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El paralítico de Betesda parece haberse resignado a su fatal destino de tener que

vivir con su incapacidad. Jesús lo saca de su letargo preguntándole si de veras


quiere sanar.

Jesús no se dirige a ninguno de los otros enfermos. Sólo la actitud derrotista y


desmoralizada del paralítico a quien le habla le ocupa. Jesús le dijo: Levantate,
toma tu lecho y anda.
Dado el simbolismo de la escena, el personaje del paralítico sirve de
interpelación moral para toda persona que lee el evangelio.

No se trata de un relato que ilustre simplemente el poder curativo de Jesús


sobre nuestras enfermedades y dolencias físicas. En cierto modo hermanos,
todos padecemos de una cierta parálisis, cuando no vemos cómo podrían ir
mejor las cosas para nosotros.

A veces los problemas, las adversidades y las enfermedades nos


derrumban, nos desmoralizan al punto que ya no nos levantamos de nuevo.
No es cuestión de minimizar el dolor o el sufrimiento físico de tantas
personas enfermas – como las que yacían al borde del estanque de Betesda.

Claro está que Dios tiene compasión por toda persona enferma que sufre en
su cuerpo. Ello es parte de la condición humana, biológicamente frágil, y
expuesta al dolor en carne y hueso. Sin embargo, el evangelio dirige nuestra
atención en este episodio hacia lo que sí podemos hacer dentro de nuestra
condición.

En el caso del paralítico, él puede escuchar la voz de Jesús y el llamado a


salir de su letargo.

La primera vez que Jesús le habla, el paralítico no llega a escuchar en su


interior. Responde con una explicación que lo exonera de todo esfuerzo. Ya
van treinta y ochos años en que se mantiene en la misma posición y se
repite a sí mismo que nada puede hacer. La verdadera sanación tiene lugar
cuando el paralítico oye la voz de Jesús decirle “Levántate, toma tu lecho y
anda” (v. 8).

El hombre deja la voz de Jesús entrar y resonar y abrir posibilidades que él


ya no veía. De cierta manera, Jesús lo sana también de su sordera y de su
ceguera. Ya no espera la agitación del agua del estanque. Ya no mira con
envidia a los otros enfermos que pueden bajar rápido cuando esto sucede.
Ya no hace reproches a los demás por no ayudarle. En un instante, su vida
bloqueada ha sido liberada del peso con que él mismo se había hundido en
la conmiseración y el rencor. Un paso a la vez, no sólo camina, sino que
también lleva su camilla por donde va. Empieza una nueva vida al oír a Jesús
y responder a su llamado.

Hermanos la misericordia de Dios te levanta de toda, enfermedad y toda


condición que estas pasando.
(Mateo 8:1-3)

El evangelio dice la verdad: para levantarse, caminar y vivir primero hay que escuchar:
“Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la
oigan vivirán” (Juan 5:25).

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