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Alberto G. Ibáñez
Instituto de Ciencias de las Religiones
Universidad Complutense de Madrid
Abstract: The present discourse of theodicy about evil is obsolete and inefficient.
This article analyzes with an interdisciplinary approach twelve possible justifi-
cations of God’s goodness reaching the conclusion that only two of them are
still valid although paradoxical. Monotheism has to accept an ambivalent God
including evil in order to be considered more successful than other religious ap-
proaches. In fact, the idea of an «only good» God is connected to psychological
needs of believers but it is not a sine qua non requirement to God’s existence.
Keywords: Evil, Religion, interdisciplinary approach, Theodicy, ambivalence.
Mientras que los antiguos nunca ponían en cuestión a Dios o a los dio-
ses, limitándose a lidiar con el mal, la «teodicea» surge para defender la
existencia y bondad de Dios en categorías tomadas del discurso racional-
jurídico. Numerosos pensadores e intérpretes han jugado el papel nada
fácil de «abogado de Dios» con objeto de hacer compatible un Dios úni-
co con la siempre incómoda presencia del mal en el mundo (ver un re-
sumen de las posibles justificaciones racionales en Cabrera 2003: 39 ss.
y, según los textos religiosos, en Laato y Moor 2003: xii, xxx-liv). Sin
embargo, el sufrimiento injusto o excesivo resulta tan insalvable que va-
rios teólogos y filósofos han llegado a la conclusión de que no puede ser
resuelto en nuestro mundo porque desafía cualquier intento de explica-
Una de las razones que justificarían la actitud de Dios respecto al ser hu-
mano es la que propone la cábala judía y que también recogen pensado-
res modernos al considerar que la creación supone un retirarse divino
con objeto de dejar espacio para que el ser humano se desarrolle libre
y responsablemente; un Dios que se hace carencia de ser para que haya
ser (Weil 1998). El mal sería a este respecto la consecuencia de la dis-
tancia epistémica de Dios que resulta necesaria para que el ser humano
se desarrolle con autonomía y libertad (Romerales 1995: 149). Un Dios
también escondido u ocioso (deus otiosus) que se aleja de su creación
una vez creada enlazando así con la tesis filosófica de la «muerte de Dios»
(Eliade 1980: 143). Por tanto, el buen abogado alegaría que Dios debe
permanecer pasivo frente al mal en aras de permitir el libre albedrío del
ser humano.
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f) Dios tiene razones que la mente (humana) ignora: mal y misterio
El mundo es como es, no como nos gustaría que fuera, donde el mal se
requiere para que exista la acción y el bien mismo. El mal se converti-
ría en una necesidad ontológica para que pueda darse la ética, ya que
solo la existencia del «mal del otro» o de «lo otro» que sufre permite que
surja la compasión y el sacrificio del bien personal (Nemo 1995: 123).
Una teodicea sin culpables justifica, asimismo, el mal por cumplir una
función positiva mayor que los efectos perniciosos que produce, tanto
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por acción como por omisión: bajar los humos al vanidoso, antídoto a
nuestro orgullo excesivo, etc. Se ha hablado igualmente a este respecto
del equilibrio de contrarios, del yin y yang, donde solo en el contraste
entre ambos conceptos se valida la significación de cada uno.
Sin embargo, esta tesis no es necesariamente cierta respecto a la re-
lación entre el bien y el mal, pues una acción puede ser evaluada como
buena por sí misma y, aunque resultara necesario algún tipo de contraste,
esa comparación podría hacerse frente a categorías imaginarias de accio-
nes malvadas (no necesariamente existentes), o incluso con acciones neu-
trales o indiferentes desde el punto de vista de su valor como bien o mal
(Kekes 2005: 141). En este sentido, si bien en principio no habría luz sin
tinieblas, también puede la noche tener existencia autónoma, por ejem-
plo, en aquellas partes del universo que no resultan iluminadas por nin-
gún sol, y un mundo con grados diversos de placer llevaría igualmente
a la acción (Neiman 2002: 163). No resulta sencillo, por tanto, consi-
derar el binomio bien-mal como un par de opuestos más (como frío y
caliente, día y noche, alto y bajo, etc.), pues conforma una contraposición
especial y esencial de carácter valorativo, que se aplica potencialmente a
toda contraposición dada: es decir, lo frío y lo caliente pueden ser a su
vez bueno y/o malo según se tome.
Por último, la razón de la Ilustración que trata de acabar con Dios con-
sigue, paradójicamente, librarle de su responsabilidad por el mal, pues al
desembarazarse de cualquier poder potencialmente «demoníaco» que esté
por encima de lo racional, sitúa necesariamente al mal en el terreno prác-
tico como un defecto, una falla de la razón a la que todo se remite. Este
argumento continuará en la filosofía de la sospecha y se consolidará con
el materialismo histórico-científico del marxismo: el mal es una conse-
cuencia de la lucha de clases, desaparecida esta acabará necesariamente
aquel; el ser humano, como individuo capaz de actuar contra otro, se
difumina en la colectividad que en cuanto tal ya no puede actuar contra
nadie, pues no hay sujeto ajeno a ella.
No obstante, se ha señalado que «cuando se deja de creer en Dios, no
queda más remedio que creer en los hombres. Y entonces quizá se haga
el sorprendente descubrimiento de que era más fácil creer en el hom-
bre cuando se hacía un rodeo a través de Dios» (Safranski 2002: 246).
Frente al mal no solo Dios fracasa, también lo hace el ateísmo que pen-
saba que con cambiar Dios por Razón el problema se solucionaba y no
ha sido así (Borne 1967: 104). A pesar de revoluciones intelectuales,
políticas, económicas y últimamente científicas, el mal permanece o se
disfraza.
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Frente al dicho latino «Si deus est, unde malum?», surge la pregunta «Si
deus non est, unde bonum?». Si el enigma del mal cuestiona la creencia
en un Dios bondadoso y omnipotente, ¿cómo es posible que tantas per-
sonas sigan creyendo en ese Dios a pesar de los males del mundo? (Ro-
merales 1995: 11). Si la persistencia del mal pone en cuestión la bondad
de la existencia de Dios, la pervivencia del ser humano «a pesar del mal»
pone en cuestión que pueda hablarse de una humanidad sin Dios. Es de-
cir, «el mal prueba a Dios» (Nemo 1995: 128). ¿Cómo se justifica que el
ser humano siga existiendo sobre la faz de la tierra a pesar de choques,
fortuitos o no, de meteoritos y asteroides, terremotos, tsunamis, dilu-
vios, sequías, glaciaciones, guerras regionales y mundiales, pandemias,
virus, asesinatos en masa, bombas atómicas, accidentes? Parece como si
históricamente al final una mano invisible pusiera fin a las guerras, a las
epidemias, a los desastres naturales, o evitara los choques potenciales de
meteoritos, «antes de que pudiera poner en peligro la supervivencia
de la especie». De esta manera, como clamaba consternado el dios aca-
dio Enlil, la humanidad se ha convertido en una especie indestructible
(Burkert 2002: 32-33). Otra cosa es cuál sea el sentido de este baile de
acontecimientos que de nuevo se nos escapa y que pudiera tener de for-
ma ambivalente tanto una explicación bondadosa —la protección de la
raza humana contra su extinción— como no tan positiva —el manteni-
miento del ser humano dentro de un cuadro de sufrimiento, incluso a
pesar de su propio interés.
la tormenta del libro de Job hace callar a este y sus sufrimientos (injus-
tos) imponiendo su poder (Job 38-42). En los Salmos se presenta en va-
rias ocasiones a un Dios terrible (Sal 109, 8-13; 83, 14-16), que come-
te crímenes (Sal 35, 4-8), sordo y mudo ante el sufrimiento humano
(Sal 35, 22; 83, 2). Por último, el profeta Isaías proclama oficialmente un
Dios dual y ambivalente: «Yo soy Yahvé, no hay ningún otro; yo mode-
lo la luz y creo la tiniebla, yo hago la dicha y creo la desgracia, yo soy
Yahvé el que hago todo esto» (Is 45, 6 s.). Es este Dios probablemente
el que «da valor» al creyente y tal vez el Dios real por mucho que nos
pese. Todo ello se relaciona con el concepto de sagrado y de lo numi-
noso que ya analizara en profundidad R. Otto (1980), consciente de que
tocaba algo misterioso y probablemente la esencia de todas las cosas: lo
demoníaco y el pavor demoníaco formarían parte de lo numinoso, en su
categoría del tremendum, como su grado inferior de desarrollo o estadio
(caos) primigenio (Otto 1980: 3). De esta manera, como dos líneas pa-
ralelas se acaban juntando en el infinito, el bien y el mal, aunque aparez-
can de forma separada, tenderían a unirse en algún punto del ser-Dios.
En todo caso, el mal y la crueldad no aparecen en este mundo con
la llegada del ser humano, sino que lo preceden y acompañan como parte
consustancial, por de pronto, de la naturaleza y del mundo animal (aunque
se acuda al instinto o al hambre para justificarlo), donde el tigre devora
a su víctima inocente e indefensa y la serpiente venenosa convive con
el depredador carroñero, todo ello en nombre de un siempre incuestio-
nable «equilibrio natural». Por otra parte, si resulta difícil defender la
inocencia del Dios-creador, mucho más complicado es justificar al Dios-
mantenedor, es decir el Dios que una vez creado el mundo y comproba-
dos sus efectos perniciosos y crueles, decide mantenerlo y no acabar con
su construcción en ese mismo instante. O parafraseando las preguntas
habituales de la metafísica: ¿Por qué Dios crea y mantiene este mundo
en lugar de volver a la nada preexistente?, ¿por qué es mejor que exista
este mundo y este ser humano a que no exista nada en absoluto? y ¿por
qué hoy como ayer Dios sigue en silencio ante las catástrofes y el mal en
general? (Pannikar 1999: 42-43, 275-286).
En última instancia, declarar la inocencia de Dios, ¿para qué? La her-
cúlea tarea llevaría, a fin de cuentas, a asegurar que Dios no puede conocer
ese mal tan detestado. Si Dios no es origen del mal, es decir, si este existe
al margen de aquel, Dios sería un ser limitado y en parte «ignorante» en
relación con esa parte de la realidad. Flaco favor parecen hacerle, pues, a
Dios aquellos que quieren «liberarlo» de una parte de la creación. En de-
finitiva, el enorme esfuerzo intelectual se ha convertido en trabajo inútil.
Toda esta polémica se resolvería de aceptar que tanto Dios (cf. Isaías),
el ser humano como la realidad que nos rodea son ambivalentes («una
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BIBLIOGRAFÍA