
Por esto, cuando el pueblo de Dios se está por instalar en la
Tierra Prometida, se le dice:
“Guardaréis todos los mandamientos que yo os
prescribo hoy, para que os hagáis fuertes y lleguéis
a poseer la tierra a la que vais a pasar para tomarla en posesión” (Deut 11, 8).
Lee, también, un hermoso cuento en el libro llamado de los Jueces, capítulo 16 que nos habla de Sansón, un
personaje legendario a quien su consagración a Dios, simbolizada por su pelo largo (averigua qué quiere decir
‘nazir’), daba enormes fuerzas para vencer a sus enemigos.
Hay que leer el cuento no como si fuera una historia real sino una especie de parábola, de comparación, en donde
la lucha contra los enemigos, representa la lucha del cristiano contra sus propios pecados, faltas y debilidades. Lo
que quiere decir el cuento es que cuando estamos con Dios y cumplimos su voluntad, somos ‘confirmados’, somos
fuertes, en cambio, cuando nos alejamos de Él por cualquier motivo, perdemos fuerzas –nos cortan el pelo como a
Sansón- y nos volvemos débiles y enfermos. Pedile a mamá o a papá que te lean la historia y te la expliquen, para
que no la entiendas mal y quieras salir a matar a todo el mundo, como en el cuento, alegóricamente, hace Sansón.
¡El verdadero Sansón es Jesucristo, que ha sabido vencer, fuerte y valientemente, el mal con el bien!
Esta fuerza que nos da Dios es para que podamos vivir en medio de las dificultades diarias como verdaderos
hijos suyos. Nos hace valientes para enfrentar todo lo que nos aparta de Él; nos da inteligencia para que sepamos
discernir qué es lo que nos conviene en orden a la vida Eterna y qué, lo que nos privaría de ella; nos hace sabios,
para que podamos gozar contemplando las maravillas que obra en nosotros y en toda la creación. Encontramos
muchísimos ejemplos en los libros llamados “Proféticos”.
En el libro del profeta JEREMÍAS leemos una oración que
dice así:
«¡Ay, Señor Yahvé! Tú eres quien hiciste los cielos
y la tierra con tu gran poder y tenso brazo: nada
es extraordinario para ti, el que hace merced a
millares [...] el Dios grande, el Fuerte, cuyo nom-
bre es Señor de los ejércitos, grande en designios
y rico en recursos, que tiene los ojos fijos en la
conducta de los humanos, para dar a cada uno
según su conducta y el fruto de sus obras” (Jer
32, 17-19). Sansón y el león. Arte paleocristiano. Siglo III

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El libro comienza contando cómo Dios fortaleció a JEREMÍAS, cuando aún era muy joven, para que fuera su
profeta y comunicara Su palabra a los hombres sin tener ningún temor por lo que ellos pudieran hacerle:
“El Señor me dijo: «No digas: ‘soy demasiado joven’, porque donde Yo te envíe tú irás [...] No
temas delante de ellos, porque Yo soy contigo para librarte» –palabra del Señor-” (Jer 1, 7-8).
Eso también nos lo dice a nosotros cuando recibimos el sacramento de la Confirmación, pues con él “nos
reviste de una fuerza semejante a la Suya” (Eclo 17, 3 a).
Por su parte, en el libro de ISAÍAS, leemos:
“He aquí a Dios mi Salvador: estoy seguro y sin miedo, pues Yahvé es mi fuerza y mi
protección, él es mi salvación» (Is 12,2).
Y también:
“Súbete a un alto monte,
alegre mensajero para Sión;
clama con voz poderosa,
alegre mensajero para Jerusalén,
clama sin miedo.
Di a las ciudades de Judá:
«Ahí está vuestro Dios» (Is 40, 9).
Y, más adelante:
“¿Es que no lo sabías? ¿O es que no lo has oído? Dios eterno, Yahvé, creador de la tie-
rra hasta sus bordes, no se cansa ni se fatiga; imposible escrutar su inteligencia. Que
al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas la energía le acrecienta. Los jóvenes se
cansan, se fatigan, los valientes tropiezan y vacilan, mientras que a los que esperan en
Yahvé él les renovará el vigor” (Is 40, 28-31).
En MIQUEAS leemos:
“Yo, en cambio, estoy lleno de fuerza, de espíritu de Yahvé, de justicia y de valor para
denunciar a Jacob su delito y a Israel su pecado” (Miq 3,8).
Es claro que no hay que entender esa fuerza como si fuera solo una cuestión de músculos, es algo que
surge de nuestro querer y también de nuestro conocer la Verdad, de nuestro no ser tontos.
Por eso el libro de los Proverbios dice:
“Con la sabiduría se construye una casa y con la inteligencia se mantiene firme (acordate
que en ese tiempo cada hombre era su propio albañil y tenía que hacerse la casa valiéndose de su fuerza
y de su habilidad); con la ciencia se llenan las despensas de todos los bienes preciosos y
agradables” (Prov 24, 3-4).
Precisamente porque la fuerza del espíritu está en el orden de la inteligencia, del saber, de la fe, es que
el mismo poema del libro de los Proverbios continúa diciendo:
“Más vale un sabio que un hombre musculoso y un hombre instruido que un atleta, porque
la guerra se gana con estrategia, y la victoria, con muchos consejeros” (Prov 24, 5-6).
Así es. La guerra que el soldado de Cristo –el ‘fortificado’ con el sacramento de la Confirmación- debe
pelear cada día contra el pecado en todas sus formas, se gana con la fortaleza, pero también, con la
ciencia, la sabiduría, el entendimiento, el consejo, que son los dones del Espíritu.
Quien vive unido a Dios puede exclamar, como DANIEL:
“¡Bendito sea el nombre de Dios, desde siempre y para siempre, porque a Él pertene-
cen la sabiduría y la fuerza!” (Dan 2, 20b).
¿Ves?, sabiduría y fuerza marchan juntas y ambas nos llegan de Dios. Así leemos en el primer libro de
las Crónicas:

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“en tu mano están el poder y la fuerza, y es tu mano la que en-


grandece y afianza las cosas. Por eso, Dios nuestro, te damos
gracias [...]” (1 Cro 29 12b.13).
Pero el verdadero fuerte, el ungido por excelencia, es Jesús. El es el Ungido
de Dios. Y por eso, de Él se da testimonio de que le ha sido dado el espíritu
sin medida.
“Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de
poder” (Hch 10, 38).
Todo aquello que se decía de los profetas del Antiguo Testamento alcanza su
cumplimiento perfecto en Jesucristo. Él sí que puede decir:
“El espíritu del Señor está sobre mí porque Él me ha ungido” (Is 61, 1).
Por eso estaba lleno de la fuerza de ese Espíritu y podía transmitirla a los que
lo tocaban –nosotros lo tocamos en los sacramentos y en la fe-:
“ Y toda la gente quería tocarlo, porque salía de Él una fuerza que sa-
naba a todos” (Lc 6, 19).
“Jesús se dio cuenta enseguida de la fuerza que había salido de
Él” (Mc 5, 30).
Jesús respondió: “Alguien me ha tocado porque he sentido una
fuerza que salía de mí” (Lc 8, 46).
Una vez resucitado será poderosa usina de fuerza para los suyos. Él les pro-
Pentecostés. EL GRECO
mete, antes de la Ascensión, que les enviará esa fuerza.
“Yo les enviaré lo que mi Padre les ha prometido. Permanezcan en la ciudad hasta que
sean revestidos con la fuerza que viene de lo alto” (Lc 24, 49).
“Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes, y serán mis tes-
tigos hasta los confines de la tierra” (Hech 1, 8).
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos habla de la fortaleza que reciben aquellos a quienes se les co-
munica el Espíritu. Es la fuerza que hace de los cristianos “testigos” de Cristo (en griego, ya lo hemos visto,
testigo se dice “mártir”). Antes de recibir esta fuerza de lo Alto, los apóstoles estaban encerrados. Pero,
cuando fueron investidos de esta fortaleza, salieron a dar testimonio
de Jesús, incluso con su vida:
“Los Apóstoles regresaron entonces del monte de los Olivos
a Jerusalén. Cuando llegaron a la ciudad, subieron a la sala
donde solían reunirse -la misma sala de la última cena-. Todos
ellos, íntimamente unidos, se dedicaban a la oración, en
compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús,
y de sus hermanos. [...] Al llegar el día de Pentecostés, es-
taban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del
cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que
resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vie-
ron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendie-
ron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron
llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintos
idiomas, según el Espíritu les permitía expresarse.
Había en Jerusalén judíos piadosos venidos de todas las Interior del Cenáculo donde Jesús instituyó la Eucaristía.

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naciones del mundo. Al oír este ruido, se congregó la multitud y se llenó de asombro, por-
que cada uno los oía hablar en su propio idioma. Pedro, poniéndose de pie con los Once,
levantó la voz y dijo: «Hombres de Judea y todos los que habitáis en Jerusalén, prestad
atención, porque voy a explicaros lo que ha sucedido: A Jesús de Nazaret, el hombre que
Dios acreditó ante vosotros con milagros, prodigios y signos realizados por su intermedio
–como todos sabéis-, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la pre-
visión de Dios, vosotros lo hiciesteis morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles.
A este Jesús, Dios lo resucitó, y todos nosotros somos testigos. Exaltado por el poder de
Dios, él recibió del Padre el Espíritu Santo prometido, y lo ha comunicado como ustedes
ven y oyen»” (Hech 2, 1-36).
(¿Sabés dónde, por qué y cómo mu-
rió, luego, Pedro? ¿Cómo lo podemos
llamar?)
A la manera de Jesús, María y los
Doce apóstoles, también nosotros, los
bautizados y confirmados, también
’ungidos’ y ‘sellados’, hemos sido lle-
nados del Espíritu para poder vivir de
una manera digna de la vocación a la
que hemos sido llamados.
Y así lo pedía para sus fieles de ÉFE-
SO, el Apóstol PABLO: ¿Puedes relacionar estas imágenes? Fuego... una usina... energía...

“Que Él les conceda, según la


riqueza de su gloria, que sean
fortalecidos por la acción de
su espíritu en el hombre inte-
rior[...]” (Ef 3, 16).
“En Cristo, ustedes, los que
escucharon la Palabra de la
verdad, la Buena Noticia de la
salvación, y creyeron en ella,
también han sido marcados con El viento es la fuerza motriz que produce el funcionamiento de los molinos.

un sello por el Espíritu Santo pro-


metido, que es prenda de nuestra herencia[...]” (Ef 1, 13).
“No entristezcan al Espíritu Santo de Dios con el cual fueron sellados para el día de la
redención. Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase
de maldad (¡pura cobardía y debilidad!). Por el contrario, sean mutuamente buenos y com-
pasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios ha perdonado en Cristo (¡esto sí
que es verdadera fuerza y valentía!)” (Ef 4, 30).
“Tomen el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios;
siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el espíritu” (Ef 6, 17).
PABLO también cuenta, a los romanos, que todo lo que hizo fue el poder de Cristo que lo llevó a testimo-
niarlo, en palabra ¡y en obras! con la fuerza del Espíritu Santo:
“Les hablo, no de lo que yo he hecho, sino de aquello que hizo Cristo por mi intermedio,

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para conducir a los paganos a la obediencia, mediante la


palabra y la acción, por el poder de signos y prodigios y
por la fuerza del Espíritu Santo” (Rm 15, 19).
Vuelve a repetírselo a los ciudadanos de Corinto:
“No, las armas de nuestro combate no son carnales,
pero, por la fuerza de Dios, son suficientemente pode-
rosas para derribar fortalezas” (2 Cor 10, 4).
La fuerza del Espíritu es tan grande que incluso hace vencer a Cristo
en su aparente máxima debilidad: la Cruz. Por eso los cristianos no
le tenemos miedo a nada. Ni siquiera a la muerte.
“Es cierto que Él fue crucificado en razón de su debili-
dad, pero vive por el poder de Dios. Así también, noso-
tros participamos de su debilidad, pero viviremos con Él
por la fuerza de Dios” (2 Cor 13, 4).
El hombre del yelmo dorado (1650). Rembrandt. “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo ... ilumine sus
Museo Gemäldegalerie de Berlin
corazones, para que ustedes puedan valorar la extraor-
dinaria grandeza del poder con que Él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia
de su fuerza. Este es el mismo poder que Dios manifestó en Cristo cuando lo resucitó
de entre los muertos y lo hizo sentar a su derecha en el cielo” (Ef 1, 19).
Es con esa fuerza que Pablo predica a Jesucristo y da testimonio –es mártir- de Él:
“me fatigo y lucho con la fuerza de Cristo que obra en mí poderosamente” (Col 1, 29).
Y, entonces, nos insiste a nosotros:
“Fortalézcanse en el Señor con la fuerza de su poder. Revístanse
con la armadura de Dios para que puedan resistir las asechan-
zas del mal. (...) tomen la armadura de Dios, para que puedan
resistir en el día malo y mantenerse firmes después de haber
superado todos los obstáculos” (Ef 6, 10).
Esa es la figura de Jesús, fortalecido por el Espíritu, que nos muestra JUAN.
¿Qué te parece esta pintura simbólica? ¿Sabes descubrir su significado? Pí-
dele a tus padres que te lo expliquen:
“En su mano derecha tenía siete estrellas; de su boca salía una
espada de doble filo, y su rostro era como el sol cuando brilla
con toda su fuerza” (Ap 1, 16).

MAGISTERIO DE LA IGLESIA
El CONCILIO DE FLORENCIA, en el año 1439 decía:
“El efecto de este sacramento es que en él se da el espíritu santo en orden a la fortaleza,
como les fue dado a los apóstoles el día de Pentecostés, para que el cristiano confiese
valientemente el nombre de Cristo. [...] y para que no se avergüence nunca de procla-
mar el nombre de Cristo y, señaladamente, su cruz [...]”(D[H] 1319).

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Dice el Catecismo del CONCILIO DE TRENTO, año 1566:
“[el] Bautismo está íntimamente unido con la confirmación. Mas no por eso se ha
de entender que se trata de un único y mismo sacramento. [...] Ello aparece claro
de la diversidad de gracias por ellos concedidas [...]:
La gracia del Bautismo es una gracia de ‘renacimiento’, de principio de Vida espiri-
tual; por la confirmación, en cambio, los recién nacidos se transforman en adultos,
dejada atrás su infancia espiritual. La misma distancia, pues, que existe en la vida
natural entre el nacer y el crecer, existe igualmente entre el bautismo –sacramento
de la ‘generación’ – y la confirmación –sacramento por cuya fuerza los que lo reci-
ben llegan a la perfecta robustez de ánimo.
Además, en la vida espiritual debe responder un nuevo y distinto sacramento a
cada nueva y diversa dificultad. Y así como fue necesaria la gracia del Bautismo
para informar al cristiano en la fe, se hace necesaria una nueva gracia para for-
tificarla, a fin de que no se aparte de dicha fe ni sucumba al deber de profesarla
abiertamente por miedo a las dificultades, a las persecuciones y aun a la misma
muerte” (P. II, C. 2, n. 5).
El CONCILIO VATICANO II, en 1964 dice:
“Los fieles, incorporados a la Iglesia por el Bautismo, quedan destinados por tal
carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, tienen
el deber de confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios por medio
de la Iglesia. Por el sacramento de la confirmación se vinculan más estrechamente
a la Iglesia, se enriquecen con una fuerza especial del Espíritu Santo y con ello
quedan obligados más estrictamente a difundir y defender la fe, como verdaderos
testigos de Cristo, por la palabra juntamente con las obras” (Lumen Gentium, n.
11).
En 1965:
[A los fieles] insertos por el Bautismo en el Cuerpo místico de Cristo, robustecidos
por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, es el mismo Señor el que los
destina al apostolado” (Apostolicam actuositatem, 3).

REZAMOS
Confirma, Señor, lo que has obrado en nosotros, y conserva en los corazones de tus
fieles los dones del Espíritu Santo, para que ellos no se avergüencen de dar testimo-
nio de Cristo crucificado y gloriosamente resucitado, y cumplan sus mandamientos
con sincero amor. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

(Oración final de la celebración de la Confirmación, antes de la bendición del Obispo,


del Ritual Romano de los Sacramentos)

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CONFIRMACIÓN

APRENDEMOS
Del catecismo de ASTETE, el que aconsejaba el General Belgrano (Tomo I Pág. 131), se usara en las
escuelas argentinas:
1. “¿Para qué es el sacramento de la Confirmación?
Para confirmarnos y fortalecernos la Fe que recibimos en el Bautismo”.

El Catecismo de RIPALDA, de la época del de Astete, decía así:


2. “¿Qué cosa es la Confirmación?
Un aumento espiritual del ser que nos dio el Bautismo”.

3. “¿De qué manera nos da ese aumento?


Dándonos Gracia y fuerzas con que confesemos la Fe cristiana”.

4. “¿Qué diferencia hay del bautizado al que, además de eso, se confirma?


La que va de un niño de pecho a un varón fuerte y robusto”.

Del Catecismo de la Iglesia Católica:


5. ¿Cuales son los efectos del sacramento de la Confirmación?
Los efectos son que:
-Aumenta la Gracia bautismal que nos hace hijos de Dios, -nos une más firmemente a Cristo,
-aumenta los dones del Espíritu Santo, -perfecciona nuestro vínculo con la Iglesia, -nos da una
fuerza especial del Espíritu Santo para difundir y defender la Fe mediante la palabra y las obras
como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no
sentir jamás vergüenza de la cruz, -imprime carácter (Cf. CCE 1303// Com 268).

6. ¿Quién puede recibir este sacramento?


Todo bautizado, aún no confirmado, puede y debe recibir el sacramento de la confirma-
ción (Cf. CCE 1306).
El candidato que ya ha alcanzado el uso de razón debe profesar la Fe, estar en Gracia de Dios,
tener la intención de recibir el sacramento y estar preparado para asumir su papel de discípulo
y de testigo de Cristo, en la Iglesia y en los asuntos temporales (Cf. CCE 1319// Com 269).

7. ¿Quién es el ministro de la Confirmación?


El Ministro ordinario es el Obispo. Si un cristiano está en peligro de muerte, cualquier presbí-
tero debe darle la Confirmación (Cf. CCE 1312-1314// Com 270).

8. ¿En qué consiste el rito de la Confirmación?


El rito esencial de la confirmación es la unción con el Santo Crisma en la frente del bautizado,
con la imposición de las manos del Ministro y las palabras “Recibe por esta señal el don del
Espíritu Santo” (Cf. CCE 1320// Com 267).

106
Lección 7
9. ¿Qué simboliza la unción?
La unción es signo de abundancia y de alegría, purifica y da agilidad, de curación y es signo,
también, de belleza, de santidad y fuerza (Cf. CCE 1293).
Los que son ungidos participan más plenamente de la misión de Jesucristo (Cf. CCE 1294).

10. ¿Qué significa ‘sello del Espíritu Santo’?


El sello del Espíritu Santo marca la pertenencia total a Cristo, la puesta a su servicio para siem-
pre e indica también la protección divina (Cf. CCE 1296).

11. ¿Qué es ser soldado de Cristo?


Ser soldado de Cristo es estar revestido con la armadura de Dios para resistir las asechanzas del
mal, para combatir contra nuestros egoísmos, vicios y pecados y a los enemigos que quieren
impedirnos ser buenos cristianos. Es estar junto a Jesús en lo más peligroso, lo más arduo, lo
más difícil. El soldado de Cristo es el que –con la fuerza del Espíritu- confiesa la Fe valientemen-
te mediante las palabras y las obras.

HACIENDO SE APRENDE
1. RELEE la lección y RESPONDE:
¿Qué quiere decir enfermo?
¿En qué sacramento recibimos por primera vez al Espíritu Santo, la Gracia santificante,
que nos hace hijos de Dios?
¿Qué significa confirmar?
¿Qué tenemos que poner al pie de una carta o de un cheque para que valga?
Nombra a algunos enemigos del cristiano.
¿Para qué cosas tenemos que tener ’fuerza’?
¿Basta predicar el cristianismo con palabras?
¿Qué significa ser mártir?

2. COLOREA y MEMORIZA

107
CONFIRMACIÓN

3. CRUCIGRAMA: 1 2

HORIZONTAL 3
3. La confirmación nos ayuda a ser como
‘...........’ de Cristo, aptos para combatir
contra nuestros egoísmos, vicios y peca-
dos y contra todos lo que, desde afuera,
4
quieren impedirnos ser buenos cristianos.
4. Ministro de la Confirmación. El que en 5
nombre de Dios, de Escribano, de dador a
6
tu condición de bautizado, de esa firmeza,
fuerza, energía, sello que todos necesita- 7 8
mos para actuar valerosamente como her-
9
manos de Jesús.
8. Revístanse con la ... de Dios para que 10

puedan resistir las asechanzas del mal.


9. Llamamos ... o Espíritu Santo al vivir
‘divino’, es decir ‘sobrenatural’, ‘sobrehu- 11

mano’.
10. En el sacramento de la Confirmación el
Espíritu Santo nos da especialísimas fuer-
zas y coraje para ser ..., para ser mártires.
11. La fuerza que nos da Dios en la Confir-
mación nos da ... para que sepamos dis-
cernir qué es lo que nos conviene en orden a la vida Eterna; y qué, lo que nos privaría de ella.

VERTICAL
1. La fuerza que nos da Dios en la Confirmación nos hace ..., para que podamos gozar, contemplando las
maravillas que obra en nosotros y en toda la creación.
2. Sacramento que nos da solidez, firmeza, y que completa al Bautismo.
5. La fuerza que nos da Dios en la Confirmación nos hace ... para enfrentar todo lo que nos aparta de
Él.
6. El santo ... es el aceite mezclado con perfume con el que es ungido el confirmando.
7. Sacramento por el cual recibimos la dignidad excelsa, de ‘hijo de Dios’, hermano de Jesucristo y reci-
bimos el Espíritu Santo.

4. SELECCIONA y COPIA los textos de la Palabra de Dios que más te sirvieron para
comprender la Gracia que recibimos en la Confirmación:
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108
Lección 7
De todo un poco...
OBISPADO CASTRENSE

Los capellanes militares siempre acompañaron a nues-


tro ejército. Capellanes tuvo el ejército del Norte, bajo
el mando de Belgrano; el ejército de los Andes; el que
tuvo que pelear la sangrienta guerra del Paraguay; los
que participaron de la conquista del desierto y en todas
nuestras contiendas.
Los capellanes militares o “castrenses”, están integrados
en el llamado Obispado Castrense.
Todas las naciones con población católica tienen su
Obispado Castrense. Castrense viene del latín “castra”:
campamento, cuartel.
Capellán militar asistiendo a nuestros soldados en la guerra de las Malvinas.

UN SANTO Y VALIENTE CAPELLÁN ARGENTINO EN LA GUERRA DEL PARAGUAY

LUCIO V. MANSILLA, en una de sus ‘Causeries’,


menciona a un capellán militar a quien admiraba,
el P. CROZES. Lo hace en ocasión del fusilamiento
de dos soldados, uno asesino y otro desertor y pa-
rricida, a quienes dicho sacerdote debió asistir an-
tes de su ejecución. “El momento terrible llegó. Un
santo varón, el abate Crozes, dice, con esa elocuen-
cia sencilla que hiere las fibras más refractarias a
toda sensación de piedad: «Ah! Ustedes no saben
lo que es asistir a la muerte aplicada tan fríamente.
Aquí no estamos en el campo de batalla, donde en
plena luz y en medio del ruido y de la exaltación ge-
neral, viene la muerte acompañada de la gloria. Allí,
el mismo capellán puede permanecer insensible a
la muerte, porque él también experimenta el ardor
de los sentimientos patrióticos, y porque él también
comparte los peligros y el desprecio por la muerte...
Pero aquí… todo es una carnicería»” [de MANSILLA,
LUCIO V., Entre nos. Causeries del jueves, Elefante
Blanco, (Buenos Aires 2000) 223]

Cándido López (1840-1902). Detalle del cuadro “ Batalla de Yatay,


17 de Agosto de 1856”. Médicos y capellanes asistiendo a heridos.

BENDICIÓN DE UN SOLDADO CRISTIANO O CABALLERO

El Obispo, revestido con sus ornamentos sagrados, antes que nada bendice la espada que, desenvaina-
da, le presenta el candidato, diciendo:
V. Nuestro auxilio está en el nombre del Señor.
R. Que hizo el cielo y la tierra.

109
CONFIRMACIÓN

V. Señor, escucha nuestra oración.


R. Y llegue a Ti nuestro clamor.
V. El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu.
Oremos:
Escucha, te pedimos, Señor, nuestras súplicas y con la diestra de tu majestad dígnate bendecir esta es-
pada que desea ceñirse este servidor tuyo, para que con ella sepa defender a la Iglesia, a las viudas, a los
huérfanos y a todos los servidores de Dios, y sea terror y valla a la crueldad de los paganos, los herejes y
los traidores. Por Cristo nuestro Señor. R. Amén
Oremos:
Bendice, Señor Santo, Padre Omnipotente, eterno Dios, por la invo-
cación de tu nombre y por la venida de tu Hijo Jesucristo Nuestro
Señor, y por don del Espíritu Santo Paráclito, esta espada, para que
este servidor tuyo, que hoy, por tu piedad, la ceñirá a su flanco, ven-
za a sus enemigos visibles, y acompañado en todas sus empresas
por la victoria, siempre permanezca ileso. Por Cristo Nuestro Señor.
R. Amén.
Luego, puesto de pie el que va a ser creado caballero, dice (Salmo 143):
Bendito el Señor, mi Roca, que adiestra mis manos para el combate,
mis dedos para la batalla.
Mi aliado y mi baluarte, mi alcázar y libertador.
Mi protector en quien yo espero: que me somete los pueblos.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
V. Salva, Señor, a tu siervo.
R. Dios mío, en Ti espero.
V. Sé, Señor, su torre de fortaleza
R. Frente al enemigo.
V. Señor, escucha mi oración. “El caballero misericordioso”. Edward Burne-Jones
R. Y llegue a Ti mi clamor. (1833-1898) Museo de Birmingham.
Cristo abraza a un caballero que ha preferido perdo-
V. El Señor esté con vosotros.
nar a su enemigo que matarlo. A veces se necesita más
R. Y con tu espíritu. fuerza para perdonar que para hacer justicia.
Oremos:
Señor Santo, Padre Omnipotente, eterno Dios que ordenas y dispones rectamente todas las cosas, y para coercer
la malicia de los perversos y custodiar la justicia, permitiste a los hombres, en Tu sabia bondad, el uso de la espada,
y quisiste instituir el orden militar para protección de tu pueblo, y mediante San Juan Bautista dijiste, a los soldados
que acudieron a él en el desierto, que se contentaran con su justo sueldo y sobre nadie ejercieran injusta violencia;
imploramos a tu clemencia, Señor, que así como al joven David le diste fuerza para superar a Goliat y a Judas
Macabeo hiciste triunfar sobre la ferocidad de paganos que no te invocaban; del mismo modo concedas a este
servidor tuyo, que desea imponerse el yugo de la milicia, las fuerzas de la piedad celeste y la audacia necesaria para
defender la fe y la justicia, y le concedas aumento de la fe, la esperanza y la caridad. Dale también santo temor de
Dios, y amor, humildad, perseverancia, obediencia y paciente constancia; inspírale rectas disposiciones, de modo
que jamás con esta u otra espada a nadie hiera injustamente y, con ella, defienda todo lo justo y recto. Y así como
es promovido hoy al honor de caballero, así, abandonando al hombre viejo y sus actos, se revista del hombre nuevo;
para que te sirva y dé culto rectamente, evite la compañía de los malos y extienda su caridad al prójimo, obedezca
en todo lo recto a sus superiores y siempre desempeñe su oficio justamente. Por Cristo Nuestro Señor. R. Amén
Asperja agua bendita sobre el hierro. Luego, colocándose la mitra, entrega al caballero la espada en la
mano derecha:
Recibe esta espada en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, para que la uses en tu defensa,
en la de la santa Iglesia de Dios, y para confusión de los enemigos de la Cruz de Cristo y de la fe cristiana;

110
Lección 7
y, en cuanto lo permita la fragilidad humana, jamás la uses para herir a nadie injustamente. Se digne
concedértelo quien con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina, Dios, por los siglos de los siglos.
El obispo coloca el sable en la vaina y se la ajusta al nuevo Caballero en el cinto diciendo:
Ciñe tu espada sobre tu cintura, valiente; y ten en cuenta que los santos no por la espada, sino por la fe,
conquistaron reinos.
El nuevo caballero se pone de pie, desenvaina su espada y la hace vibrar virilmente en el aire por tres
veces, luego la limpia en su brazo izquierdo y vuelve a introducirla en la vaina.
El obispo le da el ósculo de paz: Pax tecum. El caballero vuelve a arrodillarse, le da la espada desenvai-
nada al obispo y este por tres veces con ella le golpea los hombros diciéndole:
Seas soldado pacífico, fuerte, fiel y devoto a Dios.
Le devuelve la espada y, con la mano derecha, hace el gesto de levantarlo:
Despierta del sueño de la malicia y vigila en la fe en Cristo y en la fama digna de alabanza.
Se le imponen al nuevo caballero las espuelas, y el Obispo, en su sede y con la mitra, enuncia la antífona
del salmo:
“Eres el más bello de los hijos de los hombres,
Cíñete al flanco la espada, valiente”.
Puesto de pie y vuelto hacia el nuevo caballero, el obispo dice:
V. El Señor esté con vosotros.
R. Y con tu espíritu
Oremos:
Omnipotente y sempiterno Dios, infunde sobre este servidor tuyo, que desea portar esta aguda arma, la
gracia de tu bendición, y haz que, defendido por tu derecha poderosa, sea protegido contra todos sus
adversarios por las fuerzas celestiales, de modo que nadie pueda atemorizarlo en este siglo con las tem-
pestades de la guerra. R. Amén.
del Pontificale Romanum (Roma 1941).

LA VERDADERA FUERZA. LOS SANTOS MÁRTIRES RIOPLATENSES

«Asunción del Paraguay fue la primera gran ciudad


fundada por españoles en tierras de la cuenca del Río de
la Plata. Pronto dio grandes hombres, nacidos de matri-
monios de españoles y nativos. Entre ellos, se destacaron
dos, uno como héroe y gobernante, el otro, como santo
sacerdote y misionero. El primero se llamó Hernando
Arias de Saavedra, y sus contemporáneos lo llamaban
más sencillamente “HERNANDARIAS”. Hernando nació
en 1560 y murió en 1631, tras haber gobernado sabia-
mente y durante muchos años Asunción, “la ciudad de
los quinientos habitantes y de las mil turbaciones”, se-
gún se decía por entonces.
El segundo fue ROQUE GONZÁLEZ de la Santa Cruz,
quien nació en 1576, bajo el gobierno de Don Juan de
Garay, y murió martirizado en 1628.
En la propia Asunción y desde niño, entró en contac-
to con los aborígenes de la selva paraguaya, y les tomó
particular afecto. Dicen de él que era alto y delgado, de
complexión robusta y lindo semblante, de mirada simpá-
tica y comprensiva. Seguramente, muchas chicas asun-
ceñas morían de amor por él. Pero Roque decidió que
San Roque Gonzalez
sería sacerdote, en la orden que Ignacio de Loyola había

111
CONFIRMACIÓN

fundado en 1541, hacía poco tiempo.


Fue ordenado sacerdote en la ciudad de Asunción, todo un evento para los vecinos, buenos cristia-
nos, cuando gobernaba Don Hernando Arias de Saavedra. Por obra suya estaba de visita en la ciudad el
obispo de Córdoba del Tucumán, Fray Hernando Trejo y Sanabria (que era medio hermano de Hernan-
darias), que fue quien probablemente lo ordenó.
Ya sacerdote, remontó el río y se internó en la selva buscando indios, para salvarlos llevándoles la
Gracia de Dios. Y, en los inicios, no encontró oposición. A todos impresionaba su recogimiento al rezar
la Misa, su devoción a la Eucaristía, su mansedumbre y caridad para con todos, su dulzura unida a la
seriedad de su predicación y a la claridad de su doctrina.
De su permanencia entre indios se conservan muchos relatos, pues según una costumbre de la
Compañía, encontraba tiempo, robándolo al descanso, para escribir largas cartas a sus superiores. Por
ellas sabemos de los padecimientos que, sacerdotes e indios, sufrían a menudo: hambre y epidemias,
temperaturas agobiantes y mil molestias. Todo lo llevaba Roque con corazón humilde y agradecido a su
Señor, que le permitía servirlo entre sus queridos indios.
Fundó varias reducciones, muchas de las cuales aún hoy existen como ciudades: Ntra. Sra. de los
Reyes Magos de Yapeyú, Concepción, a orillas del Uruguay, su primera fundación; San Francisco Javier,
a la vera del mismo río, entre otras.
Enterado de que en la banda oriental de Uruguay había una inmensa población de indios que todavía
no habían sido evangelizados, decidió cruzar el río. El territorio actualmente pertenece al Brasil. Aquí
comienza su último viaje, que fue como el de Jesús, un caminar hacia su martirio, pues aquellos indios
estaban bajo las órdenes de un gran cacique que era hechicero y muy sanguinario, enemigo acérrimo de
Cristo y de sus sacerdotes. Al padre Roque se le unieron otros dos sacerdotes, Alonso Rodríguez y Juan
del Castillo, ambos jesuitas españoles, que se pusieron bajo sus órdenes.
Tantas fueron las dificultades y penurias que tuvieron que soportar, tan estrecha la vida y tan áspera,
que se ha escrito de ellos que “mal se dice que llegó a ser mártir, sino que dejó de serlo, muriendo”. Hubo
conversiones y bautismos, pero duraron poco, pues el hechicero Ñezú, a quien muchos indios tenían por
un semidiós, amenazándolos de continuo, terminó por inducirlos a matar a los sacerdotes, destruir las
precarias iglesias, quemar cuanto ornamento e imagen encontrasen a su paso y “borrarse” el bautismo
recibido.
El 15 de noviembre, cuando estaba levantando un campanario en compañía de muchos indígenas,
uno de los conjurados descargó un fiero golpe en la cabeza del padre Roque, matándolo en forma
instantánea. Luego la emprendieron con el padre Alonso, golpeándolo también con macanas y palos,
matándolo de a poco. Pasaron a vejar los cadáveres y destruir la capilla, haciendo con todo una inmensa
hoguera. Paralelamente, en otra reducción vecina, era bárbaramente asesinado el padre Juan, que murió
diciendo: “Dame fuerzas, Madre del cielo”.
Contaron muchos que fueron testigos que, acercándose a la mañana siguiente a ver lo que quedaba,
oyeron la voz del padre Roque que les hablaba: ”Aunque me matáis, no muero; porque voy al Cielo”.
Espantado, el cacique que había dirigido la partida, mandó le sacasen el corazón al cuerpo del padre
Roque, lo atravesaran con flechas y volvieran a quemarlo. Pero no se quemó.
Los restos de los santos mártires fueron rescatados poco tiempo después por otros sacerdotes que, a
pesar de todo, afrontaron los peligros para llevar el consuelo de la fe incluso a los mismos asesinos. Las
reliquias fueron enterradas bajo el presbiterio de la catedral de Concepción. El corazón incorrupto del
padre Roque fue enviado a Roma. Esta reliquia fue remitida en 1928 a Buenos Aires y durante años fue
venerada en el Colegio de El Salvador, de la Compañía de Jesús. En 1988, en ocasión de la canonización
de los mártires rioplatenses, fue repatriada y hoy es venerada en la capilla de los Mártires de Asunción,
en el Colegio de Cristo Rey, de la capital del Paraguay.
Como ocurre siempre, “la muerte de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. Pocos días más tar-
de, cuando nuevos misioneros llegaron al lugar de los hechos, encontraran muchos indios arrepentidos
y a otros convertidos ante el testimonio de los santos, pidiendo el bautismo y el perdón».
Del libro de SÁENZ, ALFREDO, Héroes y santos, Gladius, (Buenos Aires 1994), 327-355

112
Lección 7
A San Roque González de la Santa Cruz

Tu sabías, Señor, que sin campanas,


el alma se distrae y entristece,
que son iguales todas las mañanas.

Tú sabías, Señor, que reverdece


la alegría del indio y de su raza
cuando el metal tañido lo estremece.

Fue por ellos, Señor, que en la amenaza


y estando en el Caaró, alcé un badajo
el día de mi muerte y de mi brasa.

Fue por ellos que anduve, río abajo,


en la selva, en el monte, en la ribera,
unido en la oración y en el trabajo,

que no quise flamear otra bandera


sino la de la Fe y las obras claras
traída por la España Misionera.

Fue por ellos, al fin, hecha con varas,


la Cruz por los pantanos y zarzales,
la Misa celebrada entre tacuaras,

-pues tumbados los ídolos tribales,


la Virgen Conquistadora defendía
a sus hijos, de embrujos y de males-.

Por ellos no importaba la sequía,


ni el frío ni el peligro de emboscada,
ni el martirio que acaso presentía.

Y ahora muero, Señor; ya me anonada


la sangre que se marcha de mis venas,
esta carne por Ti crucificada.

Pero Tú quiebras todas las condenas,


la flecha y hasta el fuego enmarañado.
Y la grandeza de tu amor sin penas
me deja el corazón resucitado.

Antonio Caponnetto (1993)

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