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Revolucionarios

Que yo sepa, no existe todavía ninguna biografía fiable de J. Posadas (por


su verdadero nombre, Homero Rómulo Cristalli, 1912-1981), el más
clandestino y estrafalario líder trotskista de la segunda mitad del siglo XX.
Nacido en Argentina en una familia de humilde ascendencia italiana, fue
durante una época futbolista, y comenzó su carrera en el sindicalismo y la
política revolucionarios, adhiriéndose muy pronto a la IV Internacional
fundada por Trotski en septiembre de 1938. Posadas, muy activo en las
feroces luchas fraccionales y sectarias que agitaron el trotskismo de los
años sesenta y setenta, acabó fundando (1962) su propia IV Internacional, a
la que añadió sin ningún rubor el calificativo de “posadista”.

Sus secciones nacionales, que llegaron a tener cierta relevancia en países


como Cuba (donde fueron laminadas por Castro), Argentina, Bolivia, Italia y
España, se alimentaban de la teoría que destilaba el líder indiscutible, a
cuya misteriosa personalidad se profesaba un culto digno de un profeta del
cristianismo primitivo. Pluto Press, una conocida editorial “radical y
antiimperialista”, anunciaba para abril la publicación del primer libro que
intenta un acercamiento al posadismo y a la ideología de su líder, pero
supongo que el coronavirus —nuestro enemigo más letal e indiscriminado—
ha obligado a posponer su lanzamiento, al menos como libro impreso.

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Su autor es el periodista A. M. Gittlitz, y a juzgar por su título, I Want to
Believe (“quiero creer”) —que hace descarada referencia a una de las
películas de Expediente X—, y a su subtítulo, Posadism and Leftwing
UFOlogy (“posadismo y ufología de izquierdas”), supongo que lo que más
ha interesado a su autor han sido las extravagancias de la ideología
posadista en su última fase, cuando el dirigente trotskista latinoamericano,
fascinado por los presuntos “avistamientos” de ovnis, afirmó en su folleto
(ojo al título) Los platillos volantes, el proceso de la materia y la
energía, la ciencia, la lucha de clases y revolucionaria y el futuro
socialista de la humanidad (1968) que los extraterrestres que nos
visitaban, sin duda mucho más evolucionados tecnológica y políticamente
que nosotros, podrían ser aliados en la lucha final por el comunismo.
Porque, aseguraba, habría un “ajuste final de cuentas” entre el capitalismo y
el socialismo que se resolvería en una “guerra atómica inevitable” en la que
los imperialistas serían definitivamente derrotados y sobre cuyas ruinas
florecería para siempre el socialismo. Por eso Posadas y los posadistas,
cuya fe en la revolución era solo comparable a la de algunas sectas
primitivas en la parusía o en el fin del mundo, “saludaban” constantemente,
en artículos torrenciales que repetían con vehemencia sus militantes
(incluso con cierto deje argentino, porque Posadas enviaba sus discursos
en casetes a las diferentes secciones), todo aquello que podía acercar la
victoria definitiva.

Reproduzco, como ejemplo, algunos de los títulos-consigna de los artículos


del periódico mimeografiado Lucha Obrera, órgano del Partido Obrero
Revolucionario (sección española de la Cuarta Internacional Posadista), que
he encontrado en mi archivo, y en los que puede apreciarse el característico
delirio voluntarista de sus militantes: “¡Vivan las maniobras navales del
Estado obrero soviético como parte de los preparativos de la guerra
preventiva” (mayo de 1970); “¡El ejército soviético debe dar el poder a las
masas [durante la invasión de Checoslovaquia] y marcharse!” (agosto de
1968). Dejo para el final esta joya del delirio, el título de un artículo de Lucha
Obrera a propósito de mayo de 1968: “¡Por la huelga nacional de 24 horas
en solidaridad con las masas francesas y por el derrocamiento de Franco y
del capitalismo en España! ¡Por un gobierno obrero y campesino!”. Qué
visión de futuro.

2. Viajar
Reclusión. Mientras la tele desgrana la aritmética insobornable de
contagiados y muertos (“estoy saciado de espantos”, decía Macbeth), saltan
de vez en cuando chispas entre los obligatoriamente encerrados en el
espacio reducido de la convivencia 24 horas, 7 días por semana. Después
de esta prueba terrible, también habrá matrimonios modélicos, parejas
inamovibles que tomarán el camino de los juzgados. El horizonte de la
propia calle, ahora inasequible salvo desde la ventana (aplausos, aplausos),
es ahora el único viaje.

Para ejercitar el hipocampo y algunas conexiones sinápticas, me aprendo


poemas de memoria, preferentemente en otra lengua y en prosa, que son
los más difíciles de retener. Releo en Le spleen de Paris, de Baudelaire,
un poema de título inglés, ‘Any where out of the word’, que viene como
anillo al coronavirus. Les transcribo, traducido, su íncipit: “Esta vida es un
hospital en que cada enfermo está poseído por el deseo de cambiar de
cama”; y, más adelante: “me parece que siempre estaré bien donde no
estoy, y este asunto de la mudanza lo discuto sin cesar con mi alma”.

Leo también libros de o sobre viajes, e incluso consulto tarifas aéreas ahora
baratísimas, pero inútiles: nadie puede acogerse a ellas. Me consuelo
leyendo viajes del mismo modo que, cuando me pongo a dieta, lo hago
mirando fotos de platos apetitosos que me están vedados. Pienso en las
ciudades, ahora lejanísimas por prohibidas: Mi pequeño París (Morata), de
Julia Varela, es, más que una guía (aunque la organiza en 12 rutas), la
evocación de la ciudad desde la autobiografía de una cierta
juventud; Barrios, bloques y basura (Errata Naturae), de Julia Wertz, es
una estupenda y nada convencional historia ilustrada (en gloriosos dibujos a
tinta) de Nueva York desde los ojos de una extraordinaria y minuciosa
dibujante. Luego, cansado también de la lectura, regreso a la pantalla
plasmática; comienza el noticiero con idéntico telón de fondo que en las
otras cadenas: una bola trufada de trompetillas que evoca el virus que mata.
Brecht aseguraba que, un día, también se cantará sobre los tiempos
sombríos; pero a veces, de repente, uno se desanima, aunque no tenga
derecho. Y perdonen la tristeza.

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