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CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 1
EN EL INTERVALO
Odio este lugar, ¡realmente lo odio! Quién sabe la pena que estoy
pagando, en este intervalo me frustro con facilidad y al pasar los años me
irrito con cualquier ruido. Los tiempos han cambiado. Antes eran caballos la
forma en que los humanos se transportaban, ahora hay autos y ¡me
desquician! En esta casa han vivido dos familias después de la de ella
supongo… si es que no mintió en eso también. Gracias a ellos aprendí, me
hago una idea de cómo ha evolucionado el mundo, puedo escucharlos, si
quiero puedo tocarlos, hacer que me vean mientras habitan la casa, o hasta
que me irriten o me hagan enojar a tal punto que termino maldiciendo el día
que tomé la decisión de pertenecerle. No pensé en eso entonces, creí que ir en
su búsqueda era la mejor decisión. Sin pensarlo tomé el primer barco, salí
cómo un estúpido idiota a buscarla. Viajé al nuevo mundo. Por culpa de esos
ojos quedé atascado entre la vida y la muerte.
He conocido a muchos espíritus los cuales me enseñaron infinitos trucos,
además me ayudaron a comprender que en determinados días del año puedo
salir de la casa y caminar los alrededores, hay varios como yo, no se
imaginan cuántas ánimas en pena se quedan en trance mientras logran salir
del intervalo. Comprendí que cada alma tiene un fin determinado y si no lo
cumples, lo pagas en este estado. Es preferible culminarlo, aunque a veces no
sepas para qué existes o por que se trunca en alguna parte del camino. ¿Por
qué debes esperar un castigo así? Hay un cielo y un infierno y en vida tú
elaboras el lugar donde tu alma reposará después de tu existencia terrenal.
No sé qué ocurrió en mi caso, mi única conclusión es definir lo que quieres
y así garantizar el futuro de tu alma, ya sea para consumirte en el infierno por
tus actos egoístas y malignos o renovarte y regocijarte en el cielo por tus
buenas actitudes, tu amor al prójimo a través del amor que ofreciste… otra vez
estoy filosofando, lo que he pensado ¿en qué plano me deja? No fui una pera
acaramelada en mis años de humano, pero tampoco fui un desalmado. O tal
vez construía mi camino al infierno y al enamorarme giré mi balanza, por eso
llegué aquí. Aun así, no hay nada más frustrante y deprimente que pertenecer
aquí, vagando en el intermedio, buenos, malos, almas blancas y almas negras.
Nos respetamos nuestras viviendas, pero hay algunos tan malvados que
han logrado convertirse en una verdadera pesadilla. Varios me conocen,
saben que soy un solitario andante, mi madre si me viera se asombraría por el
ser ermitaño en que me convertí. Hace un tiempo alguien intentó tomar la
casa y no se lo permití. Porque en ese tiempo habitaban personas buenas, uno
de ellos fue mi amigo. Recuerdo haber ganado esa disputa y con ello el
reconocimiento de algunos de mi especie, por así decirlo. Ya no soy humano
y tampoco he desaparecido del mundo, me mantengo atascado en un plano
astral. Con el paso de los años mi espíritu ha tomado fuerza, he logrado
canalizar mi ira, pocos logran este nivel, hacerse notar entre el mundo de los
vivos.
He visto algunos de mi especie alcanzar a cumplir su pena, o manta, o
recogen sus pasos, o como le quieran decir algunos —culmina su penitencia y
pasan al otro lado, yo no lo he logrado. Aún sigo en este asqueroso lugar…
antes la amaba, ahora con el paso de los años su recuerdo me tortura hasta el
punto de odiarla. Si ella no se hubiese aparecido en mi vida, tal vez habría
muerto en mis tierras, mi vida habría sido diferente. Ella llegó a cambiarlo
todo, odio los periodos en los que sólo la recuerdo a ella y la vida que tuve a
su lado. Últimamente la recuerdo más de lo que me he permitido, ese maldito
sentimiento sigue quemándome como si aún lo estuviera viviendo. Tal vez la
rabia es la que mantiene mi alma sin descansar y por ello sigo habitando este
lugar vacío, reteniéndome en una soledad absoluta, en este espacio de tiempo
infinito. No he podido perdonarla, yo no sé qué estaré esperando para
descansar en paz y poder pasar ya sea a un lado o al otro. Hay días en que la
odio con todas mis fuerzas y sólo deseo su sufrimiento y al instante de decirlo
o gritar lo que pienso, me arrodillo pidiendo perdón por que aún la amo, la
recuerdo, la venero, no lloro porque no tengo forma de hacerlo, soy un
extraño ente transparente con recuerdos. Lo extraño es que son recuerdos tan
vivos y emotivos los cuales me hacen dudar que hayan pasado tantos años
desde su desaparición.
Escuché el cerrar de las puertas de un auto, tan duro que me causó rabia.
Me asomé por la ventana —no puedo salir de la casa, solo tengo un minuto
para hacerlo a la media noche solo ese corto tiempo es el que tengo todos los
días, ese es el momento en que los espíritus pueden pasar de un estado al
otro, es la hora en que el mal logra entrar en el bien y viceversa, es un
instante nada más. Cada tres meses se nos permite deambular por varios días
la ciudad. Si es lo que se quiere. No sé quién es el que coloca las reglas en
este mundo, tal vez Dios, yo pocas veces hago uso de ellas, pocas veces
salgo. Aquí adentro o afuera para mí es lo mismo—. Eran dos mujeres
jóvenes con una niña de unos cinco años. Una era morena, esbelta de cabellos
rizados. Parecía estar molesta y manoteaba despotricando de la casa —
¿quiénes se creen para entrar en mis terrenos? —. La niña también era
morena, aunque su tez un poco más clara, el cabello era igual al de la mujer
enojada que gritaba al frente de la reja. Esa pequeña miró a la ventana —me
alejé—. Esa niña no pudo haberme visto, ¡no seas idiota! —me dije—. Volví
a asomarme. La otra mujer era igual de esbelta, tenía su cabello recogido, con
una gorra, sus gafas eran tan grandes que le tapaba casi todo el rostro. A
veces las mujeres no saben lo feo que se les ven ciertos accesorios, aun así, se
los colocan porque están de moda —eso no ha cambiado en ninguno de los
tiempos—. ¿Qué hacen esas mujeres aquí? —dejé de pensar y me concentré
en escucharlas. Ese era un excelente don, adquirido con el paso de los años.
—¡Qué horripilante casa! —era la voz de la mujer morena, cabellos
ensortijado.
—Es una herencia, solamente se ve descuidada, con algunos arreglos
quedará hermosa —esa voz me era familiar.
—Con muchos arreglos querrás decir —suspiró—. Se te irá el resto de la
herencia en arreglar esta vieja casa, más bien derríbala y construye una
nueva.
—¡No seas mezquina! —dijo la mujer de piel clara. Mientras tanto la
chiquilla no dejaba de observar en dirección a la ventana, la miré y ella
encontró mis ojos. La mujer de gafas sonrió por algo que no escuché y esa
risa…
Me hizo temblar. Cambié de ventana porque se habían movido de mi
vista, aun con todos los ventanales que tenía la casa, sólo esta ventana me
daba el ángulo apropiado para observarlas, me asomé, y la dueña de la risa
era una muchacha que tenía una gorra y estaba de espaldas. No seas
ridículo. ¡Idiota! Me regañé a mí mismo. Dentro de poco tendrás dos siglos
en este estado, ella está muerta hace mucho, por lo menos 140 años si tuvo
una vida larga, esa es otra mujer. Sentí mi ira y escuché la voz de la niña.
—Mamá la cortina de la casa se movió —me quedé quieto, por causa de la
ira había hecho que se moviera.
—Es el viento, pequeña —yo me había alejado de la ventana una vez más
—. Ya es hora de irnos, sólo quería verla —dijo la joven de las gafas feas.
—¿Verla fue el motivo de viajar por tanto tiempo?, ¿no piensas entrar por
lo menos?
—No te quejes, te saqué a pasear. Me dieron ganas de ver la herencia que
acabé de recibir, además sabes que las llaves no me las entregaron a mí, sino a
Brenda. Me gusta la casa, siento algo familiar.
—A veces eres muy rara y desde hace unos años estás peor.
Hace mucho no escuchaba la risa de alguien, esa melodía fue la llave
maestra para mis recuerdos… y me quedé, inmortalizando una vez más los
recuerdos que hace mucho he tratado de olvidar… debía olvidar, a pesar de
que estos últimos días por fracciones de tiempo vienen a mi memoria, los
reprimo. Frustro el deseo de perderme en el mar de mis nostalgias, no puedo
martirizarme, ni torturarme con las imágenes de un pasado que amarga mi
alma. Pero esa risa es igual…
—La casa es muy grande, podemos vivir aquí ¿cierto? —era la voz
chillona de la niña.
—También será tu casa, debemos arreglarla primero. Hablaré para ver qué
se puede hacer, ya sabes que me la entregaron con muchas condiciones, las
cuales sólo conoce Brenda.
—¿Te vas a radicar en esta ciudad?
—Tal vez.
—No me gusta San Francisco —comentó la morena—. Sabes que no
tengo buenos recuerdos aquí, lo único bueno es mi hija.
—De aquí resulté ser yo. No ofendas a mis antepasados.
Volvieron a reír, escuché como abrían la reja para ver lo que en un pasado
fue un jardín. Me asomé de nuevo, esa niña no apartaba la mirada de la
ventana por la cual yo asomé mi cara.
—Cariño sube —llamó la madre. La ropa de la pequeña parecía el
empaque de esos caramelos de hace unas décadas atrás, tenía varios colores.
—Ya voy mamá.
—Puede verme —imposible, ella es humana.
—¿Qué miras? —le preguntó la mujer blanca y se bajó las gafas para
tratar de ver algo, me alejé asustado. ¿Por qué estoy asustado?
—Nada —se alejaron de la reja, la pequeña siguió mirándome y… ¿se
despide con la mano?
—Sube al auto, hija. Debemos regresar a los Ángeles, no quiero perder el
avión —habló la señora morena.
—¿Te gustó la casa? —esa voz me era conocida, el recuerdo está vivo en
mi mente no podía torturarme con eso… no era ella.
—¡Es rara! Si la arreglas tal vez no asuste tanto —contestó la chiquilla.
—Te lo dije. Para qué le lees esos cuentos, haces que ella todo lo mire de
esa forma —le recriminaba la mujer de cabellos rizados.
Se fueron. La niña me sintió, me miró a los ojos. La última vez que
alguien me observó de esa forma, fue hace tiempo, me había encariñado... En
este mundo hay espíritus malos y si el humano no tiene la fuerza necesaria
pueden ser poseídos, esa vez cometí el error de descuidarme. El mal entró en
esta casa y se apoderó de él, por más que luché contra el espíritu, no logré
sacarlo del cuerpo de mi amigo, no fue suficiente, jamás se recuperó, terminó
sus días enloquecido y reclutado en un sanatorio. Cuando podía salir durante
un tiempo yo lo visité, él podía verme, me sonreía, desde que murió me juré
jamás volver a presentármele a nadie. Ella parece que tiene el don de ver a los
espíritus, me vio sin necesidad de que lo permitiera, su poder debe ser
incalculable. Ojalá no se presenten nunca más. No las quería volver a ver, no
tienen relación con ella… ¿o sí?…
CAPÍTULO 2
RECUERDOS
Había pasado una semana desde la llegada de Laura Mclaend, y con ello la
amargura de mi existencia por su presencia —la causa de mi enojo constante
era porque no estaba conmigo—. Pasaba los días en la cabaña muriendo de
celos y ahora sí sabía lo que era ese sentimiento. Es la sensación más
enfermiza causada por la inseguridad absoluta, carcome las entrañas
perforándote los órganos hasta que la acidez corrosiva que expulsa se
concentra en el inicio de la garganta causando una explosión de lava disfrazada
de palabras hirientes en contra de la persona que te causa esa reacción sin
poder controlarlo. Y ahora no solo la pretende Guillermo sino también un par
de amigos más.
Acompaña a Natali a las reuniones sociales, mientras que yo me quedo
iracundo conmigo mismo porque no me atrevo a invitarla, esa fluidez verbal,
característica de mi ser con ella queda ausente, desaparece ante su mirada
ambigua que me desconcierta. No he salido de casa desde que ella recorre los
pasillos, los jardines, impregnándolos con su musical sonrisa, en cada rincón
tengo su retrato impreso en mi memoria que acentúa aún más el estado
deplorable de ánimo en el que me encuentro. Es un imán para mí, paso las
tardes en el rancho martirizándome con el recuerdo de sus magnéticos ojos y
al regresar me limito a cenar y me encierro en mi recámara. Mañana es
domingo, asistiremos a la misa, luego quieren que la lleve a conocer algunos
lugares de Londres. Así lo iba hacer.
Sé que le atraigo, no le soy indiferente, pero… si es así, por que acepta
invitaciones de otros hombres, era una reacción contradictoria. Había salido
en compañía de mi hermana, y en esas salidas había conocido dos
admiradores más para atormentarme, eran dos amigos y habían quedado
deslumbrados por esos ojos, y quién no. Al pasar por la sala de estar, escuché
la conversación que Natali entablaba con mi madre sobre Laura.
—Te has hecho muy amiga de tu prima —le comentó. Insisto, debe tener
dotes de bruja, no se le escapa nada.
—Sí, es muy divertida, también observadora, sólo que… dice cosas
extrañas.
—De los amigos que le has presentado ¿le interesa alguno? —esa
pregunta si me interesa, ¡gracias!
—No me ha dicho nada, no le agrada ninguno. Tal vez acepta porque le
insisto en que me acompañe. Pero sí me pregunta por Franco —dijo Natali.
—¿Por Franco? —mi corazón palpitó emocionado, es lo mejor que
escuchaba.
—Si… la pobre no sabe lo picaflor que es mi hermano.
—No quiero que le haga daño a esa niña —abrí mi boca, ¿la señora Isabel
me degrada? —. No me mires así Natali, lo conozco y todo quiere menos
tener algo serio.
—Me comentó que la había hecho sentir como a una vagabunda.
—¡Te das cuenta!, Franco no quiere a nadie. Ese jovencito no sé qué
piensa, cree que la vida es un juego. ¡Me va a escuchar! —comentó ofuscada.
Solo pude escuchar hasta ese punto, la mente se me congeló en la frase
que dijo mi hermana. Había ofendido a Laura. Salí a buscar el caballo, ella
jugaba en el jardín con Lucía y Julieta. Tenía puesto un lindo vestido color
verde manzana, por un instante nuestras miradas se cruzaron, la suya fue tan
ingenua, igual a la de mis hermanas, me sonrió y me decidí a contestarle de la
misma forma, Julieta se le tiró encima haciéndola caer al césped, me deleité
con las notas altas y bajas de su risa. Ese hermoso sonido que se escuchaba
desde que apareció en nuestras vidas. Me dirigí a las caballerizas, me subí al
caballo, escuché el llamado desde el balcón del lado oeste del jardín.
—¿Franco a dónde vas? —¿qué?, mamá desde hace tiempo no me hace
ese tipo de preguntas. Laura me observaba, lo sentía.
—A dar un paseo por los alrededores —me encogí de hombros.
—No te demores, necesito hablar contigo.
—Está bien —al darme la vuelta ella me daba la espalda, sonreí para mis
adentros, pensé que estaría atenta de mi respuesta, que tonto eres.
¡Quiero importarle!, todo el día me hago la misma pregunta, ¿Por qué
deseo tanto tenerla? Es la primera vez que me enfrentaba a mis sentimientos,
estoy obsesionado con sus ojos, desde que la vi he querido pretenderla, pero
¡se me adelantaron! Además, la ofendí. Tiene una forma de mirar, de
comportarse, es tan segura en su forma de ser, que no es propio de una mujer
de su edad. A veces parece… no lo sé… es muy diferente, no sé cómo actuar
—sonreí—. Comprendí, es una mujer diferente, porque no es lo que estoy a
acostumbrado a tratar, pero no es libertina.
—Ahí tienes la respuesta, idiota —me respondí a mí mismo sentado en la
única silla de la cabaña. Por supuesto que la ofendí, es una mujer de carácter
fuerte, sí que eres tonto, Franco.
Debía disculparme, ahora ¿cómo hago para hablarle?, al principio sólo
tenía un pretendiente, ahora tiene tres ¿qué voy hacer? ¿Espantárselos? y ¿si
alguno de ellos le agrade? Recordé el comentario de mi hermana, le hacía
preguntas sobre mí —¡eso es! —. Hablaré con Natali, debía sacarle
información referente a los sentimientos de Laura. Soy abogado puedo
obtener lo que quiero, fui el primero en mi clase, no me será difícil indagar
sobre ella. Ya había oscurecido. Una señora debe estar enojada. Salí de la
cabaña con una lámpara encendida, la noche había llegado muy pronto. Al
entrar a casa me esperaban para cenar, a mí se me daño la noche. Guillermo
nos visitaba, lo que significa que esa relación avanzaba en mis narices. Lo
habían invitado a cenar y lo sentaron a su lado. Se me revolvió el estómago
por completo de pura rabia, me tomé más de dos copas de agua, sé que a la
señora Isabel no se le escapó ese detalle, no me atreví a mirarla. Ella por el
contrario sonreía tranquila. Fue Guillermo quien habló una vez terminada la
cena.
—Sr. Benjamín vine a solicitar permiso para invitar a su sobrina al teatro,
hoy es el estreno de una nueva obra, quería que me acompañara —me hirvió
la sangre, pasé la ira con una copa de vino, la miré a ella y me tranquilizó su
expresión, tenía las cejas unidas y sus ojos… ¿estaban iracundos? Al menos
podía entender sus ojos, comprendí que también se enojó por algo y no me
percaté de lo que había hecho enojar.
—No hay problema, ¿tú qué dices querida? —habló mi padre.
—Yo tampoco tengo inconveniente —sonrió, la señora de la casa.
—No se diga más —dejó la servilleta de lino en la mesa—. Se nos hace
tarde Laura — ¿Este idiota se la va a llevar?
—Disculpen —intervino Laura—. Creo que hay un pequeño problema de
culturas —los presentes la miramos, Julieta había enrollado la servilleta y
sonaba los zapatos contra la madera, era un golpe seco que me fue irritando
poco a poco, tuve que cerrar las manos en un puño. Ella se levantó de la mesa
—. No quiero ofender a nadie. Pero Guillermo debiste preguntarme primero a
mí para asistir a cualquier parte, no a mis tíos —lo miró—. Yo no estoy
interesada en salir contigo a ninguna parte.
—¿Disculpa? —le preguntó Guillermo, mi corazón saltó de alegría por ese
rechazo, como por arte de magia el dolor y la acidez formada en la parte
superior del estómago se había diluido.
—Como escuchaste. No quiero estar a solas contigo, no quiero que
intentes besarme de nuevo. No me agradas, llegué aquí a ser la dama de
honor del matrimonio de mi prima no a buscar marido. De lo contrario
hubiera aceptado a cualquiera en América.
—Hija discúlpanos —se disculparon mis padres.
—Ya te había pedido disculpas al respecto —dijo Guillermo avergonzado.
—Sí, y hoy te equivocaste de nuevo, si no te pongo freno delante de ellos,
tal vez para mañana estaré comprometida con alguien que no me inspira el
más mínimo pensamiento —vaya carácter el que tiene la señorita. Mi alma
brincaba de felicidad, lo mandó a cuidar ovejas.
—Discúlpame —dijo, deseé no estar en los zapatos de Guillermo.
—Al parecer mi forma de hablar, actuar y mirar ofende a las personas,
vengo de otro país, tenemos vidas diferentes —sus ojos perforaron los míos
—. Lo mejor es que si digo alguna palabra inadecuada, extraña o nada
común, no me juzguen por lo que no soy —esas palabras eran para mí, desvié
la mirada y me encontré con la de mi madre, penetrantes igual a la de Laura,
giré al otro lado y también lo hacían mis dos hermanas que al igual que mamá
taladraban con la vista mi existencia, arqueé una de mis cejas, terminé
mirando a Guillermo que no sabía dónde meterse a causa de la situación, me
solidaricé con él. Era la misma situación para mí—. No fue mi intención
dañarles la cena, les ofrezco disculpas. Pero quiero que sepan tíos que sólo
saldré con Natali o en compañía de algún miembro de la familia, ¡jamás con
un hombre a solas! —hizo una pausa, nuestras miradas se convirtieron en una
—. En mi mundo cuando una dama sale a solas con un caballero es porque
aceptó pasar a un segundo nivel en la relación —se encogió de hombros—.
No estoy interesada en ninguno hasta el día de hoy, espero que respeten esa
decisión. Con permiso—. Se inclinó y se retiró. Yo me saqué sangre en la
boca de lo fuerte que apretaba mi mandíbula para contener la risa. La mitad
del comentario era para mí, pero, aun así, me reconfortó de felicidad,
rechazaba a Guillermo y me decía que era igual para el resto de sus
pretendientes. No me importó que me restregara en la cara la ofensa recibida
de mi parte el día de su llegada.
—Discúlpanos cariño —dijo papá, sólo que Laura no lo escuchó. Mis
hermanas salieron tras ella.
—Yo también voy — Julieta se bajó a toda prisa de la silla y salió
corriendo detrás de ellas, sin que Laura las llamara la siguieron, hasta el
diablillo tenía sentimientos.
—¿Qué te causa tanta risa? —mi padre me observaba mientras Guillermo
se tomaba lo que le quedaba de agua.
—Lleva una semana y tiene de su lado a todas mis hermanas —el arrugó
la frente, mi madre me observaba, era incómoda y penetrante la forma en
cómo me miraba—. Tiene al diablillo de su lado.
—¡No llames así a Julieta! —me recriminó mamá.
—Les pido un permiso —se me había olvidado la presencia de Guillermo
que seguía sentado—. Tiene mucho carácter.
—No te imaginas cuanto —habló el señor Lecontte, realizando un gesto
de asombro—. Es una Mclaend, debes acostumbrarte al peculiar don que
tienen y la forma tan decente pero firme con la que expresan sus sentimientos
—mis padres se miraron y mamá contenía las ganas de reírse, algo le hizo
gracia—. Se nota que son familia, hasta hoy tenía mis reservas —se rieron.
—Debo irme. Lamento lo sucedido.
—Yo te acompaño amigo —me ofrecí, mi intención era sacarle
información.
Acompañé a Guillermo hasta su carruaje, la verdad es que tenía ganas de
saber cómo lo había rechazado Laura la primera vez.
—Acabo de recibir la peor ofensa de mi vida —dijo, en su cara se notaba
lo apenado, a él este rechazo no se le olvidará por un buen tiempo.
—Mi prima tiene carácter —le contesté—. ¿Cómo intentaste besarla sin su
consentimiento?
—¡Ella es muy rara!, lo que dice, su forma de actuar a veces… es
diferente.
—Define diferente —aprendí la lección. Él se quedó mirándome.
—Charlábamos en el balcón del restaurante, el nuevo, la inauguración fue
el martes pasado, hablábamos sobre los diferentes besos. Laura me preguntó
que significaba el beso, me miró y yo creí que me pedía un beso, cuando me
le acerqué me dio una bofetada, por poco me voltea el rostro —no pude
contener la risa—. ¡No te rías Franco!, ¿tú que habrías dicho?
—Le habría dado la definición de beso, tarado —me observó mientras me
reía en su cara.
—Habla de ciertos temas que no son correctos para una señorita de su
edad.
—Tienes razón, el que sea una mujer diferente no significa que sea
liberada.
—Ya me doy cuenta. Viajaré a América, debo abrir mi mente —ambos
reímos más tranquilos—. Buena noche Franco, sólo regresaré para la boda de
tu hermana, estoy demasiado avergonzado con la familia Lecontte por lo
sucedido.
—Como quieras Guillermo —le di un abrazo y esperé afuera hasta que el
carruaje desapareció, di pequeños brincos de felicidad, ahora tenía el camino
libre con Laura.
***
Pasaron varios días y nuestra relación se basaba en miradas. Podía jurar que
ella también me observaba sólo que no logré descubrirla. En cambio, me
descubría cada vez que yo lo hacía, haciéndome avergonzar en más de una
ocasión, la última fue ayer, la encontré en la biblioteca, abrió la boca
deslumbrada por la cantidad de libros, los estantes van hasta el techo y
debíamos tomar la escalera para alcanzarlos.
—¿Tengo algo malo en la cara? —su pregunta me dejó mudo.
—¿Perdón? —le respondí mientras colocaba el libro que me acababa de
leer.
—Que si tengo algo raro en la cara —me ratificó lo que había preguntado.
—No… lo digo… —no pude seguir hablando se me trabó la lengua, como
un perfecto idiota.
—Disculpas aceptadas —me miró con esos expresivos ojos color miel y
con una hermosa sonrisa en esos labios, que en estos días he deseado besar
hasta cansarme—. ¡No muerdo! —creo que la cara se me encendió, era
admirable la forma en que me hacía ruborizar—. ¿Dije algo malo? —se vio
tan bella con esa ingenua mueca en su rostro.
—No —le contesté sonriendo—. Es solo que tienes la capacidad de
hacerme avergonzar y a ti no te he visto cambiar de color, ni siquiera cuando
te enojas. Te llevas un crédito de mi parte.
—¿A qué te refieres? —preguntó.
—A que nadie me había hecho sonrojar…
—¿Eso es bueno o malo en este tiempo? —arrugué mi frente, diferenciaba
como si en América fuera otro tiempo.
—Laura, en América también es el mismo día, tal vez hay diferencia en
horas mas no de días —meditó, se mordió el labio ¡Dios! me entraron más
ganas de besarla.
— Tienes razón, discúlpame, a veces no me siento en el tiempo correcto.
Pensé que tardaríamos más para llegar al lugar donde realizábamos los
días de campo. El tiempo se me fue volando con Laura. Era la primera vez
que hablábamos a solas, han pasado dos semanas con mis hermanas, es muy
cómica en su forma de expresarse, es diferente, preguntó de todo. Ella se
acomodó de lado en el caballo y me miró, la entendí perfectamente, me bajé,
le ayudé a bajar, volví a tomarla por la cintura, pero quedamos tan cerca, mi
corazón se aceleró más de lo debido, se apartó. Cuando notó que ya había
algo de distancia se detuvo y me esperó. Le sonreí, ella extendió su mano.
Llegamos donde se ubicó mi familia con nuestras manos entrelazadas. Me
dio la impresión de que para ella la situación era normal, mientras que yo no
sabía que significaba, sus ojos me decían mil cosas, pero sus actitudes me
frenaban, decidí ir a su ritmo. Me obligó sin haberlo pedido a estar cerca,
¿cómo lo lograba?, no tenía la menor idea, parecía un perro faldero y no me
importaba. Eso era lo peor. Mi familia se dio cuenta, mis hermanas mostraron
su aprobación ante lo que parecía que estaba empezando entre Laura y yo, no
me atreví a tocarla aparte de su mano, aunque a veces sentí que ella deseaba,
pero no fui capaz de hacerlo, me limité a tener su mano entre las mías. Esa
niña me había regalado el mejor día de mi vida sin necesidad de hacerla mía,
me enseñaba a pertenecernos el uno al otro con sólo mirarnos. Realmente,
soy un idiota. Julieta no dejó de correr por el prado, era incansable, Lucía
llevó su propio entretenimiento, para ella no hay nada mejor que leer al aire
libre así que tomó una manta y se acostó un buen rato a leer su novela
favorita. Mis padres sonreían mucho, se mantuvieron alejados de las dos
parejas que sin querer formábamos Natali con Manuel, y Laura y yo.
Cuando regresamos a casa mi hermana fue la primera en hacer un
comentario, y por consiguiente me avergoncé.
—¿No que tantas miradas eran para idiotas? —dijo delante de Laura que
se había adueñado de mi mano y yo se la concedí. La vi sonreír mientras que
yo sentí calor en el cuello.
—¡Cállate! —le dije a mi hermana quien arqueó una ceja.
—Estoy cansada, me retiro un momento Franco —no quería que se
fuera, había pasado el día a su lado y aunque ella vivía por ahora en mi casa
no quería que nos separáramos—. ¿Nos vemos para la cena?
—No voy a ir a ningún lado — contesté.
—Gracias por el día de hoy.
—A ti Laura Mclaend —se inclinó y me dio la espalda, estaba hecho un
completo idiota, mi mano sostuvo la de ella hasta que el espacio entre los dos
sobrepasaba el largo de nuestros brazos. Escuché su bella risa y me quedé
una vez más representando el papel estelar de la cursilería en el inicio de las
escaleras.
—¡Franco Lecontte! —sólo me llama de esa forma cuando he cometido
algo indebido, será que haber tomado la mano y pasado el día entero con
Laura era una de esas faltas para ellos.
—Dime Padre —giré para verlo de frente, mamá me recriminaba igual que
él, ambos muy serios.
—Acompáñanos al despacho —no respondí, era mejor no hacerlo, los
seguí. Natali y Lucía se miraron entre sí y noté que se condolieron por lo que
me esperaba.
—¡No llores Franco! —dijo Julieta—. Si papá te pega yo te cuido —no
pude evitar besarla en la frente al pasar por su lado y le jalé uno de sus rizos.
—Gracias pequeña, me encanta tener una enfermerita —me regaló una
linda sonrisa, Lucía la tomó de la mano y mi hermana mayor me regaló una
mirada cómplice. Entré al despacho.
—Hijo… —habló el señor Lecontte, una vez cerré la puerta—. ¿Cuál es tu
interés por Laura?
—¿Debo responder? —me extrañó que no fuera la señora Lecontte quien
me interrogara.
—¿Cuáles son tus intenciones con Laura? —volvió a preguntar.
—No lo sé aún.
—¡Insolente! —intervino la señora. Alcé las manos en señal de tiempo,
necesitaba organizar mis ideas.
—Madre… déjenme decirles lo que siento, después juzguen y de paso
ayúdenme a entender —ella sabe cuándo digo la verdad—. No será difícil
para ti descubrirlo, o ¿sí? Para ustedes soy un completo mujeriego, seductor,
casanova, libertino y varias denominaciones más —caminé por el despacho
mientras que mis padres se habían acomodado en el mueble, quedé frente a
ellos—. Me he convertido en un completo idiota ante Laura. Ni siquiera he
podido seducirla, me trabo cuando le hablo. Esa niña ha logrado sonrojarme
en infinitas ocasiones desde su llegada y yo sólo la he visto cambiar de color
un par de veces, una cuando bailamos y la otra fue hoy —miré a mi madre—.
Me pone nervioso, y eso me da mal genio, casi le parto la cara a Guillermo,
me encanta observarla, me fascina su rostro. Y no les digo lo que su risa
provoca en mí, aún no lo comprendo. No sé lo que siento, quiero cuidarla,
tenerla en mis brazos, hoy aprendí que no es necesario pasar a más para que
nos pertenezcamos, jamás me había pasado la tarde mirando a una mujer,
esos actos me parecían tontos, pero hoy me fundí en sus ojos. Sólo me
permitió tocarle la mano y me pareció ¡lo máximo! Estoy obsesionado con
ella. Deseo tocarle el rostro, parece de porcelana, es tan frágil y aun así tiene
un carácter que me hace temer si me lanzo a seducirla, temo que me dé un par
de bofetadas y pierda lo poco que he avanzado —mis padres abrieron su boca
al escucharme, cuando mi madre me miró a los ojos añadí—. No sé qué
somos mamá, pero esa niña hoy entró de una forma inexplicable, siento que
me pertenece y mi vida depende de sus cuidados. Hoy descubrí que le
importo. Ella puede hacer con su vida lo que quiera, pero yo no estaré de
acuerdo si no la hace conmigo, si no me hace partícipe de ella. No quiero
imaginarla con otro hombre que no sea yo —terminé de hablar. Ya lo había
dicho todo y hasta yo mismo quedé desconcertado con lo que había dejado
salir de mi pecho.
—Te has enamorado hijo —susurró mi madre.
—No lo sé… la sueño, rio solo, me veo en un futuro con hijos, y al mismo
tiempo tengo miedo de lo que siento. Parece diferente y no piensen que es
mujerzuela, es solo que, algunas veces parece…
—Sé a lo que te refieres. Pero es una niña muy noble.
—Y muy fuerte —dijo papá.
—Hijo no me opondré, me agrada Laura como nuera —sonreí, me daban
su aprobación.
—Primero debo hacerla mi novia y créeme, me ha costado pedírselo. Con
solo mirarme me deja mudo.
—Como dice el Padre, todos tenemos nuestro molde.
—Primera mujer que te agrada mamá y tu hijo no ha logrado decirle que
sus ojos le encantan —me regaló la sonrisa más tierna, recordé cuando era un
niño y realizaba algún logro, eso era lo máximo. Si, era eso, vio en mí el
momento en el que comenzaría a enderezar mi camino.
—Escríbeselo —recomendó papá—. Funciona con las mujeres de esa
familia —comentó conteniendo las ganas de reírse, mamá lo miraba.
—Es cierto, me conquistó con cartas, aún las conservo.
—Jamás he realizado una carta de ese estilo —me senté frente a ellos.
—Tuviste una novia a distancia.
—Padre, a la pobre Benilda sólo le escribía ¡hola! ¿Cómo estás?, llego tal
día.
—Hijo deja que salga el romántico hombre que tienes dentro de ti.
—¡Madre!... —no me siento capaz aun para escribirle—. Cuando lo crea
conveniente se lo escribiré. Por ahora no me presionen.
CAPÍTULO 4
¿SEREMOS NOVIOS?
Me reía con el carisma de Laura, la semana había pasado como una noche
de sueño. Le enseñé a montar caballo, brincó y bailó extraño, jamás había
visto bailar así a una mujer, fue gracioso cuando logró dominar por completo
a Samurái. En las tardes practicábamos baile, se había convertido en una
excelente pareja para mí. No se entendía muy bien con Manuel, pero
conmigo era perfecta. Seguía mirándome de una forma que me hacía creer
que yo era su mundo completo, aún temía besarla. En más de una ocasión
contemplé la idea de mi padre, escribirle solo que aún no me veía sentado
haciéndole una carta.
Me arreglaba para asistir al cumpleaños de Antonieta. Mi madre les había
dado permiso a las damas para durar más tiempo en la fiesta, lo hacía con el
fin de pasar más tiempo con mi prima. Me puse el abrigo, la noche se sentía
muy fría. Pronto entraría el invierno, bajé a esperar a las señoritas y Manuel
hablaba en el desván con mis padres.
—¡Que atractivo estás!, ese traje negro te queda perfecto hijo.
—Gracias madre —le di la mano a Manuel y me senté a esperar a las
damas. Al recinto llegó Julieta con una actitud de superioridad.
—Damas y caballeros les presento a las princesas de la mansión Lecontte
—se inclinó como hacen los bufones de la realeza, y se escucharon sus risas,
yo también quería reírme, pero me quedé sin palabras cuando Laura bajó las
escaleras. Jamás la había visto tan hermosa, tenía vestido con un escote que le
dejaba ver sus hombros y su cuello, sobre el que caía su cabello suelto, su
piel me pareció tan provocativa, que deseé hacerla mía, desnudarla por
completo, el color de su vestido era beige con un adorno rojo en su cabello
que le hacía resaltar aún más el bello color de su cabellera caoba. De su
cuello colgaba un lindo collar que parecía resplandecer en la oscuridad, se lo
he visto siempre, jamás se lo ha quitado, al acercarme me di cuenta que era
un hada, emanaba una luz azul.
—¡Estás, hermosa Laura! —pude hablar, por primera vez no me quedé
mudo.
—Tú también estas guapísimo Franco —arrugué mi frente.
—¿Esa frase significa? —se mordió el labio antes de responder, y luego
respondió.
—Significa que eres el hombre más hermoso de este mundo y del universo
completo —volvió a ruborizarme.
—Entonces tú estás guapísima —nos perdimos en nuestras miradas.
Su collar brillaba.
—Es hora de irnos tórtolos —dijo mi hermana.
Cuando entramos a la fiesta me di cuenta de que algunas damas me
esperaban, traté de mantenerme cerca de Laura, me alejé en un par de
ocasiones. Habíamos bailado varias piezas completas, me pidió algo de beber.
Mientras esperaba que me entregaran las bebidas se acercó una joven con la
que había salido hacía un par de meses atrás.
—Que abandonada me tienes Franco Lecontte —le sonreí.
—He estado ocupado —contesté tajante, no quería darle motivos a Laura.
—¿No podemos perdernos un momento? —no fui yo quien respondió.
—¡Ni en sueños! —fue Laura la que habló—. Él vino a esta reunión con
su novia —no podía creer lo que escuchaba. ¿Era su novio? —. Eres tan
trepadora que no respetas ni te das tu lugar, que lástima das, cuando un
hombre no busca a una dama —hizo los signos de comillas con los dedos—.
Es por que no le interesa ¿aun así lo buscas? —le mantuvo fija la mirada a
Carmen y está se sintió tan avergonzada, no dijo nada, se retiró. Laura me
miró, tragué saliva en seco.
—¿Qué fue eso? —le pregunté.
—¿A cuántas más debo espantarte? Dime la verdad —estaba celosa.
—A muchas —hizo una mueca, respiró profundo, me quitó la bebida de la
mano—. ¿Somos novios? —le pregunté.
—No que yo sepa —sentí que me tumbó una bola de nieve y la derretí al
mismo tiempo cuando el hielo tocó mi rostro. Esta niña me saca de casillas.
No sé qué cara puse, tal vez la más estúpida que un hombre puede colocar—.
No me lo has pedido —se dio la vuelta dejándome con la boca abierta.
Hacía conmigo lo que se le daba la gana, pensé que conocía un poco más a
las mujeres, pero con ella perdía toda lógica, jugaba conmigo, pero si
analizaba bien lo que decía, siempre tenía la razón en cada situación y en esta
sin lugar a dudas también. No le he preguntado si quiere ser mi novia, me he
comportado como si lo fuéramos. ¿Me está insinuando que se lo pida? —
sonreí—. Hablaba con mi hermana, había comenzado la siguiente pista, dejé
mi copa en la mesa, me acerqué a ella la tomé de la mano sin detenerme, la
llevé hasta la pista de baile, le di un par de vueltas antes de acércala y ponerla
en dirección donde se ubicaron las otras damas para comenzar el baile, le
brillaban los ojos.
—Discúlpame por asumir algo que no he solicitado —frunció sus cejas,
desvié la mirada, dentro de poco me trabaré, el baile comenzó y sé que
esperaba a que continuara hablando. La abracé, dejamos de bailar mientras
que los otros continuaban danzando, me atreví a susurrarle al oído—. No sé
cómo tratarte, me atas con tan sólo mirarme, siento que eres mía y al mismo
tiempo no te tengo, me estás volviendo loco Laura Mclaend, deseo con toda
mi alma que seas mi novia —ella me miró como sólo lo hace ella, su mano
acarició mi rostro, quise hacer lo mismo.
—Desde hace una semana soy tu novia, quería escucharte decirlo —la
estreché contra mi pecho y le di un beso en la frente cuando la miré estaba a
punto de llorar—. ¿Realmente a cuántas más debo espantar? porque algunas
mujeres están a punto de jalarme el cabello.
—A ninguna —acuné su rostro y la besé delante de cientos de personas,
tímidamente intentó seguirme el beso ¿era el primero que la besaba? No lo
creo. Sus labios me desconcentraron eran demasiado suaves, tibios y blandos.
Cuando me aparté ella aún tenía los ojos cerrados y su rostro rojo—. Acabo de
espantarlas a todas —le dije.
—Pues más te vale, porque no quiero dejar a alguna sin cabello hoy —yo
solté una carcajada.
—¿Te atreverías? —su mirada se quedó en el intermedio dejándome la
duda—. Yo casi le pego a Guillermo la vez que te invitó al teatro —sus
bellos ojos brillaban como el collar que llevaba puesto, me tomó de la mano,
salimos de la pista de baile. Al acercamos a mi hermana se encontraba
desconcertada, me miraba. Cuando recobró su entendimiento lanzó su
comentario.
—Pensé que mi hermano no tenía sentimientos y resultó ser un completo
romántico —Laura se ruborizó como nunca la había visto.
—En menos de un minuto te has sonrojado dos veces —apartó la vista,
luego arqueó una ceja y me miró.
—Voy a abochornarme mucho de ahora en adelante —la estreché contra
mi cuerpo ya podía hacerlo, mi mano se apoderó de su cintura.
— Ya es hora de irnos —le dije a Manuel y a mi hermana.
Mientras salíamos y esperábamos el carruaje, Manuel que se había
mantenido alejado de cualquier comentario, por fin habló.
—Te veo diferente amigo.
—¡Estoy enamorado! —el arqueó la ceja. Laura permaneció a mi lado, no
sé si me escuchó, pero ya no me iba a callar—. Ahora te entiendo —le di un
par de palmadas, comprendí lo que quería preguntar—. Tal vez. Debo
preguntar primero —mi amigo soltó la carcajada, era probable que yo lo
siguiera en el camino al altar.
Llegamos a la casa, mamá nos abrió la puerta. No se duerme hasta que
todos estemos bajo el mismo techo. Natali se dirigió con su prima a la cocina,
mi madre subió a su habitación con el candelabro en la mano, la casa quedó
iluminada sólo con la luz que entraba por las ventanas provenientes de la
luna. Me quedé a esperarla, escuché sus risitas, mi hermana llevaba en la
mano un candelabro y bastó un segundo para que comprendiera.
—Franco, sólo diez minutos, si Laura no sube bajaré a buscarla.
—Como ordenes —extendí mi mano y tomé la de mi novia, el dije de
hada volvió a brillar.
—Qué lindo collar, a veces creo que brilla —le comentó Natali mientras
subía las escaleras.
—Gracias, fue una herencia —acaricié el dorso de su mano. Mi hermana
desapareció de nuestra vista dejándonos a oscuras, con la luz filtrada del
exterior, con el brillo natural del particular collar que colgaba de su cuello.
Coloqué mi mano en su barbilla y la obligué a mirarme. Sus ojos parecían
llorar, pero no derramaron lágrima alguna. Poco a poco me le acerqué. Desde
la fiesta quería volverla a besar, no me fue suficiente y ahora es mi novia,
esta vez sí nos besamos como lo deseaba. He besado mucho, pero la
sensación, de que el mundo se desploma bajo tus pies y de la nada vuelas era
nueva para mí. Sus manos acariciaron mi cuello, en mi cuerpo algo explotó.
Me alejé de sus labios y su dije iluminó nuestros rostros—. Nunca lo había
visto iluminarse así.
—Es extraño, la luz te hace ver más hermosa —la besé en la frente.
—Debo subir o Natali…
—Lo sé, y si baja… —la tomé de la mano, subimos las escaleras.
Caminamos en dirección a nuestras habitaciones que quedaban en lados
opuestos—. Gracias por aceptarme Laura.
—No nací para nadie más Franco —esa simple frase me ató a ella para
siempre, sería la madre de mis hijos y moriría de viejo a su lado. Lo juro.
Me costó dormirme, quien creyera que hace un poco más de tres semanas
Franco Lecontte estaría pensando unir su vida a una mujer, si una adivina me
lo hubiese contado le habría gritado falsa y mentirosa, pero solo fue una
mirada y caí a merced de ella. Después de mucho pensar recordando el beso y
esa extraña sensación en la cual mi vida dependía de Laura. Me dormí.
Esa tarde la llevé a que conociera mi refugio, nunca antes había llevado a
alguien. Comenzó a nevar una vez nos bajamos de los caballos. Acomodamos
los caballos en el estrecho espacio, les pusimos las mantas que tenía en el
establo. Parecía que se desataría una tormenta.
—Odio el frío —me dijo.
—Ven aquí —la abracé y comencé a frotarle los brazos—. Estás abrigada.
—Vamos a quedarnos aquí un rato ¿cierto? —no era la gran casa, pero nos
protegería del ventarrón que amenazaba con tumbar la cabaña.
—Si. La tormenta está fuerte, además al intentar asomarme por la ventana
de madera, la brisa gélida entró inundando de nieve y agua la instancia, era
una extraña tormenta, el cielo estaba oscuro. Cerré la ventana colocándole
una manta para que no entrara el aire y minimizara la brisa fría.
—¿Tu familia sabe que estamos aquí?
—Nadie sabe de este lugar Laura. Mi padre si sabe que tengo un refugio,
pero no sabe dónde.
—Pero ahora estás conmigo —sabía a donde llegarían esos pensamientos.
—No te preocupes. No van a pensar mal de ti, mi madre sabe que fui yo el
primero en besarte —le dije engreídamente, su rostro pasó del blanco al
carmesí.
—¿Natali te contó? —preguntó indignada.
—No, soborné a Julieta para que escuchara la conversación que tenías con
mi hermana —me dio un manotazo, seguía avergonzada—. Tramposo —la
besé en la mejilla.
Nos quedamos sentados un rato en la cama, el viento soplaba tan fuerte
que parecía que arrancaría las tejas de la cabaña. He pasado tempestades aquí,
pero ésta superaba a las anteriores. Los caballos se inquietaron y luego
comenzó a nevar con más fuerza.
—¿A dónde vas? —me preguntó, estaba paralizada por el frío, me levanté.
—A ver a los caballos —se levantó—. Te mojarás Laura, ya estás
congelada, no me tardo.
—Yo te acompaño.
—Hace mucho frío afuera —insistí.
—No me gusta estar sola le temo a las tempestades.
La tomé de la mano y salimos, rodeamos la cabaña. Los caballos estaban
inquietos. Así que les quité la silla para que se pudieran acostar, les echamos
encima más mantas. Eso sí tenía, un manojo de mantas viejas que habían
quedado desde hace años, jamás las había botado.
—Al menos ellos se calentarán —comentó, le extendí mi mano, las de ella
estaban heladas—. Tus manos… que tibias —me dijo con la voz
entrecortada.
—Estoy acostumbrado a este clima. Vamos a la cabaña.
Cuando entramos de nuevo, tiritaba.
—¡Cálmate Laura, trata de calmarte! —comencé a frotarla y con sus
manos entre las mías intenté que entrara en calor.
—Noooooopuuueeedddooo ttteeenn…go frríoo.
—Ven aquí amor. De haberlo sabido no te hubiese sacado hoy —la
abracé. Así que nos acostamos en la cama, me quité la gabardina para que
nos sirviera de cobija y encima coloqué la única manta decente que tenía. Sus
manos entre las mías y aun así no lograba calentarla. Me sentí impotente. Ya
había oscurecido. Ella en su afán de calentarse me desabotonó dos botones de
mi camisa e introdujo sus manos en mi pecho.
—¡Estás helada Laura! —grité quejándome.
—Lo… —sus dientes parecían que se iban a romper de lo fuerte que
castañeaban, no pudo hablar. Volteaba sus manos de un lado a otro para
calentarse con mi calor corporal.
Estábamos tan abrazados, era pequeña en mis brazos, aunque era más alta
que mis hermanas. No sé de dónde salió mi estatura porque mis padres son
medianos. Seguí frotándole los brazos hasta que poco a poco entramos en
calor, no había pensado en lo cerca que la tenía hasta que sus manos se
calentaron por completo.
—¿Puedo mantenerlas en tu pecho? —preguntó.
—¿Ya entraste en calor?, por mí no hay problema —pude verla, su collar
se le había salido y emanaba una luz azul otra vez—. Ese dije es muy
extraño.
—Sí, cuando me lo entregaron me dijeron que era vital que siempre lo
llevara conmigo.
Nos quedamos mirándonos por un largo rato. Su mano salió de su refugio
y acarició mi rostro.
—Eres un hombre de catálogo —dijo.
—Y esa nueva palabra… ¿qué significa? —sonreí, desde que ella llegó
nos sorprendió con su nuevo léxico. Pero no me respondió.
—¿Puedo besarte? —es lo que más deseo.
—Laura, las veces que quieras —quería besarla a cada instante.
Nos besamos como esa vez en las escaleras, siempre nos acompañaba
alguna de mis hermanas o mi madre. Esa vez fue diferente, mi cuerpo la
deseaba y sé que el suyo ardía igual al mío, no me daba pie para tocarla y no
quería irrespetarla, la estreché contra mi cuerpo lo más que pude. Desde que
ella vive en nuestra casa no he buscado a otra mujer, se me olvidó la
tormenta, nuestros cuerpos formaban su propia hoguera. No podía pensar en
nada que no fuera lo que estábamos viviendo.
—Detente Franco —me susurró. Cuando me alejé un poco, mi mano se
aproximaba a su pecho.
—Lo siento, no…
—No te disculpes —dijo con la respiración igual que la mía—. Ahora hay
mucho calor —no pude contener la risa.
—Demasiado —la estreché contra mi pecho. Se quedó dormida mientras
que le acariciaba el cabello y la contemplaba, adorándola en silencio. Afuera
de la cabaña parecía que caía el diluvio. Nos quedamos dormidos.
La mañana llegó y nuestros cuerpos amanecieron tan pegados, sin haber
hecho nada. La estreché contra mí. Amaba a esta niña. Podía estar así durante
horas, pero mis padres debían de estar preocupados por nosotros.
—Laura, Amor despiértate debemos irnos, mi madre debe tener los
nervios de punta —no dio signos de vida—. ¿Laura? —La zarandeé un poco,
ella se acurrucó aún más contra mi pecho—. Amor despiértate debemos
irnos.
Me tomó veinte minutos despertarla.
—Buenos días.
—Buenos días —le besé la frente—. Que pesada eres para levantarte, le
comenté riendo.
—Sí, eso dice mi mejor amiga.
—¿Cómo se llama tu amiga?
—Ana —arrugó su bella frente, le pasé la mano para deshacerle la arruga.
—Espero conocerla algún día.
—Ojalá se aparezca en este sueño —la miré.
—Ya no estas soñando Laura. Linda despierta —suspiró fuerte—. Ya
habríamos llegado a casa si no fueras tan pesada. ¿Así eres todos los días?
—afirmó con un leve movimiento de cabeza. La estaba conociendo en todas
sus facetas y ni siquiera era mía de cuerpo, me entregaba su alma. La volví
a besar en la frente, salí de la incómoda cama. Salimos de la cabaña, la
tierra amaneció cubierta de nieve. Se cubrió más con mi gabardina y me
siguió hasta el establo para ensillar los caballos. Esperó a que le colocara
las monturas y emprendimos el camino a casa.
Al llegar los trabajadores se preparaban para salir a buscarnos, supuse.
Laura me miró asustada, la cara de mi padre era preocupante. Le ayudé a
bajar del caballo y le tomé la mano. El grupo de hombres se percataron de
nuestra presencia y al mirar a mis hermanas me di cuenta, por sus ojos rojos
que habían llorado durante toda la noche, la mirada de reproche de Natali no
me gustó. Papá dio la orden de que retomaran sus labores, mi familia entró a
la casa. Sentí como Laura apretó mi mano, sabía que nos iban a regañar.
—¡Esto es indecente Jovencita! —la señora Lecontte comenzó a regañarla,
quien me miró con temor—. ¡Lo que acabas de hacer no es de una niña
decente! —siguió gritando—.
Resultaste ser…
—¡No la insultes madre! —grité. No podía permitir que la ofendieran—.
No digas palabras que vas a lamentar más tarde —la mirada de mamá se
cruzó con la mía.
—¡Cómo te atreves a alzarle la voz a tu madre, Franco! —gritó mi padre.
—¡Escúchame mamá!… Laura no tiene ni idea de nada, así que por favor
no me hagas ser más específico, no ha pasado nada entre nosotros y si no
volvimos fue porque nos quedamos dormidos esperando a que la tormenta
pasara. Ella sigue siendo igual a Natali —sé que analizaba lo dicho sin
apartar la vista de mi—. Y si hay mucho problema yo no tengo ningún
inconveniente en hacerla mi esposa —todos se quedaron con la boca abierta
hasta Laura que parecía sufrir un ataque de respiración—. Ayer me entregaste
tu alma, no tu cuerpo —las lágrimas salieron por sus bellos ojos—. ¿Quieres
ser mi esposa? —por primera vez la dejé sin habla. Intentó hacerlo, pero no
pudo, observó a mi familia, respiró profundo y logró preguntar.
—¿Ustedes me aceptarían?
—Hija… —dijo mi madre que descubrió la verdad en mis palabras—.
Discúlpame, ven aquí —mi novia se tiró a sus brazos y sentí que ella carecía
en el fondo de amor, de amor maternal, de una familia. Eso me desconcertó,
vive con su progenitora. Por algo me conecté con ella de esa forma. Después
de que la abrazaron, se dirigió a mí.
—¿Aceptas? —le pregunté.
—Tú sabes la respuesta —la abracé con fuerza y volví a besarla como
anoche sólo que esta vez no fue tan largo. Al abrazarme se soltó en llanto, un
llanto que no pude controlar.
—¿Laura?...
—No me veas —seguía aferrada a mí—. Jamás había llorado y… —no
pudo seguir hablando.
—Hijo ¿qué tiene? —me encogí de hombros.
—No lo sé mamá —alcé las manos, siguió pegada a mi cuello.
—Llévala a su recámara.
La cargué como si fuera un bebé y obedecí a la señora Lecontte, subí las
escaleras con ella en brazos, al acostarla me miró con una tristeza como si le
faltara su vida. ¿Por qué tiene miedo? ¿Por qué me mira de esa forma?
—Retírate Franco, yo me encargo de Laura —mi madre había entrado
detrás de mí.
—Pero… —me suplicaba que no la dejara, esa niña sabía hablar con los
ojos y yo estaba tan sintonizado que la entendía.
—Franco, debe cambiarse —respiré profundo.
—Nos vemos ahora —le susurré.
CAPÍTULO 5
MI DOLOR
Noviembre 15 de 1810
Amada Laura
Es todo un acontecimiento para mí y para el
que me conozca, si se entera de que estoy
escribiendo una carta de amor a una dama.
Pero no sé qué más hacer, quiero gritar a los
cuatro vientos mi sentimiento de felicidad
porque aceptaste ser mi esposa. Al parecer el
motivo de mi alegría no es el mismo tuyo.
Esos bellos ojos que considero míos. Perdona
que me adueñe de ellos. Pero siento que todo
tú ser me pertenece y quiero informarte que
todo lo que compone mi cuerpo es tuyo, lo que
encierra mi alma, sentimiento y espíritu te
pertenecen. Hoy te los entrego, te amo como
jamás pensé que se podía amar.
Te amo, no sabes la alegría que embriaga mi
pecho cuando pronuncio esa palabra y tú
invades mi pensamiento. Hoy me has hecho el
hombre más feliz del mundo. No quiero verte
triste, no dudes de mi sentimiento, si es eso lo
que te causa aflicción. Soy tuyo y eternamente
lo seré. Mi alma se ató a la tuya. Por siempre.
Te amo
Franco Lecontte
Sonreí al leer mi carta, estoy enamorado, la doblé, visualicé los ramos de
rosas que mamá siempre tiene y sin pensarlo tomé una rosa roja, mi hermana
dice que las flores reconfortan el corazón de una mujer.
—¡María! —llamé a una de nuestras criadas, era una mujer bajita, de
rostro redondo con mejillas rosadas, llevaba muchos años ya con nosotros.
—Dígame joven —sonrió al ver lo que tenía en mi mano.
—Sí, escribí una carta, ¿puedes entregársela a Laura?, se está cambiando y
no quiero molestarla.
—Por supuesto joven —reprimía las ganas de reírse. Será el comentario
principal en la casa.
Me encerré de nuevo en el despacho, y me entretuve buscando un nuevo
libro, no la escuché ingresar.
—¿Escribiste una carta? —giré, ella corrió hacia mí, tirándose a mis
brazos que tenía extendidos para recibirla. A veces me sorprendo lo
conectados o coordinados que estamos, sonreía, sus ojos volvieron a brillar.
—Sí, y te seguiré escribiendo si eso hace que tus ojos brillen como ahora,
no soporto verte triste —la estreché contra mi pecho, la había despegado del
suelo, acuné su rostro en mis manos, me incliné para besarla una vez más.
— ¡Yo también te amo! —dijo algo desconcertante, aunque con ella todo
es así—. Y te amaré aun cuando no estés en mi sueño.
Pasaron dos días, y Laura trataba de disimular su tristeza. Sé que le pasaba
algo, me había convertido en un escritor enamorado, le dejaba notas con una
rosa en cualquier lugar donde sabía que estaría solo para verla sonreír. Mis
hermanas se cansaron de gastarme bromas porque me había sensibilizado,
que era un completo idiota decían, pero no me importaba, era feliz y lo que
me interesa ahora era ella. Lloró en dos ocasiones y lo hizo a escondidas de
nosotros, he aprendido a leerle el pensamiento, a mí no pudo engañarme. Esa
tarde mi madre recibió una extraña carta, se encerró en el despacho para
leerla. Luego me llamó nerviosa.
—Franco hijo, ven por favor —abrazaba a mi prometida. Mamá me
esperaba en la puerta del despacho.
—Ya voy —Laura se quedó en la sala con Julieta y Lucía, entré al
despacho, mi madre tenía el rostro pálido, desconcertado—. Señora.
—Hijo, acaba de pasar algo bastante extraño y quiero que lo leas —me
entregó una vieja carta con una pequeña bolsa de terciopelo violeta, cuando
saqué lo que contenía el interior, salió un delicado anillo de plata con una
piedra azulada, era del mismo azul que reflejaba el collar que Laura
tenía.
—Léela hijo. En voz alta.
Comencé a caminar de un lado al otro, me quedé pasmado al ver la fecha,
aun así, comencé a leer, luego de eso juré qué no volvería a cuestionar el
poder de la magia.
Diciembre 4 de 1710.
Querida Isabel,
Si estás leyendo la carta es porque tu
hijo ha desatado la primera atadura
que encierra mi alma. Por favor dale el
anillo, que se lo entregue a su amada
Laura la última descendiente Mclaend,
él debe curar la tristeza encerrada en el
alma de mi niña, el amor hará que mi
alma descanse en paz.
Antonia Mclaend
—Madre…. —logré decir.
—Era mi bisabuela —hablaba por inercia, su mirada se perdió en sus
pensamientos.
—¿La hechicera? —me reprocho con severidad el comentario.
—Tenía algunos poderes, pero no era bruja, ¡respeta su memoria, Franco!
—Esta carta fue hecha un siglo antes ¿cómo supo dónde vives?, y ¿cómo
sabe el nombre de Laura? ¡Además se equivocó!, ella no es la última
descendiente.
—De ella sólo tengo historias, dicen… bueno, tenía la facultad de viajar en
el tiempo. Terminó agonizando en sus últimos días, había cometido errores y
por esa razón su alma deambulará hasta que el verdadero amor la sane. Eso
decía mi abuela, era lo que nos contaba en las noches, cada vez que podía nos
hablaba de una maldición en nuestra familia por causa del odio y el rencor,
Antonia murió quemada.
—Suena interesante la historia, pero el anillo no está mal, llegó en el
momento justo —miré a mi madre—. Organiza una cena, hoy anuncio mi
compromiso con Laura, es un hecho —le mostré la argolla e intentó sonreír,
no pudo ocultar su temor.
Estábamos reunidos en la sala.
—Laura, ven —hablaba con mi hermana Natali, se acercó un poco
avergonzada. Cuando la tuve cerca le tomé la mano y mirándola a los ojos—.
Laura Mclaend ¿quieres ser mi esposa? —le mostré el anillo, ella volvió a
quedarse sin habla y sus ojos volvieron a humedecérsele.
—¡Claro que sí! —logró decir, extendió su mano, al colocarle el anillo…
no estoy loco, pero al alzar la mano, su collar se iluminó más, no sabía si los
demás se habían dado cuenta.
***
Faltaban tres días para la boda de mi hermana y mi noviazgo era increíble,
pasábamos juntos mucho tiempo, aunque sentía que la tristeza en el alma de
Laura crecía con el paso de los días. Temía y no lo decía, y la carta de la
tatarabuela lo había confirmado, aún estoy incrédulo con lo sucedido, pero la
carta aún estaba en mi poder, no se había desintegrado, tampoco le di más
importancia, gracias a eso mi noviazgo era definitivo. Mi madre me sacó de
mis meditaciones al entrar con Laura de la mano.
—Hijo el sastre te espera, necesita tomarte las medidas finales del traje,
eres el padrino —me levanté, caminé en dirección a ellas, abracé a mi novia y
le di un beso en la frente.
—Te amo —le dije, me gustaba provocarle ese brillo en sus ojos.
— No más que yo —arrugué mi frente.
—¡Eso es imposible!
Hoy es el gran día, esperábamos a que bajaran las mujeres más hermosas
de nuestras vidas. Mi madre bajó deslumbrante, a papá le brillaron los ojos.
Ahora lo comprendo, así me pasará a mi cuando tengamos 24 años de
casados. La señora Lecontte tenía un vestido azul turquesa, es una señora
hermosa. Luego bajaron los ángeles de la casa, mis dos hermanas menores.
Mis padres solo tenían pensado tener hasta Lucía, pero el diablillo disfrazado
de ángel se les coló hace siete años y se convirtió en nuestra alegría, mi
pequeña hermana tenía su cabello en gajos, parecían resortes que podían
halarse. El color de sus vestidos era verde manzana y azul cielo. La
decoración de la boda era entre el color blanco y el violeta. Me había
distraído con Julieta, no me percaté que Laura bajaba con mi hermana a su
espalda —no pude respirar—. Mi novia parecía una princesa, tenía su cabello
ondulado, el vestido era una obra de arte entre los colores violetas, sus
hombros destapados, era la segunda vez que mostraba su piel, los guantes
eran de encajes, bajó con el ramo de Natali que estaba hermosa pero no como
mi Laura.
—¡Me voy a casar con la mujer más hermosa que ha existido en la historia
del ser humano! —le tomé la mano, acaricié su suave rostro de porcelana—.
No merezco tanto.
—El ser humano tiene lo que se merece —dijo—. Estás, muy atractivo —
se estiró y besó mi mejilla.
—Estás hermosa —le dije a Natali, mi padre se le acercó, le dio un beso
en la frente.
—Nos vamos a quedar solos, Isabel —habló con nostalgia—. Hoy no
regresa con nosotros Natali, en tres meses será la boda de Franco.
—Es la ley de la vida cariño —mi madre le besó la mano—. Ya debemos
irnos se nos hará tarde.
La boda de Natali fue como lo habían pronosticado, perfecta. Por mi parte
no le presté atención a nada, tenía mi vista fija en mi novia, mi prometida y
muy pronto mi mujer. Deseaba que pasaran esos tres meses rápido —quién
iba a creerlo que Franco Lecontte estuviera enamorado, no habrá otra. Sólo
ella—. Bailé con mi hermana el vals, bailé con Laura el resto de la velada. La
reunión se acabó a las 8 de la noche, una hora más tarde entrábamos a la casa
deseando descansar, el trajín en estos últimos días tenía agotadas a las
mujeres. Mis padres se despidieron de cada uno de nosotros en la sala y se
dirigieron a su recámara.
—Niñas por favor suban a dormir las veo mañana.
—Hasta mañana tía —le contestó Laura mientras se dirigía a las escaleras,
la sentí triste—. Franco ¿puedo hablar contigo?
—Claro —acaricié su cabello, al vernos a los ojos supe que no era nada
bueno lo que me diría—. ¿Pasa algo?
Esperó a que nos quedáramos solos.
—Debo irme —tomó mi mano y sin apartar la vista—. Debo irme mañana
para América, sólo tenía tiempo hasta la boda de tu hermana.
—¿Cuál es la prisa? viajemos juntos dentro de una semana, aunque le
podríamos enviar una carta a tu madre para que pueda venir lo antes posible y
que esté presente en nuestra boda, si es eso lo que te preocupa amor.
—Debo irme, no quiero dejarte —hablaba trascendentalmente, como si
jamás la volviera a ver.
—Pues no te vayas, quédate —le sonreí—. Cuál es el problema amor.
—No puedo —bajó la mirada.
—¡Como que no puedes, Laura! —acuné su rostro y la besé—. Te amo.
—No me puedo quedar —su voz se tornó dolorosa y su mirada era un mar
de tristeza.
—Pues entonces viajo contigo —no la iba a dejar ir sola, ella es mía.
—No sé cómo te irías conmigo —su mirada quedó perdida en sus
pensamientos, odio cuando hace eso, no sé lo que le pasa.
—De la misma forma como llegaste Laura, en barco y luego en carruaje, a
veces dices cosas sin sentido —se lanzó a abrazarme con llanto en los ojos.
—No quiero despertarme y darme cuenta que nada fue real —decía, le
correspondí el abrazo por un corto tiempo.
—Amor ¿qué dices? —tenía su rostro mojado por las lágrimas—. Sabes
que me parte el alma verte así. Por favor dime qué es lo que te aflige —salió
corriendo dejándome como un tonto en la sala.
Llegué a mi recámara, me acosté. No podía dejar de pensar en lo
que Laura me había dicho, ¿se iría? Me quité los zapatos y el traje,
quedé con el pantalón de la fiesta, seguía pensativo, mañana hablaré con ella,
cuando esté calmada. Me disponía a apagar las velas del candelabro y tres
golpes se escucharon en la puerta. Al abrirla era ella en bata, mi pulso se
aceleró al verla así.
—¿Puedo pasar? —dijo con su mirada en el piso.
—Por supuesto —entró, cerré la puerta e hice lo que jamás hacía, colocar
el pasador de la puerta—. Laura si mi madre se enterara…
No me dejó terminar, silenció mis palabras con un beso tan insinuante, fue
imposible negarme, su corazón sonaba tan fuerte que puede escucharlo.
—Me voy mañana, ¡hazme tuya Franco! —esas palabras fueron miel para
mi paladar.
—Tú no te vas —me condujo hasta la cama, ¿sabrá lo que se debe hacer?,
pero yo pensé que ella era… me sentó en el borde de la cama y se sentó sobre
mí con sus piernas alrededor de mi cintura se alzó su bata, yo quedé en
blanco cuando nuestras miradas se encontraron, me sentí un poco
decepcionado.
—Se lo que se hace, pero jamás lo he hecho —pude respirar, no sé por qué
me era tan importante su pureza.
—No te preocupes yo sí lo sé —le di la vuelta mientras me quitaba los
pantalones.
Introduje mis manos por el interior de su bata quitándosela suavemente, la
deseaba tanto como jamás había deseado a una mujer. Su piel era tan suave,
sus pechos tan firmes, se estremecía al contacto de mi mano en su cuerpo, la
hacía mía, sólo mía. Confieso que jamás me había puesto en la tarea de
acariciar la desnudez de una mujer, lo hacía con Laura. Entrar a la tibieza de
su cuerpo, robándome su pureza y marcándola con mi sello personal fue
como alcanzar las puertas del cielo. Sentir su resistencia ante mi fuerza, ver el
dolor que le causaba hacerla mía se convirtió en el mejor regalo. He cometido
cientos de errores, he tomado a las mujeres como un juego, pero ella se
convirtió en mi final, en el puerto donde quiero reposar el resto de mi vida.
La amaba con el alma y se la ofrecí en ese instante, un par de lágrimas
brotaron de sus bellos ojos mientras aferraba su mano a la cama —sonreí—.
No pude evitar la felicidad que sentía al haberme quedado con su inocencia,
al hacerla mi mujer —sé que no lo disfrutó a causa del dolor que produce la
primera vez, pero sabía que lo disfrutaría en las siguientes, ahora tendré una
vida con ella y ya era mía.
—No sabes lo que te estoy amando Laura —me abrazó fuerte.
—Y yo a ti Franco.
—Ya lo sé. ¿Te dolió mucho?, traté de ser lo más delicado, pero me es
imposible pensar en ese estado de deseo carnal —la acomodé a mi lado y
confirmé en la sábana el rastro de su virginidad tomada. Fui el primero en su
vida así que me juré ser el único, ella evitaba mirarme—. Daría lo que fuera
por tener más luz en la habitación, me gusta ver cómo te cambian las mejillas
de color —sonrió, luego se mordió el labio.
—Sí, me ardió y las piernas me duelen como cuando cabalgué la primera
vez —sonreí ante su comparación. Seguía esquivándome, me puse a jugar
con su cabello, contemplándola, adorándola. Comenzó a llorar y se tapaba la
boca como si estuviera ahogando algún grito.
—No… no llores por favor… esto no cambiará nada, serás mi esposa me
regalaste la mejor noche de mi vida, Laura mírame ¡mírame! —obedeció y en
sus ojos había una tristeza tan grande que mi corazón se estremeció—. ¿Qué te
pasa?, por favor dime que te sucede, desde hace unas semanas te veo muy
triste —seguía callada llorando en silencio ahora mirándome como sólo lo
hace ella, entregándome su vida—. Laura dime que quieres que haga y juro
que lo haré.
—No se puede hacer nada, sólo abrázame Franco, no permitas que me
separen de ti. No quiero irme.
—Pues no lo hagas —la estreché contra mi pecho—. No tienes por qué
irte.
Nos quedamos un rato largo en la misma posición, aferrándola contra mi
pecho hasta que ella se calmó.
—Debo irme a mi habitación.
—¿Ya estás calmada? —afirmó con un movimiento leve—. No me
importa lo que digan, hacerlo ahora o en tres meses es lo mismo.
—Juro pertenecerte siempre Franco —me gustó escucharle decir eso.
—Y yo te lo juré hace un momento al hacerte mi mujer —me miró—.
Eres mía Laura Mclaend.
—¿Eso significa que puedo quedarme contigo toda la noche?
—Sí, y que se caiga el mundo si quiere, pero no me apartarán de tu lado
—me besó de nuevo, aferró su cuerpo desnudo al mío y nos quedamos
dormidos, fundidos uno en el otro.
Querido Franco
Av. Wester 13 — 5 San
Francisco, California, Estados
Unidos de América.
Si la amas ve donde ella.
Antonia Mclaend.
Me quedé frío por unos largos minutos. Aún desnudo, la
sábana tenía el rastro de lo que pasó anoche. Así que esa nota
debía de ser una broma. Me puse el pantalón que llevé puesto
en la boda, salí precipitado a la habitación de Laura, cuando
entré a su recámara la encontré desocupada, no había un
rastro de ella, como si jamás la hubiesen ocupado, como si
nunca hubiera existido.
—¡Mamá!, ¡Mamá!... —grité.
—¿Qué son esos gritos Franco? —mi madre corrió a mi
lado.
—¿Dónde está Laura?
—Debe estar en su cuarto, donde más —se encogió de
hombro.
—No está madre, se fue —alcé la mano en la que
sostenía la nota—. Ayer…. No… —agarré mi cabeza y con
las manos, quería arrancarme el cabello, ella me lo dijo, me
dijo que no quería irse. ¿Por qué se fue de esa manera? Y
por qué tenía yo una nota de Antonia Mclaend. Mi mamá
tomó la carta y se quedó petrificada, se la quité, me dirigí a
mi habitación, no tiene mucho tiempo de haberse ido, así
que la buscaría y si no quería regresar, pues me iría con ella
a América.
Querida
Este objeto es muy especial, por
favor colócatelo y jamás te lo quites
hasta que sea el momento oportuno,
hoy no lo entenderás, pero es vital que
lo tengas siempre y por favor escribe
todo lo que sientas en el siguiente
periodo.
Te quiero con el alma
Le pasé la carta a Ana mientras abrí la pequeña caja, en su interior había un
dije en forma de hada azulado hermoso del tamaño de una mano empuñada.
Me lo coloqué y nos dirigimos a nuestro apartamento, Al entrar al garaje tenía
los ojos tan pesados que no podía mantenerlos abiertos, eran las 9 de la
mañana.
—Esa nota de tu benefactora es muy rara —comentó Ana—. ¿Qué vas a
escribir? —me encogí de hombros.
—Ana voy a dormirme, tengo sueño, por favor no me molestes, sólo si
rompes fuente.
Lo que experimenté después en ese día, aunque fue menos de un día, para
mí fueron tres meses, los mejores meses de mi vida. Escribí lo que sucedió en
ese mágico sueño, los documentos deben de estar en algunas de las cajas,
esas que hace cuatro años viajan con nosotras y nunca sacamos. La situación
no lo amerita, reconozco que, desde ese día, fui menos feliz que siempre. Lo
único que me ata a esta vida es Anabel junto con la promesa que le hice a
Ana de cuidarla y velar por ella. Nunca más volví a soñar de esa forma, he
tratado, lo revivo, pero no es el mismo sueño. El tiempo pasaba lento, me di
la vuelta para quedar de frente otra vez, Anabel me miraba desde el pasillo
frente a mi recámara con la puerta abierta, su rostro decía que algo no iba
bien. Miré el piso y mi pobre pequeña se había orinando por causa del miedo,
ella jamás había hecho algo así. Me levanté y corrí hacia ella, pero un golpe
de la nada me devolvió a la cama, volé por la habitación mientras que mi
pequeña temblaba, ¡otra vez no!
—¡Anabel! —grité.
No era posible que otra vez nos hubiese ubicado, ese maldito espíritu que
la perseguía, saqué valor y al llegar a la puerta esta se cerró en mis narices, el
gritó de mi pequeña me estremeció en las entrañas.
—¡Laura! ....
CAPÍTULO 7
LA HUIDA
No podía abrir la puerta, era como si la aguantaran del otro lado. El llanto
de Anabel me aturdía, debía hacer algo. Me alejé, caminé un instante de un
lado al otro tomé mi collar de forma inconsciente, desesperada sin saber qué
hacer, el sollozo de mi niña me carcomía las entrañas. La puerta se abrió de
par en par y la niña levitaba, la vi un instante, cayó al suelo, me apresuré a
atraparla, pero no pude evitar que se golpeara con el piso. La cargué y entré a
mi cuarto.
—¡Anabel! —siempre decía que al tenerla en brazos o a su lado los malos
espíritus no se le acercaban, porque me temían—. Cariño.
—Ya no está aquí, dijo que era posible —deliraba no entendía nada de lo
que decía.
—Me quedaré a tu lado amor, no te dejaré sola —comenzaba a amanecer,
al mirarme comprendió, debíamos mudarnos otra vez—. Duérmete, juro que
no me alejaré ni un milímetro, descansa, puedo solucionarlo por teléfono.
Se quedó dormida tan pegada a mí como le fue posible, la dejé dormir
hasta donde su mismo cuerpo se lo solicito. Mientras dormía me puse a
trabajar, llamé a mi abogada para colocarla al tanto y consiguiera una nueva
vivienda. No me movería hasta que el sol saliera por completo. Por lo que he
estudiado los espíritus se hacen fuertes en la madrugada, hay algunos con
mucha fuerza y logran mover objetos o hacerse notar en el día, otros con un
gran poder que pueden hacer lo que este engendro del demonio hizo con
Anabel.
—Buenos días Brenda —saludé.
—Son las seis de la mañana, Laura —me la imaginé aun acostada.
—Por favor consígueme un nuevo apartamento.
—¿Otra vez? —Desde los últimos tres años realiza contrato de vivienda
cada tres o cuatro meses si no tengo ningún inmueble desocupado.
—Si —ella se había convertido en mi única amiga y en dos ocasiones fue
testigo de lo que padece Anabel. La pobre esa vez que presenció el primer
suceso, entró en espasmo mental—. Esta vez fue peor, créeme.
—Ya mismo, Laura ¿algún lugar específico?
—Ya sabes, que sea como me gustan a mí. Tenlo listo, yo te llamo para
que envíes el camión a recoger, todo está empacado. La niña sigue dormida.
—¿Por qué no sales de ese lugar? como puedes…. Jesús no sé de dónde
sacas coraje para esas cosas —me la imaginé con cara de pavor—. Laura,
recuerda que dentro de un mes tienes que ir al banco a recibir la siguiente
parte de la herencia.
—¿Ya pasaron tres años? —pregunté.
—Sí, y lo extraño es que ahora vienen seguidas —arrugué mi frente, el
documento lo tenía ella, Conocí a Brenda el día en que me notificaron la
noticia de la herencia, fue la representante en esa reunión de la señora
misteriosa que vino a decirme que yo era la heredera de la Sra. Bernarda y
ella sería la encargada de informarme el vencimiento de cada término, era de
carácter obligatorio, era mi abogada. La última herencia fue una vieja casa en
San Francisco, demasiado grande, pero me agradó, recuerdo mucho esa casa
—. Debes volver dentro de un mes, luego a los quince días siguientes y
después a los ocho días.
—Hablar con el gerente para que me los entreguen el mismo día.
—Sabes que no puedo. Buscaré tu nuevo apartamento, luego te llamo
cuando tenga todo listo.
—Gracias Brenda.
—De nada, Laura.
Mientras Anabel dormía me quedé a su lado, acariciándole el cabello, era
pequeña de ojos verdes, una mezcla poco común, ¡morena de ojos verdes!,
cabello negro con rizos sueltos y sonrisa hermosa cuando lo hacía. Desde la
muerte de Ana, se le borró la sonrisa por completo. Mi mente divagó en
sucesos del pasado, necesitaba atar cabos de los acontecimientos que la
rodeaban. Desde que nació fue especial, pero jamás le habían pasado
situaciones sobrenaturales hasta nuestro regreso de conocer la casa en San
Francisco. Desde entonces Ana se sintió mal y Anabel comenzó a padecer el
acoso de ese fantasma. En un principio Ana le contaba historias
paranormales, pensé que eso le incentivaba la imaginación y hacía que viera
cosas. Pero con el primer ataque hemos vivido en una inestabilidad constante.
Desde ahí Ana empezó a quejarse, decía que algo la ahogaba, no sabíamos
que era, pero en las noches la asfixiaban, era cuando mi amiga más sufría. La
noche en que murió la recuerdo claramente.
Leía un artículo de los avances tecnológicos en mi profesión y escuché un
fuerte estruendo proveniente de su habitación, Al asomarme al pasillo, la niña
también se había levantado, se quedó en la puerta de su cuarto sin poder
moverse sólo me observaba, en sus ojos vi el terror. Corrí hasta donde ella
para cargarla. Se aferró fuerte contra mi cuello y me dijo al oído.
—El señor malo está aquí, ¡Laura no me sueltes, él quiere llevarme!, se lo
está gritando a mamá —la miré y volvió aferrarse a mí, había cumplido los
seis años. Volví a escuchar otro golpe en la habitación de Ana, corrí con
Anabel en brazos.
—¡Ana! —me quedé congelada al entrar a la habitación, me demoré para
entrar, mi reacción pudo ser más rápida, la niña se aferró a mi cuerpo
escondiéndose en mi cuello cuando vio a su mamá. Ana yacía suspendida en
el aire, demasiado delgada, aunque ella hacía un año comenzó a perder peso,
los médicos jamás le detectaron nada. Una escalofriante ráfaga de viento
azotó la habitación y las luces de la casa comenzaron a parpadear. La piel se
me erizó en reacción al aire frio que me envolvió.
—Me está diciendo que yo soy su hija, que vendrá por mí… —no pudo
decir más nada, la estreché más fuerte contra mi cuerpo, sentí una fuerza en
mi interior, mi collar brilló sin saber cómo y supe que nada malo me pasaría,
la sensación de seguridad me ayudó a canalizar la rabia hacia ese maldito
espíritu que mató a mi amiga o tal vez fue el miedo que le pasara lo mismo a
Anabel, la quería como si fuera mi propia hija.
—¡Escúchame muy bien! —la fuerza salió de mi interior y fue
determinante—. ¡No me importa lo que eres, jamás te llevarás a la niña! —
no sé qué me impulsó a decir lo que dije—. Por el amor de Dios padre, te
destierro de esta casa y por el poder de lo divino te ato al amor desmedido —
al terminar de hablar las luces dejaron de parpadear. Escuché el leve lamento
de Ana, corrí hasta la cama donde había caído cuando el mal se alejó de ella.
—Ana… —dije, Anabel le tomó la mano.
—Laura Mclaend júrame —ella agonizaba, mis ojos se humedecieron—.
Júrame que te quedarás con mi niña, no se la entregues a nadie, ella es… —se
quedó callada.
—¿Ana? —la niña comenzó a llorar—. ¡Ana!... —grité. Cientos de
recuerdos llegaron a mí en una fracción de segundo, todo lo que vivimos en
el orfanato, las travesuras cometidas para robarnos un pedazo de pan o un
poco de chocolate, recordé las veces que ella se culpó por algo para tomar mi
lugar en el castigo, sabía el pánico que yo le tenía al ático y más en
temporada de invierno. Recordé cuando me prestaba su ropa para calentarme.
Al cumplir los dieciocho años lo primero que hicimos fue entrar a una
heladería y pedir un helado de cada sabor y así saber cuál era el más rico,
habíamos soñado tanto con eso, nunca habíamos probado el helado. Las
lágrimas salieron por segunda vez en mi vida—. ¡Nooo!, ¡no me dejes Ana!
—comencé a gritar. Abrazando medio cuerpo de mi amiga, ella era lo más
cercano a un familiar. ¿Por qué no puedo ser feliz?, ¿por qué lo que anhelo
me lo quitan?, ¿por qué lo que quiero se muere? Me perdí en el dolor de
haber perdido a mi única amiga, eso era para mí Ana Hong, mi hermana del
alma. La que no le importaba recibir correazos al día siguiente por haberme
acompañado a dormir en una noche de tormenta, las veces que se quedaba sin
medias para dármelas a mí y poder calentar mis helados pies, siempre se
enfrentaba a las otras compañeras cuando a mí me pegaban, peleas que buscó
por mi culpa. Ella era la fuerte, aunque lloraba con una película romántica. La
que adoraba el helado de fresa—. ¡Porque me dejas sola Ana! —no dejaba de
llorar, fue Anabel quien me sacó del trance en el que estaba.
—No llores tía… —jamás me había visto llorar, esa pequeña de seis años
fue la que me consoló a mí, en vez de ser lo contrario.
El teléfono sonó y Anabel se despertó.
—¡Hola! —saludé mientras mi mano acariciaba su rostro para
tranquilizarla.
—Hola Laura —la voz de Brenda se escuchaba fatigada.
—¿Tienes algo?
—Todo. En 20 minutos estaremos en tu apartamento, voy en el carro de la
mudanza para dejarte en tu nuevo hogar —hizo una pausa—. Menos mal las
cosas están empacadas.
—Gracias, nos arreglamos y guardo la ropa que es lo único que tenemos
por fuera de las cajas —suspiré—. Gracias amiga —ella tenía razón, desde
hace dos años he vivido en más de 8 apartamentos, y desde la segunda vez
que nos encontró el padre de Anabel así es como él se hace llamar. No tengo
un solo cuadro puesto porque se puede convertir en un arma en manos del
fantasma. Los espíritus fuertes logran mover objetos y lanzarlos.
—Vamos a bañarnos hija, en veinte minutos viene Brenda.
—Me va a encontrar tía Laura —dijo mi pequeña—. Jamás me había
tocado. Ya se dio cuenta que si estoy lejos de ti puede hacerme daño. Sólo lo
quería confirmar, buscará la forma de matarte a ti primero para poder
llevarme.
—¿Y por qué no te llevó? Ayer logró alejarme de ti.
—No lo sé.
—Pues entonces jovencita desde ahora usted dormirá conmigo.
—Sí, él no puede tocarte, tú tienes algo que le hace temer —los ojos se le
humedecieron, la abracé.
—¿Y qué es? —me miró.
—Amor, tu alma está rodeada de amor tía Laura.
—Qué cosas dices —la besé en la frente—. Vamos a bañarnos.
Brenda tocó, tomé a la niña de la mano y abrimos juntas.
—De día no es tan fuerte —dijo Anabel.
—¿Está aquí? —fue su comentario al entrar temerosa —. Por favor nena si
hay algún muerto no lo digas —el pavor que Brenda le tiene a los muertos, en
ocasiones es cómico. Es una mujer delgada de cabello rubio, lentes de
contacto azules, pero realmente sus ojos son de color café, siempre se viste
elegante, tiene cuatro años más que yo, así que en sus treinta y dos años luce
increíble. Mientras que yo disfruto de mis veintiocho años sólo que, desde
que tengo el collar puesto me he congelado en los diecinueve. Eso era un
problema para entrar a una discoteca. He asistido dos veces y fue obligada
por Ana. Nadie cree mi edad.
—El Amor lo alejó, volverá en la noche. Ya me ubicó otra vez. No sé
cómo lo hace, pero siempre me encuentra —dijo Anabel aferrada a mi mano,
mirando a nuestra abogada.
Los señores de la mudanza ya nos conocían, ellos son los que han
realizado las últimas dos y con esta sería la tercera. En una caja metimos la
poca ropa que teníamos por fuera, Brenda nos ayudó con las cosas
personales.
—Laura el 5 de julio debemos presentarnos en el banco, también el 5 y el
13 de agosto.
—Eso me parece absurdo. Pero bueno —me encogí de hombros. Le di un
último vistazo al apartamento por si se nos quedaba algo que el pudiera tomar
para rastrearnos. Entramos al auto y seguimos al camión de mudanza. Brenda
está muy callada, algo por completo inusual en ella, no sé cómo logra emitir
tantas palabras al tiempo—. ¿Qué te pasa?
—Nada en realidad, es solo que, cada vez que pasan estos acontecimientos
me pregunto, ¿por qué la Sra. Bernarda me contrató?
—Porque eres buena —detuve el auto mientras cambiaba el semáforo.
—Apenas tenía dos meses de graduada —arranqué después de cruzar un
par de miradas—. Obviamente no era por mi gran currículo.
—Yo sé por qué lo hizo.
—¿Ah si? Recuérdamelo —suspiró.
—Porque eres inquebrantable.
—¡Me dan pavor los fantasmas Laura! —contestó.
—Lo hizo porque sabes ser fiel y respetas la amistad más que a tu propia
vida, porque ella sabía que mi madre moriría y no podía dejar a mi tía Laura
sola —Brenda miró a Anabel y yo hice lo mismo por el retrovisor.
—Gracias —al darle la espalda a la niña, con disimulo se limpió las
lágrimas que le salieron—. Ahí está el apartamento.
El nuevo apartamento tiene una sala enorme, alfombrada, paredes blancas.
Los colaboradores nos instalaron la cama, los utensilios de cocina los dejaron
en la entrada y el resto de las cajas fueron apiladas en un lugar específico
donde les resultara más cómodo bajarlas dentro de tres meses, más o menos.
—¿Te gusta? —le pregunté a la niña y negó con su cabeza.
—¿Sientes seres extraños? —preguntó Brenda.
—No —suspiró—. ¿Cómo haremos con la escuela?
—Es de día, yo te buscaré y te dejaré en el mismo salón, mantente con
muchos niños. Si quieres puedo hablar con tu profesora, puedo quedarme
cerca.
—Se burlarán de mí —contestó.
—Pues te daré entonces un celular y si sientes algo me llamas, estaré en el
colegio en cuestión de segundos —me arrodillé ante ella.
—Pero te tendrás que quedar cerca para que puedas correr.
—Hay una biblioteca al frente de la escuela te prometo quedarme ahí hasta
la salida.
—Gracias Laura —me abrazó fuerte. Anabel desde pequeña desarrolló
una forma de hablar muy madura para su corta edad.
***
Cada noche Anabel duerme conmigo en la amplia cama, siempre trata de
estar lo más pegada a mí, y se queda dormida al abrazarla, no sé qué sentirá
Anabel a mi lado, pero mientras más pegada la tengo ella más relajada
duerme. La rutina es la misma, espero sentada en la taza del baño a que ella
se bañe y luego ella hace lo mismo hasta que yo me bañe. Nos vestimos
juntas, y le arreglo su abundante cabello. Desayunamos juntas, nos lavamos
los dientes al mismo tiempo, la acompaño a la escuela y me quedo en la
biblioteca.
Así pasaron los días y mi mundo giró a su alrededor, escuela, biblioteca,
me acompañaba a todos lados, en las noches pegada a mí. Traté de
mantenerla con más compañeras de clase, pero es diferente, se parece a mí en
ese aspecto, como si le tuviéramos miedo la gente.
Comenzábamos a relajarnos de la tensión por lo último que pasamos,
siempre las primeras semanas eran traumáticas, ella misma me fue diciendo
que regresara a la casa y que la buscara al finalizar la clase. Lo único que no
cambió fueron las noches, siempre dormía conmigo. Brenda me llamó para
saludarme y también a recordarme la cita del día siguiente en el banco.
—Laura no se te olvide la cita mañana a las 9 en el banco.
—Ahí estaré, dejo a Anabel en la escuela y nos encontramos a la entrada.
—Bueno nos vemos mañana —colgué el celular.
Le preparé la cena y nos sentamos a comer pasta, era lo único que sabía
hacer. Puso una comedia y fue ella la que tocó el tema.
—¿Por qué no te has casado? —me atraganté con la pasta.
—¿A qué viene esa pregunta? —agarré la servilleta y tomé un gran sorbo de
jugo para tener más tiempo de pensar.
—Es que jamás te he visto con un hombre, ¿te gustan las mujeres?
—¡Qué! —todo esperé, menos esa pregunta—. El hecho de que no salga
con un hombre no significa que sea lesbiana.
—Perdón —dijo encogiéndose de hombros.
—¿Por qué lo preguntas? —estaba desconcertada con la conversación.
¿De dónde sacará esas conclusiones?
—El vecino nos invitó a cine, yo le dije que sí.
—¿Qué?, Anabel, ese joven debe tener unos veinte tres años. Yo tengo
veinte ocho además lo he visto un par de veces ¿cómo es que tú lo conoces?
—Me cae bien. Mañana tenemos salida a cine —dijo—. Da un par de
clases en mi escuela, es el reemplazo de un profesor.
—No voy a asistir. Así no se hacen las cosas jovencita —le contesté muy
molesta, no sé por qué me enoja que me hablen de ese tema. No quiero tener
nada con nadie. ¡Con nadie!
—¿Estás enojada?
—Completamente —No sabía por qué el tema me había ofendido. Pero no
me gustaba salir y menos con ningún chico. No me sentía bien con nadie—.
Vas a arreglar esto, y jamás lo vuelvas a hacer.
—Lo siento Laura —en sus ojos vi el arrepentimiento.
—Ven aquí — se acostó en mi regazo quedándose dormida en cuestión de
minutos.
CAPÍTULO 8
EL LIBRO
Abrí la caja, en ella había un pesado libro de tapa gruesa color violeta sólo
decía Antonia Mclaend, el resto de las hojas en blanco, tenía cientos de hojas
y ¿estaban en blanco?, sin lugar a dudas este era el regalo más extraño de
todos, miré el sobre y saqué la carta ya no podía con la intriga.
Antonia Mclaend
¿Y quién es Antonia Mclaend? Esta mujer ¿ahora quién es? Volví a mirar
el libro, las hojas seguían en blanco —suspiré—. Encendí el auto para ir en
busca de la niña.
—Hola cariño, que tal las clases —le di un beso mientras que se
abrochaba el cinturón de seguridad.
—Muy bien, me saqué una A en matemáticas —dijo con una sonrisa
desganada.
—Felicidades, eso se merece una deliciosa hamburguesa.
—Delicioso —comentó sin expresión.
No había emoción en ella, desde que vivimos esos sucesos por más que
trato de animarla, es imposible y yo estoy igual o tal vez peor. Nos dirigimos
a la casa una vez terminamos de almorzar, fue Anabel la que bajó el libro.
Cuando entramos en el apartamento se sentó en el sofá y dijo algo sin
sentido, juro que no estaba.
—Este libro sólo tiene escritas tres páginas —comentó entretenida, corrí
hasta el sofá.
—¿Qué dices? —miré el libro, efectivamente habían escritos en las
primeras tres páginas—. Esto no estaba cuando me lo entregaron —hablé en
un susurro y asustada.
—La letra es muy bonita, mira —alzó el libro. Lo tomé y me senté a su
lado.
Me di cuenta que la letra se parecía a las anteriores cartas, efectivamente
era la misma caligrafía. Eso me confundió.
—Anabel, por favor tráeme la mochila donde guardo las cartas —salió a
buscar lo que le había solicitado.
Me entregó lo que le pedí, saqué las cartas guardadas de la Sra. Bernarda y
la comparé con la última que fue firmada como Antonia Mclaend.
Era la misma letra.
—Imposible, son la misma persona, debe ser familia mía —dije.
—¿Eso es bueno o es malo? —la niña miraba las dos hojas.
—No lo sé, pero me ha ayudado mucho —la miré—. Es solo que es
extraño.
La primera hoja decía Antonia Mclaend, en la siguiente página apareció
dibujado el collar que me regalaron hace tantos años, lo dibujaron idéntico,
con el mismo color que emitía en algunas ocasiones y en la parte inferior
citaba en negrilla.
El amor verdadero y trascendental
—Es tu collar tía—dijo mi pequeña con la boca abierta.
—Si, tal vez le perteneció a ella, al parecer somos familia —le dije
acariciando la hoja con una mano y la otra acariciando mi cadena.
Laura
Nos reunimos con Brenda en una cafetería cercana al lugar donde tenía su
despacho. Le contamos lo sucedido al ver como seguíamos vestidos, con la
misma ropa de ayer, llenos de sal y con unas ojeras por la falta de sueño.
—Por qué no vamos a la policía —me entregó el listado de los hoteles,
cada noche dormiremos en uno diferente para despistar al fantasma, si es que
conseguimos hacer eso. Esto es diferente. No se puede denunciar a un
fantasma, me tomarían como loca.
—Eso no funciona así —respondió Anabel, pensábamos lo mismo.
—Yo quiero al menos ayudar en algo —dijo mi amiga.
—Ya nos has ayudado demasiado Brenda. No sabes cómo te lo agradezco
y a ti también Frank —les dije.
—Si quieres me puedo quedar con ustedes —comentó mi amigo.
—No es necesario. Pasaré cada día en un lugar diferente, tú tienes tus
obligaciones.
—Laura he adelantado mis pendientes, estoy arreglando mi viaje a San
Francisco, tengo vuelo para el miércoles. ¿Segura que esa casa es la mejor
opción?
—Brenda si en el libro lo dice. Lo tomaré como el refugio perfecto.
Quiero una vida estable. Me cansé de correr y de divagar de un lugar a otro,
creo que la niña merece una vida tranquila —me sentía agotada,
desmoralizada y muy frustrada.
—Te admiro, no sé cómo lo haces y logras mantenerte fuerte, a mí me
habrían internado en un manicomio después de lo que has vivido —no dije
nada, sé que el tema de los fantasmas la desencajaba. Era el único problema
para que fuera feliz en su aspecto personal y laboral. Porque el sentimental
desde que la conozco ha pasado de fracaso en fracaso.
—Ya debo irme —dijo Frank mientras nos acompañaba a Anabel y a mi
hasta el auto. Tomó dos bolsas de sal, Brenda lo imitó—. Te llamaré.
—Gracias. Pasaremos la noche en el primero para que sepan.
Entré en el auto, le abroché el cinturón a mi pequeña, en su rostro reflejaba
la tristeza en su alma, se me cristalizaron los ojos.
—Vamos a salir de ésta amor ya lo verás —le acaricié el rostro.
—Por mi culpa estás viviendo situaciones que no deberías —la abracé y
mirándola a los ojos le dije.
—Escúchame bien pequeña por qué no lo voy a repetir. Jamás pienses que
eres una carga o algo por el estilo. Mira la vida de otra forma. Eres
afortunada por vivir con alguien que hace temer a los fantasmas y que te ama
pequeña, eres mi hija, ¿entiendes? —me miró con los ojos llenos de lágrimas.
—Yo también te amo Laura —sus manitas acariciaron mi rostro—. Eres lo
único que tengo —también era lo único que me quedaba la estreché contra mi
pecho.
Cuando llegamos —Brenda nos había realizado reservaciones en una
habitación modesta en un hotel del centro de la ciudad—. Nos registramos,
llené una maleta con bolsas de sal y un par de mudas de ropa, el resto lo
dejamos tirado en el maletero del auto. La caja, los obsequios y las cartas de
Antonia también las bajé, eran las mejores armas para los fantasmas. La
habitación era amplia, las cortinas florales y el fondo beige, igual a las
paredes, sacamos las bolsas, dejamos un par en varios puntos específicos del
cuarto, en un recipiente decorativo lo desocupé y lo llené de sal para tirársela
si era necesario. Esta vez nos bañamos juntas, no iba a dejarla lejos de mí
hasta que nos radicáramos en San Francisco. Debíamos sobrevivir hasta el
sábado. El agua me reconfortó, nos vestimos —dormiríamos con ropa y con
zapatos puestos por si debíamos salir corriendo—. Le di a Anabel la caja de
Antonia para que la llevara consigo, fue lo que evitó que el fantasma la
tocara, es ella quien debe tenerla. Solicitamos comida a la habitación, no
habíamos desayunado. Sonó mi celular, lo había dejado cargando antes de
entrar a bañarnos. Al mirar la pantalla era Frank.
—¡Hola! ¿Cómo siguen? —me alegré un poco que llamara, saber que le
importas a una persona diferente a tu familia es gratificante.
—Agotadas, vamos a comer un poco y a tratar de dormir ahora de día y
mantenernos despierta en la noche.
—Hoy no, pero mañana te prometo ir a donde me digas que estés.
—Te lo agradezco. Gracias por tu apoyo.
—Cuídate Laura.
—Lo haré, gracias.
—Salúdame a Anabel. Voy a dormir un poco, si es que logro conciliar el
sueño, la verdad es que presenciar o más bien confirmar que el mundo de los
fantasmas no es mentira… Dios me está costando, ya no sé en qué creer.
—En Dios, si ya sabes que el mal existe, también cree que el bien nos
protege.
—Si supongo que así es. Aunque me enojé con él, sabes.
—¿Por lo de tu familia? —debió ser muy duro el perder a sus seres
amados.
—Sí, bueno hay que tratar de dormir.
—¿Duermes en tu apartamento? —pregunté.
—No, dormiré en mi despacho y tranquilízate ya tiene sal regada en el
piso —sonreí.
—Hasta mañana.
Comimos y Anabel se quedó profunda abrazando la caja de Antonia.
Mientras tanto yo tomé el libro para ver qué nueva información nos
suministraba Antonia. Seguía en blanco. Eso no sabía cómo tomarlo, si me
relajaba a dormir o seguir en vela, me sentía agotada, me quedé dormida
abrazada a mi niña.
La mudanza con las viejas cajas hace más de dos semanas las había
acomodado en el garaje, no las he abierto aún, estoy ocupada como niñera en
las tardes y cocinera en las mañanas. No le había prestado atención, pero
había decidido que diariamente tomaría una caja para ver que había en ellas y
acomodar en cualquier parte lo que deseo preservar. Después de dejar a las
niñas en la escuela me cambié de ropa, desempolvé la primera caja. Yo
insistía en lo mismo, en los últimos días era más intensa la sensación de ser
observada y anhelada. Anabel decía que no había nada malo y me lo
demostraba con su tranquilidad, eso me hacía dudar. Me puse una sudadera y
sentí pena al hacerlo, miré a mi alrededor… ¡no hay nadie! —no seas tonta
—. Terminé de cambiarme, me dejé puesto un top y una chaqueta, bajé al
garaje y emprendí mi nueva labor. Tomé la primera caja y me senté en las
escaleras para abrirla. En ella había guardado lo que nos pareció importante
al salir del orfanato —sonreí—. La corriente de frío se posó en la parte de
atrás y algo más frío tocó mi espalda, me levanté sobresaltada mirando las
escaleras, no había nada ni nadie. Se me humedecieron los ojos, gracias a
Dios sonó mi celular porque por poco salgo corriendo de la casa.
—¿Aló? —no miré la pantalla.
—¿Laura? —era Frank. Sonreí me sentí tan, pero tan agradecida que
llamara.
—Hola Frank, ¿cómo estás? ¿Qué abandonadas nos tienes? —le reclamé,
el corazón me latía a mil por hora.
—Te dije que saldría de viaje, apenas acabo de regresar.
—Es cierto, lo había olvidado. ¿Cuándo nos visitas? La casa es hermosa,
te sorprenderás al ver el comportamiento de la niña.
—Eso me comentó Brenda, hablé con ella para que me diera tu dirección.
En estos días las visito, debo arreglar un par de pendientes y luego puedo
ausentarme un par de días.
—Te estaré esperando. Cuídate.
—¿Me extrañas?
—Por supuesto que te extraño —no debí decirle eso ¡ahora debes
arreglarlo!—. Eres un buen amigo.
—Sí, la ilusión sólo duro un poco —suspiró—. Nos vemos pronto.
—Te espero —terminé la llamada. Miré al techo, por algún lado se debe
filtrar esa corriente de aire, ¡otra vez paranoica! Pero no había abertura por
ninguna parte ni ventana cerca para que entre el viento de esa forma. Arrastré
la caja y me senté en el sofá, continué sacando lo que había en el interior.
Me llegaron tantos recuerdos, la bolsa de Ana, tenía en su interior un par
de medias rotas, eran las que me prestaba en las noches de frío. Saqué
también un gorro horrible de lana con franjas rojas y verde navideño, se lo
ponía a diario, no sé por qué le gustaba tanto —sonreí—. En ese instante un
recuerdo me invadió. Mi mente voló a una inmensa sala de una fina familia,
alguien observaba y al mirarlo, él desviaba la mirada, sonreí al descubrir que
no le era indiferente a ese hermoso joven, sentí un hormigueo en mi
estómago, sin duda le interesaba —así me siento en este instante, como si me
miraran de esa manera—. Sacudí mi cabeza. Metí las ropas viejas en la caja,
la llevé hasta el garaje dejándola en el otro extremo para saber e ir
clasificando lo que utilizaría, guardaría o botaría. Tomé otra, en ella había
cristalería que habíamos comprado a los dos meses de ser ricas. Las saqué y
las dejé en la cocina, hay que lavarlas, ya sabía dónde las guardaría, en el
bello mueble de madera que había comprado junto con los muebles de la
segunda sala, se verán perfectas ahí. Me entretuve lavándolas, cuando sentí
como si me hubiera puesto un témpano de hielo en el cuello y retirado al
mismo instante. Se me erizó la piel, en esta ocasión no pude más. Salí
corriendo y de paso tomé mi cartera, donde guardé las llaves del auto, me
apresuré a salir, las manos me temblaban, estacioné el auto en la entrada del
colegio y esperé a que mi pequeña saliera. Cuando ellas jugaban en la casa no
sentía la corriente fría. Pero la sensación de ser vigilada se incrementaba a
diario. Vi a mi pequeña en compañía de su amiga Katy. Las dos subieron al
auto y Anabel me miró.
—¿Pasa algo Laura? —respiré profundo.
—Después hablamos —le guiñé un ojo—. Hola Katy, ¿cómo les fue?
— No me siento muy bien —tomé su temperatura.
—Vamos.
Dejé a Katy acostada en la cama de huéspedes, bajé a buscar la medicina
para bajarle la fiebre. Le di una cucharada, le pedí que se quedara acostada
hasta que se le pasara el malestar. Cuando bajé mi sobrina esperaba al
comienzo de las escaleras.
—Anabel… —levantó la mirada—. Dime la verdad, por favor. ¿Hay
algún fantasma en esta casa?
—No. ¿Por qué? —desvió la mirada, se cuándo miente.
—Porque… —ella parecía nerviosa—. Tal vez mi mente está sugestionada
que a veces creo que alguien me mira.
— No hay nadie malo Laura. Yo me siento tranquila, aquí viviremos
seguras —alzó las manos.
—Ya lo sé —sonreí a media—. No me prestes atención. ¿Quieres comer?
—¿Qué preparaste hoy?
—Pollo al horno —ella se saboreó realizando una exagerada mueca.
Desde hace dos semanas, la sensación se ha intensificado, sobre todo en
las noches. Siento pena conmigo misma al colocarme la pijama de pantalón
corto o las batas de seda. Es esa sensación en la que le agradas a tu esposo y
él desea intimidad contigo. Eso era lo que sentía, como si alguien deseara
tanto mi cuerpo que quisiera quitarme la ropa. Me metí en la cama, ya no me
quedaba en el despacho respondiendo los requerimientos de Brenda, por esa
razón. Me acostaba y desde ahí trabajaba en internet hasta que me diera
sueño. Mi costumbre era mirar el libro de Antonia antes de dormir y en esta
ocasión volvió a dejarme fría. En él había algo escrito. Que no entendí, pero
sé que la nota tenías que ver conmigo.
No temas querida.
Hay amores que son eternos,
indestructible e intensos. En ocasiones
una mirada es el sello de un fuerte
lazo, no todos los seres humanos
tienen la capacidad de amar sin
importar nada. No temas, no le temas
a lo que sientes. Recuerda, es
indispensable que recuerdes, vuelve a
vivir.
—¿A qué no debo temer? —hablé en voz alta, no comprendí. Cerré el
libro, puse el despertador en mi nochero y el otro para que sonara cinco
minutos después. Ya que ahora duermo toda la noche.
Reanudé mi labor de sacar las pertenencias viejas, encontré algo que había
olvidado. Eran dos diarios míos, que los escribí un tiempo después del
nacimiento de mi sobrina. Me quedé mirándolos, con miedo de abrirlos. No
quiero leer, en ellos… he tratado de enterrar lo que escribí. Lo que… me ha
marcado a tal punto que me es imposible tener una vida con un hombre. Sentí
el paso de la corriente helada a mis espaldas había comenzado a utilizar
bufanda para no sentir ese frío aterrador. Gracias a Dios sonó el timbre de la
casa, dejé los dos diarios en la mesa de la sala, el resto de la caja la dejé en la
entrada del garaje. Cuando abrí era Brenda, con su acostumbrado ritmo
acelerado.
—Tengo prisa y regálame algo de tomar por favor —le sonreí, y nos
dirigimos a la cocina.
—¿Cómo vas con Carmen? —le pregunté mientras le ofrecía un vaso de
jugo.
—Excelente trabajadora. Necesito que me firmes estos documentos por
favor —me miró—. ¿Qué haces con bufanda?
—Es que… —abrió los ojos.
—No me digas que hay un fantasma Laura por qué no lo soportaría más —
sacó de su bolso una bolsa de sal, sonreí al verla, es demasiado cómica en
cada expresión que hace—. No te rías.
—Anabel insiste en que no, si eso te hace sentir segura —la miré, como le
explicaba a Brenda lo que me pasaba—. Es solo… —me dirigí al
refrigerador, tomé un cubo de hielo, se quedó de pie buscando la hoja que
debía firmar, de espalda a mí y se lo coloqué en el cuello—. Ella dio un salto
y el grito emitido me hizo reír a carcajadas, se vio muy chistosa esparciendo
sal por todos lados—. Fui yo.
—¡No vuelvas hacer eso Laura! —gritó.
—Necesitada decirte lo que a veces siento en esta casa. Es como si un
cubo de hielo se me pegara en el cuello por un instante —su rostro se
contrajo, intentó hablar, pero le tomó unos minutos analizar lo que le decía.
Habló después de suspirar varias veces.
—¿Y Anabel te dice que no hay nadie? —afirmé, tomé el esfero y firmé la
hoja que trajo.
—Sí y le creo, porque no siento miedo, es solo… no lo sé —le daba
demasiada importancia—. ¿Qué otros papeles debo firmarte?
— Por favor… ¿Tienes una bolsa extra de sal? —sonreí.
— En la alacena toma las que quieras.
Cuando Brenda se retiró tomé otra caja del garaje y lo que había en ella,
ya no me interesaba, la coloqué en el montón que iba a desechar. Volvió a
sonar el timbre. Ahora que se le quedó a Brenda. Pero no era mi abogada la
que esperaba en la puerta. Era un hombre calvo muy bien vestido que se
presentó como el representante del padre de Anabel…
CAPÍTULO 15
VISITAS INESPERADAS
Me quedé fría, miré el reloj y faltaba más de una hora para recoger a mi
pequeña.
—¿Puedo pasar? —dijo muy amable.
—Por supuesto —mi mente trataba de hacer una rápida conjetura, ¿cómo
un fantasma contrataba a un abogado? —. ¿En qué puedo ayudarlo? —le
indiqué el camino hasta la sala.
—Me llamo Máximo Baker.
—Mucho gusto, Laura Mclaend —lo miré fijamente, recordando las
palabras escritas de Antonia.
—Como le dije. Soy el representante del padre de la niña Anabel, vengo a
hablar con usted.
—¿Sobre mi sobrina? —el corazón me palpitaba afanosamente—. Que
está exigiendo ese descarado señor.
—No es su hija hasta donde tengo entendido —no le aparté la mirada ni
un solo instante, él se intimidó un poco—. El padre está exigiendo su
paternidad —me reí en su cara.
—Vaya que hay seres descarados. ¿Le comentó el padre que legalmente
tengo la custodia?
—La niña no tenía a sus padres.
—Pues que eso lo decida un juez —el señor me miró.
—¿No quiere escuchar la propuesta que le traigo? —abrí mi boca.
—Adelante —me crucé de brazos.
—El señor Arturo está dispuesto a darle una muy considerable suma de
dinero para que los trámites se hagan lo menos traumáticos…
—¿Disculpe? —lo interrumpí—. Mire a su alrededor señor —obedeció—.
¿Usted cree que yo necesito dinero? —tragó en seco.
—Si no se llega a un acuerdo con usted, la niña se debe quedar en una
casa neutral hasta que un juez decida a quién darle la custodia…
—¡¿Qué?! —no le aparté la mirada, él en cambio miró al piso—. Señor
Máximo usted no tiene la culpa de haber sido contratado por un degenerado.
Solo quiero que le diga a su cliente que mi sobrina no saldrá de mi protección
¡jamás en la vida! —fui interrumpida.
—Disculpe, pero si un juez… —lo interrumpí yo a él.
—¡Disculpe, nada! y déjeme terminar por favor —levanté la voz y él se
mordió la lengua—. He estado al lado de Anabel desde que nació, le juré a mi
mejor amiga cuidarla y velar por ella. Es mi hija porque así lo siento.
—Pero él es el padre y no sabía de su existencia.
—No sea ridículo. La embarazó, desapareció un día cualquiera y ahora
tiene el descaro de decir que Anabel se quede en un lugar como ese mientras
¿pelea una custodia? —levanté una vez más la voz—. Dígale, sobre mi
cadáver Anabel pisa un orfanato, jamás tendrá a mi hija, y restriéguele que no
me importará gastarme la fortuna que tengo con tal de defenderla, es mi hija
—vi vergüenza en él—. Pregúntele si así es como ama a su hija, que la está
mandando a un orfanato.
—Señora…
—Déjeme hablar y entienda. Me crié en un orfanato con la madre de
Anabel, yo sé lo que es pasar hambre y frío en un lugar como ese, sé lo que
es no tener a una mamá que te dé un abrazo en noches de tempestad. ¿Ahora
usted me está diciendo que someta a mi hija a un lugar de esos? —los ojos se
me humedecieron, sabía que no lograría evitar las lágrimas, tocaron mi punto
débil, no iba a perderla—. Lo veo en un juzgado, hasta ese día verá a su hija,
si es que en verdad le interesa.
—Si señora yo… —bajó la mirada—. Disculpe. Él piensa seguir y según
su posición será en un juzgado.
—Su tarjeta por favor, mi abogada lo contactará —me la entregó, lo
acompañé a la puerta.
Me quedé sentada en las escaleras llorando. Recordé, esta era la tercera
vez que lloraba, si no cuento las veces de llanto en mi sueño. La primera vez
fue la madrugada en la que nació Anabel, ¿cómo era posible que este
fantasma haya dado tan pronto con nosotras? Me sequé las lágrimas, corrí
hasta mi habitación, cuando lo hice atravesé la corriente de aire, pero no me
importó. Miré el libro de Antonia y en el sólo estaba escrito en una plana
completa:
Perdóname
No decía más nada. Tomé el celular, llamé a mi abogada.
—¿Brenda? —mi voz la alteró.
—¡Qué te pasa Laura! —gritó.
—Ven por favor —bajé con el libro de Antonia, ella me diría si el
fantasma entraría. No demoró. Escuché el frenar de su auto, la puerta la había
dejado abierta para que entrara.
—¿Qué pasa Laura? —no pude hablar, comencé a llorar en su hombro,
esperó a que me tranquilizara. Desde la muerte de Ana no me había visto
llorar. Yo sentía dos dolores al mismo tiempo, era muy extraño lo que mi
pecho experimentaba.
—Toma —le entregué la tarjeta del abogado y con la bufanda me limpié la
nariz—. Es el abogado del padre de Anabel —en sus ojos vi una revelación
—. ¡Anabel! —ella corrió detrás de mí, nos subimos en su auto, lo había
dejado sobre la calle, la puerta de mi casa quedó abierta. Brenda manejó a
toda velocidad, no esperé a que apagara el auto cuando salí precipitadamente
y corrí hasta la entrada de la escuela. En el aula mi pequeña sonreía por algo
que la maestra decía, tan tranquila e inocente de lo que pasaba a su alrededor.
—Ella está bien Laura —dijo mi amiga—. Debemos hablar con la rectora,
decirle que está prohibido que alguien salvo tu o yo pasen a recogerla.
—Por favor —la miré.
—No te preocupes, yo tengo arreglado ese trámite y te hago partícipe de
que tienes la custodia legal —arrugué mi frente—. ¿Te acuerdas la mañana
cuando me preguntaste que me pasaba? —afirmé—. Bueno en una de las
cartas que Antonia me dejó, decía que debía hacer los papeles para que fueras
la tutora legal. Esa mujer sabía lo que pasaría —sentí una alegría en mi
pecho, la abracé fuerte—. Y si él envió a un abogado es porque algo impide
que entre en la casa.
—Puede ser. Pero es vulnerable en la escuela.
—Tendrás que bañarla en sal como hago yo —le sonreí.
8 de diciembre
Las lágrimas salían sin poder contenerlas. Recordé esa parte del sueño.
Recordé lo feliz que fui, en esos días donde él era mi todo. Mi corazón por
primera vez se sintió vivo, nací para ese tiempo, creo que Dios se equivocó
de época, mi lugar en la tierra era estar con él —con la bufanda me secaba las
lágrimas—. Me sentía tan triste, siempre lo ha estado desde que desperté ese
4 de diciembre. No quería seguir leyendo, juré olvidarlo porque… no sé
cuánto lloré, acaricié el diario, sabía lo que venía a continuación, reviví cada
experiencia. La noche que dormí en sus brazos por que la tormenta nos
impidió salir de su refugio, el beso tan apasionado que nos dimos, nuestros
cuerpos querían seguir, pero yo me acobardé y lo más bello fue su respeto
hacia mí. El quedarme en sus brazos, me pareció lo más cercano al cielo, esa
noche sellé mi alma a la suya, deseaba vivir con él. Amaneció conmigo sin
haber pasado nada, yo sabía que él estaba acostumbrado a otra cosa, y
conmigo fue diferente. Él es mío, se lo gritaba al mirarlo. Al día siguiente fui
sometida a un mundo de reproches, él intervino para defenderme y nunca lo
imaginé, mucho menos que me pidiera matrimonio —mi pecho no aguantó,
llevo seis años enterrando ese recuerdo en lo más profundo del alma—. Me
sentí observada una vez más, como si estuviera frente a mí. Ya nada importa,
mi mente enviaba recuerdo tras recuerdo. Acepté ser su esposa y la nostalgia
que sentí esa mañana en esa bella casa en los brazos del hombre que amo,
como si en verdad hubiese existido. Me ofreció la posibilidad de formar una
familia, la familia que jamás tuve. No aguanté más, jamás había llorado en mi
vida y en sus brazos desahogué la soledad y tristeza que inundaba mi ser
desde el día en que nací. Mi ser gritaba a los cuatro vientos lo feliz que me
sentía por amarlo, pero solo me quedaría con él unos días más —no saben lo
que diera por haberme quedado en el pasado, haber formado una familia,
tener hijos igual de bellos a él—. Esa mañana lloré todo lo que nunca había
llorado. Mi tía no pudo consolarme, se resignó a acariciarme el cabello
después que Franco me dejó en la cama. Volví a mí, cuando María me
entregó una carta con una bella flor. Él me sacó del dolor en el que me había
sumergido, sólo él lograba llenarme la vida, sólo a él le pertenecía ¿por qué el
destino no podía habernos puesto en el mismo tiempo? Volví a mirar el diario
y busqué la hoja donde había plasmado la última noche vivida con Franco.
Subí como alma que lleva el diablo, sentí mucho miedo al comprobar que
un espíritu habita en la casa, aunque Anabel no lo confiese. Me encerré en mi
cuarto, saqué una bolsa de sal que mantengo en el nochero y comencé a
regarla por la habitación. No pensé en la niña, no tenía miedo por ella. El
miedo era conmigo, me puse la bata de dormir y me acosté con las cobijas
hasta el cuello, mañana es día de escuela y mi sueño volvía a ser pesado.
No sé si estaba dormida, el caso es que pensaba en Franco, en esa noche
que acariciaba mi cuerpo por primera vez, tan sutil, acariciaba mis
extremidades por encima de mi bata, rozaba sus dedos de una manera tan
suave, sus manos parecían de seda. Que sensación tan deliciosa haber dado
rienda suelta a mi mente otra vez, solo necesitaba permiso y enseguida corrió
a refugiarse en la protección de esos recuerdos. Emergió la necesidad de
volver a tenerlo… El primer despertador me sobresaltó, no tenía cobijas, las
había tirado al piso. Escuché ruidos en la planta baja, arrastraban algo — ¿Ya
se despertó? —. Me pregunté, miré el despertador eran las cinco de la
mañana, entré al baño, me arreglé. Al salir mi pequeña barría mi habitación.
—Buenos días hija.
—Buenos días —contestó seria, estaba indignada. Arrugué mi frente.
—¿Te pasa algo?
—¿Por qué hay sal otra vez en el piso?
—¿Por qué? —la tomé de la mano, salí con ella escalera abajo hasta la
sala, le señalé el jarrón sin apartar la vista de ella para poder ver su expresión
—. Por eso, porque, aunque tú me digas que no hay fantasmas, no te creo.
—¡Qué!
—Las flores Anabel —le hablé entre dientes.
—Están muy bonitas —señaló, seguí la trayectoria de su dedo, en efecto
las flores seguían intactas, hermosas sin daño alguno. Abrí la boca, yo no
estoy demente anoche fueron desojadas. No me lo inventé, ni era producto de
mi imaginación—. ¿Te pasa algo Laura?
—No… anoche, anoche… te juro que… —no hablé más. Caminé a la
cocina por un vaso con agua. No pude haberme imaginado eso. Tomé un
recipiente y comencé a preparar pancakes para el desayuno, y salir con
tiempo a recoger a Katy y dejarlas en la escuela.
Al regresar de la escuela me acerqué a las flores, parecen las mismas, estas
lucían un poco más abiertas, las de ayer eran capullos —eso no es raro, cada
día se van abriendo hasta alcanzar su esplendor, pero yo había visto sus
pétalos esparcidos en el piso…
Tomé el segundo diario abrí la página al azar y lo plasmado, es el
sentimiento que aún tengo y de eso ya han pasado tantos años.
***
Era mediados de noviembre. El invierno se adelantó, el clima en estos
últimos tiempos está loco, odio el frío, no sólo se adelantó si no que entró
fuerte. Era viernes, Brenda pasó el fin de semana pasado con nosotras, al
parecer no está también, pues la depresión por no tener una pareja estable le
afecta. Por ahora los fines de semana pasábamos las penas viendo películas
con un tarro de helado o con palomitas de maíz. Hoy volverá para continuar
con nuestras horas de derroche con el síntoma del despecho. Yo me siento
inquieta, no sé el motivo, es una sensación de ansiedad en la boca del
estómago y no logro calmarla. Mientras espero la hora para recoger a la niña
del colegio me entretuve escuchando música y como ya tenía la colección de
Ana al lado del estéreo coloqué un CD que hace años no escuchaba, en una
época fue mi favorita aun cuando ya era vieja la canción. La música salió por
los parlantes y con los clásicos de Michael Jackson y su Thriller comencé a
bailar y recordar los pases que hacía con Ana, éramos expertas bailarinas, me
entretuve tanto en mis recuerdos, me dejé llevar por el ritmo hasta que
escuché una fuerte carcajada, que me estremeció hasta las entrañas. Salí
corriendo de la casa sin importar que mis objetos personales quedaran
adentro. Me quedé en la reja mirando al interior. Era imposible, yo no estoy
loca ni paranoica, pero de que vivimos con un fantasma, vivimos. Ya no me
queda la menor duda. Alguien se había reído a carcajadas. El carro de Brenda
se estacionó mal, me extrañó que se presentara a esa hora, tal vez debo firmar
algún documento de última hora. Salió corriendo directo a la casa y antes de
entrar me gritó.
—Necesito un baño con urgencia y tú quedabas más cerca —entró
corriendo, puedo jurar que se desabotonaba el pantalón antes de llegar al
baño. Si le digo lo que escuché es muy capaz de desmayarse. Sonreí, mi
amiga es única. Yo definitivamente no iba e entrar a la casa hasta hacerlo con
Anabel. La vi que salía y le grité.
—Por favor tráeme la cartera y la chaqueta para salir a buscar a la niña —
se devolvió tranquila sin ningún problema, no le diré lo sucedido para que se
pueda quedar esta noche con nosotras, no volveremos temprano, hoy será día
de compras.
Recogimos a las niñas, era viernes, Brenda tenía su bolso en la parte
trasera, desde la mañana me dijo que había empacado su ropa para el fin de
semana. Nos fuimos de shopping a un centro comercial, nos divertimos
comprando ropa, me percaté que Anabel miraba la ropa masculina—. Algo
no está bien con ella, debo averiguarlo.
Hace mucho no me compraba ropa por diversión, nos medimos cuanto
quisimos, cada una salió con varias bolsas en las manos. Katy no podía de la
felicidad con lo que se compró, hasta llevaba un detalle para su madre. Al
regresar a la casa bien entrada la tarde, el miedo se me había olvidado por
completo, nos preparamos para una rutina de películas. Brenda bajó con su
nueva pijama, mi pequeña también hizo lo mismo. Habíamos acondicionado
la sala, nos veremos por enésima vez “El regalo prometido”, era la película
favorita de Anabel. Cada una tenía un recipiente con palomitas de maíz y un
vaso gigante con refresco. Ya eran las once de la noche, mi niña se quedó
dormida en el sofá así que la llevé hasta su recámara, bajé para seguir
acompañando a mi amiga en su crisis existencial.
—Ya sé lo que me dirás, estoy muy mal, pero quiero saber lo que te pasó a
ti con tu historia de amor.
—¿Cómo sabes que es una historia de amor?
—¡Laura! —me miró con cara de no me tomes el pelo—. Créeme, sé muy
bien lo que es estar arruinada por un hombre.
—Bueno, te informo que amo a un fantasma.
—¿Qué? —gritó, me reí, acaricié mis brazos por que sentí el frío muy
cerca.
—Es un decir. Sólo he amado una vez, y fue un sueño, aunque lo sentí
muy real.
—No te entiendo.
—No me entenderás si no te cuento con pelos y señales. Me enamoré de
un hombre de catálogo.
—Más bello que Robert Pattinson —alcé una de mis cejas—. Más bello
que el protagonista de Thor —afirmé con una sonrisa a media en mi rostro.
—Brenda, él es el hombre más atractivo, masculino e imponente que he
conocido en mi vida.
—No existe un hombre así.
—En mi sueño si, por eso es tan perfecto —me ofreció la bebida, me atoré
con las palomitas de maíz. Ella se acomodó de frente—. Él existe, sé que es
una locura, al llegar del banco, la vez que me entregaron el collar —lo tomé
en mi mano—. Tuve un sueño muy extraño. Y te puedo jurar que viajé al
pasado.
—Me estás diciendo que Antonia está metida en el cuento —afirmé.
—Y después de mi sueño, a todos los hombres que conozco los comparo
con él.
—No hay hombre perfecto.
—Lo sé, pero él de mis sueños era perfecto para mí.
—Yo no podría vivir tanto tiempo sin alguien. Necesito tener una persona
a mi lado para que me apoye.
—Date un tiempo Brenda, ten un espacio para que te conozcas a ti misma
y pídele a Dios que te regale el hombre perfecto para ti. No desperdicies tu
vida con cualquiera.
—Que llegue pronto, no por la necesidad de tener sexo Laura, sino porque
no me gusta estar sola. Odio la soledad más que a los fantasmas créeme.
Nos quedamos en silencio mientras veíamos lo poco que le faltaba a la
película.
CAPÍTULO 18
TEMOR
Anabel nos sacó del profundo sueño en el que fuimos envueltos. Los
golpes en la puerta me hicieron reaccionar mientras que él parecía estar
profundamente dormido, le di un beso en la boca, me vestí y abrí la puerta.
—Cariño es tarde para ir a la escuela.
—No quiero ir hoy a la escuela —dijo—. Quiero verlo.
—No señorita —se me subieron los colores al rostro.
—¿Está desnudo? —abrí los ojos.
—Vaya mente la que tienes. Baja —le dije sonriendo.
Al acercarme a la cama él se desperezaba.
—Buenos días amor —dije, es muy atractivo y muy varonil.
—Buenos días cariño —se inclinó y me besó.
—Anabel te espera, voy a bañarme, haré el desayuno —me atrapó y no
quería soltarme, me aferraba a su cuerpo, ambos nos reímos, en un descuido
de él me escabullí y corrí al baño dejándolo en la cama.
No sabía que ropa ponerme, quería verme linda para él, sin dejar de ser yo,
así que me puse un pantalón estilo safari de color caqui y una blusa de
tirantes, al salir él miraba y tocaba cada objeto.
—¿El agua que tal está? —preguntó.
—Caliente —se acercó y me dio un beso muy insinuador, provocando que
mi respiración se agitara.
—Que pícaro eres, debería de ajusticiarte por la forma en que me
conviertes en nada con sólo tocarme —sonrío—. No hagas eso, sabes que la
niña nos espera —dije mientras su mano se deslizaba por mi cintura, suspiró
con fuerza.
—Quería saber si no he perdido mi estilo.
—Jamás lo harás —volvió a sonreír—. En el otro cuarto se guardó tu ropa,
en la tarde la pasaremos a esta habitación.
—Como la señora Lecontte disponga —sonreí, miles de mariposas
revolotearon en mi vientre.
Bajé a la cocina con una sonrisa en mi rostro, mi pequeña me hizo
ruborizar al realizar su comentario. No le presté atención, me puse a
preparar huevos con tocino, pan tostado y jugo de naranja. Franco me
llamó.
—¡Cariño! —subí las escaleras de dos en dos, al escuchar el grito.
—¿Qué pasa? —pregunté al entrar a la recámara, encontré la puerta del
baño abierta y parecía estar un poco avergonzado.
—Perdóname… pero no sé qué botón utilizar para que salga el agua en tu
sofisticado baño —no pude contener la risa—. No te rías por favor.
—Creo que ahora entenderás el porqué cuando estuve en tu tiempo
prefería observar antes de hablar, sabrás el porqué decía tantos disparates —
sonrío, le expliqué el mecanismo de la sofisticada ducha. Se quitó la toalla y
entró al agua—. Tu cuerpo es perjudicial para la vista —el arrugó su frente
—. Eres demasiado perfecto —su sensual sonrisa emergió en su rostro y se
sonrojó.
—Por qué será que tienes la capacidad de abochornarme con tanta
facilidad —le guiñé un ojo, me dirigí de nuevo a la cocina. El desayuno
estaba listo, sonó el timbre. ¿Quién podrá ser?, Anabel comenzó a servir la
mesa mientras yo abría la puerta, era Brenda con ¿Frank?
—Hola… pasen —les dije, saludándolos.
—Hola Laura —mi abogada entró un poco temerosa.
—Buenos días —Frank me saludó de beso en la mejilla, mi pequeña
corrió a abrazarlo como antes y volvió a sorprendernos—. ¿Y este saludo a
qué se debe?
—A que Laura ya está con Franco y él no se pondrá triste.
—¿Quién es Franco? —preguntó.
—El fantasma, que está protegiendo la casa y tiene el mismo nombre del
amor eterno de Laura, eso la tiene un poco trastornada —noté el cambio en
mi amigo, pero no era de dolor, más bien ¿vergüenza? —. ¿Ya se puede ver
como una persona común y corriente? —preguntó Brenda.
—¿De qué hablan? —volvió a preguntar, él no sabía los últimos sucesos
de los fantasmas.
No le respondí, escuchamos los pasos de mi fantasma favorito al bajar las
escaleras y al girarnos, descendía el hombre por el cual yo pierdo la cabeza.
Vestido con los mocasines de color gris, el pantalón que tenía puesto era un
dril de color gris oscuro y el buzo gris claro que le había comprado cuello
alto, vi como mi abogada cambiaba de expresión y abrió la boca mientras que
yo suspiraba, me sentía orgullosa de saber que ese varonil hombre estaba
conmigo, una vez más me regaló esa pícara sonrisa, Brenda abrió más la
boca. Anabel se bajó de los brazos de Frank y salió corriendo a lanzarse a los
brazos de Franco, le cerré la boca a mi amiga sin dejar de reírme.
—¡Franco! —el gritó de mi niña fue alegre.
—Princesa —me conmovió como la llamó.
Él la acomodó a un lado de su cuerpo y siguió caminando en dirección a
nosotros, con la mano suelta me tomó por la cintura y me dio un
comprometedor beso —se por qué lo hizo—. Quería dejar muy claro que soy
suya. Brenda volvía abrir la boca y con mi mano se la cerré de nuevo porque
se le podía desencajar la mandíbula. Al dejar de besarme, bajó a Anabel, me
di cuenta que mi amigo miraba a otro lado. Franco había logrado su
cometido.
—Mucho gusto Franco Lecontte —dijo. Mi abogada abrió los ojos al
mirarme y yo le afirmé. Siempre quedamos sorprendidas por más que nos
imaginamos lo que va a pasar, es el mismo nombre que le dijo Antonia.
—Frank Halen —respondió mi amigo.
—Yo soy…
—Brenda, la mejor amiga de mi Laura —dijo saludándola de beso en la
mano como era su costumbre en el siglo XIX.
—De dónde sacaste a esta estampa de hombre —mi amiga pensó en voz
alta. Yo solté una carcajada.
—¿Qué significa estampa? — me mordí los labios.
—Hombre perfecto —se le subieron los colores de nuevo a mi novio—.
¿Tienes hambre?
—Mucha, hace 100 años no me convertía en humano —arrugué la frente,
me miró penetrando mi mirada—. Después te cuento esa historia.
—Sé que están bastantes desconcertados pero mi historia con Franco es…
no lo sé. Creo que deben leer esto —salí en busca del diario y se los entregué
—. Por él, es que no he podido estar con otro hombre —ellos me miraron
anonadados—. Espero lo entiendan. Me alegra que estén aquí, necesito ayuda
para desenredar la historia.
—Vamos a comer —dijo Anabel tomándome de la mano.
Mientras ellos se ubicaron en la sala y se sumergieron en la lectura del
diario, nosotros compartíamos en la mesa como una verdadera familia. Al
terminar recogí los platos y los llevé a la cocina, mi pequeña subió a su
recámara, Brenda se levantó del sillón y me interrogó en la cocina.
—¿Viajaste al pasado para acostarte con ese hombrón?, Laura con razón
es que jamás miraste a ningún hombre con semejante partido —su cuerpo
habló por ella—. ¿En la cama es igual que verlo en persona? —sonreí.
—Mejor.
—¡Ay madre mía! —se estremeció, no pude evitar reírme—. Mándame al
pasado para encargar uno igual —solté una carcajada.
—No cambias —le di un leve manotazo en la cabeza.
Salíamos de la cocina y escuchamos la conversación que los dos hombres
sostenían. Frené en seco y mi amiga se chocó con mi cuerpo.
—No quiero que vuelvas a intentar besar a mi mujer —decía Franco.
—No lo volveré hacer y no por ti, sino por ella. Solo no juegues con sus
sentimientos fantasmita —abrí mi boca, miré a Brenda y ella me decía que no
interviniera y que escucháramos la conversación.
—Crees que yo viajé a este continente a buscarla sometiéndome a 200
años en un estado de intervalo y ¿Ahora que la encuentro es para jugar con
ella? —noté la rabia en su tono de voz. Era hora de intervenir, sé a dónde
querían llegar y no lo permitiré.
—¿Pasa algo señores? —los miré a los dos, ellos al mismo tiempo
respondieron.
—Nada.
—Quiero dejar algo claro —miré a Frank—. Amo, adoro y daría mi vida
por Franco sin pensarlo —mi novio sonrió victorioso mientras que mi amigo
se sintió avergonzado. Ahora miré a Franco—. Comprende que él es mi
amigo, el único que he tenido en mi vida y lo respetarás —Franco se mordió
la lengua, no de rabia sino más bien de alegría mientras que Frank arqueó las
cejas—. No quiero riñas, sarcasmos entre los dos hombres que son
importantes en mi vida, cada uno en la faceta que acabo de nombrar,
¿estamos claros? —los miré a los dos. Ellos se quedaron analizando por un
segundo. Ya lo había dicho, di la vuelta para traer a Anabel y alcancé a
escuchar lo que ellos hablaron.
—Que genio, no pensé que tuviera ese carácter —dijo Frank.
—Yo sí y no sabes lo que me alegra saber que sigue siendo la misma —
comentó.
Anabel venía corriendo con la caja pequeña, uno de los últimos regalos de
Antonia.
—¡Laura! —gritó. Franco llegó a mi lado mientras que mis amigos se
quedaron un poco retirados de nosotros sin apartar la vista de la niña con una
cara de asombro—. ¡Mira! —me dijo mostrando la caja y esta tenía un
candado. Era increíble la magia de Antonia.
—Esto no estaba. Solo falta la llave… —no terminé la frase, Franco subió
las escaleras corriendo desapareciendo en nuestra habitación. Al volver me
mostró la llave que tenía.
—La llave que me dejaron. La que debía cuidar —sonrío, nos sentamos
alrededor de la sala, fue Franco quién abrió el cajón misterioso. Quedamos
sorprendidos él y yo al ver lo que había en el interior, eran pertenencias
nuestras. Habían cartas y cuando las tomé eran las que él escribió hace 200
años, también encontramos una pequeña bolsa de terciopelo—. ¡Esto es
sorprendente! —dijo sonriendo, tomó la bolsita—. Sigue en pie mi propuesta
de matrimonio —dijo, a mí se me hizo un nudo en la garganta—. Solo dime,
si tú también sigues dispuesta a compartir la vida conmigo.
—Lo anhelo —sacó el anillo que me había puesto ya una vez, por más que
intenté no pude contener las lágrimas. El deslizó el anillo por mi dedo.
—Jamás debió desaparecer de ese lugar —me besó la mano—. Es para mí
un honor ser tu esposo, aunque sea un fantasma —fui yo la que se lanzó a
besarlo, me correspondió sin objeción—. Te amo con toda mi alma.
—Niña en la sala —comentó Anabel, se le notaba lo feliz que estaba,
Franco la tomó en brazos y le preguntó lo que jamás pensé que el diría.
—Princesa… ¿me aceptarías como tu padre? —nos miramos, los ojos se
me humedecieron de nuevo pero los de ella derramaron ese líquido salado
que se activa con el grado del sentimiento.
—¿De verdad quieres ser mi papá?
—Lo anhelo… si Laura está tan orgullosa de ser tu madre yo seré un
hombre privilegiado por tener una hija como tú —Anabel no le contestó, lo
abrazó—. ¿Te gustaría llevar los apellidos Lecontte Mclaend?
—Claro que si —ella extendió su mano para que me uniera al abrazo
familiar. No es necesario haber engendrado los hijos, lo importante es
amarlos como tal.
—Me han hecho llorar —Brenda se limpiaba las lágrimas y Frank le
ofreció su pañuelo.
—Creo que estoy sobrando —comentó mi amigo, se levantó. Pero fui yo
quién lo detuvo.
—Frank quiero que te quedes y nos ayudes a entender a esta mujer, eres
Psicólogo.
—Si. Y como te decía en el auto, eres importante para que me mantengas
con la cabeza pegada al cuello —mi amiga le ofreció la mano, él se sentó—.
Por cierto, Franco, Antonia me entregó este sobre para ti.
Mi prometido tomó el grueso sobre, al destaparlo se dio cuenta que eran
los documentos de sus propiedades.
—No sé si esto sirva en este tiempo —le pasó los documentos a mi
abogada, ella es especialista en finca Raíz.
—Claro que sirven, esos documentos son invaluables. Sólo debo rastrear
las propiedades. ¿Puedo hacerlo? —le preguntó.
—Eres la abogada de la familia, Colega —ella me miró y afirmé.
—Él es abogado —se miraron.
Franco leía el libro de Antonia, Brenda analizaba la documentación
suministrada por mi novio y mi niña hablaba con Frank. Fue Franco, el que
nos sacó de las meditaciones personales.
—Cariño… —presté atención a su llamado—. Creo que tu… eres la hija
de Antonia —abrí mi boca—. ¿No te has dado cuenta?, ¿por qué crees que te
ayuda? Quería que fueras feliz, pero vivíamos en tiempos diferentes por eso
hizo lo que hizo, mi duda es Anabel ¿qué tiene que ver ella en nuestra
historia?
—¿Por qué dices eso? —tomó el cajón y buscó en las cartas, cuando
encontró las que necesitaba me las extendió. En una decía que yo era la
última Mclaend, y a raíz de su amor a mí había desatado algo en la vida de
Antonia. En la otra carta era donde le suministraron la dirección antigua de
esta casa, ¿por qué no era la actual? En doscientos años ha cambiado la
nomenclatura—. No entiendo aún.
—Mi mamá me comentó algo de la historia de Antonia, cuando ella se
casó con mi ancestro, él era viudo con dos hijos que Antonia tomó como
suyos, del nuevo matrimonio nacieron dos más. Pensamos que tú eres
descendiente de los hijos de Antonia, mi madre es descendiente de los hijos
mayores del primer matrimonio, lo que significa que no somos familia.
Aunque aún sigo sin comprender por qué me involucraron —meditó un poco
—. En la narración inicial ella cuenta una historia y deduzco es un fragmento
de su vida. En ocasiones mamá decía que en nuestra familia existían
hechiceras y adivinas, no se divulgaba, porque ese tema sabes que es
censurado por la iglesia católica. Nunca me interesé por saber la historia, pero
en nuestra familia era un tema delicado y cuando leyó la carta, el día en que
Antonia me entregó tu anillo, la vi meditar mucho. Mamá solo me dijo qué
Antonia no es la madre de mi bisabuela y como jamás me interesó el tema no
indagué, aun ahora me parece absurdo.
—Me alegra que no seamos familia, pero por qué dices que soy la hija de
Antonia.
—Amor, Antonia es una hechicera ya lo comprobamos, viajaba en el
tiempo de eso no queda la menor duda, dejó un hijo en el futuro y según esto
—movió el libro—. Para su bienestar le dejó una enorme fortuna, yo deduzco
que tú eres ese hijo dejado en un lugar seguro como el orfanato para que tu
padre no te encontrara… —nos miró a Anabel y a mí—. Lo mismo que pasa
con… — terminó de expresar su pensamiento en un susurro.
—Franco ¿sabes por qué un fantasma persigue tanto a un humano para
hacerle daño, sin importar que sea su hija? — le preguntó Brenda.
—El necesita matarla y beber su sangre… —se me congeló el alma—. Es
la única forma en que un fantasma puede volver a ser humano, debemos
matar a nuestros propios hijos y beber su sangre —mi pequeña se sentó a mi
lado.
—Que horrible —dijo mi amiga.
—Es inhumano —comentó Frank.
—El no regresará siendo un hombre común y corriente. Él se ha entregado
al mal por completo y sería un demonio en la Tierra —me tomó la mano—.
Se ha fortalecido por que ha matado, eso hace que un fantasma pueda entrar a
una casa donde ya reside otro.
—¿Tú eres fuerte? —preguntó Frank.
—Entre los buenos, se entendería que si… ante él… no resistiría mucho.
—¿Te puede matar? —debía saberlo.
—No. Bueno, no creo. Hay algunas armas que si lo harían —mi novio
acarició mi mano.
—Bueno, no me lo están preguntando —intervino Frank—. Comparto la
opinión de Franco, esa mujer ha hecho infinitas intervenciones con el fin de
protegerte y ella misma confirma haber tenido un hijo y tú encajas en ese
panorama —yo no había dicho nada, aun trataba de asimilar—. Además, en
una hoja, te pide que la perdones y siempre te ayuda. Lo que no encaja es
Franco y Anabel.
—En la carta dijo que mi amor por Laura desató la primera de las
ataduras, sólo el amor verdadero podía hacerlo —no se apartaron las miradas
los dos hombres—. Pero la parte de Anabel no la entiendo.
—Por mi pequeña me regresó al presente. Porque debía proteger a Anabel
de su padre…
—Creo que ya es suficiente con tanto tema —intervino Brenda.
—Tienes razón. Espero que Antonia o mi madre siga enviado pistas y
revelaciones.
Guardé las cartas en mi armario, en el nochero dejé el libro de Antonia.
Pedí comida a domicilio y tratamos de pasar una tarde normal. Mi abogada
estaba entusiasmada porque sería la primera vez que le tocaría usar la
falsificación para sacar los documentos legales de Franco y los necesitaba
para tenerlos en regla. Se nos pasó el día rápido y la noche llegó, mi niña se
había quedado dormida con su cabecita en mis piernas, ella desde que
escuchó el motivo por el cual su propio padre quería matarla quedó
desmoralizada.
—¿Ya se durmió? —preguntó mi prometido.
—Hace rato —contesté.
—Toda la tarde estuvo muy callada —susurró.
—Es por su padre —respondimos al mismo tiempo Frank y yo.
—Él es psicólogo —le dije mirándolo.
—Debes darle amor paterno Franco —le dijo mi amigo—. Eres un buen
muchacho —los hombres hablaban, miré a Brenda y se mordía los labios.
—Ya es hora de irnos —comentó mi amiga y Frank se levantó.
—¿Qué vas hacer ahora?, Si tienes tiempo te invito a ver una película —le
propuso.
—Encantada —percibí el brillo en los ojos de Brenda.
Nos despedimos, mi prometido con su innata caballerosidad, les abrió la
puerta, cuando se fueron cargó a Anabel en brazos y subimos al segundo
piso. Yo los seguía con mi mano agarrando el bolsillo de su pantalón.
Dejamos a Anabel en su cama arropada y al salir Franco me tomó en brazos
como si fuera un bebé en dirección a nuestra habitación sin dejar de
besarnos…
—Por fin dentro de tres meses serás mi esposa —susurró sin dejar de
besarme.
—Estoy ansiosa de tener el segundo anillo donde diga que eres mío —me
abrazó contra su pecho desnudo—. ¿Cómo será nuestra vida en un futuro
amor?
—¿A qué te refieres? —se acomodó para quedar frente a mí.
—A que nos veremos cada tres meses ¿eternamente? —comenté—.
Franco tienes 200 años en este estado de fantasma —el me prestó atención,
mientras acariciaba mi collar que fue lo único que no me quitó—. Y yo por
alguna razón me congelé en los 19 años. Tendremos hijos y ¿los veremos
morir?
—No lo había visto así —meditó—. Sólo pensé en que estaríamos así por
siempre.
—Yo quiero tener una vida contigo, morir después de haber tenido el
privilegio de caminar a tu lado por muchos años.
—Creo que tendremos problemas en ese aspecto.
—No tendré problemas mientras estés a mi lado —di la vuelta y quedé
sobre su pecho—. Es solo que sería muy doloroso ver morir a nuestros hijos.
No fue necesario volver a hablar, me besó y nuestros cuerpos reaccionaron
a la pasión y volví a fundirme en sus fuertes brazos…
CAPÍTULO 21
CONVIVENCIA
Hemos estado muy unidos en estos últimos días, hoy que es el último y
después de las 12 no volveré a verlo hasta dentro de tres meses, todo el día
me he sentido sensible y he llorado mucho, en silencio, evitando que me vea
en algunas ocasiones.
—Amor estaré encerrado, no saldré de aquí por los próximos tres meses.
Además, tú estarás entretenida con los preparativos de nuestra boda.
—No es lo mismo —almorzábamos. Mi pequeña seguía tranquila, ella si
podrá verlo y eso me desquiciaba.
—Dormiré contigo en la habitación —lo hace para compensarme un poco.
—¡Me congelaré! —contesté con un puchero que nunca en mi vida había
hecho. Me sensibilizó de tal manera que si Ana me viera estaría más
sorprendida que yo.
—Entonces no te tocaré —dijo un poco impotente.
—No. No me importa que me tenga que poner veinte edredones, no estés
lejos de mí.
—Amor —se encogió de hombro—. Dime qué hago —Anabel nos
observaba—. ¿Por qué no quieres comer?
—No tengo hambre —me levanté, tomé el plato de comida y lo dejé en la
cocina, me dirigí a la cama. Tengo tantas ganas de llorar. Mi niña se acostó
conmigo.
— ¿Qué tienes Laura?
—No lo sé… estoy muy triste, a lo mejor es porque no lo veré mañana, y
es invierno y estaremos en navidad solas.
—Estaré aquí —dijo, entrando al cuarto, se acomodó junto a nosotras. Yo
quedé en medio de los dos, me acariciaron, ella acariciaba mi brazo mientras
que Franco acariciaba mi cabello, hasta que me dormí.
Pasé la tarde dormida, algo demasiado extraño en mi rutina y confieso que
me dio rabia haber desperdiciado horas para estar con él. Abrí mis ojos y él
estaba a mi lado.
—Hola mi vida —sonreí, parezco una tonta.
—Me dormí… —sonrío.
—Sí, desde que te conozco nunca te he visto dormir en el día.
—Perdona por lo que dije del frío.
—No dijiste nada malo —era una egoísta, lo hacía sentir mal porque sé
que para él esto también es difícil.
—Perdóname.
—Ven aquí —me acunó como si fuera una recién nacida. Estábamos solos
y así nos quedamos por un largo tiempo. Antes de dormir Anabel entró y se
despidió de Franco.
—Te veré mañana —le sonrío.
—Te quiero princesa, cuida de tu madre cuando no estén en la casa —me
encantó ese comentario.
—Claro que si —yo no pude con el nudo en la garganta y reprimí el llanto,
me besó la frente y nos dejó solos.
—Voy a estar siempre a tu lado Laura por favor no llores —sus labios se
apoderaron de los míos.
—Te amo —le susurré.
—Y yo a ti.
Pasamos la noche abrazados en la cama, se había puesto su tradicional
vestido del año 1810. Brenda llamó para decirle que mañana no tratara de
asustarla, también habló con Frank.
—Te encargo a mis dos mujeres —la piel se me erizó, se refería a Anabel
y a mí—. También te encargo el favor que te solicité, lo necesito en tres
meses —¿a qué se refería?—. Gracias amigo. No se te olvide visitarme —
colgó su celular dejándolo en su mesa de noche, junto al reloj que le había
regalado.
—Ven aquí —dijo cuándo terminó de hablar—. Lo bueno es que tengo el
poder de tocar y con el celular nos lograremos comunicar por mensaje de
texto —sonreí, no lo había pensado, pero tenía razón—. Quiero que sepas que
soy el hombre más feliz del mundo. No te alcanzas a imaginar cómo me
siento por dentro —me envolvió en sus brazos.
—No me dejes dormir por favor.
—Estás muy dormilona hoy —me acurruqué más en sus brazos.
—No sé, los ojos me pesan y el sueño es tan delicioso.
—¿Te estás durmiendo?, ¿no quieres verme desaparecer?
—Claro que sí, aunque lloraré —sólo fue mencionarlo y las lágrimas
volvieron.
—También estás llorando mucho.
—Eso es por tu culpa tuya —se rio.
—¡Te amo Laura Mclaend! —gritó, faltaba una hora para la media noche
y peleaba con mis parpados.
—Y yo a ti —le susurré.
—Me encanta este color de cabello, realza el color de tus ojos —lo besé
en el pecho.
Me acarició el cabello y fue lo peor, eso no ayudó en mi lucha contra el
sueño. Me quedé profundamente dormida y no lo vi desaparecer.
El despertador sonó, al abrir mis ojos un vasto frío acarició mi mejilla.
—Buenos días —le dije. Y sentí sus labios en los míos. Anabel entró a la
habitación.
—Buenos días —se quedó al pie de la cama e inclinó su rostro, me supuse
que Franco le daba un beso en la mejilla—. Estos son los últimos días ya que
termino clase el viernes. Y todo el tiempo estaré con ustedes y voy a traducir
lo que tú le digas —comentó ella, tal vez a lo que él le decía.
—No es lo mismo —intervine. Estaba desganada. La tristeza de no verlo
me tenía de mal genio, sensible e irritable.
Los días pasaron, nos comunicábamos con mensajes de texto, eso era algo
que me ayudaba a saber dónde estaba porque su celular flotaba por la casa.
Brenda y yo salíamos a diario por motivos de la boda, y no es que no esté
ilusionada o emocionada, es sólo que no sé qué me pasa, algo raro ocurre en
mi cuerpo. Contraté a un experto organizador de bodas. Un alocado diseñador
de eventos, que tenía una forma de hablar y caminar que me provocaba
mucha risa cada vez que lo miraba, era más expresivo que mi amiga, eso sí,
con mucho glamour y gusto excepcional, aunque su forma de combinar los
colores para mí era un poco extravagante. Combinar un jean verde con una
camisa ajustada verde claro y una chaqueta verde limón.
—Parece un gusano, esos que por donde lo mires es verde —le di un
manotón mordiéndome los labios, acabábamos de entrar a su moderno
despacho.
—Me dicen Sua y soy todo oídos —comentó moviendo las manos y los
ojos de forma chistosa, nos sentamos.
—Tienes que serlo —le dijo Brenda—. Te adelanté una fortuna.
—Confieso que eso fue un punto a su favor, tengo trabajo.
—Solo te ocuparemos tres meses. Es una boda relámpago.
—Hablen mis niñas, me encargaré de conseguir lo que ustedes necesitan.
—Quiero una ceremonia inspirada en los años 1800 —el abrió los ojos y
brincó de su silla para dar un giro con el cuerpo doblado de una forma que no
sabía si se podía.
—¡¡¡Maravilloso!!! Me acabas de alegrar la existencia.
Acordamos los requisitos, en tres meses debía tener lista mi boda,
acordamos que debía ser al aire libre ambientado en el año en que nos
conocimos. No escatime en gastos y él brincaba de felicidad porque no lo
cohibiríamos. Debía hacer de mi boda la mejor ceremonia de San Francisco.
Aunque sólo asistieran unas 50 personas, eran conocidos de Brenda, Frank y
de Carmen. Los padrinos serían mis amigos, quien más que ellos para tener
ese mérito, disfrutaban lo mejor de su relación. El mejor amigo de mi futuro
esposo pasaba las tardes en la casa hablando con él y viendo algún programa
en la televisión, Franco era más fuerte y se comunicaba sin ningún problema,
el celular era su mejor herramienta, chateaba con nosotros.
Mí vestido de novia era hermoso en el papel, espero que el diseñador lo
haga tal cual, y para el traje del novio, sacamos el molde del traje de etiqueta
que tenía en mi armario. Con las especificaciones iguales al motivo de la
fecha estipulada para nuestra boda.
Llegó diciembre y por primera vez después de la muerte de Ana armamos
el árbol de navidad. Él no se veía, pero ayudaba con el arreglo. Brenda aún se
sobresaltaba al ver que los objetos volaban por la casa, al menos ya no temía.
Tuvimos nuestra cena navideña, un delicioso pavo al horno. Con regalos en
el árbol para al día siguiente, Anabel no cabía de la felicidad y para sorpresa
nuestra, recibimos detalles de Franco que los compró por internet y los pagó
con sus tarjetas de crédito, nuestra abogada había arreglado la mitad de la
fortuna de mi marido y nos sorprendimos cuando llegó una tarde a decir que
tenía una increíble fortuna en el banco, antes de morir su padre había dejado
varias inversiones, ahora en su billetera tenía tarjetas débito y crédito. Franco
también recibió varios regalos. La cena del año nuevo también la celebramos
en familia con los tíos como a veces los llamaba Anabel a nuestros amigos.
Pasaron dos semanas más y a pesar que estos días me he sentido
inmensamente feliz, algo no funcionaba bien en mí y eso tenía preocupado a
Franco, no sé cómo lo hace, pero me conoce mejor que yo en algunas
ocasiones.
—Quiere que vayas a un médico hoy mismo, dice que no es normal tu
palidez —comentó mi pequeña en la sala.
—Tal vez es un resfriado —él se acercó, no había notado que estaba
sudando en invierno. Puso su mano helada en mi frente, una deliciosa
sensación de fresco recorrió mi cuerpo.
—Yo también quiero que te revisen —la voz de Anabel era triste—.
Duermes mucho, no quieres comer... bueno no estás comiendo, además
Franco dice que te mareas. No quiero que te enfermes.
—Ven aquí… —la abracé—. Está bien, iré al médico hoy mismo para que
los dos estén tranquilos. Me abrazó y por primera vez el frío no me disgustó
—. Ya no eres tan frío —Anabel miró al vacío y luego me miró a mí.
—Está muy rara.
Brenda me recogió pasado el mediodía, Carmen había reservado la cita
con el médico. Entré con ella. Le expliqué al médico mis síntomas, escuchó
detenidamente luego me miró a través de sus gafas redondas y con una leve
sonrisa me preguntó:
—¿Cuándo fue tu último periodo? —me quedé en blanco por un
momento, a Brenda los ojos se le salieron de su órbita. No había pensado en
eso. ¡Y cómo!, si Franco es un fantasma, pero recordé que el padre de Anabel
también es uno de ellos y pudo dejar embarazada a Ana. ¡Era cierto! El
periodo debió haberme llegado la primera semana de diciembre y estábamos
en la segunda semana de enero y no me ha llegado. Una leve sonrisa se me
dibujó en mi rostro—. ¿No había pensado en esa posibilidad? —el médico
sonreía. Yo negué sutilmente, aun asimilaba la excelente noticia de estar
esperando un hijo, primero debo hacerme los exámenes—. ¿Quiere verlo? —
las lágrimas recorrieron mi rostro.
—Por supuesto —respondió Brenda.
— ¿Usted es? —le preguntó el doctor.
—La madrina del bebé —respondió, la miré sonriendo ella con su altivez
y autoridad—. ¡Ay, donde no lo sea! —me abrió los ojos.
—Por supuesto que lo serás. Nadie más se lo merece —ella comenzó a
aplaudir como una completa niña.
—Síganme.
El médico me aplicó un gel helado en el vientre y en el monitor se vio un
ligero latido de un diminuto corazoncito. No pude evitar llorar, ahora si con
más ganas. Dentro de mí había un pedacito de él.
—Es hermoso mi hijo —susurré.
—Yo no veo nada más que un palpitar —Brenda movía su cabeza de un
lado a otro tratando de verle forma.
—Es muy pequeño aún, pero se está desarrollando a la perfección —dijo
el médico
—. ¿Cuánto tiempo tengo? —le pregunté.
—Vas a cumplir 8 semanas.
—Quiero todas las fotos posibles de mi bebé, por favor grábelo para
mostrárselo a mi… esposo.
—Con gusto. Sobra decirle que desde ahora no debe usar esos zapatos —
tenía unas botas altas—. Debe alimentarse muy bien y se tomará la medicina
que le recetaré para que ese niño salga sano y fuerte.
—Lo que usted diga doctor.
—Perfecto.
—Debemos avisarles, nos esperan en la casa —Brenda tomó su celular
para llamar, pero yo se lo quité.
—No… vamos a darles una sorpresa —a mi amiga le brillaron los ojos. La
enfermera me entregó un sobre con una USB de la ecografía donde fueron
grabados los latidos del corazón de mi bebé y los papeles con la fórmula para
comprar las vitaminas.
Sonó el celular de mi amiga, ella miró el número y me mostró.
—Dile que no me han atendido.
—Hola bebé —saludó a Frank—. Dile que apenas hablemos con el
médico los llamaremos —supuse que el preocupado era Franco—. Nos
vemos en un rato, te amo —colgó.
—¿Qué te dijo?
—Según Anabel, Franco está haciendo una zanja en el piso de las mil
veces que ha caminado en el mismo lugar, le ha escrito como cien veces a
Frank que porqué nos demoramos. Revisé mi celular que lo había dejado en
el bolso, tenía un centenar de mensajes y preguntas del celular de mi futuro
esposo. Le respondí que no se preocupara que dentro de poco me atenderían.
—¿Qué vamos hacer?
—Vamos a una tienda de bebés.
La verdad el tiempo se nos fue en un abrir y cerrar de ojos mirando todo lo
que se encuentra en una tienda de ropa y accesorios para bebés. Teníamos en
nuestros celulares un montón de llamadas perdidas. ¡Qué desesperados son!
Un mensaje de voz de Anabel casi llorando me hizo llamarla.
—Amor es una sorpresa lo que voy a llevarles, no le digas nada a Franco
por favor, el médico me dijo que debo comer mejor, me recetó un par de
vitaminas.
—¿No me estás mintiendo? — preguntó hablando en susurros.
—¿Dónde andas?
—Me encerré en el baño de mi habitación, porque no quiero preocupar
más a Franco… Laura él está desesperado, cree que te pasó algo malo y que
no nos lo quieres decir.
—En media hora llego.
—Bien.
Compré lo que necesitaba, aunque casi que no logramos decidirnos con los
zapatitos que metería en la bolsa de regalo para entregársela a Franco. Yo los
quería azul y Brenda rosados, optamos por unos blancos, estaba segura de
que tendría un varoncito. De regreso a la casa Brenda condujo muy lento y
eso me tenía irritada.
—¿Por qué conduces tan despacio? —me quejé.
—Tengo que ser una mujer prudente —dijo mientras que el semáforo
cambiaba—. Así conduzco cuando estoy con Anabel en el carro.
—Sí me ha dicho que no sabe cómo llegas temprano a tus obligaciones,
dice que es más rápida una tortuga —sonreí.
—Puedes decirme lo que quieras, pero hay bebé a bordo —solté una
carcajada, era imposible con su forma de ser.
Al bajarme del auto al frente de la casa, la cortina de la sala estaba corrida
y no había nadie, supuse que Franco miraba la entrada. Saqué mi bolso con el
regalo. La puerta se abrió sola y al entrar, el nefasto frío me envolvió.
—Que no le vuelvas a hacer esto —tradujo mi pequeña.
—Ya estoy en casa, no pasó nada.
—Está enojado —dijo Anabel—. Y no te diré lo que está diciendo.
—Te traje una sorpresa —le entregué el regalo—. Ábrelo por favor —
caminé en dirección a la sala, en ella Frank besaba a Brenda y al parecer
mi amiga ya le había dicho algo porque él abrió la boca, y con un pequeño
abrir de ojos lo silencié.
Franco caminaba con la bolsa de regalo y vimos como dos pequeños
zapatitos flotaban hasta una distancia media. Mi niña abrió los ojos con la
felicidad reflejada en ellos y me miró para comprobar lo que se imaginó —
me hubiese encantado ver la cara del padre de mi hijo—. Anabel corrió a mis
brazos para felicitarme, narraba la reacción de mi marido, yo solo me di
cuenta que los zapatitos se movían de arriba a abajo.
—No sale del asombro, está pálido y no se ha movido ni un solo
centímetro del mismo lugar. Mueve los brazos para mirar los zapatitos y baja
la mano como si estuviera confirmando, asimilando lo que él cree que
significa eso —sonreí.
—Amor… eso significa que vamos a ser papás —Anabel se apartó de mi
lado al ver los zapatitos quedaron en la mesa en un abrir y cerrar de ojos fui
elevada quedando cargada y el frío se pegaba en mis labios, cerré mis ojos
para imaginármelo.
Pero lo sentí… sentí el grosor de sus labios en los míos y pude tocarlos, no
abrí los ojos, con mis manos comencé a palpar su cuerpo. No podía creerlo,
cuando los abrí vi la silueta de un hombre de agua, era transparente y a través
de él, los objetos se distorsionan, me dejó en el piso.
—Puedo verte —le susurré.
—Él dice que el amor lo fortalece. Que lo acabas de convertir en el
hombre más feliz del universo y al parecer eso se ve reflejado en su cuerpo
—tradujo Anabel.
—Te adoro —volví a sentir sus labios en los míos.
En la casa se reinaba un ambiente de felicidad, mis amigos se despidieron
y antes de salir de la casa mi amiga me comentó.
—Con todo esto olvidé decirte que ya tengo lo que solicitaste —vi como
la silueta de Franco giraba para mirarme. Yo no podía con la satisfacción al
saber que ya podía ver en donde se ubicaba sin tener el celular.
—Perfecto. ¿Cuándo lo podré ver?
—Dame el día de mañana y arreglo la reunión —Brenda hizo una mala
mueca para disimular la imprudencia.
—¿De qué hablan? pregunta Franco —tradujo Anabel.
—Preparativos de la boda —mentí.
—Si —intervino Brenda—. Un recado de “multicolores” —Frank soltó la
risa y yo no logré reprimir la carcajada. Recordar al organizador, cada vez
que lo voy a ver me imagino antes, que traje es el menos llamativo. Siempre
se pone la misma gama de tonos, jamás lo he visto de negro o de blanco por
eso Brenda lo apodó el multicolor.
—Franco quiere saber cuál es la causa de la risa —mi niña ya lo conocía.
—Amigo no te pierdes de nada, es un tipo que le gusta vestirse diferente
—Frank fue condescendiente en la descripción. Pero me acordé de la tarde
que fui a ver mi vestido el vestía la gama de naranjas, parecía una zanahoria.
O de la mañana en que parecía un algodón de azúcar, hasta las gafas eran
rosadas.
—Aun no sé qué día es el mejor de los trajes que le he visto puesto —
comentó Brenda.
—Que si él lo conocerá —Anabel miraba en dirección a Franco y se
encogía de hombros.
—Supongo amor, para medirte tu traje días antes de la boda —sonreí—.
Me imagino el armario que debe tener —comenté.
—Y los accesorios —habló Brenda con los ojos a punto de salírsele—.
¡Me imagino! —no dejamos de reírnos.
Acostamos a Anabel que se había quedado dormida viendo TV, él la
cargó, no era conveniente que yo hiciera fuerza y así me lo recordó cuando
intenté levantarla, me detuvo. Entramos a nuestra habitación y al sentarse a
mi lado, abrió el cajón.
—¿Estás feliz? —el cajón se cerró—. Yo también. Hay un pedacito de ti
dentro de mí. Logro verte, aunque sea traslúcido, como agua en un recipiente
transparente. ¿Cómo lo haces? —abrí el cajón—. ¿Eso puede suceder? —el
cajón no se cerró—. ¿Tu apariencia es nueva en ese mundo? —se cerró una
vez más, suspiré—. ¿Te gustó ver a tu bebé en la ecografía? —el cajón se
cerró—. Sé que no entiendes, pero te lo explicaré mañana, ahora verifica que
las ventanas estén cerradas amor, después métete en la cama conmigo, ya
tengo sueño.
Lo vi salir del cuarto mientras me cambié de ropa, acaricié mi vientre y
me metí en la cama, a los pocos minutos se acomodó a mi lado y su mano
acarició mi vientre para luego acariciarme el cabello.
—Hasta mañana amor —me besó en la mejilla fue su despedida y su
deseo de buenas noches.
Me quedé dormida en menos de nada, el calor me sacó del delicioso
sueño. La puerta del cuarto estaba abierta y Franco no estaba a mi lado. Miré
el reloj, eran las dos de la mañana, escuché un extraño sonido, no sentí
miedo. Me puse la levantadora y las pantuflas. Miré por el balcón y llovía.
Me dirigí a la habitación de Anabel y las cobijas estaban tiradas en el piso,
sonreí negando la cabeza, parece un gusano durmiendo. Volví a cobijarla. En
el piso inferior se reflejaba una luz azul, y a Franco no lo vi por ningún lado,
los nervios comenzaron aflorar desde mi interior. Terminé de bajar las
escaleras y vi el TV encendido, mi marido tenía el control remoto mirando el
video de nuestro bebé, suspiré tranquila, fue el acto más hermoso que he visto
en mi vida. Quisiera saber lo que le pasaba por su mente. Al verlo así supe
que para él también esto que nos está pasando era lo más maravilloso del
mundo. Me quedé un largo tiempo viéndolo, no se percató de mi presencia, el
repetía y repetía el video. Después de la tercera vez hablé.
—¿Amor? —soltó el control y llegó a mi lado volando. Quedó frente a mí
—. Como quisiera poder escucharte —me abrazó y su rostro se incrustó en
mi cuello.
Me besó el rostro, luego se alejó para apagar el televisor y de la nada volví
a ser levantada. Me dejó en la cama y me cobijó, volví a dormirme.
Al despertarme la cama estaba vacía y en remplazo de su presencia había
una carta. Sonreí emocionada.
Amor
Laura y Franco
A ustedes quiero confesarles lo que
pasó y el por qué yo odié, amé y
desprecié a quienes estuvieron a mi
alrededor.
Tengo 28 años, me casaron a los 20
con Robert Lamburtd el tatarabuelo de
Franco. Un hombre tan malvado y
despreciable que aparentaba ser un
gran caballero para quien no lo
conocía bien, pero en la realidad era la
encarnación de algún demonio. Se
daba golpes de pecho cada domingo en
la eucaristía. Lavaba sus culpas por ser
un violador, abusador, enfermo, era un
hombre repulsivo. Cuando me casé,
pensé que era bueno. Se ganó la
confianza de mis padres, en cuestión
de meses me llevó al altar. Mi
matrimonio era el segundo en su lista,
enviudó con dos bellos hijos, un niño
de cuatro y una niña de tres años. No
tenía nada contra ellos, los amé como
si fueran míos. Pero con el tiempo a
ellos los condené. Perdónenme por lo
que hice.
La relación con Robert aparentaba
ser perfecta a los ojos de los vecinos y
ante aquellas personas que nos
conocían. Nadie sabía que era un
enfermo y un sicópata de la
sexualidad, aunque no quisiera me
obligaba a hacerle cosas que me daban
asco, con el tiempo me fui llenando de
resentimientos, pocos meses después
quedé embarazada de mi primer hijo,
jamás respetó nada, todas las noches
tomaba mi cuerpo.
Los Mclaend somos descendientes de
hechiceros blancos, nuestro linaje se
ha mantenido en la clandestinidad.
Desde pequeña mi madre me enseñó a
desarrollar algunas habilidades y yo
descubrí otras, entre ellas mi capacidad
de estar en dos lugares al mismo
tiempo. Cuando tenía 15 años de edad
descubrí que podía estar en el pasado y
en el futuro. Jamás se lo conté a mis
padres y sola, comencé a viajar, a estar
en dos lugares diferentes. Con solo
pensarlo y al instante estaba en el lugar
que deseaba, me di cuenta de que
viajar en el tiempo me distraía de lo
que me pasaba en mi vida real. No
comprendí el cómo o el porqué, pero
me gustaba, jamás intervine, era
observadora, hasta que aprendí a
manipular el tiempo.
Se convirtió en mi refugio, él salía en
la mañana y regresaba por la noche.
Así que comencé a viajar más lejos.
Buscando un lugar para llorar mi
desgracia. Entre mis hijos sólo había
un año de diferencia, no quería tener
más con él, así que empecé a tomar
bebidas para no quedar embarazada.
Yo le temía y al pasar los años el
resentimiento fue creciendo, me daba
asco que me tocara, él lo sabía, cada
vez que lo hacía lloraba y eso lo
ofuscaba más y su forma de
desahogarse era pegándome, me
castigaba por mi falta de amor, según
él, yo tenía un amante. Quería matarlo,
aunque podía, no me atrevía hacerlo,
eso sería ir contra mis principios y
contra lo que soy… pero cuando
conocí a Arturo…
—Espera un momento —interrumpí la lectura—. ¿Qué nombre dijo?
—Arturo —repitió Franco, mis amigos estaban concentrados en la
narración—. ¿Por qué?
—Brenda… en la tarjeta del abogado que te di, ¿te acuerdas?
—Nunca pude comunicarme con él —arrugó su frente—. ¿Por qué?
—Lo sé. Es que, él me dijo el nombre del padre de Anabel se llamaba
Arturo —miré a Franco y el desvío la mirada hasta donde la niña dormía en
mi regazo.
—Vamos a estar un buen tiempo aquí, así que déjame traigo una cobija
para que esté más cómoda.
—Me parece bien, mientras tanto yo pido la cena —suspiré—. Quieres
algo en especial.
—Ya sabes que me gusta.
Franco bajó una cobija y una almohada, Brenda pedía el domicilio
mientras que yo me refugié en el costado de mi marido.
—Cariño… —nos miramos—. ¿Crees que se trata del mismo Arturo? —
me encogí de hombros.
—Sería demasiado enredo, yo resultaría siendo media hermana de Anabel
—él sonrío.
—¿Crees que en esta relación algo está desenredado? —sonreí, Brenda
tomó su lugar y Franco comenzó a narrar de nuevo.
—Él se llama Jack —es como un oso gigante que se inclinó de nuevo—.
Era esclavo, así que tiene trescientos años como fantasma —nos brindó una
cálida sonrisa y continuó presentando a sus amigos—. Él es Ian —sentado al
lado de Jack, era rubio de ojos azules—. En vida fue marinero. Amor, te
presento —Franco señaló a un hombre de cabello largo, era un indio—. Es el
Gran Zorro —miré a mi esposo quien sonrío. Cada uno se levantaba, nos
daba la mano a Brenda y a mí, a Anabel le sonreían y le acariciaban el
cabello—. Y este caballero es William —un joven pelirrojo pecoso de la
estatura de Frank—. Por último, Alexander —es el más joven de todos, tal
vez unos diecisiete años, flaco de cabello castaño—. No mires su aspecto de
niño, es el más viejo de nosotros. Tiene cuatrocientos años de ser un
fantasma. Bueno muchachos ¿qué tal la noche?
—Acogedora —respondió más de uno.
—Siéntense, ya viene el desayuno —dije.
Comieron con ansias, parecía que no se hubiesen alimentados en mucho
tiempo. Franco es igual, es como si aguantaran hambre durante los tres meses
de su estado fantasmal. No hablaron casi, primaba la comida. Creo que las
empleadas durante estos días tendrán que hacer toneladas de alimentos. Al
terminar, Franco los hizo pasar a la gran sala para explicarles con detalles lo
sucedido y contarles para qué los necesitaba. Fue una jornada larga, llena de
relatos, el libro de Antonia pasaba de mano en mano, para que ellos vieran las
evidencias. Frank en un par de veces interrumpió a mi esposo en su relato,
escuchaban con suma atención. Cuando mi marido terminó ellos se
presentaron oficialmente.
—Mi nombre es sólo Jack —dijo el hombre al que Brenda había apodado
el gran oso—. Fui esclavo como te comentó Franco y por eso no tengo
apellido, morí por causa de un perro rabioso en el año 1790. No me temas
linda —miró a Anabel—. Tu padre es un gran amigo, fue quien me enseñó a
leer en los tiempos que salía, mi lealtad está con él.
—Soy indio por eso mi nombre es El Gran Zorro —tiene el cabello negro
azabache, liso y largo hasta la mitad de la espalda—. Siempre he apoyado a
quien lo necesita, si es buena persona —era un hombre de cuarenta años
aproximados. Mi amiga permanecía al lado de Frank callada y mirando
detenidamente a cada uno—. No me gustan los espíritus malignos, pero desde
que conozco a Franco él tiene algo que lo protege y lo demostró la otra
noche, cuando ayudó al humano —se inclinó ante mi esposo—. Siempre será
un honor pelear a tu lado joven amigo.
—Me llamo Ian Lloyd —habló el rubio—. Fui marinero, en mi último
viaje fui contagiado de cólera, me dejaron tirado en una fosa común cuando
el barco tocó tierra. No soy de estas tierras, soy escocés y desde 1800 vago
por las calles de San Francisco y para mí también es un privilegio luchar con
ustedes.
—Yo soy William Stephens morí en el año 1863 en la guerra de secesión,
hace años no peleo —sonrió ante su comentario—. Así que estoy
emocionado por volver a lo que algún día fui —era un hombre delgado, alto,
de ojos café y cabello rojo—. No se saldrán con la suya esos endemoniados
fantasmas.
—Bueno soy el más joven, mi nombre es Alexander Davis tenía veinte
años cuando me llego la muerte —pensé que tenía menos edad—. Mi muerte
fue por causa de la tos ferina. No sé pelear, no tengo conocimientos militares,
pero sí puedo dar puños y patadas —se encogió de hombros—. Siempre tomo
forma humana así que he estudiado.
—Yo también —dijo Frank, Brenda y yo lo miramos—. También voy a
pelear cariño.
—Gracias por apoyarnos —les dije—. Pero si entiendo un poco todo esto
de ser un fantasma. ¿Ustedes ese día no deberán estar en los lugares donde
murieron?
—No cariño —dijo Franco—. Ellos murieron en la calle, eso hace que
divaguen por cualquier parte de la ciudad, siempre y cuando no esté habitado
por otro fantasma —arrugué mi frente—. Eso quiere decir, que a las 12 de la
noche ellos estarán en el jardín de la casa y yo dentro de ella —afirmé—.
Ellos son amigos así que no se pelearan por mi jardín —se rieron entre ellos,
no comprendí el chiste. Anabel intervino.
—Gracias por venir a protegerme, tienen almas nobles y se los agradezco,
pero mi padre es poderoso, con cada minuto se hace más fuerte, igual que
Franco, no logro entender cómo funciona la energía que los envuelve a
ambos, pero…
—No nos pasará nada pequeñuela —dijo Jack—. No lo permitiré —mi
pequeña sonrío.
—¿Son buenos peleadores? —Por fin habló Brenda—. Bueno a Jack con
sólo verlo atemoriza, hasta que sonríe… pero ¿las peleas de fantasmas son
normales?, ¿No se pueden utilizar armas?
—No —respondió mi esposo.
—¿Pero no se pueden hacer como una especie de balas de sal? —la
miramos—. ¡Que!, ¿por qué me miran así? —se encogió en su silla, tal vez
avergonzada por su brillante idea.
—Eso estaría bien… ¿cómo las haríamos? —vi el brillo en los ojos de mi
marido.
—Déjenme esa tarea —dijo Alexander—. Ahora tenemos de nuestro lado
la tecnología y podemos encapsular sal en un material que al lanzarla con
fuerza se rompan al contacto con sus cuerpos —nos miró—. Será como jugar
a bolas de nieve.
—Podría ser —dijo Frank— Alexander y yo nos encargaremos de eso.
—Bueno creo que debemos tomar clases con William y también con Ian
para desarrollar o pulir nuestra técnica de lucha —mi marido se tomó el
liderazgo, una cualidad más para mi lista de hombre perfecto.
Nos levantamos y Frank nos condujo a un gran terreno al costado de la
casa, un potrero a mi punto de vista. Me quedé a un lado con Brenda y
Anabel mientras que los hombres recibían instrucciones del soldado, les
enseñaba a dominar unos palos, que para la pelea se convertirían en espadas.
Me sorprendió ver a Franco con tanta agilidad que era para dominar la
espada. De la nada, comenzaron a levitar, el único que se quedó en tierra fue
mi amigo que se encogió de hombros y gritó.
—¡No es justo! ¡No soy fantasma! —todos soltaron una carcajada.
Suspendieron para almorzar y fue lo mismo que en la mañana, se
devoraron la comida en un abrir y cerrar de ojos. En la tarde el entrenamiento
fue cuerpo a cuerpo. Me quedé en la casa, desde la terraza podía verlos.
Comenzaron a luchar, se pegaban puños de verdad, le lanzaron golpes a mi
esposo, aprende y va mejorando, continúa peleando hasta que termina
dominando a su adversario, es el mejor. Le dio problemas el oso gigante y
fue por lo grande. Escuché cuando el Gran Zorro lo felicitaba.
—La niña tiene razón, te haces cada día más fuerte Franco y es
sorprendente —en una ocasión me dijo que ellos sienten la energía del otro
fantasma y por eso sabes hasta qué punto, el fantasma es fuerte.
Me metí en la casa con Anabel a dormir, tenía sueño, Brenda se fue hasta
el claro para verlos pelear. Al atardecer, mi amiga me levantó para decirme
que del entrenamiento quedaron con la nariz rota, la boca partida, ojos
pequeños e hinchados y muchos moretones. Salí para verlos, los regañé
cuando entraron a la casa —yo los había dejado simulando los golpes —ellos
parecían ser un grupo de niños exploradores.
—Si vuelven a golpearse como lo hicieron hoy, juro que les meteré sal en
la boca —hablé con tal determinación, que todos se sentaron en silencio—.
¿Quién les dijo a ustedes que eso era entrenamiento?
—Cariño…
—¡Cariño nada! —interrumpí—. ¿Los malos no son ustedes?
—Debíamos practicar.
—¡No me digas! —le respondí al Gran Zorro—. Se creyeron machitos
otra vez, ¿entonces a pegarnos en la cara para volver a ser humanos?
—No nos duele.
—Díganle eso al pobre de Frank que no puede abrir un ojo —bajaron la
mirada—. ¿Se les olvidó que había un humano con ustedes?… Bueno —miré
a Frank—. Aunque tú también estabas como un pandillero midiendo tu fuerza
bruta —había sido mi amiga la que me puso al tanto.
—Y vaya que si la tiene —dijo Alexander, quien seguramente había sido
su adversario.
—Se los diré una vez. Si vuelven a llegar con un golpe alguno de ustedes
me tendrán miedo —Franco se mordía los labios conteniendo la risa—. Cada
uno se va para su cuarto ya mismo —los traté como si fueran niños chiquitos
—. ¿Pero qué se creyeron?
—No te alteres —dijo Brenda.
—Es cierto amor.
—Tu no me digas nada, ¡mírate cómo estás!, todo ensangrentado —estaba
enojada y vi el dolor en los ojos de mi esposo.
—Lo siento cariño. Estábamos jugando —se encogió de hombros.
Cada uno se fue, se retiraron en silencio a sus respectivos dormitorios, era
de noche y Frank era el que se quejaba mientras lo curaba.
—No te quejes —le decía mi amiga.
—Lo siento viejo —dijo mi marido, me miró avergonzado.
Acostamos a Anabel en su habitación, no se levantó cuando Brenda me
despertó. Franco se metió al baño y yo me acosté. Al salir se metió bajo las
cobijas y me abrazó. Yo seguía molesta dándole a espalda.
—Perdóname y perdónalos. Y fue cierto lo que dijiste, estábamos felices
de sentirnos un poco humanos, sentimos la adrenalina.
—No me digas nada más. No sabes lo que me afecta saber que te dieron
golpes, aunque sean en juego.
—No nos duele, como tal vez le deben de estar doliendo a Frank —me di
la vuelta y me sorprendí porque tenía la cara como si nada.
—Ya no tienes golpes —le susurré.
—El agua nos revitaliza, creo que a estas alturas mis amigos deben estar
normales, menos Frank —le acaricié el rostro—. Vaya que si tienes fuerza en
tu interior para que te hagamos caso. Me recordaste a mi mamá, era como
escucharla cuando me reprendía. Tienes el mismo don de no poder
contradecir nada de lo que dice —acarició mi rostro—. Perdóname, no
volverá a pasar.
—Entrenen de otras formas, ya se sabe que tienen fuerza. Corran, naden,
hagan ejercicio y luchen sin un solo golpe. Porque Franco si me entero, de
que… —el me silenció con un beso.
—Sé que eres capaz de meternos en una tina llena de sal —dijo—. Pero
ya no estés enojada y yo hace días te deseo —volvió a besarme y mi cuerpo
se fue relajando poco a poco.
Me hicieron caso, los días siguientes. Se levantaban temprano y trotaban
dos horas diarias, luego regresaban para desayunar y volvían, ya sea a
practicar lucha sin un solo golpe comprometedor o nadar, montar a caballo,
ver televisión, o jugar con Anabel que se había convertido en la razón de sus
vidas. El único que amaneció con la cara magullada, fue mi pobre amigo. Me
gané la fama de mujer dominante, aunque sabía que me apreciaban igual que
a una hermana. Mi amiga ya no les tenía miedo. Alexander y Frank fueron a
la ciudad y compraron una sofisticada maquinaria, que utilizaron para
encapsular la sal y hacer medianas bolas de sal que salían compactas.
Alexander utilizaba al menos veinte guantes quirúrgicos para mantenerse
alejado de la sal y Frank era quien las manipulaba constantemente, el primer
día Alex salió de la habitación llorando por el ardor de la sal y una vez más a
Brenda se le ocurrió, si el agua los revitalizaba sugirió que se metiera en una
tina a trabajar. Así que Franco les llevó un tanque lleno de agua hasta la
cintura y en las manos guantes para mitigar el ardor y este disminuyó de
forma considerable. La manipulación de la sal ante la máquina era tarea de
mis amigos. Franco pasaba el tiempo conmigo, por mi estado no podía correr,
montar a caballo, entrenar y me pasaba los días aburrida si no lo tenía a mi
lado. Además, estaba muy irritable, supuse que era un síntoma del embarazo.
—Gracias por quedarte hoy.
—Ya mañana es el gran día —dijo mientras me abrazaba y me daba el
beso de las buenas noches.
—Tengo miedo Franco —le confesé.
—No debes temer. Te toca la parte más fácil del enigma del libro de
Antonia.
—¿Lo que escribió esta mañana?
—Si —comenzó a acariciarme el cabello.
—Solo con sangre se protege en el símbolo de la divinidad... ¿qué se
supone que debo hacer? ¿Bañarla en sangre y meterla en una circunferencia?
—Franco me miró.
—El círculo es el símbolo divino.
—Ya resolviste la mitad.
—Espero que el estrés de mañana cuando los vea pelear no le afecte al
niño amor. No puedo correr, no podré enfrentarme como lo hice ya una vez,
ahora debo cuidar a mi hijo también.
—Estaremos bien… duérmete, sabes que podemos solicitar ayuda —lo
miré—. Cariño, tú me dijiste que durante tres meses Antonia estuvo contigo
en el orfanato.
—¿Y?
—Ella te demostró un verdadero amor, no te brindo más porque no podía,
debes entenderla un poco.
—Yo entiendo… y soy yo la que no puedo perdonarme por lo que en un
pasado le dije, eso es lo que me remuerde la conciencia. Pensar que sufrió
tanto, mientras que yo la odiaba por ser tan insensible, la juzgué mal, eso me
está matando.
—Pues debes perdonarte y si la cosa se pone muy fea, llámala —él seguía
acariciando mi cabello, mis párpados se cerraban cada vez más, hasta el
punto en el que no se abrieron en toda la noche.
CAPÍTULO 27
EL REGRESO DE ANTONIA
Me siento el hombre más feliz del mundo, jamás pensé lograrlo. Es extraño,
aun mi mente no alcanza a comprender tanto avance tecnológico, social, civil…
en fin. Prefiero creer que sigue siendo magia y punto. Igual fue la magia la que
logró unir a dos personas de épocas diferentes. Tengo 224 años cumplidos y
aparento 24 años —observé a Laura dormir a mi lado—. Con su hermosa
barriga, pueden existir mujeres más bellas, solo que para mí es única. Viviré
eternamente agradecido con Antonia por unir nuestras vidas. Soy un hombre del
pasado que se enamoró de una mujer del futuro, tengo ganas de hacer un libro al
respecto, será clasificado en el género de ficción, si alego que es una vivencia
real me encerraran en un manicomio, tampoco sé cuándo lo comenzaré, por
ahora estoy para vivir en función de Laura. Mi Laura.
—¿Qué haces despierto a esta hora amor? —susurró.
— Laura —la abracé y la besé en la frente.
—Buenos días cariño, ¿cómo esta Andrud? —ella arrugó su frente y me
mostró su vientre. Mi bebé se movía y un pequeño bulto se pronunció en el
estómago, lo acaricié—. Buenos días hijo, ya faltan pocos días para que estés
en los mejores brazos del mundo, te los prestaré por un tiempo —Laura
sonrió ante mi comentario.
—Debes pintar el techo del cuarto del bebé —arrugué mi frente. ¿Qué?
—El cuarto lo dejé arreglado, ¿ahora se te dio por pintarle el techo
también? queda bien de color blanco.
—Franco lo quiero azul cielo para que parezca una nube la habitación,
además a ti no se te dificultará llegar hasta arriba —a pesar de que ya no soy
un fantasma quedé con algunos dones, como levitar, escuchar el más mínimo
susurro, percibo a los fantasmas y poseo una fuerza mayor a la de un hombre
normal.
—Está bien, ¿por qué será que no concibo aun decirte que no?
—Porque soy tu esposa, la mujer que amas y la madre de tu hijo.
—Si —era un verdadero idiota por ella, no me importaba estar convertido
en un empedernido enamorado—. Hoy cumples los nueve meses.
—Tienes razón, a partir de ahora este jovencito puede salir a conocer el
mundo —se levantó con dificultad, en dirección al cuarto de baño. Se ve tan
hermosa, parece una esfera completa, si le digo eso terminará por
acomplejarse más de lo que ya está. Teme que su cuerpo le quede feo y por
eso la deje, no sé de dónde saca esas conclusiones. ¡Mujeres!—. ¿Hasta
dónde pensará crecer mi bebé?
—Hasta donde sea necesario —le dije.
Preparaba el desayuno con Anabel, desde que a mi mujer le cuesta
caminar por el peso del bebé, mi hija oficial —ya éramos los padres de
Anabel—. Hacíamos el desayuno. Hoy es sábado y el médico le sugirió que
caminara por lo menos 15 minutos diarios. Y eso hacemos desde hace 15
días, llevamos a Anabel caminando a la escuela y de regreso lo hacemos
como una pareja de novios juveniles —ya estoy viejo.
—¿Papi vas a pintar el cuarto de mi hermanito? —me preguntó con su
frente arrugada.
—Tu mamá quiere —le respondí mientras metía el pan en la tostadora.
—¡Ya tiene mucho azul! —solté una carcajada, preparaba jugo de naranja.
Un grito proveniente del segundo piso nos alarmó. No lo pensé y volé hasta
la habitación donde Laura gritaba. Al llegar ella sostenía su vientre.
—Ya es hora amor —me dijo con dificultad y hasta ahí me llegó la
coherencia que siempre me ha caracterizado. Me puse nervioso, no pude
hacer lo que debía hacer. Fue mi hija la que terminó de ayudar a su mamá a
vestirse mientras yo bajaba y subía. Primero tomé el bolso de Andrud y lo
metí en el carro, se me olvidaron las llaves, subí a buscarlas, bajé a Laura,
que ya se había vestido, en su rostro vi el dolor de las contracciones.
—Como dijo la doctora inhala, exhala —asistí a los cursos con ella para
tener la mente fría, pero eso no sirvió de nada, se supone que es para poder
tranquilizarla y estoy para que me atiendan a mí.
—Ya apagué la tostadora papá —dijo Anabel entrando en la parte trasera
del auto y yo hice lo mismo pero las llaves no las tenía, salí de nuevo y mi
princesa gritó que no tenía zapatos puestos—. ¡Papi al menos colócate los
zapatos! —escuché la risa de Laura, debo estar convertido en un perfecto
torpe. Llegué levitando al segundo piso la ropa del día anterior, no me he
bañado, saqué del armario la primera camiseta y tomé los primeros zapatos,
al menos me fijé que fueran iguales, tenías las llaves en la mano y salí de la
casa, con el control remoto activé el mecanismo para que el garaje se cerrara
de forma automática, las rejas de la casa quedaron abiertas. Laura volvió a
pegar un grito y el sudor le corría por su rostro.
—Aguanta cariño —no sé si es suerte, pero encontré los semáforos en
verde y de no ser así me los hubiese volado—. Anabel llámate al doctor
Harry, ojalá esté de turno.
—Yo hablo con él cariño —dijo Laura.
Al entrar a la clínica el doctor esperaba a mi esposa. La sacaron del auto,
la acostaron en una camilla, me di cuenta de que la silla del copiloto estaba
mojada, escuché al doctor decir.
—¡Rompió fuente!, al quirófano —¿qué quiso decir con eso?, la van a
rajar, pero ¿por qué’?, no me dejaron pasar, quedé con Anabel en la sala de
espera y créanme que la incertidumbre es peor que enfrentarme a tres suegros
como Arturo.
—Papi, tranquilízate me pones nerviosa —dijo Anabel que tenía el bolso
de su hermanito.
—¿Pero por qué no salen? —sonó el celular de Anabel.
—Hola tía Brenda —la escuché saludar—. En la clínica, ya va a nacer mi
hermanito —le explicaba, me imagino la cara que tendría mi colega.
Comenzaré a trabajar con ella en los negocios de la familia—. Si casi sale en
pijama y sin zapatos ¿cómo crees que se iba acordar de tomar su celular? —
sonreí al comprobarlo—. Acá los esperamos. Chao. Ya vienen mis tíos —
dijo.
—Te escuché princesa.
El parto de Laura se demoró una hora y media, una eternidad, me había
acercado a la enfermera en busca de información por la demora y lo único
que me decía es que seguía en cirugía. ¿Por qué le están haciendo cesárea? si
el bebé no viene con complicaciones, su peso es normal para un parto natural.
¿Qué habrá pasado? Bueno que sea lo mejor para los dos.
—Franco cálmate —dijo Brenda que desde su llegada no ha dejado de
comerse las uñas.
—Si tú lo dices —se dio cuenta y dejó de hacerlo.
—¿El esposo de Laura Lecontte? —no sé cómo me controlé para no volar,
las manos me sudaban.
—Soy yo, enfermera.
—¿Trajeron la ropa del niño?
—Claro —Anabel le entregó el bolso a la enfermera—. ¿Cómo están
ellos?
—Ya sale el doctor —me va a dar un paro cardiaco, ¡que incertidumbre!
El doctor Harry caminó en dirección a nosotros con una gran sonrisa en su
rostro que me tranquilizó.
—Cómo…
—Cálmate Franco, tu hijo y tu esposa están en perfecto estado.
Felicidades, es un hermoso varoncito.
—¿Por qué la cirugía?
—Rompió fuente y en la ecografía que le realicé antes del parto, nos
dimos cuenta de que Andrud estaba enredado en el cordón umbilical, así que
era necesario operarla.
—Perfecto —me sequé las manos porque me sudaban—. ¿Puedo verlos?
—Claro, sígueme.
Primero me llevaron a la sala de los bebés, fueron conmigo los padrinos y
su hermanita. No sé si todos los hombres sentirán lo mismo cuando ven por
primera vez a su primogénito, sangre de tu sangre. Verlo descansar como un
angelito en su cuna, dormido, es mío, los ojos comenzaron a picarme, la
felicidad no me cabía en el pecho.
—Es, realmente hermoso —dijo Anabel.
—Bueno tiene de dónde salir, es precioso —escuché a Brenda.
—Felicidades hermano —Frank me dio una palmadita en la espalda.
—¿Dónde está Laura? —le pregunté al doctor.
—Carga a tu hijo y llévaselo, porque ya tiene a las enfermeras al borde del
desespero pidiendo que se lo lleven.
Quedé paralizado cuando me dijo que lo cargara. La enfermera lo tomó
ágilmente y se acercó para entregármelo. Es tan frágil, tan pequeño. Cuando
lo cargué un par de lágrimas salieron de mis ojos y mi piel se estremeció, es
una felicidad diferente, es la sensación más perfecta de grandeza, ya nada te
importa más que velar y proteger a ese diminuto ser que necesita tanto de ti,
daría sin pensarlo mis órganos, mi vida sin que me lo pregunten. Es mi hijo.
Cuando giré, mis amigos me sonreían, en los ojos de Anabel también percibí
la alegría, estaba rígido por temor a que se me cayera. Quería ver a Laura,
necesitaba besarla y agradecerle por haberme dado un hermoso hijo. Cuando
entré a la habitación ella resplandecía, un poco demacrada, pero, aun así,
hermosa. Me regaló una vez más esa mirada que solo ella sabe darme, como
si yo fuera su todo. Jamás podría fallarle a esos ojos color miel, nací para ser
de ella. Cuando me acerqué con Andrud comenzó a llorar —no puedo creer,
me cuentan que no lloraba antes de conocerme, desde que está conmigo llora
por todo—. Me extendió los brazos para tomarlo y se lo agradecí, tenía la
espalda y el cuello rígido por la fuerza que estaba haciendo para que no se
cayera mi hijo. Le dio un beso en la mejilla a nuestro pequeño. Se vio
hermosa.
—Qué lindo eres amor, te pareces a tu papá —dijo ella, yo tragué saliva en
seco. A veces me pregunto si nos amaremos igual hasta llegar a viejos.
—Te ves hermosa —le di un leve beso en los labios—. Gracias por mi
hijo —nuestro hijo comenzó a llorar.
—Debes alimentarlo Laura —le dijo el doctor.
Anabel se le sentó al lado y le dio un beso mientras que ella se tapaba su
pecho con una manta para darle de comer a mi hijo. Brenda se le acercó para
felicitarla mientras que Frank saludó de lejos y se sentó en el sillón de la
habitación mirando al televisor dándole la espalda para darle un poco de
privacidad a mi mujer. Yo me quedé contemplándola como solo lo hace un
hombre enamorado. Adorándola en silencio agradeciéndole a Dios, al
destino, a la magia, o a lo que haya intervenido para que estemos juntos.
Quien lo imaginaría que mi vida la viviría en el siglo XXI… nadie me lo
creería.
—Te amo Laura —en mi voz se sintió la determinación de mi sentimiento,
vivo sólo por ella, sus ojos me hablan de una forma magistral, evocando en
mí lo más sublime del amor. Sé que nos amamos de forma profunda e
incondicional, con un sentimiento que atraviesa barreras más allá de lo
inexplicable, un amor tan irracional y al mismo tiempo tan sublime.
—Y yo a ti Franco —me dijo con esa bella sonrisa en sus labios. Brenda
se sentó al lado de su esposo y frente a mí quedó la mejor imagen de mi
familia. Mi bella esposa alimentando a mi hijo y mi hija Anabel acariciando
los piececitos de su hermanito.
Solo espero que nada cambie, ni se interponga en nuestro camino. Anabel
sigue con su don de ver fantasmas y yo con el olfato para descubrirlos. Pero
la sorpresa desde que Antonia murió fue Laura, ha desarrollado una
capacidad telepática, su linaje de hechicera emergió. Espero que nuestro hijo
pueda desarrollarse sin complicaciones en esta familia de personas premiadas
con un don sobrehumano.
Esta es mi historia. Un fantasma que esperó 200 años para poder realizar
su vida con la mujer que amaba. Estoy en el tiempo en el que debo estar.
Gracias Antonia por lo que hiciste, gracias por enseñarme a amar sin barreras,
ni ataduras y lo más impórtate gracias por entregarme la vida de Laura.