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ElAmordeun Fantasma

Eilana Osorio Páez


Título original: El Amor de un Fantasma.
Autor: Eilana Osorio Páez.
eiopaez.wixsite.com/eilana
eiopaez@hotmail.com

© 2016 Primera Edición – Todos los derechos reservados del autor.


Publicado por Eilana Osorio Páez
Distribuido por Amazon
Dedicado A
Una vez más a Dios, por permitirme despertarme cada
mañana y regalarme el privilegio de compartir ese milagro
con los seres amados.
Confieso que para mí este “dedicado a” es más
complicado que crear una historia. Sintetizar en unos
cuantos renglones el amor, afecto, agradecimiento y respeto
a seres tan importantes en mi vida, no es tan fácil. A cada
uno de ellos les quiero decir GRACIAS, están en mi
corazón. Pero en ésta ocasión dedicaré este corto fragmento
de letras a esos seres humanos que a través de mis historias
se han conectado conmigo, me llenan de motivos para
continuar en la ardua labor de seguir creando, plasmando
en papel los mágicos mosaicos de letras que juegan en mi
mente para formar palabras y luego surgen los párrafos
dejando vislumbrar una historia. Me sorprendo y alegro al
finalizar mis intensos encuentros ante el teclado desgastado
de mi computador. Entonces comprendo… En mis manos
tengo un mundo nuevo, una breve síntesis de emociones,
sentimientos, temores, alegrías, miedos y sin lugar a dudas
un amor que ansía ser conocido. Que grita por interactuar.
Con cada lectura los personajes adquieren vida propia y
como un haz de luz me encuentro ante el maravilloso
mundo del “todo puede pasar”. En ese instante recuerdo
unas de las muchas clases de español en el colegio La
Sagrada Familia donde culminé mis estudios. Cuando la
maestra Rosa de Vélez decía. “Lo bello de leer un libro, es
que el mundo que tú te imaginas no es el mismo que recrea
tu compañera”. Y dentro de mí pensaba… ¡Imposible!, el
autor detalló minuciosamente el lugar, debe imaginarlo
igual. Ahí, en ese instante de revelación divina comprendí.
¡Qué la literatura es bellísima! Una historia escrita con
infinitas reproducciones…
A mi familia, amigos y seres que no conozco, pero que
me conocen a través de mis obras quiero agradecerles el
apoyo, los mensajes de felicitaciones. A esas personas
Gracias. Aun no sé a dónde llegarán mis obras, pero tengo
la certeza, que tienen vida propia. Fueron creadas para no
tener límites.
A esas personas que creyeron en mí y preguntaban
constantemente “¿el otro libro para cuándo?”. Les dejo una
vez más un nuevo mundo de amor que cobra vida… Con
cariño, para ustedes esta bella e ilógica historia de Franco y
Laura…
Índice

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2

CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4

CAPÍTULO 5

CAPÍTULO 6

CAPÍTULO 7

CAPÍTULO 8

CAPÍTULO 9

CAPÍTULO 10

CAPÍTULO 11

CAPÍTULO 12

CAPÍTULO 13

CAPÍTULO 14

CAPÍTULO 15

CAPÍTULO 16

CAPÍTULO 17

CAPÍTULO 18

CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20

CAPÍTULO 21

CAPÍTULO 22

CAPÍTULO 23

CAPÍTULO 24

CAPÍTULO 25

CAPÍTULO 26

CAPÍTULO 27

CAPÍTULO 28
CAPÍTULO 1
EN EL INTERVALO

Odio este lugar, ¡realmente lo odio! Quién sabe la pena que estoy
pagando, en este intervalo me frustro con facilidad y al pasar los años me
irrito con cualquier ruido. Los tiempos han cambiado. Antes eran caballos la
forma en que los humanos se transportaban, ahora hay autos y ¡me
desquician! En esta casa han vivido dos familias después de la de ella
supongo… si es que no mintió en eso también. Gracias a ellos aprendí, me
hago una idea de cómo ha evolucionado el mundo, puedo escucharlos, si
quiero puedo tocarlos, hacer que me vean mientras habitan la casa, o hasta
que me irriten o me hagan enojar a tal punto que termino maldiciendo el día
que tomé la decisión de pertenecerle. No pensé en eso entonces, creí que ir en
su búsqueda era la mejor decisión. Sin pensarlo tomé el primer barco, salí
cómo un estúpido idiota a buscarla. Viajé al nuevo mundo. Por culpa de esos
ojos quedé atascado entre la vida y la muerte.
He conocido a muchos espíritus los cuales me enseñaron infinitos trucos,
además me ayudaron a comprender que en determinados días del año puedo
salir de la casa y caminar los alrededores, hay varios como yo, no se
imaginan cuántas ánimas en pena se quedan en trance mientras logran salir
del intervalo. Comprendí que cada alma tiene un fin determinado y si no lo
cumples, lo pagas en este estado. Es preferible culminarlo, aunque a veces no
sepas para qué existes o por que se trunca en alguna parte del camino. ¿Por
qué debes esperar un castigo así? Hay un cielo y un infierno y en vida tú
elaboras el lugar donde tu alma reposará después de tu existencia terrenal.
No sé qué ocurrió en mi caso, mi única conclusión es definir lo que quieres
y así garantizar el futuro de tu alma, ya sea para consumirte en el infierno por
tus actos egoístas y malignos o renovarte y regocijarte en el cielo por tus
buenas actitudes, tu amor al prójimo a través del amor que ofreciste… otra vez
estoy filosofando, lo que he pensado ¿en qué plano me deja? No fui una pera
acaramelada en mis años de humano, pero tampoco fui un desalmado. O tal
vez construía mi camino al infierno y al enamorarme giré mi balanza, por eso
llegué aquí. Aun así, no hay nada más frustrante y deprimente que pertenecer
aquí, vagando en el intermedio, buenos, malos, almas blancas y almas negras.
Nos respetamos nuestras viviendas, pero hay algunos tan malvados que
han logrado convertirse en una verdadera pesadilla. Varios me conocen,
saben que soy un solitario andante, mi madre si me viera se asombraría por el
ser ermitaño en que me convertí. Hace un tiempo alguien intentó tomar la
casa y no se lo permití. Porque en ese tiempo habitaban personas buenas, uno
de ellos fue mi amigo. Recuerdo haber ganado esa disputa y con ello el
reconocimiento de algunos de mi especie, por así decirlo. Ya no soy humano
y tampoco he desaparecido del mundo, me mantengo atascado en un plano
astral. Con el paso de los años mi espíritu ha tomado fuerza, he logrado
canalizar mi ira, pocos logran este nivel, hacerse notar entre el mundo de los
vivos.
He visto algunos de mi especie alcanzar a cumplir su pena, o manta, o
recogen sus pasos, o como le quieran decir algunos —culmina su penitencia y
pasan al otro lado, yo no lo he logrado. Aún sigo en este asqueroso lugar…
antes la amaba, ahora con el paso de los años su recuerdo me tortura hasta el
punto de odiarla. Si ella no se hubiese aparecido en mi vida, tal vez habría
muerto en mis tierras, mi vida habría sido diferente. Ella llegó a cambiarlo
todo, odio los periodos en los que sólo la recuerdo a ella y la vida que tuve a
su lado. Últimamente la recuerdo más de lo que me he permitido, ese maldito
sentimiento sigue quemándome como si aún lo estuviera viviendo. Tal vez la
rabia es la que mantiene mi alma sin descansar y por ello sigo habitando este
lugar vacío, reteniéndome en una soledad absoluta, en este espacio de tiempo
infinito. No he podido perdonarla, yo no sé qué estaré esperando para
descansar en paz y poder pasar ya sea a un lado o al otro. Hay días en que la
odio con todas mis fuerzas y sólo deseo su sufrimiento y al instante de decirlo
o gritar lo que pienso, me arrodillo pidiendo perdón por que aún la amo, la
recuerdo, la venero, no lloro porque no tengo forma de hacerlo, soy un
extraño ente transparente con recuerdos. Lo extraño es que son recuerdos tan
vivos y emotivos los cuales me hacen dudar que hayan pasado tantos años
desde su desaparición.
Escuché el cerrar de las puertas de un auto, tan duro que me causó rabia.
Me asomé por la ventana —no puedo salir de la casa, solo tengo un minuto
para hacerlo a la media noche solo ese corto tiempo es el que tengo todos los
días, ese es el momento en que los espíritus pueden pasar de un estado al
otro, es la hora en que el mal logra entrar en el bien y viceversa, es un
instante nada más. Cada tres meses se nos permite deambular por varios días
la ciudad. Si es lo que se quiere. No sé quién es el que coloca las reglas en
este mundo, tal vez Dios, yo pocas veces hago uso de ellas, pocas veces
salgo. Aquí adentro o afuera para mí es lo mismo—. Eran dos mujeres
jóvenes con una niña de unos cinco años. Una era morena, esbelta de cabellos
rizados. Parecía estar molesta y manoteaba despotricando de la casa —
¿quiénes se creen para entrar en mis terrenos? —. La niña también era
morena, aunque su tez un poco más clara, el cabello era igual al de la mujer
enojada que gritaba al frente de la reja. Esa pequeña miró a la ventana —me
alejé—. Esa niña no pudo haberme visto, ¡no seas idiota! —me dije—. Volví
a asomarme. La otra mujer era igual de esbelta, tenía su cabello recogido, con
una gorra, sus gafas eran tan grandes que le tapaba casi todo el rostro. A
veces las mujeres no saben lo feo que se les ven ciertos accesorios, aun así, se
los colocan porque están de moda —eso no ha cambiado en ninguno de los
tiempos—. ¿Qué hacen esas mujeres aquí? —dejé de pensar y me concentré
en escucharlas. Ese era un excelente don, adquirido con el paso de los años.
—¡Qué horripilante casa! —era la voz de la mujer morena, cabellos
ensortijado.
—Es una herencia, solamente se ve descuidada, con algunos arreglos
quedará hermosa —esa voz me era familiar.
—Con muchos arreglos querrás decir —suspiró—. Se te irá el resto de la
herencia en arreglar esta vieja casa, más bien derríbala y construye una
nueva.
—¡No seas mezquina! —dijo la mujer de piel clara. Mientras tanto la
chiquilla no dejaba de observar en dirección a la ventana, la miré y ella
encontró mis ojos. La mujer de gafas sonrió por algo que no escuché y esa
risa…
Me hizo temblar. Cambié de ventana porque se habían movido de mi
vista, aun con todos los ventanales que tenía la casa, sólo esta ventana me
daba el ángulo apropiado para observarlas, me asomé, y la dueña de la risa
era una muchacha que tenía una gorra y estaba de espaldas. No seas
ridículo. ¡Idiota! Me regañé a mí mismo. Dentro de poco tendrás dos siglos
en este estado, ella está muerta hace mucho, por lo menos 140 años si tuvo
una vida larga, esa es otra mujer. Sentí mi ira y escuché la voz de la niña.
—Mamá la cortina de la casa se movió —me quedé quieto, por causa de la
ira había hecho que se moviera.
—Es el viento, pequeña —yo me había alejado de la ventana una vez más
—. Ya es hora de irnos, sólo quería verla —dijo la joven de las gafas feas.
—¿Verla fue el motivo de viajar por tanto tiempo?, ¿no piensas entrar por
lo menos?
—No te quejes, te saqué a pasear. Me dieron ganas de ver la herencia que
acabé de recibir, además sabes que las llaves no me las entregaron a mí, sino a
Brenda. Me gusta la casa, siento algo familiar.
—A veces eres muy rara y desde hace unos años estás peor.
Hace mucho no escuchaba la risa de alguien, esa melodía fue la llave
maestra para mis recuerdos… y me quedé, inmortalizando una vez más los
recuerdos que hace mucho he tratado de olvidar… debía olvidar, a pesar de
que estos últimos días por fracciones de tiempo vienen a mi memoria, los
reprimo. Frustro el deseo de perderme en el mar de mis nostalgias, no puedo
martirizarme, ni torturarme con las imágenes de un pasado que amarga mi
alma. Pero esa risa es igual…
—La casa es muy grande, podemos vivir aquí ¿cierto? —era la voz
chillona de la niña.
—También será tu casa, debemos arreglarla primero. Hablaré para ver qué
se puede hacer, ya sabes que me la entregaron con muchas condiciones, las
cuales sólo conoce Brenda.
—¿Te vas a radicar en esta ciudad?
—Tal vez.
—No me gusta San Francisco —comentó la morena—. Sabes que no
tengo buenos recuerdos aquí, lo único bueno es mi hija.
—De aquí resulté ser yo. No ofendas a mis antepasados.
Volvieron a reír, escuché como abrían la reja para ver lo que en un pasado
fue un jardín. Me asomé de nuevo, esa niña no apartaba la mirada de la
ventana por la cual yo asomé mi cara.
—Cariño sube —llamó la madre. La ropa de la pequeña parecía el
empaque de esos caramelos de hace unas décadas atrás, tenía varios colores.
—Ya voy mamá.
—Puede verme —imposible, ella es humana.
—¿Qué miras? —le preguntó la mujer blanca y se bajó las gafas para
tratar de ver algo, me alejé asustado. ¿Por qué estoy asustado?
—Nada —se alejaron de la reja, la pequeña siguió mirándome y… ¿se
despide con la mano?
—Sube al auto, hija. Debemos regresar a los Ángeles, no quiero perder el
avión —habló la señora morena.
—¿Te gustó la casa? —esa voz me era conocida, el recuerdo está vivo en
mi mente no podía torturarme con eso… no era ella.
—¡Es rara! Si la arreglas tal vez no asuste tanto —contestó la chiquilla.
—Te lo dije. Para qué le lees esos cuentos, haces que ella todo lo mire de
esa forma —le recriminaba la mujer de cabellos rizados.
Se fueron. La niña me sintió, me miró a los ojos. La última vez que
alguien me observó de esa forma, fue hace tiempo, me había encariñado... En
este mundo hay espíritus malos y si el humano no tiene la fuerza necesaria
pueden ser poseídos, esa vez cometí el error de descuidarme. El mal entró en
esta casa y se apoderó de él, por más que luché contra el espíritu, no logré
sacarlo del cuerpo de mi amigo, no fue suficiente, jamás se recuperó, terminó
sus días enloquecido y reclutado en un sanatorio. Cuando podía salir durante
un tiempo yo lo visité, él podía verme, me sonreía, desde que murió me juré
jamás volver a presentármele a nadie. Ella parece que tiene el don de ver a los
espíritus, me vio sin necesidad de que lo permitiera, su poder debe ser
incalculable. Ojalá no se presenten nunca más. No las quería volver a ver, no
tienen relación con ella… ¿o sí?…
CAPÍTULO 2
RECUERDOS

Al escuchar alejarse el auto, esa voz se quedó en mi mente invitándome a


recordar. No quiero esas evocaciones. Me agarré la cabeza y comencé a
pegarme para evitar su regreso, caí de rodillas, me abracé tratando de retener
lo imposible… llevo muchos años ocultándola en lo más profundo de mí,
pero hoy volvió como si nada, por más que me resistí, fue inevitable, una
avalancha de nieve al desprenderse, arrasó con las ilusas y mediocres barreras
que me impuse. Luché contra mi sentimiento, poco a poco mis memorias
llegaban por fragmentos, rostros de mis seres queridos hasta que dejé de
luchar, acostado en el piso, en esta inmensa casa vieja, le di rienda suelta a
mis recuerdos y ella salió victoriosa, a recordarme esos maravillosos días del
otoño de 1810 en mi tierra natal, Londres…
Vivíamos alejados de Londres, las tierras de mis padres eran prósperas,
papá, un caballero reconocido en el parlamento de leyes, era el mejor juez de
la ciudad, le gustaba la vida tranquila separado del bullicio y del desarrollo
capitalino, tenía enraizados sus años juveniles, claramente no quería dejarse
envolver por la civilización, según él, era matar el alma, se contaminaba con
banalidades, el día a día envolvía a la sociedad en un manto superficial con el
emblema que es normal por ser los tiempos modernos. Por su trabajo conocía
las bajezas y los alcances de dicha vida capitalina.
Nuestra casa quedaba a una hora de la ciudad, era inmensa, además el
orgullo de la señora Lecontte. Desde mi punto de vista, vivíamos en una
mansión, demasiado grande, solo que a mi madre le encantaba ostentar,
presumir ante sus amigas, y gozaba de dinero, también de una familia
perfecta, de un esposo generoso, era el mejor hombre del mundo, que en sus
tiempos de noviazgos era un gran partido. Yo era su único hijo varón y por
un milagro en la dinastía materna, fui el primero de varias generaciones
donde sólo reinaba el matriarcado. Siempre decía que soy la misma estampa
de mi progenitor y debía tener cuidado al enamorarme. “Tonterías” Tenía tres
hermanas, la mayor era mi mejor amiga, otra mi alegría y la pequeña un gran
dolor de cabeza. Estudié lo mismo que papá para continuar con el legado y el
poderío construido para el apellido Lecontte.
Hacía un par de meses me había graduado con honores, decían que
seguiría los pasos del mejor juez. Yo por ahora quería tomarme unos meses, o
tal vez medio año de diversión. Apenas tengo 23 años, quería disfrutar
primero. Conocer el mundo, saborear la delicia que tienen las mujeres en
mitad de sus piernas, no quería compromisos, noviazgos y mucho menos
casamiento. Eso era para las mujeres de la casa, que por cierto realizaban los
preparativos para la boda de Natali, se casaría el 3 de diciembre de este año,
lo peor que pude haber hecho fue presentarle a mi mejor amigo de la
universidad. Eso de amor a primera vista es lo más absurdo que puede existir,
además eso no existe, el tal amor con sólo mirarse a los ojos. “En definitiva,
tonterías femeninas”, mi amigo cayó redondito en las redes de mi hermana.
Debo reconocer la gran mujer con la que unió su vida y no porque sea Natali,
sino porque ahora que conozco más del mundo, la señora Lecontte ha sabido
criarlas y conmigo hacía el intento. No fue culpa de ella el ser un poco
descarriado, solo un poco.
Para el evento matrimonial solo faltó la invitación del Papa, sería la boda
del año, no se puede pasar por alto que es una Lecontte la que contraerá
nupcias. Fue invitada toda la sociedad de Inglaterra incluida la realeza y
familiares lejanos maternos que vivían en el nuevo mundo. Le llegó una carta
donde comunicaban la llegada repentina de una prima lejana, estaría
arribando en una semana para ser la dama de honor. No comprendo a las
mujeres, se toman la molestia de viajar medio mundo con el fin de asistir a
una boda con tal responsabilidad ante la novia, aún sin conocerse. Ese
pequeño detalle a las mujeres de la casa se les pasó por alto, brincaron
desbordando alegría mientras que mi padre me miraba por debajo de sus
lentes arqueando una de sus cejas. Merendábamos cuando se nos notificó
dicha noticia. Reprimí las ganas de reírme, eso es un mal en las mujeres,
brincar, saltar, gritar cuando están felices. Jamás comprenderé ciertas
características femeninas que parecen ser un patrón en todas ellas, debo decir
que fue la excusa perfecta para que la señora me dejara tranquilo con aquello
de que ya iba siendo hora que tomara los pasos de Natali. Por ahora, que se
presenten por arte de magia las primas que quieran y así cambiarle el humor a
nuestra progenitora. Bueno, al menos la prima viene unos meses antes, me
imagino lo muy amigas que resultarán.
Por mi parte “se suponía” que cortejaba a una muchacha, no era fea,
tampoco bonita, más bien insignificante. Desde muy niños nos habían
comprometido en quién sabe qué circunstancias. Mis padres se estaban
retractando al ver la emoción profanadora de mi parte cada día de visita,
últimamente no lo hacía. Prefería pasar el día completo en mi refugio y dejar
que ellos pensaran lo que quisieran. Me agrada encerrarme en la cabaña, era
vieja y solo tenía una cama, una mesa, una silla y algunas cobijas
empolvadas, aunque me había traído una nueva para los días de invierno, ese
otoño estaba muy frío. Lo mejor del refugio era lo alejado de la casa, la
ciudad y los vecinos. Me gustaba leer y pensar en lo bellas que son las
mujeres y lo mucho que me buscaban. Era un pequeño casanova o presumía
de estar aprendiendo el don de ser un seductor. Mamá nos solicitó que nos
arregláramos para la cena familiar, antes de subir las escaleras mi padre me
llamó desde su despacho y fue muy sincero conmigo.
—Franco, debo hablar contigo —mi padre era demasiado serio, mantenía
una máscara ante la sociedad y en su núcleo familiar era lo contrario, giraba
en torno a lo que la señora Lecontte decía y sonreía por lo que hacían mis
traviesas hermanitas. Era un buen hombre.
—Sí señor —nos dirigimos al despacho.
—Hijo… recibí una carta de los padres de tu novia —hice mala cara—.
Me cuentan que no le has escrito desde hace tiempo, no ven tu rostro en
meses —cerré la puerta, sabía que en cualquier momento se darían cuenta—.
Me extrañó sobremanera, si mal no recuerdo hace un par de semanas me
pediste dinero con el fin de ir a visitarla y sin contar con las anteriores salidas
con el mismo propósito —su mirada por debajo de los anteojos hacía que una
leve picazón en mi oreja surgiera en señal de nervios—. Dime la verdad.
—Padre… —me senté en el gran sillón, él se sentó a mi lado—. Ella no
me gusta, ya se los he demostrado. Es una amiga, además visitarla gasta dos
días y no es que la ame tanto para hacer semejante sacrificio.
—Debes ser sincero, ¿dónde te metiste esos cuatro días? —me removí en
el sillón.
—Bien, lo haré, pero no me obligues a casarme. Quiero tener una esposa
como mi madre —fijó sus penetrantes ojos en los míos con sus cejas unidas
en una línea espesa, sabemos lo insistente que puede llegar a ser—. Me
refiero a tener una mujer que me haga sentir lo que mamá te hace sentir a ti.
Tú aún la ves con ojos de amor a pesar de los años —a papá le brillaron lo
ojos, sonreí en mi interior porque sabía que mi parlamento lo había
convencido y desviado de la pregunta que me realizó, no quería contarle mis
bajezas por disfrutar la compañía de más de una mujer.
—Serás un gran abogado, se te cree cada palabra —dijo sonriendo—. Te
comprendí bien. Déjame arreglar el error que cometí hace años. Los tiempos
han cambiado, ya eres un hombre y puedes escoger la mujer con quién
pasarás el resto de tus días —me miró señalándome con su dedo. Esto no ha
terminado me dije—. Eso sí jovencito, cuando te cases será hasta la muerte,
jamás permitiré un divorcio, no mientras esté vivo. El matrimonio es hasta la
muerte de algunos de los dos —enfatizó, suspiré, rezando “qué se le olvide la
pregunta”.
—Pienso igual —dije, no quería contradecirlo. La verdad, yo no pensaba
casarme. En mi mente había otras delicias, no quería renunciar por ahora y
tampoco quería limitarme a una sola… por lo menos todavía, no era el
tiempo para que Franco sentara cabeza.
—También me han dicho las malas lenguas que te has convertido en un
seductor —desvié la mirada, no hay marcha atrás, por algo es el mejor
abogado de la región, tenía un olfato de detective innato—. Ten cuidado hijo,
no quiero daños en la vida de ninguna jovencita por creer en tus palabras y se
entregue a ti con una falsa ilusión —sonreí.
—Créeme que hay mujeres que no son tan inocentes, me han enseñado a
mí ciertas cosas, se saben cuidar —el señor Lecontte abrió sus ojos por mi
comentario, no acepta ese tipo de comportamientos.
—Tampoco quiero relaciones con vagabundas. El dinero que me has
solicitado supongo que lo gastas con ellas —la conversación, aunque muy
íntima se tornaba amigable—. Puedes contraer alguna enfermedad y al
decidir casarte, escoge bien.
—Despreocúpate. Tu hijo ya creció, sabe lo que quiere —sonreí con
picardía mientras me dirigía por dos vasos de whisky, le entregué uno
mientras se relajaba en el sofá—. Ese mundo decoroso es para las niñas de
familias recatadas, el mundo de ciudad… bueno, se ha llenado de cosas que
ni te imaginas padre. Mis hermanas si son inocentes y su mundo gira lejos
de esos comentarios y conocimientos.
—Por eso me agrada vivir lejos. Isabel deberá hablar con Natali antes de
la boda.
—Sí, está inocente de eso —bebí un sorbo del trago mientras él se perdía
en sus pensamientos, suspiró con su mirada ausente por algún recuerdo,
sonrió.
—¿Te lo ha dicho? ¿Sabes algo al respecto? —con una sonrisa inocente, le
confesé.
—Ten la satisfacción que Manuel Lincont fue el primero en besarla —mi
padre sonrió con orgullo.
—Debo concederle eso a tu madre. Los ha sabido educar, aunque tú nos
darás algunos dolores de cabeza, ahora comprendo las cantaletas de la señora
Isabel, nunca fue partícipe que estudiaras lejos de la ciudad, ella era deseosa
que permanecieras bajo su protección y al enviarte lejos a estudiar leyes,
según su concepto fue donde estuvo el error —nos reímos a carcajadas—. Yo
sólo quería que te hicieras hombre, te tenía muy sobreprotegido, aunque lo
hizo con cada uno de sus hijos —le di otro sorbo a mi vaso—. No quiero a un
promiscuo, bájale a tus aventuras Franco. —La relación con el viejo era muy
estrecha, él respetaba nuestras formas de pensar, nos dejaba que
conociéramos lo que queríamos, siempre y cuando estuviera entre los
parámetros de no faltar a los diez mandamientos.
Mi madre realizaba una “pequeña” comida, quería darle la bienvenida a
nuestra prima proveniente del nuevo mundo. A mí me tenía sin cuidado, yo
deseaba que llegara la tarde para asistir a la fiesta de un compañero de
universidad.
—¡Franco Lecontte, nada de llegar tarde y menos con vinos en la cabeza!
¡¿Me escuchaste jovencito?! Y debes regresar con tu hermana a las once de la
noche —bajé la cabeza, era una hermosa señora muy puesta en su lugar, con
una fuerza en su carácter imposible de pasar por alto. Era la única persona
que no podía convencer a menos que estuviera diciendo la verdad, me
conocía muy bien. Tenía una frase que nos repetía a diario, los conozco tan
bien porque los llevé nueve meses en mi vientre. Con su forma particular de
hablar que no le dejaba espacio a uno para objetar. —Tranquila, sólo bailaré,
beberé un par de copas y disfrutaré.
—Eso espero, mañana me acompañarás al puerto a buscar a mi sobrina.
—Como usted diga —incliné mi cabeza y me acerqué a besarla en la
frente.
La fiesta fue increíble, me enorgullecía virilmente saber que me había
convertido en el hombre más deseado por las damas. Ese día recibí varios
mensajes, las mujeres necesitaban mi compañía, hasta de señoras casadas, en
ese tema no entraré, no quiero tener problemas con algún esposo celoso,
tampoco degradar de esa forma el apellido que con tanto esmero y rectitud ha
construido mi padre. Me quedo con las solteras de la ciudad. Mi hermana al
encontrarse con su prometido se puso a bailar. Yo di una vuelta mirando el
panorama hasta que una dama me invitó, me uní a la pieza de baile, no me
senté desde entonces y a todas las complací.
—¡Qué caballero! —le sonreí a Lilian, debo regresar con mi hermana. Mi
acompañante es una linda mujer con fama de ser muy gritona, se había
acostado con más de uno de mis amigos, no me gustan las mujeres
escandalosas, pero ella parecía querer desvestirme con la mirada.
—Me comporto como se lo merece mi bella pareja —pude ver la lujuria
en sus ojos. Es mejor que no sigas, te arrepentirás, me alenté. Al terminar el
baile le besé la mano con educación y me retiré.
—¡No estoy cansada! —gritó, cuando le di la espalda, giré para
contestarle.
—Yo tampoco, pero debo llevar a mi hermana de regreso a casa, es tarde
para ella que es una señorita y no debe estar a estas horas fuera de su casa.
—Llegó con su prometido —comentó algo indignada.
—Aún no es su esposo —no le gustó el comentario, espero que lo haya
comprendido—. Hasta la próxima.
Me retiré, salí en busca de mi hermana. Mi madre me había dado una
orden de estricto cumplimiento. Bailaba con Manuel, era mi mejor amigo,
aunque desde que están juntos no salíamos como solíamos hacerlo. También
es abogado y se gradúo con honores junto a mí.
—Jóvenes ya es hora de marcharnos —les dije sonriendo.
—No seas aguafiestas, Franco —mi amigo me dio un manotazo en el
brazo.
—Lo siento, dentro de tres meses será tu esposa, por ahora es mi hermana
y tu futura suegra es demasiado estricta. Además, pronto llegará el invierno, y
la brisa a esta hora le hace daño a tu prometida. Si no quieres volverla a ver
solo hasta el día de la boda —le sonreí con ironía—. Debo llevármela ya
mismo.
—Un baile más —rogó mi hermana.
—Nos vamos. Natali debemos llegar en una hora exacta, mamá nos está
esperando, sabes que no se duerme si no estamos bajo el mismo techo.
—Eso es lo que me gusta de mi suegra —Manuel la miró y le dio un beso
en la frente. Yo arrugué la mía, ese carameleo me parecía bastante cursi—.
¿Tú serás igual amor?
—Tengo la misma doctrina —respondió ella y alcanzó a ver mi mueca de
fastidio ante su cursilería—. Y tú deja de mirarnos como si fuéramos dos
bichos raros, cuando te enamores vas a entenderlo —y dando un paso hacia
mí, dijo—. Si es que te enamoras algún día —sonreí, tal vez eso suceda, pero
faltan por lo menos cinco años.
—Eso es cierto amigo —recogimos el abrigo a la salida, Natali se cubrió.
—Si ustedes lo dicen. Por ahora estoy feliz de ser un soltero deseado.
—Vanidoso —dijo mi hermana mientras salíamos y nos dirigimos al
carruaje, nuestro cochero nos esperaba, sonrió al escuchar nuestra discusión.
—Ya te veré amigo —me dio una palmadita. Se despidió de su novia. Eso
¡Jamás! Sucederá.
Al día siguiente salimos a las dos de la tarde con destino al puerto, si los
cálculos de mi madre no le fallaban y casi nunca lo hacían, nuestra prima
debía llegar a las tres. Así que faltando cinco para la hora acordada
esperábamos a que atracara el barco.
—Nunca la has visto, ¿cómo la reconocerás? —le pregunté.
—Es mi familia y toda Mclaend es inconfundible —me reí de sus
conjeturas.
—No eres una Mclaend —le dije.
—El hecho que no tengamos el apellido porque no había nacido ningún
hombre antes de tu nacimiento, no significa que no lo seamos. Además,
recuerda el acuerdo, debemos mantener el apellido por motivo de la
herencia.
—¡Ah sí!, la historia misteriosa que aún no nos cuentas —me crucé de
brazos, la familia de ella es de lo más peculiar.
—Tú eres un Mclaend de sangre —afirmó, se puso nerviosa.
—Si usted lo dice señora bonita —le di un beso en la frente. Me lanzó un
jadeo, pero no apartó su cabellera, le encantaba que sus hijos la admiraran.
—Exacto, por eso —dijo, alcé una ceja.
—Por eso ¿qué? —no comprendí, a veces su mente va a dos pasos
adelante y no se le escapa nada.
—Por lo bonita es que conoceré a mi sobrina —no pude evitar sonreír. En
eso tiene razón, no sólo ella es una señora muy hermosa, mis hermanas
heredaron su belleza. Hasta el terremoto que se quedó en casa tiene el rostro
de ángel con cabello ensortijado.
—¿O por tu don de bruja? —hice un gesto con mis dedos, y ella me dio
un fuerte pellizco.
—¡Deja de decir majaderías, respétame un poco! —me sobé el brazo, hace
mucho no me pellizcaba, se me había olvidado lo fuerte que lo hace y si se lo
propone podría arrancar el pedazo.
—¡Madre! —acariciaba mi antebrazo.
El barco tardó para desembarcar y mientras esperábamos a que se bajaran
los pasajeros no vi a ninguna joven bonita. La cantidad de gente pasaba muy
rápido, no alcancé a reparar las mujeres, caminaban muy rápido en varias
direcciones, además de las personas que esperaban a los familiares, pudo
haber bajado y no nos dimos cuenta.
—No veo a ninguna princesa en este lugar —me dio un manotón esta vez.
—¡Deja el sarcasmo! Ella no se moverá del puerto, no conoce a nadie más
—puse mis ojos en blanco—. Pobre de mi sobrina, debe de tener los nervios
de punta.
—Si usted lo dice —me miró, me alejé, no quería un golpe nuevamente.
Tuvimos que esperar a que la mayoría de la gente se fuera para tener la
facilidad de buscar a nuestra supuesta prima. Fue mi progenitora quien gritó.
—¡¿Laura?! —mi madre salió corriendo mientras, yo me quedé como
estatua, fiel escultura de Miguel Ángel. Tenía razón, era una hermosa joven
—. ¡Franco! —me gritó, aceleré el paso, llegué a donde ellas y esa linda
joven, parecía estar extrañada y nerviosa.
—¡Hola! —saludó—. Soy tu tía Isabel de Lecontte —la recién llegada
arrugó la frente, parecía asustada—. Hija no llegamos tarde es sólo que nos
tardamos un poco en identificarte. ¡Franco por favor ayúdale con su equipaje!
—la tomó del brazo, y sonrieron.
—Gracias —respondió mirándome. Yo me quedé como un completo
idiota deslumbrado por esos bellos ojos, por poco abro la boca. Esa niña tenía
el cabello del color de la madera, sus ojos eran de color miel, su piel parecía
de porcelana.
—Hija, te presento a mi hijo —realizó la presentación reglamentaria.
—Mucho gusto, Franco Lecontte —me incliné ante ella, quien arrugó su
frente como si mi saludo no le hubiese gustado, luego desvió la mirada y se
mordió el labio, ¿algo le causó risa? Hizo lo mismo que yo hago cuando no
puedo reírme delante la gente. Qué incómodo fue.
—Laura Mclaend, el gusto es mío —dijo con timidez. Pero no se inclinó,
extendió su mano, la señora Lecontte y yo nos miramos, Laura nos observó,
bajó la mano.
—¿Así se saluda en América?
—Si —fue la respuesta.
No dejé de observarla camino al carruaje, jamás había visto ese tono de
cabello, era color caoba como los muebles del despacho y tenía unas
pobladas pestañas que realzaban el color miel en sus ojos, le contrastaban a la
perfección, era tímida, aunque era entendible, nunca nos había visto. La
señora Isabel le realizó varias preguntas mientras que yo solo la analizaba
hipnotizado, era la mujer más hermosa que había pisado el suelo de Londres.
—¿Qué tal el viaje? —le preguntó una vez entramos al carruaje. Ella
miraba a su alrededor.
—Largo —contestó. Sonreí, a la señora jamás le han gustado las
respuestas cortas.
—¿Cómo está mi prima adorada? —nos analizó con la frente arrugada y
se encogió de hombros—. Bueno, desde que te embarcaste no la ves, es un
viaje largo de varias semanas —sonrió a medias y afirmó con un leve
movimiento de cabeza. Yo volví a reprimir la risa, mamá debe estarse
impacientando. Nuestra prima no es nada comunicativa.
—¿Es muy diferente Londres de América? —seguía con sus preguntas
inoportunas.
—La verdad si es muy diferente a los Estados Unidos.
—A los Estados de América —la corregí, ella me sostuvo la mirada y
luego se encogió de hombros.
—Me la imaginé diferente. ¿Qué día es hoy?
—Vaya, al parecer ese viaje te desubicó del mundo hija, por eso no me
gusta viajar más de dos días —dijo.
—Hoy es diez de diez de septiembre de 1810 —dije, ella abrió los ojos de
par en par como si algo estuviera errado. Intentó hablar sólo que no logró
articular palabra—. ¿Le pasa algo?
—No… es sólo que me demoré viajando. Pronto despertaré —mi madre y
yo nos volvimos a mirar. Esta hermosa niña es muy rara, se percató y nos
sonrió—. Gracias por venir a buscarme tía. Tengo cartas para usted.
—¡Qué felicidad! —mamá aplaudió, Laura la miró extrañada—. Hace
seis meses logramos contactarnos de nuevo. Me alegré al saber que tenía una
hija de la misma edad de Natali —bueno, dato importante, ahora sé su edad,
tiene diecinueve años.
—¿Mamá, Laura es prima hermana? —me recriminó con la mirada, no me
había interesado la llegada de un familiar, debía saber qué grado de
familiaridad teníamos.
—No. Somos de tercera generación, pero fuimos muy unidas, por eso nos
queremos como hermanas. Le tengo más aprecio a su madre que a tu tía
Judith —me contestó, jamás fue unida con su única hermana, por el contrario,
parecían enemigas—. Ustedes serían primos de cuarta generación no hay
ningún parentesco —me sonrojé y ella apartó su rostro y miró por la ventana
del carruaje. Salimos de la ciudad, los caballos llevaban un trote suave, a la
señora Lecontte la pone nerviosa el galopar de los animales y no creo que
Sam quiera exponerse a un regaño por parte de su ama. Con esa mirada que
me lanzó, fue suficiente para entender que se había dado cuenta de mi interés,
no sé cómo lo hacía, pero se daba cuenta de todo, no pasaba por alto ningún
acontecimiento concerniente a sus hijos. Desvié la mirada, Laura me
observaba y me intimidé.
No dije una palabra más por el resto del camino, escuché el
interrogatorio que le tenía mi madre a esa linda joven que muy
educadamente respondió a cada pregunta. Yo solo escuchaba con atención.
Descubrí que había culminado sus estudios, su color favorito era el violeta,
no le gustaba la ciudad y jamás había viajado lejos, era huérfana de padre,
quién fue militar y murió en combate cuando ella tenía de cinco años.
La señora Lecontte le dio la bienvenida a nuestra casa y le dio carta abierta
para que se sintiera como en la suya. Nuestras miradas se encontraron, y
mientras agradecía por las palabras, sostenía la mirada, sin apartar sus ojos de
los míos. Sonreí. No lo hacía como otras jóvenes con ganas de que las besara,
ella me observaba… diferente. Como si fuera lo más grande e importante, y
acababa de conocerme. Sobre las cinco de la tarde el carruaje entraba a
nuestras tierras, el camino hasta la casa atraviesa un corto bosque, con una
entrada que siempre me pareció magnífica, con árboles a cada lado del
camino. Y cada cuatro meses el panorama cambiaba según la estación. Ahora
atravesábamos un paisaje de tonalidades ocres. Laura se percató y sonrió.
—Bienvenida Laura —nos bajamos del carruaje.
Sus bellos ojos se abrieron de par en par al verla.
—¡Vaya!, esto si es una mansión —sonreí ante su comentario. Era una de
las más deslumbrantes, la imponente puerta de roble macizo se abría y al
entrar quedaba al descubierto la maravillosa escalera que finalizaba con un
magistral balcón interno en forma de óvalo, la decoración es una
combinación de dorados y tonos cremas, que se suman a la variedad de tonos
de madera. Con varios balcones que dan al exterior, sus ventanales son
grandes, permitiendo el paso de la luz al interior de la casa. El piso de
mármol, y los muebles eran de la mejor calidad.
—Adelante —le dijo mamá. Yo las seguí, mis hermanas esperaban en la
primera sala. Donde se acostumbraba a recibir las visitas.
—Hija te presento a tus primas. Ella es Natali, ella es Lucía y esta es mi
pequeña Julieta —mis hermanas se inclinaron como era la costumbre. Y el
terror de la casa se inclinó más de la cuenta, pero debo suponer que está
aprendiendo.
—Se nota que son hermanos —dijo mirándome—. Tienen el mismo color
de cabello castaño claro y los ojos son grises igual a los de usted tía —yo
volví a sonrojarme al percatarme que me había detallado, mi hermana se dio
cuenta de algo al mirarme, se mordió los labios mientras la fulminaba con la
mirada. Que ni se atreva a hacer ningún comentario, temí que en ese
momento fuera a rebelar algunos de los secretos que me conocía.
—¿Franco ese milagro que estás en casa a estas horas? —quise matarla,
esa se las cobraría después. No fui capaz de ver a Laura, pero si sentí su
mirada fija en mí. Que estúpido me sentí. ¡Yo, Franco Lecontte Mclaend!
¿Avergonzado por cómo me mira una dama?, ¡es inconcebible!, ¿dónde está
lo que tanto presumes?, mi ego masculino salió a recriminarme.
—Lucía, Julieta, lleven a Laura a su recámara. A las seis las quiero listas
para la cena, Benjamín no demorará en regresar de su trabajo.
—Si mamá —respondieron mis hermanas.
—Disculpen —se inclinó ante mi madre, la seguí con la mirada hasta que
desapareció de mi vista, recibí en el brazo un golpe de parte de Natali.
—¿Al parecer te gustó la prima? —dijo con sarcasmo, la tiré del cabello y
se quejó un poco.
—No seas ridícula y ten cuidado con esas palabras —me acaricié el
brazo.
—No creo que esté del todo equivocada.
—Lo que dice, también me pareció a mí —habló la adivina de la casa. La
señora Isabel—. Pensé que estarías coqueteándole como acostumbras a hacer,
pero en este caso has estado muy callado y te has mantenido al margen. Ese
cambio me asusta.
—¿A ustedes dos quién las entiende? —me di la vuelta y me retiré.
—¡Ni se te ocurra faltar a cenar, Franco!
—¡Aquí estaré! —grité.
—¿Lo dudas? —escuché la irritante voz de mi hermana, volví a fulminarla
con la mirada. Ella parecía que tendría la excusa perfecta, ahora se vengará
de los malos comentarios que he realizado desde su compromiso con mi
amigo.

Monté mi caballo y salí directo al refugio, un pequeño rancho viejo donde


meditaba sobre mi vida, al llegar lo amarré en el improvisado establo
construido con mis propias manos hace unos cinco años, quedó bien hecho,
aún no se ha caído ni una sola tabla. Nadie conoce este lugar. Es mi secreto,
papá sabe que existe, solo que no sabe el lugar exacto y es una fortuna lo
retirado que queda de la casa principal, debes atravesar el riachuelo y un
pequeño bosque. Cuando entré me acosté, la cama la había armado pieza por
pieza. Lo convertí en mi lugar de meditación y en este preciso instante
necesitaba hacerlo. Ni yo mismo me reconocí, había quedado como el más
completo de los tontos. Tanto que presumía de cortejar a una dama, de
controlar siempre la situación y en esta ocasión había quedado como un
idiota, Laura con mirarme me hizo sonrojar y apartarle la vista. ¿Por qué lo
hacía? Sí… es diferente y me gusta. Me quedé dormido, al desperté iba a
atardecer.
—¡Rayos! —me levanté precipitado, comencé a calzarme, me había
quitado los zapatos, la gabardina, tomé el sombrero y corrí en busca de mi
caballo. Si no llego para cambiarme a tiempo, mamá me regañará, no quiero
quedar mal ante Laura—. ¿Qué?... ¡te estás escuchando, Franco! —volví a
recriminarme.
Hice caso omiso a mis reproches, galopé como nunca lo había hecho
antes, si la señora Lecontte se hubiera dado cuenta, hubiera muerto de un
susto. Una caída a esta velocidad me dejaría muerto. Llegué en 15 minutos.
La tarde se despedía cuando entré a las caballerizas, me bajé, alcanzaré a
cambiarme. Al entrar, mis hermanas hablaban en el desván con Laura, lucía
un hermoso vestido de color rosa suave y tenía sus hombros destapados, su
cabello suelto caía como cascada ondulada, sonreía al escuchar los cuentos de
Julieta en su voz chillona.
—Hijo cámbiate —la voz de mi madre llamó la atención de mis hermanas
y en especial la de ella, me sentí incómodo al verme descubierto. Una vez
más el calor se me concentró en el rostro.
—¡Gracias mamá! —ella contuvo las ganas de reírse.
—Franco, hoy nos visitan los Bourdet —abrí mis ojos de par en par—.
Debes hablar con Benilda, es de caballeros aclarar la situación.
—¿Mi papá te contó algo? —por la forma de mirarme supe que la
conversación entre mi padre y yo hacía unos días había quedado entre los
dos.
—Él los invitó, lo mejor es que hablen.
—¡Y hasta ahora me lo dices! —salí directo a mí recámara, bastante
enojado para arreglarme. Como me ponen en este apuro y con Laura aquí…
miré el reflejo del hombre que se mostraba en el espejo—. Acabas de
conocerla Franco —me dije. Suspiré un par de veces sentado en la cama,
hasta que decidí ponerle frente a mi situación.
Me vestí elegante, lo ameritaba la ocasión y lo dictaba la señora de la casa.
Ya había anochecido, escuché voces en la planta baja. Tomé el candelabro y
al salir de mi cuarto. Laura también bajaba con una vela. Esa niña es
hermosa, me dije. Me sonrió y esperó a que yo la alcanzara en las escaleras.
—Que atractivo te ves —me sonrojé una vez más, sí que logra
avergonzarme y sostenerme la mirada como si fuera normal. ¿Es que no
sentía vergüenza al decirle eso a un hombre? o está acostumbrada a decírselo
a todos los hombres—. ¿Pasa algo?, ¿fue imprudente mi comentario?
—No es sólo que… no me prestes atención, debe ser normal en América
tu forma de expresarte. En Londres es diferente.
—¿El hacerte un cumplido es vulgar? —seguía manteniéndome la mirada
fija, así como lo hace mi madre. Al no escuchar mi respuesta se indignó un
poco y comenzó a bajar las escaleras.
—No te ofendas —me apresuré a decir, lo que menos quiero es hacerla
sentir mal.
—No te afanes —se encogió de hombros.
—Laura… —se detuvo en mitad de las escaleras—. De verdad no quise
ofenderte.
—No te preocupes, no he cometido ningún pecado, no tengo porque
ofenderme. Solo le dije a mi primo lo apuesto que está —arrugó su frente,
terminó de bajar las escaleras. Yo me quedé una vez más esperando que el
calor en mi rostro se pasara. Entonces soy apuesto. Sonreí ante el pequeño
romance que visualicé dentro de poco. Se había tardado mi verdadero ser en
retomar su puesto.
Cuando me presenté en la sala donde mis padres acostumbraban atender a
sus invitados, mientras esperábamos pasar a la mesa, ya se encontraba la
familia de Benilda, así se llamaba la que hasta hoy iba a ser mi novia, quién
se me lanzó a los brazos y con gran esfuerzo le sonreí. Mi primera reacción
fue mirar a Laura, por primera vez parecía estar incómoda desde que la
recogimos en el puerto, pensé que ella no se molestaba con nada.
—¿Cómo está mi hermoso novio? —me dijo al oído.
—Hola Benilda, ¿cómo estás? —me alejé, jamás me había sentido tan
miserable y eso que he estado en peores situaciones. Solo que antes… ahora,
me preocupa lo que pueda estar pensado mi prima.
—Triste, tú me has descuidado por completo. La reunión, es por algo
importante, ¿cierto? —no tiene nada de gracia la pobre señorita y al mirar a
mi padre comprendió el por qué no me llama la atención.
—Tú lo has dicho querida —reconocí el tono hipócrita de mamá. Jamás
estuvo de acuerdo con mi relación con Benilda. Ella era la más interesada en
que esto se acabara hoy—. Le damos la bienvenida a una sobrina proveniente
de América —señaló a Laura que parecía incómoda, la reunión en su honor
no es de su agrado.
—Mucho gusto —noté la decepción en su tono de voz. ¿Cuál será el
motivo de su tristeza?
Me atreví a mirarla y su vista estaba anclada en el suelo. ¿Qué le habrá
pasado? —pensé—. ¿Qué la aflige y cuál será la causa de su nostalgia? Sula
se asomó para indicar que la cena estaba servida.
—Pasemos a la mesa señores —cuando la señora de la casa quería hacer
gala de su aire superior ante sus invitados lo hacía de una forma tan
distinguida que jamás se veía grosera, aunque así lo fuera—. La cena está
lista.
—Por supuesto —respondió más de uno.
Me sentí fuera de lugar en el comedor por primera vez en mi vida, no
sabía por qué mi pecho se oprimía, bastó cruzar la mirada con Laura y en sus
ojos vi ¿dolor?, pero ¿dolor por qué?, debía estar pensando en cómo decirle a
Benilda que no la quería, y mírame aquí, tratando de resolver el enigma de la
nostalgia de mi prima. ¿Qué me pasa?
No se habló mientras cenábamos, fue una situación incómoda para los
presentes. Laura medio probó lo servido y me pareció que había ingerido más
vasos con agua que cualquier otra persona en la mesa. Busqué su mirada en
más de una ocasión, cada vez que cambiaban los platos, pero no logré que
esos bellos ojos se cruzaran con los míos, yo necesitaba verlos. La cena
concluyó sin ningún tropiezo y lo digo por mi hermana Julieta, siempre hace
algún daño, desastre, o pataleta por la comida. Me sorprendió ver que le
tomaba la mano a Laura, le sonrió en más de una ocasión. Nos levantamos
agradeciendo la deliciosa cena y pasamos a la sala de estar. Mis hermanas se
acomodaron en la mesa de jugos, Benilda se sentó al lado de la señora
Bourdet, de ella heredó su físico. Hoy me siento un patán completo, por eso
me senté al lado de quién dentro de pocos minutos dejaría de ser mi novia,
por decencia al menos. El problema es que no tengo tema para conversar con
mi supuesta novia. Benilda se disculpó para ir al baño, aproveché el espacio
de libertad para sentarme al lado de Laura que se removía incómoda en el
sofá, la comprendo yo comparto ese sentimiento.
—¡Hola! —nuestras miradas se encontraron por un segundo que bastó
para que el ángel que colgaba de su cuello se iluminara.
—Hola —dijo desviando la mirada. Necesito que esos ojos me vean de
nuevo.
—¿Sigues enojada conmigo por lo que te dije en las escaleras? —
necesitaba preguntarle. Me miró alzando una ceja.
—Creo que tienes un problema de ego bastante elevado Franco.
—¿Qué? —salí insultado, esta niña tiene la peculiaridad de contestar, algo
nada usual en una señorita decente y de buena familia.
—Disculpa primo no todo gira al rededor tuyo —Natali la llamó.
—¡Laura! —me sostuvo la mirada, se levantó y se dirigió al llamado de mi
hermana quien acababa de entrar al recinto de la mano de Manuel, también
llegó Guillermo. Me levanté y disimuladamente, me acerqué con la intención
de husmear, pero llegó Benilda y sólo alcancé a escuchar las presentaciones
reglamentarias. La cara de idiota que puso Guillermo me produjo rabia, y más
al ver que Laura le sonreía. ¿Le habrá gustado? Me ardió el estómago, ¿me
habrá caído mal la cena? Mi padre me llamó. Entraba con mi suegro al
despacho, me hizo señas y lo seguí.
Miré a Laura de nuevo, ella hablaba sonriente con los recién llegados.
Acabo de conocerla, ¿porque me da rabia que hable con otro?
Cuando entré cerré la puerta y pensé por primera vez en mi situación
actual, no sabía cómo hacer para decirles que ya no quería seguir con este
noviazgo.
—Cuéntame Benjamín… con tu carta quedé un poco preocupado.
—Mi querido amigo. El tema es un poco delicado y me responsabilizo
ante el error que cometí —papá sirvió dos vasos de Whisky le ofreció uno a
su amigo y se quedó con el otro.
—Ya estoy asustada —comentó Benilda que había entrado antes, yo no
me había dado cuenta de su presencia.
—Mi hijo tiene algo que decirles —suspiré profundo, me armé de valor y
enfrenté mi realidad.
—Sr. Bourdet, Benilda. Quiero disculparme por mi ausencia en todo este
tiempo, y era por un motivo en especial. Comprendí que mi sentimiento hacia
su hija es sólo el que un amigo puede ofrecer —no la miré, me imaginé su
expresión pálida por la noticia—. Benilda eres muy bonita, pronto tendrás
pretendientes. Sería egoísta de mi parte no poder ofrecerte lo que mereces,
sabes que nuestra relación se basó en algunas cartas y una tomada de mano.
Pido mil disculpas, pero no quiero hacerles daño.
—Eres un caballero hijo —el Sr. Bourdet cruzó una mirada con su hija en
espera de una respuesta.
—¿Benilda? —los tres caballeros la miramos, su rostro no reflejaba dolor
si no por el contrario, alegría.
—¡Gracias Franco! —nos quedamos fríos. Ella sonreía—. Yo tampoco te
amo como hombre, jamás nos hemos dado un beso y ahora que estamos
siendo sinceros, confieso que estoy enamorada de otro joven —su padre abrió
tanto los ojos, mientras que Benilda se encogió de hombros.
—¿Qué? —yo respiré profundo, mi alegría se filtró por mi rostro.
—Les pido un permiso, esta situación fue aclarada —besé en la frente a
Benilda y salí triunfante del despacho. Ellos se quedaron encerrados, y yo
impaciente por hablar con Laura. Al reunirme con la familia, el pesado de
Guillermo le solicitaba permiso a mi madre para invitar a cenar a Laura al día
siguiente.
—Sra. Lecontte solicito su permiso para invitar a Laura a cenar mañana,
nos acompañará Manuel y Natali.
—Hijo si Laura acepta yo no le veo problema —madre, ¿qué estás
haciendo? si sabe que Laura me interesó. Crucé la mirada con Laura, ella lo
hacía de una forma ¿retadora?
—Sí. No hay problema, además me acompaña mi prima.
—Perfecto —sonrió mamá.
Arrugué mi frente, traté de disimular la rabia que sentía por dentro y me
integré a la reunión, tomé una copa de vino, me senté en el mismo lugar donde
había hablado con Laura. Guillermo se despidió cortésmente y lo escuché
decir que mañana estaría visitándola. La familia de Benilda también se retiró,
después de todo se pasó una agradable velada, al inicio fue tensionante, pero
después de la cena el ambiente cambió para todos. Julieta fue la única que se
condolió de mí y se sentó a mi lado como una señorita mayor, cruzada de
brazos, me miró.
—¿Ya terminaste con la fea de tu novia? —apreté los labios.
—No te expreses de esa forma diablilla.
—Entonces no me digas así —la miré, es perspicaz, tiene la sagacidad de
mi padre y la perspicacia de mi madre.
—Solo digo la verdad.
—Lo mismo digo yo —no pude evitar reírme—. Así te ves más lindo —
movía los pies en la silla, no le alcanzaba para dejarlos en el suelo, ladeó
la cabeza y le sonreí regalándole una mueca.
—¿Qué?
—Parece que se te indigestaron los alimentos.
—De donde sacas eso —de reojo observaba a Laura.
—Es lo que me dice mami cuando quedo enojada después de que me
regañan en la mesa. Y tú tienes esa misma cara —se volvió a cruzar de
brazos.
—No digas tonterías —se bajó, me dio un beso en la mejilla, y salió
corriendo por la sala con su vestido de color pastel.
—¡No corras por la sala Julieta! —gritó la señora Isabel—. Ya es hora de
que duermas. ¡Sula! —llamó a nuestra ama de llaves. Nuestra nana salió
sonriendo como siempre, jamás la vi triste y nos había criado a todos, mi
mamá se la trajo consigo desde que se casó con el señor Lecontte. Tomó al
diablillo de la mano.
Nos quedamos solos, mi hermana se sentó a jugar cartas con Lucía y con
Laura, mis padres hablaban para ellos. Poco a poco se fueron retirando cada
uno a su recámara mientras que yo me quedé meditando. Mi padre realizó su
rutina diaria cerrando las ventanas y se dio cuenta que no me había movido
del mismo lugar en el que pasé el resto de la velada con una botella de vino y
una copa en la mano.
—¿Te afectó el rompimiento con Benilda? —se sentó a mi lado.
—No es eso —sonreí, ella no es la que se había adueñado de mis
pensamientos.
—¿Entonces?, ¿puedo acompañarte? —se sirvió una copa.
—Por supuesto, solo que no quiero hablar —serví otra vez mi copa y volví
a tomarla hasta el fondo. No comprendía porque me sentía tan enojado. Se
bebió la suya pausadamente, mirándome de vez en cuando.
—Entonces… creo que es mejor dejarte solo.
—Gracias papá —se lo agradecí con la mirada, ese viejo es sabio.
—Que duermas bien hijo y no te tomes la botella completa, tu madre te
regañará mañana.
—No te preocupes. Duerme bien.
Pasó un buen rato en el que no dejé de reírme de mí mismo. Me había
dado celos que Laura fuera a salir con otro hombre, pero si ella no era nada
mío. Me serví otra copa.
—En América cuando los hombres beben solos es porque están tristes.
—¿Laura? —el corazón me palpitó, no es una reacción normal.
—Soy la única que llegó de América —claro, ¡idiota!
—Pensé que dormías.
—Tengo sed, en mi recámara no hay agua. ¿Te acompaño? Si no es
prohibido o inmoral claro —sonreí ante su comentario, resplandecía en la
tenue luz iluminada por el candelabro a mi lado.
—Te lo agradecería, ¿quieres vino?
—No bebo, te acepto una copa con agua —sonrió. Se sentó a mi lado y
como el tonto que he sido en el día de hoy me puse nervioso. Me levanté a
servirle lo que me solicitó.
—No tienes un día aquí y ya tienes un pretendiente —tomó un poco de
agua, volvió a alzar esa ceja que le queda muy bien. Abrió su boca para luego
cerrarla.
—Siempre he tenido muchos pretendientes —jamás esperé esa respuesta.
—Me imagino —me di cuenta que escucharla hablar de sus pretendientes,
me revolvía el estómago.
—¿Te parezco atractiva Franco? —ésta niña lograba dejarme sin habla—.
¿No vas a responderme?
—¿Siempre eres así de directa? —le pregunté mientras me sentaba a su
lado.
—No me has respondido —insistió.
—Lo estoy pensando —volvió a tomar otro sorbo de agua.
—¿Debes pensar para responder si soy o no atractiva?, no creo que se
deba pensar tanto. No te estoy preguntando sobre intimidad —me quedé frio.
Pensé que era una mujer diferente, me equivoqué, me decepcioné por
completo.
—Pensé que eras diferente —apreté los labios.
—Define diferente —nos miramos, tenía rabia, la había puesto en un altar
sin conocerla. Pensé en ella como para… ¿tener algo serio?
—Eres mujer de mundo ¿cierto? —sus ojos se entristecieron. Arrugó su
frente, apretó su mandíbula y se retiró indignada. ¿La habré ofendido?
—Buenas noches —no pude comprender su tono al despedirse, y me sentí
más miserable.
Me quedé un rato más en la sala, con el estómago ardiendo por una mezcla
de tantas situaciones. ¿Qué tiene?, ¿que la hace especial?, siento que es
indispensable, siento que la necesito como mineral vital para continuar
viviendo. Acabo de conocerla, por la forma de hablarme y esa forma de
expresarse, me da a entender que en América las costumbres están
descarriadas. Dejé la copa a un lado, tomé el candelabro y arrastrando los
pies me dirigí a mi recámara. Tiré los zapatos a un costado de la cama, no
supe cuándo me quedé dormido, lo cierto es que el rostro de Laura se retrató
en mi memoria, la forma en cómo me miró en la mesa me estaba quemando.
CAPÍTULO 3
MI OBSESIÓN

Había pasado una semana desde la llegada de Laura Mclaend, y con ello la
amargura de mi existencia por su presencia —la causa de mi enojo constante
era porque no estaba conmigo—. Pasaba los días en la cabaña muriendo de
celos y ahora sí sabía lo que era ese sentimiento. Es la sensación más
enfermiza causada por la inseguridad absoluta, carcome las entrañas
perforándote los órganos hasta que la acidez corrosiva que expulsa se
concentra en el inicio de la garganta causando una explosión de lava disfrazada
de palabras hirientes en contra de la persona que te causa esa reacción sin
poder controlarlo. Y ahora no solo la pretende Guillermo sino también un par
de amigos más.
Acompaña a Natali a las reuniones sociales, mientras que yo me quedo
iracundo conmigo mismo porque no me atrevo a invitarla, esa fluidez verbal,
característica de mi ser con ella queda ausente, desaparece ante su mirada
ambigua que me desconcierta. No he salido de casa desde que ella recorre los
pasillos, los jardines, impregnándolos con su musical sonrisa, en cada rincón
tengo su retrato impreso en mi memoria que acentúa aún más el estado
deplorable de ánimo en el que me encuentro. Es un imán para mí, paso las
tardes en el rancho martirizándome con el recuerdo de sus magnéticos ojos y
al regresar me limito a cenar y me encierro en mi recámara. Mañana es
domingo, asistiremos a la misa, luego quieren que la lleve a conocer algunos
lugares de Londres. Así lo iba hacer.
Sé que le atraigo, no le soy indiferente, pero… si es así, por que acepta
invitaciones de otros hombres, era una reacción contradictoria. Había salido
en compañía de mi hermana, y en esas salidas había conocido dos
admiradores más para atormentarme, eran dos amigos y habían quedado
deslumbrados por esos ojos, y quién no. Al pasar por la sala de estar, escuché
la conversación que Natali entablaba con mi madre sobre Laura.
—Te has hecho muy amiga de tu prima —le comentó. Insisto, debe tener
dotes de bruja, no se le escapa nada.
—Sí, es muy divertida, también observadora, sólo que… dice cosas
extrañas.
—De los amigos que le has presentado ¿le interesa alguno? —esa
pregunta si me interesa, ¡gracias!
—No me ha dicho nada, no le agrada ninguno. Tal vez acepta porque le
insisto en que me acompañe. Pero sí me pregunta por Franco —dijo Natali.
—¿Por Franco? —mi corazón palpitó emocionado, es lo mejor que
escuchaba.
—Si… la pobre no sabe lo picaflor que es mi hermano.
—No quiero que le haga daño a esa niña —abrí mi boca, ¿la señora Isabel
me degrada? —. No me mires así Natali, lo conozco y todo quiere menos
tener algo serio.
—Me comentó que la había hecho sentir como a una vagabunda.
—¡Te das cuenta!, Franco no quiere a nadie. Ese jovencito no sé qué
piensa, cree que la vida es un juego. ¡Me va a escuchar! —comentó ofuscada.
Solo pude escuchar hasta ese punto, la mente se me congeló en la frase
que dijo mi hermana. Había ofendido a Laura. Salí a buscar el caballo, ella
jugaba en el jardín con Lucía y Julieta. Tenía puesto un lindo vestido color
verde manzana, por un instante nuestras miradas se cruzaron, la suya fue tan
ingenua, igual a la de mis hermanas, me sonrió y me decidí a contestarle de la
misma forma, Julieta se le tiró encima haciéndola caer al césped, me deleité
con las notas altas y bajas de su risa. Ese hermoso sonido que se escuchaba
desde que apareció en nuestras vidas. Me dirigí a las caballerizas, me subí al
caballo, escuché el llamado desde el balcón del lado oeste del jardín.
—¿Franco a dónde vas? —¿qué?, mamá desde hace tiempo no me hace
ese tipo de preguntas. Laura me observaba, lo sentía.
—A dar un paseo por los alrededores —me encogí de hombros.
—No te demores, necesito hablar contigo.
—Está bien —al darme la vuelta ella me daba la espalda, sonreí para mis
adentros, pensé que estaría atenta de mi respuesta, que tonto eres.
¡Quiero importarle!, todo el día me hago la misma pregunta, ¿Por qué
deseo tanto tenerla? Es la primera vez que me enfrentaba a mis sentimientos,
estoy obsesionado con sus ojos, desde que la vi he querido pretenderla, pero
¡se me adelantaron! Además, la ofendí. Tiene una forma de mirar, de
comportarse, es tan segura en su forma de ser, que no es propio de una mujer
de su edad. A veces parece… no lo sé… es muy diferente, no sé cómo actuar
—sonreí—. Comprendí, es una mujer diferente, porque no es lo que estoy a
acostumbrado a tratar, pero no es libertina.
—Ahí tienes la respuesta, idiota —me respondí a mí mismo sentado en la
única silla de la cabaña. Por supuesto que la ofendí, es una mujer de carácter
fuerte, sí que eres tonto, Franco.
Debía disculparme, ahora ¿cómo hago para hablarle?, al principio sólo
tenía un pretendiente, ahora tiene tres ¿qué voy hacer? ¿Espantárselos? y ¿si
alguno de ellos le agrade? Recordé el comentario de mi hermana, le hacía
preguntas sobre mí —¡eso es! —. Hablaré con Natali, debía sacarle
información referente a los sentimientos de Laura. Soy abogado puedo
obtener lo que quiero, fui el primero en mi clase, no me será difícil indagar
sobre ella. Ya había oscurecido. Una señora debe estar enojada. Salí de la
cabaña con una lámpara encendida, la noche había llegado muy pronto. Al
entrar a casa me esperaban para cenar, a mí se me daño la noche. Guillermo
nos visitaba, lo que significa que esa relación avanzaba en mis narices. Lo
habían invitado a cenar y lo sentaron a su lado. Se me revolvió el estómago
por completo de pura rabia, me tomé más de dos copas de agua, sé que a la
señora Isabel no se le escapó ese detalle, no me atreví a mirarla. Ella por el
contrario sonreía tranquila. Fue Guillermo quien habló una vez terminada la
cena.
—Sr. Benjamín vine a solicitar permiso para invitar a su sobrina al teatro,
hoy es el estreno de una nueva obra, quería que me acompañara —me hirvió
la sangre, pasé la ira con una copa de vino, la miré a ella y me tranquilizó su
expresión, tenía las cejas unidas y sus ojos… ¿estaban iracundos? Al menos
podía entender sus ojos, comprendí que también se enojó por algo y no me
percaté de lo que había hecho enojar.
—No hay problema, ¿tú qué dices querida? —habló mi padre.
—Yo tampoco tengo inconveniente —sonrió, la señora de la casa.
—No se diga más —dejó la servilleta de lino en la mesa—. Se nos hace
tarde Laura — ¿Este idiota se la va a llevar?
—Disculpen —intervino Laura—. Creo que hay un pequeño problema de
culturas —los presentes la miramos, Julieta había enrollado la servilleta y
sonaba los zapatos contra la madera, era un golpe seco que me fue irritando
poco a poco, tuve que cerrar las manos en un puño. Ella se levantó de la mesa
—. No quiero ofender a nadie. Pero Guillermo debiste preguntarme primero a
mí para asistir a cualquier parte, no a mis tíos —lo miró—. Yo no estoy
interesada en salir contigo a ninguna parte.
—¿Disculpa? —le preguntó Guillermo, mi corazón saltó de alegría por ese
rechazo, como por arte de magia el dolor y la acidez formada en la parte
superior del estómago se había diluido.
—Como escuchaste. No quiero estar a solas contigo, no quiero que
intentes besarme de nuevo. No me agradas, llegué aquí a ser la dama de
honor del matrimonio de mi prima no a buscar marido. De lo contrario
hubiera aceptado a cualquiera en América.
—Hija discúlpanos —se disculparon mis padres.
—Ya te había pedido disculpas al respecto —dijo Guillermo avergonzado.
—Sí, y hoy te equivocaste de nuevo, si no te pongo freno delante de ellos,
tal vez para mañana estaré comprometida con alguien que no me inspira el
más mínimo pensamiento —vaya carácter el que tiene la señorita. Mi alma
brincaba de felicidad, lo mandó a cuidar ovejas.
—Discúlpame —dijo, deseé no estar en los zapatos de Guillermo.
—Al parecer mi forma de hablar, actuar y mirar ofende a las personas,
vengo de otro país, tenemos vidas diferentes —sus ojos perforaron los míos
—. Lo mejor es que si digo alguna palabra inadecuada, extraña o nada
común, no me juzguen por lo que no soy —esas palabras eran para mí, desvié
la mirada y me encontré con la de mi madre, penetrantes igual a la de Laura,
giré al otro lado y también lo hacían mis dos hermanas que al igual que mamá
taladraban con la vista mi existencia, arqueé una de mis cejas, terminé
mirando a Guillermo que no sabía dónde meterse a causa de la situación, me
solidaricé con él. Era la misma situación para mí—. No fue mi intención
dañarles la cena, les ofrezco disculpas. Pero quiero que sepan tíos que sólo
saldré con Natali o en compañía de algún miembro de la familia, ¡jamás con
un hombre a solas! —hizo una pausa, nuestras miradas se convirtieron en una
—. En mi mundo cuando una dama sale a solas con un caballero es porque
aceptó pasar a un segundo nivel en la relación —se encogió de hombros—.
No estoy interesada en ninguno hasta el día de hoy, espero que respeten esa
decisión. Con permiso—. Se inclinó y se retiró. Yo me saqué sangre en la
boca de lo fuerte que apretaba mi mandíbula para contener la risa. La mitad
del comentario era para mí, pero, aun así, me reconfortó de felicidad,
rechazaba a Guillermo y me decía que era igual para el resto de sus
pretendientes. No me importó que me restregara en la cara la ofensa recibida
de mi parte el día de su llegada.
—Discúlpanos cariño —dijo papá, sólo que Laura no lo escuchó. Mis
hermanas salieron tras ella.
—Yo también voy — Julieta se bajó a toda prisa de la silla y salió
corriendo detrás de ellas, sin que Laura las llamara la siguieron, hasta el
diablillo tenía sentimientos.
—¿Qué te causa tanta risa? —mi padre me observaba mientras Guillermo
se tomaba lo que le quedaba de agua.
—Lleva una semana y tiene de su lado a todas mis hermanas —el arrugó
la frente, mi madre me observaba, era incómoda y penetrante la forma en
cómo me miraba—. Tiene al diablillo de su lado.
—¡No llames así a Julieta! —me recriminó mamá.
—Les pido un permiso —se me había olvidado la presencia de Guillermo
que seguía sentado—. Tiene mucho carácter.
—No te imaginas cuanto —habló el señor Lecontte, realizando un gesto
de asombro—. Es una Mclaend, debes acostumbrarte al peculiar don que
tienen y la forma tan decente pero firme con la que expresan sus sentimientos
—mis padres se miraron y mamá contenía las ganas de reírse, algo le hizo
gracia—. Se nota que son familia, hasta hoy tenía mis reservas —se rieron.
—Debo irme. Lamento lo sucedido.
—Yo te acompaño amigo —me ofrecí, mi intención era sacarle
información.
Acompañé a Guillermo hasta su carruaje, la verdad es que tenía ganas de
saber cómo lo había rechazado Laura la primera vez.
—Acabo de recibir la peor ofensa de mi vida —dijo, en su cara se notaba
lo apenado, a él este rechazo no se le olvidará por un buen tiempo.
—Mi prima tiene carácter —le contesté—. ¿Cómo intentaste besarla sin su
consentimiento?
—¡Ella es muy rara!, lo que dice, su forma de actuar a veces… es
diferente.
—Define diferente —aprendí la lección. Él se quedó mirándome.
—Charlábamos en el balcón del restaurante, el nuevo, la inauguración fue
el martes pasado, hablábamos sobre los diferentes besos. Laura me preguntó
que significaba el beso, me miró y yo creí que me pedía un beso, cuando me
le acerqué me dio una bofetada, por poco me voltea el rostro —no pude
contener la risa—. ¡No te rías Franco!, ¿tú que habrías dicho?
—Le habría dado la definición de beso, tarado —me observó mientras me
reía en su cara.
—Habla de ciertos temas que no son correctos para una señorita de su
edad.
—Tienes razón, el que sea una mujer diferente no significa que sea
liberada.
—Ya me doy cuenta. Viajaré a América, debo abrir mi mente —ambos
reímos más tranquilos—. Buena noche Franco, sólo regresaré para la boda de
tu hermana, estoy demasiado avergonzado con la familia Lecontte por lo
sucedido.
—Como quieras Guillermo —le di un abrazo y esperé afuera hasta que el
carruaje desapareció, di pequeños brincos de felicidad, ahora tenía el camino
libre con Laura.

***

Pasaron varios días y nuestra relación se basaba en miradas. Podía jurar que
ella también me observaba sólo que no logré descubrirla. En cambio, me
descubría cada vez que yo lo hacía, haciéndome avergonzar en más de una
ocasión, la última fue ayer, la encontré en la biblioteca, abrió la boca
deslumbrada por la cantidad de libros, los estantes van hasta el techo y
debíamos tomar la escalera para alcanzarlos.
—¿Tengo algo malo en la cara? —su pregunta me dejó mudo.
—¿Perdón? —le respondí mientras colocaba el libro que me acababa de
leer.
—Que si tengo algo raro en la cara —me ratificó lo que había preguntado.
—No… lo digo… —no pude seguir hablando se me trabó la lengua, como
un perfecto idiota.
—Disculpas aceptadas —me miró con esos expresivos ojos color miel y
con una hermosa sonrisa en esos labios, que en estos días he deseado besar
hasta cansarme—. ¡No muerdo! —creo que la cara se me encendió, era
admirable la forma en que me hacía ruborizar—. ¿Dije algo malo? —se vio
tan bella con esa ingenua mueca en su rostro.
—No —le contesté sonriendo—. Es solo que tienes la capacidad de
hacerme avergonzar y a ti no te he visto cambiar de color, ni siquiera cuando
te enojas. Te llevas un crédito de mi parte.
—¿A qué te refieres? —preguntó.
—A que nadie me había hecho sonrojar…
—¿Eso es bueno o malo en este tiempo? —arrugué mi frente, diferenciaba
como si en América fuera otro tiempo.
—Laura, en América también es el mismo día, tal vez hay diferencia en
horas mas no de días —meditó, se mordió el labio ¡Dios! me entraron más
ganas de besarla.
— Tienes razón, discúlpame, a veces no me siento en el tiempo correcto.

Salí de la cama pues ya llevaba mucho tiempo desperdiciado pensando en


mi prima y fantaseando con besarla. Me arreglé y bajé a desayunar, las
mujeres de la casa habían retirado los muebles de la sala y habían
acondicionado una especie de salón de baile, Natali al frente del piano —es
una excelente pianista, tocaba cualquier melodía—. Mientras que Lucía
intentaba enseñarle a bailar a Laura. Pero mi hermanita sacó la estatura de
mamá, era menuda, mientras que su acompañante es veinte centímetros más
alta. Me acomodé a un lado sin que me notaran, tan concentradas estaban que
no se percataron de mi presencia. Comenzó a sonar la melodía así que entré.
Mi madre al son del un, dos, tres daba las instrucciones de los pasos. ¿No
sabía bailar? Es mi oportunidad.
—Lucía la tomas mal —Natali dejó de tocar, mis hermanas voltearon al
verme entrar, y ella se quedó pasmada por un segundo, yo no las miré,
caminé hasta donde Laura, la tomé de la mano, le di instrucción para que
siguiera la música, coloqué mi mano en su cintura y la otra se extendió para
llevar el compás—. Sólo sigue el ritmo, uno adelante y el otro atrás, así
vamos girando —le susurré al oído, me siguió el ritmo, pero su rostro cambió
de color—. ¡Vaya!, pensé que no te sonrojabas —mi comentario la avergonzó
más, pasó del rosado al rojo carmesí, intentó hablar, pero no pudo, por
primera vez las palabras se quedaron perdidas en su garganta. La hice girar
un par de veces, parecía flotar en mis brazos—. No bailas tan mal —desvió
su vista, su cara seguía roja.
—Eres mucho más alto, por eso puedes llevarla, ¡yo le enseñaba bien! —
dijo Lucía con una pataleta cruzándose de brazos como niña caprichosa.
—Bueno creo que con dos días más de baile esta jovencita quedará lista
—comentó mi madre—. Franco saca dos días de tu tiempo para que le
enseñes a Laura.
—No es necesario tía —se apresuró a decir, más avergonzada.
—No tengo problema. Será un placer señorita —por primera vez no me
sostuvo la mirada. No pude evitar sonreír, el color de su rostro fue más
notorio. ¿Sera que se dieron cuenta de que me interesa? —. Con permiso, voy
a desayunar.
El día comenzó perfecto para mí, pues descubrí que no le soy indiferente,
le agrado como hombre. Sonreí en el transcurso de la mañana como un tonto,
tomé el libro que comencé a leer al inicio de semana, me senté en el balcón
que quedaba frente al jardín donde acostumbraba a jugar con mis hermanas.
Me asomé al escuchar la melodía de su risa, se había vuelto música para mí.
Desde que llegó giramos en torno a su presencia, se ganó el cariño de todos y
yo no he vuelto a frecuentar a mis amistades por quedarme cerca de ella.
—¿Franco? —la voz de mi padre me devolvió a la realidad. Me asomé por el
balcón y los presentes en el jardín miraban al segundo piso.
—¿Señor?
—¿Te agradaría un día de campo mañana con nosotros? —Laura, puedo
jurar que a gritos me decía que fuera, su mirada era tan intensa, aunque sus
facciones eran indiferentes.
—¡Claro!
Ahora jugaba, mostraba indiferencia ante mi respuesta, no la entiendo. Me
frustra con su forma de ser. Esa tarde llegó Manuel a visitar a mi hermana,
charlábamos en la sala, tomándonos una copa de vino y ella un poco de agua.
—¿Franco vas a asistir al cumpleaños de Antonieta? —Manuel se bebió
un trago de vino.
—Claro que si —le respondí.
—Recibimos la invitación así que le escribí a la madre de Antonieta para
ver si podría ir mi sobrina, y su respuesta fue favorable —comentó mamá—.
¿Franco tienes acompañante? —¿a qué viene esa pregunta?, la miré con el
ceño fruncido, no era necesario que llevara acompañante—. Si vas con tu
prima practicaran más en el baile —Laura había palidecido, quedó tan
pasmada al igual que yo, la idea era perfecta, pero ella parecía estar enojada.
—¿Laura, te gustaría ir conmigo al baile? —la Sra. Lecontte se saltó su
opinión y yo no quería perder la oportunidad. A veces no le entendía la forma
en cómo me miraba. Lo hacía con tanta indiferencia y al mismo tiempo con
una felicidad absoluta.
—Creo haber dicho que sólo saldría con los integrantes de esta familia,
eres mi primo —esa respuesta fue un freno en seco a lo que mi mente
maquinaba.
Mi madre, analizaba mis expresiones —me encogí de hombros—. No
entendí porque me miraba así me acababan de dar una de las más feas
cachetadas de mi vida. Creo que peor a la de Guillermo. Después de la cena
pasamos a la sala de estar y actué por inercia, asistirá conmigo por ser su
primo, por nada más. Las chicas se acomodaron a jugar cartas, el señor
Lecontte se retiró a su despacho y Manuel me ofreció una copa de vino.
—¿Qué te pasa Franco? —se sentó a mi lado y no al frente, menos mal, no
quería que interrumpiera la visual hacia Laura. Siguió la trayectoria de mi
mirada—. Vaya, esa mirada sí es diferente.
—Ella es diferente —bebí un largo y pausado trago, mientras me deleitaba
con la imagen de su perfil, era hermosa.
—¿Qué tan diferente? —esperaba una respuesta de mi parte, desde que
entré a la universidad nos habíamos convertido en amigos de aventuras y
desventuras, de retos y satisfacciones, de esos a los que les dices la verdad
porque sabes que siempre estará ahí para ofrecernos la mano.
—¿Tiene alguna relevancia? —bebió un poco de vino sin dejar de
observarme.
—No sabes cuánto, para así poder darte un diagnóstico hermano —sonreí.
—No eres médico! —sonreímos, después de un lento suspiro habló.
—Solo determino si a futuro habrá ruptura y entraremos en proceso de
divorcio.
—Jamás existirá un divorcio en nuestra familia, pero sí te puedo asegurar,
que su mirada y su sonrisa se anclaron en mi memoria a tal punto que me
hierve la sangre cuando la pretende otro logrando hacer que se me revuelva el
estómago de solo pensar que no pueda interesarle —mi amigo sonrió y
brindó haciendo sonar mi copa.
—Bienvenido al club —no pude evitar reírme, mis hermanas se percataron
de nosotros que reíamos—. Lo sentimos —les dijo Manuel a las mujeres de
la casa.
—Es hermosa y por alguna extraña razón que no sé explicar siento la
necesidad de protegerla, pero temo que no me deje hacerlo.
—Solo lo sabrás arriesgándote Franco —su concejo no me ayuda.
—¿Y si no me acepta? —a eso le temo.
—Es normal que sientas miedo, yo lo tuve y lo sabes, por más de medio
año no pude confesarle mi sentimiento a Natali.
—Tal vez si es duda, pero también es algo más, es necesario para mí que
me acepte.
—No lo veas como una obligación, así no funciona una relación.
—No Manuel, para mí si es vital, es como si mi vida dependiera de ella,
necesito tener sus cuidados, no sé qué significará. Siento que puedo morir en
cualquier instante y esos ojos son lo único importante, me sostienen el alma,
siento todo al mismo tiempo.
—Querido amigo, estás completamente enamorado —me reí, ahora fui yo
quien brindó.
—Hasta los cimientos —volvimos a reírnos.
—Parece que la conversación está muy amena —comentó Natali, ya
habían terminado, mi madre se había ido con Julieta y Lucía.
—Bueno ya debo retirarme —mi hermana lo tomó de la mano y lo
acompañó a la puerta, Laura se quedó conmigo.
—Creo que es hora de dormir —dejé la copa vacía en la mesa de centro,
me incliné para despedirme.
—Gracias por invitarme a la fiesta —me tomó una vez más por sorpresa
—. Deseaba que me invitaras —bajó la mirada, intenté hablar. Pero me quedé
una vez más sin palabras, se inclinó y se retiró. No sé qué es lo que más me
agrada de su personalidad. Si la capacidad de despistarme, la pericia con que
logra revolucionar mis emociones o el factor sorpresa que con tanta facilidad
me deja sin habla. ¡A mí!, a Franco Lecontte un perfecto seductor ahora
atontado ante una niña con los ojos más bellos y la mirada más necesitada del
mundo. Cuando Natali regresó yo aún seguía anclado en el mismo lugar, con
mi mente en un torbellino de emociones.
—¿Te pasa algo, Franco?
—Solo dime si le importo a Laura —la miré a los ojos.
—¿Qué tanto te importa a ti?
—Para toda la vida —mi hermana me sonrió.
—Entonces no te cohíbas —no pude evitar sonreírle, sabe más de lo que
quiso decirme, y para mi corazón fue suficiente—. Hazla feliz, no me lo ha
contado, pero presiento que su vida es triste.
—Trataré —le di un beso en la frente y me dirigí a mi recámara. Mi padre
entró para cerciorarse que las puertas y ventanas estuviesen cerradas—.
Duerme bien hijo.
Esa noche me acosté ilusionado, le importaba a Laura, mañana será un día
crucial, pasaría el día en su compañía y el próximo fin de semana seria mi
acompañante en una fiesta. Tengo dos grandes oportunidades para tenerla
cerca. Me dormí pensando en su belleza.
Al día siguiente la casa parecía una plaza de mercado, ella esperaba de pie
al final de las escaleras observando el revuelo formado por las mujeres de mi
familia. Papá analizaba la situación desde la puerta de su despacho mientras
que yo me deleitaba con el panorama, tenía una excelente vista del rostro de
Laura, algo la hacía feliz porque sonreía.
—¡Natali no se te olviden los manteles! —gritaba mamá.
—Ya están listos. Manuel no demora en llegar.
—¡Lucía coloca las canastas en el carruaje donde iremos tu padre y yo! —
volvió a gritar la señora Lecontte.
—¿Nos vamos en caballos? —preguntó Julieta. Mi prima arqueó sus cejas.
¿No le gustó la idea de montar a caballo?
—Lucía dile a María que coloqué los panecillos en la canasta grande.
—Ya lo hice señora —respondió Sula.
—Mamá ya todo eso está listo —le respondió Lucía tan serena como
siempre.
Mientras daban las instrucciones, corrían de un lado al otro yo disfrutaba
observándola hasta que lo notó. Y ahí estaba la mirada que me hacía desearla
tanto, era una mezcla de conocimiento e ingenuidad y no sabía cuál de las dos
era ella.
—Franco, por favor encárgate de los caballos —ordenó mi madre.
—Enseguida —bajé las escaleras.
Cuando terminé de bajar me tomó de la mano y como un completo idiota
me asusté.
—¿Es necesario ir a caballo?, ¿Yo no puedo ir en coche?
—sus ojos me pedían ayuda.
—¿Te dan miedo? —sonreí.
—Nunca he montado uno.
—¿En qué te transportas? —su mirada era suplicante.
—En otros medios de transportes y en este… quiero decir… ahora en
carruajes.
—La emoción de mis hermanas, es galopar, realizaron una carrera —se
secó las manos en su lindo vestido, parecía un conejo asustado.
—No sé montar —confesó tímidamente, esos simples gestos hacen que
me sienta importante.
—No dejaré que te pase nada, iré a tu ritmo si te hace sentir mejor,
permíteme enseñarte en otra ocasión —afirmó y me regaló una hermosa
sonrisa.
—¡Gracias!
—Ven — la tomé de la mano y salí directo a las caballerizas.
Me di cuenta que observaba nuestras manos, luego me miró, me sentí feliz
de tenerla cerca por primera vez. Su mano era tan suave y delicada que temí
ofenderla si le acariciaba el dorso.
—Buenos días Sam, ¿ya están los caballos listos? —Sam es el hombre de
confianza de la casa.
—Si joven, este es el de la señorita Laura —le habían asignado a Samurái
es muy arisco para ella.
—Sam cámbialo, ensíllame a Blanca.
—¡Pero esa yegua es muy lenta! —respondió Sam.
—Por eso, Laura les tiene miedo a los caballos.
—¿No estará en la carrera? —se asombró, todos en la casa saben que mis
hermanas son buenas jinetes.
—No, y yo tampoco —al mirarla ella lo hacía como si yo fuera su todo.
Juro que me dieron ganas de besarla, nuestras manos seguían entrelazadas y
así se quedarían hasta que ella me soltara.
—Gracias —me avergoncé. En definitiva, estoy hecho un completo idiota
por esta niña. Escuché las voces de mis hermanas, me soltó la mano, nuestras
miradas se cruzaron por más de un segundo, a mí no me importaba que mi
familia se diera cuenta que me interesaba, pero tal vez para ella no era tan
importante o ¿sentirá pena?
Al llegar a las caballerizas, cada uno fue en busca de su caballo y le
preguntaron a Sam por qué le ensilló a Laura el más lento de ellos.
—¿No vas a participar en la carrera? —le preguntó Julieta, es la más
pequeña pero sí que sabe dominar a un animal.
—Le tengo miedo a los caballos —respondió.
—Hija, entonces ven con nosotros —no quería alejarme de ella. Quería
estar todo el tiempo a su lado. Ojalá sepa entender mi deseo, al mirarla
comencé a decir lo que mis palabras no lograron hacer, prometo cuidarte en
el camino, juro que no te pasará nada, pero quédate conmigo, le gritaban mis
ojos.
—Gracias tía, Franco me prometió enseñarme. Debo perderle el miedo,
¿no lo creen? —le agradecí que se quedara a mi lado. No me importó que mis
padres se dieran cuenta, yo deseaba ser algo más que el primo.
—Hijo ten cuidado.
—Por supuesto —el carruaje emprendió su camino.
Los miembros de mi familia salieron en ese instante. Manuel y Natali
fueron los últimos, cada uno me regaló ese brillo pícaro, yo negué levemente
ante lo que pensaban, desvié la mirada hacia la casa. No tengo a Laura para
ese tipo de sentimientos, no era mentira cuando le dije a Natali que la quería
por siempre. Yo quería algo serio. Mis hermanitas menores habían salido al
galope.
—Vamos a llegar tarde, ellos ya habrán comenzado a merendar —le
comenté en son de burla.
—Lo siento. ¿Así de lenta es Blanca? —miró la yegua ensillada.
—Muy lenta para mí que me gusta correr. ¿Sabes montarte al menos en la
silla? —ella la analizó—. Debes colocar el pie en el estribo, luego te sientas
de lado.
—Y si me caigo del otro lado, ¿No me puedo montar como tú? —me reí
de su comentario la verdad es que no sé cómo mis hermanas logran dominar
el galope sentadas de esa forma.
—No, porque es de hombres.
—¡Ah! —su cara era de asombro total.
—El otro lo colocas en esta parte de la silla.
—¿Es imprudente montar como lo haces tú? —noté su ofuscación.
—No. Es sólo algo poco usual… no es la costumbre —le dije.
—Entonces montaré igual que tú —dijo.
—¿Estás… segura? —de verdad es diferente—. Sube —me di cuenta de
sus nervios—. ¿Te ayudo a subir?
—Déjame intentarlo —colocó el pie en el estribo y se impulsó para
montarse, Blanca la desestabilizó, menos mal me quedé a su lado, alcancé
a cogerla, se aferró a mi cuello y no pude aguantar la risa.
—¡Discúlpame! No sostuve a Blanca —temblaba—. Discúlpame Laura —
se alejó de mí de forma rápida, que linda se ve sonrojada. Tal vez al darse
cuenta de lo duro que me abrazaba, la tomé de la cintura y la senté en la silla
—. Ya puedes cruzar la pierna, coloca los pies aquí —era un manojo de
nervios.
—¿Y ahora qué hago? —monté mi caballo, tomé la soga y até a Blanca a
la silla del mío, al mirarla sonreía—. ¿Por si sale volando el caballo? —a
veces sus conclusiones son un poco excéntricas.
— Debes mantener la rienda sostenida, pero al mismo tiempo suelta para
que el caballo pueda andar.

Pensé que tardaríamos más para llegar al lugar donde realizábamos los
días de campo. El tiempo se me fue volando con Laura. Era la primera vez
que hablábamos a solas, han pasado dos semanas con mis hermanas, es muy
cómica en su forma de expresarse, es diferente, preguntó de todo. Ella se
acomodó de lado en el caballo y me miró, la entendí perfectamente, me bajé,
le ayudé a bajar, volví a tomarla por la cintura, pero quedamos tan cerca, mi
corazón se aceleró más de lo debido, se apartó. Cuando notó que ya había
algo de distancia se detuvo y me esperó. Le sonreí, ella extendió su mano.
Llegamos donde se ubicó mi familia con nuestras manos entrelazadas. Me
dio la impresión de que para ella la situación era normal, mientras que yo no
sabía que significaba, sus ojos me decían mil cosas, pero sus actitudes me
frenaban, decidí ir a su ritmo. Me obligó sin haberlo pedido a estar cerca,
¿cómo lo lograba?, no tenía la menor idea, parecía un perro faldero y no me
importaba. Eso era lo peor. Mi familia se dio cuenta, mis hermanas mostraron
su aprobación ante lo que parecía que estaba empezando entre Laura y yo, no
me atreví a tocarla aparte de su mano, aunque a veces sentí que ella deseaba,
pero no fui capaz de hacerlo, me limité a tener su mano entre las mías. Esa
niña me había regalado el mejor día de mi vida sin necesidad de hacerla mía,
me enseñaba a pertenecernos el uno al otro con sólo mirarnos. Realmente,
soy un idiota. Julieta no dejó de correr por el prado, era incansable, Lucía
llevó su propio entretenimiento, para ella no hay nada mejor que leer al aire
libre así que tomó una manta y se acostó un buen rato a leer su novela
favorita. Mis padres sonreían mucho, se mantuvieron alejados de las dos
parejas que sin querer formábamos Natali con Manuel, y Laura y yo.
Cuando regresamos a casa mi hermana fue la primera en hacer un
comentario, y por consiguiente me avergoncé.
—¿No que tantas miradas eran para idiotas? —dijo delante de Laura que
se había adueñado de mi mano y yo se la concedí. La vi sonreír mientras que
yo sentí calor en el cuello.
—¡Cállate! —le dije a mi hermana quien arqueó una ceja.
—Estoy cansada, me retiro un momento Franco —no quería que se
fuera, había pasado el día a su lado y aunque ella vivía por ahora en mi casa
no quería que nos separáramos—. ¿Nos vemos para la cena?
—No voy a ir a ningún lado — contesté.
—Gracias por el día de hoy.
—A ti Laura Mclaend —se inclinó y me dio la espalda, estaba hecho un
completo idiota, mi mano sostuvo la de ella hasta que el espacio entre los dos
sobrepasaba el largo de nuestros brazos. Escuché su bella risa y me quedé
una vez más representando el papel estelar de la cursilería en el inicio de las
escaleras.
—¡Franco Lecontte! —sólo me llama de esa forma cuando he cometido
algo indebido, será que haber tomado la mano y pasado el día entero con
Laura era una de esas faltas para ellos.
—Dime Padre —giré para verlo de frente, mamá me recriminaba igual que
él, ambos muy serios.
—Acompáñanos al despacho —no respondí, era mejor no hacerlo, los
seguí. Natali y Lucía se miraron entre sí y noté que se condolieron por lo que
me esperaba.
—¡No llores Franco! —dijo Julieta—. Si papá te pega yo te cuido —no
pude evitar besarla en la frente al pasar por su lado y le jalé uno de sus rizos.
—Gracias pequeña, me encanta tener una enfermerita —me regaló una
linda sonrisa, Lucía la tomó de la mano y mi hermana mayor me regaló una
mirada cómplice. Entré al despacho.
—Hijo… —habló el señor Lecontte, una vez cerré la puerta—. ¿Cuál es tu
interés por Laura?
—¿Debo responder? —me extrañó que no fuera la señora Lecontte quien
me interrogara.
—¿Cuáles son tus intenciones con Laura? —volvió a preguntar.
—No lo sé aún.
—¡Insolente! —intervino la señora. Alcé las manos en señal de tiempo,
necesitaba organizar mis ideas.
—Madre… déjenme decirles lo que siento, después juzguen y de paso
ayúdenme a entender —ella sabe cuándo digo la verdad—. No será difícil
para ti descubrirlo, o ¿sí? Para ustedes soy un completo mujeriego, seductor,
casanova, libertino y varias denominaciones más —caminé por el despacho
mientras que mis padres se habían acomodado en el mueble, quedé frente a
ellos—. Me he convertido en un completo idiota ante Laura. Ni siquiera he
podido seducirla, me trabo cuando le hablo. Esa niña ha logrado sonrojarme
en infinitas ocasiones desde su llegada y yo sólo la he visto cambiar de color
un par de veces, una cuando bailamos y la otra fue hoy —miré a mi madre—.
Me pone nervioso, y eso me da mal genio, casi le parto la cara a Guillermo,
me encanta observarla, me fascina su rostro. Y no les digo lo que su risa
provoca en mí, aún no lo comprendo. No sé lo que siento, quiero cuidarla,
tenerla en mis brazos, hoy aprendí que no es necesario pasar a más para que
nos pertenezcamos, jamás me había pasado la tarde mirando a una mujer,
esos actos me parecían tontos, pero hoy me fundí en sus ojos. Sólo me
permitió tocarle la mano y me pareció ¡lo máximo! Estoy obsesionado con
ella. Deseo tocarle el rostro, parece de porcelana, es tan frágil y aun así tiene
un carácter que me hace temer si me lanzo a seducirla, temo que me dé un par
de bofetadas y pierda lo poco que he avanzado —mis padres abrieron su boca
al escucharme, cuando mi madre me miró a los ojos añadí—. No sé qué
somos mamá, pero esa niña hoy entró de una forma inexplicable, siento que
me pertenece y mi vida depende de sus cuidados. Hoy descubrí que le
importo. Ella puede hacer con su vida lo que quiera, pero yo no estaré de
acuerdo si no la hace conmigo, si no me hace partícipe de ella. No quiero
imaginarla con otro hombre que no sea yo —terminé de hablar. Ya lo había
dicho todo y hasta yo mismo quedé desconcertado con lo que había dejado
salir de mi pecho.
—Te has enamorado hijo —susurró mi madre.
—No lo sé… la sueño, rio solo, me veo en un futuro con hijos, y al mismo
tiempo tengo miedo de lo que siento. Parece diferente y no piensen que es
mujerzuela, es solo que, algunas veces parece…
—Sé a lo que te refieres. Pero es una niña muy noble.
—Y muy fuerte —dijo papá.
—Hijo no me opondré, me agrada Laura como nuera —sonreí, me daban
su aprobación.
—Primero debo hacerla mi novia y créeme, me ha costado pedírselo. Con
solo mirarme me deja mudo.
—Como dice el Padre, todos tenemos nuestro molde.
—Primera mujer que te agrada mamá y tu hijo no ha logrado decirle que
sus ojos le encantan —me regaló la sonrisa más tierna, recordé cuando era un
niño y realizaba algún logro, eso era lo máximo. Si, era eso, vio en mí el
momento en el que comenzaría a enderezar mi camino.
—Escríbeselo —recomendó papá—. Funciona con las mujeres de esa
familia —comentó conteniendo las ganas de reírse, mamá lo miraba.
—Es cierto, me conquistó con cartas, aún las conservo.
—Jamás he realizado una carta de ese estilo —me senté frente a ellos.
—Tuviste una novia a distancia.
—Padre, a la pobre Benilda sólo le escribía ¡hola! ¿Cómo estás?, llego tal
día.
—Hijo deja que salga el romántico hombre que tienes dentro de ti.
—¡Madre!... —no me siento capaz aun para escribirle—. Cuando lo crea
conveniente se lo escribiré. Por ahora no me presionen.
CAPÍTULO 4
¿SEREMOS NOVIOS?

Me reía con el carisma de Laura, la semana había pasado como una noche
de sueño. Le enseñé a montar caballo, brincó y bailó extraño, jamás había
visto bailar así a una mujer, fue gracioso cuando logró dominar por completo
a Samurái. En las tardes practicábamos baile, se había convertido en una
excelente pareja para mí. No se entendía muy bien con Manuel, pero
conmigo era perfecta. Seguía mirándome de una forma que me hacía creer
que yo era su mundo completo, aún temía besarla. En más de una ocasión
contemplé la idea de mi padre, escribirle solo que aún no me veía sentado
haciéndole una carta.
Me arreglaba para asistir al cumpleaños de Antonieta. Mi madre les había
dado permiso a las damas para durar más tiempo en la fiesta, lo hacía con el
fin de pasar más tiempo con mi prima. Me puse el abrigo, la noche se sentía
muy fría. Pronto entraría el invierno, bajé a esperar a las señoritas y Manuel
hablaba en el desván con mis padres.
—¡Que atractivo estás!, ese traje negro te queda perfecto hijo.
—Gracias madre —le di la mano a Manuel y me senté a esperar a las
damas. Al recinto llegó Julieta con una actitud de superioridad.
—Damas y caballeros les presento a las princesas de la mansión Lecontte
—se inclinó como hacen los bufones de la realeza, y se escucharon sus risas,
yo también quería reírme, pero me quedé sin palabras cuando Laura bajó las
escaleras. Jamás la había visto tan hermosa, tenía vestido con un escote que le
dejaba ver sus hombros y su cuello, sobre el que caía su cabello suelto, su
piel me pareció tan provocativa, que deseé hacerla mía, desnudarla por
completo, el color de su vestido era beige con un adorno rojo en su cabello
que le hacía resaltar aún más el bello color de su cabellera caoba. De su
cuello colgaba un lindo collar que parecía resplandecer en la oscuridad, se lo
he visto siempre, jamás se lo ha quitado, al acercarme me di cuenta que era
un hada, emanaba una luz azul.
—¡Estás, hermosa Laura! —pude hablar, por primera vez no me quedé
mudo.
—Tú también estas guapísimo Franco —arrugué mi frente.
—¿Esa frase significa? —se mordió el labio antes de responder, y luego
respondió.
—Significa que eres el hombre más hermoso de este mundo y del universo
completo —volvió a ruborizarme.
—Entonces tú estás guapísima —nos perdimos en nuestras miradas.
Su collar brillaba.
—Es hora de irnos tórtolos —dijo mi hermana.
Cuando entramos a la fiesta me di cuenta de que algunas damas me
esperaban, traté de mantenerme cerca de Laura, me alejé en un par de
ocasiones. Habíamos bailado varias piezas completas, me pidió algo de beber.
Mientras esperaba que me entregaran las bebidas se acercó una joven con la
que había salido hacía un par de meses atrás.
—Que abandonada me tienes Franco Lecontte —le sonreí.
—He estado ocupado —contesté tajante, no quería darle motivos a Laura.
—¿No podemos perdernos un momento? —no fui yo quien respondió.
—¡Ni en sueños! —fue Laura la que habló—. Él vino a esta reunión con
su novia —no podía creer lo que escuchaba. ¿Era su novio? —. Eres tan
trepadora que no respetas ni te das tu lugar, que lástima das, cuando un
hombre no busca a una dama —hizo los signos de comillas con los dedos—.
Es por que no le interesa ¿aun así lo buscas? —le mantuvo fija la mirada a
Carmen y está se sintió tan avergonzada, no dijo nada, se retiró. Laura me
miró, tragué saliva en seco.
—¿Qué fue eso? —le pregunté.
—¿A cuántas más debo espantarte? Dime la verdad —estaba celosa.
—A muchas —hizo una mueca, respiró profundo, me quitó la bebida de la
mano—. ¿Somos novios? —le pregunté.
—No que yo sepa —sentí que me tumbó una bola de nieve y la derretí al
mismo tiempo cuando el hielo tocó mi rostro. Esta niña me saca de casillas.
No sé qué cara puse, tal vez la más estúpida que un hombre puede colocar—.
No me lo has pedido —se dio la vuelta dejándome con la boca abierta.
Hacía conmigo lo que se le daba la gana, pensé que conocía un poco más a
las mujeres, pero con ella perdía toda lógica, jugaba conmigo, pero si
analizaba bien lo que decía, siempre tenía la razón en cada situación y en esta
sin lugar a dudas también. No le he preguntado si quiere ser mi novia, me he
comportado como si lo fuéramos. ¿Me está insinuando que se lo pida? —
sonreí—. Hablaba con mi hermana, había comenzado la siguiente pista, dejé
mi copa en la mesa, me acerqué a ella la tomé de la mano sin detenerme, la
llevé hasta la pista de baile, le di un par de vueltas antes de acércala y ponerla
en dirección donde se ubicaron las otras damas para comenzar el baile, le
brillaban los ojos.
—Discúlpame por asumir algo que no he solicitado —frunció sus cejas,
desvié la mirada, dentro de poco me trabaré, el baile comenzó y sé que
esperaba a que continuara hablando. La abracé, dejamos de bailar mientras
que los otros continuaban danzando, me atreví a susurrarle al oído—. No sé
cómo tratarte, me atas con tan sólo mirarme, siento que eres mía y al mismo
tiempo no te tengo, me estás volviendo loco Laura Mclaend, deseo con toda
mi alma que seas mi novia —ella me miró como sólo lo hace ella, su mano
acarició mi rostro, quise hacer lo mismo.
—Desde hace una semana soy tu novia, quería escucharte decirlo —la
estreché contra mi pecho y le di un beso en la frente cuando la miré estaba a
punto de llorar—. ¿Realmente a cuántas más debo espantar? porque algunas
mujeres están a punto de jalarme el cabello.
—A ninguna —acuné su rostro y la besé delante de cientos de personas,
tímidamente intentó seguirme el beso ¿era el primero que la besaba? No lo
creo. Sus labios me desconcentraron eran demasiado suaves, tibios y blandos.
Cuando me aparté ella aún tenía los ojos cerrados y su rostro rojo—. Acabo de
espantarlas a todas —le dije.
—Pues más te vale, porque no quiero dejar a alguna sin cabello hoy —yo
solté una carcajada.
—¿Te atreverías? —su mirada se quedó en el intermedio dejándome la
duda—. Yo casi le pego a Guillermo la vez que te invitó al teatro —sus
bellos ojos brillaban como el collar que llevaba puesto, me tomó de la mano,
salimos de la pista de baile. Al acercamos a mi hermana se encontraba
desconcertada, me miraba. Cuando recobró su entendimiento lanzó su
comentario.
—Pensé que mi hermano no tenía sentimientos y resultó ser un completo
romántico —Laura se ruborizó como nunca la había visto.
—En menos de un minuto te has sonrojado dos veces —apartó la vista,
luego arqueó una ceja y me miró.
—Voy a abochornarme mucho de ahora en adelante —la estreché contra
mi cuerpo ya podía hacerlo, mi mano se apoderó de su cintura.
— Ya es hora de irnos —le dije a Manuel y a mi hermana.
Mientras salíamos y esperábamos el carruaje, Manuel que se había
mantenido alejado de cualquier comentario, por fin habló.
—Te veo diferente amigo.
—¡Estoy enamorado! —el arqueó la ceja. Laura permaneció a mi lado, no
sé si me escuchó, pero ya no me iba a callar—. Ahora te entiendo —le di un
par de palmadas, comprendí lo que quería preguntar—. Tal vez. Debo
preguntar primero —mi amigo soltó la carcajada, era probable que yo lo
siguiera en el camino al altar.
Llegamos a la casa, mamá nos abrió la puerta. No se duerme hasta que
todos estemos bajo el mismo techo. Natali se dirigió con su prima a la cocina,
mi madre subió a su habitación con el candelabro en la mano, la casa quedó
iluminada sólo con la luz que entraba por las ventanas provenientes de la
luna. Me quedé a esperarla, escuché sus risitas, mi hermana llevaba en la
mano un candelabro y bastó un segundo para que comprendiera.
—Franco, sólo diez minutos, si Laura no sube bajaré a buscarla.
—Como ordenes —extendí mi mano y tomé la de mi novia, el dije de
hada volvió a brillar.
—Qué lindo collar, a veces creo que brilla —le comentó Natali mientras
subía las escaleras.
—Gracias, fue una herencia —acaricié el dorso de su mano. Mi hermana
desapareció de nuestra vista dejándonos a oscuras, con la luz filtrada del
exterior, con el brillo natural del particular collar que colgaba de su cuello.
Coloqué mi mano en su barbilla y la obligué a mirarme. Sus ojos parecían
llorar, pero no derramaron lágrima alguna. Poco a poco me le acerqué. Desde
la fiesta quería volverla a besar, no me fue suficiente y ahora es mi novia,
esta vez sí nos besamos como lo deseaba. He besado mucho, pero la
sensación, de que el mundo se desploma bajo tus pies y de la nada vuelas era
nueva para mí. Sus manos acariciaron mi cuello, en mi cuerpo algo explotó.
Me alejé de sus labios y su dije iluminó nuestros rostros—. Nunca lo había
visto iluminarse así.
—Es extraño, la luz te hace ver más hermosa —la besé en la frente.
—Debo subir o Natali…
—Lo sé, y si baja… —la tomé de la mano, subimos las escaleras.
Caminamos en dirección a nuestras habitaciones que quedaban en lados
opuestos—. Gracias por aceptarme Laura.
—No nací para nadie más Franco —esa simple frase me ató a ella para
siempre, sería la madre de mis hijos y moriría de viejo a su lado. Lo juro.
Me costó dormirme, quien creyera que hace un poco más de tres semanas
Franco Lecontte estaría pensando unir su vida a una mujer, si una adivina me
lo hubiese contado le habría gritado falsa y mentirosa, pero solo fue una
mirada y caí a merced de ella. Después de mucho pensar recordando el beso y
esa extraña sensación en la cual mi vida dependía de Laura. Me dormí.

Faltaban quince días para la boda de mi hermana y los preparativos


ocuparon el mayor tiempo a mi madre dejándonos libres, salíamos cada tarde
a caminar por los alrededores. Me gustaba escucharla hablar de sus fantasías,
lo sorprendente que sería el mundo si los objetos volaran, sobre una igualdad
para todos, la liberación femenina, poder viajar a la luna. Que sería fantástico
comunicarse con otras personas por un aparato que ella se imaginó, no dejaba
de reírme a pesar de insistir en que así sería el mundo dentro de un par de
siglos. Me reía con cada invento de su imaginación, tal vez pueda llegar a ser
una gran escritora de facción. El invierno se adelantó un poco, eso tenía triste
a mamá.

Esa tarde la llevé a que conociera mi refugio, nunca antes había llevado a
alguien. Comenzó a nevar una vez nos bajamos de los caballos. Acomodamos
los caballos en el estrecho espacio, les pusimos las mantas que tenía en el
establo. Parecía que se desataría una tormenta.
—Odio el frío —me dijo.
—Ven aquí —la abracé y comencé a frotarle los brazos—. Estás abrigada.
—Vamos a quedarnos aquí un rato ¿cierto? —no era la gran casa, pero nos
protegería del ventarrón que amenazaba con tumbar la cabaña.
—Si. La tormenta está fuerte, además al intentar asomarme por la ventana
de madera, la brisa gélida entró inundando de nieve y agua la instancia, era
una extraña tormenta, el cielo estaba oscuro. Cerré la ventana colocándole
una manta para que no entrara el aire y minimizara la brisa fría.
—¿Tu familia sabe que estamos aquí?
—Nadie sabe de este lugar Laura. Mi padre si sabe que tengo un refugio,
pero no sabe dónde.
—Pero ahora estás conmigo —sabía a donde llegarían esos pensamientos.
—No te preocupes. No van a pensar mal de ti, mi madre sabe que fui yo el
primero en besarte —le dije engreídamente, su rostro pasó del blanco al
carmesí.
—¿Natali te contó? —preguntó indignada.
—No, soborné a Julieta para que escuchara la conversación que tenías con
mi hermana —me dio un manotazo, seguía avergonzada—. Tramposo —la
besé en la mejilla.
Nos quedamos sentados un rato en la cama, el viento soplaba tan fuerte
que parecía que arrancaría las tejas de la cabaña. He pasado tempestades aquí,
pero ésta superaba a las anteriores. Los caballos se inquietaron y luego
comenzó a nevar con más fuerza.
—¿A dónde vas? —me preguntó, estaba paralizada por el frío, me levanté.
—A ver a los caballos —se levantó—. Te mojarás Laura, ya estás
congelada, no me tardo.
—Yo te acompaño.
—Hace mucho frío afuera —insistí.
—No me gusta estar sola le temo a las tempestades.
La tomé de la mano y salimos, rodeamos la cabaña. Los caballos estaban
inquietos. Así que les quité la silla para que se pudieran acostar, les echamos
encima más mantas. Eso sí tenía, un manojo de mantas viejas que habían
quedado desde hace años, jamás las había botado.
—Al menos ellos se calentarán —comentó, le extendí mi mano, las de ella
estaban heladas—. Tus manos… que tibias —me dijo con la voz
entrecortada.
—Estoy acostumbrado a este clima. Vamos a la cabaña.
Cuando entramos de nuevo, tiritaba.
—¡Cálmate Laura, trata de calmarte! —comencé a frotarla y con sus
manos entre las mías intenté que entrara en calor.
—Noooooopuuueeedddooo ttteeenn…go frríoo.
—Ven aquí amor. De haberlo sabido no te hubiese sacado hoy —la
abracé. Así que nos acostamos en la cama, me quité la gabardina para que
nos sirviera de cobija y encima coloqué la única manta decente que tenía. Sus
manos entre las mías y aun así no lograba calentarla. Me sentí impotente. Ya
había oscurecido. Ella en su afán de calentarse me desabotonó dos botones de
mi camisa e introdujo sus manos en mi pecho.
—¡Estás helada Laura! —grité quejándome.
—Lo… —sus dientes parecían que se iban a romper de lo fuerte que
castañeaban, no pudo hablar. Volteaba sus manos de un lado a otro para
calentarse con mi calor corporal.
Estábamos tan abrazados, era pequeña en mis brazos, aunque era más alta
que mis hermanas. No sé de dónde salió mi estatura porque mis padres son
medianos. Seguí frotándole los brazos hasta que poco a poco entramos en
calor, no había pensado en lo cerca que la tenía hasta que sus manos se
calentaron por completo.
—¿Puedo mantenerlas en tu pecho? —preguntó.
—¿Ya entraste en calor?, por mí no hay problema —pude verla, su collar
se le había salido y emanaba una luz azul otra vez—. Ese dije es muy
extraño.
—Sí, cuando me lo entregaron me dijeron que era vital que siempre lo
llevara conmigo.
Nos quedamos mirándonos por un largo rato. Su mano salió de su refugio
y acarició mi rostro.
—Eres un hombre de catálogo —dijo.
—Y esa nueva palabra… ¿qué significa? —sonreí, desde que ella llegó
nos sorprendió con su nuevo léxico. Pero no me respondió.
—¿Puedo besarte? —es lo que más deseo.
—Laura, las veces que quieras —quería besarla a cada instante.
Nos besamos como esa vez en las escaleras, siempre nos acompañaba
alguna de mis hermanas o mi madre. Esa vez fue diferente, mi cuerpo la
deseaba y sé que el suyo ardía igual al mío, no me daba pie para tocarla y no
quería irrespetarla, la estreché contra mi cuerpo lo más que pude. Desde que
ella vive en nuestra casa no he buscado a otra mujer, se me olvidó la
tormenta, nuestros cuerpos formaban su propia hoguera. No podía pensar en
nada que no fuera lo que estábamos viviendo.
—Detente Franco —me susurró. Cuando me alejé un poco, mi mano se
aproximaba a su pecho.
—Lo siento, no…
—No te disculpes —dijo con la respiración igual que la mía—. Ahora hay
mucho calor —no pude contener la risa.
—Demasiado —la estreché contra mi pecho. Se quedó dormida mientras
que le acariciaba el cabello y la contemplaba, adorándola en silencio. Afuera
de la cabaña parecía que caía el diluvio. Nos quedamos dormidos.
La mañana llegó y nuestros cuerpos amanecieron tan pegados, sin haber
hecho nada. La estreché contra mí. Amaba a esta niña. Podía estar así durante
horas, pero mis padres debían de estar preocupados por nosotros.
—Laura, Amor despiértate debemos irnos, mi madre debe tener los
nervios de punta —no dio signos de vida—. ¿Laura? —La zarandeé un poco,
ella se acurrucó aún más contra mi pecho—. Amor despiértate debemos
irnos.
Me tomó veinte minutos despertarla.
—Buenos días.
—Buenos días —le besé la frente—. Que pesada eres para levantarte, le
comenté riendo.
—Sí, eso dice mi mejor amiga.
—¿Cómo se llama tu amiga?
—Ana —arrugó su bella frente, le pasé la mano para deshacerle la arruga.
—Espero conocerla algún día.
—Ojalá se aparezca en este sueño —la miré.
—Ya no estas soñando Laura. Linda despierta —suspiró fuerte—. Ya
habríamos llegado a casa si no fueras tan pesada. ¿Así eres todos los días?
—afirmó con un leve movimiento de cabeza. La estaba conociendo en todas
sus facetas y ni siquiera era mía de cuerpo, me entregaba su alma. La volví
a besar en la frente, salí de la incómoda cama. Salimos de la cabaña, la
tierra amaneció cubierta de nieve. Se cubrió más con mi gabardina y me
siguió hasta el establo para ensillar los caballos. Esperó a que le colocara
las monturas y emprendimos el camino a casa.
Al llegar los trabajadores se preparaban para salir a buscarnos, supuse.
Laura me miró asustada, la cara de mi padre era preocupante. Le ayudé a
bajar del caballo y le tomé la mano. El grupo de hombres se percataron de
nuestra presencia y al mirar a mis hermanas me di cuenta, por sus ojos rojos
que habían llorado durante toda la noche, la mirada de reproche de Natali no
me gustó. Papá dio la orden de que retomaran sus labores, mi familia entró a
la casa. Sentí como Laura apretó mi mano, sabía que nos iban a regañar.
—¡Esto es indecente Jovencita! —la señora Lecontte comenzó a regañarla,
quien me miró con temor—. ¡Lo que acabas de hacer no es de una niña
decente! —siguió gritando—.
Resultaste ser…
—¡No la insultes madre! —grité. No podía permitir que la ofendieran—.
No digas palabras que vas a lamentar más tarde —la mirada de mamá se
cruzó con la mía.
—¡Cómo te atreves a alzarle la voz a tu madre, Franco! —gritó mi padre.
—¡Escúchame mamá!… Laura no tiene ni idea de nada, así que por favor
no me hagas ser más específico, no ha pasado nada entre nosotros y si no
volvimos fue porque nos quedamos dormidos esperando a que la tormenta
pasara. Ella sigue siendo igual a Natali —sé que analizaba lo dicho sin
apartar la vista de mi—. Y si hay mucho problema yo no tengo ningún
inconveniente en hacerla mi esposa —todos se quedaron con la boca abierta
hasta Laura que parecía sufrir un ataque de respiración—. Ayer me entregaste
tu alma, no tu cuerpo —las lágrimas salieron por sus bellos ojos—. ¿Quieres
ser mi esposa? —por primera vez la dejé sin habla. Intentó hacerlo, pero no
pudo, observó a mi familia, respiró profundo y logró preguntar.
—¿Ustedes me aceptarían?
—Hija… —dijo mi madre que descubrió la verdad en mis palabras—.
Discúlpame, ven aquí —mi novia se tiró a sus brazos y sentí que ella carecía
en el fondo de amor, de amor maternal, de una familia. Eso me desconcertó,
vive con su progenitora. Por algo me conecté con ella de esa forma. Después
de que la abrazaron, se dirigió a mí.
—¿Aceptas? —le pregunté.
—Tú sabes la respuesta —la abracé con fuerza y volví a besarla como
anoche sólo que esta vez no fue tan largo. Al abrazarme se soltó en llanto, un
llanto que no pude controlar.
—¿Laura?...
—No me veas —seguía aferrada a mí—. Jamás había llorado y… —no
pudo seguir hablando.
—Hijo ¿qué tiene? —me encogí de hombros.
—No lo sé mamá —alcé las manos, siguió pegada a mi cuello.
—Llévala a su recámara.
La cargué como si fuera un bebé y obedecí a la señora Lecontte, subí las
escaleras con ella en brazos, al acostarla me miró con una tristeza como si le
faltara su vida. ¿Por qué tiene miedo? ¿Por qué me mira de esa forma?
—Retírate Franco, yo me encargo de Laura —mi madre había entrado
detrás de mí.
—Pero… —me suplicaba que no la dejara, esa niña sabía hablar con los
ojos y yo estaba tan sintonizado que la entendía.
—Franco, debe cambiarse —respiré profundo.
—Nos vemos ahora —le susurré.
CAPÍTULO 5
MI DOLOR

No soportaba verla así. No entiendo su tristeza, se supone que debería


estar feliz, se casaría conmigo. Me dirigí al despacho de papá, él había salido
a cumplir sus obligaciones. Tomé papel, pluma y comencé a escribir, jamás
pensé que haría eso en mi vida, pero necesitaba decirle, era indispensable
poner en papel mis sentimientos, la amaba, es la mujer más perfecta del
mundo.

Noviembre 15 de 1810

Amada Laura
Es todo un acontecimiento para mí y para el
que me conozca, si se entera de que estoy
escribiendo una carta de amor a una dama.
Pero no sé qué más hacer, quiero gritar a los
cuatro vientos mi sentimiento de felicidad
porque aceptaste ser mi esposa. Al parecer el
motivo de mi alegría no es el mismo tuyo.
Esos bellos ojos que considero míos. Perdona
que me adueñe de ellos. Pero siento que todo
tú ser me pertenece y quiero informarte que
todo lo que compone mi cuerpo es tuyo, lo que
encierra mi alma, sentimiento y espíritu te
pertenecen. Hoy te los entrego, te amo como
jamás pensé que se podía amar.
Te amo, no sabes la alegría que embriaga mi
pecho cuando pronuncio esa palabra y tú
invades mi pensamiento. Hoy me has hecho el
hombre más feliz del mundo. No quiero verte
triste, no dudes de mi sentimiento, si es eso lo
que te causa aflicción. Soy tuyo y eternamente
lo seré. Mi alma se ató a la tuya. Por siempre.

Te amo
Franco Lecontte
Sonreí al leer mi carta, estoy enamorado, la doblé, visualicé los ramos de
rosas que mamá siempre tiene y sin pensarlo tomé una rosa roja, mi hermana
dice que las flores reconfortan el corazón de una mujer.
—¡María! —llamé a una de nuestras criadas, era una mujer bajita, de
rostro redondo con mejillas rosadas, llevaba muchos años ya con nosotros.
—Dígame joven —sonrió al ver lo que tenía en mi mano.
—Sí, escribí una carta, ¿puedes entregársela a Laura?, se está cambiando y
no quiero molestarla.
—Por supuesto joven —reprimía las ganas de reírse. Será el comentario
principal en la casa.
Me encerré de nuevo en el despacho, y me entretuve buscando un nuevo
libro, no la escuché ingresar.
—¿Escribiste una carta? —giré, ella corrió hacia mí, tirándose a mis
brazos que tenía extendidos para recibirla. A veces me sorprendo lo
conectados o coordinados que estamos, sonreía, sus ojos volvieron a brillar.
—Sí, y te seguiré escribiendo si eso hace que tus ojos brillen como ahora,
no soporto verte triste —la estreché contra mi pecho, la había despegado del
suelo, acuné su rostro en mis manos, me incliné para besarla una vez más.
— ¡Yo también te amo! —dijo algo desconcertante, aunque con ella todo
es así—. Y te amaré aun cuando no estés en mi sueño.
Pasaron dos días, y Laura trataba de disimular su tristeza. Sé que le pasaba
algo, me había convertido en un escritor enamorado, le dejaba notas con una
rosa en cualquier lugar donde sabía que estaría solo para verla sonreír. Mis
hermanas se cansaron de gastarme bromas porque me había sensibilizado,
que era un completo idiota decían, pero no me importaba, era feliz y lo que
me interesa ahora era ella. Lloró en dos ocasiones y lo hizo a escondidas de
nosotros, he aprendido a leerle el pensamiento, a mí no pudo engañarme. Esa
tarde mi madre recibió una extraña carta, se encerró en el despacho para
leerla. Luego me llamó nerviosa.
—Franco hijo, ven por favor —abrazaba a mi prometida. Mamá me
esperaba en la puerta del despacho.
—Ya voy —Laura se quedó en la sala con Julieta y Lucía, entré al
despacho, mi madre tenía el rostro pálido, desconcertado—. Señora.
—Hijo, acaba de pasar algo bastante extraño y quiero que lo leas —me
entregó una vieja carta con una pequeña bolsa de terciopelo violeta, cuando
saqué lo que contenía el interior, salió un delicado anillo de plata con una
piedra azulada, era del mismo azul que reflejaba el collar que Laura
tenía.
—Léela hijo. En voz alta.
Comencé a caminar de un lado al otro, me quedé pasmado al ver la fecha,
aun así, comencé a leer, luego de eso juré qué no volvería a cuestionar el
poder de la magia.

Diciembre 4 de 1710.

Querida Isabel,
Si estás leyendo la carta es porque tu
hijo ha desatado la primera atadura
que encierra mi alma. Por favor dale el
anillo, que se lo entregue a su amada
Laura la última descendiente Mclaend,
él debe curar la tristeza encerrada en el
alma de mi niña, el amor hará que mi
alma descanse en paz.

Antonia Mclaend
—Madre…. —logré decir.
—Era mi bisabuela —hablaba por inercia, su mirada se perdió en sus
pensamientos.
—¿La hechicera? —me reprocho con severidad el comentario.
—Tenía algunos poderes, pero no era bruja, ¡respeta su memoria, Franco!
—Esta carta fue hecha un siglo antes ¿cómo supo dónde vives?, y ¿cómo
sabe el nombre de Laura? ¡Además se equivocó!, ella no es la última
descendiente.
—De ella sólo tengo historias, dicen… bueno, tenía la facultad de viajar en
el tiempo. Terminó agonizando en sus últimos días, había cometido errores y
por esa razón su alma deambulará hasta que el verdadero amor la sane. Eso
decía mi abuela, era lo que nos contaba en las noches, cada vez que podía nos
hablaba de una maldición en nuestra familia por causa del odio y el rencor,
Antonia murió quemada.
—Suena interesante la historia, pero el anillo no está mal, llegó en el
momento justo —miré a mi madre—. Organiza una cena, hoy anuncio mi
compromiso con Laura, es un hecho —le mostré la argolla e intentó sonreír,
no pudo ocultar su temor.
Estábamos reunidos en la sala.
—Laura, ven —hablaba con mi hermana Natali, se acercó un poco
avergonzada. Cuando la tuve cerca le tomé la mano y mirándola a los ojos—.
Laura Mclaend ¿quieres ser mi esposa? —le mostré el anillo, ella volvió a
quedarse sin habla y sus ojos volvieron a humedecérsele.
—¡Claro que sí! —logró decir, extendió su mano, al colocarle el anillo…
no estoy loco, pero al alzar la mano, su collar se iluminó más, no sabía si los
demás se habían dado cuenta.

***
Faltaban tres días para la boda de mi hermana y mi noviazgo era increíble,
pasábamos juntos mucho tiempo, aunque sentía que la tristeza en el alma de
Laura crecía con el paso de los días. Temía y no lo decía, y la carta de la
tatarabuela lo había confirmado, aún estoy incrédulo con lo sucedido, pero la
carta aún estaba en mi poder, no se había desintegrado, tampoco le di más
importancia, gracias a eso mi noviazgo era definitivo. Mi madre me sacó de
mis meditaciones al entrar con Laura de la mano.
—Hijo el sastre te espera, necesita tomarte las medidas finales del traje,
eres el padrino —me levanté, caminé en dirección a ellas, abracé a mi novia y
le di un beso en la frente.
—Te amo —le dije, me gustaba provocarle ese brillo en sus ojos.
— No más que yo —arrugué mi frente.
—¡Eso es imposible!
Hoy es el gran día, esperábamos a que bajaran las mujeres más hermosas
de nuestras vidas. Mi madre bajó deslumbrante, a papá le brillaron los ojos.
Ahora lo comprendo, así me pasará a mi cuando tengamos 24 años de
casados. La señora Lecontte tenía un vestido azul turquesa, es una señora
hermosa. Luego bajaron los ángeles de la casa, mis dos hermanas menores.
Mis padres solo tenían pensado tener hasta Lucía, pero el diablillo disfrazado
de ángel se les coló hace siete años y se convirtió en nuestra alegría, mi
pequeña hermana tenía su cabello en gajos, parecían resortes que podían
halarse. El color de sus vestidos era verde manzana y azul cielo. La
decoración de la boda era entre el color blanco y el violeta. Me había
distraído con Julieta, no me percaté que Laura bajaba con mi hermana a su
espalda —no pude respirar—. Mi novia parecía una princesa, tenía su cabello
ondulado, el vestido era una obra de arte entre los colores violetas, sus
hombros destapados, era la segunda vez que mostraba su piel, los guantes
eran de encajes, bajó con el ramo de Natali que estaba hermosa pero no como
mi Laura.
—¡Me voy a casar con la mujer más hermosa que ha existido en la historia
del ser humano! —le tomé la mano, acaricié su suave rostro de porcelana—.
No merezco tanto.
—El ser humano tiene lo que se merece —dijo—. Estás, muy atractivo —
se estiró y besó mi mejilla.
—Estás hermosa —le dije a Natali, mi padre se le acercó, le dio un beso
en la frente.
—Nos vamos a quedar solos, Isabel —habló con nostalgia—. Hoy no
regresa con nosotros Natali, en tres meses será la boda de Franco.
—Es la ley de la vida cariño —mi madre le besó la mano—. Ya debemos
irnos se nos hará tarde.
La boda de Natali fue como lo habían pronosticado, perfecta. Por mi parte
no le presté atención a nada, tenía mi vista fija en mi novia, mi prometida y
muy pronto mi mujer. Deseaba que pasaran esos tres meses rápido —quién
iba a creerlo que Franco Lecontte estuviera enamorado, no habrá otra. Sólo
ella—. Bailé con mi hermana el vals, bailé con Laura el resto de la velada. La
reunión se acabó a las 8 de la noche, una hora más tarde entrábamos a la casa
deseando descansar, el trajín en estos últimos días tenía agotadas a las
mujeres. Mis padres se despidieron de cada uno de nosotros en la sala y se
dirigieron a su recámara.
—Niñas por favor suban a dormir las veo mañana.
—Hasta mañana tía —le contestó Laura mientras se dirigía a las escaleras,
la sentí triste—. Franco ¿puedo hablar contigo?
—Claro —acaricié su cabello, al vernos a los ojos supe que no era nada
bueno lo que me diría—. ¿Pasa algo?
Esperó a que nos quedáramos solos.
—Debo irme —tomó mi mano y sin apartar la vista—. Debo irme mañana
para América, sólo tenía tiempo hasta la boda de tu hermana.
—¿Cuál es la prisa? viajemos juntos dentro de una semana, aunque le
podríamos enviar una carta a tu madre para que pueda venir lo antes posible y
que esté presente en nuestra boda, si es eso lo que te preocupa amor.
—Debo irme, no quiero dejarte —hablaba trascendentalmente, como si
jamás la volviera a ver.
—Pues no te vayas, quédate —le sonreí—. Cuál es el problema amor.
—No puedo —bajó la mirada.
—¡Como que no puedes, Laura! —acuné su rostro y la besé—. Te amo.
—No me puedo quedar —su voz se tornó dolorosa y su mirada era un mar
de tristeza.
—Pues entonces viajo contigo —no la iba a dejar ir sola, ella es mía.
—No sé cómo te irías conmigo —su mirada quedó perdida en sus
pensamientos, odio cuando hace eso, no sé lo que le pasa.
—De la misma forma como llegaste Laura, en barco y luego en carruaje, a
veces dices cosas sin sentido —se lanzó a abrazarme con llanto en los ojos.
—No quiero despertarme y darme cuenta que nada fue real —decía, le
correspondí el abrazo por un corto tiempo.
—Amor ¿qué dices? —tenía su rostro mojado por las lágrimas—. Sabes
que me parte el alma verte así. Por favor dime qué es lo que te aflige —salió
corriendo dejándome como un tonto en la sala.
Llegué a mi recámara, me acosté. No podía dejar de pensar en lo
que Laura me había dicho, ¿se iría? Me quité los zapatos y el traje,
quedé con el pantalón de la fiesta, seguía pensativo, mañana hablaré con ella,
cuando esté calmada. Me disponía a apagar las velas del candelabro y tres
golpes se escucharon en la puerta. Al abrirla era ella en bata, mi pulso se
aceleró al verla así.
—¿Puedo pasar? —dijo con su mirada en el piso.
—Por supuesto —entró, cerré la puerta e hice lo que jamás hacía, colocar
el pasador de la puerta—. Laura si mi madre se enterara…
No me dejó terminar, silenció mis palabras con un beso tan insinuante, fue
imposible negarme, su corazón sonaba tan fuerte que puede escucharlo.
—Me voy mañana, ¡hazme tuya Franco! —esas palabras fueron miel para
mi paladar.
—Tú no te vas —me condujo hasta la cama, ¿sabrá lo que se debe hacer?,
pero yo pensé que ella era… me sentó en el borde de la cama y se sentó sobre
mí con sus piernas alrededor de mi cintura se alzó su bata, yo quedé en
blanco cuando nuestras miradas se encontraron, me sentí un poco
decepcionado.
—Se lo que se hace, pero jamás lo he hecho —pude respirar, no sé por qué
me era tan importante su pureza.
—No te preocupes yo sí lo sé —le di la vuelta mientras me quitaba los
pantalones.
Introduje mis manos por el interior de su bata quitándosela suavemente, la
deseaba tanto como jamás había deseado a una mujer. Su piel era tan suave,
sus pechos tan firmes, se estremecía al contacto de mi mano en su cuerpo, la
hacía mía, sólo mía. Confieso que jamás me había puesto en la tarea de
acariciar la desnudez de una mujer, lo hacía con Laura. Entrar a la tibieza de
su cuerpo, robándome su pureza y marcándola con mi sello personal fue
como alcanzar las puertas del cielo. Sentir su resistencia ante mi fuerza, ver el
dolor que le causaba hacerla mía se convirtió en el mejor regalo. He cometido
cientos de errores, he tomado a las mujeres como un juego, pero ella se
convirtió en mi final, en el puerto donde quiero reposar el resto de mi vida.
La amaba con el alma y se la ofrecí en ese instante, un par de lágrimas
brotaron de sus bellos ojos mientras aferraba su mano a la cama —sonreí—.
No pude evitar la felicidad que sentía al haberme quedado con su inocencia,
al hacerla mi mujer —sé que no lo disfrutó a causa del dolor que produce la
primera vez, pero sabía que lo disfrutaría en las siguientes, ahora tendré una
vida con ella y ya era mía.
—No sabes lo que te estoy amando Laura —me abrazó fuerte.
—Y yo a ti Franco.
—Ya lo sé. ¿Te dolió mucho?, traté de ser lo más delicado, pero me es
imposible pensar en ese estado de deseo carnal —la acomodé a mi lado y
confirmé en la sábana el rastro de su virginidad tomada. Fui el primero en su
vida así que me juré ser el único, ella evitaba mirarme—. Daría lo que fuera
por tener más luz en la habitación, me gusta ver cómo te cambian las mejillas
de color —sonrió, luego se mordió el labio.
—Sí, me ardió y las piernas me duelen como cuando cabalgué la primera
vez —sonreí ante su comparación. Seguía esquivándome, me puse a jugar
con su cabello, contemplándola, adorándola. Comenzó a llorar y se tapaba la
boca como si estuviera ahogando algún grito.
—No… no llores por favor… esto no cambiará nada, serás mi esposa me
regalaste la mejor noche de mi vida, Laura mírame ¡mírame! —obedeció y en
sus ojos había una tristeza tan grande que mi corazón se estremeció—. ¿Qué te
pasa?, por favor dime que te sucede, desde hace unas semanas te veo muy
triste —seguía callada llorando en silencio ahora mirándome como sólo lo
hace ella, entregándome su vida—. Laura dime que quieres que haga y juro
que lo haré.
—No se puede hacer nada, sólo abrázame Franco, no permitas que me
separen de ti. No quiero irme.
—Pues no lo hagas —la estreché contra mi pecho—. No tienes por qué
irte.
Nos quedamos un rato largo en la misma posición, aferrándola contra mi
pecho hasta que ella se calmó.
—Debo irme a mi habitación.
—¿Ya estás calmada? —afirmó con un movimiento leve—. No me
importa lo que digan, hacerlo ahora o en tres meses es lo mismo.
—Juro pertenecerte siempre Franco —me gustó escucharle decir eso.
—Y yo te lo juré hace un momento al hacerte mi mujer —me miró—.
Eres mía Laura Mclaend.
—¿Eso significa que puedo quedarme contigo toda la noche?
—Sí, y que se caiga el mundo si quiere, pero no me apartarán de tu lado
—me besó de nuevo, aferró su cuerpo desnudo al mío y nos quedamos
dormidos, fundidos uno en el otro.

Al despertarme, me sentía el hombre más feliz sobre la faz de la tierra.


Miré mi cama vacía —¿se habrá ido a su recámara? —. Miré la almohada
donde ella durmió y había una nota.

Querido Franco
Av. Wester 13 — 5 San
Francisco, California, Estados
Unidos de América.
Si la amas ve donde ella.

Antonia Mclaend.
Me quedé frío por unos largos minutos. Aún desnudo, la
sábana tenía el rastro de lo que pasó anoche. Así que esa nota
debía de ser una broma. Me puse el pantalón que llevé puesto
en la boda, salí precipitado a la habitación de Laura, cuando
entré a su recámara la encontré desocupada, no había un
rastro de ella, como si jamás la hubiesen ocupado, como si
nunca hubiera existido.
—¡Mamá!, ¡Mamá!... —grité.
—¿Qué son esos gritos Franco? —mi madre corrió a mi
lado.
—¿Dónde está Laura?
—Debe estar en su cuarto, donde más —se encogió de
hombro.
—No está madre, se fue —alcé la mano en la que
sostenía la nota—. Ayer…. No… —agarré mi cabeza y con
las manos, quería arrancarme el cabello, ella me lo dijo, me
dijo que no quería irse. ¿Por qué se fue de esa manera? Y
por qué tenía yo una nota de Antonia Mclaend. Mi mamá
tomó la carta y se quedó petrificada, se la quité, me dirigí a
mi habitación, no tiene mucho tiempo de haberse ido, así
que la buscaría y si no quería regresar, pues me iría con ella
a América.

La señora Lecontte me ayudó con el arreglo de algunas


pertenencias, tomé la nota donde fue escrita la dirección de
Laura, aunque ya la había memorizado, aun así, la guardé
en mi diario, mi padre me dio algo de dinero, dijo que si
necesitaba más él ya había realizado la herencia y algunas
propiedades estaban a mi nombre con una cantidad de
dinero y oro que reposaban en el banco. Me dio los
documentos por si los necesitaba.
—Nadie la vio partir, los caballos estaban completos, no
faltaba ninguno, no sé cómo pudo haberse ido —papá
mostraba más su asombro. En cambio, mamá estaba
desconcertada.
—Gracias papá —le di un fuerte abrazo. Él se quedó en
la casa con mis hermanas, mi madre me acompañó al
puerto a tomar el primer barco con destino a América si no
encontraba a Laura. No dejaba de mirarme en el carruaje
hasta que al fin me preguntó.
—¿De verdad estas decidido, hijo? —contenía las
lágrimas.
—Voy a buscar a mi mujer —no le aparté la mirada y fue
abriendo los ojos al comprender las palabras que había
pronunciado—. Anoche la hice mía, no la obligué ni la
seduje, simplemente se dio y te juro que fue lo mejor de mi
vida. Ya no puedo vivir sin tenerla a mi lado —miré por la
ventana recordando cada caricia—. Me entregó su pureza,
la hice mujer, le entregué mi alma y ella me entregó su
vida. Algo pasa con Laura y no sé qué es. Al parecer la
tatarabuela sabe más de nosotros que nosotros mismos,
trama algo y siento que ha hecho algo con mi mujer, sabía
que debía irse, pero no quería, me entregó un anillo para
luego quitármela dejándome solo una dirección ¿para que
la busque? —zarandeé la mano con la dirección—. ¿Tu
entiendes algo?, porque yo no mamá y siento que mi
cabeza se va explotar —mi madre se quedó callada, un
buen rato, el silencio reinó el resto del trayecto en el
carruaje.
—Mi abuela nos contó una vez la historia de mi
bisabuela, ella se casó con mi bisabuelo quien enviudó
joven, los dos primeros hijos no son de Antonia Mclaend,
pero ella los amó como si lo fueran. De ese matrimonio
nacieron dos hijos que es de la rama de mi prima lejana la
madre de Laura, cuentan que la hija de Antonia se volaba
del convento —comenzó a hablar y yo presté mucha
atención, aunque anhelaba llegar pronto al puerto—. Todos
fueron bautizados con los apellidos del nuevo matrimonio,
lo que significa que tiene sentido lo dicho en la primera
carta. El apellido de Antonia debía permanecer por temas
legales estipulados para la herencia.
—¿Qué? —pregunté, quería sacarle la mayor información
posible.
—Laura es la última descendiente Mclaend real.
Nosotros somos descendientes de los dos primeros hijos del
matrimonio de mi bisabuelo.
—¿Entonces no somos familia? —medité un momento
—. Mejor para mí —estaba nerviosa, jugaba con los
guantes, le tomé la mano—. Madre como me explicas la
carta que llegó cien años después y ¿cómo explicas la de
esta mañana en mi cama?
— No lo sé hijo, ¿estás, seguro hijo de lo que haces?
— Señora Lecontte, la amo, será la madre de mis hijos,
así que ve preparando nuestra boda a mi regreso. Porque
regresaré con mi mujer —me besó en la frente dándome su
bendición. Bajé del carruaje, y mientras caminaba en
dirección al puerto una extraña sensación se apoderó de mí.
CAPÍTULO 6
Tiempo actual
ANABEL

Volví a despertarme como es mi costumbre desde hace ocho años, a la


misma hora, la odio. Me doy la vuelta para quedar frente al techo y esperar
ilusamente a que vuelva el sueño. Un fuerte trueno me sobresaltó, escuché el
gotear en las ventanas, cae una fuerte lluvia. Desde que recibí la herencia he
tratado de vivir en apartamentos que estén a la mitad del edificio, eso es lo
bueno del dinero, es esa parte del edificio en que las tormentas se sienten
como leves lluvias. Detesto las tormentas, les tengo pavor. Tal vez ese temor
me quedó desde niña. Cuando vivía en el orfanato en esas noches de invierno,
frías, que me envolvían en la absoluta soledad de ese lugar sin sentimiento
con el macabro helaje que se filtraba en mis huesos en aquella época de mis
tristes primeros años de vida, con una cobija que no calentaba nada. Por eso
lo odio, por lo que me recuerda y lo que quiero olvidar con tanta fuerza. No
sé por qué no logro superar esas tortuosas noches. Y ahora menos, cada vez
que revivo el maltrato, mi mejor amiga vuelve a mi mente.
No sabes cómo te recuerdo Ana. Cada vez que había tempestades se
cambiaba de cama con el fin de dormirme, sabía de mi temor y mi desagrado
al frío. Por eso nos castigaron varias veces y me obligaban a dormir en la
azotea donde las gotas de lluvia se escuchaban estruendosamente al contacto
con las tejas viejas, ni qué decir de los truenos y los relámpagos que
iluminaban la oscuridad haciéndome ver en varias ocasiones formas
tenebrosas. Objetos que se movían, mi imaginación de niña las convertía en
mi enemigo de muerte. Desde que tuve uso de razón hasta que cumplí la
mayoría de edad fui atormentada de esa forma por las rectoras del orfanato.
Se ensañaban conmigo. Una vez fue destituida la rectora de aquel tiempo y
fue remplazada por una señora de buenos sentimientos, nos trató como si
fuéramos sus hijos, aunque ella sólo estuvo tres meses, ese tiempo se
convirtió en los mejores días de mi infancia, sentía que me protegía más que
a las otras niñas, era feliz con verme jugar en el jardín y en las noches me
dejaba dormir en su cama junto con Ana. Era costumbre dormirme en sus
brazos como si fuera su hija. Un día desapareció y no volví a verla, la Sra.
Bernarda, quién compró el orfanato meses después realizó algunas
modificaciones, me dio el mejor cuarto para compartir con mi amiga Ana,
también tres cobijas para poder dormir calientita, aunque el tiempo que duró
la mayoría de las veces dormíamos en su habitación espaciosa —para
nosotros esa habitación era la mansión, tenía televisor con cable—. Nos
contaba historias. Cuando había tempestades se quedaba a esperaba a que me
durmiera. La Sra. Bernarda fue lo más cercano que yo tuve a una madre, en
varias ocasiones lloraba y me abrazaba, también quiso mucho a mi amiga
Ana, pero una mañana se fue. La noche anterior a su partida, pasó a mi lado
triste con los ojos rojos, no sé por qué lo hacía, yo no había llorado y no lo
hice hasta cumplir mis diecinueve años. Quien lo hacía era Ana, me decía que
yo lloraba con la mirada, mi rostro pasaba tan triste que no eran necesarias las
lágrimas y en los últimos ocho años la risa se me había borrado por completo.

No logré dormirme, di vueltas en la cama de un lado al otro, jamás de


espaldas, le temo a dormir boca abajo desde que nació Anabel por muchas
razones. Adoro a esa niña, desde la muerte de Ana, es mi responsabilidad. Se
lo prometí a mi mejor amiga. Mi pequeña hija como suelo decirle, tiene un
don especial de ver espíritus buenos y malos, la mayoría la atormentan y hace
cinco años nos mudamos cada tres meses, hay un ente que la persigue
constantemente, no sé qué hacer al respecto. Estudié parapsicología con el fin
de entender un poco el mundo de lo desconocido, debo reconocer que a veces
me quedo tan asustada por lo que le sucede. Anabel nació un 4 de diciembre.
Nació esa triste mañana en la que por primera vez lloré ante mi amiga, eran
las tres de la madrugada cuando desperté sollozando como jamás lo había
hecho en mi vida. Ana entró al cuarto con los dolores de parto. Mi vida ha
sido tan extraña, recordé una vez más esa nostálgica madrugada.
—Creo que ya es hora, son más seguidas las contracciones —dijo, quedó
sorprendida al verme el rostro lleno de lágrimas—. Tienes los ojos hinchados
¿qué te sucede?
—Nada, vamos, debo llevarte a la clínica —al salir rápido de la cama un
dolor en mi vientre y en las piernas como si hubiese corrido mucho el dolor
me pasmó por un segundo.
—Apúrate. ¡Aaayyy! —gritó. Me vestí lo más rápido, tomé su maleta y
salimos en el auto para la clínica.
Ana dio a luz a las 6 de la mañana. Todo había sido un sueño, mi alma se
sentía tan triste como si le faltara algo, porque siento que no fue sólo un
sueño.
—¿Los familiares de Ana Hung? —llamó una enfermera. Alcé la mano
para que me viera—. Puede pasar a conocer a la niña.
—Gracias —le dije.
Cuando me la entregaron en los brazos sentí una conexión al cargarla, era
como tener a mi hermana. Sí, eso fue lo que sentí. Era una hermosa niña
morena de rizos como los de su madre, tan despierta. Su cabello era
demasiado largo, algo inusual en una recién nacida.
—Hola princesa, bienvenida al mundo —le acaricié su suave mejilla. Me
dirigí con Anabel en brazos a la habitación de Ana quien la esperaba con los
brazos abiertos—. Mi sobrina es hermosa.
—Se parece a su madre —la vanidad de mi amiga era elevada a pesar de
lo dura que fue nuestra infancia.
—No lo creo, pero será una hermosura completa —le entregué la niña. Por
lo menos jamás sabrá lo que es vivir en un orfanato.
Miré el despertador, eran las cuatro de la mañana, dentro de poco debo
levantarme para llevar a Anabel a la escuela, hace tres meses que vivimos en
este apartamento y nos sentimos tranquilas, su habitación quedaba junto a la
mía. El año en que nació Anabel ocurrieron muchas cosas en mi vida. ¿Por
qué recuerdo siempre lo mismo cada día? Es como si viera una película
repetitiva, unos años atrás mientras aun vivíamos en el orfanato llegó una
señora de unos 60 años de edad más o menos, ojos color miel a decir que yo
era la heredera de una increíble fortuna, jamás había visto tanto dinero y entre
las propiedades que tenía, se encontraba el orfanato, así que ahora era mío. La
Sra. Bernarda me había dejado como única heredera de su incalculable
fortuna y me la entregaron cuando cumplí los dieciocho años, también dejó
un sin número de condiciones que poco a poco me darían, y que además
debía cumplir al pie de la letra. La herencia fue guardada en bancos de
ciudades diferentes que a determinado tiempo se harían efectivos. En los
cambios de ciudad Ana conoció un hombre que yo jamás conocí en San
Francisco, de él quedó embarazada, desde hace seis meses nos habíamos
radicados en los Ángeles. Tenía una carta de la Sra. Bernarda donde decía
que a los diecinueve años debía acercarme al banco para que me entregaran
lo más preciado para ella y así lo hice. Ana tenía ya nueve meses pasados a la
espera del nacimiento de mi sobrina. Llevábamos unos meses viviendo juntas
en uno de los apartamentos heredados. Jamás me imaginé que la vida nos
sonriera de esa forma. Ahora éramos ricas, muy ricas. Podíamos estudiar la
carrera que se nos antojara en la universidad que quisiéramos. Contaba con
un centenar de propiedades. Nos tocaba mudarnos de ciudad. Yo entré a la
universidad a estudiar parapsicología y ella por estar embarazada le debía
esperar.
El día anterior al nacimiento de Anabel se cumplía uno de los plazos para
reclamar una parte de dicha herencia, correspondía a una de las exigencias de
mi benefactora, no sé por qué hizo las cosas así, pero a esa amable mujer le
debo lo que soy hoy en día. —Brenda nos esperaba, es la abogada que está
asignada desde que recibí la herencia, Ana decidió acompañarme al banco—.
El representante de la cuenta personalizada que está a nombre de la Sra.
Bernarda me dio una pequeña caja con una nota sin fecha, con una letra de
fina caligrafía como si fuera escrita en otra época, el papel también parece
antiguo, como todos los que he recibido, los guardo en una mochila. Aun así,
lo recibí con agrado. Al salir del banco entramos en el auto tomé la carta, la
abrí y en ella decía.

Querida
Este objeto es muy especial, por
favor colócatelo y jamás te lo quites
hasta que sea el momento oportuno,
hoy no lo entenderás, pero es vital que
lo tengas siempre y por favor escribe
todo lo que sientas en el siguiente
periodo.
Te quiero con el alma
Le pasé la carta a Ana mientras abrí la pequeña caja, en su interior había un
dije en forma de hada azulado hermoso del tamaño de una mano empuñada.
Me lo coloqué y nos dirigimos a nuestro apartamento, Al entrar al garaje tenía
los ojos tan pesados que no podía mantenerlos abiertos, eran las 9 de la
mañana.
—Esa nota de tu benefactora es muy rara —comentó Ana—. ¿Qué vas a
escribir? —me encogí de hombros.
—Ana voy a dormirme, tengo sueño, por favor no me molestes, sólo si
rompes fuente.
Lo que experimenté después en ese día, aunque fue menos de un día, para
mí fueron tres meses, los mejores meses de mi vida. Escribí lo que sucedió en
ese mágico sueño, los documentos deben de estar en algunas de las cajas,
esas que hace cuatro años viajan con nosotras y nunca sacamos. La situación
no lo amerita, reconozco que, desde ese día, fui menos feliz que siempre. Lo
único que me ata a esta vida es Anabel junto con la promesa que le hice a
Ana de cuidarla y velar por ella. Nunca más volví a soñar de esa forma, he
tratado, lo revivo, pero no es el mismo sueño. El tiempo pasaba lento, me di
la vuelta para quedar de frente otra vez, Anabel me miraba desde el pasillo
frente a mi recámara con la puerta abierta, su rostro decía que algo no iba
bien. Miré el piso y mi pobre pequeña se había orinando por causa del miedo,
ella jamás había hecho algo así. Me levanté y corrí hacia ella, pero un golpe
de la nada me devolvió a la cama, volé por la habitación mientras que mi
pequeña temblaba, ¡otra vez no!
—¡Anabel! —grité.
No era posible que otra vez nos hubiese ubicado, ese maldito espíritu que
la perseguía, saqué valor y al llegar a la puerta esta se cerró en mis narices, el
gritó de mi pequeña me estremeció en las entrañas.
—¡Laura! ....
CAPÍTULO 7
LA HUIDA

No podía abrir la puerta, era como si la aguantaran del otro lado. El llanto
de Anabel me aturdía, debía hacer algo. Me alejé, caminé un instante de un
lado al otro tomé mi collar de forma inconsciente, desesperada sin saber qué
hacer, el sollozo de mi niña me carcomía las entrañas. La puerta se abrió de
par en par y la niña levitaba, la vi un instante, cayó al suelo, me apresuré a
atraparla, pero no pude evitar que se golpeara con el piso. La cargué y entré a
mi cuarto.
—¡Anabel! —siempre decía que al tenerla en brazos o a su lado los malos
espíritus no se le acercaban, porque me temían—. Cariño.
—Ya no está aquí, dijo que era posible —deliraba no entendía nada de lo
que decía.
—Me quedaré a tu lado amor, no te dejaré sola —comenzaba a amanecer,
al mirarme comprendió, debíamos mudarnos otra vez—. Duérmete, juro que
no me alejaré ni un milímetro, descansa, puedo solucionarlo por teléfono.
Se quedó dormida tan pegada a mí como le fue posible, la dejé dormir
hasta donde su mismo cuerpo se lo solicito. Mientras dormía me puse a
trabajar, llamé a mi abogada para colocarla al tanto y consiguiera una nueva
vivienda. No me movería hasta que el sol saliera por completo. Por lo que he
estudiado los espíritus se hacen fuertes en la madrugada, hay algunos con
mucha fuerza y logran mover objetos o hacerse notar en el día, otros con un
gran poder que pueden hacer lo que este engendro del demonio hizo con
Anabel.
—Buenos días Brenda —saludé.
—Son las seis de la mañana, Laura —me la imaginé aun acostada.
—Por favor consígueme un nuevo apartamento.
—¿Otra vez? —Desde los últimos tres años realiza contrato de vivienda
cada tres o cuatro meses si no tengo ningún inmueble desocupado.
—Si —ella se había convertido en mi única amiga y en dos ocasiones fue
testigo de lo que padece Anabel. La pobre esa vez que presenció el primer
suceso, entró en espasmo mental—. Esta vez fue peor, créeme.
—Ya mismo, Laura ¿algún lugar específico?
—Ya sabes, que sea como me gustan a mí. Tenlo listo, yo te llamo para
que envíes el camión a recoger, todo está empacado. La niña sigue dormida.
—¿Por qué no sales de ese lugar? como puedes…. Jesús no sé de dónde
sacas coraje para esas cosas —me la imaginé con cara de pavor—. Laura,
recuerda que dentro de un mes tienes que ir al banco a recibir la siguiente
parte de la herencia.
—¿Ya pasaron tres años? —pregunté.
—Sí, y lo extraño es que ahora vienen seguidas —arrugué mi frente, el
documento lo tenía ella, Conocí a Brenda el día en que me notificaron la
noticia de la herencia, fue la representante en esa reunión de la señora
misteriosa que vino a decirme que yo era la heredera de la Sra. Bernarda y
ella sería la encargada de informarme el vencimiento de cada término, era de
carácter obligatorio, era mi abogada. La última herencia fue una vieja casa en
San Francisco, demasiado grande, pero me agradó, recuerdo mucho esa casa
—. Debes volver dentro de un mes, luego a los quince días siguientes y
después a los ocho días.
—Hablar con el gerente para que me los entreguen el mismo día.
—Sabes que no puedo. Buscaré tu nuevo apartamento, luego te llamo
cuando tenga todo listo.
—Gracias Brenda.
—De nada, Laura.
Mientras Anabel dormía me quedé a su lado, acariciándole el cabello, era
pequeña de ojos verdes, una mezcla poco común, ¡morena de ojos verdes!,
cabello negro con rizos sueltos y sonrisa hermosa cuando lo hacía. Desde la
muerte de Ana, se le borró la sonrisa por completo. Mi mente divagó en
sucesos del pasado, necesitaba atar cabos de los acontecimientos que la
rodeaban. Desde que nació fue especial, pero jamás le habían pasado
situaciones sobrenaturales hasta nuestro regreso de conocer la casa en San
Francisco. Desde entonces Ana se sintió mal y Anabel comenzó a padecer el
acoso de ese fantasma. En un principio Ana le contaba historias
paranormales, pensé que eso le incentivaba la imaginación y hacía que viera
cosas. Pero con el primer ataque hemos vivido en una inestabilidad constante.
Desde ahí Ana empezó a quejarse, decía que algo la ahogaba, no sabíamos
que era, pero en las noches la asfixiaban, era cuando mi amiga más sufría. La
noche en que murió la recuerdo claramente.
Leía un artículo de los avances tecnológicos en mi profesión y escuché un
fuerte estruendo proveniente de su habitación, Al asomarme al pasillo, la niña
también se había levantado, se quedó en la puerta de su cuarto sin poder
moverse sólo me observaba, en sus ojos vi el terror. Corrí hasta donde ella
para cargarla. Se aferró fuerte contra mi cuello y me dijo al oído.
—El señor malo está aquí, ¡Laura no me sueltes, él quiere llevarme!, se lo
está gritando a mamá —la miré y volvió aferrarse a mí, había cumplido los
seis años. Volví a escuchar otro golpe en la habitación de Ana, corrí con
Anabel en brazos.
—¡Ana! —me quedé congelada al entrar a la habitación, me demoré para
entrar, mi reacción pudo ser más rápida, la niña se aferró a mi cuerpo
escondiéndose en mi cuello cuando vio a su mamá. Ana yacía suspendida en
el aire, demasiado delgada, aunque ella hacía un año comenzó a perder peso,
los médicos jamás le detectaron nada. Una escalofriante ráfaga de viento
azotó la habitación y las luces de la casa comenzaron a parpadear. La piel se
me erizó en reacción al aire frio que me envolvió.
—Me está diciendo que yo soy su hija, que vendrá por mí… —no pudo
decir más nada, la estreché más fuerte contra mi cuerpo, sentí una fuerza en
mi interior, mi collar brilló sin saber cómo y supe que nada malo me pasaría,
la sensación de seguridad me ayudó a canalizar la rabia hacia ese maldito
espíritu que mató a mi amiga o tal vez fue el miedo que le pasara lo mismo a
Anabel, la quería como si fuera mi propia hija.
—¡Escúchame muy bien! —la fuerza salió de mi interior y fue
determinante—. ¡No me importa lo que eres, jamás te llevarás a la niña! —
no sé qué me impulsó a decir lo que dije—. Por el amor de Dios padre, te
destierro de esta casa y por el poder de lo divino te ato al amor desmedido —
al terminar de hablar las luces dejaron de parpadear. Escuché el leve lamento
de Ana, corrí hasta la cama donde había caído cuando el mal se alejó de ella.
—Ana… —dije, Anabel le tomó la mano.
—Laura Mclaend júrame —ella agonizaba, mis ojos se humedecieron—.
Júrame que te quedarás con mi niña, no se la entregues a nadie, ella es… —se
quedó callada.
—¿Ana? —la niña comenzó a llorar—. ¡Ana!... —grité. Cientos de
recuerdos llegaron a mí en una fracción de segundo, todo lo que vivimos en
el orfanato, las travesuras cometidas para robarnos un pedazo de pan o un
poco de chocolate, recordé las veces que ella se culpó por algo para tomar mi
lugar en el castigo, sabía el pánico que yo le tenía al ático y más en
temporada de invierno. Recordé cuando me prestaba su ropa para calentarme.
Al cumplir los dieciocho años lo primero que hicimos fue entrar a una
heladería y pedir un helado de cada sabor y así saber cuál era el más rico,
habíamos soñado tanto con eso, nunca habíamos probado el helado. Las
lágrimas salieron por segunda vez en mi vida—. ¡Nooo!, ¡no me dejes Ana!
—comencé a gritar. Abrazando medio cuerpo de mi amiga, ella era lo más
cercano a un familiar. ¿Por qué no puedo ser feliz?, ¿por qué lo que anhelo
me lo quitan?, ¿por qué lo que quiero se muere? Me perdí en el dolor de
haber perdido a mi única amiga, eso era para mí Ana Hong, mi hermana del
alma. La que no le importaba recibir correazos al día siguiente por haberme
acompañado a dormir en una noche de tormenta, las veces que se quedaba sin
medias para dármelas a mí y poder calentar mis helados pies, siempre se
enfrentaba a las otras compañeras cuando a mí me pegaban, peleas que buscó
por mi culpa. Ella era la fuerte, aunque lloraba con una película romántica. La
que adoraba el helado de fresa—. ¡Porque me dejas sola Ana! —no dejaba de
llorar, fue Anabel quien me sacó del trance en el que estaba.
—No llores tía… —jamás me había visto llorar, esa pequeña de seis años
fue la que me consoló a mí, en vez de ser lo contrario.
El teléfono sonó y Anabel se despertó.
—¡Hola! —saludé mientras mi mano acariciaba su rostro para
tranquilizarla.
—Hola Laura —la voz de Brenda se escuchaba fatigada.
—¿Tienes algo?
—Todo. En 20 minutos estaremos en tu apartamento, voy en el carro de la
mudanza para dejarte en tu nuevo hogar —hizo una pausa—. Menos mal las
cosas están empacadas.
—Gracias, nos arreglamos y guardo la ropa que es lo único que tenemos
por fuera de las cajas —suspiré—. Gracias amiga —ella tenía razón, desde
hace dos años he vivido en más de 8 apartamentos, y desde la segunda vez
que nos encontró el padre de Anabel así es como él se hace llamar. No tengo
un solo cuadro puesto porque se puede convertir en un arma en manos del
fantasma. Los espíritus fuertes logran mover objetos y lanzarlos.
—Vamos a bañarnos hija, en veinte minutos viene Brenda.
—Me va a encontrar tía Laura —dijo mi pequeña—. Jamás me había
tocado. Ya se dio cuenta que si estoy lejos de ti puede hacerme daño. Sólo lo
quería confirmar, buscará la forma de matarte a ti primero para poder
llevarme.
—¿Y por qué no te llevó? Ayer logró alejarme de ti.
—No lo sé.
—Pues entonces jovencita desde ahora usted dormirá conmigo.
—Sí, él no puede tocarte, tú tienes algo que le hace temer —los ojos se le
humedecieron, la abracé.
—¿Y qué es? —me miró.
—Amor, tu alma está rodeada de amor tía Laura.
—Qué cosas dices —la besé en la frente—. Vamos a bañarnos.
Brenda tocó, tomé a la niña de la mano y abrimos juntas.
—De día no es tan fuerte —dijo Anabel.
—¿Está aquí? —fue su comentario al entrar temerosa —. Por favor nena si
hay algún muerto no lo digas —el pavor que Brenda le tiene a los muertos, en
ocasiones es cómico. Es una mujer delgada de cabello rubio, lentes de
contacto azules, pero realmente sus ojos son de color café, siempre se viste
elegante, tiene cuatro años más que yo, así que en sus treinta y dos años luce
increíble. Mientras que yo disfruto de mis veintiocho años sólo que, desde
que tengo el collar puesto me he congelado en los diecinueve. Eso era un
problema para entrar a una discoteca. He asistido dos veces y fue obligada
por Ana. Nadie cree mi edad.
—El Amor lo alejó, volverá en la noche. Ya me ubicó otra vez. No sé
cómo lo hace, pero siempre me encuentra —dijo Anabel aferrada a mi mano,
mirando a nuestra abogada.
Los señores de la mudanza ya nos conocían, ellos son los que han
realizado las últimas dos y con esta sería la tercera. En una caja metimos la
poca ropa que teníamos por fuera, Brenda nos ayudó con las cosas
personales.
—Laura el 5 de julio debemos presentarnos en el banco, también el 5 y el
13 de agosto.
—Eso me parece absurdo. Pero bueno —me encogí de hombros. Le di un
último vistazo al apartamento por si se nos quedaba algo que el pudiera tomar
para rastrearnos. Entramos al auto y seguimos al camión de mudanza. Brenda
está muy callada, algo por completo inusual en ella, no sé cómo logra emitir
tantas palabras al tiempo—. ¿Qué te pasa?
—Nada en realidad, es solo que, cada vez que pasan estos acontecimientos
me pregunto, ¿por qué la Sra. Bernarda me contrató?
—Porque eres buena —detuve el auto mientras cambiaba el semáforo.
—Apenas tenía dos meses de graduada —arranqué después de cruzar un
par de miradas—. Obviamente no era por mi gran currículo.
—Yo sé por qué lo hizo.
—¿Ah si? Recuérdamelo —suspiró.
—Porque eres inquebrantable.
—¡Me dan pavor los fantasmas Laura! —contestó.
—Lo hizo porque sabes ser fiel y respetas la amistad más que a tu propia
vida, porque ella sabía que mi madre moriría y no podía dejar a mi tía Laura
sola —Brenda miró a Anabel y yo hice lo mismo por el retrovisor.
—Gracias —al darle la espalda a la niña, con disimulo se limpió las
lágrimas que le salieron—. Ahí está el apartamento.
El nuevo apartamento tiene una sala enorme, alfombrada, paredes blancas.
Los colaboradores nos instalaron la cama, los utensilios de cocina los dejaron
en la entrada y el resto de las cajas fueron apiladas en un lugar específico
donde les resultara más cómodo bajarlas dentro de tres meses, más o menos.
—¿Te gusta? —le pregunté a la niña y negó con su cabeza.
—¿Sientes seres extraños? —preguntó Brenda.
—No —suspiró—. ¿Cómo haremos con la escuela?
—Es de día, yo te buscaré y te dejaré en el mismo salón, mantente con
muchos niños. Si quieres puedo hablar con tu profesora, puedo quedarme
cerca.
—Se burlarán de mí —contestó.
—Pues te daré entonces un celular y si sientes algo me llamas, estaré en el
colegio en cuestión de segundos —me arrodillé ante ella.
—Pero te tendrás que quedar cerca para que puedas correr.
—Hay una biblioteca al frente de la escuela te prometo quedarme ahí hasta
la salida.
—Gracias Laura —me abrazó fuerte. Anabel desde pequeña desarrolló
una forma de hablar muy madura para su corta edad.

***
Cada noche Anabel duerme conmigo en la amplia cama, siempre trata de
estar lo más pegada a mí, y se queda dormida al abrazarla, no sé qué sentirá
Anabel a mi lado, pero mientras más pegada la tengo ella más relajada
duerme. La rutina es la misma, espero sentada en la taza del baño a que ella
se bañe y luego ella hace lo mismo hasta que yo me bañe. Nos vestimos
juntas, y le arreglo su abundante cabello. Desayunamos juntas, nos lavamos
los dientes al mismo tiempo, la acompaño a la escuela y me quedo en la
biblioteca.
Así pasaron los días y mi mundo giró a su alrededor, escuela, biblioteca,
me acompañaba a todos lados, en las noches pegada a mí. Traté de
mantenerla con más compañeras de clase, pero es diferente, se parece a mí en
ese aspecto, como si le tuviéramos miedo la gente.
Comenzábamos a relajarnos de la tensión por lo último que pasamos,
siempre las primeras semanas eran traumáticas, ella misma me fue diciendo
que regresara a la casa y que la buscara al finalizar la clase. Lo único que no
cambió fueron las noches, siempre dormía conmigo. Brenda me llamó para
saludarme y también a recordarme la cita del día siguiente en el banco.
—Laura no se te olvide la cita mañana a las 9 en el banco.
—Ahí estaré, dejo a Anabel en la escuela y nos encontramos a la entrada.
—Bueno nos vemos mañana —colgué el celular.
Le preparé la cena y nos sentamos a comer pasta, era lo único que sabía
hacer. Puso una comedia y fue ella la que tocó el tema.
—¿Por qué no te has casado? —me atraganté con la pasta.
—¿A qué viene esa pregunta? —agarré la servilleta y tomé un gran sorbo de
jugo para tener más tiempo de pensar.
—Es que jamás te he visto con un hombre, ¿te gustan las mujeres?
—¡Qué! —todo esperé, menos esa pregunta—. El hecho de que no salga
con un hombre no significa que sea lesbiana.
—Perdón —dijo encogiéndose de hombros.
—¿Por qué lo preguntas? —estaba desconcertada con la conversación.
¿De dónde sacará esas conclusiones?
—El vecino nos invitó a cine, yo le dije que sí.
—¿Qué?, Anabel, ese joven debe tener unos veinte tres años. Yo tengo
veinte ocho además lo he visto un par de veces ¿cómo es que tú lo conoces?
—Me cae bien. Mañana tenemos salida a cine —dijo—. Da un par de
clases en mi escuela, es el reemplazo de un profesor.
—No voy a asistir. Así no se hacen las cosas jovencita —le contesté muy
molesta, no sé por qué me enoja que me hablen de ese tema. No quiero tener
nada con nadie. ¡Con nadie!
—¿Estás enojada?
—Completamente —No sabía por qué el tema me había ofendido. Pero no
me gustaba salir y menos con ningún chico. No me sentía bien con nadie—.
Vas a arreglar esto, y jamás lo vuelvas a hacer.
—Lo siento Laura —en sus ojos vi el arrepentimiento.
—Ven aquí — se acostó en mi regazo quedándose dormida en cuestión de
minutos.
CAPÍTULO 8
EL LIBRO

Dejé a Anabel en su escuela y me dirigí al banco, al llegar, Brenda me


esperaba con su tradicional traje de sastre, gafas, cola de caballo. Sonrío al
verme, miró su reloj, yo tenía un jean y una camiseta lila.
—Nunca he llegado tarde —dije, saludándola de beso en la mejilla.
—Si ya lo sé, tú siempre llegas en punto —dijo—. Vamos a ver qué es lo
que te entregarán en esta ocasión —hice una inclinación.

El representante de la cuenta, un señor flacuchento, muy bien vestido, pero


tan serio como yo, nos dijo que esperáramos en la sala, luego nos hizo llamar
y entramos a la bóveda de la Sra. Bernarda, me di cuenta que quedaba dos
regalos más de su herencia. Me entregó una caja de 30cm por 40cm y de alto
7cm. Con su respectiva carta, ya era costumbre no abrirla hasta que estuviera
en el interior del auto En el sobre sentí una llave y supuse que era para abrir
la caja, Brenda realizó los papeleos reglamentarios, me acompañó hasta el
carro —me he dado mis gustos, mi auto es un BMW modelo actual de color
uva—. Dejé el regalo en el puesto del copiloto y me devolví para despedirme.
—¿No lo vas a destapar? —me preguntó.
—Más tarde, tengo que recoger a la niña, pásate por la tarde y lo miras.
—No puedo, debo salir hoy de viaje, ya sabes, tengo compromisos de mi
único cliente —dijo con una curiosa sonrisa en su rostro, se despidió y yo
entré en el auto, pero la curiosidad pudo conmigo así que rompí el sobre para
sacar la carta junto con una de esas llaves antiguas que muestran en las
películas.

Abrí la caja, en ella había un pesado libro de tapa gruesa color violeta sólo
decía Antonia Mclaend, el resto de las hojas en blanco, tenía cientos de hojas
y ¿estaban en blanco?, sin lugar a dudas este era el regalo más extraño de
todos, miré el sobre y saqué la carta ya no podía con la intriga.

Querida Laura Mclaend


Si estás recibiendo este libro, es
porque te acercas al fin del
sufrimiento, pero también a los
sucesos más escalofriantes para tu
entendimiento. Mantén el collar, es
vital para este trance, jamás te lo quites
cariño. El libro son los sucesos,
vivencias y algunos hechizos que
necesitarás con el tiempo y que solo se
te revelarán cuando sea necesario.
Si algún día llegas a necesitar de este
libro utilízalo con amor y por amor, de
lo contrario no te servirá.
Espero me perdones.

Antonia Mclaend
¿Y quién es Antonia Mclaend? Esta mujer ¿ahora quién es? Volví a mirar
el libro, las hojas seguían en blanco —suspiré—. Encendí el auto para ir en
busca de la niña.
—Hola cariño, que tal las clases —le di un beso mientras que se
abrochaba el cinturón de seguridad.
—Muy bien, me saqué una A en matemáticas —dijo con una sonrisa
desganada.
—Felicidades, eso se merece una deliciosa hamburguesa.
—Delicioso —comentó sin expresión.
No había emoción en ella, desde que vivimos esos sucesos por más que
trato de animarla, es imposible y yo estoy igual o tal vez peor. Nos dirigimos
a la casa una vez terminamos de almorzar, fue Anabel la que bajó el libro.
Cuando entramos en el apartamento se sentó en el sofá y dijo algo sin
sentido, juro que no estaba.
—Este libro sólo tiene escritas tres páginas —comentó entretenida, corrí
hasta el sofá.
—¿Qué dices? —miré el libro, efectivamente habían escritos en las
primeras tres páginas—. Esto no estaba cuando me lo entregaron —hablé en
un susurro y asustada.
—La letra es muy bonita, mira —alzó el libro. Lo tomé y me senté a su
lado.
Me di cuenta que la letra se parecía a las anteriores cartas, efectivamente
era la misma caligrafía. Eso me confundió.
—Anabel, por favor tráeme la mochila donde guardo las cartas —salió a
buscar lo que le había solicitado.
Me entregó lo que le pedí, saqué las cartas guardadas de la Sra. Bernarda y
la comparé con la última que fue firmada como Antonia Mclaend.
Era la misma letra.
—Imposible, son la misma persona, debe ser familia mía —dije.
—¿Eso es bueno o es malo? —la niña miraba las dos hojas.
—No lo sé, pero me ha ayudado mucho —la miré—. Es solo que es
extraño.
La primera hoja decía Antonia Mclaend, en la siguiente página apareció
dibujado el collar que me regalaron hace tantos años, lo dibujaron idéntico,
con el mismo color que emitía en algunas ocasiones y en la parte inferior
citaba en negrilla.
El amor verdadero y trascendental
—Es tu collar tía—dijo mi pequeña con la boca abierta.
—Si, tal vez le perteneció a ella, al parecer somos familia —le dije
acariciando la hoja con una mano y la otra acariciando mi cadena.

Pasé a la siguiente página. Leí en voz alta.

Laura

Sé que esto es extraño y más en la


época en que vives, pero lo que has
vivido ha sido real. Este manuscrito
fue hecho para guiarte a medida que
pase el tiempo justo para que mi alma
pueda descansar.
Soy Antonia Mclaend, vivo en el
siglo diecisiete, tengo un mágico don
que durante mucho tiempo no supe
utilizar bien y cometí errores atando
mi alma a este mundo, pero se pueden
enmendar. Todo fue puesto en marcha
en el siglo diecinueve, trataré de ser tu
guía.
Si puedes leer este libro es porque
tienes la entereza y la fuerza interior
para soportar lo que te sucederá,
aunque ya has soportado bastante. Eres
muy importante para mí, si todo sale
como debe ser y hasta el momento tú
estás siguiendo al pie de la letra mis
instrucciones sanarás mi pecado y tú
serás por fin feliz.

Se intuitiva Laura Mclaend, la última


descendiente…
La siguiente página sólo decía palabras sin sentido.

La cúspide, Y del alma es, Vida es


mejor, Es la trascendencia, El con
protege, y Amor verdadero, Blindaje
amor la, Protector de él, Cuidada será.
—No entendí —le sonreí.
—Yo tampoco, parece un acertijo, dijo que fuera intuitiva —suspiré—.
¿Tienes tareas?
—Tenemos una cita hoy —dijo, me miró fijamente.
—Yo no voy a salir Anabel ya te lo dije. Arregla tu sola ese problema —
alcé un poco la voz.
—Ya lo arreglé, quedó de traer comida italiana y una película para verla
en casa.
—¿Qué? —apartó la mirada, sé que no la soporta cuando lo hago de esa
manera—. ¿Cómo hablaste con él? —me mostró su celular—. Me parece…
—Yo puedo invitar a cualquiera, y tú me cuidarás —trató de morderse lo
labios, me quedé sin palabras.
—Me las pagarás jovencita —cerré el libro.
—Gracias —me besó en la mejilla.
—No me agradezcas, no te he perdonado, solo… me las pagarás algún día.
—Ponte bonita —hice un gesto de desagrado.
—Me quedaré como estoy, para cuidar a una niña bastan un Jean y una
camiseta.
Mi vecino resultó ser una persona muy agradable, la película que trajo fue
una comedia muy divertida. La comida italiana estuvo deliciosa. Anabel se
quedó dormida en el mueble.
—¿Te ayudo a llevarla a su recámara? —me preguntó.
—No —me apresuré a decirle—. Yo la llevo cuando…
—Me haya ido —noté lo incómodo que lo hice sentir, así que me apresuré
a arreglar el mal comentario.
—No Frank, no te estoy echando es sólo que le teme a dormir sola y se
despierta con pesadillas.
—Está bien —era un muchacho sencillo, agradable a la vista de cualquier
persona, de ojos claros y transparentes. Me agradó, pero sabía que no pasaría
de ser un buen amigo.
—Gracias por la velada, nos hiciste reír un poco —Frank era la primera
persona que permitíamos entrar a nuestra casa además de Brenda.
—La vida es bella no hay que estar tan triste —comentó mirándome,
siento que me analizaba cada gesto.
—Perdió a su madre frente a sus ojos, era mi mejor amiga. Aún no lo
hemos superado. Supongo que en parte esa es la razón por la cual nos
sentimos un poco tristes.
—Lo siento —se avergonzó.
—No te preocupes —comencé a jugar con mis manos.
—Debo irme, mañana es día de trabajo.
—¿Así que das clases en la escuela? —me levanté y comencé a recoger
los platos de comida.
—Soy independiente, pero mi amigo es el psicólogo de la escuela, se
enfermó de varicela, por eso no puede ir al colegio y me pidió que si podía
remplazarlo por unas cuatro semanas.
—Que amable eres.
—Le debía un par de favores y me los cobró —me ayudó a llevar los
platos a la cocina. Observaba mi casa—. Te sientes bien ¿cierto? Gracias por
la velada —lo acompañé hasta la puerta sin apartar mi vista del mueble donde
dejamos a la niña, era de noche y no quería que el fantasma le hiciera daño.
Sé que Frank se dio cuenta de mi nerviosismo.
—Gracias por el buen rato, Frank —volví a decirle.
—Hasta mañana Laura —nos despedimos de beso en la mejilla, cerré la
puerta con los pasadores que tenía como si eso evitara que el fantasma
entrara. Que tonta soy, como si un espíritu no pudiera atravesar las paredes
y en ocasiones entrar a tu mente y trastornarla hasta el punto de hacerte
enloquecer. Corrí hasta el sofá.
No tenía sueño, tomé el libro de la Sra. Antonia Mclaend, del morral de
Anabel saqué un lápiz de su cartuchera y un cuaderno, lo había dejado al lado
del mueble —miré a mi pequeña que dormía de lado con un cojín como
almohada, estiré mi pie colocándoselo en su abdomen y empecé a escribir
frases con las palabras que escribió la Sra. Antonia.
El verdadero amor es la cúspide de la vida y el
blindaje…
“Esto no tiene sentido, lo borré y comencé de nuevo”.
El protector es el blindaje del alma y la cúspide de la
vida trascendental
“Esto tiene algo de sentido, pero me faltan más palabras. Arrugué mi
frente”. Las otras palabras que me quedaban eran incoherentes para hacer una
frase lógica. Suspiré, me quedé mirando muy bien las palabras luego miré a
Anabel, las palabras parecían ser una especie de protección de amor. Medité
y como si se estuvieran enumerando, las palabras empezaron a tener sentido.
El verdadero amor es el mejor protector, es el blindaje
del alma. Es la trascendencia y la cúspide de la vida,
protege con amor y será cuidada.
¡Eso es! Ya lo tenía ¿ahora cómo la protegería?, la Sra. Antonia me decía
que debía blindar a Anabel con amor, pero ¿cómo se hace eso?, tomé el libro
y seguían escritas las mismas páginas. Leí lo que había escrito, lo memoricé.
Cerré y guardé el libro, cargué a la niña con el libro en la mano, lo que tenía
referente a la herencia lo guardaba siempre en una mochila que dejaba en el
nochero de una sola puerta. Acosté a mi pequeña y me quedé dormida.
Me desperté a las tres de la madrugada como siempre. Mi mente divagó
entre las palabras del libro y el párrafo que salió de ellas, aun no lograba
encajar nada, espero que el libro me pueda ayudar. Salió el sol, nuestra rutina
comenzó, bañarse, vestirse, desayunar, lavarse al mismo tiempo, a veces
realizando carreras para ver quien se arreglaba primero.
Comíamos cereales, después la dejaba en la escuela. En esta ocasión antes
de salir abrí el libro y seguía igual, escrito hasta la tercera página—. ¿Será
que debo resolver algo primero para que me sean reveladas las siguientes
páginas? —. Bueno ahora sí tengo algo que hacer. Bajamos al parqueadero,
ella se sentó en el asiento del copiloto. Sonó mi celular y era Brenda.
—Buenos días mi madrugadora abogada.
—No te burles, sabes que siempre estoy trabajando en tus múltiples
propiedades.
—Lo sé, por eso no te cambio, no solo por lo de la Sra. Bernarda.
—Laura, ¿aun sigues interesada en adquirir una finca? —recordé que hace
varios meses le comenté que me gustaría tener una finca para llevar a Anabel
fuera de la ciudad.
—Sí, ¿por qué?
—Encontré una que tal vez te guste, eso sí, hay que hacerle varios arreglos
y como sé que te gusta el mundo antiguo.
—¿Cuánto cuesta? —no debo preocuparme logrará un gran precio, es una
negociadora increíble.
—Aun la estoy negociando, sólo quería comentarte, busca ideas para
arreglarla ya sabes y me conoces amiga.
—Gracias Brenda, ¿cuándo regresas? —sonrió con picardía. Entré al auto
y lo encendí.
—Definitivamente no puedes vivir sin mí. Regreso en la tarde.
—Nos vemos pronto.
— Cuídate y cuida a Anabel. Dale besos de mi parte.
— Se lo diré —solté el celular.
Mientras conducía no se me quitaba de la cabeza el libro, la obsesión que
causó en mi mente y rondaban las palabras “blindaje”, “será cuidada” “el
amor verdadero” —yo amo a Anabel ¿cómo esa mujer de tres siglos atrás
sabe sobre ella? —. Detuve el auto al frente de la escuela, le di el beso y la
bendición de siempre. Cuando subía las escaleras lo comprendí… salí
afanada del auto.
—¡Anabel! —grité, dio media vuelta y se alteró un poco al verme correr a
donde esperaba, la tomé en brazos, le transmitía todo el amor que sentía por
ella, recité las palabras que me había memorizado—. El verdadero amor es el
mejor protector —mientras hablaba, mi mente recordaba baches de felicidad
con ella—. Es el blindaje del alma —recordé la promesa que le hice a su
madre—. Es la trascendencia y la cúspide de la vida —lo que sentía era el
amor de madre, daría mi vida sin recibir nada a cambio—. Protege con amor
y será cuidada —sellé mi verso con un afectuoso beso en su frente, es mi hija
así no haya nacido de mi vientre, no es necesario engendrar hijos sino
amarlos como tal—. Te amo.
—Yo también —sus ojos se humedecieron, le sequé las lágrimas—.
Gracias por amarme tanto.
—Creo que el fantasma también te temerá de ahora en adelante —nos
miramos—. Ahora entra tranquila a la escuela, no se te acercará nadie.
Entré al apartamento, me acosté por primera vez con una paz interior que
pocas veces había sentido, sé que mi sobrina estaba protegida, esa será
siempre mi plegaria. Me quedé dormida y mi mente me traicionó. Comencé a
soñar con algo que había olvidado hace mucho tiempo.
—A él le gustan las mujeres —decía mi nueva amiga mientras yo me ponía
un lindo vestido—. Yo que tu no me ilusionaba tanto con él.
—Se enamorará de mí —comenté.
—¿Estás segura? —me dijo.
—Si. Es mi sueño, lo que yo desee se cumplirá.
—Eres muy rara Laura —terminó de ayúdame a amarrar el vestido.
Me desperté recriminándome, no puedo dejar que ese estúpido sueño me
atormente de nuevo. Salí de la cama, preparé el almuerzo, no me gusta la
cocina, en realidad lo que mejor me queda son los espaguetis. El libro de
Antonia lo había dejado en la mesa al salir, Anabel le hecho una mirada para
ver si había algo más escrito, pero seguía igual. Mientras los espaguetis se
cocían yo tomé el libro y pasé las hojas, ahora estaba lleno como veinte
páginas —sonreí—. Eso significaba que quedó protegida. Lo que había en el
libro parecía una historia. Mi celular me sobresaltó, estaba tan concentrada en
lo que leía que se me había olvidado por completo el mundo. Cuando miré
quien llamaba era mi sobrina.
—¿Hija, pasa algo? —pregunté alarmada.
—No me has recogido, hace diez minutos salí de clase —miré el reloj.
—¡Rayos!, cariño ya salgo es que me entretuve. Quédate cerca de los
profesores.
Apagué lo que tenía en la estufa que por el aspecto no se lo comería nadie,
tomé las llaves, mi cartera, la chaqueta y salí corriendo, al llegar al ascensor
me topé con Frank.
—¡Hola Laura! —me abrió como un caballero la puerta, dejó que yo
entrara primero al ascensor.
—Hola —saludé.
—¿Por qué el afán? —preguntó. Sentí que tenía ganas de decirme algo,
pero le costaba.
—Se me olvidó recoger a Anabel —me excusé.
—Vaya —me miró temeroso—. Laura, este fin de semana hay un partido
de Béisbol, juegan los Gigantes.
—¡Claro!, compra tres. ¡Nos vemos en la noche! —le grité, salí corriendo
al auto.
Encontré a mi niña enojada conmigo y en este caso con toda razón—.
Cariño, ya te dije que lo siento —por enésima vez se lo decía, entramos a
la casa, durante el camino no me dirigió la palabra.
—¿Te olvidaste de mí? —me hizo un puchero.
— Comamos —intenté arreglar el desastre que tenía para el almuerzo—.
Te leeré el por qué no te fui a buscarte a tiempo, me quedé entretenida y se
me pasó la hora —la comida no se pudo salvar, no sirvió para nada, tuvimos
que botarla y nos preparamos unos emparedados.
CAPÍTULO 9
LA HISTORIA
Nos acostamos en la cama y empecé a leerle lo que ya había leído.

El amor… un concepto paradójico en


esta historia que envolvió a dos seres.
Ella tiene el poder de viajar en el
tiempo, vive en el pasado y admira el
futuro. Como su vida era miserable al
lado del esposo que tenía en su tiempo
real, él la maltrataba y abusaba. Su
único refugio era viajar.
Así comenzó su aventura. No solo lo
hacía cuando le pegaba o la tomaba a
la fuerza, sino mientras dormía, o en la
soledad de sus días, se refugió en otros
lugares. En uno de sus ires y venires
conoció a un joven apuesto, delgado,
de cabello negro y ojos verdes que la
cautivó, se enamoraron, o por lo
menos ella pensó que él sentía lo
mismo. Su vida comenzó a tener
sentido tres siglos después del suyo.
Solo podían permanecer algunos días
juntos. No había forma de durar más,
por su condición.
La relación nacida entre ellos fue
mágica, cada cierto tiempo viajaba
para encontrarse con su amado, con él
conoció el verdadero amor, el placer
de ser mujer. Ella le entregó su alma
sin que él lo supiera. Su mundo giraba
en torno a ese joven, se obligaba a
regresar a la realidad porque tenía
hijos, ellos eran el único motivo por el
cual no se quedaba de por vida al lado
del hombre que amaba. No podía dejar
a sus hijos, ellos la necesitaban.
¿Era triste su vida?… sí, demasiado,
maltratada y degradada como
m mujer al lado de su esposo,
mientras que era amada y respetada
por el hombre que vivía en el futuro.
¿Qué podía hacer?... en uno de sus
viajes quedó embarazada del amor de
su vida, eso le complicó su existencia,
debía hacer algo para que su esposo en
la realidad no se diera cuenta, debía
mantenerse el mayor tiempo posible en
el futuro. Así que comenzó a realizarse
hechizos así misma, su capacidad de
maga o hechicera, que no podía
utilizar en su tiempo porque sería
tratada como bruja por la inquisición,
la obligó a hacerlos en su casa a
escondidas, brebajes que tomaba para
simular enfermedad de su tiempo y así
poder mantenerse en el futuro, la
condenó de por vida y los sucesos
siguientes la envolvieron en un
laberinto que condenó su alma a que
divagara eternamente.
Lo logró, obtuvo siete meses en el
lugar que deseaba, su amor
desaparecía y regresaba cada tres
meses, duraba un par de semanas. Le
decía que era por su trabajo, pero
nunca la llamaba, solo estuvieron dos
veces durante ese tiempo. Durante
esos siete meses descubrió lo que su
amado era y para sorpresa de ella, se
dio cuenta de que la había utilizado
con la intención de engendrar un hijo
y luego apoderarse de él para matarlo.
Lo que ignoraba su amado era la
capacidad de hechicera y las
habilidades que ella tenía, jamás lo
había utilizado con él porque lo creía
perfecto. Descubrió sus planes para
con el hijo que llevaba en su vientre y
mientras “él se fue a trabajar”, ella
también lo hizo. Solo le quedaba un
camino, hacer cosas. Abusó de sus
dones, profanó su legado, acumuló
una fortuna incalculable, y su poder de
maga disminuía conforme manchaba
su estirpe, lo había ensuciado con
brujería no permitida, lo sabía, pero ya
no podía dar marcha atrás, debía
proteger al hijo que tenía en su
vientre, y que amaba más que a sus
otros hijos. Había entregado su alma a
un ser malévolo y pronto se acercaría
el regreso de su supuesto trabajo, sin
más caminos se provocó el parto,
adelantándolo, Dejó a lo que más
amaba escondido en un lugar donde el
padre no pudiera rastrearlo, lo blindó
con el amor de madre que es la
máxima protección, es un amor
infinito, un amor que entrega la vida
con tal de proteger a lo que se ama.
Ella sabía que aun con todo el dolor
que había en su corazón debía dejarlo,
no podía verlo por un largo tiempo y
eso la mataba, pero así debía ser, para
que él no supiera de su existencia, y
así no lo utilizaría en su beneficio. El
mal ya estaba hecho, en su tiempo
envejecía de forma acelerada, le
quedaba solo meses de vida y contaba
sólo con su capacidad de maga, no
tenía nada arreglado para el bienestar
de su último descendiente, para
proteger lo que nació de sus entrañas
en el futuro, sabía las ataduras que
habían caído sobre ella, así que
emprendió la búsqueda de su
salvación, empezó a trazar acertijos en
el tiempo, a mover fichas entre futuro
y pasado, a pedir el amparo ante Dios,
esta protección sólo llegaría cuando el
daño causado fuera amado de una
forma trascendental e inimaginable
por lo que tanto odiaba. Encontró el
candidato en la familia del esposo que
tanto odiaba. Debía colocar las fichas
y esperar a que naciera el amor más
sublime de la historia del ser humano.
Pasado y futuro, unidos por la fuerza
del amor verdadero. Si entre ellos
nacía ese sentimiento llegaría una
carta…
Cerré el libro. Anabel quedó pensativa con su carita arrugada.
—No entendí tía —me reí al verla meditando.
—Creo que es un cuento —comenté.
—¿Qué más dice? —se sentó en la cama y se acostó cuando retomamos la
lectura.
—Conceptos. Cómo, que es magia, el tiempo, pasado, futuro, brujería,
religión. En fin, muchos conceptos según el punto de vista de Antonia —me
mordí el labio, no sé por qué sentí que la última parte de la historia tenía que
ver conmigo—. También hay otro pequeño párrafo de algo interesante.
La esencia de la vida, es casi
imposible lograrla, pero cuando se
tiene el ingrediente principal, es fácil
de encontrarla. Comprimir la vida y
desintegrar el cuerpo sin que el alma
se afecte es casi un don divino. La vida
puede ser injusta pero necesaria.
Creerse Dios es un gran pecado, pero a
veces él permite ciertas situaciones y
le agradezco a mi señor Dios por el
don entregado a mí cuando sabía lo
que yo iba a hacer y aun así lo
permitió. Comprendí el pecado
cometido, traté de enmendarlo, aunque
sólo puedo esperar a que las ataduras
sean liberadas y al soltar la primera se
desataran las siguientes, si nada se
opone. El amor verdadero está
protegido, pronto lo sabrás Laura
Mclaend. Tú llevas contigo la vida de
lo que tanto amas.
—Yo no entendí esta —miré a Anabel, se comía las uñas—. Ya no dice
nada más, por ahora —mi mente pensaba en cómo puedo protegerla, mi
pequeña es lo que más amo, ¿cómo puedo protegerla con mis manos?
—Es un libro muy raro —dijo—. Pero tiene que ver conmigo, Laura.
—Yo siento lo mismo chiquita.
—No somos normales ¿cierto? —medité un poco, tiene razón, las dos
somos como bichos raros en medio de una jungla, quiero que Anabel goce de
una vida normal, pero creo que será difícil con el don que tiene y con lo
extraña que yo soy. Me acordé de la invitación de Frank, creo que él puede
ayudarme para que Anabel se sienta un poco mejor. No importa si me toca
sacrificarme un poco y aceptar que, entre un ser diferente a nuestras vidas,
pero mi pequeña debe vivir.
—Somos un poco extrañas.
—¿Solo un poco? —la miré—. Porque yo me siento bastante diferente.
— ¡Ah!, por cierto, tenemos partido de béisbol este fin de semana con
Frank.
—¿Te gusta? —me preguntó con sus expresivos ojos verdes.
—Tu sabes la respuesta. Pero necesitamos tener un amigo, además tú
debes hacer lo mismo —me levanté para colocar el libro en la mesa de noche
—. Anabel quiero que invites a un par de amigas para salir a comer donde lo
deseen.
—No tengo amigas, me ven como tú dices, un bicho raro —dijo mientras
se metía debajo de las cobijas para dormir, no sé por qué el tiempo pasa
volando en estos últimos días.
—Pues trata que no te vean así —le dije.
—Sabes que no es fácil Laura, siempre veo cosas —me metí en la cama
con ella, la abracé—. En el colegio hay varios fantasmas, pero no me hacen
nada, me miran porque saben que los puedo ver. Me doy cuenta cuando les
hacen maldades a varios compañeros y en las calles también veo muertos.
—Lo sé, te he ayudado a que lo bloquees.
—Sé que no debo mirarlos directamente a los ojos, para que ellos no se
den cuenta. Pero algunas veces me es imposible evitarlo Laura, sus muertes
son tan trágicas y sus caras quedan tan desfiguradas que me cuesta no verlos.
—Pequeña —la estreché más contra mí.
—Escucho sus lamentos, sus llantos, están penando y no sé qué tiempo
deben de cumplir en ese estado.
—Anabel, no sabes lo que diera para evitarte esos malos momentos, me
gustaría que vivieras de forma tranquila como cualquier niña de tu edad.
—Yo también lo deseo tía. A pesar de todo, me alegra que estés conmigo.
—Siempre estaré contigo —mi celular sonó. Era Brenda.
—Buenas noches.
—¡Si supieras lo que me tocó pasar en el aeropuerto!, se supone que debía
de estar en el despacho hace más de cinco horas, ¡colocaré una demanda a esa
aerolínea! creen que puede jugar con el tiempo de las personas —sonreí
imaginándola—. Pero bueno, mañana te visitó si no se presenta algo nuevo.
—Perfecto —dije, Anabel cabeceaba por el sueño. Un grito de Brenda me
alteró—. ¿Qué te pasa?
—¡A que no adivinas el súper precio que le saqué al vendedor de la finca!
—pasó de la rabia a la felicidad en cuestión de segundos.
—¡Me asustaste Brenda! —soltó la risa.
—Es un alago que me digas que logré asustarte con lo que te toca vivir al
lado de Anabel. La finca queda a las afuera de San Francisco.
—No vuelvas a gritar así por favor.
—Palabra de honor, pero si veo algún fantasma no me pidas que no grite.
—Solo en ese caso puedes gritar —sonreí—. Y como vas con tu príncipe
azul.
—Hablemos de otra cosa, no creo que estemos bien, no sé en qué términos
estamos —suspiré, le he conocido unas cinco parejas, en los diez años que
llevamos de relación—. No quiero hablar de ese tema en particular.
—Bueno me alegro que compraras la finca.
—Tiene una gran extensión de tierra Laura, puedes colocar lo que quieras,
la casa está un poco deteriorada, pero se puede salvar. ¿Y qué te dio la Sra.
Bernarda?
—Tienes que verlo, me ha ayudado mucho, es como todo lo de ella.
—Mágico —contestó mi amiga.
—Sí. Bueno nos vemos mañana.
—Si no pasa nada diferente a última hora estaré en la tarde.
—Nos vemos mañana.
—Que duermas Laura.
CAPÍTULO 10
UN NUEVO AMIGO

El fin de semana llegó rápido, eran las tres de la tarde y nosotras


esperábamos a Frank, fue muy puntual. Anabel corrió a abrazarlo una vez
abrió la puerta.
—¡Hola! —esa reacción nos asombró a los dos, él transmitía felicidad.
Tenía en la mano dos gorras de los Gigantes una para la niña y la otra para
mí.
—Gracias —le sonreí.
Nos divertimos mucho, era la primera vez que asistíamos a un estadio. No
salimos de casa, nos hemos encerrado en nuestro propio mundo, en un par de
ocasiones me tomó la mano y al hacerlo comprendí su tensión, en algún lugar
vio a un espíritu. Esa es la razón por la que casi no salimos, puede ser
traumático. Sufre y lo menos que quiero es atormentarla más de lo que ya
está. A los pocos minutos se relajó y terminó disfrutando del partido. Gracias
a Frank la pasamos muy bien. Me divertí, me emocioné, grité y silbé en el
partido en el que nuestro equipo salió victorioso, los Gigantes ganaron. De
regreso a casa, ya era tarde, la niña se quedó dormida en la parte trasera del
auto de Frank y me sometí a un interrogatorio.
—¿Cuál es tu profesión Laura? —preguntó casualmente, entendí la
intención de conocernos un poco más.
—Estudié parapsicología.
—¡Qué bien! —exclamó—. Yo soy psicólogo —confesó.
—¿Eres psicólogo? —no podía creerlo, se ve muy joven para tener una
carrera, sonrió.
—Me conservo —lo miré incrédula—. ¿Te muestro mi documento de
identidad y puedas confirmar que tengo 32 años?
—¿32 años? —tenía la boca abierta.
—Laura tú tienes 28 años y pareces de 19 —uní mis cejas al mirarlo—.
Anabel me lo contó —dijo—. ¿Ahora puedo seguir preguntando?
—Claro —¿cuándo habló con ella?
—En la escuela —contestó a la pregunta que no formulé—. Hacerte cargo de
una responsabilidad como esa después de la muerte de su madre fue muy noble.
—Adoré a Ana como si fuera mi hermana, y desde que murió, Anabel se
convirtió en mi hija.
—¿Por qué se encierran? —volví a observarlo—. Laura soy psicólogo mi
profesión me hace analítico.
—Muy analítico —le contesté.
—Eres profesional y no la ejerces ¿cierto?
—No. Me gano la vida en finca raíz. Tenemos un gran número de casas y
apartamentos que arriendo.
—Pero tú no te encargas de eso—. Me siento como si me interrogara un
agente federal.
—No —sonreí—. Tengo a una abogada que se dedica a mis negocios, es
una buena amiga.
—A ella no la conozco —comentó.
—Está de gira nacional, quedó en pasar esta semana por la casa, pero tuvo
que salir a San Francisco por no sé qué cosa —le contesté. Ya habíamos
entrado al parqueadero, él fue quien cargó a Anabel hasta el apartamento. La
dejó en mi cama, desde que le había realizado la protección, me comentó que
no se le acercaba nadie. Pero aún no era capaz de dejarla dormir en su
habitación. Es común verla tensa por causa de su don para ver a los espíritus.
—¿Por qué no duerme en su cuarto? —preguntó Frank una vez la cobijé.
—Es una larga y complicada historia —contesté.
—Y no me tienes confianza para contármela —dijo mientras salíamos de
la habitación, dejé la puerta abierta.
— Me gusta tu capacidad analítica —sonrió—. Pasé una gran tarde Frank,
muchas gracias.
—Las gracias te las debo a ti. Hace tiempo no me divertía en familia —
arrugué mi frente—. No pienses lo que no es. Mi esposa y mi hijo murieron
hace tres años en un accidente automovilístico —lo miré un poco apenada.
—Lo siento… yo.
—No te preocupes, tal vez podemos ayudarnos mutuamente.
—Puedes venir las veces que quieras —le dije, mientras lo acompañaba
hasta la puerta, me dio un beso en la mejilla.
—Que descanses.
—Voy a tomarme en serio lo que acabas de decir —sonreí encogiéndome de
hombros.
Antes de acostarme miré el libro, éste no tenía nada más escrito, la última
hoja ya me la sabía de memoria. Le di el beso a mi sobrina y me quedé
dormida.
Nos han visitado mucho toda la semana. A diario salimos, a cine, cenar,
fuimos a un parque de diversiones, fuimos a un centro comercial, a comer
helado, en ocasiones caminamos por el parque, o vernos una película en el
sofá mientras comemos palomitas de maíz. Frank se había convertido en
nuestro guía. Anabel poco a poco volvía a sonreír, aunque notaba que lo
hacía por compromiso, Frank con mirada analítica lo había notado.
—Ya no sé qué más hacer para borrarle la tristeza —comentó en la cocina
mientras yo preparaba algo de tomar—. Créeme que he practicado algo de
terapia, pero parece sonreírme más por cortesía.
—Dale tiempo, hemos pasado muchas cosas —lo miré—. Yo estoy feliz
porque al menos intenta sonreír, créeme.
—Que les ha pasado para que esté tan madura y encerrada en su mundo
como tú —abrí mis ojos.
—¿También me estás haciendo terapia? —soltó una carcajada—. No le
veo el chiste.
—No puedo evitarlo —sonó mi celular.
—¡Aló! — saludé.
—¡Laura! —su voz emotiva me sorprendió.
—Hola Brenda ¿cómo te fue en el viaje?
—Agotador —la imaginé con la mano puesta en la frente, es una mujer
que no necesita hablar para hacerse entender, su cuerpo lo hace por ella. Es
como cuando Ana me decía que mi mirada expresa lo que siento, aunque no
muestre emoción alguna con mi cuerpo. Si yo estaba feliz mis ojos lo hacían
y lo gritaban a los cuatro vientos—. Todo está perfecto.
—Felicidades, eres la mejor abogada —escuché su risa al otro lado del
teléfono.
—Laura, el lunes te entregan un regalo y el sábado otro.
—Si los tengo registrados en el celular para que no se me olviden.
—Por cierto. La casa de San Francisco está como lo estipuló la carta que
me dejaron a mí.
—¿La casa vieja? —recordé el viaje hace unos años con Ana y Anabel,
cuando sólo tenía cinco años.
—¡Vieja! —exclamó Brenda—. Quedó convertida en una mini mansión.
—Ponla en venta —dije mientras servía en los vasos el sorbete de vainilla
que había realizado.
—No es para la venta, ¡está prohibido! —dijo, ahora si podía hablar de
ella, ese fue el único regalo que fue dirigido a mi abogada—. Las
instrucciones eran que debía dejarla como la dejé y esperar a que sea ocupada
por Laura Mclaend —abrí mi boca, pero no salió palabra alguna—. ¿Laura?
—Aquí estoy… no me voy a vivir a San Francisco. Estoy bien en los
Ángeles —noté que Frank prestaba atención a mi conversación, le di los dos
vasos de sorbete para que se alejara, él sonrió y acató mi sugerencia—.
Brenda, ¿quedó bonita la casa? —recordé el estado en que se encontraba hace
cuatro años cuando me la entregaron, solo la vi por fuera, las llaves las tenía
mi abogada con un sin números de sugerencias y recomendaciones.
—Esa palabra se queda corta, la orden era convertir la casa en una belleza
arquitectónica del siglo XIX —sentí una punzada en mi pecho.
—¿Del siglo XIX? —pregunté.
—Créeme, quedó hermosa, vengo de allá. Aunque fue imposible hacer
algo con la corriente de frío que se filtra y los trabajadores decían que la
corriente se siente en varios lugares de la casa y que a veces… olvídalo, de
resto es muy bella. Sé que te gustará. Solo avísame con tiempo para
radicarme en esa ciudad.
—Por ahora no. Debo esperar a que la niña termine su escuela, no quiero
que se vea interferida —miré en dirección a la sala, Frank analizaba mis
cambios de expresiones—. Quiero que al menos tenga algo estable.
—Me parece bien, así que para finalizar el año nos mudaremos de ciudad.
¡Perfecto!
—Me encanta tu comprensión.
—Debo consentir a mi único cliente —me reí.
—Nos vemos mañana.
—Hasta mañana Laura.
Me senté a terminar de ver la película con ellos, Anabel se quedó dormida
antes de ver el final. Ya era costumbre que Frank acostara a mi pequeña,
cuando nos despedimos le pedí un favor.
—Frank, ¿qué harás para mañana? —le pregunté, le brillaron los ojos—.
No te ilusiones —sé que sólo espera a que yo ceda un poco para él
confesarme lo que siente por mí y eso jamás iba a suceder, al menos por el
momento no lo veía venir—. Debo recoger algo mañana en el banco
temprano y no quiero llevarla.
—No hay problema, el papel de niñero también me luce —sonreí.
—Muchas gracias —nos despedimos, antes de dormir como era la
costumbre en estos últimos días miré el libro sólo tenía escrito en negrilla.

La mirada firme sin temor a nada,


intimida a cualquier adversario.
No decía nada más. Pensé por un buen rato en la frase, pero no entendí, así
que la memoricé porque sabía que la utilizaría. Debo encontrarle una lógica.
Me desperté a la misma hora, así que me quedé un rato más, meditando
debajo de las cobijas, abrazando a Anabel que dormía como un ángel.
Cuando sonó el despertador a las seis de la mañana entré al baño. Mi ropa
cotidiana, básicamente siempre era la misma, jeans, buzos y camisetas, me
encantan los buzos por lo calientitos. Me puse uno de color crema un Jean
café, las botas de gamuza del mismo color del buzo y el cabello recogido en
una cola de caballo. Mientras terminaba de arreglarme, Anabel se despertó.
—¿Para dónde vas tan temprano? —dijo al sentarse frotándose los ojos.
—Hoy es cinco de Agosto —me maquillé un poco.
—¡Ah!, ya me arreglo.
—No pequeña, hoy tendrás niñero particular —me miró con sus cejas
arrugadas.
—¿Frank? —yo afirmé, ella sonrió—. Perfecto.
—¿Perfecto qué?
—El me cae bien, puede ser un buen novio.
—Anabel… —sonó el timbre—. Métete al baño. Yo te preparo el
desayuno.
Entró al baño, salí a abrir la puerta. Frank me saludó y entró con un juego
de monopolio.
—Ya estoy listo para volver a ser niño —no pude evitar sonreírle.
—Eres una buena persona.
—¿Acaso lo dudabas? —se sentó en el sofá—. Laura ¿por qué no has
desempacado?, tienes poco más de un mes de vivir aquí —no le contesté, me
dirigí a la cocina para dejarle el desayuno listo.
—¿Desayunaste?
—No.
Desayunamos, me despedí de ellos. Que ya se acomodaban en el tapete en
mitad de la sala y comenzaron a sacar las fichas del juego, felices.
—Frank si pasa algo me llamas de inmediato —le dije antes de abrir la
puerta.
—¿Qué puede pasar? —miré a la niña y ella ya lo hacía. Me dio
remordimiento no llevarla.
—¿Te encuentras bien pequeña?
—Si. No te preocupes, es de día —yo suspiré.
—Tienes razón.
—Perdón, pero me perdí… no entendí —dijo Frank y nosotros sonreímos.
—No te pierdes nada bueno, créeme.
Brenda y yo entramos a las 8 de la mañana al banco, vestía ropa informal.
—Hola querida, me agrada más verte, así como estás hoy.
—Hola Laura. De lunes a viernes debo ser consecuente con mi profesión
¿y Anabel?, pensé en verla hoy quiero invitarla a comer.
—La dejé con un niñero —su mirada fue de asombro—. Con mi vecino —
abrió los ojos—. No, no, no. No es lo que estás pensando, aunque creo que
esa es la intención de mi linda sobrina y te aclaro no me gusta como hombre.
Es atractivo, pero sólo será un buen amigo.
—Si tú lo dices.
Realizamos el mismo protocolo de siempre. En esta ocasión me
entregaron una caja rectangular de 15cm de ancho, 50cm de largo y 20cm de
alto, sellada y con una pequeña nota. Mi abogada terminó de firmar, salimos
del banco. Me acompañó hasta el apartamento, en el camino tratamos de
verle un sentido a lo que me entregaron hoy.
—En el sobre no hay nada —dijo Brenda.
—Léemelo de nuevo —le sugerí, mientras que conducía mi auto. Ella no
llevó el suyo porque quería pasar el día con nosotras dos.
—Consérvalo, en el tiempo necesario se abrirá —miró la caja de acero
hermética, sellada y no se escuchaba nada por dentro—. ¿Y se supone que en
el momento preciso se abrirá sola? —movió sus manos como imitando una
explosión—. No hay forma de abrirlo. Es lisa y sin cerradura.
—Sabes que de alguna forma se abrirá. Lo que dejó mi antepasado parece
mágico.
—¿Tu antepasado? —la miré, recordé que no sabe nada del libro, porque
se fue de gira.
—Sí, creo que hoy debes quedarte a dormir en el apartamento, tenemos
que actualizarnos y tú puedes ayudarme a desenredarlo.
—¿No hay fantasmas? —la expresión de miedo me sacó una leve sonrisa.
—Aun no, su promedio es de tres meses. Aunque Anabel ya está blindada.
—¿Qué?, Laura ¿qué ha pasado en mi ausencia? Tienes hasta un amigo…
—Te lo contaré todo —dije apagando el auto. Habíamos llegado y nos
bajábamos en el parqueadero del edificio.

Al entrar al apartamento, jugaban monopolio, mi niña se levantó y corrió


hacia mí, saludó y abrazó a Brenda.
—¿Qué te entregaron? —preguntó, Frank se había acercado y mi abogada
había abierto sus ojos más de la cuenta.
—Una caja que no se puede abrir —le respondió Brenda, mi sobrina se la
quitó y la analizó.
—Tiene algo por dentro —dijo. Brenda y yo nos miramos.
—Estaba hueca, no pesa nada —dijo ella.
—Escucha, sólo que no se puede sacar aún —tomé la caja, efectivamente
se escuchaba algo en su interior.
—¿Por qué no deja de sorprenderme la magia que encierra los regalos de
esta herencia? —dijo mi amiga—. Y tú, ¿quién eres? —le preguntó a Frank
con voz seductora.
—Frank Halen —le estrechó la mano—. Soy el vecino, el amigo y el
niñero.
—Mucho gusto Brenda Teed, soy la abogada y amiga.
—Gusto en conocerte.
Los ojos de mi abogada brillaron de una forma poco habitual, ojalá se
diera algo entre ellos. Pedimos comida china, la tarde fue agradable. Brenda y
yo hablábamos, nos poníamos al corriente en la cocina lavando los platos
mientras que en la sala Frank miraba el partido de los Gigantes y Anabel a un
lado coloreaba.
—¡Laura!... —ese grito lo conocía, me congelé por un instante.
—¡Aléjate de la niña! —gritó Frank. Miré a Brenda y con sus expresivos
ojos me dijo lo que yo pensaba. Salí corriendo de la cocina, y frené en seco
cuando llegué a la sala, Brenda permanecía pegada a mi espalda. Anabel
petrificada en mitad de la sala mientras que Frank se incorporaba para volver
a enfrentarse a ese hombre que por primera vez lograba ver. Era un hombre
alto de cabello castaño oscuro, ojos verdes y tez clara, tenía un cierto
parecido físico con Anabel.
—¡No lo toques!, ellos no tienen nada que ver en esto —el me miró. Y
recordé las palabras, “La mirada firme sin temor, intimida a cualquier
adversario”, Antonia me advirtió. Así que lo puse en práctica, a mí no me
haría daño y a Anabel no la tocaría. El fantasma sonrió.
—Frank quédate del lado de Brenda por favor —hablé con determinación
y me obedeció—. Hija ven aquí.
—No —su voz era tan tenebrosa, intimidó a mi pequeña—. Ella es mi
hija.
—¡Jamás! —me acerqué sin apartarle la mirada y noté que él ya se sentía
intimidado. Se lanzó hasta donde mi pequeña se había quedado petrificada,
temí en ese instante, pero no ocurrió nada—. No puedes tocarla —le dije
sonriendo y Anabel se relajó.
—¡Te ayudan! —gritó el fantasma—. No bastará el débil blindaje que le
has hecho —se acercó a mí, se detuvo a una distancia superior a la que utiliza
con mi sobrina—. No eres su madre verdadera —eso me dolió—. Sólo las
madres y un amor trascendental logran blindar de forma impenetrable —no le
aparté la vista, ahora tenía rabia. El hecho de que no naciera de mi vientre no
significaba que no la amara como si fuera mi hija—. Yo seré más fuerte
dentro de poco y no podrás protegerla.
—Claro que podré, así que vete engendro del demonio y si vuelves, aquí
estaré esperándote —el desvió su mirada—. ¡Me temes!
—No, con el tiempo dejaré de temerte —su risa tuvo eco en el vació del
apartamento—. Pronto no me detendrás —saqué fuerzas donde jamás pensé
que las tenía y me le acerqué, el retrocedió.
—Siempre me temerás. Juro matarte y averiguar la forma de hacerlo, juro
mandarte al infierno —en ese instante él se convirtió en una masa de humo
negro, atravesó el cuerpo de Brenda que estaba detrás de mí, fue ella quien
pegó el grito, el fantasma desapareció. Anabel corrió y la abracé.
—Gracias Laura —me dijo feliz.
—No te tocó pequeña. Estás a salvo —me abrazó.
—¿Que fue eso? —preguntó Frank con cara de terror.
—El padre de Anabel —respondió mi amiga. Me levanté y me di la
vuelta.
—Es un fantasma —respondí. Frank abrió sus ojos de par en par, parecía
que se le iban a salir—. Te mereces al menos saber lo que pasa con la niña.
—¿Debo buscarte otra casa? —preguntó Brenda y yo afirmé. En ese
momento Anabel se alejó de mí, tomó el libro que por arte de magia se abrió.
Ya es hora que estés en San
Francisco. Laura, la casa es segura
para la niña. Lleva contigo los últimos
dos regalos, son cruciales. Él se hace
fuerte con la maldad, protege con
sal…
—¿Protege con sal? —miré a mi amiga, salí corriendo a la cocina, tomé el
recipiente de sal, le llené los bolsillos a Anabel. Les di a Brenda y a Frank
para que hicieran lo mismo.
—¿Tú no vas a utilizar? —preguntó Frank.
—No. El a mí jamás me tocará. Al parecer fui blindada por mi madre. Es
la única razón coherente para que él no me toque —salí a mi habitación con
Anabel a mi lado, saqué varias bolsas de terciopelo donde guardaba las joyas,
tomé una cadena de oro que tenía un dije de corazón que servía para meter
una foto pequeña.
Salimos y en la cocina Brenda se regaba sal por todo el cuerpo.
—No quiero que vuelva a atravesarme —su voz se le quebró.
—Cálmate, no pasará nada. Mientras tenga el libro, sabré cuando
aparecerá de nuevo —tomé el relicario, lo llené de sal, se lo coloqué a Anabel
muy justo al cuello, no sé por qué se lo dejé tan ajustado, pero ella me dijo
que fuera intuitiva. Metí sal en las bolsas de terciopelo y se las amarré en las
colas de caballo que tenía puesta, otras se las amarré en los tobillos y en las
muñecas.
—¿Para qué me las pones ahí?
—No lo sé, por si intenta atraparte quiero saber que le pasará con la sal. Si
Antonia Mclaend lo dijo es porque le hará daño al fantasma.
—¿Ella por qué sabe de mí? —me encogí de hombros.
—No lo sé amor —la abracé fuerte. También me pareció extraño, como
esa mujer que murió hace tantos años sabe de ella.
Cuando salimos de la cocina Frank caminaba de un lado a otro. El ente, o
el fantasma se hacía fuerte, ya tomaba forma humana.
—Si no es porque lo vi con mis propios ojos —me miró—. Jamás te lo
hubiese creído.
—Te dije que era complicado —él afirmó.
—Por eso se mudan constantemente —yo afirmé, mi sobrina pegada a mí
—. Esta noche pueden quedarse en mi apartamento.
—Gracias. Pero no puedo irme hasta el sábado.
—No entiendo nada Laura —dijo Frank—. No comprendo como un
fantasma es el padre de Anabel.
Nos sentamos en el mueble, le narré la historia de nuestras vidas a Frank.
Brenda ya la sabía y prestó atención cuando comenté lo del libro que era lo
que aún desconocía, lo leyeron. Ya era de noche, se quedaron con nosotras,
Frank sacó el colchón de mi cuarto y lo dejó en la sala, en el dormimos
Brenda, Anabel y yo, mientras que Frank se acomodó en el sofá.
CAPÍTULO 11
EL FANTASMA REGRESA

Pasaron dos días, Frank se quedaba a dormir en nuestro apartamento. No he


enviado a Anabel a la escuela. Apenas es lunes, fui al colegio y solicité los
documentos para su traslado, nos vamos de la ciudad y era necesario para
matricularla en San Francisco. En las tardes mi vecino regresaba de sus labores
y se quedaba acompañándonos.
—Haz empacado. ¿Es definitivo el vivir en San Francisco? —noté tristeza
en su voz.
—Sabes que puedes visitarnos —dije mientras empacaba nuestra ropa. Lo
único que dejé a un lado fue la mochila donde tenía las cartas de Antonia y la
caja que me habían entregado, los dejé en la entrada, al lado de la puerta
sobre las dos cajas de cartón medianas que permanecían selladas.
—¿Cuándo se van? —preguntó.
—El sábado después de ir al banco por la última herencia.
—¿Qué son esos regalos Laura? —volvió a preguntar mientras se
acomodaba en el sofá que habíamos puesto en la habitación para que se
quedara a dormir y nos acompañara, la sala era muy fría.
—Aun no sé bien. Al parecer mi antepasado me está protegiendo ¿cómo lo
hace? —Me encogí de hombro—. Sólo puedo decir que es magia.
—Ahora les creeré a mis pacientes, nunca me imaginé que fuera real ese
mundo de ver fantasmas —dijo acomodándose en el sofá.
—Si. Desde niña fue especial, no lo supimos hasta que ella comenzó a
hablar y al principio no le creí, solo hasta que la vi levitando una noche —lo
miré—. La misma noche en que Brenda lo vio, fue miedoso, jamás se lo dije
a Ana para protegerla.
—¿Voló? —preguntó, noté el miedo en su voz—. ¿Cómo salió de esa?
—Porque yo me lancé a agarrarla, lo que la tomó esa vez, supongo era su
padre, aunque débil. La soltó y cayó, alcancé a atraparla y evitar que se
golpeara la cabeza, acababa de cumplir cinco años. Desde ese día Ana
empezó a enfermarse. El resto de la historia te la contaré poco a poco, me
siento cansada. Quiero dormir.
—Hasta mañana Laura.
Nos dormimos. El padre de Anabel regresó muy enojado. Mi sobrina se
aferró a mí y Frank con sus ojos a punto de salirse de sus orbitas, la puerta de
la habitación se abrió y él no pudo entrar, algo se lo impedía y no sabía qué
era. Lo intentaba una y otra vez, pero no pudo entrar, su cara era diferente.
Daba más miedo, las cajas y los objetos comenzaron a moverse, el
desapareció. Mi vecino se levantó, se dirigió a la entrada.
—¡No salgas! —grité—. ¡Regresa! —gracias a Dios obedeció, se metió en
la cama al otro lado de Anabel.
—Tengo miedo Laura, si me logra atrapar me matará. Le entregó por
completo el alma al diablo —dijo mi pequeña, la cargué y Frank nos abrazó a
las dos.
—No te pasará nada cariño —la besé, mentalmente le repetía una y otra
vez el blindaje.
—¿Por qué no entra Laura? —susurró Frank.
—Algo se lo impide y no sé qué es.
Él volvió a asomarse y nuestras miradas se toparon, la de él firme en esta
ocasión. No pude sostenérsela. Se hizo fuerte. Comenzó a emitir terroríficos
sonidos endemoniados. Escuché el caer de las cajas, era como si él estuviera
partiendo lo que existe dentro de ellas, el estruendo de los artículos de
cocina, se escuchaba hasta la habitación. Volvió a asomarse en la entrada y
una vez más fue bloqueado para entrar.
—¡Quién te ayuda! —gritó—. ¿Quién es la maldita hechicera que te
ayuda?, eso no bastará. Regresaré por lo que me pertenece.
—¿Para qué la quieres? —pregunté, él no contestó.
—¿Qué le impide entrar? —preguntó una vez más, mi sobrina temblaba en
mis brazos, ella sabe lo poderoso que es un espíritu. Me percaté de las cajas
que había colocado al lado de la entrada.
—Eso es —susurré. En la entrada había colocado la caja que me dio
Antonia, ¡eso era! Es lo que le impedía entrar. Sí qué adoro a mi antepasado,
es quien me ayudaba, aunque no entendía sus métodos, pero gracias a ella, la
niña estará a salvo. Me juré hacer todo lo que me escribiera en el libro. Me
acerqué a Frank y le dije al oído.
— Es la caja, la herencia es quien le impide entrar, es el regalo de
Antonia. —el echó un vistazo a la entrada y afirmó.
—Juro creer de ahora en adelante —no sé quién estaba más nervio. Pero
agradecí que hoy nos acompañara mi vecino.
—Gracias por quedarte con nosotras.
El fantasma volvió asomarse. Con una sarcástica voz anunció nuestra
guerra.
—Voy a regresar y lo haré a diario hasta que flaquees. No pasará lo
mismo, ya soy fuerte, Anabel me pertenece y ¡tú entrometida!, me daré el
gusto de matarte como lo hice con Ana —la niña rompió en llanto, la abracé
con fuerza.
—Estaré lista cuando vengas por mí. Te esperaré, jamás la tocarás.
Desapareció, no pudimos pegar el ojo en el resto de la noche, mientras que
Anabel se quedó dormida en mis brazos. Al salir el sol, sonó mi celular.
—Hola Brenda —contesté.
—Hola, ¿cómo pasaron la noche?
—No hemos dormido nada.
—¿Por qué? —preguntó con voz de alarma.
—Anoche volvió, no logró entrar a la habitación por la caja que recibí el
sábado.
—¡No puedo creerlo! —de haberse quedado a dormir Brenda seguro se
habría desmayado.
—Créelo; y el fantasma me peguntó quién era la hechicera que me
ayudaba.
—¿Hechicera? —preguntó confundida.
—Si. Al parecer Antonia Mclaend era una mujer con dones especiales, por
lo poco que deduzco es que yo tengo sangre de hechicera, tal vez por eso no
consigue tocarme.
—Debes salir hoy de ese lugar.
—Si. Por favor realiza reservaciones en diversos hoteles, paga los días, en
la tarde nos vemos, luego escogeré el hotel de la lista que me tengas para
poder pasar la noche. Así haremos todos los días hasta el sábado. Viajaré en
auto hasta San Francisco. Las cajas me las despacharas después. Llevaré lo
necesario.
—Ya mismo. Cuídate.
Colgué la llamada y mi amigo me echaba un vistazo con el rabillo del ojo,
sé qué el tema de nuestra partida lo tiene triste.
—No me dirás a donde irás estos días, ¿cierto?
—Es lo mejor —afirmó. Tomé el libro y había una hoja completa con las
palabras.
Utiliza sal, sal, sal, sal, sal. Por todos
lados Laura
Levanté a Anabel y sin bañarnos, tomé la mochila con las cartas de
Antonia, el libro y salí corriendo del apartamento.
—¡A dónde vas! —gritó mi amigo corriendo tras de mí.
—Él vendrá nuevamente, nos encontrará en cualquier parte, debo comprar
sal.
En el supermercado rebosamos el carrito con bolsas de sal, mi sobrina
tenía dos bolsas del mineral en su mano. La cajera se quedó mirándonos al
momento de cancelar, lo único que había en el carrito era sal.
—Es para un experimento, para realizar en su clase —ella cambió su
expresión, le sonreí.
—¿Y ahora? —dijo Frank.
—No regresaré —no iba a exponer a la niña con otro suceso sobrenatural.
—La caja Laura —dijo mi sobrina.
—¡Rayos! —miré a los dos—. Debemos regresar.
—Bueno, al parecer esto —alzó una bolsa de sal mi vecino—. Es mejor
que una 9mm —sonreí ante su intención de ser gracioso, entramos al auto, las
bolsas quedaron sobre las piernas de Anabel en el asiento trasero.
Dejé en el auto la mitad de las bolsas compradas, Frank trajo el carrito que
se tenía para que los inquilinos subieran sus compras. Lo llenamos con el
mineral. Anabel seguía aferrada a mí, cada uno se había apoderado de una
bolsa de sal. Al entrar al apartamento esparcí una bolsa por todos lados.
—Sé que no nos quedaremos por mucho rato, pero, por si acaso —les
dije.
De la nada algo tomó a Anabel por el cabello elevándola, despegando sus
pies del piso, el grito que ella emitió salió igual al que se escuchó del ente
que la había tomado, fue aterrador. Yo le había amarrado en la cola de
caballo una bolsa de terciopelo llena de sal y al parecer por la fuerza fue
rasgada. Debo reconocer que nuestro vecino fue sagaz, él tomó varias bolsas
de sal y las destapó, esparciéndolas por el aire en dirección a mi sobrina que
volaba, mientras que yo no apartaba la mirada de mi pequeña. Él no me toca,
así que mientras se materializaba, se quejaba desgarradoramente porque había
en el aire demasiado del mineral lanzado por Frank. Le arrebaté a mi niña
tirándole un puñado de sal en la mano, esta se prendió en fuego, el emitió un
grito de dolor así que halé a la niña tan rápido como pude, llevándola hasta la
habitación.
—No salgas por nada del mundo, el no entrará aquí —temblaba. Al salir él
fantasma se quemaba, Frank seguía tirándole sal, el mineral lo había
debilitado, inmóvil, antes de partir tuvo la fuerza para decir.
—Maldita… voy a matarte —desapareció.
Nos abrazamos, yo temblaba.
—¿Estás bien? Salgamos de aquí.
Entré a la habitación y mi niña corrió a mi lado. Tomamos las maletas, le
di la caja de Antonia y salimos del apartamento. Mi vecino bajó con el carrito
y las bolsas de sal restante.
—Jamás me faltará sal en casa, juro dormir con una bolsa debajo de la
almohada. ¿Por qué le temerá?
—En la Guajira, una región de la costa colombiana cree en que la sal aleja
a los espíritus.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó sorprendido.
— Mi tesis se basó en eso, en, ¿a qué le temen los fantasmas? —lo miré
mientras entrabamos al auto—. Tuve que averiguar sobre mitos de
fantasmas y todo eso. Pero se supone que mi tesis era hipotética
— Pues ya lo confirmaste —arqueó una ceja.

Nos reunimos con Brenda en una cafetería cercana al lugar donde tenía su
despacho. Le contamos lo sucedido al ver como seguíamos vestidos, con la
misma ropa de ayer, llenos de sal y con unas ojeras por la falta de sueño.
—Por qué no vamos a la policía —me entregó el listado de los hoteles,
cada noche dormiremos en uno diferente para despistar al fantasma, si es que
conseguimos hacer eso. Esto es diferente. No se puede denunciar a un
fantasma, me tomarían como loca.
—Eso no funciona así —respondió Anabel, pensábamos lo mismo.
—Yo quiero al menos ayudar en algo —dijo mi amiga.
—Ya nos has ayudado demasiado Brenda. No sabes cómo te lo agradezco
y a ti también Frank —les dije.
—Si quieres me puedo quedar con ustedes —comentó mi amigo.
—No es necesario. Pasaré cada día en un lugar diferente, tú tienes tus
obligaciones.
—Laura he adelantado mis pendientes, estoy arreglando mi viaje a San
Francisco, tengo vuelo para el miércoles. ¿Segura que esa casa es la mejor
opción?
—Brenda si en el libro lo dice. Lo tomaré como el refugio perfecto.
Quiero una vida estable. Me cansé de correr y de divagar de un lugar a otro,
creo que la niña merece una vida tranquila —me sentía agotada,
desmoralizada y muy frustrada.
—Te admiro, no sé cómo lo haces y logras mantenerte fuerte, a mí me
habrían internado en un manicomio después de lo que has vivido —no dije
nada, sé que el tema de los fantasmas la desencajaba. Era el único problema
para que fuera feliz en su aspecto personal y laboral. Porque el sentimental
desde que la conozco ha pasado de fracaso en fracaso.
—Ya debo irme —dijo Frank mientras nos acompañaba a Anabel y a mi
hasta el auto. Tomó dos bolsas de sal, Brenda lo imitó—. Te llamaré.
—Gracias. Pasaremos la noche en el primero para que sepan.
Entré en el auto, le abroché el cinturón a mi pequeña, en su rostro reflejaba
la tristeza en su alma, se me cristalizaron los ojos.
—Vamos a salir de ésta amor ya lo verás —le acaricié el rostro.
—Por mi culpa estás viviendo situaciones que no deberías —la abracé y
mirándola a los ojos le dije.
—Escúchame bien pequeña por qué no lo voy a repetir. Jamás pienses que
eres una carga o algo por el estilo. Mira la vida de otra forma. Eres
afortunada por vivir con alguien que hace temer a los fantasmas y que te ama
pequeña, eres mi hija, ¿entiendes? —me miró con los ojos llenos de lágrimas.
—Yo también te amo Laura —sus manitas acariciaron mi rostro—. Eres lo
único que tengo —también era lo único que me quedaba la estreché contra mi
pecho.
Cuando llegamos —Brenda nos había realizado reservaciones en una
habitación modesta en un hotel del centro de la ciudad—. Nos registramos,
llené una maleta con bolsas de sal y un par de mudas de ropa, el resto lo
dejamos tirado en el maletero del auto. La caja, los obsequios y las cartas de
Antonia también las bajé, eran las mejores armas para los fantasmas. La
habitación era amplia, las cortinas florales y el fondo beige, igual a las
paredes, sacamos las bolsas, dejamos un par en varios puntos específicos del
cuarto, en un recipiente decorativo lo desocupé y lo llené de sal para tirársela
si era necesario. Esta vez nos bañamos juntas, no iba a dejarla lejos de mí
hasta que nos radicáramos en San Francisco. Debíamos sobrevivir hasta el
sábado. El agua me reconfortó, nos vestimos —dormiríamos con ropa y con
zapatos puestos por si debíamos salir corriendo—. Le di a Anabel la caja de
Antonia para que la llevara consigo, fue lo que evitó que el fantasma la
tocara, es ella quien debe tenerla. Solicitamos comida a la habitación, no
habíamos desayunado. Sonó mi celular, lo había dejado cargando antes de
entrar a bañarnos. Al mirar la pantalla era Frank.
—¡Hola! ¿Cómo siguen? —me alegré un poco que llamara, saber que le
importas a una persona diferente a tu familia es gratificante.
—Agotadas, vamos a comer un poco y a tratar de dormir ahora de día y
mantenernos despierta en la noche.
—Hoy no, pero mañana te prometo ir a donde me digas que estés.
—Te lo agradezco. Gracias por tu apoyo.
—Cuídate Laura.
—Lo haré, gracias.
—Salúdame a Anabel. Voy a dormir un poco, si es que logro conciliar el
sueño, la verdad es que presenciar o más bien confirmar que el mundo de los
fantasmas no es mentira… Dios me está costando, ya no sé en qué creer.
—En Dios, si ya sabes que el mal existe, también cree que el bien nos
protege.
—Si supongo que así es. Aunque me enojé con él, sabes.
—¿Por lo de tu familia? —debió ser muy duro el perder a sus seres
amados.
—Sí, bueno hay que tratar de dormir.
—¿Duermes en tu apartamento? —pregunté.
—No, dormiré en mi despacho y tranquilízate ya tiene sal regada en el
piso —sonreí.
—Hasta mañana.
Comimos y Anabel se quedó profunda abrazando la caja de Antonia.
Mientras tanto yo tomé el libro para ver qué nueva información nos
suministraba Antonia. Seguía en blanco. Eso no sabía cómo tomarlo, si me
relajaba a dormir o seguir en vela, me sentía agotada, me quedé dormida
abrazada a mi niña.

Los días siguientes transcurrieron de la misma manera, en el día en un


hotel y de noche en el otro, mis amigos me llamaban y los dos me hacían la
misma pregunta.
—¿El libro dice algo? —preguntó Frank, la niña miraba la tele con una
bolsa de sal y el cajón que se convirtió en su oso de peluche. Qué ironía,
como me gustaría que viviera una infancia normal, como cualquier niña de su
edad, jugar a las muñecas, montar bicicleta, patines o practicar cualquier
deporte. A ella le ha tocado la peor parte, ella no juega con muñecas, ella ve
fantasmas y muertos—. ¡Laura! — ¿Qué fue lo que me preguntó?
—Hasta ahora nada —le dije—. Si sale algo los llamo.
—¿Los llamo? —preguntó.
—Sí, tú y Brenda hacen siempre la misma pregunta.
—Es una buena chica y atractiva —comentó casualmente.
—Sí, ustedes hacen bonita pareja —él se quedó callado con un silencio de
esos incómodos.
— No es ella quien me interesa —dijo, yo preferí cambiar de tema.
—Debo colgar. Gracias por preocuparte por nosotras —escuché el fuerte
suspiro al otro lado del teléfono. —Nos vemos mañana.
Colgué la llamada, y al acostarme tomé el libro. Había una nota que me
petrificó.

Te amo, no sabes la alegría que embriaga mi


pecho cuando pronuncio esa palabra y tú
invades mi pensamiento. Hoy me has hecho el
hombre más feliz del mundo. No quiero verte
triste, no dudes de mi sentimiento, si es eso lo
que te causa aflicción. Soy tuyo y eternamente
lo seré. Mi alma se ató a la tuya. Por siempre.
Me quedé muda, intenté hablar, pero no pude, Anabel se percató que leía
el libro y corrió a mi lado, tal vez pensó que algo malo pasaría.
—¿Laura que te pasa? —en esta ocasión no pude hablarle, ella me quitó el
libro de las manos y leyó lo escrito—. Esto no dice nada malo.
—Yo… —se me formó un nudo en la garganta, las palabras se atascaron
en ella ocasionándome un fuerte dolor en el pecho.
—¿Qué te pasa? —susurró alarmada, en la mesa de noche había una jarra
con agua, me pegué de ella para ver si lograba bajar la presión que sentía mi
pecho. Cuando me calmé logré hablar.
—No es malo, es solo… —la miré—. No me prestes atención. Al parecer
no vamos a tener problemas con el fantasma hoy.
Pronto finalizaríamos la semana sin ningún contratiempo, Brenda nos
visitó, acababa de regresar de San Francisco.
—Hola ¿cómo va todo? —le preguntó a mi pequeña mientras la cargaba y
la besaba en los rizos.
—Bien, no ha pasado nada salvo que una de las mucamas en la primera
planta tiene la cara desfigurada —sonreí, mi amiga se tornó pálida.
—No le gastes bromas —la regañé.
—No es gracioso señorita.
—En este hotel no hay nada, en el anterior sí, por eso duramos solo unas
horas.
—En eso si tiene razón.
—¡No me asusten de esta forma!
—Sabes que puedes renunciar cuando quieras.
—Laura no me ofendas, jamás encontraré lo más parecido a una hermana
y a una sobrina. Puedo atemorizarme con las cosas que veo, pero saben que
jamás las dejaré solas —Anabel se le tiró a los brazos.
—Mañana salen de viaje en auto, te traje las llaves de la casa.
—Gracias, lo había olvidado.
—¿Y Frank? —la miré, ella desvió la mirada. No hice ningún comentario,
pero harían una bella pareja.
—Brenda, toma uno de los apartamentos que tenemos en San Francisco.
—¿De verdad? —la miré con cara de “eso no se pregunta” —. Si es así el
lunes me tienes. Debo coordinar la mudanza.
—¿No te molesta cambiar de ciudad?
—Laura, tú me acompañaste en el funeral de mi madre, era lo único que
me quedaba, ahora sé que tengo una hermana y una sobrina. A no ser que
pienses diferente.
—Yo te quiero como mi tía.
—¿Qué te pasa Brenda? —le pregunté.
—Terminé con Rafael —sabía que su nostalgia era por eso, cada vez que
termina con alguien se le derrumba el mundo—. Habrá en alguna parte del
planeta un hombre ¿perfecto para mí?
—No lo busques, el tocará tu puerta sin que lo esperes.
—Ya debo irme.
—No, hoy hay tarde de helado de vainilla —le saqué una leve sonrisa.
Anabel tomó el teléfono y llamó a la recepción para solicitar el pedido. Ella
es una más de nosotros. No sé en qué ayuda, pero suaviza el trance. Yo no he
dejado de pensar en lo que apareció escrito en el libro. Ella como sabe lo que
escribió él, en mi sueño.
CAPÍTULO 12
EL VIAJE A SAN FRANCISCO

Brenda se quedó a dormir con nosotras anoche después de ver un sin


número de películas clásicas de amor. Salimos al banco a recibir mi último
regalo proveniente de la herencia. No regresaríamos al hotel, después de la
reunión viajaríamos. Brenda se quedó con Frank para cargar el camión de la
mudanza con nuestras pertenencias, no llegará mañana, sino el lunes
próximo. Mientras esperábamos a que abrieran las puertas del banco, tomé el
libro y leí una vez más el fragmento de una carta que jamás existió. ¿Cómo
Antonia escribió esto?, ¿ella cómo sabe sobre ese sueño? No salía de mi
desconcierto, es cierto que hace años he tratado de enterrar ese extraño
suceso y ahora ¿viene a revivirlo?, acaso no sabe lo que me ha marcado esa
fantasía, hasta el punto que no puedo fijarme en ninguna persona sin
compararla con el hombre perfecto de mis sueños. Recordé lo feliz que fui
cuando me entregaron esa nota con una hermosa flor roja y más me emocionó
al escuchar a sus familiares decir que era la primera vez que él lo hacía. Mi
alma anheló volver a él, se me humedecieron los ojos.
—¿Laura hoy nos vamos a San Francisco? —preguntó aún soñolienta. La
habíamos cargado dormida y sin bañarse. Se quedó mirando a su alrededor
extrañada—. ¿Volvió?
—No —se apresuró a decir mi amiga—. Es solo que dormías y la cita era
a primera hora, no quisimos despertarte.
—Y sí cariño, nos vamos una vez salgamos del banco, Brenda llegará el
lunes, vivirá cerca de nosotras, se presentará con la mudanza. ¿Estás
tranquila?
—No lo sé —se miró—. ¿Voy a viajar sin bañarme?
—Lo haremos al registrarnos en el hotel.
—Pero tú si te bañaste, yo viajo en pijama.
—En sudadera —sonreí.
Salí con Brenda del auto y Anabel se quedó encerrada, con sal en una
mano y la caja de Antonia en sus piernas. Antes de entrar le sonó el celular y
se alejó para hablar con tranquilidad, al regresar la vi nerviosa.
—¿Te sucede algo?
—Luego hablamos, déjame averiguar, te cuento la semana entrante.
—¿Es de trabajo?
—Si —se apresuró a decir.
Como es costumbre al entrar al banco y realizar los protocolos me
entregaron el último regalo, era una caja cuadrada de unos 50cm por cada
lado y pesada. Casi no podíamos levantarla con ella, la niña se bajó al vernos,
pusimos la caja en el asiento trasero.
Mi amiga me dio las llaves de la casa. Se me habían olvidado.
—Nos vemos el lunes —me abrazó—. Llamas al llegar al hotel.
—Llegaré hoy mismo. Mañana conoceré la casa y esperaré hasta el lunes
para instalarme por completo.
—Cuídate — ¿porque habrá cambiado?
—Tú también. ¿De verdad no te pasa nada?
—Nada, solo que tengo algo de trabajo.
—Hoy es sábado.
—No tardaré, nos vemos el lunes chiquilla —le dijo Brenda a Anabel
dándole un beso en la frente.
El viaje en auto fue agotador. Me dolía la espalda por haber conducido
tanto, hace muchos años no realizaba un viaje como este, en la fiebre inicial
de tener dinero recorríamos ciudades en el auto. Aunque la primera vez que
había viajado a esta ciudad fue en avión. Nos registramos en el hotel
reservado por Brenda, quedaba cerca del barrio donde viviríamos. Me sentía
muy cansada, así que me bañé y me acosté, Anabel también se acostó
conmigo y dormimos hasta el siguiente día, esperé a que saliera el sol,
desperté a las tres de la mañana. Me puse una falda color caqui y un buzo
rosa de cuello en v, pocas veces luzco el collar, pero la ropa de hoy lo dejaba
ver. La niña transmitía tranquilidad, desayunamos y nos dirigimos a nuestra
futura casa.
Quedó fantástica, me quedé sin palabras al ver la majestosa mansión en la
que viviría y al mismo tiempo una extraña sensación me embriagó por
completo. La casa me era conocida sólo un poco más pequeña de la que
permanecía escondida en mis recuerdos. Al abrir las puertas grandes, me
invadió la nostalgia. ¡Era imposible! ¿Que pretendía Antonia Mclaend
conmigo?, ya era suficiente con la nota y ahora viviré en una casa que me
recordaba todo sobre él. Anabel se quedó en la entrada mirando el interior de
la casa, por mi parte quedé embelesada con la forma oval del segundo piso,
las escaleras de frente a la entrada y eran las que iniciaban el balcón interno
del segundo piso, me detuve en mitad de la antesala cuando me di cuenta que
ella no había entrado aún. Escuché un sonido seco, como si alguien hubiese
caído de rodillas, mi pequeña quedó petrificada. Abrí mis ojos.
—¿Hay algo malo aquí? —no contestó, me apresuré a llegar a su lado—.
Mírame —ella miraba al interior de la casa, bueno, miraba a un lado de la
puerta como si alguien estuviera ahí—. Anabel, ¿Hay algún fantasma? Si es así
nos vamos y no regresamos nunca en la vida.
—No.
—¿No qué? —se le humedecieron los ojos y me miró, no supe interpretar
esa mirada—. ¿Hay fantasmas malos? Acuérdate que aquí el no logrará
atraparte.
—Le temo a un fantasma —dijo ella—. Me ha perseguido desde niña, y
solo en esta casa podemos estar un tiempo —arrugué mi frente.
—Anabel eso ya lo sé, cariño. ¿Por qué hablas así?
—Nos quedaremos unos días, pero si no me gusta nos vamos.
—Como quieras amor —su mirada volvió a mí—. Ven, entra. La casa es
hermosa —afirmó, y cambió su expresión.
—Entré con ella agarrada de la mano, me apretaba fuerte, parecía
abstraída, se sumergió en quién sabe qué pensamiento, a diferencia mía, yo
quería brincar de felicidad por estar ahí, tenía dos salas enormes, y un
comedor, para ir a la cocina se atravesaba un pequeño pasillo, al verla abrí mi
boca, es moderna y grande. También tenía dos habitaciones con sus baños,
para tener empleadas domésticas, un enorme patio. Volvimos a la sala para
inspeccionar el costado derecho, tenía un baño en la parte interior, una
biblioteca, un despacho, un garaje y un segundo baño. El segundo piso era
increíble, me sentía extraña, completamente feliz de ver la casa de mis
sueños. No sé cómo explicarlo, quise llorar en ese instante, al ver la puerta de
la habitación del lado derecho de las escaleras se me aceleró el corazón. Mi
mente retrocedió en el tiempo, me vi entrando en ella una noche de diciembre
en aquella época, solté a Anabel y corrí hacia ella, cuando la abrí… vacía —
estúpida—. Eso sólo fue un sueño, hice un gran esfuerzo para no llorar en
frente de Anabel.
—¿Por qué te pusiste triste? —se quedó en la entrada de la habitación.
—Por tonta. Y no es tristeza, es nostalgia —la miré—. Al contrario, creo
que estallaré de felicidad al saber que viviremos aquí, no logro comprenderlo
y menos explicártelo Anabel, esta sensación de alegría desde hace varios
años no me envolvía —me miró—. ¿No te gusta? ¿Hay algo malo? —tomó
mi mano y la apretó, se puso rígida, me observó y trató de fingir una sonrisa
—. Te comportas muy extraña. ¡Dime qué te pasa!
—Nada —me soltó la mano y caminó por la casa. Yo hice lo mismo, había
un balcón en una de las esquinas que te dejaba ver la calle de enfrente. Mi
pequeña miraba al interior, logró relajarse un poco.
—¿Crees que en la casa vivirás segura?
—Si —sonreí ante su aprobación, no quería irme.
—¿Qué habitación tomarás?
—Tú escogiste la que abriste ¿cierto? ¿Por qué te gustó?
—No lo sé. Pero sí, esa será la mía ¿cuál es la tuya?
—La de al lado —afirmé, me miraba diferente.
—Perfecto —le dije. Me entró una llamada al celular—. Sigue
conociéndola mientras hablo con Brenda.
Entró caminando con la vista en sus zapatos. Mientras que yo hablaba con
mi abogada. Le agradecí lo linda que había quedado, porque supo escoger los
colores. Ella sabía que la gama del violeta y el beige me encantaban. Me
quedé mirando cada acabado, tan perfecto y tan igual a lo que había visto en
mi sueño, escuché a Anabel caminar en el primer piso. La analicé, parecía
estar sumergida en sus pensamientos, se sentó al finalizar las escaleras y no
se movió.
—Debemos irnos —comencé a bajar las escaleras, no quería irme.
—¡No! Podemos quedarnos un poco más.
—No te entiendo —le dije mientas bajaba las escaleras—. Pensé que no
querías quedarte en este lugar.
—Es que estoy conociendo la casa y tu antepasado tenía razón —me miró
—. ¿Prometes cuidarme?
—Sabes que si —me arrodillé, una corriente helada me puso los pelos de
punta—. Vaya, esa corriente sí que es helada —Anabel sonrió y sus ojos
también, abrí mi boca y ella entendió, se encogió de hombro—. ¿Te gusta de
verdad? —afirmó—. Pues me alegro por qué a mí me encanta, es hora de
irnos.
—¿Volveremos mañana? —preguntó.
—Sabes que sí. Sólo que nuestros muebles no van con el estilo de la casa
—tomé su mano y salimos. Anabel miró en dirección a la ventana, yo hice lo
mismo, pero no vi nada, con cada paso que daba la tristeza me invadía de
nuevo, amenazaba una vez más con aplastarme. Al entrar al auto mirando la
casa, sentí que me llamaban a gritos.
—¿Qué te pasa Laura? —se me formó un nudo en la garganta.
—Es solo… Al estar adentro me sentí feliz y ahora estoy un poco triste —
intentó hablar, pero se contuvo, ¿de qué se arrepintió? —. Te veo rara desde
que entrantes a ella, por favor si tiene algo malo, dímelo.
— No. Es muy bonita —se apresuró a decir.
—Bueno, regresemos al hotel —no tengo ganas de irme, ¿por qué quiero
llorar? ¿Por qué el alma se me parte y el pecho se me comprime?
—Podemos quedarnos un rato más.
—No. Mañana volvemos con la mudanza, no tenemos donde dormir, así
que es mejor irnos.
—¿Nunca has amado? —encendí mi auto, ¿por qué me pregunta eso?
—¿Quieres comer algo?
—¡Laura! —la miré, metí el acelerador y nos alejamos de la casa.
—Es complicado Anabel, no viene al caso.
—Sólo dime ¿por qué no te has enamorado nunca?
—El que no me hayas visto algún pretendiente no significa que no me…
bueno, sólo una vez y…
—¿Fue complicado?
—Porque fue un sueño —suspiré—. La casa se parece a ese sueño.
—¡De verdad! —gritó de alegría.
—¿Y ahora qué te pasa? —sonreía, le entregué las llaves al botones para
que guardara el auto en el parqueadero del hotel.
—Nada, presiento que nuestras vidas cambiarían, que mi papá no podrá
llevarme y que tú serás feliz otra vez.
—En la casa lo fui —hablé más para mí.
El resto del día me pareció eterno. Sentía que la casa me llamaba, siento
que me anhela. Tal vez estoy loca y no sé si es bueno vivir en una réplica de
la casa de mis sueños. Pensar en lo que pasó hace tantos años, no puedo caer
en la depresión que tantas veces Ana tuvo que lidiarme, ya no está mi
hermana, a Brenda no le he comentado nada al respecto porque no quiero que
me vean como una desadaptada mental. Fui consciente que Anabel me
analizaba y por inercia almorzamos, cenamos y cada tanto miraba el libro
para ver si tenía hojas nuevas reveladas. Memoricé la carta otra vez, solo esa
parte… me cansé de mirar el reloj, deseé meterme en la cama y
desconectarme, dejar que el tiempo corriera para ir a la casa.
CAPÍTULO 13
CAMBIO DE VIDA

Regresamos al día siguiente con la mudanza, Brenda viajó en avión para


ayudarme, ella se mudaría dentro de tres días porque tenía algunos
compromisos en los Ángeles que no pudo resolver a tiempo. Mi pequeña
seguía misteriosa y nerviosa durante el día, mientras que nosotras por primera
vez nos dedicamos a dar instrucciones donde debía quedar cada caja. Una de
las salas quedó arreglada, solo tengo un juego de muebles. Debía comprar
varios artículos y así poder llenar los espacios vacíos, ahora tengo espacio,
como una verdadera casa de familia.
—La sala no va con el estilo de la casa —dije.
—No lo creo, a mí me gusta la mezcla de antiguo y moderno —analicé lo
que dijo y sonreí, yo no lo había visto de esa forma.
—Si tal vez…
—¿En dónde se metió Anabel? —preguntó mi amiga.
—En el segundo piso.
—Está muy rara ¿cierto? —comentó.
—Sí, parece que algo la enoja, pero al mirarla te sonríe. A veces se queda
distante, como si escuchara a alguien, tiene la misma expresión de ser la
interlocutora —me encogí de hombro.
— ¿Laura, te envío el resto de las cajas que tienes en la vieja casa? —son
recuerdos muy viejos, desde antes de morir Ana. Me mordí el labio, era
mejor que Anabel enfrentara los recuerdos.
—Sí, mándamelas.
—Bien en un par de semanas te enviaré esas cajas —sonó el timbre debe
de ser el domicilio. Era la pizza que habíamos pedido de almuerzo los
trabajadores dejaron armadas las camas y se retiraron. Saqué dinero de mi
bolso para cancelarle al joven.
—¡Anabel! —llamé—. Ya llegó la pizza baja por favor —se asomó y bajó
las escaleras corriendo, se lanzó cuando le faltaban cuatro escalones para
terminar las escaleras, miré a Brenda. Jamás había tenido actitudes de niña
inquieta, se la ha pasado sonriente.
—¿Tienes hambre?
—Si —dijo frotándose su estómago.
El resto de la tarde pasamos arreglando la ropa en el armario, Brenda se
regresó, su vuelo era a las cinco. Volvería a verla el fin de semana si lograba
mudarse a mediados de semana. Guardaba la ropa de Anabel en su nuevo
clóset, acomodaba su ropa, y vi que ella desviaba la mirada a un punto
específico. Tengo trabajo para varios días sin contar con lo que guardé en la
casa vieja.
—Ya se fue Brenda. Dime lo que te distrae —me miró y se encogió de
hombros.
—Nada, en ésta casa no hay nada. ¿Por qué lo dudas?
—Por qué no actúas como siempre —cerré uno de los cajones y abrí el
otro, acomodé su ropa interior.
—Tú me dijiste que fuera más niña, eso es lo que hago —me contestó—.
No te entiendo.
—Vaya forma de contestar jovencita —alcé una de mis cejas.
—Lo siento —yo suspiré.
—Bien, haz lo que quieras y corre lo que se te antoje, pero júrame que si
sientes algo o ves algo me lo dirás de inmediato.
—¿Voy a seguir estudiando? —eso ya estaba solucionado.
—Sí, ya Brenda envió los papeles al colegio, a unas cuadras de aquí.
Mañana tienes tu primer día de clase —arrugó su cara.
—¿Por qué será que nuestra abogada es tan eficiente? —me reí, sentí un
ligero roce en la espalda. Me levanté y miré a la niña que arrugaba su rostro
mirando al techo.
—Anabel… —me observó con su rostro inocente, son idioteces tuyas, me
dije.
—¿Qué pasa? —negué, volví a sentarme—. Es muy pronto para ir a
estudiar.
—Eso no se discute cariño, además tendrás nuevos amigos.
—¿Nuevos amigos? —se lo traumático que es eso.
—Espero que ésta vez los invites a tu casa.
—Trataré —me respondió a medio hablar.
—Bueno ahora ayúdame con mi ropa.
Cuando entré a mi recámara cada una tomó una caja, la mía tenía zapatos
y los acomodé en el lugar específico que tenía el armario gigante ubicado
antes del cuarto de baño. Era tarde, me sentía incómoda con el jean que tenía,
así que tomé una sudadera y una camiseta para cambiarme, me extrañó la
actitud de Anabel, parecía que mi acto fuera indecente.
—¿Por qué me miras así? —pregunté apenas me quité la camisa.
—Porqué te desvistes delante de mí —me recriminó.
—¿Y?, no es la primera vez que me ves en ropa interior —se puso roja—.
Anabel… ¿él está aquí? —sentí miedo, ella se apresuró a negarlo.
—No es solo que…
—¿Te da pena? —le
pregunté.
—Un poco.
—Bien, no vuelvo a desvestirme delante de ti, nos hemos bañado
desnudas ¿ahora te da pena? —terminé de vestirme con algo de mal genio—.
Me encanta la casa, pero al parecer a ti te cambia la actitud.
—No tiene nada que ver con la casa.
—¿Ah no?
Nos tomó la noche arreglando mi habitación, mi pequeña se quedó
dormida en mi cama, la pasé a su habitación, bajé a tomarme algo de leche
tibia. No es por nada, pero me sentí observada. Una leve sensación de que
algo no está en su lugar se fue apoderando de mí, la piel se me erizó por
completo y sentí miedo. Físico miedo, tal vez esa sea la mentalidad del
fantasma que nos perseguía. Así que tomé varias bolsas de sal, las que
traíamos con nosotros y que ahora reposaban en la alacena, dejé la puerta
abierta por si volvía a necesitar más, vertí en varios recipientes de vidrio y los
subí al segundo piso, dejé una en la habitación de Anabel y verifiqué las
ventanas, comprobando las cerraduras, les regué un poco de sal con el fin que
no pasara ningún espíritu. Revisé cada recámara, dejé un recipiente con sal en
cada una, verifiqué cada ventana y rocié sal en las ventanas y el piso, hice lo
mismo con las puertas de los tres balcones. Al regresar a la cocina volví abrir
la puerta de la alacena —pensé que la había dejado abierta—. Llené más
recipientes y los distribuí en varios lugares de la planta baja, verifiqué que las
ventanas estuvieran cerradas, tomé mi portátil, el vaso con leche tibia y me
encerré en la habitación. No sé a qué horas me quedé dormida.
Mi mente escuchó la voz de una niña a lo lejos, no se distinguía muy bien,
me llamaba con insistencia, mi cuerpo lo sentía pesado, sumergido en un
profundo sueño, dentro de mí sabía que debía abrir los ojos, pero no podía.
La voz fue más insistente y clara, yo conocía esa esa voz, era la de Anabel,
un terror se apoderó de mí, debe estar en problemas, saqué fuerzas y me
moví, logré abrir un poco los ojos y había una figura borrosa en frente mío, la
habitación clara, la luz del día la iluminaba. Mi mente trabajó rápido y se
fueron aclarando las ideas, la voz no estaba asustada, hoy es martes, y es de
día.
—¿Qué horas son? —me senté, miré a la niña, se había arreglado, con su
morral en los hombros y un vaso con agua en la mano.
—Ya me tenías asustada —miré su mano—. ¡Y no es gracioso! —gritó.
—Lo siento.
—Te iba a echar un poco de agua, no reaccionabas —miré el reloj,
faltaban veinte minutos para que Anabel entrara a su nueva escuela. Salí
apresurada de la cama, me puse unas zapatillas, entré al baño, me lavé la cara,
cepillé mis dientes, y recogí mi cabello a medias.
—Perdóname. No sé qué me pasó —la miré a los ojos—. Ya desayunaste.
—Sí, me preparé cereales —su cara era inexpresiva y miraba de reojo.
—Vamos cariño.
Tomé mi bolso, me puse una chaqueta, dentro del auto no se darán cuenta
de que no me había arreglado y mucho menos bañado. Subimos al auto en
dirección a la escuela de Anabel.
—¿Qué te paso? —tenía el corazón acelerado, hace años no me pasaba.
—No lo sé. Hacia muchísimo tiempo que no tenían que levantarme.
—Me asustaste, te movías y sonreías —me miró—. ¿Qué soñabas? —la
verdad es que no recordaba nada. Ayer al cerrar mis ojos mi mente me
trasladó a los brazos de mi amor imaginario.
—En nada —detuve el auto, los niños ya entraban a la escuela—. Al menos
no llegaste tarde. Le besé la frente, la blindé con mi amor—. ¿Trajiste la sal?
—Si —me mostró las dos manos, las tobilleras y la cola de caballo que
tenía hecha.
—Buena chica. Te recojo al salir, espero que hagas muchas
amigas.
—Sólo usaré sal fuera de casa —me comentó.
Al regresar a la casa me sentí desconcertada, dormí desde las 9:00 de la
noche hasta las 6:30 de la mañana. Me quité la chaqueta, subí a mi habitación
para bañarme. Bajé a la cocina, tomé leche y cereal, encendí la TV y no
decían mucho en las noticias, me senté en el banco ubicado en la isla de la
cocina. Ahí, habían incrustado una mesa como una especie de comedor
moderno. No había nada entretenido en la televisión, pero lo dejé encendido
mientras terminaba de desayunar. Al terminar lavé mi plato y el de la niña,
me dieron ganas de cocinar y me di cuenta que no tengo nada, mientras
buscaba, noté que los recipientes que había colocado en varios lugares de la
casa fueron apilados vacíos en una esquina del mesón de la cocina.
—¡Anabel!
Tomé las llaves, mi bolso y salí a buscar un supermercado y realizar las
compras, de paso a conocer los alrededores. Al salir del garaje, miré a la casa
y las cortinas se movían. Me bajé del auto con el corazón a millón, al
acercarme me di cuenta de que la ventana quedó abierta y no tenía sal.
—Esta niña me va a escuchar a su regreso —cerré la ventana por la parte
de afuera y entré al auto.
Desde la muerte de Ana no realizaba compras por obvias razones. Mientras
compraba en el supermercado analicé el comportamiento de Anabel y de paso
reflexioné lo que pasaba conmigo, desde mi llegada a la casa me he
comportado diferente, igual que mi niña. Lo primero es que la arreglé como si
me fuera a quedar de por vida en ella, retomé mi forma de dormir, volví a ser
pesada para despertarme y ahora realizaba compras. Lo único que mantenía
era leche y cereales.

Al regresar a la casa las ventanas tenían las cortinas corridas. No me


percaté de eso cuando salí, pensé que las tenía cerradas al salir… miré a mi
alrededor —bueno, mi pequeña se levantó temprano, si recogió la sal,
también abriría las cortinas—. Abrí la reja, guardé el auto, comencé a sacar
las bolsas del supermercado, las dejé en la cocina, me entretuve guardando el
mercado en su respectivo lugar. Tenía los ingredientes para hacer una lasaña,
tomé el libro de recetas comprado hace muchos años por si algún día me
daban ganas de cocinar, quien iba a pensar que después de tres años lo
utilizaría. Me quité la chaqueta, quedé con la blusa de tirantes, dejaba el
cuello descubierto. Me sumergí tanto en mi labor culinaria y me sorprendí al
ver una figura masculina reflejada en el vidrio del horno al cerrarlo. El grito
que salió de mi pecho fue escalofriante. Al darme la vuelta no había nada. Me
quedé de espalda y lentamente abrí la alacena, saqué una bolsa de sal, la
destapé, tomé un puñado en la mano, lo esparcí por la cocina, no escuché
ruido así que si había algo ya se había ido. El resto lo deposité en un
recipiente por si me tocaba utilizarlo —¿paranoica?—. No me moví hasta que
la lasaña estuvo lista, al sacarla el olor confirmó que había quedado en su
punto, ¡perfecta! Miré el reloj, era hora de recoger a mi sobrina. Me detuve
antes de salir, no tenía la sal, me devolví, tomé el recipiente y lo dejé en la
entrada del garaje, entre al auto.
Anabel esperaba en la salida con una compañera. Me sorprendí al verla.
Salí a recibirla y de paso a que me presentara a la única niña que le había
visto cerca de ella.
—Hola cariño.
—Hola Laura —para la gente parece mi hija. La amiguita se le acercó y le
comentó algo al oído. Mi sobrina sonrió, sentí que hablaban de mí—. Te lo
dije.
—¿Cómo te fue en tu primer día?
—Muy bien. Te presento a Katy —le sonreí, era una linda niña de cabello
rojizo y pecosa que me ofreció su mano—. La podemos llevar a su casa, vive
cerca a la nuestra.
—Claro. Entren a la parte de atrás del auto.
Fue gratificante ver que por fin tenía una compañera, Katy me indicó a
donde quedaba su casa y era a unas pocas cuadras de la nuestra.
—¿Ustedes viven en la casa gigante que antes era la casa fantasma? Es
misteriosa.
—¿Misteriosa? —la miré por el retrovisor, Katy hablaba y Anabel miraba
por la ventana.
—Si. Todos le tenían miedo, pero ahora que la arreglaron, todos hablan de
lo bella que quedó. Deben tener mucho dinero.
—¿Por qué le llaman así? —la niña se quedó con la palabra en la boca, mi
sobrina la interrumpió.
—¿Tía podemos invitarla a la casa?
—Claro —retomé la conversación con Kate —. ¿Qué dicen de ella?
—Que asustan, hace unos cuatro años dicen que unos mendigos quisieran
adueñarse de ella, pero no soportaron los sucesos, salieron corriendo al
segundo día.
—¿De verdad?
—Si señora. Otras personas dicen que escuchan pasos, que los observan y
en ocasiones a media noche ven la sombra de un hombre —frené en seco.
Anabel se asustó. Sé que me oculta algo. —Lo siento, ¿por dónde es?
—En la siguiente cuadra gira a la derecha, en la casa de la mitad de la
cuadra vivo yo. ¿Cuánto les costó?
—Fue una herencia —le dije mirándola por el retrovisor.
—Yo vivo aquí.
Me bajé para acompañarla hasta la puerta. Salió una mujer de facciones
latinas, cara afilada, supuse que la niña se debía parecer a su padre por que a
ella no le sacó nada. Katy la saludó con afecto.
—Muchas gracias por traerla —dijo la señora.
—No hay problema —me presenté—. Mucho gusto, Laura Mclaend.
—Carmen Mendoza —respondió con timidez.
—Hasta mañana Anabel —se despidieron las niñas.
—Nos vemos Katy —mi sobrina me miró, sus ojos brillaron como jamás
lo habían hecho—. Podemos pasar por ti mañana para asistir a la escuela —la
madre de la joven me miró avergonzada.
—Por mi encantada —las niñas sonrieron.
—Usted es muy amable —crucé la mirada con la madre y supe que algo
pasaba, no están bien en esa familia. Miré al lado izquierdo, una vecina se
asomó y me lanzó una mirada indignante—. No quiero que se vea obligada,
no es conveniente.
—No me interesa lo que piensen —contesté en voz alta, mi intención era
para que escuchara la señora, la vecina miró por encima de los hombros—.
No me interesa lo que diga la gente, ahora Katy se convirtió en la amiga de
mi hija, serán bienvenidas a nuestra casa cuando —me sonrió—. Mañana
pasó por ella y la recogeré al salir.
—Gracias.
Las niñas se despidieron una vez más, entré al auto con mi sobrina, las dos
personas que se percataron de que yo salía de la casa de Katy me miraron
como si hubiese cometido algún delito.
—¿Anabel sabes algo de la vida de Katy? —cerramos las puertas del auto,
me puse el cinturón de seguridad—. Ponte el cinturón hija.
—Son pobres y pronto tendrán que entregar esa casa porque la mamá no
tiene trabajo, es huérfana de padre que las dejó llenas de deudas. Ella lava la
ropa de los rectores para que Katy pueda estudiar, por eso ningún niño se le
acerca, son pobres.
—La escuela es así de elitista.
—Parece que tienen necesidades.
—¿Y es que los vecinos se creen de mejor familia para que me miren así
porque estoy hablando con ella? —se encogió de hombros.
—Si. Los vecinos quieren sacarlas, la otra vez una abogada intentó
desalojarla, dijeron que eso no es conveniente para el vecindario —nos
miramos. Intentó hablar, pero yo la interrumpí.
—Vamos a ver a quien sacan, claro que las ayudaré cariño, mañana
cuando te deje en la escuela pasaré a hablar con la mamá de Katy.
—Gracias Laura. Yo le dije a Katy que tú la ayudarías.
—Que bien me conoces. Te cayó muy bien esa niña ¿cierto? —le dije,
entrabamos al garaje.
—Ha sido la única niña que se me ha acercado y lo hizo para que
fuéramos dos bichos raros —solté una carcajada.
Tomé la vasija que dejé en la entrada del garaje.
—La casa huele a rico —dijo.
—Cociné —abrió los ojos, dejó su maleta en el estudio y corrió a la
cocina. Mientras que yo me sentí reconfortada, ¿qué tiene esta casa?
—¿Por qué hay sal en la cocina? —gritó.
—¡Estoy paranoica! —sonreí—. Anabel ¿por qué recogiste los recipientes
de sal que dejé en lugares estratégicos? —me miró pensando en su respuesta.
—No es necesario —con un gesto de indignación, se cruzó de brazos—.
¡Aquí no nos pasará nada! —tomó la escoba y comenzó a barrer la sal que
esparcí en el piso de la cocina.
—¿Segura? —pregunté mientras botaba la sal que tenía en la mano.
—¡Por supuesto! —me gritó—. Lo siento —dijo en voz alta, luego me
miró—. Lo siento Laura.
—También perdóname, pero hoy creí ver a un hombre en la cocina, me
asusté, además concuerda con lo que dijo Katy —desvió la mirada.
—Estas paranoica, y es una amiga —abrí mi boca. Evitaba verme a los
ojos—. Tengo hambre.
—Ya te sirvo —no dejé de mirarla.
Los días pasaron, Brenda ahora contaba con una secretaria y era la madre
de Katy. Nosotras saldamos la hipoteca que ella tenía ante el banco, y con
una parte de su salario nos daba una cuota para ir descontando el dinero que
le préstamos sin intereses, las niñas pasaban revoloteando a diario por la casa
hasta que Carmen pasaba por su hija, uno de los autos de mi abogada era de
Carmen. Era mexicana y su historia es un poco dramática, se había casado
con un norteamericano que murió hace dos años y lo único que les dejó fue la
casa hipotecada. Ahora todo tomaba su cauce, Anabel disfrutaba de una
niñez. Mi querida abogada agradeció al cielo, nunca pensó que necesitaba
ayuda, hasta que Carmen la liberó de tanto trabajo y no solo eso, era muy
eficiente e inteligente, el próximo año estudiará administración laboral.
Desde que vivíamos en San Francisco la vida nos cambió, disfrutábamos
como lo merecíamos, había calor de hogar, el libro no había cambiado,
Antonia no ha escrito, eso me tranquilizó, cada vez que sale algo es para
alterarnos. Ella escribió que aquí viviríamos seguras y era cierto, mi sobrina
se convertía en una niña y jugaba como tal. En su habitación dejé la caja de
Antonia. Mientras tanto yo amo más esta casa, Anabel no es la única que se
siente protegida, yo me siento amada y es raro, tampoco sé cómo
explicarlo…
Los días transcurrían, salía con las dos niñas a centros comerciales, a cine,
a comer, aunque le tomé el gusto a la cocina y en la semana preparaba cuatro
veces el almuerzo. Brenda nos visitaba los sábados, nos adaptamos a nuestra
nueva vida. Algunas veces yo sentía cosas extrañas, y por más que mi
pequeña decía que no había nada, yo no le creía, veo sombras en la noche,
por eso dejé de trabajar en el despacho hasta altas horas y ni qué decir cuando
me baño. Me siento… ¿deseada?, he soñado… reconozco que me humedezco
una y otra vez, al revivir mi última noche, esa en la que me entrego a él. Es
un sueño ¿por qué aun lo deseo como la primera vez? Si él jamás ha
existido.
CAPÍTULO 14
OBSERVADA

La mudanza con las viejas cajas hace más de dos semanas las había
acomodado en el garaje, no las he abierto aún, estoy ocupada como niñera en
las tardes y cocinera en las mañanas. No le había prestado atención, pero
había decidido que diariamente tomaría una caja para ver que había en ellas y
acomodar en cualquier parte lo que deseo preservar. Después de dejar a las
niñas en la escuela me cambié de ropa, desempolvé la primera caja. Yo
insistía en lo mismo, en los últimos días era más intensa la sensación de ser
observada y anhelada. Anabel decía que no había nada malo y me lo
demostraba con su tranquilidad, eso me hacía dudar. Me puse una sudadera y
sentí pena al hacerlo, miré a mi alrededor… ¡no hay nadie! —no seas tonta
—. Terminé de cambiarme, me dejé puesto un top y una chaqueta, bajé al
garaje y emprendí mi nueva labor. Tomé la primera caja y me senté en las
escaleras para abrirla. En ella había guardado lo que nos pareció importante
al salir del orfanato —sonreí—. La corriente de frío se posó en la parte de
atrás y algo más frío tocó mi espalda, me levanté sobresaltada mirando las
escaleras, no había nada ni nadie. Se me humedecieron los ojos, gracias a
Dios sonó mi celular porque por poco salgo corriendo de la casa.
—¿Aló? —no miré la pantalla.
—¿Laura? —era Frank. Sonreí me sentí tan, pero tan agradecida que
llamara.
—Hola Frank, ¿cómo estás? ¿Qué abandonadas nos tienes? —le reclamé,
el corazón me latía a mil por hora.
—Te dije que saldría de viaje, apenas acabo de regresar.
—Es cierto, lo había olvidado. ¿Cuándo nos visitas? La casa es hermosa,
te sorprenderás al ver el comportamiento de la niña.
—Eso me comentó Brenda, hablé con ella para que me diera tu dirección.
En estos días las visito, debo arreglar un par de pendientes y luego puedo
ausentarme un par de días.
—Te estaré esperando. Cuídate.
—¿Me extrañas?
—Por supuesto que te extraño —no debí decirle eso ¡ahora debes
arreglarlo!—. Eres un buen amigo.
—Sí, la ilusión sólo duro un poco —suspiró—. Nos vemos pronto.
—Te espero —terminé la llamada. Miré al techo, por algún lado se debe
filtrar esa corriente de aire, ¡otra vez paranoica! Pero no había abertura por
ninguna parte ni ventana cerca para que entre el viento de esa forma. Arrastré
la caja y me senté en el sofá, continué sacando lo que había en el interior.
Me llegaron tantos recuerdos, la bolsa de Ana, tenía en su interior un par
de medias rotas, eran las que me prestaba en las noches de frío. Saqué
también un gorro horrible de lana con franjas rojas y verde navideño, se lo
ponía a diario, no sé por qué le gustaba tanto —sonreí—. En ese instante un
recuerdo me invadió. Mi mente voló a una inmensa sala de una fina familia,
alguien observaba y al mirarlo, él desviaba la mirada, sonreí al descubrir que
no le era indiferente a ese hermoso joven, sentí un hormigueo en mi
estómago, sin duda le interesaba —así me siento en este instante, como si me
miraran de esa manera—. Sacudí mi cabeza. Metí las ropas viejas en la caja,
la llevé hasta el garaje dejándola en el otro extremo para saber e ir
clasificando lo que utilizaría, guardaría o botaría. Tomé otra, en ella había
cristalería que habíamos comprado a los dos meses de ser ricas. Las saqué y
las dejé en la cocina, hay que lavarlas, ya sabía dónde las guardaría, en el
bello mueble de madera que había comprado junto con los muebles de la
segunda sala, se verán perfectas ahí. Me entretuve lavándolas, cuando sentí
como si me hubiera puesto un témpano de hielo en el cuello y retirado al
mismo instante. Se me erizó la piel, en esta ocasión no pude más. Salí
corriendo y de paso tomé mi cartera, donde guardé las llaves del auto, me
apresuré a salir, las manos me temblaban, estacioné el auto en la entrada del
colegio y esperé a que mi pequeña saliera. Cuando ellas jugaban en la casa no
sentía la corriente fría. Pero la sensación de ser vigilada se incrementaba a
diario. Vi a mi pequeña en compañía de su amiga Katy. Las dos subieron al
auto y Anabel me miró.
—¿Pasa algo Laura? —respiré profundo.
—Después hablamos —le guiñé un ojo—. Hola Katy, ¿cómo les fue?
— No me siento muy bien —tomé su temperatura.
—Vamos.
Dejé a Katy acostada en la cama de huéspedes, bajé a buscar la medicina
para bajarle la fiebre. Le di una cucharada, le pedí que se quedara acostada
hasta que se le pasara el malestar. Cuando bajé mi sobrina esperaba al
comienzo de las escaleras.
—Anabel… —levantó la mirada—. Dime la verdad, por favor. ¿Hay
algún fantasma en esta casa?
—No. ¿Por qué? —desvió la mirada, se cuándo miente.
—Porque… —ella parecía nerviosa—. Tal vez mi mente está sugestionada
que a veces creo que alguien me mira.
— No hay nadie malo Laura. Yo me siento tranquila, aquí viviremos
seguras —alzó las manos.
—Ya lo sé —sonreí a media—. No me prestes atención. ¿Quieres comer?
—¿Qué preparaste hoy?
—Pollo al horno —ella se saboreó realizando una exagerada mueca.
Desde hace dos semanas, la sensación se ha intensificado, sobre todo en
las noches. Siento pena conmigo misma al colocarme la pijama de pantalón
corto o las batas de seda. Es esa sensación en la que le agradas a tu esposo y
él desea intimidad contigo. Eso era lo que sentía, como si alguien deseara
tanto mi cuerpo que quisiera quitarme la ropa. Me metí en la cama, ya no me
quedaba en el despacho respondiendo los requerimientos de Brenda, por esa
razón. Me acostaba y desde ahí trabajaba en internet hasta que me diera
sueño. Mi costumbre era mirar el libro de Antonia antes de dormir y en esta
ocasión volvió a dejarme fría. En él había algo escrito. Que no entendí, pero
sé que la nota tenías que ver conmigo.

No temas querida.
Hay amores que son eternos,
indestructible e intensos. En ocasiones
una mirada es el sello de un fuerte
lazo, no todos los seres humanos
tienen la capacidad de amar sin
importar nada. No temas, no le temas
a lo que sientes. Recuerda, es
indispensable que recuerdes, vuelve a
vivir.
—¿A qué no debo temer? —hablé en voz alta, no comprendí. Cerré el
libro, puse el despertador en mi nochero y el otro para que sonara cinco
minutos después. Ya que ahora duermo toda la noche.
Reanudé mi labor de sacar las pertenencias viejas, encontré algo que había
olvidado. Eran dos diarios míos, que los escribí un tiempo después del
nacimiento de mi sobrina. Me quedé mirándolos, con miedo de abrirlos. No
quiero leer, en ellos… he tratado de enterrar lo que escribí. Lo que… me ha
marcado a tal punto que me es imposible tener una vida con un hombre. Sentí
el paso de la corriente helada a mis espaldas había comenzado a utilizar
bufanda para no sentir ese frío aterrador. Gracias a Dios sonó el timbre de la
casa, dejé los dos diarios en la mesa de la sala, el resto de la caja la dejé en la
entrada del garaje. Cuando abrí era Brenda, con su acostumbrado ritmo
acelerado.
—Tengo prisa y regálame algo de tomar por favor —le sonreí, y nos
dirigimos a la cocina.
—¿Cómo vas con Carmen? —le pregunté mientras le ofrecía un vaso de
jugo.
—Excelente trabajadora. Necesito que me firmes estos documentos por
favor —me miró—. ¿Qué haces con bufanda?
—Es que… —abrió los ojos.
—No me digas que hay un fantasma Laura por qué no lo soportaría más —
sacó de su bolso una bolsa de sal, sonreí al verla, es demasiado cómica en
cada expresión que hace—. No te rías.
—Anabel insiste en que no, si eso te hace sentir segura —la miré, como le
explicaba a Brenda lo que me pasaba—. Es solo… —me dirigí al
refrigerador, tomé un cubo de hielo, se quedó de pie buscando la hoja que
debía firmar, de espalda a mí y se lo coloqué en el cuello—. Ella dio un salto
y el grito emitido me hizo reír a carcajadas, se vio muy chistosa esparciendo
sal por todos lados—. Fui yo.
—¡No vuelvas hacer eso Laura! —gritó.
—Necesitada decirte lo que a veces siento en esta casa. Es como si un
cubo de hielo se me pegara en el cuello por un instante —su rostro se
contrajo, intentó hablar, pero le tomó unos minutos analizar lo que le decía.
Habló después de suspirar varias veces.
—¿Y Anabel te dice que no hay nadie? —afirmé, tomé el esfero y firmé la
hoja que trajo.
—Sí y le creo, porque no siento miedo, es solo… no lo sé —le daba
demasiada importancia—. ¿Qué otros papeles debo firmarte?
— Por favor… ¿Tienes una bolsa extra de sal? —sonreí.
— En la alacena toma las que quieras.

Cuando Brenda se retiró tomé otra caja del garaje y lo que había en ella,
ya no me interesaba, la coloqué en el montón que iba a desechar. Volvió a
sonar el timbre. Ahora que se le quedó a Brenda. Pero no era mi abogada la
que esperaba en la puerta. Era un hombre calvo muy bien vestido que se
presentó como el representante del padre de Anabel…
CAPÍTULO 15
VISITAS INESPERADAS

Me quedé fría, miré el reloj y faltaba más de una hora para recoger a mi
pequeña.
—¿Puedo pasar? —dijo muy amable.
—Por supuesto —mi mente trataba de hacer una rápida conjetura, ¿cómo
un fantasma contrataba a un abogado? —. ¿En qué puedo ayudarlo? —le
indiqué el camino hasta la sala.
—Me llamo Máximo Baker.
—Mucho gusto, Laura Mclaend —lo miré fijamente, recordando las
palabras escritas de Antonia.
—Como le dije. Soy el representante del padre de la niña Anabel, vengo a
hablar con usted.
—¿Sobre mi sobrina? —el corazón me palpitaba afanosamente—. Que
está exigiendo ese descarado señor.
—No es su hija hasta donde tengo entendido —no le aparté la mirada ni
un solo instante, él se intimidó un poco—. El padre está exigiendo su
paternidad —me reí en su cara.
—Vaya que hay seres descarados. ¿Le comentó el padre que legalmente
tengo la custodia?
—La niña no tenía a sus padres.
—Pues que eso lo decida un juez —el señor me miró.
—¿No quiere escuchar la propuesta que le traigo? —abrí mi boca.
—Adelante —me crucé de brazos.
—El señor Arturo está dispuesto a darle una muy considerable suma de
dinero para que los trámites se hagan lo menos traumáticos…
—¿Disculpe? —lo interrumpí—. Mire a su alrededor señor —obedeció—.
¿Usted cree que yo necesito dinero? —tragó en seco.
—Si no se llega a un acuerdo con usted, la niña se debe quedar en una
casa neutral hasta que un juez decida a quién darle la custodia…
—¡¿Qué?! —no le aparté la mirada, él en cambio miró al piso—. Señor
Máximo usted no tiene la culpa de haber sido contratado por un degenerado.
Solo quiero que le diga a su cliente que mi sobrina no saldrá de mi protección
¡jamás en la vida! —fui interrumpida.
—Disculpe, pero si un juez… —lo interrumpí yo a él.
—¡Disculpe, nada! y déjeme terminar por favor —levanté la voz y él se
mordió la lengua—. He estado al lado de Anabel desde que nació, le juré a mi
mejor amiga cuidarla y velar por ella. Es mi hija porque así lo siento.
—Pero él es el padre y no sabía de su existencia.
—No sea ridículo. La embarazó, desapareció un día cualquiera y ahora
tiene el descaro de decir que Anabel se quede en un lugar como ese mientras
¿pelea una custodia? —levanté una vez más la voz—. Dígale, sobre mi
cadáver Anabel pisa un orfanato, jamás tendrá a mi hija, y restriéguele que no
me importará gastarme la fortuna que tengo con tal de defenderla, es mi hija
—vi vergüenza en él—. Pregúntele si así es como ama a su hija, que la está
mandando a un orfanato.
—Señora…
—Déjeme hablar y entienda. Me crié en un orfanato con la madre de
Anabel, yo sé lo que es pasar hambre y frío en un lugar como ese, sé lo que
es no tener a una mamá que te dé un abrazo en noches de tempestad. ¿Ahora
usted me está diciendo que someta a mi hija a un lugar de esos? —los ojos se
me humedecieron, sabía que no lograría evitar las lágrimas, tocaron mi punto
débil, no iba a perderla—. Lo veo en un juzgado, hasta ese día verá a su hija,
si es que en verdad le interesa.
—Si señora yo… —bajó la mirada—. Disculpe. Él piensa seguir y según
su posición será en un juzgado.
—Su tarjeta por favor, mi abogada lo contactará —me la entregó, lo
acompañé a la puerta.
Me quedé sentada en las escaleras llorando. Recordé, esta era la tercera
vez que lloraba, si no cuento las veces de llanto en mi sueño. La primera vez
fue la madrugada en la que nació Anabel, ¿cómo era posible que este
fantasma haya dado tan pronto con nosotras? Me sequé las lágrimas, corrí
hasta mi habitación, cuando lo hice atravesé la corriente de aire, pero no me
importó. Miré el libro de Antonia y en el sólo estaba escrito en una plana
completa:

Perdóname
No decía más nada. Tomé el celular, llamé a mi abogada.
—¿Brenda? —mi voz la alteró.
—¡Qué te pasa Laura! —gritó.
—Ven por favor —bajé con el libro de Antonia, ella me diría si el
fantasma entraría. No demoró. Escuché el frenar de su auto, la puerta la había
dejado abierta para que entrara.
—¿Qué pasa Laura? —no pude hablar, comencé a llorar en su hombro,
esperó a que me tranquilizara. Desde la muerte de Ana no me había visto
llorar. Yo sentía dos dolores al mismo tiempo, era muy extraño lo que mi
pecho experimentaba.
—Toma —le entregué la tarjeta del abogado y con la bufanda me limpié la
nariz—. Es el abogado del padre de Anabel —en sus ojos vi una revelación
—. ¡Anabel! —ella corrió detrás de mí, nos subimos en su auto, lo había
dejado sobre la calle, la puerta de mi casa quedó abierta. Brenda manejó a
toda velocidad, no esperé a que apagara el auto cuando salí precipitadamente
y corrí hasta la entrada de la escuela. En el aula mi pequeña sonreía por algo
que la maestra decía, tan tranquila e inocente de lo que pasaba a su alrededor.
—Ella está bien Laura —dijo mi amiga—. Debemos hablar con la rectora,
decirle que está prohibido que alguien salvo tu o yo pasen a recogerla.
—Por favor —la miré.
—No te preocupes, yo tengo arreglado ese trámite y te hago partícipe de
que tienes la custodia legal —arrugué mi frente—. ¿Te acuerdas la mañana
cuando me preguntaste que me pasaba? —afirmé—. Bueno en una de las
cartas que Antonia me dejó, decía que debía hacer los papeles para que fueras
la tutora legal. Esa mujer sabía lo que pasaría —sentí una alegría en mi
pecho, la abracé fuerte—. Y si él envió a un abogado es porque algo impide
que entre en la casa.
—Puede ser. Pero es vulnerable en la escuela.
—Tendrás que bañarla en sal como hago yo —le sonreí.

La campana sonó, esperamos a que salieran las niñas. Anabel se asustó y


al verme le afirmé de forma sutil, que volvió a encontrarnos.
Ella se me quedó al costado.
—Él no vino, envió a un abogado. Brenda ya lo solucionó, yo soy tu
madre legal —me abrazó.
—Vamos a la casa rápido, no lo dejarán entrar —me miró y sonrió—
¿Ahora puedo decirte mami?
—Las veces que quieras hija.
—¿Y, yo paso a ser? —preguntó mi amiga cruzando los brazos.
—Tú siempre serás mi tía chistosa.
—¿Qué? —hizo esa expresión con los ojos, que sólo ella sabe
hacer , todo su cuerpo habla. Nos reímos.
—Gracias tía por lo que haces por nosotras, eres la mejor amiga de mi
madre —lo que le dijo la desarmó y se le salieron las lágrimas después de un
sin número de gestos para evitar que no le salieran.
—Eso es lo más lindo que me han dicho —se limpió la nariz con un
pañuelo desechable que sacó de la guantera.
—Compremos comida y almorcemos en la casa.
—Me parece buena idea —dijo Brenda—. Es mejor que no estemos por
fuera, no quiero toparme con ese mal nacido y que pueda llevarse a mi
sobrina —sonrió—. Ahora tengo una sobrina —nos reímos por la cara que
puso.
Al quedarnos solas, Anabel me ayudó a lavar los platos, fui sometida a un
sin número de preguntas —. Me gustó la palabra que utilizó “mami”. Y quería
mantener una conversación para no pensar.
—¿Laura, fue muy horrible el orfanato? —ella sabía nuestra historia y
jamás se había interesado en saber los detalles.
—Sí, es muy desagradable pasar las noches con hambre, frío y para colmo
con una tormenta llena de truenos y relámpagos iluminando la habitación —
me miró—. Es feo no tener a una familia que te abrace y te haga sentir bien.
—¿Por qué nunca te has casado? —miró a la mesa en la que había dejado
los dos diarios.
—Porque no he encontrado a mi príncipe azul —comenté, si supiera que
ya me lo inventé.
—Te lo dije —habló.
—¿Qué? —ella desvió la mirada, siguió mirando la sala.
—Nada.
—¿Jamás haz amado? —me quedé pensando. Sonó el timbre, se asustó.
Me levanté, miré por el visor de la puerta, sonreí cuando reconocí de quien
erra.
—¡Anabel! —la llamé abriendo la puerta, era Frank el que nos visitaba.
Me entregó un hermoso ramo de rosas rojas y un peluche de felpa para mi
pequeña.
—Hola —dijo, me besó en la mejilla, está nervioso. La niña salió de la
cocina y se quedó al finalizar el pasillo—. ¿No piensas saludarme? —le
sonrió, se dirigió hasta donde él, pero no se le tiró como acostumbraba
hacerlo. Frank me miró, yo me encogí de hombros.
—Qué alegría verte —le dije, cerré la puerta.
—Vaya casa la que tienes —exclamó al entrar.
—Acompáñame —. Entré a la cocina en busca de un jarrón, lo llené de
agua y coloqué las flores—. Gracias por el detalle, están hermosas.
—No más que tu —me sentí incómoda. Anabel llegó y movía sus manos,
está nerviosa, actúa extraño.
—¿Te pasa algo hija?
—¿Vas a salir con Frank? —crucé la mirada con él.
—Hoy no —respondió él, vine para que supieran que estoy aquí por un
par de días. Además, quería verlas.
—Ya tengo sueño —la miré.
—Ya regreso Frank, sírvete lo que quieras —la llevé hasta su cuarto—.
Esa no es manera de recibir a Frank, él es nuestro amigo.
—¿Si, pero vas a aceptar ser su novia? —abrí mi boca, se comporta
diferente, debo aclarar muchas cosas con ella.
—No lo sé. Él me agrada, tal vez más adelante —cuando pronuncié esas
palabras, un dolor en mi pecho se afianzó.
—Yo no… —no habló más, se le aguaron los ojos—. Hasta mañana —
hasta mañana cariño. Te amo.
—Yo también —me duele el pecho, como si me extirparan el corazón.
Al llegar a donde Frank me recibió con una copa de vino. Sonrió al verme,
le correspondí la sonrisa mientras me hacía una seña para ver si yo aceptaba
acompañarlo.
—No tomo —le contesté.
—Es solo vino —negué con la cabeza.
—Nada.
—¿Qué le pasa a Anabel?, pensé que se alegraría de verme —noté un
poco de tristeza y decepción en la voz.
—Yo también —tomé el jarrón con las flores, lo llevé hasta una de las
mesas en la sala. Me sentía incómoda y al mismo tiempo tenía una opresión
en mi pecho, regresé a la cocina, Frank no se había movido un centímetro.
—Las he extrañado —me incomodó esa mirada, él le dio la vuelta a la
mesa para quedar frente mí, tan cerca que me asustó un poco, no me aparté.
Acarició mi rostro y el dolor en mi pecho fue más fuerte, poco a poco se
acercaba, cuando estaba a punto de tocar mis labios me alejé.
—Ni se te ocurra besarme, Frank —mi voz fue tan determinante, que él se
alejó de mí.
—¿Por qué?
—¿Por qué?, ¿qué? —le contesté.
—¿Que te pasó Laura? Eres hermética a la idea de tener una relación —me
quedé callada. En ese momento mi mente recordó la primera vez que recibí un
beso, aunque fue en un sueño. Se lo que sentí y fue tan real—. Porque no te
quitas ese muro. No te has casado y por lo que me han contado jamás has
tenido novio. Laura por favor dime ¿qué te sucede? ¡Eres más cerrada que
Anabel! —no le contesté, di la vuelta para salir de la cocina, el me agarró de la
mano—. Por favor dime si tengo esperanzas —mis ojos se encontraron con los
suyos.
—No.
—¿Por qué? —me suplicó. Sé que es un buen hombre.
—Porqué le entregué mi cuerpo, alma y vida a un sueño —ya lo había
dicho. Salí de la cocina, al hacerlo en el pasillo atravesé la corriente de aire
más helada de lo que estoy acostumbrada.
—¿Qué estás diciendo? —Frank me detuvo en la sala.
—Lo que escuchaste. Jamás podré ver a nadie sin compararlo con él.
—¿Y quién es él?
—Debes irte por favor —no quería volver a recordarlo, el revivir una vez
más ese recuerdo, si lo hago me costaría un par de años con depresión.
—¿Laura? —su mirada era suplicante, me había quedado en trance.
—¡Vete! —no podía aguantar más las lágrimas.
—Fue un error presentarme con la estúpida ilusión...
—Lo siento —lo interrumpí—. Primero debo salir de mi problema para
poder dejar que alguien entre en mi vida —me crucé de brazos, entendió.
—Nos vemos otro día —sentí un poco de pena, es mejor que se
decepcione ahora, yo no puedo amarlo.
—Por favor no te alejes —le susurré. Me abrazó fuerte y las lágrimas
corrieron por mi mejilla—. Perdona lo egoísta, no puedo amarte como
hombre, pero te quiero…
—Como amigo —terminó la frase. Yo asentí.
—Si. Haz sido mi único amigo —me besó en la mejilla.
—No me pidas tanto, dame tiempo por favor.
—No tardes —me secó las lágrimas con sus dedos.
—Te estaré llamando —dijo y salió.
—Me parece bien.
Cuando Frank se fue me quedé sentada en el sofá. En la mesa había dejado
mis viejos diarios, los tomé y acaricié por un buen rato. Las palabras de
Antonia decían que recordara, que reviviera el amor —eso era—. Porque ella
quiere que yo me atormente con el recuerdo. Aun así, abrí el diario, en la
primera página plasmé el mejor de los recuerdos que tengo de ese mágico
sueño, había narrado lo más importante de mi experiencia. No solo me ayudó
en esos días de decepción, si no que era un requisito que me pidió Antonia
años atrás, después del nacimiento de Anabel. Fue un sueño, aunque en él
viví el equivalente a tres meses. Los mejores tres meses de mi vida.
CAPÍTULO 16
MI DIARIO

8 de diciembre

Hace cuatro días nació Anabel la hija de mi mejor amiga,


será mi sobrina. Debería estar feliz porque la esperaba,
anhelaba ese nacimiento, pero no es así… una parte de mí
murió al despertarme hace cuatro días del más extraño
sueño, uno al que quisiera regresar, volver a esa época.
Es la primera vez que hago esto, escribir en un diario, me
es difícil plasmar el sentimiento, pero trataré de ser lo más
clara, es una solicitud de mi benefactora, además porque
recordaré y volveré a vivir… es como ver tu película
favorita, sólo que más triste, es ver una versión
distorsionada, un episodio de tu vida.
Hace cuatro días regresé del banco, con un hermoso
regalo. Un collar que debo llevar siempre conmigo, en
forma de hada, emana una luz azulada, parece contener
algo en su interior, no me atrevo a destapar. Cuando me lo
entregaron mi piel se estremeció, no sé cómo describirlo.
La carta decía, “es vital conservarlo y cuidarlo, jamás debe
caerse, ni romperse ni perderse, consérvalo para que sea
utilizado en el momento oportuno”… al colocármelo mis
ojos comenzaron a pesarme y temí estrellarme
conduciendo. En el apartamento le pedí a Ana que sólo me
despertara si rompía fuente, mi deseo era dormir.

Fui envuelta en un extraño sueño. Es más, aunque


parezca una locura no fue un sueño. Fui consciente de lo
que pasaba a mí alrededor, sentí que volé, no era una
especie de regresiones, no. Mi cuerpo no estaba en la cama,
ni mi alma se salió de mi cuerpo, solo dejé atrás la
habitación. Centenares de imágenes pasaban frente a mis
ojos, era como ir retrocediendo en el tiempo, todo se
retrocedía de forma rápida, vi los diferentes modelos de
auto, hasta que desaparecieron y surgieron los carruajes, en
ese instante me detuve. Estuve consciente, mi sueño me
trasladó al pasado. No sabía en qué año, pero todo
alrededor era muy real. Una señora de avanzada edad con
ojos color miel dijo que no era la vestimenta apropiada, me
llevó a una bodega, centenares de personas bajaban de un
barco, ¡es un puerto! ¿Qué hago en un puerto? El traje que
me entregó me pareció fantástico, estoy convencida que
cada mujer sueña con esta época donde el glamour y la
inocencia se vive a flor de piel. La anciana dijo algo muy
extraño.
—Solo tienes hasta la madrugada del 4 de diciembre.
Regresaras después de la boda de tu prima —arrugué mi
frente, no tengo familia—. Por favor vívelos, en tu equipaje
encontrarás lo necesario, piénsalo y ella te suministrará lo
que pidas.
Quise hablarle, pero en un descuido desapareció. Salí de
la pequeña habitación, al parecer ahí era donde
almacenaban varios baúles, quedé extraviada en ese lugar.
Miré a mí alrededor, el letrero citaba, puerto de Londres —
era imposible, yo no puedo estar en otro país—. Me quedé
en el mismo lugar, esperé unos segundos. Hasta que me
llamaron por mi nombre. No comprendía y me sentí
confundida, ¿Cómo sabían mi nombre? Cuando ubiqué la
voz que me llamaba, una hermosa dama muy distinguida
agitaba su mano, se acercó y se presentó como mi tía. Fue
muy cálida, la acompañaba el joven más atractivo que mis
ojos habían visto. Era mejor que los famosos de
Hollywood, esos catalogados como los hombres más sexis
del planeta, tenía porte de modelo, era perfecto a simple
vista, alto, cero grasas, cabello castaño claro y ojos grises.
Las lágrimas recorrían mi rostro mientras leía lo que había escrito hace
tantos años. Me levanté dejando el diario abierto, saqué una cobija del cuarto
de lavado, regresé al mueble para seguir leyendo lo que había olvidado. O eso
fue lo que pensé, Mi resumen fue muy específico. Solo escribí, nunca lo
había leído hasta hoy, me limitaba a revivir la historia en mi mente. Me
envolví en la sabana acolchada y continué.

Sentía la mirada constante de ese apuesto joven, no sabía


quién era así que preferí mantenerme al margen,
escucharlos hablar, la señora se había presentado como mi
tía, su nombre era Isabel de Lecontte, el joven resultó ser
mi primo Franco Lecontte. Me dio tristeza saber que era
primo, al parecer a él también, insistió en preguntarle a su
madre en qué grado de familiaridad nos encontrábamos y
para sorpresa nuestra nos ubicamos en la cuarta generación,
no entendí, jamás he tenido un familiar así que no sé qué
significan los grados sanguíneos. A él le brillaron los ojos
al escuchar la respuesta de su madre y yo también lo
disfruté, aunque no sabía porque me sentía feliz. Una
vocecita me decía que yo tendría algo con él. En mi pecho
se acumuló un sin número de sensaciones, es lo que
buscaba, necesitaba, deseaba y merecía. Me distraje
observando a mi alrededor, era imposible que mi cerebro
pudiera recrear esta época de forma tan real, como si en
verdad caminara en ella, tenía la misma sensación de
caminar por la ciudad de los Ángeles, el entorno era
perfecto, las representaciones pictóricas de mi memoria se
recrearon tan nítidas que me era imposible no creer en su
veracidad, no tenía fragmentos ni trazos borrosos que
dañaran mi visión. En definitiva, no era un sueño, era una
realidad, de alguna forma había viajado en el tiempo.
—¿Qué día es hoy? —pregunté.
—Septiembre 10 de 1810 —me respondió el joven
Franco.

Alcé una de mis cejas. Esto era absurdo, debe de ser un


sueño, ¿o es una realidad?, me quedo con el sueño, ese
concepto lo puedo manejar. Las calles adoquinadas y otras
destapadas hacia que el carruaje se moviera más de lo que
se ve en las películas clásicas. La ropa es un sueño, me
siento como una princesa en uno de los cuentos de Disney,
como La Cenicienta, La Bella Durmiente o La Bella y la
Bestia. ¡Es fantástico! Poco a poco nos alejamos de las
casas antiguas y comencé a ver más naturaleza, el aire era
diferente, se respiraba en verdad aire puro. Debo tener
cuidado, hasta que no comprenda lo que me está pasando.
Es demasiado real para ser un sueño.
Debo preguntar antes de meter la pata en este enredo de
viaje o sueño. Llegué a una casa, bueno a una mansión del
siglo XVIII con jardines extensos, la entrada era imponente
de puertas grandes en madera que se abría en dos como la
de los castillos medievales, su interior era amplio, lo más
hermoso era la escalera majestuosa en el interior que
llevaba al balcón interno del segundo piso. Era un óvalo,
jamás había visto una casa como esa. Las paredes eran
claras, los muebles dorados, finos y de buen gusto. Toqué
cada mueble, cortina, mesa, parecían de verdad, sentí la
mirada de él en forma insistente, me hice la interesante, era
mi sueño así que podía manipularlo.
Resulté tener familia, tres primas lindas, una pequeña
con cabellos de resorte. Se notaba que eran hermanos,
tenían los mismos ojos grises y cabello castaño claro como
su hermano, que era tarde se quedó en casa, hasta que su
hermana lo avergonzó. El cambiaba muy rápido el color de
sus mejillas cada vez qué lo descubría mirándome, aunque
no sé qué tanto me miraba, pero me gustó la forma en que
lo hacía.
Pasé un par de páginas. Tenía tanto frío que me envolví aún más en la
cobija. Esta página citaba el acontecimiento en el comedor de la familia
Lecontte. Sonreí al leer esas páginas.

Todos estábamos en la sala, excepto Franco, él se


ausentaba en las tardes, y eso me disgustaba, era feliz
cuando permanecía en casa, a mi lado, aunque no nos
habláramos, me gustaba mirarlo y agradecía al cielo que no
me hubiera visto observándolo. Me impacientaba porque no
llegaba, pronto servirían la cena. Me sentaron al lado de
Guillermo que se había presentado sin avisar, el muy
atrevido intentó besarme, tal vez yo me lo busqué, estoy en
otro tiempo y a veces se me olvida que las costumbres acá
son diferentes. Aun así, no debía intentarlo. Mi pecho se
tranquilizó al ver entrar a Franco a la casa, si Ana estuviera
aquí sabría que mis ojos sonrieron con saber que él llegó.
En la cena lo noté distante, mal humorado y se atragantaba
de líquido, algo lo tenía incómodo, parecía enojado por
algún suceso personal. Al terminar la cena me enojé, al
saber que en ese tiempo las mujeres no decidían sino los
mayores, ellos arreglan la vida a sus hijas como creen
merecer, ignorando lo que uno quiere. No quería salir con
ese joven atrevido, y ellos ya habían autorizado mi salida.
Miré a Franco, él me gritaba con sus ojos que no saliera,
eso me llenó de valor y me enfrenté a mis tíos y dejé claro
mi punto de vista. Sutilmente, esa noche les dije que solo
aceptaría con un familiar y no estaba interesada en salir con
un hombre a solas. También les dije que venía de otras
costumbres, que podía decir cosas diferentes, pero que eso
no justificaba que me trataran como a una mujerzuela —esa
parte la dije por Franco, que me había hecho sentir como
una vagabunda la otra noche.

Los días pasaron, era más insistentes las miradas entre


los dos. Me alegraba saber que él no quería salir, sus
hermanas le gastaban bromas al respecto. Fue bastante
incómodo la mañana que me enseñaban a bailar el
tradicional baile de la época. Son muy largos y para cada
melodía hay una coreografía diferente, sólo me enseñaban a
bailar un baile, no me acoplaba a Lucía. Franco entró con
esa sonrisa pícara de hombre seductor, me tomó fuerte por
la cintura y la otra mano la estiró a una altura que parecía
ser la correcta. El calor se concentró en mi rostro y sentí
tanta pena, que se dieron cuenta las hermanas de Franco,
hasta él parecía disfrutar eso, mientras yo quería
esconderme bajo la tierra. Tenía la capacidad de hacer que
una mujer subiera al cielo, poseía ese don masculino que
nos gusta, esa capacidad para lograr someternos a cumplir
sus deseos con una mirada y dejarnos rendidas a sus pies,
es un seductor innato, con esa voz tan sensual, es natural él
sonreír de esa forma tan desquiciante. Debe tener miles de
mujeres tras él y ¿cómo se fijará en alguien como yo?
La mañana del día de campo me sentí bien al ver como
se comportaba una familia en un evento cotidiano, un paseo
familiar. Supuse que así sería hoy en día. Cada familia es
especial y esa parecía ser la perfecta para mí. Sabía que me
observaba, pero lo ignoré por un momento hasta que no
resistí, cuando nuestras miradas se encontraron le grité lo
que sentía por él. Un acontecimiento no planeado me
alarmó. Preparaban una carrera a galope en caballo, jamás
he montado en un animal de esos. Es más, les tengo miedo.
¡En mi tiempo hay autos! Mi corazón comenzó a palpitar,
me asusté y no sabía qué hacer, ¿cómo adelanto u omito
este episodio del sueño? aunque me he percatado que no
puedo manipularlo, no todo sale como quiero. Franco bajó
las escaleras, lo tomé de la mano, solo vernos fue suficiente
para que entendiera y le pregunté.
—¿Es necesario ir a caballo?, ¿yo no puedo ir en coche?
—esperaba que me entendiera la mirada.
—¿Te dan miedo? —me preguntó.
—Nunca he montado uno —le confesé.
—¿En qué te transportas? —no podía decirle que en
autos de cuatro ruedas, motor con caballos de fuerza, que
con solo hundir tres pedales se mueve según la velocidad
que te da una caja de cambios. Quedé petrificada hasta que
me salí por la tangente.
—En otros medios de transportes y en este… quiero
decir… ahora en carruajes.
Me encantó su caballerosidad, ese día se convirtió en el
mejor día que he tenido en muchos años, no se apartó de mi
lado, sus ojos pedían a gritos que no me alejara. Ya no era
necesario mantenernos lejos, sentíamos lo mismo. Fui yo
quien lo tomó de la mano sin decirle nada, pero al mismo
tiempo imponiendo un derecho, ya era mío, no permitiría
que se alejara, no me importó que su familia nos estuviera
observando, por mi parte el pecho se me quería explotar de
felicidad, el tenerlo cerca, de alguna forma se sentía igual,
algo nos conectaba.
Fuimos inseparables desde ese día, no me había besado y
lo deseaba, no sé qué lo detenía. En esos días nuestra
relación se basó en miradas y en decirnos lo mucho que nos
necesitábamos.
Me arreglaba lo mejor que podía para que me viera
hermosa, deseaba ser lo más importante para él, anhelaba
ser su todo.
Asistí con él a la fiesta donde fueron invitados los
hermanos Lecontte, entramos agarrados de la mano, no lo
pensaba soltar jamás en la vida, ya me había habituado
tanto a esa época y me sumergí por completo, me acoplé a
la vida en ese tiempo como si hubiese nacido en ella. Con
él me entendía muy bien bailando, dos veces se alejó de mí.
Una de esas para traerme algo de tomar, me di cuenta que
varias mujeres me miraron mal por ser su acompañante.
Deben ser las enamoradas que me había dicho Natali, jamás
las había presentado en su casa. Una de ellas lo siguió y
empezó hablarle. Sentí celos, ¡que atrevida! Me acerqué y
alcancé a escuchar su propuesta indecente, la sangre se me
subió a la cabeza. Primero muerta antes que permitir que
esta loba se quede con mi Franco.
—¿No podemos perdemos un momento? —no dejé que
contestara ya que la ira se apoderó de mí.
—Ni en sueños —le contesté en cuanto a escuché—. El
vino a esta reunión con su novia —no me importó quedar
como una celosa maniática, él era mío—. Eres tan
trepadora que no respetas ni te das tu lugar, que lástima
das, cuando un hombre no busca a una dama —hice los
signos de comillas con los dedos, ojalá comprendan esa
expresión en este tiempo—. Es por que no le interesa ¿aun
así le insistes? —no le aparté la mirada, era una
aniquilación de mi parte. Sé avergonzó la muy tonta y se
retiró, lo miré dándole a entender, conmigo no se juega y
no le aceptaré ni una más en su vida.
—¿Que fue eso? —ni yo sé lo que me pasó, no puedo
perderlo.
—¿A cuántas más debo espantarte? Dime la verdad —lo
acusé.
—A muchas —me contestó, creo que me mordí los
labios, me dieron ganas de insultarlo, ¡que cínico es! Pero
preferí calmarme, le quité la bebida de la mano—. ¿Somos
novios? —lo miré con indiferencia.
—No que yo sepa —contesté con rabia, no le presté
atención, me retiré, pero antes le dije—. No me lo has
pedido —no sé qué pensó. Llegué hasta donde Natali que
hablaba con su prometido, crucé un par de palabras antes
que una fuerte mano me tomara por la cintura
arrastrándome hasta la pista de baile, no pude evitar
sonreír.
—Discúlpame por asumir algo que no he solicitado —
dijo, volví a mirarlo, me abrazó y dejamos de bailar. Los
demás siguieron bailando. Así que me susurró al oído las
mejores palabras que hasta ese entonces había escuchado
—. No sé cómo tratarte, me atas con tan solo mirarme,
siento que eres mía y al mismo tiempo que no te tengo, me
estás volviendo loco Laura Mclaend, deseo con toda mi
alma que seas mi novia —nadie me había solicitado algo
parecido, me he criado en un orfanato femenino aislada del
contacto masculino, no supe qué hacer, me deleité mirando
al hombre más atractivo del mundo, Brad Pitt no hubiera
podido llegarte ni a los talones, le acaricié su rostro.
— Desde hace una semana soy tu novia, quería
escucharlo decir —le contesté, me estrechó contra su
pecho, esos brazos se aferraron a mi cuerpo y sus labios
tocaron mi frente, mil hormigas emergieron a deambular
por mi cuerpo, esa sensación jamás la había experimentado,
mis ojos comenzaron a picarme como nunca lo habían
hecho, sólo pude decirle—. ¿Realmente a cuántas más debo
espantar? Porque algunas mujeres están a punto de jalarme
el cabello.
—A ninguna —respondió, fui consciente que acunó mi
rostro y me besó. Me quedé estática, delante de cientos de
personas, yo no sabía besar, él en cambio era un experto.
Para mí era la primera vez que alguien ponía sus labios
sobre los míos, me dio tanta pena ser tan inexperta, él se
dio cuenta y pareció gustarle ese hecho inocente de parte
mía, por mi lado yo me sentía roja como un tomate—.
Acabo de espantarlas a todas —respondió.

Las lágrimas salían sin poder contenerlas. Recordé esa parte del sueño.
Recordé lo feliz que fui, en esos días donde él era mi todo. Mi corazón por
primera vez se sintió vivo, nací para ese tiempo, creo que Dios se equivocó
de época, mi lugar en la tierra era estar con él —con la bufanda me secaba las
lágrimas—. Me sentía tan triste, siempre lo ha estado desde que desperté ese
4 de diciembre. No quería seguir leyendo, juré olvidarlo porque… no sé
cuánto lloré, acaricié el diario, sabía lo que venía a continuación, reviví cada
experiencia. La noche que dormí en sus brazos por que la tormenta nos
impidió salir de su refugio, el beso tan apasionado que nos dimos, nuestros
cuerpos querían seguir, pero yo me acobardé y lo más bello fue su respeto
hacia mí. El quedarme en sus brazos, me pareció lo más cercano al cielo, esa
noche sellé mi alma a la suya, deseaba vivir con él. Amaneció conmigo sin
haber pasado nada, yo sabía que él estaba acostumbrado a otra cosa, y
conmigo fue diferente. Él es mío, se lo gritaba al mirarlo. Al día siguiente fui
sometida a un mundo de reproches, él intervino para defenderme y nunca lo
imaginé, mucho menos que me pidiera matrimonio —mi pecho no aguantó,
llevo seis años enterrando ese recuerdo en lo más profundo del alma—. Me
sentí observada una vez más, como si estuviera frente a mí. Ya nada importa,
mi mente enviaba recuerdo tras recuerdo. Acepté ser su esposa y la nostalgia
que sentí esa mañana en esa bella casa en los brazos del hombre que amo,
como si en verdad hubiese existido. Me ofreció la posibilidad de formar una
familia, la familia que jamás tuve. No aguanté más, jamás había llorado en mi
vida y en sus brazos desahogué la soledad y tristeza que inundaba mi ser
desde el día en que nací. Mi ser gritaba a los cuatro vientos lo feliz que me
sentía por amarlo, pero solo me quedaría con él unos días más —no saben lo
que diera por haberme quedado en el pasado, haber formado una familia,
tener hijos igual de bellos a él—. Esa mañana lloré todo lo que nunca había
llorado. Mi tía no pudo consolarme, se resignó a acariciarme el cabello
después que Franco me dejó en la cama. Volví a mí, cuando María me
entregó una carta con una bella flor. Él me sacó del dolor en el que me había
sumergido, sólo él lograba llenarme la vida, sólo a él le pertenecía ¿por qué el
destino no podía habernos puesto en el mismo tiempo? Volví a mirar el diario
y busqué la hoja donde había plasmado la última noche vivida con Franco.

Entré a la habitación, esperé a que se durmieran y en


especial a que mi tío Benjamín verificara las ventanas. Se
acostaron por el cansancio dejado por la boda. Mi pecho
decía que pronto partiría y mi mente desde hace un par de
días le daba vueltas a lo mismo. Si esto fuese un sueño o
no, me le entregaría a él. Me daba miedo pensarlo, pero yo
vivo en el siglo XXI, aquí ya la virginidad pasó a ser un
mito, aunque en este tiempo la mujer pura era
indispensable, miré mi mano, en ella lucía orgullosa la
argolla de compromiso. Pronto desapareceré —sin miedo
Laura, no lo tengas, es el hombre que amas—. Me animé.
Salí de la habitación con el corazón que se me salía del
pecho, toqué a su puerta, quedaba en el lado derecho al
subir las escaleras.
—¿Puedo pasar? —no fui capaz de verlo a los ojos,
sentía vergüenza.
—Por supuesto —dijo, entré y escuché el cerrar de la
puerta—. Laura si mi madre se enterara…
No lo dejé terminar, no podía dejar que el miedo me
hiciera acobardar de lo que quería y anhelaba hacer. Él
comprendió, le fue imposible negarse a la insinuación de
mi beso, mi corazón se quería salir del pecho, era una
decisión tomada y la cumpliría, era una necesidad.
—Me voy mañana, ¡hazme tuya Franco! —le dije, y él
no se negó a mi propuesta.
– Tú no te vas —dijo con determinación, anhelé que
fuera así. Lo conduje a la cama, el gesto en su rostro me dio
a entender que no le gustó, pero no me importó, lo senté al
borde de la cama y como hacen en las películas me subí la
bata sentándome encima, el miedo me invadió y me quedé
ahí, ya no podía seguir insinuándome, porque no sabía que
más hacer, así que se lo confesé.
—Sé lo que se hace, pero jamás lo he hecho —su cara
era de decepción y al decir esas palabras volvió la sonrisa a
su rostro.
—No te preocupes, yo si lo sé —me dijo.
Él era un experto, sus manos se deslizaron por mi cuerpo
haciéndome estremecer con tan solo el roce de sus dedos
acariciando mi piel y gracias a Dios la vela iluminaba poco
en la habitación, mi rostro se calentó, me imaginé el color
carmesí que había adoptado. Apreciaba mi cuerpo como si
fuera el máximo premio, haciéndome sonrojar más de lo
normal, se deleitaba sin morbosidad, acariciando lo que ya
le pertenecía. Fue hermoso la forma en cómo me adoró. No
pensé que fuera tan tierno, me trató como una porcelana
frágil y delicada. Su intención no era hacerme daño, pero la
primera vez duele un poco y en su deseo masculino y mi
resistencia femenina se logró el objetivo. Traté de evitar
quejarme porque me sentía más que feliz de entregarme a
él, pero no lo pude evitar. El sentimiento creció en mi
pecho esa sensación maravillosa de pertenecerle a alguien,
hizo que mis ojos lloraran, el me sensibilizó hasta el punto
de hacerme sollozar.
—No sabes lo que te estoy amando Laura —lo abracé al
escucharlo decir eso.
—Y yo a ti Franco —no tenía nada más que decirle. Su
caballerosidad, al confesarme que trató de ser diferente por
mí. Me llevó contra su pecho, oculté mi cara. Mi rostro
tomó un color determinado desde mi ingreso a su
habitación y ahora siento que estoy roja por completo,
pronto se burlará de mi estado, le agradaba verme sonrojar.
Yo no pude contener más el llanto y las lágrimas salieron
de mí como la vez anterior. Trató de calmarme, yo no tenía
tiempo para quedarme a su lado, por más que él juraba que
no iba a dejarme ir, era imposible. Me insistió en que le
contara y ¿qué le iba a responder? ¿Que soy una mujer que
provengo del futuro o disculpa Franco esto es sólo un
sueño?... no lo hubiera creído. Lo único que podía hacer era
mantenerme el mayor tiempo posible en sus brazos y
esperar que el tiempo hiciera lo suyo, le juré pertenecerle
por siempre, y él también juró hacer lo mismo. Esperé a
que se durmiera así que fingí dormir, cuando escuché su
respiración pausada le acaricié el rostro y lo besé. Me puse
la bata, y con lágrimas en los ojos vi cómo me alejaba de su
habitación, de la misma forma en que llegué a él. No quería
irme. Era como si estuviera volando, llegué al puerto, y me
esperaba la misma anciana que me había recibido, me
entregó la ropa correspondiente a la época mía. Le rogué
que me dejara, le supliqué que me concediera ese deseo,
pero ella no decía nada. Me quitó la bata y al verme
desnuda, comencé a vestirme con mi pecho destrozado. Me
dejó en el mismo lugar donde había aparecido.
—Si todo sale bien querida, volverás a ser feliz con él.

Estaba hiperventilando y balbuceando, por la opresión en mi alma, lloraba


como hace mucho no lo hacía, me abracé mis rodillas. No saben cómo anhelo
haber nacido en su tiempo. Escuché las campanas del reloj que anunciaban la
media noche, mi mente siguió recordando cada palabra y juro que en ese
instante recreó su voz tan real, me hizo ahogar un grito cuando escuché un
lejano susurro.
“Yo también te amo Laura” —el frío recorrió mi cuerpo y así como vino
se fue.
Me levanté, dejé los diarios en la mesa. Al darme la vuelta para subir las
escaleras las rosas que trajo Frank estaban deshojadas, no había una sola flor
en el jarrón.
Me dio miedo y salí corriendo a encerrarme en la habitación.
CAPÍTULO 17
DETALLES

Subí como alma que lleva el diablo, sentí mucho miedo al comprobar que
un espíritu habita en la casa, aunque Anabel no lo confiese. Me encerré en mi
cuarto, saqué una bolsa de sal que mantengo en el nochero y comencé a
regarla por la habitación. No pensé en la niña, no tenía miedo por ella. El
miedo era conmigo, me puse la bata de dormir y me acosté con las cobijas
hasta el cuello, mañana es día de escuela y mi sueño volvía a ser pesado.
No sé si estaba dormida, el caso es que pensaba en Franco, en esa noche
que acariciaba mi cuerpo por primera vez, tan sutil, acariciaba mis
extremidades por encima de mi bata, rozaba sus dedos de una manera tan
suave, sus manos parecían de seda. Que sensación tan deliciosa haber dado
rienda suelta a mi mente otra vez, solo necesitaba permiso y enseguida corrió
a refugiarse en la protección de esos recuerdos. Emergió la necesidad de
volver a tenerlo… El primer despertador me sobresaltó, no tenía cobijas, las
había tirado al piso. Escuché ruidos en la planta baja, arrastraban algo — ¿Ya
se despertó? —. Me pregunté, miré el despertador eran las cinco de la
mañana, entré al baño, me arreglé. Al salir mi pequeña barría mi habitación.
—Buenos días hija.
—Buenos días —contestó seria, estaba indignada. Arrugué mi frente.
—¿Te pasa algo?
—¿Por qué hay sal otra vez en el piso?
—¿Por qué? —la tomé de la mano, salí con ella escalera abajo hasta la
sala, le señalé el jarrón sin apartar la vista de ella para poder ver su expresión
—. Por eso, porque, aunque tú me digas que no hay fantasmas, no te creo.
—¡Qué!
—Las flores Anabel —le hablé entre dientes.
—Están muy bonitas —señaló, seguí la trayectoria de su dedo, en efecto
las flores seguían intactas, hermosas sin daño alguno. Abrí la boca, yo no
estoy demente anoche fueron desojadas. No me lo inventé, ni era producto de
mi imaginación—. ¿Te pasa algo Laura?
—No… anoche, anoche… te juro que… —no hablé más. Caminé a la
cocina por un vaso con agua. No pude haberme imaginado eso. Tomé un
recipiente y comencé a preparar pancakes para el desayuno, y salir con
tiempo a recoger a Katy y dejarlas en la escuela.
Al regresar de la escuela me acerqué a las flores, parecen las mismas, estas
lucían un poco más abiertas, las de ayer eran capullos —eso no es raro, cada
día se van abriendo hasta alcanzar su esplendor, pero yo había visto sus
pétalos esparcidos en el piso…
Tomé el segundo diario abrí la página al azar y lo plasmado, es el
sentimiento que aún tengo y de eso ya han pasado tantos años.

No soy nadie, nada regresó conmigo después de ese


mágico viaje al pasado, tal vez estoy de cuerpo en este
fragmento de tiempo, pero mi alma y corazón se quedaron
con Franco Lecontte. Es triste comprender que el tiempo
pasa y tú estás vacía por dentro, sin esperanza alguna.
Sumergida en mi mundo perfecto, donde él es el príncipe
que llegará a rescatarme. ¿Qué habrá sido de su vida?, ¿se
habrá casado con otra mujer?, ¿a qué edad murió?, ¿habrá
dejado hijos?, ¿cumpliría su promesa? Siento que él hace
parte de mí. Por mi parte, no puedo ver a un hombre sin
compararlo con él. Me quedé sin nada, salvo la sensación
de haber sido suya. Para mí no habrá nadie más y jamás lo
volveré a ver.
Te amo Franco, después de ti solo el silencio envuelve
mi vida, camino por caminar, abro mis ojos porque es
natural, quisiera dejarlos cerrados eternamente y esperar
que en la otra vida coincidamos en cuerpos. No existe nada
para mí, si es de día o noche, si hace frío o calor, si es
blanco o negro me da igual, mi mundo se convirtió en una
ausencia total. Nada importa desde que no veo esos ojos
grises, desde que no escucho su voz y no veo esa pícara
sonrisa.

—Sigo igual —dije en voz alta.

Los días pasaron y mi sensación de un ente habitando mi casa se había


difuminado, no sentía presencia alguna, eso me tranquilizó un poco. Anabel
se convirtió en una niña detallista, en cada lugar de la casa me dejaba una
rosa que robaba del vecino.
Frank volvió ese fin de semana con la intención de pasar la tarde con
nosotras, me agrada, no como pareja, solo quiero mantener una gran amistad.
La última vez que hablamos se había ido un poco triste, y no me había
llamado, así que se presentó de nuevo con una caja de chocolates y dos
entradas para ir a cine. Me agradó el plan, acepté encantada. A quien no le
gustó fue a mi hija.
—Cariño sólo iré a cine —dije en su cuarto, desde que llegó lo saludó y
corrió a encerrarse en su habitación.
—No quiero quedarme sola —dijo con un puchero cruzando los brazos.
—No te quedarás sola, ya viene Carmen con Katy a quedarse a dormir.
Vas a pasarla muy bien —le dije.
—¿Por qué tienes que salir a solas? —a que viene esta pataleta.
—Anabel… tú me lo presentaste e insistías para que lo viera con otros
ojos, él es mi amigo, sólo iremos a cine —se quedó callada y avergonzada—.
Deja de hacer ese tipo de escenitas —sonó el timbre—. Debe ser Carmen. Te
portas bien —la señalé con un dedo. Sentí remordimiento, era como si
estuviera siendo infiel.
—No quiero que salgas con ese hombre —dijo. A veces no parece ella la
que hablara sino más bien el canal para expresar los pensamientos de otra
persona.
—Voy a salir jovencita, además, yo decido con quien salir o no —le di el
beso de las buenas noches, bajé a abrir la puerta y Katy corrió a la habitación.
Algo no encaja, en mi pecho lo sentí, era la misma sensación que viví cuando
me enteré que Franco tenía novia. Es como si le estuviera causando dolor a
alguien ¿pero a quién? Sacudí mi cabeza no iba a dañar la salida.
Fue divertido salir con Frank Halen, había aparcado al frente de mi casa.
—¿Entonces te quedarás el fin de semana? —le pregunté antes de bajarme
del auto.
—Me regreso mañana temprano, prometo venir dentro de 15 días, ¿te
parece? —comentó regalándome una cálida sonrisa.
—No me preguntes a mí eso. No hagas las cosas así, tus acciones deben
ser por convicción y porque te nazca.
—Anabel ha cambiado conmigo, no me gusta la forma como me está
apartando —me miró—. No quiere que te pretenda.
—¿En qué quedamos? Pensé que ya lo habías aceptado, esta salida era una
salida de amigos.
—Y lo es. Seguiré insistiendo cuando tenga la oportunidad.
—Ya debo entrar —era mejor salir de ahí, no quiero hacerle más daño, no
lo merece, ojalá se encuentre una mujer que lo ame como se lo merece.
—Que duermas bien —me dijo, desviando la mirada.
—Igual, gracias por la velada —le di un beso en la mejilla y me bajé.
En la casa sentí una mirada recriminatoria sobre mi espalda, miraba por
todos lados, pero nada. Siento que alguien está enojado conmigo. Me dirigí a
la cocina y fue más notorio, me sentía incómoda. ¡Que es lo que pasa en esta
casa! Sonó mi celular, era Brenda.
—Hola —sonreí.
—¿Cómo te fue? —arrugué mi frente—. Estuve en tu casa, pasé a
saludarlas y me contaron que saliste con Frank Halen —negué levemente
como si pudiera verme—. ¿Cómo te fue?
—La película estuvo bien.
—¿Y?...
—Y nada, es solo un amigo y no tengo intención de tener nada con
nadie —contesté, la sensación de sentirme reprochada disminuyó.
—Es un buen partido.
—Pero no me gusta como hombre —dije.
—¿Por qué?
—Porque… Brenda, tuve una experiencia que nunca te he contado y creo
que ya debes saberlo, por ahora confórmate con… ya tengo un prototipo de
hombre y créeme no es para nada Frank —le dije un poco enojada—. No sé
por qué quieren que me consiga un novio cuando yo no quiero tenerlo.
—Ya entendí, cierro mi boca, ahora me dejas con la intriga hasta mañana,
me dirás lo que no me has dicho —sonreí—. Y… tengo vía libre para… ver
si algo pasa entre nosotros.
—Harían linda pareja. Hasta mañana —colgué la llamada. Suspiré, la
percepción de que me miraban volvió —. ¡¿Qué pasa en esta casa?! —grité
en voz alta.

***
Era mediados de noviembre. El invierno se adelantó, el clima en estos
últimos tiempos está loco, odio el frío, no sólo se adelantó si no que entró
fuerte. Era viernes, Brenda pasó el fin de semana pasado con nosotras, al
parecer no está también, pues la depresión por no tener una pareja estable le
afecta. Por ahora los fines de semana pasábamos las penas viendo películas
con un tarro de helado o con palomitas de maíz. Hoy volverá para continuar
con nuestras horas de derroche con el síntoma del despecho. Yo me siento
inquieta, no sé el motivo, es una sensación de ansiedad en la boca del
estómago y no logro calmarla. Mientras espero la hora para recoger a la niña
del colegio me entretuve escuchando música y como ya tenía la colección de
Ana al lado del estéreo coloqué un CD que hace años no escuchaba, en una
época fue mi favorita aun cuando ya era vieja la canción. La música salió por
los parlantes y con los clásicos de Michael Jackson y su Thriller comencé a
bailar y recordar los pases que hacía con Ana, éramos expertas bailarinas, me
entretuve tanto en mis recuerdos, me dejé llevar por el ritmo hasta que
escuché una fuerte carcajada, que me estremeció hasta las entrañas. Salí
corriendo de la casa sin importar que mis objetos personales quedaran
adentro. Me quedé en la reja mirando al interior. Era imposible, yo no estoy
loca ni paranoica, pero de que vivimos con un fantasma, vivimos. Ya no me
queda la menor duda. Alguien se había reído a carcajadas. El carro de Brenda
se estacionó mal, me extrañó que se presentara a esa hora, tal vez debo firmar
algún documento de última hora. Salió corriendo directo a la casa y antes de
entrar me gritó.
—Necesito un baño con urgencia y tú quedabas más cerca —entró
corriendo, puedo jurar que se desabotonaba el pantalón antes de llegar al
baño. Si le digo lo que escuché es muy capaz de desmayarse. Sonreí, mi
amiga es única. Yo definitivamente no iba e entrar a la casa hasta hacerlo con
Anabel. La vi que salía y le grité.
—Por favor tráeme la cartera y la chaqueta para salir a buscar a la niña —
se devolvió tranquila sin ningún problema, no le diré lo sucedido para que se
pueda quedar esta noche con nosotras, no volveremos temprano, hoy será día
de compras.
Recogimos a las niñas, era viernes, Brenda tenía su bolso en la parte
trasera, desde la mañana me dijo que había empacado su ropa para el fin de
semana. Nos fuimos de shopping a un centro comercial, nos divertimos
comprando ropa, me percaté que Anabel miraba la ropa masculina—. Algo
no está bien con ella, debo averiguarlo.
Hace mucho no me compraba ropa por diversión, nos medimos cuanto
quisimos, cada una salió con varias bolsas en las manos. Katy no podía de la
felicidad con lo que se compró, hasta llevaba un detalle para su madre. Al
regresar a la casa bien entrada la tarde, el miedo se me había olvidado por
completo, nos preparamos para una rutina de películas. Brenda bajó con su
nueva pijama, mi pequeña también hizo lo mismo. Habíamos acondicionado
la sala, nos veremos por enésima vez “El regalo prometido”, era la película
favorita de Anabel. Cada una tenía un recipiente con palomitas de maíz y un
vaso gigante con refresco. Ya eran las once de la noche, mi niña se quedó
dormida en el sofá así que la llevé hasta su recámara, bajé para seguir
acompañando a mi amiga en su crisis existencial.
—Ya sé lo que me dirás, estoy muy mal, pero quiero saber lo que te pasó a
ti con tu historia de amor.
—¿Cómo sabes que es una historia de amor?
—¡Laura! —me miró con cara de no me tomes el pelo—. Créeme, sé muy
bien lo que es estar arruinada por un hombre.
—Bueno, te informo que amo a un fantasma.
—¿Qué? —gritó, me reí, acaricié mis brazos por que sentí el frío muy
cerca.
—Es un decir. Sólo he amado una vez, y fue un sueño, aunque lo sentí
muy real.
—No te entiendo.
—No me entenderás si no te cuento con pelos y señales. Me enamoré de
un hombre de catálogo.
—Más bello que Robert Pattinson —alcé una de mis cejas—. Más bello
que el protagonista de Thor —afirmé con una sonrisa a media en mi rostro.
—Brenda, él es el hombre más atractivo, masculino e imponente que he
conocido en mi vida.
—No existe un hombre así.
—En mi sueño si, por eso es tan perfecto —me ofreció la bebida, me atoré
con las palomitas de maíz. Ella se acomodó de frente—. Él existe, sé que es
una locura, al llegar del banco, la vez que me entregaron el collar —lo tomé
en mi mano—. Tuve un sueño muy extraño. Y te puedo jurar que viajé al
pasado.
—Me estás diciendo que Antonia está metida en el cuento —afirmé.
—Y después de mi sueño, a todos los hombres que conozco los comparo
con él.
—No hay hombre perfecto.
—Lo sé, pero él de mis sueños era perfecto para mí.
—Yo no podría vivir tanto tiempo sin alguien. Necesito tener una persona
a mi lado para que me apoye.
—Date un tiempo Brenda, ten un espacio para que te conozcas a ti misma
y pídele a Dios que te regale el hombre perfecto para ti. No desperdicies tu
vida con cualquiera.
—Que llegue pronto, no por la necesidad de tener sexo Laura, sino porque
no me gusta estar sola. Odio la soledad más que a los fantasmas créeme.
Nos quedamos en silencio mientras veíamos lo poco que le faltaba a la
película.
CAPÍTULO 18
TEMOR

Iba a ser la medianoche, era la segunda película que veíamos y tenía


llorando a mi amiga, le puso pausa para ir al baño mientras yo fui a la cocina
a servirle un poco más de helado, Anabel dormía en su recámara. Un grito me
atemorizó, dejé caer el vaso, a esos, se le sumaron los gritos de Brenda,
alarmándome aún más. Corrí al segundo piso, sólo alcancé a ver a mi niña
volar mientras salía por el balcón que había olvidado cerrar, lo pasé por alto,
un error imperdonable. Bajé las escaleras corriendo y salí de la casa, mi idea
era ir tras él. Se habían detenido al otro lado de la reja, mi pequeña, yacía
suspendida en el aire, cargada como si fuera un bulto, no había nadie. En ese
instante pasaron varias cosas, y no recuerdo en qué orden ocurrieron. Brenda
se quedó a mi espalda temblando con cara de pavor. Cuando decidí ir en su
búsqueda el nombre que pronunció Anabel me paralizó por completo, sólo
fui receptora de los sucesos.
—¡Franco me lo prometiste!… —no pude correr, quedé petrificada y
anclada, en la terraza. Al fondo se escuchó el reloj anunciando la media
noche, una brisa glacial salió de la casa atravesándonos, dejándonos más frías
que la misma brisa que nos pasó por encima. No me moví, registré lo que
sucedía. Las rejas se abrieron de la nada y un fuerte golpe se escuchó cerca de
la niña quien cayó al piso, era como si estuvieran peleando, pero mis ojos son
ciegos para ver espíritus, no vi nada, los golpes cesaron, ya no se escuchaban,
vi a la niña extender sus manos y quedar en el aire una vez más mientras se
dirigía de regreso.
—Me oriné en los pantalones —comentó Brenda en un susurro, yo seguía
en trance. Las rejas se cerraron solas, mi pequeña abrazaba a la nada, se
detuvieron en frente de mí. No sé qué cara tenía, ni quiero imaginármela, se
dio la vuelta y me extendió los brazos, por inercia se los extendí para
recibirla, se aferró a mi cuello.
—Gracias —dije al vacío, antes de entrar. Volví a sentir que me
atravesaba y se dirigía al interior de la casa. Todo pasó en menos de un
minuto.
—Entremos, te lo contaré, sin omitir nada —dijo mi niña.
No volví a mí, me quedé en el nombre que había gritado, no era posible —
me dije a mi misma—. Hay muchos Francos, no es tú Franco, además… si
existió su residencia es en Londres. Caminé al interior, Brenda seguía más
nerviosa que yo, se había orinado literalmente en los pantalones, en su rostro
vi que se debatía en si entrar a la casa o huir de ella.
—Entre correr o quedarme… prefiero estar con el fantasma bueno.
Aunque sea un fantasma —en otra ocasión me habría reído por la expresión
de pavor.
—Entra tía —mi niña le extendió la mano.
Entró pegada a mí, me dirigí al interior como si estuviéramos entrando en
la casa del terror. Dejé a Anabel en el sofá, la puerta se cerró sola,
ocasionando que Brenda gritara.
—Dice que no le temas —mi pobre amiga temblaba—. No te hará daño —
tenía la mente nublada, la escuché decir—. ¿Franco puedes materializarte? —
no supe nada más. Mi cuerpo, entendimiento y corazón no soportó la idea de
que ese fantasma fuera Franco. No vi nada, todo a mí alrededor se volvió
negro y me desconecté del mundo.
Cuando reaccioné estaba en la cama con mi amiga a mi lado y un fuerte
dolor de cabeza. Mi amiga ya tenía otra ropa, tenía puesta algo de mi ropa.
—Hola —dijo—. ¿Cómo te sientes?
—La habitación da vueltas —comenté.
—Pensé que yo era miedosa. Te diste un fuerte golpe en la cabeza con la
mesa al caerte —comentó comiéndose las uñas.
—¿Me subiste? —abrió los ojos.
—Yo no lo hice, lo hizo el espíritu —susurró—. Te juro Laura que
llamaré a Frank para pedirle una cita, no logro comprender… —hacía
expresiones y movía las manos sin sentido, logró sacarme una leve sonrisa—.
No entiendo nada —dijo encogiéndose de hombros.
—Es un fantasma bueno, aunque no justifica que me haya mentido desde que
llegamos.
—Es que él te cargó y te subió hasta tu recámara, es invisible —me miró,
seguía con ese recuerdo—. Me parece mentira y no logro… tú volabas como
lo hizo Anabel… —la pobre ya no podía con los nervios, que debe tenerlos
destrozados, me senté, mi cabeza me dolió, esperé a estabilizarme un poco y
al ver que la habitación no giraba la abracé.
—Gracias por quedarte a mi lado, eres una excelente amiga. Debes dormir
un poco —ahora era yo la que la cuidaba, obedeció y se metió entre las
cobijas.
—No me dejes sola por favor.
—No lo haré, quiero ver si Anabel se encuentra bien.
—Él se quedará acompañándola el resto de la noche —arrugué mi frente
—. Eso me dijo la niña. Que está feliz porque tú sabes de su existencia, ya
sabes que el fantasma vive aquí —la última palabra la dijo con temor—. No
sé cómo se puede hacer eso, pero yo no me estoy volviendo loca ¿cierto? Y
¿tú por qué te desmayaste?
—No, no te estás volviendo loca, duérmete me quedaré contigo, me
desmayé por el nombre que dijo —se aferró aún más de mi mano con el fin
de que no me moviera de su lado.
—¿Franco? —el corazón me latía a millón, afirmé levemente—. ¿Qué
pasa con el nombre?
—El hombre con el que soñé, se llamaba Franco —abrió los ojos como
sólo los sabe abrir ella, no he visto a una persona lograr sacarlos a tal punto
que parece que se le saldrán de las cuencas.
—No me vayas a dejar sola Laura, todo esto es una locura.
—No lo haré, y sí es en verdad una completa locura —así lo hice, la
acompañé hasta que se quedó dormida.
A lo lejos escuché que alguien me llamaba.
—¡Laura!... ¡Laura!... —me zarandeaba Brenda—. ¡Que pesada eres!, hay
ruidos en la casa, levántate. Anabel… —bastó escuchar el nombre de mi
pequeña para quedar sentada y al hacerlo volvió el mareo.
—Mi pequeña… —dije mientras salía de la cama.
—Ella, se encuentra bien —dijo, uní mis cejas—. Es que, parece estar
hablando con el espíritu—. No pude contener la risa al ver su cara y al
recordar que ayer se orinó en los pantalones.
—¿Ayer te orinaste en los pantalones?
—No te rías de ese suceso, es que no sé cómo sigo viva después de verlas
volar a ustedes dos —movía las manos de un lado a otro. Le volví a sonreír,
entré al baño y me di cuenta el gran golpe que tenía en la frente—. ¿Cómo
me caí de frente?, se me formó un hematoma. Tocaron a la puerta.
—Laura no te demores por favor no quiero estar sola.
—En el nochero tengo sal —dije.
—¡No le voy a echar! Es un fantasma bueno, no me dejes tanto tiempo
sola por favor.
—Voy a bañarme, ve con Anabel.
—¡No señora! Yo me quedo aquí, sólo báñate rápido.
Así lo hice, salí en toalla y ella entró al baño para arreglarse. La ventaja es
que somos de la misma talla. Mientras se duchaba me vestí con una sudadera
púrpura con un top blanco, una chaqueta del mismo color del pantalón y
tenis. Esperaba a que se bañara y tomara cualquier trapo para colocarse,
pensé en lo que había sucedido ayer. Que tonta fui, cómo pude pensar que él
es él, eso es imposible, pero gracias a la existencia de ese fantasma mi niña
está a salvo y si es amigo de mi hija, pues también será amigo mío. Salió con
una sudadera blanca, seguía nerviosa a diferencia mía, yo me sentía extraña.
Cuando salimos de la habitación la escuché hablar sola, bueno para los que
no escuchamos al fantasma ella pasa por una chiquilla que hablaría sola.
Bajamos las escaleras casi en cámara lenta, Brenda pegada a mi espalda. Al
llegar a la cocina, comía su cereal tranquila. Mi amiga me presionó tantos los
dedos que sus uñas se incrustaron en mi brazo, sentí un poco de miedo. Mi
pequeña sonrío y logró sacarme una leve sonrisa. En la mesa también había
una mini cajonera que era de sus juguetes de Barbie, ¿qué hacía ese juguete
ahí?
—Buenos días —dije.
—Hola —mi abogada movía su mano en varias direcciones como si fuera
reina de belleza.
—¡Qué haces! —le dije.
—Saludándolo —me miró—. No sé dónde está.
—Ahí —señaló Anabel cerca de mí y el corazón se me desbocó de miedo,
las uñas de Brenda se enterraron aún más. Algo frío, como un cubo de hielo,
tocó mi frente, donde tenía el golpe y fue un alivio.
—Pregunta que si te duele —la niña será la traductora. Yo pasé saliva en
seco. Me retiré del frío, caminé hasta donde ella, Brenda me siguió y se
quedó atrás de nosotras.
— ¿Él te está preguntando? —le susurré al oído.
—Si. Se preocupa por ti —comía con tranquilidad.
—Vaya… —las manos me sudaban—. Gracias —fue lo único que dije.
—Laura esto —señaló el cajonero que estaba en la mesa—. Es para que te
comuniques con Franco.
—¿Qué? —acaso ese cajón me serviría de teléfono—. Cómo se te ocurre.
¿De qué hablaré?
—Así —ella abrió las dos gavetas del juguete—. Le puedes hacer
preguntas y si la respuesta es si el… —el primer cajón se cerró, el gemido de
terror emitido por mi amiga retumbó en las paredes. Anabel miró a la nada
para decir—. Franco dice que no le tengas miedo, no te hará daño.
—Que considerado —dije. La pobre no podía pronunciar palabra, yo miré
el juguete y decidí preguntar.
—¿Tú eres la corriente de aire? —el segundo cajón se cerró.
—Ayyyy, ya no aguanto, necesito un baño —Brenda que se movía de un
lado al otro para evitar volver a orinarse—. Acompáñame Laura —así lo hice,
me usaba como escudo protector, mientras la llevaba al baño del primer piso.
Mi pequeña sonreía, miraba diagonal, ella ve lo que nosotros no. Parecía
hablar con alguien.
—Laura, mejor me voy, en mi casa me tranquilizaré —comentó al salir del
baño.
—¿Estás segura?
—Segurísima, pondré sal por todo el apartamento, te estaré llamando. Es
lo mejor —mi pobre amiga por poco pierde el juicio, esto es demasiado—.
Ya no soporto tantos sustos.
—Te acompaño —al acercamos a la puerta, esta se abrió sola y sentí la
corriente de frío cerca de nosotros.
—¡Aaayyyy! —Se quejó otra vez, escuché el ruido del líquido caer al
suelo—. Me volví a orinar —no pude aguantar la risa—. Debo bañarme otra
vez —dijo—. Sé que eres bueno, pero… por favor deja que asimile tu
existencia —subió sola las escaleras, la seguí con la mirada hasta que entró a
mi habitación.
—Dale tiempo —dije. Me dirigí al cuarto de limpieza para buscar con que
secar lo que Brenda había dejado en la entrada. Regresé a la cocina y la niña
lavaba su plato. Tomé leche y me serví un poco de cereal, me senté en la
mesa, mi pequeña se sentó a mi lado.
—Franco quiere hablar contigo —la miré.
—¿De qué quieres que hable con él? —seguí comiendo.
—No seas maleducada —me recriminó, suspiré.
—¡Disculpa! —hablé en voz alta, Anabel se rio—. ¿Y ahora qué hice?
—Él te puede escuchar si hablas en susurros —me puse roja. Miró a la
nada en frente de la mesa—. Nunca te habías reído así —dijo ella mirando al
vacío. Yo no había escuchado ninguna risa. Terminé de desayunar, lavé el
plato, Brenda entró a la cocina y se despidió, esta vez la puerta no se abrió, la
acompañé hasta su auto.
—Te llamaré —dije.
—¡Qué vergüenza!, menos mal que jamás le veré la cara porque… —se
tapó el rostro—. Me oriné enfrente de él, ¡Ay Dios! —me mordí los labios
para que ella no se diera cuenta las ganas de reírme—. Adiós Laura.
—Hasta pronto Brenda —nos despedimos de beso.
Al entrar a la casa mi pequeña tenía el juguete en la sala.
—Si él puede escucharme, quiero que sepas que te agradezco de corazón
lo que le hiciste por mi hija. Esto de hacerte preguntas —hice un gesto con
las manos—. No me parece viable porque no te conozco, no sé qué preguntas
hacerte, además prefiero que hablemos a través de mi pequeña.
—Él no tiene problemas —me dijo, le sonreí al ver el rostro de alegría—. Te
dice que está muy contento de que nosotras vivamos aquí.
—Que bien —le dije con actitud indiferente, Anabel me miró con el ceño
fruncido, me encogí de hombros—. ¿Y ahora qué?
—No estás siendo muy educada —abrí mis ojos.
—Lo siento —tienes razón, ¿pero, de qué voy a hablar con un fantasma?
—. No sé qué preguntarle —le dije cerca de su oído.
—Te escuchó —volví a ponerme roja.
—Te propongo que él pregunte, ¿te parece? —ella afirmó.
—Le agrada. Me ha preguntado mucho por ti.
—¿Por mí? —me sentí intimidada—. ¿Y qué te ha preguntado?
—¿Cuántos años tienes?, ¿por qué no te has casado?, ¿por qué no tienes
novios? Cuál es tu profesión ya que nunca trabajas —arqueé mis cejas,
mientras ella seguía haciéndome preguntas, me sentía incómoda, era la
misma sensación de ser observada.
—¿Eres tú el que me mira con insistencia?, ¿fuiste quien se río la otra vez
que estaba bailando? —Anabel soltó una carcajada.
—Dice que bailas muy chistoso —sentí más pena, este fantasma sin verlo
a los ojos ni saber quién es, me sonrojaba más de la cuenta, algo que pocas
personas logran.
—Para tu información espíritu soy excelente bailarina y así se baila esa
canción.
—Él no quiere verte enojada, es sólo que jamás había visto bailar de esa
forma —respondió la niña—. También dice que, si te has sentido incómoda,
que lo disculpes, dice que eres muy linda y no puede apartar su mirada de ti
—el cuello se me calentó, intenté decir algo, pero preferí callarme, ¿por qué
un fantasma me pone así?
—No entres a mi dormitorio mientras me cambio —dije.
—No lo hace desde la primera vez, entra después de cambiada —miré a
Anabel con mis ojos abiertos, el fantasma le está mintiendo—. Esa tarde él
estaba en tu cuarto cuando te cambiaste —ahora si sentí el calor por todo el
cuerpo—. Él dice que no lo ha vuelto hacer desde esa noche, te ha dado esa
privacidad —que vergüenza.
—Te lo agradezco —dije mirando hacia varias direcciones.
—Está al frente Laura —bajé la mirada, me convertí en una completa
idiota—. Dice que hace más de diez décadas no se ha convertido en humano
y está ansioso de hacerlo el martes a la media noche para que lo puedas ver
—miró al sofá mordiéndose los labios, yo me había quedado otra vez
inmóvil, analizando lo que acababa de escuchar con la boca abierta, reaccioné
al sentir que algo frío tomó mi mentón y me cerró la boca. Eso fue peor, la
pena me embriagó por completo, mientras pasaba su mano por mi rostro mi
piel se estremecía, hace nueve años no sentía eso, cada célula de mi cuerpo
sintió esa mínima caricia. Me levanté y me situé en el otro sofá.
—¿Va a volverse humano? —pregunté tragando saliva.
—Sí, está ansioso por primera vez en volver a tomar forma humana,
aunque sea por dos semanas.
—No entiendo, él como… eso es imposible… —alcé las manos—. ¡Está
muerto!
—Al parecer cada tres meses ellos pueden ser humanos comunes y
corrientes. El que dice ser mi papá lo hace ¿te acuerdas? Hace tres meses
cuando comenzamos a mudarnos de hotel en hotel hasta llegar aquí. Para él
ya había pasado el tiempo de convertirse, por eso no pudo hacerlo así que le
tocó esperar hasta su otro trimestre.
—¿Los fantasmas pueden hacer eso? —mi corazón palpitaba a un ritmo
alarmante para un médico.
—No, sólo los fuertes y viejos adquieren esos dones.
—Lo que hubiese dado por descubrir eso durante mi tesis —susurré.
—Debemos comprarle ropa —Anabel miró al sofá que quedaba a un lado
del mío—. Si… no vas a estar con esa ropa pasada de moda quién sabe desde
que tiempo —le dijo a su amigo fantasma.
—¿Cuántos años tiene de muerto?
—Dice que muchos —afirmé, necesitaba respirar otro aire y la excusa
perfecta era la ropa.
—Bueno salgamos ¿y él cómo se medirá la ropa?
—Sólo puede salir a las doce de la noche por un tiempo limitado, por eso a
esa hora pudo ayudarme, él dice que mi padre lo hizo para ver en qué grado
de fuerza se encuentra.
—¿Y eso que significa?
—Que puede volver y pelearán —dijo haciendo una mueca.
—¿Los fantasmas pelean? Con puños y patadas —Anabel volvió a reír.
—Además de otras cosas —ya es suficiente, no quería que se rieran de mí.
—Hija toma tu chaqueta, debemos salir —arrugó su frente.
—¿A dónde?
—A comprarle ropa a tu amigo el fantasma —una vez dicho esto se
levantó y corrió a su recámara, yo me levanté, me puse la chaqueta para el
frío y mi bolso, sentí la corriente de aire cerca, algo me quemó en la frente,
era él. No sé si fueron sus labios al darme un beso, pero volví a sonrojarme.
—Ya estoy lista —dijo mi pequeña brincando —. ¿Nos vamos a demorar?
—No lo sé —intenté mover la mano para despedirme y la bajé en el
mismo instante que la subí.
—Te vamos a comprar bastante ropa —le dijo.
Estuvimos en varios centros comerciales, me sentía feliz, ese fantasma
había generado nerviosismo en mí y me gustó. Me sumergí en la tarea de
comprar ropa para un hombre, Anabel fue la que me dio indicaciones de su
posible talla y cuando vi la primera camisa supe que era un hombre alto, para
el pantalón me dijo que subiera en una escalera y midiera de mi cintura hacia
bajo —lo que significa que el fantasma era veinte centímetros más alto que
yo —me causó ternura mi niña al tomar la decisión de los zapatos, sacó un
papel donde estaba la horma de un calzado, lo medimos y el que encajara en
el dibujo, ese compramos—el fantasma es alto y el corazón volvió a
acelerarse—. Ya tenía las tallas y comenzamos a comprar ropa.
—¿Qué edad tiene?
—Es joven. Es del estilo de Frank —me miró de reojo.
—Frank no es tan alto —dije, me sentí un poco decepcionada. Sí que me
había ilusionado con que el fantasma fuera mi Franco. Que ilusa, no pude
evitarlo. El hecho de que tuviera el mismo nombre había ocasionado una
fuerte ilusión en mi interior.
—Me refiero a la edad que tiene.
—¡Ah! —eso me gustó.
—Un hombre de unos 30 años más o menos —me dijo sin mirarme a la
cara.
No le pregunté más, ya tenía una edad aproximada, compramos lo que él
podía necesitar, calcetines, calzoncillos, jeans, pantalones de tela dril,
camisetas, buzos, camisas, chaquetas, bufandas etc. En varios tonos y
colores. Le compré gorras, al frente de la tienda de ropa había un almacén de
accesorios para caballeros y con una gran naturalidad entré a comprarle un
detalle, estábamos muy cargadas con tantas bolsas y ya habíamos dejado una
parte en el carro, esta era la segunda compra—. Al entrar me enamoré de un
bello reloj, un Rolex grande y plateado y otro deportivo así que se los compré
junto con cinturones y una cartera.
—¿Para qué la cartera? —me preguntó.
— Debe tener un lugar donde guardar sus documentos.
—No tiene documentos —me quedé pensando.
—Pues tendré que hablar con Brenda —mi niña me miró de una forma
diferente, reprimió una sonrisa—. ¿Qué?
—Que te interesas en Franco —ese nombre me pone nerviosa. Me dije a
mi misma, que no es el de mi sueño.
—No hables bobadas —cancelé, salimos en dirección al auto y entramos
en un restaurante para almorzar.
Al anochecer llegamos a casa después de haber caminado varios
almacenes, al bajarnos del auto, él fantasma nos esperaba, me di cuenta por lo
que le respondió mi niña.
—Estábamos comprándote ropa así que no te enojes.
—¿Cómo está? —pregunté.
—Triste y enojado, además de preocupado y desesperado.
—¿Triste? —¿un fantasma podía estar triste?, al parecer la teoría de tener
sentimientos es correcta.
Bajamos lo que le compramos, lo dejamos en la habitación que quedaba
frente de la mía —sonreí—. Sin proponérmelo me sentía ansiosa por verlo y
saber cómo era. Dejamos las bolsas en la cama.
—Este será tu cuarto —dije en voz alta, se me olvidaba que si hablo bajito
también me escucha.
—No le grites —me recordó Anabel.
—Perdón —dije haciendo una mueca de burla.
Me dio miedo al ver que las bolsas se abrían solas, las ropas eran sacadas
como por arte de magia. Me quedé en una de las esquinas de la cama, mi
pequeña le ayudó a sacar las compras. Ella tomó los relojes y se los entregó,
diciéndole que eso era un regalo especial de mi parte. El reloj quedó
suspendido en el aire —supuse que lo tenía en las manos—. Sentí su miraba,
este fantasma tiene mucha fuerza, me conecto con sus sentimientos, me
atemoriza esa sensación que crece por dentro, me agrada que me mire de esa
forma ¿por qué lo hace? Lo mejor era salir de ahí, me intimidaba de una
forma diferente a la que me hacía sentir el padre de Anabel.
—Espero que te guste la ropa, que se diviertan —di la vuelta y Anabel
tradujo lo que no escuché.
—Dice que muchas gracias por lo que le compraste, has sido muy
generosa, encontrará la forma de pagarte.
—De eso nada, fue con mucho gusto —miré a mi pequeña. Al salir de la
habitación me encerré en la mía, me acosté y sólo pude divagar en mis
pensamientos. ¿Cómo será? ¿Por qué me hace abochornar? ¿Por qué me
observa tanto? Bueno dentro de dos días lo conoceré, por la información
suministrada por Anabel en el almuerzo, se convertirá en un hombre palpable
después de las doce de la noche del lunes, una vez que ellos deciden hacerlo.
Me quedé dormida pensando en Franco.

Me levanté temprano y para sorpresa mía en la almohada había una bella


rosa. La tomé y sonreí —suspiré, entré al baño me arreglé, hoy es domingo
no sé si haremos lo mismo de siempre. Salir por la ciudad, si ayer se
entristeció al demorarnos, no quiero que él sufra por nuestra ausencia—.
¿Qué estoy pensando? —me dije, ¿por qué me preocupo por alguien que ni
siguiera conozco? Al salir de mi habitación con la rosa en mi mano para
colocarle agua, entré a la cocina y lo sentí cerca, ahora sé cuándo me observa.
Sonreí, es la misma sensación de cuando… hace mucho tiempo no me siento
así y no es que salga mucho, la única referencia que tengo es ese bello viaje
al pasado. Tomé un solitario y puse la rosa con un poco de agua, para que
durara varios días. La coloqué en la mesa de la cocina y abrí el cajón de la
despensa.
—¿Estás aquí? —le pregunté, Anabel seguía durmiendo. El cajón se cerró.
Me mordí el labio inferior por la extraña emoción—. Buenos días —dije.
Volví a abrí el cajón para realizarle la segunda pregunta.
—¿Tú eres el que me regaló la flor? —el cajón volvió a cerrarse, no pude
disimular, una leve sonrisa se asomó en mi rostro—. Muchas gracias, está
muy linda —las mariposas se revolvieron dentro de mí y una emoción se
apoderó de mi cuerpo. Recordé las otras rosas, pensé que eran de mi pequeña.
Abrí el cajón.
—¿Todas las rosas que he recibido me las diste tú? —el cajón se cerró de
nuevo y lo volvió abrir. Arrugué mi frente—. ¿Eso quiere decir que si y no?
—el cajón se cerró otra vez y se quedó así—. También hay de Anabel —dije
sonriendo—. Bueno parece que la comunicación será entendible entre tú y yo
—abrí el cajón, me dirigí a la nevera y tomé leche.
—¿Tienes muchos años de muerto? —el cajón se cerró, lo abrí.
—¿Tu muerte fue en esta casa? —se cerró no pude evitar una punzada de
decepción en mi pecho. Franco es inglés, no americano. Me senté en la mesa,
el abrió el cajón al cabo de unos minutos. No pude evitar la tristeza. Pero no
hablé, así que el comenzó a abrir los cajones de la cocina—. No es nada,
solo… no me prestes atención, todo está bien. —el cajón se cerró.
—¿Tienes más de cincuenta años de muerto? —cerró el segundo cajón.
—¿Más de cien? —se cerró el siguiente.
—¿De doscientos? —no lo cerró—. ¿Estás en doscientos años de muerto?
— el cajón se cerró, sonreí —. Sí que eres viejo —dije. Así conversamos
durante un buen rato.
—Gracias por salvar a mi hija —miré el cajón, este no se movió. Sonreí al
darme cuenta de que no le pregunté y para él es complicado decir “de nada”
no lo podía decir—. ¿Me dirás de nada cuando puedas hablar? —el cajón se
cerró. Me sentí como una tonta. No le pregunté nada más.
Anabel entró a la cocina y lo saludó.
—Buenos días —enfocó su mirada al lugar donde él se encontraba y le
respondió algo a la pregunta que yo no escuché.
—No, ya Laura sabe de tu existencia, hoy no saldré a ningún lado —me
miró—. A él desde que llegamos no le gusta estar solo, se siente feliz al saber
que puede protegernos —dijo. Le preparé el desayuno.
Nos quedamos en casa, parecía que pertenecía a la familia, poco a poco me
acostumbré a que las cosas volaran de un lado a otro. Menos mal Brenda no se
quedó porque se desmayaría, esta mañana las hojas del periódico se pasaban
una por una en el sofá. Preparé el almuerzo y él fue mi asistente de cocina,
pasaba lo que le solicitada menos la sal, cuando la solicité, no me la entregó,
abrí el cajón y le pregunté.
—¿Te causa dolor la sal? —el cajón se cerró.
—¿Por qué? —el cajón no se movió, sonreí—. ¿Me lo dirás el martes? —
se cerró—. Perfecto, lo siento no volveré a pedirla —terminé de preparar los
espárragos.
El me ayudó a poner la mesa y sonreí de ver que adicioné un puesto más y
el levantó uno.
—Dice que el martes se sentará a deleitar tu comida —comentó Anabel al
entrar al comedor con el plato de salsa para los espárragos.
—Me parece bien. Pero desde ahora confieso que soy mala para la cocina
y que apenas estoy aprendiendo.
—Se comerá lo que le sirvas, dice que hace más de diez décadas no come
comida humana.
—Aun no sé cómo funciona esa forma de vida.
—Nos lo explicará, aunque tampoco sabe que leyes lo rigen a él.
Mientras almorzábamos mi celular sonó. Era Brenda.
—Hola ¿Cómo estás?
—Tranquila en mi casa ¿tú cómo vas con el inquilino?
—Perfectamente y prepárate, mañana después de la media noche se
convertirá en hombre de carne y huesos por dos semanas.
—¿Qué? —me imaginé la cara de pavor de mi amiga.
—Ya le compramos ropa moderna y así pueda presentarse en la sociedad.
¡Ah! Necesito que arregles sus papeles para que no lo vayan a arrestar, por si
quiere salir a conocer la ciudad.
—¿Y se supone?
—hay que sacarle sus documentos de identificación, el martes ven por
favor para que lo conozcas.
—No, no y no. Cómo se supone que lo veré, si con solo sentirlo la vez
pasada, oriné de miedo Laura, ¡por el amor de Dios! —no pude ocultar la
risa.
—Lo entenderá, parece ser una buena persona, por lo menos es muy
colaborador.
—¿A qué te refieres?
—A que cuando vuelvas a la casa no te asustes al ver las cosas volando.
—Aaayyy, no me digas eso, me va a dar un paro cardiaco —su voz fue un
lamento—. Déjame pensarlo, yo te llamaba para otra cosa.
—Dime —me reí más fuerte.
—La última herencia que Antonia me dio fue una pequeña caja para que la
abriera hoy. Al hacerlo dentro de ella había un grueso sobre, pero dice que
solo debe ser abierto por el dueño que se llama Franco Lecontte. ¡También se
llama Franco! —me puse fría, tal vez pálida. Anabel se percató y sentí el frío
muy cerca—. Laura ¿quién carajos es el Sr. Lecontte? Y ¿por qué dice que
debo llevarlo el martes a tu casa? —Brenda siguió hablando, yo no pude
seguir escuchándola, me desconecté del mundo —. ¿Laura me escuchaste?
—Si —le respondí en un susurro.
—Dime qué hago.
—Lo de siempre, espera al martes y ven a la casa —le respondí en shock,
asombrada y desconcertada. Mi mente analizaba, mi razón se negaba a
aceptar. Era imposible. Colgué la llamada, mi sobrina no apartó la mirada.
—Debo salir. Franco… —al nombrarlo me asusté demasiado, colapsé—.
Puedes cuidar a mi pequeña por un par de horas… debo salir de aquí.
—¿Para dónde vas? —preguntó.
—Ya regreso.
Salí corriendo, al cerrar las rejas me di cuenta que la cortina fue corrida,
no había nadie en la ventana. Me quedé en blanco con un huracán de
sentimientos que no podía manejar, después de dos cuadras de camino sin
rumbo fijo, los recuerdos comenzaron a aclararse, lo que Antonia me había
escrito empezó a tener sentido, “situaciones pasadas”. Me dijo que recordara,
me pidió que pensara en él y aunque me pareció una tortura, tal vez fue para
prepararme, es imposible no encuentro lógica, ¿cómo es que él está en la
casa?, ¿cómo llegó él hasta América? Lo dejé doscientos años atrás en otro
continente. Dijo que tiene doscientos años de muerto... Fue un sueño, un
mágico sueño. En verdad ¿viajé al pasado? ¿Los espíritus podrán viajar de un
lugar a otro? —Dios por favor ayúdame a entender por qué no comprendo
mi vida, no logro encajar nada—. Tal vez no es mi Franco, los documentos
en poder de Brenda serán algún tipo de… no sé qué cosa, me niego a pensar
que sea él. Lo cierto, es que el actúa como si yo le gustara. Recordé las veces
que me sentí observada y los múltiples días que me intimidó, mis sueños
eróticos… ¿él los provocaba? ¿Qué voy hacer?, los nervios se apoderaron
una vez más de mí, él estuvo conmigo leyendo el diario y me susurró la otra
noche que me amaba. ¿Se lo habrá comentado a Anabel? de ser así me lo
habría dicho ayer que hablamos en el almuerzo.

No logro concluir nada, es demasiado para mi razonamiento, lo único


claro es que Antonia tenía mucho que ver en esta historia. Ella me dejó una
fortuna, aunque jamás comprendí su razón, era su única heredera y debe de
ser bruja, lo que me ha regalado de alguna forma es mágico aparte de que me
ayuda a proteger a Anabel. Le pidió a Brenda que arreglara la casa igual a la
de mis recuerdos, nos pidió vivir aquí porque estaríamos seguras y también
habita un fantasma y por lo que me dijo Anabel mientras un fantasma habita
en una casa no pueden entrar otros a menos que tuviera una fuerza malévola
y el mal lo esté ayudando, eso fue lo que pasó anoche. ¿Qué haré si es
Franco? ¿Cómo lo trataré?... seguí caminando sin rumbo. Al llegar al parque
me senté y seguí pensando en mi vida. No me di cuenta que las horas
pasaron, las imágenes del pasado abrumaban mi mente, darles rienda suelta a
mis recuerdos no creo que haya sido la mejor idea. Regresé al presente y era
demasiado tarde. Anabel debe estar preocupada, además tenía frío, salí sin
chaqueta, ni celular, ni mis documentos, es de noche. Mientras caminaba de
regreso concluí que lo mejor era preguntarle quién era. Él me abrió la puerta.
—Hola… —mi corazón palpitaba como el aleteo de un colibrí—. ¿La niña
está dormida? —le pregunté y los cajones del juguete de Anabel se cerraron
—. Que bien… —no pude seguir hablando, me daba miedo comprobar si es o
no mi Franco, me paralicé por completo—. Yo… —las manos me sudaron,
las palabras se quedaron atolladas en mi garganta, no pude hablar. Tal vez me
miraba y esperaba a que cada expresión que hacía le aclarara mi estado, por
mi parte no pude hablar.
Corrí escaleras arriba a encerrarme en la habitación, entré al baño con ropa
puesta y debajo de la regadera dejé que el agua caliente me tranquilizara,
desconozco el tiempo que pasé en ese estado, fui consciente del efecto que el
agua ejercía en mí. La puerta del baño se abrió y mi corazón se aceleró, lo
sentí al otro lado del vidrio. Esta es la oportunidad Laura sólo pregúntale.
—¿Franco? —el vapor tenía empañado el vidrio del baño y eso le sirvió,
mis ojos registraron cuando colocó la palabra “si”. Mi corazón palpitó a un
ritmo acelerado, sentí como la sangre recorría mi cuerpo a una velocidad que
no creo, sea la adecuada. Todos los sentimientos se me unieron y se pelearon
en mi interior para ver cuál salía primero.
—¿Franco Lecontte? —susurré, parecía que mi alma estuviera al borde del
abismo y a punto de saltar al vacío, esperando a su respuesta, se tardó un
poco, pero escribió “SI”.
Me tapé la boca para ahogar el grito y las lágrimas comenzaron a salir una
tras otra recorriendo mi rostro, esto es imposible. La puerta de la ducha del
baño se abrió lentamente, mientras que yo seguía sorprendida, entró, se puso
debajo del agua por que vi como el líquido formaba una silueta, el agua
recorría el contorno de su cuerpo, mi pecho no pudo aguantar más, tantas
emociones, sentimientos, deseos, miedos y felicidad, tenía una mezcla por
dentro. Me lancé a abrazarlo, lo sentí por un segundo, él también
correspondió. Sólo fue por una fracción de segundo y se evaporó. Cerré el
grifo y escuché la última campanada del reloj de la sala. Eran las doce, es
cuando los espíritus tienen más fuerza. Las lágrimas no dejaron de salir, esto
parece un cuento de hadas, envuelto en fantasía y mezclado con magia, no sé
qué hacer, miles de recuerdos llegaron a mi mente, ¿cómo será esta relación?,
Antonia que tiene que ver en todo esto. No sé nada, pero me siento completa.
Al salir de la ducha, escurría agua por haberme metido con ropa y zapatos, le
pedí que me dejara sola para cambiarme y ponerme la bata de dormir. Me
demoré al salir. Es imposible creer que él es mi Franco y deseando que hoy
lunes fueran las doce de la noche para verlo convertirse en un hombre visible,
no sé qué haré mañana cuando eso pase, me le tiraré encima a besarlo o como
me comportaré, ¡Dios qué hago! Salí del baño y el abrió el cajón de mi
nochero. Entendí que quería hablar. Yo no podía parar de llorar, me siento
feliz y son lágrimas de alegría, él se me acercó tanto que un vasto frío rozó
mi mejilla y limpió mis lágrimas.
—Son de felicidad —dije—. Aun no sé cómo esto puede ser real. No
tengo la menor idea y mi capacidad mental la tengo un poco aturdida. Estoy
feliz de que seas tú… no sabes la alegría que siento dentro de mí, es sólo que
nuestra historia es muy extraña —el tocó mis labios, era tan frío, se sintió
como si estuviera besando un cubo de hielo, su contacto me quemó, no me
importó. Me estremecí desde la punta del dedo gordo hasta el último cabello,
él lo percibió y se alejó de mi lado—. No, no por favor no te apartes —me
dirigí al armario, me puse la chaqueta más caliente que tengo y me metí en
las cobijas—. Por favor no te vayas, quédate conmigo esta noche, no me dará
frío y si me da no me importa —el cajón de mi nochero se cerró, las lágrimas
volvieron a salir—. Te amo Franco —el frío se concentró en mi cuello y
volví a sentirlo en mis labios.
CAPÍTULO 19
EL REGRESO DE FRANCO

El despertador sonó a las seis de la mañana, sudaba como si fuera verano y


estuviera metida en un cuarto de sauna. Amanecí sola, la puerta del cuarto
estaba abierta.
—¿Franco? —sólo lo nombré, a los pocos segundos se sentó mi lado, el
frío me envolvió, sonreí al pensar que él me abrazaba—. Te amo —me dio un
beso en los labios. Que irónico, detesto el frío.
—Hay una niña en casa —dijo mi sobrina sonriendo y lista para ir a la
escuela—. Ya desayuné —ella lo miró—. Te dije que ella lo comprendería de
la mejor manera. Hemos vivido muchos sucesos sobrenaturales, esto es lo
más agradable que nos ha pasado.
—Me arreglo y te llevo —dije, entré al baño.
No me demoré al llevarla a la escuela y regresar a casa, cuando entré sentí
que me levantaron del piso y me dieron una vuelta en el aire, reí
abiertamente, el frío me erizó la piel. Se alejó de mí, si fue cierto lo de mi
viaje al pasado, él sabe que odio el frío.
—Qué paradoja, odio el frío y el ser que amo es helado —mi cabello se
alzó un poco, supuse que lo acarició.
No me dejó sola aunque creo que jamás lo ha hecho desde nuestra llegada,
no dejo de pensar lo que sucederá cuando sea de carne y hueso, ¿cómo será
nuestra relación?, ¿será verdad lo que vivimos en el pasado o en el sueño? De
ser así él y yo… me asusté y tal vez lo notó, porque el cajón de la cocina se
abrió, Quería que habláramos, no sé cómo preguntárselo.
—No pasa nada —dije adelantándome, si todo fue real, me conoce muy
bien.
La tarde la pasé pensativa, con una chaqueta y la cobija encima, después
de ir a recoger a mi pequeña. Se acercaba la noche y por lo que hablaban
sabía que también deseaba ser visible.
—¡Franco cálmate!, faltan pocas horas —lo regañó, mi corazón palpitaba
de una forma nada segura para un cardiólogo, debía salir de dudas y
preguntarle si en verdad nosotros estuvimos juntos. Debía hacerlo cuando
Anabel se durmiera.
—¿Qué te pasa Laura? —sé que mi nerviosismo pondría a mi niña
intranquila, ¡qué niña tan precoz!
—Nada —la miré—. También estoy ansiosa de verlo—sonrió.
—Es tarde, debo dormir —lo hacía para dejarnos solos, me ruboricé un
poco.
—Anabel… ¿si Franco está convertido en una persona palpable puede
protegerte?
—No. Mi padre también se hará visible y se debe tener mucho más
cuidado —Anabel tradujo lo que escuchaba.
—No irás a la escuela en estas dos semanas —dije—. ¿La sal te protegerá?
—Si —respondió.
—¿Franco es conveniente que asista a la escuela? —le pregunté.
—No sé si él sabe dónde estudio —intervino Anabel—. ¿Es mejor que me
quede en la casa? —un viento azotó la sala revoloteándolo todo, el libro de
Antonia se abrió. Las hojas pasaban solas, se sintió un aullido un poco
tenebroso por causa del viento, mi pequeña corrió a mi lado y el fantasma se
alejó.
Con Anabel en mis brazos y el frío lejos de mi cuerpo supe que Franco
estaba alerta a lo que entró en la casa, tal vez el mal. Pero no fue así, el libro
de Antonia quedó abierto y lo que decía nos dejó a asombrados. Vimos como
las letras se escribían solas.

Cuiden a Anabel… Laura y Franco,


perdónenme por haberlos alejado, pero
era indispensable. Laura; por la niña
no te dejé en el pasado, Franco es
quien debe ayudarte a enfrentar al mal
que les persigue, no pensé que
volviera a hacer lo mismo… aun así
tomó a Ana como lo hizo conmigo. Él
no sabe quién soy ni el poder de mi
familia. Si gana, el infierno entrará y
no saben las atrocidades que viviría la
humanidad.
Juré enviarlo al infierno y esperar
que el mal ocasionado por mi
imprudencia al manipular el tiempo
sea restaurado. Falta poco. Resistan,
recuerden cuidar a Anabel. Si él se
apodera de ella, será aniquilada la
humanidad. Él se unió con las fuerzas
oscuras, no está en condiciones de ir a
buscarlos, se está entrenando como yo
lo hago, pueden estar tranquilos por un
tiempo. Sean felices, se lo merecen, te
lo mereces hija.
—¿Eso dice que puedo ir a la escuela y dormir sin la sal por un tiempo?
—Eso creo cariño —le respondí.
—¿Conoces a Antonia? —le preguntó Anabel a Franco—. ¿Era la esposa
de tu tatarabuelo?
—Mañana nos espera una larga charla —sentí el frío alrededor, esa noche
no iba a pensar en nada que no fuera Franco Lecontte—. Hija es hora de
dormir.
—Franco pregunta si es confiable lo que dice Antonia.
—Amor, gracias a ella estamos aquí —acaricié a mi pequeña—. Antonia
no me dejó en tu tiempo, porque era mi deber cuidar de ella —me abrazó
fuerte mientras que yo le besaba los rizos negros—. Hasta mañana hija.
—¿No me vas a acompañar?
—Claro que si —fue levantada en el aire y su cabello cayó hacia abajo, por
la forma de cargarla estaba boca abajo, la vi volar por las escaleras, no dejé de
reírme mientras los seguía y mi niña también reía.
Dejamos a mi chiquilla tranquila por primera vez en su recámara, ya eran
pasadas las 10 de la noche. Bajamos a la cocina, me tomé un vaso con agua.
Él abrió el cajón.
—Estoy demasiado nerviosa. ¿Tú también lo estás? —se cerró.
—Franco —abrí de nuevo el cajón—. ¿Fue real lo que vivimos? —se
volvió a cerrar y al rato el mismo lo abrió, mi corazón se iba a salir de mi
pecho—. La última noche tú y yo si… —él no contestó, vi una hoja y un
lápiz que entraban volando a la cocina, se posó sobre la mesa y con su letra
que no veía desde hace casi nueve años me escribió.

Viajé a buscar a mi mujer.


Me tapé la boca, las lágrimas salieron sin poder contenerlas, él viajó a
buscarme en ese tiempo creyendo que existía. Eso me dio más susto, hoy
volveré a estar con él. Nos quedamos un tiempo en el mismo lugar por lo
menos de mi parte asi fue. Necesitaba arreglarme, así que la vanidad salió a
flote para darle ánimo a los maltratados nervios.
—Debo estar un tiempo a solas, por favor solo necesito… sube cuando
seas de carne y hueso —el cajón se cerró—. Perfecto —no levanté la mirada,
salí de la cocina con la cabeza gacha.
En la habitación comencé a buscar mis batas de dormir, las que tengo no
son nada sensuales, eran anticuadas. Bueno él es anticuado —me reí, recordé
su cuerpo perfecto—. Me vi al espejo y… bueno, la verdad es que yo estoy
congelada en el tiempo. Así que tomé una de seda que me llegaba un poco
más arriba de la rodilla, entré al baño, me bañé, me depilé y me apliqué
algunas de las cremas que tengo. Miré el reloj faltaban diez minutos para las
doce, mis nervios ya iban por su cuenta, descontrolados a mas no poder. Salí
del baño, me senté en la cama mordiéndome los dedos y sintiendo cómo pasa
el tiempo lento mirando las manecillas hasta que escuché el primer
campanazo del reloj de péndulo que había comprado y colocado al finalizar
las escaleras, no pude aguantar más. Salí corriendo a encerrarme de nuevo en
el cuarto de baño. Puse la oreja en la puerta por si escuchaba algo y lo único
que podía escuchar era el motor que tenía en mi pecho. Estaba más asustada
que la primera vez que estuve con él. La puerta de la habitación se abrió,
alguien entró a mi recámara, era cierto ya era de verdad, las lágrimas salieron
de la misma emoción, pero no pude salir del baño. Se detuvo en la puerta y
tres golpes causaron más estragos en mis nervios. Me tapé la boca para
ahogar el grito.
—Laura yo también estoy asustado —era su voz, esa penetrante y aguda
voz que es su mayor atractivo, hace que mi alma se sienta viva, recordé lo
mucho que me agradaba, las lágrimas se hicieron más abundantes, presioné
mi corazón, esto no puede ser cierto—. Viajé a buscarte sin saber que me
tocaba esperarte doscientos años para volver a verte, por favor no te escondas
de mi —se alejó, respiré varias veces antes de salir del baño con el corazón
en la mano. Era él, como si los años no le hubiesen pasado, era igual al de
mis sueños. Bello, elegante con su cabello castaño claro y esos hermosos ojos
grises, con su ropa del siglo XIX. Mis lágrimas corrían hasta llegar a mi
cuello, me quedé inmóvil cerca de la cama, él en mitad de la habitación
contemplándome. No pude moverme, se fue acercando poco a poco hasta
quedar frente a mí y me di cuenta que el también lloraba—. ¡Esto es
increíble! —acarició mi cabello—. Tu cabello es lo único diferente, de resto
sigues igual —dijo.
—En ese tiempo me lo había pintado de color caoba, este es mi color
natural, ¿no te gusta el color castaño? —respondí.
—Me gusta el otro —dijo, bajé la mirada sin dejar de sonreír.
—Se puede arreglar —respondí, mientras que él me limpiaba las lágrimas
—. Tú estás igual —comenté en un susurro. Acarició mi rostro y cada una de
mis células y neuronas se estremecieron tan solo con su tacto—. Franco yo
no… —me acunó el rostro obligándome a mirarlo, en sus ojos vi lo que
siempre he buscado en un hombre, yo nací para él, aunque esta historia es
demasiado compleja, no podía ser de nadie más, él me había atado a su vida.
—Ya lo sé, cumpliste tu promesa —arrugué mi frente, me regaló esa
anhelada, bella y sensual sonrisa que hace que me derrita—. Me leí los dos
diarios —confesó, no le contesté, ahora comprendo lo que me pidió Antonia,
supongo que era vital para Franco saber que sólo he sido de él, por eso ella lo
sugirió. Nos miramos, no hablamos, nos fundimos en la profundidad de
nuestras almas, en cuestión de segundos me estrechó contra su pecho, de una
forma casi animal nos fundimos en un beso, tan apasionado que nos costó
respirar, a mí no me importaba morir ahogada por causa de ellos, quería
besarlo mientras nos desvestíamos salvajemente, nuestros cuerpos deseaban
pertenecerse una vez más. En mi vida han pasado más de ocho años y para
Franco eran doscientos. Volvió a dolerme un poco, no como la primera vez,
el volvió hacerme suya, mientras mi cuerpo se estremecía en sus brazos, me
sentí plena, es como si me hubiesen inyectado felicidad. En esta ocasión el
acarició cada parte de mi piel y yo hice lo mismo, no hubo pena, ni miedo,
sólo deseo, amor reprimido, anhelo frustrado y necesidad primitiva.
—Te amo Franco —le susurré al oído, me aferró a su pecho y con sus
labios rozó mi cuello, mientras nuestros cuerpos desnudos descansaban.
—Igual que yo Laura Mclaend —se alineó una vez más al mío y volví a
fundirme en sus besos y caricias mientras él me volvía a hacer suya. Él tenía
un deseo insaciable y dejé que se saciara de lo que era sin duda alguna,
suyo…
Descansábamos tan pegados como nuestros cuerpos nos lo permitieron.
Acariciaba mi espalda mientras mi cabeza reposaba en su pecho.
—No sabes lo feliz que estoy Laura, aunque no entiendo nada, creo que
somos los conejillos de india de Antonia Mclaend.
—Yo también siento lo mismo y comparto lo que dices. Pero no me
importa nada, estaré contigo cada tres meses, aunque termine siendo más
vieja que tú.
—Tengo 224 años, jamás serás más vieja que yo —dijo sonriendo
mientras, acariciaba su pecho—. No sabes la amargura que envolvió mi alma
por culpa de tu recuerdo y la felicidad que sentí al verte entrar a esta casa
hace tres meses, caí de rodillas ante Anabel para que no sintiera miedo y te
convenciera de quedarte. Esa mañana me parecía imposible que existieras.
Aunque pensé que eras una descendiente de mi Laura, sólo cuando te escuché
decirle al imbécil que intentó besarte que no podías amar a nadie más porque
se lo prometiste a un sueño entendí que eras tú. Me quedé inmóvil en la
cocina, tú me atravesaste, no sé si te acuerdas. Esa noche leí contigo tu diario
y no podía creerlo, lo he leído decenas de veces, hasta el punto de memorizar
algunos párrafos. No tengo claro lo que estamos viviendo, aún no lo
comprendo, pero si antes me deleitaba mirándote dormir, cuando supe que
eras mi Laura… Perdona por…
—¿Qué?
—Cada noche esperaba a que fueran las doce para salir a robarme una rosa
y dejártela en cualquier parte de la casa —sonrió, lo abracé más fuerte a mi
cuerpo—. Pensé que entenderías los mensajes subliminales, los pasaste por
alto, salvo que te sentías observada. En las madrugadas en un par de
ocasiones te tocaba, sé que es bajo y enfermo de mi parte, perdóname por mi
bajeza yo… —sonreí, lo besé en el pecho.
—¿Tú dañaste las flores que me regaló Frank? —entonces fueron celos—.
Y por las caricias, no te avergüences por ello. Te doy mi permiso para
hacerlo.
—Gracias —suspiró—. No sabes la rabia que sentí cuando se te acercó, te
juro, sólo esperaba a que te tocara para estrellarlo contra alguna pared —
introdujo sus dedos en mi cabello. Al acariciarlo me sacó un leve gemido—.
Pero tú lo detuviste.
—No pude estar con ningún hombre ni a un metro, a Frank lo estimo —él
se puso tenso—. Espero que lo aceptes, él es un amigo y le agradezco mucho,
gracias a su compañía, Anabel y yo estamos vivas.
—Dame tiempo, había jurado matarlo si lo volvía a ver…
—No le dirás nada Franco —le dije con una sonrisa pícara—. ¿Me lo
prometes?
—No te prometo nada. Tengo ganas de partirle la cara —su voz fue
determinante—. ¿Tengo que estar siempre compitiendo con alguien?
—Jamás… nací para ti, he sido tuya, deja los celos.
—Tienes razón —respiró profundo.
—Cuéntame tu historia, amor, después de viajar a buscarme ¿qué pasó? —
le pregunté, seguía acariciando mi cabello.
—Cuando desperté esa mañana, no estabas a mi lado. Había una nota con
una dirección y firmada por Antonia. Decía que si en verdad te amaba debía
buscarte en esa dirección y resultó ser esta casa. Esa mañana corrí a tu
habitación, me sorprendí al verla vacía como si jamás la hubiesen ocupado, lo
más raro fue que nadie te vio salir, los caballos estaban completos así que no
comprendimos cómo pudiste irte de la casa. Lo único claro para mí era
alcanzarte para que viajáramos juntos. Mamá me acompañó hasta el puerto.
Mi padre me dio mi herencia correspondiente por si no regresaba. Le dije a
mi madre que organizara los preparativos de la boda porque sería un hecho
—mientras narraba, me imaginaba lo mucho que debió sufrir—. Estuve
durante muchos días metido en un barco con la ilusión de verte y volver a
tenerte en mis brazos. Alquilé un carruaje para hacer más rápido el viaje, así
fue como llegué aquí, era una bella casa en ese entonces, una anciana de
avanzada edad y de ojos color miel, como los tuyos me dijo que te esperara,
que pronto regresarías. Fue muy amable, me dio esta habitación para
descansar, al acostarme me di cuenta que tu collar estaba en la mesa de noche
con un sobre. Al abrirlo decía que conservara la llave y así lo he hecho. La he
custodiado, reposa en mi chaleco, la guardé y me quedé dormido. No supe
más nada de la anciana, no amanecí con el collar, me lo habían quitado y me
encontraba solo. Lo más raro es que no pude salir de la casa, lo intenté en
miles de ocasiones, era como estar enjaulado. Ni por el balcón, ni ventanas
logré salir, con el tiempo me sentí frustrado, no podía agarrar los objetos
porque los traspasaba y se me caían, no sentía hambre, ni sueño, ni
necesidades fisiológicas así que comprendí que había muerto, creció una
rabia hacia ti, cómo era posible que me hubieses mentido, llegué a odiarte
tanto y al mismo tiempo tu recuerdo me daba fuerzas para seguir en este
estado de fantasma. Con los años me fui perfeccionando y comprendí que en
la noche podía salir por determinados segundos y cada tres meses puedo
adquirir condición humana para poder salir, así conocí a varias personas o
bueno a varios espíritus como yo que me enseñaron cómo sobrellevar la
carga de la muerte en el intervalo.
—¿Intervalo? —pregunté.
—Si. Es el lugar en el que están las almas que no van al cielo ni al
infierno.
—Perdóname —dije.
—No tienes por qué pedir perdón amor. Tú también has sufrido —me
besó la frente.
—¿Anabel sabe lo que pasó entre nosotros?
—Sí, no ha dejado de interesarse y emocionarse porque yo fui tu novio y
tu prometido —sonrió con picardía—. Es muy inteligente para su edad y
demasiado perspicaz —sonreí—. Es muy linda, sus rizos me recuerdan a
Julieta.
—Sí, me encantan sus resortes.
—Me parece mentira que estés aquí Laura —me abrazó una vez más tan
fuerte que me volvió a estremecer—. Sabías que Antonia fue la que me dio el
anillo de compromiso, por cierto, ¿en qué parte de la historia quedaría?
—¿Antonia? —me incliné para mirarlo.
—Sí, le envió una carta a mi madre 100 años después de su muerte donde
decía que mi amor por ti desató la primera atadura que condenaba su alma o
algo así nos dio a entender. También dijo que tú vida era triste y debía sanarte
—me besó en la frente—. En eso tenía razón, tú estabas muy triste en esos
días.
—Era porque la anciana que me cambió de ropa en el puerto el día en que
me recogieron, dijo que sólo tenía hasta la boda de Natali. No quería irme, a
tu lado supe lo que era tener una familia.
—Vamos a tenerla ahora, aunque no sé cómo funcionaremos, por ahora
eres real y no te dejaré nunca más —noté la nostalgia en su voz—. No sabes
cariño, los días de desespero que he tenido, no le deseo a nadie la soledad en
la que me vi envuelto.
—¿Amor no supiste nada de tus padres?
—Si. Ellos unos meses después viajaron y llegaron hasta la puerta de la
casa, sabían la dirección, pero no entraron, no tenían llaves, mi mamá lloró
con amargura en la entrada mientras que yo lo hacía en el interior… papá se
unió al llanto como un niño, me sentía impotente, en ese tiempo no había
adquirido los dones que tengo ahora.
—Perdóname —volví a decirle.
—Te dije que no tengo nada que perdonarte amor —acunó mi rostro y me
dio un tierno beso.
—Al menos te lo hubiese dicho y…
—Si. Lo hubiese entendido cuando morí, aunque no sé cómo pasé al otro
mundo, sólo me dormí y al día siguiente era un fantasma.
—¿Qué dones tienes? —le pregunté mientras le acariciaba el costado, se
estremeció—. ¿Te dan cosquillas?
—Hace un siglo no tenía sensaciones humanas y con respecto a mis dones,
escucho y puedo tocar a los humanos.
—Tu eres un humano no te clasifiques como un bicho raro además no eres
extraterrestre.
—¿Qué es un extraterrestre? —no pude contener la risa.
—Un ser de otro planeta.
—¿Seres humanos en otros planetas?
—Tal vez, no se ha comprobado, pero no te salgas de mi pregunta. ¿Sabes
hacer algo más?
—Puedo volar, atravesar paredes si estoy en estado de… ¿cómo me dices?
—arrugó su frente—. Corriente de aire —solté una carcajada—. También
logro agarrar y levantar objetos, me materializo como ya lo ves, cada tres
meses a las doce de la noche podrás escucharme y me sentirás, aunque creo
que podré hacerlo a cualquier hora.
—¿Por qué?
—Me siento fuerte amor.
—¿Qué pasa con la sal?
—Me arde —fue muy seco en esa respuesta.
—¿Te encenderías en fuego?
—No… los espíritus malos, los que han matado son los que no soportan
para nada la sal. En mi caso puedo tocarla, pero duele.
—Perdóname por haber esparcido sal la otra vez, sentí miedo.
—Fui yo quien la recogió esa noche y Anabel barrió el cuarto y la cocina,
aunque no sé cómo me viste, yo no hice nada esa mañana. La noche en que la
regaste en tu habitación no me importó el ardor y entré a tu cuarto y te toqué
—me quedé mirándolo y poco a poco fui abriendo la boca al comprender que
esas eran las noches en la que él me tocó—. Perdóname, pero no pude
aguantarlo —dijo sonriendo, Dios como añoraba esa pícara sonrisa y
escucharlo hablar me arrullaba, tiene el timbre perfecto para alterarme, todo
en él es sensual.
—Pensé que había sido un sueño… —sonreí—. Espero que lo sigas
haciendo cuando vuelvas a tu estado de fantasma de vez en cuando para no
pasar tres meses… —soltó una carcajada—. Además, ya te dije que soy tuya.
— ¿Tienes sueño? —lo miré, imagino que, para él pasar doscientos años
alejado de una mujer debió de ser duro.
—¿Porqué? —aunque sabía que significaba esa pregunta.
—Solo quería saber —lo dijo en ese tono de necesidad—. Es solo que…
—suspiró y yo sonreí. Nos besamos de nuevo, acarició mi piel con tanta
delicadeza y admiraba mi cuerpo desnudo como lo hizo la primera vez. Era
mágico sentirlo dentro de mí, y esta vez al terminar nos quedamos dormidos.
CAPÍTULO 20
REVELACIONES

Anabel nos sacó del profundo sueño en el que fuimos envueltos. Los
golpes en la puerta me hicieron reaccionar mientras que él parecía estar
profundamente dormido, le di un beso en la boca, me vestí y abrí la puerta.
—Cariño es tarde para ir a la escuela.
—No quiero ir hoy a la escuela —dijo—. Quiero verlo.
—No señorita —se me subieron los colores al rostro.
—¿Está desnudo? —abrí los ojos.
—Vaya mente la que tienes. Baja —le dije sonriendo.
Al acercarme a la cama él se desperezaba.
—Buenos días amor —dije, es muy atractivo y muy varonil.
—Buenos días cariño —se inclinó y me besó.
—Anabel te espera, voy a bañarme, haré el desayuno —me atrapó y no
quería soltarme, me aferraba a su cuerpo, ambos nos reímos, en un descuido
de él me escabullí y corrí al baño dejándolo en la cama.
No sabía que ropa ponerme, quería verme linda para él, sin dejar de ser yo,
así que me puse un pantalón estilo safari de color caqui y una blusa de
tirantes, al salir él miraba y tocaba cada objeto.
—¿El agua que tal está? —preguntó.
—Caliente —se acercó y me dio un beso muy insinuador, provocando que
mi respiración se agitara.
—Que pícaro eres, debería de ajusticiarte por la forma en que me
conviertes en nada con sólo tocarme —sonrío—. No hagas eso, sabes que la
niña nos espera —dije mientras su mano se deslizaba por mi cintura, suspiró
con fuerza.
—Quería saber si no he perdido mi estilo.
—Jamás lo harás —volvió a sonreír—. En el otro cuarto se guardó tu ropa,
en la tarde la pasaremos a esta habitación.
—Como la señora Lecontte disponga —sonreí, miles de mariposas
revolotearon en mi vientre.
Bajé a la cocina con una sonrisa en mi rostro, mi pequeña me hizo
ruborizar al realizar su comentario. No le presté atención, me puse a
preparar huevos con tocino, pan tostado y jugo de naranja. Franco me
llamó.
—¡Cariño! —subí las escaleras de dos en dos, al escuchar el grito.
—¿Qué pasa? —pregunté al entrar a la recámara, encontré la puerta del
baño abierta y parecía estar un poco avergonzado.
—Perdóname… pero no sé qué botón utilizar para que salga el agua en tu
sofisticado baño —no pude contener la risa—. No te rías por favor.
—Creo que ahora entenderás el porqué cuando estuve en tu tiempo
prefería observar antes de hablar, sabrás el porqué decía tantos disparates —
sonrío, le expliqué el mecanismo de la sofisticada ducha. Se quitó la toalla y
entró al agua—. Tu cuerpo es perjudicial para la vista —el arrugó su frente
—. Eres demasiado perfecto —su sensual sonrisa emergió en su rostro y se
sonrojó.
—Por qué será que tienes la capacidad de abochornarme con tanta
facilidad —le guiñé un ojo, me dirigí de nuevo a la cocina. El desayuno
estaba listo, sonó el timbre. ¿Quién podrá ser?, Anabel comenzó a servir la
mesa mientras yo abría la puerta, era Brenda con ¿Frank?
—Hola… pasen —les dije, saludándolos.
—Hola Laura —mi abogada entró un poco temerosa.
—Buenos días —Frank me saludó de beso en la mejilla, mi pequeña
corrió a abrazarlo como antes y volvió a sorprendernos—. ¿Y este saludo a
qué se debe?
—A que Laura ya está con Franco y él no se pondrá triste.
—¿Quién es Franco? —preguntó.
—El fantasma, que está protegiendo la casa y tiene el mismo nombre del
amor eterno de Laura, eso la tiene un poco trastornada —noté el cambio en
mi amigo, pero no era de dolor, más bien ¿vergüenza? —. ¿Ya se puede ver
como una persona común y corriente? —preguntó Brenda.
—¿De qué hablan? —volvió a preguntar, él no sabía los últimos sucesos
de los fantasmas.
No le respondí, escuchamos los pasos de mi fantasma favorito al bajar las
escaleras y al girarnos, descendía el hombre por el cual yo pierdo la cabeza.
Vestido con los mocasines de color gris, el pantalón que tenía puesto era un
dril de color gris oscuro y el buzo gris claro que le había comprado cuello
alto, vi como mi abogada cambiaba de expresión y abrió la boca mientras que
yo suspiraba, me sentía orgullosa de saber que ese varonil hombre estaba
conmigo, una vez más me regaló esa pícara sonrisa, Brenda abrió más la
boca. Anabel se bajó de los brazos de Frank y salió corriendo a lanzarse a los
brazos de Franco, le cerré la boca a mi amiga sin dejar de reírme.
—¡Franco! —el gritó de mi niña fue alegre.
—Princesa —me conmovió como la llamó.
Él la acomodó a un lado de su cuerpo y siguió caminando en dirección a
nosotros, con la mano suelta me tomó por la cintura y me dio un
comprometedor beso —se por qué lo hizo—. Quería dejar muy claro que soy
suya. Brenda volvía abrir la boca y con mi mano se la cerré de nuevo porque
se le podía desencajar la mandíbula. Al dejar de besarme, bajó a Anabel, me
di cuenta que mi amigo miraba a otro lado. Franco había logrado su
cometido.
—Mucho gusto Franco Lecontte —dijo. Mi abogada abrió los ojos al
mirarme y yo le afirmé. Siempre quedamos sorprendidas por más que nos
imaginamos lo que va a pasar, es el mismo nombre que le dijo Antonia.
—Frank Halen —respondió mi amigo.
—Yo soy…
—Brenda, la mejor amiga de mi Laura —dijo saludándola de beso en la
mano como era su costumbre en el siglo XIX.
—De dónde sacaste a esta estampa de hombre —mi amiga pensó en voz
alta. Yo solté una carcajada.
—¿Qué significa estampa? — me mordí los labios.
—Hombre perfecto —se le subieron los colores de nuevo a mi novio—.
¿Tienes hambre?
—Mucha, hace 100 años no me convertía en humano —arrugué la frente,
me miró penetrando mi mirada—. Después te cuento esa historia.
—Sé que están bastantes desconcertados pero mi historia con Franco es…
no lo sé. Creo que deben leer esto —salí en busca del diario y se los entregué
—. Por él, es que no he podido estar con otro hombre —ellos me miraron
anonadados—. Espero lo entiendan. Me alegra que estén aquí, necesito ayuda
para desenredar la historia.
—Vamos a comer —dijo Anabel tomándome de la mano.
Mientras ellos se ubicaron en la sala y se sumergieron en la lectura del
diario, nosotros compartíamos en la mesa como una verdadera familia. Al
terminar recogí los platos y los llevé a la cocina, mi pequeña subió a su
recámara, Brenda se levantó del sillón y me interrogó en la cocina.
—¿Viajaste al pasado para acostarte con ese hombrón?, Laura con razón
es que jamás miraste a ningún hombre con semejante partido —su cuerpo
habló por ella—. ¿En la cama es igual que verlo en persona? —sonreí.
—Mejor.
—¡Ay madre mía! —se estremeció, no pude evitar reírme—. Mándame al
pasado para encargar uno igual —solté una carcajada.
—No cambias —le di un leve manotazo en la cabeza.
Salíamos de la cocina y escuchamos la conversación que los dos hombres
sostenían. Frené en seco y mi amiga se chocó con mi cuerpo.
—No quiero que vuelvas a intentar besar a mi mujer —decía Franco.
—No lo volveré hacer y no por ti, sino por ella. Solo no juegues con sus
sentimientos fantasmita —abrí mi boca, miré a Brenda y ella me decía que no
interviniera y que escucháramos la conversación.
—Crees que yo viajé a este continente a buscarla sometiéndome a 200
años en un estado de intervalo y ¿Ahora que la encuentro es para jugar con
ella? —noté la rabia en su tono de voz. Era hora de intervenir, sé a dónde
querían llegar y no lo permitiré.
—¿Pasa algo señores? —los miré a los dos, ellos al mismo tiempo
respondieron.
—Nada.
—Quiero dejar algo claro —miré a Frank—. Amo, adoro y daría mi vida
por Franco sin pensarlo —mi novio sonrió victorioso mientras que mi amigo
se sintió avergonzado. Ahora miré a Franco—. Comprende que él es mi
amigo, el único que he tenido en mi vida y lo respetarás —Franco se mordió
la lengua, no de rabia sino más bien de alegría mientras que Frank arqueó las
cejas—. No quiero riñas, sarcasmos entre los dos hombres que son
importantes en mi vida, cada uno en la faceta que acabo de nombrar,
¿estamos claros? —los miré a los dos. Ellos se quedaron analizando por un
segundo. Ya lo había dicho, di la vuelta para traer a Anabel y alcancé a
escuchar lo que ellos hablaron.
—Que genio, no pensé que tuviera ese carácter —dijo Frank.
—Yo sí y no sabes lo que me alegra saber que sigue siendo la misma —
comentó.
Anabel venía corriendo con la caja pequeña, uno de los últimos regalos de
Antonia.
—¡Laura! —gritó. Franco llegó a mi lado mientras que mis amigos se
quedaron un poco retirados de nosotros sin apartar la vista de la niña con una
cara de asombro—. ¡Mira! —me dijo mostrando la caja y esta tenía un
candado. Era increíble la magia de Antonia.
—Esto no estaba. Solo falta la llave… —no terminé la frase, Franco subió
las escaleras corriendo desapareciendo en nuestra habitación. Al volver me
mostró la llave que tenía.
—La llave que me dejaron. La que debía cuidar —sonrío, nos sentamos
alrededor de la sala, fue Franco quién abrió el cajón misterioso. Quedamos
sorprendidos él y yo al ver lo que había en el interior, eran pertenencias
nuestras. Habían cartas y cuando las tomé eran las que él escribió hace 200
años, también encontramos una pequeña bolsa de terciopelo—. ¡Esto es
sorprendente! —dijo sonriendo, tomó la bolsita—. Sigue en pie mi propuesta
de matrimonio —dijo, a mí se me hizo un nudo en la garganta—. Solo dime,
si tú también sigues dispuesta a compartir la vida conmigo.
—Lo anhelo —sacó el anillo que me había puesto ya una vez, por más que
intenté no pude contener las lágrimas. El deslizó el anillo por mi dedo.
—Jamás debió desaparecer de ese lugar —me besó la mano—. Es para mí
un honor ser tu esposo, aunque sea un fantasma —fui yo la que se lanzó a
besarlo, me correspondió sin objeción—. Te amo con toda mi alma.
—Niña en la sala —comentó Anabel, se le notaba lo feliz que estaba,
Franco la tomó en brazos y le preguntó lo que jamás pensé que el diría.
—Princesa… ¿me aceptarías como tu padre? —nos miramos, los ojos se
me humedecieron de nuevo pero los de ella derramaron ese líquido salado
que se activa con el grado del sentimiento.
—¿De verdad quieres ser mi papá?
—Lo anhelo… si Laura está tan orgullosa de ser tu madre yo seré un
hombre privilegiado por tener una hija como tú —Anabel no le contestó, lo
abrazó—. ¿Te gustaría llevar los apellidos Lecontte Mclaend?
—Claro que si —ella extendió su mano para que me uniera al abrazo
familiar. No es necesario haber engendrado los hijos, lo importante es
amarlos como tal.
—Me han hecho llorar —Brenda se limpiaba las lágrimas y Frank le
ofreció su pañuelo.
—Creo que estoy sobrando —comentó mi amigo, se levantó. Pero fui yo
quién lo detuvo.
—Frank quiero que te quedes y nos ayudes a entender a esta mujer, eres
Psicólogo.
—Si. Y como te decía en el auto, eres importante para que me mantengas
con la cabeza pegada al cuello —mi amiga le ofreció la mano, él se sentó—.
Por cierto, Franco, Antonia me entregó este sobre para ti.
Mi prometido tomó el grueso sobre, al destaparlo se dio cuenta que eran
los documentos de sus propiedades.
—No sé si esto sirva en este tiempo —le pasó los documentos a mi
abogada, ella es especialista en finca Raíz.
—Claro que sirven, esos documentos son invaluables. Sólo debo rastrear
las propiedades. ¿Puedo hacerlo? —le preguntó.
—Eres la abogada de la familia, Colega —ella me miró y afirmé.
—Él es abogado —se miraron.
Franco leía el libro de Antonia, Brenda analizaba la documentación
suministrada por mi novio y mi niña hablaba con Frank. Fue Franco, el que
nos sacó de las meditaciones personales.
—Cariño… —presté atención a su llamado—. Creo que tu… eres la hija
de Antonia —abrí mi boca—. ¿No te has dado cuenta?, ¿por qué crees que te
ayuda? Quería que fueras feliz, pero vivíamos en tiempos diferentes por eso
hizo lo que hizo, mi duda es Anabel ¿qué tiene que ver ella en nuestra
historia?
—¿Por qué dices eso? —tomó el cajón y buscó en las cartas, cuando
encontró las que necesitaba me las extendió. En una decía que yo era la
última Mclaend, y a raíz de su amor a mí había desatado algo en la vida de
Antonia. En la otra carta era donde le suministraron la dirección antigua de
esta casa, ¿por qué no era la actual? En doscientos años ha cambiado la
nomenclatura—. No entiendo aún.
—Mi mamá me comentó algo de la historia de Antonia, cuando ella se
casó con mi ancestro, él era viudo con dos hijos que Antonia tomó como
suyos, del nuevo matrimonio nacieron dos más. Pensamos que tú eres
descendiente de los hijos de Antonia, mi madre es descendiente de los hijos
mayores del primer matrimonio, lo que significa que no somos familia.
Aunque aún sigo sin comprender por qué me involucraron —meditó un poco
—. En la narración inicial ella cuenta una historia y deduzco es un fragmento
de su vida. En ocasiones mamá decía que en nuestra familia existían
hechiceras y adivinas, no se divulgaba, porque ese tema sabes que es
censurado por la iglesia católica. Nunca me interesé por saber la historia, pero
en nuestra familia era un tema delicado y cuando leyó la carta, el día en que
Antonia me entregó tu anillo, la vi meditar mucho. Mamá solo me dijo qué
Antonia no es la madre de mi bisabuela y como jamás me interesó el tema no
indagué, aun ahora me parece absurdo.
—Me alegra que no seamos familia, pero por qué dices que soy la hija de
Antonia.
—Amor, Antonia es una hechicera ya lo comprobamos, viajaba en el
tiempo de eso no queda la menor duda, dejó un hijo en el futuro y según esto
—movió el libro—. Para su bienestar le dejó una enorme fortuna, yo deduzco
que tú eres ese hijo dejado en un lugar seguro como el orfanato para que tu
padre no te encontrara… —nos miró a Anabel y a mí—. Lo mismo que pasa
con… — terminó de expresar su pensamiento en un susurro.
—Franco ¿sabes por qué un fantasma persigue tanto a un humano para
hacerle daño, sin importar que sea su hija? — le preguntó Brenda.
—El necesita matarla y beber su sangre… —se me congeló el alma—. Es
la única forma en que un fantasma puede volver a ser humano, debemos
matar a nuestros propios hijos y beber su sangre —mi pequeña se sentó a mi
lado.
—Que horrible —dijo mi amiga.
—Es inhumano —comentó Frank.
—El no regresará siendo un hombre común y corriente. Él se ha entregado
al mal por completo y sería un demonio en la Tierra —me tomó la mano—.
Se ha fortalecido por que ha matado, eso hace que un fantasma pueda entrar a
una casa donde ya reside otro.
—¿Tú eres fuerte? —preguntó Frank.
—Entre los buenos, se entendería que si… ante él… no resistiría mucho.
—¿Te puede matar? —debía saberlo.
—No. Bueno, no creo. Hay algunas armas que si lo harían —mi novio
acarició mi mano.
—Bueno, no me lo están preguntando —intervino Frank—. Comparto la
opinión de Franco, esa mujer ha hecho infinitas intervenciones con el fin de
protegerte y ella misma confirma haber tenido un hijo y tú encajas en ese
panorama —yo no había dicho nada, aun trataba de asimilar—. Además, en
una hoja, te pide que la perdones y siempre te ayuda. Lo que no encaja es
Franco y Anabel.
—En la carta dijo que mi amor por Laura desató la primera de las
ataduras, sólo el amor verdadero podía hacerlo —no se apartaron las miradas
los dos hombres—. Pero la parte de Anabel no la entiendo.
—Por mi pequeña me regresó al presente. Porque debía proteger a Anabel
de su padre…
—Creo que ya es suficiente con tanto tema —intervino Brenda.
—Tienes razón. Espero que Antonia o mi madre siga enviado pistas y
revelaciones.
Guardé las cartas en mi armario, en el nochero dejé el libro de Antonia.
Pedí comida a domicilio y tratamos de pasar una tarde normal. Mi abogada
estaba entusiasmada porque sería la primera vez que le tocaría usar la
falsificación para sacar los documentos legales de Franco y los necesitaba
para tenerlos en regla. Se nos pasó el día rápido y la noche llegó, mi niña se
había quedado dormida con su cabecita en mis piernas, ella desde que
escuchó el motivo por el cual su propio padre quería matarla quedó
desmoralizada.
—¿Ya se durmió? —preguntó mi prometido.
—Hace rato —contesté.
—Toda la tarde estuvo muy callada —susurró.
—Es por su padre —respondimos al mismo tiempo Frank y yo.
—Él es psicólogo —le dije mirándolo.
—Debes darle amor paterno Franco —le dijo mi amigo—. Eres un buen
muchacho —los hombres hablaban, miré a Brenda y se mordía los labios.
—Ya es hora de irnos —comentó mi amiga y Frank se levantó.
—¿Qué vas hacer ahora?, Si tienes tiempo te invito a ver una película —le
propuso.
—Encantada —percibí el brillo en los ojos de Brenda.
Nos despedimos, mi prometido con su innata caballerosidad, les abrió la
puerta, cuando se fueron cargó a Anabel en brazos y subimos al segundo
piso. Yo los seguía con mi mano agarrando el bolsillo de su pantalón.
Dejamos a Anabel en su cama arropada y al salir Franco me tomó en brazos
como si fuera un bebé en dirección a nuestra habitación sin dejar de
besarnos…
—Por fin dentro de tres meses serás mi esposa —susurró sin dejar de
besarme.
—Estoy ansiosa de tener el segundo anillo donde diga que eres mío —me
abrazó contra su pecho desnudo—. ¿Cómo será nuestra vida en un futuro
amor?
—¿A qué te refieres? —se acomodó para quedar frente a mí.
—A que nos veremos cada tres meses ¿eternamente? —comenté—.
Franco tienes 200 años en este estado de fantasma —el me prestó atención,
mientras acariciaba mi collar que fue lo único que no me quitó—. Y yo por
alguna razón me congelé en los 19 años. Tendremos hijos y ¿los veremos
morir?
—No lo había visto así —meditó—. Sólo pensé en que estaríamos así por
siempre.
—Yo quiero tener una vida contigo, morir después de haber tenido el
privilegio de caminar a tu lado por muchos años.
—Creo que tendremos problemas en ese aspecto.
—No tendré problemas mientras estés a mi lado —di la vuelta y quedé
sobre su pecho—. Es solo que sería muy doloroso ver morir a nuestros hijos.
No fue necesario volver a hablar, me besó y nuestros cuerpos reaccionaron
a la pasión y volví a fundirme en sus fuertes brazos…
CAPÍTULO 21
CONVIVENCIA

Franco iría conmigo a dejar a Anabel en la escuela, le serví el desayuno,


hizo un gesto y me dio a entender que no le gustó.
—Cariño —dijo cuándo le puse el plato de cereales en la mesa de la
cocina—. Esto parece comida de perro —realizó una mueca, me enojé un
poco—. No te enojes.
—No estoy enojada. Es sólo que… —suspiré. Lo besé y le sonreí—. Ya te
preparo algo diferente. Dame cinco minutos —supongo que eso es tratar de
tener una buena relación de pareja, debo aprender a convivir con lo que más
amo y entender sus preferencias.
—Gracias.
Salimos de la casa, observó bien a Anabel cuando abrió la puerta del auto,
la imitó sentándose en el puesto del copiloto. Me abroché el cinturón y di
cuenta de que él no se lo había abrochado.
—Amor ponte el cinturón —me gritaba con los ojos que no sabía cómo
hacerlo. Sonreí. Ahora era mi turno de enseñarle a montar el caballo
moderno. Desabroché y estiré la mano, tomé el suyo—. Debes halarlo de ahí
y lo incrustas aquí —lo besé de nuevo. Creo que llegó mi turno de enseñarte
a manejar mis medios de transporte.
—Odio los autos —dijo muy serio.
—Te encantarán amor. No hay hombre que se resista a dominar uno de
estos —sonrió.
—Prefiero los caballos —su comentario me dio una idea, debía hablar con
Brenda, sé que le gustará, quiero darle una sorpresa para dentro de tres
meses. Ya tenía la finca.
—Te amo.
—Y yo a ti.
—También los amo a los dos —intervino mi pequeña—. Pero voy tarde a
la escuela, hay que pasar por Katy.
Dejamos a las niñas, la mañana estaba fría, le di un paseo para que
conociera un poco, lo miraba de reojo, sólo le faltó abrir la boca. Para él es un
mundo nuevo. Entramos a un centro comercial, quería comprarle un celular
—no dejé de reírme al verlo asombrado, la tecnología lo tenía anonadado, sin
contar con la evolución de la humanidad, si tenía cien años de no salir
encontrará muchos cambios con relación a los avances que tenemos.
—La última vez que salí aún se utilizaban los coches, fue antes del
terremoto de 1906, donde la ciudad quedó destruida —dijo.
—Es raro que la casa siga en pie después de dos terremotos —lo tomé de
la mano.
—Se averió un poco pero no se cayó ni un sólo pedazo —comentó.
—¿Antes salías a dónde? —tenía curiosidad.
—A visitar un amigo —me confesó.
—¡Ah! —desvíe mi mirada.
—¿Qué pasa?
—Nada —contesté.
—¡Laura!... —me reprochó en tono de no me ocultes nada por favor.
—Pensé que salías a divertirte un poco.
—¡Con mujeres! —me sonrojé, el soltó una carcajada—. Sigues siendo
celosa —se mordió el labio—. Amor juré que serías la última y así lo hice.
—Te creo.
—En 1880 la casa fue habitada por una familia agradable, además había
un joven de 10 años que también podía ver a los fantasmas, me hice muy
amigo de él —me narraba mientras caminábamos por el centro comercial—.
Cuando él cumplió 20 años, fue la última vez que salí no me convertí en
humano, pero sí salí a visitar algunos colegas.
—¿Tienes amigos fantasmas? —lo interrumpí.
—Si, ellos fueron los que me enseñaron a dominar mi estado. Son buenos.
—Entremos ¿quieres comer algo?
—Una hamburguesa —alcé una ceja al mirarlo—. Me parecieron
deliciosas —sonreí. Recordando como ayer se saboreaba.
—Me fui de visita y entró un espíritu malo en el cuerpo de Andrud —me
miró—. Así se llamaba mi amigo. Fue poseído y torturado de la peor
manera —se entristeció—. Me siento culpable por ello. Regresé a los tres
días con un par de amigos fantasmas, quería que se conocieran… la
sorpresa fue muy distinta. Mi amigo era torturado y sus padres estaban
atemorizados.
—No fue culpa tuya —lo animé, acarició mi mano.
—Me llené de ira al ver que ese engendro quiso jugar con el alma de
Andrud, nos enfrentamos esa noche, mis amigos no intervinieron, dijeron que
debía ser yo quien lo enfrentara y de paso me entrenaban. Asustamos a los
miembros de la familia, los objetos volaban de un lado al otro y mi amigo
levitaba a los ojos de los humanos, pero era el espíritu malo el que lo alzaba y
lanzaba a otro lado, yo lo sujetaba y así evitaba que se chocara con las
paredes. Logré expulsarlo, la lucha entre él y yo se realizó en la calle. Había
tanta rabia en mí, me acordé de ti, te maldije, por tu culpa me pasaba eso, no
sé en qué parte de la lucha el fantasma se fue, te tuve presente en esa disputa
y ya no con rabia sino con amor, anhelaba volver a verte Laura, él empezó a
sentir más fuertes mis golpes.
—¿En qué se basa la fuerza de un fantasma?
—Creo que en sus recuerdos y en lo que domine más.
—Entonces deberías de ser un ente malo por el resentimiento que me
tenías.
—Que creía tenerte —volvió a besarme la mano—. Me daba rabia
recordarte al principio, sólo que, al hacerlo con cada recuerdo tuyo, dejaba de
odiarte y volvía a amarte y amarte más cada día. Jamás olvidé tu rostro, tu
risa era música para mis oídos. Creo que el amor también fortalece.
—Me halagas —susurré.
—Mi amigo no pudo recuperarse mentalmente, fue enviado a un sanatorio
donde murió 6 años después de estar internado —desvió la mirada—. Lo
visitaba cada tres meses como espíritu y una vez al año me materializaba y
así poder salir a caminar por el sanatorio. Jamás volvió a hablar, en sus ojos
notaba la alegría que sentía al verme, notaba que disfrutaba de mis visitas.
Me juré no volver a materializarme ante nadie. Anabel fue diferente, ella me
vio cuando tenía 5 años más o menos, la vez que conociste la casa por fuera
con Ana y no entraron.
—¿Me viste? —me alegré.
—No te reconocí, tenías unas horrendas gafas —solté una carcajada—.
Jamás te las pongas, eres hermosa no ocultes tu rostro de esa forma —incliné
mi cabeza en señal de “cómo ordene mi capitán”—. Ella me vio, cuando la
volví a ver me le arrodillé, y le decía que no le haría daño, le dije que te
conocía desde hace años, que te amaba y que por lo más sagrado que ella
estuviera en el mundo, que no me tuviera miedo —sus ojos se cristalizaron
—. Dependía de Anabel para que tú te quedaras.
—Si… mi vida desde que murió Ana gira alrededor de ella.
—Me comentó que presenció la muerte de su madre.
—Si —fue un lamento mi voz.
—Fue esa noche la primera vez que te vio llorar.
—Me cuesta llorar amor.
—Pero conmigo has llorado muchas veces—sonreí.
—Eres mi lado sensible…—dije, me dio un beso en la frente. Había dado
por terminada la conversación. Éramos una encantadora pareja de novios, lo
tomé de la mano al terminar de comer, las mujeres no dejaron de admirarlo.
Me dieron celos, demasiados celos y esa camisa roja le queda bellísima.
—¿Qué te pasa?
—Estoy celosa —comenté sonriendo y arrugó su frente—. De las mujeres
que te quieren desnudar con la mirada.
—Amor los hombres también hacen lo mismo —jaló y me besó en mitad
del restaurante—. Pues que nos envidien. Tengo a mi lado a la mujer más
hermosa del planeta.
—No seas mentiroso —le dije riendo. El acunó mi rostro.
—No me apetece ver a otra mujer, sólo te pertenezco a ti.
—Y yo a ti —hizo una reverencia—. Dejémonos de bobadas. Te amo.
Entramos a una tienda de celulares, pedí el más avanzado. No comprendió
una sola palabra hablada por el vendedor, las pantallas táctiles lo dejaron
asombrado. Le compré el mejor celular y él se quedó analizándolo, se
encogió de hombros y le sonreí.
—No comprendí muy bien lo que el vendedor dijo, en resumen, con esto
te puedo llamar y hablamos ¿cómo lo estamos haciendo ahora mismo?
—Exactamente, también se utiliza para navegar en internet.
—¿Y qué es eso?
—Es una red informática a la que puedes acceder y buscar de lo que
quieras, te conectas a tu cuenta bancaria, en fin, puedes hacer pedidos y
comprar artículos sin necesidad de salir de casa.
—Poco a poco amor.
La semana siguiente fue mejor que un cuento de hadas, todas las noches
dormía en sus brazos y en el día nos separábamos cuando Frank le enseñaba a
conducir auto. Ahora era un experto al volante. También se había convertido
en aficionado de la tecnología, que no dejaba de elogiar cada vez que tenía
oportunidad. Le gustó la comida chatarra, su debilidad es la hamburguesa
doble carne con queso y ni qué decir de las bebidas azucaradas. No son
saludables, pero le encantaron. Él demostraba su felicidad, su dicha fue
contagiosa para los que lo rodeaban. A mis amigos los noté muy unidos,
pasaban juntos mucho tiempo. Frank decidió radicarse en la ciudad y lo que
inició con una riña, se convirtió en una amistad palpable entre Franco y él.
Brenda le adjudicó la documentación que lo acreditaba ciudadano
norteamericano nacido en el año 1985. Mi marido desbordaba alegría. Era
menor que yo según los documentos y fui sometida a un par de comentarios
jocosos por parte de él. Adoraba a Anabel, nos convertimos en una verdadera
familia y él en un consagrado padre de familia. Le ayudaba con las tareas
mientras que yo me encargada de la cocina, algo que últimamente me
agradaba más de lo que me hubiese imaginado, si Ana me hubiese visto no lo
creería. Salíamos a parques de diversiones con el fin de que nuestra pequeña
disfrutara de la niñez que antes no había podido y en las noches éramos unos
completos amantes, pertenecernos el uno al otro era lo mejor del día, vibraba
en sus brazos, me había hecho adicta a su cuerpo. Mi necesidad aumentaba a
medida que se acercaba el día en que volviera a ser un fantasma. Antonia no
había vuelto a escribir, eso nos tenía tranquilos. Ojalá el malévolo espíritu se
quede de por vida en su entrenamiento. Me sentía tan feliz…
Faltan cinco días para dejar de verlo y hoy después de dejar a nuestra hija
en la escuela no se aguantó y desde que entramos por la puerta nuestra ropa
nos estorbó e iniciamos la faena de amantes recién estrenados.
—No quiero que llegue el martes —le dije con los ojos húmedos.
—Cariño, estaré siempre aquí —me abrazó, apoyé mi rostro en su pecho
desnudo.
—Pero no será lo mismo —me quejé.
—No lo sé. Me siento más fuerte —lo miré—. Tal vez es cierto que el
amor fortalece, siempre hay una contraparte, si el mal lo hace matando, tal
vez el amor haga lo suyo.
—¿Tanto me amas? —arrugó su frente.
—¿Lo dudas? —negué—. Pásame el celular.
Se lo entregué y él llamó a su amigo. Lo escuché preguntar a dónde podía
llevarme esta noche a cenar, quería un lugar elegante y donde se escuche
música clásica.
—Señora de Lecontte —besó mi mano—. Está usted invitada a una cena
romántica.
—Encantada, debemos ir por Anabel.
Nos vestimos a las carreras como amantes sorprendidos. Como ya era
costumbre, él era el conductor elegido. Mientras buscábamos a nuestra hija
llamé a Brenda para que se quedara cuidando a Anabel en la noche.
—Hola.
—Hola Laura.
—Tengo que pedirte un favor muy especial.
—Claro.
—¿Puedes quedarte con la niña esta noche mientras salgo con Franco?
—Ustedes deben quedarse solos, ¿por qué no la traes a mi apartamento?
—Perfecto. Necesito otro favor.
—Dime.
—Necesito que dejes de trabajar ya mismo y te presentes en mi casa para
ir de shopping.
—¡Encantada! Estoy apagando el computador. En media hora estoy en tu
casa. El jefe manda.
—Gracias.
—A dónde vas —preguntó Franco.
—Es asunto de mujeres —sonrío con picardía.
—Yo también te tengo una sorpresa.
—¿Cuál?
—Asuntos de hombres —ambos nos reímos.

Salimos a recorrer las mejores boutiques de la ciudad con la idea de


comprarme un precioso vestido, no sé si es el destino, pero en la cuarta tienda
encontré el traje perfecto, era en tonos violetas como el vestido que me había
usado para la boda de Natali, solo que éste no tenía el esponjado en la parte
de abajo. Al medírmelo Brenda se quedó sin habla y con sus tradicionales
ojos desorbitados. Era ajustado al cuerpo hasta el inicio de las caderas, atrás
se cruzaba en tiras de un lado al otro y el escote llegaba hasta finalizar la
espalda, dejándola al descubierto, era un vestido hermoso. Entramos a un
salón de belleza para cambiarme el color del cabello por el que a él le había
gustado, caoba. Me hacía feliz darle un poco de gusto, luego de haber estado
separados tanto tiempo. Terminaron con nosotras pasada las 6 de la tarde, mi
amiga se antojó de hacerse masajes en el spa, y gracias a eso salimos
consentidas y renovadas.
Entré a la casa y Franco salía de la cocina, corrí a encerrarme en la
habitación con Brenda y a los dos minutos después tocaron a la puerta.
—Dile que se ponga esto y que se arregle en la otra habitación — le
entregué un traje de etiqueta a mi amiga. Abrió la puerta y escuché la
conversación, Anabel entró.
—¿Le pasó algo a Laura? —estaba preocupado.
—Quiere darte una sorpresa —le contestó Brenda—. Toma para que te
arregles.
—¿Y por qué a Anabel si la dejaron entrar?
—Porque es mujer. Chao —le cerró la puerta en las narices. No consigo
ocultar mi nerviosismo.
—Quedaste hermosa —dijo mi pequeña.
Salimos de la habitación, escuché que los dos hombres se levantaron de
sus asientos y esperaron al pie de las escaleras, como en el pasado. Anabel
bajó primero y después lo hizo Brenda, fui la última, no vi nada más, me
fundí en los ojos de Franco quien parecía haberse robado un par de estrellas.
Tan elegante, con ese porte de hombre imponente, que hace delirar a
cualquier mujer. Ese hombre es mío, sólo mío. Se quedó sin habla, tan
asombrado que Frank fue el que habló por él.
—Deslumbrante, hermosa, amigo mío —le dio una palmada en la espalda.
—Esa palabra es corta para como luce mi mujer esta noche, no se compara
con nada —me tomó la mano y con esa felicidad que irradia me besó la
frente, la nariz y finalizó en mi boca.
—Me quitaste el labial.
—Pues llévatelo porque no dejaré de besarte —acarició el cabello—.
Gracias… ahora eres idéntica a la de mi memoria.
Pórtate bien cariño, haces caso. Mañana iremos por ti —ambos le dimos
un beso en la frente.
—Pasen por mí el domingo. Y abrígate bien, la noche está fría.
—Gracias —Franco me colocó su pesado abrigo, abrió la puerta del
auto… le costó apartar su vista de mi rostro.
—Se conduce con la vista al frente, o nos estrellaremos.
—Lo sé, pero es que te ves hermosa. Dios, gracias Antonia por ponerme
en tu vida.
—Gracias —no sabía que más decirle, elogiarme de esa forma sin
importar el sufrimiento de tantos años por cruzarme en su vida. Hace que lo
ame más de lo que lo amo ya, si eso es posible.
Para que describir la noche… fue más que perfecta, la cena, el baile,
fuimos el centro de atención entre la sociedad de San Francisco, éramos la
pareja perfecta. De esas que sólo existen en las películas de Disney, donde la
bella doncella se enamora del príncipe en un lejano reino. Sin contar con
nuestra intimidad, es perfecto… La gente nos miraba y los ignorábamos. Sus
modales eran los adecuados, nació en esa época, esa en la que el caballero
deslumbraba por la forma de dirigirse a la mujer. Al entrar a la casa nos
desnudamos camino a nuestra habitación y culminamos la mágica noche de
hadas con un explosivo sexo. Esa noche cuando el sueño se apoderaba de mí
se desató una tremenda tormenta, y un escalofriante trueno me sacó del sueño
en el que me encontraba, al abrir mis ojos en el espejo del tocador vi el
reflejo del padre de Anabel. No pude evitar el grito alarmando a Franco.
—¿Qué tienes cariño? —me tomó en brazos.
—Vi al padre de Anabel —dije con mi voz quebrada.
—No hay nadie en casa —besaba mi frente—. Cálmate sólo fue una
pesadilla —los truenos y relámpagos caían más seguidos, el viento y el agua
azotaba la ciudad, tenía los nervios de punta. Era la noche más oscura y fría
que he visto desde que vivo en la ciudad.
—¿Por qué estás tan seguro?
—Porque lo sentiría. No olvides que soy uno de ellos, no debes temer,
estoy igual de fuerte. Mi fortaleza es diferente.
—Anabel… —tomé el celular y marqué al número de Brenda, no me
importó que fueran pasadas la media noche.
—¿Diga? —esa no era la voz de ella.
—¿Frank?...
—¿Laura?, ¿por qué llamas a esta hora?
—¿Cómo está Anabel?
—Bien, en la otra habitación.
—Búscala, está lloviendo mucho, ella también le teme a las tempestades.
—Dame un segundo.
Escuché el abrir de una puerta, luego un silencio sepulcral mientras Franco
me abrazaba cada vez que se iluminaba la habitación.
—Ella está bien, acá no llueve fuerte, cae una leve llovizna. Quédate
tranquila acabo de acostarla en mitad de la cama de nosotros.
—¿Nosotros? —escuché silencio—. Me alegra, haz feliz a mi amiga
porque de lo contrario te las verás conmigo.
— Estamos en eso —sonreí—. Estoy esparciendo sal por la habitación.
—Gracias —cerré el celular.
—¿Más tranquila? —me besó el hombro.
—Un poco. Mañana pasamos a recogerla, no me había separado de ella —
me aferré a él cuando un aterrador relámpago seguido del trueno se liberó del
cielo endemoniado.
—¿Por qué le tienes tanto miedo? —hacía mucho frío, me cubrió con el
edredón.
—No lo sé y Anabel también le teme, igual que yo —acarició mi cabello,
sentí su seguridad, el no dejaría que algo malo me pasara—. Tal vez en el
orfanato me incrementaron el temor, cada vez que la tempestad azotaba en las
noches, Ana se metía en la cama para abrazarme, porque el frío era espantoso.
Cuando nos castigaban y me dejaban sola en el ático del orfanato donde se
escuchaba las gotas de agua como si fueran ráfagas de metralleta. Jamás lloré,
pero no dormía y cada vez que se iluminaba mi mente me hacía ver siluetas
que se movían. La primera vez que lloré, fue cuando le gritaste a tu familia que
me harías tú esposa. Por fin sentí que pertenecía a una familia. Ese día tu
sacaste de dentro de mi ese resentimiento de soledad y tristeza para
remplazarla con amor… por eso no permitiré que Anabel esté en un lugar
como ese.
—Lo siento —me abrazó más fuerte— Te amo.
—Y yo a ti.
—¿Sabes algo del abogado que te visitó la otra vez?
—No, no contesta el celular ni los teléfonos fijos en la tarjeta que le di a
Brenda. Es muy raro, se desapareció como por arte de magia.
—Tal vez lo mató el padre de Anabel.
—No había pensado en eso.
—Yo sí, y lo daría por escrito. Ese fue el hombre que aumentó su poder
maligno.
El esperó a que me durmiera, acarició mi cabello hasta que me quedé
dormida en sus brazos.
CAPÍTULO 22
VUELVE A SER UN FANTASMA

Hemos estado muy unidos en estos últimos días, hoy que es el último y
después de las 12 no volveré a verlo hasta dentro de tres meses, todo el día
me he sentido sensible y he llorado mucho, en silencio, evitando que me vea
en algunas ocasiones.
—Amor estaré encerrado, no saldré de aquí por los próximos tres meses.
Además, tú estarás entretenida con los preparativos de nuestra boda.
—No es lo mismo —almorzábamos. Mi pequeña seguía tranquila, ella si
podrá verlo y eso me desquiciaba.
—Dormiré contigo en la habitación —lo hace para compensarme un poco.
—¡Me congelaré! —contesté con un puchero que nunca en mi vida había
hecho. Me sensibilizó de tal manera que si Ana me viera estaría más
sorprendida que yo.
—Entonces no te tocaré —dijo un poco impotente.
—No. No me importa que me tenga que poner veinte edredones, no estés
lejos de mí.
—Amor —se encogió de hombro—. Dime qué hago —Anabel nos
observaba—. ¿Por qué no quieres comer?
—No tengo hambre —me levanté, tomé el plato de comida y lo dejé en la
cocina, me dirigí a la cama. Tengo tantas ganas de llorar. Mi niña se acostó
conmigo.
— ¿Qué tienes Laura?
—No lo sé… estoy muy triste, a lo mejor es porque no lo veré mañana, y
es invierno y estaremos en navidad solas.
—Estaré aquí —dijo, entrando al cuarto, se acomodó junto a nosotras. Yo
quedé en medio de los dos, me acariciaron, ella acariciaba mi brazo mientras
que Franco acariciaba mi cabello, hasta que me dormí.
Pasé la tarde dormida, algo demasiado extraño en mi rutina y confieso que
me dio rabia haber desperdiciado horas para estar con él. Abrí mis ojos y él
estaba a mi lado.
—Hola mi vida —sonreí, parezco una tonta.
—Me dormí… —sonrío.
—Sí, desde que te conozco nunca te he visto dormir en el día.
—Perdona por lo que dije del frío.
—No dijiste nada malo —era una egoísta, lo hacía sentir mal porque sé
que para él esto también es difícil.
—Perdóname.
—Ven aquí —me acunó como si fuera una recién nacida. Estábamos solos
y así nos quedamos por un largo tiempo. Antes de dormir Anabel entró y se
despidió de Franco.
—Te veré mañana —le sonrío.
—Te quiero princesa, cuida de tu madre cuando no estén en la casa —me
encantó ese comentario.
—Claro que si —yo no pude con el nudo en la garganta y reprimí el llanto,
me besó la frente y nos dejó solos.
—Voy a estar siempre a tu lado Laura por favor no llores —sus labios se
apoderaron de los míos.
—Te amo —le susurré.
—Y yo a ti.
Pasamos la noche abrazados en la cama, se había puesto su tradicional
vestido del año 1810. Brenda llamó para decirle que mañana no tratara de
asustarla, también habló con Frank.
—Te encargo a mis dos mujeres —la piel se me erizó, se refería a Anabel
y a mí—. También te encargo el favor que te solicité, lo necesito en tres
meses —¿a qué se refería?—. Gracias amigo. No se te olvide visitarme —
colgó su celular dejándolo en su mesa de noche, junto al reloj que le había
regalado.
—Ven aquí —dijo cuándo terminó de hablar—. Lo bueno es que tengo el
poder de tocar y con el celular nos lograremos comunicar por mensaje de
texto —sonreí, no lo había pensado, pero tenía razón—. Quiero que sepas que
soy el hombre más feliz del mundo. No te alcanzas a imaginar cómo me
siento por dentro —me envolvió en sus brazos.
—No me dejes dormir por favor.
—Estás muy dormilona hoy —me acurruqué más en sus brazos.
—No sé, los ojos me pesan y el sueño es tan delicioso.
—¿Te estás durmiendo?, ¿no quieres verme desaparecer?
—Claro que sí, aunque lloraré —sólo fue mencionarlo y las lágrimas
volvieron.
—También estás llorando mucho.
—Eso es por tu culpa tuya —se rio.
—¡Te amo Laura Mclaend! —gritó, faltaba una hora para la media noche
y peleaba con mis parpados.
—Y yo a ti —le susurré.
—Me encanta este color de cabello, realza el color de tus ojos —lo besé
en el pecho.
Me acarició el cabello y fue lo peor, eso no ayudó en mi lucha contra el
sueño. Me quedé profundamente dormida y no lo vi desaparecer.
El despertador sonó, al abrir mis ojos un vasto frío acarició mi mejilla.
—Buenos días —le dije. Y sentí sus labios en los míos. Anabel entró a la
habitación.
—Buenos días —se quedó al pie de la cama e inclinó su rostro, me supuse
que Franco le daba un beso en la mejilla—. Estos son los últimos días ya que
termino clase el viernes. Y todo el tiempo estaré con ustedes y voy a traducir
lo que tú le digas —comentó ella, tal vez a lo que él le decía.
—No es lo mismo —intervine. Estaba desganada. La tristeza de no verlo
me tenía de mal genio, sensible e irritable.
Los días pasaron, nos comunicábamos con mensajes de texto, eso era algo
que me ayudaba a saber dónde estaba porque su celular flotaba por la casa.
Brenda y yo salíamos a diario por motivos de la boda, y no es que no esté
ilusionada o emocionada, es sólo que no sé qué me pasa, algo raro ocurre en
mi cuerpo. Contraté a un experto organizador de bodas. Un alocado diseñador
de eventos, que tenía una forma de hablar y caminar que me provocaba
mucha risa cada vez que lo miraba, era más expresivo que mi amiga, eso sí,
con mucho glamour y gusto excepcional, aunque su forma de combinar los
colores para mí era un poco extravagante. Combinar un jean verde con una
camisa ajustada verde claro y una chaqueta verde limón.
—Parece un gusano, esos que por donde lo mires es verde —le di un
manotón mordiéndome los labios, acabábamos de entrar a su moderno
despacho.
—Me dicen Sua y soy todo oídos —comentó moviendo las manos y los
ojos de forma chistosa, nos sentamos.
—Tienes que serlo —le dijo Brenda—. Te adelanté una fortuna.
—Confieso que eso fue un punto a su favor, tengo trabajo.
—Solo te ocuparemos tres meses. Es una boda relámpago.
—Hablen mis niñas, me encargaré de conseguir lo que ustedes necesitan.
—Quiero una ceremonia inspirada en los años 1800 —el abrió los ojos y
brincó de su silla para dar un giro con el cuerpo doblado de una forma que no
sabía si se podía.
—¡¡¡Maravilloso!!! Me acabas de alegrar la existencia.
Acordamos los requisitos, en tres meses debía tener lista mi boda,
acordamos que debía ser al aire libre ambientado en el año en que nos
conocimos. No escatime en gastos y él brincaba de felicidad porque no lo
cohibiríamos. Debía hacer de mi boda la mejor ceremonia de San Francisco.
Aunque sólo asistieran unas 50 personas, eran conocidos de Brenda, Frank y
de Carmen. Los padrinos serían mis amigos, quien más que ellos para tener
ese mérito, disfrutaban lo mejor de su relación. El mejor amigo de mi futuro
esposo pasaba las tardes en la casa hablando con él y viendo algún programa
en la televisión, Franco era más fuerte y se comunicaba sin ningún problema,
el celular era su mejor herramienta, chateaba con nosotros.
Mí vestido de novia era hermoso en el papel, espero que el diseñador lo
haga tal cual, y para el traje del novio, sacamos el molde del traje de etiqueta
que tenía en mi armario. Con las especificaciones iguales al motivo de la
fecha estipulada para nuestra boda.
Llegó diciembre y por primera vez después de la muerte de Ana armamos
el árbol de navidad. Él no se veía, pero ayudaba con el arreglo. Brenda aún se
sobresaltaba al ver que los objetos volaban por la casa, al menos ya no temía.
Tuvimos nuestra cena navideña, un delicioso pavo al horno. Con regalos en
el árbol para al día siguiente, Anabel no cabía de la felicidad y para sorpresa
nuestra, recibimos detalles de Franco que los compró por internet y los pagó
con sus tarjetas de crédito, nuestra abogada había arreglado la mitad de la
fortuna de mi marido y nos sorprendimos cuando llegó una tarde a decir que
tenía una increíble fortuna en el banco, antes de morir su padre había dejado
varias inversiones, ahora en su billetera tenía tarjetas débito y crédito. Franco
también recibió varios regalos. La cena del año nuevo también la celebramos
en familia con los tíos como a veces los llamaba Anabel a nuestros amigos.
Pasaron dos semanas más y a pesar que estos días me he sentido
inmensamente feliz, algo no funcionaba bien en mí y eso tenía preocupado a
Franco, no sé cómo lo hace, pero me conoce mejor que yo en algunas
ocasiones.
—Quiere que vayas a un médico hoy mismo, dice que no es normal tu
palidez —comentó mi pequeña en la sala.
—Tal vez es un resfriado —él se acercó, no había notado que estaba
sudando en invierno. Puso su mano helada en mi frente, una deliciosa
sensación de fresco recorrió mi cuerpo.
—Yo también quiero que te revisen —la voz de Anabel era triste—.
Duermes mucho, no quieres comer... bueno no estás comiendo, además
Franco dice que te mareas. No quiero que te enfermes.
—Ven aquí… —la abracé—. Está bien, iré al médico hoy mismo para que
los dos estén tranquilos. Me abrazó y por primera vez el frío no me disgustó
—. Ya no eres tan frío —Anabel miró al vacío y luego me miró a mí.
—Está muy rara.
Brenda me recogió pasado el mediodía, Carmen había reservado la cita
con el médico. Entré con ella. Le expliqué al médico mis síntomas, escuchó
detenidamente luego me miró a través de sus gafas redondas y con una leve
sonrisa me preguntó:
—¿Cuándo fue tu último periodo? —me quedé en blanco por un
momento, a Brenda los ojos se le salieron de su órbita. No había pensado en
eso. ¡Y cómo!, si Franco es un fantasma, pero recordé que el padre de Anabel
también es uno de ellos y pudo dejar embarazada a Ana. ¡Era cierto! El
periodo debió haberme llegado la primera semana de diciembre y estábamos
en la segunda semana de enero y no me ha llegado. Una leve sonrisa se me
dibujó en mi rostro—. ¿No había pensado en esa posibilidad? —el médico
sonreía. Yo negué sutilmente, aun asimilaba la excelente noticia de estar
esperando un hijo, primero debo hacerme los exámenes—. ¿Quiere verlo? —
las lágrimas recorrieron mi rostro.
—Por supuesto —respondió Brenda.
— ¿Usted es? —le preguntó el doctor.
—La madrina del bebé —respondió, la miré sonriendo ella con su altivez
y autoridad—. ¡Ay, donde no lo sea! —me abrió los ojos.
—Por supuesto que lo serás. Nadie más se lo merece —ella comenzó a
aplaudir como una completa niña.
—Síganme.
El médico me aplicó un gel helado en el vientre y en el monitor se vio un
ligero latido de un diminuto corazoncito. No pude evitar llorar, ahora si con
más ganas. Dentro de mí había un pedacito de él.
—Es hermoso mi hijo —susurré.
—Yo no veo nada más que un palpitar —Brenda movía su cabeza de un
lado a otro tratando de verle forma.
—Es muy pequeño aún, pero se está desarrollando a la perfección —dijo
el médico
—. ¿Cuánto tiempo tengo? —le pregunté.
—Vas a cumplir 8 semanas.
—Quiero todas las fotos posibles de mi bebé, por favor grábelo para
mostrárselo a mi… esposo.
—Con gusto. Sobra decirle que desde ahora no debe usar esos zapatos —
tenía unas botas altas—. Debe alimentarse muy bien y se tomará la medicina
que le recetaré para que ese niño salga sano y fuerte.
—Lo que usted diga doctor.
—Perfecto.
—Debemos avisarles, nos esperan en la casa —Brenda tomó su celular
para llamar, pero yo se lo quité.
—No… vamos a darles una sorpresa —a mi amiga le brillaron los ojos. La
enfermera me entregó un sobre con una USB de la ecografía donde fueron
grabados los latidos del corazón de mi bebé y los papeles con la fórmula para
comprar las vitaminas.
Sonó el celular de mi amiga, ella miró el número y me mostró.
—Dile que no me han atendido.
—Hola bebé —saludó a Frank—. Dile que apenas hablemos con el
médico los llamaremos —supuse que el preocupado era Franco—. Nos
vemos en un rato, te amo —colgó.
—¿Qué te dijo?
—Según Anabel, Franco está haciendo una zanja en el piso de las mil
veces que ha caminado en el mismo lugar, le ha escrito como cien veces a
Frank que porqué nos demoramos. Revisé mi celular que lo había dejado en
el bolso, tenía un centenar de mensajes y preguntas del celular de mi futuro
esposo. Le respondí que no se preocupara que dentro de poco me atenderían.
—¿Qué vamos hacer?
—Vamos a una tienda de bebés.
La verdad el tiempo se nos fue en un abrir y cerrar de ojos mirando todo lo
que se encuentra en una tienda de ropa y accesorios para bebés. Teníamos en
nuestros celulares un montón de llamadas perdidas. ¡Qué desesperados son!
Un mensaje de voz de Anabel casi llorando me hizo llamarla.
—Amor es una sorpresa lo que voy a llevarles, no le digas nada a Franco
por favor, el médico me dijo que debo comer mejor, me recetó un par de
vitaminas.
—¿No me estás mintiendo? — preguntó hablando en susurros.
—¿Dónde andas?
—Me encerré en el baño de mi habitación, porque no quiero preocupar
más a Franco… Laura él está desesperado, cree que te pasó algo malo y que
no nos lo quieres decir.
—En media hora llego.
—Bien.
Compré lo que necesitaba, aunque casi que no logramos decidirnos con los
zapatitos que metería en la bolsa de regalo para entregársela a Franco. Yo los
quería azul y Brenda rosados, optamos por unos blancos, estaba segura de
que tendría un varoncito. De regreso a la casa Brenda condujo muy lento y
eso me tenía irritada.
—¿Por qué conduces tan despacio? —me quejé.
—Tengo que ser una mujer prudente —dijo mientras que el semáforo
cambiaba—. Así conduzco cuando estoy con Anabel en el carro.
—Sí me ha dicho que no sabe cómo llegas temprano a tus obligaciones,
dice que es más rápida una tortuga —sonreí.
—Puedes decirme lo que quieras, pero hay bebé a bordo —solté una
carcajada, era imposible con su forma de ser.
Al bajarme del auto al frente de la casa, la cortina de la sala estaba corrida
y no había nadie, supuse que Franco miraba la entrada. Saqué mi bolso con el
regalo. La puerta se abrió sola y al entrar, el nefasto frío me envolvió.
—Que no le vuelvas a hacer esto —tradujo mi pequeña.
—Ya estoy en casa, no pasó nada.
—Está enojado —dijo Anabel—. Y no te diré lo que está diciendo.
—Te traje una sorpresa —le entregué el regalo—. Ábrelo por favor —
caminé en dirección a la sala, en ella Frank besaba a Brenda y al parecer
mi amiga ya le había dicho algo porque él abrió la boca, y con un pequeño
abrir de ojos lo silencié.
Franco caminaba con la bolsa de regalo y vimos como dos pequeños
zapatitos flotaban hasta una distancia media. Mi niña abrió los ojos con la
felicidad reflejada en ellos y me miró para comprobar lo que se imaginó —
me hubiese encantado ver la cara del padre de mi hijo—. Anabel corrió a mis
brazos para felicitarme, narraba la reacción de mi marido, yo solo me di
cuenta que los zapatitos se movían de arriba a abajo.
—No sale del asombro, está pálido y no se ha movido ni un solo
centímetro del mismo lugar. Mueve los brazos para mirar los zapatitos y baja
la mano como si estuviera confirmando, asimilando lo que él cree que
significa eso —sonreí.
—Amor… eso significa que vamos a ser papás —Anabel se apartó de mi
lado al ver los zapatitos quedaron en la mesa en un abrir y cerrar de ojos fui
elevada quedando cargada y el frío se pegaba en mis labios, cerré mis ojos
para imaginármelo.
Pero lo sentí… sentí el grosor de sus labios en los míos y pude tocarlos, no
abrí los ojos, con mis manos comencé a palpar su cuerpo. No podía creerlo,
cuando los abrí vi la silueta de un hombre de agua, era transparente y a través
de él, los objetos se distorsionan, me dejó en el piso.
—Puedo verte —le susurré.
—Él dice que el amor lo fortalece. Que lo acabas de convertir en el
hombre más feliz del universo y al parecer eso se ve reflejado en su cuerpo
—tradujo Anabel.
—Te adoro —volví a sentir sus labios en los míos.
En la casa se reinaba un ambiente de felicidad, mis amigos se despidieron
y antes de salir de la casa mi amiga me comentó.
—Con todo esto olvidé decirte que ya tengo lo que solicitaste —vi como
la silueta de Franco giraba para mirarme. Yo no podía con la satisfacción al
saber que ya podía ver en donde se ubicaba sin tener el celular.
—Perfecto. ¿Cuándo lo podré ver?
—Dame el día de mañana y arreglo la reunión —Brenda hizo una mala
mueca para disimular la imprudencia.
—¿De qué hablan? pregunta Franco —tradujo Anabel.
—Preparativos de la boda —mentí.
—Si —intervino Brenda—. Un recado de “multicolores” —Frank soltó la
risa y yo no logré reprimir la carcajada. Recordar al organizador, cada vez
que lo voy a ver me imagino antes, que traje es el menos llamativo. Siempre
se pone la misma gama de tonos, jamás lo he visto de negro o de blanco por
eso Brenda lo apodó el multicolor.
—Franco quiere saber cuál es la causa de la risa —mi niña ya lo conocía.
—Amigo no te pierdes de nada, es un tipo que le gusta vestirse diferente
—Frank fue condescendiente en la descripción. Pero me acordé de la tarde
que fui a ver mi vestido el vestía la gama de naranjas, parecía una zanahoria.
O de la mañana en que parecía un algodón de azúcar, hasta las gafas eran
rosadas.
—Aun no sé qué día es el mejor de los trajes que le he visto puesto —
comentó Brenda.
—Que si él lo conocerá —Anabel miraba en dirección a Franco y se
encogía de hombros.
—Supongo amor, para medirte tu traje días antes de la boda —sonreí—.
Me imagino el armario que debe tener —comenté.
—Y los accesorios —habló Brenda con los ojos a punto de salírsele—.
¡Me imagino! —no dejamos de reírnos.
Acostamos a Anabel que se había quedado dormida viendo TV, él la
cargó, no era conveniente que yo hiciera fuerza y así me lo recordó cuando
intenté levantarla, me detuvo. Entramos a nuestra habitación y al sentarse a
mi lado, abrió el cajón.
—¿Estás feliz? —el cajón se cerró—. Yo también. Hay un pedacito de ti
dentro de mí. Logro verte, aunque sea traslúcido, como agua en un recipiente
transparente. ¿Cómo lo haces? —abrí el cajón—. ¿Eso puede suceder? —el
cajón no se cerró—. ¿Tu apariencia es nueva en ese mundo? —se cerró una
vez más, suspiré—. ¿Te gustó ver a tu bebé en la ecografía? —el cajón se
cerró—. Sé que no entiendes, pero te lo explicaré mañana, ahora verifica que
las ventanas estén cerradas amor, después métete en la cama conmigo, ya
tengo sueño.
Lo vi salir del cuarto mientras me cambié de ropa, acaricié mi vientre y
me metí en la cama, a los pocos minutos se acomodó a mi lado y su mano
acarició mi vientre para luego acariciarme el cabello.
—Hasta mañana amor —me besó en la mejilla fue su despedida y su
deseo de buenas noches.
Me quedé dormida en menos de nada, el calor me sacó del delicioso
sueño. La puerta del cuarto estaba abierta y Franco no estaba a mi lado. Miré
el reloj, eran las dos de la mañana, escuché un extraño sonido, no sentí
miedo. Me puse la levantadora y las pantuflas. Miré por el balcón y llovía.
Me dirigí a la habitación de Anabel y las cobijas estaban tiradas en el piso,
sonreí negando la cabeza, parece un gusano durmiendo. Volví a cobijarla. En
el piso inferior se reflejaba una luz azul, y a Franco no lo vi por ningún lado,
los nervios comenzaron aflorar desde mi interior. Terminé de bajar las
escaleras y vi el TV encendido, mi marido tenía el control remoto mirando el
video de nuestro bebé, suspiré tranquila, fue el acto más hermoso que he visto
en mi vida. Quisiera saber lo que le pasaba por su mente. Al verlo así supe
que para él también esto que nos está pasando era lo más maravilloso del
mundo. Me quedé un largo tiempo viéndolo, no se percató de mi presencia, el
repetía y repetía el video. Después de la tercera vez hablé.
—¿Amor? —soltó el control y llegó a mi lado volando. Quedó frente a mí
—. Como quisiera poder escucharte —me abrazó y su rostro se incrustó en
mi cuello.
Me besó el rostro, luego se alejó para apagar el televisor y de la nada volví
a ser levantada. Me dejó en la cama y me cobijó, volví a dormirme.
Al despertarme la cama estaba vacía y en remplazo de su presencia había
una carta. Sonreí emocionada.

Amor

No tienes idea la felicidad que envuelve mi


alma, desde hace muchos años he soñado con
ser padre y te confieso que jamás pensé que lo
lograría en el estado en que me encuentro. Por
un tiempo te odié tanto y te culpaba por
haberme dejado solo. Perdóname por esos días
de rabia hacia ti. Ahora no cabe en mí la dicha,
no sabes lo feliz que me has hecho, eres el
amor de mi vida y saber que me darás un hijo
me ha convertido en el hombre más dichoso
del mundo. Si me tocara volver a vivir
doscientos años de soledad para vivir lo que
comparto hoy contigo, lo haría con gusto. Te
amo más que a mi vida Laura y te amaré
eternamente.
Siempre tuyo
Franco Lecontte
Las lágrimas corrían por mi rostro, Anabel entraba sonriente con una
bandeja de comida llena de frutas.
—Franco está detrás de mí. No cabe de la dicha porque puede convertirse
en una silueta o desaparecer, su cuerpo parece un recipiente lleno de agua,
míralo —fue verdad. No lo veía y de un instante a otro vi su silueta como si
fuera un hombre hecho de agua.
—Hermosa carta —dije mientras me limpiaba las lágrimas.
—Me presionó para que llamara a Brenda y le preguntara que te dijo el
médico sobre la alimentación que debes tener, así que hay que comer mucha
fruta —dijo Anabel y yo sonreí.
—Así es —contesté, me besó en la frente.
Los días pasaban y mi embarazo fue el causante de la alegría en nuestras
vidas, Ahora era mi pequeña la que me cuidaba. Se sentía la mamá, no
vomité y menos mal, porque odiaba hacer eso, sufrí de calores y sueño, me
quedaba dormida en cualquier lugar, era una delicia dormir en el auto de
Brenda al pasar a recogerme para algún arreglo concerniente a la boda o una
entrevista con “multicolores” y ni qué decir bajo los arrulladores brazos de
Franco mirando la televisión, cualquier lugar era una cama para mí. La
preparación de la boda y los cuidados de mi familia y sobre todo la
tranquilidad en la que fuimos envueltos, nos había hecho olvidar por
completo el libro de Antonia. Con la felicidad y la tranquilad que teníamos,
se nos olvidó ese pequeño detalle, tan vital para nuestra existencia. La boda
sería dentro de cuatro días, ya habían pasado tres meses y Franco esta noche
volvía a ser de carne y hueso. Hice lo que humanamente estaba a mi alcance
por mantenerme despierta y poder verlo aparecer en esta ocasión. Anabel en
su cuarto se quedó profunda. Nosotros en la sala mirábamos televisión, o por
lo menos yo intentaba verla y no ella a mí. Los párpados se me cerraban.
—Tengo sueño amor —le susurré. Sentí que flotaba, al abrir mis ojos
subía las escaleras en los brazos de Franco que rozaba su mejilla con la mía,
le sonreí.
CAPÍTULO 23
POR FIN CASADOS

En la madrugada, el cálido abrazo en el que me encontré fue mi mayor


felicidad. Me aferré a su cuerpo y comencé a besarlo mientras él sonreía, por
fin mis labios tocaron los suyos.
—Te extrañé mucho —le dije.
—Cariño no salí ni un día de esta casa —sus manos comenzaron a recorrer
mi espalda—. Quiero decirte que estoy feliz porque voy a ser padre —yo no
lo dejé terminar, en mi había un deseo insaciable de poseerlo y él no se
quedaba atrás, quería ser un caballero, pero al ver mi reacción su cuerpo ardió
en mis brazos, por los próximos minutos sólo el deseo reinó. Desnudos entre
las cobijas tan pegados como nos era posible, acariciaba mi cabello mientras
que yo deslizaba mi dedo por su pecho.
— ¿No tienes sueño?
—No —contesté.
—Últimamente no puedes ver una cama o algo semejante para dormirte y
¿ahora no tienes sueño?
—Puedo escucharte y no sabes lo que me gusta tu voz. Quiero hablar.
—¿De qué?
—No lo sé. No hemos hablamos en estos tres meses.
—Nos hemos convertido en escritores cibernéticos Laura —soltó una
carcajada—. Qué ironía, si supieras que el escribir no era mi fuerte, ahora es
una necesidad.
—Sí, te has convertido en un experto en lo que tiene que ver con el
internet.
—Es increíble ese tema —seguía acariciándome la espalda y sus párpados
se cerraban.
—Debes estar cansado, en tu estado de fantasma no duermes.
—¿Cómo van los preparativos de la boda? —preguntó con los ojos
cerrados.
—Perfectos —dije.
—¿Y tu vestido? —sonreí al recordarlo, es precioso.
—Hermoso —comenté—. Tocó quitarle el corcel de la cintura.
—¿Por qué? —abrió sus ojos.
—Apretaría al bebe —el sonrió.
—¿Qué? —giró y quedó de frente—. Cada noche acaricio tu vientre y le
doy a gracias a Dios porque se me están cumpliendo los sueños, no como lo
esperaba, pero no puedo quejarme —volvió acariciarme el rostro—. Tengo al
amor de mi vida que esperó sin motivo alguno, serás mi esposa dentro de tres
días y me darás un hijo, además de que ya tenemos una hija. Te amo Laura y
no sabes cómo me gustaría que estuvieras dentro de mi pecho para que al
menos lo sintieras.
—Yo también estoy muy feliz por lo que estamos viviendo —lo besé.
—Quiero hacer una diligencia apenas amanezca.
—¿Qué?
—Llévame a donde tu médico, tengo dudas, como es que él puede ver a
mi hijo porque créeme, pongo la ecografía casi todas las noches y no logro
ver nada —no pude contener la risa—. Amor no te rías. Hace apenas tres
meses que conocí la tecnología y aún no sé cómo es que en el televisor salen
personas.
—Me puedo hacer una tridimensional si quieres.
—¿Tridi… qué? —su cara se arrugó.
—Podemos ver el bebé en forma real —le dije acariciándole el rostro.
—¿Eso se puede? —preguntó asombrado.
—Por supuesto —se giró, quedamos cada uno mirando el techo de la
habitación—. Mañana también debes medirte tu traje.
—Como disponga la Sra. Lecontte. ¿Así que conoceré al “multicolor”? —
solté una carcajada—. Ven aquí, si tú no tienes sueño yo sí, hace tres meses
no duermo.
Nos acurrucamos, en cuestión de segundos me quedé dormida.
Al salir el sol, Anabel entró con un sándwich para Franco y un plato con
una variedad de frutas para mí.
—Es la mejor enfermera que me han podido asignar —dije
desperezándome en la cama.
—Debo cuidar a mi hermanito.
—Gracias, pensé que también lo hacías por mí —le di el beso de los
buenos días en la frente.
—Dormilón levántate —zarandeó a Franco.
—Buenos días Princesa —dijo bostezando.
—Los dejo porque parece que están desnudos.
Se nos subieron los colores al rostro ante su comentario, tenía razón, no
tuvimos la precaución de ponernos pijamas aunque nos cubrían las sábanas.
En esta ocasión nos bañamos juntos y él acariciaba mi vientre y en sus
ojos se reflejaba la felicidad de su alma.
—¿Cómo lo llamaremos?
—Es muy pronto, esperemos a ver que dice la ecografía si es niño o niña.
—¿Eso también lo pueden saber hoy en día?
—Sí, nos pueden decir todo amor.
—Pues que te hagan de todo para ver cómo está mi pequeño.
—¿Y si es niña?
—Que sea igual de linda a ti. Pero quisiera que sea un varón mi primer
hijo. Ya sabes, soy de otro siglo.
—¿Y vamos a tener más?
—Los que nos mande Dios —contestó.

Salimos los tres. Franco se medirá su traje y al entrar a la boutique del


“multicolores”, ya que se me olvidó el nombre es algo así como Suas o Zeus
no lo sé, la verdad es que por eso sólo lo llamamos por el sobrenombre que le
puso mi abogada. Se le salieron los ojos al ver a mi marido, Anabel se tapó la
boca por causa de la risa. Si a Brenda se le salen un poco los ojos, a éste se le
salieron y sé que mi marido contenía la risa. En esta ocasión el traje de
“multicolores” era de tonos violetas y una pañoleta en el cuello de color lila.
Los presenté.
—Amor te presento a nuestro organizador.
—Sua mi galán —me mordí los labios, Franco me miró, para él no es muy
común ver a un hombre liberado de su sexualidad.
—Franco Lecontte señor —los ojos se le voltearon a “multicolores” como
si le hubiese dado un ataque de epilepsia
—Dios, ahora comprendo mi niña, quien no se casa con semejante
modelo.
—Cierto que sí —mi marido enrojeció.
—Bueno, príncipe encantado —señaló a uno de sus colaboradores y él
llegó en el acto —. Llévalo a que se mida su traje de boda, que nos desfile —
me quedé con Sua a la espera del desfile particular que nos daría mi futuro
esposo. “Multicolores” gritó y comenzó a contorsionarse, por un momento
me asustó, pero luego no pude ocultar la risa.
—¿Te pasa algo?
—¡Dios mío! Y perdóname Milady, pero ¿de dónde lo sacaste? ¡Mándame
a mí a buscar uno así!, por Dios santo es… ¡madre santa! ¿Por qué no es gay?
—le hizo una seña a otro de sus empleados—. Tráeme agua por favor, debo
calmarme —realizaba ademanes exagerados para entrar en calma.
—Es perfecto.
—No me martirices más Milady —desde que está con el tema de la boda
inglesa del año 1810 no deja de llamarme así. Franco salió del vestidor y se
veía increíble, Sua se atragantó con el agua.
—Creo que me queda un poco largo el pantalón —Sua con un movimiento
de dedos le dijo a su empleado que tomara los correctivos.
—Mañana lo tendrán listo.
—Te quedó perfecto —le dije acercándome a él y girando para verlo en
los diferentes ángulos—. ¿Qué te parece?
—Me siento dos siglos atrás.
—Esa era la idea —dijo Anabel—. Espera a ver el de Laura. ¡Es hermoso!
—No sabes lo que he esperado este día —dijo mirándome a través del
espejo y pronunciando la palabra “te amo”.
—¡Me mató! —Franco arrugó la frente al ver a Sua, me miró extrañado,
pero se relajó al ver mi cara sonriente y a Anabel tapándose la boca. Nos
despedimos luego que le tomaran los pocos ajustes y nos dirigimos al
consultorio.
Frank lo llamó cuando entrabamos al consultorio del ginecólogo, se llama
Harry.
—Hola, gusto en saludarte —dijo Franco—. Claro, perfecto, estoy con mis
chicas en el consultorio del médico de Laura ¿puedes pasar por mí? —¿para
dónde va? Arrugué mi frente y se dio cuenta, con su dedo suavizó mi ceño
fruncido—. Perfecto, te espero.
—¿A dónde vas?
—A comprar los anillos cariño —dijo mientras tomaba a la niña de la
mano.
—Pensé que se lo habías encargado a Frank, ¿esa no es la sorpresa?
—No. Esa no es la sorpresa —sonrió mi pequeña.
—¿Tú sabes algo? —le pregunté y ella se encogía de hombros.
—Ni una palabra hija —soltaron una carcajada.
Esperamos diez minutos mientras nos hacían pasar y fue muy gratificante
verlos a los dos mirar al bebé en el monitor, la ecografía era tridimensional.
Miré la cara de mi fantasma favorito que no salía de su asombro.
—Quiero doctor que me dé una copia de esa —tenía sus ojos humedecidos
—. En esta si se ve mi hijo, no como la que tenemos en la casa.
—Cada vez que me hagan una ecografía, pediré una copia.
—Gracias —me besó en la frente.
Salió un poco desmoralizado por que el bebé no mostró el sexo.
—Amor tranquilo, dentro de un mes más lo sabremos.
—Pero yo no lo veré cariño —Anabel no se apartaba de su lado.
Nuestros amigos llegaron.
—Hola fantasma —lo saludó Brenda dándole un beso en la mejilla.
—¡Hola! ¿Cómo estás? —la abrazó—. Conocí a Sua —soltamos una
carcajada—. Es muy amanerado —se nota la decencia de mi marido.
—Es gay —le dijo Frank.
—Sí, me he actualizado por internet.
—¿Y qué color tenía hoy? —mi amiga disfruta con cada atuendo.
—Estaba todo moradito —comentó Franco, con una mueca de risa.
—Me lo imagino a la perfección.
—Bueno viejo —Franco le estrechó la mano y yo lo abracé—. Es hora de
irnos.
Salieron los tres y me quedé con Brenda. Pasamos por la aerolínea para
buscar los tiquetes de avión. Tendremos una corta luna de miel, solos los dos
en Miami. Quería calor, Anabel se quedaría en el apartamento de sus tíos.
Pasamos por el lugar donde sería la ceremonia y posteriormente la reunión.
Nuestro organizador era más acelerado que mi abogada y lo encontramos
discutiendo con los chefs en las pruebas del menú. Nos dio a probar, a mí me
pareció delicioso, pero según él le falta más sabor a la salsa. Fuimos las
últimas en llegar a la casa y ellos esperaban desde hacía más de tres horas.
—¿Cómo les fue? —pregunté.
—Perfecto —respondió Anabel—. Te va a encantar Laura son hermosos.
Me senté al lado de Franco y el me abrazó besándome en el cabello.
—Yo también.
—Como extrañaba tus brazos —le dije al oído.
Hoy por fin es el día de mi boda, mis amigos llegaron temprano, Franco y
yo estábamos muy nerviosos. A las ocho de la mañana, Frank se fue con mis
dos amores al lugar donde se llevaría a cabo la ceremonia mientras que
Brenda me ayudó a arreglarme.
—Te ves hermosa Laura, parece que de verdad fueras de esa época, ese
vestido es perfecto —dijo, tenía razón. Era una belleza, había recreado el
mismo estilo del vestido que usó Natali, bordado, de cola larga y algo
esponjado, cuello alto y dejé por fuera mi collar, que brillaba más que nunca.
—Ese collar es raro, hay días en que lo veo iluminarse más.
—Si, a Franco le gusta —mi cabello fue recogido en un peinado y
envuelto en diminutas flores como lo usó Natali, el maquillaje fue suave.
—Ahora si estás lista —la miré—. Debemos irnos —las manos me
sudaban.

Para la ceremonia se había instalado una especie de capilla sencilla


circular sin ventanas con barrotes de madera, estaría el sacerdote, los novios,
los padrinos y por supuesto mi pequeña, el resto de los invitados nos podían
ver, ellos se sentarían frente a nosotros. Anabel tenía los anillos en una
almohadilla. El evento fue recreado en esa época, ayudé en varias cosas y
debo reconocer que Sua también supo investigar. No me arrepiento de haber
gastado ni un solo centavo. Los invitados eran conocidos míos, pero no
amigos y en las invitaciones se les notificó que debían vestir de acuerdo a la
época. No sé cómo hizo Brenda, Carmen y Sua. Para que asistieran de esa
forma. Frank salió a tomarme del brazo, era quien me entregaría en los brazos
de Franco, no tengo a nadie más que pudiera hacer esa tarea tan especial.
—Con todo el respeto de mi amigo, Laura eres una verdadera belleza.
—Gracias. Estoy muy nerviosa.
—Él está feliz, dice que no sabe cómo haces para sorprenderlo cada
día.
No le contesté, la marcha nupcial ya se escuchaba al fondo. Al hacer mi
aparición, Franco me esperaba con esa magistral sonrisa que me desarma y
me somete a su santa voluntad. Por fin sería su esposa, quería correr en vez
de caminar tan lento. Me besó en la mano y no apartó su mirada de mí,
respondía por inercia cada vez que el sacerdote le preguntaba, sus ojos me
gritaban. “Gracias”.
—¿Franco Lecontte, aceptas como esposa a Laura Mclaend? —no puedo
negar que se siente miedo ante esa pregunta. Él miró al padre y respondió.
—¿Acaso no la ve? —los presentes lo miramos—. Es la mujer más
hermosa y ¿usted cree que la dejaré escapar? —me reí al igual que los
padrinos—. Por supuesto que acepto, no tiene ni idea Padre lo que la he
esperado, ha sido toda una vida.
—¿Laura Mclaend aceptas a Franco Lecontte como tu esposo?
—Acepto.
Nuestras miradas se fundieron en una sola, porque después de tantos años
cumplimos nuestros sueños. Mi embarazo me tenía muy sensible y le atribuí
a mi estado el par de lágrimas que se deslizaron por mi mejilla, él me las
limpió. Anabel saltaba de felicidad, estuvo muy atenta al momento del
llamado del padre a solicitar los anillos. Hicimos nuestros votos ante Dios y
ante nosotros mismos porque no dejamos de mirarnos. La ceremonia terminó,
se inició la diversión, la lluvia de flashes por todos lados fue incómoda.
—Gracias por recrear mi época. Tu sorpresa me gustó —dijo al oído
mientras bailábamos el vals.
—Está no es mi sorpresa. Esa te la doy a nuestro regreso de la Luna de
Miel.
—La mía también —dijo—. Te amo.
—Y yo a ti.
Franco bailó con Anabel varias veces, mientras yo saludaba a algunos
conocidos. Hablaban de la maravillosa fiesta, se acercaba la hora de nuestro
retiro. Subí con Brenda a un salón en el segundo piso para cambiarme el
vestido de novia y ponerme uno blanco, más ligero, típico para usarlo en
tierra caliente. Debíamos tomar nuestro vuelo a las tres de la tarde, así que
llegaríamos de noche a Miami. Mi esposo también se había cambiado, se veía
maravilloso, todo lo que se pone le queda bien. Nos despedimos de los
invitados, abracé a mi pequeña, ella se quedaría con sus tíos.
—Cariño te portas bien y ten mucho cuidado.
—Siempre me porto bien. Disfruten —nos despedimos, ella se tiró en los
brazos de Franco.
—Te quiero mucho Princesa.
—Y yo a ti “oficialmente papá” —Anabel irradiaba felicidad, ahora tenía
una familia con un padre que en verdad la quería.
Salimos al aeropuerto, nuestras maletas las había dejado listas y guardadas
en el auto desde la noche anterior, la felicidad nos brotaba a flor de piel. Noté
nervioso a mi esposo, al entrar al aeropuerto.
—¿Qué tienes? —Al mirarme comprendí su miedo—. ¿Esos aparatos no
se caen?
—Es el medio de transporte más seguro, tranquilízate.
—¿Cómo hacen para que eso tan pesado se eleve?
—Sólo sé… sé que es posible, no pasará nada —lo tomé de la mano y
sudaba, la tenía húmeda, comencé a masajearlas, pero no logré que se
calmara. Nos llamaron a pasar a sala de espera “los pasajeros del vuelo con
destino a la ciudad de Miami”—. Ese es el nuestro —dije.
—¡Está bien! —me apretó y con la otra se aferró al asiento, se contuvo de
gritar ante el despegue del avión, cerró los ojos y movió sus labios.
—Estarás bien —le dije para tranquilizarlo.
—Eso espero —apretó mi mano, fui su amuleto.
Estuvo pálido durante el viaje, el color le volvió una vez se bajó del avión.
Yo no puedo contener la risa.
—Que cobarde eres amor, no pasó nada.
—Gracias a Dios, recordé las oraciones de la señora Isabel.
Nuestra habitación era la suite principal, es un inmenso apartamento
lujoso que Brenda había reservado hacia tres meses. No sé para qué me
molesté en llevar una maleta con tanta ropa, la pasamos en la cama y no
durmiendo si no consumando nuestro matrimonio. Los días pasaron volando
en las tardes caminábamos por la playa. Tengo dinero y jamás lo he
disfrutado como tal. Nos mudábamos cada tres meses, era imposible tener
una vida corriente ante nuestros sucesos paranormales.
Observábamos el atardecer mientras que el agua del mar nos mojaba los
pies tomados de la mano. Comíamos como si fuera nuestro último día en la
tierra, desde que estoy embarazada el cuidarme el cuerpo pasó al último
plano, mi alimentación se basa mucho en ensaladas y frutas, pero los postres
y los helados entraron en el portafolio de mi comida favorita. Franco come
mucho y no sé a dónde se va toda esa comida, porque su cuerpo no ha
cambiado, al contrario, desde que se convierte en humano él se ejercita
bastante. No nos separamos, creo que uno de mis antojos es tenerlo cerca,
para poder abrazarlo y besarlo. Tal vez en otra situación saldríamos a conocer
la ciudad y ese era el plan antes de saber que estaba embarazada, además no
cuento con muchos días, a eso sumarle la lista de restricciones como no
ingerir bebidas alcohólicas, hacer actividades extremas, en fin. Sólo hemos
caminado los alrededores en las tardes y en cualquier parte de la habitación si
es su deseo o el mío, hacer el amor. Esta es la luna de miel más aburrida para
muchos, nada corriente, tan solo dormimos y hacemos el amor, me resulta
delicioso estar con él, sentir su presencia junto a mí, esa insignificancia es
más que suficiente, tenerlo cerca y que me consienta.
—¿Así te imaginabas tu luna de miel? —le pregunté. Sonrió al verme
entrar, esperaba sentado en la piscina interna que tenía la habitación.
—Para nada —me sentí un poco triste.
—Te prometo tener otra luna de miel cuando pueda esquiar, montar
lanchas y meternos en esos paquetes de deporte extremo que ofrecen.
—Amor no lo tomes por ese lado —me sentó a su lado—. La imaginé en
un barco con destino a París, con cenas elegantes y conociendo la ciudad
como era la costumbre en aquella época —me reí—. Jamás pensé que estaría
en una habitación de este estilo con una piscina personal, teniendo lo que
deseo—. Esa mirada pícara que me derrite, hizo estragos en mi vientre, jaló
mí salida de baño y me acarició el vientre —. Sé que te has dado cuenta de
que me llaman la atención los deportes extremos y la velocidad, pero estamos
embarazados amor, ni tú ni yo lo esperábamos, pero es el mejor regalo que he
recibido —me besó y deslizó su mano por mi busto tan suave que mi cuerpo
se estremeció—. Además, es nuestra luna de miel, y cada quien la vive como
se le antoje, no es libreto para una novela, es la antesala de mi vida y la tuya.
—¿Qué haces? —susurré, pero ya mi cuerpo no me pertenecía, lo tenía
disponible para él. Amarnos se nos había vuelto una necesidad, tenerlo dentro
de mi cuerpo es sublime. Estábamos en el último piso y disponibles sólo para
nuestros deseos carnales. Nos quedamos abrazados desnudos y comenzó a
acariciar mi barriga, ya se notaba el abultamiento.
—¿Amor me saldrán marcas? —arrugó su frente—. ¿Se me pondrá la
barriga fea como le pasa a muchas mujeres?
—No lo sé.
—¿Me querrás igual? —creo que el cambio de mi cuerpo me volvía
insegura.
—Cariño, me entregaste tu cuerpo puro, lo he le utilizado a mi beneficio,
cada cambio que tengas en él es causal del uso que yo obtengo y si te quedan
estragos del embarazo ¿crees que no los amaré, cuando me estás dando el
privilegio de ser padre? —Me abrazó fuerte—. Debemos bañarnos. Sería
egoísta de mi parte dejarte por satisfacerme, me has dado todo y el simple
hecho de que te salgan manchas en tu vientre, no cambia nada y menos
sabiendo que yo las provoqué. Esa insignificancia jamás será un motivo para
abandonarte —arrugó su frente—. No aplicaría para nosotros, no cuando
nuestro amor se ha basado en cosas más poderosas —acunó mi rostro—. ¿No
lo crees?, Así que no pienses en tonterías absurdas jamás te verás fea, porque
eres la mujer embarazada más hermosa y sexy del mundo. ¿Qué me hiciste
Laura Mclaend? desde que te vi en ese puerto sólo te pertenezco —lo besé.
—Gracias —dije con lágrimas en los ojos.
—¿Ahora por qué lloras?
—Por todo —nos levantamos, entramos al baño, los dos y comenzamos a
arreglar nuestras pertenencias para el vuelo de regreso. Nos fuimos al
aeropuerto pues nuestra luna de miel seguiría en el lugar que le tenía como
sorpresa.
No pude evitar reírme esta vez con las caras que hacía Franco, el regreso
fue con turbulencias, casi me deja sin dedos por los apretones. Rezaba
mentalmente y se quejaba con cada movimiento.
—Cálmate amor, no pasará nada.
—Laura —susurraba, comenzó a sudar frío, a lo último sentí pesar por él.
Estaba pálido—. No sé si me acostumbraré a estos aparatos.
—Lo harás, ya lo verás.
—No amor —esta vez el avión se movió más y lanzó varias groserías en
voz baja. Le besé la mano.
Al aterrizar descansó y el color le regresó al rostro. Conclusión le tiene
miedo a volar. Tomamos el auto, él se sentó al volante.
—Este medio de transporte si es reconfortante, por Dios amor pensé que se
caería ese aparato —me besó la frente—. Llama a Anabel.
—¡Hola Laura! —saludó toda eufórica.
—Hola cariño. Dile a Brenda que te lleve a la casa tengo muchas ganas de
verte.
—Ya mismo le digo —esperé unos segundos al celular—. Dice que
apenas llegue Frank salimos.
—Está bien, nos vemos.
Franco dejó el auto en la entrada del jardín, bajó las maletas mientras que
yo abría la puerta principal. Cuando di el primer paso me tomó por el brazo
tan rápido que mi cuerpo quedó atrás de él, nuestras miradas se encontraron y
comprendí, el fantasma había vuelto. La cara de mi esposo se descompuso,
apretó su mandíbula, parecía estar oliendo un aroma imperceptible para un
humano, jamás lo había visto con tanta ira. El entró primero, lo seguí.
Entramos tomados de la mano sin decir una sola palabra. En la sala una
sombra negra lo arrebató de mi lado. No pude contener el grito, el padre de
Anabel lo tenía contra la pared, eran dos hombres, el seguía igual, calvo
vestido de negro con ojos tan endemoniados y Franco era lo contrario,
Parecía estar iluminado. Yo me quedé pegada a la pared sin saber qué hacer,
mientras se peleaban. Los vi levitar y la lucha era en los aires. Recordé la sal,
le hará daño a mi esposo —recordé la charla aquella mañana, cuando él
rebeló algunos de sus dones, le pregunté que si le hace daño.
—Me arde al contacto, pero no me prendería en fuego, eso le puede pasar
a un espíritu malvado.
Eso era… corrí a la cocina, saqué bolsas de sal y deposité cuatro paquetes
en un recipiente para tirarla a los dos.
—¡Perdóname amor! —grité, el comprendió, la disputa era pareja, él con
sus ojos autorizó que lo hiciera, tomó al fantasma obligándolo a mirarme, sin
pensarlo le vacié el recipiente completo de sal y este se prendió en llamas con
un grito desgarrador, ambos gritaron. El padre de Anabel desapareció y mi
esposo cayó al piso. Lo ayudé a levantarse lo senté en la sala.
—Agua cariño —me levanté, tomó mi mano—. No, ayúdame a bañarme
—el agua lo aliviaba, no le vi nada diferente.
—¿Te duele? —que pregunta tan tonta, pero no se me ocurrió decir nada
más.
—Ya no, pensé que dolería más —nuestras miradas se encontraron—. La
niña no demora en llegar. Él a ti no te toca porque fuiste blindada con algo
diferente al amor de madre, es como si tuvieras en ti las diferentes clases de
amor a tu alrededor. Espérala mientras yo me arreglo.
—Franco… ¿cómo puedes volar? —sonrío.
—Sigo siendo un fantasma amor —sonreí, aún alterada.
Tenía los nervios de punta, al salir a la calle ellos apagaban el auto y corrí
a recibir a mi pequeña, sólo con verme la cara comprendieron que los días de
tranquilidad se había acabado. Mi niña se aferró a mí, entramos a la casa,
Franco bajaba las escaleras y se acercó para besar a saludar.
—Frank ayúdame a recoger la sal —dijo Brenda.
—El libro de Antonia... —solo fue nombrarlo, Franco había volado al
segundo piso a buscarlo, mantuve a Anabel cerca.
—¡Tiene varias hojas escritas! —gritó, sentí culpabilidad. Se me había
olvidado por completo.
—Nos quedaremos aquí esta noche y todas las que sean necesarias —
Frank saludaba a mi esposo.
—Gracias —contestó Franco—. Creo que debemos leer lo que nos dice
Antonia —nos miramos, él nos abrazó—. No permitiré que nada les pase, te
lo prometo.
CAPÍTULO 24
LA HISTORIA DE ANTONIA

Nos sentamos en la sala, Anabel permaneció a mi lado, Franco me abrazó


mientras Brenda se sentó al lado de su novio.
—¿Estás seguro que no vendrá? —le preguntó su amigo. Me abrazó más
fuerte, Anabel permanecía muy callada desde que escuchó que su padre
volvió.
—Estoy seguro, él debe estar recuperando sus fuerzas.
—¿Pero a ti no te afectó la sal?
—No de la misma forma. Si me arde, es como cuando tienes una herida y
le hechas sal, es el mismo ardor —yo me estremecí de imaginármelo.
—Debemos estar preparados por si vuelve —dijo Frank.
—¿Te molestará que tengamos sal a nuestro lado? —le preguntó Brenda.
—No, es mejor tener esa arma —sólo fue decirlo para que mi amiga
corriera a la cocina a buscar bolsas de ese mineral.
— En la alacena hay toneladas de sal —grité desde la sala.
Ellos trajeron varios recipientes tapados para que no le afectara a Franco.
Mi marido sonrío la ver que ellos fueron considerados con él—. ¿Están
listos? —preguntó.
—Anabel se está quedando dormida a mi costado y tiembla cariño, debe
tener los nervios de punta —la niña permaneció sumida en sus pensamientos.
—Estoy seguro que no volverá, por lo menos esta noche no —me frotó la
mano.
—Comienza a narrar por favor —lo animó Frank—. Debemos saber cómo
matar a ese engendro.

Laura y Franco
A ustedes quiero confesarles lo que
pasó y el por qué yo odié, amé y
desprecié a quienes estuvieron a mi
alrededor.
Tengo 28 años, me casaron a los 20
con Robert Lamburtd el tatarabuelo de
Franco. Un hombre tan malvado y
despreciable que aparentaba ser un
gran caballero para quien no lo
conocía bien, pero en la realidad era la
encarnación de algún demonio. Se
daba golpes de pecho cada domingo en
la eucaristía. Lavaba sus culpas por ser
un violador, abusador, enfermo, era un
hombre repulsivo. Cuando me casé,
pensé que era bueno. Se ganó la
confianza de mis padres, en cuestión
de meses me llevó al altar. Mi
matrimonio era el segundo en su lista,
enviudó con dos bellos hijos, un niño
de cuatro y una niña de tres años. No
tenía nada contra ellos, los amé como
si fueran míos. Pero con el tiempo a
ellos los condené. Perdónenme por lo
que hice.
La relación con Robert aparentaba
ser perfecta a los ojos de los vecinos y
ante aquellas personas que nos
conocían. Nadie sabía que era un
enfermo y un sicópata de la
sexualidad, aunque no quisiera me
obligaba a hacerle cosas que me daban
asco, con el tiempo me fui llenando de
resentimientos, pocos meses después
quedé embarazada de mi primer hijo,
jamás respetó nada, todas las noches
tomaba mi cuerpo.
Los Mclaend somos descendientes de
hechiceros blancos, nuestro linaje se
ha mantenido en la clandestinidad.
Desde pequeña mi madre me enseñó a
desarrollar algunas habilidades y yo
descubrí otras, entre ellas mi capacidad
de estar en dos lugares al mismo
tiempo. Cuando tenía 15 años de edad
descubrí que podía estar en el pasado y
en el futuro. Jamás se lo conté a mis
padres y sola, comencé a viajar, a estar
en dos lugares diferentes. Con solo
pensarlo y al instante estaba en el lugar
que deseaba, me di cuenta de que
viajar en el tiempo me distraía de lo
que me pasaba en mi vida real. No
comprendí el cómo o el porqué, pero
me gustaba, jamás intervine, era
observadora, hasta que aprendí a
manipular el tiempo.
Se convirtió en mi refugio, él salía en
la mañana y regresaba por la noche.
Así que comencé a viajar más lejos.
Buscando un lugar para llorar mi
desgracia. Entre mis hijos sólo había
un año de diferencia, no quería tener
más con él, así que empecé a tomar
bebidas para no quedar embarazada.
Yo le temía y al pasar los años el
resentimiento fue creciendo, me daba
asco que me tocara, él lo sabía, cada
vez que lo hacía lloraba y eso lo
ofuscaba más y su forma de
desahogarse era pegándome, me
castigaba por mi falta de amor, según
él, yo tenía un amante. Quería matarlo,
aunque podía, no me atrevía hacerlo,
eso sería ir contra mis principios y
contra lo que soy… pero cuando
conocí a Arturo…
—Espera un momento —interrumpí la lectura—. ¿Qué nombre dijo?
—Arturo —repitió Franco, mis amigos estaban concentrados en la
narración—. ¿Por qué?
—Brenda… en la tarjeta del abogado que te di, ¿te acuerdas?
—Nunca pude comunicarme con él —arrugó su frente—. ¿Por qué?
—Lo sé. Es que, él me dijo el nombre del padre de Anabel se llamaba
Arturo —miré a Franco y el desvío la mirada hasta donde la niña dormía en
mi regazo.
—Vamos a estar un buen tiempo aquí, así que déjame traigo una cobija
para que esté más cómoda.
—Me parece bien, mientras tanto yo pido la cena —suspiré—. Quieres
algo en especial.
—Ya sabes que me gusta.
Franco bajó una cobija y una almohada, Brenda pedía el domicilio
mientras que yo me refugié en el costado de mi marido.
—Cariño… —nos miramos—. ¿Crees que se trata del mismo Arturo? —
me encogí de hombros.
—Sería demasiado enredo, yo resultaría siendo media hermana de Anabel
—él sonrío.
—¿Crees que en esta relación algo está desenredado? —sonreí, Brenda
tomó su lugar y Franco comenzó a narrar de nuevo.

A Robert lo habían nombrado alcalde


del pueblo y eso lo mantuvo ocupado
por unas semanas en las que descansé
por primera vez en esos años de
casada. Así que decidí ir más lejos.
Hasta el momento sólo había viajado
unos años. Dominaba el proceso a la
perfección, programaba mi máquina
mental, me declaré enferma por esa
semana con el fin de ganar tiempo y
así no me molestaban, dejé
instrucciones para que me alimentara
mi fiel doncella que sabía mis estados
catatónicos, pero más no que viajaba
en el tiempo. Solo ella debía
alimentarme y no molestarme. Viajé al
año 1987 y me sorprendí mucho con el
avance de la civilización, entré a una
biblioteca y comencé a leer en general
y actualizarme un poco. ¿Se
preguntarán cómo sobreviví sin
dinero? Eso no era problema para una
maga. En los libros leí que los Estados
Unidos eran una potencia y es uno de
los países más poderoso del mundo así
que decidí ir a conocerlo, tomé mi
primer avión y con la adrenalina de lo
que experimenté me aventuré a ir a
tierras lejanas. Tenía cinco días para
disfrutar. Lo que me gustaba del futuro
era la libertad que las mujer poseían,
tenían voz y voto ante las decisiones
de una sociedad, la liberación
femenina era increíble, en la época en
que vivía la jerarquía dominante de la
iglesia católica y su brazo derecho
llamado inquisición degradaba a la
evolución y a la mujer a la nada y
argumentaban que sólo fuimos
concebidas para procrear, era
frustrante saber que no valías como ser
humano, todo por la sociedad de
hombres autoritarios y machistas o por
las tonterías del fanatismo religioso,
era poderosa y atemorizante.
Por eso ese futuro me gustó, lo
primero que hice en cuanto toqué
suelo norteamericano fue entrar al
primer bar que vi, tomé varios tragos
de whisky, llegué a la ciudad de San
Francisco y esa noche lo conocí a él.
Entró un hombre corpulento de
estatura promedio, sin cabello y le
quedaba bien, llevaba una camisa de
cuadros azules y en el momento en
que nuestras miradas se cruzaron, el
amor surgió. Se sentó en la barra cerca
de mí. Se comportó como todo un
caballero, logró sacarme cientos de
sonrisas, me cautivó con su buen trato.
Fue mágico, me llevó al hotel donde
me hospedaba y al día siguiente recibí
su visita. Hablamos mucho, me trató
como nunca nadie lo había hecho,
conocí la ciudad en su compañía.
Trabajaba en una empresa
hidroeléctrica donde le daban permiso
cada tres meses y le daban dos
semanas de descanso. Hubo atracción
entre nosotros, los nervios afloraban
cada vez que se me acercaba o cuando
me miraba, me hacía sentir única,
importante, irremplazable. Pero debía
regresar, noté la tristeza en sus ojos al
despedirnos en el aeropuerto. Yo
deseaba que me besara, pero no lo
hizo fue un completo caballero. Fui yo
quien lo besó. Nos prometimos vernos
de nuevo dentro de tres meses en el
mismo bar para pasar las dos semanas
en su casa. A lo que le dije que sí. Me
suplicó que me quedara, pero era
imposible, mis hijos me esperaban en
casa. El beso esta vez fue diferente,
suave y cálido jamás había
experimentado esa clase de beso,
estaba acostumbrada a otro trato.
Debía regresar, debía estar en el mismo
lugar a donde llegué, eso era, volver a la
biblioteca de Londres.
El timbre de la puerta nos sobresaltó a todos, Frank se levantó y le abrió la
puerta al chico del domicilio, pedí hamburguesas y pizzas.
—Gracias, que pase buenas noches —le dijo al muchacho—. Justo a tiempo,
tengo demasiada hambre —dejó la comida en la mesa y se retiró a buscar
servilletas.
Comenzamos a comer, dejé una porción de pizza por si Anabel se
despertaba, se quedó dormida sin comer.
—Ahora estoy comprendiendo un poco a Antonia —dijo Brenda—. La
pobre debió sufrir muchísimo con ese animal de marido —miró a Franco—.
Perdona, he dicho la verdad.
—No te estoy recriminando. Jamás he sido partidario del abuso a una
mujer.
Me quedé callada, era suficiente con aceptar que Antonia es mi madre y
una completa sorpresa el descubrir que tengo una media hermana. Necesitaba
saber más sobre ella, cómo fue que enredó mi vida con la de Franco.
—Amor sigue narrando, por favor.
—Claro —continuó leyendo.

Cuando regresé, Robert también


entraba a la casa. Llevaba 5 días sin
ver a mis hijos y la servidumbre le
notificaba mi estado de ausencia y le
daban a entender que les parecía muy
raro que yo me enfermara apenas el
señor salía, el ama de llave era amante
de Robert, sus intenciones eran poner
en tela de juicio mi estado enfermo, no
sé qué conseguía con eso, no bajé. Me
quedé en la recamara y guardé la
ilusión de que se condoliera de mí,
pero no fue así. Al contrario, la
información suministrada y el toque de
duda era prueba suficiente de mi
infidelidad la cual era sólo una
sospecha hasta entonces, En este viaje
comencé a faltarle al juramento del
matrimonio. No me justifico sé que
ante los ojos de Dios la infidelidad es
una de las peores condenas del alma y
lo pagué con mi vida. Espero que el
hombre que no valore a su esposa, que
no la cuide, no la respete y la maltrate
tenga de igual forma un castigo divino.
Lo que hice estuvo mal. Pero… hasta
entonces no había cometido falta
alguna, y me justifico en que nunca lo
había amado. Me casé ilusionada pero
no enamorada y si él no hubiese sido
un ser tan despreciable tal vez lo
hubiera amado. Le entregó regalos a
sus hijos, fue muy gentil con los
empleados que teníamos en nuestra
inmensa casa. Cuando escuché que
subía las escaleras me metí en la cama
para seguir fingiendo mi enfermedad…
de nada sirvió, cerró la puerta y se tiró
encima a poseerme. Yo le decía que
estaba enferma, pero a él no le
importaba nada y menos cuando se
cegaba por completo ante el deseo de
su cuerpo. Quería salir de ahí, así que
mi mente creo un refugio, era como un
nexo donde no escuchaba ni sentía
nada, mientras él me manoseaba, en
ese campo yo me imaginé con Arturo,
su recuerdo se convirtió en mi amuleto
de salvación. Era abusada pero ya no lo
sentía, Robert le hacía el amor a un
cuerpo sin alma, cuando se satisfacía
yo regresada a seguir odiándolo.
No sabía cómo desaparecer por dos
semanas, necesitaba idearme un plan
para estar con mi amante y así fue. El
destino me ayudó en eso, a lo mejor
Dios permitió tantos errores porque
nos necesita para algo mucho más
importante, y creo saberlo. Robert
debía presentarse cada tres meses ante
sus superiores en la capital de
Inglaterra, el ganaba confianza ante el
mundo de la política, los líderes lo
veían como un hombre venerable y
bondadoso con una excelente familia y
reputación. No saben la ira que me
invadía cada vez que escuchaba algún
comentario de admiración, porque yo
sabía que todo era mentira. Lo único
bueno de todo eso, era que yo
descansaría por dos semanas de sus
asquerosas manos en mi cuerpo.
Volví al futuro, llegué a los Estados
Unidos al mismo bar en el que nos
habíamos conocidos, Arturo me
esperaba. Sus ojos brillaron al verme,
no fue necesario decir una sola palabra,
fui envuelta en sus cálidos labios que
parecían ser de miel, un sabor diferente
a las veces que Robert me mordía con
rabia y hacia sangrar. Fue un cuento de
hadas esas dos semanas a su lado,
jamás había sentido esas sensaciones
en mi cuerpo, el vibrar como lo hice
con Arturo, experimentaba y conocía
las verdaderas sensaciones de éxtasis
en mi cuerpo. Perdonen que les hable
de esta manera, pero cuándo lean esto,
en su época hablar de sexo será
normal. Arturo me enseñó a vivir y yo
me enamoré sin condiciones, creo que
ese fue mi error porque dejé de
cuidarme y quedé embarazada, lo supe
a mi regreso al pasado, por eso Laura,
tú puedes trasladarte en el tiempo. Tal
vez al hacerlo cuando eras sólo un feto
alteré algo en tu genética. Sé de todos
esos temas porque me encantó la
evolución de la ciencia y leía mucho
sobre ellos en tu tiempo. Por eso no
sufriste alteración cuando viajaste al
pasado en el tiempo de Franco, pero no
nos adelantemos.
—¿Ahora si crees que Antonia es tu madre? —Franco me miraba, mis
ojos se humedecieron.
—Si, como también sé que Anabel es mi hermana —me sonrió.
—Bueno jamás se había visto una cuñada convertida a hija —nos reímos
al escuchar el comentario de mi esposo.
—¿Será conveniente decírselo? —miré a Frank, era el psicólogo, al
parecer sus expresiones eran más inseguras que las mías. Intentó hablar, pero
se contuvo.
— Laura, deja primero que aclare mis ideas para darte un diagnóstico al
respecto, porque aún yo estoy confundido —se encogió de hombros—. Por
ahora no le digamos nada, ella ya está feliz porque ustedes la quieren como
su hija. Será traumático para ella saber que ahora son hermanas. Es suficiente
con saber que su propio padre quiere matarla. —Bien —dijimos al tiempo
Franco y yo.
—Por favor sigue leyendo —dijo Brenda—. Que me voy a comer las uñas,
es admirable lo que hizo esa mujer, ahora sé de dónde Laura sacó la
tenacidad que la caracteriza.
—Gracias —pero no lo dije tan segura, en mi alma tenía escondido tanto
dolor y resentimiento por tantos años de soledad.

Cuando regresé a la realidad me


sentí mal, sospeché inmediatamente de
mi estado. No les negaré que me
asusté y hasta pensé en no tenerte hija,
pero pensar en Arturo se convirtió en
mi pilar, algo se me ocurriría y
comencé a trazar estrategias y a llevar
la cronología de las fechas, seguí
siendo sometida al abuso de Robert.
Debía buscar la forma que dejara de
buscarme, necesitaba estar el mayor
tiempo posible a solas para poder
ausentarme así que comencé a
hacerme hechizos causándome
enfermedades, me causé llagas en mi
cuerpo, el médico me recetó reposo y
cuarentena. Quedó en que cada mes
me visitaría, así que logré desarrollar
dos cuerpos. El que dejaba en el
mundo de Robert casi muerto, con
llagas y el que estaba reluciente,
vigoroso y embarazado en el futuro.
Por lo menos logré alejar a mi esposo
y hacer que sus asquerosas manos no
me tocaran más. Solo a mi doncella le
conté la verdad, era ella la que cuidaba
de mis hijos. Le pedí que cuando me
necesitara debía encenderme una vela
blanca en mi frente y dejar que me
cayeran tres gotas de la esperma de
vela. Regresé tranquila a mi vida feliz,
con el miedo de confesarle a Arturo
temiendo que no me creyera que el
hijo era suyo. Pero él brincaba de
felicidad, no podía creerlo, se tardó un
par de días instalándome en una bella
cabaña en las afueras de San
Francisco. Dichosa de estar en sus
brazos, mi embarazo era su mayor
logro y me lo repetía a cada instante,
me hizo mucha falta cuando le tocó
regresar a su trabajo y la noche en que
se fue me dejó dormida. Con él había
conocido la ciudad, él me enseñó a
manejar autos y pasaba los días con
una tranquilidad que no había sentido
después de mi matrimonio con Robert.
Extrañaba a mis hijos, pero mi
prioridad era mi embarazo. El regresó
al cumplir mis 6 meses y anhelaba que
pasaran los otros tres… comenzó a ser
muy posesivo y mientras yo preparaba
la cena se me derramó por completo el
recipiente de la sal… su reacción no
me gustó y generó en mí una gran
desconfianza, se encerró en el baño,
entró en la ducha y solo salió hasta
que la sal estuvo completamente
recogida. Traté de disimular, pero el
también notó mi reacción. Mi mente
me gritaba, decía que lo investigara y
mi corazón me decía que no fuera
paranoica. No sabía de mis dones y
gracias a Dios no fui tan estúpida para
decírselo. Regresó a su supuesto
trabajo y yo viajé a mi tiempo.
Mientras dormía ante los ojos de
cualquier persona en el tiempo de
Arturo, yo me encontraba en el mío.
Mi doncella me alimentaba cuando
abrí mis ojos y mi vientre se abultó. Le
pedí que no dijera nada, que siguiera
igual, al verme me di cuenta que algo
no andaba bien con mi cuerpo, parecía
una mujer de 50 años. Y no me
importó. Así que busqué el libro en
blanco para los que no son de mi
familia, lo llevé al ático, ahí me habían
encerrado para mi supuesta
enfermedad por instrucciones del
doctor. En mis libros de hechicería
encontré lo que era Arturo… un
fantasma, leí sobre los que tenían
almas buenas y los de almas malas, leí
sobre cómo podía regresar un muerto a
la vida, no podía asimilarlo, en mi
pecho el miedo me envolvió. Saber
que mi bebé le serviría para ese fin.
Lloré amargamente, pero debía
regresar y comprobarlo yo misma.
Aunque sabía que debía hacer cosas
que serían perjudiciales, no me
importó, el daño ya estaba hecho,
debía buscar la mejor forma para que
mi hijo no sufriera tanto.
Cuando volví al futuro amanecía y
como si nada realicé mis labores
rutinarias, en la noche mientras
supuestamente dormía, realizaba mis
viajes al futuro y viajé tres meses, al
nacimiento de mi hijo que resultó ser
una hermosa niña. Arturo había
regresado de su trabajo y me dijo que
durmiera ya que se encargaría de
atender a su hija. Aparentaba amar a
su hija, pero el día en que él se
regresaría me durmió con unas gotas,
para él llevar a cabo su cometido, iba a
realizar su rito demoníaco. Lo vi
succionarle la sangre a mi hija, la
desangraba —casi me muero— al
despertar en la madrugada un aire
helado me envolvió, pero sentí que me
arrullaban, ya sabía que era él. Así que
me tranquilicé porque contaba con tres
meses para alejarme.
—Para, para, para Franco —no podía más. En mi pecho había un dolor tan
abrumador, que sentía que no podía seguir escuchando.
—Cariño nada de eso pasó, era lo que pasaría si Antonia no hubiera
intervenido, ella cambió ese destino.
—Pero hubiese pasado —las lágrimas recorrían mi rostro. El me abrazó
fuerte. Gracias a Dios Anabel dormía y Brenda se levantó en dirección a la
cocina, cuando regresó me entregó un vaso con agua para calmar mis nervios.
—Toma Laura, te ayudará un poco.
—Gracias.
—Debes ser fuerte, eres una mujer valiente —dijo mi amiga.
—Antes no estaba embarazada, temo por mi hijo —les susurré.
—No le pasará nada cariño. Te juro que no las tocará mientras yo pueda
defenderlas —la voz de Franco fue alentadora.
—Si en algo ayuda, también haré lo imposible por ayudarles —dijo Frank.
—Aunque yo me haga pipí en los pantalones también ayudaré —todos
soltamos una carcajada.
—¿Te orinaste? —le preguntó Frank.
—No te burles —mi amiga le dio un leve manotazo a su novio—. La
verdad es que si, Franco me asustó demasiado la noche en que entró el
endemoniado papá de las dos —se cruzó de brazos no sé cómo lo hace, ella
siempre me saca una sonrisa en los momentos más escalofriantes de mi vida.
—Debo seguir cariño —me aferré a su costado, quería que me abrazara.
Así que le entregó el libro a Frank para que él siguiera con el relato y yo fui
envuelta en sus brazos.

Comencé a organizar mi huida.


Debía salir de la cabaña, fue el lugar
donde el murió, si ese era el lugar de
sus encerramientos era donde debía
permanecer los tres meses en su
estado de fantasma, mi sorpresa al
viajar al futuro fue comprobar que el
entregó su alma al mal y podía salir de
su lugar de muerte. Por eso logró
viajar a otras ciudades moviéndose a
su antojo. Debía alejarme, no
despertar sospecha. Así que en voz
alta comenté que estaba antojada de
helados, tomé mi cartera para salir. No
llevé nada conmigo, nada. Cuando salí
tomé el primer avión con destino a Las
Vegas, había escuchado sobre la
ciudad que nunca duerme y bajo un
nombre falso con identificación falsa
— todo hecho gracias a la magia —.
Me registré. Debía hacer dinero, con
mi don de hechicera lo conseguí. Lo
que ganaba lo dejaba en el banco a
nombre de Bernarda. Hice lo que me
era prohibido, mi don no se debía
utilizar en mi beneficio, en mi linaje
se debía ayudar al prójimo y yo lo
utilicé para enmendar mis errores.
Gané propiedades en diferentes
lugares del país, los personajes que
perdían conmigo, me entregaron
centenares de propiedades. Todo
estaría bajo el nombre falso. Durante
15 días me hice millonaria, eran para
ti Laura, para compensar un poco el
daño que te hacía, sé que el dinero no
cubre tu carencia hija, pero no tenía
nada más que ofrecerte.
Una noche mi doncella me llamó, la
noté asustada, cuando regresé al
pasado con 7 meses de embarazo, me
contó que Robert había intentado
abusar de su hija mayor —la niña tenía
12 años—. La ira me envolvió, me
convertí en una bruja literalmente, no
me importó mi estado, entré en la
habitación volando y revoloteando los
objetos a mi alrededor, le lancé un
conjuro en su miembro, tal vez él
pensaría que era una pesadilla, así que
le disequé el pene, le dije que era por
intentar abusar de su propia hija… esa
noche entré a los cuartos de los niños y
les puse hechizos de protección, era
una especie de escudo, donde jamás
nadie podía abusar de ellos hasta mi
regreso.
Cuando volví al futuro noté que mis
fuerzas no eran las mismas, abusé de
mi privilegio. Así que provoqué el
parto y Laura como te llamé… naciste
a los 7 meses. No contaba con tiempo,
cuando me dieron de alta te dejé en un
orfanato en Los Ángeles —me dolió
dejarte hija, pero debía regresar—.
Cuando lo hice mi cuerpo quedó
envejecido, parecía una mujer de 70
años y solo tenía 28. Mi esposo
furibundo, peleaba con el doctor que
no lo dejaba entrar al ático, así que
rompió la puerta, mi doncella me
quitaba las gotas de esperma de la vela
trayéndome de vuelta. Fui sometida a
una paliza por parte de Robert delante
de todos, me llamó bruja, me gritaba y
preguntaba qué era lo que le había
hecho. Yo no respondí. Soporté sin
decir nada, dejé que quedara como un
ser despiadado, el doctor en un
principio intentó detenerlo, pero dejó
de luchar, observó cómo el alcalde del
pueblo, un hombre intachable
golpeaba a su esposa. Eso era mejor
que demostrar mis dones y quedar
como la bruja que era, eso me traería
la muerte en la hoguera. Fue mi
doncella la que buscó trabajadores y
así lograron quitármelo. No se había
dado cuenta de mi estado físico y al
hacerlo se quedó espantado. El doctor
le dijo que yo padecía de alguna
enfermedad de vejez prematura, que
su reacción sería conocida ante el
pueblo. Jamás pensó que él fuera
capaz de semejante bajeza, ante él ya
carecía de autoridad como alcalde del
pueblo. Mi enfermedad jamás la había
escuchado y se comprometió
estudiarla para poder dar con una
explicación y que no descansaría hasta
encontrarla.
Mis hijos me visitaban a diario,
aunque me alegraba por ellos, mi alma
se había quedado en el futuro. La
situación con Robert no fue la más
agradable, el doctor cumplió con su
amenaza, la imagen y la palabra del
alcalde poco a poco fueron cayendo
hasta que el pueblo lo desenmascaró y
salió a relucir el hombre que era. Pero
mi esposo no se quedó con los brazos
cruzados, movió sus influencias para
que a mí me arrestaran bajo la
acusación de ser una bruja. Tenía una
gran relación con la doctrina
eclesiástica en ese entonces o tal vez
algunos intereses de poder económico,
yo era la del dinero en nuestro
matrimonio. El caso es que el permitió
que a mi hijo lo castraran y a mi hija
la enviaron a un convento donde no
podía ver a ningún hombre, no quería
descendientes con mi sangre. Se
ensañó con mis hijos de la forma más
vil… sus amigos de la justicia le
cedieron mi herencia, por
consideración a mí, mantuvo el
apellido y porque ante los ojos de mis
padres, él seguía siendo era un gran
hombre. Nadie sabía y yo no hice nada
para evitarlo.
—Ahora soy yo el que necesito un vaso con agua —dijo Frank quien cerró
el libro y se dirigió a la cocina.
—Yo también —Brenda lo acompañó. Por mi parte no dejé de llorar y
llorar en silencio.
—Cariño… no tengo pañuelo a la mano y no creo que me dejes buscar
uno —me miraba—. No sabes lo que me parte el alma verte llorar, Laura por
favor cálmate. Ya todo eso pasó, es doloroso, pero es el pasado.
—Ella sufrió y… —no pude continuar. Mi madre debió sufrir demasiado,
la juzgué y la maldije en varias ocasiones de mi vida. Más de una vez me
pregunté cómo había mujeres tan insensibles, que dejaban abandonados a sus
hijos sin compasión.
—Debemos seguir —dijo mi esposo. Asentí, mientras Frank me ofreció su
pañuelo—. Gracias amigo.

No saben la ira que Robert desató en


mí, al alejarme de mis hijos. Lancé una
maldición a sus otros hijos, donde no
nacería más un varón y de nacer, sería
sólo para ser de una mujer. En mi
testamento estaba estipulado que al
aceptar dinero debían llevar mi
apellido, como les comenté
anteriormente, era indispensable y así
poder encontrar los descendientes de
Robert en el futuro, el dinero es la
avaricia de cualquier ser humano.
Vinculé esa maldición a mi salvación,
si nacía un varón en determinado
futuro sería para casarlo con mi hija
Laura. Ella fue la más damnificada por
mi estupidez, el verdadero amor
desataría la primera atadura y sería lo
que desencadenaría un sin números de
acontecimiento que ustedes ya deben
de saber. No interferí en sus
sentimientos, para que mi alma fuera
sanada, el verdadero amor debía
salvarme y perdonarme. Lo que
ustedes sienten es un amor del que
cualquier ser humano estaría deseoso
de experimentar. Fui condenada a la
hoguera, me quedaban 4 meses de
vida. Así que los aproveché al
máximo, trabajé en lo que tenía que
hacer y debía hacerlo muy bien.
Pasaba el mayor tiempo posible
dormida y una vez logré bilocarme
viajé al futuro y mi otro yo al pasado,
estaba en tres lugares al mismo
tiempo.
Lo primero que hice fue arreglar los
documentos de la herencia, dejé como
única heredera a Laura Mclaend. Viajé
a diferentes años, haciendo
seguimientos de los hijos de Robert y
fue así que encontré 100 años después,
que había nacido un varón. Intervine
con el tiempo de ustedes. Realicé lo
necesario, una vez que Laura se
colocara el collar que te di a los 19
años, viajarías a la época en la que
nació el único varón de la familia de
Robert y yo estaría ahí para recibirte y
para devolverte, entre ustedes nació un
verdadero amor, ya lo otro sería
desatado por arte de magia. Conseguí
una casa resistente a las adversidades
del tiempo en San Francisco la ciudad
donde empezó mi desgracia,
necesitaba mantener el alma de
Franco, le mostré tu collar y me gané
su confianza, se quedó con él. Y así
fue… murió la misma noche de su
llegada. Mientras tanto yo seguía
jugando entre el pasado y el futuro.
Dejé todas las pertenencias que te
ayudarían enfrentarlo, programando
cada acontecimiento. Contacté a
Brenda que tiene el alma pura con una
lealtad invaluable, ella se convertirá en
tu gran amiga cariño. Con ella traté
otras misiones que, por cierto, si están
leyendo esto es porque han realizado
al pie de la letra mis tareas. Y ya
estarán juntos.
No te dejé en el pasado hija, porque
alcancé a ver lo que te pasaría si así
hubiera sido. Y descubrí algo
totalmente terrible… Arturo volvió a
dejar embarazada a una mujer quien
resultó ser tu mejor amiga, ella jamás
lo supo hasta que las vio a ustedes
llegar a San Francisco y conoció a
Anabel. Ahora, él se ha convertido en
una verdadera amenaza para la
humanidad. Logró realizar amistades
tan malévolas y aprendió las artes más
oscuras. Solo necesitaban que él fuera
humano para poder sacar las escrituras
oscuras del lugar donde las tienen
enterradas. No sé si en esa época
habría algún guardián. En esas
escrituras no solo está la biblia negra
original, sino el libro de la muerte
donde hay hechizos tan poderosos que
pueden hacer renacer a Lucifer o
engendrar el Anticristo. Esos escritos
están enterrados bajo toneladas de sal
en un lugar sagrado. Si Arturo logra
sacar esos manuscritos la Tierra sería
invadida por centenares de demonios y
no tendrían escapatoria.
Por eso te regresé Laura, por eso
lamento haber dejado a Franco 200
años en la soledad completa, pero si
todo sale bien ustedes tendrán una
hermosa vida.
Todo quedó sincronizado y se
activará si entre ustedes dos, mi hija y
el descendiente de lo que más he
odiado lograran amarse.
Vi como él mataba a Anabel por eso
era indispensable que protegieras a tu
media hermana. El collar que tienes
Laura, es el amor de Franco, es la
esencia de él, por eso Arturo no te
puede tocar, porque no solo estas
blindada con mi amor, sino con el
amor de un hombre que daría su vida y
su alma por ti y lo que está haciendo
que Franco se materialice, es el amor
que tú le tienes hija. Nacieron para
estar juntos y morir juntos. Me alegra
que al menos eso logré hacerlo bien.
Lograr abstraer su esencia para que tú
la cuides.
Laura, no puedes permitir que Arturo
tome a Anabel, el volverá a buscarla,
pero esta vez no lo hará solo, llegará
con otros espíritus tan malévolos como
él. Deben prepararse, les sugiero salir
de la casa y regresen a las 9 de la
noche del día en que Franco debe
convertirse en fantasma de nuevo. A ti
Franco te necesito. Ayúdame a
enfrentar el mal, debes agrupar a
varios de tu especie que sean buenos y
fuertes, tal vez los que te ayudaron en
un pasado, búscalos y entrénalos. Yo
les ayudaré, tengo el arma que podría
mandarlos al infierno y no regresar
jamás en la vida. Laura, la caja que
está sin abrir llévatela contigo. Solo si
me perdonas de corazón podré vencer,
yo misma acabaré con él.
Hija solo la Sangre protegerá a
Anabel cuando él regrese…
—¿Para dónde nos iremos? —pregunté.
—A la finca —dijeron al tiempo nuestros amigos. Los miré con mis cejas
unidas ¡esa era mi sorpresa! Franco también los miraba como si le hubieran
estropeado algo.
—Verán —dijo Brenda—. Laura tú me pediste que comprara un gran terreno
hace varios meses para construir una finca y ya está lista…
—Pero se supone… —fui interrumpida por Frank.
—Franco tú me pediste el mismo favor, como Brenda y yo nos contamos
todo… —arqueé una ceja—. Decidimos arreglar la misma finca ya que se
querían obsequiar el mismo regalo —estaban dudosos al confesarnos lo que
hicieron—. Es hermosa y costó la mitad del dinero que ustedes nos dieron,
los gastos fueron compartidos —dijo Frank. Los dos sonreímos, nos
miramos.
—No es ningún problema. Vámonos hoy mismo —dijo mi esposo.
—Perfecto —respondieron.
—Hay algo que no entiendo —comenté pensativa.
—Qué —respondieron al mismo tiempo.
—Se supone que el tiempo que se dure en el futuro o pasado es el mismo
tiempo que se debe uno desaparecer en el presente —ellos prestaban mucha
atención—. Antonia —hice una pausa—. Ella duraba los días necesarios,
desaparecida… hasta que aprendió a desdoblarse y bilocarse.
—¿Y? —Frank me miraba—. Perdona Laura no te sigo.
—Yo no sé nada de eso —miré a Franco que entendió mi duda—. Yo
dormí, desde las 9 de la mañana hasta las tres de la mañana cuando me
despertó Ana por las contracciones. Cariño yo duré en tu tiempo tres meses
como…
—Magia, no le tengo otra explicación. Me es la más razonable, recuerda
que tu madre es maga, para no decirle otra palabra y a lo mejor tú tienes un
don oculto.
—Yo no sé nada de eso.
—pero está en tu sangre, mi madre una vez me contó que una familiar de
ella tal vez sería la hija de Antonia en el pasado, no lo sé, los Mclaend
siempre han sido hechiceros, ahora comprendo y la verdad es que lamento
no haberle prestado atención, los Mclaend era una familia numerosa y tal vez
mi bisabuelo encerró a sus hijos menores para castigar a tu madre pero ella
tenía hermanos, primos, tíos y fueron ellos los que criaron a mi abuela y una
de esas primas era la amiga de mi madre, la carta que recibimos con tres
meses de antelación anunciando la visita de Laura era de ella al parecer. Todo
fue planeado por Antonia —Franco me acarició el cabello—. Antes pensaba
que eran tonterías de mi madre para que mis hermanas tuvieran miedo en
especial Juliana —por un segundo noté la tristeza al recordar que no vio
crecer a su hermanita menor—. La hija menor de tu madre, la confinada al
convento se escapaba constantemente hasta que los sacerdotes la declararon
endemoniada y la quemaron. Algo pudo pasar en esos días de sus escapes.
—Dios santo —me estremecí.
—Tal vez aun queden familiares tuyos y yo también puede que tenga
descendientes. Pero debemos tener en cuenta que eras la última Mclaend, eso
fue lo que nos informó.
—Me pondré en esa tarea —intervino Brenda—. Recuerden que debemos
salir si no les importa, a mí sí —se estremeció y realizó movimientos
extraños, no sé cómo lo hace, pero siempre nos saca una sonrisa—. Yo no
quiero ver más fantasmas y les prometo encontrar a sus parientes, si existen.
—Hay un problema —dijo Franco.
—¿Cuál? —hablamos al mismo tiempo.
—Estaremos rodeados de muchos fantasmas —mi amiga se puso pálida,
Frank alzó una de sus cejas y Franco sonrió—. Antonia me pidió que reuniera
a mis amigos.
—¿Todos son fantasmas? —Brenda susurró con cara de terror y esta vez
nos reímos con más ganas—. ¡No es gracioso!
CAPÍTULO 25
EL REFUGIO

Franco cargó a la niña, la dejó en nuestro cuarto, mientras empacamos


ropa por solicitud de mi madre, también la caja, nos turnamos para custodiar
a mi pequeña mientras cada uno realizaba alguna tarea antes de salir. Guardé
ropa para 7 días. Guardamos las maletas en el auto junto con la última caja
sellada, esperamos a que llegaran nuestros amigos que habían ido a buscar
ropa. Menos mal Anabel seguía dormida. Cuando volvieron nosotros los
seguimos, no conocíamos el camino y quedaba algo retirado.
—¿Estás más tranquila? —me preguntó mientras conducía.
—No. Tengo miedo amor —no era mentira, temía por mi hermana, por mi
bebé, por mi esposo quien enfrentaría a mi padre, temo por Brenda y lo que le
ocasionará estar rodeada de fantasmas, por Frank y por si no logramos vencer
a Arturo. Odio esta sensación y no puedo pelear por que debo proteger a mi
hijo. Me siento frustrada.
—Contamos con la ayuda de Antonia —tomó mi mano y besó el dorso,
cuando es humano tiene una tibieza tan agradable. Pero a lo que más le temo,
es que ella solo puede volver si la perdonamos, sé que Franco lo hará, su alma
está llena de amor, pero en mi caso es diferente, tengo tanto resentimiento
contra ella, no sé si pueda hacerlo.
—Solo si la perdonamos —dije, me miró de reojo. Definitivamente ese era
mi mayor temor.
—¿No piensas perdonarla?
—No lo sé. No quiero hablar de eso, lamento lo que le pasó y me
arrepiento porque la recriminé, pero… —me quedé callada y el también. Son
las once de la noche, si no tenemos ningún percance estaremos a la una en la
finca para pasar los fines de semana rodeada de caballos.
—Gracias por mi regalo —dijo sonriendo. Y le funcionó el cambiar de
tema.
—Quien iba a imaginárselo que tendríamos la misma idea. También te doy
las gracias. Quiero estar en nuestro cuarto y dormir.
—Puedes dormir ahora —dijo.
—Quiero abrazarte —le dije.
—Pero vaya que si estamos con antojos de esposo —me tomó de la mano.
Nos quedamos en silencio por un buen rato, ¿qué pensará?, yo quedé
sumergida en la historia de Antonia. En su trágica y dolorosa vida y en su
muerte.
—¿Qué piensas cariño? —me acarició el rostro.
—En varias situaciones sobre todo en cómo murió mi madre, quemada en
la hoguera.
—No creo que esos sentimientos le hagan bien al niño —tiene razón—.
Trata de mantenerte animada —lo miré.
—¿Crees que lo estaré cuando tu no pasarás mañana conmigo y quien sabe
cuántos días más mientras reclutas fantasmas? O con la incertidumbre por mi
hermana y no puedo hacer mucho porque estoy embarazada.
—Prometo regresar en la noche —en su mirada vi la certeza de sus
palabras. Es un hombre del pasado, donde la palabra es fundamental para un
caballero. Y mi marido lo es.
—¡Franco!… —supliqué.
—Anabel nos necesita, Antonia nos necesita… no desfallezcas ahora, eres
muy fuerte y debes mantenerte así —él tiene razón, pero yo siento una presión
en el pecho que no quiero revelar. Tengo rabia, dolor, decepción, culpa,
resentimiento, soledad, tristeza en mi alma y no deseo reconocerlo—. Debes
sacar todo lo que sientes cariño —me dijo.
—¿También puedes leer el pensamiento de otras personas?
—No —arrugó su frente—. ¿Por qué?
—Por nada.
El silencio volvió a reinar en el auto. Si el tiempo es correcto, dentro de
media hora estaremos en nuestro refugio.
—Siento que estamos enojados —no dije nada, tenía rabia… él pretende
que perdone así de fácil cuando no es él quien vivió lo que a mí me tocó vivir
—. ¿Amor estás, enojada conmigo? —desvié la mirada por la ventana.
Evitaba las lágrimas.
—Quiero pensar —fue lo único que le contesté.
—Como quieras —sentí el dolor en su voz. Quería estar callada.
Cuando vi la casa quedé impresionada, es increíble. Sonreí cuando bajé
del auto, una combinación entre moderno, campestre y rústico. La sala era
inmensa, a un lado quedan las escaleras para el segundo piso. No dije nada
sólo abría mi boca de vez en cuando.
—Les quedó increíble chicos —agradeció Franco al terminar el recorrido,
habíamos dejado a Anabel en el mueble. Seguía profunda.
—Franco carga a la niña para que duerma en su alcoba, y la verdad está
hermosa la finca, pero quiero descansar, mañana hablamos.
Alcancé a escuchar a Brenda preguntar si me pasaba algo y él se encogió
de hombros. La dejamos en su habitación, con sal en su edredón, por más que
mi esposo dijo que no nos encontrarían no me importó.
—¿Por qué estás enojada conmigo? —preguntó al entrar a nuestra
recámara, era una belleza en color crema y la madera rustica.
—No estoy enojada —no podía decirle una mentira. Me conoce muy bien
más de lo que me gustaría.
—Te conozco Laura —quise reírme.
—Si me conocieras sabrías que no estoy enojada contigo —contesté.
—¡Entonces con quién! —se acercó—. No soporto que estés distante. Por
favor dime que hice o que tienes.
—¡Rabia! —dije entre dientes.
—¿Conmigo? —alzó los brazos.
—No… conmigo misma, con Antonia, con el demonio que se supone es
mi padre, con lo ilusa que fue mi amiga al enamorarse de un fantasma, con el
orfanato —sólo fue nombrarlo y las lágrimas salieron, el llanto se hizo más
notorio hasta el punto que cientos de imágenes recordando mi triste vida
emergieron para torturarme la existencia. Franco me abrazó y esperó paciente
a que mi alma se liberara.
—¿Te sientes mejor? —a veces parece un psicólogo y no un abogado.
—Un poco… sé que puedo ayudar a Anabel a liberarse de ese… pero me
cuesta perdonar amor. Por años reprimí el dolor y esa era la fortaleza que
tenía. Es duro no tener nada, aguantar hambre, frío, miedo, soledad, carencia
de una madre, el crecer sin el amparo de un padre, eso genera un vacío, una
inseguridad imposible de llenar y ahora no es lo que yo pensaba, ahora siento
dolor por lo que padeció. Me arrepiento de haberla odiado.
—Por qué mencionas a Ana —Franco me tenía en sus brazos, es tan
agradable sentirme protegida.
—¡Por qué me dejó sola! Como se metió con ese demonio, porque se
murió dejando a mi hermana —es una tontería mi reproche.
—¿No estás siendo injusta? —tapé mi cara afirmando.
—Si. Pero es lo que siento —me cargó hasta el baño, preparó agua tibia y
esperó a que me relajara, mientras el agua caía en mi espalda. Tuvo razón, el
agua lograba tranquilizarme. Los dedos se me arrugaron. Cuando salí él
entraba al cuarto.
—Estaba mirando a Anabel —dijo.
—¿No te ardió la sal?
—Solo un poco —tomó otra toalla y comenzó a secarme el cabello —
Gracias —le dije.
—No sabes cómo me parte el alma verte llorar Laura, lo haces con un
sentimiento —me dejé atender, fue quien sacó la pijama de la maleta—.
Quieres seguir hablando o dormir.
—Te amo.
—Y yo a ti cariño —me besó—. Debe ser duro para ti enterarte de esa
forma quiénes fueron tus padres, me imagino tu sufrimiento en el orfanato,
debió ser un tormento tener que huir cada tres meses desde que apareció
Arturo, pero también sé que eres fuerte, cuentas conmigo, dentro de cinco
meses tendremos nuestro hijo. Jamás lo dejaremos solo, te lo prometo, trataré
de ser un buen padre, aunque me vea cada tres meses. Todo saldrá bien…
eres demasiado noble Laura y perdonarás a tu madre, sé que lograrás sacar el
resentimiento que tienes dentro. Trata de no estar mucho tiempo triste, debes
trasmitirle buenos sentimientos a nuestro hijo —arrugué mi frente, como
sabe…—. Me estoy viendo el canal de bebés en las noches —no pude
contener la risa—. Eso es, te necesito fuerte y alegre.
Me cambié y nos metimos en la cama, el comenzó a acariciarme el
cabello, sabe que ese es mi punto débil. En cuestión de minutos quedé
dormida.
El grito de Anabel nos sacó de nuestro profundo sueño, Franco corrió de
forma antihumana a su habitación y mis amigos llegaron unos segundos
después de mí. Anabel estaba aferrada a los brazos de mi esposo que hacia un
gesto de dolor por el ardor que le generaba la sal.
—¿Que pasa princesa? —ella me extendió lo brazos al verme.
—¿Qué pasó? —le dije.
—Lo siento es que no conozco esta casa, anoche me dormí en la sala y
ahora estoy aquí… pensé que me habían robado… —Anabel rompió en
llanto, Franco entró al baño para lavarse las manos y quitarse la sal que tocó
al sacarla de la cama.
—Está bien, cálmate —le dije. Ella miró su habitación.
—Está muy linda.
—Sí, la finca es bellísima.
—¿Es la hacienda? —miró a Franco y le sonrío.
—Si princesa.
—Falsa alarma —dijo Brenda que tenía un tarro de sal en la mano y nadie
se había dado cuenta.
—¿En qué momento tomaste ese recipiente linda? —le preguntó Frank y
ella se encogió de hombros y nos reímos.
—Aunque no hemos dormido nada, debemos salir Frank —miré a Franco
y Brenda hizo lo mismo con su novio.
—¿A dónde? —pregunté.
—A buscar a mis amigos —afirmé, Anabel me miró con expresión de no
entender nada—Ahora te explicamos cariño.
Desayunamos en familia, el personal contratado era muy amable. Mi
esposo salió con su amigo, a no sé qué parte. Mientras nosotras recorrimos la
hacienda. Es inmensa y las caballerizas son grandísimas, en otra ocasión
quien disfrutará de esto será Franco. Anabel se mostró feliz de ver tantos
animales, pero les tenía miedo, se asustó cuando uno se le acercó, alguien se
entretendrá enseñándole a cabalgar.
El día paso largo para mi gusto, ¿A qué horas volverán? El desespero no
era solo mío. Sino también de Brenda. Le contamos la historia de Antonia a
mi niña menos la parte donde somos hermanas.
—Tengo miedo de los fantasmas que traerán —comentó mi amiga.
—También son buenos además son los amigos de Franco —dije, las tres
nos metimos en la cama arropadas, viéndonos una película, eran las 9 de la
noche y aun no regresaban.
—Tengo sueño Laura.
—Quédate conmigo, mientras no esté Franco te quedarás a mi lado —dije.
—Yo también —dijo Brenda—. Él a ti no te toca, así que no nos tocará a
las dos.
Nos quedamos dormidas las tres. Quedé en la mitad, cada una me
abrazaba. Un leve movimiento me despertó, era mi esposo cargando a mi
hermana y Frank cargaba a su novia. Sonreí al saber que llegó sano y salvo a
casa. Escuché cuando entró al baño y un rato después se metió en las cobijas
a mi lado.
—¿Qué tal el día? —le pregunté algo soñolienta.
—Excelente —me besó.
—¿Amigos?
—Cinco en total.
—¿Cuándo llegan? —volví a preguntar.
—Ya están aquí amor, dos en cada habitación.
—¿Y Anabel? —quedé sentada.
—No la tocarán, son amigos y sienten mi fuerza.
—Si tú lo dices —me aferré a su cuerpo—. Te van a encantar los caballos.
—Quiero besarte cariño —fue una súplica.
—Sabes que no debes pedir permiso para lo que jamás te será negado —
dije.
Nos entregamos al arte de las caricias, hace un par de días no lo hacíamos.
Al terminar comenzó acariciar mi cabello y me fui quedando dormida en sus
brazos.
CAPÍTULO 26
EL ENTRENAMIENTO

Anabel se metió en mitad de los dos en la madrugada. Sonreí al sentirla,


no nos despertaron las fuertes carcajadas que se escuchaban en la sala.
—¡Voy a matarlos! —dijo Franco, sentándose al borde de la cama.
—Buenos días —dijo mi pequeña.
—Buenos días cariño —respondimos al tiempo.
Se metió al baño, a los quince minutos salió vestido con ropa deportiva.
La siguiente en entrar a bañarse fue la niña, me arreglé de últimas. Mi esposo
esperó a que nos arregláramos. Me puse una sudadera y unas zapatillas,
recogí mi cabello en una coleta alta, me dio la vuelta para acariciar a su hijo y
bajamos a desayunar. Brenda nos esperaba a que saliéramos para ella también
hacerlo.
—Buenos días —nos saludó.
—Buenos días —le contestamos los tres—. ¿Y Frank? —le preguntó mi
marido.
—Debe estar con los fantasmas —habló chillando, noté el miedo en su
voz.
—No te harán nada, son inofensivos —sonreí, mi hermana apretó mi
mano, debo acostumbrarme a verla de esa manera. Llegamos al comedor y
cada uno de los invitados esperaba a que les sirvieran el desayuno, no me
parecieron nada inofensivos y menos, el hombre moreno que parece jugador
de baloncesto, ¡por Dios ese hombre es inmenso! y tiene una cicatriz en su
rostro que atemoriza. Al vernos se levantaron, me aferré de la mano de
Franco y Anabel apretó más la mía, pobre amiga tal vez se enterró las uñas en
las manos. Frank caminó a su encuentro y la tranquilizó.
—Buenos días muchachos, madrugaron hoy —los saludó Franco.
—¿Así que ellas son tus tesoros como nos dijiste ayer? —se acercó el
gigante y le estrechó la mano a mi esposo. Su expresión es muy seria, pero al
acercarse, nos brindó una cálida sonrisa, sus dientes eran demasiado blancos
y mi niña se relajó un poco. Franco sonrío ante el gesto. Ese hombre era
inmenso y los otros cuatro tienen rasgos diferentes. Sin apartarse de su puesto
mi marido me los presentaba uno por uno.

—Él se llama Jack —es como un oso gigante que se inclinó de nuevo—.
Era esclavo, así que tiene trescientos años como fantasma —nos brindó una
cálida sonrisa y continuó presentando a sus amigos—. Él es Ian —sentado al
lado de Jack, era rubio de ojos azules—. En vida fue marinero. Amor, te
presento —Franco señaló a un hombre de cabello largo, era un indio—. Es el
Gran Zorro —miré a mi esposo quien sonrío. Cada uno se levantaba, nos
daba la mano a Brenda y a mí, a Anabel le sonreían y le acariciaban el
cabello—. Y este caballero es William —un joven pelirrojo pecoso de la
estatura de Frank—. Por último, Alexander —es el más joven de todos, tal
vez unos diecisiete años, flaco de cabello castaño—. No mires su aspecto de
niño, es el más viejo de nosotros. Tiene cuatrocientos años de ser un
fantasma. Bueno muchachos ¿qué tal la noche?
—Acogedora —respondió más de uno.
—Siéntense, ya viene el desayuno —dije.
Comieron con ansias, parecía que no se hubiesen alimentados en mucho
tiempo. Franco es igual, es como si aguantaran hambre durante los tres meses
de su estado fantasmal. No hablaron casi, primaba la comida. Creo que las
empleadas durante estos días tendrán que hacer toneladas de alimentos. Al
terminar, Franco los hizo pasar a la gran sala para explicarles con detalles lo
sucedido y contarles para qué los necesitaba. Fue una jornada larga, llena de
relatos, el libro de Antonia pasaba de mano en mano, para que ellos vieran las
evidencias. Frank en un par de veces interrumpió a mi esposo en su relato,
escuchaban con suma atención. Cuando mi marido terminó ellos se
presentaron oficialmente.
—Mi nombre es sólo Jack —dijo el hombre al que Brenda había apodado
el gran oso—. Fui esclavo como te comentó Franco y por eso no tengo
apellido, morí por causa de un perro rabioso en el año 1790. No me temas
linda —miró a Anabel—. Tu padre es un gran amigo, fue quien me enseñó a
leer en los tiempos que salía, mi lealtad está con él.
—Soy indio por eso mi nombre es El Gran Zorro —tiene el cabello negro
azabache, liso y largo hasta la mitad de la espalda—. Siempre he apoyado a
quien lo necesita, si es buena persona —era un hombre de cuarenta años
aproximados. Mi amiga permanecía al lado de Frank callada y mirando
detenidamente a cada uno—. No me gustan los espíritus malignos, pero desde
que conozco a Franco él tiene algo que lo protege y lo demostró la otra
noche, cuando ayudó al humano —se inclinó ante mi esposo—. Siempre será
un honor pelear a tu lado joven amigo.
—Me llamo Ian Lloyd —habló el rubio—. Fui marinero, en mi último
viaje fui contagiado de cólera, me dejaron tirado en una fosa común cuando
el barco tocó tierra. No soy de estas tierras, soy escocés y desde 1800 vago
por las calles de San Francisco y para mí también es un privilegio luchar con
ustedes.
—Yo soy William Stephens morí en el año 1863 en la guerra de secesión,
hace años no peleo —sonrió ante su comentario—. Así que estoy
emocionado por volver a lo que algún día fui —era un hombre delgado, alto,
de ojos café y cabello rojo—. No se saldrán con la suya esos endemoniados
fantasmas.
—Bueno soy el más joven, mi nombre es Alexander Davis tenía veinte
años cuando me llego la muerte —pensé que tenía menos edad—. Mi muerte
fue por causa de la tos ferina. No sé pelear, no tengo conocimientos militares,
pero sí puedo dar puños y patadas —se encogió de hombros—. Siempre tomo
forma humana así que he estudiado.
—Yo también —dijo Frank, Brenda y yo lo miramos—. También voy a
pelear cariño.
—Gracias por apoyarnos —les dije—. Pero si entiendo un poco todo esto
de ser un fantasma. ¿Ustedes ese día no deberán estar en los lugares donde
murieron?
—No cariño —dijo Franco—. Ellos murieron en la calle, eso hace que
divaguen por cualquier parte de la ciudad, siempre y cuando no esté habitado
por otro fantasma —arrugué mi frente—. Eso quiere decir, que a las 12 de la
noche ellos estarán en el jardín de la casa y yo dentro de ella —afirmé—.
Ellos son amigos así que no se pelearan por mi jardín —se rieron entre ellos,
no comprendí el chiste. Anabel intervino.
—Gracias por venir a protegerme, tienen almas nobles y se los agradezco,
pero mi padre es poderoso, con cada minuto se hace más fuerte, igual que
Franco, no logro entender cómo funciona la energía que los envuelve a
ambos, pero…
—No nos pasará nada pequeñuela —dijo Jack—. No lo permitiré —mi
pequeña sonrío.
—¿Son buenos peleadores? —Por fin habló Brenda—. Bueno a Jack con
sólo verlo atemoriza, hasta que sonríe… pero ¿las peleas de fantasmas son
normales?, ¿No se pueden utilizar armas?
—No —respondió mi esposo.
—¿Pero no se pueden hacer como una especie de balas de sal? —la
miramos—. ¡Que!, ¿por qué me miran así? —se encogió en su silla, tal vez
avergonzada por su brillante idea.
—Eso estaría bien… ¿cómo las haríamos? —vi el brillo en los ojos de mi
marido.
—Déjenme esa tarea —dijo Alexander—. Ahora tenemos de nuestro lado
la tecnología y podemos encapsular sal en un material que al lanzarla con
fuerza se rompan al contacto con sus cuerpos —nos miró—. Será como jugar
a bolas de nieve.
—Podría ser —dijo Frank— Alexander y yo nos encargaremos de eso.
—Bueno creo que debemos tomar clases con William y también con Ian
para desarrollar o pulir nuestra técnica de lucha —mi marido se tomó el
liderazgo, una cualidad más para mi lista de hombre perfecto.
Nos levantamos y Frank nos condujo a un gran terreno al costado de la
casa, un potrero a mi punto de vista. Me quedé a un lado con Brenda y
Anabel mientras que los hombres recibían instrucciones del soldado, les
enseñaba a dominar unos palos, que para la pelea se convertirían en espadas.
Me sorprendió ver a Franco con tanta agilidad que era para dominar la
espada. De la nada, comenzaron a levitar, el único que se quedó en tierra fue
mi amigo que se encogió de hombros y gritó.
—¡No es justo! ¡No soy fantasma! —todos soltaron una carcajada.
Suspendieron para almorzar y fue lo mismo que en la mañana, se
devoraron la comida en un abrir y cerrar de ojos. En la tarde el entrenamiento
fue cuerpo a cuerpo. Me quedé en la casa, desde la terraza podía verlos.
Comenzaron a luchar, se pegaban puños de verdad, le lanzaron golpes a mi
esposo, aprende y va mejorando, continúa peleando hasta que termina
dominando a su adversario, es el mejor. Le dio problemas el oso gigante y
fue por lo grande. Escuché cuando el Gran Zorro lo felicitaba.
—La niña tiene razón, te haces cada día más fuerte Franco y es
sorprendente —en una ocasión me dijo que ellos sienten la energía del otro
fantasma y por eso sabes hasta qué punto, el fantasma es fuerte.
Me metí en la casa con Anabel a dormir, tenía sueño, Brenda se fue hasta
el claro para verlos pelear. Al atardecer, mi amiga me levantó para decirme
que del entrenamiento quedaron con la nariz rota, la boca partida, ojos
pequeños e hinchados y muchos moretones. Salí para verlos, los regañé
cuando entraron a la casa —yo los había dejado simulando los golpes —ellos
parecían ser un grupo de niños exploradores.
—Si vuelven a golpearse como lo hicieron hoy, juro que les meteré sal en
la boca —hablé con tal determinación, que todos se sentaron en silencio—.
¿Quién les dijo a ustedes que eso era entrenamiento?
—Cariño…
—¡Cariño nada! —interrumpí—. ¿Los malos no son ustedes?
—Debíamos practicar.
—¡No me digas! —le respondí al Gran Zorro—. Se creyeron machitos
otra vez, ¿entonces a pegarnos en la cara para volver a ser humanos?
—No nos duele.
—Díganle eso al pobre de Frank que no puede abrir un ojo —bajaron la
mirada—. ¿Se les olvidó que había un humano con ustedes?… Bueno —miré
a Frank—. Aunque tú también estabas como un pandillero midiendo tu fuerza
bruta —había sido mi amiga la que me puso al tanto.
—Y vaya que si la tiene —dijo Alexander, quien seguramente había sido
su adversario.
—Se los diré una vez. Si vuelven a llegar con un golpe alguno de ustedes
me tendrán miedo —Franco se mordía los labios conteniendo la risa—. Cada
uno se va para su cuarto ya mismo —los traté como si fueran niños chiquitos
—. ¿Pero qué se creyeron?
—No te alteres —dijo Brenda.
—Es cierto amor.
—Tu no me digas nada, ¡mírate cómo estás!, todo ensangrentado —estaba
enojada y vi el dolor en los ojos de mi esposo.
—Lo siento cariño. Estábamos jugando —se encogió de hombros.
Cada uno se fue, se retiraron en silencio a sus respectivos dormitorios, era
de noche y Frank era el que se quejaba mientras lo curaba.
—No te quejes —le decía mi amiga.
—Lo siento viejo —dijo mi marido, me miró avergonzado.
Acostamos a Anabel en su habitación, no se levantó cuando Brenda me
despertó. Franco se metió al baño y yo me acosté. Al salir se metió bajo las
cobijas y me abrazó. Yo seguía molesta dándole a espalda.
—Perdóname y perdónalos. Y fue cierto lo que dijiste, estábamos felices
de sentirnos un poco humanos, sentimos la adrenalina.
—No me digas nada más. No sabes lo que me afecta saber que te dieron
golpes, aunque sean en juego.
—No nos duele, como tal vez le deben de estar doliendo a Frank —me di
la vuelta y me sorprendí porque tenía la cara como si nada.
—Ya no tienes golpes —le susurré.
—El agua nos revitaliza, creo que a estas alturas mis amigos deben estar
normales, menos Frank —le acaricié el rostro—. Vaya que si tienes fuerza en
tu interior para que te hagamos caso. Me recordaste a mi mamá, era como
escucharla cuando me reprendía. Tienes el mismo don de no poder
contradecir nada de lo que dice —acarició mi rostro—. Perdóname, no
volverá a pasar.
—Entrenen de otras formas, ya se sabe que tienen fuerza. Corran, naden,
hagan ejercicio y luchen sin un solo golpe. Porque Franco si me entero, de
que… —el me silenció con un beso.
—Sé que eres capaz de meternos en una tina llena de sal —dijo—. Pero
ya no estés enojada y yo hace días te deseo —volvió a besarme y mi cuerpo
se fue relajando poco a poco.
Me hicieron caso, los días siguientes. Se levantaban temprano y trotaban
dos horas diarias, luego regresaban para desayunar y volvían, ya sea a
practicar lucha sin un solo golpe comprometedor o nadar, montar a caballo,
ver televisión, o jugar con Anabel que se había convertido en la razón de sus
vidas. El único que amaneció con la cara magullada, fue mi pobre amigo. Me
gané la fama de mujer dominante, aunque sabía que me apreciaban igual que
a una hermana. Mi amiga ya no les tenía miedo. Alexander y Frank fueron a
la ciudad y compraron una sofisticada maquinaria, que utilizaron para
encapsular la sal y hacer medianas bolas de sal que salían compactas.
Alexander utilizaba al menos veinte guantes quirúrgicos para mantenerse
alejado de la sal y Frank era quien las manipulaba constantemente, el primer
día Alex salió de la habitación llorando por el ardor de la sal y una vez más a
Brenda se le ocurrió, si el agua los revitalizaba sugirió que se metiera en una
tina a trabajar. Así que Franco les llevó un tanque lleno de agua hasta la
cintura y en las manos guantes para mitigar el ardor y este disminuyó de
forma considerable. La manipulación de la sal ante la máquina era tarea de
mis amigos. Franco pasaba el tiempo conmigo, por mi estado no podía correr,
montar a caballo, entrenar y me pasaba los días aburrida si no lo tenía a mi
lado. Además, estaba muy irritable, supuse que era un síntoma del embarazo.
—Gracias por quedarte hoy.
—Ya mañana es el gran día —dijo mientras me abrazaba y me daba el
beso de las buenas noches.
—Tengo miedo Franco —le confesé.
—No debes temer. Te toca la parte más fácil del enigma del libro de
Antonia.
—¿Lo que escribió esta mañana?
—Si —comenzó a acariciarme el cabello.
—Solo con sangre se protege en el símbolo de la divinidad... ¿qué se
supone que debo hacer? ¿Bañarla en sangre y meterla en una circunferencia?
—Franco me miró.
—El círculo es el símbolo divino.
—Ya resolviste la mitad.
—Espero que el estrés de mañana cuando los vea pelear no le afecte al
niño amor. No puedo correr, no podré enfrentarme como lo hice ya una vez,
ahora debo cuidar a mi hijo también.
—Estaremos bien… duérmete, sabes que podemos solicitar ayuda —lo
miré—. Cariño, tú me dijiste que durante tres meses Antonia estuvo contigo
en el orfanato.
—¿Y?
—Ella te demostró un verdadero amor, no te brindo más porque no podía,
debes entenderla un poco.
—Yo entiendo… y soy yo la que no puedo perdonarme por lo que en un
pasado le dije, eso es lo que me remuerde la conciencia. Pensar que sufrió
tanto, mientras que yo la odiaba por ser tan insensible, la juzgué mal, eso me
está matando.
—Pues debes perdonarte y si la cosa se pone muy fea, llámala —él seguía
acariciando mi cabello, mis párpados se cerraban cada vez más, hasta el
punto en el que no se abrieron en toda la noche.
CAPÍTULO 27
EL REGRESO DE ANTONIA

Mientras desayunábamos, Anabel nos llamó desde el segundo piso. Nos


levantamos para ir a su encuentro, ella bajaba las escaleras con la caja grande
del último regalo de la herencia.
—¡Ya se puede abrir! —dijo. Mi esposo la tomó y la abrió en la sala. En el
interior había una daga plateada con un grabado extraño, eran símbolos
exagerados y desconocidos, jamás los había visto. Nos miramos.
—El libro de… —no terminé y mi marido voló al segundo piso, tan rápido
como pudo. En ese instante entraron a la sala el resto de los fantasmas, se
quedaron alrededor de la caja, mis amigos entraron tomados de la mano y al
ver la aglomeración en la sala se acercaron. Franco llegó con el libro.
—Hay algo escrito —dijo mi marido.
—¿Eso qué es? —preguntó Ian, nos encogimos de hombros.
—Creo que debemos leer lo que dice el libro —Franco tenía el libro. Nos
sentamos en la sala, Frank cargó la caja.

Estas son las ultimas letras que


escribiré, si las están leyendo es
porque hoy se define el futuro de los
presentes y el mío propio. Antes quiero
darles las gracias a las cinco almas
involucradas, que por voluntad propia
decidieron proteger a mi hija, serán de
mucha ayuda. No les puedo asegurar
lo que pasará, no me alcanzaron las
fuerzas para saber si ganaremos o
perderemos en la lucha de hoy, en la
caja hay una daga, es una de las tres
armas que puede matar a un fantasma,
tengan cuidado, sólo responde al que
ella escoja.
Les deseo suerte. Te amo hija.
—Bueno, creo que debemos averiguar quién es el elegido —William se
puso enfrente de la caja. Nos miró y fue el primero en introducir su mano,
pero no pudo sacarla.
—Mi turno —dijo Alexander, él tampoco pudo.
Todos intentaron sacar la daga, ninguno logró moverla, ni nosotras. Nadie
pudo.
—Creo que tenemos un problema —dijo Ian.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó el Gran Zorro.
—Antonia siempre ha dado sus respuestas en los mismos comentarios —
dijo Brenda y a Franco se le iluminaron los ojos. Comenzó caminar de un
lado a otro.
—El arma mata a los fantasmas —dijo mi marido.
—Laura puede hacer que nuestra protectora regrese —Brenda miraba a mi
esposo—. ¡Alguien tuvo que colocar el arma en esa caja! —comentó.
—Solo la puede sacar la misma persona que la coloco allí, cuando Laura
la llame, sin dolor ni resentimiento a su madre —Franco me miró—. Ella dijo
que responde a la que el arma escoja. La daga escogió a tu madre —en los
ojos de mi esposo vi su lamento, colocarme entre la espada y la pared, no era
lo más apropiado.
—Eso es —dijo Brenda.
—A ver si entendí —intervino Frank—. ¿Sólo se saca la daga si se revive
un muerto?
—Si —respondimos al tiempo.
—¿Y solo se logrará si Laura perdona a su madre por haberla
abandonado? Aparte de que debe tener a Anabel pegada a su cuerpo para que
los fantasmas malos no la puedan tocar, está embarazada y debe proteger a su
hijo, ver pelear a su marido y a sus amigos…
—¡Para! —dijo Franco, recriminándolo por su conclusión cruda y real—.
No es necesario que sigas, sabemos muy bien la presión que recae sobre ella,
pero así está la situación —mis nervios se alteraron más. Mi mente comenzó
a ver las palabras de Antonia, proteger con sangre, el símbolo divino, sal,
daga, perdóname, protege… en fin, todo me dio vueltas, los brazos de Franco
me envolvieron. Al parecer sufrí una especie de desmayo sin perder el
conocimiento, era consciente de lo que pasaba a mi alrededor. Mi esposo me
dejó en la cama y Anabel me trajo un vaso con agua—. Cariño es mejor que
no estés presente.
— Ni de bromas digas que me quede a un lado. Sabes que debo estar ahí.
—Temo por ti —dijo con la voz más desesperante que le he escuchado
desde que lo conozco—. Laura si tan solo te pasa algo… cariño yo…
—No me pasará nada —dije, Anabel nos dejó solos—. Quédate conmigo
por un rato. Él se acostó y así nos quedamos sumidos en nuestros
pensamientos. Traté de dormirme, pero no pude.
Ya era hora, debemos regresar a la ciudad, debíamos estar a las nueve de
la noche en la casa, nos sentíamos nerviosos, pero nadie se atrevía a
confesarlo. Los fantasmas se pusieron los trajes con los que murieron. Jack
tenía unos harapos sucios y rasgados, se quitó los zapatos. Ian tenía un suéter
ajustado al cuerpo con rayas azules tan desvanecidas que no se notaban casi,
con un pantalón negro justo en las pantorrillas y un poco suelto hasta la
cintura, se lo sujetaba un fajón, en su cabeza se puso el sombrero de marinero
del siglo XVIII. William tenía su tradicional uniforme militar de la guerra de
secesión, era combatiente por la Unión. El Gran Zorro se colocó su taparrabo,
un hacha en su espalda sujetada por una gruesa franja de caucho, en su cuello
colgaba un collar de piedras o tal vez pedazos de huesos. Alexander salió con
ropa, el traje de su época, un pantalón café con una camisa blanca y una
gabardina del mismo color del pantalón y mi Franco, con su distinguido traje
y su capa de color gris. Me miraba constantemente, siente miedo por los tres,
Anabel, nuestro hijo y yo. En su interior estaría deseando que ninguno de
nosotros estuviera en este peligro. Brenda se había tomado una pastilla para
los nervios, aunque mi amiga se mostraba más fuerte con respecto a los
fantasmas. Ella y Frank se encargarían de lanzarles bolas de sal a los malos.
La tensión era grande, traté de controlarme por mi bebé.
A la empleada se le cayó un cuchillo cuando entré a la cocina a
despedirme. Esa era mi revelación. Proteger a Anabel con sangre en el
símbolo divino —sonreí—. Tomé un cuchillo afilado, lo guardé en mi
chaqueta. En nuestro auto se fue el Gran Zorro y Jack, Anabel en la mitad de
los dos con la caja de Antonia en las piernas. En el auto de Brenda se fueron
Ian, Alex y William en la parte de atrás, mi amiga como copiloto y Frank al
volante.
Llegamos veinte minutos antes. La noche se mostraba oscura, el cielo
nublado, el frío era atroz, parecía que el mismo entorno se preparaba para lo
que se avecinaba. Yo conté con tiempo para hacer lo que tenía que hacer. Al
bajarme del auto, abrí las rejas Franco salió detrás de mí y antes de llegar a la
terraza me tomó de la mano. Cuando giré ya estaban todos en el jardín, el
gran oso cargaba a Anabel, los autos se quedaron en la calle, miré el inmenso
lugar, ese sería el escenario en el que dentro de poco estarían peleando, así
que debía ser rápida.
—¿Qué haces amor? —me preguntó intrigado.
—Dame un segundo.
Me quedé a un lado de la puerta, en la oscuridad y el ambiente de misterio
fue ganado en mis deteriorados nervios y para ser sincera por primera vez
sentí pavor. Saqué el cuchillo de la chaqueta, me realicé una herida en cada
uno de los dedos de mi mano izquierda.
—¡Laura! —gritó Franco.
—¡Déjame! —grité cuándo el intentó quitarme el cuchillo—. Dijiste que
resolviera el enigma, pues ya lo hice. Sólo mi sangre la protegerá, es mi
hermana —hablé en voz alta, comencé a realizar un circulo con la sangre que
brotaba de mí, uno donde podía estar Anabel segura—. Abre la puerta de la
casa Franco, deja la caja en la entrada y enciende las luces del interior, no
enciendas la del porche, sólo las de jardín exterior —el obedeció.
Franco colocó en la entrada la caja. Encendió las luces y en ese instante
aparecieron los engendros dirigidos por Arturo. Se materializaron como por
arte de magia y quedaron en la entrada del jardín, mi esposo seguía en el
interior de la casa.
—¡Jack! —grité—. ¡Tráeme a Anabel! —un hombre blanco que parecía un
nazi se materializó al frente de Jack obstaculizándole el paso y le quitó de las
manos a mi pequeña, el miedo se apoderó de mí, ya no estaba con los buenos y
el grito de ella me estremeció—. ¡Franco! —grité. Mi marido salió de la casa
partiéndole la cara al corpulento nazi con una patada en el aire, Jack aprovechó
el aturdimiento del engendro y le arrebató a la niña que parecía bailar entre
esos dos hombres, le dio un codazo al hombre blanco que se le lanzó para
derribarlo así que lanzó a Anabel en dirección al porche gritando.
—¡Alexander, atrapa a la niña y dásela a Laura! —si no lo estuviera
viviendo, juraría que es una película con los mejores efectos especiales. Mi
hermanita volaba en dirección contraria a ellos, Alex era el que estaba más
lejos, pero desapareció y apareció en frente de mí con Anabel en brazos.
—Comenzó la función —me dijo entregándome a la niña y corrió al
jardín. Escuché el grito de Arturo al ver que ya la tenía a mi lado. La dejé en
el centro del círculo realizado con mi sangre.
—No salgas por nada del mundo, Anabel —me miró temerosa, mi
hermana temblaba—. Cariño no te muevas ¿lo prometes? —afirmó—. Yo
estaré cerca ¿me escuchaste? —cuando miré el panorama mi alma se
regocijó. Franco peleaba con dos rivales al mismo tiempo, Jack se enfrentó a
blanco nazi y lo escuché decir.
—No debiste tocar a mi pequeñuela.
Ian, el Gran Zorro y William cada uno con un oponente. Frank y Brenda
detrás del rosal que había en el costado derecho, sacando las armas de sal.
Mientras Arturo se acercaba lentamente a mí. Escuché a Franco llamarme y
en ese instante se materializó Ian para enfrentarse con mi padre endemoniado.
Ian le propinó una patada que lo hizo retroceder un par de pasos, pero no fue
suficiente, el pobre fantasma bueno fue derribado, lo dejó en el piso a un lado
de las escaleras, sangrando por la boca y muy débil. Arturo al darse cuenta de
mi ubicación retrocedió y se dirigió hacia Anabel. Sentí miedo por si no
funcionaba la protección. Pero mi madre nunca se ha equivocado, desde que
nos está ayudando. Se le lanzó hacia Anabel, se golpeó con una pared
invisible, mi niña temblaba, paralizada al sentir la energía maligna de su
padre, si la percibí yo que no tengo ese don. Arturo gritó, con los ojos tan
rojos que no pude sostenerle la mirada. Se lanzó en mi dirección sin poder
tocarme. Franco lo desvío de mi trayectoria llevándolo al centro de la batalla
que se llevaba a cabo en el jardín. Miré a los alrededores, era extraño que no
pasara ni un solo auto. Las casas parecían estar solas o por lo menos no se
habían percatado de la guerra campal que se desarrollaba entre ellos, ajenos a
un mundo desconocido. Ian volvió a la pelea y al mirar a Brenda tenía en sus
manos la manguera con que yo regaba las flores. Alzó sus hombros al verse
descubierta por mí —quise reírme—. Se convirtió en la enfermera de los
fantasmas buenos, les proporcionaba agua para revitalizarlos porque al lanzar
la sal también les afectaba a los buenos, pero Franco llevaba a cabo una
verdadera lucha, dos fuerzas enfrentadas, el bien y el mal.
— Franco alcanzó el mismo nivel de poder ante mi padre, pero en el lado
opuesto —dijo Anabel—. No será suficiente —mi pequeña comenzó a
temblar, al percatarme quedé paralizada, llegaron más engendros al jardín y
tres hombres tomaron a Franco mientras que Arturo le daba una paliza, nos
tenían acorralados. Mi mente se bloqueó por un segundo, el reloj de la sala
marcó que eran las once de la noche, solo falta una hora para que ellos sean
unos espíritus de nuevo. No me di cuenta de que Arturo se acercaba a mí y
me propinó un golpe en la cara enviándome a un costado. Caí al piso, el grito
de mi esposo retumbó en mi ser. Escuché gritos de dolor en el jardín,
mantuve firme la mirada en mi hermana, Arturo intentaba penetrar el círculo.
—¡Quién te ayuda! —gritó—. Si no puedo penetrarlo es… —me observó
y me estremecí, los ojos se me humedecieron y comprendí que él ya sabía el
motivo por el cual no podía tocarla, un brillo malévolo se asomó en sus ojos.
Escuché el lamento de Franco, logró zafarse de los fantasmas que lo tenían
acorralado y se interpuso como un escudo, cuando Arturo se lanzó para
atacarme.
—No te atrevas a tocar a mi esposa —volvieron a enfrentarse.
En el jardín Frank y Brenda parecían jugar a la guerra con las bolas de
nieve y vaya puntería la que tienen, eso era lo que ocasionaba los gritos de
los fantasmas. El Gran Zorro con su hacha dejó a más de uno herido. No
sabía de donde salían tantos engendros. Franco es el más fuerte así que lo
rodearon seis malévolos fantasmas de diferentes épocas, me di cuenta que la
maldad rige desde el principio del mismo hombre. Somos una desgracia de
especie viviente. Golpearon a mi marido. Mi corazón se quebró, las lágrimas
comenzaron a salir, están matándolo. No lo vi venir, pero fui llevaba hasta la
pared de la entrada de la casa, era él, demostrando la fuerza que posee, ya que
logró tocarme por primera vez. Y creo que es por el estado de Franco.
Escuché el grito de Anabel. Mi esposo está muy débil, me dolían los golpes
que recibía, recordé los tres meses que viví con la Sra. Bernarda, los abrazos
que me daba y lo que sentía cuándo lo hacía, me reconfortaba, ahora entendí,
mi madre me daba con tan solo mirarme su amor, en las noches sentía su
arrullo y era porque ella me cargaba. De una forma vertiginosa mi mente me
enviaba los recuerdos de ella, la primera vez que nos dio chocolates, cuando
se enfrentó a la rectora la vez que me maltrataban, me defendió como sólo
una buena madre defiende a su hijo. Antes de que él volviera a tocarme la
cara alcancé a susurrar.
—Yo también te amo madre, ayúdame —mi petición fue realizada con el
alma, sin rencor alguno, me sentí sumergida en los brazos de esa anciana
mujer, en aquellos recuerdos de esos tres meses que ella estuvo a mi lado,
cuando sonreía al leernos cuentos para dormirnos, el tiempo se detuvo,
cambió nuestro entorno.

Una onda expansiva salió de la casa y envolvió el jardín, era como si


hubiésemos quedado cubiertos por un inmenso paraguas. Vi el temor en los
ojos de Arturo que miró al interior y todos hicimos lo mismo. Una neblina
blanca se fue materializando y tomando forma femenina, sentí una energía
tan gratificante en mi interior, una hermosa mujer quedó visible en la puerta
de la casa, vestida toda de blanco, de cabello castaño y ojos color miel como
los míos. En su mirada había una completa determinación cuando miró a
Arturo que parecía estar petrificado. Mi madre al pie de la caja extendió su
brazo y la daga salió volando posesionándose en su mano, extendiéndose
como si fuera una espada con filo visible en ambos extremos, una espada de
doble sable.
—No te atrevas a tocar a mi hija Arturo.
—¿Antonia? —susurró.
—Aparta tus asquerosas manos de mi hija y de mi nieto, engendro, esta
pelea es entre tú y yo —la voz de mi madre era tan hermosa y con solo
extender la espada, Arturo se alejó, como si fuera sal. Ella se quedó a mi
lado, me miró como lo hace una verdadera madre, no la pude ver bien porque
las lágrimas salían una tras otra. Me acarició la mejilla—. Gracias cariño,
gracias por perdonarme —se percató de Anabel y sonrió—. Lo resolviste, esa
es mi niña. Tienes el don Laura, desarróllalo, eres la única que queda con el
poder de los Mclaend —bajó las escaleras, le temían, los otros engendros se
alejaban, mi madre se dirigió hasta donde Franco, lo tenían agarrado entre
cuatro. Lo tocó y mágicamente mi esposo se curaba—. Ahora quédate al lado
de Laura, no te separes de ella.
—Gracias Antonia—le dijo.
—No, gracias a ti por amar a mi hija, gracias a ti, mi alma descansará en
paz —me lancé a los brazos de Franco cuando subió las escaleras, me besó la
frente y nos quedamos mirando como los fantasmas se colocaron alrededor
de mi madre y formaron un circulo de fantasmas negros, Antonia
resplandecía desde el interior. Arturo también sacó un arma, era un hacha de
doble filo.
—Con que eras tú la que las ayudaba —dijo Arturo.
—¿Sorprendido querido?
—No lo negaré, aunque ahora entiendo. No podrás conmigo ¡querida!
—Ya lo veremos amor —comenzó la lucha entre ellos, temí por mi madre,
pero era una verdadera guerrera, peleaba sagazmente, le jugaban sucio, no la
tocaron, era para distraerla y con ello darle ventaja a su líder. No sé qué clase
de arma tenía mi madre, pero hacia llorar a los fantasmas que tocaba. Nadie
se le acercaba y la lucha era entre mis padres. Anabel no quitaba la vista de la
pelea sin salirse del círculo, mi marido me abrazaba. Volvió a ocurrir algo
inesperado al sonar el reloj en la primera campanada. Mi madre extendió más
su arma y logró quitarle el hacha, sonreía, vi que ganó por su expresión y me
gritó—. ¡Laura!, dale tu collar a Franco y que se tome el líquido que tiene en
su interior antes de que suene el último campanazo —gritó. Franco tuvo la
mente fría, arrancó el collar de mi cuello, lo abrió, cuando giré, el líquido
azul desaparecía en el interior de sus labios—. Ya es hora que estemos todos
en el lugar al que pertenecemos —dijo mi madre. Una luz azulada como si
fuera un láser salió de lado a lado del arma de Antonia, comenzó a girarla
como si estuviera partiendo en dos a los fantasmas. Gritos desgarradores,
miedo infernal salía de los engendros que se convertían en humo negro—. Ya
es hora de que ustedes también descansen en paz —les dijo a los amigos de
Franco, con una gratificante sonrisa se despedían, y uno por uno se fueron
convirtiendo en un humo blanco, una vez que fueron atravesados por el láser.
A mi padre le atravesó un lado de la espada, las campanas dejaron de sonar.
Pero él no se esfumó como los otros, quedó agonizando, arrodillado. Frank y
Brenda se quedaron en el mismo lugar en el que estuvieron durante el
enfrentamiento, Antonia se acercó a nosotros.
—¿Ya debes irte? —le pregunté al verla cerca.
—Si hija, ya es hora que descanse en el lugar en el que debo estar.
—¿Te irás al infierno? —le preguntó Anabel, había salido del circulo y le
tomó la mano a Franco, que por cierto no había desaparecido, miré mi reloj
eran las 12:02 minutos, él seguía de carne y hueso.
—No lo sé. Eso es algo que sólo Dios puede decidir, si fui perdonada por
el daño causado —mi madre acarició el rostro de Anabel para luego acariciar
el mío—. Tengo poco tiempo —miró a Franco—. Tu vida estaba en el frasco
que cuidó Laura, tu amor fue quien la protegió y evitó que Arturo la tocara.
Te absorbí la vida la tarde que entraste a esta casa. Perdóname por lo que te
hice.
—Hiciste lo que tenías que hacer y te lo agradezco con el alma —le
respondió Franco.
—Cuidaste la vida de tu amor y gracias por no destaparlo. Te amo hija,
gracias por perdonarme, lamento el daño ocasionado —me lancé a abrazarla,
volver a sentir la calidez de su abrazo me llenó el alma, ese vacío que creció
conmigo fue restaurado, cuando comprendes y perdonas de corazón tu vida
se reconforta. Me besó en la frente—. De ahora en adelante tendrán una vida
normal y envejecerán. Eso es lo que deseas —me miró—. ¿Cierto?
—Gracias mamá —lloró en silencio al escuchar mis palabras—.
Debo irme.
Me dio la espalda, intenté detenerla, pero Franco me detuvo. Llegó hasta
donde se encontraba Arturo y lo obligó a levantarse, le sacó la espada y la luz
azul volvió a salir del arma que voló y se puso en forma horizontal, girando
en su mismo eje cortándolos por la mitad. Sonreí cuando vi a Arturo gritando
y convertido en humo negro mientras que mi madre con una hermosa sonrisa,
sin apartar su mirada de la mía, se convirtió en humo blanco, desapareció.
Hasta el campo de protección que nos había envuelto se desvaneció, la gente
apareció de repente y los autos comenzaron a circular.
—Nadie se dio cuenta.
—¿Entonces ya eres humano?
—Si —nos abrazamos. Anabel se nos unió en el abrazo.
—¿Eres mi hermana, Laura?
—¿Qué pasó? ¿Dejé de ser tu mamá?
—No. Es solo que ahora eres mi mamá hermana y Franco será mi papá
cuñado —sonreí, había una paz en mi alma tan gratificante.
—Ustedes dos —mi esposo llamó a nuestros amigos—. Estuvieron
increíbles —Brenda hizo una mueca de mujer toda poderosa.
—Oigan… ¿por qué no se movieron en ningún momento? y ¿nadie los
ataco? —pregunté.
—Porque estábamos pisando sal —dijo Frank.
—Tenemos una cerca de sal aparte de que nos bañamos en sal — dijo
Brenda. Sonreí mientras que mis amigos entraban a la casa, yo la abracé.
—Gracias por todo.
—¿Entonces ya eres humano otra vez? —le preguntó Frank a mi esposo.
— Eso me dijeron —dijo suspirando.
Se quedaron con nosotros el resto de la noche, Anabel durmió en su
recámara mientras que nosotros hablamos porque no lográbamos dormir, me
era imposible creerlo aún, durante este tiempo lo estuve cuidando, siempre
tenía conmigo al amor de mi vida sin saberlo, mientras que él no salía de su
asombro, ahora él era humano, tan humano como yo.
—Lograré ver el nacimiento de mi hijo, cariño —dijo mientras me
descobijaba y me levantaba la bata de dormir para hablar con él—. Hijo —
pegó su boca a mi vientre—. No sabes lo feliz que estoy porque té cargaré el
día en que nazcas. Porque llevaré a tu madre a la clínica, estaré el día en que
nos digan si eres niño o niña en tu próxima ecografía. Sal pronto hijo,
desarróllate fuerte, cuando salgas vas a conocer a la mujer más hermosa de
este mundo. Supe escogerla sabes, te sentirás orgulloso de ella como lo estoy
yo —le dio un beso al vientre—. Se parece a un ángel, no sabes lo buena y
noble que es. No hay nada mejor en el mundo que ella, y es nuestra. Te juro
que la enamoraré siempre para que jamás me abandone —hice una mueca de
risa. Él sabe que jamás lo dejaré. Es el hombre más bello de este mundo, no
pensaba dejárselo a otra—. Te amo hijo.
—Ven aquí —le dije—. Te amo, pero tu hijo tiene sueño, por favor
duérmeme —comenzó a acariciarme el cabello y en cuestión de segundos me
sumergí en un gratificante sueño. Con la satisfacción de que nada malo nos
iba a pasar.
CAPÍTULO 28
EL NACIMIENTO DE ANDRUD LECONTTE

Me siento el hombre más feliz del mundo, jamás pensé lograrlo. Es extraño,
aun mi mente no alcanza a comprender tanto avance tecnológico, social, civil…
en fin. Prefiero creer que sigue siendo magia y punto. Igual fue la magia la que
logró unir a dos personas de épocas diferentes. Tengo 224 años cumplidos y
aparento 24 años —observé a Laura dormir a mi lado—. Con su hermosa
barriga, pueden existir mujeres más bellas, solo que para mí es única. Viviré
eternamente agradecido con Antonia por unir nuestras vidas. Soy un hombre del
pasado que se enamoró de una mujer del futuro, tengo ganas de hacer un libro al
respecto, será clasificado en el género de ficción, si alego que es una vivencia
real me encerraran en un manicomio, tampoco sé cuándo lo comenzaré, por
ahora estoy para vivir en función de Laura. Mi Laura.
—¿Qué haces despierto a esta hora amor? —susurró.
— Laura —la abracé y la besé en la frente.
—Buenos días cariño, ¿cómo esta Andrud? —ella arrugó su frente y me
mostró su vientre. Mi bebé se movía y un pequeño bulto se pronunció en el
estómago, lo acaricié—. Buenos días hijo, ya faltan pocos días para que estés
en los mejores brazos del mundo, te los prestaré por un tiempo —Laura
sonrió ante mi comentario.
—Debes pintar el techo del cuarto del bebé —arrugué mi frente. ¿Qué?
—El cuarto lo dejé arreglado, ¿ahora se te dio por pintarle el techo
también? queda bien de color blanco.
—Franco lo quiero azul cielo para que parezca una nube la habitación,
además a ti no se te dificultará llegar hasta arriba —a pesar de que ya no soy
un fantasma quedé con algunos dones, como levitar, escuchar el más mínimo
susurro, percibo a los fantasmas y poseo una fuerza mayor a la de un hombre
normal.
—Está bien, ¿por qué será que no concibo aun decirte que no?
—Porque soy tu esposa, la mujer que amas y la madre de tu hijo.
—Si —era un verdadero idiota por ella, no me importaba estar convertido
en un empedernido enamorado—. Hoy cumples los nueve meses.
—Tienes razón, a partir de ahora este jovencito puede salir a conocer el
mundo —se levantó con dificultad, en dirección al cuarto de baño. Se ve tan
hermosa, parece una esfera completa, si le digo eso terminará por
acomplejarse más de lo que ya está. Teme que su cuerpo le quede feo y por
eso la deje, no sé de dónde saca esas conclusiones. ¡Mujeres!—. ¿Hasta
dónde pensará crecer mi bebé?
—Hasta donde sea necesario —le dije.
Preparaba el desayuno con Anabel, desde que a mi mujer le cuesta
caminar por el peso del bebé, mi hija oficial —ya éramos los padres de
Anabel—. Hacíamos el desayuno. Hoy es sábado y el médico le sugirió que
caminara por lo menos 15 minutos diarios. Y eso hacemos desde hace 15
días, llevamos a Anabel caminando a la escuela y de regreso lo hacemos
como una pareja de novios juveniles —ya estoy viejo.
—¿Papi vas a pintar el cuarto de mi hermanito? —me preguntó con su
frente arrugada.
—Tu mamá quiere —le respondí mientras metía el pan en la tostadora.
—¡Ya tiene mucho azul! —solté una carcajada, preparaba jugo de naranja.
Un grito proveniente del segundo piso nos alarmó. No lo pensé y volé hasta
la habitación donde Laura gritaba. Al llegar ella sostenía su vientre.
—Ya es hora amor —me dijo con dificultad y hasta ahí me llegó la
coherencia que siempre me ha caracterizado. Me puse nervioso, no pude
hacer lo que debía hacer. Fue mi hija la que terminó de ayudar a su mamá a
vestirse mientras yo bajaba y subía. Primero tomé el bolso de Andrud y lo
metí en el carro, se me olvidaron las llaves, subí a buscarlas, bajé a Laura,
que ya se había vestido, en su rostro vi el dolor de las contracciones.
—Como dijo la doctora inhala, exhala —asistí a los cursos con ella para
tener la mente fría, pero eso no sirvió de nada, se supone que es para poder
tranquilizarla y estoy para que me atiendan a mí.
—Ya apagué la tostadora papá —dijo Anabel entrando en la parte trasera
del auto y yo hice lo mismo pero las llaves no las tenía, salí de nuevo y mi
princesa gritó que no tenía zapatos puestos—. ¡Papi al menos colócate los
zapatos! —escuché la risa de Laura, debo estar convertido en un perfecto
torpe. Llegué levitando al segundo piso la ropa del día anterior, no me he
bañado, saqué del armario la primera camiseta y tomé los primeros zapatos,
al menos me fijé que fueran iguales, tenías las llaves en la mano y salí de la
casa, con el control remoto activé el mecanismo para que el garaje se cerrara
de forma automática, las rejas de la casa quedaron abiertas. Laura volvió a
pegar un grito y el sudor le corría por su rostro.
—Aguanta cariño —no sé si es suerte, pero encontré los semáforos en
verde y de no ser así me los hubiese volado—. Anabel llámate al doctor
Harry, ojalá esté de turno.
—Yo hablo con él cariño —dijo Laura.
Al entrar a la clínica el doctor esperaba a mi esposa. La sacaron del auto,
la acostaron en una camilla, me di cuenta de que la silla del copiloto estaba
mojada, escuché al doctor decir.
—¡Rompió fuente!, al quirófano —¿qué quiso decir con eso?, la van a
rajar, pero ¿por qué’?, no me dejaron pasar, quedé con Anabel en la sala de
espera y créanme que la incertidumbre es peor que enfrentarme a tres suegros
como Arturo.
—Papi, tranquilízate me pones nerviosa —dijo Anabel que tenía el bolso
de su hermanito.
—¿Pero por qué no salen? —sonó el celular de Anabel.
—Hola tía Brenda —la escuché saludar—. En la clínica, ya va a nacer mi
hermanito —le explicaba, me imagino la cara que tendría mi colega.
Comenzaré a trabajar con ella en los negocios de la familia—. Si casi sale en
pijama y sin zapatos ¿cómo crees que se iba acordar de tomar su celular? —
sonreí al comprobarlo—. Acá los esperamos. Chao. Ya vienen mis tíos —
dijo.
—Te escuché princesa.
El parto de Laura se demoró una hora y media, una eternidad, me había
acercado a la enfermera en busca de información por la demora y lo único
que me decía es que seguía en cirugía. ¿Por qué le están haciendo cesárea? si
el bebé no viene con complicaciones, su peso es normal para un parto natural.
¿Qué habrá pasado? Bueno que sea lo mejor para los dos.
—Franco cálmate —dijo Brenda que desde su llegada no ha dejado de
comerse las uñas.
—Si tú lo dices —se dio cuenta y dejó de hacerlo.
—¿El esposo de Laura Lecontte? —no sé cómo me controlé para no volar,
las manos me sudaban.
—Soy yo, enfermera.
—¿Trajeron la ropa del niño?
—Claro —Anabel le entregó el bolso a la enfermera—. ¿Cómo están
ellos?
—Ya sale el doctor —me va a dar un paro cardiaco, ¡que incertidumbre!
El doctor Harry caminó en dirección a nosotros con una gran sonrisa en su
rostro que me tranquilizó.
—Cómo…
—Cálmate Franco, tu hijo y tu esposa están en perfecto estado.
Felicidades, es un hermoso varoncito.
—¿Por qué la cirugía?
—Rompió fuente y en la ecografía que le realicé antes del parto, nos
dimos cuenta de que Andrud estaba enredado en el cordón umbilical, así que
era necesario operarla.
—Perfecto —me sequé las manos porque me sudaban—. ¿Puedo verlos?
—Claro, sígueme.
Primero me llevaron a la sala de los bebés, fueron conmigo los padrinos y
su hermanita. No sé si todos los hombres sentirán lo mismo cuando ven por
primera vez a su primogénito, sangre de tu sangre. Verlo descansar como un
angelito en su cuna, dormido, es mío, los ojos comenzaron a picarme, la
felicidad no me cabía en el pecho.
—Es, realmente hermoso —dijo Anabel.
—Bueno tiene de dónde salir, es precioso —escuché a Brenda.
—Felicidades hermano —Frank me dio una palmadita en la espalda.
—¿Dónde está Laura? —le pregunté al doctor.
—Carga a tu hijo y llévaselo, porque ya tiene a las enfermeras al borde del
desespero pidiendo que se lo lleven.
Quedé paralizado cuando me dijo que lo cargara. La enfermera lo tomó
ágilmente y se acercó para entregármelo. Es tan frágil, tan pequeño. Cuando
lo cargué un par de lágrimas salieron de mis ojos y mi piel se estremeció, es
una felicidad diferente, es la sensación más perfecta de grandeza, ya nada te
importa más que velar y proteger a ese diminuto ser que necesita tanto de ti,
daría sin pensarlo mis órganos, mi vida sin que me lo pregunten. Es mi hijo.
Cuando giré, mis amigos me sonreían, en los ojos de Anabel también percibí
la alegría, estaba rígido por temor a que se me cayera. Quería ver a Laura,
necesitaba besarla y agradecerle por haberme dado un hermoso hijo. Cuando
entré a la habitación ella resplandecía, un poco demacrada, pero, aun así,
hermosa. Me regaló una vez más esa mirada que solo ella sabe darme, como
si yo fuera su todo. Jamás podría fallarle a esos ojos color miel, nací para ser
de ella. Cuando me acerqué con Andrud comenzó a llorar —no puedo creer,
me cuentan que no lloraba antes de conocerme, desde que está conmigo llora
por todo—. Me extendió los brazos para tomarlo y se lo agradecí, tenía la
espalda y el cuello rígido por la fuerza que estaba haciendo para que no se
cayera mi hijo. Le dio un beso en la mejilla a nuestro pequeño. Se vio
hermosa.
—Qué lindo eres amor, te pareces a tu papá —dijo ella, yo tragué saliva en
seco. A veces me pregunto si nos amaremos igual hasta llegar a viejos.
—Te ves hermosa —le di un leve beso en los labios—. Gracias por mi
hijo —nuestro hijo comenzó a llorar.
—Debes alimentarlo Laura —le dijo el doctor.
Anabel se le sentó al lado y le dio un beso mientras que ella se tapaba su
pecho con una manta para darle de comer a mi hijo. Brenda se le acercó para
felicitarla mientras que Frank saludó de lejos y se sentó en el sillón de la
habitación mirando al televisor dándole la espalda para darle un poco de
privacidad a mi mujer. Yo me quedé contemplándola como solo lo hace un
hombre enamorado. Adorándola en silencio agradeciéndole a Dios, al
destino, a la magia, o a lo que haya intervenido para que estemos juntos.
Quien lo imaginaría que mi vida la viviría en el siglo XXI… nadie me lo
creería.
—Te amo Laura —en mi voz se sintió la determinación de mi sentimiento,
vivo sólo por ella, sus ojos me hablan de una forma magistral, evocando en
mí lo más sublime del amor. Sé que nos amamos de forma profunda e
incondicional, con un sentimiento que atraviesa barreras más allá de lo
inexplicable, un amor tan irracional y al mismo tiempo tan sublime.
—Y yo a ti Franco —me dijo con esa bella sonrisa en sus labios. Brenda
se sentó al lado de su esposo y frente a mí quedó la mejor imagen de mi
familia. Mi bella esposa alimentando a mi hijo y mi hija Anabel acariciando
los piececitos de su hermanito.
Solo espero que nada cambie, ni se interponga en nuestro camino. Anabel
sigue con su don de ver fantasmas y yo con el olfato para descubrirlos. Pero
la sorpresa desde que Antonia murió fue Laura, ha desarrollado una
capacidad telepática, su linaje de hechicera emergió. Espero que nuestro hijo
pueda desarrollarse sin complicaciones en esta familia de personas premiadas
con un don sobrehumano.

Esta es mi historia. Un fantasma que esperó 200 años para poder realizar
su vida con la mujer que amaba. Estoy en el tiempo en el que debo estar.
Gracias Antonia por lo que hiciste, gracias por enseñarme a amar sin barreras,
ni ataduras y lo más impórtate gracias por entregarme la vida de Laura.

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