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“EL ORIGEN DEL HOMBRE”

Extraído de Introducción a la antropología, Ricardo Yepes

(…)

El problema del origen del hombre es una cuestión difícil por la sencilla razón de que ninguno
de nosotros estuvo presente en él: es un hecho no experimentable, y por tanto resulta difícil
que la ciencia pueda esclarecerlo del todo. Lo que nosotros podemos hacer es un conjunto de
reflexiones que pertenecen más a la antropología y la filosofía que a un cuerpo de
proposiciones científicos experimentables o definitivas. Pero no por eso tienen menos valor. El
origen del hombre no puede tratarse más que en el contexto del origen y evolución de la vida
del cosmos. Los hechos pasados que la ciencia puede testimoniar al respecto son aún muy
inciertos, y para interpretarlos se precisa asumir algún tipo de supuestos que no son
suministrados por la ciencia mismos, sino por la visión del mundo que se tenga.

Hay dos supuestos últimos de este tipo:

1) La ley de la vida es producto del azar, y se ha formado por combinación espontánea de


mutaciones genéticas, a partir de seres vivos muy elementales: «el equilibrio y el orden de la
naturaleza no surgen de un control más elevado y exterior (divino), o de la existencia de leyes
que operen directamente sobre la totalidad, sino de la lucha entre los individuos por su propio
beneficio (en términos modernos, por la transmisión de sus genes a las generaciones futuras a
través del éxito diferencial en la reproducción)» . En otras palabras: la evolución no sigue un
camino ascendente y predecible. Toda especie es, en cierto sentido, un accidente. Este modo
de ver las cosas se puede denominar evolucionismo emergentista, y es una elaboración actual
de las teorías de Darwin.

2) La ley de la vida es parte de una ley cósmica y de un orden inteligente, organizado por una
Inteligencia creadora que ha dotado al cosmos de un dinamismo intrínseco, el cual se mueve
hacia sus fines propios, según unas tendencias preferentes. Esto se puede llamar en sentido
amplio creacionismo.

Por lo que se refiere al hombre, ambas posturas aceptan en principio que la evolución de la
vida «preparó» la aparición del hombre mediante la presencia en la Tierra de animales
evolucionados llamados homínidos. Esta parte pre–humana de la evolución humana podemos
llamarla proceso de hominización. Se refiere a los antecesores inmediatos del hombre. En lo
que difieren las dos explicaciones aludidas es en lo que pasó después, que no es otra cosa que
la aparición de la persona humana y su progresiva toma de conciencia respecto de sí misma y
del medio que le rodeaba. A esta segunda parte de la historia del origen del hombre podemos
llamarla proceso de humanización.

Por lo que se refiere al proceso de hominización, sobre él versan las investigaciones


paleontológicas que buscan el origen exacto del hombre. El problema con el que se enfrenta
ese trabajo es explicar por qué, cuándo y cómo el cuerpo de los homínidos evolucionó hasta
adquirir un cierto parecido con el cuerpo actual del hombre. Se trata de explicar características
corporales a las que ya hemos aludido: amplitud de la corteza cerebral, bipedismo y posición
libre de las manos, disminución de la detención anterior, etc. La tesis más sugerente es la que
afirma que esos cambios se vieron facilitados en gran medida por un cambio en la estrategia
sexual y reproductiva de esos homínidos pre–humanos. Los componentes de esa nueva
estrategia serían «la monogamia, la estrecha vinculación entre los dos miembros de la pareja,
la división del territorio para la recolección y la caza, la reducción de la movilidad de la madre y
de su reciente descendencia y el más intenso aprendizaje de los individuos jóvenes». Al
servicio de la eficacia biológica de esta nueva estrategia se habrían seleccionado toda una serie
de singularidades: «la receptividad permanente de la hembra, el encuentro frontal y
reproductor, el permanente desarrollo embrionario, etc.». Todos ellos son rasgos que
refuerzan la cohesión de un grupo configurado como más tarde lo estará la familia humana. De
este modo la evolución corporal de los homínidos habría tenido como condición previa el
establecimiento de los presupuestos biológicos de lo que después sería la familia humana.

Por contraste, en lo referente al posterior proceso de humanización, las dos posturas arriba
aludidas difieren por completo:

a) para el evolucionismo emergentista, la aparición de las mutaciones antes señaladas y de la


misma persona humana, y su posterior evolución cultural e histórica, sería un proceso
continuo y casual, mero fruto de mutaciones espontáneas, nacidas de la estrategia adaptativa
de los individuos sobrevivientes frente a determinados cambios del entorno. La aparición de la
conciencia humana se explica por el mismo mecanismo genético de cambio espontáneos o
reactivos que dan origen a las especies animales. No hay distinción entre los procesos de
hominización y humanización: se trata de un proceso único y continuo.

El problema de esta postura no es sólo el modo poco conveniente en que explican la aparición
«casual» del hombre y del entero mundo humano, sino el modo asimismo «casual» en que
explican la aparición, en el proceso de la evolución de lo que podemos llamar innovaciones
complejas, como por ejemplo el ojo un organismo tan complicado que no resulta creíble que
pueda constituirse y «funcionar» a base de mutaciones casuales. Además, tampoco puede
explicarse así la aparición repentina de otras innovaciones complejas, como las propias
especies nuevas.

La vida tiene una ley interna dentro de sí misma y es esta ley la que regula los cambios, las
mutaciones genéticas, la aparición de nuevas especies, etc. No es un proceso sin dirección,
compuesto de combinaciones casuales, sino un sistema dirigido hacia una finalidad inmanente
a los propios seres que lo forman, como más adelante se dirá. En el desarrollo de ese sistema
emergen novedades que exigen un reajuste del sistema, de modo que se instaure un nuevo
orden, y así sucesivamente. Sin embargo, los argumentos más serios contra esta teoría no son
sólo los internos a la propia ciencia biológica, sino también los derivados de considerar la
diferencia que hay entre los animales y el hombre, entre el mundo natural y el humano, entre
un hormiguero o una colonia de gorilas y el Museo del Louvre o un libro de Antropología.

Es una diferencia suficientemente profunda como para que sea necesario dar de ella un tipo
de explicaciones capaces de justificarla de verdad. La más fundamental consiste en decir que el
hombre, además de cuerpo, tiene un tipo peculiar de alma, dotada de inteligencia (2.3) y
carácter personal (3.2), pensar (2.3), sentir (2.4), querer (2.6), amar (7.3), hablar (2.1), escribir
(12.8), etc. En el fondo, este libro es un análisis de esos elementos específicamente humanos,
muchos de los cuales son irreductibles a la materia, aunque inseparables de ella. Por eso, se
puede decir que el resultado del proceso de humanización está todavía en curso: es la historia
misma del desenvolvimiento de los hombres sobre la Tierra, su cultura y el mundo que han
creado.

b) La segunda explicación considera con detenimiento este proceso de humanización, lo


distingue netamente del de hominización, y asume el conjunto de la persona humana a partir
de una instancia que no es, como en el caso anterior, la vida emergiendo de la materia, la
materia emergiendo de la energía y la energía emergiendo de sí misma. Esa instancia original
del hombre y del mundo está más allá de ellos, y es un absoluto creador en el origen de uno y
del otro. En resumen, lo que podemos decir sobre el origen del hombre es que las hipótesis
más o menos plausibles sobre el proceso de hominización no son extrapolables a lo ocurrido
después, en el proceso de humanización, sencillamente porque desde que terminó el uno y
empezó el otro se ha introducido en el sistema una variable nueva, indeducible de los
elementos y situación anteriores: la libertad, algo que ha sido creado en cada caso.

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