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Su autor es el periodista A. M. Gittlitz, y a juzgar por su título, I Want to
Believe (“quiero creer”) —que hace descarada referencia a una de las
películas de Expediente X—, y a su subtítulo, Posadism and Leftwing
UFOlogy (“posadismo y ufología de izquierdas”), supongo que lo que más
ha interesado a su autor han sido las extravagancias de la ideología
posadista en su última fase, cuando el dirigente trotskista latinoamericano,
fascinado por los presuntos “avistamientos” de ovnis, afirmó en su folleto
(ojo al título) Los platillos volantes, el proceso de la materia y la
energía, la ciencia, la lucha de clases y revolucionaria y el futuro
socialista de la humanidad (1968) que los extraterrestres que nos
visitaban, sin duda mucho más evolucionados tecnológica y políticamente
que nosotros, podrían ser aliados en la lucha final por el comunismo.
Porque, aseguraba, habría un “ajuste final de cuentas” entre el capitalismo y
el socialismo que se resolvería en una “guerra atómica inevitable” en la que
los imperialistas serían definitivamente derrotados y sobre cuyas ruinas
florecería para siempre el socialismo. Por eso Posadas y los posadistas,
cuya fe en la revolución era solo comparable a la de algunas sectas
primitivas en la parusía o en el fin del mundo, “saludaban” constantemente,
en artículos torrenciales que repetían con vehemencia sus militantes
(incluso con cierto deje argentino, porque Posadas enviaba sus discursos
en casetes a las diferentes secciones), todo aquello que podía acercar la
victoria definitiva.
2. Viajar
Reclusión. Mientras la tele desgrana la aritmética insobornable de
contagiados y muertos (“estoy saciado de espantos”, decía Macbeth), saltan
de vez en cuando chispas entre los obligatoriamente encerrados en el
espacio reducido de la convivencia 24 horas, 7 días por semana. Después
de esta prueba terrible, también habrá matrimonios modélicos, parejas
inamovibles que tomarán el camino de los juzgados. El horizonte de la
propia calle, ahora inasequible salvo desde la ventana (aplausos, aplausos),
es ahora el único viaje.
Leo también libros de o sobre viajes, e incluso consulto tarifas aéreas ahora
baratísimas, pero inútiles: nadie puede acogerse a ellas. Me consuelo
leyendo viajes del mismo modo que, cuando me pongo a dieta, lo hago
mirando fotos de platos apetitosos que me están vedados. Pienso en las
ciudades, ahora lejanísimas por prohibidas: Mi pequeño París (Morata), de
Julia Varela, es, más que una guía (aunque la organiza en 12 rutas), la
evocación de la ciudad desde la autobiografía de una cierta
juventud; Barrios, bloques y basura (Errata Naturae), de Julia Wertz, es
una estupenda y nada convencional historia ilustrada (en gloriosos dibujos a
tinta) de Nueva York desde los ojos de una extraordinaria y minuciosa
dibujante. Luego, cansado también de la lectura, regreso a la pantalla
plasmática; comienza el noticiero con idéntico telón de fondo que en las
otras cadenas: una bola trufada de trompetillas que evoca el virus que mata.
Brecht aseguraba que, un día, también se cantará sobre los tiempos
sombríos; pero a veces, de repente, uno se desanima, aunque no tenga
derecho. Y perdonen la tristeza.