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LEON TROTSKY

in
rímene
N O S
EDITORIAL
STALTN Y SUS CRIMENES
LEO N TR O TSKY

S T A L IN
y s us
CRIMENES
(T R A D U C C IO N D IR E C T A D E L R U S O )

P R O LO G O Y N O TAS DE
Gráficas Valera.-Libertad, 20.-Madrid
PROLOGO

T rotsky, a su pesar, es triaca contra el com unism o.


La triaca, usada principalm ente como contraveneno, era también v e ­
neno. H asta el siglo X V I I I , la ley prescribía que la triaca fu era conu-
puesta ante las autoridades. A s í sucedía en V enecia y en otros puntos de
Europa. E sa precaución legal detalla el peligro de usar un veneno aun­
que sea como contraveneno.
T rotsky es veneno. U n veneno mortal y, a la vez, m uy sutil. P o r su
rara sutileza, Trotsky, e l prim er anti-stalinista, sólo por serlo, ha sido
aceptado torpem ente como anticomunista. E l libro que prologam os y otros,
com o “ E l gran organizador de derrotas” , la “ R evolu ción traicionada” ,
etcétera, han podido venderse y leerse en países considerados como tota­
lita rio s'y anti comunistas. L o estimamos un error peligrosísim o; m ejo r di­
cho, un hecho sólo posible por falta de preparación antim arxista — cosa»
demasiado frecu en te— -, pues la ignorancia confu nd e el anti-stalinismo con
el anticom unism o.
E l comunism o stalinista es nefando, cruel y hasta macabro. S u m al­
dad absoluta provoca repulsas indignadas, rupturas totales, cismas con­
tinuos 3' hasta sinceros arrepentim ientos. E l cisma de mayor importancia
es el que acaudilló T ro tsk y, arrastrando tras de s í a toda la llamada “ v ie­
ja guardia b olchevique” , excepto, claro es, a Stalin.
H em os dicho que hasta sinceros arrepentim ientos h u b o ; algunos, arre­
pentidos, regresaron a la idea de D io s y P a tria ; pero, en verdad, fu ero n
los menos.
L a m ayoría de los que rom pieron con S ta lin fu eron a engrosar las
fila s de la llamada oposición, adjetivada como “ de izquierda” , “ bolche~
v iq u e ” , “ leninista” , etc., etc. E n su ataque, iniciado y dirigido por T rotsky,
llaman siem pre a Stalin traid or al com unism o.
T rotsky se extasía llam ándole “ bonapartista” , “ term idoriano” , sep ul­
turero de la R evolu ción de O ctu b re” y “ C a ín ” .
T ro tsk y y la oposición se proclaman a sí m ism os la o rtod oxia m arxis-
ta-leninista, excom ulgando a Stalin por h eterodoxo, renegado, rep ro b o ...
Y esto lo hacen invocando a M a r x , el cual proclam ó; m ejor, blasfem ó:
" L a filo so fía hace suya la fe de P ro m e teo ; od io a todos los dioses del
cielo y de la tierra que no reconocen a la conciencia hum ana com o d ivi­
nidad sup rem a.”
PROLOGO

Acatando los trotskistas, como todos los m arxistas, a la R azón y a su


propia conciencia como “ deidad suprem a” , parece absurdo su anatema. S i
la conciencia y la razón son divinas, razón tiene S ta lin ; por lo tanto.
¿por qué la suya no ha de ser también “ divina” ?
S in duda, esa deidad ignota, “ la R a zó n hum ana” , es para todo mar-
xista la propia, y no la ajena. A s í se explica que trotskistas y staiinistas,
divinizando sus respectivas “ razon es” contrarias, se crean investidos de
poderes, corno toda divinidad, sobre la vida del mortal. E n pura lógica,
Stalin tiene razón para matar a Trotsky, y T ro tsk y la tiene para1 matar
a S ta lin . L a dual y adversa divinización de sus razones da origen auto­
ritario p erfecto a sus decretos exterm ina dores.
A s í, pudo darse la ironía m ás macabra. E l últim o libro de T rotSk$
se titula “ S u m oral y la n u estra ” . E s decir, la moral de Stalin y la suya.
E n él, al atacar a Stalin, establece la regla d e moral práctica siguiente:
“ L a m oral sólo es una de las funciones de la lucha de cla ses.”
S e comprenderá que es m oral todo lo que vaya contra el “ enemigo de
clase” ; según T rotsky, Stalin. E sto , naturalmente, tendría una fu erza
dialéctica decisiva para T rotsky. P er o da la casualidad que Stalin pudo
razonar y ju stifica r m oralm ente su sentencia de m uerte contra el propio
T ro tsk y haciendo suyas, una por u n a t o d a s las razones fabricadas por
T rotsky en su libro postrero. L e bastó considerar también al e x com isa­
rio de guerra “ enemigo de clase” . L o creyó así, lo decretó, y su .sen ten ­
cia de m uerte tuvo com o “ considerandos” y “ resultandos” m orales y j u ­
rídicos los m ism os que, la víctim a escribió para sentenciar a su sentenh
ciador y ejecutor.
Jamás la ironía pudo llegar a extrem o, m ás inaudito.
P ero reconozcam os lógica en la “ m oral” stalimama. S i T ro tsk y puede
dogmatizar que Stalin es enem igo de clase, ¿por qué no ha de poder dog­
m atizar S ta lin que el “ enemigo de clase” es T r o tsk y ? ...
E s así, porque ambos niegan todo principio de moral religiosa, tras­
cendente o abstracta, y, al negarla, ambos tienen razón igual, pero anta­
gónica. M a s las razones iguales y opuestas, como las fu erza s, se destruyen
en el equilibrio, hasta que lo ron:pe una razón de otro orden: la razón de
la fu erza. Y Stalin tuvo más razón, porque tuvo más fu e r z a ...

* * *

T rotsky, que para Bernard Shan ' es “ el rey de los polem istas”^ ha
podido introducirse, em bozado en su capa anti-staliana, en los m edios más
amurallados contra el com unism o, para encender allí la llama com unista.
M A U RIC IO C AR L A V IL L A 9

N osotros, en 1934, advertim os este peligro y tratamos de fija r una


idea clara y terminante sobre Stalin y T ro tsky:
“ S t a l in y T r o t s k y : d if e r e n c ia e s e n c ia l entre am bo s.

” A T rotsky y a Stalin no les separa en la política com unista ninguna


diferencial doctrinal.
” Tanto da el com unism o de uno como el del otro. E sto está ya per-
fectam ente demostrado. L a diferencia real es la siguiente:
” Stalin, ruso, desea el coiru>::'s¡no por el com unism o.
” T rotsky , ju d ío , desea el com unism o para servir los designios im pe­
riales de la judería. Y así, vem os q u e, desde que se le elimina del suceso
revolucionario, las masas t'ibran sólo al im pulso de su s propias fu erza s.
” L a s palancas del materialismo — capitalismo y comunism o— opri­
m en al m undo con arritmia l: s f u ! s s. E l enem igo no puede a freta r
a placer su, manaza porque ha saltado el pivote. ¡ T r o ts k y ! ” (1).
D entro de la excesiva síntesis, 3' con todo su vigor polém ico, en la
cita está contenido por entero el problem a y el drama universal del trots-
kism o.
E ste acontecim iento de la historia universal no sólo rebasa el párrafo,
sino que rebasaría un libro. H asta creem os que sería capas de llenar m uy
amplia bibliografía. Y no sólo por su m agnitud colosal, sino por ser el
trotskism o la más clara y. p erfecta m anifestación del problem a de los
probletnas de la intrahistoria universal.
N o se deberá exigir de nosotros que en un m ero prólogo lo abarque­
m os en toda su dimensión universal. S erá ésa una empr-esa que corona­
rem os algún día en obra que acariciamos y documentam os desde hace
años. L o posible aquí es trazar un esquema de toda su problem ática para
situar en su adecuada posición y sentido lá obra de Trotsky.
L o im pone la necesidad d e neutralizar prezñamente su veneno y la
necesidad de inm unizar contra él al lector. A s í, quedará exclusivam ente
su virulencia venenosa contra Stalin y el régim en soviético actual, que es
la finalidad determ inante de dar a la lu z esta obra.
Y nada m ejor que analizar al m icroscopio la anterior auto-cita.
A n te todo, adviértase cómo al escribir “ S ta lin ” agregamos ruso. Y al
decir “ T r o tsk y ” , añadimos inmediatamente judío.
Parecerá, sin duda, una burla del destino que estos dos hom bres, fo r ­
m ados dentro de un internacionalism o quím icam ente puro, deban ser con­
siderados por su determ inante racial y nacional, si se quiere hallar e x ­
plicación racional y sentim ental de su psicología y su ambición.

(1) " E: Enem igo” , pág. 179, 4.a edición.


PROLOGO

E l m arxism o ha pretendido ser el asesino de la idea de nación. T ran s­


form ada desde la R evolución francesa la idea nación en nación-idea,
M a r x halló a hí la premisa necesaria para poder transform ar esa nación-
idea en la nación-idea universal. E lla fu e la secreta consecuencia a la que
pretendieron llegar sus prim itivos inventores, y a ella llegó M a rx.
S ta lin y T ro tsk y, form ados y educados dentro del m arxism o m ás e x ­
trem o, se declararon y se declaran intem acionalistas por excelencia. T é n ­
gase en cuenta que en el diccionario m arxista la palabra “ intem acionalis­
ta ” tiene el significado de “ antinacional” ; negación absoluta de la nación.
M a s esto de negar la nación, esto de desnacionalizarse, parece teórica
y dialécticam ente algo demasiado! fácil. E n la realidad, tío creem os haber
hallado un solo hom bre normal que lo haya conseguido. N ada de menor
altura que nuestra propia, sombra, nada m enor obstáculo para un salto;
pero nadie se la saltó aún. D iríase que con la nación ocurre algo sem e­
jante. N adie es capas de rom per consigo mism o más que suicidándose,
enloqueciendo. N ad ie rom pe con su propia nación — que también es él
m ismo— si no es en rapto de locura. Racionalm ente y sentim entalm ente,
sólo se destruye el sentim iento de nación infundiendo en el hom bre un
nuevo sentim iento nacional. Es algo fatal. Para poder renunciar el
hom bre a la nación tendría que transform arse en bestia o en D io s, d eja n­
do de ser ente sociable. Y naciendo de lo sociable del hombre la nación,
ya es coz a la lógica pretender ser “ socialista” renegando de ser “ nacio­
nal” ... ¡ Y pensar que L en in quiso hacer protom arxista al gran P erip a ­
té tic o !...
S o n Stalin y T rotsky las cúspides más destacadas del internacionalis­
m o, o sea de lo antinacional, en el panorama mundial. V erbalm ente, dia­
lécticam ente, nadie podrá superarlos. P ero nada importan las palabras en
la H istoria cuando son contradichas por los hechos. A s í, vem os revivir
— ¡y con qué ím p etu !— en Stalin, no ya un nacionalismo limitado por la
idea racial de tipo zarista, sino un imperialism o universalista, en eclosión
planetaria, de su nacionalismo.
N o es de ayer. E n los m ism os albores de la R evolución rusa, la sen­
sibilidad de T ro tsk y ya advirtió el peligro. N o es mera casualidad que
Stalin tuviera como prim er cargo estatal el de comisario de N acionali­
dades. É l, georgiano — más propiam ente, osseto— , sintió la vocación de
ordenar y ensamblar el m osaico.de razas de la nueva Rusia. E sta inclina­
ción ya era bien elocuente. S u s antecedentes raciales pudieron errónea­
m ente inducir a suponerle un secesionista o, por lo menos, un fed era lis­
ta. Téngase en cuenta que la prim era C onstitución de la U . R . S . S .
consagraba et principio de la autodeterm inación para todos los pueblos
M AU RICIO C A R L A V IL L A

rusos. P ero no; Stalin, apoyado en esto por el fe r o z D zersjin sky , se lan­
zó a fo rja r un centralismo estricto, radical, y a él se debe, sin duda, que
en el país de la autoseparación no haya habido hasta hoy más qu£ ane­
xion es. ..
Su, prim er choque con T rotsky fu é m otivado por la política relativa a
las nacionalidades. T ro tsk y , al parecer, consiguió en un principio el apoyo
de L en in , y n os da a conocer en su libro “ L a R evolu ción, d esfigurada ”
varias cartas y notas del mism o. N o es cosa de traerlas aquí com o d o cu ­
m entación; basten estas líneas:
“ E s evidente que debe hacerse políticam ente responsables a Stalin
y a D z e rsjin sk y de toda esta cam paña de verd ad ero nacionalismo ru so .”
(Carta de L en in a T rotsky del 3 1 de diciem bre de 1922.)
E s de advertir que lo s nom bres de M ediván i, Makaradzé,, de K a m e­
nev y el de T ro tsk y, adversarios en la cuestión de Stalin, que figuran en
la correspondencia de L en in referen te al asunto, han sido suprim idos por
el “ nacionalista” .
N o debe despistar el apoyo circunstancial de L en in a T ro tsk y en la
cuestión de las nacionalidades. L en in profesaba en un principio una teo­
ría que se llamó entonces de “ liberalism o nacional” , que le aproxim ó en
la circunstancia a la/ tesis del entonces tan poderoso T ro tsk y, en detri­
m ento del m odesto S ta lin ; pero debe suponerse que L en in no debió apo­
yar a T rotsk y y a K a m enev a ultranza, porque, de haber sido así, m uy
otro sería el mapa de la U . R . S . S ., ya q u e Stalin carecía de poder , en
aquella fech a para triunfar sobre la trinidad om nipotente de L en in ,
T rotsky, K am enev. T óm ense las palabras de L en in como antecedente so ­
bre el “ nacionalismo ru so ” de S ta lin . Y a la lu z de tal idea, verem os con
m ucha claridad su trayectoria política ulterior.
F ren te al unitarismo y centralismo staliniano, he aquí la idea de
Trotsky, expuesta en su polémica contra Stalin:
“ O rg a n iza r el socialism o en un solo país es un procedim iento social-
p a triota.”
Com o vem os, de ahí a llamar a Stalin “ na ciona lsocialista ” no d is­
ta nada.
Y T ro tsk y afirm a seguidam ente:
“ C on relación al E stad o de los S oviets, el patriotism o es un <leber
revolucionario, en tanto que hacia el E stado b u rgu és constituye una tr a i­
c ió n ...” “ E l patriotism o de los revolucionarios no puede tener m ás que
un carácter de clase. Com ienza po r ser el patriotism o del P artid o y de!
Sindicato y se eleva hasta convertirse en patriotism o de E stado, cuando
PROLOGO

el proletariad o se apodera del P od er, pero este p a t r io t is m o debe ser

P A R T E IN T E G R A N T E D E L A IN T E R N A C IO N A L R E V O L U C IO N A R IA .”

H e ahí a la Internacional convertida en p a tria ; m ejor, en super-patria


o p atria única.
Q ueda, pues, demostrado que el patriotism o no desaparece en los re­
volucionarios intem acionalistas. E s la transform ación, suplantación o abe­
rración del sentim iento natural de patria.
H asta tal punto que la traición es elevada por ellos a la categoría de
d eb er; hasta la virtud. A s í, agrega T ro tsk y :
“ L a teoría de la posibilidad de realizar el socialism o en un solo país
ROM PE L A R E L A C IÓ N IN T E R N A E X IS T E N T E E N T R E E L P A T R IO T ISM O D E L P R O ­

L E T A R IA D O VENCEDOR (R usia) Y E L D E R R O T ISM O D E L P R O L E T A R IA D O D E


los p a ís e s b u r g u e se s.” (T r o tsk y : “ E l gran organizador de derrotas” ,
páginas 1 3 1 y 132.)
E s decir, que el derrotism o del proletariado es una traición que sirve
al patriotism o imperialista del E stado llamado proletario; en este caso,
la U . R . S . S .
E l ataque de T rotsky puede desorientar al lector. P u ed e creer que
Stalin sólo desea el socialism o (socialism o equivale a com unism o, en lé­
xico trotskista y stalinista) en Rusia. N o ; Stalin se halla en esto p erfec­
tamente identificado con T rotsky. L eam os sus palabras:
“ L a idea de la revolución perm anente no es una idea nueva. E l p ri­
m ero que la enunció fu é M a r x , a fines de la década del 40,. en su cono­
cido “ M e n sa je ” a la “ L ig a C om u n ista” (18 5 0 )... M a r x sólo se proponía,
una vez instaurado el P o d e r del proletariado, encender la revolución en
todos los p a íses; concepción que está en com pleta consonancia con todo
lo que enseñó y llevó a la práctica L en in en el transcurso de nuestra re­
vo lu ció n ... P o r eso, el desarrollar y apoyar la revolución en otros países
es una tarea esencial p ara la revolución victoriosa. P o r eso, la revolución
del país victorioso no debe considerarse como una m agnitud que se baste
a sí m ism a, sino como un puntal, com o un m edio para acelerar el triu n fo
del proletariado en los dem ás p a íses.” Y agrega: “ L en in ex p resó este
pensam iento en dos palabras, cuando decía que “ la m isión de la revo lu ­
ción triu n fa n te es llevar a cab o el m áxim o de lo que puede realizarse en
un país para desarrollar, apoyar y despertar la revolución en todos los
p aíses.” (O bra s completas, tomo X X I I I , pág. 38 5.) Y termina diciendo:
“ L a U n ió n de R epúblicas Socialistas S oviéticas es el prototipo vivien te
de la que será la fu tu ra un ificación de los pueblos en una sola E con om ía
m un dial.” ( D e l libro de Stalin “ L o s fundam entos del leninism o” .)
“ P a r a derribar a la burguesía bastan los esfu erzo s de un solo p a í s ...;
M A U RIC IO C A R L A V IL L A 13

pero para que el socialismo' triu n fe defin itivam en te... son precisos los
esfuerzos de los proletarios de los países ava n za d o s.’ "' (S ta lin : ‘ ‘ S o bre
L e n in y el leninism o” . E d icion es del E sta d o. S ecció n de M o sca , 1924,:
páginas 40-41.)
“ N osotros vivim os, no en una isla, sino rodeados de un sistem a de
E stados que, en n úm ero considerable, son hostiles al país del socialism o
y constituyen un p eligro de in terven ció n ... N osotros decim os abierta y
honestam ente que la victo ria del socialism o en nuestro país no es defini­
tiva. E ste problem a no está resuelto y es necesario r e s o lv e rlo ...; pero
nosotros no podem os resolverlo por nuestras propias fu erzas. S ó lo po­
drem os resolverlo uniendo los esfu erzo s del proletariado m undial a los
esfu erzo s del pueblo so v iético .” (Carta al K o m som ol Ivanov, 15-2-938.)
L a teoría llamada de la “ revolución perm anente” de T r o tsk y fren te
a la del “ socialism o en un solo p aís” , de Stalin, abandonaron a trotskis­
tas y stalinistas. P ero■sólo fu ero n un pretexto doctrinal, enmascarando
m óviles y fin es auténticos. F u é una necesidad propia de la lucha. E n ella,
cuando su m otivación es inconfesable, los comunistas, como los que no lo
son, recurren a una “ escolástica” de cualquier género.
N o se nos pedirá el paralelo doctrinal ni el de las biografías de am­
bos antagonistas. A l m enos docum entado ha de bastar la claridad y elo­
cuencia de las citas precedentes como confirm ación de nuestras palabras
de 1934: “ A Stalin y a T r o ts k y no les separa en la política com unista
ninguna d iferen cia d octrin al.”
Q ueda mostrada y demostrada la identidad d e ideas entre T ro tsk y y
Stalin. Y , naturalmente, surge la interrogación: ¿ E n qué disienten y por
qué luchan?
H e aquí nuestra respuesta:
Stalin , ruso, quiere la Internacional al servicio de R usia.
T r o ts k y , ju d ío, quiere R u sia ai servicio de la Internacional.
E l orden de factores S í altera el residtado.
L o desea así T ro tsk y, porque sólo a través d e la Internacional, él,
ju d ío, y a través de él, su secreta secta ju d ía neom esianista, que com ­
prende a una sorprendente selección de ju d ío s, que integra desde ban­
queros a terroristas, podría instaurar su, dom inio mundial.
T a l es la entraña intrahistórica del drama llamado trotskista. E s intra-
histórica porque ambos antagonistas jam ás aludieron directamente a este
hecho decisivo y fenom enal. P ero , aunque jam ás lo aludieron coy. sus
palabras, probaron su existencia con los hechos. Una cadena de ellos so:-,
los procesos que T rotsky analiza en este volume-n. T rotsky desr,:c;::<cj ;
pulveriza uno por uno todos los m otivos en que V ichin sky fur.i.z-,y.-:r.:-z
«4 PROLOGO

su acusación. L a potente y aguda dialéctica trotskista — modelo para los


m ejores abogados— puede demostrar la falsedad y la mentira de la “ j u ­
ridicidad” de los tribunales stalinianos. P ero nunca llega a descubrirnos
el verdadero m óvil de la matanza fe r o z y perm anente. N o puede aludir
siquiera a la existencia de una conspiración de su secta para la conquista
del P o d er mundial, previa la conquista del P o d er soviético. Not puede
atribuir a Stalin, ni en hipótesis, que mata para im pedir q u e la secta
conspiradora lo derribe y lo ejecu te. P o rq u e proz'ocaría la demostración
de S ta lin . Y aun cuando Stalin no pudiera o no quisiera, T ro tsk y es d e­
masiada cauto para ser él quien ponga sobre la pista a la opinión mundial.
P o d rá suponer el lector que si a T ro tsk y le conviene ocultar la ex is­
tencia de su secta, a Stalin le convendría evidenciarla. N o , aunque pa­
rezca paradoja o contrasentido. A Stalin no le conviene tampoco desen­
mascarar a la secta mundial ju d ia porque es hoy el beneficiario• de su
gigantesca acción. Una acción objetivam en te revolucionaria.
Con cierta lógica podrá suponer nuestro lector que si a T ro tsk y le
convenía ocultar la existencia de su, secta, reduciendo su conflicto con¡
el Dictad.or soviético a un choque ideológico, a S ta lin le convendría des­
cubrir a la secta- como auténtica organizadora del gigantesco com plot d i­
rigido contra él.
A s í sucedería si se tratase de una organización o nación cualquiera.
P ero la secta es una organización singular. S i el triunfo m undial del
com unism o llega un día, no ha de ser por el ím petu y violencia rev o lu ­
cionaria de las masas proletarias dirigidas por los partidos comunistas.
E se m omento triunfal es sólo el epílogo de un drama con m uchos actos
precedentes. E l asalto1 fin a l ha de ser precedido de otros, m enos espec­
taculares, m ás inadvertidos, pero sin cuya realización y éxito el triunfo
fin a l de la R evolu ción sería im posible.
S i repugna creer en la conspiración tenebrosa y secreta de una secta
cuya existencia es negada o puesta en duda, nadie negará la ezndenda del
hecho básico de toda la- teoría revolucionaria m arxista: .
‘ ‘ E l sistem a de prod u cción y acum ulación capitalista supone el aniqui­
lam iento de la propiedad p riv a d a .”
“ ... L a b urgu esía no ha fo rja d o solam ente las arm as que deben m a­
ta rla ; ha producido tam bién los hom bres que m anejarán esas a r m á s : los
obreros m odernos, los pro letario s.”
“ E l régim en burgués sem eja al m ágico que no puede dom inar las
potencias in fern ales que ha ev o cad o .”
“ E l desenvolvim iento de la gran industria socava b ajo los pies de la
burguesía el terren o sobre el cual ha establecido su siftem a de producción
M AU RICIO CARLAV1LLA

y apropiación. A n te todo, produce sus propios sep u ltu reros.” ( D e " E l


C apital” y del M a n ifiesto de M a r x .)
‘ ‘ E l desarrollo de la producción y la acum ulación cap italista supone
el aniquilam iento de la propiedad p riv a d a .” (L en in .)
“ E l apogeo de las contradicciones internas del capitalism o, que con­
ducen al estallido' de gu erras y al desarrollo del m ovim iento revolu cion a­
rio en todos los países del planeta, tienen por consecuencia, n o sólo la
posibilidad, sino la necesidad del triu n fo del com unism o.” (S ta lin .)
D e m ayor autoridad no podrían hallarse otros textos. E n mayor can­
tidad sí, porque su número es inm enso sobre esta cuestión capital de la
estrategia revolucionaria.
E n síntesis: el triu n fo del com unism o se subordina estrictam ente al
suicidio capitalista. E s todo.
P ero un problema histórico, psicológico y hasta patológico se plantea:
¿ E l perm anente, acelerado y creciente suicidio del capital es un he­
cho natural y fa ta l o um fenóm eno provocado? ...
M a r x y lo s m arxistas nos dicen que tal suicidio es un hecho natural
y fatal. Para demostrarlo han de convertir la H istoria en Z o ología ; el
hom bre es animal. “ E l darvinism o es el fu nd a m ento del m arxism o” ,
proclama E ngels.
¿ S e r á necesaria una refutación a fo n d o ? N o s parece que no. E l mar­
xism o, cuyo fundam ento es'la fatalidad del evolucionism o animal y ma­
terial, apela, contradiciéndose, a la inteligencia humana para convertir en
realidad su teoría; recurre, precisam ente, a lo que en el hom bre no es
animal. ¿Para qué la filo so fía dialéctica? ¿P a ra qué organización y pro­
paganda? ¿Para qué la- misma R ev o lu ció n ? ¿ N o ha de llegar un día en
que la fa ta l evolución haga plena realidad la teo ría ?...
S in analizar más: todo el m ovim iento proletario marxista) tiende a
limitar la ganancia y, por lo ta n to ,. la acum ulación del capital. E sto es
a n tim arxista; es una contradicción; porque la proletariarización nace de
ahí, de la acu m u lación ... E lla forja- las armas que \mn de matar al ca­
pital, ella crea las masas que las ha de m anejar y ella las' convierte en
los “ sepultureros” que lo han de enterrar...
L a realidad del m arxism o contradice la teoría. N adie como los que
inventaron el sofism a fa la z saben de su mentira. Sabiendo que no es n a­
tural ni fatal la evolución, fían a la técnica y a la violencia el convertirla
en realidad.
P o r lo tanto, no fian el triunfo a nada natural ni fatal, sino a una
acción voluntaria y racional.
Y si la voluntad, la voluntad revolucionaria, es lo decisivo para el
i6 PROLOGO

triunfo fin al, esa misma voluntad revolucionaria, ¿no ha d¡e hallarse pre­
sente en todo el proceso del suicidio capitalista, ya que él es prem isa ab­
solutam ente necesaria del triu nfo com u n ista?...
A q u í el m arxism o calla; calla el m arxism o y ccdlan sospechosam ente
los más agudos filó s o fo s y econom istas del Capitalism o.
M as, por excepción, tcner.ws a mano un cita preciosa; cuando un
sectario, como T ro tsk y o D isra eli, es a la v ez literato, su vanidad retó­
rica le suele hacer ven d erse...
“ L o s m agnates de los tru sts am ericanos, los grandes plantadores, los
petroleros, los exp lotad ores, los m ultim illonarios, cum plen irresistiblem en­
te, aunque involuntariam ente, su m isión revo lu cion aria.”
“ La Internacional Com unista es actualm ente una institución casi
conservadora, com parada con la form idable B olsa de N u e v a Y o r k .”
(T r o ts k y .)
¿ In con scien tem en te? ¿ Inconscientes tod.os esos hom bres que han de­
mostrado inteligencia m aravillosa en la epopeya de su s v id a s? ...
¡ A h , s í ! ... M a r x les acusa por padecer el “ despotism o de la gan an ­
cia com o fin ú n ico ” .
E xactam en te, ahí se halla el centro vital de ese suicidio capitalista; de
su contradicción, prem isa del infalible triu nfo comunista.
¿ P e ro es ello fatal y n a tu ra l?... ¿ P o r qué la gan aiicia fin ún ico es
hoy suprem a y universal le y ?
F u é necesaria la R evolu ción religiosa (R e fo r m a ) para escindir a los
hom bres en el conocim iento de D io s, provocando su fundam ental disen­
tim iento. E lla dió a la conciencia y ciencia humana categoría para con­
ceder o condicionar el V alor In fin ito , D ios, incurriendo en la prim era y
capital inversión del O rden de Valores, por esa subordinación de lo in ­
fin ito y absoluto a lo fin ito y limitado.
Y roto el orden del sistema deo-céntrico, lo centrífugo se inicia en lo
religioso, político y social.
L a R evolu ción política estalla, como primera consecuencia. L a nation
es deificada, como suprem a R azón. M as no acaba de triunfar cuando ya
se inicia la tercera revolución: la R evolu ción social.
D iríase que la R evolu ción , al igual que los cuerpos, para lograr ple­
nitud, realidad, ha de llegar a ser tridimensional. A s í, en su negación ra­
dical y total ha de tener las tres: la dim ensión religiosa, política y eco­
nóm ico-social.
En esquem a infinitesim al hem os encerrado el todo revolucionario.
P er o fu era queda lo que para nosotros es, en el m om en to, lo principal.
P o rq u e, sin discurrir más, la R evolución parecería un hecho energético.
M A U RIC IO C A R L A V IL L A «7

S ería tan sólo la eclosión de una idea, de un error, llegando por sí a su


trem enda y catastrófica consecuencia final.
E v id en te resulta que esa, como d ijo M a r x , “ dictadura de la ganancia
com o fin ú n ico ” es fundam ental. P e r o para llegar a ser “ único f i n ” de
los más, aun siendo suicidio, necesario fu é que triunfaran dos revolucio­
nes, la religiosa y la política, provocando una total subversión de valores.
N i una idea, n i toda una sofística — y geniales las hubo en la H istoria— ,
jam ás por s í solas consiguieron llevar a la H um anidad al borde del su i­
cidio colectivo. L a idea por s í sola no engendra y hace triunfar una re­
volución. L a idea es necesaria, pero también algo más, porque no hay-
revolución sin conju ración y conspiración.
L a H istoria es- bastante pródiga en detalles relativos a las revolu­
ciones triunfantes. S i disienten los autores en cuanto a hom bres y fu e r ­
zas conjuradas, si su valoración es varia, ninguno niega la conjuración y
la conspiración. E n cambio, es parca, y su, silencio aturde, en cuanto a
conjurados y conspiradores de la revolución contemporánea. Y *es que
quienes dicen ser historiadores sólo son m eros cuentistas, repiten los re­
latos de los protagonistas y de los espectadores. N o son casi nunca in ­
vestigadores. D e siem pre, la d educción y la inducción se las vedaron a
sí mism os. S i nos cuentan de las conspiraciones precedentes es porque
los conspiradores, ya triunfantes y sin m iedo, se ufanaron de sus hechos
inéditos. Y aunque los deform aron, m intiendo m óviles y m oralizando sus
reprobables m edios, para engrandecer y sublimar su s fig u ra s en la H is ­
toria, un algo de verdad y de horror trasciende a través del relato que
los “ historiadores” nos brindan con su firm a, cual obra original, cuando
sólo es repetición, plagio v il o eco pistático perfectam ente huero.
S i conjura y conspiración hubo en las dos revoluciones triunfadoras,
conjura y conspiración ha de haber en la tercera, su continuación y su
apogeo. Tam poco es un, secreto. D esd e 1 9 1 7 ya se ufanan de ellas los
bolcheviques en R u sia triunfadores. P ero calla, sum ido en som bra, *el
resto de los conspiradores.
¿D eberem o s esperar a su triu n fo total y universal para historiar u l­
teriormente sus conjuras y hazañas?
¿ N i tan siquiera se nos perm itirá afirm ar que la revolución ascen­
dente actual, como las precursoras, de las cuales ella es continuidad y
consecuencia, la sostiene y alienta una conjuración y una conspiración
universal?
N adie niega la existencia de uno de sus públicos y estrepitosos fr e n ­
i8 PROLOGO

tes: el bolchevista. P ero negada es hasta la obstinación la existencia de


su segundo frente.
S e acepta la existencia y acción internacional del bolchevism o; pero
la existencia y acción de quien lo crea la niegan, aun cuando el propio
M a r x afirm e que no nacen por generación espontánea los “ enterradores” .
S e acepta la existencia y acción de la Internacional Com unista. P ero
aunque T rotsky y la H istoria auténtica lo afirm en, nadie acepta la acción
genuinam ente revolucionaria de la B o ls a ..., más propiam ente, de quien
en las B olsa s m undiales m andan...
S i T ro tsk y agrega que la misión revolucionaria de la F inanza es cum ­
plida irresistiblem ente, incon scientem en te..., en esto m iente. A sabiendas,
m iente. H e aquí una prueba, irreprochable:

D O C U M E N T O D E L S E R V IC IO SECRETO A M E R IC A N O

“ I . E n feb rero de 19 16 se supo por prim era v e z que se preparaba


unctj revolu ción en R u sia ; se descubrió que las personas y las razones
sociales aquí m encionadas estaban com prom etidas en dicha obra de d es­
trucción: 1 ° Jacob S c h i f f (personalm ente), ju d ío ; 2 ° L a Banca K u h n ,
L o eb y Cía., judía, con Jacob S c h if f, ju d ío ; S erom e I. H enauer, ju d ío ;
3 ° G uggenheim , ju d ío ; 4 ° M a x B reifu n g , ju d ío . ( P o r tanto, no hay nin­
guna duda de que la revolución rusa, que estalló un año después de la
fech a de sem ejante inform ación, fu é prom ovida y fom entada por una
evidente influ encia judía. E n efecto, en abril de 1918 , Jacob S c h i f f tuvo
que declarar públicam ente que gracias a su apoyo financiero se logró la
revolución.)
” 11. E n la prim avera de 1 9 1 7 Jacob S c h i f f empezó a comanditar al
ju d ío T ro tsk y para hacer en R usia la revolución social; el diario de N u e ­
va Y o r k F o rw a rd ( “ A d e la n te ” ) , periódico judeo-bolchevique, contribuyó
por su parte a tal fin .
” A l m ism o tiempo, en E stocolm o, el ju d ío M a x ¡Varburg, com andi­
taba la empresa judía de T ro tsk y y com pañía; ésta estaba comanditada
igualm ente por el Sindicato w estfalo-renano, empresa, ju d ía , así como
por otro ju d ío , O lar A sch b erg , de la “ N y a B a n k e n ” , de 1E stocolm o, y¡
por el ju d ío G ivotovsky, con cuya hija contrajo matrimonio T rotsky. D e
esta form a se establecieron las relaciones entre los ju d ío s m idtim illona-
rios y los ju d ío s proletarios.
I I I . E n octubre de 1 9 1 7 tuvo lugar en R usia la revolución social y,
en virtud de esta revolución, ciertas organizaciones del S o v ie t se apropia­
M AU RICIO C A R L A V IL L A

ron de la dirección del pueblo ruso. E n estos S o v ie ts figuraban en prim er


plano lo s siguientes individuos, todos ellos ju d íos, a excepción de L e n in
(aunque, no obstante, es h ijo de una m u jer de raza ju d ía ). D am os su$
nom bres d.e guerra y, entre paréntesis, sus nom bre propios:
” L e n in ( U lia n o f f) , T ro tsk y (B ro n ste in ), A bram ow itsch ( R e in ) , S te -
k l o f f ( N akahm es) (Z e d er b eu m ), U ritzky (P a d o m ilsk y ), L arin (L u r g e ),
B o h rin (N a th a n soh n ), Ganetzky (F u er ten b e rg ), M a r tin o ff (Z ib a r ), K a -
m e n e ff (R o s e n fe ld ), G o g d a n o ff (Z ilb erstein ) (G a r fe ld ), S u c h a n o ff (G i-
m e l), K a m n e ff (G o ld m a n n ), S a g erk y (K ro ch m a n n ), R ia z a n o ff (G o l-
denbach), ... ( J o ff e ) , S o ln z a ff (B leich m a n n ), P ia tn izk y (Z iw in ), A x e l-
rod (O r th o d o x ), G la su n o ff (S c h u ltz e ) , P arvu s (G o ld fa n t, o también
H elp h a n d ), Z w iesd in (W e in s te in ), Z in o v ie ff (A p telb a u m ), L ap in sky
( L oew en sochu ) y D an ( G urew itsch) .
”IV . A l mism o tiem po, el ju d ío P a u l W arburg, que estuvo antes en
el C om ité ” F ed e ra l R eserv e B oard ” , se destacó por su s relaciones activas
con ciertas personalidades bolcheviques en los E stados U nidos. Unida
esta circunstancia a otras inform aciones, le valió un fracaso en la reelec­
ción para el susodicho Com ité.
” V. E n tr e los am igos íntim os de Jacob S 'c h iff se encuentra el ra­
bino Judas M agnes, su, amigo más adicto y su agente más fie l. E l rabino
M a g nes es un enérgico propagandista del judaism o internacional; el j u ­
dío Jacobo B illik o f f llegó a declarar un día que M a g nes era un profeta.
A l principio de 1 9 17 , el referid o p ro feta ju d ío organizó la primera aso­
ciación verdaderam ente bolchevique en este país, con el nom bre de “ C on­
sejo del P u eb lo ” . E l peligro de esta asociación no apareció hasta más
tarde. E l 24 de octubre de 19 18 , Judas M agnes declara que era bolche­
vique y que estaba en com pleto acuerdo con la doctrina y el ideal de los
bolcheviques.
” E sta declaración f u é hecha por M agnes en una reunión del Com ité
Judío de A m érica, en . N u ev a Y o rk . Jacobo S c l i if f condenó las ideas de
Judas M agnes, y éste, para engañar a la opinión pública, presentó sic di­
m isión como miembro del antedicho C om ité Judío Am ericano. M as, por
otra parte, S c h i f f y M agnes continuaron en perfecta armonía como m iem ­
bros del C onsejo de A dm inistración de la K eh illa h judía.
” V I. Judas M agnes, comanditado por Jacob S c h if f, está, por otrfl
f arte, en relaciones íntim as con la organización sionista universal P oale
Zion , de la que en realidad es el director. S u objetivo fin a l es establecer
la supremacía internacional del partido obrero ju d ío . A h í también se pre­
cisa la unión entre los ju d ío s m ultim illonarios y los ju d ío s proletarios.
” V II. A p en as hubo estallado en A lem ania la revolución social, la
20 PROLOGO

jud ía R osa L u xem b u rg o tomó autom áticam ente la dirección política de la


m ism a; uno de los principales j e f e s del m ovim iento bolchevique interna­
cional fu é el ju d ío H aase. E n aquel m om ento, la revolución social en A le ­
mania se desarrolló bajo las mismas directivas jud ía s que la revolución
social en Rusia.
” V III. S i observam os el hecho de que la entidad ju d ía K h u n , L o eb
y Cía. se halla en relaciones con el Sindicato W estfalo-renano ( empresa
ju d ía de A lem a n ia), con los herm anos Lázard (sociedad ju d ía de P a ­
r ís) y con la banca G unsburg (razón social ju d ía de Petrogrado, T okio
y P a r ís ) ; si, además, nos fija m o s en que las susodichas em presas judías
están en íntim a unión con la casa ju d ía S p ey er y Cía., de L ondres, N u e ­
va Y o r k y F ra n cfo rt-su r-M ein , así como con la ” N y a B a n ken ” , sociedad
judeo-bolchevique de E stocolm o, se verá claramente que el movim iento
bolchevique, en su calidad de tal, es, en cierto m odo, la expresión de un
gran m ovim iento general ju d ío , y que ciertos bancos ju d ío s están inte­
resados en la organización de este m ovim iento.'’

N o sería ju sto exigirnos en un prólogo vasta exég esis y mayor docu­


m entación histórica. B aste para demostrar la conjuración y conspiración.
P ara quien su cabeza sea algo m ás que percha de un som brero será su ­
ficie n te lo ex p u esto ; pero hay algo m ucho más abrumador y convincen­
te: los hechos. N o los pretéritos y v iejo s> sino los actuales, por todos v is­
tos, por todos conocidos. H ech o s de fabulosa envergadura mundial.
N o soñó jam ás tener S ta lin el mágico poder de levantar al mundo en
armas tan sólo para sa lva rle... Seam os exactos, no para salvarle a él,
p a ra sa lva r al Com unism o.
S i algo era term inante y claro en la decisión de H itle r y Alem ania
era su ataque a la U. R . S . S . Un arte mágico supo hacer que el rayo
hitleriano descargara sobre Varsoz ia, L a Haya, B ruselas, P a rís y L o n ­
dres, desviándolo de M oscú.
Si\ Alem ania com ete la agresión polaca es en conjura y en común
agresión staliniana. M a s sólo contra H itle r la guerra los aliados de P o ­
lonia declaran.
S i H itler a H olanda, B élgica, N oru eg a y Francia las conquista, Sta-
lin se apodera de parte de Finlandia y de Rum ania, y de Lituania, E s ­
tonia y Letonia enteras. H ay guerra contra H itle r y para S ta lin rendidas
embajadas...
Queda sola Inglaterra fren te a Italia y A lem ania y a su, lado sólo los
M AU RICIO C A R L A V IL L A 21

gobiernos fantasm as de las naciones invadidas. A u n siendo inm inente su


invasión, nadie en el m undo declara lá guerra en su favor.
E s necesario que H itle r ataque a Stalin para que las esferas m undia­
les se conm uevan... y las naciones, una tras otra, se lancen a la hoguera
de la guerra, inmolando a sus h ijos en holocausto a M oscú...
¿ Q u e hubo agresión nipona? ... T écn icam ente hubo agresión. M a s, pre­
guntam os: ¿por qué precisamente entonces y no antes se puso el dogal
económ ico estrangulador en e l cuello del Japón?... y, como no era bas­
tante, ¿p o r qué se le sirvió en ban d eja P ea rl H a rb o u r? ...
D iríase que no era su ficien te el m ágico poder de la B olsa neoyorqui­
na para llevar a la m agnífica ju v en tu d americana a 'm o rir para salvar al
Com unism o y f u é necesario organizar la derrota de P ea r l H a rb o u r... ( i ) .
T a l f u é el principio. E l fin a l a la vista está. B erlín tomado por los
H u n os de Z u k o ff , gracias a la mágica orden de R o o sev elt que c la v a ra en
el sitio, sin enemigo fren te a ellos, a los ejército s americanos e ingleses.
M edia E uropa esclavizada totalm ente al K rem lin y el resto de las nacio­
nes vencedoras o vencidas con la quinta colum na com unista en sus centros
vitales insertada, sin exclu ir los m inisteriales...
Y sólo esto, porque en el suprem o instante la insondable y providencial
decisión D ivina hizo caer a R o o sevelt fulm inado...
P er o aun frustrado el tenebroso plan, si querem os hallar al auténtico
vencedor de esta guerra universal deberem os buscar al único beneficiado.
S ólo hay uno: el Com unism o.
A hora bien ... todo fu é sólo casualid ad ; acaso, m agia... ¿ n o ?
M agia o casualidad, no hay otro dilema para quienes obstinados han
de negar la existencia de un sujeto, de la S ecta , aunque su acción mueva
entero el universo y su fin se m uestre como evidencia meridiana.
Contra la casualidad, nosotros afirm am os la causalidad. H a y acción,
!:ay hombre. H a y adecuación entre acción y -fin , hay orden, inteligencia.
¿ A u to r, quién? E l beneficiado.
N o hay nación beneficiada por las guerras actuales. N o hay pueblo
beneficiado por la revolución. ¿ Q u ié n es el beneficiado?

(i) “ E l 27 dé enero de 1941, el embajador G rew informó a la Secretaría de


Estado que uno de sus colegas diplomáticos le había dicho a un miembro del cuer­
po de la Embajada que había informes, procedentes de muchas fuentes, incluso de
una de origen japonés, al efecto de que las fuerzas militares japonesas preparaban
un ataque en masa, por sorpresa, contra Pearl Harbour, en caso de “ dificultades”
con los Estados U nidos.”
Paz y Guerra. L a Política E xterior de los Estados Unidos, 1931-1941, pági­
nas 127 y 128. Imprenta del Gobierno de los Estados Unidos. Washington, D. C.
PROLOGO

S ó lo contesta ” yo” S ta lin , y para v er que es verdad, basta mirar el


mapa político planetario. M a s si Stalin m ismo se ufanase de ser autor
exclusivo de la victoria comunista, habría que contestar: N O .
Sin la conspiración de una poderosa fu erza , que a los pueblos llevó
a una guerra, con m entidos ob jetivos ideales, guerra provocada y em pe­
zada por .M oscú ayudando a H itler, y como él invadiendo a naciones¡
para que acabase por ir en ayuda del agresor Stalin el U niverso entero,
y ¡o h sarcasm o!... hasta los polacos, a cuya patria invadió y esclavizó...
S in todo eso, sin una fu erza capaz de tal prodigio..., lo lógico y humano
hubiera sido que H itle r y Stalin se hubieran m utuam ente destruido.
T odo es indescifrable, caótico, insensato, a la lu z de una razón sana y
normal. L a s historias hoy vigentes son incapaces de conciliar cualquiera
de las contradicciones que anonadan a la razón más f uerte.
M a s s i apoyándonos en textos, docum entos y hechos, aunque sea en
hipótesis, la existencia se acepta de una fu erza secretam ente articulada
con la específicam ente comunista, cuyo fin es el hum anísim o fin de do­
minar al m undo, ya no hay enigma y las contradicciones m ás agudas tie­
nen explicación y , adecuación con ese fin .
D e ahí la enorme im portancia y significación de T rotsky.. E l fu é un
día el e je que articuló las dos palancas, la del Capitalismo y la del C o ­
munismo. L a m áquina de la fu erza dual, capaz de realizar los más gran­
des prodigios. .
L a H istoria laica y atea registrará cómo S ta lin aplastó a T rotsky,
sin añadir siquiera en un inciso a su calidad señera la de ser el e je de Ca­
pitalism o y Com unism o. H ace bien esa llamada H istórica en abstenerse
de aludir a ese acontecim iento. N o fu é Stalin quien rom pió el e je deci­
sivo. F u é la P rovidencia misma. D esd e en ton ces...
“ L a s palancas del m aterialism o — C ap italism o y Com unism o— op ri­
men al m undo con arritm ia en los p u lso s... ha saltado el p ivote ¡ T r o tsk y
“ U n hecho tuvo m ás im portancia que la batalla de V a rso v ia , la ren­
dición de C rostand o el asalto al P alacio de Invierno.
” E 1 hecho ingente era é í t e : ¡ T r o ts k y se había m ojad o los p ies! ( i) .
“ E l “ tr ío ” no podía en fren tarse conm igo en n ad a ... L a cam paña p re­
parada por el “ tr ío ” (S ta lin -Z in o v ie f-K a m e n e f) para lleva r a un rem ate
victorioso, necesitaba que L en in estuviese deshauciado o em balsam ado ya
en el m ausoleo. M a s tam poco esto bastaba. H a cía fa lta que yo me alejase
del frente de com bate m ientras duraba la cam paña. T am bién esto lo con­
siguieron en otoño de 19 2 3 .”

(1) M. K a r l : E l enemigo.
M A U RIC IO C A R L A V IL L A >3

“ E s decir, que m ientras se desarrollaba toda la discusión en torno al


trotskism o, durante el año 23, yo tenía que estarm e atad o en cam a. P u ed e
uno prever las revoluciones y las gu erras. E n cam bio, no es tan fá cil
p rev er las consecuencias que pueden d erivarse de una excu rsió n de caza
a los patos de otoño.” ( T r o ts k y : M i vida. C a p . “ L o s epígonos conspi­
r a n ” .)
Y nosotros agregábamos:
“ L a P rovid en cia no ha tenido necesidad de las cataratas del diluvio
para hacer cam biar de rum bo la política d e R usia. E n W a terlo o le bas­
taron unas gotas de agu a para d errotar a N apoleón. E n la hora presente,
con haber m ojado los pies a T r o ts k y , im puso el v ir a je del bólido sovié­
tic o ” '.(1).
Y a cuentan esas palabras más de doce años. Y aún tienen hoy la m is­
ma vigencia con puntos y comas.
Toda la lucha trotskista, los dramáticos procesos, ejecuciones, enve­
nenamientos, asesinatos, atentados, se reducen al intento de articular de
nuevo la palanca capitalista de la secta ju d ia con la comunista.
Stalin no fu é , ni es, ni será jam ás el e je de su articulación.
Toda la conspiración trotskista tiende a suprim ir a Stalin para su ­
plantarlo.
L o s hechos pueden antojarse paradojas. ¿ P o r qué ha m entido Stalin
en los procesos; por qué, si la conoce, no acusó la existencia de la S ecta
y el fin de su conspiraciónf .
F ijém o n os bien. L a Secta tiene decidido acabar con Stalin. N o le im ­
portan los m edios. S ó lo una cosa condiciona la sentencia: que la su p re­
sión del D ictad or soviético no tenga por consecuencia el fin del estado
com unista. M atar a quien se piensa heredar es crim inal, pero tiene una
lógica p erfecta ; pero es absurdo matar al poseedor si con su m uerte la
herencia se destruye. Y la S ecta eleva la L ó g ica a suprem a ley; si alguna
pasión la domina es la ” pasión dialéctica” . Tardó m ás de dos siglos, de­
rrochando ingenio, hom bres y dinero en guerras, revoluciones, atentados,
envenenam ientos, asesinatos, huelgas, jugadas de bolsa, libros, prensa...
en lograr que triunfase el Com unism o en el país zarista. Y con su triunfo
instaló su poder en esa inm ensidad amurallada de hielo, barro y espacio.
A s í, pudo mandar sobre la m ayor agrupación hom ogénea de hom bres
dotados de calidad bélica; lina grey sum isa, pasiva, esclava, pero sin­
tiendo en su entraña bárbara el im pulso del galope loco al conjuro del

(1) De E l E n e m ig o .
24 PROLOGO

mando... sin preguntar ni preguntarse a qué ni dónde va su alud. A su


disposición logró un continente inexplotado, con el ” com binado” de pri­
m eras m aterias de guerra más com pleto y gigantesco; con una población
en crecim iento dem ográfico trem endo, en contacto y engrose acelerado
con las dos m ayores ” reservas” humanas del planeta, India y China.
¿ S eg u irem o s?... N o es preciso más para sugerir que si ya la U. R . S . S .
es una potencia bélica tremenda, su s posibilidades en brevísim o tiempo
pueden llegar a ser de espanto... Sobradas para lograr el sueño de la S e c ­
ta, la conquista del p la n ea ... con m u y poco que su traición en E u ro p a y
A m é rica le a y u d e ...
U n sueño épico, loco, alucinante: ni A leja n d ro , César, N apoleón o
H itle r pudieron gozar d e í u em briagues con más m otivo... S i capaces
fueron esos Césares de imaginar que podía ser una realidad su Im perio
Universal, fríam ente juzgados, habrá que cteerlos en delirio. P ara esa
empresa gigantesca, el que ¡nás, H itler, contó con 8o m illones de súbditos.
R econozcam os que la S ecta , s i lograra volver a su mando la U. R . S . S .,
los países ya bolchevizados y sus quintas columnas en las retaguardias
enemigas, no padecería alucinación si con tal fu erza se ju zg a capaz de
conquistar el Universo... sobre todo, si no se olvida que tan gigantesca
fu erza material y su afortunado dispositivo estratégico tendría por ayuda
decisiva la traición. Una traición perfecta, insospechada, metida en la
raíz de los centros vitales nacionales. Una traición tan su til, sabia y ma­
ravillosam ente fraguada que la cometen y la cometerán m illones de hom­
bres sin sospecharlo ni saberlo, hasta creyendo que a su patria o clase
sirven... ¿ Q u e tal arte sería sobrehum ano?... Creerlo es ingenuidad estú­
pida; la H istoria nos brinda ejem plos abundantes. A h í está la M asonería
universal; ahí están la mayoría de los sindicatos obreros...
L o s masones tienen por sino histórico p rovocar la R evolu ción y m orir
a m anos de la R evolu ción po r ellos provocada. S u acción f u é decisiva en
la R usia zarista. L a salvación del gobierno bolchevique a los masones del
exterior — a los americanos principalm ente— se d e b e... ¿ Y dónde hay
hoy una logia o un m asón en R u sia ?... L o s troskistas dirigentes — sépa­
se— eran ju d ío s o masones o ambas cosas a la vez. L a M asonería man­
daba sistem áticam ente sus hom bres adiestrados a la U . R . S . S . en re­
fu er zo de la conspiración trotskista. U n caso, N in , el ” chueta” asesinado;
O tro, el de ese A rn old , cuyo diálogo con V ichín sky tan edificante es ...
P odríam os citar m il... A n te un hecho de asombro como el caso m asónico-
staliniano y viendo a los masones de todas las naciones reincidir, hem os
llegado a la conclusión de que todo masón es un suicida.
Y si el masón es capaz de su estúpida traición insospechada, supe-
M A U RIC IO C A R L A V IL L A 25

rundo la perspectiva del balazo en la nuca y las torturas de la checa, el


sindicado, el que ha hecho del Sindicato patria, tam bién es capaz de co­
m eter inconsciente la traición, llegando hasta el hambre y la extenuación.
L a huelga es una ” contradicción” proletaria tan estúpida como las capi­
talistas. C reer que un aumento de salario es posible o real — aunque se
obtenga— disminuyendo la producción y encareciéndola, es com eter la
estupidez económ ica m ás evidente. E s un contrasentido tan- tremendo como
si se pretendiera aumentar el cociente dism inuyendo el dividendo. E l se­
creto para el aumento de la distribución es aumentar lo d istrib u íb le: la
producción. Quebrantando esta básica razón directa y haciéndola inversa,
com o en toda huelga ocurre, ya pueden econom istas y estadistas recurrir
al m ilagro; otro recurso no tienen para burlar la matemática económ i­
ca... M a s decíamos traición..., no está olvidado. L a huelga sólo tiene una
función nefasta en pura econom ía; sólo es beneficiaría la traición. L a in­
terdependencia de las distintas ramas económ icas es perfecta. L a ten te­
m ente, perm anentem ente, todas conflu yen en una: en la ram a bélica. L a
evidencia es total en caso de guerra. Una dism inución, por leve que sea,
en el acerbo del capital nacional repercute autom áticam ente en la potencia
bélica estatal. E s una verdad absoluta. E sas huelgas de hoy en A m érica
son cada una un blitz de aviación enemiga. S e necesitaría lanzar m uchas
bombas en u n raid para igualar con su destrucción la dism inución de po­
tencial que provoca cualquier huelga. N o aludirem os otros efecto s eco­
nóm icos y sociales de las huelgas proyectados hacia el paro y la desespe­
ración de masas. S ó lo interesa en el m omento su sabotaje a la potencia
nacional. E s decir, su traición, y he ahí cóm o pueden darse, no una, sino
dos traiciones, insospechadas, gigantescas, y sin entecarse en su mayoría
los traidores de su propia traición. .
Q uede ahí trazada esa enorme panorámica de fuerzas. L a S ecta em ­
plea sus inm ensos 'y m aravillosos recursos políticos y fin an cieros para
i'olver a disponer de la potencia soviética, en víanos de S ta lin desde la
eliminación de Trotsky.
F raguó atentados, conspiraciones y sabotajes desde entonces; es cier­
to; pero, fijém o n o s, el éx ito de la maquinación suponía la entronización
de Trotsky, y con ella volver a dominar en Rusia. N o suponía en abso­
luto destruir ni el E stado ni la Internacional Comunista.
Cuando H itle r se lanza, en un rapto de locura genial y providencial, a
destruir a Stalin, la m agia de la S ecta levanta contra él al universo ente­
ro..., no por salvar a Sta lin , sino porque su derrota suponía el fin del
Com unism o.
Com préndase que siendo así Stalin jam ás denunciará la existen cia y
PROLOGO

el fin de la Secta. S u ” genio policíaco” le salvó la vida de atentados y


conspiraciones fraguados por ella, pero del gran peligro de una cru­
zada m undial, contra la cual nada podría su genio, sabe bien que es la
S ecta quien le ha salvado y la única que la salvará en el fu tu ro,
no por salvarlo a él, cuya m uerte tiene decidida, sino para que no fen ezca
el E stado comunista, su ambicionada herencia. T a l es la razón primera
de su silencio; pero también hay otra tan poderosa o más. L a S ecta es
quien dicta en la Finanza mundial. E s ella quien llevó a la propiedad y
al capital a su estado aberrativo, al Capitalism o universal. E l Capitalism o
es ob jetivam en te Com unism o. D e c¡:í la fra se de T rotsky: “ L a In tern a­
cional Com unista es una entidad casi conservadora com parada con la f o r ­
m idable B olsa de N u ev a Y o r k ." L a B olsa de N u ev a Y o r k — su exponen-
te m áxim a— es para T ro tsk y sím bolo de todo el Capitalism o. P u e s bien,
si ese Capitalism o es objetivam ente C om unism o, y quien tal ob jetivid ad le
im pone es la Secta, se com prenderá que Stalin, hoy beneficiado por su
acción, no cometerá la estupidez de denunciarla. S a b e m uy bien que des­
cubrir su arcano designio sería tanto com o destruirla, y con el fin de la:
Secta terminaría la m agia que le salvó y le salva. S e limita a defenderse
y a beneficiarse de la Secta, su aliada-enem iga.
P o r ello, cuando Stalin defendiéndose mata, m iente condenando a los
conspiradores de la S ecta por traidores al Com unism o, por espías fa scis­
tas... ¡ E s la suprem a ironía!
jJí ;jc :{c

Inadvertidam ente, m etidos en el tema, llevábamos escritas ciento cin­


cuenta cuartillas, que seguían al párrafo precedente. E stábam os en ca­
m ino de dar a la introducción mayor volum en que al libro. Y así era,
hasta con el cercén de todo fleco literario. N os hizo incurrir en
desm esura la magnitud ingente del problem a suscitado por Trotsky.
U n problem a radical, de m áxim a profundidad intrahistórica y con altura
de soberana m etafísica ; porque la P rovid encia tiene presencia evidente
en m uchas de su s ecuaciones, potenciando y trasmutando sus valores.
Y ni esquemas ni síntesis pueden m eter en tan menguadas páginas
ese intram undo, cuyo lím ite n i el autor v e ; porque allá, en la profunda
y abismal lejanía, sinceram ente, sólo el caos del mal advierte. S in un rayo
de f e , que cual espada taja tenebrosidades inauditas, y nos m uestra la
E ternidad triunfal de D io s remontando' la nada, donde a sí m ism o se ani­
quila el mal, ni estas páginas, ni cien m il más, nos darían la m ás débil
visión.
Q ueda un solo recurso al autor fren te al im posible 'que lo cerca. R e •-
M A U RIC IO C A R L A V IL L A

currir a lo concreto, al hecho de todos conocido, por ser de él testigos, y,


con el hecho, hacer apelación al im ponderable de la sugerencia. L im itarse
a sugerir, y así tratar de potenciar nuestras pocas razones y los pocos
hechos aducidos, lanzando la inteligencia de nuestro lector a la inducción...
Y com o hum anam ente otro recurso no hay, sea.
H asta este punto hem os expuesto una generalización, tratando de
abarcar el total del problema. S i hem os aducido hechos concretos, ha sido
como punto de partida para inducir la causa, porque hem os debido alter­
nar el m étodo inductivo con el deductivo. A m b o s resultan sobradamente
necesarios para rom per la pereza m ental y el escepticism o en el cual está
sum ida la mayor parte de la opinión m undial, víctim a de una propaganda
sabia, sutil, científica y poderosísim a; propaganda hecha durante m ás de
dos siglos con el único f in de negar la existencia de la poderosa Secta.
Q ue no en vano, su f uerza y peligrosidad, como la de todo morbo,, ra­
dica en el desconocim iento de su existencia y acción.
E n lucha con la estrechez del espacio, creem os haber suscitado en la
m en te de nuestro lector un concepto, aun cuando esquemático, bastante
radical y completo.
A ca so sea insu ficiente por su aparente lejanía. L o s hechos y el p ro­
blema total han sido situados prem editadam ente a gran distancia. A s í
era necesario, dada su dimensión universal; porque lo desmesurado y gi­
gantesco sólo puede ser abarcado y com prendido cuando se sitúa en gran
perspectiva.
A hora , ya con una visión general, es oportuno traer al prim er plano
la narración histórica concreta, apreciable para el hom bre español a sim -
pie vista.
A un hecho español, inolvidable, horroroso y resonante, recurrim os
para suscitar en la m ente sugerencia.
M a s, antes de citarlo, se im pone describir el panorama de su contor­
no internacional. Veam os si podem os vencer en el empeño de m eterlo en
muy pocas líneas.
E l Tratado de Versalles fu é , sin que los ” privilegiados” cerebros eu ­
ropeos lo advirtieran, la ley internacional que puso en vigencia las pre­
misas políticas y económ icas de la R evolu ción comunista mundial. S tis
trem endos ” errores” , su s inauditas contradicciones, por los m ism os firm ón-
tes denunciadas, tenían una lógica, una intención y un fin bajo su m on­
taña de retórica diplomática.
E l Tratado y su creación, la Sociedad de N aciones, eran ob jetivam en ­
te la R evolución.
Im posible es aquí ni siquiera ensayar el exam en crítico de su conte­
28 PROLOGO

nido económ ico y político, en dem ostración de que sus consecuencias no


convenían a nación alguna y todas tenían convergencia en la R evolución.
A falta de la más ligera exposición de razones, que el espacio veda,
dos hechos, consecuencias directas y señeras del Tratado:
P rim ero. Acum ulación, m aqum ism o, standardización y... deshum ani­
zación m áxim a, d-el Capitalismo.
S eg un do. C onsecuencia del anterior, P a ro obrero.
E sto es, en ciencia económ ica y política, acción objetivam en te revolu ­
cionaria.
Y es Alem ania, la vencida, donde la acum ulación y el paro se agu­
dizan, Jamás hubo prem isa m ás p erfectam ente revolucionaria. M á s de
siete m illones de parados suponía som eter al hambre y a la desesperación
a más de treinta m illones de alemanes. E ra ” fabricar” una mayoría r e ­
volucionaria. Y era, precisam ente, en A lem a nia; en la nación que la es­
trategia de L en in señaló como la nación que, sovietizada y unida• con la
U. R . S . S ., sería el fa cto r decisivo para im poner el Com unism o al mundo.
M a s no d ejo de atender el argum ento que silencioso llega: ” N o triun­
fó en A lem ania la revolución com unista.” E l hecho evidente y el argu­
mento de fuerza .
H a y certera explicación. N o triunfó, a pesar de ser una realidad to­
das las prem isas de la R evolu ción , porque sus fautores vieron su plan
frustrado por designio P rovidencial. T r o tsk y había sido ya eliminado
cuando las premisas podían abocar a su lógica consecuencia.
L a eliminación de T rotsky, el hombre de la Secta, le hizo incurrir
en una situación paradojal.
S i la política de V ersalles era objetivam en te comunista, eliminado
T rotsky, el o b jetivo personal faltaba. S e inauguró un período con su au­
sencia de ob jetivid ad sin o b jetiv o ; auténticam ente paradojal. A l suplan­
tar Stalin a Trotsky, carecía de sentido facilitar nuevas conquistas a la
U. R . S . S ., porque su nuevo señor jam ás obedecería a la S ecta y se re­
sistiría denodado a transferirle la U. R . S . S .
Una tregua se impuso, en espera de que Stalin pudiera ser asesinado,
suplantado o se muriera. Y em pezó la colosal conspiración trotskista.
E sto en cuanto a Rusia. E n el m undo exterior, si la continuación de
la política de V ersalles acreció las fu erza s de la R evolu ción , por todos
los m edios, se consiguió que se m antuviese en estado potencial. F u é ne­
cesario hasta eliminar a incontrolados im pacientes; la Secta los mató o
los d ejó matar, por la justicia o la contrarrevolución. P o r todos los m e­
dios impuso el statu quo. P o r acuerdo tácito, la Secta y S ta lin respetaron
un área vital. L a más vital y de mayor tensión: Alem ania. L a S ecta la pre­
M A U RIC IO C AR L A V IL L A

servó, para evitar el triunfo d efinitivo de Stalin, y S ta lin hasta ” organizó


la derrota” de la revolución en Alem ania (T r o tsk y -K r iv itsk y ) para no
provocar una guerra general contra él. A lg o infalible si, saliéndose de los
lím ites de R usia, intenta dom inar a Alem ania, cobrando-así fu er z a para
el asalto fin a l universal.
Ignoram os si habremos logrado explicar aquella situación paradojal.
S u explicación, aun sintética, ocupaba en las cuartillas eliminadas unas
cuarenta o cincuenta, y no sobraban palabras. Encerrarla en una o dos
ahora se nos antoja una empresa tan im posible como la de intentar ense­
ñar A lg ebra sin enseñar antes elem entos de A ritm ética. E n fin , co n fia ­
m os en la sagacidad e inteligencia del lector, y prosigamos el galope...
Y la paradoja se bifu rcó, haciéndose doble.
D o s fu erza s revolucionarias en oposición entran en equilibrio. P o r
decisión ocasional, sus je f e s im ponen el reposo a la revolución. R eposo y
revolución son dos estados antagónicos; un im posible moral. L a máquina
de la revolución social se carga con la más alta presión; pero es im posi­
ble la revolución m arxista internacional. L a s premisas y las fu erza s de]
la R evolución , ya en suprem a tensión, llegan a su s últim as consecuencias
y se, desatan. Y si la revolución social de tipo internacional es im posible,
el pueblo alemán hace la revolución social de tipo nacional. E l N acional­
socialism o adviene. N o es creación de H itler. E s la consecuencia de un
determ inism o m arxista, voluntaria y tem poralm ente frustrado por haber­
se dualizado su dirección y su fuerza . A H itle r lo crea una situación
dada. N o levanta las masas, que ya están levantadas; no les da im pulso
para su m ovim iento, que ya están en m archa; no le siguen, es él quien
se pone en vanguardia, cuando la doble decisión sectario-staliniana barra
a la R evo lu ción su espacio natural y vital: el internacional. S ó lo por con­
vertirse la R evolu ción en nacional halla en H itler el hom bre adecuado,
por ser él, sobre todo, arquetipo de lo alem án. Y hasta ese im pulso in-
contenido e incontenible al salto exterior de la revolución N a cio n a lso cia ­
lista, virtual y radicalm ente, no es suyo... L e viene de aquel impulso fr u s ­
trado de la R evolu ción m arxista. L a guerra del N acion a lso cia lism o es
el sucedáneo de la R evo lu ció n internacional: su ersatz.
C on el triunfo de H itle r se agudiza la contradicción en el drama. S e
ha expuesto el doble y contrario dilema que a la Secta y a Stalin plantea
la eliminación de T rotsky, que tuerce la prevista y prem editada línea de
la R evo lu ción ascendente.
A m b o s dilemas estaban en vigor, sin solución, por ser contrarios en­
tre sí, en alternada y autom ática oposición. C on el triunfo nazi la sitúa-
30 PROLOGO

ción de equilibrio se rompe. N o en fa v o r de cualquiera de los térm inos


de tales dilemas, sino porque aparece un trilem a.
H itle r surge com o tercera solución inesperada. A la R ev o lu ció n , d e­
tenida por una disputa subjetiva, le amenaza el peligro de ser derrotada
en lo sustancial y o b jetiv o ; en lo que es com ún al sectarismo y al stali­
nism o: su internacionalism o, su antinacionalism o. P u e s H itler es lo na­
cional, potenciado por lo social, que le hace llegar a su natural superlativo:
a lo im perial.
E n su esencia, el N acion alsocia lism o es una reversión del internacio­
nal o antinacional-socialismo.
L a proyección del triunfo de H itler sobre las fu erza s intem aciona­
listas de la R evolu ción la registram os rauda y ágilm ente en el mismo ins­
tante. A l hecho le dedicam os nuestro principal capítulo de " E l enem igo’ ’ ,
el titulado: M ason ería y Com unism o en 1934 3' a ó! nos rem itimos. A q u í
sólo su índice.
1°■ -E l cerco moral y político de la U. R . S . S . se rompe com o por
encanto. Precisam ente por N orteam érica. R o osevelt estrecha la mano de
L itv in o v ; un tratado se firm a y los prim eros em bajadores de los E sta ­
dos U nidos y la U . R . S . S . se instalan en W ashington y M o scú . N adie
negará importancia al hecho y . m enos aún, se podrá negar la fech a , tan
inmediata a la del triu nfo hitleriano.
2° T rotsk y puede abandonar su aislamiento de P rim kipo. E l gobier­
no fra ncés le a'a s o y : : : asilo. D ónde está T r o t s k y ? ” , preguntábam os
al glosar a: " E l enem igo" !os acontecim ientos, y en la pregunta ponía­
m os avidez y ar.custia. T ro tsk x estaba en Francia. U n exceso de celo
policial descubrió al poco su escondite a dos pasos de París, causando
gran disgusto al M inisterio :auel rompimiento d el m isterio.
T rotsk y es-.:'a en F rancia; porque debía estar allí. E n el m omento
que algo común unía ce nuevo a! Com unism o dividido -— al comunism o
de la Secta y al de Stalin— . como sucedía con el triunfo del N acion al­
socialismo. T ro tsk y asumía de nuevo su histórico papel, volviendo a ser
e je articulador de Capitalísimo y Com unism o. S i no, como del 1 9 1 7 al
1923, personal y directo eje, inspirador y director incógnito. S ecre­
tamente, porque, puesta su personalidad en evidencia, Stalin se retraería
y desconfiaría, por rosadas que fueran las perspectivas de los pactos.
Para él estaba el peligro donde estuviera T rotsky.
3° A ñ o 1934 y 35. E l fren te único, como primeramente se llama,
es forja do. E n España hace su primera prueba en la revolución de O c ­
tubre. Y en agosto de 1935 se consagra el F ren te P opidar en el ámbito
mundial, acordado en el V I I Congreso de la Internacional.
M A U RIC IO C A R L A V IL L A 3»

M a s la conjunción forzada de la S ecta y S ta lin lleva en su entraña


la doble y opuesta am bición, riñendo sorda, pero tremenda batalla.
Stalin, por boca de D im itrov, advierte al P len o de la Internacional:
“ A c a so no podem os tratar de unir a los com unistas, socialistas, c ató ­
licos y dem ás o b re ro s? ... ¡C a m a ra d a s! R eco rd ad la v ie ja leyen da de la
toma de T ro y a . A q u ella ciudad era inexpu gn able para los ejército s que la
atacaban ; pero con el ardid del “ caballo de T r o y a ” el ejército atacante
logró penetrar en el corazón m ism o de la plaza enem iga. Y o creo que
nosotros, revolucion arios, n o debem os rechazar el empleo de la m ism a
tá ctica .”
L a Secta, como siem pre, calla. N o parece haber oído tales palabras.
A l contrario, los F ren tes P o p u lares se form an. Socialistas y masones se
abrazan con los com unistas; parecen aventados los rencores, olvidados los
insultos; enterrada para siem pre la m em oria de los asesinatos... L itv in o v
p on tifica en Ginebra su pacifism o antifascista. L o s antiguos espías, trai­
dores y saboteadores entran en los Parlam entos como diputados com u­
nistas, gracias a los votos m asón ico-bu rg u eses..
Stalin anuncia la nueva C onstitución soviética com o la m ás liberal y
dem ocrática del m undo. A la vez, refuerza m ás y más su dictadura per­
sonal y absoluta.
Y así entram os en el año 1936. E m p ieza este año decisivo con el
triunfo del F r e n te P opu lar en España y Francia. N ad ie diría que dentro
de tan estrecha y firm e alianza se preparaba una fe r o z batalla.
L a S ecta , callada, sigilosa, diestra, organizaba en la U . R . S . S . el
más form idable com plot. L a ” V ieja Guardia” bolchevique se agrupaba
fren te a S ta lin ; el A lto M ando del E jé rc ito entraba en la conspiración
y hasta la P o licía , con su j e f e suprem o a Ja cabeza, el ju d ío Jagoda,
conspiraba y asesinaba con la más depurada técnica, preparando el golpe
de estado anti-staliniano. S ó lo un auténtico genio policíaco se podía sal­
var de una conspiración en la cual entraba la m ism a P olicía. A Stalin
lo vem os por un m omento reducido a la sola fu erza de poseer el sello
del P artido, a poder hacer nom bram ientos y destituciones; pero con suma
cautela y tino. M as a su genio la sola fu erza de la legalidad le basta
para m antener el equilibrio.
3° R eacción staliniana: Cuando en el V I I Congreso Stalin construía
su m etáfora del ” caballo de T roya” , sospecham os que aún estaba lejo s
de suponer que la S ecta, en complicidad con ciertas naciones, sus alia­
das. le había introducido otro ” caballo de Troya;” dentro del bien am u­
rallado recinto del E stado S oviético. Creem os que, al advertirlo y consi­
32 PROLOGO

derar lo grave de su situación, puso su cerebro a la más alta presión, tra­


tando de salvar él poder y la vida.
R econozcam os que su genio policíaco-crim inal jam ás rayó' a mayor
altura. L o crítico de aquel instante debió convencerle de que no bastaba
la defensiva para salvarle del peligro y, en pura técnica bélica, decidió
que la m ejo r defensiva era la ofensiva.
V ió que aún podía estrangular la form idable conspiración trotskista
si la privaba de todo apoyo exterior. Y sería él im posible si las naciones
aliadas y obedientes a la Secta entraban en una situación de peligro, real
o supuesto, para ellas. S u propio peligro las im posibilitaría para intentar
la defensa de los conspiradores tritskistas...
L a situación real del m om ento no era esa. E l peligro material del N a ­
cion a lsocialism o en la prim era mitad del 36 era sólo potencial. N o podía
preocupar al O ccid ente, y m enos a Inglaterra. A n te tal realidad, el pro­
blema que se le planteó a S ta lin f u é así: ¿ C ó m o hacer actual y real el
peligro potencial del N acion a lso cia lism o alemán:
Y o invitaría en este instante a los p olíticos más agudos y, desde lue­
go, a los lectores, a retrotraer su m ente al m es d e ju lio del año 36 y
colocarse fren te a la situación internacional y a las ecuaciones de las fu e r ­
zas en presencia. Y fre n te a tal conju n to d e facto res — inalterables, in­
dependientes, dados— a que inventasen un m edio de resolver el proble­
ma. ¿ C óm o hacer actual y real el potencial peligro alem án? __
N o creem os o fen d er a nadie si afirm am os que su ingenio fallaría.
M e fu n d o para ello en ¡a ei"idencia de que, habiendo Stalin logrado una
solución que é'. ejecute extensión y resonancia universal, aún está por
denunciar y . •. N adie ¡o ha hecho, aunque la ” solución” staliniana
costó la vida j : kcs de seres y ya es pura evidencia. N o esperamos
que quienes no supieron hacer lo elemental, ver y describir, sean capaces
de lo genial: inventar.
He aquí la "solu ción " del problem a que a sí m ism o se planteó
Stalin : L a síntesis o ch ga ; pero tienen tal elocuencia los hechos, y tam­
bién las palabras a jenes, que las nuestras serán sólo accesorias y casi
vanas.
D ía 9 de agosto de 1936.
L argo Caballero declara a la prensa de L o n d res: “ Y a no h a y E sta ­
dos neutrales. D e un lado está R u sia y el F re n te P o p u la r de los países
dem ocráticos, y de otro, las dictaduras de derechas. E sp a ñ a es m iem bro
de la Sociedad de N aciones y perm anecerá leal al P a c to ; pero si fracasa
la Sociedad de N aciones, no serem os neutrales. N o. Serem os los aliados
M A U RIC IO C A R L A V IL L A 33

de los enem igos del fa scism o .” ( ” N ew s C ronicle” ; reproducido en ” E l


S o l” , de M a d rid .)
E sas palabras, inesperadas, pronunciadas por el i’L en in español” y
je f e del partido más fu e r te del F r en te P o p u la r, dueño del E stado E s ­
pañol — analícense— , son una declaración de g u erra a Italia y A lem an ia.
D eclaración de guerra inútil, absurda... explosión demagógica del pe­
lele masónico dé Largo Caballero, disfrazado de ” L en in ” . M eras pala­
bras, gratas al F ren te P o p u la r en su "a pogeo” , sin trascendencia..., así
las debieron creer amigos y adversarios, y hasta el m ism o fan toche las
creería, vanas. N o así los agentes de Stalin, N eg rín , su oráculo, y la s i­
bila N elk e n , que se las dictaron, transm itiendo órdenes del K rem lin .
N osotros ya verem os toda su fenom enal trascendencia; mas ahora pa­
sem os a la primera incógnita del problema.
S u solución la planteó en España. E l debía saber bien que un m ovi­
m iento nacional, frustrado el 10 de agosto, burlado en las elecciones de
I933 y traicionado en octubre de 1934, estaba latente. L o im ponía fatal­
m ente esa necesidad, que siente todo ser de luchar por seguir siendo quien
es... y a que España ya no fu era España tendía su desáristianización y
su m arxistización aceleradas. L a desnacionalización del E stado y la sece­
sión de la N a ción , provocada por él, tenían a nuestra Patria en trance
de ser m uy pronto la ” R epú b lica S oviética núm ero 2 ” . L a R evo lu ció n
podía triunfar, eliminando las últim as reservas del espíritu cristiano y
nacional, en plazo brevísim o. S in m ayor preparación, u n golpe de fu erza
que instaurase el terror estatal, podía im poner cualquier madrugada el
Com unism o. Tentadora era la oportunidad al K om in tern. M as, en reali­
dad, M o scú no preparó ese golpe de estado para fech a inmediata. N o
intentó saltar la invisible raya trazada por la S ecta , que seguía vetando
la implantación de nuevas repúblicas soviéticas fu era de las fronteras de
la U. R . S . S .; veto que se perpetuaría tanto tiempo com o durase la dic­
tadura staliniana, hasta que un hom bre suyo mandase de nuevo sobre
R usia y la Internacional. Y esto S ta lin lo sabía bien.
Con otro fin , al m enos de m omento, debía utilizar las posibilidades
que le brindaba España. E n ella v i ó con aguda visión la posibilidad de
tran sform ar el peligro potencial alem án en p eligro real y actual.
Stalin esperó, un día y otro día, u n alzam iento m ilitar del E jército
español, que no llegaba.
L a situación española se parecía m ucho en todo a la rusa, cuando
L en in planeaba el golpe de Estado bolchevique, después de ser vencido el
m ovim iento m ilitar de K orn ilov.
T odos los j e f e s bolcheviques aconsejaban a L en in esperar. Tem ían
14 PROLOGO

ser vencidos, como en feb rero , si tomaban la iniciativa. L a facilidad con


que, unidos a K eren sk y , vencieron a K o rn ilo v les hacía, con razón, votar
qu£ se esperase otro nuevo alzam iento m ilitar para, una v ez vencido, con
las armas mismas dadas por K eren sk y , derribar a éste y adueñarse del
P o d er. L a opinión de los j e f e s bolcheviques era prudente, acertada y se
ajustaba en un todo a las reglas tácticas de la R evolución. L en in les dió
la razón teórica; pero decidió hacer lo contrario, por razón práctica; pero
antes les dirigió este sarcasmo:
“ P e ro em pezar n o sotros... ¿ P o r qué exponern os a un fra c a s o ? ... ¡Ah
si los m ilitares kornilovianos em p ezarar.! ; Q u é m agnifica estrategia re­
vo lu cio n a ria ! ¡ C óm o se parecería esto a m u évete según mi con ven ien cia!”
A s í les decía L en in , sarcástico, y añadía:
“ ¿ Y si p o r casualidad los m ilitares hubieran aprendido a lg o ? ... ¿ Y
si ellos “ esperasen ” los m otin es... y no com enzasen hasta ese m om ento?
¿ Q u é o cu rriría en ton ces?... ¡ S e nos propone a ju star nuestra táctica a la
eventual repetición de los antiguos erro res com etidos por los m ilitares
k o rn ilo v ia n o s!”
L en in impuso su opinión. S e corrió el mayor riesgo; pero se lanzaron
a la Revolución.
M as, aunque la R evolución triunfó, a Stalin tío se le ocultó cuánto
tuvo de aventurerism o v oportunism o la decisión de L en in . A n te una
situación idéntica en E spaña, su genio policíaco-crim inal supo hallar el
m edio para que los "kornilovianos’’ españoles ” se m ovieran según su con­
veniencia’ ’ ...
D o s palabras figurar, ¡as prim eras en las técnicas del arte policial y
del ” arte” criminal.
E n el arte policial: "provocación” .
E n el ” arte” crim inal: ” asesinato
Stalin — a la vez crim inal y policía— conjugó en una sola ecuación
ambos términos, y así hadamos el proceso racional que le llevó a vencer
en España la dificultad que L en in en O ctu bre no supo superar.
H e aquí la ecuación:

A S E S I N A T O - P R O 1'O C A C I O N .
A sesin ato y provocación fu é la m uerte de Calvo S o telo . A q u e l crimen
por S ta lin planeado con un "arte" no soñado por Q uincey, f u é cometido
con la intención de que él fu era un S arajevo-1936.
S e olvida por los más que los nacionales no elegim os el m omento de
la guerra. L a guerra estalló por una provocación. S o y testigo excepcional.
D e doce a una del día 13 de ju lio , hablaba yo al general S a n ju rjo
M AU RICIO C AR LA V IL L A 35

— ante un solo testigo, el comandante D o v a l— del riesgo de tomar la


iniciativa en un m ovim iento m ilitar contra el Gobierno. L e daba ra­
zones, porque su entusiasmo y valor personal le hacían olvidar el 10 de
agosto. R eincidiendo en la misma tesis ( que no logramos hacer triunfar
en octubre del 34 ) de dar el golpe de estado inm ediatamente después de
vencer un m ovim iento revolucionario — al cual ninguna fu erza se opon­
dría, porque ninguna al G obierno restaría— , yo aconsejaba, al general
S a n ju rjo que debíamos ser nosotros quienes provocásem os el alzam iento
extrem ista. N aturalm ente ■
— argumentábamos— , un alzamiento de la iz­
quierda socialista, de com unistas y anarquistas, no tendría por única meta
la represalia del hecho provocador. D esd e el prim er instante, el G obierno
vería que la R evolu ción triunfante también lo barrería. Y a eran p erfec­
tam ente públicas las disputas a m uerte entre las distintas fra cciones del
F ren te P opular. E n evitación de ser lanzado del poder por la R ev o lu ció n ,
el Gobierno apelaría al E jé rcito . E l E jé rcito aún era capaz de vencer a
la R evolución, si tenía, como en octubre, el fantasm a de la legalidad g u ­
bernamental a su espalda.
— ¿S o sten er el E jé rcito a ese Gobierno m alvado?— m e argüyó.
— S í— contesté— ; so sten erlo ... com o sostiene la cuerda al ahorcado.
E stran gulánd olo.
M arché, prom etiendo' regresar después del alm uerzo. P er o vo lví a los
pocos m om entos. E n las carteleras del R ocío leí la desaparición de Calvo
S otelo. V o lv í, com unicando la noticia al general. S u alarma fu é grande.
D e nuevo bajé a la plaza lisboeta. Pasó cierto tiempo y una pizarra me
hizo conocer el crimen. V o lé a dar la tremenda noticia al general. N o he
de narrar su, em oción. T an sólo su reacción cuando la dom inó.
A u n lo veo, cual si hubiera rejuven ecido treinta años. L a s manos en
los bolsillos del pantalón y saltando cual un m uchacho, y diciéndom e a
cada salto:

— ¡ V e usted, cómo no, se puede esp era r!...
Y o sabía m uy bien que de S a n ju r jo dependía el A lza m ien to y‘ Id
fija c ió n de su fech a ; y com prendí que la guerra se había declarado en
aquel instante.
Ignoro si será necesario explicar por qué la guerra española conver­
tía en real y actual el peligro potencial hitleriano. N o lo creem os nece­
sario para quien no haya olvidado que el 9 de ju lio , cuatro días antes
del asesinato-provocación de Calvo S otelo, y ocho días antes de estallar el
provocado M ovim iento nacional, L argo Caballero declaró la guerra a Ita­
lia y Alem ania.
Una lógica elem ental hizo deducir a Stalin que a H itle r y a M u ssclin i
3'6 PROLOGO

les interesaría que hubiera en España un Gobierno que no fuera ene­


m igo. Un Gobierno, ya que no aliado, guardador de aquella neutralidad
a la que por anticipado renunciaba el ” L en in español” . Y con intuición
certera del encadenamiento fatal de los acontecim ientos, vió que si A le ­
mania e Italia ayudaban al enemigo de su enem igo, Francia, la más in­
teresada en llevar a los españoles a m orir en sus fronteras, para suplir
su falta de coraje y hom bres, sería la prim era en sostener al gobierno del
F ren te P opular, que le brindaba dos m illones d e ” senegaleses>’ blancos.
M ucho era esto; pero aún había más. E n las más obtusas cancillerías
es de antiguo sabido que una de las ” constantes” históricas de Inglaterra
le ha dictado y le dicta, el hacer la guerra, si una prim era potencia se si­
túa en posición de cerrar el estrecho de Gibraltar. Y esto podía creerlo
Inglaterra en la confu sión de la guerra española, si apariencias y pro­
pagandas simulaban que A lem ania e Italia podían seccionar la arteria
vital del Im perio...
Tan seguro se halló Stalin del éxito de su provocación que, apresura­
damente, m ontó el prim er gran proceso, el de ’ Tos dieciséis” , figurando
a la cabeza aquellas dos prim eras figuras de la Secta, los ju d ío s Z in oviev
y K ám enev.
R epitam os los hechos con sus fechas:
9 ju lio 1936; ” D eclaración de guerra” de L argo Caballero a Italia y
Alem ania.
1 3 ju lio 1936: A sesinato-provocación de Calvo S otelo.
1 7 ju lio 1936: E stalla la ” provocada” guerra española.
6 agosto 1936: Fusilam ien to de Z in o v iev y K ám enev.
N aturalm en te, nosotros no som os los autores de esos hechos, ni tam­
poco los liem os colocadlo por tal orden en las páginas de la H istoria.
N o s limitamos a evidenciar la razón, relación y efecto de los cuatro
acontecim ientos, que form an entre todos un solites p erfecto. D em ostran­
do cóm o Stalin supo, por su encadenamiento, T R A N S F O R M A R EN
REAL Y A C T U A L E L P O T E N C IA L P E L IG R O A L E M A N .
Y cuando así consigue poner fren te a fren te al O ccid en te europeo,
se atreve a destruir el ” caballo de T roya ” trotskista que la S ecta le in ­
trodujo dentro del K rem lin .
N a d ie advirtió la correlación providencial entre nuestro A lzam ien to y
el P roceso. P ero nosotros — a través de nuestro concepto sectario-stali­
niano— vim os en la coincidencia el índice divino. A u n q u e los factores
materiales fueran aún adversos; aunque la guerra por su planteamiento,
correlación de fu erza s y situación internacional estuviese perdida, aque­
llos fusilam ientos nos hicieron creer en la posibilidad d é la victoria.
M A U RIC IO C A R L A V IL L A 37

L a s balas que perforaron la nuca ju d ía de K á m en ev y Z inoviev, no


sólo cortaron dos vidas, sino que saltaron de nuevo el eje que articulaba
en el F ren te P opu lar a Capitalism o y C om u n ism o...
D io s los dividía■” D iv id e y vencerás.” Y o lo veía.
A s í pude escribir (13-3-938, en “ D o m in g o ” ) :
“ ¡A h , si no tu vieran pendiente este su com ún asesinato de E s p a ñ a !...
N o se ha dado el hecho d ecisivo. L a ru ptu ra es m o ra l... y la dispersión
de fu erzas ya se r efleja en d e b il id a d e s d ip l o m á t ic a s , d e q ue pronto

h abrá c o n s t a n c ia .” (Subrayado en el texto .)


A ú n faltaban dieciocho m eses para que se firm ase el pacto germ ano-
soviético...
E l asombroso P acto evidenció como jam ás pudim os imaginar hasta
dónde llevó aquella ruptura entre S ecta y Com unism o.
N a d ie supondrá que adivinam os el nonato P acto ni que H itle r y S ta ­
lin nos dieron una noticia que ni ellos entonces sabían. A inducir la fatal
ruptura entre Stalin y su s aliados del F r en te P o p u la r y del internacional
nos llevaron los hechos, analizados a través de nuestro concepto sectario-
staliniano de la H istoria, y nada más. Y si aducim os la auto-cita y nues­
tro acierto a dieciocho m eses fech a , no es por vanidad, créase;sólo es
afán de incrustar en los cerebros ese ” concepto-clave1’ d e la H istoria,
pues si él es capas de inducción tan maravillosa m etido en un cerebro
tan m odesto como el nuestro... ¿qu é no se obtendría si el concepto-clave
sirviese a un cerebro privilegiado?...
H asta que lo acepten políticos e historiadores de m ás alta calidad,
aunque sea torpem ente, nosotros lo usaremos, poniendo en ello, si no ta­
lento, valor y voluntad...
Com o T rotsk y analiza luego extensam ente los fam osos procesos, nos­
otros nos lim itarem os a estudiarlos en su fu n ció n histórica.
Y a hem os dicho que los procesos y ” purgas” destrozaron el ” caballo
de Troya” que la S ecta introdujo en la U . R . S . S . para destronar y
reemplazar a S ta lin con un hom bre suyo. E n suma, fu é , en prim er tér­
m ino, una lucha por el poder. L a colosal purga tuvo su apogeo en los
años 1936, 37, 38 y 39; es decir, en los años que preceden á la guerra
mundial. P recisam ente, al m ism o tiempo qxie se luchaba en España.
L a doble maniobra de S ta lin tiene un agudo exponente en España.
A y u d ó a los rojo s desde los prim eros instantes de la guerra; pero, en los
prim eros m eses, bajo el d isfra z y el cam ouflage de ficticia s sociedades
comerciales. K riv itsky , su j e f e de espionaje m ilitar en E u rop a occidental,
lo describe con todo detalle. Trataba Stalin, al ocultar su mano, aparentar
” no intervención y neutralidad” , evidenciando así la ayuda francesa, avi­
38 PROLOGO

vando así los m otivos para un choque franco-alem án. P er o cuando vió
Stalin que la guerra europea, aunque amenazaba, no estallaba, y que
producía un largo equilibrio, preñado de peligros y tensiones, impidiendo
al O ccidente toda posible intervención en Rusia, se lanzó al asesinato de
m illones. Y a la vez, vuelca en la zona roja enormes cantidades de material
y hom bres, que galvanizan a las fu erza s ro ja s derrotadas. A s í, conseguía
prolongar el período de tensión entre fascistas y demócratas y, a la vez,
tomaba sigilosam ente posiciones políticas y estratégicas en España. Y
consiguió tan absoluto dominio del supuesto E stado republicano, que si
la guerra europea estalla por un hipotético dom inio alemán de España,
ingleses y alemanes hubieran su frid o la sorpresa de ver a Stalin perm ane­
cer neutral en la contienda entre ellas y alzarse con la presa de la pen­
ínsula Ibérica... C on imaginar el fa cto r ibérico en poder de Stalin cuan­
do, en el 39, la guerra estalla, se puede apreciar perfectam ente cuál hu­
biera sido el panorama estratégico para las democracias... C onven­
cido de que la guerra m undial no estallaba por España, S ta lin se re­
tira, y con ello nuestra guerra terminó. Y no estalló la guerra, europea
y m undial, porque Inglaterra, sorprendida y confusa en lo s prim eros
tiem pos de la nuestra, fu é convencida por las purgas y procesos, y tam­
bién por el creciente poder staliniano en la zona roja , de que el peligro
alemán sobre el E strech o era más lejano e hipotético que el peligro so­
viético: Y no se engañó, como se ha v isto ; España fu é neutral y no un
feu d o alemán.
Con pesar, debemos caminar a saltos, sin poder detenernos en aconte­
cim ientos interm edios. L o s cuatro procesos, el de Z in o v iev -K a m en ev , agos­
to del 36 ; el de Rad.ek y Piatakov, feb rero del 3 7 ; el de T u ja ch esk y y
los generales, ju n io1 del 37, y el de Jagoda, B u ja rin , R ik o v , en m arzo de
1938, son los cuatro m om entos apoteósicos de la inmensa torm enta del
T error. Cada ejecución de Un nuevo grupo de je f e s de la oposición abre
profundas fisuras en el F ren te P opular y agrieta las alianzas y pactos
antifascistas en toda el área internacional. B a jo las co n feren cia s,'discursos
V frases que provoca la guerra española, con creciente vigor, late la co­
lisión entre la Secta y Stalin. D e nada sirve que él acuse a los trotskistas
fusilados de agentes del fascism o alemán. L o s enem igos del fascism o,
m asones y socialistas, defienden a los ” espías” de H itler y el M ikado...
¡ Y a es fenom enal p aradoja!...
T a l f u é la confu sión de la Secta, o su deseo de vengar a sus m ejores
hom bres, que, por un m om ento, la creim os en trance de ser in fie l a su
designio secular. S u s hechos parecieron enderezados a destrozar a Stalin,
M AU RICIO C A R L A V IL L A 39

aunque con él se deshiciera la U . R . S . S ., su ” p rototipo" del Estado


dictatorial, que ella qiáere ampliar hasta integrar en él al universo.
S ó lo a un viraje tan absoluto y repentino se puede atribuir lógica­
mente la política internacional que tuvo su ápice en M un ich... E l no ha­
cer la guerra p reven tiva contra H itle r por A u stria , por la región súdete
ni por Crecoslovaquia, y acrecer así la tem ible potencia bélica del R eich ,
no podía ser un dictado político de naciones que prem editasen la guerra
contra H itler. N o se arma jam ás a quien se piensa atacar.
O dictó la política de concesiones una traición alevosa contra Francia
e Inglaterra o la potencia que se regaló al I I I R e ich estaba destinada(
contra Stalin. N o hay otro dilema.
S e diría que por un instante prevalecía la tesis de C hurchill, y 'q u e
H itle r y Stalin m utuam ente se destruirían...
¿ P a ra qué si no restar a la potencia de las democracias aquellas 40 di­
visiones checoslovacas, que valían por 80, dada su posición estratégica?...
¿P a ra qué acrecer la potencia hitleriana estratégicam ente y, además, con
una capacidad de producción de guerra su ficien te para que armase y sos­
tuviese 80 divisiones, con la industria checa?...
L a s apariencias eran claras. Tanto, que no podían pasar desapercibi­
das para Stalin.
Y veam os cóm o reacciona. Clam a por todos los altavoces m undiales
su antifascism o furibundo. L itv in o v concierta la ” cruzada’ ’ com unista-
democrática contra el fascism o. N ad ie aventaja en fu ro r a Stalin... S u
alianza con Francia jura que será sagrada. N o tem o s cómo en el ju eg o
es al ju d ío L itv in o v a quien usa. Un trotskista, u n sectario, que salvó
su vicia en la gran purga, sospechosam ente. S in duda, por esperar Stalin
aún utilizarle... para luego arrinconarle. N a d ie com o él pudo inspirar
confianza entre las democracias por sui m aridaje con la S ecta y conven­
cerlos de la sinceridad antifascista staliniana. Stalin engaña a L itv in o v , y
éste, sin saberlo, engaña a las democracias. N ad ie m iente m ejor que quien
no sabe que m iente...
L a S ecta , m aestra en ficcion es, resulta víctim a de la fic ció n stali­
niana. L a guerra contra H itle r pretendía que fu era una segunda edición
corregida y aumentada de la anterior. D e aquella guerra d eclarada contra
el K a iser enem igo, en la cual resultó antes derrotado el Za r a m ig o ..., que
para ello bastó con aquella serie de derrotas perfectam ente o rga n iza d as...
R epetirle a Stalin aquella inaudita jugada resolvería todos los pro­
blemas. L a s derrotas lo matarían, pero prevalecería el Com unisn::
en R usia ; la victoria parcial, incom pleta de H itler en R usia \ s:<
4o PROLOGO

derrota perm itiría restaurar a! trotskism o en la U. R . S . S ., como fu erza


de ” resistencia” y "liberación” ...
O lvidó ella, con todo su saber, que no era José ningún cuitado N ic o ­
lás. Q u e este nuevo Za r no tenía tras él traidores de categoría. Q ue
su poder personal ya era tan absoluto y el T error tan total que
un mandato suyo, hasta c ’ i>:ás absurdo, contradictorio y demencial
sería obedecido sin pestañear por Partido, E jé r c ito y P u eb lo . N ad ie como
S ta lin podía ejecutar c n m ejor técnica una política de secreto. S e olvidó
que el secreto es lo esencia'. en a técnica policíaco-crim inal, arte en el
cual es maestro.
E l T error preceda:::, desarrollado er. la preguerra, eliminó física , po­
lítica y m oralm ente a iodo: :us posibles rivales. E s decir, los mató
integralm ente. N i como mártires de :o: idea’, sobrevivieron en la memoria
de las gentes, porque murieron a ccectcs. a usándose y acusando falsa y
cobardem ente, para terminar cam cnác i a excelsitu d de su verdugo S ta ­
lin. Com o asesinato, jam ás ia I T : • : podrá registrar una obra maestra
m ás ejem plar. S i hubiera tenido necesidad de obtener aprobación de al­
gún organismo estatal o conseje de los Com isarios, com o sucede en cual­
quier gobierno normal, para poner er. práctica su audaz plan, jam ás S ta ­
lin se hubiera atrevido a e :e curarlo. P o r fie le s que le fu era n sus cola­
boradores, el secreto — aigc esencial en el plan— hubiera corrido peligro
de fracasar. V end er un secreto de tal naturaleza, del cual dependía la
guerra universa!, tenia -r.eei - tan fabuloso que al m ás honrado le tenta­
ría... y Stalin sabe bien que su persona y su política no pueden depender
jam ás de la honradez... a i-; sin sentido en la R usia soviética, que la de­
claró un prejuicio burgués.
S ó lo bajo un se ere: o absoluto — el secreto de uno— su premeditado
plan, se atrevió S ta lin a llevar a M o scú a la com isión anglo-francesa.
A s í pudo, cuando :a conocía con todos sus detalles cuál era la prepara­
ción m ilitar anclo-francesa, reunirse con R ibbentrop en el piso inmediato
superior y firm ar el fam oso P a cto que provocó la guerra.
S in la previa y gigantesca "purga,” que mató por m illones, de alto a
bajo, a toda la O posición y hasta a todo aquel sobre quien había presun­
ción de que no aprobaría ciegam ente cualquier decisión del dictador, aun­
que pareciera clarísima traición al ideal bolchevista, y sin el T error abso­
luto subsiguiente, aquel hecho inaudito de aliarse con el enemigo del m i­
nuto anterior le hubiera costado a Stalin el poder y la vida.
C on una nueva lu z-se ven así los procesos y la colosal matanza. S u
fin trascendente y últim o era el que S ta lin pudiera provocar, sin riesgo
M AU RICIO C A R L A V IL L A 41

personal, la guerra universal. Y así fulm inar sobre O ccidente el rayo hit­
leriano que a él estaba destinado.
S in el providencial suicidio m ilitar de H itle r y Alem ania atacando a
la U. R . S . S . ¡q u é pan oram a!... L a guerra duraría todavía y el O cci­
dente agonizaría. P er o Stalin, que acabaría por ahora su quinto plan quin­
quenal, seguiría neutral. C on aquella neutralidad que le perm itió adue­
ñarse pacíficam ente de lo que quiso de Finlandia, de media P olonia, de
E stonia, L ituania, L etonia y Besarabia. N eutralidad que al m ism o ritmo
le hubiera puesto en el G o lfo P érsico , en Constantinopía, en Ceilán y, sin
duda, en Alasita...
Y , una v ez más, preguntamos. ¿ P o r qué? ¿ P o r qué no se devolvió
a Stalin el rayo de la guerra en agosto del 39, cuando él lo dirigió con­
tra Francia e Inglaterra?... ¿ P o r qué., preguntam os una y otra vez, se
sacrificó a E uropa entera para que H itler y Stalin mutuam ente no se des­
truyeran?
¿ P o r qué?
Sabem os los m uchos que podrían responder.
¿ P o r qué calla n?... ¿ Q u ié n les im pone sile n c io ? ...
E s la S ecta, como nunca poderosa. S u indom able y secular designio
tiene hoy acatamiento u n iv ersa l..., con la excep ció n de Stalin y su mun­
do oriental.
L a dualidad providencial continúa en vigor. N o se articulan por nin­
gún hom bre-eje Capitalism o y Com unism o. L a pugna sigue. A h í está hoy,
con la evidencia m áxim a.
£j? m undo se pregunta con angustia in fin ita si no es inm inente una¡.
nueva guerra. N o ; no habrá guerra. N o habrá guerra contra Stalin en
tanto la S ecta no halle la solución que busca durante tantos años a
problem a... A l problema, de destronar y matar a S ta lin , conservando y
heredando el E stado comunista.
C on todo su ingenio y sus recursos fabulosos, creem os que la Secta
no halló aún la solución. S e le im pone ahora de nuevo la necesidad de
“ contener” a Stalin y contra él conspirar. L a guerra, que fatal seria para
Stalin ahora, no será declarada. L a derrota en los campos de batalla sería
el fin del com unism o...
Stalin sabe que la Secta lo intentará todo; pero lo decisivo, la guerra,
iw le será declarada. L e conoce su secreto' a la Secta y lo explota con su
chantage universal. Q u e sólo eso es su política actual, un chantage. U n
chantage colosal.
N o ¡negamos la posibilidad actual de que se rom pa el equilibrio. P u e ­
de algún día la Secta creer que halló la solución a su problema. Y también
42 PROLOGO

puede S ta lin , en un m omento dado, creerse superior en fu erzas o ju z ­


garse perdido y lanzarse al ataque repentino para vencer o para intentar
salvarse.
E n esencia, la situación real es de inestable equilibrio, y es tan inm en­
sa la conjunción y oposición de razones y fu erza s que pudiera romperse
por causas m isteriosas e imprevistas.
M a s la lógica y una completa ponderación de la situación, de propó­
sitos y potencias nos inducen a sostener que no habrá guerra...
N o habrá guerra hasta que años de tensión, alarma y m iedo acum u­
len tales fu erza s y tales m edios de guerra — ¡ y qué clase de m ed ios!— •
que su choque residte apocalíptico...
S ó lo entonces la guerra estallará.
S e diría que la política internacional de hoy tiene una inconsciente y
dem encial o b jetiv id a d ..., la de buscar la paridad. en un m omento dado
entre el mundo staliniano y el occidental. N o dejam os de tener en cuenta
su inferioridad actual en lo que a la bomba atómica se refiere. A u n con­
cediendo que hoy no la tenga ya; todos los técnicos coinciden en que sólo
es cuestión de tiem po, y no largo, el que la llegue a poseer. L a cuestión
de la “ ato-bom ba” no contradice nuestra tesis, sino que la confirm a. E s
cuestión de tiem po, y al tiempo referim o s la posibilidad de que S ta lin
obtenga potencia en acto superior.
Y es evidente que la potencia en acto de Stalin constantem ente crece.
S i, como sucede, no se v eta , su potencia bélica superará en la hora H . la
de sus adversarios, que seguirá siendo, aunque superior, latente. E sa hora
incógnita será la más nefasta del planeta. P o r distintas razones, también
a H itle r se le per;}:::: 5 .legar con potencia en acto superior a su hora H .,
y lo que les costó a sus enem igos igualar y superar su ventaja inicial está
cifrado en m illones y m illones de m uertos y en un destrozo universal de
espanto. N o cabe mayor evidencia.
P erm itir a Stalin llegar a tener superioridad inicial es repetir el pa­
sado, pero m ultiplicado. S e llegaría a cifras astronóm icas en armamentos
y, a un desatar de las fu erza s cósmicas, que exterm inarán lo más y lo'
m ejo r de la Hum anidad.
L a guerra de tal manera planteada sería apocalíptica. L a catástrofe
planetaria, total, definitiva.
L a menguada H um anidad que sobreviviera sería una m iseria m oral y
p ato ló gica; em brutecida, aterro rizad a y p e rv ertid a...
A l leer en la cuartilla esa visión infrahum ana de la H um anidad su ­
perviviente de la guerra tota l..., “ mísera, em brutecida, aterrorizada y per­
M AU RICIO C A R L A V IL L A 43

vertida ’ vi ene a nuestra m ente su im agen viva y actual: la E uropa


dominada por la bestialidad soviética.
S i la fu tu ra guerra total hace de todas las naciones del planeta lo
que hoy es la E uropa oriental, no habrá vencedor. Y , venza quien venza,
esa H m nanidad será de hecho comunista. Com unista, s í; que esa H u m a ­
nidad que sobreviva a la guerra total será perfectam ente apta para con­
vertirse en esclava de la S ecta y obedecer su dictadura de form a “ co ­
m unista” . E s decir, esa dictadura tridim ensional, espiritual, política y
económ ica; total e integral.
Y al sobrevenir este fin , por nosotros no prem editado, sino deducido
racionalmente de la realidad de unos hechos fatales, se clava el áspid de
esta interrogación en nuestra m ente: ¿ S e r á la creación de esa infra hu -
manidad■bestial la solución hallada por la Secta para imponer su, dicta­
dura total y universal?
L a dialéctica en recta ahí nos lleva.
M as esa guerra-revolución ha de ser tan- m onstruosa y fe r o z que lleve
a las gentes a una unánime y absoluta desesperación. A perder la noción
d e D io s, amor y libertad, triple y una condición para conseguir de la H u ­
manidad su total su m isió n ... Tanto sería como rom per el O rden natural
físico y hasta m eta físico ; llegando al mal por el mal, al M a l absoluto. E s
decir, a la Alada...
Y , lógicam ente, también al aniquilam iento de la S e c ta ...
Y surge, fatal, una interrogación definitiva:
¿ N o denunciará ese fi?ial fatal, M al-N ada, que la Secta es tan sólo
una posesa de ínfun dido delirio del im pulso al dom inio y víctim a postre­
ra del mism o caos por ella desatado?...
A s í ha de ser. P o rq u e suspendido entre los polos M a l y N ad a sólo
quedaría el eterno Antagonista, el Suicida inm ortal; aquel para quien el
suicidio es un lu jo im posible...

* * *

E n algún punto debía tener este prólogo fin al. Y es aquí.


Tan sólo un rayo de luz, rasgando el tenebroso seno de la intrahisto-
ria de h o y ...
N u eva y acaso última tregua concede al hom bre la infinita m iseri­
cordia de su D ios.
L a divisióh y oposición de las fu erza s del M al, en su libre, natural y
lógica fun ción , É l las conjuga con su divino arte y su excelsa ironía....
que hasta el crim inal fenom enal es ante E l un pelele trágico y grotesco.
44 PROLOGO

E n ser o no ser dignos de su m isericordia radica el ser o no ser de


la H um anidad en un próxim o futuro.
N o ser, porque ni esa utopía de dom inio absoluto universal, con que
la S ecta sueña, al fin del f in será.
L a S ecta , hoy ■
u nida objetivam ente, fa lta de su adversario, el bien
encarnado, se dividirá y luchará contra sí. S u triunfo será su total de­
rrota. S e suicidará. E s el axiom a fundam ental de la dinámica del mal.
A esta conclusión nos lleva, por razón y por fe , nuestro concepto pro-
videncialista de la hoy intrahistoria. D io s al hom bre se revela, como ja ­
m ás lo hiciera, en el profu nd o acontecer universal.
S o b re la tempestad de terror y crim en desatada por una H um anidad
satanizada, nuestra f e y razón ve al D io s om nipotente sobre la cima ver­
tiginosa de la H istoria.
S u Tabor.
M A U R IC IO C A R L A V IL L A
M au ricio K a rl
C ii la ^)Z o ru eg a «Ó o c ia lís ta »

He pasado casi dieciocho meses, desde junio de 1935 a


septiembre de 1936, con mi m ujer, en W eksal, pueblo situado
a 60 kilómetros de Oslo. Habitábamos en casa de Konrad Knud-
sen. redactor de un periódico obrero. Esta residencia nos h a ­
bía sido asignada por el Gobierno noruego. N uestra existencia
era com pletam ente tranquila y regular; se podría casi llamar
“ pequeño-burguesa” . Nos habíamos habituado pronto a ella.
Relaciones casi silenciosas se habían establecido entre nos­
otros y nuestros convecinos. Una vez por sem ana íbamos al
cine con los Knudsen. De vez en cuando recibíamos visitas,
principalm ente en el verano; nuestros visitantes pertenecían
en su m ayoría a la izquierda del movimiento obrero. La tele­
fonía sin hilos nos tuvo al corriente de lo que pasaba en el
mundo. Habíamos empezado a servim os de este invento m á­
gico e insoportable tres años -antes. Nos asombramos, sobre
todo, al oír las emisiones de los burócratas soviéticos. Estos
personajes se sentían en el “ é t e r ” como en su casa. O rdena­
ban, amenazaban, reñían, descuidando las reglas de la más
elemental educación.
¿Gomo llegamos a N oruega? Me parece preciso decir so­
bre esto algunas palabras. El partido obrero noruego p e rte ­
neció durante cierto tiempo a la Internacional Comunista; des­
pués rompió con ella, sin afiliarse a la II Internacional, dem a­
siado oportunista para su g u sto ... Cuando este partido subió
al Poder, en 1935, se acordaba todavía de su pasado. Yo me
apresuré a pedir el visado para Oslo, esperando que me sería
posible vivir en paz. Después de algunas vacilaciones y algu­
nos roces entre los dirigentes del partido, el visado de en tra­
da me fué concedido, con la obligación de no intervenir en
modo alguno en la vida interior del país. El órgano central
del partido, el “ A rbeiderbladet” , invoca, es verdad, a Marx y
Lenin, y no a la Biblia y a L u lero ; pero perm anece muy pene­
trado de la mediocridad bien pensante que inspiraba a Marx
y Lenin un insoportable disgusto... La antigua burocracia que­
dó en su puesto toda entera. ¿Era un bien o un mal? Tuve
pronto la ocasión de convencerme, por experiencia, de que
los viejos funcionarios burgueses probablem ente tenían más
visión y más profundo sentimiento de su dignidad que los se­
ñores m inistros “ socialistas” . Aparte de una visita - - •
cial que me hizo Martín Tranm ael, el jefe del P. O. X. y iel
ministro de Justicia, Trygve Lie, no tuve relaciones personales
46 STALIN Y SUS CRIMENES

con los medios gubernam entales. Casi no tuve contacto con los
militantes, para que no pareciese de ningún modo que me
mezclaba en la política local. Vivíamos mi m u jer y yo en un
aislamiento extremo. Relaciones m uy amistosas se habían es­
tablecido con los Knudsen, siendo la política, por un acuerdo
tácito, excluida de nuestras conversaciones. Trabajaba, en los
instantes de tregua que me dejó mi enferm edad, en la “ Re­
volución traicio n a d a” , esforzándome en hacer resaltar las cau­
sas de la victoria de la burocracia soviética sobre el Partido,
los Soviets y el pueblo, y de bosquejar las perspectivas del
desenvolvimiento ulterior de la U. R. S. S. Enviaba el 5 de
agosto de 1936 los prim eros ejem plares del m anuscrito ter­
minado a los traductores am ericanos y franceses. El mismo día
partimos, con Konrad Knudsen y su m u jer, para el mediodía
de Noruega, donde debíamos pasar dos semanas a la orilla del
mar. Pero, a la m añana siguiente, oímos en el camino que los
fascistas habían entrado por la fuerza en mi habitación para
robar los archivos. E sto 'n o era difícil; la casa no estaba vigi­
lada. los arm arios estaban aún a b ie rto s ...; los noruegos están
tan acostum brados al ritmo pacífico de su existencia que no
habíamos logrado obtener de nuestros amigos que tom asen las
precauciones más elementales. Los fascistas llegaron a media
noche, enseñaron insignias falsas de la Policía y pretendieron
empezar inm ediatam ente la “ pesq uisa” . La hija de nuestros
huéspedes encontró aquello sospechoso; no perdió su pre­
sencia de espíritu y se puso, con los brazos extendidos, delante
de la pu erta de mi cuarto, declarando que ella no dejaría
pasar a nadie Cinco fascistas — sin experiencia aún en este ofi­
cio de impostores— se sintieron com pletam ente aturdidos ante
el valor de aquella joven. Su herm ano m enor dió entretanto
la alarma. Vecinos a medio vestir llegaron. Los agresores, ho­
rrorizados, huyeron, llevándose algunos documentos cogidos
al azar de la m esa más próxima. Al día siguiente se estableció
sin dificultad su identidad. Pareció que nuestra vida iba a vol­
ver a recobrar su calma. Pero al continuar nuestro viaje hacia
el Sur, notamos que un automóvil, en el cual iban cuatro fas­
cistas, mandados por el ingeniero N., su director de propagan­
da nos seguía. No conseguimos deshacernos de nuestros per­
seguidores más que al final del viaje, impidiendo que su coche
pasase al transbordador que a nosotros nos llevaba al otro lado
del “ fio rd ” . Pasamos diez días bastante tranquilos alojados en
una casa de pescadores construida en la mitad de las rocas de
la pequeña isla.
Las elecciones del Storking se acercaban. Los periódicos
gubernam entales (Noruega no tiene más que tres millones de
habitantes; el Partido Obrero, a pesar de ello, publica 35 pe­
riódicos diarios y una docena de semanarios) comenzaron una
cam paña antifascista de vuelos m uy moderados. La Prensa de
L E O N T R O T S K Y 47

derechas respondió con una cam paña extrem adam ente violen­
ta contra mí y contra el Gobierno que me había concedido el
visado de entrada.
La agresión de la Prensa fascista había suscitado en las
masas obreras la más viva indignación. "Estam os obligados a
v erter aceite sobre las olas— decían los líderes social-demó-
cratas, con aire profundo— . ¿Y para qué? P ara que los fas­
cistas no sean hechos p e d a z o s ...”
Nubes mucho más amenazadoras se acum ulaban en Orien­
te. Se disponían a hacer saber al mundo que yo trabajaba para
derribar a los Soviets de acuerdo con los nazis.
El atentado de W eksal y la vehem ente cam paña de la P ren ­
sa fascista contrariaban las intenciones de Moscú. ¿Podía uno
despreciar sin más ni más sem ejantes m inucias? Muy al con­
trario, pues los acontecimientos de Noruega habían acelerado
la puesta en escena del proceso de Moscú. Es inútil decir que
la Legación de 1a. U. R. S. S. en Oslo no perdía su tiempo.
El 13 de agosto llegó en avión el jefe de la Policía Criminal
de Oslo, M. Swen. Venía a interrogarm e, en calidad de testigo,
sobre el “ r a id ” de los fascistas. Este interrogatorio, tan apre­
surado, efectuado por orden del ministro de Justicia, no an un ­
ciaba nada bueno. Swen me mostró una carta de un contenido
com pletam ente anodino, dirigida por mí a uno de mis amigos
en París y publicada por la Prensa noruega; me rogó explicara
mi actividad en Noruega. El funcionario de la Seguridad fundó
sus preguntas, inform ándom e que mis agresores se inculpaban
arguyendo sobre el carácter criminal de mis actividades. La
actitud del señor Swen fué particularm ente correcta. A conti­
nuación de mis largas declaraciones, el señor Swen declaró a
!a Prensa que no encontraba en mis actos nada contrario a las
leyes o los intereses de Noruega. Pudimos nuevam ente pen­
sar que el “ incidente había t e r m i n a d o P e r o no había hecho
más que empezar. El m inistro de Justicia, h asta hacía poco
tiempo miembro de la Internacional Comunista, no tenía la
m enor simpatía por el liberalismo del jefe de la Policía Cri­
minal.
La agencia soviética Tass publicó el 14 de agosto el descu­
brim iento de un complot terrorista de trotskistas y zinovie-
tistas. Nuestro huésped, Konrad Knudsen, fué el primero que
lo oyó por radio. Pero en la isla no había electricidad, las an ­
tenas eran muy primitivas y, para colmo, el aparato no fu n ­
cionaba aquella tarde. “|Grupos trotskistas-zinovietistas..., ac­
tividad co n tra -rev o lu cio n aria...” Knudsen no pudo coger más.
— ¿Qué significa eso?— me preguntó.
— Alguna m arran ad a de Moscú— respondí.
Al am anecer, llegó un periodista que se había enterado del
comunicado de la agencia Tass. Aun estando dispuesto todo,
no podían creer mis ojos tal conjunto de vilezas. “El terroris-
48 STALIN Y SUS CRIM ENES

mo; ¡bueno! — me repetía estupefacto— ; eso aun se puede


c o m p re n d e r...; pero ¡la Gestapo!”
— ¿Está usted seguro de que han dicho “ la G estapo” ?
— Sí.
— Entonces, después de la reciente agresión fascista, ¿los
stalinistas me acusan de ser aliado de los fascistas?!
Dicté inm ediatam ente al periodista mi prim era declaración
sobre el proceso anunciado. Tenía que disponerme para la lu ­
cha; algún golpe horrible me preparaban. El Kremlin no podía,
sin graves razone~. com prom eterse de tan estúpida m anera.
El proceso sorprendió a la opinión m undial y aun a la In­
ternacional Comunista. El Partido Comunista noruego, sién­
dome tan ho~;il. había convocado el l í de agosto un mitin
de protesta contra la agresión fascista de Weksal, horas antes
de que la agencia Tass me confundiera con los fascistas. El
órgano francés de Stalin, uL’H u m an ité'!, publicó entonces un
telegram a, fechado en Oslo, diciendo que el Gobierno no rue­
go había considerado mi entrevista noctu rn a con los fascistas
como una visita amistosa que implicaba mi intervención en la
vida política del país. Estos señores de “ L’H u m an ité” han
perdido hace mucho tiempo la vergüenza y están, en cualquier
circunstancia, dispuestos a justificar sus sueldos.
Dirigí una carta abierta al señor Swen para com pletar mis
declaraciones. El Gobierno noruego sabía muy bien, desde que t
me concediera el asilo, mi carácter de revolucionario y de
protagonista en la creación de una nueva Internacional. Abs­
teniéndome rigurosam ente de toda intervención en la vida in­
terior noruega, no pude caer en la cuenta, ni sospechar siquie­
ra, que el Gobierno noruego estaba llamado a vigilar mis
actividades literarias en otros países, aun cuando mis libros
y artículos no se refirieran para nada a la cuestión que inte­
resaba. Mi correspondencia obedecía a las mismas ideas que
inspiraban mis libros. Los últimos días ocurrió algo que deja
muy atrás todo lo que la Prensa reaccionaria ha escrito a costa
mía. Radio Moscú comenzó a acusarm e de crímenes inauditos.
Si alguna partícula de estas acusaciones fuera verdad, no m e­
recería la hospitalidad del pueblo noruego ni la de ningún otro
pueblo de la tierra. Aun sigo dispuesto a contestar en el acto,
punto por punto, ante una comisión de información, siempre
que sea imparcial, o ante cualquier tribunal público, y yo me
encargo de probar que mis acusadores son los verdaderos cri­
minales.
La P ren sa noruega adoptó desde el principio, con referen ­
cia al proceso de Moscú, la actitud más desconfiada. Martín
T ranm ael y sus colegas pertenecieron hasta hace poco a la
Internacional Comunista, y ellos saben lo que es la G. P. U. y
cuáles son los métodos de esta institución. Por otra parte, el
estado de espíritu de las masas obreras, indignadas por la agre-
L B O N T R O T S K Y 49

sión fascista, me era com pletam ente favorable. La Prensa de


derechas había perdido com pletamente la cabeza. Afirmaba
ayer que yo obraba de acuerdo con Stalin para preparar una
revolución en España, Francia y Bélgica, y también, n atu ra l­
mente, en Noruega. Y sin renunciar a esta tesis, se dedicó
desde entonces a defender la burocracia moscovita contra el
peligro de mis atentados terroristas.
Habíamos vuelto a W eksal a la term inación del proceso
de Moscú. Con el diccionario en la mano, me dediqué a des­
cifrar en los periódicos de Oslo los inform es de la agencia
Tass. Me parecía estar en u na casa de locos. Los periodistás
nos molestaban continuamente.
En tal ocasión llegaron dos amigos y antiguos secretarios
míos: Erw in W olff y Jean van Heijenoort. Su ayuda me resultó
preciosa en los días tan agitados e inquietos que precedieron
a dos im portantes acontecimientos ocurridos en Moscú y
en Oslo.
Sin el asesinato de los acusados, nadie hubiera tomado la
acusación en serio. Yo estaba convencido de que todo acabaría
en ejecuciones. Sin embargo, me dió pena conocer la noticia
cuando oí al “ sp e a k e r” de París, cuya voz temblaba en este
instante, anunciar que Stalin había m andado fusilar a todos
los acusados, entre quienes estaban cuatro m iembros del an ti­
guo Comité Central bolchevique. No era la ferocidad de este
asesinato lo que me sublevó. Yo me sublevé por la fría prem e­
ditación de la impostura, por el gansterism o moral de los diri­
gentes, por esta tentativa de engañar a la opinión del mundo
entero, a n u estra generación y a la posteridad.
— Caín Djugachvili esta en la cima de su destino— dije a
mi m u jer ( 1 ).
La Prensa internacional acogió el proceso de Moscú con
una desconfianza manifiesta. Los “ amigos profesionales” de
la U. R. S. S. se callaron. Moscú estimulaba, no sin dificulta­
des, el resorte complicado de sus organizaciones “am ig a s ”
subordinadas o medio subordinadas. La m áquina internacional
para fabricar la calumnia ( 2 ) se puso poco a poco en m archa:
____________ ' n , ..
(1) L a mujer de T ro tsky era hermana de Kamenev, uno de los fusilados.
(N. del T.)
(2) “ La máquina internacional de fabricar calumnias” . Preciosa frase. Valioso
testimonio, por ser persona de la mayor autoridad quien lo proporciona. T al es el
nombre propio de esa diabólica máquina. E lla es el arma primera de la Revolución.
A hora bien, Stalin tiene una “ máquina” magnífica, ciertamente; pero ni la inventó
ni la construyó él. Stalin la heredó. Antes de que soñase tomar el poder, antes de
nacer él, ya la máquina existía. España tiene una dolorosa experiencia de su exis­
tencia. Los impactos de las calumnias fabricadas en serie por la “ máouina" tienen
su ser nacional acribillado. Y sus1 heridas no datan de 19x7, ni de 1909: datan de
siglos. De antes de que existiera el Bolchevismo, el M arxism o y la Masonería, la
“ máquina” ya nos calumniaba con la “ Leyenda N e g ra ” , lo cual prueba que la
4
50 STALIN Y SUS CRIM ENES

el engrase no hacía falta. El aparato de la Internacional Co­


m unista suministraba, naturalm ente, el principal mecanismo
de transmisión. La “ Gaceta" com unista noruega, que ayer to­
davía se veía obligada a defenderm e contra los fascistas, cam ­
bió de repente de tono. Exigía ahora mi expulsión y, sobre
todo, que se me cerrase la boca. Las funciones de la P ren sa
actual de la Internacional Comunista son conocidas. El tiem ­
po que les sobra después de la ejecución de los oficios subal­
ternos que le encomienda la diplomacia soviética, los emplea
en realizar las más rucias faenas en servicio de la G. P. U.
El telégrafo funcionaba sin interrupción entre Moscú y Oslo.
P retendían im pedir que yo pudiese recelar la gran impostura.
Sus esfuerzos no fueron vanos. L'n cambio repentino se pro­
dujo en las esferas dirigentes noruega?, cambio repentino que
el Partido Obrero no notó en el prim er instante y no com pren­
dió jamás. Pronto supimos cuáles eran las causas secretas.
El 26 de agosto, el jefe de la Policía, Askvig, y un funcio­
nario de la Oficina Central de Pasaportes, encargado de la
vigilancia de extranjeros, se presentaron en casa. Estos im ­
portantes visitantes me invitaron a firm ar la aceptación de
nuevas condiciones para mi residencia en Noruega. Aceptaba
el compromiso de no tratar en mis escritos asuntos de la polí­
tica actual y de no celebrar entrevistas. Consentiría en que
toda mi correspondencia, a la llegada y a la salida, fuera vi­
sada por la Policía. Sin hacer la m enor alusión al proceso de
Moscú, el documento oficial no mencionaba ninguna actividad
reprensible. El Gobierno noruego usaba los prim eros pretextos
que encontró para disimular la verdadera causa de su cambio
de actitud. Más tarde he comprendido por qué me pidieron mi
firma. Al ingenioso Ministro de Justicia no le quedaba más
que solicitar de mi propia voluntad grilletes y cadenas. Y©
rehusé categóricamente. El Ministro me hizo saber bien pron­
to que en adelante los periodistas no serían autorizados para
verme y que el Gobierno nos asignaría pronto, a mi m u jer y
a mí, otra residencia. Me esforcé en hacer com prender al Mi­
nistro que los funcionarios de la Policía no tenían ninguna
com petencia para controlar mi actividad lite ra r ia ; que restrin­
gir mi libertad de com unicación con la Prensa en el momento
en que era objeto de acusaciones malévolas, era tom ar el
partido de los acusadores. Esto era muy justo; pero la Lega­
ción soviética tenía a su disposición argum entos más convin­
centes.
A la m añana siguiente, unos agentes me condujeron a Osle

“ máquina” tiene mayor antigüedad que Bolchevismo, Marxismo y Masonería...


¿Qué organización sería la que la inventara y construyera? ¿Por qué el judí*
Trotsky no lo dice? Y si hoy la delata es porque la que él y los suyos construyera»,
manejada hoy por Stalin, le ha cogido a él y a los suyos entre sus engranajes...
L E O N T R O T S K Y 5*

p ara ser interrogado, siempre en calidad de “ testigo” , en el


asunto del “ r a id ” de los fascistas. El juez de instrucción 110
se interesó apenas por los hechos; por el contrario, me inte­
rrogó durante dos horas sobre mi actividad política, mis rela­
ciones, mis visitantes. Largas disputas se produjeron sobre la
cuestión de saber si yo criticaba en mis artículos a otros Go­
biernos. Naturalm ente, no le contesté. El magistrado estim aba
que este modo de actuar estaba en contradicción con la obli­
gación que había contraído de evitar toda acción hostil contra
otros Estados. Respondí que los Gobiernos y los Estados no
pueden ser identificados. El régim en dem ócrata no considera
la crítica a un Gobierno como un ataque contra el Estado. De
lo contrario, ¿qué quedaría del parlam entarism o? Era la sola
interpretación sensata de la obligación que yo había contraído
de no tener en Noruega actividad ilegal clandestina. Y traté
de hacerle com prender que encontrándom e en Noruega, publi­
car artículos periodísticos en otros países no estaba de nin­
guna m anera en contradicción con las leyes de su país. El
juez tenía sobre este asunto otras ideas o, por lo menos, otras
órdenes, no muy inteligibles sin duda, pero, como vamos a ver,
suficientes p ara motivar mi internam iento.
Del palacio de Justicia fui conducido ante el Ministro del
ramo, que me recibió rodeado de sus altos funcionarios. Fui
de nuevo invitado a firm ar la dem anda de vigilancia policíaca,
muy ligeram ente modificada, que había rehusado firm ar ayer.
“ Si usted quiere detenerm e— le m anifesté— , ¿por qué quiere
que yo le a u to ric e ? ” Respondió el Ministro, con aire de enten­
dido, que entre el arresto y la libertad com pleta había una si­
tuación intermedia. “ Esto no puede ser más que una equivo­
cación o una trampa. ¡Yo prefiero el a r r e s to !” — decidí.
El Ministro me hizo esta concesión y dió en el acto las ór­
denes necesarias. Los agentes rechazaron brutalm ente a Er-
win Wolff, que me había acompañado hasta allí. Cuatro poli­
cías con uniform e me volvieron a conducir a Weksal. En el
patio vi a otros que, em pujando a van H eijenoort por los
hombros, lo echaron fuera. Mi m u je r salió alarmada. Se me
retenía en un coche cerrado, a fin de prep arar en la vivienda
nuestro aislamiento de la familia Knudsen. Los agentes ocupa­
ron el com edor y cortaron el teléfono. Eramos, pues, prisio­
neros. La dueña de la casa nos llevaba la com ida bajo la vigi­
lancia de dos policías.
El 2 de septiembre ^fuimos trasladados a Sundby, pueblo a
36 kilómetros de Oslo, en la orilla de un fiord. Debíamos pa­
sar allí tres meses y veinte días bajo la vigilancia de 13 p e í ­
d a s . Nuestro correo pasaba por la Oficina Central de Pasa: r-
tes, que lo retenía cuanto le venía en gana. Nadie era admi*id>.
para vernos. P ara justificar este régimen, contrario a la Cor --
titución noruega, el Gobierno tuvo que prom ulgar una ley e ; :>e-
5* STALIN Y SUS C RIM ENES

cial. En cuanto a mi m ujer, se la arrestó sin siquiera pretender


explicar el motivo.
Los fascistas noruegos podían cantar victoria. En realidad
no eran ellos los vencedores. El secreto de mi internam iento
era sencillo. El Gobierno de Moscú había amenazado con boi­
cotear el comercio noruego e hizo sentir seguidam ente por sus
actos la seriedad de esta amenaza. Los arm adores se precipi­
taron en los Ministerios: "Haced lo que queráis, pero dadnos
los pedidos soviéticos.' La flota m ercante del país, la cuarta
del mundo por su importancia, tiene en la vida pública un
puesto decisivo, y los arm adores hacen su política con cual­
quier Ministerio. Stalin usaba del monopolio del comercio ex­
terior para im pedirm e desenm ascarar su impostura. La finanza
noruega vino en su ayuda. Los Ministros socialistas dijeron
para justificarse: “ ¡No podemos sacrificar en favor de T rots­
ky los intereses vitales del país!" Tal fué la causa de mi
arresto.
Después de las revelaciones sensacionales de los fascistas,
ya conocidas las acusaciones de Moscú. Martín T ranm ael es­
cribía en “ L 'A rbeiderbladet” : “ Trotsky se ha atenido estric­
tam ente, durante su perm anencia en nuestro país, a las condi­
ciones que le habían sido im puestas a su llegada.”
Probablem ente no será superfluo hacer aquí una breve di­
gresión histórica. El 16 de diciembre de 1928, en Alma-Ata
(Asia Central), el encargado de una misión especial de la
G. P. U., llegado de Moscú, exigió que yo firmase el com pro­
miso de abstenerm e de toda actividad política y me amenazó
con medidas coactivas en el caso contrario. Yo escribí al Co­
mité Central: “Exigir que renuncie a toda mi actividad polí­
tica es exigir que yo renuncie a la lucha por los intereses del
proletariado internacional, lucha que sostengo sin cesar desde
hace treinta y dos años, es decir, desde el principio de mi
vida consciente... R enunciar a la actividad política sería re­
nunciar a preparar el m a ñ a n a ... En nuestro m ensaje al VI Con­
greso de la Internacional Comunista, escribimos nosotros, los
oposicionistas, previendo el ultim átum que me ha sido dirigido
hoy: “ Sólo una burocracia com pletam ente desmoralizada po­
dría exigir de los revolucionarios el abandono de su actividad
política. Y sólo despreciables renegados podrían consentirlo.”
No tengo nada que cam biar a estas palabras. ” En respuesta a
esta declaración, el “ Bureau P olítico ” decidió desterrarm e y
enviarme a Turquía. Yo pagaba, pues, con el exilio mi negativa
a renun ciar a la actividad política. El Gobierno noruego exigía
ahora que yo pagase mi destierro con el abandono de toda
actividad política. No, señores demócratas, yo no lo puedo con­
sentir.
En mi citada carta al Comité Central, expresaba la convic­
ción de que la G. P. U. se preparaba a detenerme. Me equivo­
L E O N T R O T S K Y 53

caba. El “ Bureau P olítico” se limitó a desterrarm e. Pero lo


que Stalin no se había atrevido a hacer en 1928, los “ socialis­
t a s ” noruegos lo hicieron en 1936. Ellos me detuvieron por
haber rehusado abandonar una actividad política. El órgano
oficial del Gobierno se justificó diciendo que los tiempos aque­
llos en que los grandes em igrados: Marx, Erigels, Lenin, podían
escribir lo que querían contra los Gobiernos de los países que
les daban asilo, se habían acabado.
* * *
Los prim eros días de internam iento, después de la extra­
ordinaria tensión nerviosa de aquella sem ana “ m oscovita” , nos
parecieron días de un reposo bienhechor. Resultaba magnífico
quedarse solo, sin noticias, sin telegramas, sin cartas, sin lla­
madas telefónicas. Pero desde que recibimos los prim eros
periódicos, el internam iento se convirtió en to rtu ra ... El pues­
to que ocupa la m entira en nuestra vida social es verdadera­
mente desconcertante. Los hechos más simples son siempre
los más deformados. Temible es la m entira servida por los
poderosos mecanismos gubernam entales, que se impone a todo
y a todos. Ya lo habíamos visto durante la guerra. No existían
todavía regím enes totalitarios. La m entira en sí conservaba
aún ciertos residuos de diletantismo y timidez. Estamos ya
lejos de aquello; hoy, en n u estra época, la m en tira es abso­
luta, completa, totalitaria, al servirse de los monopolios de
Prensa y radio que le proporciona el Estado moderno.
Nosotros fuimos, es verdad, privados de la radio durante
las prim eras semanas de n u estra detención. Estábamos bajo
la vigilancia del director de la Oficina Central de Pasaportes,
señor Konstad, al que la Prensa liberal calificaba cortésm ente
de semi-fascista. El unía_a su arbitrariedad y a sus caprichos
las m aneras más groseram ente provocantes. Preocupado por
la unidad del estilo policial, el señor Konstad estimó que la
radio era incompatible con el régim en de internamiento. Pero
al fin recibimos un aparato. Beethoven nos reconciliaba con
muchas cosas. Pero muy a menudo teníamos que oír a Goeb-
bels, Hitler, o a cualquier orador de Moscú. N uestra pequeña
habitación, baja de techo, se llenaba de pronto de ondas satu­
radas de mentiras. Los oradores de Moscú, hablando diversos
idiomas, m entían a diversas horas de la noche y del día, siem ­
pre sobre el mismo objeto: explicaban cómo y por qué yo ha­
bía organizado el asesinato de Kirov, sobre cuya existencia,
cuando él vivía, yo había pensado menos que en la de cualquier
general chino. El orador, invariablemente, ayuno de cieñe'a
y talento, ensartaba frases a las cuales sólo la m entira las daba
una relativa coherencia. “ Aliado de la Gestapo, Trotsky tiene
la intención de provocar la derrota de la dem ocracia e r F ran­
cia, la victoria del general Franco en España, la caí la del «o-
54 STALIN Y SUS C RIM ENES

eialismo en la U. R. S. S. y, ante todo, “ la pérdida de nuestro


grande, de nuestro genial, de nuestro bien a m a d o .. . ” La voz
del orador se tornaba lúgubre, aunque resultaba desvergon­
zada.
Stalin no busca de ningún modo la verosimilitud A este
respecto, él ha asimilado com pletam ente la técnica psicológica
de la propaganda, que consiste en sofocar la crítica bajo la
m asa de mentiras. ¿O bjetar? ¿D esmentir? Los argum entos no
hacen falta. En nueceros papeles, en nuestras memorias, tenía­
mos, mi m u jer y yo. dat' s inapreciables para desenm ascarar
las falsedades. Noche y día, nosotros recordábamos hechos,
miles de hechos, cada uno de los cuales bastaba para aplastar 4
cualquier acusación y "declaración espo ntán ea” . En Weksal,
antes del internam iento, había yo diciado durante tres días,
en ruso, un folleto sobre el proceso de Moscú. Yo no tenía
ninguna ayuda y ahora me fué preciso escribir a mano. Eso no
era la dificultad principal, pues m ientras anotaba mis obje­
ciones, examinando cuidadosamente los textos citados y los
hechos, m u rm u rab a mi fuero in te r io r : “ ¿Pero es que son dig­
nas de réplica tales in fam ias?...
Las rotativas! del mundo entero lanzaban en millones de pe­
riódicos las nuevas m entiras apocalípticas y el “ sp eak er” de
Moscú envenenaba el éter.
¿Cuál será la suerte de mi folleto? ¿Lo dejarán pasar?
N uestra situación era particularm ente penosa. El Presidente
del Consejo y el Ministro de Justicia se inclinaban visible­
mente por mi prisión completa. Los otros Ministros tem ieron
la resistencia de la opinión. Las preguntas que yo formulé para
saber qué derechos me restaban no tuvieron contestación. Si
al menos hubiera sabido que todo trabajo literario me estaba
prohibido, hubiera depuesto, m om entáneam ente, las arm as y
leído a Hegel. Pero no; el Gobierno no me prohibía nada en
términos absolutos. Se limitaba a confiscar mis manuscritos,
que yo enviaba a mi abogado, a mi hijo, a mis amigos. Des­
pués de haber trabajado duram ente en la redacción ele un do­
cumento, debía esperar im paciente la contestación del desti­
natario. Pasaba un a semana, dos a veces, y todo para que,
sobre las doce, se me presentase un sargento de la Policía tra-
yéndome un papel firmado por Konsland y que significaba
que tales cartas, tales documentos no podían ser expedidos.
El señor Konstand sólo ejercía su control sobre nuestra
vida espiritual (radio, correspondencia, periódicos). Nuestras
personas fueron confiadas a dos altos funcionarios de la Poli­
cía, los señores Askvig y Joñas Lie. El escritor noruego Helge
Krog, en el cual se puede confiar, les llamaba a los dos fascistas;
pero fueron más correctos que Konstad. Estos detalles no mo­
difican en nada el aspecto político del asunto. Los fascistas
intentaron un “ r a id ” en mi habitación; mas Stalin me acusa
L E O N T R O T S K Y 55

de aliado de los fascistas. P ara im pedirm e refu tar sus impos­


turas, obtiene de sus aliados social-demócratas mi incom uni­
cación. Y resulta que nos encierran a mi m u jer y a mí bajo
la vigilancia de tres funcionarios fascistas. La fantasía de un
jugador de a j e d r e z n o sería capaz de im aginar tal disposición
de las piezas.
Sin embargo, yo debía sufrir pasivam ente acusaciones tan
abominables. ¿Qué me quedaba por h acer? ¿Intentar la de­
m anda ante los tribunales contra los stalinistas y fascistas del
país, que me habían calumniado en la Prensa, para dem ostrar
al foro la falsedad de las acusaciones moscovitas? Pero, res­
pondiendo a mi tentativa, el Gobierno prom ulgaba el 29 de
octubre un a nueva ley de excepción, autorizando al Ministro
de Justicia para prohibir a cualquier “ extranjero internado"
toda acción judicial. N aturalmente, el Ministro se apresuró a
usar de su nuevo derecho. La p rim era ilegalidad justificaba
así la segunda. ¿Por qué tomó el Gobierno este camino tan
escandaloso? Siempre por la mism a razón. El pequeño perió­
dico “ c o m u n ista” de Oslo, el cual, aun ayer, prodigaba al Go­
bierno socialista áus pruebas de servilismo, ahora le dirigía
amenazas con una arrogancia inverosímil. Trotsky había aten­
tado “ al prestigio de los tribunales soviéticos” , lo que acarrea
a Noruega consecuencias económicas ta n fastidiosas” . ¿El
prestigio de los tribunales soviéticos?... El no podía sufrir que
yo lograse dem ostrar ante la justicia noruega toda la falsedad
de JaS3. acusaciones moscovitas. A esto era a lo que tem ía el
Kremlin. Yo intenté dem andar a mis calumniadores en otros
países: en Checoslovaquia, en Suiza... La consecuencia no se
hizo esperar: el Ministro de Justicia me informó el 11 de no­
viembre que me estaba prohibido entablar acciones judiciales
en todos los países. P ara defender mis derechos en otro país,
debía antes “ salir de N o ru eg a” . Estas palabras implicaban una
am enaza: la am enaza de expulsión, es decir, la de mi entrega
a la G. P. U. Y tal fué la interpretación que yo di a este docu­
mento en una carta dirigida a mi abogado en Francia, Gérard
Rosenthal. La cen sura noruega dejó pasar mi carta, confirm an­
do así su contenido. Mis amigos, alarmados, se dedicaron a
llam ar a todas las puertas en busca de un visado para mí. El
resultado de estos esfuerzos fué que las puertas del lejano Mé­
jico se me ab rie ro n ... Pero ya volveremos a hablar de eso.
Desde el 15 de septiem bre yo había intentado advertir a
la opinión pública, por la Prensa, de que, después del prim er
proceso, Stalin se vería obligado a m o ntar un segundo. Yo p re­
decía que, esta vez, la G. P. U. in te n ta d a trasladar su base de
operaciones a Oslo. Yo intentaba por tai medio cortarle su ruta,
para im pedir la segunda escena y h asla salvar probablemente
a los acusados. ¡En vano! Mi m ensaje fué confiscado. Escribí,
en form a de carta a mi hijo, contestando al folleto del ab ogado
56 STALIN Y SUS CRIMENES

inglés Pritt. Pero como “ este consejero de Su M ajestad” de­


fendía con celo a la G. P. U.. el Gobierno noruego se creía
obligado a defender al señor Pritt y retener mi obra. Escribí
a la Federación Sindical Internacional, recordándole, entre
otras cosas, el destino trágico del antiguo jefe de los Sindica­
tos soviéticos, Tomski, y exigiendo una intervención enérgica.
El Ministro de Justicia detuvo tam bién esta carta El nudo
corredizo se apretaba cada día más. Se nos privó pronto de los
paseos. Ningún visitante fué admitido. El escritor Helge Krog
notaba que el Gobierno se mostraba más y más rencoroso con­
tra aquéllos ante quienes se sienten c u lp a b le s ...” Guando yo
recuerdo hoy este período de internam iento. es preciso que
diga que nunca, en ninguna parte, en el curso de toda mi vida
— y he visto muchas cosas— . he sido perseguido con tan mise­
rable cinismo como por el Gobierno “ socialista” noruego. Du­
rante cuatro meses, estos Ministros, prodigando las gesticu­
laciones de la hipocresía dem ocrática, me apretaron la gar­
ganta para impedirme protestar contra el crimen más grande
que la Historia conoce (3 ).
ii

(3) “ El crimen más grande que la historia conoce." Espanta más aún que el
crimen el “ estado” del alma de Trotsky, Este hombre, que horrorizó al primer
Consejo de Comisarios bolcheviques con el terror que ce=ató y hubo de usar de
toda la autoridad de Lenin para poder seguir segando vidas inocentes a millares,
de lo cual en este y en sus escritos anteriores se ufana tantas veces...: este hom­
bre, ahora, le llama el “ crimen más grande de la historia” a la ejecución de Zi­
noviev, Kamenev y demás trotskistas. Para él, sólo crimen es el cometido en estes
hombres, ni uno solo de los cuales no estaba ensangrentado por infiinitos críme­
nes, cometidos por ellos cuando tenían el poder. Sólo es crimen, y el mayor, el
cometido por Stalin cuando es tan criminal como los criminales. No era ni es cri­
men el asesinar a millones de víctimas mermes, sin más delito que haber nacido es
otra “clase”.
Ni una vez en sus largos escritos Trotsky se conduele ni se arrepiente de la
exterminación de hombres y mujeres de la llamada burguesía. Sólo se contorsiona
y grita cuando mueren los suyos. Se diría que para él, como para todo marxista,
el que no lo es carece de calidad humana. Y así se explica que matar a la “clase”
no marxista no sea para ellos crimen, sino una necesidad fisiológica...
S¿L p u e r ta c e rra d a

El Gobierno había pensado juzgar dos semanas antes de las


elecciones a los fascistas que habían penetrado en m i casa.
Pero cuando yo fui detenido, el Gobierno hizo diferir el pro­
ceso hasta después de las elecciones, y el Ministro de Justicia
sólo vió en este asunto una “hazaña de pilluelos” . ¡ “ Santas re ­
glas de la eq u id ad !
El asunto pasó al Tribunal del distrito de Drammen. Fui
citado el 11 de diciembre en calidad de testigo. El Gobierno,
que no esperaba nada .bueno de mi parte, ni para él mismo
ni para sus amenazantes aliados de Moscú, exigió que la vista
se celebrase a “ puerta c e r ra d a ” . Los acusados estaban en li­
bertad. .“ T estig o ” y querellante, llegué rodeado de una docena
de policías. Los bancos del público estaban desiertos; los poli­
cías tom aron sitio allí. Los deplorables héroes del “ r a id ” noc­
turno se sentaron a mi derecha; ellos me escucharon con aten­
ción sostenida. Los bancos de la izquierda fueron ocupados
por 18 jurados, obreros y pequeño-burgueses. Detrás del T ri­
bunal, en fin, habían ocupado sitio los altos funcionarios. La
“ pu erta c e r r a d a ” me permitió responder a todas las cuestiones
con entera libertad. El Presidente no me interrum pió una sola
vez en el curso de mi declaración que, con la traducción del
alemán, duró cerca de cuatro horas. Yo no he recogido taqui­
gráficam ente estos debates, pero respondo de la exactitud
aproxim adam ente literal del texto siguiente, anotado inm edia­
tam ente después en un bosquejo preparado con anticipación.
Yo hablé bajo juram ento. Asumo toda la responsabilidad de
lo que dije. El Gobierno “ socialista” noruego ordenó la “ p uer­
ta c e r r a d a ” ; yo quiero abrir puertas y ventanas.
¿ /i torno al internamiento

Después de las preguntas sobre la identidad, el abogado dé


los fascistas empieza su interrogatorio.
— ¿Qué condiciones le habían sido im puestas al testigo a
su llegada a Noruega? ¿Ha cumplido el testigo sus com pro­
misos? ¿Cuáles fueron las causas de su internam iento?
— Acepté la obligación de no intervenir en la política no­
ruega y de no tener en este país una actividad hostil a otros
países. He cumplido estas obligaciones de un modo que no se
me puede reprochar. La Oficina Central de Pasaportes h a de­
bido adm itir que no me mezclaba en asuntos de este país. En
cuanto a los otros países, mi actividad era sólo la de un publi­
cista. Todo lo que he escrito tiene, es verdad, un carácter m ar­
xista y, por consecuencia^ revolucionario. Pero el Gobierno
conocía mis ideas cuando me concedió el visado. Mis obras y
mis artículos aparecen siempre con mi firm a y no fueron en
n ir^ u n a parte objeto de persecuciones.
-—¿El Ministro de Justicia no explicó al testigo el sentido
p-'eciso de sus obligaciones, durante sn estancia en W eksal?
— Recibí, efectivamente, poco después de mi llegada, la
«isita del Ministro de Justicia. Fué acompañado de M artín
Tranm ael, el jefe del Partido Obrero noruego, y del señor
Kolbjerson, periodista oficioso. El Ministro me decía, con una
tímida sonrisa, que él esperaba que en mi actividad no habría
espinas. La palabra "espina" no me pareció clara, pero como
el Ministro habla un alem án bastante malo, no insistí. Las co­
sas se presentaron así en cuanto al fondo: los filisteos reac­
cionarios se im aginaban que yo haría de Noruega una base
de operaciones para complots, transportes de armas, etc. So­
bre este aspecto yo tenía la conciencia tranquila, y podía dar
u los señores filisteos, a los “ socialistas” y a los otros toda
clase de seguridades. No pude pensar que las inadmisibles
“ espinas” se podían referir a la crítica política. Consideraba
a Noruega como un país civilizado y d em ó crata... Y no quiero,
ni hoy, renu nciar a esta opinión.
— ¿El Ministro de Justicia no advirtió al testigo que no le
era permitido publicar artículos de actualidad política?
— Una interpretación de este género hubiera parecido in­
conveniente al Ministro mismo. Soy un escritor político desde
hace cuarenta años. Esa es mi profesión, señores jueces y j u ­
rados, y esta profesión es el sentido de mi vida. ¿Podía el Go­
bierno exigir que yo pagase mi visado con la renuncia a mis
convicciones y al derecho de ex p resarlas? ... No; adem ás de
L E O N T R O T S K Y 59

esto, inm ediatam ente después, el señor Kolbjerson, periodista


oficioso, me pidió unas declaraciones para el “Arbeiderbla-
d e t ” . Yo accedí, y dirigiéndome al Ministro de Justicia, le dije:
“ ¿Pero no verán en esta entrevista una intromisión en la po­
lítica n o r u e g a ? .. . ” El Ministro, me respondió textualm ente:
“ Hemos concedido a usted un visado; es necesario que lo h a­
gamos conocer a nuestra opinión pública.” Eso parece que ya
estaba bastante claro. Yo dije entonces, en presencia de Mar­
tín Tranm ael y del Ministro de Justicia, y con su aprobación
tácita, que el .Gobierno soviético había prestado a Italia un
socorro criminal en el curso de la guerra italo-etíope; que el
Gobierno de Moscú había llegado a ser, en general, u n factor
conservador; que la casta dirigente de Moscú falsificaba siste­
m áticam ente la historia para hacerse en ella un sitio m ejor;
que la guerra será in e v ita b le ...” Y muchas cosas más. Dudo
que en esta entrevista al “A rbeiderbladet” , publicada el 26
de julio de 1935, se puedan encontrar rosas; pero las espinas
no faltan. Me permito recordar a ustedes que mi autobiografía
fué publicada hace unos meses por las Ediciones del Partido
Obrero. El prefacio de esta obra condena sin contemplación el
culto bizantino del “j e f e ” infalible, al arbitrario bonapartista
Stalin y su pandilla, y expresa la necesidad de derribar la casta
burocrática. Tam bién se dice en aquellas páginas que la lucha
contra el bonapartismo soviético es la causa de mi tercera
emigración. En otros términos, si yo renunciase a esta lucha,
no tendría necesidad de buscar la hospitalidad n o ru eg a... ¡Eso
no es todo, señores jueces y jurados! El 21 de agosto, una
sem ana antes de mi internam iento, publicaba el “A rbeiderbla­
d e t” una larga entrevista conmigo en la p rim era página, titu­
lada “ Trotsky dem uestra que las acusaciones de Moscú son
imaginarias y fab ricad as” . Hay que pensar que los miembros
del Gobierno leyeron mis revelaciones sobre las m entiras de
Moscú. La decisión de internam iento, tom ada una sem ana des­
pués, invocaba no esta entrevista de actualidad, conteniendo
solamente espinas, sino antiguos artículos míos publicados en
Francia y los Estados Unidos.
Por fin, puedo señalar el testimonio del Ministro de Asun­
tos Exteriores, señor Koht, que declaraba, una decena de días
antes de mi internam iento, que “ el Gobierno sabía sin nin­
guna duda que Trotsky continuaría escribiendo sus artículos
políticos; pero estimaba que debía continuar siendo fiel al
principio dem ocrático del derecho de asilo ” . El testimonio pú­
blico del Ministerio de Asuntos Exteriores impone un mentís
categórico al Ministro de Justicia, que ha expulsado b ru tal­
m ente de Noruega a mis dos colaboradores.
El abogado W .— ¿Cuál es la actitud del testigo respecto a
la IV Internacional?
6o STALIN F SUS CRIMENES

— Soy partidario de ella; en cierto sentido, soy el iniciador


de esa corriente internacional, y asumo la responsabilidad.
El abogado W .— ¿El testigo se dedica entonces al trabajo
revolucionario práctico?
— No es fácil separar la teoría de la práctica, y tal no es
de ningún modo mi intención.
El Presidente.— Es vuestro derecho. Usted puede rehusar
responder a las preguntas susceptibles de produciros perjuicio.
— ¡No lo puede haber, señor Presidente! Yo estoy dispues­
to a responder a todas las preguntas que usted quiera diri­
girme, de cualquier clase que sean. No quiero la “ puerta ce­
r r a d a ” ; todo lo contrario. Yo dudo que en toda la Historia se
pueda encontrar un a m áquina de fabricar calumnias com para­
ble en su potencia a la que está puesta <:n acción contra mí. El
presupuesto de esta organización se cifra en millones de oro.
Los señores fascistas y los pretendidos "co m u n istas” toman
sus acusaciones de la mism a fuente: la G. P. U. Su alianza
contra mí es un hecho que se observa a cada paso y notable­
mente en este proceso. Mis archivos dan uno de los mejores
m entís a todas las insinuaciones y calumnias que se me di­
rigen.
El Presidente.— Precise usted.
— Perm itidm e en trar un poco en de'alle. Mis archivos con­
cernientes a mi actividad desde enero de 1928 se encuentran
en el extranjero. Los docum entos más antiguos son en n ú ­
mero relativamente limitado. Pero en lo que se refire a los
últimos nueve años, todas las cartas que he recibido y las
copias de mis respuestas están a su disposición.
Yo he defendido durante cuarenta años, por la palabra y la
acción, las ideas del m arxismo revolucionario. Mi fidelidad a
esta doctrina está dem ostrada por toda mi vida y más particu­
larm ente por las condicion-s en las cuales hoy m e encuentro;
ella me ha valido m uch :>s enemigos. P ara paralizar la influen­
cia de las ideas que yo defiendo, mis enemigos buscan enne­
grecerm e personalm ente: quieren im putarm e el terrorism o in­
dividual o, lo que es peor, la inteligencia con la Gestapo...
Aquí, la maldad emponzoñada se vuelve necedad. Quien quie­
ra que tenga sentido critico y que conozca mi pasado y mi
presente no necesita ninguna indagación para descartar estas
sucias acusaciones. En cuanto a los que se sorprenden o dudan,
les propongo escuchar a los numerosos testigos, estudiar los
docum entos políticos más im portantes y notablem ente mis ar­
chivos de aquel período de mi actividad que la G. P. U. s?
esfuerza en ennegrecer. La G. P. U. se da exacta cuenta de la
im portancia de mis archivos y no repara en medios para con­
seguir adueñarse de ellos.
El P rocurador.— ¿Qué es lo qué usted se permite afirm ar?
— El 10 de octubre último escribía por segunda o tercera
L E O N T R O T S K Y 61

vez a mi hijo, que vive en P arís: “ No dudo que la 0- P. U. h ará


lo imposible para apoderarse de mis archivos. Te pido que con­
fíes inm ediatam ente los documentos depositados en París a
cualquier institución científica; por ejemplo, al Instituto Ho­
landés de la Historia Social o, m ejor aún, a alguna institución
a m e ric a n a ” (1 ).
Confiados una parte de los papeles al Instituto de Historia
Social, este Instituto fué inm ediatam ente robado. Los m alhe­
chores descerrajaron una puerta, trab ajaro n allí gran parte de
la noche, registraron todos los casilleros y no tom aron nada
de lo que había, salvo ochenta kilos de papeles que me p erte­
necían. Su m an era de actuar los desenm ascara tanto como si
el jefe de la G. P. U. hu biera dejado en el lugar del hecho su
ta rjeta de visita. Todos los periódicos franceses, salvo, n a tu ­
ralm ente, “ L’H u m an ité” , que es el órgano oficial de la G. P. U.,
han expresado en térm inos claros u oscuros la convicción de
que este asalto fué ejecutado por orden de Moscú. Rindiendo
justicia a la técnica de la G. P. U., la Policía parisina ha cons­
tatado que los ladrones franceses no disponían de un herra-,
mental tan perfeccionado. Por suerte, los agentes parisinos de
la G. P. U. se habían apresurado demasiado: el prim er envío
de papeles hecho al Instituto de Historia Social no com prendía
más que la veinteava parte de mis documentos depositados en
París, y se trataba, sobre jodo, de viejos periódicos que no te­
nían ningún interés histórico; los saqueadores no han cogido,
afortunadam ente, nada más que unas pocas cartas. Pero no
se detendrán por eso. Espero otros atentados, probablemente
aquí mismo, en Noruega. Me permito, en todo caso, llam ar la
atención de los jueces sobre el hecho de que la G. P. U. saquea
los locales que contenían mis papeles poco tiempo después de
h aber yo nom brado al Instituto de Historia Social en una carta
que ha pasado por la censura de la Oficina de Pasaportes. ¿No
tengo el derecho de suponer que la G. P. U. tiene agentes en
las oficinas noruegas que controlan mi correspondencia? Si
ello es así. el control se convierte en complicidad directa con
los saqueadores. La proeza parisina de los agentes de Stalin
me ha sugerido que la iniciativa del “ r a id ” de estos señores
(gesto hacia los acusados) podría tam bién pertenecer a la
G. P. U ...
El Presidente.— ¿Sobre qué basa usted tal suposición?
— Yo no hago más que form ular una hipótesis. Me he pre-

(1 ) Las declaraciones de mi hijo, hechas en la instrucción el 19 de no­


viembre de 1936, me hicieron saber que él había confiado al Ins:i-.u:o de
Historia social una parte de mis archivos antes de recibir mi car a del 10 de
octubre. Mi hijo se inspiraba en mis cartas anteriores, en las había
expresado varias veces, en forma menos categórica, es verdad. los mismos
temores.
STALIN Y SUS CRIMENES

guntado más de una vez: ¿Quién ha sugerido a estos jóvenes


la idea del “ r a id ” sobre mi casa? ¿Quién los ha provisto de un
aparato perfeccionado, de uso en el Ejército, para vigilar mis
comunicaciones telefónicas? Los nazis noruegos no son toda­
vía más que un grupo insignificante. He pensado prim eram ente
que la Gestapo buscaba por este medio descubrir a mis amigos
políticos de Alemania. Tengo todavía casi por segura su in ter­
vención en este asunto.
Desde los prim eros años de mi exilio he demostrado m u­
chas veces en mis escritos que la política de la Internacional
Comunista en Alemania preparaba la victoria de los nazis (1).
La famosa teoría del “ tercer período" estaba entonces en
boga. Stalin había parido esta fórmula:

L a social-dem ocracia y el fascism o son herm anos g em elo s y no ad­


versarios.

De los dos, la social-democracia fué considerada como el


enemigo más peligroso. Los stalinistas. en su lucha contra ella,
llegaron incluso a apoyar a Hitler (en el momento del plebis­
cito en P ru sia). Toda la política de la Internacional Comunista
no fué más que una serie de crímenes. Yo exigía el frente
único con la social-democracia. la creación de milicias obre­
ras, una acción seria y no teatral contra las bandas arm adas de
la reacción. Se pudo muy bien derrotar en los años 1929-1932
al movimiento hitleriano. Pero hubiera sido necesaria una po­
lítica de defensa revolucionaria y no de estupidez burocrática
y fanfarronadas. Los nazis -esuían con atención las disensio­
nes interiores de la clase obrera y se dieron perfecta cuenta
del peligro que presentaba para ellos una política valiente de
frente único. Se comprende muy bien, con relación a eso, que
la Gestapo haya intentado poner mano, con el concurso de
sus amigos políticos en Noruega, sobre mi correspondencia...
Pero otra explicación tam bién es plausible. La G. P. U., al pre­
parar el proceso de Moscú, no podía dejar de interesarse por
mis archivos. Organizar un " r a id ” de “ com u nistas” , eso sería
demasiado claro. Era más cómodo servirse de los fascistas. La
G. P. U. tiene agentes dentro de la Gestapo, así como la Ges­
tapo los tiene dentro de la G. P. U. Los unos, como los otros,
se han podido servir de estos jóvenes para la ejecución de
sus planes.
El acusado R. H. (con a r d o r) .— ¡No estuvimos en contacto
ni con la Gestapo ni con la G. P. U .!
— No he afirmado que los acusados sabían que se servían
de ellos.

(i) Stalin no se ha sentado por esta declaración en el banquillo de Nuremberg


y sí en el estrado...
L E O N T R O T S K Y 63

El abogado W. (presentando núm eros del “ B oletín” de la


oposición, publicado en ru s o ).— ¿Es el testigo el editor de esta
publicación? .
-—El editor en el sentido formal, no. Pero sí el colaborador
principal. En todo caso, asumo la entera responsabilidad de
esa publicación.
El abogado W .— ¿Está el “ Boletín” prohibido en Rusia?
— Evidentemente.
El abogado W.-—Sin ..embargo, aquí se dice que sus ideas
tienen num erosos partidarios en la U. R. S. S. Luego el testigo
se ha ocupado, durante su perm anencia en Noruega, de enviar
clandestinam ente el “ B oletín” a Rusia.
— Personalm ente, no me he ocupado de eso. Sin embargo,
no dudo que el “ B oletín” y sus ideas penetran en la U. R. S. S.
¿Cómo? Por vías muy distintas. Hay siempre en el extranjero
no centenares, sino millares de ciudadanos soviéticos: diplo­
máticos, representantes comerciales, marinos, hombres de ne­
gocios, técnicos, estudiantes, deportistas. Muchos de ellos leen
el “ Boletín” , en secreto, es verdad, pero con más placer que
la Prensa oficial soviética. Hasta he oído decir que Litvinov
lleva siempre en su bolsillo el último núm ero del “ B oletín” .
No lo afirmo, sin embargo, bajo la fe de ju ram en to ; no quiero
exponer a este diplomático soviético a molestias. (Sonrisas.)
Los grandes dignatarios del Kremlin son los abonados más fie­
les del “ B oletín” , con el cual tienen m uchas polémicas en sus
discursos; lo, que no quiere decir que tengan m ucha fortuna
en su dialéctica. Los ciudadanos soviéticos, al hallar sus dis­
cursos en la Prensa, se esfuerzan por leer entre líneas. Es poca
cosa en total, pero es algo. Yo aprovecho esta ocasión para
indicar que el “ B oletín” aparece desde hace ocho años, lapso
de tiempo que yo he pasado principalm ente en T u rquía y
Francia. Hasta 1933, apareció el “ Boletín” en Alemania. Hít-
ler lo prohibió desde su llegada al poder. En este mom ento
apareció en Francia, de conformidad con las leyes francesas
sobre la Prensa. El Gobierno turco, m anteniendo con el Krem­
lin las relaciones más amistosas, n u nca intentó rep rim ir mi
actividad literaria. El honor de esta iniciativa pertenece, des­
pués de Hítler, a los fascistas noruegos y al Gobierno noruego.
El abogado W. (presentando al testigo el núm ero 48 del
“ Boletín” ) .— ¿Es el testigo autor del editorial no firmado
de este núm ero?
— ¿El señor abogado se interesa por este artículo?
(Después de la lectura de los extractos del artículo, el
abogado W. presenta al testigo un libro publicado en francés:
L. Trotsky, “ Defensa del te rro rism o ” , París, 1936.)
El abogado W .— El prefacio de este libro, fechado en
1936 y, por consecuencia, escrito en Noruega, ¿pertenece al
testigo?
64 STALIN Y SUS CRIMENES

— La cuestión es superflua: el prefacio está firmado y fe­


chado. El libro fué escrito en 1919 y apareció entonces en va­
rios idiomas. El origen de esta obra es el siguiente: el teórica
de la II Internacional. Ivarl Kautsky había escrito un libro con­
tra el “ te rro rism o ” de los bolcheviques. Tomé la defensa de
mi partido. No se tratab a de terrorism o individual, que, como
marxistas, nosotros hemos rechazado siempre, sino de la ac­
ción revolucionaria de las masas. Yo no sé si este libro es cri­
minal o no; pero el Ministro de Justicia actual, el Presidente
del Consejo y otros m iembros del Gobierno noruego p erte n e­
cían a la Internacional Comunista precisam ente en la época en
que esta obra fué publicada. Todos ellos la han leído. Otra
cosa sería saber lo que lian retenido y com prendido...

EL PROCESO DE MOSCU
(Después de la suspensión de la audiencia por una media
hora, el abogado W. hace al testigo una p regunta concernien­
te al “ Proceso de los Dieciséis '. El P rocurador estima que la
cuestión es extraña a la causa, tanto más que el “ r a id ” de los
fascistas sobre la m orada de Trotsky tuvo lugar antes de que
el proceso de Moscú fuese anunciado. El Presidente opina en
el mismo sentido.)
— Insisto con todas mis fuerzas ante el Tribunal para que
al señor abogado se le perm itan form ular todas las preguntas
que le parezcan útiles en lo referente al proceso de Moscú,
Es verdad que este proceso tuvo lugar después de la agresión
de que he sido objeto. Pero es posible que la agresión no fuera
más que un episodio de la preparación del “ Proceso de los Die­
ciséis” , lo mismo que el robo de mis papeles en París forma
parte de la preparación para el nuevo proceso (contra Radek,
Piatakow, etc.).
El Presidente.— Estando el testigo dispuesto a responder a
las preguntas, el Tribunal no se opone.
El abogado W .— ¿Qué puede decir el testigo sobre las cau­
sas de este proceso?
— La cuestión está planeada en térm inos muy oscuros. Es­
tamos ante un Tribunal. El abogado es un jurista. El no encara
las causas. La p regun ta debe ser form ulada con precisión: ¿Las
acusaciones hechas contra mí en el proceso de Moscú son
verdaderas? Yo respondo: ¡No, .son m entiras! ¡No contienen
ninguna palabra de verdad! Y no se trata de un error judicial,
sino de una im postura consciente. La G. P. U. ha preparado
este proceso durante diez años por lo menos. Es decir, ella
empezó la preparación mucho antes de que fuera asesinado
Kirov, hecho que sólo fué un “ ac c id e n te ” en el curso de esa
preparación. Yo he tomado la mism a parte en el asesinato de
Kirov que cualquier persona aquí presente. ¡Más aún, señores
L E O N T R O T S K Y 65

jurados! El organizador responsable de la im postura judicial


de Moscú, de este crim en político, el más grande de n uestro
tiempo y probablem ente de todos los tiempos, es Stalin. (En
la sala reina una atención concentrada.) Tengo conciencia de
la gravedad de mis palabras y de la responsabilidad que asu­
mo. Peso cada palabra cuidadosamente.
Por decenas de miles, los pretendidos trotskistas han sido
duram ente perseguidos en la U. R. S. S .; en el curso de los
trece últimos años, han sido arrancados de sus trabajos, de
sus familias, privados del fuego y asesinados...; ¿y esto podría
tener por causa una rivalidad personal entre Stalin y yo? “ La
revolución traicion ada” , ese libro que tanto ha mencionado el
señor abogado, fué escrito antes del proceso de Moscú, de
cuyo proceso da, según opina la Prensa, un a explicación polí­
tica e histórica verdadera. No podré hablar aquí más que muy
brevemente. Yo me doy cuenta del estupor de u n extranjero,
y sobre todo si es un jurista, ante el proceso de Moscú. En
efecto, es imposible adm itir que toda la vieja guardia del bol­
chevismo se haya vuelto fascista. El curso del proceso parece
una pesadilla. Y no se com prende qué necesidad ha tenido el
Gobierno soviético de esta fantasm agoría, ni cómo ha conse­
guido de los acusados que ellos mismo se acusen falsam ente.
Perm itidm e decir que no es posible abordar el proceso
de Moscú con los criterios habituales del buen sentido. El
buen sentido se apoya sobre la experiencia cotidiana de lai
vida normal y pacífica. Ahora bien. Rusia ha hecho u na revo­
lución social de una am plitud inmensa. Está todavía m uy lejos
de haber adquirido un nuevo equilibrio interior. Las relaciones
sociales, lo mismo que las ideas, están allí todavía efervescen­
tes. Conviene, ante todo, darse cuenta de la contradicción fun ­
dam ental que destroza hoy la sociedad soviética.
E l objeto de la rev o lu ció n era establecer una sociedad sin clases,
es decir, sin p rivileg io s y sin desheredados. U na sociedad de este g é ­
nero no habría tenido necesid a d de la co erció n del E sta d o. L o s fu n ­
dadores d el régim en suponían que todas las fu n c io n e s sociales estarían
cum plidas por los m ism os ciudadanos, sin burocracia profesiona l, do­
m inando el c o n ju n to d e ciudadanos. D iversas causas históricas de las
cuales no ha b la ré, aquí, han hecho que la estructura real de la so cie­
dad soviética de hoy esté en contra d icción fla g ra n te con tal ideal ( 1 ) .

Una burocracia absolutista se ha erigido sobre el pueblo.

(1) Hemos subrayado el párrafo. Trotsky logra en él una síntesis per:e;:a ce


lo que el “ trotskismo” intenta. En la primera parte del párrafo está ex:rac:aca
la u t o p í a , llamándola “ i d e a l ” . . . , ese “ ideal” de la “ s o c i e d a d s i n c l a s e s . t-
le g io s y s in d e s h e r e d a d o s " ..., “ s o c ie d a d s in la c o e r c ió n d e l E s t a d r . E;:o
lo dice él, fundador del Estado Soviético, quien usó del poder e ir.íu-": e'. Terror
más inhumano...
3
66 STALIN Y SUS CRIMENES

Ella tiene el poder y dispone de las riquezas del país. Ella re ­


úne privilegios inauditos, que se acrecientan cada año. La si­
tuación de la casta dirigente es falsa en su base. Esta casta
está obligada a disimular sus privilegios, a m entir al pueblo,
a justificar con la ayuda de fórmulas comunistas las medidas
y hechos que no tienen nada que ver con el comunismo. El
aparato burocrático no perm ite a nadie llamar las cosas por su
nombre. Exige, por el contrario, que se use en todas circuns­
tancias un lenguaje ' com un ista” convencional, que sirve para
“ c a m u fla r” la verdad. Las tradiciones del Partido y sus esta­
tutos fundam entales están en contradicción absoluta con la
realidad. La oligarquía gubernam ental obliga desde siem pre a
los historiadores, economistas, sociólogos, profesores, m aes­
tros, agitadores y jueces a interpretar los documentos y la rea­
lidad, el pasado y el presente, y a poner de acuerdo la realidad
con las ideas, lo que logran más o menos en apariencia. La
m en tira obligatoria penetra en toda la ideología oficial. Las
gentes piensan una cosa y escriben y dicen otra. La diferen­
cia entre la palabra y la realidad se agranda sin cesar; los dog­
mas más sagrados deben ser revisados cada año. Consultad
las diversas ediciones de un mismo libro, por ejemplo de una
enciclopedia, y allí veréis vosotros form ular sobre las mismas
personas, sobre los mismos hechos, los más opuestos juicios
en cada nueva edición. Cuantos más elogios hay en una, tantas
míás injurias hay en otra. Bajo el “ k n u t ” de la burocracia,
miles de hom bres ejecutaron sintem áticam ente una obra de
falsificación “ científica". Toda veleidad de crítica y de obje-

Pero ahora que es su adversario Stalin quien manda como tirano y un terror
igual impone, siendo el Zar con más poder que Rusia conoció jamás y su buro­
cracia es infinitamente más grande que la exterminada aristocracia, chocando así
la realidad con el i d e a l . . . , el bien posible que se podría obtener de la ejemplaridad
staliniana, es lo que la Secta y Trotsky quieren frustrar... Muchos, millones de
sinceros comunistas, viendo la realidad monstruosa del Estado Soviético, “ su con­
tradicción flagrante con el ideal ”, hubieran regresado a su Dios y a su Patria,
convencidos de que la única realización posible de la “utopía anarco-comunista del
marxismo” es la de Stalin, que si ha instaurado el terror integral ejercido por un
Estado-policía totalitario ha sido por una necesidad absoluta. El Comunismo es
en esencia en absoluto antinatural. El hombre no lo acepta, por ser antitético a
su s e r y e s t a d o individual y social. Imponer el Comunismo, aunque sea embriona­
rio y hasta mentido, como es el comunismo staliniano, sólo es posible por la vio­
lencia y el Terror. Ante esa evidencia tan abrumadora, frente a la tiranía, el te­
rror y la arbitrariedad, retrocederían millones de ilusos y engañados... Pero ahí
está Trotsky, ahí está su Secta, cerrándoles el paso en la huida... para gritarles
que el c o m u n is m o s ta lin ia n o e s m a lo por no ser c o m u n is m o ...; que e l id e a l so ñ a d o
será el tr o ts k is m o Y así lo hacen, porque mientras la utopía ideal
q u ie n lo r e a l i c e .
realizable crean esos hombres, podrán ser mandados y obedecerán ciegamente.
Esperarán que un día su “ ideal” lo podrán realizar. Nada importa que Trotsky
fuera tan malvado como Stalin cuando tenía el mando... Ni, desde luego, impor­
tará que si Trotsky volviera de nuevo al poder su dictadura, también por nece­
sidad, sería tan feroz como la actual... Esto tampoco importaría, porque, ya en
el poder, el engañado que quiera puede intentar retroceder, que la pistola en su
nuca le dictará cuál es el auténtico “ ideal”...
L E O N T R O T S K Y 67

ción, la m enor disonancia, son consideradas como crim en abo­


minable. Se puede decir, sin tem or a exagerar, que la bu ro­
cracia ha penetrado como su espíritu inquisitorial ( 1 ) en toda
la atm ósfera política de la U. R. S. S. La m entira, la calumnia,
la falsedad, no son más que arm as ocasionales contra los ad­
versarios políticos; pero denotan orgánicam ente la falsa situa­
ción de la burocracia en la sociedad soviética. La Prensa de la
Internacional Comunista, tal como la conocéis, sólo es, en este
aspecto, una sombra de la Prensa soviética. Pero la realidad se
hace sentir a cada paso, com prom ete la m entira oficial y reh a­
bilita la crítica de la oposición. De ahí la necesidad de recu ­
rrir a medios cada vez más y m ás enérgicos para dem ostrar la
mfalibidad de la burocracia. Se comienza por relevar a los de
la oposición de sus funciones, luego se les deporta y se acaba
por negarles todo trabajo. Se les hace objeto de calumnias
más y más envenenadas. Los artículos de polémica tenían ya
cansado al público y no inspiraban ninguna confianza: eran
precisos procesos sensacionales. Sólo era preciso para ello acu­
sar a los de la oposición de crímenes, 110 contra los privilegios
de la nueva aristocracia, sino contra los intereses del pueblo.
A cada nueva etapa, las acusaciones de este género tomaban
un aspecto más monstruoso. Tal es la atm ósfera política, tal
es la psicología crucial que han hecho posible la fantasm agoría
judicial de Moscú. En el proceso de Zinoviev, la burocracia
ha alcanzado su apogeo o, m ejor dicho, ha caído en lo más
b a j o . ..
Si este proceso se p reparaba desde hace m ucho tiempo,
muchas cosas nos obligan a pensar que fué escenificado algu­
nas semanas, acaso meses, antes de lo que se proponían los
directores de. escena. La im presión producida por el “ r a id ” de
estos señores— los acusados de aquí— contrariaba demasiado

(1) “ Inquisitorial” ... Esta palabra y todos los derivados de “ Inquisición" se


repiten muy profundamente en las páginas que siguen. A l leerla en ésta por pri­
mera vez, estuvimos a punto de tacharla, para sustituirla por otra más justa y apro­
piada. Pero pensándolo mejor, la dejamos tal y como T ro tsky la escribiera. Una
razón muy poderosa nos hizo transigir con la inexactitud histórica del significado
que T rotsky le asigna. La palabra Inquisición ha sido, a través de siglos, el “ slo­
gan ” de la “ máquina internacional de la calumnia” ; ella llegó a ser el adjetivo
más oprobioso para España. E l tópico de “ la España inquisitorial” saturó los ce­
rebros de todo el universo, incluyendo los de la propia España. Y se llegó, por el
artificio de la propaganda ■ — repetición y sugestión— a infundir a la palabra “ in­
quisición” tal emoción, que hizo imposible un raciocinio dirigido a la verdad. U n
muro de horror universal barrió para siempre la recta trayectoria de todo juicio
objetivo. Y habiendo hecho la mentira masónico-judía de la palabra “ inquisición”
el sinónimo de T error y H orror, umversalmente aceptado, y esgrimido contra nos­
otros como arma mortal a través de los siglos... ahora que hiere con verdad plena
su significado a los mismos que lo invetnaron, que ahí quede la palabra “ inquisi­
ción” , evocando T erro r y H orror en la conciencia dé las gentes. Que. ahora
la palabra tiene rima con la cosa por ella representada: con la “ Inquisición'' -' ■
niana. H iera la daga envenenada a quienes la fabricaron y esgrimieron.
68 STA LIN Y SUS CRIMENES

las miras de Moscú. La Prensa de todo el mundo hablaba, no


sin razón, de las relaciones entre los nazis noruegos y la ¡Ges­
tapo. Un proceso iba a tener lugar, en el curso del cual se reve­
laría con toda su gravedad el antagonismo que me opone a los
fascistas. Debía ser borrada la impresión de esta em presa des­
dichada. Stalin exigió a la G. P. U. que el proceso de Moscú
fuera apresurado. La; informaciones oficiales dem uestran que
las “ declaraciones " mas im portantes fueron obtenidas de los
acusados en el curs de la últim a semana de instrucción, en
las mismas vísperas del proceso, entre el 7 y el 14 de agosto.
E ra difícil hacer concordar perfectam ente las declaraciones
entre sí y ellas con los hachos. Los directores de escena debie­
ron contar, además, con la repentización de los acusados para
rellenar las lagunas de ■ acusación. Desde el mom ento que
los 16 acusados se cor.rosaban culpables del asesinato de
Kirov y de la preparación de otros atentados, y algunos de
ellos añadían que, además, estaban en relación con la Gestapo,
¿por qué el procurador se había :e preocupar de pruebas su-
perfluas y de descartar las contradicciones groseras, los ana­
cronismos y los absurdos? La ausencia de crítica adormece la
aten ció n ; la irresponsabilidad engendra la incuria. El procu­
rador Vichinskv no solamente esbá des: : jado de todo escrúpu­
lo, sino tam bién de todo 'alentó. El reemplaza la prueba por el
insulto. Su acta de acusación y su requisitoria acum ulan con­
tradicciones aquí. Mi hijo mayor. León Sédow: que el Borgia
moscovita ha mezclado en es : —unto para llegar por él hasta
mí, ha publicado recientem ente en París un “ Libro r o jo ” , con­
sagrado al proceso de Moscú Las 120 páginas de este docu­
mento hacen resaltar plenam ente la inconsistencia total de la
■acusación frente a los hechos, frente a la psicología y frente
a la política. Mi hijo no ha podido aprovechar la décima parte
de los documentos de r : e yo dispongo (cartas, testimonios,
recuerdos personales . Ante cualquier Tribunal, los acusado­
res de Moscú hubieran sido desenmascarados como falsifica­
dores a los que ningún crim en ha de detener cuando se trata
de defender los intereses ele la nueva casta privilegiada.
Se encuentran en Occidente juristas (en Inglaterra, el se­
ñor P ritt; en Francia, el señor R osenm ark), que son abogados
de Stalin. Los P ritt en sa ñ a n a la opinión pública, presentan ­
do las cosas como si 16 personas, sospechosas de pertenecer
a una banda de m alhechores, hubieran pasado de sus declara­
ciones, a pesar de la carencia de pruebas materiales, a propor­
cionar un retrato convincente de la preparación del asesinato
Kirov y otros atentados. En realidad, los acusados y los grupos
de acusados del “ Proceso de los Dieciséis” no estuvieron uni­
dos entre sí por el “ afaire Kirov” ni por ningún otro. Los docu­
mentos oficiales nos dicen que 104 “ guardias blancos” , reco­
nocidos como autores y cómplices del asesinato de Kirov, fue­
L E O N T R O T S K Y 69

ron fusilados; después se fusiló a 14 personas más, acusadas


falsam ente o con razón de p ertenecer al grupo de Nicolaiev
que había matado a Kirov. El asunto Zinoviev-Kamenev es cosa
particular de Stalin, organizado sin relación con los preceden­
tes del proceso Kirov. Las “ declaraciones” de los 16, obteni­
das en fases sucesivas, tampoco lo m uestran. Al contrario, se
ven los acusados, dirigidos por el acusador, eludir con cuidado
todas las cuestiones de tiempo y lu g a r... Acaban de m ostrarm e
aquí el informe oficial del proceso de Moscú. ¡Pero este peque­
ño libro abrum a, en realidad, a los organizadores de tal im ­
postura judicial! De página a página, los acusados denuncian
sus propios crímenes, sin poder decir nada preciso. No tienen
nada que decir, señores jurados, porque no han cometido crí­
menes. Sus declaraciones debían perm itir a la pandilla diri­
gente exterm inar a sus adversarios, incluyéndome a mí, su
“ enemigo núm ero u n o ” .
¿Qué razones podían tener entonces los acusados para car­
garse de crímenes que no habían cometido en absoluto y oca­
sionar así su propia perdición? ¿Han hecho los acusados libre­
m ente sus declaraciones y por su propia voluntad? D urante
años enteros han estado apretando cada vez más el tornillo
que los estrangulaba, para no dejarles al final otra esperanza
de vida que a costa de u na sumisión absoluta, u na postración
total, un servilismo histérico; y en presencia del verdugo de­
bieron repetir sus mismas palabras y gestos muchas veces. ¡La
capacidad de resistencia del sistema nervioso del hom bre es
limitada! La G. P. U. no necesita torturas físicas o m edicación
especial para conseguir que los acusados sólo traten de salvar
su vida; una situación intolerable los lleva a un a complacencia
sin límites y a calumniarse a sí mismos. No se puede explicar
la pesadilla de las “ declaraciones” si no se pierde de vista
un solo instante que estos acusados abjuraro n m uchas veces
sus convicciones en el curso de los años precedentes: ante la
Comisión de Control del Partido y, por fin, ante el Tribunal.
Cada vez que se lo exigían, confesaban precisam ente lo que
sus enemigos querían que confesasen. Fué prim ero sobre cues­
tiones del programa. La oposición luchó mucho tiempo por la
industrialización y colectivización de la agricultura. Pero, obli­
gado Stalin a .to m a r el camino indicado por la oposición des­
pués de haberse resistido m ucho tiempo, su burocracia acusó
a la oposición de haberse opuesto a la industrialización y co­
lectivización (1 ). ¡Eso es toda la m ecánica del stalinismo! La

(1) Efectivamente, este Trotsky, plañidera doliente hoy del Terror staliniano,
cuando cae sobre sus gentes, fué quien proyectó antes que nadie la “ colectiviza­
ción de la agricultura”. Esa palabra, de apariencia tan inofensiva, representa la
matanza y la exterminación más grande que registra la historia. Stalin arrancó a
millones y millones de campesinos de sus aldeas y sus tierras. Deportó, trasplantó
70 STALIN Y SUS CRIMENES

posibilidad de esta m aniobra se debía a que las ideas de la


oposición sólo eran conocidas por algunas decenas, centena­
res o millares de personas, porque, la burocracia impidió ine­
xorablem ente la difusión de nuestros escritos. Un largo y dolo­
roso regateo se desarrollaba siempre tras los bastidores entre
los arrepentidos y los funcionarios de la G. P. U. “ ¿Qué falta
debo reconocer y de qué m a n e r a ? ’’, se veía precisado a pre
guntar el de la oposición a la Comisión de Control. La b u ro ­
cracia, en su lucha por el poder absoluto, exigía del militante
ya arrepentido-— que había renunciado al derecho de crítica—
nuevas abjuraciones más hum illantes todavía. A la prim era ten­
tativa de resistencia, el inquisidor replicaba: "¡Entonces'todos
vuestros arrepentim ientos hasta ahora no fueron sinceros!
¡Ustedes no quieren ayudar al Partido a com batir a sus ene­
migos! ¡Ustedes vuelven a ponerse al otro lado de la barrica­
d a ! ” ¿Qué podían todavía hacer los capitulantes, quiero decir
los disidentes de ayer, que ya se habían calumniado a sí mis­
mos? ¿Resistir? Demasiado tarde. La vuelta a la oposición les
era imposible. La oposición no podía confiar en su sinceridad.
Además, no tenían ya voluntad política. Anonadados por sus
abjuraciones anteriores, siempre amenazados, se arrodillaron
más y más en cada etapa, bajo la presión policíaca, cayendo
más y más bajo. En el prim er proceso Zinovier-Kamenev, los
acusados, después de haber sufrido las peores torturas m ora­
les,' consintieron en reconocer que la responsabilidad moral
de los actos terroristas les correspondía a ellos, en su .calidad
de ex-miembros de la oposición. Esta confesión sirvió a la
G. P. U. de punto de partida para otra acción. La P rensa ofi­
cial exige desde entonces— a una señal de Stalin— su senten­
cia de m uerte. La G. P. U. organiza ante el Tribunal m anifes­
taciones de masas en las cuales grita: “ ¡Muerte a los asesi­
n o s!” Así se prepara a los procesados para nuevas declaracio­
nes. Kamenev resistió mucho más tiempo que Zinoviev. Se hizo
para él, el 27 de julio de 1935, un nuevo proceso a puerta
cerrada, para que creyese que su única esperanza de vida po­
día conseguirla m ediante una declaración dictada por los po­
derosos. Aislado del mundo exterior, sin confianza interior,
sin perspectivas, sin un rayo de luz, Kamenev fué quebrado.
Los acusados que continuaron, a pesar de estas torturas sin
nombre, defendiendo su dignidad, eran fusilados por la G. P. U.
sin juicio ni publicidad. Tal es la realidad, señores jurados.
Todo lo restante no es m ás que m entira y mixtificación...

y esclavizó a una masa ingente. Murieron en las marchas de miles de kilómetros,


en los campos de trabajos forzados boreales y en los canales tal cantidad de hom­
bres, mujeres y niños, que las cifras espantan. Pues T rotski fué quien inventó ésa
“ colectivización” ,, llegando a proponer la “ m ilitarización” de todos los campesinos
soviéticos, en evitación de toda posible resistencia.
L E O N T R O T S K Y 71

En 1928. después de las prim eras detenciones en masa dentro


del Partido, la burocracia no se atrevió a suprim ir físicamente
la oposición. Sin embargo, no se podía esperar que retro c e­
diera. Yo continuaba en la deportación, dirigiendo la lucha.
La pandilla dirigente no encontró otra solución que d esterra r­
me y expulsarme al extranjero. En la sesión del “ Bureau Po­
lítico” , Stalin dijo:
E n el extra n jero , T ro tsk y estará aislado; tendrá que colaborar en
la prensa burguesa y eso nos perm itirá com p rom eterle. L a socia l-d em o­
cracia tomará su defensa, y nosotros lo desacreditarem os a los ojos del
proletariado m undial; y cuando haga revela cion es l& denunciarem os
com o u n traidor.

Pero este astuto cálculo careció de perspicacia. Un Con­


greso m undial de la IV Internacional se ha celebrado. Nuestro
movimiento crece de día en día; en tanto, la Internacional 1
Comunista es presa de turbación y confusión. El crecimiento
de la IV Internacional constituye p ara él un peligro grave,
pues su prestigio p enetra más y más en la U. R. S. S. En fin,
la pandilla dirigente teme sobre todas las cosas a las tradi­
ciones aun vivas de la Revolución de Octubre, inevitablemente
hostiles a la nueva casta privilegiada. Todo ello explica por
qué Stalin y su grupo no cesan ni un solo instante de comba­
tirme personalm ente. Desde hace trece años, toda abjuración
debe contener una acusación contra mí. Declaraciones indi­
viduales y colectivas de este género se pueden contar por de­
cenas de miles. Sin condenar a Trotsky, sin calum niar a Trots­
ky, nadie pudo pensar en reingresar en el Partido; es decir, en
obtener un pedazo de pan. Año tras año, las abjuraciones se
tornaban más y más humillantes, las injurias contra Trotsky
más groseras, las calumnias más em busteras. Por estos g ra­
dos llegaron a su desmoralización— y lam ento de nuevo decla­
rarlo a puerta cerrada— ¡es Stalin! El reciente proceso no nos
ha caído del cielo. ¡Oh, no! Resume una larga serie de falsas
abjuraciones dirigidas contra mí. Cuando Stalin comprendió
el error que había cometido desterrándom e, intentó repararlo
por esos métodos que le son propios. La im postura judicial que
ha dejado estupefacta a la opinión pública, en realidad, no es
más que una escena inevitable en un a larga serie de actos.
Estaba prevista y públicam ente anunciada.
El reciente proceso de Moscú se fundó sobre una acusa­
ción de terrorismo. En cuanto a mí, señores jurados, haría la
propaganda y ejercería el terrorism o individual si lo creyera
capaz de contribuir a la liberación de la Humanidad 1 .

(1) La “ m oral” de T rotsky queda por él revelada. Es un terror:-:^ 7 i O r i ­


ficación del terrorismo, esa “ liberación de la Humanidad” , es un sr-Sstr-a. El te­
rrorismo, el asesinato, aceptado en ética, sólo puede llevar no a la '.iberaciá:. sino
72 STALIN Y SUS CRIMENES

Mis enemigos me han acusado y perseguido siempre a cau­


sa de esta idea que expreso. Pero nadie, hasta hoy, me h a acu­
sado de ocultar mis ideas. Si yo me opongo invariablemente
contra el terrorism o individual— y eso no es desde ayer, sino
desde los prim eros días de mi actividad revolucionaria— es
porque lo considero no solamente ineficaz, sino funesto para
el movimiento obrero. Dos partidos terroristas, conocidos en
todo el mundo, hubo en Rusia, la Narodnaya Yolia (La Volun­
tad del Pueblo) y el Partido Socialista-Revolucionario. Los
marxistas rusos nos hemos formado un tanto como partido de
masas en el curso de la lucha intransigente contra el terroris­
mo individual. Nuestro argum ento principal era que el terro ­
rismo individual desorganiza más el partido revolucionario que
al Gobierno. No es sin motivo por lo que la burocracia bona-
partista de la U. R. S. S. busca ávidamente los atentados y
hasta los inventa para im putárselos a sus adversarios políticos.
El asesinato de Kirov no ha disminuido un solo instante el
poder de la burocracia; al contrario, él ha proporcionado la
posibilidad apetecida de exterm inar a centenares de hombres
que teme, de cubrir de cieno a sus adversario? y de sem brar
la turbación en la conciencia de los obreros. Los resultados de
la aventura de Niolaiev lo ha confirmado.
Si las tendencias terroristas se propasan en ciertos secto­
res de la juventud soviética no es a consecuencia de la activi­
dad política de la oposición, sino, al contrario, por la derrota
de la oposición: por la sofocación de todo pensamiento, de
toda protesta: por efecto de la desesperación y de la cólera.
La G. P. U. capta muy ávidamente toda tendencia al terro ris­
mo, la cultiva, y crea bier. pronto u na especie de organización
clandestina, en la cual, el desdichado terrorista está rodeado
por todas partes de agente? provocadores. Tal fué el caso de
Nicolaiev. Los docum ent s oficiales publicados hacen resaltar,
a poco que se estudien, que Jagoda, Stalin y Kirov mismo fue­
ron informados de la preparación de un atentado en Lenin-
grado. T rataba la G. P. U. de implicar en él a todos los jefes
de la oposición, de descubrir luego el complot el día antes del
hecho y de aprovechar el beneficio político. ¿Nicolaiev era un
agente de la G. P. U.? ¿Tenía dos caras? Yo no lo sé. Tiró, en
todo caso, sin esperar que Stalin y Jagoda hubieran tenido
tiempo de hacer en trar en juego a sus adversarios políticos.!
Desde los prim eros mese? de 1935 yo desenmascaraba, fun­
dándome sólo sobre los documentos oficiales, la provocación
policíaca en el asunto Kirov. (Publiqué un folleto titulado “ El
asesinato de Kirov y la burocracia soviética” .) Escribí que el

a la esclavización. Además, es un disfraz hipócrita; pues, según su tesis general,


Stalin oprime a la Humanidad... Luego, usar el terrorismo contra él es un acto
de “ moral” trotskista.
L E O N T R O T S K Y 73

“ja q u e ” de esta intriga, que costó la vida a Kirov, lejos de


frenar a Stalin, le obligaría a m ontar un caso todavía más
grande. No había necesidad para preverlo del don de la pro­
fecía: era suficiente conocer las circunstancias, los hechos y
los h o m b res...
Del asesinato de Kirov la G. P. U. no pudo sacar, como ya
he indicado, más que una v entaja: todos los acusados de la
oposición confesaron— bajo la amenaza del revólver— que les
correspondía una responsabilidad moral en el atentado. Stalin
decidió explotar el cadáver de Kirov. La G. P. U. aprovechó
periódicam ente este cadáver para nuevas acusaciones, nuevas
declaraciones, nuevas ejecuciones... Después de una nueva
preparación psicológica de dieciocho meses, durante la cual los
acusados más im portantes estaban todos en prisión, la G. P. U.
les presentó su u ltim átum : era necesario que ellos ayudasen a
hacer elevar hasta Trotsky la acusación del terrorismo. La
cuestión no fué planteada hasta la instrucción del “ Proceso de
los Dieciséis” . “ Ustedes no son ya peligrosos— se les dijo a
Zinoviev, a Kámenev y a los demás presos— ; pero Trotsky no
se ha rendido. El nos combate en el terreno internacional. La
guerra se aproxim a (1 ). Debemos, a toda costa, dar fin de
Trotsky. Comprometerle. Complicarle en el terrorism o, unirlo
a la G e s ta p o ...” “ Pero— debían responder los acusados— na­
die nos creerá; nosotros no harem os más que com prom eternos
a nosotros m is m o s ...” Algunos, rebeldes a confesar, fueron
fusilados sin juicio, y los demás debieron com prender que no
tenían salida.
Pero todos no llegaron a confesar cuanto se exigió de
ellos. Las declaraciones descubren hasta qué punto fué deses­
perada la lucha reñida tras los bastidores h asta en la m ism a
víspera del proceso. Entre los antiguos revolucionarios, nin­
guno ha reconocido haber estado en relación con la Gestapo.
La G. P. U. no ha logrado quebrarlos y envilecerlos hasta ese
punto. Smirnov y Goltzman han negado toda participación en
el terrorismo. Pero todos los acusados, todos sin excepción,
han confesado que Trotsky, desde el extranjero, había hecho
apelaciones al terrorismo, dando instrucciones y hasta enviado
a la U. R. S. S. ejecutores. El secretario de la Internacional
Obrera Socialista, Federico Adler, mi antiguo adversario irre ­
conciliable, escribió: “ El fin práctico de toda esta em presa
constituye el capítulo más grosero del proceso. Se trata de
privar a Trotsky del asilo en Noruega, de organizar contra
él la verdadera caza del hom bre y de hacerle imposible la exis­
tencia sobre nuestro p l a n e t a . .. ”

(i) “ La guerra se aproxima.” La afirmación se hace en 1936. E; ur. testimo­


nio que refuta nuestra tesis de que Stalin
p r o v o c ó la guerra en E?paña. para pro­
vocar la mundial.
74 STALIN Y SUS CRIMENES

Consideremos, señores jurados, el coeficiente com ún de


las declaraciones, tal como se presenta en las del acusado
Goltzman, testigo principal contra mi hijo y yo. En noviembre
de 1932, Goltzman llegó, según su relato, a Copenhague para
verme. E ncuentra en el vestíbulo del hotel a mi hijo, que me
buscaba. Esta es, probablemente, la única declaración que con­
tiene precisiones de tiempo y de lugar. Y como Goltzman se
negó obstinadam ente a adm itir cualquier relación con la Ges­
tapo o una participación en el terrorism o, sus declaraciones
nos d eb en ,p arece r las más dignas de fe. ¿Qué había, en rea­
lidad? Goltzman nunca me ha hecho una visita ni en Copen­
hague ni en ningún otro lugar. Mi hijo no visitó Copenhague
cuando yo estaba allí, y además, n u n ca ha franqueado la fron­
tera danesa. En fin, el hotel Bristol, donde Goltzman dijo ha­
ber encontrado a mi hijo en 1932, fué destruido en 1917. Un
concurso dichoso de circunstancias (visados, testimonios, te»
legramas, etc.) perm ite reducir a ceniza todos los elementos
materiales del relato del acusado. Ahora bien. Goltzman no es
una excepción. Las restantes declaraciones están calcadas en
el mismo modelo. “ El Libro R o jo ” de mi hijo les ha desen­
mascarado.
Debo relatar un episodio de poca im portancia que, sin em ­
bargo, puede dar una explicación de mi situación actual. En
el último verano, algunas semanas antes del proceso de Mos­
cú, el Ministro de Asuntos Exteriores de Noruega, señor Koht,
fué invitado a Moscú y particularm ente agasajado allí. He
hablado de esto a mi huésped, el periodista Konrad Knudsen,
al cual ustedes han oído en calidad de testigo. Ustedes saben
que, a pesar de nuestras profundas divergencias de opinión
política, m antenem os relaciones de amisjtad. No hablamos de
política si no es para cam biar algunas afirmaciones, evitando
cualquier discusión de principios. “ ¿Sabe usted— le pregunté
en un tono medio chistoso— por qué se recibe tan bien a Koht
en Moscú? Moscú insinúa o dice redondam ente a Koht:

F leta rem o s vuestros barcos, com prarem os vuestro arenque, pero con
una condición: que u sted es nos vendan a T r o ts k y ...

Muy fiel a su partido, Knudsen se sintió vejado al oírme


hablar así. “ ¿Se cree usted— me preguntó— que vamos a h a­
cer comercio con nuestros p rin cip io s?” "Mi caro Knudsen— le
dije yo— , no digo que el Gobierno noruego se disponga a ven­
derm e; yo digo solamente que el Kremlin quisiera concertar
este t r a t o . . . ” No quiero llegar a creer que haya habido un re­
gateo en regla entre Litvinov y Koht. Hasta quiero aún reco­
nocer que el Ministro Koht se ha comportado conmigo con más
dignidad durante la cam paña electoral que otros Ministros.
Pero diversas circunstancias me revelaban que el Kremlin per-
L E O N T R O T S K Y 75

seguía en Noruega una acción doble, a la vez económica y polí­


tica, de cierta envergadura. Agentes de la Sección noruega de
la Internacional Comunista pusieron en circulación rum ores y
cuentos. El objetivo fué pertu rb ar el país en vísperas de las
elecciones e intim idar al Gobierno, preparándolo así para ce­
der a su ultimátum. Los arm adores noruegos, inspirados por
la Legación soviética, exigieron del Gobierno que arreglase sin
demora el asunto Trotsky, por culpa del cual el paro estaba
en peligro de ac re c e n ta rse ... De su parte, el Gobierno sólo
deseaba rendirse a Moscú. No le hizo falta más que un p re­
texto. P ara encubrir su capitulación, el Gobierno me acusó,
sin el m enor fundamento, de infringir las obligaciones firm a­
das a mi llegada. ¡La verdad es que, internándom e, esperaba
nivelar la balanza comercial del país! La actitud del Ministro
de Justicia fué particularm ente desleal. El día antes de mi
internam iento me telefoneó de improviso. El patio de mi casa
ya estaba ocupado por la Policía. La voz del Ministro era sua­
ve. “ He recibido vuestra carta— me dijo— y me parece que
usted dice la verdad. Sólo pido a usted una cosa: no dé su
carta a la Prensa. El Consejo de Ministros se reúne esta tarde
y espero que volveremos a tra ta r de la decisión to m ad a.” Con­
testé que, naturalm ente, esperaría una decisión definitiva. Al
día siguiente era detenido; se registró a mis secretarios y se
incautaron de cinco copias de la carta dirigida por mí al Mi­
nistro.
El día de mi internam iento, el Ministro de Justicia me hizo
la prom esa de darm e la posibilidad de defenderm e contra las
acusaciones de las cuales yo era objeto. Pero los actos del
Ministro de Justicia están en contradicción flagrante con sus
palabras. Prom ulgando contra mí leyes de excepción, el Go­
bierno ha dicho a todos mis calumniadores: “ ¡Ustedes, desde
ahora, pueden calum niar cómoda e im punem ente a Trotsky en
todas las partes del mundo, porque nosotros le tenemos atado
y no le perm itirem os defenderse!”
Esto es im pedir conscientem ente la m archa de la verdad.
Cualquiera que impida, por amenazas o violencia, decir la v e r ­
dad a un testigo, comete un crim en grave, severam ente cas­
tigado por las leyes noruegas. Es muy posible que el Ministro
de Justicia tome, después de mis declaraciones de hoy, nuevas
medidas contra mí. Los recursos arbitrarios son inagotables.
Pero he prometido decir la verdad, toda la verdad, y he cu m ­
plido mi palabra.
(El Presidente pregunta a las partes si tienen que hacer
preguntas al testigo, y ante la respuesta negativa, pregunta al
testigo si está dispuesto a confirm ar sus declaraciones bajo
ju ra m e n to .)
— No perteneciendo a ninguna religión, no puedo hac-r-
juram entos religiosos; pero, conociendo la im portancia de mis
76 STALIN Y SUS CRIMENES

declaraciones, estoy dispuesto a confirm arlas bajo juram ento,


es decir, a asumir la plena responsabilidad jurídica de cada
una de mis palabras.
(La audiencia se levanta. El testigo repite, con,su mano ex­
tendida, la fórm ula del juram ento, y después sale de la sala
para ser conducido por policías a Sundby, lugar de su interna-
miento.

i
S^Ltlántico

28 de diciembre de 1936.—E scribo estas líneas a bordo


del petrolero noruego “ R u th ” , que se dirige de Noruega a un
puerto de Méjico aun no determinado. Ayer hemos pasado las
Azores. El mar, agitado durante los prim eros días, no me per­
mitió escribir. Leía ávidamente obras sobre Méjico. ¡Nuestro
planeta es tan pequeño y le conocemos tan mal! Desde que el
“ R u th ” salió del estrecho, oblicuando hacia sudoeste, el Océa­
no se tornó cada vez más tranquilo. Los prim eros días se abre­
viaron por un trabajo sostenido y por las conjeturas sobre
Méjico. Un agente de la Policía noruega nos acom paña: el
señor Jonás Lie. Eramos cuatro a la m esa: el capitán, el agen­
te de Policía, mi m u jer y yo. No hay otros pasajeros. Después
de nuestros cuatro meses de cautividad, ante nosotros el Océa­
no y lo desconocido. Estamos a bordo de este buque bajo la
protección del pabellón noruego, es decir, prisioneros. No le­
pemos el derecho de usar la T. S. H. Nuestras pistolas las tiene
el Policía. Las condiciones de nuestro desembarco en Méjico
son discutidas por radio sin que nosotros seamos informados.
P ara el revolucionario se ha transform ado el derecho de
asilo en una especie de gracia. El proceso de Moscú y el in te r­
namiento en Noruega agravaron mi situación. Se com prende
la alegría que nos trajo el telegram a del Nuevo Mundo, en el
cual se nos anunciaba que el lejano Méjico estaba dispuesto a
ofrecernos su hospitalidad. Ibamos a salir del callejón sin sa­
lida de Noruega. Cuando volvíamos de la audiencia, dije al
policía que nos acom pañaba:
— Inform e usted al Gobierno que estamos dispuestos mi
m u jer y yo a m archarnos de Noruega tan pronto como sea po­
sible. En todo caso, impongo, antes de pedir los visados m e ji­
canos, que me respondan de las condiciones de seguridad del
viaje. P ara mí es indispensable consultar sobre esto a mis am i­
gos: al diputado Konrad Knudsen; al director del Teatro Popu­
lar, Haakon Meyer, y al emigrado alemán W alter Keld.
El Ministro de Justicia llegó al día siguiente a Sundby, en
compañía de tres altos funcionarios, y quedó estupefacto ante
mis exigencias.
— Aun en las prisiones del Zar— le dije— se daba a los de­
portados permiso para ver a sus parientes y a sus amigos, para
arreglar antes de su partida sus asuntos personales...
— Sí— me respondió el Ministro en un tono despectivo — ;
pero los tiempos han cam biado...
Se abstuvo de precisar en qué.
7« STALIN Y SUS CRIMENES

Volvió el 18 de diciembre para decirme que las entrevistas


solicitadas me las negaba; que se habían recibido, sin yo h a­
berlos pedido, los visados mejicanos, y que em barcábam os al
día siguiente, mi m u jer y yo, en un buque m ercante, el “ R u th ” ,
cuya cabina-lazareto nos estaría reservada.
Nuestra m archa fué rodeada del mayor secreto. Los pe­
riódicos recibieron un comunicado relativo a nuestro próximo
traslado. El Gobierno decía tem er que me negase a m archar,
pero lo que temía era que la G. P. ti. lograra colocar una m á­
quina infernal en el barco. No podíámos considerar estos te­
mores como cosa quimérica. N uestra seguridad coincidía, en
el momento, con la de un buque noruego y su tripulación. A
bordo del “ R u th ” nos recibieron con curiosidad, pero sin pizca
de hostilidad. El armador, hom bre ya de edad, vino a nuestro
encuentro. Puso am ablem ente a nuestra disposición su cam a­
rote particular, colocado junto al del capitán, lo cual nos evitó
viajar en el lazareto del barco, la habitación oscura, con tres
catres y sin mesa, que teníamos reservada. De esta forma pude
trab a jar durante el v ia je... A pesar de todo, llevamos in tere­
santes recuerdos del hermoso país de los bosques, de las so­
leadas nieves de enero, del esquí, de los trineos, de los niños
de cabellos dorados y ojos azules, y de un pueblo un poco rea­
cio y torpe, pero honrado y serio. ¡Adiós. Noruega!
s ig n ific a tiv o

30 de diciembre.— Hemos hecho más de la m itad de la


travesía. El capitán opina que estaremos en Veracruz el 8 de
enero, si el Océano nos lo permite. El 8 ó el 10. ¿Qué nos
im porta? La calma reina a bordo. Ño se recibe ninguna com u­
nicación oficial de Moscú. No obstante, ya es hora de volver al
proceso.
Es desconcertante ver con qué perseverancia Zinoviev,
arrastrando consigo a Kámenev, preparó durante tantos años
su propia pérdida. ¡Y qué trágica! Probablem ente, Stalin no
hubiera sido n unca Secretario General del Partido si Zinoviev
no lo hubiese propuesto para este cargo. Stalin le pareció, con
entero conocimiento, el hombre indicado para una acción ocul­
ta. Fué entonces cuando, condenando este nom bram iento, Le-
nín pronunció la m emorable frase: “ Yo no lo recom iendo; ese
cocinero solamente nos servirá platos con demasiadas espe­
cias.” ¡Proféticas palabras!
La Delegación de Petrogrado, dirigida por Zinoviev, le
apoyó en el Congreso tan eficazmente que Lenin rehusó com­
batir. No quiso atribuir demasiada im portancia a su propia
antipatía; m ientras el antiguo “ Bureau P olítico ” se hallase
en el poder, el Secretario sería un personaje subalterno.
Cuando Lenin cayó enfermo', Zinoviev tomó la iniciativa de
luchar en contra mía. El Secretario General se mostró enton­
ces muy prudente. La masa no lo conocía en absoluto. Sólo
tenía autoridad sobre ciertos funcionarios del Partido y, con
todo, éstos no le apreciaban mucho. Vaciló bastante en 1924.
Zinoviev le empujó. Stalin tuvo necesidad de Zinoviev y Káme­
nev para cubrir políticam ente su actividad secreta: éste fué
el convenio del “ triu n v irato ” . Zinoviev se mostró el más ac­
tivo : remolcó a su futuro verdugo (1 ).
En 1926, cuando Zinoviev y Kámenev, después de haber
tramado, en unión de Stalin, intrigas durante tres años y m e­
dio contra mí, se pasaron a la oposición, me revelaron cosas
bastante edificantes y me hicieron preciosas advertencias:

¿C ree usted — me¡ dijo K á m e n e v — que S ta lin está ahora r e fle x io ­


nando sobre la form a com o podrá d estru irle... P rim ero, m ora lm ente,
después física m en te, si ello es p o sib le. C alum niarle, organizar una pro­
v ocación , concertar una conspiración m ilita r, fraguar un atentad: ..

(i) ¿No lo remolcaría también con la intención de llevarlo a! cada ’


8o ST A L IN Y SUS CRIMENES

Créam e, esto no es una hipótesis: en el «triunvirato» tuvim os que ha­


blar con toda franqueza; S ta lin com bate en otro terreno que nosotras.
N o conoce u sted bien a ese a siá tico...

Kamenev lo conocía bien. Comenzaron juntos su acción re ­


volucionaria. a principios de siglo, en las organizaciones del
Cáucaso; fueron deportados juntos y, también juntos, volvie­
ron a Petrogrado, en marzo de 1917. dando al órgano central
del Partido, “ P ravda", la orientación oportunista que tuvo
hasta el regreso de Lenín.
Y Kámenev continuó:
A cu érd e se— co n tin u ó K a m en ev — d e la d eten ció n de S u ltá n -G a lie v ,
Pres i dent e que f u é del Consejo de C o n : i s i rio~ del P u eb lo én la R e p ú ­
blica tártara en 1923. A q u e lla fu é la prim era d etención de u n m iem bro
in flu y en te del P artid o, y S ta lin tom e Ia iniciativa. Z in o viev y y o co n ­
sen tim os en ella, por desgracia. ^4 p i r t i r d: -Kionces p areció com o si
S ta lin h u b iese conocido el sabor de la sa n g re... Tan pronto com o rom ­
pim os con él redactam os una especie de testar:er.to que co n ten ía esta,
advertencia: en caso de m u erte « a c c i d e n t c o n s i d e r a d a S ta lin como
cu lp a b le. E s te docu m ento se halla depositado en lugar seguro. Y o le
aconsejo que haga otro tanto ( 1 ) .

Dejemos tran scu rrir cinco añ o s... El 31 de octubre de


1931. la “ Rote F ah ne". órgano del Partido Comunista de Ale­
mania, publicó la noticia de que el general Turkul, del ejército
blanco,.preparaba el asesinato de Trotsky en Turquía. Esta in­
formación no podía proceder sino de la G. P. U. Como Stalin
me hizo expulsar Turquía, estos informes prepararon, al
parecer, una especie : : srtada m oral a Stalin. El 4 de enero
de 1932 escril i al " T u r-a u P olítico” , diciendo que Stalin no
lograría tan fácilm-?u:e eludir sus responsabilidades. Escribí:

«S ta lin lia tenido que llegar a la co n clu sió n de que m i destierro


fu é u n error. P en s ó que privándose de u n secretariado y de recursos
sería v íctim a i mpot e nt e de la calum nia burocrática organizada en es­
cala interna ciona l. H z resultado, contrariam ente a lo que esperaba,
que las ideas tienen su fu erza propia, sin organización n i recu rso s...
S ta lin com prende perfect ament e el inm en so pelig ro que co n stitu y en
para él la irreductible firm eza id eo ló g ica y el crecim ien to obstinado
de la oposición de izquierda. S ta lin considera que es p reciso reparar
la falta co m etid a ... X o , cierta m ente, p or m edios id eo ló g ico s. E l co m ­
bate en u n terreno m uy diferen te. N o p on e la m ira en las ideas del
adversario; él tiene la vi st a fija en su nuca. D esd e 1924 pesa el pro

C1) Realmente, resu'ta deliciosa y plácida la vida de los jefes bolcheviques. Las
hienas, al menos, duermen tranquilas cuando están entre hienas.
L E O N T R O T S K Y 8i

y el contra de m i supresión.)) «L o supe— seguía escribiendo■ — por Z i­


noviev y por K am e'n ev, cuando se pasaron a la oposición de iz q u ie r ­
da; lo sup e con tal detalle y en unas circunstancias tan singulares,
que no había lugar a d u d a s... S i S ta lin obliga a Z in o v iev y a K a m e ­
n ev a negar sus palabras sobre este asunto, nadie podrá creerles.))

Diez días después de haber enviado esta carta desde T u r­


quía a Moscú, mis amigos políticos franceses hicieron llegar,
por medio de u na comisión dirigida por Naville y Frank, un
m ensaje al Em bajador de la U. R. S. S. en París, Dovgalevsky,
en el cual decían:

« L a R o te F a h n e■
— decía en él— ha p u blica do que se prepara u n a ten­
tado contra T r o stk y . E l G obiern o soviético ha reco n o cid o , p u es, que
está inform ado. C o m o , seg ú n el en trefilet p u b lica d o , los p lanes del g e ­
neral T u r k u l reposaban en la mala organización de las m edidas de seg u ­
ridad adoptada s' por las autoridades turcas, e>l m en saje de N a v ille-F ra n k
hacía responsable, por a nticipado, al G obiern o so v iético , y ex ig ía que
intervin iera p rácticam ente.

Moscú se conmovió ante estas diligencias. El 2 de marzo,


la Ju n ta Central del Partido Comunista francés envió a sus
militantes de más responsabilidad un docum ento confidencial
que reproducía la respuesta del Comité Central del Partido Co­
m unista de la U. R. S. S. Stalin, lejos de n egar que el com uni­
cado de la “ Rote F a h n e ” em anaba de sus oficinas, se alabó
de ello y me acusó d e... ingratitud. Sin tocar a la cuestión de
mi seguridad, el m ensaje afirm aba que mis ataques contra el
Comité Central preparaban mi aproximación a los “ social-fas-
cistas” . Stalin no había imaginado todavía acusarm e de
alianza con los fascistas. La respuesta de Stalin fué seguida
por un mentís de Kámenev y Zinoviev, fechado el 13 de feb re­
ro de 1932 y escrito por exigencias de Iaroslavski y Cchkiria-
tov, m iem bros de la Comisión Central de Control y altos inqui­
sidores encargados de reppjmir la Oposición. Zinoviev y Ká­
menev declararon, dentro del estilo acostum brado en esta cla­
se de documentos, que mi inform ación no era sino una “ m e n ­
tira in fa m e ” , hecha con el único fin de com prom eter a nuestro
P a rtid o ...
Todo este episodio, bastante ajeno a prim era vista, pre­
senta, si se considera con atención, u n interés considerable.
Según el acta de acusación del proceso Zinoviev, yo había
transmitido, en mayo de 1931 y después, en 1932, a Smirnov,
por mediación de mi hijo León Sedov y de Iuri Gaven, la re ­
comendación de pasar a la acción terrorista y form ar un blo­
que sobre esta base. Según la versión oficial, la capitulación
de Zinoviev, Kámenev y otros no era sino un ardid de guerra
empleado con el fin de introducirse en los santuarios de la
82 STA LIN Y SUS CRIMENES

burocracia. Si se acepta por un mom ento esta versión, refu­


tada, como veremos pronto, por centenares de hechos, mi carta
del 4 de enero de 1932 al " Bureau P olítico” se convierte en
un enigma com pletam ente indescifrable. Si, en efecto, yo h u ­
biera dirigido en 1931-1932 la organización de un bloque te­
rrorista con Kámenev y Zinoviev. no me habría esforzado en
com prom eter tan irrem ediablem ente a mis aliados ante los
ojos de la burocracia. Su necio mentís, destinado a los profa­
nos, no podía, naturalm ente, engañar a Stalin. que sabía muy
bien que sus antiguos aliados me habían revelado toda la ver­
dad. Esto sólo bastó para privar a Kámenev y a Zinoviev, para
siempre, de la confianza del círculo dirigente.
Aun veremos, sobre todo en el ejemplo de Radek, que la
función principal de los capitulantes consistía en calum niarm e
de año en año, de mes en mes. ante la opinión pública, sovié­
tica y extranjera. ¿Cómo hubieran podido esperar la victoria
bajo la dirección del que desacreditaban ?in descanso? Esto
es lo que no se puede com prender. Aquí, el "ardid de g u e r r a ”
se vuelve com pletam ente contra sí mismo ! .

(i) L o esencial era vencer. Una vez dueños, del Poder absoluto, eso y más
sería posible. T rotsky mismo alude muchas veces a las “ falsificaciones históricas”
que comete Stalin constantemente, suprimiendo ce los libros hasta palabras suyas
pronunciadas antaño en elcigio de sus enemigos... ¿P o r qué no podían los jefes
de la Oposición cambian er. - • su; insultos contra su jefe T ro tsk y ? ... Si ia
contraindicación de '.as p í'i':n =s desvirtúa su valor, ¿por qué Stalin hace que to­
dos los hombres de la O pcsicirn e canten un himno de alabanzas al borde del
sepulcro ya?...
L Si
inoviev y IVamenev

31 de diciembre.— El año que concluye será, en la Histo­


ria, el año de Caín.
Las advertencias de Zinoviev y de Kámenev sobre los
cálculos y los designios secretos de Stalin perm iten p reg un ­
tarse si ellos mismos no tuvieron designios sem ejantes con
respecto a Stalin cuando agotaron las demás posibilidades de
lucha.
Los dos hicieron bastantes cambios de frente en el liltimo
período de su vida y perdieron bastantes de sus principios
ideológicos.
¿Hubieran consentido, como últim a capitulación, en acce­
der a las sugestiones de la G. P. U., complicándome en su m a­
quinación, para hacer un servicio al régim en, para intentar de
nuevo una reconciliación? Algunos de mis amigos forjaron
esta hipótesis. Yo la he meditado varias veces, sin adoptar nin­
gún partido. Y siempre he llegado a la conclusión de su incon­
sistencia total.
Zinoviev y Kámenev eran de tem peram ento profundam en­
te diferente. Zinoviev era agitador y Kámenev propagandista.
El prim ero se dejaba llevar principalm ente por su olfato polí­
tico. El segundo, reflexionaba y analizaba. Aquél era propenso
a desbocarse. Este, por el contrario, pecaba por exceso de cir­
cunspección. Zinoviev estaba com pletam ente absorbido por la
política, sin gusto y sin interés por lo demás. Kámenev era,
a la vez, un gozador y u n esteta. Zinoviev era vengativo. Ká­
menev, benévolo. No sé cuáles fueron sus relaciones en la emi­
gración. En 1917, su oposición a la Revolución de Octubre (1)
los aproximó. Durante los prim eros años que siguieron a la
victoria, Kámenev tuvo, con respecto a Zinoviev, más bien
una actitud irónica. La oposición en contra mía les aproximó
aún más. Debieron vivir jun to s los trece últim os años de su
vida. A pesar de sus desemejanzas, tenían, además de una
experiencia común adquirida en la emigración, casi la misma
regla de pensamiento y de. voluntad. El análisis de Kámenev
completaba el olfato de Zinoviev; así encontraban, tanteando,
una solución común. Más prudente Kámenev, se dejaba llevar
por Zinoviev mucho más lejos de lo que hubiese deseado ir:

( i) Entiéndase bien. Su “ oposición a la Revolución de O ctubre” e; a 'a fecha.


Zinoviev y Kamenev estimaban que era prematura. No es que se opusiera:-. í . golpe
revolucionario, dado en- fecha conveniente.
84 STALIN Y SUS CRIMENES

pero, al fin, se volvían a encontrar siempre en la m ism a línea


de retirada. Aproximados el uno al otro por sus valores perso­
nales, se com pletaban por sus deficiencias. Los dos eran pro­
fundam ente adictos al socialismo. Esta es la explicación de su
trágica alianza.
Su preparación teórica -sobre la evolución en curso exce­
día en mucho a la de sus aliados circunstanciales. Así se ex­
plica su tendencia a destacarse de la burocracia y a com ba­
tirla. En julio de 1926, Zinoviev declaró en una de las asam ­
bleas plenarias del Comité Central:

T ro tsk y ha tenid o razones contra nosotros en la que respecta a la


cu estió n de la presión burocrática.

El mismo reconoció entonces que la falta que cometió al


com batirm e había sido “ más g ra v e ” que la de 1917. El poder
de los privilegiados adquirió, no obstante, un a potencia irre ­
sistible. No fué “ por casualidad” el que Zinoviev y Kámenev
capitularan en 1927, arrastrando consigo a un buen núm ero de
militantes más jóvenes, de autoridad menor. Después se pusie­
ron activam ente a calum niar a la Oposición. Pero en 1931-32,
cuando el país entero se encontraba trastornado por las te­
rribles consecuencias de la colectivización forzada, Zinoviev y
Kámenev, igual que otros muchos de los que capitularon, in­
quietos, se enderezaron un poco y m u rm u raro n que la nueva
política gubernam ental era muy peligrosa. Se les hizo prender,
se les “ convenció” de que habían tenido conocimiento de un
docum ento de espíritu crítico que em anaba de la oposición de
derecha. Fueron expulsados por este crim en— ninguna otra
acusación fué form ulada contra ellos— y, por añadidura, de­
portados. En 1933, Zinoviev y Kámenev se arrepintieron una
vez más y se envilecieron como n un ca ante Stalin. No hubo
ultraje que no lanzaran contra la Oposición y que no arro jaran
co ntra mí. Al estar desarmados de esta m anera, se encontra­
ron a m erced de la burocracia, que pudo desde entonces exi­
gir de ellos toda clase de confesiones. Su suerte ulterior no
debía ser más que la consecuencia de sus capitulaciones y de
sus humillaciones precedentes y sucesivas.
Ciertamente, adolecían de carácter. La resistencia de los
materiales debe ser com parada con el poder de las fuerzas des­
tructoras. Pude oír a pacíficos pequeño-burgueses exclamar al
te rm in ar el proceso:
-— ¡Imposible com prender a Zinoviev!... ¡Qué falta de ca­
rácter!
...¿ H a n medido ustedes— les dije yo— la presión que ha
sufrido durante años?
La com paración— tan frecuente en la plum a de los inte­
lectuales— con Danton, Robespierre y otros personajes de la
L E O N T R O T S K Y 85

Revolución francesa no es demasiado inteligente. Los tribunos


de la Revolución francesa c’a yeron bajo la cuchilla de la ju s ­
ticia al salir del combate, en la plenitud de la edad, con los
nervios casi intactos y sin ten er la m enor esperanza de sal­
vación. Tam bién se les h a comparado con la actitud de Dimi-
trov, que dió pruebas de resolución ante los “nazis” , y con los
revolucionarios de todos los países, y en particular los rusos,
bajo el antiguo régimen, que dieron m uestra, repetidas veces,
de una firmeza igual en circunstancias infinitam ente más difí­
ciles. Dimitrov se encontró frente al enemigo de clase más
execrado. No había, ni podía haber, ninguna prueba contra él.
El Estado nazi, apenas constituido, no se hallaba todavía en
situación de recurrir a imposturas. Dimitrov se sentía sostenido
por la inm ensa organización del Estado soviético y de la In­
ternacional Comunista. De todas partes, la simpatía de las m a ­
sas populares llegaba hasta él. Tenía amigos entre los asis­
tentes. En estas condiciones, sólo le bastaba un valor regular
para portarse como un “ h é r o e ” . ¿Qué había de sem ejante
en la situación de Kámenev y de Zinoviev ante el Tribunal de
la G. P. U.? Desde hacía diez años habían estado viviendo en­
vueltos por la sombría nube de la calumnia pagada. Desde h a ­
cía diez años estaban oscilando entre la vida y la m u e rte;
primero, en el sentido moral y, por último, en el físico. ¿Se
pueden encontrar, en toda la Historia, muchos ejemplos de
una destrucción tan refinada, tan sistem ática de las facultades
de resistencia, de los nervios y de todas las fibras del alma?
En tiempo de paz, Zinoviev y Kámenev hubieran tenido carác­
te r para luchar y vencer. Pero la época de los mayores; tra s to r­
nos políticos y sociales exigió de estos hombres, destinados
por sus dones a desem peñar un papel dirigente en la revolu­
ción, una fortaleza extraordinaria. Pero la desproporción en­
tre su capacidad y su fuerza de voluntad tuvieron trágicos re­
sultados ( 1 ).
Lo que puedo decir de las opiniones y de los designios de
Zinoviev y Kámenev en los últimos ocho años de su vida no es
testimonio directo. Sin embargo, dispongo de un núm ero sufi­
ciente de documentos y de hechos verídicos, y conozco ta m ­
bién a los participantes en estos asuntos: sus caracteres; sus
relaciones mutuas, el conjunto de circunstancias y, puedo de­
cirlo con toda seguridad: la acusación de terrorism o form u­
lada contra Kámenev y Zinoviev es, desde el principio al fin.
una abominable im postura policial; no encierra el m enor áto­
mo de veracidad.

(1) Según el general K rivitsky, el heroísmo de Dimitrov se debió a av.- <■ -


canje se convino entre el gobierno de Berlín y Moscú antes del proces-:. pues
aquél tenía intención de rescatar ciertas personas importantes que se hallaban er.
poder de Stalin.
86 STALIN Y SUS CRIMENES

¿Cuáles fueron los móviles de su pretendida acción te rro ­


rista? En el prim er proceso, el de enero de 1935, Zinoviev y
Kámenev reconocieron, a título de compensación, su “ respon­
sabilidad m o ra l” en las tendencias terroristas, e interrogados
sobre las razones de su acción, hablaron de su deseo d e...
“ restau ra r el capitalism o” . Si no hubiese nada más que esta
“ confesión” contra natura, la m e n tira de la justicia staliniana
estaría ya desenmascarada. ¿Quién creerá, en efecto, que Ká­
menev y Zinoviev hub ieran tenido tan gran deseo de restau rar
el capitalismo que estuviesen por él dispuestos a sacrificar
sus cabezas y las de muchos m ás? La “ confesión” de los acu­
sados, en enero de 1935, revela tan groseram ente la mano de
Stalin, que sorprendió hasta a los menos exigentes de los
“amigos de 3a U. R. S. S .” .
En el “ Proceso de los Dieciséis” , de agosto de 1936, ya
no se trató de la “ restauración del capitalism o” . El móvil del
terrorism o está únicam ente en la “ sed del p o d e r” . La acusa­
ción constituye una versión por otra, como si se tratase de so­
luciones sucesivas para un problem a de ajedrez; y estas ver­
siones se suceden en medio del silencio, sin siquiera ser co­
mentadas. Los acusados repiten, después del Fiscal, que no les
resta ningún p ro gram a: pero que el insuperable deseo de con­
quistar a toda costa el poder les poseyó. Se pregunta uno cómo
el asesinato de unos jefes hubiera podido llevar al poder a
hom bres que, por sus abjuraciones repetidas, habían logrado
desacreditarse, c u b rir-e de lodo, envilecerse y perder para!
siempre la posibilidad de desem peñar un papel político de
dirigente.
Si el fin perst ¿mido por Zinoviev y Kámenev es invero­
símil, sus medios carecen aún más de sentido. Las declara­
ciones más reflexionadas, las de Kámenev, señalan que la Opo­
sición se había separado com pletam ente de la masas, había
perdido sus principios, se había privado de toda esperanza de
futura difusión y había llegado, por estas razones, a pensar en
el terrorismo. Fácilmente puede verse lo ventajoso que este
cuadro es para Stalin. que lo compuso evidentemente. Sin
embargo, si las declaraciones de Kámenev son susceptibles de
reb ajar la Oposición, son por completo insuficientes para ju s ­
tificar el terrorismo. Pues una fracción revolucionaria que se
siente aislada, en el sentido político de la palabra, se consagra
a la hoguera, em prendiendo la acción terrorista. Nosotros, los
rusos, lo sabemos demasiado bien, por la experiencia de la
“ Narodnava V olia” (La Voluntad del Pueblo) (1879-1883) y
por la de los socialistas-revolucionarios en los años de reac­
ción (190 7-1 90 9). Zinoviev y Kámenev se habían formado a
través de estas experiencias, que tantas veces habían expuesto
en la Prensa del Partido.
Examinemos, sin embargo, y por un instante, la hipótesis
LEO'N T R O T S K Y 87

de que Zinoviev y Kámenev hubieran alimentado realm ente la


esperanza de llegar al poder arrastrándose por el lodo y re c u ­
rriendo anónim am ente al terrorism o (lo que sería, en suma,
considerarlos como psicópatas). ¿Cuáles podrían ser, en este
caso, los móviles, no de los jefes, disimulados entre los basti­
dores, sino los de los terroristas ejecutores, com batientes de
su víctima? No se concibe sin idea y sin fe sino al sicario
pagado y bien seguro de su impunidad. El sacrificio del terro­
rista es imposible en estas condiciones. El asesinato de Kirov
fué presentado en el “ Proceso de los Dieciséis” como una pe­
queña parte del plan que com prendía la eliminación de todos
los dirigentes. Em presa terrorista sistem ática de gran enver­
gadura, cuya ejecución hubiera exigido decenas o centenares
de com batientes de temple, adictos, fanáticos. Hombres así no
caen del cielo. Es preciso seleccionarlos, educarlos, organi­
zados (1 ). Es necesario penetrarles profundam ente la convic­
ción de que no hay salvación fuera del terrorismo. Además de
los terroristas activos, se necesitan reservas con las cuales no
se podía contar, a no ser que capas m uy amplias de la nueva
generación tengan verdadera vocación por el terrorism o. Sim­
patías que no pueden ser creadas sino por una propaganda,
tanto más apasionada y sostenida cuanto que toda la tradición
del marxismo ruso les es contraria. Zinoviev y Kámenev, que
no podían ren unciar en silencio a todo su pasado anti-terro-
rista, no podían enviar a sus partidarios al calvario sin crítica,
sin polémicas, sin conflictos, sin escisiones... y sin denuncias.
Una transform ación tan radical de ideología, que abarcaba a
centenares y millares de revolucionarios, no se pudo hacer sin
dejar num erosas huellas materiales (documentos, cartas, et­
cétera). ¿Dónde están? ¿Dónde está la propaganda? ¿Dónde
están las publicaciones? ¿Qué quedó de los debates y de las
luchas intestinas? Los materiales del proceso no hacen la m e ­
nor alusión a todo ello.
P ara Vichinsky, así como para Stalin, los acusados no exis­
ten como personas humanas. Los problemas de su psicología po­
lítica desaparecen. Al intentar explicar uno de los acusados que
la “ emoción le impidió tirar, al parecer contra Stalin, Vichins­
ki respondió en seguida, invocando pretendidos obstáculos
m ateriales: “ Tal es la causa evidente objetiva; el resto es psi­
cológico.” ¡Psicología! ¡Qué desprecio sin límites! Los acusa­
dos no tienen psicología; en otros términos, no pueden te n e r­
la. Sus confesiones no están gobernadas por móviles humanos
normales. Su psicología se la rom pen por medio del aparato

(1) Pocas reces un “ M aestro” de terrorismo ha dicho más claramente cómo


se “ cultiva" a esos hombres, a quien tantos creyeron dotados de una personalidad
extraordinaria y obrando por un impulso íntimo, cuando sólo eran ur.a especie
de "m édium s” , cuya voluntad había sido robada con un arte satánico.
STALIN Y SUS CRIMENES

mecánico de la Inquisición. El proceso evoca un trágico gui­


ñol. A los acusados se les tira de los hilos o de las cuerdas
que tienen alrededor del cuello. ¡No hay sitio para la psicolo­
gía! Mas sin psicología terrorista, la acción terrorista es incon­
cebible.
Admitamos, no obstante, la absurda versión de la acusa­
ción. Em pujados por la “ sed del p o d e r” , los jefes se convier­
ten en terroristas. Centenares de hombres, subyugados a su
vez por la “ sed del p o d e r” , llevan dócilmente sus cabezas al
tajo. Y ello... ¡después de la alianza con Hitler! La obra cri­
minal, invisible, adquiere proporciones colosales: organiza­
ción de atentados contra todos los “ je f e s ” , sabotajes por to­
das las partes, espionaje... Esto no dura un día o un mes, sino
¡cerca de cinco años! ¡Todo tiene lugar bajo la m áscara de la
devoción del Partido! Imposible im aginar criminales más fríos,
más crueles, más duros. ¿Y qué? A últimos de 1936. estos
infames reniegan de repente, haciendo lastim eram ente retra c­
tación pública. Ni uno defiende sus ideas o sus métodos de
combate. Cada uno aum enta lo que se dice sobre el otro para
calumniarse m utuam ente. La acusación no tiene la menor
prueba fuera de sus confesiones. Los terroristas, los sabotea­
dores y los fascistas de ayer se prosternan ante Stalin y le
ju ra n firme adhesión. ¿Qué son, pues, en definitiva estos fan­
tásticos acusados? ¿C rim inales 0 ¿Psicópatas? ¿Ambas cosas?
No. Son clientes de Yichinski y Jagoda. Los hombres tienen
siempre su m ism a cara cuando han pasado por los laborato­
rios de la G. P. U. Los relatos que Zinoviev y Kámenev hacen
de sus crímenes contienen exactam ente tanta verdad como
las afirmaciones de su cariño hacia Stalin. Son víctimas de un
sistema totalitario que sólo m erece maldición.
qué c o n fe sa ro n c rím e n e s que no
c o m e tie ro n ?

l.° de enero de 1937.— Las dos sirenas del petrolero han


sonado, el cañón de alarm a ha disparado dos veces: el 'R u th ”
saluda la entrada del nuevo año. Nadie nos ha respondido.
Claro que seguimos una ru ta desusada. Pero el agente de
Policía que nos acom paña ha recibido de su Ministro. Trygve
Lie, un telegram a de felicitación. ¡No le falta más que recibir
otro de Jagoda y de Vichinski.
* * *
Mi defensa más sencilla contra las acusaciones de Moscú
es la siguiente: Ya hace casi diez años que, lejos de contraer
la m enor responsabilidad por Kámenev y Zinoviev, los estoy
denunciando como traidores. Estos, desengañados y perdidos
en sus intrigas, ¿han llegado realm ente h asta el terrorism o?
No puedo saberlo. Lo cierto es que ban querido com prar su
perdón comprometiéndome.
En 1931 se desarrolló en Moscú un proceso de m e n ch e­
viques, basado todo él en las confesiones de los acusados. Yo
conocía personalm ente a dos de ellos: el historiador Sukhanov
y el economista Groman. Aunque el acta de acusación parecía,
en muchos puntos, fantástica, no me fué posible adm itir que
aquellos hombres, viejos políticos a los que consideraba, a pe­
sar de la irreductible' divergencia de nuestras ideas, como
hombres honrados y serios, pudieran m entir tanto en su p er­
juicio y en el de los demás. Sin duda-—me dije— la G. P. U.
ha compuesto el expediente, ha añadido bastantes cosas; pero
debe de haber hechos reales en el fondo. Me acuerdo que mi
hijo, que entonces vivía en Berlín, me dijo más tarde, en el
curso de una entrevista celebrada en F rancia: “ El proceso de
los m encheviques fué una falsicación to ta l.” Pero ¿qué pen­
sar de las deposiciones de Sukhanov y de Groman?
En mayo de 1936 escribí en el “ Boletín de la Oposición” :

Una larga serie de procesos p o lítico s ha m ostrado con qué celo se


cargan los acusados de crím enes que no han com etid o jam ás. E s to s acu­
sados, que parecen representar u n papel de teatro, resultan con penas
m uy lev es, a m en u d o ficticia s. Y es precisa m ente contra esa ju sticia
in d u lg e n te contra la que hacen declaraciones, ¿para q u é necesita el
p oder esas falsas declaraciones? A v e ce s, para alcanzar a u n tercero,
go STALIN Y SUS CRIMENES

extraño en absoluto al hecho; otras, para cubrir sus propios crím en es y


sus represiones sangrientas; en fin , para crear una atm ósfera pro­
picia a la dictadura bonapartista... O b ten er de u n encartado fantásticas
c o n fesion es al o b jeto de com plicar a otra persona de reb o te, es, desde
hace tiem p o , la técnica de la G . P . U e s d ecir, de S ta lin .

Estas líneas aparecieron insertadas tres meses antes del


proceso Zinoviev-Kárnenev, en el que fui designado, por pri­
m era vez, como organizador de una maquinación terrorista.
Todos los acusados, cuyos nom bres me son conocidos, p er­
tenecieron antaño a la Oposición; después, atemorizados ante
la idea de una escisión o intimidados por las persecuciones,
han intentado a toda costa reintegrarse al Partido. La pan­
dilla dirigente exigió de ellos que proclam asen erróneo su
programa. Ni uno sólo lo creía así; por el contrario, estaban
convencidos de que los acontecimientos habían demostrado lo
justo de las opiniones de la Oposición. Con todo, firm aron, a
tiltimos del año 1927, un a declaración en la cual se acusaban
falsam ente de “ extravíos” y de “ e r ro r e s ” y pecados graves
contra el Partido.
La prim era capitulación no debía ser más que comienzo.
El régim en se iba haciendo cada vez más totalitario, la lucha
contra la Oposición se tornaba más encarnizada, las acusacio­
nes eran monstruosas. A la burocracia, para encarcelar a sus
adversarios, deportarlos o fusilarlos, ya no le bastaba acu sar­
les de “ extravíos políticos” , era preciso im putarles el deseo de
dividir el Partido, de desorganizar el Ejército, de querer derri­
bar a los soviets, de restau ra r el capitalismo. P ara dar alguna
fuerza a estas acusaciones ante el pueblo, la burocracia exhi­
bió oposicionistas, presentándoles, a la vez, como acusados y
testigos. Los capitulados se convertían, poco a poco, en falsos
testigos profesionales contra la Oposición y contra sí mismos.
Mi nom bre figuró invariablemente en todas las retractaciones
como el del “ enemigo principal de la U. R. S. S .” ; es decir,
de la burocracia soviética. Sin tal acusación, su abjuración no
era admisible. Prim ero se trató de mis extravíos social-demó-
cratas; después, hablóse de las consecuencias contrarrevolu­
cionarias de mi política: luego, de mi alianza de hecho, si no
de derecho, con la burguesía en contra de la U. R. S. S., et­
cétera, etc.
En la proximidad de dificultades políticas, se detenía y de­
portaba a los oposicionistas bajo insignificantes o ficticios pre­
textos; había que gastar sus nervios, aniquilar sus sentim ien­
tos de dignidad, quebrar su voluntad. Después de cada conde­
na, no se podía obtener la am nistía si no era a costa de una
humillación creciente. Era preciso m anifestar: “ Reconozco h a­
ber engañado al Partido, haberm e portado ruínm ente con él,
haber sido en realidad un agente de la burguesía; rompo defi­
L E O N T R O T S K Y 9i

nitivamente con los contra-revolucionarios trotskistas, e tc .”


Paso a paso, se iba haciendo así la “ edu cació n” , se iba consu­
mando la desmoralización de millares de miembros del P a r­
tido: la, desmoralización tanto de acusadores como de acu­
sados.
El asesinato de Kirov acarreó la descomposición de la con­
ciencia del Partido en su grado más elevado. Zinoviev y Káme­
nev, al menos, adm itieron una “responsabilidad m o ra l” en este
acto terrorista. Dicha confesión fué obtenida con ayuda del
sencillo argum ento siguiente:

A l no ayudarnos a im putar a la O po sició n , al m en os, la responsa­


bilidad moral' de los atentados terroristas, revelan usted es su sim patía
por el terrorism o y nosotros les trataremos en consecu en cia .

A cada nueva etapa de capitulación, las víctimas se encon­


traban ante la m ism a alternativa: renunciar a todas las ab ju­
raciones precedentes y em prender con la burocracia una lucha
sin esperanza, sin bandera, sin organización, sin autoridad
personal, o descender otro escalón, acusándose y acusando a
otros de nuevas infamias. ¡Tal era esta progresión en la baje­
za! Podíase, determ inando un coeficiente aproximado, prever
a ciencia cierta las abjuraciones de la etapa siguiente. Yo
mismo las anuncié repetidas veces en la Prensa.
La G. P. U. tiene muchos recursos com plem entarios para
alcanzar sus fines. No todos los revolucionarios daban m ues­
tras de igual firmeza en las prisiones del Zar; había quien se
arrepentía, otros hacían traición y algunos solicitaban perdón.
Los archivos de antaño han sido clasificados y estudiados. Los
expedientes más im portantes están guardados en la S ecretaría
de Stalin. Alguna vez, basta extraer de ellos un docum ento
para que algún alto funcionario descienda a los abism os...
Otros burócratas se encontraban entre los “ b lanco s” cu an­
do la Revolución de Octubre y la gu erra civil. La flor y nata
de la diplomacia soviética del presente se halla en este caso:
Troyanoski, Maisky, Khintchuk, S uritz... La élite del perio­
dismo tam bién: Koltsov, Zasslavski y muchos otros. El temible
acusador Vichinski, brazo derecho de Stalin, se encuentra en
este caso también. La joven generación no sabe nada de ello,
la vieja parece haberlo olvidado. Bastará evocar «n voz alta
el pasado de un Troyanovski para que la reputación de un
diplomático se venga abajo. Stalin puede, desde antaño, exigir
de los Troyanovski todas las declaraciones, todos los testim o­
nios que necesite: los Troyanovski no tienen nada que negarle.
Después de 1924, la G. P. U. llevó a mi secretario Glas-
man al suicidio. En 1928,-el jefe de mi secretaría, el ingeniero
Boutov, respondió por medio de la huelga del ham bre al trato
que se le daba con objeto de hacerle declarar contra mí: m u ­
92 STALIN F SUS CRIMENES

rió en la cárcel del quincuagésimo día de su ayuno. Oíros dos


colaboradores míos, Serm ux y Posnanski, están desde 1929 en
la prisión y la deportación. Ignoro lo que les h abrá pasado. La
mayor parte se han dejado desmoralizar por las capitulaciones
de sus jefes y por la atm ósfera corrompida del régimen. Para
a rran ca r a un Smirnov, a un Mratchkovski, confesiones falsas,
se han valido de denuncias falsas de sus colaboradores pró­
ximos y lejanos, de sus antiguos amigos y de sus parientes. La
víctima designada se encuentra, al fin, tan cogida en u na red
de falsas declaraciones, que toda resistencia le parece vana.
La G. P. U. vigila con atención la vida privada de los altos
funcionarios. A veces, se detiene a las esposas antes de incul­
par a sus maridos, futuras víctimas. Generalmente, aquéllas
no figuran en los procesos, pero ayudan en la instrucción a los
jueces a quebrar la resistencia de sus maridos. Muchas veces
sucede que un detenido entra en el camino de las “ confesio­
n e s ” por tem or a revelaciones íntimas que puedan com prom e­
terle ante los ojos de su esposa e hijos. ¡Hasta en los informes
oficiales se encuentran huellas de este juego entre bastidores!
El material hum ano más abundante que ha abastecido las
combinaciones judiciales está formado por la num erosa clase
de los malos adm inistradores, responsables, verdaderos o no,
de ruinas económicas o de im prudencias en el m anejo de los
fondos del Estado. La frontera entre lo lícito y lo ilícito es
muy vaga en la U. R. S. S. Además de su paga oficial, los ad­
ministradores reciben primas no oficiales y semilegales. En
tiempo norm al no se piensa en reprochárselo. Pero la G. P. U.
tiene la posibilidad de colocar a la víctim a ante la alternativa
de parecer inculpada de dilapidación y robo, o de ensayar la
última probabilidad de salvación, fingiéndose oposicionista
arrastrado por Trotsky a la traición.
El doctor Giliga, com unista yugoeslavo que pasó cinco años
en las cárceles de Stalin, cuenta que los reacios eran condu­
cidos varias veces al día al patio donde se celebraran las eje­
cuciones. Después volvían a sus celdas. El procedimiento daba
resultado. No era preciso em plear hierros al rojo. No se em­
pleaban, probablemente, medicam entos específicos. La acción
“m o r a l” de estos “ p aseos” era suficiente.
Los cándidos p reg un tarán : “ ¿Cómo no teme Stalin que sus
víctimas denuncien la falsedad en la a u d ien cia ?” Este riesgo
es com pletam ente insignificante. La mayor parte de los acusa­
dos tiemblan, no sólo por sus propias personas, sino también
por sus familiares. No es tan sencillo decidirse a lograr un
efecto ante la sala cuando se tiene una esposa, un hijo o una
hija en manos de la G. P. U. Por otra parte, ¿como denunciar
la im postura? Las confesiones “ pronunciadas de buen g rad o ”
por cada acusado sólo son la continuación de. sus abjuraciones
precedentes. ¿Cómo hacer creer a la concurrencia, y a la Hu-
L E O N T R O T S K Y 93

manidad entera, que desde hace diez años no han hecho más
que calum niarse a sí mismos?
Smirnov ha intentado desm entir en la audiencia sus “ con­
fesiones del sumario. En seguida se le opuso el testimonio de
su m ujer. Tengamos tam bién en cuenta la hostilidad de la sala.
Los telegram as y los relatos de periodistas complacientes dan
la im presión de “un debate público” . En realidad, la sala está
llena de agentes de la G. P. U., que se echan a reír en los
mom entos más dramáticos y aplauden las salidas más necias
del Fiscal. ¿Los e x tra n je ro s ? ... Son diplomáticos indiferentes
que ignoran esta astucia, o periodistas del género Duranty,
llegados allí con una opinión ya formada. Un corresponsal
francés nos mostró a Zinoviev echando una m irada ávida so­
bre el auditorio, y al no ver ninguna m u estra de simpatía, bajó
la cabeza resignado. Debemos añadir que los taquígrafos son
de la G. P. U.; que el Presidente puede interru m pir la audien­
cia en cualquier momento. Todo está previsto. Los papeles
están bien estudiados. El acusado, que en la instrucción se ha
resignado a su tarea deshonrosa, no ve ninguna razón para
cam biar de actitud en la audiencia: esto sólo sería perder su
última probabilidad de salvación.

❖ * $

¿La salvación? Zinoviev y Kámenev, según la opinión de


P ritt y de Rosenmark, no podían esperar salvar sus vidas con­
fesando crímenes que no habían cometido. ¿Y por qué no?
Los acusados de varios procesos anteriores conservaron su
vida acusándose falsamente. La mayor parte de los ex tranje­
ros que siguieron los procesos de Moscú, esperaba el perdón
de los condenados. El “ Daily H erald ” , órgano del Partido cuyo
grupo parlam entario está honrado por la presencia de M. Pritt,
nos da sobre este aspecto un testimonio de lo más interesante.
Al día siguiente de la ejecución de los 16, dicho periódico
escribió: “ Los 16 fusilados hoy contaban, hasta el último
m om ento de su existencia, con el p e rd ó n ... Era creencia gene­
ral que el decreto promulgado cinco días antes, en el cual se
les concedía el derecho a solicitar el perdón, tenía por objeto
indultarlos.” Así, pues, aun en Moscú, se esperó hasta los últi­
mos instantes. Los dirigentes cuidaron y mantuvieron estas
esperanzas. Los asistentes cuentan que los condenados acogie­
ron la sentencia de m uerte con tranquilidad. Kámenev. el más
tranquilo de todos, tuvo, según parece, profundas duda? en
cuanto al resultado de aquel regateo desigual. Tam bién él
debió preguntarse cien veces: “ ¿Se atreverá S talin?"
Stalin se atrevió.
En los prim eros meses de 1923, Lenin, e n ferm :. pensó en
em prender una lucha decisiva contra Stalin. Temía que y: no
94 STA LIN Y SUS CRIMENES

fuera propenso a ceder y me advirtió el 5 de marzo: “ Stalin


concertará un compromiso equívoco y traicionará después.”
Con respecto a los 16, el compromiso lo concluyó con ellos
ayudado por los jueces de instrucción; después los traicionó
ayudado por el v erdugo...
Los acusados conocían sus métodos. A principios de 1926,
cuando Zinoviev y Kámenev rom pieron públicam ente con Sta­
lin, la oposición de izquierdas se preguntó con cuál de los dos
grupos se podría form ar bloque. Mratchkovski, uno de los h é­
roes de 1a. gu erra civil, dijo: “ Ni con uno ni con otro; Zinoviev
em prenderá la huida, Stalin h ará traició n .” En efecto, Zino­
viev se hizo aliado nuestro y pronto emprendió la huida. Mrat-
chovski hizo lo propio. Estos “ fugitivos” intentaron aliarse
otra vez con Stalin, que concertó con ellos un “ compromiso
equívoco” y los traicionó después. Los acusados apuraron la
copa de las humillaciones hasta las heces. Después se les
abatió.
No hay nada de complicado, como se ve, en esta m aquina­
ción. No exige más que un régim en totalitario (1) ; es decir, la
supresión de toda libertad de crítica; la subordinación militar
de los acusados, de los jueces instructores, de los peritos, del
procurador, de los magistrados a una sola persona: Stalin.

(i) Nos parece que la palabra "totalitario” ha sido escrita por, T rotsky en
páginas anteriores. El "r?:ado totalitario” de Stalin es el mismo que heredó. Tan
“ totalitario” era cuando lo g b e m a b a Lenin y T rotsky como ahora. Sólo quere­
mos subrayar que el tipo de "estado totalitario” aparece en 1917 ccn los bolche­
viques. No cuando Hi:!en o Musoslini se adueñan del poder... Diríase que la gue­
rra se hizo para que todo; respetáramos el “ privilegio de invención” de los co­
munistas, ya.q u e la “ patente” del “ estado totalitario” era de exclusiva propiedad
suya. De su propiedad, aunque sean comunistas...
« (Ja s e d d e l p o d e r »

3 de enero.— De creer a Vichinski, el “ Centro U nificado”


no tenía ningún programa. Solamente estaba unido por la “ sed
del p o d e r” . Esta sed se ha dicho que la sentía yo más que nin­
guno. Los asalariados de la Internacional Comunista y ciertos
periodistas burgueses han desarrollado muchas veces el tema
de mi ambición.
Cuando, a principios de 1926, la “ Nueva Oposición” enla­
bió negociaciones conmigo sobre una acción común, Kámenev
me dijo en el curso de la prim era entrevista, célebrada a solas:
“ El bloque no es realizable, se cae por su peso si no tiene
usted intención de luchar por el poder. Muchas veces nos he­
mos preguntado si no estaría usted cansado y decidido a limi­
tarse, en lo sucesivo, a la crítica por escrito, sin em prender
esta lu c h a .” Por entonces, Zinoviev, el gran agitador, y Ká­
menev, el “ político avisado” , según Lenin, se hallaban toda­
vía bajo la ilusión de que les sería fácil recobrar el poder. “ En
cuanto se le vea a usted en la tribuna al lado de Zinoviev— me
decía Kámenev— , el Partido exclam ará: ¡He aquí al Comité
Central! ¡He ahí al G obierno!” Habían pasado ya tres años de
lucha en la oposición (1923-1926) y no com partía de ningu­
na m anera aquellas esperanzas optimistas. Nuestro grupo se
había hecho ya una idea bastante exacta del segundo capítulo
de la revolución y del creciente desacuerdo entre la burocracia
y el pueblo; de la degeneración nacional conservadora de los
dirigentes, en trance de convertirse en nacional-conservado­
res; de la profunda repercusión de las derrotas del proletariado
mundial sobre los destinos de la U. R. S. S. El papel de la Opo­
sición en los tiempos venideros se convertiría necesariam ente
en un papel preparatorio. Era preciso form ar nuevos cuadros
y esperar los acontecimientos. Esto es lo que respondí a Ká­
m enev: “ No me siento, de ninguna m anera, “ can sad o” , pero
tengo la opinión de que nos debemos arm a r de paciencia du­
rante un tiempo bastante largo, durante todo un período his­
tórico. No se trata de luchar hoy por el poder, sino de prepa­
rar los instrum entos ideológicos y la organización de la lucha
por el poder con vistas a un nuevo em puje de la revolución.
¿Cuándo se producirá este impulso? No lo s é .” Los lectores de
mi autobiografía, de mi “ Historia de la Revolución Rusa", de
mi crítica a la T ercera Internacional, de la “ Revolución trai­
g6 STALIN Y SUS CRIMENES

cionada” no.saben nada de este diálogo con Kámenev. Lo m en­


ciono aquí sólo porque arro ja la suficiente luz sobre la nece­
dad y lo absurdo de la '‘intención ” que nos achacan los m one­
deros falsos moscovitas: hacer retroceder la revolución hacia
su punto de partida de octubre de 1917 por medio de algunos
disparos de revólver.
« € l odio a J t a l in »

4 de enero.— Me queda por hablar de mi pretendido “ odio”


hacia Stalin. Se ha tratado mucho sobre ello en el proceso de
Moscú como uno de los móviles de mi política. En boca de un
Vichinsky, en las editoriales de la “ P ra v d a ” , las digresiones
sobre mi odio contra Stalin hacen juego con sus panegíricos
al “ j e f e ” . Stalin es el creador de la “ vida feliz” ; sus adversa­
rios, degradados, sólo pueden envidiarle y “ odiarle” . ¡P ro­
funda psicología la de estos lacayos!
Hacia esa casta de ávidos advenedizos que oprime al pue­
blo “ en nom bre del socialism o” , sólo siento una hostilidad
irreductible, odio si se quiere. Pero este sentimiento no tiene
verdaderam ente nada de personal. Mi puesto de observación
no me impidió identificar la estatura real del hombre con la
sombra gigante que él proyectaba sobre la pantalla de la bu ro­
cracia. Me creo, pues, en el derecho a decir que nunca he colo­
cado a Stalin lo bastante alto en mi fuero interno para poder
odiarle.
Si se pasa por alto un encuentro fortuito y sin que m ediara
ni una sola palabra, ocurrido en Viena, en 1911, en casa de
Skobelev, no conocí a Stalin sino después de mi llegada a
Petrogrado, al salir de un campo de concentración canadien­
se, en el mes de mayo de 1917. Entonces no era para mí más
que un militante del estado mayor bolchevique menos conspi­
cuo que otros. No es orador; su escritura tiene un estilo frío.
Su polémica es necia y vulgar. En 1a, época de las grandes
asambleas, de las manifestaciones imponentes, de las luchas,
no existía, en el sentido político de la palabra. En las conferen­
cias de los jefes bolcheviques perm aneció en la sombra. Su
pensamiento, retardado, no podía seguir los acontecimientos.
Zinoviev y Kámenev, el joven Sverdlov y Sokolnikov llegaron
a tom ar más parte en los debates que el propio Stalin, el cual
pasó todo el año 1917 a la expectativa. Los historiadores que
desde entonces han intentado atribuirle un papel casi diri­
gente no son más que falsificadores im prudentes.
Después de la toma del poder, Stalin adquirió alguna segu­
ridad, perm aneciendo siempre en segundo término. En se­
guida noté que Lenin lo em pujaba. Pensé, sin preocuparm e de
ello, que Lenin se inspiraba en consideraciones prácticas y no
en una simpatía general. Poco a poco, fui conociendo estas
consideraciones. Lenin apreciaba en Stalin la firmeza de ca­
rácter. la obstinación y hasta la astucia, como calidad indis­
pensable al militante. No esperaba de él ni ideas, ni iniciativa
g8 STAL1N Y SUS CRIMENES

política, ni facultades creadoras. Durante la gu erra civil tuve


ocasión de interrog ar a Serebriakov, miembro del Comité Cen­
tral y delegado con Stalin en el Consejo Revolucionario del
frente Sur, con objeto de saber si su presencia sim ultánea en
aquel lugar era lo bastante útil. ¿No hubiera podido salir él
sólo del apuro y de economizar así nuestras fuerzas? Serebria­
kov reflexionó un in- ante y me respondió: “ No, yo no sé mos­
trarm e tan exigente como Stalin: esto no es mi especialidad.”
Lenin apreciaba m ucho en Stalin aquella capacidad de “ im pe­
riosa e x i g e n c i a S*. ?entía tanta más seguridad cuanto que
el aparato del Estado— hecho para “ exigir”— se afirmaba.
Añadirem - y • mas cuanto que el Estado se deshacía del
espíritu de 1917.
Analizando su - -.'i iad. Stalin no podría ni siquiera
ser comparado coi; : o Hitler. Cualquiera que sea la
capacidad ideológica -cismo. los dos jefes victoriosos de
la reacción, el italiano y el alemán, han tenido desde el princi­
pio que dar mué.- - :• iniciativa, levantar las masas, labrar
nuevos caminos. Nada sem ejante puede decirse de Stalin. Ha
salido de los negociados del Partido y no sabe prescindir de
ellos. No vió las masas sino a través de estas oficinas. Stalin
sólo comenzó a ele’, irs e a el Partido cuando la gravedad
de las contradicción - - . i ~ l a i o el régim en de la N. E. P.,
perm itieron a la bui - por encima de la socie­
dad. El mismo fu-;- -1 s io de su propia elevación. No
avanzó sino dudan i: , con circunspección, siempre dispuesto
a la retirada. Zin - Kámenev. y— también, aunque en me­
nor grado— Rykov. Bu a :n. Tomski. le sostuvieron y animaron
para hacerm e : : s Ninguno de ellos pensó entonces que
Stalin pasaría 7 ->? c-irr.a de sus propios cadáveres. En el seno
del “ triunvirato". Z i n v ie v se mostró prudente y protector con
respecto a Staiir. Y - -•cuerdo que una vez Stalin empleó en
el Comité Centra': la • alabra “ rig o rista” de una form a comple­
tam ente impronta. y Kámenev me lanzó una m irada maliciosa
que quería decir: ' N hay nada que hacer; tomémosle tal y
como e s .” Bu a:::. ba que Koba— pseudónimo que Stalin
adoptó para la accio'n clandestina— “ tenía c a r á c te r ” y que
“ no sotro s” teníannos necesidad de hom bres de este temple;
si era ignorante y r o culto, “n o so tro s” iríamos en su ayuda.
Esta concepcio. s • ivo en la base del bloque Stalin-Buja-
rin que se forro ie s pues de la disgregación del triunvirato.
Las circunstancias sociales y de orden personal contribuyeron
así a la elevación i Stalin.
En el año 1923. o en el 24, Iván Nikititon Smirnov, fusi­
lado con Zinoviev v Kámenev, me dijo en una conversación
p riv ad a:
— ¿Stalin candidato a la dictadura? ¡Pero si es un hom ­
bre com pletam ente apagado e insignificante!
■L E O N T R O T S K Y 99

— Apagado, sí; insignificante, no— le respondí.


Sobre esta m ism a cuestión tuve discusiones con Kámenev,
quien, a pesar de la evidencia, afirm aba que Stalin no era un
jefe sino “ en la escala de un d istrito ” . En esta apreciación
irónica había un tanto de verdad, pero nada más que un tanto.
Ciertos aspectos del intelecto, tales como la astucia, la p er­
fidia, la actitud para explotar los bajos instintos, están extre­
m adam ente desarrollados en Stalin y, unidos a un carácter
fuerte, le facilitaban potentes armas.
Considerado en conjunto, resulta un a mediocridad. No es
capaz ni de generalizaciones ni de previsión. Su inteligencia
carece de luz, de arranque y hasta de capacidad lógica. Cada
una de las frases de sus discursos tiene un fin práctico: nunca
se eleva el discurso completo hasta la a ltu ra de una construc­
ción lógica. Esta debilidad hace su fuerza. Hay tareas histó­
ricas que no pueden ser realizadas si no se renuncia a las
generalizaciones y la previsión excluye el éxito inm ediato; ta­
les son las épocas de decadencia, de abatimiento, de reacción.
Helvetio dijo que toda época reclam a hom bres de su m ism a
altura y hasta los inventa si hacen falta. P ara term inar con las
citas, podemos aplicar a Stalin lo dicho por Engels sobre W e-
llington: “ Es grande a su m anera, tan grande como puede
serlo sin d ejar de ser una m ediocridad.” La grandeza indivi­
dual es, en definitiva, una función social.
Si Stalin hubiera podido prever dónde le conduciría la
lucha contra el “ trotsk ism o” , se hubiera detenido en el cam i­
no a pesar de la perspectiva de vencer a todos sus adversarios.
Pero no previo nada. Las predicciones de sus adversarios an u n ­
ciándole que se convertiría en el hombre de Term idor, en el
sepulturero del Partido y de la Revolución, le parecieron ju e ­
gos de imaginación. Creía en la fuerza de las oficinas del P a r­
tido, capaces de resolver todos los problemas. La falta de im a­
ginación creadora, la incapacidad de generalizar y prever, han
destruido en él al revolucionario. Estas características le han
permitido cubrir con la autoridad de un viejo revolucionario
el encum bram iento de la burocracia termidoriana.
Stalin ha desmoralizado sistem áticam ente a los Comités.
Estos le han estimulado en cambio. Las líneas de carácter que
le han permitido organizar las im posturas judiciales y los
asesinatos legales más abominables de la historia se hallan en
su naturaleza. He hablado de su astucia y de su falta de es­
crúpulos. A partir de 1924. Lenin nos puso en guardia con4”1'
el nom bram iento de Stalin para el puesto de S e c r e t a r i o Ge­
neral. “ Ese cocinero solamente nos servirá platos especiad: '. "
En 1923, en una conversación íntim a con Kámenev y Bz-:>
jinski, Stalin les confesó que su placer más grande era *><?•:• i'er
su víctima, p rep arar su venganza, dar el golpe "y des: : ~ -
a acostar. “ Es malvado— me decía Krestinski— : tiene lo; : ~

:
100 STA LIN Y SUS CRIMENES

am arillo s.” La propia burocracia no lo quiso nunca hasta el


m om ento en que necesitó de él.
Krupskaia, que se unió— por poco tiempo— a la Oposición,
me contó con qué desprecio tan profundo, con qué hostilidad
tan acerba consideró Lenin a Stalin en el último período de su
vida. Volodia me dijo:

S ta lin carece de honradez elem en tal , ya com prendes, de la honra­


dez m ás co rrien te...

En la últim a carta que dictó Lenin, rompió todas las rela­


ciones personales o de cam aradería con Stalin. De aquí puede
concebirse cuánta am argura le fué precisa al enferm o para
llegar hasta eso.
El odio personal es un sentimiento demasiado exiguo, de­
masiado doméstico, demasiado íntimo para poder influir en
una lucha histórica que excede inconm ensurablem ente a todos
sus participantes Que Stalin m erece el castigo m ás severo por
haber sido el sepulturero de la revolución y el organizador de
crím enes sin núm ero e? una cosa que se cae de madura. Pero
este castigo no es un fin propiam ente dicho, ni siquiera impo­
ne métodos particulares. Tiene que ser— ¡y lo será!— la con­
secuencia de la victoria de la clase obrera sobre la burocracia.
No pretendo, al decir esto, dism inuir la responsabilidad p er­
sonal de Stalin. Al contrario, la extensión, sin precedentes, de
sus crím enes es tal que la idea de hacerlos pagar por medio de
u n acto terrorista no acudirá a la m ente de ningún revolucio­
nario formal. El hundim iento del stalinismo, debido a la victo­
ria revolucionaria de las masas, nos p rocurará y será lo que
nos dé tal satisfacción político y moral. Y este hundim iento es
inevitable.
Debo añadir, para te rm in ar con lo del “ odio” y la “ sed
del p o d e r” , que. a pesar de las grandes pruebas de los últimos
tiempos, me hallo infinitam ente m uy lejos del estado de “ des­
esperación” que me atribuye la Prensa soviética. Estén segu­
ros los procuradores stalinianos y los torpes “ amigos de la
U. R. S. S .” del extranjero. Ni un solo día, en trece años, me
he sentido vencido o roto.
* % sjs

5 de enero, décimoséptimo día de navegación.— Después


de la derrota episódica de los obreros petersburgueses en
1917, el Gobierno Kerenski denunció a Lenin, Trotsky y otros
bolcheviques (excepción hecha de Stalin. porque nadie se inte­
resaba por él en aquel m om ento) como agentes del Estado
Mayor alemán. La acusación descansaba en las declaraciones
del sub-teniente Ermolenko, agente del contraespionaje ruso.
L E O N T R O T S K Y 101

La prim era sesión de la fracción bolchevique del Soviet, des­


pués de las “ revelaciones” , estuvo dominada por un senti­
miento penoso de estupor y casi de pesadilla. Lenin y Zinoviev
se ocultaron la víspera y Kámenev fué detenido. “ No hay nada
que hacer— dije— ; los obreros han sufrido una derrota; el
partido bolchevique ha sido puesto fuera de la ley. La propor­
ción de fuerzas se ha modificado de golpe. Todo lo que hay
de turbio y oscuro ha subido a la superficie. El sub-oficial Er-
molenko inspira a Kerenski. Tendrem os que sufrir esta fase
im p r e v is ta ...” No pude prever que José Stalin, miembro del
Comité Central del Partido Bolchevique, continuaría al cabo
de dieciocho años el sistem a de calumnias de los Ermolenko-
Kerenski.
Ninguno de los veteranos bolcheviques acusados han reco­
nocido estas “ inteligencias” con la Gestapo. Sin embargo, han
prodigado las confesiones. Kámenev, Zinoviev y otros no han
dudado en servir hasta el fin a la O- P- U. Sus diálogos con el
Fiscal respecto a la Gestapo perm iten im aginarse el convenio
ajustado durante la instrucción del sumario. “ ¿Ustedes quie­
ren ensuciar y aniquilar a T rotsky?— debió decir Kámenev— .
Nosotros les ayudaremos. Estamos dispuestos a presentarlo
como el organizador de atentados te rro rista s.” Al traspasar
todos los límites de la verosimilitud, Kámenev pensó que se
corría el riesgo de com prom eter la propia acusación de te rro ­
rismo. Además, la “ inteligencia” con la Gestapo recordaba de­
masiado las acusaciones lanzadas contra Lenin y Trotsky en
19 1 7 ...
La acusación de terrorism o no bastaba. La burguesía po­
dría decirse: “ Los bolchevique se exterm inan los unos a los
otros; esperem os el d esenlace.” En cuanto a los obreros, m u ­
chísimos se harían este razonamiento: “ La burocracia m ono­
poliza las riquezas y el poder, sofoca toda crítica; Trotsky qui­
zá no haya hecho mal en apelar al te rro rism o .” Los jóvenes,
más impulsivos, podrían aventurarse por ese camino que to­
davía desconocen. Stalin tenía que exam inar con atención las
peligrosas consecuencias de la posición que adoptase. Por esto,
los argum entos de Kámenev y de otros acusados no hicieron
ningún efecto en él. Necesitaba ahogar a sus adversarios en el
lodo. No podía im aginar nada más eficaz que una buena inte­
ligencia con la Gestapo. ¡El terrorism o y la alianza con Hitler!
El obrero que le creyese estaría para siempre inmunizado con­
tra el “ tro tskism o” . La dificultad estriba en hacérselo c re e r...
La m ateria del proceso, aun bajo la forma falsificada y arti­
ficiosa con que aparecen las actas oficiales (editadas en va­
rias lenguas por el Comisariado de Justicia) constituyen tal
cúmulo de contradicciones, anacronismos y absurdos, que el
solo resum en sistemático del proceso verbal destruye toda acu ­
sación. La G. P. U. trabaja sin obstáculo alguno. No teme ni
102 STALIN Y SUS CRIMENES

denegaciones, ni revelaciones, ni imprevistos. La solidaridad


com pleta de la Prensa la tiene asegurada. Los jueces de ins­
trucción se sirven más de la intimidación que de su propio in­
genio. Además de falso, el proceso es tosco, mal montado,
increíblemente necio en determinados momentos. Estamos
obligados a señalar que el todopoderoso Fiscal Vichinski, anti­
guo abogado provincial menchevique, le añade un extra de
necedad.
El designio que en él reside es más monstruoso todavía que
la ejecución. Así. h-cho de que el testigo principal citado
contra m í— el úi.ico bolchevique viejo que declara haberm e
visitado en ei ex:: ¿r. ero. Goltzman— tuviera la desgracia de
nom brar com ; ' - • ' • en la entrevista a mi hijo, que nunca
estuvo en Copenhague, y elegir como lugar para cita el hotel
Bristol, que hacía ::eir.?o no existía; este hecho, repito, y otros
análogos tienen, en derecho, u n significado decisivo. Pero el
hombre dotado :e son ido moral y psicológico no se
detiene ante esi - pequeñas " fa lta s ” de la gran impostura. La
acuñación de la moneda falsa puede salir más o menos bien.
No hay necesidad de exam inarla de cerca cuando basta tom ar­
la en la mano para apercibirse de su poco peso, o hacerla sonar
para que se deje oír el sonido sospechoso de su “ am alg am a” .
La afirmación según la cual yo me había aliado a la Gestapo
para asesinar al funcionario staliniano Kirov. es tan idiota que
hace perder al dor justo y sensato hasta el deseo de
analizar le? : - - i- falsedad staliniana.
X ilin o d e terro rista s a la U. )l ó. ó.

6 de enero.— Entramos, durante la noche, en el golfo de


Méjico. El agente de Policía y el capitán convienen por tele­
fonía sin hilos las condiciones de mi desembarco.
La maquinación continúa y es evidente. Las tentativas de
Litvinov con vistas a crear una santa alianza contra los “ te­
r ro ris ta s ” coincide con la preparación de la prim era falsifica­
ción en torno al asunto Kirov. Litvinov recibió instrucciones
de Stalin “ a n te s ” del asesinato de Kirov; es decir, en las cáli­
das jornadas en que la G. P. U. preparaba el atentado de Le-
ningrado para complicar en él a la Oposición. El proyecto se
reveló complicado y encontró diversos obstáculos. Nikolaiev
disparó demasiado precipitadamente. El cónsul de Letonia no
logró establecer una relación entre los terroristas y yo. El T ri­
bunal Internacional contra el Terrorism o no había sido creado
todavía. Del gran proyecto de llegar hasta mí por medio de la
Sociedad de Naciones no queda, por el momento, más que los
escandalosos discursos de un diplomático soviético que trab a­
jó en pro de una unión de todas las Policías del mundo contra
el “ trotskism o ” .
La sem ana “ te rro rista ” de Copenhague (noviembre de
1932) se relaciona estrecham ente con la idea del Tribunal
Internacional. Si existe en Moscú un centro terrorista que
actúa, inspirado por mí desde el extranjero, por medio de m e n ­
sajes que los magistrados no logran captar, la posibilidad de
inculparm e ante el Tribunal Internacional sigue siendo pro­
blemática. Era absolutam ente preciso hacerm e enviar desde el
extranjero terroristas de carne y hueso. He aquí por qué unos
m uchachos desconocidos me visitaban en Copenhague: un tal
Berman, un tal Fritz David, a los cuales me bastó una conver­
sación para transform arlos en terroristas y en agentes de la
Gestapo. Yo les había encargado m atar al mayor núm ero posi­
ble de jefes en el m enor espacio de tiempo; sin embargo, no
les había invitado a e n tra r en relaciones con el centro te rro ­
rista de M oscú... por razones de ilegalidad, pues la form a más
segura de salvaguardar el centro “ te rro ris ta ” era, evidente­
mente, la de tenerle apartado de los atentados. Igualm ente,
con el fin de preparar contra mí testimonios susceptibles de
servir ante el Tribunal de la Sociedad de Naciones, vino a
verme, tam bién a Copenhague, Goltzman, quien tuvo la mala
suerte de encontrar, en un hotel hacía tiempo desaparecido, a
mi hijo, que se encontraba en aquel mom ento en Berlín. En
cuanto a Olberg y a los dos Lourié, Moisés y Nathan. los había
io4 STALIN Y SUS CRIMENES

lanzado a la acción terrorista sin verlos. En realidad, la sema­


na de Copenhague no coloca en las frentes de los que la inven­
taron los laureles de las grandes im aginaciones... Pero, por
otra parte, ¿qué otra cosa podían inventar?
Kámenev afirm ó con insistencia ante los jueces que en
tanto Trotsky estuviera en el extranjero, los terroristas conti­
nuarían, inevitablemente, penetrando en la U. R. S. S. Káme­
nev servía así el principal objetivo de Stalin: hacer mi exis­
tencia imposible en todos los países capitalistas. Kámenev
planteó la cuestión referente a los medios m ediante los cuales
yo podría reclutar e.;ecir.ores. Hay dos clases de rusos en el
ex tranjero: emigrad' ~ Manco? y funcionarios soviéticos. Des­
pués de haberm e expul-a i-: ie Turquía, la G. P. U. intentó,
por medio de la Internacional Comunista, establecer relacio­
nes entre los “ trotskistas ' ex " m icros, y particularm en te los
checos, y la em igración "blanca Mis prim eros artículos, pu­
blicados entonces, pusieron fin a estas intrigas. Todos los g ru ­
pos de em igración blanca, cualesquiera que sean y todo lo
hostiles que puedan ser para S; ilir - sienten infinitam ente
más cerca de él que de mí y no lo ocultan. En cuanto a los
círculos soviéticos del extranjero, son muy restringidos y es­
tán vigilados de tal forma que no hay posibilidad de establecer
ninguna actividad organizada en ~ s-no. Basta con recordar
que Blumkin fué pasado por las armas por haberm e visitado
tan sólo una vez; este fué mi único encuentro con un ciuda­
dano soviético en el curso de mis ñ ~ le destierro.
¿Cuáles son, pues, los cinco “ í - r : ris ta s ” que yo envié a
Moscú y que sólo revelaron sus intenciones en la vista del pro­
ceso? Son todos ellos judíos intelectuales, originarios, no de
la U. R. S. S., sino de los países l : : r ;irofes que pertenecieron
antaño al Imperio. Sus familia- huyeron ante la revolución
bolchevique; pero el elemento -'oven, gracias a su capacidad
de adaptación, a su conocimiento ;e idiomas, especialmente
del ruso, term inaron por acomodarse, hasta confortablem ente,
en los departam ento de la Internacional Comunista. Los fun­
cionarios de esta Internacional. - i - todos ellos de la clase
obrera, sin experiencia revolucionaria, sin ninguna in struc­
ción teórica formal, siempre celosos en la aplicación de la úl­
tima circular, se han convertido en un verdadero azote para
el movimiento obrero. Algunos, fracasando en su carrera, han
coqueteado ciertos momentos con la Oposición. En mis artícu ­
los y en mis cartas he puesto m uchas veces a mis amigos en
guardia contra esta clase de' personajes. Y no hub iera sido p re­
cisam ente a estos empleados de la Internacional Comunista a
quienes hubiera confiado yo mis proyectos terroristas más se­
cretos y, por la mism a razón, mis inteligencias con la Gestapo.
¿Absurdo? Mas la G. P. U. no ha encontrado otra clase de
hom bres en el extranjero entre los cuales yo había podido r e ­
L E O N T R O T S K Y

clutar “ te rro rista s ” . Y sin el envío de mis hom bres a la


U. R. S. S., mi participación en la m aquinación hub iera tenido
un carácter demasiado abstracto.
Un absurdo ocasiona otro: ¡cinco intelectuales judíos re ­
sultan ser agentes de la Gestapo (Olberg, Bermann, David, los
dos Lourié) ! Es sabido suficientem ente que los intelectuales
judíos, en todo el mundo y en particular en Alemania, se han
dirigido m uchas veces hacia la III Internacional, no por interés
hacia el m arxismo o el comunismo, sino porque en ella buscan
un apoyo contra el antisemitismo. Cosa comprensible. Pero
¿qué móviles psicológicos o políticos podrían llevar a cinco
intelectuales ruso-judíos a em prender el camino del terroris­
mo en contra de S talin ... y de acuerdo con Hitler? Los propios
acusados han tenido buen cuidado en no descifrar tal enigma.
Vichinski no se ha inquietado por él. Sin embargo, m erece
atención. La “ sed del p o d e r” me guiaba. Admitámoslo. ¿P ara
qué? ¿P ara gloria de Hitler?
Al parecer, por odio a Stalin yo hacía precisam ente aque­
llo que Stalin más deseaba. Desde 1927 he escrito, no decenas
de veces, sino centenas, que la lógica del bonapartism o inci­
taría a Stalin a im putar a la Oposición una maquinación mili­
tar o un atentado terrorista. Desde mi llegada a Constanti-
nopla repetí muchísimas veces y razoné políticamente estas
advertencias en la Prensa (1 ). Sabiendo que Stalin no podría
sostenerse sin atentados contra su “ sa g ra d a ” persona, me h a ­
bía dedicado a sum inistrárselos; había elegido ejecutores oca­
sionales y claram ente dudosos; por aliado, me había brindado
a Hitler; había elegido judíos para colaborar con la Gestapo;
había hablado por los codos. Mi conducta había sido, en una
palabra, exactam ente tal y como puede exigir la imaginación
media de un agente provocador de la G. P. U.

(i) T rotsky, sin recordarlo, incurre en un argumento ya rebatido por él. S'i
cuando Stalin hizo correr la noticia de que se preparaba un atentado contra T rotsky
en Turquía, ello significaba sólo una “ coartada” o “ diversión” para eludir la
culpabilidad del atentado que en realidad preparaba, el anunciar T rotsky atentados
de la G. P. U. para inculpar a los trotskistas también puede creerse “ coartada”
y “ diversión” . Es delicioso presenciar el duelo entre dos bandas criminales de la
misma “ escuela” ...
Cu IfLéjico

El 9 de enero, en una cálida m añ an a tropical, nuestro pe­


trolero entraba en el puerto de Tampico. Aun no sabíamos lo
que nos esperaba. Nuestros pasaportes y revólveres continua­
ban en poder del policía fascista noruego, el cual, aun en aguas
mejicanas, m antenía para nosotros el régim en establecido por
su Gobierno socialista. Le advertí, así como al capitán, que no
consentiríam os en desem barcar si no éram os acogidos por per­
sonas amigas. Poco después de que el petrolero se detuviera,
una gasolinera del Gobierno condujo hasta nosotros a los re ­
presentantes de las autoridades locales y centrales, a perio­
distas m ejicanos y extranjeros, a amigos seguros. De éstos,
Frida Rivera, esposa del pintor; Max Schachtman, publicista
m arxista y amigo político que nos visitó en Turquía, Francia y
Noruega; ¡George Novak, Secretario del “ Comité T ro tsk y ” , de
Nueva York. El policía noruego, que nos restituyó nuestros
pasaportes y nuestras armas, observaba con claro embarazo la
cortesía de que nos daba m uestras un jefe de la Policía m e ji­
cana. No sin emoción desem barcam os en la tierra del Nuevo
Mundo. Las torres metálicas de los pozos de petróleo me recor­
daban 'Bakú. En el hotel, n u estra ignorancia del español pesó
inm ediatam ente sobre nosotros. A las diez abandonamos T am ­
pico con rumbo a la capital, acom pañados por el general Mú-
jica, representante del Ministro de Vías y Comunicaciones. El
contraste entre la Noruega septentrional y el Méjico tropical
no se dejaba sentir solamente en el clima. Recién salidos de
una atm ósfera de arb itraria aversión y de penosa incertidum -
bre, encontrábam os por todas partes atención y hospitalidad.
Nuestros amigos de Nueva York nos inform aron con optimismo
de la acción de su Comité, de la desconfianza creciente d’e la
opinión respecto al pr.oceso de Moscú y de las perspectivas de
un contra-proceso. La conclusión unánim e era que se necesi­
taba. lo antes posible, publicar un libro sobre las imposturas
judiciales de Stalin. Un nuevo capítulo de nuestra vida abríase
bajo los más favorables auspicios... Pero qué ¿pasará más
adelante?
Contemplamos con avidez el paisaje tropical: cerca de Cár­
denas, entre Tampico y San Luis de Potosí, dos locomotoras
rem olcaron nuestro tren hacia las alturas. El aire se refrescó;
rápidam ente nos vimos libres del sentimiento de opresión que
se apodera de los nórdicos en el cálido clima del golfo. Llega­
mos en la m adrugada del día l i a Lechería, donde pudimns
abrazar a Diego Rivera, a quien debíamos m ás que a nadie
L E O N T R O T S K Y 107

nuestra liberación (1 ). Le acom pañaban varios amigos: Fritz


Bach, com unista suizo antaño y ahora profesor en Méjico;
Hidalgo, que hizo la guerra civil con Zapata, y algunos más.
Al mediodía, varios automóviles nos transportaron a Coyoacán,
arrabal de Méjico, donde nos apeamos ante la casa azul de
Frida Rivera.
En un telegram a de gratitud al Presidente Cárdenas, en­
viado desde Tampico, repetí mi firme intención de abstenerm e
de toda intervención en la política mejicana. Yo no dudaba
que los pretendidos “ amigos de la U. R. S. S .” de Méjico,
forzados por la G. P. U., se opondrían por todos los medios a
la prolongación de mi estancia en esta tierra. ¿Podía ser c¡[e
otra form a? Stalin arriesgaba demasiado, si es que no arrie s­
gaba todo. Su p rim er cálculo, fundado en la sorpresa y la rap i­
dez. sólo se había realizado a medias. Mi partida para Méjico
cambió bruscam ente la situación de las fuerzas en perjuicio
del Kremlin.
Uno de los síntomas de la inquietud reinante en Moscú
resaltaba a la vista: los comunistas m ejicanos me consagraron
núm eros enteros de su semanario y hasta publicaron, núm eros
especiales llenos de artículos nuevos y viejos, que provenían
siempre de los antros de la G. P. U. y del Komintern, Mis
amigos decían: “ No prestes atención a ello; esta hoja debe
tratarse con el desprecio que m e re c e .” Yo no intentaba, por
otra parte, entablar polémicas con los criados, cuando tenía
que inculpar a sus amos. El secretario de la Confederación
Sindical, Lombardo Toledano, observó una actitud com pleta­
m ente indigna. Abogado, político por afición, extraño al pro­
letariado y a la revolución, este señor, que m archó a Moscú
en 1935, regresó de allí “ amigo desinteresado” de la
U. R. S. S., como él mismo manifestó. El inform e de Dimitrov
al VII Congreso de la Internacional Comunista sobre la política
de los “ Frentes P o p u lares” , lo había igualado Toledano a l...
“ Manifiesto com un ista” . Desde mi llegada a Méjico, este indi­
viduo me calumnió con un encarnizam iento tanto más grande
cuanto que contaba con la im punidad por mi compromiso de
no m ezclarm e en los asuntos del país. Los mencheviques rusos
fueron verdaderos caballeros en comparación de los arribistas.
Entre los periodistas' extranjeros, el corresponsal del “ New
York T im e s ” en Méjico, Mr. Kluckhohn, se distinguió en se­
guida. Con varios pretextos, intentó en varias ocasiones impo­
nerme verdaderos interrogatorios. Los orígenes de su celo era::
fáciles de adivinar.

(1) Este Diego Rivera, por lo visto, era trotskista a la sazón. - =- :e


que se ha convertido en un stalinista perfecto. Se nos ocurre preguntarr.:5 ;! su
trotskismo de entonces sería sólo un disfraz para inspirar confianza i Trotsky.
Tengamos en cuenta que le hombre que lo asesinó también se disfrazó trrts-
kista para poder cometer el asesinato.
io8 STALIN Y SUS CRIMENES

Ignoro si Stalin ha dudado antes de m ontar u n nuevo pro­


ceso. Mi llegada a Méjico no podía, sin embargo, poner fin
inmediato a estas representaciones judiciales. Se necesitaba,
y lo antes posible, cubrir mis próximas revelaciones por medio
de nuevas acusaciones sensacionales. El asunto Radek-Piata-
kov se preparaba desde el mes de agosto. Como se podía pre­
ver, la base de la maquinación se hallaba estaba vez en Oslo.
En efecto, im portaba justificar al Gobierno noruego mi expul­
sión. Los cuadros geográficos de la falsedad, envejecidos, fue­
ron apresuradam ente restaurados con nuevos elementos. Por
medio de Yladimir Romm. yo había intentado— -según ellos—
apoderarm e de los secretos del Gobierno de W áshington, y
por medio de Karl Radek, había pretendido abastecer de pe­
tróleo al Japón en caso de guerra con los Estados Unidos.
¡Unicamente por falta de tiempo, la G. P. U. no pudo “ orga^
n iz arm e” una entrevista con un emisario japonés en el parque
de Chapultepec, en Méjico!
El 19 de enero de 1937 recibimos el prim er cablegram a en
que se anunciaba el próximo proceso. Respondí a él por medio
de un artículo el día 21. El proceso se abrió el 23 en Moscú.
Fué, al igual que en agosto, una sem ana de pesadilla. Aunque,
después del proceso de 1936, el m ecanism o de estos asuntos
se nos mostró claram ente, nuestro h o rror aumentó. Las com u­
nicaciones oficiales de Moscú parecían delirantes. Había que
leer cada línea de las mismas para convencernos de que eran
verdaderos hom bres los que se agitaban tras tal delirio im ­
preso. Algunos de estos hom bres me eran demasiado conoci­
dos, lo que aum entaba mi estupefacción. La m áquina totalita­
ria los había envenenado con la m entira antes de aplastarlos;
se acusaban falsam ente para dar a los gobernantes la posibi­
lidad de acusar también falsam ente a otros. Stalin se sintió
obligado a hacer creer a la hum anidad crím enes imposibles.
De nuevo nos llegamos a preg un tar: ¿Es posible que la gente
sea tan necia? Las falsedades de Stalin son tan m onstruosas,
que parecen tam bién crím enes imposibles. Por un lado, la
G. P. U., los Tribunales, la diplomacia, laá agencias pagadas,
los periodistas de la clase de Duranty. los abogados de la clase
de M. P r itt... P or otro, un “acu sad o ” aislado, como era yo,
recién salido de una cárcel socialista, arrojado a un país leja­
no, sin P ren sa propia, sin recursos. Sin embargo, no dudé qiie
los organizadores topoderosos de tanta falsedad estaban ante
una catástrofe. La espiral de las falsedades, que llevaba la m ar­
ca de Stalin. abarcaba ya a demasiada gente, demasiados he­
chos. demasiados puntos geográficos y todavía continuaba ex­
tendiéndose. Todo el mundo no adm ite ser engañado.
Durante los procesos, el Kremlin moscovita se puso una
venda sobre los ojos y se tapó los oídos. Disponiendo de m e­
dios técnicos en exceso insuficientes, yo no podía contar con
L E O N T R O T S K Y

el efecto inmediato de mis revelaciones; mi objetivo era inten­


tar que la verdad dilatara poco a poco su campo de acción. Al
final, la espiral de esa verdad se encontraría con que era más
amplia que la de lo falso. Todo lo que ha ocurrido después de
la pesadilla de enero de 1937 no hizo sino confirm arm e en
esa esperanza optimista.
£ n v ísp e ra s d e l s e g u n d o p roceso

21 de enero.— El día 19, la agencia Tass anunció para el


día 23 el comienzo de un nuevo proceso de ‘‘tro tsk istas”
(Radek, Piatakov y varios m ás). Desde hacía tiempo sabíase
que se preparaba, pero la gente se preguntaba si el ;Gobierno
soviético se decidiría a montarlo después de la impresión ex­
trem adam ente desfavorable producida por el proceso Zi­
noviev.
El “ Proceso de los Dieciséis” tuvo lugar en la segunda
quincena de agosto de 1936. A últimos de noviembre se des­
arrolló, inesperadam ente, en el interior de Siberia, u n segundo
proceso de “ tro tsk istas” , completando el de Zinoviev-Káme-
nev y preparando el de Radek-Piatakov. El punto más débil
del “ Proceso de los Dieciséis” (que no tuvo ninguno fuerte,
excepción hecha del m auser de los verdugos) fué la m onstruo­
sa acusación de enlace con la Gestapo. Extrem adam ente gra­
ve, no descansaba más que sobre las declaraciones de testigos
tan dudosos como Olberg y David. Un segundo proceso era
necesario para confirm ar el primero. Pero antes de decidirse
a una gran representación en Moscú, se hizo un “ ensayo” en
provincias. Esta vez tuvo lugar en Novosibirk, a buena distan­
cia de Europa, de los periodistas extranjeros y de las miradas
indiscretas. El proceso de Novosibirk fué notable; en él se vio
aparecer en escena a un ingeniero alemán, agente ficticio o
real de la Gestapo: después se demostró, con ayuda de las
“ confesiones'' rituales, su enlace con “ tro tsk istas” siberia­
nos. El objeto principal de la acusación no fué aquella vez
el terrorismo. - • - el "sabotaje de la in d u s tria ” .
Es mucho — difícil com prender el juicio Piatakov-Ra-
dek-Serebriakov. Durante el curso de los prim eros diecinueve
años, estos liomi : - ^>bre todo los dos primeros, han servido
lo m ejo r que han podido a la burocracia, han perseguido a la
Oposición, han s |cío. a la vez, servidores y ornam entos del
régimen. ¿Por qué Stalin necesitaba sus cabezas?
Hijo de un im portante refinador de azúcar ucraniano, Pia­
takov recibió una s i i d a instrucción, especialmente en lo que
a la música se refiere: conocía varios idiomas, se h a aplicado
a la economía política y se ha hecho especialista en cuestiones
bancarias. En la Oposición, o más bien en las diversas oposi­
ciones, lia ocupado un lugar notable. Durante la guerra m un ­
dial, combatió a Lenin con Bujarin, que estaba entonces en la
extrem a izquierda sobre todo en cuanto el “ derecho de las n a­
cionalidades a disponer de sí m ism as” . Después de la paz de-
L E O N T R O T S K Y

Brest-Litovsk. Piatakov, Bujarin, Radek, Iaroslavski, el difunto


Kuybichev, pertenecieron a la fracción de los “ com unistas de
izquierdas” . Durante la prim era fase de la guerra civil, Piata­
kov fué, en Ucrania, un adversario resuelto de mi política mi­
litar. A p artir de 1923, se unió a las “ trotskistas” y formó
parte de nuestro núcleo dirigente. Dándose cuenta de su gran
capacidad, Lenin añade que no se le puede ten er por seguro
en política, pues, lo mismo que Bujarin, tiene una inteligencia
formalista, desprovista de agilidad dialéctica. A diferencia de
Bujarin, sus cualidades de adm inistrador son excepcionales y
ha tenido ocasión de m anifestarlas bajo el régim en soviético.
Hacia 1925, Piatakov se cansó de la oposición y más exacta­
m ente de la política, su trabajo de adm inistrador le dió sufi­
cientes satisfacciones, Por inercia y relaciones personales,
permaneció trotskista hasta últimos de 1927, pero, desde la
prim er ola de represión, rompió decididam ente con este pasa­
do, depuso las armas de oposicionista y obtuvo pronto derecho
a emplazarse en la burocracia. Mientras que Zinoviev y Kame­
nev, a pesar de sus abjuraciones, perm anecieron en último tér­
mino, Piatakov fué admitido en el Comité Central y recibió la
cartera de Yice-comisario de la Industria pesada. Por su ins­
trucción, sus actitudes, su pensamiento sistemático, la enver­
gadura de sus concepciones de organizador, excedió en mucho
al jefe oficial de la Industria pesada, Ordjonikidzé. Y he aquí
que en 1936, el hom bre que durante cerca de doce años ha
dirigido la industria, se revela que no era en realidad sino un
“ te rro rista ” , un saboteador y un agente de la Gestapo.
¿Qué hay que decir a esto?
Radek tiene en la actualidad cincuenta y cuatro años. Es
periodista nada más. Posee todas las brillantes cualidades de
esta clase de hombres y tam bién todos sus defectos. Su ins­
trucción es más bien la de un gran lector. Su conocimiento del
movimiento obrero polaco, la participación durante largos
años en el movimiento social dem ócrata alemán, la lectura
atenta de la prensa internacional, principalm ente la inglesa y
la am ericana, han ampliado sus horizontes, han conferido una
gran movilidad a su pensamiento, le h an suministrado un n ú ­
mero infinito de ejemplos, de com paraciones y, finalmente, de
anécdotas. Pero lo que Lasalle llamó “ la fuerza física del inte­
le cto ” , le faltaba. En los diversos grupos políticos. Radek fué.
más bien, un huésped, no un verdadero militante. Su pa­
lmenta) es demasiado impulsivo y móvil para una acción si-te­
mática. Sus artículos enseñan mucho, sus paradoja; -
presentar una cuestión im prevista un día. pero nunca í :;4 una
personalidad política. El ru m or que le presta, er; ciertas ér ~!-
cas, una influencia decisiva en el comisariado : * A-*:? tos Ex­
teriores está desprovisto de fundamento. El !: Po'uico
STALIN Y SUS CRIMENES

apreciaba el talento de Radek; pero no tomó n u nca a éste


en serio.
A p artir de 1923, Radek dudó entre la oposición de iz­
quierda en la U. R. S. S. y la de derecha del comunismo ale­
mán. Pero nunca cesó de evolucionar, unas veces hacia la de­
recha y otras hacia la izquierda. En 1929, capitula, y no cier­
tam ente con segunda intención, sino con decisión, definitiva­
mente, no sin quem ar antes todas sus naves p ara hacerse el
publicista más renom brado de la burocracia. No escatim a ni
una sola acusación contra la Oposición, ni u n elogio a Stalin.
¿Por qué se encuenta, él también, en el banquillo de los acu­
sados?
De los demás acusados, dos no menos im portantes, perte­
necen a la mism a generación que Piatakov: Serebriakov y So-
kolnikov. El primero, en los tiempos de Lenin, perteneció al
Comité Central, del cual llegó a ser, durante cierta época, su
Secretario. Su tacto y su sutileza, le permitieron desempeñar
un im portante papel en la liquidación de m uchísimos conflic­
tos surgidos en el seno del Partido. Tranquilo, de carácter
nivelado, desprovisto de ambición, Serebriakov poseía entre
sus cam arada? grandes simpatías. Hasta últimos de 1927, fué
uno de los dirigentes de la Oposición de izquierda, al lado de
Smirnov. El facilitó, indudablem ente, nu estra aproximación
con el grupo Zinoviev y contribuyó a evitar los roces surgidos
en el seno del bloque así constituido. La presión term idoriana
debía romperle, como a muchos más. Al renunciar a toda acti­
vidad política. Serebriakov capituló ante la pandilla dirigente,
de una forma, es cierto, más digna que la de muchos, pero no
menos decidida. Cuando volvió de la deportación, fué enviado
en misión a :■: s EE. UU. y ejerció luego sus tareas de alto fun­
cionario de Ferrocarriles.
Sokolnik'-'Y. el cuarto de los acusados, entró en Rusia, pro­
cedente de Suiza, con Lenin. en abril de 1917, e inmediatal-
m ente üeg :> a -er uno de los m ilitantes más destacados del
Partido bolchevique. Durante los meses decisivos del año re ­
volucionario. S 'k Inikov redactó, con Stalin, el órgano central
del Partido. Sokolnikov comenzó con energía la política que
se llamaba entonce- de “ Lenin y T ro tsk y ” . Durante la guerra
civil, desempez '> las funciones más altas y estuvo al mando,
durante algún tiempo, del VIII Ejército, en el frente del Sur.
Durante la NEP fué Comisario del pueblo de Hacienda, creó
un Tchervonetz moneda bastante estable) ; más tarde, re ­
presentó a la U. R. S. S. en Londres. Muy bien dotado, provisto
de una sólida instrucción. Sokolnikov se hallaba, sin embargo,
igual que Radek. sujeto a grandes vacilaciones. En las cues­
tiones económicas más im portantes sus.simpatías fueron hacia
la derecha del partido. Nunca entró en el bloque de oposición
formado en 1926-27. Proclamó su adhesión a la política ofi­
L E O N T R O T S K Y

cial en el XV Congreso que decretó su exclusión de la oposi­


ción de izquierda. En seguida fué reelegido para el Comité
Central. Pero, a la inversa que Zinoviev y Kámenev, persona­
lidades demasiado eminentes, Sokolnikov, como Radek y Pia-
íakov, se asimiló prontam ente a la burocracia, en calidad de
exacto funcionario soviético. ¿No es asombroso verlo acusado
de los peores crím enes contra el Estado, después de diez años
de pacífico trabajo?
En agosto, los dieciséis acusados, acusándose entre sí más
aún que el Fiscal, exigieron su pena capital, Piatakov y Radek
publicaron en aquel momento, en la “ P ra v d a ” , sendos a rtícu ­
los furiosos reclamando varias m uertes para cada uno de ellos.
Cuando las presentes líneas aparezcan en la prensa, la agencia
“ T a s s ” hab rá publicado que Radek y Piatakov, confesando
tam bién sus propios crím enes fantásticos, . exigen, a su vez,
su propia pena de m u e rte ...
Para dar a este proceso una apariencia convincente, Stalin
hace figurar en él a viejos bolcheviques sobradam ente cono­
cidos. “ Es imposible que estos revolucionarios templados se
calumnien entre sí tan m o n stru o sam en te” se dirá. “ Es impo­
sible que Stalin fusile a sus ex cam aradas si no h an cometido
ningún c rim e n ” . Pero no; sobre el candor y la crudelidad del
hom bre medio, se construyen los cálculos del principal orga­
nizador de los procesos de Moscú, de ese César B o r g i a '( l ) de
nuestra época.
Stalin contaba firm em ente con que las confesiones de Zi­
noviev y Kámenev convencerían al universo. Pero no fué así.
Los más perspicaces continuaron incrédulos. Su incredulidad,
confirm ada por la crítica, se extendió por áreas cada vez más
amplias.
A partir del 15 de septiem bre del último año, dos sem a­
nas después de mi internam iento en Noruega, en un m ensaje
dirigido a la prensa escribí:

E l proceso de M o scú , v isto desde él m irador de la opinión m undial,


es u n jorm id a b le fra ca so ... L o m ism o que d espués del derrum bam ien­
to del proceso K ir o v , la p esadilla de S ta lin no dejará de descubrir
ahora, para' sostener las acusaciones que fo rm u la en contra m ía, nuevos
atentados , nuevas m aquinaciones, nu evo s ju ic io s.

El Gobierno noruego confiscó mi declaración, pero loá


hechos la confirmaron. Se precisaba ún segundo proceso para

(i) Por las mismas razones que dimos al tratar de la palabra “ inquisición” ,
dejamos aquí el nombre de César Borgia. Es otro tópico de la “ leyenda negra”
contra un papado, por papado y por español; pero quede aquí ahora que suscita
una idea auténtica de crueldad, intriga y crimen contra Stalin.
8
114 STALIN Y SUS CRIMENES

sancionar el primero, llenar los vacíos, enm ascarar las con­


tradicciones, ya reveladas por la crítica.
Radek, Piatakov. Serebriakov son, si reservam os a R&-
kovski, al cual todavía no se ha tocado, los arrepentidos super­
vivientes más notables. Stalin ha decidido, evidentem ente,
sacrificarlos para llenar las lagunas de su p rim er proceso,
pero no solamente para este fin. En el “ Proceso de los Die­
ciséis” no se trató sino de terrorismo, y los años de terrorism o
se reducían, en realidad, al asesinato de Kirov, personaje po­
lítico de segunda clase, m uerto por el desconocido Nicolaiev
(con el inmediato concurso de la G. P. U. como lo demostré
en 1 9 34). Este crim en lo han pagado con más de 200 ejecu­
tados, con proceso o sin él. Asimismo, no se podían servir
eternam ente del cadáver de Kirov para exterm inar a toda la
Oposición, tanto más cuanto que los oposicionistas auténticos,
los que no han capitulado, no han abandonado desde 1928 las
cárceles y la deportación. El nuevo proceso necesita, pues,|
nuevas acusaciones: sabotaje económico, espionaje, tentativa
de restauración del capitalismo, tentativas dé “ exterminación
en m asa de los o b rero s” . Bajo estos títulos puede colocarse
todo cuanto se quiera. Si Piatakov que, durante los dos planes
quinquenales, dirigió, de hecho, la industrialización, se revela
como gran organizador de sabotajes, ¿qué decir de los simples
m ortales? La burocracia inten tará im putar sus fracasos econó­
micos, sus falsos cálculos, sus dilapidaciones, sus abusos, a
los... trotskistas. ¡Ya pueden im aginarse las infamias, las insi­
nuaciones y las nuevas acusaciones que van a tener lugar!
Pero, ¿se puede adm itir que Radek, Piatakov, Sokolnikov,
Serebriakov y otros, recorran en el camino de las confesiones
después de la trágica experiencia de los “ Dieciséis” ?. Zinoviev
y Kámenev tenían esperanza de salvación. Se les engañó. Se
les pagó con la m uerte física las confesiones que significaban
su fin moral; Radek y sus coacusados, ¿no han comprendido
esta lección? Estos días que vienen lo sabremos; sería erróneo,
sin embargo, creer que estas nuevas víctimas tengan que ele­
gir. Después de varios meses de Inquisición, estos hom bres
ven cómo la muerte, lenta, inexorable, desciende sobre ellos.
Los que se nieguen a confesar lo que se les dicte serán fusila,-
dos sin juicio. Á Radek. a Piatakov. a los demás, se les deja la
som bra de una probabilidad. Pero, ¿habéis fusilado a Zinoviev
y Kámenev? — Sí. los hemos fusilado porque era necesario
hacerlo así, porque eran enemigos disimulados, porque se ne­
garon a confesar sus relaciones con la Gestapo, p o rq u e... ete.
Por el contrario, no tenemos necesidad de fusilar a vosotros.
Tenéis que ayudarnos a liquidar, para siempre, la Oposición
y com prom eter a Trotsky. Este servicio os valdrá la vida. Hasta
os daremos trabajo dentro de algún tiempo. ■ — Ciertamente,
L E O N T R O T S K Y 115

después de lo que ha ocurrido, ni Radek ni Piatakov pueden


conceder ningún crédito a sem ejantes promesas. Están cogi­
dos entre una m uerte inevitable y cierta y . .. u na m uerte sim u­
lada con algunos destellos de esperanza. En casos así, los hom ­
bres, sobre todo los acosados, torturados, humillados, agota­
dos, se vuelven hacia ese rayo de esperanza...
7 ) ise u rso en la r e u n ió n d e l )L ip ó d ro m o
de 9 í ueva )j< a

El 9 de febrero debía tom ar la palabra, por teléfono, en


una reunión que se celebraría en Nueva York, consagrada al
proceso de Moscú. Mis amigos me advirtieron de que nos te n ­
dríamos que prevenir contra los sabotajes por parte de los
“ a m ig o s” de Moscú que. si no poseen la simpatía de las m a ­
sas, han logrado, por el contrario, instalarse en algunos s e r­
vicios administrativos y técnicos. Así ocurrió. Fuerzas m iste­
riosas se interpusieron entre los siete mil auditores neoyorki-
nos y yo. Las explicaciones confusas que me dieron los técni­
cos interesados han sido perfectam ente rechazadas por espe­
cialistas formales. La explicación verdadera tiene pocas letras:
G. P. U. En previsión del sabotaje, envié, por adelantado, el
texto de mi discurso a los organizadores de la reunión. El m i­
tin del Hipódromo de Nueva York contribuyó m ucho a la for­
mación de la “ Comisión de E n c u e sta ” .

“ ¡Queridos auditores, cam aradas y amigos!


Lo prim ero que os voy a decir es que perdonéis mi deplo­
rable pronunciación inglesa. Lo segundo, m anifestar mi agra­
decimiento a la ju n ta que m e h a dado la posibilidad de habla­
ros de los procesos de Moscú. Ni un sólo instante me desviaré
de este tema, demasiado vasto de por sí.
El proceso Zinoviev-Kamenev ha suscitado un movimiento
de confusión, de indignación o, cuando menos, de estupor. El
proceso Radek-Piatakov no ha hecho sino aum entar estos sen­
timientos. He aquí lo indisputable. Dudar de la justicia, es
sospechar la impostura. ¿Puede concebirse sospecha más ab ru ­
m adora con respecto a un Gobierno que se coloca bajo la égida
del socialismo? El deber de los verdaderos amigos de la
U. R. S. S. ¿no sería el decir frm em ente a los gobernantes de
Moscú que disiparan a toda costa la desconfianza que la ju s ­
ticia de Moscú inspira a Occidente?
Respuesta: “ Tenemos n u estra propia justicia, lo demás no
nos in teresa.” Esto no es ilum inar a las masas dentro de un
espíritu socialista, es hacer una política de prestigio a base de
“ b lu ff ” , imitando a Hitler o a Mussolini.
Los gobernantes de Moscú deben ofrecer a una comisión
de encuesta toda clase de pruebas de que dspongan. Dichas
L E O N T R O T S K Y

comisiones, evidentemente, no podrían fracasar puesto que los


procesos han ocasionado la ejecución de 49 personas, sin con­
tar ciento cincuenta más, fusiladas sin juicio de ninguna clase.
Recordemos que dos abogados, el señor Pritt, de Londres,
y el señor Rosenmark, de París, han salido garantes ante la
opinión internacional de lo bien fundados que están los v ere­
dictos de Moscú. Pero, ¿quién responderá de estos que res­
ponden? Los dos abogados agradecen al Gobierno soviético
que haya puesto a su disposición todas las aclaraciones n ece­
sarias. Añadiremos que el señor Pritt, “ consejero de S. M. bri­
tá n ic a ” , fué invitado a Moscú en tiempo oportuno, cuando
la fecha de apertu ra del proceso era m antenida rigurosam ente
secreta. El Kremlin no ha encontrado indigno recu rrir al con­
curso de abogados y periodistas extranjeros que no m erecen
ninguna confianza particular. Pero cuando la Internacional So­
cialista y la Internacional Sindical propusieron el envío de abo­
gados a Moscú, la prensa soviética los acusó-—¡ni más ni m e­
nos!— de defender a asesinos y a la Gestapo. Probablem ente
sabéis que yo no soy partidario de estas Internacionales. Pero
¿no es evidente que su autoridad moral es infinitam ente supe­
rior a la de abogados blandos de espinazo? ¿No estamos en el
derecho de constatar que el Gobierno de Moscú quiere re fre n ­
dar su prestigio con la presencia de peritos y de hombres n o ta­
bles, cuya aprobación ha controlado por anticipado? Está dis­
puesto a hacer del señor Pritt, “ consejero de Su M ajestad” , un
consejero de la G. P. U. y responde por medio de bajas injurias
a toda tentativa de contraprueba que implique alguna garantía
de objetividad e imparcialidad. ¡El hecho es innegable y a b ru ­
mador!
¿Es falsa esta conclusión? Nada más fácil que desm en tir­
la: que el Gobierno de Moscú ponga, pues, a disposición de
una comisión de comprobación internacional todos los datos
formales, concretos y precisos sobre los puntos oscuros de los
procesos Kirov. P ara su desgracia, no hay nada en estos pro­
cesos, fuera de estos puntos oscuros... Justam en te por esto.
Moscú hace lo imposible por hacerm e callar, a mí, que soy el
principal acusado. Bajo la temible presión económica de Mos­
cú, el Gobierno noruego me internó, ¡tomando por pretexto un
artículo escrito sobre F rancia que publiqué en la revista a m e­
ricana “ La N ación” ! La generosa hospitalidad de Méjico, con­
cedida por iniciativa dé su Presidente, general Cárdenas, nos
ha permitido a mi esposa y a mi afrontar el segundo proc' --
en libertad. No obstante, todos los medios han sido emplea : ~
de nuevo p ara obligarme a callar. No tengo nada que ocu!1;\ '
Estoy dispuesto a com parecer ante una comisión de in v e ;1!;: -
ción imparcial y pública, con docum entos y hechos, que in­
vestigue toda verdad. Y yo declaro: Si esta comisión rr.e en­
cuentra culpable de la parte más mínima de los crím enes :
STALIN Y SUS CRIMENES

me im puta Stalin. tomo por anticipado el deber de e n tre g ar­


me a los verdugos de la G. P. U. Ya lo habéis oído todos. Lo
declaro ante el mundo. Pido a la prensa lleve mis palabras a
los rincones más lejanos del planeta. Pero si la comisión es­
tablece— ¿me entendéis bien ?—-que los procesos de Moscú
son im posturas conscientes y premeditadas, fabricadas con
nervios y osamentas humanas, no pediré a mis acusadores que
se ofrezcan voluntariam ente a las balas. ¡La vergüenza eterna
que perm anecerá en la mente de las generaciones, les basta­
rá! ¿Me oyen los procuradores del Kremlin? Les lanzo mi
desafío a la cara. ¡Espero su respuesta!

*5
* ■
!*

El proceso Zinoviev-Kamenev fué centrado en el “ terro­


ris m o ” . El de Piatakov-Radek puso en prim er término, no al
terrorismo, sino a las relaciones de los trotskistas con Alema­
nia y el Japón para la preparación de la guerra, la desm em ­
bración de la U. R. S. S., el sabotaje de la industria, la exter­
minación de los o breros... ¿Cómo explicar esta discordancia
sorprendente? Se os dijo, después de la ejecución de los dieci­
séis, que las confesiones de Zinoviev. de Kámenev y de otros
fusilados, eran sinceras y correspondían a los hechos. Además,
¡Zinoviev y Kámenev habían pedido contra sí mismos la pena
de m uerte! ¿P or qué no dijeron nada de lo principal: de la
alianza de los trotskistas con el Japón y Alemania, y del plan
de desm em bración de la U. R. S. S.? ¿Acaso podían omitir
sem ejantes “ detalles” ? ¿Podían ellos, que eran los lideras
del pretendido “ Centro", ignorar lo que sabían los acusados
del segundo proceso, figuras de segundo plano? Este enigma
es sencillo: la nueva falsificación fué concebida después de la
ejecución de los "dieciséis” , en el transcurso de los cinco
últimos meses, en respuesta a los ecos desfavorables de la
prensa extranjera. Según el proceso, yo había entrado en re ­
laciones con la Gestapo, por mediación de desconocidos am bi­
guos, como Olberg. Berman, Fritz David, para fines tan im ­
portantes como la obtención de un pasaporte de Honduras
para Olbers. El total parecía demasiado estúpido. Nadie podía
creer en él. Todo el proceso estaba comprometido Era preci­
so, a toda costa, corregir la falta del director de escana, llenar
el hueco. Iéjov reemplazó a Jagoda. Un nuevo proceso fué
puesto a la orden del día. Stalin decidió responder a los críti­
cos en estos términos, poco más o menos:

¿ N o creéis q u e T ro tsk y haya entrado en relaciones con la G estapo


Por m edio de O lberg , para lograr u n pasaporte de H on du ras? P ues
bien; os voy a dem ostrar que el objeto de su alianza con H itle r es el
de provocar la guerra y repartirse el m undo.
L E O N T R O T S K Y ug

Mas para este segundo aparato escénico, los principales


actores faltaban. Stalin los había ya asesinado. No le quedaba
sino atribuir los prim eros papeles a personajes de segundo
término. No creo superfluo indicar que Stalin disponía de la
colaboración de Radek y Piatakov. Ahora bien, ya no queda­
ban más hom bres conocidos que se pudieran relacionar con
el “ trotskism o” , aunque 110 fuera más que por su lejano pa­
sado. Esta suerte tocó entonces a Piatakov y a Radek. La Ver­
sión relativa a mis relaciones con la Gestapo por m ediación de
pequeños personajes sospechosos, fué descartada. La cuestión
fué elevada inm ediatam ente hasta la escala mundial. Ya no se
trataba de un pasaporte de Honduras, sino del desmembraí-
miento de la U. R. S. S. ¡y hasta de la derrota de los Estados
Unidos! Y fué como si un ascensor fenomenal sacara la m a­
quinación de las sucias cuevas de la Policía para elevarla hasta
las alturas en que se decidían los destinos de las grandes po­
tencias. Zinoviev, Kámenev, Smirnov y Mratchkovski habían
descendido a la tum ba sin sospechar estos planes grandiosos,
estas alianzas, estas perspectivas... ¡Tal es la m entira funda­
m ental de la últim a falsedad!
P ara enm ascarar en tanto la contradicción chillona entíra
los dos procesos, Piatakov y Radek declararon que form aban
un “ Centro paralelo ” ... en razón de mi desconfianza hacia
Zinoviev y Kámenev. ¿Se inventará muy difícilmente una ex­
plicación más absurda y más falsa? El hecho es que no he te ­
nido ninguna confianza hacia Zinoviev y Kámenev desde su ca­
pitulación; y que desde últimos del año 1927, no he tenido
eon ellos ninguna relación. ¡Pero aún tenía yo menos confian­
za en Radek y Piatakov! Después de 1929, Radek entregó al
oposicionista Blumkin a la G. P. U., el cual fué pasado por las
arm as sin juicio, en secreto. Entonces .escribí desde el extran­
jero, en el “ Boletín de la Oposición” :

R a d ek , al perder los ú ltim o s v estig io s del equ ilibrio m oral, ya no


se d etien e ante n ing u na ignom inia.

No me expresé sensiblemente m ejor en lo que se refiere


a Piatakov en la prensa y en mis cartas privadas. Es, sin duda,
penoso ten er que citar mis juicios sobre las trágicas víctimas
de Stalin, pero sería crim inal el velar aquí la verdad por ra ­
zones sentim en tales... Radek y Piatakov m iraron siempre a
Zinoviev y Kámenev de arriba abajo y no se engañaron. Esto
no es todo. Durante el “ Proceso de los Dieciséis” el Fiscal l l a r
mó a Smirnov “ líder de los trotskistas en la U. R. S. S .” . El
acusado Mratchkovski, p ara probar cuán íntimo mío era. de­
claró que no se com unicaba conmigo más^que por mediación
suya, y el procurador apoyó esta afirmación. ¿Cómo se expli­
120 STALIN Y SUS CRIMENES

ca que ni Zinoviev, ni Kamenev, ni el “ líder tro tsk ista ” Smir-


nov, ni Mratchkovski, mi allegado, no supieran nada de los
planes de que yo inform é a Radek? Esta es la m entira capital
del reciente proceso. A prim era vista se revela. Conocemos su
origen. Vemos los hilos ocultos. Vemos la tosca mano que tira
de ellos.
“ Radek y Piatakov se han arrepentido de los peores crim i­
nes. Estos crímenes, no obstante, desde el punto de vista de
los acusados— -y no de los acusadores— no tienen ningún sen­
tido. Por el terrorismo, el sabotaje y la alianza con los im pe­
rialistas querían, según parece, restau ra r el capitalismo en la
U. R. S. S. ¿Por qué? Durante toda su vida estuvieron com ba­
tiendo el capitalismo. ¿Habrían cambiado por móviles perso­
nales? ¿P or la sed del poder o el espíritu de lucha? Bajo nin­
gún régimen, Piatakov y Radek, podían esperar situaciones
más elevadas que las que ocupaban antes de su detención; ¿se
sacrificaron, quizás, tan absurdam ente por am istad hacia mí?
Hipótesis sin sentido. Todos sus propósitos, sus discursos, sus
escritos, sus actos durante los años últimos han tenido un ca­
rácter de enem istad acérrim a en lo que a mi respecta. ¿El
terrorism o? Pero, ¿podían los oposicionistas, después de la ex­
periencia revolucionaria de Rusia, dejar de prever que el te ­
rrorism o serviría solam ente de pretexto al exterminio de los
m ejores m ilitantes? Lo sabían, lo preveían, lo habían declara­
do centenares de veces. No había necesidad de terrorismo.
Los procesos de Moscú están basados en lo absurdo. La
versión oficial, a p artir de 1931. es que los trotskistas organi­
zaban una maquinación m onstruosa y todos ellos hacían lo
contrario de lo que decían. Centenares de personas están ini*-
ciadas. pero, durante años, no se produce entre ellas ni diver­
gencias de pareceres, ni escisiones, ni denuncias, ni tampoco
se atrapará ninguna carta, ¡hasta la hora de las confesiones
unánime?! Entonces se realizará otro milagro: Hombres que
han preparado los asesinatos, la guerra, el desm em bram iento
de la U. R. S. crim inales endurecidos, se arrepienten de im ­
proviso en agosto de 1936, y no abrum ados por. las pruebas,
puesto que no hay pruebas contra ellos, sino por razones mís­
ticas que. psicólogos hipócritas, declaran propias del “ alma
r u s a ” . Pensad en esto: ayer hicieron descarrilar los trenes,
envenenaron a los obreros obedeciendo a una señal de Trotsky;
hoy, llenos de odio contrq Trotsky, le hacen responsable de
sus crímenes. Ayer, sólo pensaban en asesinar a Stalin; hoy,
le entonan alabanzas. ¿Estamos en una casa de locos? ¿Gasa
de locos? De ninguna m anera. Es el “ alma r u s a ”, dicen.'
¡Mentirosos! ¡Calumniáis el alm a rusa! ¡Calumniáis el alma
hum ana!
La simultaneidad y la unanim idad de las confesiones no es,
en esto, la única monstruosidad. La peor monstruosidad es
L E O N T R O T S K Y 121

que con su propia confesión, los anegados hicieron en política


exactam ente lo que debía perderles, lo que era rigurosam ente
necesario a la pandilla dirigente. Ante el Tribunal dijeron lo
que no podían decir los policías más serviles de Stalin. Hom­
bres normales, obedientes a su propia voluntad, no se hubie­
ran podido portar jam ás ante el Juez instructor y ante el T ri­
bunal como lo hicieron Zinoviev, Kamenev, Radek, Piatakov
y otros. La fidelidad a las convicciones, un sentimiento de su
dignidad política, el simple instinto de conservación, les h u ­
biera obligado a defenderse, a defender sus intereses, su vida.
La única pregunta razonable se plantea en estos térm inos:
¿Qué llevó a estos hom bres a un estado en el que todos los
reflejos humanos quedan reducidos a la impotencia, y cuáles
fueron los medios? La jurisp ru dencia conoce un principio muy
sencillo que da la clave de muchos secretos: “ lis fecit cui pro-
d e s t” (Busca a quien aprovecha el c rim en ). Toda la actitud
de los acusados está dictada, no por sus intereses y sus ideales,
sino por los intereses de los dirigentes enemigos. La falsa
conspiración, las confesiones, el proceso teatral, las ejecucio­
nes com pletam ente reales, todo ello lo ha conseguido una sola
mano. ¿Cuál? ¿ “ Cui p ro d e s t” ? ¡La mano de Stalin! ¡Basta
de habladurías, de m entiras, de charlatanerías sobre el alma
rusa! ¡Hemos visto juzgar, no a militantes, no a conspiradores,
sino a maniquíes que se hallaban en manos de la G. P. U.!
Recitaron papeles aprendidos de antemano. El objeto de estas
vergonzosas representaciones era el de aplastar toda oposición,
envenenar, desde su origen, todo pensamiento crítico, consa,
grar para siempre el régim en totalitario de Stalin.
Podría citar aquí un gran núm ero de testimonios y docu­
mentos que destruyen de arriba abajo las declaraciones d e di­
versos acusados: Smirnov. Mratchkoski, Dreitzer, Vladimir,
Román, de todos los que, en una palabra, han intentado pre­
cisar hechos o circunstancias de tiempo o de lugar. Pero este
trabajo no puede producir ninguna utilidad si no se ejecuta
ante una comisión de inform ación en la que participen juristas
que dispongan del tiempo suficiente para conocer los testi­
monios y estudiar los documentos.
Lo poco que de ello he dicho, perm ite, según espero, pre­
ver el curso de la encuesta a proseguir. Por una parte, la a c u ­
sación es, de por sí, fantástica: toda la vieja generación bol­
chevique está acusada de u na abominable traición que no tiene
pies ni cabeza. P ara sostener esta acusación, el Procurador no
dispone ni de una sola prueba material, aunque haya habido
centenas de millares de registros y detenciones. ¡La carencia
absoluta de pruebas es contra Stalin la prueba más ‘ ' rib le !
Las ejecuciones no están justificadas sino por confesiones
arrancadas a la fuerza. La G. P. U. no es solamente culpable
de falsedad, lo es también de necedad, de torpeza, de falta de
122 STALIN Y SUS CRIMENES

sentido común en la confección de las falsedades. La im puni­


dad desmoraliza. La ausencia de fiscalización paraliza la
crítica.
Muchos auditores se pregu ntarán convencidos: “ Que las
confesiones son falsas, es evidente, pero ¿cómo logra obte­
nerlas S ta lin ? ” He aquí el misterio. En realidad, el misterio
no es tan profundo como parece. El derecho crim inal de los
países democráticos ha renunciado com pletam ente a los m é­
todos de la Edad Media, porque conducen, no a la verdad, sino
al dictado de los inquisidores. Los procesos de la G. P. U. tie­
nen u n carácter prc fun lam ente inquisitorial: y este es todo el
misterio de las confesiones.
Puede que haya en este m undo m uchos héroes capaces dfe
resistir todas las torturas físicas y morales y consentir en las
de sus esposas e h ijo s ... \ o no sé n a d a ... Mis observaciones*
personales me m uestran que la capacidad de resistencia de los
nervios en el hom bre es limitada 1 ' . Con la G. P. U., Stalin
puede acorralar a su victima en u n ho rror tan desesperante,
en una vergüenza, en una humillación tales que la confesión
del crim en más horrible, que lleva consigo la perspectiva de
ejecución o que deja entrever u na leve probabilidad de vida,
resulta la única solución. ;De no contar con el suicidio, cosa
que prefirió Tomski! El suicidio o la postración moral, no hay
otro dilema. Y no o i-i- que en las prisiones d é l a G. P. U. el
suicidio es un lujo imposible! ( 2 ).

(1) L !a ~ a — s .................ie '.os lectores sobre las palabras que preceden a la


nota, “ M is ::: u s f - ’V ^ .J's me muestran que la capacidad de resistencia
de los - — -- :i:ada-” Si hablase un médico, supondríamos que
sus “ obserracirr.t; rtr-.T-'.-fs procedían de la mesa de operaciones. Pero habla
Trotsky. un r.: rr.br i :ue hs tenido la Cheka a sus órdenes; por lo tanto, sus
“ observaciones personales’ proceden de la “ mesa de operaciones” de la policía
soviética. Y es:: ' : esrucharlo una muchedumbre de “ izquierdas” en Nueva
Y o rk , sin dirse cuerna de que quien acusaba a Stalin de verdugo era otro ver­
dugo que había perdido su “ p laza” .
(2) A nuestr: juicio. e' “ secreto” de la técnica de la G. P. U. para arrancar
confesiones ir reveis T r : : ; ky en esas palabras con perfecta claridad. E l procedi­
miento es llevar ai re: a .1 desesperación extrema, por medio del tormento, hasta
el agotamiento p s i::! 5gic: y físico. E l procedimiento va ría ; pero el más usado ha
de ser aquel que ::: r ' r . u e i l a física. No olvidemos que la G. P . U. dispone de
médicos especialistas er e! dolor. Según cuenta el Dr. Landowsky, en “ Sinfonía
en R ojo M a y o r” , '.a técnica usa el método de llevar al reo reiteradamente de un
estado de placer inter.5 3 a un estado de dolor agudísimo. Las drogas son usadas
para lograr el estado de placer, v toques en los extremos de los nervios producen
el dolor deseado. L a distancia entre un estado y otro, su contraste, ocasiona la
desesperación deseada. L'na desesperación que lleva al reo al deseo de acabar para
siem pre: al ansia de morir. Es decir, al suicidio. Cuando pruebas reiteradas con­
vencen de que el ansia de suicidio es absoluta y permanente en el reo,, se le ofrece
la muerte a cambio de sus declaraciones. Que las presten a gusto de los verdugos
en tal estado es perfectamente lógico. N o buscan con ellas salvarse, sino suici­
darse.
Nos parece verosímil y lógico que declaren. Téngase bien en cuenta que se
L E O N T R O T S K Y 123

Los procesos de Moscú no deshonran la revolución, pues


son los frutos de la reacción. No deshonran la vieja generación
bolchevique: atestiguan ta n sólo que los bolcheviques están
hechos de carne y sangre y que no son insensibles indefinida­
mente a la amenaza de m uerte. Los procesos de Moscú des­
ho nran el régim en político que los h a engendrado: ¡un bonal-
partismo sin conciencia ni escrúpulo! Los fusilados han caído
maldiciéndole.
Pero las lágrimas no servirán para nada. Debemos, según
Spinoza, com prender y no reír o llorar. ¡Tratem os de com ­
prenderle! ¿Quiénes son los principales acusados? Bolchevi­
ques viejos, creadores del Partido, del Estado soviético, deÜ
Ejército rojo, de la Internacional Comunista. ¿Quién ha m a n ­
tenido la acusación contra ellos? Vichinski. abogado burgués,
considerado como m enchevique después de la revolución de
1917. ¿Quién insultó a los acusados en la “ P ra v d a ” ? Zaaslavs-
ki, antiguo colaborador del periódico bancario de Petrogrado;
Zaaslavski, a quien Lenin, en sus artículos, calificó de “ mise­
r a b le ” . El ex-director de “ P ra v d a ” , el viejo bolchevique Bu-
jarin, está detenido; en la actualidad, el anim ador de este pe­
riódico es Miguel Koltsov, cronista burgués que pasó entre los
“ b lancos” la mayor parte de la guerra civil. Sokolnikov, com­
batiente de la Revolución de Octubre y de la guerra civil, ha
sido condenado como traidor. Rakovski está en espera de ser
juzgado. Estos dos han sido em bajadores de la U. R. S. S. en
Londres. Ahora ocupa allí su puesto Maiski, menchevique de
derecha que, durante la gu erra civil, perteneció al Gobierno
blanco de Koltchak; Troyanovski, em bajador en W ashington,
que acusa a los trotskistas de contra-revolucionarios, perte n e­
ció a la J u n ta Central del Partido Menchevique y no se adhi-

trata de ateos, de hombres sin creencia en otra vida; posiblemente, sin capacidad
ya de arrepentimiento, pues el procedimiento les impele a ser suicidas. Diríase
que sólo un satanismo ha podido inspirar a los verdugos, pues nos hallamos ante
un caso sin precedente histórico, ya que el asesinato físico y temporal va unido al
asesinato espiritual y eterno, suerte reservada al suicida.
Algo de trascendencia suma nos trae a la pluma este caso inaudito de los “ reos
suicidas”. Estos ex-hombres, hechos verdaderos guiñapos morales, que calumniar,
a otros y se calumnian a sí mismos, para terminar cantando un himno a su ver­
dugo, tan sólo por morir y acabar de sufrir. Comparados con el mártir cristiar.:
que busca el martirio para cantar, no al tirano, sino a su Dios, resistiendo to r­
mentos inauditos sin la quiebra moral, ofrecen tal contraste que, una vez -r.a;. --
demuestra que al mártir le asiste una fuerza sobrenatural que al reo ates y sui­
cida se le niega.
Si Trotsky puede afirmar que su experiencia personal le muestra que "la ca­
pacidad de resistencia de los nervios del hombre es limitada”, es porque ¡ i'.: a
hombres de carne ha martirizado. iLos emperadores, pretores de ¡a ar.: eü-ecad y.
en tantos casos, los verdugos de las checas españolas, han presencial: ;ue '.a re­
sistencia de los nervios del tnártir es infinita, como Infinito es ¿ D::= :u-r :or.-
fiesan.
124 STALIN Y SUS CRIMENES

rió a los bolcheviques sino cuando éstos comenzaron a rep ar­


tir cargos lucrativos. Antes de ser em bajador, Sokolnikov fué
Comisario del Pueblo de Hacienda. Este cargo, hoy, se halla
ocupado por Grinko, quien, en los años 1917-1918, formó
parte de la Jun ta de Salvación Pública de los blancos, creada
para com batir a los soviets. Ioffé, prim er em bajador de los
soviets en Berlín, fué uno de los m ejores diplomáticos rusos;
más tarde se vió precisado, por las persecuciones de que fué
objeto, a suicidarse. ¿Quién le reemplazó en Berlín? Primero
un oposicionista arrepentido. Krestinski; después Khintchuk,
ex-menchevique, miembro de la Ju nta contra-revolucionaria
de Salvación Pública, y por fin. Souritz. que pasó tam bién
todo el año 1917 al otro lado de la barricada. Estas enum era­
ciones podrían prolongarse indefinidamente.
La renovación de los cuadros tiene profundas causas socia­
les. ¿Cuáles? Ya es hora de darse al fin cuenta de que una
nueva aristocracia se ha formado en la U. R. S. S. La Revolu-
ción de Octubre triunfó bajo el signo de la igualdad. La buro­
cracia estableció u na desigualdad monstruosa. La revolución
ha suprimido la nobleza. La burocracia creó nobles. La revo­
lución abolió jerarquías y órdenes. La burocracia resucita los
mariscales, los generales, los coroneles... La nueva aristocra­
cia devora una enorm e parte de los ingresos nacionales. Su
situación ante el pueblo e? falsa y engañosa. Sus jefes cuidan
de ocultar la realidad, de engañar a las masas, de enm asca­
rarse. de hacer pasar por negro lo que es blanco. T oda la polí­
tica de la nueva aristocracia sólo es impostura.
El tem or a la crítica es el tem or a las masas. La burocracia
tiene miedo del pueblo. La lava revolucionaria no está todavía
bien enfriada. La burocracia no puede verter la sangre de los
descontentos que la critican, por la sencilla razón de que exi­
ja n la restricción de sus privilegios. Las falsas acusaciones
contra la Oposición no son, pues, ocasionales, sino sistem áti­
cas y exigidas por la condición de la casta gobernante. Recor­
demos la actitud de los term idorianos con respecto a los jaco­
binos. Aulard escribió en su “ Historia de la Revolución F ran­
c e sa ” : “ No se contentaron con haber asesinado a Robespierre
y sus amigos; los calumniaron, presentándolos ante los ojos
de Francia como realistas y traidores vendidos al e x tra n je ro .”
Stalin no ha inventado nada. No ha hecho sino sustituir la pala­
bra “ re a lis ta ” por la palabra “ fascista” .
Cuando los stalinianos nos califican de “ traid o res” , no sólo
hay odio, sino tam bién cierta sinceridad en la injuria. Mantie­
nen que hemos traicionado los intereses de la casta sagrada
de los generales y de los mariscales, la única capaz, a su
modo de ver, de construir el socialism o... Por n u estra parte,
consideramos a los stalinianos como traidores a los intereses
de las masas populares soviéticas y del proletariado mundial.
L E O N T R O T S K Y

Sería absurdo explicar una lucha tan vasta por motivos perso­
nales. No se trata tan sólo de diferentes programas, sino de
intereses sociales opuestos que chocan cada vez más duraf
mente.
* * *

Mi libro reciente “ La Revolución traicion ada” está con­


sagrado al análisis social y a las perspectivas. En dos palabras:
las conquistas esenciales de la Revolución de Octubre, es de­
cir, las nuevas formas de la propiedad, no están todavía abo­
lidas, sino que ya han entrado en conflicto con el despotismo
político. Un conflicto declarado entre el puebjo y la nueva
tiranía es inevitable. Desde ese momento, el régim en de Stalin
está condenado. ¿Será seguido por un a contra-revolución capi­
talista o por una dem ocracia obrera? (1 ).
La dem ocracia soviética no triunfará autom áticam ente.
Esto depende un poco de vosotros. Es preciso ayudar a las
masas. Y para comenzar, hay que decirles la verdad: O ayudar
a la burocracia contra el pueblo o ayudar a las fuerzas del pro­
greso. Los procesos de Moscú nos dan la señal. ¡Maldición
para quien no la oiga. Los procesos de Moscú tienen lugar
bajo la égida del socialismo. ¡No abandonarem os la ban dera
del socialismo en manos de los amos falsarios! La lucha que
se ha de sostener excede muchísimo en im portancia a las p e r­
sonas, las fracciones y los partidos. El porvenir de la H um ani­
dad se decidirá en ella. Esta lucha será dura y larga. En las
épocas de reacción es, ciertam ente, más cómodo entenderse
con la burocracia que buscar la verdad. Pero a nosotros no
nos detendrán ni las amenazas, ni las persecuciones, ni laá
violencias. Quizá pasen sobre nuestros huesos (2 ), pero la v er­
dad prevalecerá.

(1) Ni por lo uno ni por lo otro. El régimen de Stalin es él mismo una “con­
trarrevolución capitalista ” para instaurar en el mundo el comunismo; es decir,
el esclavismo. En cuanto a eso de la “democracia obrera” si es democracia, no
es obrera y si es obrera no es democracia; naturalmente, sino se convierten en
obreros todos los ciudadanos. Y no fué, ni es, ni será jamás ese el resultado de
ninguna revolución humana. Todas, y la comunista más que ninguna, han produ­
cido una aristocracia... ¿Qué otra cosa es eso que Trotsky llama burocracia?...
(2) Trotsky acertó. Stalin ha pasado sobre sus huesos.
a in v e stig a c ió n p r e lim in a r en C-oyoacan
En la época de los prim eros “ procesos Kirov” , la aproxi­
mación entre París y Moscú se hallaba ya en buen camino. La
disciplina “ n acion al” de la Prensa francesa es demasiado co­
nocida. Los representantes de la Prensa extranjera, la am e­
ricana notablem ente, no podían encontrarm e a causa de mi
“ incó gnito” . Estaba, pues, aislado. En el prim er proceso Zino-
viev-Kámenev respondía por medio de un breve folleto, publi­
cado y repartido en tirada restringida. Moscú inició el aparato
escénico del futuro gran proceso, cuya preparación iba a re­
querir todavía dieciocho meses. En el curso de este lapso de
tiempo, la amistad de Stalin con los partidos del F rente Popu­
lar se afianzó hasta el punto de que la G. P. U. tuvo la segu­
ridad de poder contar con la neutralidad benévola no sola­
mente de los radicales, sino también de los socialistas. En
efecto, “ Le P op ulaire” cerró com pletam ente sus columnas a
las revelaciones relativas a la actividad de la G. P. U. en Rusia
y hasta en Francia (1 ). La fusión de los “ Sindicatos r o jo s ”
con los reform istas impuso el silencio en los labios de la Con­
federación General del Trabajo. Si León Blum difiere de Tho-
rez, León Juhaux se esfuerza en vivir en buenas relaciones con
uno y otro. El Secretario de la II Internacional. Frederic Adler,
hizo cuanto pudo en favor de la verdad; pero poco después, Ifij
Internacional Socialista boicoteó a su propio Secretario. Una
vez más en la Historia, las organizaciones sé convirtieron en
instrum entos de una maquinación contra los intereses de la
masa obrera. Acaso nunca un complot fué tan cínico. Stalin
pudo creer, por tanto, que podía ju g a r con todas las ventajas.
Se engañó. Una resistencia sorda, no siempre m uy inteli­
gible, surgió en el seno de las masas. Estas no podían adm itir
tranquilam ente que el viejo Estado Mayor bolchevique fuese
de repente acusado de alianza con el fascismo y exterminado.
En esto se reveló la im portancia de los grupos colocados bajo
la égida de la IV Internacional. No forman, no pueden formar,
en el período de reacción porque atravesamos organizaciones
de masas. Son los cuadros los ferm entos del porvenir. Se han
constituido en la lucha contra los partidos obreros dirigentes
en u na época de descenso. Ninguna fracción en la historia del
rpovimiento obrero ha sido perseguida con tanto encarniza­
miento, ab rum ada bajo tantas calumnias empozoñadas como

(i) Aún esperaba Blum que Stalin hiciera la guerra contra Alemania.
L E O N T R O T S K Y 127

la llam ada “ tro tsk ista” . Lo cual ha forjado su temple político,


le ha inculcado el espíritu de sacrificio, le ha acostum brado a
rem on tar la corriente. Nuestros jóvenes cuadros perseguidos
aprenden mucho, piensan seriam ente, consideran con h on ra­
dez su programa. Su capacidad de orientarse en una situación
política y presentir los desenlaces de la mism a exceden ya en
mucho a los jefes más “ autorizados” de las Internacionales
Socialista y Comunista. Son profundam ente adictos a la
U. R. S. S., es decir, a lo que p erd ura en la U. R. S. S. de la
Revolución de Octubre (1 ), y a diferencia de la mayor parte
de los “ amigos de la U. R. S. S .” , sabran probarlo excelente­
m ente en las horas difíciles. Cada uno de estos grupos fué, en
alguna circunstancia, víctim a de alguna falsedad, no seguida
de ejecuciones, es cierto, pero acom pañada de tentativas de
asesinato moral y, a menudo, de violencias físicas. Detrás de
las falsedades de la Internacional Comunista se descubrirá
invariablem ente a la G. P. U. Los procesos de Moscú no sor­
prendieron, pues, a los “ tro tsk istas” del extranjero. Fueron
los prim eros en dar la señal de resistencia.
Se trataba, esencialmente, de llegar a conseguir una inves­
tigación pública sobre los crím enes judiciales de Moscú. La
Ju n ta am ericana “ Defensa de T rotsky ” planteó la cuestión en
estos térm inos; la agrupación francesa para la investigación
sobre los procesos de Moscú seguía su ejemplo. Los agentes de
Stalin alegaron ante el mundo entero que la investigación
jurídica sería “ p arcial” . Estos individuos tienen su propia
concepción de la imparcialidad. La Ju n ta de Nueva York in­
tentó, en vano, conseguir que la Legación soviética, el Partido
Comunista de los EE. UU., los “Amigos de la U. R. S. S .” ,
participaran en la investigación. Roncos ladridos respondieron
en los dos mundos a sus invitaciones. Los defensores más ¡ce­
losos de la im parcialidad dem ostraron así su solidaridad con
la justicia de Stalin-Jagoda.
Ya es antigua la m áxim a que dice: “ Los “ am igos” ladran,
la caravana p asa.” Una comisión se ha formado. John Dewey,
filósofo y pedagogo, uno de los veteranos del liberalismo am e­
ricano, se encuen tra a la cabeza de la misma. A su lado se
hallan: Suzanne La Folíete, escritora de espíritu libre; Benja­
mín Stolberg, publicista y viejo m arxista de la izquierda ale­
m ana; Otto Ruhle; Carlos Tresca, conocido militante an ar­
quista; Edw ards Alsworth Ross, el más notable de los
sociólogos am ericanos; el rabino Edward L. Israel y otras per­
sonalidades. Contrariam ente a las afirmaciones absurdas de la
Prensa,; ni uno de los m iem bros de la comisión era, ni es. am i­
go político mío. Otto Ruhle que, en su calidad de marxista.

(1) Adictos a la U. R. S. S. como posible herencia.


128 STALIN Y SUS CRIMENES

está más próximo a mí que ningún otro, en el sentido político


de la palabra, fué un adversario irreductible de la Internacio­
nal Comunista en los tiempos en que yo p ertenecía a su direc­
ción. Pero se trata de cosa diferente. El Tribunal me ha
acusado, no de “ tro tsk ism o” , no de defender el p rogram a de
la revolución perm anente, sino de que soy aliado de Hitler y
del Mikado, es decir, de haber traicionado al trotskism o... Aun
cuando los m iem bros de la comisión hubieran sido sim pati­
zantes del trotskismo, no se m ostrarían en ningún caso indul­
gentes ante mis relaciones con el imperialismo japonés. Están
menos dispuestos a m ostrarse indulgentes para eos los aliados
de Hitler que los funcionarios que m aldicen y bendicen el
m undo de sus jefes. La parcialidad de los miembros de la comi­
sión consiste en no creer, bajo su palabra, a Jagoda y Vichins­
ki, ni aun al propio Stalin. Quieren pruebas, las reclam an.
La comisión parisién está presidida por hombres que son
netam ente mis adversarios políticos: el señor Modigliani, abo­
gado italiano, miembro de la Ejecutiva de la II Internacional;
el señor Delepine, miembro de la Comisión Administrativa.
P erm anen te del partido de León Blum. Los demás miembros
de la comisión (la señora César Chabrún, Presidenta de la
Ju n ta de Socorro a los presos políticos; los señores Galtier-
Boissiére, director del “ Crapouillot” ; Mathé, Secretario que
fué del Sindicato de T rabajadores de la P. T. T., y Jacques
Maulade, escritor católico) tampoco son trotskistas.
La comisión de Nueva York decidió, ante todo, escuchar­
me por medio de una subcomisión, a fin de saber si dispongo
realm ente de m ateriales susceptibles para justificar una inves­
tigación ulterior. La subcomisión estaba form ada por la seño­
ra La Folíete y los señores Dewey, Stolberg, Ruhle y Carlton
Beals. Este último reem plazaba a personas de más autoridad
imposibilitadas, a últim a hora, de venir a Méjico.
Desde su llegada a Méjico, la subcomisión invitó al Partido
Comunista, a los Sindicatos, a. todas las organizaciones obre­
ras del país, a participar en la instrucción ‘c on el derecho de
plantear, toda clase de cuestiones y exigir la verificación de
toda alegación. Los pretendidos “ com unistas” y los “ am igos”
oficiales de la U. R. S. S. respondieron con negativas signifi­
cativas. Lo mismo que Stalin no pudo hacer com parecer ante
la b arra sino a los acusados a quien ha obligado a las confe­
siones deseadas, los amigos extranjeros de la G. P. U. no to­
m an la palabra más que cuando están seguros de que no hay
réplica. Ni uno ni otros soportan el diálogo libre.
La subcomisión pensó escoger para sus trabajos una sala
de reuniones en Méjico. El Partido Comunista amenazó con
manifestaciones. Este Partido es en verdad bastante insigni­
ficante; pero la G. P. U. dispone de fondos considerables y
de medios técnicos adecuados para secundarle. Las autorida­
L E O N T R O T S K Y 129

des m ejicanas decidieron no contrariar en nada a los trabajos


de la subcomisión, pero el servicio de protección de las sesio­
nes públicas suponía grandes esfuerzos. Por su propia inicia­
tiva, la subcomisión decidió establecer su séde en casa de
Diego Rivera, en una sala lo bastante amplia para contener
a unas cincuenta personas. Los rep resentan tes de la P rensa y
de las organizaciones obreras fueron admitidos a las sesiones
sin distinción de tendencias. Varios Sindicatos m ejicanos en­
viaron delegados.
Al abrir los trabajos, el profesor Dewey dijo: “ Si León
Trotsky es culpable de lo que se le acusa, ninguna condena
sería demasiado severa. Pero la extrem a gravedad de estas
acusaciones es para nosotros una razón de más para asegurar
al acusado el derecho de presen tar todas las pruebas de que
disponga con objeto de refu ta r aquéllas. El hecho de que el
señor Trotsky ha rechazado las acusaciones no interesa en sí
a la comisión. El hecho de que ha sido condenado sin ser oído
interesa en alto grado a la conciencia del m u n d o . .. ”
Nada m ejo r que estas palabras expresan el sentido con que
la comisión abordó su labor. No son menos característicos
los siguientes pasajes de la conclusión del señor Dewey. en los
que, hablando en nom bre propio, explicó por qué había acep­
tado la grave responsabilidad de presidir los debates: “ He
consagrado mi vida a una obra de educación que concibo por
la difusión de conocimientos en interés de la sociedad. Y si he
aceptado el puesto responsable que ocupo, es por pensar que
portarm e de otra m anera era faltar a la obra de mi vida.”'N in ­
guno de los asistentes dejó de apreciar el alcance moral de
estas palabras, tan notables en su sencillez, pronunciadas por:
un anciano de setenta y ocho años.
Mi breve respuesta contenía principalm ente los párrafos
siguientes:
“ Me doy perfecta cuenta de que los m iembros de la comi­
sión están inspirados en sus actos por consideraciones mucho
más im portantes y profundas que las relacionadas con el des­
tino de un hombre. Les expreso mi más profundo agrad eci­
miento y resp eto .” “ Solicito la indulgencia de ustedes res­
pecto a mi modo de hablar en inglés; es éste, me permito
expresarlo por anticipado, mi punto más débil. En cuanto al
resto, yo no solicito ninguna indulgencia. No estoy dispuesto a
pedirles ninguna confianza “ a p rio ri” . La comisión tiene por
objeto com probar todo, del principio al fin. Mi deber es ayu­
darla en ello. T rataré de cum plir en conciencia con este
d eb er.”
Las ■dos prim eras sesiones estuvieron consagradas a mi
biografía política y, en particular, a mis relaciones con Lenin.
Algunos de los miembros de la subcomisión ignoraban la his'
toria del Partido Bolchevique, y especialmente la de su dege-
9
130 STALIN Y SUS CRIMENES

neración. La refutación de las invenciones forjadas por los


historiadores de Moscú hu bieran exigido un trabajo más in­
tenso y mucho más tiempo.
Las dos sesiones siguientes estuvieron enteram ente con­
sagradas a mis relaciones con los principales acusados de los
dos grandes procesos. Me esforcé en hacer resaltar que dichos
acusados habían sido, no trotskistas, sino los peores enemigos
del trotskismo y míos. Los hechos y los textos que alegué'
afrentaron a los falsarios moscovitas, hasta el punto que los
m iembros de la comisión cjuedaron evidentem ente sorprendi­
dos. Al exponer, respondiendo a las preguntas de mi defensor,
la historia de las agrupaciones y las relaciones personales en
el seno del Partido Bolchevique en los dos prim eros años, yo
mismo me asombré más de una vez de que Stalin se haya atre ­
vido a presentar a Zinoviev, Kámenev, Radek y Piatakov ¡como
amigos políticos míos! Pero la clave del enigma es bien senci­
lla: en este caso, como en otros, la impudicia de la m entira
es directam ente proporcional a la potencia de la G. P. U. Sta­
lin no sólo ha obligado a mis enemigos a declararse amigos
míos, sino que los ha violentado hasta reclam ar para sí mismos
la pena de muerte, con objeto de que fuera castigada esa
am istad imaginaria.
Cerca de tres sesiones se dedicaron al análisis de los car­
gos más im portantes enunciados en contra de mi persona: la
pretendida visita de Goltman en Copenhague, en noviembre
de 1932; mi supuesta cita con Vladimir Romm en el bosque
de Bolonia, a últimos de julio de 1933, y el pretendido viaje en
avión que había hecho Piatakov a Noruega para verme, en
diciembre de 1935. A estos tres puntos decisivos presenté los
originales de mi correspondencia, diversos documentos ofi­
ciales (pasaportes, visados, peticiones hechas por telegrama,
fotografías, etc) y más de un centen ar de testimonios legali­
zados que procedían de todos los puntos de Europa. Añadiré
que mis pruebas escritas fueron objeto de comprobación por
la comisión. La investigación de Coyoacán alcanza con esto su
punto culminante. Los miembros de esa comisión, los perio­
distas y el público se dieron perfecta cuenta de que en los tres
únicos casos en que la acusación precisaba las circunstancias
de tiempo y de lugar, asesté un golpe mortal a la justicia
moscovita entera. El señor Beals. cuyo papel m erece que yo
insista sobre él. ha intentado, es verdad, sostener la versión
oficial de Moscú y descubrir contradicciones en mis respues­
tas. No puedo sino quedarle muy agradecido, sean cual fueren
sus intenciones. Mi situación era demasiado ventajosa: hablé
a personas inteligentes y decentes que deseaban conocer la
verdad; expuse los hechos tal y como eran, fundándome en
documentos incontestables. Después que hube respondido a to­
L E O N T R O T S K Y 13 *

das las preguntas del señor Beals, este singular comisario se


calló, com pletam ente desorientado.
La principal dificultad para mí estribaba en seleccionar
rápidam ente los documentos, los textos más breves, los arg u ­
mentos más sencillos. Dos colaboradores muy antiguos me
prestaron en estas circunstancias una preciosa ayuda: Jan
Frankel y J u an van H eijennort. Los m iem bros de la comisión
se mostraron, en apariencia, bastante reservados. Sin em bar­
go, me pareció que los hechos y argum entos les afectaron
y penetraron en sus conciencias.
Conforme a los procedimientos anglo-sajones, en la se­
gunda parte de Ijj sesión la dirección del interrogatorio pasó
de mi defensor, Álbert Goldman, al asesor jurídico de la co­
misión, señor Finerty. Los stalinianos le acusarían luego de
m ostrarse “ demasiado m o d e ra d o ” en el cumplimiento de sus
funciones. Puede ser que lo fuera. Yo no deseaba tanto como
preguntas hechas sin consideración, con desconfianza y con
espíritu combativo. Pero la situación del señor Finerty no era
cómoda.
El señor Finerty y varios miembros más intentaron cono­
cer si el “ régim en staliniano” es en realidad profundam ente
diferente del “ régim en de Lenin y de T ro tsk y ” . Las relacio­
nes entre el Partido, los Soviets y el régim en interior fueron
estudiadas con gran atención. La mayoría de los miembros de
la comisión se inclinaron a creer que la burocracia staliniana,
cargada con todos los crím enes de que yo la acuso, es el
grupo inevitable de la dictadura revolucionaria.
En la doceava sesión se dió lectura a la carta de dimisión
del señor Beals, concebida en térm inos muy equívocos. Esta
decisión no sorprendió a nadie. Desde su llegada a Méjico, el
señor Beals. corresponsal que fué de la agencia Tass, se puso
a colaborar con los señores Lombardo Toledano, Klukhohn y
otros “ am igos” de la ,G. P. U. Varias de las preguntas que me
dirigió no se relacionaban de ninguna m anera con los proce­
sos de Moscú, sino que tendían a com prom eterm e ante los
ojos de las autoridades m ejican as; constituían provocaciones.
Al señor Beals, al agotar sus débiles medios, no le quedó más
remedio que retirarse. Dió aviso de la intención que tenía a
sus amigos periodistas, que la publicaron en la Prensa meii-
cana tres días antes de que el señor Beals dimitiese. Es inútil
decir que la P ren sa pagada por Stalin sacó provecho de esta
misión preparada con tanto cuidado. Los agentes de Moscú tra­
taron, paralelam ente, de im pulsar a otros miembros de la co­
misión a dimitir, con ayuda de argum entos de los que no hay
mención ni en sentido filosófico ni moral.
La treceava y últim a sesión se dedicó a dos alegatos: el de
mi abogado y el mío propio. En las páginas siguientes se en­
contrará el texto íntegro del mío. P erm itirá al lector que isrno-
132 STALIN Y SUS CRIMENES

re el relato de la sesión y de los documentos llegar a( darse


cuenta de si queda o no alguna de las m entiras de Moscú en
pie después de los debates de Coyoacán.
John Dewey dió lectura el 9 de mayo, en una reunión cele­
brada en Nueva York, de su inform e a la comisión in tern a­
cional. He aquí el texto:
“ El señor Trotsky, testigo.— Es una regla adm itida por
los Tribunales que el com portam iento del testigo entre en lí­
nea directa en la apreciación del valor de su testimonio. Nos
inspiramos en este principio p ara dar nu estra im presión sobre
la actitud y com portam iento del señor Trotsky. Nos ha p are­
cido. durante toda la duración de los debates, m uy deseoso de
colaborar con la comisión en la búsqueda de la verdad sobre
todas las fases de su vida y de su actividad política y literaria.
Respondió a nuestras preguntas con prontitud y con todas las
apariencias de sinceridad y de buena v oluntad.”
La conclusión del informe dice:
“La subcomisión os somete las actas de los debates, así
como las pruebas docum entales aportadas. Este relato nos con­
vence de que el señor Trotsky ha justificado plenam ente la
necesidad de una instrucción. Recom endam os por estas razo­
nes la continuación hasta el fin de los trabajos de la co­
m isión.”
No puedo, por el momento, exigir nada más. La comisión
internacional de Nueva York volverá a em prender sus tra b a ­
jos. El veredicto que h a formulado entrará en la Historia (1 ).

(1) Los capítulos que siguen, incluido «El por qué de estos procesos»,
fueron leídos por el autor ante la comisión de investigación sobre los pro­
cesos de Moscú. Constituyen su discurso final ante esta comisión, después que
ésta le hubo interrogado durante varias jornadas. El relato taquigráfico de
este interogatorio ha aparecido en Nueva York: «The Case of León Trotsky.
Report of Hearings on the charges againts him in the Moscow triáis, by the
Preliminary Comision of Inquiry, Harper & Brothers».
ecesidacl cíe u n a in v e stig a c ió n

No se puede negar que los procesos Zinoviev y Piatakoví


han suscitado entre los obreros y en los medios avanzados del
mundo una desconfianza muy viva. Más que nunca, la clari­
dad y la seriedad convincente de los debates hubiera sido indis­
pensable para la justicia soviética. Los principales acusados
eran, como los acusadores, conocidos por el mundo entero.
Sus fines y sus móviles debían fluir de su carácter, de su
pasado, de sus circunstancias políticas. La mayor parte de
ellos han sido fusilados: es preciso, pues, que su culpabilidad
haya sido irrefutablem ente demostrada. Ahora bien, a excep­
ción de personas a las que un telegram a imperativo de Mos:c ú
basta siempre p ara convencer, la opinión pública de los países
de Occidente ha negado de m anera rotunda su confianza a los
Procuradores y a los verdugos de Stalin. La inquietud y la des­
confianza aum entan, convirtiéndose en h orro r y disgusto. Na­
die ha pensado en un error judicial. Los gobernantes de Moscú
no han fusilado, ciertam ente, por error a Zinoviev, Kamenevu
Smirnov, Piatakov, Serebriakov y a m uchos más. La descon­
fianza hacia la justicia del Fiscal Vichinski significa que se
sospecha de Stalin el h aber organizado con fines políticos una
im postura jurídica. No es posible ninguna o tra interpretación.
Los progresos de la reacción en el mundo, sobre todo en
su form a más bárbara, el fascismo, h an orientado las simpa-/
tías de los medios democráticos, aun los m uy moderados, h a ­
cia la U. R. S. S . ; simpatías, por otra parte, sumarias. Pero
por eso justam ente, los amigos oficiales y oficiosos de la
U. R. S. S. no están, por regla general, inclinados a exam inar
las contradicciones interiores del régim en soviético; están dis­
puestos, por* el contrario, a considerar por adelantado toda
oposición cóntra los dirigentes de Moscú como un concurso,
voluntario o involuntario, a la reacción mundial. Tengamos
igualmente en cuenta las relaciones diplomáticas y militares
de la U. R. S. S., consideradas en su conjunto internacional.
Los sentimientos nacionales y patrióticos predisponen en va­
rios países (Francia, Checoslovaquia, EE. UU.) a las masas
dem ocráticas en favor del Gobierno soviético, antagonista de
Alemania y del Japón. Es obvio recordar que Moscú dispone
de potentes medios, ponderables e imponderables, para influir
en la opinión de las capas sociales más diversas... La agitación
hecha en torno a la nueva Constitución soviética, “la m ás de­
m ocrática del m u n d o ” , no se ha desplegado fortuitam ente en
vísperás de los procesos. El Gobierno soviético se benefició por
J 34 STALIN Y SUS CRIMENES

adelantado con una inmensa superioridad de crédito, aunque


los acusadores iban a fracasar en su tentativa de convencer a
una opinión ex tra n jera abordada por sorpresa. Los procesos
han disminuido sensiblemente la autoridad del Gobierno de
la U. R. S. S. Adversarios resueltos del “ tro tsk ism o” , aliados
de Moscú, y hasta numerosos amigos tradicionales de la buro­
cracia soviética, han reclamado las contrapruebas. Recorde­
mos la iniciativa de la Internacional Socialista y de la In tern a­
cional Sindical en agosto de 1936. La respuesta del Kremlin,
una grosería sin ejemplo, fué una señal de profunda contra­
riedad. Habían contado con un a victoria completa. Frederic
Adler, Secretario de la Internacional Obrera Socialista y, por
lo tanto, adversario irreconciliable del “ trotskism o ” , comparó
los procesos de Moscú con los procesos sobre brujería. Otto
Bauer, teórico socialista, que se ha creído con derecho a afir­
m a r en la Prensa que Trotsky especula con la fu tu ra guerra,
ha tenido, a pesar de sus simpatías por la burocracia soviética,
que convenir en que los procesos de Moscú son imposturas
jurídicas (1 ). El “ New York T im e s ” , extrem adam ente pru ­
dente y muy alejado del trotskismo, se ha expresado en estos
té rm in o s :

A S ta li n toca probar la culpabilid ad de T r o t s k y y no a T r o t s k y d e ­


m o stra r s u inocencia.

Si las consideraciones diplomáticas, patrióticas y “ antifas­


cistas” no se opusieran a ello, la desconfianza hacia los Tribu­
nales de Moscú se expresaría aún más abierta y brutalm ente.
Un ejemplo secundario, bastante edificante, lo atestiguará. El
mes de octubre último apareció en París mi libro “ La Revo­
lución traicion ada” . Ni uno solo de los críticos que han habla­
do de él-— y casi todos son adversarios— , comenzando por el
señor Caillaoux, han recordado que el autor ha sido “ convic­
t o ” de m anten er inteligencia con el fascismo y el im peria­
lismo japonés, contra Francia y los Estados Unidos, y nadie,
absolutam ente nadie, cree ten er necesidad de confrontar mi
argum entación política con las acusaciones del Kremlin.
No podemos, desgraciadam ente, decir lo que piensa y sien-

(i) “E! tribunal soviético se distingue de los tribunales burgueses en que


cuando él examina un delito, él no se apoya sobre las leyes como sobre un dogm a;
él se guía por la utilidad revolucionaria.” (Ultima declaración de Jagoda ante el
tribunal que lo condenó a muerte. Actas taquigráficas, edición oficial en lengua
francesa, pág. 835.) Naturalmente, Tagoda pronuncia esas palabras en elogio del
Tribuna', en su declaración pidiendo clemencia. Esta "justicia soviética” corres­
ponde perfectamente a las normas mora'es que propugna Trotsky en su libro
'‘Su moral y la nuestra”. Si “la utilidad revolucionaria” debe dictar la justicia,
¿cómo se puede hablar de imposturas judiciales? La impostura es fundamental
en la jurisprudencia soviética.
L E O N T R O T S K Y 135

te la población oprimida de la U. R. S. S. Pero en todas las


demás partes las masas trabajadoras están poseídas de una
trágica confusión que envenena su pensamiento y paraliza su
voluntad.
0 toda la vieja generación de dirigentes del bolchevismo,
a excepción de uno solo, ha hecho traición, pasando del socia­
lismo al fascismo, o los gobernantes actuales de la U. R. S. S.
han organizado contra los creadores del Partido Bolchevique
y del Estado soviético una comedia judicial a base de false­
dades.

La cu e stión no se p la n te a de otra m anera: O el B u rea u P olítico de


L e n i n estaba fo r m a d o por traidores o el de S ta li n lo está p o r falsarios.
¿ & s p o s ib le la in v e s tig a c ió n d e sd e e l p u n to
d e v is ta p o lític o ?

Muchas veces se ha objetado, de fuente oficial, que el tra­


bajo de una comisión ie investigación podría ocasionar a la
U. R. S. S. un perjuicio político y facilitar el juego al fascis­
mo. Esta objeción une. expresándome con eufemismo, la estu­
pidez a la hipocresía. Si por un instante se admite que las
acusaciones están fundadas y que decenas de hom bres han
sido fusilados por aU* . el Gobierno poderoso que los ha eje­
cutado puede, sin dificultad ninguna, m o strar los expedientes
de instrucción, llenar las lagunas de los informes, disipar las
dudas y borrar las contradicciones. En este caso, la contra­
prueba no hará sino aum entar su autoridad.
Pero ¿qué hace r si se descubre la falsedad m anifiesta de
la acusación? ¿No convendrá evitar en tal caso, por prudencia
política, una investigación arriesgada. Este temor, raram ente
expresado con buena intención y sin reticencia, se funda en
el prejuicio pusilánime de que las fuerzas de la reacción sólo
pueden ser combatidas con la ayuda de ficciones, de milagros
y de m entira-. Ei m e jo r medio de evitar el mal sería no nom­
brarlo. Si el Gobierno soviético actual es capaz de recu rrir a
sangrientos a r a r a 1 -: escénico-jurídicos para engañar a su pro­
pio pueblo, no puede ser aliado de la clase obrera m undial en
su lucha contra la reacción.
Stalin comenzó por hacer un servicio inapreciable a Hitler
al lanzar la teoría y la práctica del “ social-fascismo” (1 ). Le
ha hecho un segundo servicio al ordenar los procesos de Mos­
cú. Estos procesos, en donde se han pisoteado y cubierto de
lodo los más altos valores morales, no podrán ser borrados en
la conciencia de la Humanidad.
La resistencia de ciertos “ amigos de la U. R. S. S .” a la
investigación, resistencia escandalosa de por sí, deriva del h e­
cho de que los defensores más celosos de la justicia moscovita
no tienen seguridad interior. Sus temores secretos los disfra­
zan bajo argum entos com pletam ente insuficientes y hasta in­
dignos. ¡La investigación— dicen— será “ una intervención en
los asuntos de la U. R. S. S .” ! ¡Como si la clase obrera de to­
dos los países no tuviera derecho a intervenir en los asuntos
interiores de la U. R. S. S . ! La Internacional Comunista con­
tinúa repitiendo que “ la U. R. S. S. es la P atria de todos los
tra b a ja d o re s ” . ¡Extraña patria por cuyo destino les está prohi­
bido el interesarse! Los Procuradores, los jueces, los miembros
L E O N T R O T S K Y 137

del Bureau Político de la U. R. S. S. no sabrán hacer excep­


ción a esta regla elemental. Quien trate de colocarse por enci­
m a de la dem ocracia obrera, la traiciona por eso mismo.
Conviene añadir que, desde un punto de vista puram ente
formal, no se trata de u n asunto “ in te rio r” de la U. R. S. S. Ya
hace cinco años que la burocracia moscovita me ha privado,
así como a mi m u jer y a mi hijo mayor, de la nacionalidad
soviética. Desde ese m om ento, ella ha perdido todo derecho a
nuestro respecto. Privados de la protección de una Patria, nos
colocamos bajo la protección de la opinión pública mundial.
(^ / d ic ta m e n p e r ic ia l d e l p ro fe so r
(J a r lo s ^)3 ird

Garlos Bird, en su respuesta, de 19 de marzo de 1937, al


señor Novak, Secretario de la J u n ta de investigación de Nueva
York, motiva su negativa a participar en los trabajos de la
comisión internacional de investigación en consideraciones
de principio que presentan u n gran interés de por sí, inde­
pendientem ente del concurso o de la negativa del eminente
historiador.
Digamos, ante todo, que el señor Bird ha “ estudiado con
atención un gran núm ero de docum entos relacionados con este
asunto, y tam bién el informe oficial” . El peso de u na declara­
ción de este género, hecha por un sabio que conoce a la per­
fección lo que es el “ estudio a te n to ” no necesita ser subraya­
do. En una form a muy reservada, pero también muy clara,
Carlos Bird nos m u estra “ ciertas conclusiones” a las que ha
llegado al estudiar la cuestión. P rim eram ente, hace constad
que la acusación contra Trotsky descansa “ exclusivamente so­
bre confesiones” . “ El estudio prolongado de los problemas
históricos me ha enseñado jjue las confesiones, “ a u n ” cuando
sean voluntarias, no valen como pruebas positivas.” La mism a
palabra m uestra que el libre albedrío de los acusados de Moscú
no es indiscutible ante los ojos del historiador. El señor Bird
cita, a título de ejemplo, confesiones falsas clásicas. La sola
coincidencia de esta observación con las de F rederic Adler es
elocuente. El señor Bird considera como equitativo el hacerm e
beneficiar de la regla del derecho am ericano que establece que
el acusado sea reconocido no culpable si las pruebas objetivas,
que no dejen lugar a u n a duda racional, no han sido alegadas
contra él. “ En fin— escribe el historiador— , es casi imposible,
y acaso imposible totalm ente, dem ostrar en sem ejante caso
una proposición negativa; a saber, que el señor Trotsky no ha
m antenido las relaciones clandestinas de que se le acusa. Viejo
revolucionario experimentado, no hubiera conservado docu­
mentos com prom etedores referentes a estos asuntos, si es que
estaba ocupado en ellos. Nadie en el mundo podrá, por otra
parte, probar que no estuviera mezclado en los mismos, puesto
que no ha estado detenido durante todo el período al cual se
refiere la acusación. Según mi opinión, el señor Trotsky no
está obligado a lo imposible; es decir, a sum inistrar pruebas
positivas de un hecho negativo. A los acusadores toca el apor­
tar algo más que confesiones; en otros términos, pruebas de
L E O N T R O T S K i 139

acciones manifiestas y específicas que confirm en las referidas


confesiones. ”
Estas conclusiones son extrem adam ente im portantes, por­
que implican un juicio implacable sobre la justicia moscovita.
Si confesiones de una libertad dudosa, no confirm adas por
pruebas, son suficiente con tra mí, lo son también contra los
demás acusados. Según el parecer del señor Bird, se h a fusi­
lado, pues, en Moscú a docenas de inocentes o de acusados
cuya culpabilidad no ha sido probada. Los señores verdugos
deben resignarse a este juicio, formulado por un observador
concienzudo después del “ estudio a te n to ” de la cuestión.
No obstante,' debo decir que los argum entos del señor
Bird no justifican, de ninguna manera, ante mis ojos su con­
clusión form al: la negativa de participar en la investigación.
En verdad, la opinión se pregunta, ante todo, si la acusación
está probada o no. La comisión de investigación establecida
en Nueva York trata precisam ente de zanjar la cuestión. El
señor Bird nos ha dicho. “ He llegado a la conclusión de que
la acusación no está probada; por eso rehusó participar en los
trabajos de la com isión.” Una conclusión más ju sta sería— me
yarece a mí-— : “ Colaboraré con la comisión para convencerla
a mi vez.” Es evidente que la conclusión colectiva de una co­
misión que com prenda los r e p r e s e n t a n t e s de diversas activi­
dades sociales y espirituales tendrá para la opinión un alcance
mayor que el p arecer de una sola persona, aunque ésta goce
de gran autoridad.
Las conclusiones del señor Bird, sea cual fuere su im por­
tancia, presentan una laguna material. No se trata de saber si
las acusaciones de que soy objeto están probadas o no. Se ha
fusilado en Moscú a docenas de hombres. Otros esperan la
m ism a suerte. Centenares y millares de hom bres son acusados
indirectam ente o calumniados en el mundo entero. La cues­
tión capital debe, pues, form ularse en estos térm inos: ¿quién!
organiza estos procesos inquisitoriales y estas cruzadas de ca­
lum nias?; ¿quién, por qué razones y para qué fines? Cente­
nares de millares de personas están convencidas y millones
presienten que estos procesos descansan sobre falsificaciones
sistemáticas, enderezadas a fines políticos definidos. Es esta
acusación la que espero pío bar ante la comisión. No se trata,
pues, únicam ente de un hecho negativo, la no participación de
Trotsky en la maquinación, sino tam bién de un hecho posi­
tivo que es la organización por Stalin de la mayor falsedad ri­
la Historia.
Tampoco puedo, sobre los “ hechos negativos” , suscribir el
juicio demasiado categórico deí señor Bird. Este piensa q u e .
revolucionario experimentado, yo no hubiera conservad"' do­
cum entos com prom etedores. Esto es muy justo. Pero yo no
hubiera escrito, por otra parte, cartas menos circunspectas y
140 STALIN Y SUS CRIMENES

más com pretedoras a los conspiradores. Yo no hubiera inicia­


do a jóvenes desconocidos en mis más secretos proyectos; no
les hu biera confiado a partir de la prim era entrevista las más
im portantes misiones terroristas. Desde el mom ento que el
señor Bird me concede cierto crédito de conspirador, se me
hace posible desacreditar las confesiones que me atribuyen un
papel de conspirador de opereta. Este razonamiento se aplica
tam bién a Zinoviev y Kamenev, que aum entaron, sin razón ni
necesidad, el círculo de iniciados. Su im prudencia flagrante
está m anifiestam ente premeditada.
Sin embargo, tengo pruebas m ás directas y com pletamente
positivas del “ hecho negativo” : El caso no es tan raro en
jurisprudencia. Es evidentem ente difícil probar que en ocho
años de destierro yo no haya tenido en ninguna parte conver­
saciones secretas con vistas a una m aquinación en contra del
poder de los soviets. Pero el problem a no está planteado en
estos términos. Los testigos decisivos de la acusación se hallan
ante la necesidad de decir dónde y cuándo han tenido lugar
dichas entrevistas secretas conmigo. Las condiciones particu­
lares en las cuales estoy colocado (vigilancia policíaca, cons­
tante presencia de amigos que cuidaban de mi seguridad, co­
rrespondencia diaria) me perm iten probar, irrefutablem ente,
que yo no podía hallarm e en tal lugar, a tal h o ra ... Esta prueba
positiva de un hecho negativo se llama, en térm inos de dere­
cho, una coartada.
Ni que decir tiene que si yo cometiese crímenes, no guar­
daría la lista de los mismos entre mis papeles. Estos presen­
tan interés no a causa de lo que no se encuentra en ellos, sino
a causa de lo que sí se encuentra. El conocimiento de la m a r­
cha diaria de mi actividad práctica e intelectual durante nueve
años basta, completamente, para dem ostrar u n “ hecho nega­
tivo” : que no he podido obrar contra mis convicciones, mis
intereses y mi carácter.
D e un d ic ta m e n «p u r a m e n te ju r íd ic o »

Los agentes del Gobierno soviético se dan perfecta ¡cuenta


de que no podrían otorgar dictámenes autorizados que confir­
masen los veredictos de Moscú. A este fin, el abogado inglés
señor P ritt fué invitado al prim er proceso; al segundo se invi­
tó a otro abogado británico, a Dudley Collard. En París, tres
abogados oscuros, pero profundam ente adictos a la G. P. U.,
intentaron sacar provecho, con el mismo fin. El señor Rosen-
m ark editó, de acuerdo con la Legación bolchevique, bajo la
égida de la Liga de los Derechos del Hombre, un informe tan
favorable a la acusación como lleno de ignorancia. En Méjico,
los “Amigos de la U. R. S. S .” invitaron, no sin segunda in ten ­
ción, al “ F rente de abogados socialistas” a estudiar, bajo el
ángulo del derecho, los procesos de Moscú. Análogos trám ites
están en curso en los Estados Unidos. El Comisario de Justicia
en Moscú ha publicado, en varios idiomas, un a relación “ ta­
quigráfica” del segundo proceso para atestiguar con más faci­
lidad que las víctimas han sido fusiladas en completa confor­
midad con las reglas dictadas por la ley.
En verdad, el testimonio puram ente formal de la estricta
observación del procedimiento y ritos es de un valor casi nulo.
Lo im portante es la preparación m aterial del proceso y de los
debates. Es cierto que, aun haciendo abstracción de los facto­
res decisivos situados fuera del recinto del Tribunal, hay que
estar obligado a reconocer en los procesos de Moscú un ver­
dadero escarnio a toda justicia. En el vigésimo año de la revo­
lución, la instrucción es com pletam ente secreta. Toda la vieja
generación bolchevique está siendo juzgada por un Tribunal
formado por tres militares sin rostro. Un Fiscal que fué toda
su vida— y sigue siéndolo— el enemigo político de los acusa­
dos, dirige el proceso. La defensa se halla descartada y los
debates no tienen ningún carácter contradictorio. Las piezas
de convicción no son sometidas al T ribunal; se habla de ellas,
pero no existen. Los testigos mencionados por el Fiscal o por
los acusados no son interrogados. Dos de los principales acu­
sados, que se encuentran en el extranjero, ni siquiera llegaron
a enterarse del próceso que se les seguía y, lo mismo que los
testigos residentes fuera, se ven despojados de toda posibili­
dad de contribuir a la búsqueda de la verdad. El Fiscal" se abs­
tiene de plantear a los acusados preguntas concretas que p u ­
142 STALIN Y SUS CRIMENES

dieran embarazarlos y hacer surgir la inconsistencia material


de sus confesiones. El Presidente secunda con respeto la obra
del Fiscal. Pero las cuestiones son secundarias, pues concier­
nen a la “ fo rm a ” de la im postura y no al “ fondo” . Se puede
admitir, en teoría, que si Stalin, Vichinski y Iéjov lograsen,
durante cinco o diez años, m ontar im punem ente sus procesos,
term inarían por alcanzar tal grado de perfección en la técnica
de la im postura judicial que todos los elementos del proceso
coincidirían entre sí y con las leyes. Pero tanta perfección no
les acercaría ni un milímetro a la verdad.
El ju rista no puede, en presencia de un proceso político de
im portancia tan excepcional, hacer abstracción de las condi­
ciones políticas que le han hecho nacer y las que han presidi­
do la instrucción; en otros términos, no puede prescindir del
yugo totalitario que pesa sobre acusados, testigos, defensores,
jueces y Fiscal. En un régimen arbitrario y despótico que
concentra en la m ism a mano todos los medios de violencia:
económico, político, fínico y moral, un proceso es u na rep re­
sentación teatral judicial, en la cual todos los papeles han sido
distribuidos por anticipado. Los acusados sólo entran en esce­
na después de muchos ensayos, cuando los directores de la
mism a han adquirido la certeza de que las víctimas no se sal­
drán de su papel. En este sentido, como en cualquier otro, los
procesos son resúm enes del régimen político de la U, R. S. S.
En todas las asambleas los oradores dicen la m ism a cosa, re ­
pitiendo al orador principal, sin tener en cuenta lo que han
dicho la víspera. Todos los artículos de los periódicos com en­
tan la mism a directriz en idénticos términos. Los historiado­
res, los economistas y hasta los estadistas, atentos al movi­
m iento de la b atuta del director de orquesta, transform an el
pasado y el presente, sin tener en la m enor cuenta los hechos,
los documentos o la últim a edición de sus propias obras. En
los jardines infantiles y en las escuelas, todos los niños ento­
nan, en idénticos términos, la alabanza del Fiscal Vichinski y
m aldicen a los acusados. No estamos en el pretorio, sino ante
un espectáculo en el que los actores desempeñan sus papeles
bajo la amenaza del revólver. El espectáculo puede estar más
o menos bien representado, esto es una cuestión de técnica Y
no de justicia. El dictamen puram ente jurídico se reduce, en
fin de cuentas, a exam inar si la falsedad ha sido bien forja­
da o no.
La dem ocracia se funda en la lucha libre de las clases, par­
tidos, programas, ideas, etc.; sofocada esta lucha, no queda
de la dem ocracia sino una forma m uerta, perfectam ente sus­
ceptible de encubrir la dictadura fascista. El procedimiento
L E O N T R O T S K Y 143

judicial moderno está fundado en el debate entre la acusación


y la defensa en los límites fijados por la Ley. Cuando este
debate queda sofocado por una violencia exterior, el procedi­
m ie n to /s e a cual fuere, no es sino el disfraz de una iniquidad.
Una investigación verdadera sobre los procesos de Moscú
no puede dejar de presentar múltiples facetas. Considerará,
n aturalm ente, los “ informes taquigráficos", no como cosa en
sí, sino como elementos de un dram a histórico grandioso
cuyos principales directores están ocultos detrás de los basti­
dores.
^Luto&iog rafia

Vichinski dijo en su requisitoria de 28 de enero: “ Trotsky


y los trotskistas fueron siempre agentes del capitalismo en el
movimiento o b rero .”
Mientras que los publicistas al servicio de la G. P. U. (los
del “ Daily W o rk e r" . del “ New M asses” , de la “ H u m an ité” ,
etcétera) se ocupaban de explicar, con la ayuda de analogías
históricas y de sutiles conjeturas, cómo un viejo m arxista re ­
volucionario ha podido, ya cam ino de los sesenta años, con­
vertirse en fascisía, Vichinski aborda la cuestión de otra m a­
nera y d ic e :
T r o t s k y f u é sie m p re a g e n te del capital, e n e m ig o de los obreros y
de los cam pesinos: se ha estado prep a ra n d o , d u ra n te treinta años, para
co nv ertirse en u n a g en te del fascism o.

Vichinski dice lo que los publicistas de “ New M asses” , et­


cétera, dirán pronto. De ahí que yo prefiera tratar con él. A las
afirm aciones categóricas del Fiscal de la U. R. S. S. opondré
los hechos, no menos categóricos, de mi autobiografía.
Vichinski se equivoca cuando habla de treinta años de p re­
paración al fascismo. Los hechos, la aritmética, la cronología
— y la lógica tam bién— carecen de rigor en sus requisitorias.
En verdad, hace lo menos cuaren ta años que participo, sin
interrupción, en el movimiento obrero, bajo 1a. égida del m ar­
xismo. A los dieciocho años organicé, ilegalmente, la “ Unión
Obrera del Mediodía de R usia” , que contó 200 obreros. Edité
un a hoja policopiada, “ Naché Diélo” (Nuestra Causa). Du­
rante mi prim era deportación a Siberia (1900-1902) tomé
parte en la fundación de la “ Unión de Combate en pro de la
Em ancipación de la Clase O brera” . Al evadirme y refugiarm e
en el extranjero, me adherí a la organización social-demócrata
de la “ I s k r a ” (La Chispa), dirigida por Plekhanov, Lenin y
otros m ilitantes... En 1905 estuve a la cabeza del p rim er So­
viet de los Diputados Obreros de San Petersburgo.
He pasado cuatro años y medio en las prisiones; dos años
y medio en Siberia. adonde me deportaron dos veces y de
donde me evadí las dos: he vivido doce en la em igración bajo
el antiguo régim en: he sido condenado a presidio en Alemania
por haber combatido la g uerra: he sido expulsado de Francia
por la m ism a razón; he sido detenido en España; he sido
internado en Canadá. Así es como he llevado a cabo mis fun­
ciones de agente del capital.
L E O N T R O T S K Y 145

Los historiadores stalinianos que me presentan como m en­


chevique hasta 1917, falsean la historia, como de costumbre.
A p artir del m om ento en que el bolchevismo y el menchevis-
mo se definieron en la política y en la organización (1904).,
me situé fuera de las dos fracciones. Pero tres revoluciones
han demostrado que mi política coincidía en todo lo esencial,
a pesar de los conflictos y de las polémicas, con la de Lenin.
La divergencia más im portante que tuve con Lenin en esta
época provino de que >;o esperaba, por medio de la fusión con
los mencheviques, llevar a la mayor parte de éstos a en trar
en el camino de la revolución. Lenin tenía completa razón)
contra mí en lo que toca a esta cuestión candente. Sin em ­
bargo, no hay que consignar que en 1917 las tendencias “uni­
ta ria s ” fueron m uy fuertes entre los bolcheviques. Lenin dijo
el 1.° de noviembre de 1917 al Comité Central del Partido de
P etrogrado:
- . ■ ■ /
T ro tsk y ha com probado desde hace m u ch o tiem po la im posibilidad
de la fu sió n . T ro tsk y lo ha com prendido y no ha habido después m ejor
b o lch ev iq u e q u e él.

A partir de últimos de 1904, sostuve que la revolución rusa


no podría term inarse sino por medio de la dictadura del pro­
letariado, que acarrearía, a su vez, la transform ación socialista
de la sociedad, siempre que la revolución m undial se llevase a
cabo con éxito. Una m inoría de mis adversarios actuales con­
sideró esta perspectiva como fantástica hasta abril de 1917 y
la calificó, con hostilidad, de “ tro tsk ista” , oponiéndole el pro­
gram a de la república dem ocrática burguesa. La gran m ayoría
de la burocracia actual no se adhirió a los Soviets sino des­
pués de la victoria que puso fin a la guerra civil.
En la emigración, participé en el movimiento obrero de
Austria, Suiza, Francia, Estados Unidos. Pienso con gratitud
que la em igración me permitió penetrar m ejor en la vida de
la clase obrera mundial, y desde entonces hice de la noción
abstracta del internacionalism o la fuerza motriz de toda mi
vida ulterior (1 ).
En el transcurso de dos años edité en París, bajo la cen­
sura militar, un diario ruso de espíritu intem acionalista revo­
lucionario. Estuve estrecham ente ligado con los in tem ac io n a­
listas franceses y tomé parte, con sus representantes, en laj
Conferencia de Zim m erw ald (1 9 1 5 ). Proseguí la mism a ac­
ción durante los dos meses que pasé en los Estados Unidos.
Después de mi llegada a Petrogrado (5 de mayo de 19 í ~ .
procedente de un campo de concentración del Canadá, donde

(i) Declaración que refrenda nuestra tesis del Prólogo.


10
146 STALIN Y SUS CRIMENES

hice conocer a los m arineros alemanes prisioneros las ideas


de Liebknecht y de Rosa Luxemburgo, tomé activa parte en la
organización de la Revolución de Octubre, especialmente du­
rante los cuatro meses en que Lenin, ocultándose, tuvo que
pasar en Finlandia. Stalin escribió en 1918 un artículo cuyo
objeto era reb ajar la im portancia de mi papel en la revolu­
ción, viéndose obligado, no obstante, a decir:
«7 odo el trabajo de organización prác tic a de la in su rrec ció n fu é
llevado a cabo bajo la dirección p erso n a l del P re s id e n te del S o v i e t en
P etro g ra d o , T r o t s k y . S e p u e d e afirm ar con toda se g u rid a d que el P a r­
tido es, a n te todo y sobre to do, d eu d o r a T r o t s k y del rápido paso de
la g u a rn ic ió n al lado del S o v i e t y de la buena organización del tra­
bajo de la J u n t a R e v o lu c io n a ria de G u e r r a ».
( “ P ra v d a ” , núm ero 241 de 6 de noviembre de 1918.)

Lo cual no impidió a Stalin escribir seis años después:


T r o t s k y , recién v e n id o a n u e s tro P artido, no ha d e s e m p e ñ a d o , ni
p odía d e sem p eñ a r, n i n g ú n papel p a rticu la r en el períod o de o c t u b r e ,
(J. Stalin, “Trotskysmo y len in ism o” , págs. 68-69.)
Después de la Revolución de Octubre perm anecí en el po­
der durante nueve años, participando en la edificación del
Estado soviético, en la actividad diplomática, en la vida del
Ejército rojo, en la organización económica, en los trabajos
de la Internacional Comunista. Durante tres años dirigí la gue­
rr a civil. En el curso de esta dura labor llegué a tom ar m edi­
das draconianas. Asumo toda la responsabilidad ante la clase
obrera de todos los países y ante la Historia. La justificación
de estas medidas se hallaba en su necesidad histórica, en el
hecho de que estaban puestas al servicio del progreso y res­
pondían a los intereses esenciales de la clase obrera (1 ). Lla-

(1) Históricamente, está comprobado cuanto afirma Trotsky sobre su acción


decisiva en la Revolución de Octubre. Sin duda, se debe a él que triunfara el
golpe de Estado. Es más. también a él se debe a’go más importante que- el triunfo
inicial, lo que en toda revolución ha constituido lo más difícil, que no es adue­
ñarse del Poder, sino conservarlo... Y, realmente, es Trotsky quien aparece
desde un principio como el personaje rr.ás importante y como presunto dictador
único a la muerte de Ler.in. con quien compartió el poder, pero ejerciéndolo casi
solo prácticamente, los factores internacionales que tan misteriosa y maravillosa­
mente salvaron a la Revolución Comunista no la hubieran salvado. La debilidad
del poder soviético en sus primero; años fué tanta, que sin la complicidad pode­
rosa de la Secta en el ámbito mundial, sin la “ organizada derrota” de las fuerzas
anticomunistas, los bolcheviques hubieran sido desalojados del poder en muy pocos
meses.
Recordemos el V I punto de los X IV de W ilson: “ Evacuación de todo el te­
rritorio ruso y cooperación de todas las naciones al libre desarrollo político de
Rusia.”
L E O N T R O T S K Y H7

mé por su verdadero nom bre a toda represión im puesta por la


guerra civil y di cuenta de ello a las masas trabajadoras. No
tenía nada que ocultar al pueblo, lo mismo que hoy no tengo
nada que ocultar a la investigación internacional.
Cuando se formó una oposición en ciertos medios del P a r­
tido contra mis procedimientos y conducta en la guerra civil
— y esto no sucedió sin el concurso oculto de Stalin— , en
julio de -1919, Lenin me remitió un día. por su propia inicia­
tiva, una hoja dé papel blanco, al pie de la cual se leían estas
palabras:
Camaradas: conoc ie ndo la severida d de las órdenes del camarada
T r o t s k y , estoy tan c o n v e n c id o de s u ju s t e z a , de su u tilid a d , de su n e ­
cesidad para el bien de n u e s tr a causa, que m a n te n g o sin reservas es­
tas órdenes del cam arada T r o t s k y .
V. Ulianov (Lenin) ” (1).

Este docum ento no llevaba fecha. Yo era quien tenía que


ponerla en caso de necesidad. La prudencia de Lenin, en todo
lo que se refiere a sus relaciones con los trabajadores, es bien
conocida. No obstante, cre*yó que podía firm ar, por anticipado,
cualquier orden mía, aunque m uchas veces dependiera de ella
gran cantidad de vidas. Lenin no temía que yo abusara del
poder. Añadiré que nunca hice uso de su carta blanca. La con­
servo como prueba de la confianza excepcional de un hombre
al que tengo como la más alta encarnación de la moral revo­
lucionaria (2).
Tom é parte en la redacción de las tesis y del program a de
la III Internacional. Los principales inform es presentados a los
Congresos sobre la situación mundial estaban redactados en­
tre Lenin y yo. Dejo a los P rocuradores de Stalin el cuidado de
explicar qué lugar ocupan estos trabajos en mi evolución h a ­
cia el fascismo. En cuanto a mí, permanezco inquebrantable­
mente fiel a los principios sobre los cuales, jun to con Lenin,
hemos fundado la III Internacional.
Entré en conflicto con la burocracia dirigente a partir del
mom ento en que por u na serie de causas históricas de las que
no es este lugar apropiado para hablar de ellas, se convirtió
en una casta privilegiada y conservadora. Las razones del con-

(1) “'L a más alta encarnación de la m oral”... Lenin; el hombre que r.r:- : " - =
carta en blanco para el Terror. ¡Esto es “m oral’'!
(2) ¿Con qué autoridad puede dolerse Trotsky de que Stalin use C‘ r. é' 7
suyos de una crueldad que asustó a Stalin y a otros bolcheviques — -
hermanas de la ‘Caridad precisamente— cuando ejercia él un terror í
Adviértase con qué orgullo exhibe Trotsky este documento, que es ¿;. - ¿e
su criminalidad. Y obsérvese la “justificación” del T error: “ su r.-e:e; i -
ca ” y estar “puesto al servicio del progreso”..., exactamente '.a ir.:; —¿ j : ;
que Stalin expone para atormentar y fusilar a los trotskis:'.;.
148 STALIN Y SUS CRIMENES

flicto, en todas sus etapas, están consignadas en documentos


oficiales, artículos y obras accesibles al público.
Yo defendía la dem ocracia soviética (1) contra el absolu­
tismo burocrático; el m ejoram iento de la condición de las m a ­
sas contra los privilegios excesivos de los dirigentes; la indus­
trialización y colectivización sistemática, en interés de los tra­
bajadores; lá política del internacionalismo revolucionario
contra el conservadurismo nacional. He intentado explicar teó­
ricam ente en mi último libro, “ La Revolución traicion ada” ,
por qué el Estado soviéticot aislado, asentado sobre una base
económica retrasada, está construido sobre un a m onstruosa
pirámide burocrática que se ha coronado, casi autom áticam en­
te, por un jefe absoluto e “ infalible” (2 ).
Una vez ahogada y deshecha la oposición con la ayuda del
aparato policíaco, la pandilla dirigente me desterró, a princi­
pios de 1928, al Asia Central. Por h ab er rehusado interrum p ir
en la deportación mi actividad política, me expulsaron, a p rin ­
cipios de 1929, a Turquía. E m prendí entonces la publicación
del “ Boletín de la Oposición” , al servicio del program a que yo
había defendido en Rusia, y entré en relaciones con mis am i­
gos políticos dispersos por el mundo, muy poco numerosos en
esa época.
El 20 de febrero de 1932, la burocracia soviética me p ri­
vó, junto con todos los m iembros de mi familia, que se encon­
traban en ese mom ento en el extranjero, de la nacionalidad
soviética. Mi h ija Zenaida, enferm a y sujeta a tratam iento en
Alemania, perdió así la posibilidad de reunirse con su marido
y sus hijos. Mi h ija puso fin a sus días el 5 de enero de 1933.
La relación de mis obras, escritas casi totalm ente durante
mi últim a deportación y mi últim a emigración, cuenta, según
el cálculo hecho por jóvenes amigos, con cerca de 5.000 pá­
ginas impresas, sin contar varias cartas y los pequeños a rtíc u ­
los, que form arían algunos millares de páginas más. Me p er­
mito añadir que no escribo fácilmente, ya que tacho y corrijo
mucho. Mi obra de escritor y mi correspondencia constituyen

.(i) Esta “democracia" de Trotsky era la democracia del Terror, como docu­
mentalmente se prueba. Era el fusilamiento de los rehenes, la deportación y la mi­
litarización de las masas campeonas y obreras...; toda una “democracia obrera”.
(2) Efectivamente, así es. ;P ero esa infalibilidad no la tenia también Lenin en
vida? ¿No hubiera sido infalible Trotsky si se adueña del Poder? Necesariamente.
El Terror sólo puede ter.er como fundamento una infalibilidad. Ese derecho de un
dictador a matar, sin juicio ni apelación, sólo puede nacer de la infalibilidad; por­
que morir es algo definitivo y sin “ rectificación” posible. Para los miles y miles
que mandó matar Trotsky, su infalibilidad fué prácticamente absoluta. Suponemos
que les dará ya igual que diga que se equivocó, por no ser infalible.
Lo que Trotsky reprocha a Stalin es algo «fatal en todo régimen “antinatural”.
Si Dios, la moral y la conciencia se niegan, se impone la existencia de un punto
de referencia, que sólo puede ser la voluntad de un hom bre: el dictador.
L E O N T R O T S K Y

el contenido principal de mi vida en los nueve últimos años.


La orientación política de mis libros, artículos y cartas se p re­
cisa por sí sola. Las citas que ha hecho Vichinski no son. como
lo dem ostraré, más que burdas falsificaciones o, en otros té r­
minos, elementos necesarios a la im postura judicial.
De 1923 a 1933 he mantenido, respecto al Estado sovié­
tico, a su Partido gobernante y a la Internacional Comunista,
u n punto de vista que se condensa en dos palabras: refo rm a y
anti-revolución. Esta actitud, se inspiraba en la esperanza de
que si los acontecim ientos le .e r a n favorables en Europa, la
oposición de izquierda podría resucitar pacíficam ente el P a r­
tido bolchevique, asegurar la transform ación dem ocrática del
Estádo soviético y encam inar a la Internacional Comunista por
la vía del marxismo. La victoria de Hitler, preparada por la
política criminal del Kremlin y la incapacidad total de la In ter­
nacional Comunista, nos hicieron com prender las trágicas en­
señanzas de la experiencia alem ana y nos convencieron, a mis
amigos políticos y a mí, de que el viejo Partido Bolchevique
y la III Internacional estaban perdidos p ara el socialismo (1 ).
A partir de la segunda m itad de 1933 me convencí más v más
de que una revolución política contra la nueva casta de pará­
sitos era históricam ente necesaria para la liberación de las
masas trabajadoras de la U. R. S. S. Ni que decir tiene que un
problem a de tan gran im portancia debía suscitar y suscita en
la escala internacional discusiones apasionadas.
La degeneración política de la Internacional Comunista,
en teram ente patrimonio de la burocracia soviética, nos hizo
retra sa r el lanzamiento de la consigna de la IV Internacional y
de las bases del program a de ésta. Los libros, los artículos, los
boletines de discusión referentes a estas cuestiones están a
disposición de la comisión de investigación y prueban irre fu ta ­
blem ente que se apoyan, no en un un “ cam o uflage” , sino en
una lucha ardiente y apasionada de los prim eros Congresos de
la Internacional Comunista.
Puedo decir con seguridad y orgullo, después de haberm e
carteado con centenares de amigos de todos los países del
mundo, que n u estra juventud está precisam ente llamada a dar
para los com bates futuros los más firm es segiiros militantes.
Renunciar a la esperanza de una reform a pacífica del Es­
tado soviético no significa ren unciar a la defensa de la
U. R. S. S. Sobre este punto, la colección recientem ente pu­
blicada en Nueva York (L. Trotsky, “ En defensa de la Unión
Soviética” ) da fe de ello. Expongo en la “ Revolución t r ^;«'•i•">-
n a d a ” que la guerra pone en peligro, al mismo tiempo aue la
burocracia, las nuevas bases sociales de la U. R. S. ?. Por

(i ) Pero no para el imperialismo staliniano.


i5 o STALIN Y SUS CRIMENES

ello, el deber de todo revolucionario es defender a la U. R. S. S.


contra el imperialismo, a pesar de la burocracia soviética ( 1 ).
Mis obras hacen realzar mi actitud contra el fascismo.
Desde los prim eros mom entos de mi vida de em igrante di la
voz de alarm a contra el fascismo en Alemania. Preconicé el
frente único de todas las organizaciones obreras. La In tern a­
cional Comunista opuso la absurda teoría del social-fascismo.
Yo exigí la organización sistem ática de milicias obreras. La In­
ternacional Comunista respondió jactándose de sus futuras
victorias. Demostré que si Hitler tom aba el poder, la U. R. S. S.
corría el más grande peligro. Ossietsky publicaba y com en­
taba con simpatía mis artículos. Nada de ello se hizo. La buro­
cracia soviética sólo usurpaba la autoridad de la Revolución
de Octubre para ser un obstáculo a la revolución en los demás
países. ¡Hitler no habría vencido sin la política de Stalin! Los
procesos de Moscú se explican en gran parte por el cuidado
de hacer olvidar la criminal política del Kremlin en Alema­
nia (2 ). Si queda probado que Trotsky es un fascista, ¿quién
soñará aún con el program a y con la táctica de la IV In tern a­
cional? Tal fué el cálculo de Stalin.
Se sabe que durante la últim a g u erra los intem acionalistas
fuimos considerados como agentes del enemigo. Este fué el
caso de Rosa Luxemburgo, de Karl Liebknecht, de Otto Rulile,
en Alemania; de mis amigos franceses (Monatte, Rosmer, Lo-
riot) ; de Eugenio Debbs, en los Estados Unidos; de Lenin y de
mí mismo, en Rusia. El Gobierno británico me internó, en
marzo de 1917, en un campo de concentración canadiense por
instigación de la Policía del Zar, que me acusaba de preparar,
con el Estado Mayor alemán, el derrocam iento del Gobierno
provisional Miliukov-Kerenski. Se podría creer hoy que son su
plagio las acusaciones formuladas por Stalin y Vichinski. En
realidad, Stalin y Vichinski han plagiado al contra-espionaje
del Zar y al “ Intelligence S ervice” (3 ).
El 16 de abril de 1917. cuando yo estaba internado con
m arinos alemanes. Lenin escribió en “ P ra v d a ” :

(1) Compréndanse bien las palabras de T rotsky. En ellas está contenida esa
actitud, aparentemente contradictoria, de tantos países y de la Masonería universal,
inspirada por la Secta. Defender la U. R. S. S.. aunque se salve Stalin, como
posibilidad que ella es de hacer triunfar el Comunismo. L a eliminación de Stalin,
pero a condición de que el Comunismo no desaparezca.
(2) '“¡H itler no habría vencido sin la política de S ta lin !” Magnífica decla­
ración.
1(3) i Pero quién lo sacó de aquel cam po?... La acusación, en lo esencial, era
verdadera en absoluto: que T ro tsky preparaba el derrocamiento de! Gobierno pro­
visional y la paz separada se demostró bien pronto. Que no fuera de acuerdo con
el Estado M ayor alemán es un detalle sin importancia. El hecho es que, sabiéndo­
lo, fué puesto en libertad Trotsky, el derrotista. Y fué libertado por las naciones
a quienes la “ paz separada” les costaría centenares de miles de vidas... ¿ A qué
prodigiosa influencia se debió tal prodigio?... T rotsky calla.
L E O N T R O T S K Y

¿ P u ed e adm itirse un solo in sta n te que T r o ts k y , el antiguo P re si­


d ente del S o v ie t de los D ip u tad os O breros de P etersbu rg o en 1905, re­
voluciona rio que ha consagrado a la revolución decenas de años en ser­
v icio s desinten-esados, haya podido secundar el plan d el G ob iern o ale­
m án? E sto es calum niar m anifiesta e injuriosam ente a un revo lu cio ­
nario.
( “ P rav d a", núm ero 34.)
a situ a c ió n j u r í d i c a

Tengo que añadir que no me considero ante la opinión


pública como un “ acu sad o ” . Las razones formales de una in­
culpación brillan por su ausencia en lo que a mí respecta. Las
autoridades de Moscú no me han inculpado en ningún pro­
ceso y ello es muy comprensible. En caso contrario me hubie­
ran convocado en tiempo oportuno o exigido m i extradi­
ción. Además, hu bieran tenido que dar a conocer la fecha
de la instrucción y del acta de acusación varias semanas antes
del proceso. Moscú no podía consentir en ello. Su intención
era sorprender a la opinión pública y asegurarse el concurso
de los P ritt y D uranty en calidad de indicadores y com entado­
res. Mi extradición no podía ser reclam ada sino ante los Tri­
bunales franceses, noruegos o mejicanos. Esto hubiera sido ir
a un sonoro fracaso. He aquí por qué no hem os sido juzgados
ni mi hijo ni yo.
El veredicto del último proceso determ ina que Trotsky y
Sedov están inculpados de h aber dirigido personalm ente una
actividad de traición y deben ser, “ en el caso de ser descubier­
tos (?) en el territorio de la U. R. S. S .” . detenidos inm edia­
tam ente y llevados ante los T ribu nales... No nos detendremos
en la técnica con cuya ayuda Stalin espera “ d esc u b rirm e ”',
en unión de mi hijo, en territorio soviético (probablem ente
la m ism a técnica que permitió a la G. P. U. “ d e sc u b rir” , en
la noche del 7 de noviembre de 1936, en un museo científico'
de París, parte de mis archivos y transportarlos en seguida A
Moscú por medio de excelentes valijas diplom áticas). Se ob­
serva, ante todo, que después de habernos declarado “ culpa­
b le s” , sin h ab er sido juzgados ni oídos, el veredicto nos envía
otra vez, en caso de detención, ante sus Tribunales. Sin ser
todavía juzgados, ya somos culpables. El objeto de esta fór­
mula sin sentido, pero no casual, es perm itir a la G. P. U. el
fusilarnos sin más trám ites en caso que nos “ descu briesen” ,
porque ni aun en la U. R. S. S. Stalin se podría permitir- juz­
garnos con publicidad.
Los agentes más cínicos, y entre ellos el diplomático Tro­
yanovski, em itieron éste argum ento:
L o s crim inales no p u ed en elegir sus ju eces.

De acuerdo. Se trata solamente de saber en qué lado s.e


hallan los criminales. Si los organizadores del proceso de Mos­
cú son los verdaderos crim inales— -y tal es la opinión de círcu­
los cada vez más extensos— , ¿se les puede perm itir juzgar?
a s tres c la se s ele p r u e b a s

El terreno abarcado por el proceso de Moscú es ilimitado.


Si yo intentase rechazar todas las afirm aciones falsas que se
en cuentran sólo en los informes oficiales de los dos procesos
más im portantes, necesitaría demasiado tiem po; basta recor­
dar que mi nom bre es mencionado en cada página y más de
una vez. Me veo obligado a desatender diversas cuestiones que
representan u n interés inmenso, y en cuanto a otras, debo
lim itarm e a resum ir argum entos sobre los cuales espero vol­
ver de nuevo. En cambio, me esforzaré en hacer aparecer a
la luz del día los puntos cruciales cuyo carácter sea empírico
o principal, los cuales se pueden distribuir en tres etapas:
1.a Los apologistas extranjeros reciten con monotonía
que no se deberá adm itir por parte de antiguos políticos distin­
guidos su confesión de crím enes que no hayan cometido. Es­
tos señores rehúsan obstinadam ente aplicar Ja m ism a crítica
del buen sentido a las declaraciones y a los propios crímenes.
Comparto la idea de que los acusados son norm ales y que
no han podido, por lo tanto, com eter crím enes m an ifiesta­
m ente insensatos, yendo en contra de sus ideales, de su pasado
y de sus intereses actuales.
Cada uno de ellos, al m editar un crimen, tenía lo que se
puede llam ar desde el punto de vista jurídico, su libre albedrío.
Podía com eter o no el crimen. Se p regu ntaría si el crim en era
ventajoso, si respondería a sus fines,- si las medidas elegidas
eran apropiadas; en una palabra, obraría como una persona
libre y dotada de razón.
Todo cambia com pletam ente cuando el criminal auténtico
o sospechoso cae en las manos de la G. P. U., la cual debe,
por razones políticas, conseguir a toda costa ciertas declara­
ciones. El criminal cesa de serlo. Ya no es él quiqn decide : se
decide en lugar de él.
Es preciso, pues, antes de preguntarse si los acusados se
han portado ante el Tribunal según las leyes del buen sentido,
preguntarse si han podido com eter los crím enes monstruoso^
de que están arrepentidos.
¿Representó el asesinato de Kirov alguna ventaja para la
Oposición? Y si no fué así, ¿no tuvo interés la burocracia en
im putarlo a la Oposición?
¿Tuvo la Oposición algún interés en sabotear la industria,
en hacer volar las minas o descarrilar los tren es? Y si no fué
así. ¿no les interesaba atribuir a la Oposición la responsabi­
lidad. de errores y catástrofes económicas?
STALIN Y SUS CRIMENES

¿Estaba la Oposición interesada en aliarse con Hitler y con


el Mikado? Y si no era así, ¿no sería ventajoso para la bu ro­
cracia obtener de los oposicionistas la confesión de que eran
aliados de Hitler y del Mikado?
“ Cui P r o d e s t? ” Basta poner estas preguntas en claro para
que el contorno de las contestaciones se perfile por sí mismo.
2.a En los últimos procesos, como en los precedentes, la
acusación no descansa sino sobre monólogos “ s ta n d a r” de los
acusados que, repitiendo las ideas y las expresiones del minis­
terio público, p u ja n en el arrepentim iento y me designan inva­
riablem ente como organizador principal de la maquinación.
¿Cómo explicar tal cosa?
El Fiscal Vichinsky ha pretendido justificar la ausencia de
pruebas manifestando que los conspiradores ni tienen carnet
de afiliado ni actas de sus reuniones, etc. Este m enguado a r ­
gum ento es particularm ente nulo en Rusia, donde tantas intri­
gas y procesos se han sucedido durante decenas de años. Los
conspiradores escriben cartas de doble sentido que se les in te r­
ceptan, que se convierten en pruebas serias. Usan frecu en te­
m ente tintas simpáticas; la Policía del Zar cogió centenares
de estrts cartas y las presentó ante los Tribunales. Agentes
provocadores se introdujeron entre los conspiradores, facili­
tando a la Policía el medio de apoderarse de documentos, d«e
laboratorios y hasta de los terroristas en el lugar del crimen.
No hay nada sem ejante en el proceso Stalin-Vicliinsky. Aun­
que la mayor de las maquinaciones ha durado cinco años y hal
tenido sus redes sobre el país entero y hasta más allá de las
fronteras del Oeste, y aunque se han hecho indagaciones sin
núm ero y se han robado mis archivos, la G. P. U. no puede
presen tar ninguna prueba material. Los acusados no exponen
sino sus conversaciones verdaderas o falsas. Los debates del
proceso se reducen a palabras sobre palabras. El complot no
tiene consistencia material.
Por otra parte, la historia de la lucha revolucionaria y
contrarrevolucionaria no conoce ejemplos de m alhechores en­
durecidos que. después de haber cometido durante años los
crím enes más espantosos, se hubieran dedicado, tan pronto
como fueron detenidos, y a pesar de la ausencia de pruebas
contra ellos, a confesar sus delitos, a denunciarse entre sí y
a denunciar frenéticam ente a su “j e f e ” ausente. ¿Cómo es
/ que criminales que asesinaron a jefes, arruinaron la econo­
mía, prepararon la guerra y la desmembración del país, se
m uestran tan dóciles a las sugestiones del ministerio público?
Las dos características esenciales del proceso de Moscú, au ­
sencia de pruebas y unanim idad de confesiones, no pueden por
menos de despertar las sospechas de todo hom bre sensato.
Muy numerosos son los casos en los cuales las declaracio­
nes de los acusados, sus denuncias entre sí y contra otros se
L B O N T R O T S K Y i55

enfrentan desde el p rim er mom ento con los hechos. El ejem ­


plo de Moscú atestigua que es una im postura atroz, superior a
las fuerzas de la organización más poderosa de Policía que
conoce el mundo 1 . Demasiados hombres, circunstancias,
caracteres, fechas, intereses, docum entos no encajan con el
acta de acusación escrita.p o r anticipado. El calendario m an­
tiene firm em ente sus derechos: la meteorología noruega re ­
húsa doblegarse a las exigencias de un Yichinski. Desde el
punto de vista artístico, hubiera estado más allá de las fuerzas
de Shakespeare el establecer la concor ly ic ia de circunstancias
tan Rumerosas y relacionar entre sí centenares de perso nas...
Ahora bien, la G. P. U. no tiene a Shakespeare a su disposi­
ción. En los “ acon tecim ien tos” situados en la U. R. S. S., la
concordancia aparente está m antenida por la violencia: acusa­
dos, testigos, peritos, m antienen a coro hechos m aterialm ente
imposibles.
La elección de los objetos de nuestro análisis está, pues,
determinado por los “ d ato s” que la acusación dispone en
contra nuestra. Así,^ la refutación de las declaraciones dfe
Goltzman sobre la visita que me hubiera hecho en Copenha­
gue; la im pugnación del testimonio de Romm sobre nuestra
pretendida entrevista en el bosque de Bolonia; la refutación
de las alegaciones de Piatakov sobre su pretendido viaje a
Oslo, no representan sólo un interés por sí mismas al derri­
bar las bases de la acusación contra mi persona y mi hijo,
sino que nos perm iten también echar una ojeada a los arcanos
de la justicia moscovita y presentir los métodos de que
hace uso,
Tales son las dos prim eras fases de mi análisis. Si logra­
mos probar que los crím enes pretendidos están en contradic­
ción con la psicología y los intereses de los acusados, y que
las declaraciones están, más o menos, en varios casos típicos,
en cotradicción con los hechos exactam ente establecidos, h a­
bremos realizado una tarea considerable en la refutación de
la acusación en su conjunto. „

(1) Efectivamente. La Policía soviética es la más poderosa del mundo. Nues­


tro gran Donoso lo predijo, muchos quinquenios antes de que pudiera ser tan es­
pantosa rea'idad. E l aumento del poder del Estado en razón inversa al dominio
del Cristianismo sobre las conciencias fué por él vaticinado. La existencia d'e una
Policía omnipotente es la consecuencia fatal y evidente. Así, lógico es que en la
U . R. S. S. — la nación con un Estado y una sociedad más anticristianos— tengan
la Policía más gigantesca del mundo. Por nuestra parte, ratificamos la tesis de
Donoso, al afirmar la necesidad de la dictadura totalitaria, impuesta por una P o­
licía tremenda por su colosal organización y su absoluta autoridad, por ser el
Comunismo un hecho perfectamente antinatural; por lo tanto, antítesis del C ris­
tianismo, que es, aunque sólo se viera como úna doctrina humana, la más natural
y adecuada al hombre. Tan natural que sólo puede ser dictada por un poder so­
brenatural.
150 STALIN Y SUS CRIMENES

3.a Gran cantidad de preguntas surgirían en seguida. He


aquí las principales: ¿Quiénes son los acusados que, después
de 25 ó 30 años de actividad revolucionaria, se rinden de una
m anera tan hum illante y m onstruosa? ¿Cómo lo h a logrado la
G. P. U.? ¿Por qué ninguno de los acusados h a denunciado
la falsedad durante el proceso, etc.? Yo no soy el encargado
de responder a ellas. La comisión de investigación no ha po­
dido interrogar ni a Jagoda, ni a Vichinsky, ni a Stalin, ni— y
eso es lo más im portante—-a sus víctimas. Los acusados no son
trotskistas, oposicionistas o resistentes, sino arrepentidos ^dó­
ciles. Durante años, la G. P. U. los ha preparado para los fu­
turos procesos. Greo esencial para la comprensión del m eca­
nismo de las confesiones, exponer la psicología de los proce­
sados, como grupo político, y bosquejar las características de
los principales acusados en los dos procesos. No quiero d ejar­
me llevar, en interés de la defensa, por improvisaciones psico­
lógicas arbitrarias, sino trazar retratos objetivos, haciendo uso
de materiales incontestables que se relacionan en diversos
mom entos con el período que nos interesa. Mis legados están
abarrotados de hechos y de textos. Expondré el ejemplo más
típico y más sorprendente:

Radek

El 14 de junio de 1929 escribí sobre la potestad de las ten­


dencias term idorianas en el mismo seno de la oposición. “ He­
mos visto repetidas veces a antiguos bolcheviques que tratan
de m antener la tradición del Partido y de m antenerse a sí mis­
mos gastar sus' últimas fuerzas para seguir en la oposición,
unos hasta 1925, otros hasta 1929. Acabaron por debilitarse,
no quedando de ellos más que sus nervios. Radek es hoy el
ideólogo y el vecinglero de estos elem ento s” . ( “ Boletín de la
Oposición” núm. 1-2, julio 1 9 2 9 ). Radek ha expuesto en el
reciente proceso la ‘‘filosofía” de la funesta actividad de los
trotskistas. Según numerosos periodistas extranjeros, sus de­
claraciones fuero* más dignas de crédito por su alejam iento
aparente del am aneram iento y de la falta de sinceridad. Nos
im porta tanto más dem ostrar que el verdadero Radek, tal co­
mo lo ha hecho la naturaleza y su propio pasado, hizo sitio en
el banco de los acusados a una especie de “ ro b o t” , salido del
táller de la G. P. U.
L E O N T R O T S K Y 157

Si yo logro dem ostrar, de m anera bastante oportuna, el


papel de los demás acusados, quedaría todo am pliam ente ilu­
minado. Por eso no renuncio a hacer p asar la luz sobre cada
uno entre ellos. Espero, por el contrario, tener la posibilidad
de hacerlo ulteriorm ente. Atado por el tiempo, debo ahora
concentrar mi atención sobre las circunstancias más im por­
tantes y sobre los rostros más típicos.
a s s e n e s m a te m á tic a s d e la im p o s tu r a

I.— Está perfectam ente establecido por documentos oficia­


les que la G. P. U. estuvo al corriente de la preparación del
asesinato de Kirov, El jefe de la Policia de Leningrado, Medw
vied, y once de sus agentes fueron condenados a penas de p ri­
sión por “ no haber adoptado las medidas necesarias, a pesar
de estar informados de la preparación de un atentado contra
K ir o v ...” El disparo de revólver de Nikolaiev probablemente
no estaba en el program a y se clasifica más bien bajo la rú b ri­
ca de gastos generales dei la combinación.
He estudiado la cuestión en mi folleto “ El asesinato de
Kirov y la burocracia staliniana a prim eros de 1 9 3 5 ” . Ni por
parte de los soviets, ni por parte de los agentes de la U. R. S. S.
en el extranjero, he recibido ninguna respuesta a mi argu m en ­
tación, exclusivamente fundada sobre docum entos.oficiales.
II.-—Siete procesos tuvieron lugar en la U. R. S. S. a con­
secuencia del" asesinato de Kirov: 1.°, el proceso de Nikolaiev
y de sus amigos, los días 28-29 de diciembre de 1934; 2.°, el
proceso Zinoviev-Kamenev del 15 al 16 de enero de 1935;
3.°, el proceso Medvied y otros, de 23 de enero de 1935;
4.°, el proceso de Ivamenev y otros, en julio de 1935; 5.°, el
proceso Zinoviev-Kamenev y otros, de agosto de 1936; 6 .°', el
proceso Novo-Sibirsk. de 22 de noviembre de 1936, y 7.°, el
proceso Piatakov-Radek. de enero de 1937. Siete variantes so^
bre un mismo tema. Algunas de estas variantes tienen apenas
conexión entre sí. Se contradicen en lo esencial y en los por­
menores. En cada proceso, nuevos culpables organizan el ase­
sinato de Kirov. según diversos métodos y fines políticos. La
simple confrontación de documentos oficiales dem uestra que
seis de esto? siete procesos, tuvieron que ser forjados. En rea­
lidad. lo están todos.
III.— El proceso Zinoviev-Kamenev ha producido toda una
literatu ra y nota? de una im portancia excepcional, que nos
hace creer que estamos en presencia de un a im po rtura organi­
zada por la G. P. U. Citaremos varias obras literarias a este
propósito: León Sédov, “ Libro rojo sobre el proceso de
M oscú” .
Max Schachtman, “ Behind the Moscow trial” (Detrás del
proceso de M o sc ú ).
Graftcis Heisler. “ The firts two Moscow triá is ” (Los dos
prim eros procesos de Moscú).
Víctor Serge, “ Dieciséis fusilados” .
L E O N T R O T S K Y 159

Víctor Serge, “ Destino de una Revolución) (U. R. S. S.


1917-1987).
Friedrich Adler. “ Un proceso de h ec h ic e ría ” .
Ninguno de estos estudios serios y reflexivos ha encontrar
do hasta aquí recusación crítica. Los argum entos fun dam en ta­
les de estos libros son también los míos.
VI.— El grupo Stalin se esfuerza, desde 1926, en culpar a
ciertos círculos de oposición de propaganda "antisoviética” ,
de inteligencia con los Blancos, de tendencia capitalista, de es­
pionaje, de intenciones terroristas y, en fin, de preparación
insurreccional. Todas estas tentativas, están consignadas en
las actas oficiales, en las publicaciones, en los documentos de
la oposición. La clasificación cronológica de estos ensayos de­
m u estra de cualquier m anera la progresión geom étrica de la
falsedad, determ inada por las actas de acusación de los re­
cientes procesos.
V.-—Lo mismo sucede con las inverosímiles declaraciones
de los acusados, en contradicción, a prim era vista, con todas
las leyes de la psicología. Las abjuraciones rituales de los opo­
nentes empiezan en 1924 y aum entan a p artir de 1927. Si
clasificamos cronológicam ente los textos de esta clase, publi­
cados en la prensa soviética— y que serían a menudo las ab ju ­
raciones sucesivas de las mismas personas— , obtendríamos
una nueva progresión geométrica, term inando con la pesadilla
de las declaraciones de Zinovj,ev, Kamenev, Piatakov, Radek.
El análisis político y psicológico de esta docum entación indis­
cutible, adem ás accesible desde el p rim er momento, revela
el mecanismo inquisitorial.
VI.— A las series m atem áticas de falsedad y de a b ju ra ­
ciones corresponde una tercera del mismo orden: la de adver­
tencias y predicciones. El autor de estas líneas y sus amigos
políticos han seguido con atención los amaños y las provoca­
ciones de la G. P. U. y debido a ello han puesto en guardia a
sus amigos frente a los fines de Stalin y la preparación de
sus combinaciones. La expresiós de “ Combinación stalin iana” ,
la hemos puesto en circulación hace cerca de ocho años antes
del asesinato de Kirov. Sometamos estos documentos a la co-;
misión. Hacen surgir, sin discusión posible, que no hubo com ­
plot trotskista descubierto de repente en 1936, sino complot
sistemático de la G. P. U. .contra la oposición, tendiendo a in­
culparla de sabotaje, de espionaje, de terrorism o, de prep a­
ración insurreccional.
VIL— Todas las “ a b ju ra cio n es” arrancadas desde 1924 a
docenas de miles de oposicionistas, estaban obligatoriamente
dirigidas contra mí. Algunos deportados escriben en el “ Bole­
tín de la Oposición” , que “ se pide a todos aquellos que quieran
hacerse reinteg rar én el Partido la cabeza de T ro tsk y ” .
VIII.— La directiva del complot em anaba del extranjero
i6 o STALIN Y SUS CRIMENES

(de Francia, de Copenhague, de N oruega). Debido a u n favo­


rable concurso de circunstancias, la comisión tiene posibilidad
de com probar si los pretendidos conspiradores Goltzman,
Fritz David, Vladimir Romm y Piatakov me han visto en las
fechas que citan. Si el Tribunal de Moscú no h a hecho nada
para probar que estas entrevistas habían tenido lugar en rea­
lidad (pasaportes, visados, hoteles), nos podríamos librar de
una tarea mucho más difícil demostrando, con pruebas y tes­
timonios, que estas entrevistas no han tenido lugar, ni podían
realizarse. En términos jurídicos puedo, en todos los casos im ­
portantes, establecer ...i coartada.
IX.— Si el criminal no es un psicópata, sino un hombre
sensato, y con mds tz i si es un antiguo político experimen-,
do, el crimen : ■ m - : loso que sea, debe responder a fines
definidos. Ahora bien, ia correspondencia entre el fin y los
medios brilla por - : -encia en los asuntos de que nos ocu­
pamos. La a c u s a d ¿m: uta a los mismos hombres, en dife­
rentes procesos. : - - >s unas veces la sola “ lucha por
el poder", otras la "restauració n del capitalism o” . Los acusa­
dos siguien dócilmente al Fiscal.
Las conclusiones sugeridas por los prim eros trám ites de la
investigación parecen ser los siguientes:
1.° Aunque la lucha contra la Oposición h a ocasionado
millares de persecuciones, arrestos y deportaciones, la justicia
soviética no dispone de ninguna prueba m aterial para apoyar
sus acusaciones sla es la prueba más concluyente contra
Stalin.
2.° Aun cuando í’uera preciso adm itir hipotéticam ente
que todí s ’o? ic is a J o s , o algunos de ellos, hubieran cometido
realm ente í-_s crím enes monstruosos que se les reprocha, sus
afirmaciones e~fer-eotipadas, concernientes a mi persona, no
probarían mis intenciones de hacer descarrilar los trenes, en­
venenar a i = breros y en trar en relaciones con la Gestapo.
3.° Las declaraciones de los acusados, por lo menos de
aquellos c u y . sonomía nos es conocida, son falsas en lo que
concierne a su propia actividad criminal. No estamos en p re­
sencia de ban : - i e degenerados, de monstruos, sino de
víctimas de una horrorosa iniquidad.
4.° Los procesas son cómedias judiciales cuyo texto fué
estudiado durante largos años por los organismos de la
G. P. U., bajo la dirección personal de Stalin.
5.° La acusación form ulada contra los antiguos revolucio­
narios (tro tsk ista s '. de pasarse al fascismo, de aliarse con
Hitler y el Mikado. etc., está dictada por los mismos móviles
políticos que las acusaciones formuladas antiguam ente contra
Robespierre y los jacobinos guillotinados bajo la acusación, de
haberse vuelto “ r e a lis ta ” y “ agente de P i t t ” . Causas históri­
cas análogas producen los mismos efectos.
ase po lític a ele La acusación:
t i terrorism o

Si el terrorism o es posible por un lado, ¿por qué conside­


rarle excluido del otro? No se puede en ningún caso colocar
sobre el mismo plano el terrorism o de la dictadura del prole­
tariado y el terrorism o contra esta dictadura. P ara la pandilla
dirigente, la preparación de un asesinato, por medio judicial
o en un rincón del bosque, es una sencilla cuestión de la téc->
nica policíaca; y se puede siempre, en caso de jaque, sacrifi­
car a los agentes subalternos. Del lado de la oposición, p or1 él
contrario, el terrorism o supone la concentración de todas
las fuerzas para la preparación desatentados, con la certid um ­
bre , presentada por adelantado, de que-cada acto, fracase o
tenga éxito, llevará consigo, en represalia, la pérdida de los
m ejores por docenas. Este derroche insensato de fuerzas, no
podía perm itírselo la Oposición. Es por esta razón y no por
otra por lo que la Internacional Comunista se abstuvo de re c u ­
rrir al terrorism o en los países de dictadura fascista. (1 ). La
Oposición com unista en la U. R. S. S. no está dispuesta al
suicidio.
Según el acta de acusación, los “ trotsk ystas” decidieron
exterm inar el grupo dirigente p ara abrirse así camino hacia el
poder. El filisteo medio, sobre todo si lleva la insignia de
“Amigos de la U. R. S. S .” , hace aproxim adam ente este razo­
nam iento: los oposicionistas no podían d ejar de aspirar al po­
der, y detestaban a los dirigentes; ¿por qué no habían de p en ­
sar en el terrorism o? En otros términos, para este filisteo la
cuestión está resuelta precisam ente allá donde en realidad
comienza a plantearse. Los jefes de la Oposición no son unos
recién llegados ni tampoco neófitos. No se trata de saber si
aspiraban al poder; toda tendencia política seria tiene tal as­
piración. Se trata de saber si los oposicionistas, poseyendo una
inm ensa experiencia revolucionaria, podían c íeer un solo ins­
tante que el terrorism o los acercaba a la meta. La historia de
Rusia, la teoría marxista, la psicología política responden: No.
El problem a del terrorism o necesita aquí u n a breve di­
gresión histórica y teórica. Presentado como el iniciador del
(i) A lgún bien había de acarrear el “ nefando” fascism o: ese de evitar el te­
rrorismo. Y ahora, una consecuencia que debemos deducir: el Comunismo comete
actos de terrorismo en España; luego en España no hay fascismo.
11
STALIN Y SUS CRIMENES

“ terrorism o antisoviético” , es necesario que -estas páginas


tengan un carácter autobiográfico. En 1902, apenas llegado de
Siberia a Londres, después de casi cinco años de deportación,
escribí en el bicentenario de la fortaleza “ Scholusselburg” un
artículo dedicado a los revolucionarios m uertos en ella. “ Sus
sombras dolorosas gritan venganza”— escribí— , pero no una
venganza personal, sino una venganza'revolucionaria. E jecu­
ción de la autocracia y no de los m inistros” . El autor tenía
veintitrés años y fué adversario del terrorism o individual, des­
de los prim eros días de su actividad revolucionaria. Entre 1902
y 1905 di, en diversas ciudades de Europa, num erosas confe­
rencias a estudiantes y emigrados contra la ideología terroris­
ta que, a prim eros de siglo, comenzó a extenderse en el sen©
de la juventud rusa.
El fundador del marxismo ruso, Plekhanov; el jefe del bol­
chevismo, Lenin; el representante más notable del menchevis-
mo, Martov, consagraron a la lucha contra el terrorism o miles
de páginas y centenares de discursos. El problem a del te rro ­
rismo fué para nosotros, los revolucionarios rusos, un proble­
ma de vida o m uerte, tanto en el sentido político como en el
literal o personal. El terrorista no era para nosotros un héroe
de novela, era un hom bre m uy tangible y próximo. En la de­
portación. pasamos años juntos con los terroristas de la gene­
ración precedente. En la cárcel y durante algunos traslados,
nos encontram os con terroristas de nu estra edad, charlamos
en la fortaleza de Pedro y Pablo, por medio de pequeños gol­
pes dados contra la pared medianera. ¡Guantas horas, cuántos
días pasamos en discusiones apasionadas! ¡Qué de rupturas a
causa de la más m ínim a cuestión! Si se editasen obras que
reflejaran estas discusiones form arían usa rica biblioteca.

E l terrorism o— escribía en 1909— ex ig e tal concentración de ener­


gías en u n «insta n te capital», tal sobrevaluación de la im portancia del
terrorism o in d ivid u a l y , ppr fin , una conspiración tan herm ética. ■
■que
e x c lu y e com p leta m en te la agitación y el trabajo de organización en
el seno de las m asas... E xa lta n d o el terrorism o los in telectu a les han
defendido su derecho o su deber de abandonar los distritos obreros, pera
ir a cavar m inas en los palacios del Zar y de los grandes duques.

La Historia no deja que la engañen ni que ju e g u en c®n


ella. Pone a cada uno en su sitio. El propósito del terrorism o1
es, finalmente, destruir la organización que intenta suplantar
con ayuda de los laboratorios, por la insuficiencia de su propia
fuerza política. En ciertas condiciones históricas, el terrorism o
puede desorientar al poder. ¿Pero quién se aprovecha en un
caso sem ejante de esta situación? Nunca la organización te ­
rrorista. ni las masas detrás de las cuales se celebra el duelo.
L E O N T R O T S K Y 163

En Rusia, la burguesía liberal fué siempre simpatizante del


terrorism o.
A partir de 1907. me encontré otra vez en la emigración.
La contrarevolución hizo que se form aran num erosas colonias
rusas en las ciudades de Europa Occidental. Toda una fase de
emigración fué absorbida por la propaganda contra el te rro ­
rismo de venganza y desesperación.
El 28 de diciembre de 1934, cuatro semanas después del
asesinato de Kirov, en el mom ento en que la justicia de Stalin
no sabía contra quién dirigir su espada, escribí en el “ Boletín
de la Oposición” (enero 1935, núm. 41) :

L o s m arxistas, que condenaron resueltam ente el terrorism o in d iv i­


d u a l... aun cuando sus g o lp es fu ero n dirigidos contra los agentes del
Zar y la ex p lo ta ció n capitalista, condenarán y repudiarán tanto más
despiadadam ente el aventurism o crim inal de los atentados dirigidos co n ­
tra los representantes burocráticos d el prim er E sta d o obrero de la H is ­
toria. P oco nos im portan los m ó viles su b jetiv o s de N ik o la iev y de sus
am igos p olítico s. E l infiern o está pavim entado con las m ejores in ten ­
ciones.
L o s p o lítico s dudosos, que creen entendérselas con im b éciles, p u e­
den intentar ligar a N ik o la iev con Ja O p o sició n de izquierdas. N o es
la O p osició n , es la burocracia q u ien , por su d escom posición interior,
engendra las organizaciones terroristas entre la ju v e n tu d . E l terroris­
mo in d ivid u a l no es en fo n d o , sino ló contrario del sistem a b u r o c r á ­
tico. E sta ley no la co n o cen los m arxistas desde ayer. E l burocratis­
m o no tiene confianza en las masas a las cuales se esfuerza en s u b sti­
tuir. L a burocracia staliniana ha creado el cu lto repugnante del J efe,
provisto de los a tributos de la divinidad ( 1 ) . L o s N ik o la iev se im a g i­
nan que bastan a lgunos tiros de) pistola para m odificar el curso de la
H istoria. L o s terroristas-com unistas, com o form a id eológica , han na­
cido de la burocracia, son carne de su carne.

Bajo el antiguo régimen, el tránsito de un joven m arxista


al Partido terrorista era un hecho relativam ente raro que se
podía contar con ios dedos. Pero había por lo menos una lucha
ininterrum pida de tendencias; las publicaciones entablaban ás­
peras polémicas, los debates no cesaban ni un día. Ahora nos
quieren hacer creer que los antiguos revolucionarios, los anti­
guos jefes del marxismo ruso, formados por la tradición de
tres revoluciones, se han vuelto, sin debates, sin explicaciones

(1) No es de invención staliniana. Y a hemos dicho en el pró’ogo que k “ di­


vinización” fué cosa de M a rx ; más aún, aparece con el panteísmo, de! es el
judío Espinosa el místico y profeta en la Edad Moderna. Tomemos buer.a nota.
L a genuina ascendencia del panteísmo nazi es judía; naturahner.te. ur. '¿nteísm o
en oposición. A lgo fata l; todo error lleva en sí contradicción, cus.'.:;—.: : de ahí
que, aun partiendo de un principio común, el choque sea :r.fal::'.e por necesidad.
i 64 STALIN Y SUS ' CRIMENES

hacia el terrorism o que rechazaron siempre como un método


de política suicida. Sí— dicen Stalin y sus agentes— ; no po­
demos negar que Trotsky se ha opuesto, tanto en Rusia como
fuera de ella, en diversos m om entos de la evolución política, a
las aventuras terroristas. Pero hemos descubierto en su vida
algunos episodios que hacen una excepción a esta regla. En
una orden secreta dirigida a un tal Dreitzer (que nadie ha vis­
to) ; en una entrevista con Goltzman, a la c u a l l e había llevado
su hijo, en Copenhague su hijo que se encontraba en este m o­
mento en Berlín en las entrevistas con Berm an y David (per­
sonajes de cuya ex igencia se enteró gracias a las declaraciones
del proceso... . Trotsky dió a sus partidarios instrucciones te­
rroristas que ni ha intentado justificar ni tratado de ligar con
la obra de j i su vida . Trotsky no ha hecho otra cosa, durante
cuarenta s ñ ' que Jar a conocer, oralm ente y por escrito, sus
ideas sobre el terrorism o a centenares de miles y de millones
de hombres - * sólo propósito de engañar a cuantos le es-
cuchaban: sus verdaderas ideas las expuso, con gran misterio,
a personas B -rm an o David... Y han bastado ¡oh milagro!
estas “ instrucci n e s *1 equívocas, al ancance de un Fiscal como
Vichir.sVv. ■ -p.:e centenares de viejos marxistas em prendan
^áticamente. sin discusión, sin objeciones de ninguna
clase, el camino te rro rista ... T al es la base política de los pro­
ceso ¿ Y - E n niros térm inos, estos procesos adolecen de
toda base política í
síse sin a to de

En los procesos de Moscú, se habla de grandiosos proyec­


tos, de planes, de preparación de crímenes. No obstante, todo
tran scu rre en conversaciones. O más exactam ente, en evoca­
ciones de propósitos que los acusados h u b ieran podido tener.
El informe de los procesos, se reduce, como ya hemos dicho,
a una conversación sobre conversaciones. El asesinato de Ki­
rov es el úsico crim en real. Ahora bien, fué cometido, no por
oposicionisas,. sino por uno, dos o tres jóvenes comunistas
caldos en el engaño de la provocación. Si la G. P. U. no ha
querido llegar hasta la raíz del crimen, la responsabilidad recae
sobre ella. .
¿Sobre qué descansar estas afirmaciones? En los docum en­
tos publicados en Moscú se encuentran todos los elementos de
la respuesta. El análisis de estos documentos ha sido dado en
mi panfleto “El asesinato de Kirov y la burocracia soviética” ,
en el “ Libro R o jo ” de L. Sedov y otros trabajos. Resumiré b re­
vem ente las conclusiones de este análisis.
l.° Zinoviev, Kamenev y sus cam aradas so pudieron h a ­
ber organizado el asesinato de Kirov, porque este atentado no
tenía ninguna justificación política. Kirov no era sino una figu­
ra de segundo plano, sin im portancia personal. (1).
¿Quién no conocía a este hom bre antes.de su m uerte? Aún
adm itiendo la absurda hipótesis de que Zinoviev, Kamenev y sus
amigos h ubieran emprendido el camino del terrorism o indivi­
dual, no podían dejar de com prender que el asesinato de Kirov,
sin prom eterles beneficio polítco, provocaría represalias im pla­
cables contra los sospechosos y haría, por lo tanto, equívoca

(i) K irov, miembro del Politburó v jefe del Partido en Leningrado, la se­
gunda ciudad de la U. R. S . S., era, sin duda, una personalidad soviética de pri­
mer rango. A hora bien, es posible que no lo asesinasen por orden de los jefes de
la conspiración trotskista y que su asesino recibiera la orden de la G. P. U.. que
falsificaría el mandato, fingiendo que procedía del centro director. Esto es. técni­
camente fácil en una conspiración y está dentro de las posibilidades de la "pro­
vocación” . Se sabe que fué precisamente K iro v quien se opuso a Stalin er. e":
Bureau cuando propuso que se aplicase la sentencia de muerte a los miembros
de la “ V ieja guardia” bolchevique, desacatando así el mandato de Lenin. que pro­
hibía la pena de muerte para los “ je f e s ” , tratando a.sí de evitar que. com: en '-a
francesa, la Revolución se devorase a sí misma. La técnica criminal de Sta'.in le
debió aconsejar el asesinato del que se opuso, pues ninguna muerte justiñrana
m ejor la vulneración de la orden de Lenin y el fusilamiento de Ioí antigües jefes
que la muerte, atribuida a ellos, del que la hizo respetar en fav cr ' - "asesi­
n os” ... ¿Q ué vale una vida humana para un marxista frente a '.i r.iscsidad dia­
léctica?... Menos que nada.
1 66 STALIN Y SUS CRIMENES

■toda actividad de oposición y especialmente el te rro rism o ... Los


verdaderos terroristas hubieran comenzado por Stalin. Había,
entre los acusados, miembros de la J u n ta Central y del Gobier­
no, que entraban y tenían libre acceso en todas las partes: eli­
m inar a Stalin no presentaba para ellos ninguna dificultad. (1 ).
Los procesados no lo hicieron porque, en lugar de com batir a
Stalin y atentar contra su vida, le servían.
2.° El asesinato de Kirov sumió en el pánico a los medios
dirigentes. Aunque la personalidad de Nikilaiev había sido iden­
tificada inm ediatam ente, el p rim er comunicado oficial habla
de u n atentado cometido por los “ blancos” , legalmente pene­
trados en Rusia por las fronteras de Rumania, Polonia y otros
Estados limítrofes. Ciento cuatro “ b lanco s”— al menos— de
esta categoría fueron pasados por las armas. Durante más de
dos semanas, el Gobierno creyó deber suyo desviar la atención
de la opinión y b orrar no se sabe qué pistas, procediendo a eje­
cuciones sumarias. La versión de los “ blan cos” solamente que­
dó abandonada al cabo de quince días. El Gobierno no ha' dado
hasta hoy ninguna explicación de este prim er período de páni­
co señalado por más de cien cadáveres.
3.° La prensa soviética no ha dicho absolutam ente nada
sobre las circunstancias en que Nikolaiev mató a Kirov; y ta m ­
poco ha dicho qué funciones cumplía Nikolaiev, ni cuáles eran
sus relaciones con Kirov. Los detalles del atentado han quedado
a la sombra. La G. P. U» no puede relatar lo que ha ocurrido sin
revelar qué iniciativas le incum bían en este crimen.
4.°' Aunque Nikolaiev y sus trece coacusados hubieran h e ­
cho todas las declaraciones que se exigía (y admito que hasta
han podido ser torturado s), no han dicho ni palabra de que h u ­
biera dado cualquier participación a Zinoviev, Bakaev, Kame-
nev o cualquier “ tro tsk ista” en la preparación del atentado. La
G. P. U. tampoco parece haberlos interrogado a este respecto.
El asunto era demasiado reciente, la provocación en exceso no­
toria y la G. P. U. deseaba disim ular su propia culpabilidad
más aún que buscar la de la Oposición.
5.° Mientras que el proceso Radek-Piatakov, se desarrolló
a bombo y platillo, el proceso del joven comunista Nikolaiev,
asesino de Kirov. se efectuó del 28 al 29 de diciembre de 1934
a puerta cerrada. ¿Por qué? Evidentemente, no fué por razones
diplomáticas. Le G. P. U. no podía m ostrar su propio trabajo.
Se precisaba hacer desaparecer en las tinieblas a los autores del

(i) No lo mataron porque. primero, hacía falta que tuvieran valor personal y
fueran capaces de inmolar su vida en el atentado, pues Stalin no deja nunca de
estar rodeado de su policía personal, y quien quiera matarlo sabe que ha de morir.
No fueron capaces los “ je fe s ” de tan “ heroico” acto; eso lo dejan para esos
tipos sugestionados por ellos con un arte y un refinamiento acabado. Además, no
lo mataron porque sabían que no podían en el momento heredarlo.
L E O N T R O T S K Y

atentado y a sus cómplices, lavarse bien las manos y atacar


a la Oposición.
6 .° El asesinato de Kirov suscitó tal turbación en el seno
de la burocracia que Stalin, que no podía dejar de ser sospe­
choso en los medios informados, se vió en la necesidad de en­
contrar un testaferro. El proceso de los principales funciona­
rios de la G. P. U. de Leningrado, a la cabeza de los cuales figu­
raba Medvied, tuvo lugar el 23 de enero de 1935. El acta de
acusación señala que Medvied y sos colaboradores fueron in­
formados del atentado que se preparaba. El veredicto prueba
que “no tom aron a tiempo las medidas necesarias para descu­
brir al grupo terrorista e in terru m p ir su actividad, aunque h u ­
biesen tenido posibilidad de ello” . No se puede exigir más fran­
queza. Todos los inculpados fueron condenados a condenas de
prisión, variables entre dos y diez años. Todo está claro. La
G. P. U., actuando por medio de agentes provocadores, arriesgó
la cabeza de Kirov para im plicar a la Oposición en su intriga.
Nikolaiev disparó antes de h aber recibido la autorización de
Medvied, comprometiendo así, irrem ediablem ente, la combi­
nación. Stalin sacrificó a Medvied.
7.° Nuestro análisis en cu entra una confirmación nueva en
el papel desempeñado por el Cónsul de Letonia en Leningrado,
señor Bissinex, agente conocido de la G. P. U. Nikolaiev reco­
noció haber estado en relaciones con este Cónsul, haber recibi­
do 5.000 rublos p ara prep arar su atentado y haber sido req ue­
rido sin razón para escribir una carta a Trotsky. P ara conseguir
que mi nom bre apareciera, con cierto lógica, en el asesinato de
Kirov, Vichinski menciona en su acta de acusación de diciem­
bre de 1934 este episodio asombroso, el cual hace resaltar p er­
fectam ente el papel de dicho Cónsul.
El nom bré de este último, sin embargo, no ha sido publi­
cado en virtud de las exigencias del Cuerpo Diplomático; des­
pués de lo cual este agente singular desapareció de la escena
sin dejar el m enor rastro. Su nom bre no debía ser mencionado
en el proceso ulterior, aunque había conocido al asesino y sub­
vencionado el asesinato. Todos los “ organizadores” ulteriores
de este atentado (Bakaev, Kamenev, Zinoviev, Mratchkovski y
otros no han nombrado ninguna vez al señor Bissiniex. Difícil­
mente se podrá im aginar provocación más grosera, más artifi­
ciosa y más impúdica.
8 .° Unicam ente después del exterminio de los terroristas
auténticos, de sus amigos y de sus auxiliares, comprendidos
ciertam ente los agentes de la G. P. U. mezclados en la m aquina­
ción, es cuando Stalin cree posible atacar a fondo a la Oposi­
ción. La G. P. U. detiene entonces a los dirigentes del antiguo
grupo Zinoviev y los divide en dos categorías. La Agencia
“ T a s s ” , publicó el 22 de diciembre de 1934 un comunicado re ­
lativo a los siete más influyentes, todos ellos antiguos m iem ­
168 STALIN Y SUS CRIMENES

bros del Comité Cestral. “ No se les habían procesado a falta de


pruebas suficientes” . Los militantes menos influyentes queda­
ron, según la técnica tradicional de la G. P. U., bajo la espada
de Damocles. Amenazados de m uerte, varios de ellos com pro­
m etieron en sus declaraciones a Zinoviev, Kamenex, Evdoki-
m o v ... No hablan, es verdad, de terrorism o, sino de “ activi­
dad co ntrarrevolu cion aria” en general (descontento, críticas
de la política de S talin). Ello fué suficiente para obtener de
Zinoviev, de Kamenev y de varios otros la declaración de una
responsabilidad “ m o ra l” en el atentado terrorista. A este pre­
cio Zinoviev y Kamenev evitaron m om entáneam ente ser incul­
pados de complicidad diregta.
9.° Escribí el 26 de enero de 1935 a mis amigos en
A mérica (carta publicada ,en el “ Boletín de la Oposición” n ú ­
mero 42, de febrero del 35) :

L a estrategia desplegada en torno al cadáver de K ir o v no ha p rocu ­


rado a S ta lin brillantes laureles. E s por esto ju sta m en te por lo que no
p ued e n i detenerse n i retroceder. L a s com b in aciones que no ha sabido
organizar, que han fracasado, necesita n ser sustituidas por otras más
vastas y ... más perfecta s. ¡P rep a rém o n o s a hacerle fr e n te !

Los procesos de 1936-37 no h an hecho sino confirmar esta


advertencia.
¿Quién h a forjado la lista de las futuras víctimas del terro ­
rismo ?
El proceso Zinoviev-Kamenev de agosto de 1936, estuvo
com pletam ente basado en el terrorism o. El objeto del p reten ­
dido “ C entro ” era derribar al Gobierno, suprimiendo sus jefes,
con el fin de apoderarse del poder. La confrontación atenta de
las actas taquigráficas de ambos procesos basta para conven­
cernos de que la lista de jefes destinados al exterminio no fué
redactada por los terroristas, sino por sus supuestas víctimas.
Mejor dicho; por el propio Stalin. El caso Molotov sugiere la in­
tervención personal de Stalin.
Según el acta de acusación del proceso Zinoviev, el “ Cen­
tro terrorista unificado trotskista-zinovietista” , después de h a­
ber suprimido a Ivirov. no se limitó solamente a organizar el
asesinato del propio Stalin. Organizaba sim ultáneam ente el ase­
sinato de otros dirigentes deí Partido: principalm este los de
Vorochilov, Jdanov. Kaganovitch. Kossior, Ordjonikidze y Pos-
tychev. Esta lista no comprende el nombre de Molotov. Ningu­
no de los acusados mencionó a Molotov. Según Rheingold, al
declarar en el sumario, “la orden esencial de Zinoviev se red u­
jo a elimitar a Stalin, Kakanovitch y Kirov” . En la audiencia de
aquella tarde del 19 de agosto, Rheingold dijo:
L E O N T R O T S K Y

D esd e lu eg o , el ú n ico m étodo de acción es el terrorism o dirigido con ­


tra S ta lin y sus m ás p ró xim o s colaboradores: K ir o v , I oro ch ilo v , K aga-
n o v itch , A r d jo n ik id s e , P o s ty c h e v , K o ssio r y o tros...

Molotov no se menciona. Mratchkovski declara:


“ Debemos m atar a Stalin. Yoroehilov, Kaganovitch; (Stalin
en prim er lu g a r ” . Molotov sigue ignorado. Lo mismo sucede
con mis pretendidas directivas terroristas. El acta de acusación
dice que:
«E l grupo D reitzer recib ió directam ente de T ro tsk y la directiva de
m atar a V orochilov)). Y de creer a M ra tch k o v sk i, en el curso del otoño
de 1932 T ro tsk y «confirm ó de nu evo la necesidad de matar a S ta lin , V 0-
rochilov y K irov » . E n diciem bre de 1934, M ra tch k o v sk i recib ió por
m ediación de D reitzer una carta de T r o ts k y , en la que ex ig ía «más ce­
leridad en la ejecu ció n de los atentados contra S ta lin y V o ro c h ilo v ».
D reitzer lo confirm a. B erm a n -L u rin declara: a T ro tsky dijo que era n e­
cesario suprim ir a S ta lin , K a g a n o v itch y V o ro c h ilo v .»
Durante casi tres años, repetí, pues,; que era necesario m a ­
tar a Stalin, Kaganovitch, Yoroehilov, Kirov. Ninguna palabra
sobre Molotov. En la sesión de la m añana del 19 de agosto,
Yichinsky interrogó a Zinoviev sobre los atentados en p rep ara­
ción: “ ¿Contra q u ié n ? ” .
Zinoviev.— Contra los dirigentes.
Yichinsky.— Es decir, ¿co ntra los cam aradas de Stalin, Vo-
ro chilov y Kaganovitch?
La expresión “ es d e c ir” no deja lugar a dudas: el Fiscal ex­
cluyó oficialmente al jefe del Gobierno del núm ero de dirigen­
tes del Partido y del Estado. P ara concluir, el mismo Fiscal, en
su requisitoria, abrum ó a los trotskistas:
{(Que h an levantad o la m a n o contra los d irig e n te s del P a rtido , c o n ­
tra los cam aradas S ta lin , V o ro c h ilo v, I d a n o v , K a g a n o v i t c h , O rdjoni-
k id ze , K o ssio r, P o s tg c h e v , d irig en te s del E s ta d o s o v ié tic o .»
(Audiencia del 22 de agosto). La palabra “ dirig en tes” fué
repetida tres veces, pero esta vez todavía no se aplica a Molotov.
Razones serias debió haber durante la larga preparación
del proceso para la exclusión de Molotov de la lista de los "di­
rig e n te s” . Los no-iniciados no podrán com prender por qué los
terroristas creyeron indispensable m atar a Kirov, Postychev,
Jdanov, Kossior, “ J e f e s ” provinciales, y olvidaron a Molotov
que aventaja, en una o dos cabezas, a todos estos candidatos
al sacrificio. Sedov, en su “ Libro R o jo ” , señala ya este ostra­
cismo. Ahora bien, la casualidad no interviene en esta clase de
asuntos; sobre todo cuando los dirige Stalin.
¿Cuál es el secreto? Rumores persistentes han divulgado
los desacuerdos entre Stalin y Molotov relativos al abandono
de la política denominada del “ tercer períod o” y estos rum ores
170 STALIN Y SUS CRIMENES

han encontrado una confirmación indirecta, pero cierta en la


prensa soviética. Molotov ya no fué ni citado, ni ensalzado, ni
fotografiado, y hasta sucedió que se olvidaron de mencionarle.
Lo cierto en todo caso es que en .agosto de 1936, el principal
compañero de lucha de Stalin contra todas las oposiciones, se
encontró pública y brutalm ente excluido de la lista de los di­
rigentes. Debe observarse que las declaraciones de los acusa­
dos, lo mismo que mis '‘ó rd en es” , debían contribuir a resolver
un problem a circunstancial: elevar a la categoría al “ ex j e f e ”
Molotov.
Pero ¿es posible que las autoridades judiciales carecieran
com pletam ente de datos referentes a Molotov en el procso Zi­
noviev? La hipótesis no resiste a ninguna crítica. El veredicto
no dice una palabra. A pesar de la im portancia que lleva en sí
del 23 de agosto de 1936. habla de atentados contra Postychev
y Iíossior, de los que el informe redactado sobre los debates
esta consideración, pasa al segundo plano por el hecho de que
los acusados, y sobre todo los miembros del “ C entro” , hablan
menos de atentados en sus declaraciones que de proyectos de
atentados. Se trataba casi exclusivamente de saber a quién de­
bían m atar los conjurados. La lista de las víctimas estuvo d eter­
minada. no por los materiales de la instrucción, sino por el
papel político de los personajes más influyentes.
¿Sería posible que los terroristas, informados sobre los
desacuerdos existentes entre los dirigentes, hubiera decidido a
perdonar a Molotov? Esta hipótesis tampoco resiste un verda­
dero examen. No son los terroristas quienes trataro n con indul­
gencia a Molotov, sino Stalin que ha querido dar la impresión
que lo hicieron así al objeto de perjud icar de esta form a a su
amigo. Los hechos dem uestran que lo ha logrado enteram ente.
Ya antes del proceso de agosto se perfiló una reconciliación
entre Stalin y Molotov, reflejada inm ediatam ente en la prensa
que, obedeciendo a una consigna, empezó a rein teg rar a Molo­
tov en sus derechos de antaño. Se podría, repasando la “ Prav­
d a ” . reconstruir un cuadro sorprendente que convencería
sobre la rehabilitación progresiva de Molotov en 1936: “ El
Boletín de la Oposición” escribió a este respecto: “ Desde la
liquidación del tercer perío do” . Molotov había caído, como se
sabe, en desgracia... Pero ha term inado por “ enderezarse” . En
el curso de las últim as semanas, hizo varias veces el panegírico
de S talin... En reco m p en sa... se menciona su nom bre en se­
gundo lugar, calificándole de “ compañero de lucha más pró­
x im o ” . Tanto en este caso como en muchos más, la com para­
ción de los órganos de la burocracia soviética con el “ Boletín
de la Oposición” perm ite descifrar gran cantidad de enigmas.
El m ontaje del proceso Zinoviev-Kamenev es anterior a
esta reconciliación. ¡No se podía, desde luego, m a n ejar tan
deprisa todos los materiales de la instrucción! Stalin, por otra
L E O N T R O T S K Y

parte, no tenía m ucha prisa en am nistiar al Presidente del


Consejo de Comisarios del Pueblo, a quien era preciso dar una
buena lección. La preparación del proceso Piatakov-Radek tuvo
lugar después de la reconciliación. La lista de las víctimas de­
signadas cambia como conviene, no únicam ente para el futuro,
¡sino tam bién para el pasado! En su declaración de 24 de ene­
ro. Radek. refiriéndose a una entrevista con Mratchkovski, ce­
lebrada en 1932, dice:

N o tengo la m enor duda a este objeto: los actos terroristas deb^n


ser d ir ig id o s contra S ta lin y sus p ró xim o s camaradas: K ir o v , M o lo to v ,
V o ro ch ilo v , K a g a n o v itch . P ia ta kov declara, a prim eros del verano
de 1935, que el C entro Paralelo T r o tsk ista ... preparó actos terroristas
contra S ta lin , M o lo to v , V o ro ch ilo v , K a g a n o v itch ...

Los acusados del segundo proceso, al contrario que los


miembros del “ Centro U nificado” , no m braro n a Molotov en­
tre las futuras víctimas y hasta le atribuyeron el segundo
lugar, después de Stalin.
Se impone una conclusión: que los acusados carecían en
absoluto de libertad p ara la elección de sus “víctim as” . La
lista de las personas amenazadas por el terrorism o era, en
realidad, la de los jefes oficialmente recom endados a las m a­
sas. Se ha modificado a causa de reagrupam ientos dentro del
núcleo dirigente. Los acusados y el Fiscal Vichinski tuvieron
que conform arse con las órdenes totalitarias.
Todavía cabe la siguiente objeción: Toda esta m aquina­
ción, ¿no fué verdaderam ente demasiado b urda? Debemos re s ­
ponder que es tanto co'mo muchas más de este abominable
proceso. El director de escena no se procupa ni de la razón ni
de la crítica. Pretende destruir los derechos de la razón bajo
una falsedad sellada de ejecuciones. -
La acusación de sabotaje dirigida contra los “ tro tsk istas”
constituye en el proceso y la ejecución el elemento más tosco
de la im postura judicial. El acta de acusación ha hecho saber
al mundo que toda la industria soviética se hallaba en manos
de un puñado de “ tro tsk istas” . Lo mismo sucedió con los
transportes. ¿Cuáles fueron los actos de sabotaje? Las decla­
raciones de Piatakov, confirm adas por sus colaboradores más
próximos, acusados como él, nos revelan que:
a) Los planos de las nuevas fábricas fueron elaborados
con dem asiada lentitud y muchas veces refundidos.
b) La construcción de las fábricas duró demasiado tiem ­
po, inmovilizando así capitales muy considerables.
c) Las empresas entraron en explotación an te; de ser
term inadas, de form a que se deterioraron rápidamente.
d)_ Al ser desproporcionadas las diversas partes de las
S TA L I N Y S US CRIMENES

empresas, la capacidad general de la producción quedó dismi­


nuida. _
e) Las fábricas acum ularon reservas inútiles de m ateria­
les, transform ando así el capital productivo en capital im­
productivo. ■
f) Los m ateriales fueron dilapidados, etc., etc.
Todos estos hechos, conocidos desde hace algún tiempo
como enferm edades crónicas de la economía soviética, suce­
dían bajo mi dirección naturalm ente.
Lo que sigue siendo com pletam ente incomprensible es el
papel desempeñado por los organismos del Estado llamados
a intervenir en la industria, como son Hacienda y Control,
sin hablar del Partido, que tiene sus células en todas las em ­
presas e instituciones. De creer al acta de acusación, la direc­
ción de la economía pertenecía a un hombre aislado y deste­
rrado hacía nueve años. ¿Cómo se entiende esto? Un comuni-
■ cado oficial de Moscú, publicado por el “ New York T im es”
(de 25 de marzo de 1937 . nos dice que el nuevo jefe de la
industria pesada, Mejlauk. ha denunciado ante sus subordina­
dos la labor criminal de los saboteadores en la confección de
falsos planes. Mejlauk perm aneció hasta la m uerte de Ordjo-
nikidze (18 de febrero de 1937 al frente de la Comisión del
Plan, cuya tarea principal es precisam ente la de fiscalizar los
planes y presupuestos de la economía. “ Le T e m p s ” , órgano
oficial de un “ país am igo", escribió con razón que hubiera
sido más prudente no dar a la publicidad esta parte del proceso.
Lo que acabamos de decir respecto a la industria se refie­
re tam bién a los transportes. Los peritos consideraron que la
capacidad de transporte de la red ferroviaria tenía límites téc­
nicos precisos. Desde que Kaganovitch fué nom brado jefe de
Vías y Comunicaciones, la “ teoría de loá lím ites” h a sido pro­
clamada como un perjuicio burgu és; peor aún, como una in­
vención de saboteadores. Centenares de ingenieros o técnicos
han pagado su adhesión directa o indirecta a esta “ te o ría ” .
Sin duda, numerosos especialistas, formados en la escuela del
capitalismo, desestim aron las posibilidades del proyecto y se
m ostraron inclinados a fijar norm as de actividad demasiado
bajas. Los utensilios del trabajo del país, la interdependencia
de diversos ramos de la industria, el grado de calificación del
personal, el porcentaje de ingenieros experimentados, el ni­
vel general de cultura y la condición m aterial de la población
son los factores fundam entales que deciden, en último lugar,
los límites de la explotación de las vías férreas. Forzándolos
por medio de órdenes, represiones y primas (el stajan o v ism o ),
la burocracia provoca inevitablemente costosas reacciones:
desorganización de fábricas, to rturas y averías de máquinas,
grandes porcentajes de obras defectuosas, accidentes, catás­
L E O N T R O T S K Y 173

trofes. No hay ninguna necesidad de apelar al “ com p lot”


trotskista.
Cierto que un solo hom bre puede lanzar una piedra a 'u n a
máquina o volar un puente. Pero oímos hablar en el proceso
de métodos de sabotaje que solamente son posibles cuando el
aparato de la dirección se halla en las manos de los sabotea­
dores. El acusado Ghestov declaró en la sesión del 25 de
e n e ro :
E n todas las m inas, en P ro k o fiev sk , en A n je r k a , en L e n in s k , esta­
ba organizado el sabotaje del stajanovism o. Daban in stru ccio n es d e sti­
nadas a exasperar a los obreros. A n te s de llegar al lugar de su traba­
jo , el obrero tenía que insu lta r doscientas v e ce s a la adm inistración. S e
les im puso con d icio n es de trabajo insoportables. N o era p o sib le traba­
jar seg ún los m étodos de S ta jan ov y aun sin ellos.

¡Todo esto lo hicieron los trotskistas! ¡La adm inistración


era por completo trotskista!
No satisfechos todavía, la acusación indica métodos de
sabotaje que no pueden ser aplicados sin la participación ac­
tiva o pasiva de los obreros. El Presidente del Tribunal cita
la siguiente declaración del acusado Muralov, que se refiere,
a su vez, a la del acusado Bogüslavski:
“ En las vías férreas, los trotskistas provocaron el deterioro
p rem aturo de las locomotoras, sabotearon los horarios, orga­
nizaron aglomeraciones en las estaciones, retrasando así el
movimiento de las m e rc an cía s.”
¡Los ferrocarriles se encontraban, pues, en manos de los
trotskistas! Y el P residente sigue preguntando al acusado:

¿Saboteaba B o g ü sla v sk i ú ltim a m en te la construcción de la línea E i-


ch e-S o k o l?
Muralov:
S í.
El P residente;
¿ Y llegaron u sted es a hacer fracasar los trabajos?
Muralov:
S í.

Cómo Bogüslavski y dos o tres “ tro tsk istas” más pudieron


hacer fracasar los trabajos de construcción de una línea de
ferrocarril sin ser sostenidos por los obreros y empleados de
la obra, es com pletam ente incomprensible.
Las fechas a las que se remotan los actos de sabotaje son
contradictorias en todos sus aspectos. En el curso de los deba­
tes, las fechas tan pronto avanzan como retroceden. Cada acu­
sación concreta de sabotaje o de diversión (distracción de
trabajo y máquinas) descansa sobre un fracaso, un error, una
174 STALIN Y SUS CRIMENES

catástrofe en la industria o en los transportes. A p artir del


p rim er plan quinquenal hubo fracasos y accidentes en gran
núm ero. La acusación elige lo que puede im putar a tal o cual
acusado. De ahí los saltos en la cronología del sabotaje.
La actitud del Fiscal durante los debates constituye por sí
sola el argum ento más decisivo contra los verdaderos conspi­
radores. Vichinski se limita a hacer preguntas elementales:
¿Se reconoce usted culpable del sabotaje? ¿Culpable de haber
organizado averías y accidentes? ¿Reconoce usted que las di­
rectivas em anaron de Trotsky? Nunca preguntó cómo fueron
cometidos los crím enes; por medio de qué procedimientos los
planes de sabotaje obtuvieron la aprobación de las instancias
superiores del Estado; cómo lograron ocultar el sabotaje a los
superiores y subalternos durante largos años; cómo se asegu­
raron el silencio de las autoridades locales, de los peritos, de
los obreros, etc., etc. Una vez más. Vichinski es el principal
cómplice de la G. P. U.
Pero aún hay más. Un telegram a de Moscú, de fecha 24 de
mayo, nos dice que tres “ tro tsk istas” han sido pasados por
las arm as en Novosibirsk por haber incendiado una escuela
y causado la m uerte a gran núm ero de niños. Me perm ito re ­
cordar que mi hijo menor, Sergio Sedov, está acusado de la
“ tentativa en m asa de o b rero s” . Supongamos por un instante
que después de la reciente catástrofe ocurrida en una escuela
de Tejas, que ha emocionado al mundo entero, el Gobierno de
los Estados Unidos hubiera comenzado una violenta campaña
contra la Internacional Comunista, acusándola de exterm inar
a los n iñ o s... Con esto tenemos una idea aproxim ada de la
política actual de Stalin. Alegaciones tan monstruosas, conce­
bibles únicam ente en la atm ósfera envenenada de una dicta­
dura totalitaria, se refutan a sí mismas.
(~)3ase p o lític a d e la a cu sa ció n : J~a a lia n z a
con C itler y e l ^YíLiíiaílo

Para m anten er m ejor la tesis de la alianza de los trotskis­


tas con Alemania y el Japón, los abogados de la G. P. U. en el
extranjero pusieron en circulación las versiones siguientes:
a) Abandono del socialismo en beneficio del capitalismo.
b) Dar yo la señal para la destrucción de la economía
soviética y ocasionar el exterminio de los obreros y los sol­
dados rojos. _ ^
c) Ocultar al mundo entero mis verdaderos fines y m é ­
todos.
d) Toda mi pública actividad política no debería tener
otro propósito que engañar a las masas trabajadoras ocultán­
dolas mis planes reales, conocidos por Hitler, el Mikado y sus
agentes.
Los abogados de la G. P. U. se m uestran, en verdad, incli­
nados a aguar el vino demasiado fuerte de Stalin; es probable
— dicen— que Trotsky haya consentido tan sólo de labios afue­
ra en restau rar el capitalismo, pensando realm ente en des­
arrollar sobre los territorios que le quedasen u na política ins­
pirada en su propio programa. Esta variante se m uestra, ante
todo, en contradicción con las declaraciones de Piatakov, de
Radek y de otros. Aun sin ello, es tan insensata como la v er­
sión oficial de la acusación. EÍ program a de la Oposición es
el del socialismo internacional. ¿Qué persona mayor de edad,
por poca inteligencia que posea, se im aginaría que Hitler y el
Mikado, que conocen las traiciones y crím enes abom inables de
esta Oposición, le perm itirían aplicar un program a revolucio­
nario? ¿Quién puede tener esperanza de llegar hasta el poder
multiplicando los procedimientos criminales al servicio de Es­
tados Mayores extranjeros? ¿No es evidente que Hitler y el
Mikado, después de haber obtenido de sus {igentes el máximo
beneficio, se desembarazarían de ellos? Los c o r .? " ::- .::'- ;, a
la cabeza de los cuales se encontraban seis m i e m i r : ; fe'. Bu­
rean Político dé Lenin, ¿no debían comprender':" - Er. ; :~
dos variantes, la acusación es absurda, ya que ;? -- v í — tesis
oficial— de restau rar el capitalismo o— te;:- - — en­
176 STALIN Y SUS CRIMENES

gañar a Hitler y al Mikado, como los conspiradores pudieran


haber pensado con segunda intención.
Conviene añadir que éstos tenían que darse perfecta cuen­
ta de la imposibilidad de evitar la divulgación de sus m ani­
obras. En el proceso Zinoviev-Kamenev, Olberg y otros decla­
raron que la colaboración de los “ tro tsk istas” con la Gestapo
no era u n hecho de excepción, sino “ sistem a” . Docenas, hasta
centenares de tfónibres tenían, pues, que estar iniciados en el
secreto. ¿Quién podía, sin estar loco, esperar alcanzar el poder
por sem ejantes medios?
Y esto no es todo aún. Los actos de sabotaje, como los
atentados terroristas, suponen, por parte de los ejecutores, un
sentido de sacrificio. El fascista alemán, el agente japonés
que arriesgan su cabeza en la U. R. S. S. son dignos de ensal­
zar por su patriotismo, su sentimiento nacional y su fanatismo
político. ¿Qué estim ulantes podrían tener los trotskistas? Ad­
m itam os que sus “ je f e s ” , perdida toda razón, pudiesen aun
esperar alcanzar el poder. ¿Cuáles podrían ser los móviles de
Berman, David, Olberg, Arnold y otros que se acarreaban una
pérdida inevitable? El hombre solamente consiente en el sa­
crificio de su vida en pro de un gran fin, aunque éste sea
ilusorio. ¿Cuál sería el de los trotskistas? ¿La desm em bración
de la U. R. S. S.? ¿El deseo de llevar a Trotsky al poder para
restablecer el capitalismo? ¿El deseo de apoyar al fascismo
alem án? ¿El deseo de sum inistrar petróleo al Japón para la
futura guerra contra los Estados Unidos? Ni la versión oficial
ni la oficiosa nos explican por qué centenares de “ ejecu to res”
consintieron en arriesgar sus cabezas. Todo el edificio de la
acusación descansa sobre una concepción m ecánica, que ig­
nora la psicología de los hom bres tangibles. En este sentido,
la acusación es el producto natural de un régim en totalitario
que desprecia y hace caso omiso del individuo, siempre que
éste no sea “ j e f e ” .
Otra teoría fantástica, puesta en circulación por los am i­
gos de la G. P. U., afirma que estoy, por mi actitud general,
políticamente interesado en apresurar la guerra. Razonamien­
to: Trotsky es partidario de la revolución internacional; la
guerra provoca, frecuentem ente, revoluciones; Trotsky, en
consecuencia debe estar interesado en acelerar la guerra,
Aquellos que me conceden sem jantes ideas carecen de las ne- .
cesarías ideas sobre la revolución.
La guerra, en efecto, ha acelerado m uchas veces la revo­
lución. La guerra agrava las contradiciones sociales y el des­
contento de las masas, lo que no basta para la victoria de la
revolución proletaria. Sin u n Partido revolucionario sostenido
por las masas, las situaciones revolucionarias conducen a las
más crueles derrotas. No se trata de “ a p r e s u r a r ” la guerra
L E O N T R O T S K Y 177

(1 .). Se trata de aprovechar el tiempo que los imperialistas


conceden a las masas obreras para crear el Partido y los
Sindicatos revolucionarios.
El interés vital de la revolución proletaria %s retrasar todo
cuanto le sea posible la guerra, al objeto de ganar el mayor
tiempo posible para prepararse.

* * *
La guerra, nos dicen, crea situaciones revolucionarias. ¿Es
que hemos carecido de estas situaciones desde 1917?
1918-1919, situación revolucionaria en Alemania.
Situación revolucionaria en Austria y Hungría.
1923, situaoión revolucionaria en A lemania (ocupación
del R u h r ) .
1925-1927, situación revolucionaria en China, no precedi­
da directam ente por la guerra.
1926, convulsiones sociales en Polonia.
1931-1933, situación revolucionaria en Alemania.
1931-1937, revolución en España.
Desde 1934. situación pre-revolucioriaria en Francia.
Situación pre-revolucionaria en Bélgica.
A pesar de las num erosas situaciones revolucionarias, los
obreros no han logrado ning una victoria. ¿De qué adolecieron?
De falta de un Partido capaz de aprovecharse de las circuns­
tancias.
Las guerras pueden term inarse no por una revolución vic­
toriosa, sino por el hundim iento de la civilización. (2 ). Es
preciso carecer de ojos para no verlo.
Guerras y revoluciones son los fenómenos más trágicos de
la Historia. No se debe ju g a r con ellas. Xo toleran el diletan­
tismo. Sus relaciones m utuas deben ser claram ente concebi­
das. Y también las relaciones de interdependencia que existan
entre los factores objetivos de la revolución, que no se p^ieden
suscitar a su grado, y los factores subjetivos que resaltan ante
la vanguardia consciente del proletariado, ante su Partido.

(1) Y a estudiamos en el prólogo cómo se utilizó la guerra y sus efectos por


Stalin y la Secta. Sólo debemos señalar aquí la frialdad racionalista y cómo este
hombre-tipo del Comunismo y de. la Secta discurre sobre la guerra." La guerra,
el acontecimiento más tremendo en la vida de la Humanidad, sólo es para él — y
para sectarios y marxistas— , un hecho en función estrictamente revolucionaria y
comunista.
(2) “ E l hundimiento de la civilización” ... ¿Quiere T rotsky una mayor victo­
ria de la Revolución?... Naturalmente, T ro tsky quiere — al dictado de la S e c t a -
disfrutar el fruto de la guerra y de su consecuencia, la Revolución. Para ello es
necesaria la existencia de un Estado que se beneficie con ambas catástrofes: la
U. R. S. S„ aunque hoy no sea suya, pues así todo el problema se reduce a adue­
ñarse de ella.
i 78 STALIN Y SUS CRIMENES

A este Partido, es al que debemos consagrar todas nuestras


fue'rzas para prepararlo.
¿Puede alguien adm itir que los pretendidos trotskistas,
extrem a izquieda batida y combatida por todas las demás ten­
dencias, consagrarían sus fuerzas a las despreciables aventu­
ras de sabotaje y de provocación de la guerra, en lugar de
crear el Partido capaz de luchar.
He pretendido demostrar, en centenares de cartas y ar­
tículos, que la d errota militar de la U. R. S. llevará, inevitable­
mente, la restauración del capitalismo bajo una form a semi-
colonial, con un régim en político fascista, después de la des­
m em bración del país y del naufragio de la Revolución de Oc­
tubre. Muchos de mis amigos políticos, indignados por las fe­
chorías de la burocracia staliniana, h an llegado a la conclu­
sión de que no p “demos aceptar la obligación incondicional de
“ defender a la U. R. S. S .” . Les he respondido que la
U. R. S. S. no puede ser identificada con la burocracia. Las
nuevas tendencias sociales de Rusia deben ser incondicional­
mente defendidas contra el imperialismo. El bonapartismo bu­
rocrático no será derribado por las masas trabajadoras si no
se logra m antener las bases del nuevo régim en económico.
He roto clara y rotundam ente por esta cuestión con centena­
res de amigos, jóvenes y viejos. Mis archivos contienen una
abundante correspondencia sobre la defensa de la U. R. S. S.
Mi reciente libro "La Revolución T raicionada” , es u n análisis
detallado de la diplomacia y de la política militar de la
U. R. S. 5.. considerada bajo este ángulo. ¡Ahora resulta que,
por obra y gracia de la G. P. U., en el instante en que rompí
con amigos i :rque se negaron a adm itir la necesidad “ abso­
luta" de la defensa de la U. R. S. S. contra el imperialismo,
yo me alié en realidad con los imperialistas y recom endé des­
tru ir las bases económicas de la U. R. S. S .! (1 ).

(i) Una vez más afirma T ro tsky la distinción entre, comunismo y stalinismo y
la necesidad absc'uta ce ceíer.der la U. R. S. S. La tesis esencial de la Secta tiene
copiosos testimonios. Sólo comprendiendo perfectamente esa cuestión capital po­
drá explicarse el rr.ur.do .as extrañas actitudes políticas de naciones, partidos y
políticos frente a Stalin.
nficigue

De todos los capítulos del "Proceso de los dieciséis", el


que se refiere al episodio de Copenhague, en cuanto a sande­
ces y contradicciones, es el mayor de elíos. Los hechos han
sido comprobados y analizados por León Sedov y otros auto­
res. Presenté a la Comisión de investigación los documentos
y testimonios más im portantes, reservándom e el derecho de
completarlos. Sobre la “ sem ana del te rro rism o ” de Copenha­
gue, seré tan breve como me sea posible.
Acepté en 1932 la invitación de los estudiantes daneses y
fui a dar una conferencia en Copenhague, con la esperanza
de quedarm e en Dinamarca o en otro país de Europa. Fracasé
a consecuencia de las presiones del Gobierno soviético sobre
el Gobierno danés (le amenazó con un bloqueo com ercial).
P a ra 'im p e d ir que los demás países me concedieran hospitali­
dad, la G. P. U. decidió tran sform ar mi estancia de una sema­
na en Copenhague en “ una sem ana de maquinación terroris­
t a ” . Según la G. P. U., yo recibí en Copenhague la visita de
Goltzman, de Berman-Iurin y de David.
Goltzman, miembro veterano del Partido, es el testigo de
'mayor im portancia contra mí. Contrariam ente a los demás
acusados, sus declaraciones en la instrucción y en el proceso
son extrem am ente parcas: basta con indicar que, a pesar de
la insistencia del Fiscal. Goltzman ha negado haber tomado
parte alguna en lo que se refiere a acción terrorista. Se pue­
den tom ar estas declaraciones como el coeficiente general
de todas las demás; solamente ha consentido en adm itir mis
fines terroristas y la complicidad de mi hijo León Sedov. La
m oderación de sus confesiones le confieren a prim era vista
cierto peso. Ahora bien, el testimonio de Goltzman es preci­
samente el que carece de base desde el mom ento que entabla
relaciones con los hechos. Los documentos y testimonios, que
considero prolijo enum erar, establecen de m anera irrefutable
que, en contra a las declaraciones de Goltzman. Sedov no ha
estado en Copenhague y por tanto no ha podido presentarm e
a Goltzman. Con m ucha más razón no hubiera podido verlo
en el Hotel Bristol, demolido en 1917. Además las declaracio­
nes de los otros “ te rro rista s ” , Berman, David y Olberg. in­
creíbles en extremo, se destruyen entre sí y 110 dejan en pie
nada de lo dicho por Goltzman.
Los cuatro “ te rro ristas” declaran que Sedov los puso en
relaciones conmigo. Sus declaraciones defieren al momento.
Según Goltman, Sedov se encontraba en Copenhague. Olberg
i8 o STALIN y SUS CRIMENES

afirma que Sedov no pudo ir a esta ciudad. Lo asombroso de


todo esto es que el Procurador no concede la m enor im por­
tancia a estas contradicciones.
Ya he indicado que demostramos, con pruebas al canto,
que Sedov no estuvo en Copenhague. Las declaraciones de
Olberg lo confirman, lo mismo que los silencios de Berman y
de David. El testimonio más im presionante en contra mía y de
Sedov, el de Goltzman, se desm orona desde el principio. No es
asombroso que los amigos de la G. P. U “ se esforzaran en
volver a atrapar a toda costa la declaración de Gotzman, clave
de arco de su tesis. De ahí la hipótesis de que Sedov pudiera
haber ido a Dinam arca ilegalmente, sin saberlo Olberg ni
otras personas. P ara no dejar ninguna escapatoria al adver­
sario, me detendré un momento en este punto.
¿Con qué fines podía arriesgarse Sedov a un viaje ilegal?
Todo lo que sabemos de su pretendida estancia en Copenha­
gue es que "encontró a Goltzman en el Bristol” , lo llevó hasta
mí y, durante mi entrevista con él, “ entró y salió de la h abi­
tación varias vece s” . Esto es todo. ¿Era preciso para eso salir
ilegalm ente de Berlín?
Berman y David, que manifiestan no haberm e visto n unca
antes de entonces, me en contraron sin Sedov, el cual les había
dado, en Berlín, las indicaciones necesarias. Goltzman, que me
conocía, hubiera podido encontrarm e mucho más fácilmente.
Nadie creerá que Sedov hubiese hecho tal viaje con un pasa­
porte prestado para llevarme a Goltzman y hubiera al mismo
tiempo descuidado a Berman y David a quienes me envió desde
Berlín y a los que yo no conocía.
En fin ¿hubiera ido ilegalmente a visitar a sus padres?
Esto parecía a prim era vista más verosímil, si Sedov no h u ­
biera marchado a Francia, algunos días más tarde, legal y p re ­
cisamente p ara vernos.
Pero— insistirán los amigos de la G. P. U.— Sedov pudo
hacer un segundo viaje, este legal, para ocultar el primero
ilegal... Materialicemos un mom ento esta combinación de
viajes. Sedov. hace oficialmente gestiones para m archar a Co­
penhague. No oculta a nadie sus intenciones de visitarnos. To­
dos nuestros am igos de Copenhague saben que estábamos es­
perando a nuestro hijo. Su m u jer y su abogado llegan, infor­
mándonos del fracaso de sus gestiones. Y ahora se nos hace
c re e r que, al no obtener los visados, Sedov fué clandestinam en­
te a Copenhague, con un pasaporte de ocasión, sin ver a n in ­
guno de nuestros amigos, para encontrarse con Goltzman en
el vestíbulo de un hotel inexistente, traerlo hasta mí, burlando
a los que me vigilan, “ entrar en la habitación y salir de ella”
durante nu estra entrevista, desapareciendo después un poco
misteriosam ente. De vuelta a Berlín, tomó a toda prisa el vi­
L B O N T R O T S K Y 181

sado francés, y el 5 de diciembre nos encuentra en la esta­


ción del Norte de París. ¿P ara qué todas estas complicaciones?
Conclusión: Sedov no estuvo en Copenhague, la declara­
ción de Goltzman es falsa. Sin embargo, Goltzman es el testi­
go principal de la acusación. No resta nada de “ la sem ana de
C openhague” .
Todavía sigo dispuesto a sum inistrar los argum entos com­
plem entarios susceptibles de disipar las dudas, si es que algu­
na es posible en Bsta ocurrencia.
1.° Ninguno de mis pretendidos visitantes señala ni mi
dirección ni el lugar de la entrevista.
2.° La pequeña finca que ocupábamos pertenecía a una
bailarina ausente por el momento. El mobiliario de dicha finca
correspondía a la profesión de su dueña y no podía dejar de
llam ar la atención de los visitantes. Si Goltzman, Berm an o
David hubieran ido a mi casa, hubieran recordado, necesaria­
mente, el estilo característico del interior.
3.° Durante n u estra perm anencia en Copenhague, la
prensa de todos los países anunció la m uerte de Zinoviev. Fal­
sa noticia que nos impresionó fuertem ente al principio. ¿P u e­
de creerse que mis visitantes llegados para buscar instruccio­
nes sobre “ terrorism o ” 3 no nos hubieran dicho algo de la
m uerte de Zinoviev y la hubieran olvidado?
4.° Ninguno de mis pretendidos visitantes dice u n a pa­
labra de mis Secretarios, medidas de seguridad de las que
me rodeaba, etc.
Los Jueces y el Fiscal, temiendo destruir con un falso
movimiento todo este frágil edificio, se guardaron muy bien
de hacer la m enor p regunta relacionada con todo esto.
Al día siguiente del proceso Kamenev-Zinoviev, el “ Social-
d em o k ra te n ” , órgano del Partido que ejerce el poder en Dina­
marca, declaró en su núm ero de 1.° de septiembre de 1936,
que el hotel Bristol, donde Goltzman y Sedov se habían reu ni­
do, fué destruido en 1917. Esta revelación tan im portante, la
acogió la justicia moscovita con un silencio absoluto. Uno de
los abogados de la G. P. U., el ireemplazable señor Pritt, si no
me equivoco, emitió la suposición de que el nom bre del hotel
Bristol era un error del taquígrafo al ser copiados los debates
en ruso, aunque sería com pletam ente incomprensible que el
taquígrafo se hubiera equivocado en un nom bre extranjero.
Periodistas extranjeros asistieron al proceso. Nadie reparó en
este error hasta la publicación del artículo en el “ Social-
d em o k ra ten ” . Este episodio originó, naturalm ente. rr:
ruido. Los stalinianos se callaron durante cinco mese? E: fe­
brero último, hicieron por fin un descubrim iento: es ve:
que no hay ningún hotel Bristol en Copenhague, pero h a y ~r¡a
confitería “ B ristol” cerca de un hotel, el Gran Ho‘el ie Co­
s8 s STALIN Y SUS CRIMENES

penhague. La confitería no es un hotel, es cierto, pero se llama


Bristol. Según Goltzman, la cita se celebró en el vestíbulo. La
confitería no tiene vestíbulo. Pero el hotel vecino que no se
llama Bristol, tiene un vestíbulo. Conviene añadir que, según
los planos publicados por la m ism a prensa de la Internacional
Comunista, las entradas de la confitería y del hotel dan a ca­
lles distintas. ¿Dónde tuvo lugar el encuentro, entonces? ¿En
el vestíbulo sin Bris 1 o en la Bristol sin vestíbulo?
Admitimos. rin embargo, que Goltzman, al convenir en
Berlín una entrevista con Sedov7, hubiera confundido la con­
fitería con el hotel. ¿Cómo pudo llegar Sedov a la cita? Nos
m ostrarem os aún m is complacientes y adm itirem os que Se­
dov, dando prueba ie un extremo ingenio, hubiera alcanzado
otra calle, encontrado la entrada del hotel que llevaba otro
nombre y hallado a Goltzman. Este último no podía equivo­
carse con el noaibr- Iel hotel sino antes de la entrevista; du­
rante la misma, sv. • :uivocación hubiera tenido que surgir de
nuevo y flj irse, te cualquier m anera, en la m em oria de los dos
interesados. Después de la entrevista, Goltzman ya no podía
hablar, en todo caso, de una entrevista en el vestíbulo de la ...
confitería Bris La hir : tesis se derrum ba desde el prim er
momento.
Para liar aún : s la cuestión, la prensa com unista afirma
que la coníkeria Bristol sirvió, desde mucho tiempo antes,
como luara: _ie ci'.a entre los trotskistas daneses y extranjeros.
El anacronismo es manifiesto. En 1932 no hallamos ningún
(trotskista" en Dinamarca. Solamente después del adveni­
miento del nazis no en Alemania, en 1933, llegaron algunos
“ trotskistas " a.-m an es a Copenhague. Hasta, si es preciso ad­
mitir qu- i - ' iskistas existieron desde 1932 en Copenha­
gue y que cur aban la confitería Bristol, la nueva hipótesis
aparece com pletam ente privada de sentido. Remontémonos a
la declarar-;- n de Goltzman en el informe oficial:
"Sedov me di o. “ Como usted se está preparando para
volver a la U. R. S. S. sería conveniente que me acompañase
a Copenhague donde se encuentra mi p a d r e . . . ” Accedí a ello,
pero le di e que no podía vajar con él por razones de cons­
piración. Convine con él en que yo llegaría en dos o tres días
a Copenhague y me instalaría en el hotel B ris to l...”
¡Ni qué decir tiene que un antiguo revolucionario, que
rehusaba viajar con Sedov, porque su visita a Copenhague le
podía costar la vida en caso de divulgarse, no podía conceder
una entrevista en un lugar que se había convertido desde hacía
años, en el punto de reunión de los trotskistas daneses y ex­
tranjeros! Los muy diligentes agentes del Komintern acu m u­
lan cosas inverosímiles. Si la confitería hubiera sido tan co­
nocida para los trotskistas daneses y extranjeros, y particu­
larm ente de Goltzman. este último no hubiera podido confun­
L E O N T R O T S K Y 183

diría con el Gran Hotel de Copenhague y la hubiera evitado


con sumo cuidado, precisam ente a causa de los que se hub ie­
ran hallado en ella. ¡Así es como se corrige un error de ta ­
quigrafía!
El error sobre el hotel com prom ete evidentem ente la acu­
sación. El error sobre la entrevista con el Sedov ausente, com­
promete doblemente el proceso. Pero nada com prom ete tanto
el proceso como los silencios del Fiscal.
)¿acleí¿

Radek, en realidad, está caracterizado por su impulsivi­


dad, su inestabilidad, su falta de asidero, su facilidad para el
pánico ante el p rim er asomo de peligro, su excesiva proliji­
dad cuando todo va bien. Estas cualidades hacen de él un Fí­
garo de gacetilla, altam ente calificativo, inapreciable infor­
m ador para lo? periodistas extranjeros y los turistas, y com­
pletam ente inadaptable al papel de conspirador. Entre los ini­
ciados, es de todo ; unto imposible presentar a Radek como a
un instigador de atentados, como organizador de un complot
internacional.
Radek es. seg ir. Fiscal, en el Centro Trotskista, “ el por­
tador de la cartera : : A sa n ‘os E x tra n je ro s ” . Radek se ha ocu­
pado mucho de las r.iostiones de política extranjera, pero ex­
clusivamente en calida 1 i i periodista. Perteneció, en los pri­
meros años de la Revolución de Octubre, al colegio del Gomi-
sariado del pueblo para Asuntos Extranjeros. Los diplomáti­
cos soviéticos se quejaron entonces al Bureau Político de que
todo el m undo sal i a al día siguiente lo que se decía delante de
él y, por consiguiente, se le descartó.
Radek perteneció durante cierto tiempo al Comité Central
y tuvo así el derecho de asistir a las sesiones del Bureau Po­
lítico. Por iniciativa de Lenin, las cuestiones' secretas fueron
siempre discutidas en ausencia suya. Lenin apreciaba en él al
periodista, pero no soportaba su falta de discreción, su falta
de seriedad y su cinismo.
No puedo abstenerm e de citar la apreciación form ulada
por Lenin sobre Radek en el VII Congreso del Partido, en
1918. durante las discusiones sobre la paz de Brest-Litovsk.
Radek había dicho:
L e n in cede espacio para ganar tiem po.

Lenin observó:
Q uiero hacer notar aquí que el camarada R a d ek ha llegado a decir,
involuntariam en te, una frase seria...

Y después:
H a su ced id o esta vez que R a d ek ha pronunciado una frase co m p le­
tam ente seria.

Esta alusión, dos veces repetida, expresa bien la actitud de


Lenin y de sus próximos colaboradores hacia Radek. Seis años
L E O N T R O T S K Y .85

más tarde, en enero de 1924, en una conferencia del Partido,


que tuvo lugar algunos días antes de la m uerte de Lenin,
Stalin dijo: /.

E n la m ayor parte de los hom bres, la cabeza gobierna a la lengua,


pero en R a d ek la lengua dom ina a la cabeza.

A pesar de su grosería, estas palabras no dejan de tener


justeza. En todo caso, no asom braron a nadie, y a Radek m e­
nos aún, habituado como estaba a juicios de este género. ¿Es
posible que crean que yo hubiera colocado, a la cabeza de una
conspiración tan vasta, a un hom bre cuya lengua domina su
cabeza y que no dice más que fortuitam ente alguna cosa en
serio?
La actitud de Radek hacia mí ha pasado por dos fases: en
1923, escribió un panegírico, cuyo tono exaltado me llamó la
atención: “ León Trotsky, el organizador de la V ictoria” .
( “ P ra v d a ” del 14 de marzo de 1923). Durante el proceso de
Zinoviev, el 21 de agosto de 1936. escribió contra mí uno de
los artículos más cínicamente calumniosos. El período exis­
tente entre estos dos artículos corresponde a la capitulación
de Radek; el año 1929 fué su año crucial en política y m arca
el' fin de sus relaciones conmigo. •
Entre 1923 y 1926, Radek dudó entre la oposición de iz­
quierdas en Rusia y la oposición de derechas en Alemania.
Guando la ru p tu ra de Stalin con Zinoviev, a principios de
1926, Radek se esforzó en vano por a rra stra r a la oposición
de izquierdas hacia un bloque con Stalin. Perteneció durante
cerca de tres años (plazo excepcionalmente largo para él) a
la Oposición de izquierdas, en el seno de la cual se inclinaba
sin cesar tanto a la izquierda como a la derecha.
A fines de 1927. Radek es excluido del Partido y enviado
a Siberia al mismo tiempo que centenares de oposicionistas.
Zinoviev, Kamenev y, poco después, Piatakov abjuran de sus
convicciones de la víspera. Desde la prim avera de 1928, Ra­
dek duda; durante un año, se m antiene entre dos aguas.
El 10 de mayo, escribe desde Tobolsk, a P reobraienski:
“ Las doctrinas de Zinoviev y de Piatakov las repudio como las
del peor Dostoiewski. Se arrepienten a pesar de lo que pien­
san. No se puede servir a la clase obrera mintiendo. Los que
quedan, deben decir la v e rd a d ” .
El 24 de junio, Radek me escribió, refutando mis apren­
siones/ “ Nadie piensa en ab ju ra r nuestras ideas. Una ab ju ra­
ción de este género sería tanto más ridicula cuanto que la
Historia ha demostrado que nosotros estamos en lo c ie rto ” .
Durante el verano de 1928, Radek redacta con Smile-a te­
sis en las cuales se dice claram ente: “ Los que. como Piatakov
y algunos otros, tratan de enterrar su pasado bajo la traición.
186 STALIN Y SUS CRIMENES

se equivocan com pletam ente” . Así se expresa Radek con re ­


ferencia a su futuro colaborador del mítico “ Centro P ara­
le lo ” . Radek mismo dudaba ya en esta época. Pero, psicológi­
camente, no podía considerar la capitulación de Piatakov
más que como una traición.
Su deseo de reconciliación con la burocracia se deja en­
trever tan form idablem ente en sus cartas, que Fedor Dingels-
tedt, uno de los deportados más notables de la joven gen era­
ción, denuncia sin rodeos la tendencia de Radek a la capitula­
ción. El 8 de agosto. Radek le respondió: “ Hacer circular cartas
sobre la capitulación, es dar pruebas de ligereza, sem brar el
pánico, com portarse de una m a n era indigna con un viejo revo­
lu c io n ario .. . Cuan i: usted haya reflexionado, cuando sus n e r­
vios hayan recobrado el equilibrio (y nosotros tenem os que te ­
ner nervios - - :u>- esta deportación rio es nada en com ­
paración e \ ¡o que n - espera), se avergonzará usted, que
pertenece a. v. Partido. Debe h ab er perdido la cabeza. Sa­
ludos comur..- i- K. R.". Son interesantes estas líneas: “ la
deportación r.o :• nada en comparación con lo que nos espe­
r a ” . Radek ptarece prever los futuros procesos.
El 16 de septiem bre escribía a los deportados del pueblo
de Kolpaehevo: “ Al exigir que reconozcamos nuestros “ erro­
r e s ” y que olvidemos los suyos. Stalin pide n u estra capitula­
ción en cuanto se refiere a tendencias, y nuestra sumisión a
él. Con esta condición, está dispuesto a perdon arnos... Nos­
otros no podemos a ce p tarlo ” ( “ Boletín de la Oposición” , n ú ­
meros 3—, :i~mbre 1929 . El mismo día escribía desde
Vratchev: “ Los clamores no me im pedirán cum plir con mi
deber. Y el que invoque esta crítica (la de Radek) para suge­
rir la preparación de una capitulación al estilo de Piatakov,
se hará a si mism o un certificado de insuficiencia m e n ta l” .
Piatakov es para él ejemplo del más triste fracaso político.
En octubre de 1928, Radek invitó al Comité Central a
cesar, o por lo menos a tenuar, la represión contra la Opo­
sición. “ Olvidando que los más viejos entre nosotros han com­
batido por el comunismo durante un cuarto de siglo, — escri­
be— , nos habéis excluido y exilado a Siberia como si fuéra­
mos contrarrevolucionarios... utilizando una inculpación que,
si bien no nos deshonra, deshonra a los que se sirven de ella” .
(El artículo 58 del Código penal). Radek enum era las cruel­
dades de que han sido víctimas los oposicionistas Serviriakov,
Alsky, Khoretchko, y continúa: “ ...p ero la enferm edad de
Trotsky hace desbordarse la copa. No podemos callar y que­
dar indiferentes cuando el paludismo devora las fuerzas de un
m ilitante que estuvo toda su vida al servicio de la clase obre­
ra y fué la espada de la Revolución de O ctub re” .
Este es uno de los últimos documentos firmados por el
oposicionista Radek; es la última apreciación positiva que hace
L E O N T R O T S K Y 187

sobre mí. A prim eros de 1929, renuncia a dismular sus dudas


y, a mediados de junio, después de entablar negociaciones con
las oficinas del Partido y la G. P. U., el oposicionista Radek
vuelve a Moscú, todavía bajo escolta, esto es verdad. En una
estación del transiberiano. se explica con los deportados, uno
vde los cuales, hubo de enviar una carta a propósito de esta en­
trevista al “ Boletín de la Oposición” núm ero 6 , octubre 1929.
“ P reg unta: ¿Cuál es su actitud hacia L. D. (Trotsky) ?. — Ra­
dek: Ruptura definitiva. Nosotros somos ya enemigos políti­
cos... Yo 110 tengo nada de común con un colaborador de Lord
Beaverbrook. — P regunta: ¿Exigirá usted el abandono del ar­
tículo 58?. Radek: De ninguna manera. Los que nos sigan
obtendrán su anulación; esto se com prende fácilmente Pero
nosotros no quitamos el artículo 58 para los que continúan
haciendo en el Partido una labor de zapa y que organizan el
descontento entre las masas. — Los agentes de la G. P. U. no
nos dejaron term inar. Condujeron a Karl (Radek) al vagón
acusándole de promover agitación contra el destierro de
Trotsky. Desde el vagón, Radek siguió diciendo: “ ¿Yo prom o­
ver agitación contra el destierro de Trotsky? ¡Ja, ja ! ... ¡Lo
que trato es de reclutar cam aradas para el P a rtid o !” Los agen­
tes de la G. P. U. le rechazaron en silencio hacia el fondo del
vagón. El exprés p a r t i ó . . . ”
Poco después, el 14 de junio (1 9 2 9 ), en cuanto el telé­
grafo nos anunció el “ sincero a rrep en tim ien to ” de Radek, es­
cribí :

A l capitular, R a d ek se borra sen cilla m en te de la lisia de los vivo s.


Cae en la categoría, presidida por Z in o v iev , de los sem icaídos, sem i-
perdonados. E sto s hom bres tienen m iedo a d ecir una p a la b ra 'en alta
v oz, m iedo de tener una opinión, y viven v o lv ién d o se a m irar su som ­
bra sin cesar. (« B oletín de la O posición» , 1-2, ju lio 1929.)

A fines de julio de 1929, volví a escribir sobre el mismo


asunto, esta vez bajo un ángulo más amplio:

L a cap itulación de R a d ek , S m ilg a , P réo b ra jen sk i, es, a su m odo,


un hecho p o lítico de gran im portancia. D em uestra ante todo cuánto se
ha abusado de la gran generación de los revolucionarios. T res v iejo s
revolucionarios de calidad se borran a sí m ism o del libro de los vivos.
S e privan de lo esencial: del derecho a la confianza. A nadie se la in s ­
pirarán.

El nom bre de Radek se convierte, desde mediados de 1929,


en el símbolo de la capitulación hum illante y de la perfidia
hacia los cam aradas de la víspera.
En el transcurso del otoño de 1929, Rakovski describía
1 88 STALIN Y SUS CRIMENES

cómo Préobrajenski y Radek habían entrado en vías de ca­


pitulación:

E l prim ero con cierto espíritu de co n tin u id a d , el segun do dando ro­


deos a su manera y pasando de la extrem a izquierd a a la extrem a dere­
cha , y viceversa. (« B oletín de la O posición» , múm. 7, n oviem b re-d i-
ciem b re 19 2 9 .)‘

Rakovski comenta con tono sarcástico que todo abjurado


que abandona la Opc : :i tiene la obligación de dar a Trotsky
“ un par de coces". ; Se . - h ierra con “ los clavos de R ad ek ” !
¡Elocuentes cita?! 0 m ?e ve. las capitulaciones no fueron
astucias de guerra del '•trotskism o” .
La hostilidad irre luetib'.e entre Radek y la Oposición pue­
de seguirse de año en ano. Me veo obligado a lim itarm e en la
elección mis ejem{:l ?.
Trece opo?ic:-:*ni?-.9.? le portados a Kansk (S ib eria), diri­
gieron una protesta en junio de 1930 al Bureau del XVI Con­
greso del Partid. C unista. Puede allí leerse que

L a G . P . U ., u tiliza n d o las r 'r e n e s del renegado K a rl


R a d e k , ha condenado a la pena capital al camarada B lu m k in , m iem ­
bro del partido h is ia días.

Un oposicionista ie ro rta d o . al describir en el “ Boletín de


Oposiciones núm 1 : ayo 1931. la evolución política y mo­
ral de los ab ju ra ::?, no se olvida de añadir:

R a d e k se pudrirá j-.!es que n in g ú n otro.

Los abju ra lo? i- i - demás grupos, y no solamente los del


montón, sino tam: n lo? propios jefes, tratan de desligarse de
él hasta en su vi ; privada. Los más francos dicen:

R a d ek ha aceptado un sucio papel de tra ición ...

Yo me lim itaré a citar un hecho poco im portante, pero


que caracteriza su cinismo. Al ser invitado a socorrer a un
viejo bolchevique deportado, que había caído enfermo, Radek
rehusó diciendo;

A s í cambiará de parecer más pronto

Radek mide a lo« demás con su propia medida, corta


y sucia.
El 15 de noviembre de 1931, escriben en el “ Boletín”
desde Mosú:
L B o N T R O T S K Y

N ada nuevo en cuanto a los abjurados. Z in o v iev pondera u n libro


sobre la I I In tern a cio n a l. P o lítica m en te, n i él n i K a m en ev ex is te n . N o
digam os los dem ás. R a d ek es una ex ce p ció n . E s te em pieza a repre­
sentar un upapebi. E n realidad, dirige a lt>s «Izv e stia ». S e ha dado a.
conocer en su n u evo em p leo de «amigo personal de S ta lin » . ¡ E s t o no
es una, brom a! Siem pre que se le p resenta ocasión, dice qüe se tutea
con S ta lin . «A yer— se le oye decir— cuando tom aba el té en casa de
S ta lin , etc.»

La discusión referente a Radek se hizo internacional. El


“ L eninbund” , grupo de la oposición en Alemania, publicó las
declaraciones de Radek. Snulga y PréobrajeijLski y se propuso
publicar la mía “ con el mismo titulo". Respondí en octubre
de 1929 a la dirección de este grupo:

¿N o es esto ex ce siv o ? Y o defiendo el p u n te á: vista de la oposi­


ción rusa. R a d ek , S m ilg a y P réo bra jen sk i ser. renegados, enem igos
acérrim os de la oposición rusa, y R a d ek no retrocede contra ella ante
n in g u n a calum nia.
«E l 22 de febrero de 1932— declaró R a d ek ante l:s ju e c e s — recibí
una carta de T r o ts k y ... M e decía que, recon ocién d om e com o hom bre
activo, estaba con ven cid o de que volvería a em prender la lucha. T res
m eses desp.ués de haber enviado esta pretendida carta escribí a y.:ieva
Y o r k , a W eisbrod:

“ ...la corrupción ideológica y m oral de Radek atestigua a


la vez que no está hecho de buena m adera y que el régim en
staliniano puede apoyarse tanto sobre funcionarios sin rostro,
como sobre podridos” . ¡He aquí lo que yo pensaba en realidad
del hom bre activo!
En mayo de 1932, el “ Berliner T ag e b latt” , periódico li­
beral alemán, en un núm ero especial con sagrado 'a la edifica­
ción económica de la U. R. S, S., publicó un artículo de Radek
quien, por prim era vez, condenaba mi incredulidad en la cons­
trucción del socialismo en un solo país:

E sta tesis— escribía R a d ek ■


— m antenida por los d ecididos enem igos
de la U nión S o v iética lo está tam bién por L e ó n T ro tsk y .

Yo le respondí en el “ B oletín” (núm ero .28, julio 1932),


por medio de u n suelto titu la d o :

C uando un hom bre ligero trata de una cu estió n seria.

Yo recordaba que era precisam ente en la prim avera de


este año cuando Radek llegó a Ginebra, donde recibió, según
parece, por medio de Romm, una carta mía, recom endándole
que exterm inara lo más pronto posible a los dirigentes sovié­
190 STALIN Y SUS CRIMENES

ticos. ¡Yo daba, pues, a un hom bre ligero ” misiones suma­


m ente series!
En el curso de los años 1933-1936, mis relaciones con
Radek se hicieron, si hay que creer sus declaraciones, suma­
m ente estrechas. Lo que no le impide revisar con pasión la
historia, en interés personal de Stalin. El 21 de noviembre de
1935. tres semanas antes del “v u elo ” de Piatakov hacia Oslo,
Radek expuso en la “ P ra v d a ” lo que había dicho a un ex­
tranjero :

L e con té cóm o el más p róxim o de los com pañeros de lu cha de L e ­


n in , S ta lin , había dirigido la organización de los fren tes y la elabora­
ción de planes estratégicos que nos aseguraron la vtdtoria.

Yo estaba, así. desterrado de la historia de la g u erra civil.


El mismo Radek había sabido, por tanto, escribir todo de m a­
nera distinta. Aquí me veo obligado a citar algunas líneas de
su artículo de la “ P ra v d a ” del 14 de marzo de 1923. “ León
Trotsky, el organizador de la V ictoria” .

S e necesitaba u n hom bre que encarnara el llam am iento a la lucha,


que, som etiéndose a sí m ism o por co m p leto a la necesidad del com ­
bate, se convirtiera en la v o z que llamara a las armas y la voluntad
que exig iera de todos una sum isión absoluta a la sangrienta n ecesi­
dad. S ola m en te un trabajador tan grande com o T r o tsk y , solam en te un
hom bre que sa cuidara tan poco de sí com o T r o tsk y , solam en te un
hom bre que supiera hablar a los soldados de la manera com o les ha­
blaba T r o tsk y , sólo un hom bre así, podía convertirse en el portaestan­
darte del p u eb lo trabajador én armas. E l era el ú nico que reunía todas
estas con d icio n es en u n solo hom bre.

En 1923, yp lo era “ to d o ” . En 1935, yo no era ya “ n a d a ”


para Radek. En el largo artículo de 1923, Stalin no es nom ­
brado ni una sola vez. En 1935, él es el “ organizador de la
v ic to ria” .
Radek dispone, pues de dos historias com pletam ente dis­
tintas de la guerra civil: una para 1923, otra para 1935. Las
dos variantes— y poco im porta aquí saber cuál de las dos es
la verdadera— , caracterizan el grado de veracidad de Radek
al mismo tiempo que su actitud hacia mí y Stalin en diversos
momentos. Estando, según parece, ligado a mí por los lazos
del complot, Radek se dedica incansablem ente a m ancharm e
de lodo y a difamarme. Por el contrario, decidido a m atar a
Stalin, ¡le limpia las botas durante siete años!
Sabemos que se nos pregun tará: ¿Cómo el ¡Gobierno so­
viético, sabiendo que todos estos documentos existen y cono­
ciendo estos hechos, so h a decidido a presentar a Radek como
uno de los jefes del complot trotskista?
L E O N T R O T S K Y 191

La pregu nta se refiere menos a Radek que a todo el


proceso. Se ha hecho de Radek un trotskista como se ha he­
cho de mí un aliado del Mikado. por los mismos motivos po­
líticos.
1.° Los renegados que habían bajado las largas escaleras
de las abjuraciones, de las humillaciones, de las calumnias di­
rigidas contra sí mismos, sólo podían ya recu rrir al “ sistema
de las confesiones” .
2.° Los organizadores del proceso no tenían, y 110 podían
tener, candidato más apropiado para el papel que necesitaban
que Radek.
3.° Todo el cálculo de estos organizadores descansa so­
bre el efecto sumario de las confesiones públicas y de las eje­
cuciones, debiendo ahogar ambas la voz de la crítica. Es el
método de Stalin. Es el sistem a político de la U. R. S. S. ac­
tual. El ejemplo de Radek no hace nada más que darnos una
ilustración sorprendente.
ó/ testigo « culimir IZomni»

Toda la tram a del proceso está corrompida. Lo veremos a


continuación por las declaraciones de Romm, testigo de pri­
m era im portancia, que fué conducido desde la prisión ak T ri­
bunal, debidamente escoltado. A bstracción hecha del viaje de
Piatakov a Oslo, a bordo de un avión mítico, Romm es, según
la acusación, el agente principal de contacto entre mi persona
y el “ Centro P a ra le lo ” . Por Romm pasaban las cartas que yo
enviaba a Radek y las que Radek mé enviaba a mí. Romm, s e r
gún el proceso, tuvo entrevistas personales con Sedov y con­
migo. ¿Quién es pues, este testigo? ¿Qué ha visto? ¿Por qué
razones estaba él en el complot? Escuchémosle con atención.
Romm es, bien entendido, trotskista: sin trotskistas, así
titulados por G. P. U.. no hay complot trotskista. Sin embargo,
nos gustaría saber cuándo se adhirió Romm al trotskismo, si
es que lo hizo alguna vez. Pero a esta pregunta prelim inar y
no desprovista de im portancia lo oímos dar una respuesta ex­
trem ad am ente sospechosa.
V ic h in s k y .— ¿ Q u é &ra lo que le unía a usted con R a d e k , en el pa­
sado?
R om m .— P rim ero, lo co n o cí por asuntos literarios; lu eg o , en 1926-27
m e en con tré ligado a él a causa de la acción trotskysta contra el Partido.

¡Esto es toda la contestación a la sugestiva pregunta de


Vichinski! Por la form a de expresarse llama la atención: el
testigo no habla de su acción como oposicionista; no indica
qué acción; no es calificada de acuerdo con el Código penal.
Romm lleva ya compuesta' al Tribunal la fórm ulá indispensa­
ble para el inform e de los d e b a te s ... Esto es lo que hacen en
los procesos montados por Stalin-Vichinski, todos los acusados
o testigos disciplinados, pues, los indisciplinados son fusilados
por anticipado. El Fiscal, que reconoce los servicios prestados,
se libra muy bien de confundir al testigo preguntándole en
qué circunstancias se unió a la Oposición y en qué consistió
su “ acción contra el P a rtid o ” . Vichinski tiene por norm a de
conducta no confundir nunca a los acusados con los testigos.
Pero no tenemos necesidad de recu rrir al Fiscal para com­
pren der. que, a p artir de esta fase, Romm miente. La activi­
dad de la Oposición fué particularm ente amplia en 1926-27.
Si Romm hubiera pertenecido verdaderam ente al movimiento
de aquella época, hubiera tenido que conocer a m ucha gente.
Pero solamente nombra, y con prudencia, a Radek. El señor
Troyanovski ha prodigado, es cierto en Nueva York, la segu-
L E O N T R O T S K Y 193

ridad de que Romm era trotskista. Pero el informe taquigrá­


fico del proceso da al falso testimonio de este diplomático un
mentís definitivo. Radek dice: “ Conozco a Romm desde
1 9 2 5 ... No era un m ilitante en el sentido general de la pa­
la b ra ... Pero participaba de nu estra opinión en la cuestión
china. Esto quiere decir que en las demás cuestiones Romm
se separó de nosotros. Y este hom bre es quien, según Radek,
no sólo participó de n u estra opinión “ sobre la cuestión chi­
n a ” (1 9 2 7 ), sino que llegp a s e r... terrorista.
¿Por qué se hizo pasar por agente de enlace? Porque, en
calidad de corresponsal en el extranjero, estuvo en Ginbra,
en París, en los Estados Unidos y tuvo por consiguiente la
posibilidad de haber desempeñado las misiones que la G. P. U.
le asignó inopinadamente. Y como después de las múltiples
depuraciones de las representaciones diplomáticas de la
U. R. S. S. en el extranjero, hechas desde últimos de 1927,
fué com pletam ente imposible encontrar allí— ni aún con lin­
terna— un “ tro tsk ista” , aunque fuera capitulante, Iéjov tuvo
que conferir este papel a Romm y Vichinski debió contentarse
silenciosamente con sus contestaciones...
¿Qué hizo Romm -desde 1927? ¿Rompió con la Oposición
o siguió fiel a ella? ¿A bjuró? De esto no se dice ni palabra.
El Fiscal no se interesa por su psicología política, sino por la
geografía.
Vichinski: — ¿H a'estado usted en Ginebra?
Romm.-—-Sí, fui corresponsal de la agencia “ T a s s ” en
Ginebra y París. Én Ginebra de 1930 a 1934.
Durante los años que pasó en el extranjero ¿leyó Romm el
“ Roletín de la Oposición? ¿Cotizaba para el “ Bolelín” ? ¿Hizo
alguna tentativa para establecer contacto conmigo? Ni palabra
sobre esto. Sin embargo, no era difícil escribirme desde P a­
rís o desde Ginebra. Bastaba con interesarse por la Oposición
o simplemente por mi trabajo. Romm no dice que se interesa­
ra en ello y el P rocurador no se lo pregunta. De ahí resulta
que su acción contra el Partido conocida solam ente por Ra­
dek, la term inó Romm en -1927. si ésta permitió adm itir que la
comenzó alguna vez.
No se olvide que la agencia “ T a s s ” no envía a Ginebra ni
a París a los recién llegados. La G. P. U. selecciona aten ta­
m ente el personal de la agencia y no deja de asegurarse de su
buena voluntad al informarse. No hay que asombrarse, pues,
si Romm, al vivir en el extranjero, no demostró ningún inte­
rés hacia mi persona y acción.
Pero Vichinski necesitaba un agente de enlace entre R a ­
dek y yo. No hay m ejo r candidato. Así, pues, ocurre de repen­
te que, al pasar por Berlín, durante el verano de 1931, Romm
en cuen tra allí a Putna, que le propone una entrevista con Se­
dov. ¿Quién es P utna? Un destacado general del Estado Ma-
13
194 STALIN Y SUS CRIMENES

yor, ex-combatiente de la guerra civil, y hiego agregado mili­


tar en Londres. Durante cierto tiempo— lo supe antes de mi
deportación al Asia Central ( 1 9 2 8 ) — P utna simpatizó verda­
deram ente con la Oposición; hasta es posible que militara en
sus filas. Personalm ente, no lo encontré sino m uy pocas veces
y tan sólo hablamos de cuestiones militares, pero nunca de la
Oposición. ¿Abjuró más tarde oficialm ente? No lo sé. Cuando
leí que había sido nombrado agregado militar en Londres, pen­
sé que había recuperado toda la confianza del poder. En estas
condiciones, no podíamos, ni mi hijo ni yo, tener ninguna re ­
lación con él. El informe del proceso me revela, sin embargo,
entre otras cosas sorprendentes, que P utna propuso a Romm
“ ponerse en co n tacto ” con Sedov. ¿Con qué fin? El propio
Romm no lo sabe. ¿Acaso deseaba alcanzar el poder o restau ­
ra r el capitalismo? ¿Odiaba a Stalin? ¿Se sentía atraído hacia
el fascismo? ¿Se sentía afectado por su antigua amistad con
Radek, quien, por otra parte, hacía más de dos años que, al
abjurar, había maldecido a la Oposición a los cuatro vientos?
El Fiscal se abstiene de hacer al testigo preguntas embarazo­
sas. No considera que Romm tenga una psicología política.
Su labor es la de asegurar la relación entre Radek y Trotsky,
com prom etiendo incidentalm ente a Putna, quien, mientras
tanto, es aleccionado en la prisión de la 6 . P. U. para futuras
“ confesiones” .
Romm m anifiesta: “ Encontré a Sedov, y cuando me pidió
establecer en caso de necesidad (!) la relación con Radek,
yo consentí en e l l o .. . ” Romm accede siempre sin pedir ex­
plicaciones. Sin embargo, no podía ignorar que, por haberme
encontrado en Constantinopla y por haber intentado transm i­
tir un a carta mía a mis amigos de Rusia, Blumkin había sido
fusilado. Se precisaba que Romm aceptase la misión de agen­
te de enlace, y para esto debía elegirse un oposicionista abso­
lutam ente adicto, hasta matizado de heroísmo. ¿Por qué calló
durante cuatro años? ¿Por qué esperó a un encuentro fortuito
con P utna? ¿Bastó este solo encuentro para llevarle a acep­
tar sin hacer objeciones una tarea tan peligrosa? ¡No hay psi­
cología en este asunto! Los testigos, así como los acusados,
no relatan sino las “ acciones” que el Fiscal necesita. Y estas
pretendidas “ acciones” no están ligadas entre sí ni por ideas
ni por sentimientos de hom bres norm ales; el plan preconce­
bido de la acusación es su único lazo de unión.
¿En qué circunstancias entregó Sedov, en la prim avera
de 1932, a Romm una carta mía para Radek? La contestación
a esta p regunta es verdaderam ente notable: “ Pocos días an ­
tes de mi salida para Ginebra, estando en París, recibí por
correo interior un sobre que contenía una nota de Sedov en la
que me rogaba transm itiera la carta que adjuntaba para
R ad ek .”
L B O N T R O T S K Y 195

Diez meses después de un solo encuentro con Romm— con


tantas traiciones, provocaciones y abjuraciones durante ese
tiempo— 3 Sedov, sin haber comprobado el estado de ánimo
de su corresponsal, le envía un m ensaje clandestino. P ara
añadir una ligereza a otra, lo hizo "por correo in te rio r” . ¿Por
qué no entregó la carta en m ano? Viehinski se abstiene de
preguntárselo. En cuanto a nosotros, tenemos una explicación.
Ni la G. P. U. ni, por consiguiente, Romm sabían exacta­
mente dónde se hallaba Sedov en la prim avera de 1932. ¿En
Rerlín o en París? ¿Se puede hablar de una entrevista en el
T iergarten ? ¿En M ontparnasse? Mejor sería evitar todos los
escollos. El “ correo in te r io r ” parece indicar que Sedov se
encontraba en París. Pero siempre se podrá, en caso de n ece­
sidad, decir que Sedov pudo enviar desde Berlín su m ensaje
a uno de sus agentes en París, el cual lo depositaría en Co­
rreos. ¡Qué im prudentes y torpes son estos conspiradores
trotskistas! Pero ¿acaso Trotsky escribió su carta en clave o
con tinta sim pática? Escuchemos a este respecto al testigo:
Romm.— Llevé la carta a Ginebra y la entregué a Radek en
la prim era entrevista que tuve con él.
Viehinski.— ¿La leyó Radek delante de usted o en su au­
sencia? "
Romm.-—La ojeó rápidam ente ante mí y se la guardó en
el bolsillo.
¡Ronito detalle! Radek, que devora con la vista este m e n ­
saje, no lo arro ja a la escalera ni lo comunica a la S ecretaría
de la S. D. N .; simplemente se la guarda en el bolsillo. Todas
las confesiones abundan en esta clase de detalles; clichés que
avergonzarían al más mediocre escritor de novelas policíacas.
Sabemos, en todo caso, que Radek ojeó la carta delante de
Romm. Llegada por el correo, esta misiva, fué escrita, pues,
al igual que se escriben las felicitaciones de cumpleaños.
Viehinski.— ¿Qué le dijo Radek a usted sobre el contenido
de la carta?
Romm.— Que contenía la orden de unirse con zinovietis-
tas, de pasar a la acción terrorista contra los dirigentes del
Partido y en particular contra Stalin y Vorochilov.
¡No era un m ensaje inofensivo! La orden de m atar a Sta­
lin y Vorochilov, para comenzar, y de seguir matando a todos
los demás, no creo que fuera una cosa inocente. ¡Y esta car-
tita es la depositada en Correos por Sedov! Sin embargo, nues­
tro asonibro no está próximo a term inar. Viehinski, como aca­
bamos de oír, pregunta a Romm : “ ¿Qué le dijo Radek a usted
sobre el contenido de la c a r t a ? ” ¡Como si Radek hubiera teni­
do la obligación de com unicar el contenido de un m ensaje
archi-secreto a un simple agente de enlace! La resla más ele­
m ental de la conspiración dice que todo participante en una
acción clandestina no debe saber más que lo que 'e -elaciona
196 STALIN Y SUS CRIMENES

con sus obligaciones personales. Romm vivía en el extranjero y


110 estaba preparado, por tanto, p ara aten tar contra la vida de
Stalin, de Vorochilov y de los demás (en todo caso, no dice
haber tenido sem ejantes intenciones), y Radek, si era dueño
de su razón, no tenía ninguna obligación de com unicarle el
contenido del mensaje. Esto, desde el punto de vista del opo­
sicionista, del conspirador o del terrorista. Desde el punto de
vista de la G. P. U., la cuestión se plantea en form a comple­
tam ente distinta. Si Radek no había dicho nada a Romm. éste
no podía revelar la orden terro rista de Trotsky, y todas sus
declaraciones sobre este punto no hubieran presentado ningún
interés. Ahora bien, como ya sabemos, los testigos y los acu­
sados no dicen lo que corresponde a sus actividades o a su
mentalidad, sino lo que quiere el ciudadano Fiscal, al cual la
naturaleza le ha regalado una inteligencia en exceso lenta.
Los acusados y testigos deben, además, contribuir a que las
actas del proceso sean m uy convincentes.
¿Qué le sucedió— se pregun tará el lector— al corresponsal
de la agencia Tass cuando supo de repente que la orden de
Trotsky era la de exterm inar lo antes posible a todos los jefes
de la U. R. S. S.? ¿Se mostró asustado, trastornado, indignado o
entusiasm ado? No nos dice nada. Romm transm ite, “ inciden­
ta lm e n te ” , la carta a Radek; éste com unica “ incidentalm en­
t e ” la orden terrorista a Romm. “ Luego— term in a— salió Ra­
dek p ara Moscú y no le volví a ver hasta el otoño de 1 9 3 2 .”
Esto es todo.
Pero aquí, Radek, turbado por la rapidez del diálogo, co­
rrige im p rudentem ente a Romm : “ En la prim era carta de
Trotsky-— dice— no figuraban los nom bres de Stalin y Voro­
chilov, porque nosotros no mencionábamos nom bres en nu es­
tras c a rta s .” Radek no tenía aún la clave que debía usar para
cartearse conm igo... “ Trotsky— insiste— no pudo en ningún
caso nom b rar a Stalin y Vorochilov.” ¿De dónde, pues, sacó
Romm estos dos nom bres? Y si inventó un “ d etalle” de esta
categoría, probablem ente inventó toda la historia de la carta.
El Fiscal no sospecha siquiera tal probabilidad.
En el otoño de 1932 Romm m archó a Moscú por razones
de servicio y encontró a Radek. quien le informó en seguida
de que “ según la orden de Trotsky. el bloque “ trotskista-
zinovietista” estaba constituido. Piatakov y Radek no e n tra ­
ban en el Centro d irig en te” . Otra vez vemos a Radek aprove­
char la ocasión para revelar a Romm los secretos más im por­
tantes, no por ligereza o por esa prolijidad desinteresada que
en él es propia, sino por una razón superior: es necesario p e r­
m itir al-F iscal Vichinski llenar más tarde los vacíos de las
declaraciones de Zinoviev, Kamenev y otros. En verdad, n a­
die com prende aún cómo y por qué Radek y Patiakov, ya
desenm ascarados como “ cóm plices” en el “ Proceso de los
L E O N T R O T S K Y 197

Dieciséis” , no fueron enjuiciados entonces. Nadie comprendió


cómo Zinoviev y Kamenev, Smirnov y Mratchkovski podían
ignorar los fines internacionales de Radek y Piatakov (apre­
surar la guerra, desm em brar la U. R. S. S.. etc.). Hombres
dotados de alguna perspicacia, estiman que estos planes gran­
diosos y la idea mism a del “ Centro Paralelo" procedían de
la G. P. U. con el fin de confirm ar una falsedad con o„tra. Ra­
dek informó a Romm, en 1932, de la formación del 'C en tro
trotkista-zinovietista y del hecho de que no había entrado en
el mismo, pues tanto él, Radek, como Piatakov se reservaban
para un “ Centro P aralelo ” de “predominio tro tsk ista” . La
perspicacia de Radek se vuelve así providencial, lo cual no
quiere decir que hubiera hablado con Romm en otoño de
1932 del “ Centro P arale lo ” , como si previese las futuras p re ­
ocupaciones de Vichinski. La cosa es más sencilla: Radek y
Romm, bajo la dirección de la G. P. U., trazan, retrospectiva­
mente, un esbozo de los acontecimientos que se rem on tan a
1932 y, digamos la verdad,, los trazan mal.
Aprovechándose del viaje de Romm, Radek me escribe’
una carta.
Vichinski.— ¿Qué decía esa carta? ¿Lo sabe usted?
Romm.— $í, puesto que la carta me fué entregada; la in ­
tercalaron entre las tapas de un libro alemán antes de mi
salida de Ginebra.
El Fiscal no duda que Romm conocía el contenido de la
carta. El desdichado corresponsal de la agencia Tass no fué
citado como testigo más que para eso. Su contestación tiene,
sin embargo, más docilidad que sentido; le entregan la carta;
después la esconde en la encuadernación de un libro. ¿Qué
quiere decir “ e n tre g a r ” en este caso? ¿Y quién la escondió
dentro del libro? Si el mismo Radek había ocultado la carta
en una encuadernación y había pedido a Romm que llevase el
libro— así obran siempre los revolucionarios que conocen la
cartilla de conspiración— , Romm no podía decir nada más,
sino que llevó un libro alem án a cierta dirección. Pero esto
hubiera sido muy poco para Vichinski.
Al pasar por Berlín, Romm certificó este libro en la esta­
ción, dirigido a las señas que recibió de Sedov ( “ lista de
Correos de una de las oficinas de B erlín” ). Romm no vió a
Sedov ni a un tercero designado por éste, porque hubiera sido
necesario dar unas señas y nom brar a alguien, lo cual era
arriesgado. Romm no envió el libro a ningún alemán conocido
de Sedov, lo que hubiera estado de acuerdo con las reglas de
la conspiración, porque se hubiera necesitado saber el no m ­
bre y las señas de un alemán. Lo más prudente (no desde el
punto de vista de la conspiración, sino del de la falsificación)
era enviar el libro a la “ lista de Correos de una de las oficinas
de B erlín” .
ígS STALIN Y SUS CRIMENES

Vichinski.— ¿A propósito de qué, cuándo y dónde tuvo lu ­


gar este encuentro?
Romm.-— Llegué de Ginebra; Sedov me telefoneó al cabo
de algunos días.
(Se ignora cómo se había enterado Sedov de la llegada de
Romm. Esta observación puede parecer sin im portancia; pero
nos revela de nuevo el sistema de los paréntesis de silencio.
P ara inform ar a Sedov de su llegada, debía conocer Romm su
dirección o el núm ero de su teléfono. No tenía ni una ni
otro.)
Sedov le cita entonces en un café del “ boulevar Montpar-
n a s s e ” y concierta la entrevista conmigo. Sabemos que Romm,
arriesgando g ratuitam ente su cabeza en calidad de agente de
enlace, no había mostrado hasta entonces ningún deseo de
encontrarm e o de establecer relaciones conmigo. Pero la pro­
posición de Sedov la acepta inm ediatam ente. Igual que dos
años antes, había cedido a la propuesta de verse con Putna.
Del mismo modo, desde las prim eras palabras de Sedov, con­
sintió en transm itir una carta a Radek. La función de Romm
es la de acceder a todo, sin tener ninguna iniciativa; está
claram ente de acuerdo con la G. P. U. sobre este mínimo de
actividad criminal, con la esperanza de salvar la cabeza a este
precio. ¿Lo logrará? Esto es otra cuestión...
Algunos días después de la llamada telefónica de Sedov,
éste se encuen tra con Romm “ en el mismo c a f é ” . El nombre
de este café no lo mencionan por prudencia. ¡Imaginad si
hubiera sido quemado justam ente el día antes del pretendido
encuentro! Han retenido p erfectam ente en sus mentes aque­
llo del hotel Bristol de Copenhague. “ De allí (del café desco­
nocido) nos fuimos al Bosque de Bolonia, donde encontramos
a T rotsk y.”
Vichinski.— ¿Cuándo fué eso?
Romm.— A últimos de julio de 1933.
¡Vichinski no podía haber hecho una pregunta más in­
oportuna! Romm m anifestó-antes, es verdad, que este episo­
dio se rem ontaba a julio de 1933. Pero se podía haber equi­
vocado. haber cometido un error. Podían fusilarle y encargar
a otro señor Pritt el justificar este error.
Pero el Fiscal, insistiendo, obliga a Romm a precisar que
este encuentro había tenido lugar “ a últimos de julio de
1 9 3 3 ” . Vichinski pierde la prudencia, y Romm indica u na fe­
cha fatal que entierra de un golpe toda su declaración y todo
el proceso; no obstante, pedimos al lector un poco de pacien­
cia. Volveremos a hablar de este funesto error cronológico y
de sus causas. Ahora continuarem os por un instante el diá­
logo; m ejo r dicho, el dúo Vichinski-Romm.
Mi encuentro con Romm en el Bosque de Bolonia— su pri­
m er encuentro conmigo .según su propia confesión-—hubiera
L E O N T R O T S K Y 199

debido perm an ecer en su memoria. Sin embargo, no nos dice


nada del p rim er contacto, ni de la impresión exterior, ni del
curso de la conversación. ¿Estuvimos paseando? ¿Nos senta­
mos? ¿Qué fumé yo?: ¿cigarrillos, puro o pipa? ¿Qué aspec­
to tenía? ¡Ninguna particularidad tom ada a lo vivo, ninguna
impresión subjetiva, ninguna impresión visible! Trotsky no
es para Romm sino un fantasm a en una alameda del Bosque
de Bolonia, una abstracción, una sombra salida de los archi­
vos de la G.-P. U. Romm declara solamente que la conversa­
ción duró “ de veinte a veinticinco m in u to s” .
Vichinski.— ¿P ara qué le citó Trotsky a usted?
Romm.— Según creo com prender, fué (!) para confirm ar
verbalmente la indicación que yo llevaba por escrito a Moscú.
¡Qué notable es eso de “ según creo co m p re n d er” ! El ob­
jeto del encuentro fué tan vago, que Romm lo adivinó sola­
mente después de la entrevista. El hecho es que, al haber es­
crito a Radek para darle las instrucciones rituales sobre el
exterminio ríe los jefes, del sabotaje, etc., yo no tenía nin­
guna razón de entrevistarm e con un agente de enlace que me
era desconocido. Ocurre que se confirm an por carta las órde­
nes orales y que se confirma, por medio de una persona auto­
rizada a otra menos autorizada, órdenes secretas. Pero no se
podrá com prender por qué yo debía dar confirmaciones a Ra­
dek por medio de Romm. Si esta m a n era de obrar es incom ­
prensible para un conspirador, todo cambia de pronto si tie­
nen en cuenta los deseos del Fiscal. Sin haber tenido una
entrevista conmigo, Romm podría decir solamente que había
llevado una carta escondida entre la encuadernación de un
libro. Esta carta, naturalm ente, no la tiene ni Radek, ni Romm,
ni el Fiscal. Leerla, desde el momento que estaba escondida,
no podía leerla Romm.
Quizás no fuera mía. Quizás ni siquiera existió. P ara sacar
a Romm del atolladero, en vez de hacer llegar por un in ter­
m ediario— un francés, por ejemplo— al agente de enlace un
libro destinado a Radek, lo que hubiera hecho todo conspira­
dor de más de dieciséis años, hago exactam ente lo contrario,
con más de cincuenta años. Mezclo a mi hijo en todo eso, lo
que ya de por sí es una falta grande; luego intervengo yo
mismo para tra ta r durante veinte o veinticinco minutos de
hacer entrar en la cabeza de Romm su fu tura declaración en
el proceso. ¡Esta modología de la im postura 110 contiene ver­
daderam ente nada más sutil!
N aturalmente, declaré, durante esta conversación, que yo
esta de acuerdo “ con la idea del Centro Paralelo, bajo la con­
dición absoluta de m anten er el bloque con los zinovietistas y
que este Centro Paralelo no fuera inactivo, sino que tratara
de reunir los cuadros más firm e s ” . ¡He aquí las líneas más
profundas y fértiles! Yo no podía dejar de exigir el “ m an teni­
200 STALIN Y SUS CRIMENES

miento del bloque con los zinovietistas” o Stalin no hubiera


tenido ocasión de fusilar a Zinoviev, Kamenev, Sm irnov...
El oficioso Romm llevó, pues, a su destino una carta que
n u nca fué escrita y contó a Radek su conversación im agina­
ria sostenida conmigo para dar a Vichinski la posibilidad de
invocar, por lo menos, a dos testigos. A últimos de septiembre
de 1933, Radek dió su respuesta a Romm. Este no nos dice
nada esta vez del contenido de e s t e ‘mensaje. Desde luego, no
tenemos necesidad de que nos hable del mismo', porque las
cartas en este asunto se parecen todas, como se parecen las
invocaciones de los hechiceros de Asia,
En un nuevo encuentro, Romm anunció que sería destina­
do dentro de poco a América. Sedov dijo que lo “ deploraba”
y rogó a su interlocutor que pidiera a Radek un informe deta­
llado sobre la situación.
A la pregunta siguiente, Romm responde: “ Sí, yo con­
sentí en proporcionar la información que pedía T rotsky .”
Pero en mayo de 1934 abandonó su “ últim a m isió n ” . Ha­
bía decidido cesar en sus actividades después del asesinato de
Kirov. Por eso no me envió nada desde los Estados Unidos.
Advierto que no me di cuenta de ello. Había entre mis amigos
am ericanos hom bres de gran cultura científica y política, to­
dos ellos dispuestos a inform arm e sobre las cuestiones que
me interesaban. No tenía razones para pedir informes a
R o m m ... y mucho menos— esto se deduce fácilmente-— nece­
sidad de darle a conocer mi program a “ d erro tista ” .
Todo este episodio parece haber sido introducido en las
declaraciones de Romm después de saberse que yo me iba a
América. Hasta puede que a Romm se le incluyese en el pro­
ceso desde este momento.
¿De qué información se trataba? Evidentemente, de una
amenazando los intereses vitales de los Estados Unidos. Ra­
dek agrava el informe diciendo que mi nrogram a preveía, en
caso de guerra entre los Estados Unidos y Japón, el suministro
al Japón de petróleo. Sin duda, por eso había elegido, al m a r­
char de Oslo a Tampico, un petrolero, indispensable para mis
operaciones futuras. En el próximo proceso, Romm se acor­
dará probablem ente que le encargué de hacer im practicable
el canal de P anam á y de echar las cataratas del Niágara sobre
New York.
¿Pero este hermoso mundo es tan bestia? Aunque se lea
con poca atención, cada pregunta de Vichinski determ ina por
anticipado la respuesta de Romm. Cada respuesta de Romm
acusa a Vichinski. Su diálogo arruin a el proceso. Estos pro­
cedimientos deshonran para siempre al régim en de Stalin. Y
no hemos dicho aún lo esencial: que el testimonio de Romm
es falso, lo cual es evidente para todo el que no sea ciego ni
sordo; nosotros tenemos documentos susceptibles para con­
L E O N T R O T S K Y

vencer hasta a los ciegos y a los sordos. Yo no estuve en el


Bosque de Bolonia a fines de julio de 1933. No podía estar
allí. Estaba en aquel m om ento a 500 kilómetros de París, a
orillas del Atlántico, enfermo, por añadidura. Así lo publiqué
brevem ente en el “ New York T im es” 17 de febrero de 1 9 3 7).
Volveré sobre este episodio con más precisión; vale la pena.
El 24 de julio de 1933, el vapor italiano “ B ulgaria” , a
bordo del cual nos encontrábam os mi esposa, cuatro colabo­
radores (dos americanos, Sara W eb e r y Max S hachatm an; un
francés, Heijenoort, y un emigrado alemán, Adolphe) y yo,
hizo escala en Marsella. Llegábamos a Occidente después de
una estancia de más de cuatro años en Turquía. Largas gestio­
nes habían precedido a nuestra llegada a Francia, motivadas,
sobre todo, por mi estado de salud. Al concedernos el visado,
el Gobierno Daladier dió pruebas de circunspección; tem ía
atentados, manifestaciones, incidentes, sobre todo en París.
El 29 de-junio de 1933, el Ministro del Interior, Sr. Chau-
temps, escribía a Ifenri Guernut, diputado, anunciando que
me había sido concedida una autorización de estancia “ por r a ­
zones de salu d” en una de las provincias del Mediodía; podría
en seguida establecerm e en Córcega. Yo mismo había desig­
nado Córcega en una carta anterior. Fué cuestión, pues, desde
el principio, no de la capital, sino de un a provincia alejada. No
podía tener la m enor oportunidad de rechazar esta condición,
ya que estaba profundam ente interesado en evitar complica­
ciones. La idea de poder escapar, desde mi llegada, a la vigi­
lancia de la Policía francesa y m a rc h ar clandestinam ente a
París— ¡para una inútil entrevista con Romm !— podía estar
descartada por anticipado como una fantasía. Las cosas ocu­
rrieron de otro m odo...
Animada por la victoria de Hitler en Alemania, la reacción
levantaba la cabeza en Francia. “ Le M atin ” , “ Le J o u r n a l” , “ La
L ib erté” , “ L’Echo de P a ris ” hacían una encarnizada cam paña
contra mí, rechazando mi autorización de estancia. La voz de
“L’H u m an ité” era la más fuerte de este coro. Los stalinistas
franceses no habían recibido todavía la orden de reconocer a
los socialistas v a los radicales como “ h e rm a n o s ” , ni mucho
menos. La Internacional Comunista tratab a a Daladier como
radical-fascista. León Blum, que sostenía a Daladier, era un
“ social-fascista” . Moscú me im putaba funciones de agente
del imperialismo americano, británico y francés. ¡Corta es la
m em oria de los hombres! El incógnito bajo el cual habíamos
tratado de m antenernos a bordo se había revelado a m itad de
la ruta. Podían tem erse manifestaciones en Marsella después
de nuestro desembarco, por parte de los fascistas y, también,
de los stalinistas. Nuestros amigos de Francia tenían muchas
razones para tratar de evitar incidentes que hubieran nodido
m alograr n u estra estancia. P ara burlar la vigilancia de los
202 STALIN Y SUS CRIMENES

que nos querían mal, nuestros amigos y mi hijo, quien, m ien­


tras tanto, había logrado salir de la Alemania hitleriana para ir
a París, im aginaron una complicada estratagem a, que el úl­
timo proceso de Moscú ha demostrado que se llevó a cabo b ri­
llantem ente. Un radiotelegram a hizo detenerse el “ B ulgaria”
a algunas millas de Marsella; una gasolinera, en la cual se en­
contraba mi hijo, Baymond Molinier; un Comisario de la Segu­
ridad Nacional y dos marinos, vino a nuestro encuentro. Creo
recordar que los tres minutos de detención del vapor fueron
pagados en un millar de francos. El periódico de a bordo m e n ­
cionó ciertam ente este episodio; la Prensa también lo dió a
conocer. Mi hijo subió a bordo y entregó a uno de mis compa­
ñeros de viaje, van Heijenoort, instrucciones escritas. Descen­
dimos a la gasolinera solamente mi' esposa y yo, y m ientras
que nuestros cuatro amigos continuaban su viaje hacia Mar­
sella. con nuestros equipajes, nosotros desembarcos en Cas-
sis, donde nos esperaban dos autos y dos amigos franceses,
Leprince y Lastey. Sin detenerm e un momento, nos dirigimos
hacia la Gironde, donde había sido alquilada para nosotros una
casa de campo a nom bre de Molinier, en Saint-Palais. no
lejos de Boyan. Durante el viaje pasamos la noche en el hotel.
Se han encontrado extractos de los registros de viajeros y los
he comunicado a la comisión encargada de la encuesta.
Todo nuestro equipaje fué embarcado en Turquía a nom ­
bre de Max Shachtman. Las iniciales M. S. subsisten aún sobre
las cajas que han servido para el transporte de mis libros y
papeles a Méjico. Pero al fracasar mi incógnito, la G. P. U. no
podía ignorar por más tiempo que aquel equipaje era el mío,
y como fué dirigido a París, sus agentes creyeron, sin duda,
que nosotros habíamos partido también, por carretera o avión,
hacia París. No olvidemos que las relaciones entre Francia y
la U. Pt. S. S. eran todavía muy tensas. La P ren sa de la In ter­
nacional Comunista afirmaba, incluso, que yo venía a Francia
para ayudar al Sr. Daladier, entonces Presidente del Consejo,
hoy Ministro de Defensa Nacional, para preparar u n a ... inva­
sión en la U. R. S. S. ¡Qué poco entendim iento tienen los hom ­
bres! No podía haber estrechas relaciones entre la G. P. U. y
la Policía. La G. P. U. no sabía de mí más que lo que aparecía
en los periódicos. Romm no podía saber más de lo que sabía
la G. P. U.
El “ New York T im e s ” escribió el 17 de febrero último,
después de m ucho rebuscar entre los telegram as de sus co­
rresponsales especiales en aquella época: “ El vapor que con­
ducía al Sr. Trotsky desde Turquía a Marsella en 1933, entró
en este puerto después que el Sr. Trotsky hubo desembarcado
secretam ente, según informa un telegram a de Marsella a nues­
tro periódico, el 25 de julio de 1933. El Sr. Trotsky se tras­
ladó a una gasolinera a tres millas del puerto y desembarcó
L E O N T R O T S K Y 203

en Gassis, donde le esperaba un a u to ... Se han recibido, sin


embargo, noticias contradictorias, según las cuales Trotsky
partió hacia Córcega, hacia Royat, hacia el centro de Francia,
hacia los alrededores de Viehy y, finalmente, al propio Vichy.”
Este párrafo, que hace honor a la exactitud del corresponsal,
confirm a punto por punto lo que nosotros hemos expuesto.
Desde el 24 de julio, la Prensa se perdía en conjeturas res­
pecto a nosotros.
Los organizadores de bulos razonaban, poco más o menos,
así: Trotsky 110 lia podido dejar de pasar por lo menos unos
cuantos días en París, para regular su situación y encontrar
una residencia en provincias. La G. P. Ü. 110 sabía que todo
había sido ya arreglado con anterioridad. Stalin, léjov y Vi­
chinski, temieron, por consiguiente, retra sa r hasta agosto, o
quizá aún más tarde, la fecha de mi “ e n tre v ista” con Romm.
Es preciso batir el hierro m ientras está al rojo. Estos persona­
jes circunspectos y previsores fijaron, pues, la pretendida en­
trevista para los últimos días de julio, ya que todo les inducía
a creer que yo no podía estar sino en París en aquellos m o ­
mentos, Y es precisam ente en este punto donde se equivocan.
Nosotros no estábamos en París. Nosotros llegamos el 25 de
julio con nuestro hijo y tres amigos franceses a Saint Palais,
cerca de Royan. Precisam ente, como para poner todavía más
dificultades a la G. P. U., el día de nu estra llegada estuvo seña­
lado por un incendio en la villa que debíamos ocupar: una p ar­
te del cercado y un kiosko se quemaron, y algunos árboles
tam bién sufrieron daños. Una chispa escapada de una loco­
m otora dio lugar al fuego. L o s'periódicos locales del 26 rela­
taron este incidente. La sobrina del propietario vino, algunas
horas más tarde, para conocer los desperfectos. Numerosas
personas me vieron durante el incendio. Un certificado, e n tre­
gado por el servicio de bomberos fija la fecha del incendio.
El reportero local Albert Bardon, que habló de ello en los pe­
riódicos, me vió en un auto y lo lia atestiguado. La sobrina de
nuestro huésped ha dado un testimonio análogo. ' Nosotros
éramos esperados por Vera Lanis, que estaba encargada de las
funciones de dueña de casa, y por Segal, que debía ayudar a
nuestra instalación. Todas estas personas pasaron con nosotros
los últimos días de julio; ellos vieron que, a causa de mi estado
febril y por sufrir de lumbago, apenas abandoné el lecho.
El Prefecto de la Gharente-Inférieure informó inm ediata­
mente a París, por despacho confidencial, de nu estra llegada.
Gomo en toda Francia, vivimos allí de incógnito. Nuestros pa­
peles no fueron visados más que por la Seguridad General de
París, donde se podrá volver a encontrar nuestro itinerario.
Pasé en Saint Palais más de dos meses, enfermo, tratado
por un médico. Escribí al “ T im es” que más de una treintena
de amigos vinieron a verm e allí. Repasando mi m emoria y mis
204 STALIN Y SUS CRIMENES

papeles con más atención, dem uestran que tuve alrededor de


cincuenta visitantes: más de trein ta franceses, sobre todo pa­
risinos; siete holandeses, dos belgas, dos alemanes, dos italia­
nos, tres ingleses, un suizo... Entre mis visitantes, algunos son
conocidos, tales como Andró Malraux; Parijanine, escritor y
traductor de mis libros; el diputado holandés Sneevliet; los
periodistas holandeses Schmidt y De Kadt; el antiguo S ecre­
tario del Partido Laborista Independiente, P atón; el em igra­
do alemán W . ; el escritor alem án G. (que no nombro aquí por
razones bien comprensibles, pero que pueden atestig u ar). Si
yo hubiera pasado en París los últimos días de julio, la mayor
parte de estos visitantes no hubieran tenido ningúna razón
para desplazarse. Todos sabían que yo no había estado en Pa­
rís y que no podía ir allí... Tres de los cuatro colaboradores
que me habían acompañado habían venido de París a Royan.
Max S hachtm an se embarcó en el Havre para New York sin
despedirse de nosotros. He m ostrado a la comisión encargada
de la investigación su carta del 8 de agosto de 1933, en la
cual expresa su sentimiento por habernos perdido bruscam ente
de vista. No son necesarias más pruebas.
A prim eros de octubre m ejoró mi estado, y mis amigos me
transportaron en automóvil a Bagnéres-de-Bigorre, en los Pi­
rineos, más lejanos todavía de P arís; mi m u jer y yo pasamos
allí el resto del mes. N uestra estancia en Royan y en los P iri­
neos no dió lugar a ningún incidente, y en vista de ello, el
Gobierno nos autorizó a aproxim arnos a la capital, recom en­
dándonos especialm ente que no nos fijáramos en el departa­
mento del Sena. En los prim eros días de noviembre llegamos
a Barbizon, donde había sido alquilada un a villa para nosotros.
De Barbizon vine varias veces a París, siempre acompañado de
dos o tres amigos, fijando siempre, por anticipado, el empleo
del tiempo; podrían conocerse sin m ucha dificultad el pequeño
núm ero de lugares que he visitado y tam bién el núm ero de
mis visitantes. Pero todo esto se refiere al invierno de 1933;
sin embargo, la G. P. U. fijó la entrevista con Romm para el
mes de julio de 1933, en un momento en que no podía tener
lugar. Si la expresión de coartada tiene algún valor, en estas
circunstancias encuen tra su expresión más adecuada. El pobre
Romm ha mentido. La G. P. U. le ha obligado a mentir.
Vichinski ha ratificado su mentira. ¡Era precisam ente para
m entir así para lo que Romm fué detenido e incluido en la
lista de testigos!
v ia je d e ^¿Piatafco v a O s l o

Después de la prim era declaración de Piatakov, que no


estaba todavía reseñada más que por breves despachos de
agencia, escribí en un comunicado para la P rensa: “ Si P iata­
kov hubiera venido a Oslo con su nombre, toda la P ren sa no­
ruega hubiera hablado de ello. Así, ha venido bajo un nom bre
supuesto. ¿Cuál? Las personalidades soviéticas que viajan por
el extranjero están en relación constante, por teléfono y telé­
grafo, con las Legaciones soviéticas o las representaciones co­
m erciales y no escapan en ningún m om ento a la vigilancia de
la G. P. U. ¿Cómo hub iera podido Piatakov hacer este viaje
sin que los representantes soviéticos en Noruega y en Alema­
nia se dieran cuenta de ello? ¡Que describa entonces la distri­
bución interior de mi cuarto! ¿Ha visto a mi esposa? ¿Llevaba
yo barba o no? ¿Cómo estaba vestido? Era preciso, para en­
trar en mi gabinete de trabajo, pasar por la habitación de los
Knudsen, y todos mis visitantes, sin excepción, vieron a la fa­
milia de mi huésped. ¿La vió Piatakov? Estas son algunas de
las preguntas que ante un Tribunal, por poco honrado que sea,
dem ostrarían fácilm ente que Piatakov se limita a repetir lo
que la G. P. U. in venta.”
En 27 de enero, víspera de la requisitoria, expuse al T ri­
bunal de Moscú, por medio del órgano de las agencias de in­
formación, trece preguntas sobre la pretendida visita que me
había hecho Piatakov en Noruega. Subrayaba en estos térm i­
nos la im portancia de estas preguntas:
“ Piatakov dice haberm e visitado en Noruega en diciembre
de 1935, con el fin de negociar en secreto. Llegó a Oslo desde
Berlín, en avión. La enorm e im portancia de esta declaración
es evidente. He declarado ya varias veces y sigo declarando
que Piatakov, lo mismo que Radek, no han sido, en el curso
de los nueve últimos años, amigos míos, sino uno de mis peo­
res enemigos; si se prueba que Piatakov me ha visitado real­
mente, estoy irrem ediablem ente comprometido. Si yo dem ues­
tro, por el contrario, que el relato de su visita es m entira
desde el principio hasta el fin, el sistem a de las “ declaracio­
nes v o lun tarias” resulta comprometido. Admitiendo incluso
que el T ribunal de Moscú esté por encima de toda sospecha, el
acusado Piatakov continúa siendo sospechoso. Sus declaracio­
nes deben ser e'xaminadas. Basta con que se le someta inm e­
diatam ente— ¡ya que todavía no ha sido fusilado!— a las p re­
guntas s ig u ie n te s ...” Repito nuevam ente que estas preguntas
se fundaban sobre las prim eras inform aciones telegráficas,
206 STALIN V SUS CRIMENES

que eran inexactas en cuanto a ciertos detalles secundarios


Pero conservan, sin embargo, en su conjunto toda su impor­
tancia.
Mis prim eras preguntas sobre Piatakov han estado a dispo­
sición del Tribunal desde el 25 de enero todo lo más tarde;
el Fiscal supo por ciertos despachos que la Prensa noruega
desmentía categóricam ente a Piatakov sobre su llegada a Oslo
en avión. Pero ninguna de mis trece preguntas fué trasladada
al acusado, cuya m uerte reclam aba el Fiscal. Este no hizo el
esfuerzo obligado para exam inar la principal declaración del
más im portante acusado, y de ahí la tentativa de confirm ar de
m an era irrefutable las acusaciones formuladas contra mí y
los demás inculpados. En las circunstancias presentes, el error
judicial no puede ser invocado. El Fiscal y el Presidente
del Tribunal se negaron conscientem ente a form ular las pre­
guntas inexorablem ente dirigidas por mí a Piatakov. Se opu­
sieron al examen, no porque fuera imposible— por el contra­
rio, era de lo más sencillo— , sino porque su misión consistía
precisam ente en no consentir el examen. Y se apresuraron a
hace r fusilar a Piatakov.
Nosotros tenemos a mano el informe, llamado “ taquigrá­
fico ” , del proceso Piatakov. El estudio atento del interrog a­
torio de este último y del testigo de cargo Boukharsev, de­
m uestran que el objeto del Fiscal en este debate, de todo
punto convencional, falso y embustero, tendía únicam ente a
facilitar a Piatakov la exposición de la tesis de la G. P. U.,
evitando introducir demasiadas inverosimilitudes manifiestas.
Nosotros procederem os de dos m aneras en nuestro análisis:
primero, dem ostraremos, en relación al informe oficial, el es­
píritu de falsificación con que Vichinski interroga a Piatakov;
presentarem os después las pruebas de imposibilidad material
del viaje de Piatakov a Oslo. Pondrem os de manifiesto así que
el principal testimonio del principal acusado es falso y que
el Fiscal Vichinski y los jueces participan en la impostura.

* * #
Fué “ en la prim era m itad de dic iem b re” de i 9 í55 cuando
Piatakov hizo su pretendido viaje a Oslo. Boukhartsev, corres­
ponsal de los “ Izvestia” en Berlín, sirvió de interm ediario
para la organización de este viaje, así como V. Romm, corres­
ponsal de los “ Izvestia” en W ashington, sirvió de interm edia­
rio entre Radek y yo. El órgano oficial del Estado designaba
— cosa extraña— para corresponsales en las capitales más im ­
portantes a los agentes de enlace “ trotskistas” . ¿No sería más
razonable suponer que designara m e jo r agentes de la G. P. U.?
La afirm ación de Piatakov, según la cual “ Boukhartsev estaba
en relaciones con T ro tsk y ” , es p ura invención. De Boukhart-
L E O N T R O T S K Y 207

sev, como de Romm, yo no tengo la m enor idea personal, ni


tampoco literaria. Yo no leo casi nunca los “ Izvestia” y me
abstengo de leer en la Prensa soviética a los corresponsales
extranjeros.
En Berlín, Piatakov se encontró inm ediatam ente (el mis­
mo día o al siguiente; es decir, el 11 ó 12) con Boukhartsev,
quien dice me había advertido ya de su próxima llegada.
¿Cómo? ¿Por carta? ¿Por telegram a? ¿Con qué texto? ¿A
qué dirección? Pero no em barazan a Boukhartsev con pregu n­
tas de este género. En esta cuestión se evitan las direcciones
como la peste. Así, informado por Bouhartsev, yo había envia­
do a Berlín u n hom bre de confianza, portador de un billete
redactado en estos térm inos: “ J. L. el portador m erece “ to d a ”
c o n fia n z a ...” La palabra “ to d a ” iba subrayada... Este detalle
tan poco original debe, como vamos a ver después, compensar
la ausencia de datos más esenciales. Mi emisario, que se llama
Enrique o Gustavo (declaración de Piatakov), se encargó de
organizar el viaje a Oslo. Piatakov se entrevistó con “ Enrique
o Gustavo en el T ie rg a rte n ” , el día 11 ó el 12, y no le vió
más que “ un minuto y medio o d o s” . ¡Segundo detalle pre­
cioso!
Piatakov no tenía ninguna posibilidad de desaparecer de
Berlín por dos días sin indicar adonde se dirigía y la m anera
de com unicarse con él; podía, en su calidad de miembro del
Comité Central del Partido, recibir en cualquier m om ento p re ­
guntas o m ensajes de Moscú. Las reglas aplicadas a este res­
pecto son bien conocidas. Yo pregunté al Tribunal, por telé­
grafo, lo siguiente: “ ¿Cómo Piatakov pudo viajar a espaldas
de los representantes soviéticos en Alemania y Noruega?
¿Cómo explicó su desaparición cuando volvió?
Piatakov convino con “ Heinrich o G ustav” encontrarse con
él al día siguiente (el 12 ó el 13) en el aeródrom o de Tem-
pelhof. El Fiscal, que exige a veces una precisión afectada
sobre puntos incomprobables y desprovistos de importancia,
no se interesa en absoluto por la precisión de una fecha de la
más alta importancia. A él le sería fácil comprobar, por m e­
dio del “ diario de tr a b a jo ” de la representación comercial de
los Soviets en Berlín, cómo empleó el tiempo Piatakov. Pero
precisam ente se trata de evitar que esto se com prueb e...
“Al día siguiente, m uy de mañana, yo me fui directam ente
a la entrad a del a e r ó d r o m o ...” ¿Muy de m añana? Nos gus­
taría saber a qué hora. En sem ejantes casos, la hora se fija
por anticipado. Pero los soplones de Piatakov temen com eter
una equivocación con relación al calendario meteorológico.
En el aeródromo, Piatakov se encontró con Heinme, mostró
el pasaporte que había sido preparado para él. “ Era un pasa­
porte alemán. El se encargó de todas las formalidades de
208 STALIN Y SUS CRIMENES

aduanas, de m a n era que yo no tuve más que subir al avión,


y p a r ti m o s ...” Nadie, ni siquiera en este m om ento, in te rru m ­
pió al acusado, por inconbebible que parezca. El Fiscal no se
interesa por el pasaporte; le basta con saber que era un docu­
mento alemán. Los pasaportes llevan el nom bre del titular.
¿Qué nom bre? “ Nomina sunt odiosa.” El Fiscal se ap resu ra
a dar a Piatakov la posibilidad de salir rápidam ente de este
punto delicado. ¿Las formalidades de aduanas? Heinrich o
Gustav las arregla. Piatakov firm a solamente. Parece que el
Fiscal evita aquí el preguntarle con qué nom bre firma. P ro ­
bablem ente será con el nom bre inscrito sobre el pasaporte ale­
mán. Al P rocurador no le interesa saberlo. El Presidente se
calla también. Los Jueces respetan el silencio. ¿Olvido co­
lectivo que se explica por el exceso de trabajo? Yo, sin em bar­
go, tomé medidas a tiempo para refrescar la m em oria a estos
señores. Pregunté el nombre con que Piatakov llegó a Oslo.
Tres días más tarde volví a insistir. La cuarta de mis trece
preguntas estaba redactada así: “ ¿Con qué pasaporte tomó
Piatakov el avión para Berlín? ¿Tenía el visado n o ru e g o ? ”
La Prensa mundial había publicado mis preguntas. Si después
de esto Vichinski se calla todavía, es porque tiene que callarse.
Y este silencio es suficiente para que podamos sacar la con­
clusión de que estamos en presencia de una falsedad.
Sigamos a Piatakov: “ Tom amos lugar en el avión, que des­
pegó. Nuestro vuelo fué directo y aterrizam os después de unas
tres horas en el aeródromo de Oslo. Un automóvil nos espe­
raba allí... En unos treinta minutos, aproxim adam ente, nos
encontram os en una localidad de veraneo. E ntram os en u na
casa bien amueblada, donde vi a Trotsky, a quien no había
vuelto a ver desde 1 9 2 8 .” ¿No descubre este relato al hombre
que no tiene nada que decir? ¡Ni un solo dato contundente!
¿Cómo se hizo el aterrizaje? Las autoridades noruegas no
podían ignorar un avión extranjero. No podían dejar de con­
trolar los pasaportes de Piatakov y de su compañero de viaje.
Ni una palabra sobre esto. El viaje parece ser hecho en el reino
de los sueños, donde los hom bres resbalan sin ruido, ignora­
dos de los funcionarios de la Policía y de la Aduana.
Después de este relato insustancial sigue el resumen, no
menos insustancial, de una entrevista que parece haber sido
dictada expresam ente para un proceso verbal de policía. P ia­
takov viene a verm e como a un amigo político, como a u n
amigo personal, después de largos años de separación. Du­
rante algunos años, en efecto, desde 1923 a 1928, habíamos
estado bastante próximos; era conocido de mi familia; mi
esposa le acogió siempre con simpatía. Era preciso que hubie­
ra conservado hacia mí una confianza de todo punto excepcio­
nal p ara tomar, a la prim era señal, al recibo de una carta mía,
y arriesgando su cabeza, el avión, con el fin de venir a verme!
L E O N T R O T S K Y 209

Parece que Piatakov no habría podido en sem ejantes condi­


ciones, después de ocho años de separación, dejar de demos­
tra r algiin interés elemental por mis condiciones de existen­
cia. Pero no ve nada de eso. ¿Dónde tuvo lugar el encuentro?
¿En mi casa o en otro sitio? Se ignora. ¿Dónde estaba mi
esposa? Se ignora. A una pregu nta del Procurador, Piatakov
responde que nadie asistió a la entrevista: Heinrich o Gustav
se había quedado a la puerta. Esto es todo. Piatakov no podía
dejar de pregu ntar por mi esposa. Pregunté al T ribunal: “ ¿Ha­
bía visto a mi esposa? ¿Estaba en casa aquel d ía ? ” Las visitas
de mi esposa al médico en Oslo son fáciles de controlar. Sola­
m ente los inspiradores de Piatakov. deseosos de evitar toda
comprobación, le enseñaron las fórmulas clásicas que no p re­
cisan nada. Muy prudente. Pero este exceso de prudencia
traiciona, por otra parte, la impostura.
El avión aterrizó a las tres de la tarde, el 12 ó el 13 de
diciembre. Piatakov debió llegar a mi casa sobre las tres y
media. La entrevista duró, aproxim adam ente, dos horas. Mi
huésped, seguram ente, tendría ham bre. ¿Le ofrecí un a cola­
ción? Según parece, la honrada y más elemental hospitalidad
así lo exigía. Yo no podía hacerlo, sin embargo, sin la ayuda
de mi esposa o la de la dueña de aquella habitación “ bastante
bien am u eb lad a” . Sin una palabra acerca de esto, Piatakov me
dejó sobre las cinco y media. ¿Dónde fué con su pasaporte
alem án? El Procurador no se lo pregunta. ¿Dónde pasó aque­
lla noche de diciembre? Probablem ente no fué a la intemperie.
Menos todavía puede adm itirse que fuera a la Legación de los
Soviets o a la Legación alemana. Piatakov ha tenido inevita­
blem ente que pasar la noohe en Noruega. ¿En qué hotel? El
P ro cu rador no se lo ha preguntado al acusado. El P residente
se ha abstenido también.
Sabemos, por el interrogatorio del testigo Bukhartsev,
detalles complementarios, no desprovistos de importancia,
sobre el viaje de Piatakov. “ Heinrich o G ustav” se llamaba,
según parece, Gustav Stirner. Este nom bre no me dice nada,
aun cuando Stirner haya sido, según Bukliartsev, mi hom bre
de confianza. En todo caso, mi misterioso emisario debió te­
n er a bien darse a conocer al testigo de cargo. ¿Volveremos
a encontrar un Stirner de carne y hueso en algún proceso pró­
xim o? ¿No será solamente u n producto de la im aginación? No
lo sé. En todo caso, el nom bre alem án hace nacer ciertas re­
flexiones. ..
Bajo el punto de vista del complot, e incluso del mismo
viaje a Oslo, Bukhartsev no es de ninguna utilidad; el propio
Vichinski conviene en ello. Pero Gustav Stirner, si existe, pa­
rece ser inaccesible al Fiscal. Si no hay Stirner, no hay tes­
tigo. Si Bukhartsey, llamado a declarar por el Fiscal, no par­
ticipa en la acción, llena, por otra parte, las funciones del
2 10 STALIN Y SUS CRIMENES

■m e n sa je ro ” , anuncia lo que ocurre detrás del escenario. Así,


en la víspera del regreso a Moscú (¿en qué fe c h a ? ), Piatakov
en cu entra la ocasión de inform ar al m ensajero “ que ha estado
allá abajo y ha visto a T ro tsk y ” . En realidad, esto no intere­
saba a B ukhartsev para nada. Al dar una información tan im ­
portante a un tercero, Pia/akov da pruebas de una ligereza cri­
minal. Pero no podía obrar de o tra m anera, p ara brindar a
Bukhartsev la posibilidad de servir útilm ente de testigo de
cargo.
En esto, el Procurador se acuerda de una omisión. "¿H a
dado usted su f o to ? ” , pregunta de repente a Piatakov, inte­
rrum piendo el interrogatorio de Bukhartsev. Vichinski hace
pensar en un estudiante que se h a saltado un verso aprendido
de memoria. Piatakov responde lacónicam ente: “ S i.” Se trata,
evidentem ente, de la fotografía destinada a los pasaportes. La
foto del titular es imprescindible sobre tal documento, sin
excluir los pasaportes alemanes. El Procurador, al hacer gala
de esta minucia, no arriesga absolutam ente nada. Sobre el
nom bre y el visado continúa guardando silencio. Después, este
guardián de la Ley se vuelve de nuevo hacia Bukhartsev.
“ ¿Sabe usted cómo se procuró Stirner ese pasaporte? ¿Cómo
consiguió el avión? ¿Es esto tan fácil en A lem an ia?” B ukhart­
sev responde que Stirner no le dió detalles y se limitó a pe­
dirle que no se inquietara por nada: ésta es una de las pocas
respuestas que parecen naturales y razonables. El P rocurador
no se queda satisfecho.
Vichinski.— ¿Y usted no se interesó en ello?
Bukhartsev.— No me dijo nada; no quiso en tra r en detalles.
Vichinski.— Así. ¿esto no le interesó?
Bukhartsev.— Pero él no me respondió.
Vichinski.-—-¿Trató usted de interrogarle?
Bukhartsev.— Sí; pero él no quiso responderme.
Y así sucesivamente. Dejemos este diáltgo edificante e in­
terroguem os al Fiscal. “ Usted acaba, ciudadano Fiscal, de in­
teresarse por la foto del pasaporte. Pero ¿y el pasaporte? Se
ha olvidado dos veces de cum plir con su deber, que yo le
he recordado por dos veces. ¿Por qué no ha concedido usted
ninguna atención a mis preguntas? ¿Por qué no se ha in tere­
sado usted por mi dirección ni por mis condiciones de existen­
cia? ¿Por qué no ha preguntado a Piatakov dónde pasó la
noche? ¿Quién le recom endó un hotel? ¿Cómo se inscribió
allí? ¿Será preciso creer que todas estas circunstancias no
m erecían su atención?
Sin embargo, Vichinski persevera: “ ¿Y el a v ió n ?”
Bukhartsev.— Yo le pregunté (a Stirner) cómo podría h a­
cer Piatakov el viaje; me respondió que un avión especial le
transpo rtaría a Oslo y lo volvería a traer.
L E O N T R O T S K Y 211

De esta form a o de otra, pero gracias a Bukhartsev, sabe­


mos, finalmente, que Piatakov fué a Oslo en u n “ avión espe­
c ia l” y volvió de la m ism a m anera a Berlín. Esta precisión,
de extrem a importancia, significa que el avión, no solamente
aterrizó en Oslo, sino que pasó allí el resto del día y de la n o ­
che, o sea, por lo menos, quince horas. Allí rehizo, sin duda,
su provisión de gasolina. Vamos a ver cómo esta indicación
de Bukhartsev nos es mas útil a nosotros que al Fiscal. Llega­
mos al punto culminante de la declaración de Piatakov y del
proceso.
El “A ften po sten” , periódico conservador noruego, hizo,
desde la prim era declaración de Piatakov, una investigación
en el aeródrom o y publicó, el 25 de enero, en su edición de la
noche, que en diciembre de 1935 no había llegado a Oslo
ningún, avión extranjero. Información que, naturalm ente, fué
repetida por toda la Prensa mundial. Vichinski tuvo que reac­
cionar. Lo hizo a su m anera. En la audiencia del 27 de enero,
el Fiscal preguntó a Piatakov si confirm aba h aber aterrizado
en un aeródrom o noruego, y en cuál. Piatakov respondió:
“ Cerca de Oslo.” El nom bre del lugar lo ignora. “ ¿No tuvo
dificultades en el te rr iz a je ? ” Piatakov, demasiado em ociona­
do, no se dió cuenta de nada.
Vichinski.— ¿Confirma usted haber descendido en un ae­
ródromo vecino a Oslo?
Piatakov.— Cerca de Oslo; me acuerdo muy bien de eso.
¡Sería demasiado fuerte que no se acordara bien! El P ro­
curador da en seguida lectura a un docum ento que numerosos
periódicos han calificado de “ inesperado” , esto es. un com u­
nicado de la representación comercial de la U. R. S. S. en
Oslo diciendo que “ el aeródrom o de Kjeller, cerca de Oslo,
recibe todo el año. de conformidad con los usos internaciona­
les, a los aviones extranjeros; la llegada y partida de aviones
son posibles allí durante los meses de invierno” . ¡Esto es todo!
El P rocurador pide al Tribunal que una este precioso docu­
mento a los m ateriales del proceso. La cuestión está resuelta.
No, la cuestión apenas ha comenzado. Inform es venidos
de Noruega afirm an que la circulación por vía aérea es impo­
sible en este país durante el invierno. ¿E ntra en las obliga­
ciones de los Tribunales moscovitas el proporcionar a los
aviadores inform es m eteorológicos? La p regunta es mucho
más concreta: ¿Ha llegado, sí o no, un avión extranjero a Oslo
en diciembre de 1935? Konrad Knudsen, miembro del Stor-
ting, envió a Moscú el 29 de enero el telegram a Siguiente:
“ Fiscal Vichinski. Tribunal Supremo. Moscú. Le informo de
que está hoy oficialmente confirmado que ningún avión ex­
tranjero ni particular ha aterrizado en d ic iem b re 'd e 1935 en
Oslo. En calidad de huésped de León Trotsky, confirmo igual­
212 STALIN Y SUS CRIMENES

m ente que en diciembre de 1935, en Noruega, no ha podido


ten er lugar ninguna entrevista entre Piatakov y Trotsky.—
Konrad Knudsen, diputado.”
Aquel mismo día, el “A rbeiderbladet” , órgano del partido
que estaba en el poder, hacía una nueva indagación sobre el
“ avión especial” . Quizá no será superfluo añadir que este pe­
riódico no estaba satisfecho con mi internam iento, sino que
había empleado con respecto a mí uno tono de los más hos­
tiles. He aquí el texto del “A rbeiderbladet” :
ó/ m a ra v illo so v ia je d e ¿P.\atafz o v a "lC jeller

Piatakov ha declarado que llegó en diciembre de 1935, en


avión, a Noruega, y que aterrizó en el aeródrom o de Kjeller.
El Comisariado de Asuntos Extranjeros de la U. R. S. S. em ­
prendió averiguaciones que tendían a confirm ar esta decla­
ración.
En el aeródromo de Kjeller se desmintió la llegada de un
aparato extranjero en diciembre de 1935, y el diputado Kon-
rad Knudsen, huésped de Trotsky, publicó por su parte que
Trotsky no recibió visitas en aquella época.
El “A rbeiderbladet” se dirigió de nuevo al aeródrom o de
Kjeller, y su director, Gulliksen, confirmó que ningún avión
extranjero aterrizó allí en diciembre de 1935. Un solo ap ara­
to descendió en Kjeller en el curso de dicho mes y era un
aparato noruego llegado de Linkepping, sin pasajeros.
El director, Gulliksen, h a examinado, antes de in fo rm ar­
nos, el registro de la A duana; contestando a una de nuestras
preguntas, añade que es de todo punto imposible que un apa­
rato pueda aterrizar sin ser visto. Durante toda la noche cir­
culan patrullas.
— ¿En qué fecha aterrizó en Kjeller el último avión ex­
tran jero antes de diciembre de 1935?— preguntó nuestro co­
laborador.
— El 19 de septiembre. Era un avión inglés H. A. Z. S. F.,
llegado de Copenhague y pilotado por el aviador británico
Robertson, a quien conozco muy bien.
— Y posteriorm ente a diciembre de 1935, ¿cuándo llegó
otro aparato extranjero?
— El prim ero de mayo de 1936.
-— En otras palabras, resulta de los registros del aeródro­
mo que ningún avión extranjero aterrizó en Kjeller entre el
19 de septiem bre de 1935 y el 1.° de mayo de 1936.
-— Sí, exactamente.
P ara no dejar ningún lugar a dudas, damos, además, una
confirmación oficial a estas declaraciones. Interrogado por mi
abogado noruego, el Sr. Gulliksen le respondió:
Aeródromo de Kjeller
Dirección Kjeller, 14-11-1937
Sr. Andrés Steillen.
E. Slotgate, 8 .
Oslo.
214 STALIN Y SUS CRIMENES

En respuesta a su atena del 10 del corriente, puedo con­


firmarle la exactitud de mi declaración publicada en el “Arbei­
d e rb la d et” .
Queda atentam ente,
iGulliksen.

En otros términos, aunque abriéram os a la G. P. U. un cré­


dito, no de 31 días (diciem b re), sino de 224 días (del 19 de
septiem bre al 1.° de mayo) para organizar el viaje en avión
de Piatakov a Oslo, todavía quedaría Stalin en la imposibilidad
de salvar la situación. Después de esto, puede considerarse la
cuestión como evidentem ente falsa.
Es m uy posible, casi seguro, que Piatakov recibiera, como
Radek, en el curso de las negociaciones prelim inares con S ta­
lin, una prom esa de vida.
M antener esta prom esa con respecto al “ organizador” del
pretendido “ s a b o ta je ” no era fácil. Pero si Stalin dudaba toda­
vía, los despachos de Oslo debieron hacer cesar sus dudas. Yo
declaraba el 29 de enero a la prensa: “ ...M e temo mucho que
la G. P. U. se apresure a fusilar a Piatakov para así colocar a la
fu tu ra Comisión de Investigación Internacional en la imposi­
bilidad de pedirle explicaciones p recisa s” . Piatakov fué conde­
nado a m uerte al día siguiete, 30 de enero y pasado por las
arm as el 1.° de f e b r e r o . .. ”
Los amigos noruegos de la G. P. U. han tratada, por medio
de su periódico, “ T edjes-T ijnes” , encontrar una nueva versión
del viaje de Piatakov. ¿Quizá el avión alemán en lugar de ate­
rrizar en el aerodrom o, fué a posarse sobre el hielo, en un
fiord? ¿Quizá Piatakov fuera a ver a Trotsky, no a un arrabal,
sino a un bosque? ¿No en una “ casita bastante bien am uebla­
d a ” , sino en una cabaña? ¿No a treinta minutos, sino á tres
horas de Oslo? ¿Tal vez Piatakov llegara allí, no en auto, sino
en trineo? ¿O tal vez con esquís? ¿Quizá la entrevista no tuvo
lugar el 12 ó el 13 de diciembre, sino el 21 ó el 22? Las hipó­
tesis. del “ T idjes-T ijne” tienen la desventaja de que no de­
jan subsistir nada de la propia declaración de Piatakov. La
prensa noruega, y principalm ente el periódico liberal “ Dag-
b la d e t”, ha desmentido, hace m ucho tiempo, estas fantasías;
Konrad Knudsen ha reducido a la nada estas tardías lucubra­
ciones en las mismas columnas de tal periódico, que llega a
ser, en ocasiones, el oráculo de la Internacional Comunista.
£o que fia sido refutado en el proceso
de 11Lose ú

Los agentes de Moscú han lanzado, recientem ente, este a r ­


gumento :
“ Desde su llegada a Méjico, Trotsky no ha dado pruebas
de su inocencia. No hay lugar para creer que vaya a proporcio­
narlas despu és” .
¿Cómo iba a poder, sin estudiar hechos y documentos, re­
futar una falsedad p reparada durante años enteros? Yo no
dispongo, convengo en ello, de las “ inform aciones espontá­
n e a s ” que Stalin, Jagoda, Jéjov' y Vichinski. Pero si bien es
verdad que yo no he encontrado todavía la fórm ula m ágica
que abarca todas las pruebas, es inexacto que no haya propor­
cionado ninguna de ellas. D urante el proceso Piatakov, he da­
do comunicados diarios a la prensa, que contenían mentís muy
precisos. Los periódicos no han publicado más que una parte,
y, a menudo, deformada. Aunque no he dispuesto de un sem a­
nario en que poder expresarm e con entera libertad, he refu ­
tado a fondo los hechos del proceso Piatakov dirigidos perso­
nalm ente contra mí. arruinando así toda la combinación.
En su última respuesta a las injurias del P rocurador Vi­
chinski, que había definido a los acusados como estafadores y
bandidos (¡vaya una encarnación del régim en; Vichinski, cí­
nico y procedente del menchivismo de derecha!) Radek sobre­
pasó m anifiestam ente los límites convenidos y dijo algunas
palabras de más, que no hubiera querido decirlas. Esta es su
naturaleza. Y esta vez dijo cosas de una im portancia excep­
cional. Si ha de creérsele, la actividad terrorista y la alianza
de los “ tro tsk istas” con las organizaciones de la co ntra­
revolución y del sabotaje, estaría plenam ente dem o strada...
Pero el proceso tiene dos polos, y tiene tam bién otra signifi­
cación capital. ¿Ha revelado dónde se fo rja la guerra y ha de­
mostrado que el trotskismo se ha puesto al servicio de las fu er­
zas que la preparan? ¿Se ha probado esto? Sí, según las de­
claraciones de dos hom bres: Radek y Piatakov. Las declara­
ciones de los demás acusados reposan sobre las de aquéllos. Si
os encontráis con criminales de derecho común o con soplo­
nes, ¿sobre qué podéis fundar vuestra convicción de que han
dicho la verdad y sólo la verdad?
Ni el Fiscal ni el presidente tratan de rectificar; sería de­
masiado arriesgado. Pero esas declaraciones echan abajo toda
2 l6 STALIN Y SUS CRIMENES

la arquitectura del proceso. Si todas las acusaciones form ula­


das contra mí no reposan más que sobre las declaraciones de
Radek y Piatakov, no hay en absoluto pruebas m ateriales. Las
cartas que Radek dice haber recibido de mí “ desdichadam en­
te las ha qu em ad o ” . El Fiscal trata a Radek y a Piatakov como
redomados embusteros, cuyo único objeto es engañar al T ri­
bunal. Si sus declaraciones son falsas, ¿qué os queda ya para
probar que Trotky se h a aliado al Japón y a Alemania para
ap resu rar la guerra y el desm em bram iento de la U. R. S. S .? ”
El Fiscal se calla. El Presidente se calla. Los “ am ig o s” extran­
jero s se callan. ¡Silencio absoluto! He ahí la verdadera fisono-
máa del proceso. Es escandalosa.
£ [ ^Procurador es un fa ls a r io

Mi actividad “ te rr o r is ta ” y “ d e rro tista ” constituía, como


se sabe, un secreto riguroso, en el cual yo no iniciaba más que
a aquellos que me inspiraban la mayor confianza. Por el con­
trario, mi actividad pública, contraria al terrorism o y al derro­
tismo, no era más que un “ cam u flaje” . No encontrando cómo
dem ostrar estas afirmaciones, el Fiscal ha intentado buscar
en mi actividad pública la propaganda del terrorism o y del de­
rrotismo. Vamos a dem ostrar que las falsificaciones del P rocu­
rador Vichinski en m ateria de propaganda escrita no son más
qué medios auxiliares de sus im posturas judiciales.
Por decreto de 20 de febrero de 1932, el Comité Ejecutivo
Centrad de los Soviets, nos declaraba, a mi familia y a mí, des­
pojados de la nacionalidad soviética. Este decreto, lo digo de
paso, creaba una combinación. Yo llevaba el nom bre de mi
padre. Bronstein, además del mío, aunque este nom bre no
haya figurada jam ás en los documentos soviéticos. Los m en­
cheviques que llevaban el mismo nom bre de Bronstein fueron
entonces tam bién desprovistos de nacionalidad soviética. Esti­
lo político de Stalin.
Yo respondí por una carta abierta al Presidente del E je­
cutivo Central de la U. R. S. S. de fecha 1.° de marzo de 1932
( “ Boletín de la Oposición" núm. 27 . Recordaba allí las di­
versas falsificaciones de textos cometidas por la prensa sovié­
tica a fin de com prom eterm e a los ojos de las masas tra b a ja ­
doras. Recapitulando los errores más grandes de la política
interior y exterior de Stalin. dem ostraba sus tendencias bona-
p artistas... “Aguijoneado? por la banda stalianiana— escribía
yo— . El C. C. del P. C. alemán, desorientado, intimidado, tu r­
bado, sin dirección— no podía ser de otra m anera— ayuda con
todas sus fuerzas a los jefes de la social-democracia a en tre­
gar la clase obrera a Hitler. venido para cucificarla” . Es menos
de un año, esta predicción se realizaba, desdichadamente. Mi
carta abierta contenía también las líneas siguientes:
“ Stalin os ha conducido a un callejón sin salida. No queda
más solución que la liquidación del stalinismo. Es preciso dar
confianza a la clase obrera, dar a la vanguardia obrera la po­
sibilidad de revisar todo el sistema soviético, limpiar sin pie­
dad este sistema de las escorias que se han acum ulado allí. Es
preciso, en fin, cumplir con el último consejo de Lenín: elimi­
n ar a Stalin.
Esta últim a recomendación yo la motivaba así: “ Vosotros
2l8 STALIN Y SUS CRIMENES

lo conocéis tan bien como y o ... Su fuerza no estuvo jam ás en


él, sino en las oficinas, y no está en él más que en la medida
en que encarna el automatismo burocrático. Apartado de la
m áquina burocrática, opuesto a ella, Stalin 110 es nada, está
vacío... Ya es tiempo de term inar con el mito staliniano.’ Se
ve que no se trataba de la supresión física del hombre, sino
de la liquidación de su poder burocrático.
Por increíble que parezca, es precisam ente esta carta
abierta la que iba a servir de base a las falsedades de Stalin-
Vichinski.
En la audiencia del 20 de agosto de 1936, el acusado 01-
b erg declara: “ ...Sedov me habló por p rim era vez de mi viaje
a la U. R. S. S. después del docum ento publicado por Trotsky
cuando fué despojado de su nacionalidad soviética. Trotsky
sostenía en este m ensaje la necesidad de suprim ir a Stalin.
Idea expresada en estos térm inos: “ Es preciso eliminar a
S ta lin ” . Sedov me mostró este texto mecanografiado diciendo:
“Ve usted, no puede expresarse más claramente. Es una fór­
mula diplom ática” . Sedov me propuso entonces partir para
R u s ia .. . ”
Olberg tiene la circunspección de calificar de “ llam am ien­
t o ” a la “ Carta a b ie rta ” . No da la cita completa. El P rocurador
no exige precisiones. Las palabras “ eliminar a S talin ” son in­
terpretadas como si se tratara de “ m atar a S talin ” .
El 21 de agosto, después del informe, “ el acusado Goltz­
man declaró que Trotsky en el curso de la entrevista que tuvo
con él, dijo que era preciso eliminar a S t a l i n . .. ”
Vichinski.— ¿Qué significan esas palabras?
Goltzman las explica, naturalm ente, como desea el Fiscal.
Y como si esperara descartar todas las dudas sobre la ve­
racidad de sus propias falsedades, el Fiscal Vichinsky declara
el 22 de agosto en su requisitoria: “ ...P o r eso es por lo que
en marzo de 1932 Trotsky. atacado de frenesí contra-revolu­
cionario, escribió una carta abierta preconizando “ la elimina­
ción de Stalin'” (carta que fué encontrada en el interior de la
m aleta de Goltzman y unida al dosier a título de pieza de con­
vicción) ” .
^ ichinski vuelve a decir en la requisitoria del proceso Pia-
takov-Radek (28 de enero de 1 9 3 7 ). “ ...Nosotros estamos en
posesión de documentos que prueban que Trotsky dió, por lo
menos dos veces, en form a bastante franca, bastante directa,
una orden de terrorism o; según los documentos publicados por
su autor “ urbi et o rb i” . Yo pienso enseguida en la carta de
1932, en la cual Trotsky lanzó la palabra de la traición v del
deshonor: “ eliminar a S talin ” .
En los dos procesos, la acusación toma su punto de parti­
da en la interpretación, manifiestamente falsa, de un artículo
L E O N T R O T S K Y 2 I9

que yo he publicado en diversas lenguas y del que cualquiera,


a condición de que sepa leer, puede com probar el sentido. Es­
tos son los métodos de Vichinsky. Y los de Stalin.

I I

El P rocurador continúa: “ ...Yo pienso en un documento


posterior', donde encontramos claras alusiones al terrorism o
considerado como arm a contra los Soviets.” Sigue una cita del
“ Boletín” : “ Sería pueril creer que la burocracia staliniana
podría ser revocada por un Congreso del Partido o de los So­
viets. No quedan más medios norm ales constitucionales para
descartar la pandilla dirigente... Sólo la fuerza le obligará a
transm itir el poder a la vanguardia p ro le ta ria ” . ( “ B oletín”
núm. 36-37). “ ¿Qué es esto, concluye el Procurador, sino una
ílamada directa al terrorism o? Yo no puedo encontrar otra ca­
lificación” . -
¡Los Fiscales del antiguo régim en raram en te llegaban a
medios sem ejantes! Yo no me he presentado nunca como un
pacifista, un tolstoiano, un discípulo de Gandí. Los verdade­
ros revolucionarios no juegan con la violencia. Pero no se nie­
gan a recu rrir a ella, si la Historia les cierra los demás cam i­
nos. De 1923 a 1933, he preconizado la refo rm a del Estado
soviético. Por eso, precisam ente, en marzo de 1932, recom en­
daba al Ejecutivo Central la “ eliminación de S talin ” . Poco a
poco, bajo el imperio de los hechos irrefutables, he llegado a
la conclusión de que las masas populares se opondrían al ju e ­
go de la burocracia por la violencia revolucionaria. Por p rin­
cipio, que para mí es un principio esencial, yo lo he afirmado
muy alto. Sí, el bonapartismo staliniano no será liquidado más
que por una nueva revolución política. Pero las revoluciones
no se hacen por una orden; m ad uran con el desarrollo social.
No se las suscita artificialmente. Menos todavía se las puede
substituir con la aventura de los atentados. Cuando Vichinski,
en lugar de oponer estos, dos métodos— el terrorism o indivi­
dual y la sublevación de las masas— los confunde, anula toda
la historia de la revolución rusa, toda la filosofía marxista.
¿Con qué las sustituye? Con lo falso.

11 I

Esto es, exactam ente, lo que hace, después de él, el Em ba­


jador de la U. R. S. S. en los Estados Unidos, M. Troyanovski,
descubriendo, durante el proceso de Piatakov, que yo había re­
conocido, en un comunicado, mis ideas terroristas. El descu-
220
STALIN Y SUS CRIMENES

brimiento de M. Troyanovski, que ha sido publicado y discuti­


do, es preciso refutarlo. ¿No es hum illante p ara la razón?
Parece que al desm entir tan categóricam ente la acusación de
terrorism o en mis libros, mis artículos ,mis propósitos, y al
apoyar mis m entís con argum entos reales, teóricos y prácticos,
yo daba además a un periódico un comunicado que refuta to­
d a mi actividad y que reconoce abiertam ente, en presencia del
diplomático soviético, mis crím enes de te rro rista ... ¿Dónde
están los límites de la falta de sentido? Si un Troyanovski se
permite, ante los ojos del mundo civilizado, falsedades tan gro­
seras y cínicas ¡imaginaos lo que puede hacer la G. P. U. a sus
anchas!

E
I V

Vichinski no ha tenido m ucha más suerte con mi derro­


tismo. Los abogados extranjeros de la G. P. U. continúan p re ­
guntándose “ cómo el ex jefe del Ejército rojo h a podido con­
vertirse en un d e rro tista ” . Esta pregunta han dejado de h a ­
cérsela hace mucho tiempo Vichinski y los falsarios moscovi­
tas. Trotskv, afirma, ha sido siempre un derrotista; incluso
durante la g u erra civil... Hay toda u na literatu ra sobre este
asunto.
Formado en estas lecturas, el P rocurador dice en su re ­
quisitoria: “ ...R ecordém onos que diez años antes, Trotsky
justificaba ya su derrotism o invocando las famosas tesis (?)
de Clemenceau. Trotsky escribía: “ Debemos volver a la táctica
de Clemenceau, que se sublevó, cómo se sabe (¡) contra el
Gobierno francés cuando los alemanes estaban a 80 kilóm e­
tros de P arís... (1 ). No fué por casualidad que Trotsky y sus
amigos form ularan la tesis Clemenceau. Han llegado a ella,
pero esta vez no como a una teoría, sino como a la p repara­
ción práctica de la derrota militar de la U. R. S. S. en convi­
vencia con los servicios de espionaje del e x tra n je ro ” .
Apenas puede creerse que este discurso se haya publicado
en varias lenguas y sobre todo en francés. Los lectores fran ­
ceses habrán visto con algo de asombro que Clemenceau, du­
rante la guerra, se sublevó contra el Gobierno de su país. Ellos
jam ás hubieran sospechado que fuera “ un derrotista en inte­
ligencia con el espionaje e x tra n je ro ” . Por el contrario, los
franceses han llamado a Clemenceau el “ Padre de la Victo­
r i a ” . ¿Qué significa, pues, este galimatías del Fiscal? Desde

(i) Como ya hemos dicho, la cuestión es c a p i t a l . Por ello, no extrañe nuestra


reiteración cuando anotamos los pasajes en que aparece más evidente su definición.
Y aquí la definición es perfecta.
L E O N T R O T S K Y 221

1926, la burocracia staliniana, tratando de justificar el juego


que imponía a los soviets el. Partido, invocaba el peligro de la
guerra: ¡procedimiento clásico del b o n ap artism o ! Respon­
diéndoles, yo sostengo invariablemente que la libertad de orá­
tica nos era tan necesaria en tiempo de guerra, como en tiem ­
po de paz. Yo decía que, incluso en los países burgueses y,
más particularm ente en Francia, la clase dirigente no había
osado, durante la guerra, suprim ir radicalm ente toda crítica,
a despecho del tem or que le inspiraban las masas. Yo daba el
ejemplo de Glemenceau, quien, cuando la línea del frente es­
tuvo no lejos de París— y precisam ente por esta razón— de­
nunció en su periódico la inconstancia de la política de guerra
del Gobierno francés. Se sabe que acabó por convencer al
Parlam ento, se convirtió en el jefe del Gobierno y aseguró la
victoria. ¿Dónde está la insurrección? ¿Dónde está el d erro­
tismo? ¿Dónde la inteligencia con el enem igo? Y recuerdo
tam bién otra que invocaba el ejemplo de Glemenceau en una
época en que creía posible la transform ación del sistem a gu­
bernam ental de la U. R. S. S. por medios pacíficos. Sigo siendo
partidario sin reserva de la U. R. S. S., es decir, de sus bases
sociales, tanto contra el imperialismo extranjero, como contra
el bonapartism o en el interior.
A propósito del “ derro tism o ” , el P rocurado r se refiere
prim eram ente a Zinoviev. después de Radek. testigos princi­
pales contra mí. Yo llamo a Zinoviev y a Radek contra la acu ­
sación. Y cito sus opiniones librem ente expresadas.
En la emocionante cam paña llevada a cabo contra la opo­
sición Zinoviev escribía al Gomité Central, el 6 de diciembre
de 1927:
Basta m encionar el artículo de u n tal K u z m in en la «K o m so m o ls-
kaia Pravda », artículo en el cual este M agistrado im p u esto a la ju v e n ­
tud. m ilita r... interpreta la alusión de T ro tsk y resp ecto a C lem en cea u
com o ten d en te a hacer fu sila r a los aldeanos en el fre n te en tiem pos
de g u erra ... ¿ Q u é es esto sino u na agitación therm idoriana, por no
decir digna de los «C ie n N eg ros» ?

Radek escribía entonces en sus tesis-programas:


... es preciso en la cu estió n de la guerra rep etir y recordar en n u es­
tra plataform a lo que hem os dicho ya en m u cha s ocasiones, a saber:
que nuestro E sta d o es u n E sta d o obrero aunqu e poderosas tend encia s
traten d e m odificar su carácter proletario. L a defensa de este E sta d o es
la de la dictadura del p roleta ria d o ... N o so tro s no debem os elu d ir la
cuestión planteada por el gru po de S ta lin cuando deform a la alusión de
T ro tsk y a Clem enc.eau, sino responder a C lem en cea u resp.ecto a T ro tsk y
claram ente: N osotro s d efen d erem o s la dictadura del proletariado in c lu ­
so bajo la dirección equivocada de la m ayoría actual, tal com o ya lo
222 STALIN Y SUS CRIMENES

habíam os dicho; pero la garantía de la ■victoria está en el enderezam ien­


to de los errores de esta dirección y en la aceptación de nuestra plata­
form a por el partido.

Los testimonios de Zinoviev y de Radek son doblemente


preciosos: por una parte, establecen la actitud de la Oposición
en la defensa de la U. R. S. S .; por otra, atestiguan que, des­
de 1927, el grupo Stalin deform aba de diversas m aneras mi
alusión a Glemenceau, a fin de atribuir a la Oposición tenden­
cias derrotistas. Cosa notable: Zinoviev iba más tarde a intro­
ducir dócilmente en sus abjuraciones la falsificación oficial de
la tesis de Clemenceau. El 8 de mayo de 1938, escribía: “ Todo
el Partido se b atirá bajo un solo hombre, bajo la bandera de
Lenin y de S talin ... Solamente, los despreciables renegados
tratarán de reco rdar la famosa tesis de C lem enceau” . Segura­
mente se encontrarán líneas análogas en los escritos de Radek.
El P rocurador no ha inventado nada, por lo menos esta vez.
No ha hecho más que aprovecharse procesalm ente de una cam ­
paña therm idoriana realizada contra la Oposición. ¡Toda la
acusación reposa sobre argum entos de tal bajeza! ¡Falsedades
y m entiras! ¡Mentiras y falsedades! Su fin: las ejecuciones.
J 2 a teo ría d e l « a m o tifia g e »

Algunos “ju r is ta s ” , de la clase de los que “ tragan saliva” ,


están inclinados a objetar que m i correspondencia no podría
ser prueba “ de d erec h o ” , ya que podría suponerse que fué es­
crita con la presunta idea de disimular mi verdadera form a de
pensar y de obrar. Este argum ento, sacado de la banal prácti­
ca criminalista, no es aplicable de n ingún modo a un proceso
político de gran amplitud. Con fines de “ cam ouflage” , se pue­
den escribir, cinco, diez, cien cartas. Pero es imposible m an­
tener, durante largos años, una correspondencia asidua sobre
las cuestiones más diversas con las gentes más diferentes,
próximas y alejadas, con la única intención de engañar a todo
el mundo. A las cartas hay que añadir los artículos y los libros.
Se puede consagrar al “ cam ouflage" el tiempo que queda dis­
ponible después de cum plir la tarea esencial. Pero no puede
seguirse una vasta correspondencia más que cuando interesa
su contenido y su resultado. Por eso, las num erosas cartas pe­
netradas com pletam ente de un espíritu de proselitismo. deben
revelar necesariam ente el verdadero rostro del autor y no la
m áscara del momento.
Pongamos un ejemplo en los dominios del arte. Suponga­
mos que el pintor Diego Rivera sea acusado de ser un agente
secreto de la Iglesia católica. Si yo fuera a investigar sobre una
calumnia de este género, invitaría prim eram ente a los intere­
sados a exam inar los frescos del pintor, dudando que puedan
encontrarse obras que expresen un odio más ardiente hacia
la Iglesia. ¡Y que un ju rista venga en seguida a decirnos que
Rivera pinaba tal vez sus frescos con el fin de disimular su
verdadero papel!
Nadie sabría servir, durante años enteros, bajo los golpes
de adversarios innum erables, la idea de la revolución in ter­
nacional. Nadie sabría, con fines de “ cam o uflage” poner “ toda
la sangre de su corazón, toda la fuerza de sus nervios en obras
científicas, artísticas o políticas. Los que saben lo que es el
trabajo creador, y en general, los hom bres de buen sentido
y de tacto no podrán hacer otra cosa que sonreír ante las ar­
gucias de los casuistas de la burocracia y el derecho, y pasarán
a otra cosa.
Recurramos, finalmente, a una aritm ética imparcial. Re­
sulta de los dos procesos de Moscú que mi actividad criminal
se redujo a dos entrevistas en Copenhague; dos , cartas a
Mratchkovski y otros; tres cartas a Radek; una carta a Piata­
kov; una carta a Muralov; una conversación de 20 a 25 m inu­
234 STALIN Y SUS CRIMENES

tos con Romm ; u na entrevista de dos horas con Piatakov. Esto


es todo. En total, las conversaciones y la correspondencia con
los conjurados no h an podido sumar, según sus propias decla­
raciones, más de 13 ó 14 horas. Ignoro el tiempo atribuido a
mis entrevistas con Hess y los diplomáticos japoneses. Añada­
mos otras doce horas. Obtendremos un total máximo de tres
días de trabajo. Pero, los ocho últimos años de mi destierro,
contaron alrededor de unos 2.920 días de trabajo. Los libros,
los artículos que he publicado y mis cartas que, por su exten­
sión y por su carácter, se acercan a los artículos, dem uestran
que no he perdido el tiempo. Así, llegamos a una conclusión
paradójica: resulta que yo habré empleado 2.917 jornadas de
trabajo en escribir libros, artículos y cartas consagrados a la
defensa del socialismo, de la revolución proletaria, a combatir
el fascismo y toda clase de reacción; habré tenido num erosas
entrevistas con este mismo objeto. Y, por otra parte, habré
consagrado tres días ¡tres días enteros! a conspirar en favor
del fascismo. A juzgar por los inform es de Moscú, mis cartas
y mis alocuciones orales al servicio del fascismo son de un a
extraña tontería. Los dos dominios de mi actividad, la política
y la secreta, son, pues, sum am ente desproporcionadas. Mi a c ­
tividad pública, es decir, hipócrita y destinada solamente al
“ cam o uflage” de la otra, resultaría cuantitativam ente y, casi
me atrevo a creer, cualitativamente, mil veces más grande que
mi actividad secreta, es decir, “ v e rd a d e ra ” . Según ellos, yo
he construido, un rascacielos para ocultar u n ratón muerto.
Esto no es nada convincente.
ó/ p o rq u é d e esto s p ro ce so s

Un escritor am ericano me decía: “ Yo no me resigno a


creer que usted haya sido aliado de los fascistas; pero tam po­
co puedo creer que Stalin haya cometido un a falsedad tan
m o n s tru o s a ” . Yo no he podido hacer otra cosa más que com­
padecer a m i interlocutor. En efecto, es difícil resolver este
problem a abordándolo desde el único punto de vista- de la
psicología individual, haciendo abstracción de su aspecto po­
lítico. No puedo negar el papel del factor individual en la His­
toria. No es un azar que Stalin y yo nos encontrem os en nues­
tros puestos respectivos actualm ente. Nosotros nos hemos co­
locado en este dram a como los representantes de ciertas ideas,
de ciertos principios, que, a su vez, tienen profundas raíces.
Es preciso, pues, considerar la abstracción psicológica de
Stalin— “ el h o m b r e ”'— y tam bién el personaje histórico real
— el jefe de la burocracia soviética— pues los actos de Stalin
no son comprensibles más que si se parte de las condiciones
de existencia de la nueva clase social privilegiada, ávida de
poder y de goces, que lu d í a por defender sus posiciones, teme
a las masas y profesa un odio mortal a toda oposición.
Cuanto más brutal es el descenso de la Revolución de Oc­
tubre, más se descubre toda la m entira social de la situación
actual y cuanto más tienen que ocultar el hecho los “ aprove­
ch ad o s” , tanto más grosera se hace la m entira term idoriana.
No se trata de la culpabilidad individual, sino -de la situación
viciosa de todo un grupo social, p ara el cual la m en tira h a lle­
gad”; a ser un a función política vital.
Las fórmulas marxistas. que expresan los intereses de las
masas, molestan tanto a la búrocracia, porque la hieren inevi­
tablem ente.
Las obras consagradas a la historia del Partido, a la Revo­
lución de Octubre, a Lenín. han sido retocadas todos los años.
Yo he formulado a menudo ejemplos de los arreglos verifica­
dos en las obras de Lenín. Centenares de jóvenes estudiosos y
millares de periodistas se saturaron del espíritu de la falsifica­
ción. El que se resistía era ahogado. Y esto sucedía en mayor
escala con los propagandistas, l o s . funcionarios, los jueces,
para no hablar de los jueces de Instrucción de la G. P. U. Las
incesantes depuraciones del Partido tendían sobre todo a eli­
m inar el trotskism o; se llamaba trotskistas, igual a los obreros
descontentos que a los escritores; a todos los que exponían
honradam ente los-hechos de los textos históricos en co ntra­
dicción con los últimos modelos oficiales. La atm ósfera espi­
22Ó STALIN Y SUS CR' IMB N E S

ritual del país está com pletam ente emponzoñada de falsedades


y de imposturas.
Se agotaron en seguida las posibilidades. Las falsificaciones
teóricas e históricas no alcanzaban ya su objeto. Las represio­
nes burocráticas necesitaban una justificación más maciza. Las
acusaciones criminales vinieron a apoyar las falsificaciones
literarias.
Mi destierro de la U. R. S. S. fué motivado oficialmente
por no sé qué “ preparación de in su rrecc ió n ” en la que había
tomado parte. Pero se abstuvieron de publicar esta inculpa­
ción. Esto podrá p arecer hoy increíble, pero desde 1929, en­
contramos en la prensa soviética las acusaciones de “ sabota­
j e ” , de “ esp ion aje” , de “ organización de d escarrilam ientos” ,
formuladas contra los trotskistas. Sin embargo, no hubo un
proceso. Se lim itaron a la calumnia impresa, esto tenía su im ­
portancia como preparación para futuras falsedades judicia­
les. Se necesitaban, para justificar las represiones, acusacio­
nes em busteras. E ra preciso, para dar paso a la m en tira y h a­
cer las represiones más severas todavía. Esta lógica del com­
bate colocó a Stalin en el camino de las sangrientas combi­
naciones judiciales.
La autoridad moral de los jefes de la burocracia, y la de
Stalin sobre todo, reposa sobre un prodigioso edificio de m e n ­
tiras y falsificaciones, edificado durante largos años. La autori­
dad m oral de la Internacional Comunista reposa com pleta­
m ente sobre la de la burocracia moscovita. A su vez, la autori­
dad del Komintern y su apoyo son necesarios a Stalin ante los
obreros rusos. Esta torre babilónica, cuya vista aterroriza a sus
propios constructores, se erige en la U. R. S. S. sobre u n sis­
tem a de coacción sum am ente despiadado; y, fuera de la
U. R. ,S- S., sobre una vasta organización que gasta el dinero
de los obreros y de los aldeanos soviéticos en empozoñar la
opinión internacional por medio de la mentira, de la falsifica­
ción y del chantaje.
Mañana sabremos nuevas indignidades im putadas a los
trotskistas en España; no dejarán de acusarlos de sostener,
directa o indirectam ente, a los fascistas. (1 ). Ya nos han lle­
gado ecos de esta baja calumnia. Mañana sabremos que los
trotskistas de los Estados Unidos preparan catástrofes ferro­
viarias y el bloquo del ca-nal del Panam á en interés del Japón.
Pasado m añana sabremos que los trotskistas m ejicanos pien­
san en la restauración de Porfirio Díaz. Pero, ¡hace ya mucho
tiempo— me dirán ustedes— que han enterrado a Díaz! Los fa-

(i) En efecto. E l asesinato de Nin, el proceso del P. O. U. M. y, antes dé


eso, la^ eliminación de L argo Caballero del Poder, son hechos que confirma la
suposición de T rotsky.
L E O N T R O T S K Y 227

tric a n te s de combinaciones de Moscú no se apuran por tan


poca cosa. Nada les detiene. P ara ellos no hay barreras ni en
el sentido político ni en el sentido moral. Los emisarios de la
<}. P. U. están a la caza en todos los países del viejo y del
nuevo mundo. No les falta dinero. ¿Qué significa, para la
pandilla dirigente, un gasto de veinte o veinticinco millones de
dólares cuando se trata de su autoridad, de su poder? Com­
pran las conciencias, como si fueran patatas. Ya lo hemos vis­
to muchas veces.
J 2 a d e c a p ita c ió n d e l E jé r c ito ^IQojo

¿S erá necesario analizar de nuevo los detalles, com probar


el relato de los informes, recoger los mentís, exam inar la im ­
postura al microscopio? Stalin se da a sí mismo m entís n u ­
merosos.
La “ vieja g u a rd ia ” , en nom bre de la cual se abrió en 1923
la lucha contra el trotskismo, estaba políticamente liquidada
desde hacía tiempo. Su exterminio físico se verifica actual­
m ente al modo staliniano. que une una ferocidad sádica a un a
m inuciosidad burocrática. Pero sería demasiado superficial
explicar los procedimientos de asesinato y de suicidio emplea­
dos por Stalin por el solo am or al poder, la crueldad, el hum or
vengativo o cualquier otra tara del hombre. Un régim en que
•está obligado a poner ante los ojos del mundo una im postura
•sobre otra agrandando autom áticam ente el círculo de sus víc­
timas, es un régim en condenado.
Recientes experiencias obligaron a Stalin a renunciar a los
procesos “ P úblicos” . La explicación oficial de este hecho es
que el país tiene “ tareas más im p o rtan tes” . Es el argum ento
de los “ am igos” extranjeros de la U. R. S. S., que se oponen a
los contraprocesos. Sin embargo, continúan descubriendo en
todos los lugares de la U. R. S. S., escondrijos del “ trotskismo,
sabotaje y esp io naje” . Desde prim eros de mayo hasta el mo­
mento en que escribo esto, en junio del 37, 83 “ tro tskistas”
han sido pasados por las arm as en el Extremo Oriente. Esto
continúa. De los procesos, no dice nada la prensa: incluso
tampoco m enciona los nom bres de los fusilados. ¿Quiénes
son? Sin duda, hay entre ellos u n cierto núm ero de espías;
estos últimos no faltan en el Extremo Oriente. Los demás son
de la Oposición, descontentos y los que se en cuentran incómo­
dos. En tercer lugar, provocadores que han asegurado la unión
entre los pretendidos “ trotsk istas” y los espías, que se convier­
ten así en testigos indeseables. Cuarta categoría, cada vez m a­
yor: los parientes, los amigos, los subordinados, los conocidos
de los fusilados; todos los que conocen la im postura y que son
capaces, si no de protestar, por lo menos de contar lo que
saben.
¿Qué ocurre en el país, sobre todo en las regiones aleja­
das, donde el asesinato legal reviste un carácter anónimo?
Puede uno figurárselo al considerar lo que pasa en los medios
dirigentes. Stalin no ha logrado hacer su proceso público con­
tra Rykov y Bujarin, al negarse los dos acusados a “ confesar
sus c rím e n e s ” . Ha sido preciso dedicarse a darles una “ educa-
22Q
L E O N T R O T S K Y

ción” com plementaria. (1 ). Después de ciertas indicaciones,


Rykov y Bujarin. al antiguo jefe del Gobierno y el antiguo jefe
de la Internacional Comunista, h an sido condenados a ocho
años de reclusión, incomunicados, como lo fué Kamanev en
julio de 1935, después de los procesos espectaculares. Este
solo recuerdo nos induce a considerar la condena infligida a
Rykov y a Bujarin como provisional. La prensa, dirigida por
un tal Mekhlis, personaje arrogante e ignorante que fué el
secretario personal de Stalin, exige el “ exterm in io” de estos
enemigos del pueblo. Lo más asombroso— si puede uno perm i­
tirse el lujo de asom brarse— es que Rykov y Bujarin sean cali­
ficados de “ tro tsk istas” , cuando la Oposición de izquierda no
ha cesado nunca de dirigir principalm ente su fuego contra la
derecha del Partido, de cuya derecha eran jefes Rvkov y Bu­
jarin. En la lucha contra el trotskismo, Bujarin sólo propor­
cionó algo parecido a una doctrina, durante algunos años. P a­
rece, sin embargo, que las num erosas obras consagradas por
Bujarin a com batir el trotskismo, y que sirvieron para la edu­
cación de los funcionarios de la Internacional Comunista, te ­
nían como fin real disminuir la colaboración oculta de B uja­
rin con los trotskistas en el terrorismo, lo mismo que si afir­
masen que el arzobispo de Canterbury no ejercía sus funcio­
nes más que para “ co m u flar” m ejor su propaganda a te a ...
Pero, ¿quién se asom bra hoy de sem ejantes cosas? Los que
conocen el pasado, son suprimidos o reducidos al silencio con
una amenaza de supresión. Los asalariados de la Internacio­
nal Comunista, que se arrastrab an delante de Bujarin hace
pocos años, exigen ahora que se le crucifique como a un
“ tro tsk ista” enemigo del pu eb lo” .
La “ vieja g u a rd ia ” , es decir, la generación bolchevique
form ada en la ilegalidad bajo el antiguo régimen, está total­
m ente liquidada. El fusil de la G. P. U. apunta ya hace tiempo
sobre la generación siguiente, que comenzó su carrera du ran­
te la guerra civil. Es verdad que se ha visto figurar en los pro­
cesos, al lado de los viejos bolcheviques, acusados más jóve­
nes, personajes secundarios, que eran de necesidad para la
combinación. La depuración de los de cuarenta años, es decir,
de la generación que ayudó a Stalin a desembarazarse de la
vieja guardia, se ha hecho sistemática. No se trata ya de per­
sonajes ocasionales, sino de estrellas de segundo orden.
Postychev llegó a Secretario del Comité Central por su
celo en com batir al trotskismo. Es él quien, en Ukrania, en
1933, depuró el Partido y la adm inistración de “ nacionalis­
ta s ” , y obligó al suicidio, a fuerza de perseguirle, al Comisario

(i) En efecto. Comparecieron en 1938. Sus declaraciones fueron tan asombro-


sas como las de los reos de los procesos anteriores.
230 STALIN Y SUS CRIMENES

del pueblo Skrypnik “ acusado de h aber protegido” a estos


nacionalistas. Este suicidio extrañó tanto más al Partido, cuan­
to que el año precedente había sido celebrado en Moscú y en
Kharkov el sesenta aniversario de Skrypnik, antiguo bolche­
vique, miembro del Comité Central y stalinista acérrimo. \ o
escribía a este propósito en octubre, de 1983: “ Que^ el sis­
tem a staliniano tenga necesidad de sem ejantes sacrificios, nos
revela la serie de contradicciones que hay en sus propios m e ­
dios dirigentes” . “ Boletín de Oposición” núm. 36-37).
Cuatro años más tarde, se supo que Postychev, que llegó
a ser el dictador de Ukrania, protegió tam bién a los naciona­
listas; se le vio alejarse caído en desgracia, hacia el Volga.
Hay motivos para creer que no estará allí mucho tiempo. T a­
les arañazos no se cicatrizan ya. ¿Se suicidará Postychev?
¿Se confesará autor de crím enes que no ha cometido? Ya no
hay salud posible para él.
El Presidente del Ejecutivo Central de la Rusia blanca,
Tcherviakov. se ha suicidado. Había estado ligado a los dere­
chistas. pero d e : le hacía mucho tiempo se había unido públi­
cam ente a los perseguidores de sus antiguos amigos políticos.
El comunicado oficial n s dice, púdicamente, que Tcherviakov,
a quien la Constitución atribuye los mismos derechos que a
Kalinin. ha puesto fin a sus días “ por razones de fam ilia” .
Stalin no se atrevió a llam ar “ agente de A lem an ia” a uno de
sus jefes de Estado. Pero los Comisarios del pueblo, que eran
amigos de Tcherviakov. han sido detenidos en Minsk. Estos,
¿tam bién "por razones de fam ilia” ? Si es preciso considerar
la burocracia como u na familia, es necesario tam bién conve­
nir en que esta familia ha entrado en una fase de profunda
descomposición.
Infinitamente más asombrosa (una vez más, si es que pue­
de uno ya aso m b rarse), es la carrera de Jagoda, que fué du­
rante diez años el hom bre más próximo a Stalin. Stalin no con­
fiaba a ninguno de los m iembros del “ Bureau P o lítico” los se­
cretos que confiaba al jefe de la G. P. U. Que este último era
un vil. todo el mundo lo sabía. Pero después de todo, no se di­
ferenciaba m uy sensiblemente de todos sus demás colegas.
Además, precisam ente necesitaba Stalin un redomado canalla
para llevar a cabo las más tenebrosas misiones. Toda la lucha
contra la Oposición, esta cadena ininterrum pida de im posturas
y de falsedades, fué obra de Jagoda, bajo la dirección perso­
nal de Stalin. Y este guardián del Estado, que exterminó al vie­
jo Partido, se revela como un “ g a n s te r” y como un traidor. Se
le encarcela. ¿Declarará o no declarará, según el rito que él
mismo ha inventado? Su destino no será modificado. La p ren ­
sa mundial discute, sin embargo, la cuestión de saber si é]
estaba o no en inteligencia con los... trotskistas. ¿Por qué no?
Desde el mom ento en que Bujarin no se m anifestaba contra
L E O N T R O T S K Y 231

el trotskismo más que para ocultar m ejor su inteligencia con


él, Jagoba ¿no podía con la m ism a intención exterm inar física­
m ente a los trotskistas? ( 1 ).
Pero las cosas más desconcertantes ocurren en el ejército
comenzando por el Alto Mando. Después de haber decapitado
el Partido y los cuadros del Estado, Stalin decapitó el ejército.
El Mariscal Tukhatchevski, cubierto de gloria hasta aquí,
el 11 de mayo es relevado de sus funciones como Comisario del
Pueblo adjunto de Defensa de U. R. S. S. y trasladado a un
puesto de mando secundario en provincias. Los com andantes
de las regiones militares y otros generales bien reputados, son
desplazados en días sucesivos. El 16 de mayo, un decreto res­
tablecía los Consejos Regionales. Era evidente que los círculos
dirigentes habían entrado en conflicto con el Alto Mando.
Yo había creado los Consejos revolucionarios del ejército du­
rante la guerra civil. Estaban formados por el Comandante del
Ejército y dos o tres Comisarios políticos. Aunque el jefe m i­
litar asum ía form alm ente toda la autoridad, sus órdenes no
eran ejecutadas más que cuando estaban avaladas por los Co­
misarios políticos. La necesidad de estas precauciones, que
nosotros considerábamos como un mal inevitable, estaba dic­
tada por la insuficiencia num érica de mandos seguros y por la
desconfianza de los soldados con respecto a los m ejores jefes.
La form ación de oficiales rojos debía perm itirnos, con el tiem ­
po, liquidar estos Consejos y r e s t a b l e c e r l a autoridad de los
jefes sin restricciones. Prunze. que me sucedió en 1925 a la
cabeza de la organización de la Defensa, apresuró el resta­
blecimiento de la unidad del Alto Mondo. Vorochilov perseveró
en el mismo sentido. Parece que la U. R. S. S. haya tenido
bastante tiempo para form ar oficiales y rem ediar la penosa
necesidad de hacerlos controlar por Comisarios.
Desde la destitución de Tukhatchevski, los iniciados se
p reg u n ta n quién va a dirigir los servicios de la defensa. El m a ­
riscal Egorov, llamado a suceder a Tukhatchevski, es un te ­
niente coronel del tiempo de la guerra civil, de una cierta m e­
diocridad. El nueve jefe de Estado Mayor, Chapochnikov, es un
oficial instruido y aplicado del antiguo ejército, pero sin dones
estratégicos y desprovisto de iniciativa. ¿Vorochilov? Esto no
es un secreto: “ El “viejo bolchevique” Vorochilov, es una
personalidad puram ente decorativa. En vida Lenín, nadie h u ­
biera tenido nunca la idea de introducirle en el Comité Cen­
tral. Durante la guerra civil, dió pruebas, al mismo tiempo de
un innegable valor personal, de una incapacidad m ilitar y
adm inistrativa total, completada por una estrechez de juicio
com pletam ente provinciana. Sus únicos derechos para llegar

(1) Prrece abstrdo. en efecto; pero fue una realidad.


232 STALIN Y SUS CRIMENES

al “ Bureau P olítico” y al Comisariado del Pueblo de Defensa,


provienen del hecho de que en Tsaritsyn, en 1918-1919, en la
época de la guerra contra los cosacos, apoyó a Stalin, cuando
este último se oponía a la política de guerra que nos aseguró
la victoria. Ni Stalin ni los demás m iembros del “ Bureau Po­
lítico se hacen ilusiones sobre el talento militar de Vorochilov.
Se esfuerzan por rodearle de colaboradores de calidad. Tuchat-
chevski y Gamarnik han sido los verdaderos dirigentes del
ejército en el curso de los últimos años.
Ni uno ni otro pertenece a la “vieja g u ard ia” bolchevique.
Ambos habían comenzado su carrera durante la guerra civil,
no sin que el autor de estas líneas fuera en ella alguna cosa...
Tukhatchevski dió. indudablemente, pruebas de un gran ta­
lento estratégico. No obstante, su capacidad de apreciar una
situación bajo sus múltiples aspectos le hacía fallar a veces.
Su estrategia fué siempre un poco aventurera. Por esta razón,
tuvimos muchos amistosos desacuerdos. Tuve igualm ente que
criticar su tentativa de crear un a “ nueva doctrina de la gue­
r r a ” im pregnada de un precoz marxismo. No olvidemos que
Tukhatchevski era muy joven y, que acababa de pasar, de un
salto, del medio de los oficiales de la Guardia al bolchevismo.
Parece ser que después hizo estudios concienzudos, si no mar-
xistas (nadie hace estudios marxistas en la U. R, S. S .), por
lo menos militares. Llegó a com prender la técnica m oderna y
defendía, no sin éxito, la “ m ecanización” del ejército. ¿Había
logrado adquirir el equilibrio interior sin el cual no es posible
conseguir ser un gran capitán? La guerra, en la cual le estaba
reservado el mando supremo, nos hubiera podido aclarar este
punto.
Gamarnik procedía de una familia jud ía ukran iana; se
destacó en su país durante la guerra civil por sus cualidades
de político y de adm inistrador, aunque era algo provinciano.
Yo oí hablar de él en 1924, como de un “ tro tsk ista ” ukrania-
no. No tuve ningún contacto personal con él. El triunvirato
que dirigía entonces el partido (Zinoviev, Stalin, Kamenev)
se esforzaba por a rran ca r a los trotskistas más capacitados de
los medios que les eran habituales, enviándolos a regiones
donde eran nuevos, para seducirles, en cuanto era posible,
dejándoles entrever hermosas carreras. Gamarnik partió de
Kiev para el Extremo Oriente, donde hizo una rápida carrera
, y rompió resueltam ente con el “ trotskism o” en 1929, es
decir, dos o tres años antes de las capitulaciones de los acusa­
dos más notables de los últimos procesos. Lograda su reedu­
cación, se le llamó a Moscú para ponerle al frente del Servi­
cio Político del Ejército y de la Flota. Durante diez años,1
Gamarnik ocupó los puestos más im portantes, en el mismo
corazón del Partido, colaborando diariam ente con la G. P. U.
¿Es concebible que él hiciera en estas condiciones dos poli-
L E O N T R O T S K V

ticas distintas, una exteriorm ente y otra para sí mismo? Miem­


bro del Comité Central, uno de los más altos representantes
del Partido en el Ejército, Gamarnik, como Tukhatchevski,
pertenecía hasta la m édula de los huesos a la casta gober­
nante.
¿Por qué, entonces, estos dos jefes del Ejército han caído
bajo el golpe de la represión? Zinoviev y Kamenev perecieron
porque su pasado parecía hacerles peligrosos y, sobre todo,
porque, al fusilarlos, Stalin esperaba dar u n golpe m ortal al
“ tro tskism o” . Piatakov y Radek, ex-“ tro tsk istas” conocidos,
han parecido ser los personajes más apropiados para figurar
en un segundo proceso destinado a rep arar el mal efecto del
primero, demasiado groseram ente montado. Ni Tukhatchevski
ni Gamarnik hubieran sido aptos para esto. El prim ero no
había sido jam ás “ tro tsk ista” ; el segundo había rozado el
“ tro tskism o” en una época en que era desconocido por mí
mismo. ¿Por qué recibió Radek la orden de m encionar a T uk ­
hatchevski en la audiencia? Por qué Gamarnik se convirtió,
desde su fin misterioso, en un enemigo del pueblo?
Gamarnik había tomado una parte influyente en todas las
depuraciones del ejército, haciendo en estas circunstancias
todo lo que se exigía de él. Se trataba, esto es verdad, de opo­
sicionistas, de descontentos, de sospechosos y, por consecuen­
cia, de los intereses del “ E sta d o ” . Por el contrario, en el
transcurso del último año, fué preciso cazar en el ejército
hom bres com pletam ente inocentes, en razón de las relaciones
que les habían permitido el acceso a ciertas funciones, o
porque el azar les hacía utilizables para las escenas judiciales
que se preparaban. Gamarnik y Tukhatchevski estaban unidos
a algunos de estos oficiales superiores por los lazos de amisr
tad o de camadería. Gamanik. jefe del Servicio Político, debía
entregar sus colaboradores a Vichinski y participar después
en la fabricación de acusaciones falsas contra ellos. Lo pro­
bable es que se resistiera a la G. P. U. y se quejara de Iéjo v...
a Stalin. Esto bastaba para perderle. Movidos por los intere­
ses de la defensa, los jefes de las regiones militares, y más
generalm ente, los jefes del ejército han podido intervenir en
favor de Tukhachevski. Los cambios y arrestos del mes de
mayo y de principios de junio no se explican nada más que por
el pánico de los dirigentes. Gamarnik se suicidó o fué asesi­
nado el 31 de mayo. Apenas llegan a sus nuevos puestos los
jefes de las regiones, cuando son detenidos y juzgados. Son'
arrestados: Tukhatchesvi, que acaba de ser nom brado para
Sam ara; Yakir, nombrado para Leningrado; Uborevitch, que
m anda la circunscripción militar de la Rusia blanca; el jefe
de la. Academia militar, Kork; el jefe del Servicio de los Cua­
dros del ejército, Feldm an; el jefe del “ Ossoavaikim” . Evde-
m an; Putna, ex agregado militar en el Japón y en Inglaterra,
234 STALIN Y SUS CRIMENES

así como el general de Caballería Primakov. Los ocho fueron


condenados a la pena capital y pasados por las armas.
El ejército tenía que ser cambiado hasta la médula. ¿Cómo
y por qué han perecido los jefes, ya legendarios, de la guerra
civil, los m ejor dotados enire los capitanes y organizadores,
los jefes de un ejército que ayer eran la esperanza y el sostén
del régim en? Recordemos en dos palabras a cada, uno de ellos.
Si Tukhatchevski, joven oficial del ejército imperial, se había
hecho bolchevique. Yakir, joven estudiante tuberculoso, había
llegado a ser jefe en el Ejército Rojo. Desde sus prim eros
pasos, Yakir había revelado la imaginación y la iniciativa de
un estratega: I ? v i e j o ; oficiales consideraron más de una vez
con asombro a — e mezquino Comisario que con la punta de
una cerilla trnzal a un m apa: Yakir había tenido ocasión de
probar su dev. luci :>n a la Revolución y al Partido de m anera
mucho m á í lirecta que Tukhatchevski. Una vez term inada \s
guerra civil, había hecho estudios serios. La autoridad de qu©
gozaba era grande y merecida. A su lado puede nom brarse uno
de los jefes m e n o ; brillantes, pero bien probado y seguro:
Uboreviteh. Yakir y ' vitch estaban encargados de las de­
fensas de la; fronteras occidentales; desde hacía años se
preparaban para la fu tu ra gran g u erra (1 ). Kork, procedente
de la Academia de Guerra del antiguo régimen, había dirigido
un ejército con éxito sobre los campos de batalla; después de
haber m anda una r e s ion militar, sucedió a Eydeman, al fren­
te de la A c á : mía de Guerra. Eydeman había pertenecido al
círculo de Frtinze. Dirigía desde hacía años la “ Ossoaviakim” .
Putna. joven 2 en eral instruido, sabía concebir las cosas al
estilo internacional. Feldm an estaba encargado de la inspec­
ción del Alte Mando, lo que da idea de la confianza de que
gozaba. P - de Budienny, Primakov era indudablem ente
el más célebre de los jefes de la Caballería roja. Puede decir­
se, sin tem or exagerar, que no queda ya en el Ejército rojo
-— con la única excepción de Budienny— un solo hom bre qxie
pueda c o m p a S r;e le . en cuanto a popularidad— para no hablar
de talento ni de conocimientos— , con los ocho jefes decre­
tados crim inrles. ;E1 alto mando del Ejército rojo ha sido
decapitado con una destreza que raya en lo perfecto!
La organización del proceso m erece una gran atención:
presidido por un bajo funcionario, UUrich, varios generales,
con Budienny a la cabeza, se han visto obligados a pronunciar
contra sus com pañero; de arm as el veredicto dictado por
Stalin. ¡Diabólica prueba de fidelidad! Los supervivientes es-

(1) Evidentemente que no fueron espías de Aíemania. L a falta de información


del Estado M ayor alemán sobre la preparación militar soviética se evidenció en la
guerra. Si ellos informaban a alguien, no era precisamente al Eje. ¿ A quién, pues?
L E O N T R O T S K Y 235

tan ya sometidos a Stalin para siempre por la vergüenza quss


les ha infligido (1 ). Pero la intriga llega más lejos todavía.
Stalin tem e tam bién a Vorochilov. El nom bram iento de Bu-
dienny para m andar la región de Moscú nos lo prueba. Anti­
guo suboficial de Caballería, Budienny siempre despreció el
diletante militarismo de Vorochilov. Cuando estuvieron juntos
en Tasaristyn, llegaron más de una vez a am enazarse con sus
revólveres. Sus grandes carreras han atenuado las expresiones
de su hostilidad, sin anularla.
La acusación de inteligencia con A lem ania lanzada contra
Tukhatchevski, Yakir y los demás fusilados es tan tonta e
indigna que m erece siquiera refutación. Stalin no sospechaba,
por otra parte, que dieran crédito en el extranjero a sus abo­
minables calumnias. Necesitaba justificar ante los obreros y
loa aldeanos, por medio de argum entos susceptibles de causar
impresión, el asesinato de hom bres de iniciativa y de talento.
El cuenta con el efecto hipnótico de una Prensa y de una
T. S. H. totalitarias.
¿Cuáles han sido las verdaderas causas de la ejecución de
los m ejores generales soviéticos? A este respecto no puede
uno sino entregarse a conjeturas justificadas por indicios di­
rectos e indirectos. Al aproxim arse la am enaza de guerra, los
jefes militares más autorizados no podían ver sin inquietud
que Vorochilov perm aneciese en la cabeza de las fuerzas arm a­
das. No hay lugar para dudar de que estos círculos se propo­
nían reem plazar a Vorochilov por Tukhatchevski. El “ com ­
p lo t” de los generales debió buscar, en su prim era fase, el
apoyo de Stalin, que ju g ab a desde hacía m ucho tiempo su do­
ble juego acostum brado, explotando la rivalidad de Tukha-
chevski y Vorochilov. Tukhatchevski y sus partidarios estim a­
ban visiblemente sus fuerzas en más de lo que valían. Puesto
en el caso de tener que escoger, Stalin prefirié a Vorochilov
que, hasta entonces, no era para el más que un instrum ento
dócil, y se desembai’azó de Tukhatchevski, capaz de convertir­
se en un rival. Engañados en sus esperanzas y contrariados por
la “ traició n ” de Stalin, los generales podían tra ta r de sustraer
el ejército de la tutela del “ Bureau P olítico” . De ahí a un
complot verdadero faltaba mucho todavía. Pero en un régim en
totalitario este era el p rim er paso hacia un complot.
Considerando bien el pasado de los fusilados y su carácter,
resulta difícil adm itir que hayan estado unidos por u n progra­
m a político. Muchos de ellos, por el contrario, y sobre todo
Tukhatchevski, podían tener su program a de defensa del país.
No olvidemos que después del advenimiento de Hitler, Stalin
hizo todo cuanto pudo por m an tener relaciones amistosas con

(i) Técnica masónica; se conoce con el nombre de “ prueba de fidelidad” .


236 STALIN Y SUS CRIMENES

Alemania. Los diplomáticos soviéticos no escatim aron al fas­


cismo sus declaraciones amables, que hoy adquieren una reso­
nancia escandalosa. Stalin form ulaba así la filosofía de su
política:

A n te todo salvaguardar la con stru cción del socialism o en nuestro


país. E l fascism o y la dem ocracia son g em elo s en v e z de contrarios.
Francia no nos atacará; la am enaza de A lem a n ia p u ed e pararse cola­
borando con ella.

A su señal, los jefes del ejército se esforzaron por m a n te­


ner relaciones cordiales eos los agregados militares alemanes,
con los ingenieros, con los industriales, sugiriéndoles la idea
de una colaboración posible. Ciertos generales aceptaron gus­
tosos esta política que la técnica y la “ disciplina” de Alema­
nia les imponía demasiado.
Stalin quiso com pletar las relaciones “ am istosas” con Ale­
mania por medio de un acuerdo defensivo con Francia. Hitler
no podía consentirlo.
Si se admite que Tukhatchevski perm aneció fiel hasta el
último m om ento a la orientación alem ana (y yo no estoy del
todo convencido), no es cierto que lo fuera como agente de la
Alemania de Hitler, sino como un patriota soviético, inspirado
en consideraciones económicas y estratégicas, que hasta hacía
poco habían sido tam bién las de Stalin. Los generales debían
sentirse personalm ente ligados por las declaraciones, am isto­
sas que habían tenido que hacer con respecto a Alemania. Es
posible que Vorochilov que, como m iem bro del “ Bureau Polí­
tic o ” , conocía desde el principio el cambio de orientación de
la política soviética, haya dejado a sabiendas a Tukhatchevski
salirse de los límites de la disciplina política y militar, parai
exigir en seguida, con la brutalidad que le es característica,
un brusco cambio de dirección. La cuestión de saber al lado
de quién m archar, si con Alemania o con Francia, se había:
transform ado así en otra: Quién dirige el ejército, Vorochi­
lov, miembro del “ Bureau P olítico” , o Tukhatchevski, sosteni­
do por lo m ejo r del alto mando? Pero, ya no se trataba de la
opinión política, ni del Partido, ni del Soviet; el régim en ha
perdido toda huella de elasticidad; toda cuestión grave es con­
testada a tiros.
¿Cuál era la actitud de los generales fusilados respecto de
la Oposición de izquierdas? Los periódicos de Moscú h an ca­
lificado a Gamarnik de “ tro tsk ista” , después de su muerte.
Algunos meses antes, P u tn a había sido tam bién mencionado
en el curso de los procesos de Zinoviev y Radek. Algunos otros
no recibieron este terrible calificativo ni antes del proceso ni
L E O N T R O T S K Y 237

en el proceso mismo, ya que ni los jueces ni los acusados es­


taban obligados a llevar la comedia hasta tal extremo. ( 1 ).
Lo que impidió que transform aran a Tukhatchevski, Yakir,
Uborevitch y Eydem an en trotskistas, fué la ausencia del m e­
nor pretesto y el tem or de dar demasiada im portancia al trots­
kismo en el ejército. Pero el comunicado de Vorochilov, publi­
cado al día siguiente de la ejecución, calificó a los asesinados
de trotskistas. Se ve que la im postura tiene su lógica. Si los
generales, como los trotskistas, han servido a Alemania con el
fin de restau ra r el capitalismo, Alemania no ha dejado de u nir
sus esfuerzos sin un interés. El “ tro tsk ism o ” , naturalm ente,
ha llegado a ser un noción general que abarca a todos los que
deben desaparecer.
El sentido político del asesinato está, claro. Si Stalin hubie­
ra querido salvar a los generales, tuvo m uchas oportunidades
de ofrecerles salidas aceptables. No ha querido. Tiene miedo
a p arecer débil. Tiene miedo al ejército. Tiene miedo a su pro­
pia burocracia.
Stalin, m ejo r que ningún otro, deduce que, después de la
asfixia de las masas y de la exterminación de la vieja guardia,
la salud del socialismo radica en él sólo.
No puede dejar de tem er la resistencia pasiva de la b uro­
cracia y,.sobre todo, del ejército a sus designios de cesarismo.
Antes de rodar al abismo, tratará de exterm inar a los mejores
servidores del Estado.

(1) Gamarnik era ju d ío ; consta indudablemente, Putna es posible que lo fue­


ra, pero no puede afirmarse. Este fué agregado militar a la Embajada soviética
de Londres. Tukhatchevski también visitó Londres y París... Es raro qué se pu­
sieran al servicio de los fascistas, cuando tan fácil les hubiera sido servir a las
democracias... ;N o sería precisamente con ellas su contacto? Si la realidad era
ésta, nos explicamos -perfectamente su eliminación, aun no explicada. No podían
tener mando, ni jerarquía militar para que fuera posible firmar un día el pacto
germano-soviético, dirigido contra las “ democracias” , sus amigas. Si Stalin los
fusila, acusándolos de espías hitlerianos, es por una necesidad política del instante
que su mentalidad policíaca le dicta. Es “ oficialmente” aliado de Francia y, para
mejor poder luego traicionarla, es necesario no quebrantar su confianza. Que crea
que si fusila a espías no es por ser espías de la nación “ oficialmente aliada” , sino
éspías de la nación “ oficialmente enemiga” . A sí ha de ser si su política ha de
servir a su fin real, opuesto al oficial. Bastará con la explicación, pues ya los
hechos la dieron sobrada.
CS ta lin b a jo s u s p r o p ia s /a i se d a d es

Durante el proceso de Moscú, Stalin se m antenía clara­


m ente a distancia. Se dijo que había salido para el Gáucaso.
Eso sería muy de su estilo. Vichinski y la “ P ra v d a ” recibieron
entre bastidores sus instrucciones. Pero el jaleo del proceso
ante la opinión internacional, y la duda y ansiedad crecientes
en la U. R. S. S., obligaron a Stalin, sin embargo, a m anifes­
tarse abiertam ente. Pronunció el 3 de marzo, ante el Comité
Central un discurso, publicado luego en la “ P ra v d a ” , después
de una revisión atenta. Imposible hablar de su valor teórico;
este discurso se coloca más allá de toda teoría y aún de toda
política en el sentido real de estas palabras. Eso sólo un ejem ­
plo de la m anera de beneficiarse de las falsedades anteriores
y prep arar otras nuevas.
Stalin empieza definiendo el “ trotsk ism o ” diciendo que lo
fué hace siete u ocho años una tendencia política del movi­
miento obrero, es hoy una banda furiosa de saboteadores y
destructores al servicio del enemigo, de espías, de a s e s in o s ...”
Desde la segunda m itad de 1927, la G. P . U. pretende ligar a
trotskistas, poco conocidos a los “ blancos” y a los agentes del
extranjero. La “ P ra v d a ” para justificar la ejecución de Blum-
kin, de Silov y de Rabinoyitch, im putaba en 1929 a los trots­
kistas la organización de las catástrofes en los ferrocarriles.
Oposicionistas deportados fueron acusados, en 1930, de es­
pionaje y de haberse relacionado con el enemigo. En 1930-32,
la G. P. U. pretendió obtener de los oposicionistas poco cono­
cidos “ declaraciones” sobre la preparación de atentados. Yo
he sometido a la Comisión de encuesta de Neva York los do­
cum entos sobre estos prim eros bosquejos de las futuras falsi­
ficaciones.
“ El mérito principal de la acción de los trotskistas— con­
tinúa Stalin— no está en la propaganda honrada y pública de
sus ideas en el seno de la clase obrera, sino en el cam uflaje
de esas i d e a s . .. ”
Stalin no nos dice cómo sería posible la propaganda en un
país donde toda crítica del Jefe es aún más severam ente casti­
gada que en la Alemania fascista. La necesidad de ocultarse
a la G. P. U. y de proseguir una propaganda clandestina des­
acredita al régim en bonapartista y no a los revolucionarios.
En enero de 1935, en el prim er proceso, Zinoviev, Kame-
nev y sus cam aradas reconocieron, según el relato oficial, que
su activdad fué inspirada por “ el secreto fin de restau ra r el
capitalism o” .
L E O N T R O T S K Y 2 39

El acta de la acusación form ulaba así los pretendidos fines


“ trotskistas” . ¿Los acusados decían entonces la verdad? Fatal­
mente, nadie quería creer esta “verdad oficial” . Entonces se
decidió, en el curso de la preparación del segundo proceso.
Zinoviev-Kamenev (en agosto 1936) no hablar más del pro­
gram a de “ restauración capitalista” por demasiado absurdo,
y de reducir todo a “ sed de p o d e r” ; los profanos lo creerían
m ejor. La nueva Acta de la acusación nos dice entonces que
está “ incontestablem ente demostrado que el solo móvil de la
organización trotskista-zinovietista fué la toma del poder a
cualquier p re c io ” . El P rocurador negaba la existencia de un
program a trotskista. Poco im porta que hubieran mentido o no:
la justicia staliniana demostró “ inco ntestablem ente” que “ su
único m óvil” fué el “ apoderarse del p o d e r” . P ara este fin ape­
laron al terrorismo.
Pero esta nueva versión para fusilar a Kamenev y Zinoviev,
no dió los resultados esperados. Ni los obreros ni los cam pe­
sinos hallaron razones para indignarse contra los pretendidos
“ tro tsk istas” , deseosos de apoderarse del poder; porque sa­
bían que no podían estar peor con ellos que con la pandilla
dirigente. Era preciso p ara horrorizar a la gente añadir que
los trotskistas querían devolver la tierra a los antiguos propie­
tarios y las fábricas a los capitalistas. La sola acusación del
terrorism o, por la falta de atentados^ no perm itía continuar la
exterm inación de los adversarios. Era preciso para agran dar
el círculo de los acusados hablar de sabotaje y espionaje. Pero
no se pudo prestar una apariencia de razón a lo uno y a lo otro
más que achacándolo a relaciones de los trotskistas con los
enemigos de la U. R. S. S. Pues ni Alemania ni el Japón h u ­
bieran sostenido a unos “ tro tsk istas” movidos solamente por
la “ sed de p o d e r” . No quedó otro recurso que ordenar a loe
nuevos acusados que volvieran al prog ram a de la “ restau ra­
ción del capitalism o” .
Esta falsedad com plem entaria es tan instructiva que m ere­
ce prestarle atención. Cualquiera que separa leer podrá, con­
sultando una colección de periódicos de la Internacional Co­
munista, seguir las tres fases del desarrollo de la acusación,
trilogía hegeliana. de falsedades: tesis, antítesis y síntesis. Al
día siguiente del proceso de enero de 1935, los periodistas
pagados por Moscú en el mundo entero, im putaron al ex presi­
dente de la Internacional y futuro fusilado, Zinoviev, según
sus propias “ declaraciones” , el deseo de restau ra r el capita­
lismo. La “ P ra v d a ” , órgano personal de Stalin, dió la pauta,
Por orden suya, la prensa com unista saltaba de la tesis a la
antítesis y, durante el proceso de los dieciséis, difamó a los
asesinos trotskistas, privados de todo programa. La “ P ra v d a ”
y la I. C. no se atienden a esta versión más que durante un
240 STALIN Y SUS CRIMENES-

mes. Los zig-zas del Kominte^n corresponden a los de Vi­


chinski, el cual, a su vez, obedece órdenes de Stalin.
Radek, suministró, sin quererlo, el esquem a de la acusación
sintética. Su artículo “ La banda fascista trotskista-zinovietis-
t a ” apareció el 21 de agosto de 1936. El objeto del desdichado
publicista fué abrir un foso entre él mismo y los acusados. Al
q u errer sacar de los pretendidos “ c rím e n e s ” las m ás ho rro­
rosas consecuencias en la política interior e internacional, Ra­
dek escribe: “ Ellos (los acusados y Trotsky el prim ero) saben
que desmoronando la confianza puesta en la dirección stali-
n ia n a ... llevan agua al molino del fascismo alemán, japonés,
polaco y otros. Tam bién saben que asesinar al genial jefe del
pueblo soviético, Stalin, sería trabajar en favor de la g u e r r a ... ”
Radek continúa: “ No se trata de aniquilar a ambiciosos
culpables del mayor crimen, sino de destruir a los agentes del
fascismo, dispuestos a prender la chispa de la guerra y a faci­
litar la victoria al fascismo, para obtener de sus manos un po­
der fantasm a cuando m e n o s” . Esto no es una acusación ju d i­
cial, no es más que retórica política; Radek acum ula las mayo­
res abominaciones, no se imaginaba que pronto tendría que
pagarlas.
Stalin utilizó estos artículos para ordenar la preparación
de un nuevo proceso. El 12 de septiembre, tres semanas des­
pués del artículo de Radek, la “ P ra v d a ” publicó insólitam ente:
“ Los acusados se han esforzado en disimular los verdaderos
fines de su acción. Han declarado que no tenían ningún pro­
grama. Sin embargo tuvieron uno: el de la destrucción del so­
cialismo y restablecim iento del capitalism o” . N aturalmente,
la “ P ra v d a ” no dió ninguna prueba al margen. ¿Podía haber
pruebas?
El nuevo program a de los acusados no estaba, pues, basa­
do en documentos, hechos, declaraciones o presunciones lógi­
cas; fué anunciado por Stalin, por medio de Vichinski. des­
pués de la ejecución de los condesados. ¿P ruebas? La G P. U.
fué la encargada de sum inistrarlas en seguida. En la única for­
m a que le era posible: la de “ declaraciones espo ntáneas” . Vi­
chinski emprendió inm ediatam ente la tarea de transform ar la
afirmación histérica de Radek en una tesis ju rídica; lo patético
en criminal. El nuevo esquem a fué atribuido, no a dieciséis
acusados (ya fu sila d o s). sino a diecisiete, y, dentro de tal n ú ­
mero, a Radek, ¡que seguram ente no lo había previsto! ¿P e­
sadilla? No, realidad. Hecho esto, Stalin salió de la sombra pa­
ra decir, cual juez infalible de Zinoviev y Kamenev, que “a m ­
bos habían m e n tid o ” . La fantasía hum ana no h a inventado
hasta ahora nada más espantoso.
Las aclaraciones de Stalin sobre el sabotaje tienen el mis­
mo valor que el resto. “ ¿Por qué nuestros cam aradas no han
notado n a d a ? ”— pregu nta— ya que esta p regunta no puede
L E O N T R O T S K Y 241

se r eludida “ Porque han estado, en el curso de los últimos


años, absorbidos por su trabajo adm inistrativo y han olvidado
todo lo d em ás” . Como de costumbre, Stalin insiste una doce­
na de veces, con variantes, sin pruebas, sobre esta idea. “ Se­
ducidos por los éxitos económicos, nuestros adm inistradores
desatendieron el s ab o taje” . No lo notaron. No se interesaron
por él. ¿Pero qué trabajo les “ abso rbía” hasta el punto de im ­
pedirles ver la ruina de la economía? ¿Quién debía notar el
sabotaje, desde el m om ento en que los mismos organizadores
de la producción eran culpables? Stalin no pretende ligar los
dos términos de su razonamiento. Su pensamiento auténtico
es este: demasiado absorbido por su trabajo práctico, los ad­
ministradores com unistas “ perdían de v ista” los intereses su­
periores de la pandilla dirigente, que necesitaba falsas acusa­
ciones, forjadas en detrim ento de la industria.
“En el curso de los años anteriores-—continúa— , los téc­
nicos burgueses se han dedicado al sab o taje... Pero nosotros
hemos formado millares de cuadros bolcheviques bien prepa­
rados, técnicam ente a c u ñ a d o s” (¿m illares de “ cu ad ro s” ?)
“ Los organizadores del sabotaje, son hoy, no técnicos sin p ar­
tido, sino saboteadores que han logrado procurarse el carnet
del P a rtid o ” . ¡Inversión completa! P ara explicarnos por qué
los ingenieros bien retribuidos se acomodan voluntariam ente
al “ socialism o” mientras que los bolcheviques se levantan con­
tra él, Stalin no encuentra nada m ejor que calificar de “ sabo­
teadores que han logrado procurarse el carnet del P a rtid o ” a
toda la vieja guardia del bolchevismo, sin duda emboscada
desde hace m uchos años. El éxito del sabotaje exige un am ­
biente social propicio. ¿Dénde encontrarlo en el seno de un
socialismo triunfante? Stalin nos responde: “ Cuanto más pro­
g re s e ..., más se exasperarán los residuos de las clases explo­
tadoras vencidas” . Pero, ante todo, la im ponente “ exaspera­
ció n ” de los “ residuo s” de estas clases, aisladas del pueblo,
no hubiera perturbado la economía soviética. Por consiguiente,
¿desde cuándo Zinoviev, Kamenev, Rykov, Bujharin, Tomski,
Smirnov, Evdokimov, Piatakov, Radek, Rakovski, Mratchkovs-
ki, Sokolniov, Beloborodov, Serebriaov, Muralov, Sonovski,
Eltsine, Mdinveni, Gamarnik, Tukhatchevski, Iakir— y muchos
m ás menos conocidos— todos ellos antiguos dirigentes del P a r­
tido, del Estado y del Ejército rojo, se han convertido en “ los
residuos de las clases explotadoras vencidas? Al acum ular las
falsedades, Stalin se ha metido en un callejón sin salida. EJ
propósito, por el contrario, está claro: Calumniar y destruir
todo cuanto se opone a su dictadura bonapartista.
“ Se haría mal en creer— continúa el orador— quo la esfera
de la lucha de clases se ha limitado por las victorias de la/
U. R- S. S. Si una de las alas de la lucha de clases actúa en la
16
STALIN Y SUS CRIMENES

U. R. S. S., su otra ala se extiende m ás allá, en los límites de


los Estados bugueses, que nos ro d e a n ” . (1 ).
Su razonamiento no es teórico; él es policíaco.
“ Consideramos, por ejemplo, a la IV Internacional trots-
kista como contra-revolucionaria, form ada por dos terceras
partes de espías y agentes activos del enem igo... ¿No es evi­
dente que esta Internacional de espías form aría los cuadros
de j a acción del espionaje y del sabotaje de los tro tskistas? ’%
El silogismo stalinista no es ordinariam ente sino redu nd an­
cia: ¡La internacional de espías form ará espías! “ ¿No es evi­
d e n t e ? . . . ” No, no del todo. P ara convencerse de ello basta
con volver a la conocida afirmación de Stalin: “ El trotskismo
ha cesado de ser u n a corriente de la clase obrera, para con­
vertirse en un “ grupo pequeño de conspiradores” . El progra­
ma de éstos, es tal. que nunca se puede dar a conocer a n ad ie;
no lo exponen sino al oído de Jagoda y Jéjov.
Escuchemos una vez más a Stalin: “ Se com prende que este
programa, debían ocultarlo los trotskistas al pueblo, a la clase
o b re ra ... a la masa trotskista y no solamente a ésta, sino ta m ­
bién a los dirigentes trotskistas que constituyen un pequeño
grupo de treinta o cuarenta personas. Cuando Radek y P iata­
kov pidieron permiso a Trotsky (?) para reunir una pequeña
asam blea de treinta o cuarenta trotskistas al objeto de infor­
m arles sobre este programa, Trotsky se lo prohibió ( ¡ ) ” . De­
jem os a un lado la asombrosa descripción de relaciones entre
m ilitantes en el seno de la Oposición: ¡Los veteranos revolu­
cionarios no se atrevieron a reunirse en la U. R. S. S. sin el
“ p erm iso ” del ausente y em igrante Trotsky! Esta caricatura
totalitaria y policíaca que corresponde al espíritu del régimen,
no nos interesa de momento. Otra cosa nos im porta más: sa­
ber cómo ligar las características del trotskismo con la de la
IV Internacional. Trotsky había prohibido com unicar a los
trein ta o cuarenta trotskistas experimentados de la U. R. S. S,
su orden de sabotaje y espionaje; pero la IV Internacional, que
cuenta con miles de m iembros jóvenes, está “ form ada en sus
dos terceras partes por espías y agentes activos del enem igo ” .
Si disimulaba su program a a unos cuantos hombres, ¿lo h ubie­
ra dado a conocer Trotsky a varios miles? En verdad, el odio
y la astucia no dan pruebas de inteligencia. Pero la pesada n e ­
cedad de la calumnia cubre un fin práctico bien determinado,
que tiende al exterminio físico de la vanguardia revoluciona­
ria internacional.
Este fin, aún antes de recibir en España un principio die

(i) L a realidad lo ha demostrado. El internacionalismo, la revolución, al ser­


vicio del imperialismo soviético es tan potente y peligroso como el de la Inter­
nacional dirigida por la Secta.
L E O N T R O T S K Y 243

ejecución, fué divulgado sin ningún inconveniente en el se­


manario de la Internacional Comunista (y de la G. P. U .), la
“ Correspondencia Internacio nal” , el 30 de marzo de 1937»
casi sim ultáneam ente con la publicación del discurso de Stalin.
El articule, dirigido contra Otto Bauer, que aunque tiende a
aproxim arse a la burocracia soviética, no llega a creer en Vi­
chinski, incluye las líneas siguientes:
“ Si alguien se halla en condiciones de poseer a partir de
hoy informaciones “ au té n tic a s” sobre la conferencia de
Trotsky y Hess, ese alguien es Bauer. El estado mayor fran­
cés e inglés están muy al corriente de la cuestión. Gracias a
las buenas relaciones que mantiene con León Blum y Citrine
(que es tan amigo de Baldwin como de Samuel H oare), le bas­
tará con dirigirse a ellos. No le rehusarán ciertas inform acio­
nes confidenciales para su uso particular. ”
¿Qué mano guiaba la plum a que redactó este com entario?
¿Cómo se halla el publicista anónimo del Komintern al co­
rriente de los secretos del Estado Mayor británico y francés?
Una de dos: o estos Estados Mayores han abierto sus legajos
ante el periodista staliniano, o. por el contrario, este periodis­
ta ha completado estos legajos introduciendo en ellos el pro­
ducto de su imaginación. La prim era hipótesis no es verosímil:
Los Estados Mayores no tienen ninguna necesidad de recu rrir
al concurso de periodistas del Komintern para descubrir al
“ tro tsk ism o ” . Queda la otra hipótesis: La G. P. U. ha red ac­
tado no se sabe qué docum entos para uso de los Estados Ma­
yores extranjeros. En el proceso de Piatakov, esta organiza--
ción no habló de mi “ en trev ista” con el ministro alemán Hess,
sino de modo incidental. Piatakov, a pesar de su amistad (pre­
tendida) conmigo no intentó, a parte de la visita (tam bién
prete n d id a), que dijo haberm e hecho, conocer los porm enores
de mis entrevistas también im aginarias) con Hess. Co­
mo de costumbre, Vichinski pasó de largo sobre ello. Se deci­
dió, sin duda, profundizar seguidam ente en el asunto. Los Es­
tados Mayores francés e inglés tuvieron que recibir “ docuí-
m e n to s ” ; el Estado Mayor del Komintern lo sabe de fuente
segura. Ni en París ni en Londres estas valiosas piezas han ser­
vido para nada. ¿Por qué? ¿Desconfiaban de ellas? León Blum
y el señor Daladier no desean probablem ente convertirse en
cómplices del verdugo de Moscú. También es probable que los
señores generales conserven estos documentos para un m o­
m ento indicado. Sea lo que fuere. Stalin se m u estra inquieto.
Necesita una confirmación de sus falsedades por medio de te r­
ceras personas “ im parciales” . Ante el silencio de los Estados
Mayores, un periodista de la G. P. U. trata de hacerlos hablar.
Este es, indudablemente, el origen del artículo inspirado por
Stalin y que completa su discurso. ¿Nos dará el señor Daladier
aclaraciones más autorizadas sobre este punto?
244 STALIN Y SUS CRIMENES

La resolución del Comité Central dice: “ Los trotskistas


h an sido hábilmente desenmascarados por los órganos del
Comisariado del Interior (la G. P. U.) y por iniciativa de los
m iem bros del Partido. Los organismos de la industria y, en
cierta m anera, los de transportes, no h an dado pruebas en el
asunto ni de actividad ni de iniciativa. Al contrario, los orga­
nismos de la industria han contrarrestado esta acció n”
( “ P ra v d a ” , 21 de abril de 1 9 37). En otros términos, los diri­
gentes de la producción y de transportes, aunque espoleados
por el hierro candente, no han llegado a descubrir en sus or­
ganizaciones ningún “ sab o taje” . Ordjonikdzé, miembro del
“ Bureau P olítico” , no había desenmascarado a su adjunto Pia-
takov. Kaganovitch, miembro del “ Bureau P olítico” , no había
notado la obra de destrucción de su adjunto Libschitz. Los
agentes de Jagoda se encontraron solos en la culminación de
su labor, ayudados por agentes provocadores. Jagoda fué, es
verdad, desenmascarado muy pronto como “ enemigo del pu e­
blo, ganster y tra id o r ” . Pero esta revelación fortuita no podía
salvar a los hom bres que mandó fusilar... Gomo para subrayar
el alcance de éstos textos reveladores, el Presidente del Con­
sejo de Comisarios del Pueblo de la U. R. S. S. Molotov, m a ­
nifiesta en un informe público que el Gobierno, en la intención
de descubrir el sabotaje, no por el concurso de los provocado­
res de la G. P. U., sino haciendo un llamam iento a la inter^
vención pública de la economía, fracasó. En febrero de 1937,
el Comisariado de Industria Pesada envió una Comisión auto­
rizada p ara que dictaminase sobre el sabotaje en “ Ouralwa-
gonstroy” (talleres de construcción de vagones de los U rales).
Hombres tan com petentes como los cam aradas Guinsbourg,
jefe del “ Glavstroy-promm” y Pavlunovski, miem bro suplente
del Comité Central, form aron parte de ella... Esta comisión
formuló así sus conclusiones generales: “ Tenem os la firme
convicción de que el sabotaje de Piatakov y de Moriassin no
ha tenido gran extensión en los ta lle r e s ...”
Además, ¿por qué h an creído necesario enviar una comi­
sión al lugar de los hechos después de la ejecución de los cul­
pables? Una indagación postum a sobre los “ actos de sabota­
j e ” era probablemente necesaria, porque la opinión no creía
ni en las acusaciones de la G. P. U. ni en las confesiones a rra n ­
cadas. ¡Y la comisión dirigida por Pavlunovski, antiguo colabo­
rador de la G. P. U., no descubrió ni un acto de sabotaje! “ ¡Evi­
dentem ente miopía política! ;Hay que saber descubrir el sa­
botaje aún cuando revista el aspecto de éxitos económicos!
Continuemos citando. “ La industria química, colocada bajo la
intervención del Comisariado de Industria Pesada y dirigida
por Rataytchac, excede su plan de producción en 1935 j 1936.
¿Quiere decir esto que Rataytchak, saboteador y trotskista,
L E O N T R O T S K Y 245

no ha sido ni Rataychak, ni saboteador ni trotskista? El sabo­


ta je de este individuo, uno de los fusilados del proceso P ia-
takov-Radek, consistió, como vemos, en hacer más de lo que
había proyectado el plan. No hav que asom brarse si, se ve a
la comisión más severa, quedarse atónita ante hechos y cifras
que no coinciden con las “ confesiones espontáneas” , de Ra-
taytchak.
¿7 p r in c ip io d e l fin

En todos los aspectos de la vida social y política, la buro­


cracia se ha convertido para el país en una causa de debilita­
ción, desmoralización y humillación. Esto ocurre tam bién en
la económica. Las acusaciones de sabotaje, prodigadas en to­
dos los sentidos, han desorganizado la administración. Toda
dificultad real es interp retada como una falta personal. Cual­
quier falta se convierte, desde el m om ento que hay in terés
en ello, en sabotaje. Cada región, cada demarcación, ha fusila­
do a su Piatakov local. Los ingenieros de los servicios del Plan,
los directores de los " t r u t s ” y de las empresas, los maestros
de obras, tiemblan por sus vidas. Nadie consiente en aceptar
ninguna responsabilidad. Pero también se puede fusilar pon
falta de iniciativa. La hipertensión del despotismo conduce a
la anarquía. La econ mía soviética no necesita menos de de­
m ocracia que de excelentes m aterias primas o de aceite pesa­
do. El sistem a stalinisia no es sino un sabotaje universal de
la economía.
Pero todavía >r- :>eor. -i ello es posible, en el aspecto de la
cultura. La dictadura de la ignorancia y de la m entira sofoca
la vida espiritual de u n pueblo de 170 millones de habitantes.
Los recientes procesos, con sus depuraciones, ruines en sus
fises, y en sus métodos, han instaurado definitivamente el reino
de la chismografía, de la delación, de la vileza y de la villanía.
Los escritores, los pedagogos, los sabios, aún los menos dota­
dos e independientes, son intimidados, perseguidos, detenidos
y deportados, cuando no fusilados. El miserable, que a la vez
es vago, triunfa en toda la línea. Traza el itinerario a la cien­
cia y dicta a las artes las reglas de la creación. La prensa so­
viética esparce un fuerte hedor a delincuencia.
¿Qué puede haber más deshonroso que la indiferencia de
la burocracia hacia el prestigio internacional del país? Los
hom bres de la erran burguesía internacional y los Estados
Mayores de todas las potencias, conocen, mucho m ejor que la
mayoría de las organizaciones obreras, engañadas por sus di­
rigentes, las bajas imposturas judiciales y las depuraciones de
Moscú. ¿Cómo consideran los augures del capitalismo a un
Gobierno “ socialista" que se em barca en aventuras tan sucias?
En Berlín y en Tokio, no pueden ignorar que las acusaciones
de traición dirigidas contra los trotskistas y los generales ro­
jos, son puros galimatías. El ,Gobierno de Moscú surge com ­
pletam ente deshonrado de los procesos que organiza. Sus ene­
migos, igual que sus posibles aliados, estiman su potencialidad
L E O N T R O T S K Y 247

m uy por bajo de lo que era antes de la últim a depuración. El


Gobierno de la U. R. S. S. retrocede no obstanté paso a paso
ante su adversario más débil, el Japón. Los artículos y discur­
sos vocingleros, que forman el acom pañam iento de las capi­
tulaciones no engañan a nadie. La oligarquía moscovita, que
hace la guerra en el interior, no se halla en estado de hacerla
en el exterior. El abandono de las islas Aniur ha desatado las
manos del Japón respecto a China. Es bastante probable que
Litvinov quedó encargado de decir a los diplomáticos jap one­
ses: “ Haced lo que queráis en China, pero dejadnos tranqu i­
los; nosotros no in tervend rem o s” . La pandilla dirigente se
burla de todo lo que no es su propia conservación.
JNo menos funesta es la acción diplomática de los dirigen­
tes de la Internacional Comunista. El principal objeto de S ta­
lin, es el de im pedir a los obreros de España em prender el ca­
mino de la revolución socialista. La ayuda prestada por Moscú
al Gobierno del F rente Popular de la Península fué condicio­
nada por la exigencia de una represión más enérgica del m o­
vimiento revolucionario. Como es de esperar, la lucha contra
los obreros campesinos en la retaguardia conduce, inevitable­
mente, a la derrota en el frente. Contra Franco, la camarilla
moscovita es tan impotente como contra el Mikado. Y lo mismo
que en la U. R. S. S. Stalin necesita testaferros para descargar
sobre ellos sus propios pecados; las derrotas provocadas en
España por su política reaccionaria en la retaguardia le h an
obligado a buscar la salvación en el exterminio de la vangu ar­
dia revolucionaria.
Los métodos de combinación y de falsedad, elaborados en
Moscú han sido transportados intactos a Barcelona y Madrid.
Los jefes del P. O. U. M.. a los que solamente se les podría 1
acusar de im portunism o y de irresolución respecto a la reac­
ción stalinista, fueron acusados de “ tro tsk istas” inopinada­
m ente y, bien entedido. de aliados del fascismo. Los agentes
de la G. P. U. en España han “ descubierto” cartas escritas1,
con tinta simpática, que ellos mismos habían elaborado, que
prueban el acuerdo, según las reglas de la im postura mosco­
vita, y la relación de los revolucionarios con Franco. No fal­
tan miserables para desem peñar estas sangrientas faenas. El
ex revolucionario Antonov Ovséenko, que se arrepintió de sus
pecados de oposición en 1927 y que se vió poseído en 1936 de
m ortal angustia ante la idea de ir a parar al banco de los acu­
sados, dijo en la “ Pravda1” que “ estaba dispuesto, a fusilar a
los trotskistas con sus propias m a n o s” , le enviaron a Barcelo­
n a en calidad de cónsul, diciéndole a quién debía acusar. La
detención de Nin, basada en una acusación manifies:am ^nte
falsa, su rapto y misterioso asesinato son obra de Antonov
Ovséenko. Pero la iniciativa no le perteneció s e g u ra m e n te : em ­
48 STALIN Y SUS C RIM ENES

presas tan importantes no se llevan a cabo sino por orden del


Secretario del Comité Central...
Stalin necesita combinaciones en Europa para desviar la
atención d e 's u política internacional, esencialm ente reaccio­
naria, y para confirm ar las combinaciones confeccionadas de­
masiado b urdam ente en la U. R. S. S. El cadáver desfigurado
de Nin puede servir para probar que Piatakov se m archó a
Oslo. Esta clase de asuntos no se lim itan a España. Se ha p re­
parado otros análogos en diversos países. El em igrante alemán
Antón Grilewiez, veterano revolucionario sin tacha, fué dete­
nido en Checoeslovaquia como sospechoso... de inteligencia
con la Gestapo. El sumario de la acusación, indudáblem ente
compuesto por la G. P. U., fué entregado a la policía checa,
siempre dispuesta a servir.
Los trotskistas, verdaderos y fingidos, son perseguidos es­
pecialm ente en los países que han tenido la desgracia de caer
bajo la dependencia de Moscú: España. Checoeslovaquia, etc.
Esto no es más que un principio. A favor de las complicaciones
internacionales. Stalin. sirviéndose de los recursos de una
producción considerable de oro. piensa llegar a im poner m éto­
dos en otros países.- En todos los sitios no apetece otra cosa
que desembarazarse de los revolucionarios, sobre todo, si es
un Gobierno extranjero, en apariencia independiente, quien
se encarga de je c u ta r las falsedades y asesinatos, con el con­
curso de “ am igo s'’ extranjeros pagados a costa de su presu ­
puesto.
El stalinismo es el azote de la U. R. S. S. y la lepra de|
movimiento obrero internacional: No existe en el dominio de
las ideas. Esta formidable m áquina explota todavía el dinamis­
mo de la mayor revolución social y la tradición de su victoria.
Sin darse cuenta el mismo, ha pasado de la violencia revolu­
cionaria ejercida contra los explotadores a la violencia contra-
revolucionaria contra los obreros. Así se realiza, bajo los an ­
tiguos lemas, la liquidación de la Revolución de Octubre, Na­
die— y no e x c e p t u ó a Hitler— ha dado al socialismo golpes tan
mortales. Hitler atacó a las. organizaciones obreras desde el ex­
terior, Stalin las ataca desde el interior. Hitler destruyó al
marxismo. Stalin lo protituye. Ningún principio queda intacto;
ni una idea ha dejado de ser mancillada. Los propios lemas deí
socialismo y del comunismo se hallan gravem ente com prom e­
tidos desde el mom ento en que los gendarm es, patentados de
“ com u nistas” y a quienes nadie fiscaliza, denom inan socialis­
mo al régim en que ellos imponen. ¡Repugnante profanación!
El cuartel de ¡G. P. U. no es el ideal de la clase obrera m ilitan­
te. El régim en staliniano se basa en la conspiración de los go­
bernantes contra los gobernados. Stalin ha erigido un sistema
de privilegios escandalosos. ¿Dónde y cuándo ha sido la per­
sona tan injuriada como en la U. R. S. S.? El régim en de Stalin
L E O N T R O T S K Y 249

ha saturado las relaciones sociales o individuales de m entira,


de arrivismo y de traición. Ha sabido dar a los voraces apetitos
de un a casta nueva la más funesta expresión. No es responsa­
ble de la Historia. Pero sí lo es de cuanto hace y de su papel
en la misma. Su papel es el de u n criminal, cuyos crím enes
tienen tal amplitud que la aversión a los mismos está m ulti­
plicada por el horror.
Los códigos más severos, no ofrecen castigo suficiente para
los dirigentes de Moscú. Y. sobre todo, para su jefe. Sin em ­
bargo, si hemos puesto tantas veces en guardia a la juventud
soviética contra el terrorism o individual, que nace tan fácil­
m ente en la tierra rusa, plena de arbitrariedad y de violencia,
no ha sido por razones morales, sino en virtud de considera­
ciones políticas. Los actos de desesperación no cam bian el sis­
tem a para nada y no hacen sino facilitar a los usurpadores san­
grientas represiones. Aún juzgado bajo el ángulo de “vengan­
z a ” , los atentados no podrían dar satisfacción. ¿Qué im porta
la pérdida de una docena de altos funcionarios en relación a
los crím enes de la burocracia? Hay que descubrir a los cri­
minales ante la conciencia de la hum anidad y arrojarlos des­
pués a los abismos de la historia. No nos contentam os con
menos. ~
La depuración sangrienta ¿sirvió para afianzar el poder de
Stalin o por el contrario, lo debilitó? Sobre éste particular la
prensa mundial presenta apreciaciones equívocas y artificio­
sas. Las im posturas bolcheviques obligaron a pensar a todo el
mundo que un régim en obligado a recu rrir a sem ejantes apa­
ratos escénicos no podría ser de larga duración. La prensa
más conservadora, cuyas simpatías fueron siempre para la
clase dirigente soviética en su lucha contra la revolución, no
tardó en evolucionar. Stalin había liquidado a la Oposición, h a­
bía remozado a la G. P. U. y había suprimido a los generales
poco obedientes... y el pueblo guardaba silencio: por tanto,
se afianzó su poder. Estas dos apreciaciones parecen juiciosas
a prim era vista. Pero sólo a primera.
La significación social y política de las depuraciones es
evidente: los medios dirigentes eliminan a cualquiera que les
recuerde el pasado revolucionario, los principios del socialis­
mo, “ la libertad, la igualdad, la fra te rn id a d ” ( 1 ) o las tareas
pendientes de la revolución mundial. La ferocidad de las rep re­
siones atestigua el odio de la clase privilegiada contra los re­
volucionarios. En este sentido, la depuración aum enta la ho-

(1) A ios masones, naturalmente. Es su destino: morir a manos de la R evo­


lución por ellos traída. La U. R. S. S. no paga traidores — podrá decir Stalin,
plagiando a Roma— ; no los paga y, además, los mata; “ siendo su traición
pasada”...
STALIN Y SUS CRIMENES

mogeneidad de los medios dirigentes y parece afianzar exce­


lentem ente el poder de Stalin.
La aristocracia soviética secunda con éxito a . la pandilla
staliniana en la eliminación de los revolucionarios, pero no
tiene respeto ni simpatía para los actuales jefes. Entiende n e­
cesario libertarse enteram ente de las violencias del bolchevis­
mo, aún desfigurado, de las que Stalin necesita todavía para
disciplinar a los suyos.
Lo más grave es que la depuración hecha por la burocra­
cia de los elementos heterogéneos se hace a costa de una rup ­
tu ra cada vez más profunda con el pueblo. No es exagerado
decir que la'a tm ó sféra de la actual sociedad soviética está sa­
turada de odio contra los privilegiados. Stalin se convencerá
más y más de que no basta con la simple decisión de fusilar a
cualquiera para salvar a un régim en que se perpetúa. El odio
creciente del pueblo a la burocracia y el odio sordo de la m a­
yoría de ésta a Stalin p erturban inevitablemente la mism a m á­
quina de la represión, creando así un motivo para la caída del
régimen.
El bonapartismo soviético ha nacido del antagonismo fun­
dam ental entre la burocracia y'el pueblo y del com plementario
entre los revolucionarios y los termidorianos, en el seno de la
burocracia. Stalin se ha elevado al poder, apoyándose en la
burocracia contra el pueblo, en los term idorianos contra los
revolucionarios. Sin embargo, en mom entos crítibos, se vió
obligado a buscar el apoyo de los revolucionarios y, con su
concurso, apoyarse en el pueblo contra los privilegiados de­
masiado impacientes. Pero no se puede uno apoyar sobre un
antagonismo social que conduce al abismo. De aquí el tránsito
obligado al monoliteísmo term idoriano por medio del aniqui- ■
Iamiento de los últimos vestigos del espíritu revolucionario y
la represión de las m enores iniciativas políticas de las masas.
Salvando m om entáneam ente el poder de Stalin, la sangrienta
depuración arruin a para siempre las bases sociales y políticas
del bonapartismo.
Stalin parece hallarse próximo a term in ar su trágica m i­
sión; cada vez está más creído de no necesitar a nadie y cada
vez se aproxima más a la hora en que nadie necesitará de él.
Si la burocracia logra, tras haber cambiado las formas de la
propiedad, em anar de sí misma una nueva clase propietaria,
ésta se dará nuevos jefes sin pasado revolucionario... y más
instruidos. A Stalin no le agradecerán probablem ente los ser­
vicios prestados; la contra-revolución, ya sin máscara, se des­
em barazará de él acusándole, por ejemplo, d e... trotskismo.
Stalin caerá en este caso víctima de una falsificación de mo­
delo corriente. Más la hum anidad entra de nuevo en una fase
g u e rre ra y revolucionaria. Los regím enes políticos y también
L E O N T R O T S K Y a5T

los sociales se d errum barán rnm o un castillo de naipes ( 1 ).


Es muy posible que los seísmos revolucionarios de Europa y de
Asia se anticipen a la subversión del sialinismo por la contra­
revolución capitalista, y faciliten su derribo por las masas
obreras. En este caso, Stalin tendría que contar con menos
agradecim ientos aún.
La historia no perdonará ni una sola gota de la sangre
ofrendada al nuevo “M oloch” de la arb itrariedad y del privi­
legio. Nuestro sentido moral encuentra su más alta satisfac­
ción en la fírme creencia de que el castigo histórico será pro­
porcionado al crimen. La revolución abrirá todas las arcas se­
cretas, revisará todos los procesos, rehabilitará las calumnias,
erigirá m onum entos a las víctimas y consagrará una maldición
eterna al verdugo. Stalin desaparecerá de la escena bajo el
peso de sus crímenes, como sepulturero de la revolución y como
la figura más funesta de la historia.

(i) T rotsky no es profeta. La catástrofe que anuncia, la guerra, ya realizada,


puede anunciarla, porque pertenece a la organización que iba a desatarla.

S 'í n i o r a l i s n i o m a r x i s t a y v e r d a d e s e t e r n a s

E l reproche más común y más impresionante que se dirige al "am oralism o”


bolchevique toma su fuerza de la pretendida regla jesuítica, adoptada por el bol­
chevismo: el fin justifica los medios. De ahí obtienen la conc'.usión siguiente: ¡os
trotskistas, como todos los bolcheviques (o marxistas), no admiten los principios
de la moral, y, por lo tanto, 110 hay diferencia esencial entre trotskismo y stali-
nismo. Admitamos que ni el fin personal ni el fin social pueden justificar los me­
dios. Entonces sería necesario buscar otros criterios fuera de la sociedad, tal cómo
la Historia la ha hecho, y fuera de 'os fines suscitados por su desenvolvimiento,
¿Dónde? En el cielo, si no está en la tierra. Los sacerdotes descubrieron desde
hace mucho tiempo en la revelación divina los cánones infalibles de la moral. Los
pequeños curas laicos tratan de las verdades eternas de la moral sin indicar su
primera fuente. Nosotros tenemos el derecho de afirmar que si las verdades son
eternas, ellas son anteriores a la aparición del pitecántropo sobre la tierra, y hasta
anteriores a la formación del sistema solar. ¿Pero de dónde vienen ellas entonces?
L a teoría de la moral eterna no puede prescindir de Dios.
Los moralistas de tipo anglosajón, en la medida que ellos no se contentan con
un utilitarismo racionalista ■ — la ética del contable burgués— , se presentan como
los discípulos conscientes o inconscientes del vizconde Shaftesbury, que — a prin­
cipios del siglo x v i i i — deducía los juicios morales de un sentido particular, del
sentido moral innato en el hombre. Ese sentimiento moral, situado fuera de clases,
conduce invariablemente a la admisión de una sustancia particular, de un sentido
moral absoluto, que es sólo un tímido seudónimo filosófico de Dios. L a moral in­
dependiente de los fines, es decir, de la “ sociedad” — dedúzcase de las verdades
eternas o de la “ naturaleza humana”— . sólo es, al fin de cuentas, un aspecto de
STALIN Y SUS CRIMENES

la “ teología natural” . Los cielos son la única posición fortificada desde donde se
puede combatir el materialismo dialéctico.
E l idealismo clásico en filosofía, en 1a medida que él tendía a secularizar la
moral, es decir, a emanciparla de la sanción religiosa, fué un inmenso progre­
so (i) (Hegel). Pero, desprendida de los cielos, la moral tenía necesidad de raíces
terrestres. E l descubrimiento de tales raíces fué una de las tareas del materialis­
mo. Después de Shaftesbury vinieron Darwin, Hegel y M arx. Invocar en nuestros
días las “ verdades eternas” de la moral es intentar hacer retroceder el pensamien­
to. E l idealismo filosófico sólo es una etapa: de la religión al materialismo o, al
contrario, del materialismo a la religión.

“ E L F IN J U S T I F I C A L O S M E D I O S ”

La Orden de los Jesuítas, fundada en la primera mitad del siglo x v i para


combatir el Protestantismo, no enseñó jamás que todo medio, aunque fuera crimi­
nal desde el punto de vista de la moral católica, es admisible siempre que él tenga
por fin dar el triunfo al catolicismo. Esta doctrina, contradictoria y psicológica­
mente inconcebible, fué malignamente atribuida a los jesuítas por sus adversarios
protestantes — y a veces; por católicos— , que ellos sí, no tenían escrúpulos al es­
coger los medios para alcanzar sos fines. L os teólogos jesuítas, preocupados, como
los de otras escuelas, por el problema del libre albedrío, enseñaron, en realidad,
que el medio puede ser indiferente por sí mismo, pero que la justificación o la
condenación de un medio dado es determinada por el fin. Un tiro es por sí mismo
indiferente; dado a un perro rabioso que amenaza a un niño, es una buena ac­
ción; disparado para matar o hacer violencia, es un crimen. Los teólogos de la
Orden ■ no querían decir nada más que estos lugares comunes. En cuanto a su
moral práctica, no fueron peores que los sacerdotes y monjes de otras órdenes.
Ellos fueron casi siempre superiores. En todo caso, ellos demostraron más te­
nacidad, más ardor y más perspicacia. Los Jesuítas formaban una organización
militante, cerrada, rigurosamente centralizada, ofensiva.
Dentro del dominio de las comparaciones puramente formales ó psicológicas,
se puede decir que los bolcheviques (2) son, respecto a los demócratas y a los so-
cial-demócratas de todas las tendencias, lo que los Jesuítas eran en la época “ he­
ro ica ” respecto a la apacible jerarquía eclesiástica. La comparación entre Jesuítas
y bolcheviques es, naturalmente, muy unilateral y superficial; ella pertenece más a
la literatura que a la historia. Según las características y los intereses de las cla­
ses que les apoyaban, los Jesuítas representaban la reacción, y los protestantes, el
progreso. Los límites de este progreso' se expresaron inmediatamente en el verbo
protestante. La doctrina de Cristo, vuelta “ a su pureza” , no impide de ninguna
manera al burgués Lutero excitar a la exterminación de los campesinos subleva-

(1) ¿Progreso?... ¿H acia dónde?... Hacia la lucha: guerra civil, guerra de clases, gue­
rra internacional permanente, total y general. Sin la moral de Cristo, la moral, cuyo principio
y ñr, es el Amor, la gravitación histórica e individual se centra en el Odio. Tal es la reali­
dad implacable. Aún más infame, por revestirse de la hipocresía filosófica. Trotsky, al llegar
a a últimas consecuencias en su negación de toda moral trascendente, evidencia paladina­
mente que la lucha fratricida entre' es, y debe ser, la norma de toda moral. I.legando á
tai monstruosidad sincera y llanamente, da una lección saludable a quien tenga en su fon­
do siquiera un rescoldo de amor y de humanidad. N o asi tantos y tatitos filósofos, que,
como él, niegan también la moral dictada por Dios, cuya hipocresía disimula su lógica y
necesaria consecuencia: el Odio, elevado a Energía y razón única universal.
L a moral, para serlo, ha de ser invariable, eterna..., y repitamos con T ro tsky: la moral
eterna no puede prescindir de Dios.
(2) Para Trotsky, los bolcheviques son e’los, los trotskistas. JUa comparación literaria
de T rotsky entre jesuítas y bolcheviques, asignando a éstos las virtudes políticas similares
a las virtudes religiosas de aquéllos, tiene un origen lejano. El odio de los antecesores po­
líticos de T rotsky — el más -lejano e identiíicable es el judío Weighaupt— no les impedía
sentir una profunda admiración por sus enemigos, los hijos de San Ignacio. Siempre envi­
diaron su virtud heroica, porque deseaban poseerla e’los, pero al servicio de distintos fines;
al servicio del mal. T al estado psicológico — de pura raíz satánica— tuvo elocuente ’ cons­
tancia en la “ formación ” de los Iluminados, dada por W eishaupt; también en expresiones
literarias de D israeli... Las de T ro tsky unían perfectamente con las de sus dos ilustres
hermanos de raza.
L E O N T R O T S K Y *53
dos, los “ perros rabiosos” . E l doctor M artín . consideraba visiblemente que el fin-
justifica los medios, antes que esta regla fuera atribuida a los Jesuítas.
Es chocante que el buen sentido del filisteo anglosajón llegue a indignarse ante
el principio “ jesuítico” , en tanto que él se inspira en el utilitarismo, tan caracte­
rístico en la filosofía británica. Porque el criterio de Bentham y John Mili, “ el
mayor bien, para el mayor núm ero” , significa que los ¡medios que sirven al bien
común, fin supremo, son morales. De suerte que la fórmula filosófica del utilita­
rismo anglosajón coincide de hecho con el principio, apelado “ jesuítico” , de que
el fin justifica los medios.
Herbert Spencer, cuyo empirismo se había beneficiado de la vacuna evolucio­
nista de Darwin, enseñaba que la evolución de la moral nace de las “ sensaciones”
y alcanza a las ideas. Las sensaciones imponen el criterio de una satisfacción fu ­
tura más durable y más elevada. E l criterio moral es en él todavía el del “ placer”
o el de la “ felicidad” . Pero el contenido ha sido ampliado y profundizado por el
grado de evolución. Herbert Spencer muestra, de tal suerte, por el método de su
utilitarismo evolucionista, que el principio de que el fin justifica los medios no
tiene nada de inmoral.
Sería estúpido esperar que se hiciera luz sobre la cuestión práctica siguiente:
¿qué se puede y qué no-se puede hacer? El fin que justifica los medios suscita,
además, esta cuestión: ¿y qué justifica el fin? En la vida práctica, y también en
el movimiento de la historia, el fin y los medios cambian sin cesar de sitio. L a
democracia es en ciertas épocas el fin perseguido por la lucha de clases, para
convertirse seguidamente en medio.
Sin tener nada de inmoral, el principio atribuido a los Jesuítas no resuelve el
problema moral. La moral sólo es una de las funciones ideológicas de la lucha de
clases. L a moral tiene, más que ninguna otra forma ideológica, un carácter de
clase. La guerra civil, forma culminante de la lucha de clases anula violentamente
todos los lazos morales entre las clases enemigas. Los hombres tienen un senti­
miento mucho más inmediato y más profundo de pertenecer a una clase social
<jue a la “ sociedad” . Las normas de moral, “ obligatorias para todos” , reciben, en
realidad, un contenido de clases, es decir, antagónico. La norma moral es .tanto
más categórica cuanto menos “ obligatoria es para todos” . L a solidaridad obrera,
sobre todo en las huelgas o en las barricadas, es infinitamente más categórica que
la solidaridad humana en genera':. Hagamos notar que los más sinceros, y tam­
bién los más limitados de los rr. p alistas pequeños burgueses, viven hoy día de
un recuerdo idealista de ayer y de la esperanza de un retorno a este ayer. Ellos
no comprenden que la moral es función de la lucha de clases; que la moral de­
mocrática resj>ondía a las necesidades del capitalismo liberal y progresivo; que la
lucha de clases encarnizada que domina la nueva época ha destruido esta moral
definitivamente, irrevocablemente; que la mora! del fascismo, de una parte, y de
otra, la moral de la revolución proletaria, la sustituyen en dos sentidos opuestos.

Los procesos de Moscú no son nacidos del azar. E l servilismo, la hipocresía,


el culto oficial a la mentira, la compra de conciencias y todas las otras formas de
corrupción se extendieron por Moscú después de 1924-23. Las futuras imposturas
judiciales se preparaban en pleno día.
Míster Pritt, consejero de S. M. británica, que había tenido ocasión de lanzar
en Moscú un oportuno golpe de vista a la túnica de la Temis-staliniana y la había
hallado en buen orden, toma sobre sí la tarea de ocultar aquella vergüenza. Ro-
main Rollatid, a quien los contables de la Editorial soviética aprecian muy bien
su autoridad moral, se presta a publicar uno de sus manifiestos en los cuales el
lirismo melancólico se una a un cinismo senil. L a “ L iga francesa de Derechos del
Hombre” , que condenaba en 1917 el “ amoralismo” de Lenin y T rotsky — cuando
nosotros rompimos la alianza militar con Francia— , se dedica a encubrir en 1936
los crímenes de Stalin, en interés del pacto franco-tsoviético. Se ve que el fin pa­
triótico justifica todos los medios.
El stalinismo es la encarnación de la reacción. Nosotros hemos tomado de la
historia de la democracia burguesa los términos de “ therm idor” y “ bonapartismo”
para definir la burocracia soviética porque — que los doctrinarios retrasados del
254 STALIN Y SUS CRIMENES

liberalismo tomen nota— la democracia no se ha establecido por métodos demo­


cráticos.
E l stalinismo restaura las formas más ofensivas del privilegio, da a la des­
igualdad un carácter insolente, aplasta por medio del absolutismo policíaco la ac­
tividad espontánea de las masas, hace de la administración un monopolio de la
oligarquía del Kremlin, rindiendo la vida al fetichismo del Poder hasta un punto
que la monarquía absoluta jamás osó soñar. Una aristocracia contra las masas se
ha alzado con el Poder. L a burocracia stalinista es un aparato de transmisión del
imperialismo. En la política mundial ha sustituido con el social-patriotismo al
internacionalismo.
Stalin hace arrestar y fusilar a los hijos de sus adversarios, fusilados ellos
mismos bajo acusaciones falsas. Las familias le sirven de rehgnes para coaccionar
a los diplomáticos soviéticos que son capaces de poner en duda la probidad de
Jagoda o de- Iéjov en el extranjero.
Stalin — decía Kruskaia— está desprovisto de la honradez más elemental, de
la más sencilla honradez humana.

¿ c n v en en ó S ta lin a £ e n in ?

En los últimos días de febrero de 1923, celebrábamos una sesión del Politburó.
Presentes Zinoviev, Kamenev y yo, cuando quedamos solos los cuatro, nos dijo
que Lenin le había llamado repentinamente para pedirle un veneno. Que Lenin
se consideraba en situación desesperada y en trance de volver a perder el uso de
la palabra y ya no confiaba er. los médicos, cuyas contradicciones había percibido.
Las palabras de Stalin nos dejaron estupefactos.
Lenin se me había mostrado pocas horas antes con un deseo inmenso de vivir.
H e recordado siempre la enigmática faz de Stalin en aquella circunstancia e x ­
traordinaria. La situación debía ser para todos nosotros la más trágica, pero una
sonrisa indefinida contraía permanentemente el rostro de Stalin. El contraste era
enorme entre sus palabras y la expresión de su faz. Su recuerdo aún se me hace
insufrible.
Zinoviev y Kamenev estaban pálidos y perplejos. Dudo que conociesen con an­
terioridad la noticia qu« nos fraia Stalin. Y o contesté:
—'Naturalmente que r.o podemos acceder a esa petición. Los médicos no han
perdido la esperanza y Lenin puede todavía vivir.
— Se lo he dicho— contestó Stalin, y una sombra de malestar pasó por su
cara— ; pero no quiso escuchar mis razones. El V ie jo sufre. Quiere tener un ve­
neno a mano..., para tomárselo cuando se considere perdido.
— Eso es disparatado— insistí— . Lenin podría envenenarse en cualquier acceso
de dolor, y ello sería irreparable.
Creo que Zinoviev me apoyó con parecidas palabras.
— El V iejo sufre— repitió Stalin, desviando su mirada de la nuestra. Parecía
como si en su cerebro reinase una idea distinta a la conversación.
Este episodio dejó en mí una huella imborrable hasta hoy.
Cuando volví a mi casa, participé a mi esposa la noticia, describiéndole el com­
portamiento de Stalin y su actitud extraña y siniestra.
He de confesar que pasaron muchos años antes de que relacionase estos he­
chos y gestos con algo cuya idea me anonadaba.
Sólo cuando se iniciaron los procesos y vi cómo Stalin acusaba y hacía con­
fesar a los reos crímenes por él mismo cometidos, se perfiló en mi mente la sos­
pecha definida. Pero reiteradamente la rechacé, por su tremenda y horrible mons­
truosidad.
H a sido necesario que tenga a la vista las llamadas actas taquigráficas del
proceso último, el celebrado en marzo de este año (1938), y darme cuenta del
tremendo forcejeo habido en las sesiones entre Vichinski y Bujarin para obligad­
le a declarar que ya en 1918 había pretendido asesinar a Lenin y, naturalmente,
también a Stalin.
Conocía perfectamente el amor de Bujarin hacia Lenin. Sólo un loco o un mal­
vado hubiera podido creerle capaz de atentar contra la vida de Lenin.
L E O N T R O T S K Y 255

La interrogación que durante tantos años estuvo adormecida en mi, y que lue­
go, poco a poco, fué perfilándose hasta tomar proporciones gigantescas, me vi
precisado a contestármela. No pude afirmarme a mí mismo que Stalin había en­
venenado a Lenin. No tenía pruebas, y una honestidad elemental me impide acu­
sarle rotundamente. Pero la interrogación principal engendra otra: ¿qué preten­
día Stalin al inculpar a' Bujarin de propósitos de asesinar a Lenin?... Esto sí
puede contestarse: Stalin pretendía encubrir algo, desviar contra otros algo que
tenía contra él. Indudablemente, temía que en el extranjero surgiese algún do­
cumento acusador o alguna declaración descubriendo que él había envenenado a
Lenin. Es más; debía temer que alguno de los procesados, el mismo Bujarin aca­
so, enterado de aquélla pretendida petición de Lenin a Stalin, en un arranque de
desesperación o de lucidez, le acusase. Por lo tanto, el acusar a Bujarin era una
coartada defensiva, capaz de desvirtuar el peligro.
Es todo. Todo para quien no tenga en la imaginación, como yo. aquella son­
risa de Stalin cuando nos consultaba la desesperada petición de Ler.in. No tengo
artes mágicas para revelar en la imaginación de los hombres aquel rostro de Sta­
lin. Si pudiera, creo que sólo viéndolo el mundo formularia un juicio fatal para
este Caín (1).

LEGADO TESTAMENTARIO DE LENIN A STALIN

' Stalin es demasiado brutal, y este defecto, plenamente soportable en las rela­
ciones entre nosotros, comunistas, se torna intolerable dentro de las funciones del
secretario general. Es por ello que propongo a '.os camaradas reflexionar sobre el
medio de desplazar a Stalin de ese puesto y nombrar en su lugar a un hombre
que, en todos los aspectos, se diferencie del camarada Stalin por una superioridad;
es decir, que sea más paciente, más leal, más educado, que tenga mayores aten­
ciones con sus camaradas, sea menos caprichoso, etc., etc. Esta circunstancia pue­
de parecer una bagateia insignificante, per: y: pienso que para evitar la escisión,
y desde el punto de vista que yo he expuesto antes respecto a las' relaciones mu­
tuas entre Stalin y Trotsky. elk> no es una bagatela, a menos que Una bagatela
pueda adquirir una importancia capital.

JURAMENTO DE STALIN ANTE LA TUMBA DE LENIN

“Al dejarnos, camarada Ler.in. nos mandaste tener alta y pura la gran voca­
ción de miembro del Partido. Juramos ante ti. camarada Lenin, honrar tu mandato.
”A 1 dejarnos, camarada Lenin. nos mandaste cuidar la unidad de nuestro Par­
tido como a las niñas de nuestros ojos. Juramos ante ti, camarada Lenin, honrar
tu mandato.
”A 1 dejarnos, camarada Lenin, nos mandaste mantener y reforzar la dictadura
del proletariado. Juramos ante ti, camarada Lenin, poner todas nuestras fuerzas
en honrar tu mandato.
Al dejarnos, camarada Lenin, nos ordenaste reforzar y extender la Unión de
Repúblicas Socialistas Soviéticas. Juramos ante ti, camarada Lenin, honrar tu
mandato.
”A 1 dejarnos, camarada ¡Lenin, nos ordenaste permanecer fieles a la Internacio­
nal Comunista. Juramos ante ti, camarada Lenin, consagrar todas nuestras vidas
al engrandecimiento y refuerzo de la unión de obreros de todo el mundo : la Inter­
nacional Comunista. ”

(1 ) F ra gm en to de un panfleto tro tsk ista , firm ado por T r o ts k y , llegad o a nuestras m a­


nos en m ayo de 1940.
256 STALIN Y SUS CRIMENES

£/ a s e s in a to d e ^ L ro tsfiy

Trotsky muere en el instante preciso. Stalin ha lográdo su fin revolucionario


de provocar la guerra universal, frustrado con su provocación de la de España,
firmando su pacto con Hitler.
Como ya hemos dicho, la horrorosa matanza de todos ios “viejos bolcheviques”
,y de centenares de miles que con ellos simpatizaban o podían simpatizar, tenía como
fin último hacer posible ese pacto provocador de la guerra. Una situación de ab­
soluta unanimidad, de ciega obediencia, era imprescindible a Stalin en aquellos
momentos decisivos. El hecho del pacto y su consecuencia, la guerra, que lo colo­
caban ante los ojos de las masas rusas y las internacionales como “aliado de he­
cho” de Hitler, era cosa tan ferozmente contradictoria que, si entonces aun existen
algunos jefes de la oposición, siquiera con un conato de organización conspiradora,
hubieran podido dar en pocos días un golpe de Estado que hubiera derrocado a
Stalin. Esto lo evitó con el espantoso terror que desató, como premisa y prólogo
absolutamente necesarios para poder ejecutar sin peligro el repentino viraje en
política internacional. Pero el terror interior de la U. R. S. S. era ineficaz en el
área internacional. El pacto germano-soviético sumió en el estupor a las masas
comunistas del mundo entero. Durante más de tres años, Stalin había fusilado a
toda la “Vieja Guardia” del Partido bolchevique y a masas inmensas de militan­
tes de la oposición o meramente de descontentos, por el delito de sabotaje, espio­
naje y traición en favor de Alemania. Convenciera o no la imputación de esos
delitos a las gentes comur.istas, siempre pesaba sobre ellas la evidencia de que
Stalin era el primer antifascista del mundo. Su odio al fascismo acallaba escrú­
pulos y les obligaba a considerar como evidencias judiciales las deficientes pruebas
aportadas en los procesos contra los acusados. Pero he aquí que Stalin, repenti­
namente, incurre, a la luz del día. en el mismo delito que imputó a los reos fu­
silados por él. Bien es verdad que ya tenía a la cabeza de los partidos comunis­
tas a hombres cuya formación personal había hecho de ellos súbditos perfectos de
la U. R. S. S. staliniana; más aún, eran hombres de tan probada y absoluta obe­
diencia que pudieron ser sometidos a la prueba sin peligro de disidencia o rebe­
lión. Hasta los jefes del Partido en países que, como Francia, Jiabían de sufrir
una derrota infalible y perder la independencia, acaso para siempre, siguieron fie­
les a Stalin. a pesar de constarles que la catástrofe de su patria de nacimiento se
debía única y exclusivamente a él. Pero los jefes ni siquiera en los partidos de
tipo dictatorial como el comunista lo son todo. Quedaban al margen las masas.
Unas masas a las cuales Stalin no podía en el momento dar una explicación, ni
siquiera ensayar el sofisma. La naturaleza misma de su política de guerra, los
designios últimos que tras ellas ocultaba, sólo a base del secreto podían tener éxi­
to. Y el secreto es incompatible con que sea conocido por millones de hombres.
El pacto germano-soviético fué un mazazo sobre la endurecida conciencia de los
militantes en los partidos comunistas del mundo. Un mazazo que la hizo saltar en
mil pedazos. Su momento psicológico fué muy especial. La traición real de Stalin,
que sus hechos inmediatos acusaban, desde luego, no les hizo ver la verdad abso­
luta de lo que el comunismo es. No vieron esa traición a Dios, a la Patria y a sí,
que es su única realidad. Esa ilusión utópica de la “sociedad sin clases” sobrevivió
a la fenomenal traición de Stalin. Esa fuerza de la ilusión, que es la principal
que el marxismo explota, combinada con el odio, quedó por un momento en el
aire, sin la palanca de un partido u organización revolucionaria donde pudiese, ser
aplicada...
Fué la hora de Trotsky. Su IV Internacional hubiera arrebatado al Komintern
las masas comunistas en el mundo entero. La peligrosidad de Trotsky para Sta­
lin, si siempre fué grande, se acreció desmesuradamente en el momento que entró
en vigencia el pacto germano-soviético. Stalin reservaba para el futuro un gran
papel a sus “quintas columnas’' del mundo entero. Vió instantáneamente el peli­
gro, no sólo de que no le obedecieran, sino que pasasen a ser mandadas por su
más peligroso adversario.
L B O N T R O T S K Y 257

Aáí, las órdenes de exterminar a T rotsky deben ser tajantes en estos momen­
tos. H ay una tentativa de asalto a la casa de T ro tsky, que dirige el “ coronel”
del ejercito rojo español A lfa ro Siqueiros, que fracasa, pero cuesta la vida al
portero, que se opone a los asesinos.
Pero hay un agente de la G. P. U., bajo los nombres de Morton, Jackson o
Mornard, que desarrolla un plan finísimo desde hace meses.
Sin duda, la “ posición” que el chekista ha logrado alcanzar en las proxim i­
dades de T ro tsky y la confianza que éste le dispensa le hubieran permitido asesi­
narlo con impunidad. Pero la urgencia de Stalin debía ser enorme. Por una vez,
y acaso única en el futuro, Stalin rompe con las más elementales reglas de su
técnica policíaco-criminal. E l ejecutor, que, según ellas, debe desaparecer, en evi­
tación de que pueda hablar o su persona y móviles demostrar que el asesinato es
ordenado por el señor del Kremlin, en este asesinato singular de T rotsky la re­
regla es desechada. Para ceñirse a ella, hubiera sido necesario esperar ocasión más
propicia, para que la huida del asesino estuviese asegurada. Sólo la prisa de Stalin
pudo ser causa eficiente para que el asesino de T rotsky cometiese el hecho con la
seguridad de ser cogido. A caso Stalin esperase que fuera muerto en el acto por
la guardia de pistoleros que constantemente rodeaba a T rotsky. Pero no acostum­
bra Stalin a fiar aspecto técnico tan esencial, como es la desaparición de sus eje­
cutores, a la iniciativa extraña.
Todo induce a creer en la urgencia de Stalin. La labor de T ro tsky en aquellos
instantes sobre las masas comunistas del mundo la determinaban. Pasados meses,
y ya enroladas las masas en la I V Internacional, la muerte de T ro tsky hubiera
perdido casi toda su eficacia.

E L EJECU TO R

H asta este hecho, no había caído en manos de la justicia ningún ejecutor, con­
victo y confeso, de Stalin. Nos referimos, naturalmente, a los ejecutores directos;
ao a los pistoleros que actúan en todo el mundo a las órdenes de jefes intermedios.
Este caso insólito permite estudiar este raro tipo psicopatológico.
N o es mucho, en realidad, lo que la policía y la justicia mejicana pueden pro­
fundizar en él. É l “ clim a” de la política mejicana no era propicio a una inquisi­
ción a fondo.
Pero los hechos son tan característicos que nos permiten siquiera sea siluetar
a este hombre.
Patria de origen, muy dudosa. A l fin. parece ser nacido en B é lg ica ; pero es
por decirlo él, y no porque su acento así lo delate. Borrado el punto de partida de
su vida, la investigación carece de lugar de arranque para reconstruir la vida de
este hombre.
La técnica que usa para penetrar et: el círculo íntimo de T rotsky, tan hermé­
tico por razón del peligro, es muy singular. Para poder consumar su crimen usa
del amor. Enamora a una secretaria de Trotsky, que, por judía y trotskista, goza
de la intimidad del je fe y su familia. La enamora al mismo tiempo que finge él
ser paulatinamente captado por la doctrina trotskista. Además, como hace el pa­
pel de potentado, sus donaciones a la I V Internacional tocan esa fibra tan sensible
de todo judío que es el dinero, aun cuando el judío sea comunista.
Cuando consuma el atentado aun no ha logrado confianza suficiente para ver
a T rotsky fuera de su fortín amurallado de Coyoacán. Pero ya entraba y salía
de la casa sin ser registrado por la guardia exterior, constituida por policías me­
jicanos, ni por la interior, compuesta por pistoleros fanáticos de T rotsky. Si el
golpe que da a T rotsky lo mata en el acto, indudablemente hubiera podido salir
de la casa sin ser molestado.
En prevención de ser detenido, llevaba ese extraordinario documento que la
policía le encuentra sobre sí. Para cualquier policía ordinaria, e.1 documento hu­
biera sido suficiente como declaración de móviles. Pero allí estaban los secretarios
de T rotsky para desvirtuarlo. La coartada del documento había ya sido utilizada
por Stalin en París algún tiempo antes. U n secretario de T rotsky, asesinado por
la G. P. U., llevaba sobre sí un documento acusador contra T rotsky, por el cual
17
358 STALIN y SUS CRIMENES

la sospecha del asesinato se desviaba hacia los mismos trotskistas. Si el asesino de


Trotsky hubiera sido muerto en su casa, el documento tendía, en primer término,
a inculpar de la muerte a Trotsky.
Como se ve, el refinamiento en la técnica criminal es perfecto.
Sólo dos -aspectos más del hombre.
El primero se reduce a su tragedia íntima. El usó del amor para utilizar a
Sylvia, la secretaria de Trotsky, pero a su vez resultó enamorado.
Otro, éste trágico, lo revela en el único instante en que cree que va a morir
a manos de los pistoleros de Trotsky. Es la única verdad que ha salido de sus
labios en el proceso.
Por toda disculpa, dice:
“ Han oncarcel.ado a mi madre.”
He aquí por qué el ejecutor de Stalin le obedece y mata.
Compadezcamos a este hombre, que, aun sumido en el crimen, transformado
en un esclavo que asesina, obedece a un sentimiento profundamente humano: quie­
re salvar la vida de su madre.
* * *

A continuación, se transcriben las informaciones de prensa mejicanas sobre la


muerte de Trotsky. Desde luego, no son ninguna pieza literaria para figurar en
antología. Pero las dejamos con toda su ingenua frescura, porque acaso reflejan
el drama y todo el misterio que tras él se oculta mejor que cualquier rela'to téc­
nicamente perfecto.
Sobre todo, nos cautiva ese repórter que describe la incineración del cuerpo
de Trotsky.
Sin sospecharlo siquiera, ha compuesto un poema en que lo trágico y lo ri­
dículo alcanzan categoría épica. Más aún: aquel feroz comisario de guerra y ge­
neralísimo soviético, verbo en llamas de la revolución, figura trágicamente legen­
daria de sus sangrientos anales, se ve sobre la parrilla incandescente, como un
pobre diablo en calcetines... Las barbas chamuscadas, y ardiendo todo él entre
contorsiones grotescas, que parecen protesta.
Es la macabra y ridicula escena una pantomima, sin duda, imaginada por el
mismo diablo.
Vinieras n o tic ia s d e l a te n ta d o

Cómo ss con su m é el nuevo atentado

Sobre la agresión de anteayer, la Policía ha tenido una


versión más precisa que en seguida insertam os; pero trayendo
a colación, por ser necesario, algunos detalles que ya dimos
a conocer.
Recordarem os que como a las 17 horas del m artes pasa­
do, en las afueras de la casa que ocupaba el revolucionario
ruso, se detuvo el automóvil de color gris, placas núm ero
D-21-47, coche que perteneció al propio Sr. Trotsky, y que
vendió “ casi regalad o” , a Morton o Jackson. Del vehículo des­
cendieron éste y otro sujeto, que dialogaron algunos m om en­
tos. Al cabo de media hora, Frank se dirigió a la puerta de la
casa-fortaleza, llamó con el timbre, se le franqueó la entrada,
pues era persona conocida, y se coló sin dificultad alguna
hasta el jardín, donde a la sazón se encontraban el exilado, su
esposa y dos de sus ayudantes, componiendo las conejeras.
Mientras el desconocido que acom pañaba a Frank se re ti­
raba apresuradam ente a través de unos llanos próximos. T ro ts­
ky iniciaba un diálogo, en francés, con el recién llegado, al pa­
recer, sobre cierto artículo escrito por éste. El señor Trotsky,
según se dice, hallábase un poco indispuesto; prueba de ello
que pidió a su esposa. Nathalie Sedoff, un poco de té, el que
más tarde le llevaron hasta su despacho, donde se habían tras­
ladado ya los dos interlocutores.
Antes de continuar este relato, que se forja con las infor­
maciones recogidas por agentes del servicio secreto, es m enes­
ter dar a conocer las observaciones hechas así en el comedor
como én el despacho donde don León acostum braba a trabajar.
Los policías advirtieron, durante su inspección, que los con­
tactos de los tim bres de alarm a estaban desprendidos; a r r a n ­
cado el auricular del aparato telefónico; caída en uno de los
ángulos del despacho un a silla, m ientras que en otras había
papeles manchados de sangre. Se aclaró que un mozo del se­
ñor Trotsky, de los prim eros en acudir a darle auxilio, causó
aquellos deterioros, nervioso porque no_podía encontrar los
controles de alarma.
¿Quién hizo funcionar, entonces, estos aparatos? La con­
testación que los detectives se dan es bien sencilla. Deducen
que el señor Trotsky, al ser lesionado, se refugió precisam ente
en un ángulo de su oficina, cercano al comedor, y que acci-
a 6o STALIN Y SUS CRIMENES

dentalm ente pisó, antes de rodar al suelo, la palanquita, oculta


bajo un tapete, que pone en movimiento los tim bres de alar­
ma, o bien que, ya lesionado, llamó deliberadam ente, a la vez
que lanzó un estentóreo grito de dolor.
Sobre la m esa del comedor fueron encontrados dos vasos;
los lentes delvseñor Trotsky, que el ex Comisario de la Guerra
ruso acostum braba a quitarse y ponerse con m ucha frecuencia
duran te la conversación, sobre todo cuando tenía necesidad
de explicar algo relacionado con algún escrito.

Un dictáfono que recogió algo de lo que se habló

Un hecho m uy singular pudieron advertir quienes pene­


traro n en la casa de León Trotsky, minutos después de aconte­
cidos los sangrientos sucesos. Además de las huellas inequí­
vocas de lucha que fueron advertidas en el com edor y, sobre
todo, en el despacho, halláronse en éste, en funcionamiento,
un dictáfono eléctrico 3' una m áquina grabadora de rollos,
prueba evidente de que el exilado quiso conservar la conver­
sación con "su am ig o ’’. Cuando la Policía quiso recoger los
rollos, donde quizá esté el meollo de la tragedia, los “ guarda­
espaldas” del líder se opusieron.
De encima de una de las sillas del com edor fué recogida
la gabardina del agresor, que guardaba un puñalito, cuya fun­
da, para disimular el arma, está cosida al forro con hilo pla­
teado. En medio de dos cómodas que ocupan en parte la pieza,
se advirtieron enormes manchas de sangre, lo mismo que so­
bre un tapete de yute, a la entrada del despacho. Cerca de una
de las cómodas quedó tirado el zapapico de que se sirvió Mor-
ton para herir a su víctim a y el sombrero de éste, un fiel­
tro gris.
Pudo confirmarse asimismo, durante la m añana de ayer,
que el mango del martillo de m inero con que fué herido T rots­
ky fué recortado, lo que viene a poner de manifiesto que Frank,
para m ejo r esconder la herram ienta, redujo hasta donde le fué
posible su parte de madera. 1 ,
Un dato de lo más im portante es el que acaba de confir­
m a r la Policía: que el 25 de mayo próximo pasado, es decir,
al día siguiente del asalto que en la casa de Trotsky dieron
Sequeiros y sus secuaces, F rank partió con rum bo a Nueva
York, dice que para pedir dinero a su madre. El viaje lo hizo
absolutam ente solo, pero al regreso vino con Silvia^ con el
ánimo de desposarse aquí. Ambos entraron en el país con
ta rjeta s de turistas. El se registró en el Departamento de Mi­
gración como nacido en el Canadá, otro detalle que también
desconcierta a la Policía, y dió el nom bre de Jack Morton. A
L E O N T R O T S K Y

últim as fechas, vencida la ta rje ta fórmula 10, por la que se


concede a los turistas breve estancia, Morton solicitó el re­
frendo.
A pesar de todo, las autoridades lograron arran car en al­
gunos instantes declaraciones de im portancia a Frank, pues
éste contesta algunas p reguntas; pero tan pronto como cree
com prom eterse, se irrita o simula que le duele algo para en­
mudecer.
Según los médicos de la Cruz Verde, está muy lejos de
la gravedad, y pronto estará en condiciones de contestar los
interrogatorios más peligrosos.
Hasta hoy solamente se sabe que nació en Rusia, pero que
se nacionalizó belga hace más de diez años. Al agredir a
Trotsky, pretendió escapar por una de las ventanas del com e­
dor, que dan a upo de los costados de la finca: intento en el
que se le cayeron unos anteojos oscuros que llevaba para im ­
provisarse rápidam ente un disfraz.
El teniente David García Soto, encargado de la vigilancia
en las afueras de la residencia de Trotsky. en Coyoacán, nos
contó que, como a las cinco de la tarde, vio entrar anteayer a
Morton, sin concederle al hecho mayor importancia, debido a
la intimidad que cultivaba éste con el exilado; pero que a poco
escuchó que sonaban alarmas, y a! acudir a la entrada del edi­
ficio, dos de los ayudantes de Tr - y le entregaron al seudo-
amigo, bañado en su propia sangre.

Un nuevo interrogatorio que fu é hecho a Silvia

El Jefe de la Policáa sometió a Silvia a un nuevo interroga­


torio, durante el cual la l : • am ericana manifestó que su pro­
metido estuvo trabajando algún tiempo en Torreón, Goahuila,
con una productora de aceites, propiedad de un señor P etter;
que al venir a México, ambos se instalaron en una residencia
particular, pero que a últim as fechas el am ante la llevó al
hotel Montejo.
— Es que ustedes ya prem editaban la escapatoria— agregó
el funcionario.
A lo que la declarante repuso:
— No. Frank me dijo que estaba mal de dinero, y yo no
pude m e n ts que am oldarme a su situación económica. Ya he
dicho que fui víctima de un engaño. Hasta hoy los sucesos
me descubren la verdad. Este malvado solamente se sirvió de
mí para acercarse al señor Trotsky, cuyo estado es a mí a la
prim era que me alarma.
Insistió en que su herm an a Ruth trabajó con el señor
Trotsky en París, donde la declarante conoció a Jack Marlan,
262 STALIN Y SUS CRIMENES

quien más tarde le revelaba su verdadero nom bre: Frank


Jackson.

Diligencia de identificación

El Jefe del Servicio Secreto, coronel Leandro Sánchez Sa-


lazar, llevó a cabo, a las 13 horas, la diligencia de identifica­
ción, en la sala donde se en cu entra el agresor de Trotsky.
Consistió en m o strar el asesino a los detenidos por el asalto
a la casa de Trotsky y por el homicidio del secretario de éste,
Robert Scheldon Harte, o sea, a N éstor Sánchez Hernández,
estudiante de leyes y .ex com batiente en España, y el español
José Alvarez López, que debían decir si Morton fué el francés
que figuró como director intelectual en aquel atraco.
Los preguntados, después de observar detenidam ente a
Morton, al que se le corrieron, para conseguir más preciso re ­
sultado, los vendajes de la cabeza y de la cara y se le pidió
pronunciara algunas frases para que los testigos pudieran es­
cuchar su voz, dijeron que no lo reconocían. Morton, cínica­
mente, tarareó u na canción extran jera y alzó el único ojo que
le quedaba libre para ver a los dos hom bres que le contem ­
plaban.
Finalmente, logramos saber que las autoridades policíacas
pidieron a las de los Estados Unidos inform en de si Jackson
tiene antecedentes en los archivos de la delincuencia neoyor­
quina, donde dice el homicida haber vivido por algunos años.

Nota oficia! de la secretaría de Trotsky

Ayer por la tarde, horas antes de que León Trotsky m u ­


riera, el secretario del líder rojo, Joseph Hansen, hizo las de­
claraciones que siguen:
León Trotsky lucha contra la m uerte en estos momentos
con pocas probabilidades de vencerla. Fué abatido por un
agente de la G. P. U. de Stalin. Este segundo asalto fué pre­
visto y predicho por León Trotsky inm ediatam ente después del
anterior asalto del 24 de mayo. La forma en que hubiera de
realizarse se ignoraba entonces. Los acontecimientos del ata­
que de ayer, brevem ente expuestos, se desarrollaron así:
El señor Trotsky conoció personalm ente al asesino, Frank
Jackson, hace más de seis meses. Jackson gozaba de la con­
fianza de León Trotsky a causa de sus conexiones con el movi­
miento- trotskista en Francia y los Estados Unidos. Era cono­
cido como simpatizante financiero generoso. Jackson visitaba
frecu en tem ente la casa. En ningún m om ento tuvimos el menor
motivo para sospechar que fuera un agente de la G. P. U.
L E O N T R O T S K Y 263

Entró en la casa el día 20 de agosto, a las cinco y media


de la tarde. Encontró a Trotsky en el patio, cerca del galline­
ro, hablando de que había escrito un artículo sobre el cual
pedía su opinión. Trotsky, acompañado de Jackson, se dirigió
con él al comedor, donde encontraron a la señora Trotsky.
Jackson pidió a la señora Trotsky un vaso de agua. “ Su gar­
ganta estaba s e c a ” , dijo. Le ofreció té en lugar de agua, ya
que ella y el señor Trotsky acababan precisam ente de tom ar
el té de la tarde. El lo rehusó, tomando sólo agua.
Entonces Trotsky le invitó a en trar en su despacho, sin que
lo notificara previam ente a sus secretarios. La prim era indi­
cación de que algo ocurría fué el ruido de gritos terribles y
una violenta lucha en el despacho de Trotsky. Los secretarios-
guardas creyeron al principio que había ocurrido un accidente.
Los dos que estaban más cercanos abandonaron inm ediatam en­
te sus puestos, corriendo al comedor,1 próximo al estudio de
Trotsky. E ncontraron a Trotsky saliendo de su estudio, la san­
gre descendiéndole de la cara. Uno de los guardas atacó inm e­
diatam ente al asesino, quien estaba en pie, pistola en mano;
el otro ayudó a Trotsky a reclinarse en el piso del comedor.
Al parecer, el asesino golpeó prim ero a Trotsky con u n
pico m inero o bastón alpino, cuya punta penetró en los sesos.
En lugar de desvanecerse, como el asesino había evidente­
m ente planeado, Trotsky conservó la lucidez y luchó contra
el asaltante. Después, yaciendo sobre el piso, describió la lu ­
cha a la señora Trotsky y a su secretario Hansen. Dijo a Han-
sen: “ Jackson me disparó con un revólver; estoy gravem ente
herido; siento que el fin lleg a.” Hansen intentó convencerlo
de que sólo estaba herido superficialm ente y que no podía
h aber habido un revólver, porque nadie había oído el disparo.
Trotsky respondió: “ No toque aquí (señalando su cabeza) ;
esta vez lo han log rad o.”
Después, en la ambulancia, habló de nuevo a Hansen, di­
ciendo: “ Jackson era miembro de la G. P. U. o fascista; mucho
más probable de la G. P. U .” En el hospital, mom entos antes
de perder el conocimiento, llamó a Hansen a su lado, p regun­
tándole si tenía una libreta de notas para tom ar la siguiente
declaración: “ Estoy cerca de la m uerte a causa del golpe de
un asesino político que me atacó en mi casa. Luché contra él.
Haga el favor de comunicarlo a nuestros amigos. Estoy seguro
de la victoria de la IV Internacional. ¡A delante!”
El papel de Jackson es siniestro. Estuvo en París cuando
Rodolph Klement, antiguo secretario de Trotsky, desapareció,
siendo asesinado por la G. P. U. Su cuerpo fué encontrado en
el Senpq con la cabeza y los brazos mutilados. Su penetración
en la casa de Coyoacán fué, sin duda, calculada mucho tiempo
antes: Es muy posible que tom ara parte dirigente en el asalto
264 STALIN Y SUS CRIMENES

de 24 de mayo. Quizás fué él quien convenció a R obert Shel-


dón Harte de abrir la p u erta a los asesinos de aquella noche.
El secreto de su identidad significó la m uerte para Harte. Esto
podría explicar por qué Jackson se m archó a los Estados Uni­
dos inm ediatam ente después del asalto del 24 de mayo; sin
duda, p ara protegerse a sí mismo en caso de que su nombre
fuera mencionado en relación con el asalto. Durante las últi­
mas semanas, cuando todo se había calmado, regresó a México
por orden de la G. P. U., p ara term in ar el trabajo.
Sin duda la G. P. U. tiene fuertem ente asido a Jackson. Es
posible que le am enazara con denunciar su papel en Francia
en conexión con el asesinato de Klement o con el de Harte.
Es posible que le am enazara de m uerte si no había un segundo
ataque después de su fracaso como dirigente del asalto del 24
de mayo. Durante su lucha con los guardias, gritó varias veces:
“ Han encarcelado a mi m a d re .” Es posible que la G. P. U. le
am enazara con la m uerte de parientes suyos en Rusia u otro
lugar.
Stalin, el gran sepulturero de la Revolución de Octubre y el
asesino de toda la generación bolchevique, ha logrado dar un
golpe, mortal al parecer, al que restaba de los líderes de la
época heroica.
La cam paña de “ La Voz de M éxico” , “ El P o p u la r” y “ Fu­
tu r o ” , contra Trotsky, m ediante la cual, como agentes de la
G. P. U., hicieron preparación m oral para el asalto del 24 de
mayo— basta recordar sus vociferaciones pidiendo la expulsión
de Trotsky y sus consignas de “ m u era T ro tsk y ”— , ha logra­
do, al fin, un “ éxito ” . Colgando al ataque del 24 de mayo el
“ m a rc h a m o ” del “ auto-asalto” , preparaban el segundo asalto.
¿Cómo intentarán estos agentes de la G. P. U. ( “ La Voz de
M éxico” , “ Ei P o p u la r” y “ F u tu r o ” ) cubrir su complicidad en
el actual asalto? Ya hemos visto el principio en las declara­
ciones de Jackson aparecidas en la Prensa, diciendo que se
tra ta de una lucha “ p erson al” entre él y Trotsky. Esta decla­
ración es igual, en substancia, que la teoría del “ au toasalto”
de la G. P. U. Como Trotsky declaró, es un asesino de la
G. P. U. de Stalin.
En un desesperado intento de salvar la agonizante vida de
León Trotsky, amigos de Trotsky de Estados Unidos han arre­
glado el viaje aéreo a México del Dr. W alter Dandy. El doctor
Dandy es director del Neuro-Surgery en la Universidad John
Hopkins. El señor Albert Goldman, de Nueva York, abogado
del señor Trotsky, encontrará al señor Dandy en Brownsville
(Texas). Llegarán juntos a México, al aeródromo de la ciudad,
a las 12,35 p. m. Un prem inente especialista del cerebro, pro­
cedente de Los Angeles, saldrá m añana a las dos de la m adru­
gada, para llegar al aeropuerto de México pasado m añana.—
Joseph Hansen, secretario de Trotsky.
L E O N T R O T S K Y 265

La C. T. flfl. reprueba ei atentado contra Trotsky

Refiriéndose al atentado contra la vida del refugiado polí­


tico León Trotsky, y horas antes de que falleciera el ex Comi­
sario de Guerra de la U. R. S. S., el licenciado Vicente Lom­
bardo Toledano, Secretario general de la Confederación de
T rabajadores de México, nos declaró lo que sigue.
“ Tal como lo expresó la C. T. M. a raíz del asalto perpre-
tado en la casa del refugiado político León Trotsky, el empleo
de 1a. violencia para suprim ir personas o para atentar en con­
tra de sus intereses es un procedimiento contrarrevoluciona­
rio, ajeno a los principios del movimiento obrero y p articular­
m ente opuesto a la táctica de lucha de la C. T. M.
En tal virtud, tal como la Confederación lo hizo en la
ocasión m encionada al principio, reprueba una vez más el
atentado cometido contra la persona de León Trotsky y pres­
tará toda su cooperación a las autoridades no sólo para el
esclarecimiento de ese hecho, sino tam bién para que se inves­
tigue de una m anera completa y se hagan oportunam ente del
conocimiento público las relaciones que este caso tiene con la
actitud asumida por los elementos provocadores enemigos de
México, ya que es evidente que. independientem ente del de­
lito cometido por quien atentó en contra de Trotsky, debe
haber personas en el extranjero tratando de perjudicar a nues­
tro país, presentándole como un país en donde reina el desor­
den y en donde es indispensable, en consecuencia, intervenir
para establecer, aparentem ente, un orden nuevo, cuya m ani­
obra oculta el propósito de inmiscuirse en los actuales asuntos
que se ventilan en nuestra P a tr ia .” .

Inform es a! señor Presidente

El señor Presidente de la República siguió con toda aten ­


ción durante el día de ayer todos los incidentes relacionados
con el atentado que costó la vida al líder ruso León Trotsky,
inform ándose sobre el resultado de las investigaciones practi­
cadas por la Policía y condiciones de salud de la víctima, hasta
su fallecimiento.
La J e fa tu ra de Policía, según se nos indicó, estuvo propor­
cionando al P rim er Magistrado los datos relativos, conforme se
iban obteniendo en el curso de la averiguación.
Y
266 STALIN Y SUS CRIMENES

Lo que dice Diego Rivera

Nueva York, 21 de agosto.'— Diego Rivera, el famoso pin­


tor mexicano, que se encuentra en esta ciudad, declaró hoy
a los periodistas que tiene el íntimo convencimiento de que
el atentado que acaba de sufrir León Trotsky, y que lo tiene a
las puertas de la tumba, se debe al actual Gobierno de Moscú.
Agregó que está seguro de que el agresor obró por órdenes de
Stalin.
n a p r u e b a q u e r e s u lta c o n v in c e n te

£íEs evidente que el asesino de Trotsky obró por mandato de


Stalin” , dice Qoldman
Ayer larde, una vez dadas a los periodistas las copias de
la carta que llevaba consigo a l com eter el atentado contra
Trotsky, ésta le fué m ostrada al abogado Albert Goldman, que
era el apoderado del desaparecido líder en los Estados Unidos.
Y con un vivo interés la leyó y dijo: “ Si alguna prueba era
necesaria para convencer a cualquier persona inteligente so­
bre que Jacques Marlan o Frank Jackson es un agente de la
0. P. U., nada m ejor que la carta escrita por él mismo. Es evi­
dente que ei asesino de León Trotsky obra por mandato de
Stalin. ”
Mr. Goldman nos refirió que cuando fué asesinado en Pa-
irs Rudolph Klement, secretario particular de Trotsky y, ade­
más, Secretario de la IV Internacional, las m aniobras realiza­
das por la G. P. U. fueron maquiavélicas. Klement, en una
carta que enviaba a Trotsky aparentem ente, pues éste la reci­
bió después de la desaparición de aquél, renegaba tam bién del
trotskismo. El desventurado secretario particular fué encon­
trado decapitado y sin brazos en el río Sena. Y al examinarse
con detenimiento el caso, se vió que la carta había sido adm i­
rablem ente falsificada, excepto la fecha, que había sido super­
puesta. Eso mismo ha ocurrido con la carta de Jacques Marlan,
escrita con anterioridad y con la firm a y fecha puestas en
lápiz, a últim a hora, pues que si coincidiera con el día en que
fué escrita, lo lógico hubiera sido la escribiera con tinta.
“ Estos procedim ientos son peculiares de la G. P..U. y nada
más ha sido hecha una adaptación del sistema empleado con
Klement, en París, a este caso en México. En aquella carta,
Klement acusaba a Trotsky de fascista. Ahora se le hacen acu­
saciones sem ejantes por u n aparente renegado, que no es sino
agente de la G. P. U. ”
Expresó que no le parecía extraño que en sus declaracio­
nes siga Marlan esa técnica.

Posiblem ente existe una terrible coacción


Siguió diciéndonos: “ Sería muy fácil contestar punto por
punto lo que dice Jackson en su carta; pero lo que es evidente
en ella es que está redactada en térm inos tales que hacen
suponer que esperaba m atar a Trotsky silenciosamente, para
268 STALIN Y SUS CRIMENES

luego salir sin ser detenido por nadie y escaparse en esa forma.
Por eso empleó el “ p io let” y no la pistola, que hubiera hecho
demasiado ruido Tam bién es notorio que Jackson aceptó la
consigna de suicidarse, por más que si no lo hizo es porque
después será asesinado, como ha acontencido en casos simi­
lares. No sé si Jackson tend rá familiares presos en Rusia o
en territorio ocupado por los alemanes o rusos; pero sé que
dijo cuando era atacado por los guardias de Trotsky: “ ¡Lo hice
porque tengo a mi m adre presa en R u sia!” , y sé que ése es el
procedimiento favorito de la G. P. Ú. p ara obligar inexorable­
m ente a sus agentes a cum plir las órdenes. Trotsky, por lo
demás, había ya escapado a otros atentados, como uno que
trató de realizarse en París, evitado gracias a un espía que
estaba cerca. Esta serie sangrienta se inició cuando Reis ro m ­
pió con el stalinismo y se proclamó trotskista o, más bien
dicho, de la IV Internacional y fué asesinado en Berna; des­
pués vinieron más crímenes, como el cometido en la persona
del hijo de Trotsky, León Sedov: la desaparición de Sergio
Sedov, el asesinato de Kamenev, cuya viuda, herm ana de T rots­
ky, está en Siberia, si es que aun vive.”
Nos dijo, finalmente, que no sabe si Silvia Agelov o sus
familiares tienen algunas ligaciones con Stalin. En cuanto a
que Jackson fuera amigo de Bob Sheldon Harte, asesinado a
raíz del anterior atentado, dice que no tiene conocimiento
sino de que eran conocidos. Esto a propósito de la idea que se
tiene de que Jackson fué el que hizo abrir la p u erta el 24 de
mayo a Bob Sheldon. que estaba de guardia, y en esa forma
entraron los asaltantes a las órdenes de David Alfaro Siqueiros.
a sesin o m u y v ig ila d o

Franc Jackson o Jacques iVtarlan dice estar arrepentido y


afirm a no pertenecer a !a G. P» U.— S ilvia A geloff no quiere
que se le pregunte nada
Por José Pérez ü o r e n o ,
rep ó rte r de Policía.

Las dos figuras centrales del dram a de Goyoacán, Jacques


Marlan van P enpreschpt y Sylvia Ageloff, tienen la apariencia
de dos comediantes. Se nota que el pseudoperiodista y ex mili­
tar pretende a toda costa poner a Sylvia a salvo, para lo cual
ha inventado la sutil historia de que, en buena parte, fué el
profundo am or que siente por ella lo que le impulsó al asesi­
nato de León Trotsky. Por su parte, ella, profesora de Psico­
logía, se m u e stra m uy fácil a los accesos de apariencia histé­
rica, de los que se repone con una gran facilidad. Lo único que
la aterroriza es la presencia de periodistas y fotógrafos, y
ayer, en la escena que se desarrolló durante la fracasada e n tre­
vista, tan sólo gritaba: “ ¡Get out! Get o u t ! . . . ”
El General Núñez informó que se había logrado recup erar
las tres hojas famosas en que Jacques Marlan explica las cau­
sas por las cuales planeó la m uerte de Trotsky. Estas hojas las
tuvimos en nuestras manos. Están firm adas con el nom bre
“ J a c ” y tienen esta fecha: 20-8-1940, o sea la del atentado.
Solamente que se nota o las claras, pues la carta está escrita
en máquina, que la redacción es muy anterior a la firm a y
fecha. Éstas están escritas con lápiz, nerviosam ente, según se
nota en los rasgos. ,
Marlan llevaba la carta consigo, habiéndole sido entregada
al doctor Agustín Guízar, de la Cruz Verde, cuando Jacques
Marlan era llevado en una ambulancia, a raíz de los hechos.
La damos a conocer, traducida, en otra parte de esta m ism a
edición.

Las explicaciones que ha dado Harían

Marlan ha sostenido que nació en Teherán, la capital de


P ersia; fué educado en París y es ciudadano belga. Afirma que
su padre tuvo un cargo diplomático en Persia y que él ingresó
en el ejército después de haber hecho estudios militares, obli­
270 STALIN Y SUS CRIMENES

gado por su padre, al que agradaba m ucho tal carrera. Llegó


a ten er el grado de teniente, y cuando iba a ser ascendido a
capitán, pidió su baja, m as.no desertó, como, se había asegu­
rado. Entonces se retiró a París a estudiar periodismo, hacien­
do su práctica al lado de un periodista llamado Paúl, faltán­
dole, para ejercer la profesión, el año de práctica que se
exigía.
También refiere que estudió en La Sorbona durante un
año, la prim era vez. y tres la segunda, y que una am iga llam a­
da Ruby W eil le presentó a Sylvia Ageloff, de la que se enam o­
ró de m anera apasionada, y que varios amigos suyos, de su
m ism a edad, lo iniciaron en el trotskismo, como un bello ideal
que él tomó con todo su corazón.
Dijo que en el ejército perteneció a un Cuerpo de Infan­
tería y luego a un regimiento de Artillería, que después se
convirtió en regimiento de Artillería antiaérea, y que su vida
m ilitar había sido desilusionante, pues además de no tener
vocación por la carrera de las armas, le parecía irritante la
m entalidad de los militaristas.
Como si repitiera un disco fonográfico, insiste en su expli­
cación acerca de sus móviles psíquicos al com eter el atentado
contra Trotsky. No varía un solo giro; no cam bia una sola
explicación
Acerca de las armas, declaró que el '‘p io let” lo compró en
Suiza, pues había "alp inead o” en esa temporada. Lo trajo a
México como recuerdo y lo tenía siempre colgado en su al­
coba. Por lo que se refiere al puñal, dice que no fué adquirido
ni en Europa ni en Asia, sino en México, en el mercado de “La
Lagunilla". pues le pareció un objeto raro. Por lo que hace
a la pistola, tenía ésta para suicidarse después de que hubiera
m atado a Trotsky. ya que estaba convencido de que era el
señalado para desem peñar esa gran misión histórica.
P ara comprarla, en vista de las dificultades que ofrece
hacerlo actualm ente en las armerías, sobre todo cuando se
trata de arm as de cierto calibre, se dió a reco rrer las cantinas
en busca de alguna persona apropiada para ello. Encontró en
la cantina “ Kit-Kat” , el sábado de la semana pasada, a un
parroquiano que llevaba la pistola. Lo invitó a tom ar algunas
copas y luego le dijo que le enseñara el arma, viendo que era
un “ S t a r ” 45, por lo que le propuso se la vendiera. Le prom e­
tió llevársela el lunes siguiente y, en efecto, le entregó a aquel
sujeto 160 pesos. El lunes le llevó la pistola v, en recompensa,
Marlan le obsequió con un a m áquina de escribir.
L E O N T R O T S K Y

En qué form a atacó a Trotsky


Ya resuelto, al otro día, por la tarde, guardó el “ piolet”
en una bolsa de la gabardina, a la cual había cosido la funda
del puñal para lle v a r'é s te sin que se notara demasiado. La
pistola la llevaba m etida en la pretina del pantalón. Y como ya
era m uy conocido en la casa, no lo registraron. Dijo a Trots­
ky que había escrito un largo artículo sobre la causa de la
IV Internacional y que deseaba que lo leyera, a lo cual él
accedió, invitándolo a ir a su despacho. Se sentaron (al efec­
to hizo un pequeño plano al general Núñez). de un mismo lado:
Trotsky en el centro y él a su izquierda; y en el m om ento que
Trotsky se inclinaba para leer el artículo, él sacó el “ pio let”
sin ser visto y asestó el trem endo golpe. Vió que el líder rojo
se ponía en pie en actitud defensiva: lucharon brevem ente;
el herido daba gritos y pudo salir a la puerta que comunica el
despachó y allí cayó, en tanto llegaban los ayudantes de T rots­
ky y lo atacaron furiosam ente a golpes, sin darle tiempo a
in ten tar sacar su pistola p ara m atarse inm ediatamente.

Al habla con Harían en el Puesto de Socorros


El general Núñez invitó a los periodistas a acompañarlo al
Puesto Central de Socorros, en donde se encuentran Jacques
Marlan y Sylvia Ageloff.
Entram os a la salita en donde está Marlan. Este perm anece
en cama. Es un hom bre de aspecto distinguido; está muy
pálido. En esos mom entos procedían a curarlo el doctor Qui­
zar y una enferm era. Tiene la barba un poco crecida; la ca­
beza está rasurada en parte, pudiéndose apreciar que tiene
tres descalabraduras en la parte cubierta con pelo y un golpe
en la frente que le produjo hem atom a en ambos ojos. El doctor
jGuízar procedió a quitarle las suturas que tenía en cada una de
las heridas en el cráneo, y el lesionado se retorcía de dolor.
Bajo la intensa luz de los focos de los fotógrafos de cine y
Prensa, se sentía cegado y entrecerraba los ojos.

Está arrepentido y afirm a que no pertenece a la G. P. U.


Marlan es un logogrifo (1) internacional, pues diciéndose
nacido en Persia, ciudadano belga y residente en París, apa­
rece en su pasaporte que nació en Canadá. Habla francés, in­
glés y español; solam ente que finge ignorar este último idio­
ma. Prefiere, para hablar, el francés.

(i) Enigma que consiste en hacer diversas combinaciones.— N. del E.


272 STALIN Y SUS CRIMENES

El doctor Guízar sirvió de intérprete. Se le dijo, como es­


tratagem a policíaca, que Sylvia estaba agonizando. Desde la
noche anterior le fué dada a conocer esa versión indirecta­
mente, pues en el m om ento que lo curaban, una enferm era
entró y dijo al doctor: “ Lo llaman para que vea a la señora
Sylvia, pues parece entró ya en ag on ía.” Y al escuchar aque­
llo, Marlan se puso a llorar.
Ayer, al oír tal cosa, empezó a verter lágrimas. Al p reg un­
tarle si deseaba verla, contestó:
— Eso es cosa de ella... Yo sí quisiera...
-—¿Quiere hablar con Sylvia?
Recapacitó y contestó:
— No; déjenm e m ejor a solas.
Y con el rostro contraído por un dolor, aparente o sincero,’'
se volteó sobre al almohada.
No deseaba contestar preguntas. Sin embargo, hubo que
insistir, y le dijimos:
— ¿Es usted de la G. P. U.? En ese sentido se le acusa...
— ¡Oh, no, yo no soy agente de la G. P. U . ! Yo obré por
inspiración propia...
— ¿Y está usted ahora arrepentido?
— Sí, muy a rre p e n tid o ...— y nuevam ente se puso a llorar.
Supimos que en estos días, cada vez que se le habla de
Sylvia. derram a abundantes lágrimas, mostrándose muy ena­
morado de ella, la que. a su vez, sincera o fingidamente, lo
abomina.

Una m uchacha que no desea se ¡e pregunte


Fuimos después a la sala en donde está Sylvia. El local es
más pequeño que el que ocupa Marlan. La joven estaba vestida
con un traje de piqué blanco, estilo marinero. P erm anece ten­
dida en el lecho. Cuando entramos, inm ediatam ente volvió
la cara sobre la almohada y se cubrió con un brazo. Se le dijo
que estaba muy gravem ente herido Jacques Marlan y que se
temía su m uerte de un m om ento a otro, por lo que, si deseaba
verlo, no necesitaba más que expresarlo así, y ella contestó:
— ¡No! ¡No quiero verlo!
— ¿Así es como usted paga el cariño que él le tiene?
— Es que me ha engañado; me ha tomado como un ins­
trum ento de sus malas acciones... ¿Pero qué pasa con mi pa-
dre?_ ¿No me han dicho que hizo el viaje desde Nueva York
a México? Deseo v erlo ... Quiero que me lo tra ig a n ...— y se
deshizo en llanto.
Las declaraciones de Sylvia son exactam ente las mismas
que publicamos en nuestra edición anterior. Insiste en repetir
cómo conoció en París a Jacques Marlan, y sostiene que ella
ignoró siempre los propósitos criminales de su am ante.
n tra b a jo m u y p a c ie n te

Cómo fué metiéndose al hogar de los Trotsky.— A éste, al­


guien le dijo que no le tuviera confianza.— Jackson dirigió el
atentado de Alfaro Siqueiros

La historia de las relaciones entre el ex Comisario de


Guerra ruso, asesinado en su casa de Coyoacán el último m iér­
coles, y su agresor, Jackson o Marlan, fué relatada por una
de las personas de la familia Trotsky, el día de ayer, a un
reducidísimo grupo de amigos.
Los Trotsky conocieron a Frank Jackson en París, quien
se m ostraba ardiente partidario de las ideas trotskistas y bus­
caba todos los medios posibles para intim ar con el matrimonio,
particularm ente proporcionándole ayuda económica.
Cuando los Trotsky vinieron a México y ocurrió el asesi­
nato de León Sedov, el matrim onio Rosem er tomó a su cargo
la comisión de traer a México al pequeño huérfano, Esteban
Sedov, y depositarlo en el hogar de sus abuelos. En el viaje
los acompañó Jackson, quien más tarde, cuando los Rosemer
¿ornaron a Europa, los acompañó hasta Veracruz. Los Rosemer
previnieron varias veces a Trotsky contra el “ ardiente parti­
d a rio ” , pues sospechaban al principio que era u n agente venido
a América, y particularm ente a México, a realizar alguna labor
política de espía.
Como Jackson era un individuo que decía dedicarse a n e­
gocios im portantes, alguna vez le preg untaro n los Trotsky
cuáles eran esos negocios que le dejaban tantas utilidades.
Dijo que hacía ventas de artículos en gran escala y que su
presencia en México se debía precisam ente a que iba a firm ar
un contrato con el Gobierno sobre la com pra de una gran can­
tidad de petróleo que enviaría a Alemania.
Sus atenciones y ayuda, y aun la influencia de Sylvia, la
am ante de Jackson y am iga de los Trotsky, nunca llegaron a
despertar en el líder ruso un auténtico sentimiento de amistad,
y más bien lo toleraba porque había logrado hacerse amigo de
los ayudantes, y hasta u n a vez, con el pretexto de que tenía
que hacer varios viajes a Veracruz, invitó a la esposa de
Trotsky para que conociera el magnífico camino carretero.
Su solicitud y el ofrecimiento constante de su ayuda no lo
llegó a hacer, sin embargo, sospechoso. Después del asalto a
la casa, pretextó un viaje a Estados Unidos, donde— dijo— te­
nía que efectuar tan brillantísim a operación que le dejaría
18
STALIN Y SUS CRIMENES

cerca de dos millones de utilidad, y que consistía en operar


en el mercado de cambios con una fantástica cantidad de dó­
lares. '
A su regreso se presentó en la casa para saludar a sus am i­
gos y entregar a Natalia (la esposa del líder) una caja de cho­
colates, regalo que le traía. Una sola vez, dos sábados ante­
riores al día en que cometió el crim en, fué invitado a tomar
el té, m ostrándose muy cordial en un principio, pero no así
más tarde, en que se suscitó una discusión sobre la actual
política-táctica seguida por Rusia, entre el propio Trotsky,
Jackson y su amante. Se acaloraron un poco los ánimos, pero
pronto se restableció el afecto y la cordialidad, al finalizar la
conversación.
El día del crim en se presentó en la casa, entró sin dificul­
tad alguna. Los Trotsky acababan de tom ar el té, y fué, Nata­
lia la que le ofreció una taza, rehusándola el “ am ig o ” y di­
ciendo, en cambio: "Tengo muy seca la garg anta; prefiero
a g u a .”
Le fué dado el líquido en el comedor, y acto continuo en­
tró a hablar con Trotsky a fin de m ostrarle u n artículo que
había escr:;o precisam ente sobre el tem a discutido hacía unos
días. La señora Sedov se metió en su habitación, ocupada en
labores de casa, cuando oyó los gritos de su esposo, momentos
después de que le había proporcionado el agua a Jackson.
Esa fué la prim era vez, también, que el asesino entraba
al despacho de Trotsky. La familia de éste tiene la seguridad
de que el crim en había venido siendo preparado desde hace
mucho tiempo. Cree, por otra parte, en la lealtad de Sheldon
Harte y estima que Jackson tuvo ingerencia en el asalto, pues
fué él seguram ente quien llamó a la puerta, la cual íe fué
abierta con facilidad por Sheldon, porque lo reconoció. El
asesinato de Sheldon lo provocó precisam ente ese conocimien­
to de Jackson y el peligro de que fuera a hablar. Por otra
parte, se estima que el llamado Carlos Contreras, cuyo nombre
se vió muy mezclado en el asalto, no es otro que el propio
Jackson, autor intelectual mediato del asalto que realizó Alfaro
Siqueiros y sus secuaces. Tanto el asalto— se nos dijo— come
el asesinato fueron ordenados por la G. P. U.
En cuanto a la am ante de Jackson, se tiene la creencia
de que realm ente no tuvo que ver y sólo fué usada como ins­
trum ento.
( “ El U niversal” . México, 24 agosto 1940.)
S evero ju ic io ele Crolsíuj en usici

La £íPravda” habla del ex Com isario asesinado en térm inos


muy duros

(Por nuestro hilo directo)

Moscú, agosto 24 (A P ).— La prensa soviética, al infor­


m a r hoy por prim era vez al pueblo ruso de la m uerte de León
Trotsky, ocurrida el miércoles pasado en la ciudad de México,
proclam a el “ fin sin glo ria” de “ un asesino, traidor y espía
internacional
Esta es la prim era m ención que se hace del ataque de que
fué víctim a Trotsky desde qué el jueves se publicó un breve
m ensaje inform ando que “ uno de sus partid ario s” había aten­
tado a la vida del jefe com unista desterrado.
El “ P ra v d a ”, órgano del Partido Comunista, acusa a T rots­
ky de haber saboteado al ejército ruso durante la guerra civil,
de haber proyectado dar m uerte a Nicolás Lenin y a José Sta­
lin en 1918: de prep arar el asesinato de Sergei Kiroff y haber
planeado la m uerte de Máximo Gorky, así como de haber pres­
tado su cooperación a los servicios secretos de Inglaterra,
Francia, Alemania y Japón, y agrega:
“ Trotsky, después de llegar a los límites de la degrada­
ción humana, quedó atrapado en su propia red y fué m uerto
por uno de sus propios discípulos. En esta forma, el hom bre
odiado tuvo un fin sin gloria y va a la tum ba con el sello de
asesino y de espía internacional sobre su fre n te .”
( “ Excelsior” . México, domingo 25 de agosto de 1940.)
(Tlexto d e la c a r ta q u e se recogió a l a sesin o

La llevaba consigo al cometer el crimen, escrita a máquina y


con la firm a a lápiz.— En ella, parece, se propone establecer
la coartada legal y moral

Desde el mismo día 20 en que Jackson Marlan agredió a


León Trotsky, uno de los puntos más im portantes era el rela­
cionado con una carta escrita en tres pliegos, en francés, que
el asesino entregó al doctor Agustín Guízar, médico de la Cruz
Verde. Ese papel, que llevaba preparado el criminal, contenía
su declaración. Había sido escrita para que, si acaso no salía
con vida de la tem eraria empresa, se diera a la publicidad.
El general Núñez nos la entregó ayer, ya traducida, mos­
trándonos el original, escrito a m áquina y con la firm a a lá­
piz. La interesante carta, que es la coartada legal y moral de
Marlan, es la siguiente, habiéndosele puesto tan sólo los sub­
títulos :
“S e ñ o re s :
Al escribir esta carta no tengo otro objeto, en el caso de
que me llegue un accidente, que explicar a la opinión pública
los motivos que me inducen a ejecu ta r el acto de ju sticia que
me propongo.
Soy de una familia antigua belga. En París, donde hacía
mis estudios de periodismo, trabé conocimiento con jóvenes
de m i edad que militaban en diversas organizaciones izquier­
distas y que poco a poco me conquistaron para sus ideas.
Estuve contento de haber escogido el periodismo como modo
de vivir, pues éste me perm itía luchar más eficazmente contra
el sistema actual de injusticia social. Fué entonces cuando
empecé a frecu entar los trotskistas, quienes me convencie­
ron de la justicia c^e su ideología, y de todo corazón me juntó
a su organización. Desde entonces aporté a la causa revolucio­
naria toda mi energía y toda mi fe. Fui un devoto adepto
de L. T. y hubiera dado hasta la últim a gota de mi sangre
por las necesidades de la causa. Me puse a estudiar cuanto
había escrito sobre los diferentes movimientos revoluciona­
rios, a fin de instruirm e m ejor y desarrollarme, y de esta
m anera ser más útil a la causa.
En esta época trabé conocimiento con un miembro del
Bureau de la IV Internacional, el cual, después de varias
conversaciones, me propuso un viaje a México a fin de cono­
cer a L. Trotsky. Gomo es natural, este viaje me entusias-
L E O N T R O T S K Y 277

mó, pues era una cosa para mí soñadat y acepté con todo mi
corazón. Este cam arada me facilitó todos los medios, gastos
de viaje, papeles, etc. No hay que olvidar que con mis papeles
me hubiera sido imposible m archarm e, a causa de la movili­
zación.
Antes de irme, con las múltiples conversaciones que^ tuve
con este cam arada me hizo com prender que esperaban de mí
algo más que de un simple militante del partido, pero nada se
me precisó. Yo hice el viaje prim ero a los Estados Unidos y
luego a México.
Recién llegado aquí, me dijeron que debía estar algo ale­
jado de la casa de Coyoacán, para no llam ar la atención sobre
mí, y solamente unos meses después empezaba a frecuentar
dicha casa más a menudo, por indicación de León Trostky,
quien comenzó a darme poco a poco algunas precisiones sobre
lo que esperaban de mí.

Sufre un gran desencanto de Trotsky

P ara mí fué u n gran desencantam iento, pues en vez de


encontrarm e cara a cara con un jefe político que dirigía la
lucha para la liberación de la clase obrera, me encontré de­
lante de un hom bre que no deseaba más que satisfacer sus
necesidades y deseos de venganza y de odio, y que no se servía
de la lucha obrera más que como un medio de ocultar sus pro­
pias mezquindades y sus bajos cálculos.
De mom ento me quedé helado por su habilidad en sem ­
b ra r la discordia en nuestro partido, enfrentando unos contra
otros los líderes de ayer y, de hoy, lo que trae a nuestras pro­
pias filas un enredo y confusión, que la mayoría de los m iem ­
bros del partido pierden el tiempo en discutir entre ellos
sobre cuestiones de orden personal y secundario, relegando a
segundo plan todos los problemas de la clase obrera, lo que
acaba por desanim ar mucho a los m iembros que, como yo, no
habían ido al movimiento con el fin de consagrarse entera­
mente a la causa.
Después de varias conversaciones, me fué, al fin, explica­
do lo que esperaban de mí; fué entonces cuando germinó en
mí la más profunda desilusión y el mayor desprecio hacia
este hombre, en el cual tenía confianza y en quien, ante todo,
había creído.
Me fué propuesto ir a Rusia con el fin de organizar allí
una serie de atentados contra diferentes personas, y en pri­
m er lugar contra Stalin. Esto era contra todos los principios
de una lucha que hasta entonces consideraba franca y leal,
y desvaneció todos mis principios. No obstante, 110 dejé nada
278 STALIN Y SUS C RIM ENES

traslucir, pues quise saber hasta dónde iría a parar la bajeza


y el odio de este hombre.
Empecé a preguntar, entre otras cosas, los medios a em ­
plear para poder en trar a Rusia. Me fué contestado que no
tenía que inquietarm e, pues como todos los medios son bue­
nos para llegar a un resultado, él esperaba y contaba no sola­
mente con el apoyo de una gran nación, sino tam bién con el
apoyo de cierto Comité parlam entario extranjero.

. La gota de agua que derram a e! vaso

Esto fué p ara mí la gota de agua que hace verter un vaso


demasiado lleno, y desde ese mom ento ya ninguna duda sub­
sistió en mi espíritu de que Trotsky no tenía otro objetivo
en su vida que el de servirse de sus partidarios p ara satisfa­
cer sus fines personales y mezquinos. Sobre todo, quedé afli­
gido por los estrechos contactos que tenía con ciertos diri­
gentes de los países capitalistas, y llegué a la conclusión de
que quizás los stalinistas no estaban tan alejados de la verdad
cuando acusaban a Trotsky de preocuparse tanto de la clase
obrera comó de un calcetín sucio. Después de mis conversa­
ciones con él, quedé extrañado de ver con qué desprecio h a ­
blaba de la revolución mexicana y de cuanto era mexicano.
N aturalm ente, todas sus simpatías son a favor de Almazán;
pero, aparte de él y de algunos de sus partidarios, echa todo
en el mismo saco- criticando la política de Cárdenas, la Policía
mexicana, que dice está com pletam ente corrom pida; y no digo
nada de todo cuanto dice de Lombardo Toledo y Avila Cama-
cho, los cuales espera serán m uy pronto asesinados para dejar
campo libre a Almazán (y tal como lo conozco, estoy seguro
de que está al corriente de algiín complot en este sentido; de
otra m anera no hablaría así, pues le gusta m ucho darse la
im portancia de profeta; será prudente no fiarse).
Pero esto no tiene nada de extraño cuando se piensa que
tiene el mismo odio a los m iembros de su partido que no están
absolutam ente de acuerdo con él. Es por esto que, hablando
de la m inoría del partido, siempre insinúa la posibilidad de
una lucha de otro orden político, y cuando dice que los mino­
ritarios quieren atacarlo uno de estos días, esto quiere decir
que va a comenzar contra ellos una guerra encarnizada.
Un día, hablando de la fortaleza que ha llegado a ser su
casa, decía: “ No es solam ente para defenderm e contra los
stalinistas, sino tam bién contra la m in o ría” ; lo que quiere
decir que sea la expulsión, de varios miembros del partido.
P recisam ente a propósito de esta casa, que, como él dice
muy bien, la ha convertido en una fortaleza, yo me preguntaba
L E O N T R O T S K Y

muy a menudo de dónde le ha venido el dinero p ara tales tr a ­


bajos, pues en realidad el partido es muy pobre y muchos paí­
ses no tienen ni la posibilidad de hacer salir un diario, medio
indispensable para la lucha. ¿De dónde sale ese dinero? Qui­
zá el Cónsul de una gran nación extranjera que a menudo lo
visita podría contestarnos esta pregunta.
En fin; para bien dem ostrar el poco interés que tiene por
todo lo que no es su propia persona, añado que estando yo
prometido a una joven que amo con toda mi alma, porque es
buena y leal, cuando le decía que no podía ir a Rusia, porque
quería antes casarm e y no me iría más que con mi m ujer, se
puso,nervioso y me dijo que tenía que term inar con ella, pues
no debía casarme con una persona como ella, “ que secunda
a la chusm a m in o rita ria” ; si es probable que después de mi
acto no querrá saber más de mí, no obstante, es tam bién a
causa de ella que me decidí a sacrificarm e totalm ente, qui­
tando un jefe del movimiento obrero que no hacía más que
perjudicarlo, y estoy seguro que más tarde no solam ente el
partido, sino la historia entera sabrá darm e razón cuando vea
desaparecer al encarnizado enemigo de la clase obrera.
En el caso de que me llegue una desgracia, pido la publi­
cación de esta carta.— Jac. 20-8-1940.”
£ o q u e d ic e M r. 9¡ía n sen

Relató cuanto pudo ver en la casa de Coyoacán desde que su


jefe, Trotsky, gritó reclamando auxilio y él acudió presuroso
a prestárselo

El que fué h asta el último mom ento secretario particular


de León Trotsky, Mr. Joseph Hansen, y el apoderado jurídico
en Nueva York del mismo líder ruso, Mr. Albert Goldman,
rindieron durante el día de ayer m uy im portantes declaracio­
nes ante el jefe del Departamento de Investigaciones y de la
m esa séptim a de la P rocuraduría de Justicia, licenciado Aus-
treberto M uratalla Torre y Eduardo Meixueiro, respectiva­
mente.
Hasen refiere gran parte de la tragedia y las últimas frases
del exilado, que, desde el prim er momento, aun com pren­
diendo que su lesión era mortal, no perdió el valor ni la fe
en su doctrina; pues, como se recordará, mom entos antes de
expirar, aseguró el triunfo de la IY Internacional.

¿A quién aprovechó ei asesinato de Trotsky?

El abogado norteam ericano Albert Goldman, por medie


del intérprete oficial, Gabriel Vázquez, manifestó que no tenía
antecedentes de Frank Jackson, pues ignora quién sea;
sabe tan sólo que se trata de un agente de la G. P. U. o de
Stalin, que es lo mismo, comisionado para asesinar a León
Trotsky. No conoce tampoco su verdadero nom bre ni su n a­
cionalidad.
-—-¿Por qué cree usted que sea agente de Stalin?
— Guando se comete un crimen, la prim era pregunta que
hace el investigador es: “ ¿A quién ap ro v ec h a?” , y éste, segu­
ram ente, a quien aprovecha es a los enemigos: el principal,
Stalin.
— ¿Pero por qué?
-—Porque Stalin ha mandado m atar a todos los bolchevi­
ques, y sólo quedaba uno: Trotsky. Comprendiendo entonces
que éste hacía todo lo posible por derrocarlo, ordenó el asesi­
nato. Espero recibir toda la docum entación que dejé en los
Estados Unidos, pues ya se ocupan de enviármela, para poder
dem ostrar cuanto acabo de decir.
L E O N T R O T S K Y

Silvia Ageloff no era de la IV Internacional

Le tocó su turno a Joseph Hansen, el secretario de León


Trotsky; hom bre de treinta años de edad, casado y periodista.
Dijo que conoció al asesino, Jack Jackson, después de ocu­
rrido el prim er atentado, la noche del 24 de mayo último;
que dos semanas después estuvo el tal en la casa de Trotsky,
a despedirse del líder, so pretexto de que iba a hacer un viaje
de negocios a los Estados Unidos, durante el cual ofreció al
estratega rojo dejarle su coche Buick, para que usara de él.
Se dió cuenta Hansen que Jackson era visto por Trotsky
como hom bre de confianza, aun sin ser miem bro activo de la
IV Internacional, sino tan sólo simpatizante.
Refiriéndose a Sylvia, dice que la conoció en Nueva York
por el año 1935, en una conferencia; que tanto ella como el
felón aventurero le m erecían el concepto de ser gente leal.
Que Sylvia le dijo a Hansen ser mecanógrafa, y Jackson, h om ­
bre de negocios que ganaba fuerte salario, como un hom bre
riquísimo que se dedicaba al comercio de diamantes entre los
Estados Unidos y Holanda.
— ¿Nunca llegó a desconfiar de Jackson?
•— Sí, precisam ente a su regreso de Estados Unidos. Cuan­
do llegó a visitar al señor Trotsky, éste le preguntó si había
visto y saludado a los amigos, a lo que contestó que aun no
había tenido tiempo; por lo que, cuando se m archó el viajero,
Hansen preguntó a Trotsky si no le llam aba la atención la con­
ducta de Jackson. al no haber procurado comunicarse, durante
su estancia en la Unión Americana, con los amigos. Pero el
señor Trotsky repuso: “ No, no es de extrañar, porque Jack ­
son no pertenece a la IV Internacional y nada tiene que ver
con sus miembros. Es tan sólo un simpatizante que ha dado
alguna ayuda al p artid o .”
— ¿Cuál era la ayuda que daba Jackson?
— Dinero para sostener un periódico en París y algunas
atenciones de carácter personal.
— Cuando regresó Jackson, después del prim er atentado,
¿se mostró sorprendido?
— No; pero escuchó que Trotsky le preguntaba qué le
parecía la casa convertida en fortaleza, y Jackson comentó:
“ Bien; pero yo creo que la G. P. U., la próxima vez, em pleará
otros medios muy distintos” (al asalto). “ ¿Como c u á le s ? ” ,
preguntó Trotsky. “ No s é ” , contestó Jackson con ap resu ra­
miento.
— Está usted al corriente— preguntó el licenciado Mura-
talla Torres— sobre quién presentó Silvia y su familia a
Trotsky?
282 STALIN Y SUS CRIM ENES

— Supongo que fué algún amigo, no Ruth, la h erm a n a de


Sylvia, que nunca fué secretaria del señor Trotsky; pues el
secretario lo era Berni Guolfe; R uth tan sólo trabajó con él
cuatro o cinco días, como mecanógrafa. Están por llegar a
París y Nueva York antecedentes m uy im portantes acerca de
Jackson y de Sylvia.

Ufasen da su versión de la espantable tragedia

— Estaba— dice Hansen— en la azotea de la casa con Char­


les Cooner y con el trabajador Melquíades Benítez, arreglando
los “ sw itches” de los timbres de alarm a eléctricos, cuando a
eso de las 17,30 horas, el día de la tragedia, vi llegar a Jack­
son en su automóvil Buick. Hizo un círculo con su coche para
ponerlo con la trom pa hacia Goyoacán. y paró casi frente a la
puerta. Al descubrir, por el carruaje, que era él, me acerqué
al pretil de la azotea, y él, al verm e desde la calle, me saludó
con la mano y me preguntó si ya había llegado Silvia.
— No. no está— le respondí yo. creyendo que tenían ambos
cita con el señor Trotsky.
Luego añadí:
— Espérate un rato— a la vez que ordené a Charles abriera
la puerta. Charles, desde donde estaba, hizo la conexión nece­
saria para dejar franco el acceso; esto es, desde el garitón ins­
talado en la azotea. Al mismo tiempo, Ilarold Robins salía a la
puerta, a recibir al recién llegado. Jackson fué directam ente al
corral, donde Trotsky, en esos momentos, daba de comer a las
gallinas y a los conejos.

Trotsky luchaba con el asesino

“ Pasados diez o quince minutos, escuché un g ran ruido y


voces estentóreas. En un principio creí que ocurría un infausto
accidente a los hombres, cerca de diez, que hacían reparacio­
nes en la casa, por lo que llamé a los policías que hacían la
centinela al otro lado del muro, y les pregunté si pasaba algo
grave. Pero en esos m om entos me di cuenta que lo que
acaecía era de muy otra índole: una agresión al jefe. Hice,
pues, sonar los tim bres de alarm a y bajé precipitadam ente,
para ir al encuentro del señor Trotsky. Desde la azotea vi, por
la ventana del despacho, que Trotsky luchaba con Jackson:
cuando entré en el comedor, Harold, que tam bién escuchó los
gritos, penetraba por la otra puerta.
En estos instantes salía de su despacho Trotsky con una
mano en la cabeza, de donde le m anaba m ucha sangre. Me di-
L E O N T R O T S K Y 283

jo: “ ¡Mira lo que me ha h e c h o . P e d í a Robins se encargara


de Jockson. m ieniro yo atendía a Trotsky. La señora Natalia
salió de la cocina, y su esposo, corriendo, dió la vuelta a la
mesa antes de caer al suelo desplomado, me preguntó: “ ¿Me
disparó con su r e v ó lv e r ...? ” La señora pasó a la cocina y r e ­
gresó con hielo, que puso sobre la herida. A mí se me figuró
que la lesión no era grave, y le contesté que no era balazo,
porque no se había escuchado el disparo. Luego me dirigí al
despacho, donde vi a Harold luchando con Jackson. Allí estaba
una pistola “ S t a r ” , calibre 45 del asesino, sobre la m esa escri­
torio, y un zapapico— yo fué m inero— m anchado de sangre,
por el suelo. Recogí la pistola, para que no la pudiera usar el
asesino, y regresé al lado de Trotsky, a quien le dije con qué le
habían asestado el golpe y que no era grave su lesión. Pero él
re p u s o :
“Esta vez me han matado, lo siento a q u í...— y me señaló
el corazón— . Subí en seguida a la azotea y ordené a Charles y
a Melquíades que no fueran a disparar .porque podían pegarle
al señor Trotsky. Llamé a los policías y a Charles, y les reco­
m endé hablaran a la Cruz Verde. Regresé al comedor, y la se­
ñora me pidió llam ar al doctor Gustavo Baz. o a Dutren, o a
Zollinger; pero como no teníamos a mano los números de sus
respectivos teléfonos, al recordar que el doctor Dutren vive
cerca de la quinta de Coyoacán, dije a Charles que sacara del
garege el “ D odge” , para que trajera a ese facultativo sin ta r ­
danza. Entre tanto^ Jackson seguía la lucha con Harold. Me
acerqué a Trostkv. y éste me ordenó: “ Dígale a Harold que no
lo mate, para que después h a b le ” . Fui a verlo y tuvo que gol­
pear a Jackson con la mano derecha, que me lastimé, pues
aunque no es hombre muy alto, está bastante fuerte. Al volver
con Trotsky, me hizo esta revelación:
“ Cuando estaba dando de comer a las gallinas llegó
Jackson, aue aseguró estar deseoso de m o strarm e unas esta­
dísticas francesas que se proponía aprovechar en un artículo;
pero ahora tengo la seguridad de que es un agente de la
G. P. U. o nazista alemán, que 110 trajo más fin que m a ta r­
m e . . . ” Después el herido habló en ruso con su esposa, y ésta,
más tarde, me contó que le reveló cómo se sentía morir. Llegó
el médico, y mom entos después una am bulancia de la Cruz
Verde. La señora no quería que se lo llevaran al puesto de so­
corro, pues supuso que la herida no era de gravedad y prefería
tenerlo en su casa; pero Trotsky indicó que yo decidiera, pues
me tenía confianza. Avisó a la señora que lo iba a llevar al
puesto; y al ser colocado en la ambulancia, el señor Trotsky
volvió a decirque que Jackson era un agente de la G. P. U. Yo
llegué un minuto después que la ambulancia, y desde luego
Trotsky me llamó, aunque ya apenas podía hablar:
284 STALIN Y SUS CRIMENES

“ Estoy s eg u ro ” , me declaró, “ de la victoria de la IV In­


ternacional; que siga a d e l a n te ...” Luego vino la operación.
Cuando me dijo Trotsky que Jackson era un agente de la
G. P. U. o nazista alemán, probablem ente se refería a que esas
organizaciones son uña y carne desde el pacto celebrado entre
Rusia y Alemania. Cuando estaba luchando con Jackson, éste
se puso a gritar que su madre se en cu entra encarcelada, como
si quisiera dar a entender que era un rehén para asegurar la co­
misión del crimen. Cree Hansen que Sylvia nada tenga que
ver en el asesinato.
Se le preguntó al mismo si creía que Jackson hubiera he­
cho los planes p ara sentirse más seguro del éxito del prim er
asalto, y Hansen contestó afirmativamente. No sabe qué grado
de am istad pueda haber entre Bob Sheldon, Sylvia y Jackson,
pero acordó que Sheldon, cuando estaba en Nueva Yory, vió a
Silvia, y presum e que allá hicieron am istad; se ignora las
relaciones que cultivara en Méjico, pues por esa época, él tam ­
bién se encontraba en los Estados Unidos; pero ya se están h a­
ciendo investigaciones para d eterm inar si Sheldon conocía a
Jackson como hom bre de confianza, y por -esto la noche del
prim er asalto, cuando Jackson tocó en la puerta, al reconocerle
se le abrió sin temores, y por esto fué secuestrado y después
m uerto, para que no fuera a denunciar a Jackson, que según
Hansen, debe saber todo lo relativo de Bob.

Trotsky amaba a IWIéjico por ser país hospitalario

Aoerca del dictáfono que tanto se ha dicho que pudo re­


producir las palabras pronunciadas y los ruidos que se produ­
je ro n al perpetrarse el crimen, porque se le encontró funcio­
nando, Hansen supone que durante la lucha cayó y se puso en
movimiento; que el aparato lo usaba Trotsky cuando pronun­
ciaba conferencias y que para poder grabar con él se necesitaba
pegar los labios a la bocina. Acerca de si hubo alguna dificul­
tad o querella entre Jackson y Trotsky, asegura que ninguna,
porque el primero consideraba al segundo como un buen hom ­
bre. En cambio, con Sylvia sí tuvo m uchas divergencias de ori­
gen político, aunque no por eso dejaban de ser muy amigos.
— ¿Qué decía Trotsky acerca de Méjico y su Gobierno?
— El señor Trotsky proclam aba que Méjico fué el único
país, en todo el mundo, que le brindó hospitalidad y segurida­
des; que era un gran país al que am aba mucho, así como a los
mejicanos; siempre alababa y respetaba al Goberno y al gene­
ral Cárdenas, y n unca se inmiscuía en la política del país. Aun­
que los dos personajes— Cárdenas y Trotsky— eran m uy dis­
L. H O N T R O T S K Y 285

tintos ideológicamente, Trotsky adm iraba la dem ocracia rei­


nante en Méjico.
— ¿Cree usted que Méjico dió todas las garantías que son
posibles para evitar un atentado?
— Méjico hizo más de lo que podía haber hecho. En mi opi­
nión, el asesinato de Trotsky ha sido un golpe asestado al Go­
bierno de Méjico por una potencia extranjera. Amigos del se­
ñor Trotsky están haciendo investigaciones relacionadas con
la vida de Jackson y Sylvia, y como un hecho que pueda orien­
tar a los pesquisidores, diré que en el año 1936 Rodolfo Cle­
m ente era secretario de Trotsky y además del Comité E jecuti­
vo de la IY Internacionalj que días antes de la conferencia
mundial que se efectuó en 1938, fué secuestrado Clemente,
y su cadáver apareció,t mutilado, sobre las aguas del Sena;
tanto la cabeza como los antebrazos y las piernas, habían sido
descuarticuladas por un bisturí experto, probablem ente el de
algún redomado cirujano. Poco después, Trotsky recibió en
esta capital un a carta, al parecer suscrita por Clemente, fechada
en Perpiñán, F rancia; pero se comprobó que la firma era falsa.
La epístola decía casi lo mismo que las declaraciones escritas
en francés que le fueron encontradas en los bolsillos a Jackson,
la noche del crimen. Atribuíase así a Clemente la declaración
de estar desilusionado de Trotsky, por saber que tenía rela­
ciones con Hitler.
Term inó diciendo, Hansen, que desde 1934 viene estu­
diando las m aniobras de la ¡G. P. U., y que por esto tiene la se­
guridad de que Jackson pertenecía a la terrible checa, cuyos
procedimientos son inconfundibles. Sostiene que el asesinato
de Trotsky se debe a la tenebrosa asociación que Stalin tiene a
su servicio.
“ Excelsior” , Méjico, domingo 25 agosto 1940.
n terro g a to rio

Poco después de las once horas, se presen taro n allí el Jefe


del Departamento de Investigaciones de la Procuraduría, li­
cenciado A ustreberto M uratalla T o rres; el licenciado Ernesto
Meixueiro, jefe de la mesa de la m ism a; un escribiente y el
profesor Federico Mayerfero, intérprete.
A las 11,48 dió principio la parte sustancial de la diligencia.
En esta ocasión, los periodistas no tropezaron con ninguna
dificultad, pues el licenciado Muratalla Torres les dió todas las
facilidades.
M ornard habla tan sólo francés, pero entiende perfecta­
m ente el español. En varias ocasiones en que sus palabras eran
interpretadas en sentido que él no les atribuía,, al escuchar en
español, inm ediatam ente hacía las aclaraciones necesarias.
— ¿Cuál era el nom bre de sus profesores, cuando estudia­
ba usted en la Sorbona?
— No, no recuerdo; es imposible poder retenerlos.
— -¿En qué textos estudio?
— Historia del periodismo, preceptiva literaria, muchos
otros.
-— ¿Y de ciencias sociales?
— Nunca estuve en ninguna escuela de ciencias sociales o
políticas.
— ¿Quiénes son los autores de esos textos?
— Voy a aclarar el hecho, no teníamos textos. Las clases
eran orales y a los alumnos se nos encom endaban ciertas bio­
grafías, sobre las que nos docum entábam os en la biblioteca.
— ¿Cómo se llaman sus herm anos?
— No tengo más que uno: Robert, mayor que yo; tiene
cuarenta años.
-— ¿Qué ideología sustenta su esposa Sylvia?
-—Eso es algo tan imposible de decir, como es el de pre­
guntarle su ideología a una mesa, a un árbol o a una fruta.
— Usted ha dicho que sus padres son poseedores de una
fortuna que asciende a unos doce millones de francos belga?.
¿Cómo adquirieron ese capital sus padres?
-—Yo no he dicho que fuera de doce millones; sí de cuatro.
Mis padres pertenecen a Una antigua familia de Bélgica, po­
seedora de haciendas, plantaciones de tulipanes; dueña de
pescaderías, fincas urbanas, etc.
— ¿Qué otros parientes tiene usted en Rusia?
— Ninguno.
L B o N T R O T S K Y 287

— ¿Cuándo recibió la últim a correspondencia de su fa­


milia?
— Antes de salir de Europa.
— ¿Se ha comunicado con ella durante su estancia en Mé­
jico?
-—Ignoro su dirección, a causa de la presente guerra.
-— ¿Cuándo fué la última vez que estuvo usted en Rusia?
— Nunca, en mi vida, he estado en Rusia.
— Qué relaciones sostenía con personas de la U. R. S. S. ?
-— Con ninguna; a nadie conozco, ni me interesan.
— '¿En qué lugares ha radicado y dedicándose a qué acti­
vidades?
— Vivía en Bélgica y en Francia. En Bélgica serví en el
ejército, y en Francia traté de ser periodista, de la m ejor m a­
n e ra que hubiera sido posible.
-—¿A qué partidos políticos ha pertenecido?
— U nicam ente al trotskista.
— ¿Qué labor ha desarrollado en ese partido?
— Ninguna, hasta que Trotsky me propuso la misión por
desem peñar en Rusia, que no acepté.
— ¿Qué nom bres ha usado en su vida, y por qué?
-—Mi nom bre legítimo de Mornard, y el de Jackson, debi­
do a las circunstancias que ya expuse, en relación con el pa­
saporte.
— ¿Debía el partido trotskista estar en relaciones con
Rusia?
— El partido trotsquista, como todo partido proletario, hacía
política obrera internacional.
-—¿En qué fecha ingresó usted en la O. P. U.?
— En mi vida he pertenecido a ella.
— ¿Cuál es el origen del dinero que gastaba dispendiosa­
m ente?
— Mi trab ajo ; lo que ganaba, según la época, era por té r­
mino medio, seis mil francos al mes.
— ¿P or qué desertó del ejercito belga?
— Mi deserción no fué voluntaria, sino casual; ignoraba
que iba a haber guerra, nadie la creía posible. Supe que había
estallado cuando viajaba a bordo de “ L’Ille de F r a n c e ” , y esto
tan sólo que se había declarado entre Francia e Inglaterra,
por una parte, y por otra Alemania, pero no se mencionaba a
mi patria.

Cuáles fueron las reiacsones con Silvia


Los fotógrafos no cesaban de moverse de un lugar a otro,
decididos a im presionar la im agen de Mornard, que se tapaba
el rostro para impedirlo. Cuando lograban retratarle se eno­
jaba y decía:
288 STALIN Y SUS CRIMENES

■— Ya estoy harto de que me saquen fotografías, sobre todo


porque me m olestan...
— ¿En qué fecha conoció usted a Sylvia?
— Un día de julio de 1937 a 1938.
— ¿En qué form a se insinuaron esas relaciones?
-— Nadie me las insinuó; la conocí por amigos que nos p re­
sentaron; la traté y después quisimos casarnos. Relaciones
com pletam ente normales.
-— ¿Qué ideas políticas tenía Silvia?
— Lo ignoro; nuestras conversaciones eran sobre la Cate­
dral de Notre Dame, sobre turism o; ella era turista.
— ¿En qué form a le aconsejó Sylvia reg resar a los Estados
Unidos?
-— Yo no le aconsejé; ella sintió nostalgia de su hogar y
por eso regresó.
— Guando Sylvia hizo el viaje a esta capital, ¿por qué no
la acompañó.
— Porque yo ya estaba allá y no podía acom pañarla; ella
vino en octubre del año pasado.
— ¿Qué relaciones tenía usted con Trotsky en Europa?
— Yo no lo conocí hsta que vine a esta capital, por in ter­
medio del representante de la IV Internacional.
-— ¿Desde qué fecha se interesó por la política de Trotsky?
— Desde que conocí a Sylvia.
— ¿Cómo se llama su am iguita de “ Sanborn’s ” ?
— Es una señorita que está en el m ostrador y cuyo nom ­
bre no viene al caso; galanteaba a la chica porque es bonita,
y nada más.
— ¿Cómo adquirió el coche que llevaba el día del crim en?
— De la m anera más sencilla, comprándolo “ cash c a s h ” ,
pagué tres mil quinientos pesos en efectivo.
— ¿Qué alojamiento ha tenido en Méjico?
— Prim ero en el hotel Guardiola; después Hamburgo, 159;
en el “ Shirley C ourts” , hotel María Cristina y hotel Montejo.
— ¿Por qué cambió tantas veces de alojam iento?
— En Hamburgo tenía un departam ento; cuando se fué
Silvia a Estados Unidos, ¿para qué quería tanta casa?
— ¿Cuándo visitó por prim era vez la casa de Trotsky?
— A raíz de la llegada de Sylvia y con ella entré. En otras
anteriores ocasiones, mientras ella perm anecía dentro, yo la
esperaba en la calle.
— ¿P or qué no había penetrado antes?
— Porque el m iem bro de la IV Internacional de quien re ­
cibí instrucciones, me dijo que la entrevista con Trotsky debía
ser casual, no forzada.
— ¿Cuál es el nom bre de ese miembro de la IV In tern a­
cional?
— No lo sé; no es que me niegue a pronunciarlo. Me pre­
L B O N T R O T S K Y

sentaron con él algunos elementos trotskistas; entram os en


conversación política sin más formulismos.

No sabe los nombres de unos amigos (?)

— ¿Cómo se llam an esos amigos que lo presentaron?


Jackson escribió entonces en un papel: “ Rogaoulas e
Iv on” . ^
— Más o menos; supongo que eran griegos.
— Pero no es creíble que no conociendo usted el nom bre
de tan significado personaje aceptara la misión de venir a po­
nerse al servicio del partido trotskista así como así.
•— Una vez presentado por esos seño res... griegos, me pa­
reció mal preguntarle su nombre. Si en el partido trotskistas
alguien p reg un ta el nom bre de otro, éste puede responder: Me
llamo José Pérez, Sánchez, González, o cualquiera otro; es
tanto, como contestarle a uno que “ qué le im p o rta ” , y yo no
quise exponerme a tal descortesía.
— ¿Existían en su concepto, verdaderas disposiciones para
resguardar, por el Gobierno de Méjico, la vida de Trotsky?
— Nunca pensé analizar esto.
-— ¿En qué fecha tuvo franco acceso a la casa de Trotsky?
— Desde el mes de junio.
— ¿Siempre iba usted con Sylvia a ver a Trotsky?
— No, m uchas veces iba solo.
— ¿Por qué el día 20 no lo acompañó Sylvia?
— No quise com prom eterla en este asunto.
-— ¿En qué lugar dejó a Sylvia ese día?
— En el hotel Montejo. aunque después regresé para des­
pedirm e de ella y darle un beso, ante el tem or de que ya no
volviéramos a vernos.

— Le prom etí volver al hotel, aunque yo sabía p erfecta­
mente que ya no regresaría.
— ¿Dónde adquirió la pistola?
— La com pré a un individuo “ tipo s ta n d a rd ” , que lo m is­
mo existe en Méjico, que en Marsella, en París o Shanghai, en
todas partes que se dedica a negocios sucios y siempre tiene
cuentas pendientes con la policía: Bártolo P é re z ... ¡Oh! otro
Pérez. Yo quería la pistola para suicidarme después de dar el
g o lp e ...
— ¿Tenía pensado com eter el asesinato con el zapapico?
— Sí, exactamente.
— ¿Y la daga para qué la quería.
— Cuando uno piensa en suicidarse no sabe qué es mejor,
si 1a. pistola o el puñal. La daga la compré en La Lagunilla.
Respecto al m achete a que se h a aludido, lo m andé con una
19
290 STALIN Y SUS CRIM ENES

panoplia a Nueva York. El zapapico— “ piolet”— lo compré en


Suiza, junto con todo el equipo de alpinista.
— ¿Lo conoció Sylvia?
— Yo creo que no, porque lo guardaba en mi baúl.
— ¿Cómo llevaba usted las armas, al llegar a casa de
Trotsky?
— En mi im permeable, con excepción de la pistola, que
me puuse en el bolsillo trasero del pantalón.
En prueba de la habilidad de Mornard, que no se deja sor­
prend er con las preguntas, he aquí un botón:
— ¿Qué fué lo que Sheldon R om ert Harte le dijo a usted
la noche del 24 de mayo, cuando le abrió la p uerta?
— ¡Oh!, yo no tuve nada que ver en ese asu n to ...
— /.Porqué le dió a Sylvia una dirección, de donde traba­
jaba?
— Gomo ya le expliqué en mi declaración, en París se me
dieron instrucciones para conducirse en esta form a y fingir que
tenía un trabajo en Méjico y justificar mi perm anencia aquí.
— ¿Amaba mucho a Silvia?
— ¡Sí, mucho!
— ¿Pero el am or que le profesaba no fué suficiente para
tenerle confianza y explicarle que su trabajo era simulado?
¿Por qué le ocultó la misión que traía?
— Porque yo mismo la ignoraba y no dependía de mí.
— ¿La IV Internacional tenía propósitos diferentes de la
comisión que le iba a dar Trotsky?
— No.
— ¿Qué propósitos tenía la IV Internacional con usted?
— Utilizarme para algo, pienso yo.
— ¿Por qué decía usted que se dedicaba a asuntos de pe­
tróleo?
— 'Formaba parte del plan.
— ¿En qué form a conoció a Sheldon?
— Me lo presentaron como “ B ob” a la salida del hotel
“ F ra n c is ” (no conocido) y platicamos no más de cinco mi­
nutos.
— ¿Qué confianza la dispensaba Sheldon?
— Ninguna, ¿no he dicho que sólo le traté cinco minutos?
— ¿Qué tiempo hace que no ve a Siqueiros?
— Personalm ente no lo conozco. He oído hablar de él como
de Diego Rivera, Orozco y otros.
— ¿Y a los herm anos Leopoldo y Luis Arenal?
— Tampoco los conozco; no sé quiénes son.
— ¿Cuántas veces comunicó a personas de las que iban a
casa de Trotsky, comentarios acerca de esa casa?
— Nnuca.
L E O N T R O T S K Y

— Por qué a raíz de lo ocurrido el 24 de mayo, se fué a Es­


tados Unidos?
— No, no fué a raíz de ese asunto. Estuve en casa de T rots­
ky varias veces, y después tuve que ir a Estados Unidos; pero
no quiere decir eso que abandoné mi casa.

Jackson no abandona sus ideas marxistas

Se queja Jackson de dolor de cabeza y pide alguna m edi­


cina, que le sum inistraron con un vaso de agua; para cubrirle
la m edia cabeza rapada y roja de m ercurio cromo, en la Cruz
Verde le colocaron un casquete de vendas y con la barba de
ocho días crecida y los ojos rodeados de cardenales, huella
de los puñetazos que recibió a raíz del crimen, se hace más in­
quietante su tipo aventurero, sin raza y sin patria definidas.
— ¿Con qué actos demostró usted reprobación al asalto?
— Guando platiqué con los secretarios, condené el atraco;
pero acto personal mío, no ejecuté ninguno.
— ¿A qué hombres del Partido Comunista conoce usted?
— A ninguno.
— '¿Cuántas veces se acercó a gente del Partido Comu­
nista?
— Ya dije que no conozco a nadie.
— Usted tuvo una conversación con Joseph Hansen, en
que le dijo que estaba seguro de que la G. P. U. emplearía
otros procedimientos, en lo sucesivo, para eliminar a Trotsky,
dado que la casa estaba convertida en una fortaleza; esta con­
versación fué a raíz del atentado. ¿No es así?
— No, señor; yo nunca dije eso.
:— ¿Cree usted que todos los elementos que rodeaban a
Trotsky le eran fieles?
-—-Así lo creo.
— ¿Qué ayuda pecuniaria daba usted al partido tro'tskista?
— Todo el mundo lo sabe en las reuniones que teníamos
se nos pasaba una lista para que cada uno anotara su óbolo,
y yo daba, según las circunstancias, uno, tres o cinco dólares.
El Partido no tiene d in e ro ..
— ¿De dónde lo obtenía usted?
— Ese dinero era mío.
— ¿Por qué se afilió al partido trotskista?
-—Cuando conocí a Sylvia discutimos sobre el marxismo;
ella me prestó libros de Marx, de Lenin y de Trotsky. los leí
y analicé las ideas y me convencieron las de este último. Debo
aclarar que más tarde me desilusionó Trotsky por su egoís­
mo, pero no por esto he abandonado las ideas marxistas y las
sigo profesando.
Suplicó Monard que se le perm itiera un buen rato de des-
292 STA LIN Y SUS CRIM ENES

canso, p ara comer, inclusive; por lo que se suspendió la dili­


gencia; Mornard mandó llevar comida del Regis, de la cual
apenas picó, porque está enfermo del estómago y acabó acos­
tándose en su cama, siempre boca abajo y durmió o fingió dor-
mis. La diligencia se reanudaba una hora después.
— El lunes— anterior al crimen, empezó preguntando el li­
cenciado Muratalla T orres— ¿comentó usted con Sylvia que
las ideas de Trotsky eran inadmisibles?
— Discutí con ella, pero desde un punto de vista absolu­
tam ente teórico, sin nom brar a Trotsky ni a o tra persona.
— Sus ideas políticas, ¿eran contrarias a las de Sylvia?
— ¡Sí, pero yo siempre apoyé a Trotsky y estaba a su lado.
'¿Qué distanciam iento hubo entre usted y Sylvia, so­
bre diferencias de ideas?
— Unicam ente político.
— ¿Qué propósito se formó Sylvia sobre sus futuras rela­
ciones con Trotsky?
— No hablé de eso con ella.
— Al no estar de acuerdo con Trotsky en ir a Rusia, ¿qué
razón le dió?
— Guando Trotsky me habló de ese asunto, al principio
creí que disparataba, que divagaba, que no me hablaba en se­
rio; pero cuando com prendí que todo era verdad, lo que me
decía, entonces le contesté que por qué no me lo había dicho
antes, por medio de sus amigos, cuando estaba en Europa, y
esto argum entaba yo, no por mí, sino por mi familia; y decidí
darle u n a evasiva; que lo p en saría ...
— ¿Escribió usted una carta explicando lo desilusionado
que de Trotsky estaba y su decisión de darle m uerte?
— Sí; p ara que después de m uerto la en contraran y la le­
yesen.
— ¿Cómo luchó usted contra lo que llam aba una injusti­
cia del régim en social im perante?
•— Afiliándome al partido de Trotsky. Yo no era un m iem ­
bro efectivo de la IY Internacional, ni tenía credencial; era
tan sólo un partidario de las ideas de Trotsky.
— ¿Sin embargo, por qué le dieron una comisión delicada
desde Europa y no era usted m iem bro?
— ¡Hombre! Eso es muy fácil de explicar; p ara un cazador
avezado y de buen olfato es más fácil escoger u n gazapo que
un zorro viejo; quiero decir con esto, que el que me procuró^
en Europa, se dió cuenta de mi buena fe y de mi candidez.
-— ¿Usted aceptó las ideas m arxistas?
— Sí.
— ¿Qué concepto tenía Trotsky del Gobierno mejicano, y
cómo se expresaba en su casa?
— Siempre tom aba en brom a al Gobierno de Méjico. Una
L E O N T R O T S K Y 293

vez que se habló de la revolución, dijo: — Si esto es una re ­


volución, yo soy zapatero; aunque estas no fueran precisa­
m ente sus palabras textuales, pero eso dió a entender.
— ¿Y del general Cárdenas?
— No se refirió nunca personalm ente a él; pero sí a la polí­
tica de su Gobierno; siempre en forma burlesca.
Term inó la diligencia a las 16,40 horas, con la p resenta­
ción de las tres armas que se le recogieron al asesino y que
éste reconoció como suyas. Se quedó mirando con sus ojos
rodeados de negro, el zapico, como si en su m ente reco n stru ­
yera la tragedia y volviese a vivir el m om ento de que en form a
cobarde, hirió de m uerte y a traición al hom bre que le había
llamado amigo, y le había otorgado su confianza.
Al retirarse el licenciado Mura-talla Torres, suplicó a éste
ordenar le buscaran sus anteojos, alegando que le hacían m u ­
cha falta.
El com andante del servicio secreto Jesús Galindo, llevó a
Jackson sus pantuflas, que recibió gustoso e inm ediatam ente
se calzó. ■
“Excelsior” , Méjico, 28 de agosto de 1940.

Había agentes de Stalin, aquí


Entre los puntos de im portancia que relató Sylvia en su
declaración preparatoria, contestando a preguntas hechas por
el Agente del Ministerio Público, licenciado Cabeza de Vaca,
dijo que su herm an a Ruht le escribió desde Nueva York di-
ciéndole que avisara a Trotsky que se encontraban en esta ca­
pital dos agentes activos y poderosos de Stalin, llamados
S tatchet y Bittleman, m iem bros de la G. P. que probable­
mente traían malas intenciones. Al recibo de esta carta, pasó
por la im aginación de la joven que Jackson fuera uno de los
sujetos a las órdenes de los otros y. por consiguiente que fue­
ra agente de la G. P. U. Tal pensamiento le vino porque fre­
cuentem ente decía que trabajaba en tales y cuales actividades,
no comprobadas y por sus continuos viajes a Nueva York. El
crim en confirmó sus suposiciones.
Otro detalle, al parecer de poca importancia, pero que la
hizo sospechar de su am ante, fué el de que la noche de la con­
ferencia en el Bellas Artes, del negro Jam es Ford, a la que
fué con Frank, azuzada por la curiosidad, al escuchar que el
negro atacaba a Trotsky, llamándolo agente imperialista, trató
de protestar, pero al ir a hacerlo Jackson la obligó a callar.
Hoy, a las diez de la mañana, se efectuará una inspección
ocular en la casa de Coyoacán, y mañana, a las once horas,
vencerá el térm ino constitucional de setenta y dos horas. Es
probable que Silvia sea puesta en libertad por falta de p ru e ­
bas y Mornard sea declarado form alm ente preso.
C o m u n ic a d o d e la IV i n te r n a c io n a l

La IV Internacional nos envía estas declaraciones:


Que Stalin es el verdadero y p rim er responsable del asesi­
nato de Trotsky es una evidencia moral para todos. La carta
del asesino publicada en la prensa del día 24 añade una prueba
material. Línea por línea, corresponde a la técnica criminal
de la G. P. U.
La fecha puesta a mano en una carta escrita a máquina
prueba que su redacción es anterior al día de la fecha, y que
tal vez le fué entregada ya hecha al asesino. En cualquier caso
es evidente que la fecha no pudo ser incluida al red actar la
carta porque Jackson debía ponerse de acuerdo sobre el día
del asesinato con terceras personas. Esas terceras personas
estaban indudablem ente en Méjico hasta el día 20 de agosto
y tal vez se encuentren aún en el país. Jakson tiene el secreto
del Estado Mayor de la G. P. U. en Méjico y es preciso a rra n ­
cárselo.
P ara poder presentarse a sí mismo como un vengador es­
pontáneo de la Humanidad que decepcionado de Trotsky se
sacrifica para librar al mundo del “ mayor enemigo de la clase
o b re ro ” , Jackson se ve obligado a inventar viejos contactos
inexistentes con T rotsky y el movimiento de la IV Internacio­
nal, m ientras oculta totalm ente sus contactos reales en los ú l­
timos meses, sus medios de vida, la significación de sus viajes.
Aún aceptando que hubiese pertenecido al movimiento trots­
kista desde 1935, ello no prueba que no se introdu jera en él
como espía de la G. P. U. Pero lejos de ello, estos pretendidos
contactos con el movimiento trotskista han sido rotundam ente
negados por Sylvia Ageloff que le conocía desde entonces. Por
otra parte, Jackson no ha podido dar ninguna precisión sobre
los mismos, pese a las dificultades que actualm ente se encon­
trarían p ara com probar hechos ocurridos en Europa. Contra­
riam ente, como “ tro tsk ista” desengañado, como “ h é ro e ” que
por iniciativa propia decide sacrificarse para librar al mundo
del funesto Trotsky*1, el asesino no podía si no tener el máxi­
mo interés en dar a conocer a la Policía los nom bres y domici­
lios de todas sus am istades y las fuentes de las abundantes
cantidades que m anejaba, a fin de probar que su asesinato fué
iniciativa propia, equivocado o no. Su obstinado silencio en
cuanto se trata de reconocer sus relaciones personales, prueba
que no p u e d e 'h a c e rlo sin descubrir a los otros agentes de la
G. P. U. que colaboraron con él en la preparación material del
asesinato y del asalto del 24 de mayo, sin duda alguna también.
L E O N T R O T S K Y 295

P retende Jackson que el “ Bureau P olítico” de la IV I n te r­


nacional le propuso el viaje a Méjico p ara conocer a Trotsky,
dándole a entender que se esperaba de él “ algo m á s ” que de
un simple militante. Este “ algo m á s ” , según la propia carta
dice, más adelante, era “ i r ” a Rusia con el fin de organizar
allí una serie de atentados sobre diferentes personas y en
prim er lugar sobre S ta lin ” (según la carta publicada en
“ El N acional” ). Decepcionado de Trotsky por tales proposi­
ciones, Jackson “ se decidió” a matarlo. Esta burda invención
no resiste el más somero análisis.
Jackson es un hombre frío, con una ilimitada capacidad
de ficción. El mismo lo confiesa, admitiendo haber fingido
aceptar la pretendida proposición de Trotsky. No fué sino bas­
tante tiempo después que lo asesinó. Al hacerlo sin tener en
las manos ninguna prueba material de la proposición, daba
lugar a que todo fuera considerado una odiosa m entira de los
enemigos de aquel con el consiguiente reforzam iento de pres­
tigio del trotskismo. Si la proposición hubiera realm ente exis­
tido, Jackson que pretende haber fingido aceptarla, hubiera
tenido pronto en sus manos los docum entos irrefutables, dados
por el mismo Trotsky. Con ellos en su poder hubiera podido
entregarlos a quien los publicara después que él, en una últi­
m a enrevista, hubiera asesinado a Trotsky. Esto era lo que
correspondía al tem peram ento de un hom bre que confiesa h a­
ber simulado am istad durante mucho tiempo después de haber
sentido repugnancia por Trotsky; esto hub iera abrum ado defi­
nitivam ente al movimiento trotskista y Jackson pasaría real­
m ente ante la historia como un heroico vengador individual.
Pero el asesinato no puede ser explicado por la posición de
enviarlo a Rusia como agente terrorista, ni por las pretendidas
relaciones de Trotsky con el almazanismo (1) y con “ cierto
comité parlam entario e x tra n je ro ” . Todo lo contrario. La falta
asoluta de tales relaciones y la conducta revolucionaria de
Trotsky es precisam ente la que obligó a la G. P. U. a hacerlo
m atar por un “ amigo decepcionado” . Si en boca de los stali-
nistas, las calumnias contra Trotsky redundan en últim a ins­
tancia contra ellos, repetidas por “ tro tsk istas” podrían tal vez
ser más creídas.
Finalmente, si en la carta que la G. P. U. escribió u ordenó
escribir a Jackson, hubiera un solo átomo de verdad, el asesi­
no habría sido instantáneam ente m uerto ñor los guardias de
Trotsky. Poner en manos de la Policía un hom bre que pose­
yera secretos terribles sería aniquilar definitivamente el mo­
vimiento trotskista y hacer valederas las calumnias de la
G. P. U. Jackson pudo hab er sido abatido sin responsabilidad

(1) Se refiere al político Almazán.—(N. del E.)


296 STA LIN Y SUS CRIMENES

ninguna por cualquiera de los guardias. El hecho de que con­


servaran la rara sangre fría necesaria para respetarle la vida,
en lo que intervino la propia com pañera de Trotsky, prueba
term inantem ente que no existía ningún secreto que Jackson
pudiera revelar y que, por el contrario, todos tenían interés
en conservar la vida de un agente de la G. P. U., para que
pudiera confesar.
Puede aun objetarse por qué Jackson se ha prestado a las
maquinaciones de la G. P. U. hasta el punto de ser él mismo
sacrificado en interés de aquélla. Armado del “ piolet” , Jack­
son creyó poder m atar a Trotsky sin alarm a y salir después
sin que los guardias le pusieran obstáculos. P reparando este
designio, p ara que nadie se extrañase de verle salir sin des­
pedirse, durante las visitas anteriores se m archaba súbitam en­
te, sin saludar más que a quienes encontraba al atravesar el
jardín. Factores de coacción han obrado, sin duda alguna,,
sobre Jackson en gran escala. La G. P. U. tiene a sus agentes
perfectam ente comprometidos, de m anera que no pueden es­
capar a sus órdenes. Mientras los guardias de Trotsky le gol­
peaban, combatiendo con él, Jackson decía llorando: “Han
encarcelado a mi m a d re .” Esto y la prom esa de una fuga bien
organizada en tiempo no lejano, determ inaron, sin duda, a
Jackson obedecer las órdenes de la G. P. U.
Aparte estas consideraciones de lógica fría, está la identi­
dad total entre la carta de Jackson y las calumnias que desde
hace años expande contra Trotsky la Prensa propiam ente sta-
linista y consanguínea, como “ El P o p u la r” y “ F u tu r o ” . La
carta de Jackson es la m arca de la escuela de los asesinos de
Stalin. “ La Voz de México” y Lombardo Toledano, en “ El Po­
p u la r ” , pueden asegurar hipócritam ente que los métodos de
te rro r son contrarios a su táctica. El mundo sabrá sobre quié­
nes recae la responsabilidad m aterial y la responsabilidad mo­
ral del asesinato. Aun ayer, “ El P o p u la r” acusaba a Trotsky
de haber organizado un autoasalto el 24 de mayo; hoy repro­
duce con sádico cinismo las “acu saciones” de Jackson, pre­
tendiendo, por su cuenta, arro ja r la responsabilidad sobre
etéreos “ enemigos de México” . Las protestas formales no im ­
piden que ayer y hoy la propaganda de “ El P o p u la r” ayude a
hacer creer que no existen asesinos de la G. P. U. La G. P. U.
niega tam bién su propia existencia. Que el mundo conozca la
coincidencia en este punto entre la G. P. U. y los burócratas
usurpadores de la C. T. M.
(Por el 0. E. del P. O. I., IV Internacional.)
8 0 0 g ra m o s d e c e n iza s

A esto quedó reducido el cuerpo del que fu é poderoso Com isa­


rlo de Guerra de Rusia, después de que se le expuso al fu ego
durante una hora

Una esbelta ánfora de plata, de .curvas gráciles y elevadas


asas, coronada de seis rosas purpurinas y dos capullos, y ce­
ñida por un listón rojo, símbolos, por el color, del ideal comu­
nista, guarda desde ayer, y para siempre, las cenizas del
otrora poderoso organizador del ejército rojo y ex Comisario
de la Guerra en la Rusia soviética.
Siete días, menos únicam ente quince minutos, después de
que León Davidovich Trotsky fué herido de m uerte, quedó su
cuerpo reducido a un puñado de cenizas óseas, blanquecinas,
que fueron colocados en aquelTa u rn a fu neraria p ara que la
viuda, Natalia Sedoff, les dé el destino que m ejor su postumo
cariño satisfaga.
Sujeto a una te m p eratu ra de 750 grados centígrados du­
rante hora y media, el cuerpo de León Trotsky se incineró
pausadam ente en el horno crem atorio del cem enterio civil, y
solamente algunas volutas de humo negro y denso, hediondo a
carne quemada, se desprendieron por la alta chimenea, con lo
que la apocalíptica carrera de aquel hom bre había concluido.
El m ugir del petróleo crudo en igniscencia dejaba por m o­
mentos escuchar a través de los dos orificios de la metálica
puerta, fulgurantes ojos de cíclope, el crujir de las endureci­
das carnes del enemigo de Stalin, que el fuego devoraba.

Solitario por unos m om entos

P erentorias disposiciones del jefe de la Policía, atento a


los deseos de la familia de Trotsky, hicieron que ayer, a las
15 horas en punto, fornidos mocetones levantaran de los
trípodes que lo sostenían el ataúd broncíneo en que yacía el
embalsamado cuerpo de León Trotsky, para conducirlo al h o r­
no crematorio.
Momentos antes había sido puesta al féretro la ferrada
tapa y ocultándose a la vista de curiosos el cadáver, que cu­
bría un vestido gris, casi negro, camisa alba y corbata color
ceniza con visos plateados. Por sólo unos minutos la caja que­
dó solamente acom pañada de un guardián.
í gS STALIN Y SUS CRIM ENES

Y m ientras servidores de la agencia de pompas fúnebres


“A lcázar” retiraban de la “ Capilla D orada” las coronas y ra ­
mos de ya m ustias flores que enviaron personajes, amigos y
correligionarios de Trotsky, fué cubierto el ataúd con la ban­
dera ro ja que ostentaba esta leyenda:
“ Liga Comunista Internacional B. L. (Bolchevique-Leninis­
ta ). Sección Mexicana de la IV In tern acion al.” El símbolo
del comunismo, hoz y martillo entrelazados, y a la m itad del
lábaro, como fondo, la estrella de cinco puntas.
Trabajadores y mozos, en total 16 hombres, llevaron el
féretro hasta la pu erta del salón, cogido por las asas, para
echárselo a hom bros al b ajar las escaleras y nuevam ente sus­
penderlo en las manos hasta el amplio portalón de la antaño
casa*'solariega, frente a la cual esperaba la severa carroza ne­
gra que ya otra vez había transportado el cadáver de la agencia
al cementerio, y viceversa.

ñ toda velocidad crúzase México


Debido a la hora, las 15 y minutos, había pocos curiosos
en la calle de Tacuba. Rápidamente fué cerrada la carroza y
puesta en m archa, hacia el callejón de Condesa, para salir a
la Avenida Cinco de Mayo, frente al edificio bancario que allí
existe, y tomar, violentamente, por frente al Teatro Nacional
y luego rumbo a la Avenida Juárez.
Ya en esta amplia rúa, cuatro motociclistas de patrullas
de Policía form an la descubierta del cortejo, y más adelante
una sola máquina abre el camino, m ientras las otras tres ro­
dean la carroza, cuyos estribos ocupaban varios policías uni­
formados.
El ulular continuo de las sirenas de las motos anuncia el
veloz paso de l a carroza, que cruza toda la Avenida Juárez, el
Paseo de la Reforma, p ara desviarse, a la en tra d a de “ Los
L eones” , en Chapultepec, hacia la calzada de Tacubaya, pasar
por el crucero de ' Dolores” , continuar por el camino a Tolu-
ca, hasta el cementerio, en donde,el vehículo funerario no paró
sino hasta junto el horno crematorio.
Seguían la carroza un coche ocupado por el comandante
de agentes de la Policía, Jesús Galindo, y varios ayudantes;
los “ p u llm a n ” de la agencia “A lcázar” y varios coches con
simpatizadores del extinto León Bronstein.

La viuda presencia parte de la cremación


La señora Natalia Sedov, viuda de León Trotsky, acom pa­
ñada por el abogado de ésta, Alberto Goldman, y -p or el que
fué secretario del extinto, Joseph Hansen, llegó h asta la agen­
L E O N T R O T S K Y 299

cia fueraria poco antes que sacaran el cuerpo; pero no dejó


el automóvil en que iba, sino que continuó en él hasta el ce­
menterio.
A las 15,15 llegó la carroza a la necrópolis, y minutos más
tarde, el ataúd, .pon el cuerpo de Trotsky, y era introducido en
la “an tesa la” del horno crematorio. Se iba a quem ar el cadá­
ver en un féretro de madera, para facilitar la cremación, y aun
se le había puesto ya sobre la máquina que impulsa las carre­
tillas hasta el pequeño infierno que rugía poderosam ente en
espera del cadáver; pero precisam ente p ara lograr una más
rápida combustión, fué extraído de la caja de m etal y directa­
m ente tendido sobre el emparrillado de la carretilla. Un poli­
cía, dos agentes de la fu neraria y otro hom bre extrajeron el
rígido cuerpo y ejecutaron la m acabra operación.

La viuda sufre tremendo síncope

En este, m om ento terrible en que el cuerpo de Trotsky,


aunque rígido por la m uerte y endurecido por las sustancias
químicas que se le inyectaron para conservarlo, se flexionó,
sostenido solamente de pies y manos por aquellos hombres,
Natalia Sedov estuvo presente; pero sin fuerzas p ara esperar
la introducción del cadáver en el horno crematorio, salió al
jardín, seguida por Goldman y Hansen.
Pocos pasos había dado la señora, cuando su pecho exhaló
un profundo sollozo y cayó al suelo, desmayada, sin que sus
amigos pudieran evitarlo. Levantáronla en seguida y condujé-
ronla al automóvil, que arrancó de vuelta a la ciudad.

Espectáculo siniestro

Y entre tanto, el cuerpo yerto del ex Comisario rojo, cuyo


rostro maquillado parecía tener vida, sólo en paréntesis de
sueño, fué puesto en posición horizontal sobre la carretilla, al
descubierto el rapado cráneo, donde distinguíanse las huellas
de las heridas que ultim aron a Trotsky; el horno, que bufaba
estrepitoso bajo la acción de los sopletes que avivaban las
llamas de petróleo crudo.
Y a una señal de Garlos Pérez, jefe de horneíos, fueron
hechas girar las poleas para levantar la p u erta de hierro del
horno, y éste quedó con su bocaza abierta, arrojando al exte­
rior las llamas qué lam ieron el cráneo de León Trotsky.
Rápidamente, Jorge Díaz, ayudante del cementerio, em ­
pujó la m áquina que impulsa la carretilla, y el cuerpo comenzó
a en trar en la hornaza. E 11 estos precisos momentos, ambas
3oo STALIN Y SUS CRIMENES

manos de Trotsky, que habían estado sobre el pecho, se baja­


ron hasta los muslos, como en adem án de m uda protesta; m a­
nos anchas y en cuyas uñas la suciedad form aba orn am enta­
ciones negras...
Y ocurrió algo que nunca ocurre y que permitió a los pre­
sentes en la m acabra operación observar el más espantoso de
los espectáculos: una de las poleas de sostén de la puerta del
horno se atoró y la hoja de hierro quedóse suspendida por
varios minutos.
Las lenguas de fuego hicieron presa inm ediatam ente en las
ropas de Trotsky y en los pies, sólo cubiertos con calcetines
grises; incipientes llamaradas comenzaron a quemarlo todo.
Los pelos de la rala barba y del bigote del hombre parecido
a Lenin desaparecieron instantáneam ente.

El cadáver se contorsionó

Y el cadáver de León Trotsky se contorsionó siniestram en­


te por unos segundos. El insoportable calor hacía cerrar los
ojos a los testigos, pero no fué suficiente para alejarlos del
espantoso aspecto que adquirió el muerto, que dio la ilusión
de incorporarse para volver a caer sobre el em parrillado y
quedar quieto...
Comenzó francam ente el proceso de crem ación: primero
fué la ropa y luego... En estos mom entos se cerraba la puerta
y sólo a través de las dos mirillas de la plancha de hierro era
posible atisbar lo que ocurría dentro del horno.
Empiezan a crepitar las carnes, form ándose grandes am po­
llas. Ya ha desaparecido com pletam ente la ropa. Esas am po­
llas estallan, y entonces la grasa se derram a y sirve como
nuevo combustible para activar la combustión de las carnes,
que van ennegreciéndose; más negro, cada vez más, y luego
rojo brasa, para quedar, por último, blanquecina esa masa.
Algo así como la silueta de un esqueleto despide llamas como
esos leños de hoguera que están por apagarse.

Hora y m edia dura la incineración

Hora y media, aproxim adam ente, duró la incineración. El


cadáver fué metido al horno a las 15,23 horas y se dió la señal
de apagar los quemadores de petróleo crudo exactam ente a las
17 horas, para tan pronto como disminuyeran las llamas pro­
ceder a echar los calcinados huesos en el cenicero.
Nuevamente la puerta del horno es levantada. Una furiosa
ola de calor irradia de la boca, y aparece todo el hueco del
L E O N T R O T S K Y 301

hogar, al rojo blanco. Allí, sobre el emparrillado, m írase sola­


m ente él contorno del esqueleto, ya blanquecino.
Con una escoba em papada en agua, para im pedir se que­
me, b arren las cenizas, para recogerlas en el depósito a ello
destinado. Una bola, m ejo r dicho, la m itad de una bola, que
da la ilusión de ser el cráneo, rebelde al intenso fuego, en­
gánchase en una esquina. Pero no es el cráneo, es el molde
de yeso que sostuvo su tapa, después de extraídos los sesos del
ex líder comunista cuando la autopsia.
A través de una tolva resbalan las cenizas, entre las que
hay algunos carbones, hasta un recipiente de m etal; los ho r­
neros, con rastrillos, acaban de atraer hacia ese recipiente los
calcinados huesos, algunos todavía rojos como brasas.
Y sobre la plancha de metal que cubre la m áquina que
im pulsaba las carretillas— m áquina bautizada con el simbólico
nom bre de "diab lo ” por su oficio de m eter al fuego a los
terrenos pecadores— son colocadas, para que se enfríen, las
cenizas, y se tritu ran com pletam ente los pequeños pedazos
de vértebras que el fuego no consiguió reducir a polvo.
Los hom bres encargados del horno separan de las cenizas
pequeños carbones, y un a vez frías, con enguantadas manos,
ponen el blanquizco polvo en la u rn a de plata. En uno de los
estudios que la adornan está grabado este nom bre: “ León
T ro tsk y ” .
( “ Excelsior” . México, 28 de agosto de 1940.)
I N D I C E

Página*

Prólogo, por Mauricio Carlavilla, “ Mauricio K a r l” .......................................... 7


En la N oruega “ Socialista” .................................. ■ 45
A puerta cerrada ..................... ........................... ............................- ... .............. 57
En torno al internamiento ... ............................................... .................................. 58
El Atlántico ................................................................................■.................................... 77
Episodio significativo ..................... ......... ............... ...................... ..................... 79
Zinoviev y Kámenev ....................................................................................................... 83
¿P o r qué confesaron crímenes que no cometieron? ............. ,............................ 89
“ L a sed del P o d e r” ......... .......................................................................................... 95
“ E l odio a Stalin ” ... ................................................................................................. 97
Envío de terroristas a la U. R. S. S .................. ... 103
En M éjico ......... ■... 106
En vísperas del segundo proceso ..................... .■ no
Discurso en la reunión del Hipódromo deN ueva Y o r k ..................................... 116
L a investigación preliminar eti iCoyoacan .............................................................. 126
Necesidad de una investigación...................... 133
¿E s posible la investigación desde el punto de vista policíaco? ................ 136
E l dictamen pericial del profesor Carlos Bird .................................................... 138
D e un dictamen “ puramente ju ríd ico ” ................................................ 141
Autobiografía .......................................................................................... 144
L a situación jurídica .............................................. 152
Las tres clases de pruebas.— Radek ......................................................................... 153
Las series matemáticas de la impostura................................................................... 158
Base política de la acusación: el terrorismo ....................................................... 161
Asesinato de K irov ........................................................................................................ 165
Base política de la acusación: la alianza con H itler y el Mikado ............... 175
Copenhague.................................................................................... 179
R adek ,............ 184
E l testigo “ Vladimir Rom m ” ............................................................ ■ 192
E l viaje de P iatakov a Oslo ..................................................... 205
E l maravilloso viaje de P iatakov a K jeller .......................................................... 213
Lo que ha sido refutado en elproceso deMoscú ............................................ 215
El Procurador es un falsario ............................................. 217
L a teoría del “ camouflage” ............... 223
E l porqué de estos procesos ............................ 225
L a decapitación del Ejército ro jo ................... • ....................................................... 228
Stalin bajo sus propias falsedades ............................................................................. 238
E l principio del fin .................................. 246
Amoralismo m arxista y verdades eternas .......................................................... 251
¿Envenenó Stalin a Lenin? ......... 254
Legado testamentario de Lenin a Stalin .......................................................... 255
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P aginas

Juramento de Stalin ante la tumba de Lenin ...................................■................ 255


E l asesinato de T ro tsky ............................... 256
Primeras noticias del atentado ... ... ......................................................................... 259
U n a prueba que resulta convincente .......................................................................... 267
E l asesino muy vigilado ......................................................... ................ ... .......... 269
U n trabajo muy paciente ..........................................................................■................ 273
Severo juicio de T ro tsky en Rusia .................................................................. ■... 375
T ex to de la. carta que se recogió alasesino ......................................................... 276
L o que dice Mr. Hansen ... ... .... ....................................................................... 280
Interrogatorio .................................................................................................................... 286
Comunicado de la I V Internacional ... ................................................................... 294
800 gramos de cenizas .................................................................................................. 297

NOS

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